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    —Es tu derecho reclamar el trono —insistió James frente a su hermano mayor, el monarca de la casa Sanguinius.

    El comandante de los apóstoles de sangre lucía una armadura tachonada de cuero curtido con el emblema de un dragón bicéfalo de color rojo impreso en la pechera flexible y perfectamente engarzada alrededor de su torso. Esta se ondulaba y torcía al compás de sus movimientos con precisión, como si fuera una segunda piel pegada a su cuerpo. Una máscara dejaba al descubierto tan solo sus ojos rojos, y una capucha de tela basta escondía recelosamente buena parte de su rostro y cabello. Los soldados bajo su mando solían decir que tenía la apariencia de un maestro asesino.

    —Más que un derecho, parece una obligación —respondió Killian, cansado de aquella conversación, y lentamente volteó en dirección hacia el comandante de los apóstoles de sangre de la fortaleza roja para confrontarlo.

    La fortaleza roja fue mandada construir por el gran imperio de Grahil mucho antes de 1497, y fue extendida por el rey Gaurav Sanguinius durante su reinado allá por el 1500.

    Estaba situada en la infra oscuridad a más de cinco kilómetros bajo tierra, y albergaba una red de túneles y cuevas divididas por distintos niveles.

    El primer nivel era la parte menos profunda y conectaba directamente con la superficie. Aquí residían los siervos humanos de los vampiros, más conocidos como Ghouls. En el segundo nivel se encontraba la ciudad de los señores oscuros. La fortaleza, de estilo gótico-renacentista y edificada en piedra de color rojo claro, era conocida por sus enemigos, los cazavampiros, como la cripta roja. Por último, el tercer nivel estaba situado a más de cinco kilómetros de profundidad. Se decía que era la tumba de los Antidiluvianos, antiguos reyes vampiro, y que otras criaturas más peligrosas moraban en su interior.

    El recinto interior del castillo era muy complejo.

    Estaba lleno de patios y pasadizos secretos con numerosas edificaciones como torres, el barracón de la guardia, la herrería, las caballerizas, una biblioteca y el septo de los apóstoles de sangre.

    De la habitación del monarca destacaban techos altos de molduras con arcos de punta, rosas y espirales, mientras que de los suelos fríos y duros de piedra predominaban las moquetas de pelaje animal como osos negros, entre otros. Los ventanales eran de tracería con vitrales y pesados cortinajes de terciopelo, y los portones grandes de madera de ébano estaban decorados por tramoyas de hierro forjado.

    Un ataúd de terciopelo rojo burdeos por dentro y piedra negro azabache por fuera estaba situado bajo tres grandes ventanales con rejas cruzadas que abarcaban todo el fondo de la habitación. A la derecha había una pequeña pileta de cerámica encajada entre cuatro palos de hierro que servía como aseo personal, y a la izquierda se encontraba una vitrina de cristal con pequeños frascos transparentes rellenos de un líquido espeso y rojizo. Por último, en el centro destacaba una gran mesa de piedra con peones, torres y nombres de los distintos territorios del continente dominados y controlados por sus vasallos y banderizos.

    —Con el usurpador de nuestro tío muerto— dijo el comandante de los apóstoles de sangre sin hesitar, teniendo en cuenta que el asesinato y la traición eran un signo de crueldad alabado por todo señor oscuro, mientras que la compasión y la bondad era objeto de desprecio—, tan solo nos queda eliminar a la guardia real y al líder de los ejecutores; Sir Cedric de la Hoy.

    Dentro de la sociedad vampira la posición social lo era todo.

    Los señores oscuros estaban divididos por cinco casas nobles y todos ellos eran miembros activos del consejo.

    Los Bathory eran maestres versados en materia de moral y sabiduría. Los Lioncourt se encargaban de administrar las finanzas y la tesorería real. Los De Velaquia eran fanáticos religiosos del septo de los apóstoles de sangre. Los Morgenstern eran un séquito de espías y cabezas de inteligencia estratégica. Y luego estaban los Blackwood, delegados en formular leyes e impartir justicia.

    Por encima de ellas se encontraban la casa Sanguinius, una casa milenaria de antiguos reyes vampiros por excelencia.

    Unas casas eran más poderosas que otras, aunque eso podía cambiar rápidamente de la noche a la mañana.

    El ascenso al poder dentro de la sociedad vampira estaba versada en el asesinato.

    Cometer abiertamente un asesinato o declarar la guerra a una casa noble no estaba bien visto por los señores oscuros. Sin embargo, la traición entre sus miembros, los venenos vertidos en las copas y las dagas incrustadas por la espalda en las sombras eran una forma de eliminación aceptable e incluso digna de admiración.

    —¿El terror blanco? ¿Quién es ese tal Sir Cedric de la Hoy? —preguntó el monarca, cruzando los brazos a la altura del pecho.

    Killian arrugó el ceño, confundido y extrañado de que un simple humano pudiera ser elevado a la categoría de problema.

    La sustancia blanca y tersa de su rostro se movió con líneas flexibles, aunque mínimas. Tenía la piel como el alabastro, dura, inexpugnable y sobre todo fría al tacto. Era completamente blanco, como si estuviera esculpido en mármol, y tan solo sus ojos rojos lo diferenciaban de las estatuas de piedra inanimadas con formas de dragón que decoraban los lúgubres pasillos del castillo.

    James bajó su máscara y abrió la boca para responder, dejando al descubierto dos filas de dientes blancos y dos colmillos alargados, puntiagudos y más cortantes que la hoja de cualquier filo fabricado por un herrero humano.

    Pero entonces fue interrumpido por Viktor Sanguinius, su hermano menor.

    —Sir Cedric de la Hoy es un peligroso capitán de la guardia real y antiguo lugarteniente imperial ducho en el arte de la espada y adiestrado para impartir justicia. Dio muerte a nuestro tío y luego me dejó marchar con vida —dijo el capitán de la guardia real, entrando por la puerta de los aposentos del monarca—. Creo que sus acciones bien podrían ser interpretadas como una invitación pública en nombre de paz entre nuestras razas.

    A diferencia de su hermano, él lucía como toda doncella imaginaría a un caballero en un torneo. Llevaba una rutilante armadura de zafiro con el dragón bicéfalo de color rojo bordado a mano en el tabardo de la casa Sanguinius. La pechera y la cota de malla no tenían ninguna marca o rasguño, debido a su poco uso. Lo mismo ocurría con la capa de seda teñida de negro que caía elegantemente por su espalda.

    —Sandeces —escupió James con desaprobación, antes de lanzar a Viktor una mirada furibunda por encima del hombro. Sus ojos rojos estaban cargados de superioridad y desprecio.

    La enemistad entre James y Viktor era un secreto a voces, y también una cuestión de sangre.

    Tanto Killian como James eran vampiros pura sangre, concedidos en el útero de un vampiro noble. Por el contrario, Viktor había sido humano y convertido al vampirismo hacía ya más de dos siglos.

    La diferencia entre los vampiros pura sangre y los vampiros convertidos radicaba en el estatus social. Los pura sangre eran los vampiros más poderosos y ocupaban altos cargos como reyes, capitanes de la guardia real, consejeros de la moneda o grandes maestres, mientras que los vampiros convertidos se conformaban con puestos más ordinarios como soldado, herrero, pinche de cocina o mozo de cuadras.

    Viktor era la excepción a la norma. Muy pocos entendían por qué Killian lo había acogido en su casa como si fuese un igual.

    —Con las huestes de nuestro tío debilitadas, deberíamos aprovechar esta oportunidad para capitular la ciudad. Los apóstoles de sangre podrían acabar fácilmente con los ejecutores y la guardia real —aseguró el comandante de los apóstoles de sangre, dando un paso al frente en dirección hacia el monarca.

    Además de las casas nobles y el linaje de sangre, los vampiros también estaban divididos respecto a sus diferentes opiniones.

    Había individuos como Viktor, quienes promovían la igualdad entre vampiros y humanos. Guiados por las leyes cainitas, abogaban por mantener su naturaleza humana por encima del frenesí y se alimentaban exclusivamente de sangre animal. La reproducción de la progenie o el asesinato estaban terminantemente prohibidos.

    Sus integrantes se componían normalmente de vampiros convertidos y eran una minoría con mala reputación entre los señores oscuros.

    Por el contrario, había otros muchos más como James, quienes pensaban que estos últimos tan sólo podían servir como esclavos o alimento. El vampirismo era un estado prior a la humanidad y cada uno de sus miembros tenía el derecho de hacer lo que le diera en gana al sentirse moral y físicamente superior.

    Los apóstoles de sangre era una secta religiosa, monstruosa y violenta que no se aferraba a ningún atisbo de filosofía o moralidad humana. En un principio fue creada para combatir las carnicerías que los ejecutores hacían con los vampiros para entretenimiento de los humanos. Pero con la llegada de la casa De Velaquia al poder y con James Sanguinius como comandante, la secta sucumbió a la locura y comenzó a buscar activamente la destrucción de los reinos humanos y el sometimiento de la humanidad bajo su yugo.

    Sus miembros eran mayoritariamente vampiros pura sangre radicales, aunque siempre mantenían la palabra del monarca por encima de la secta debido a que las sentencias de la sociedad vampira eran implacables.

    —Los servicios de los apóstoles de sangre no serán requeridos. Al caer el alba envié una misiva escrita directamente de mi puño y letra con intención de reunir al consejo vampiro y humano bajo un mismo techo. Tenemos problemas más grandes que la eterna enemistad entre los ejecutores y los apóstoles de sangre. Hace tres lunas, se encontraron los cadáveres de varios Antidiluvianos saqueados, descuartizados y extraídos de sus tumbas en el tercer nivel de abajo —el comandante de los apóstoles de sangre quiso añadir algo, pero el monarca levantó la mano en alto para que guardara silencio—. Algo más oscuro y peligroso que nuestros antiguos ha despertado desde las entrañas del mismísimo infierno y se arrastra por los intestinos de los túneles en dirección hacia nosotros.

    James apretó los dientes con rabia y su mandíbula cuadrada y libre de barba se tensó como las cuerdas de cerdo curadas de un arco. Apretaba los puños con tanta fuerza que los nudillos de sus manos bajo los guanteletes de piel de topo se volvieron completamente blancos.

    No quería saber nada de pactos o alianzas con humanos.

    —¿Descuartizados? ¿Hablas de la muerte verdadera? —preguntó el capitán de la guardia real con una mueca de horror dibujada en su rostro pálido, aunque algo sonrosado después de haberse alimentado de un porcino. De pronto sintió como se le erizaron los pelillos de sus brazos.

    Killian asintió con un movimiento de cabeza y algunos mechones de su pelo lacio y tan claro, que parecía casi plateado, cayeron a ambos costados de su rostro de facciones duras y afiladas.

    Por el contrario, tanto James como Viktor compartían el mismo cabello oscuro, como el carbón. El primero lo tenía algo ondulado y largo recogido en una coleta desenfadada, mientras que el segundo lo llevaba más corto y le gustaba pasárselo por detrás de las orejas.

    —¿Cuál es el plan? —preguntó entonces el capitán de la guardia real.

    —Manda a los mozos de cuadra ensillar los caballos, partimos esta misma noche para reunirnos con ese tal Sir Cedric de la Hoy.

    Un río de acero bruñido de color rojo y negro se detuvo frente a los mil doscientos pilares que unían el portón principal del castillo imperial en Grahil.

    Eran más de quinientos, la élite de los vasallos de la casa Sanguinius. Entre sus miembros destacaban los líderes de las familias más influyentes y poderosas de la fortaleza roja, sus caballeros, abanderados y la guardia real. Sobre ellos ondeaban media docena de estandartes, agitados por el viento de media noche.

    Killian conocía personalmente a todos y cada uno de sus miembros.

    A su derecha estaba Lady Elizabeth Bathory con el emblema de su casa representado por una serpiente negra enroscada alrededor de una manzana roja. A su izquierda, Sir Lestat Lioncourt, sujetaba el mástil del banderín donde la cabeza de un león dorado sobre un fiordo rojo ondeaba contra el viento. Un poco más atrás estaba Sir Vlad de Velaquia con su blasón de un hombre empalado, Sir Edward Morgenstern, con una telaraña y una viuda negra de patas largas y finas y los mellizos Lady Imperia y Sir Blake Blackwood con una doncella desnuda, tumbada y atravesada por dos astas de arce.

    —¡Sir Cedric de la Hoy! ¡Soy Killian Sanguinius, hijo de Guarav Sanguinius, señor oscuro de la cripta roja, líder del consejo vampiro y antiguo rey de Grahil! —gritó Killian, y su voz grave y autoritaria pasó desde la cabeza de la columna de su ejército hasta la cola del final con la misma intensidad. Había un silencio inquietante entre las filas de los condenados—. ¡He venido a parlamentar de hombre a hombre! ¡Os doy mi palabra que ningún humano sufrirá ningún daño esta noche!

    El monarca hizo a un lado su capa de marta cibelina, gruesa, suave y oscura cuando desmontó de su semental de crines negras. El animal dio un relinche y sacudió una de sus pezuñas delanteras en el fango, formado por las recientes lluvias.

    Killian ajustó las hebillas de su coraza de metal a placas, negra y ornamentada bajo sus axilas. Un dragón bicéfalo de color rojo grabado a golpe de cincel y martillo en el centro de su pecho sobre la cota de malla, representaba el emblema de la casa Sanguinius. Iba vestido con gorjal, canilleras, guanteletes articulados y botas de acero con puntera. Con casi dos metros de altura, la armadura de corte gótico le daba un halo imponente, peligroso y sombrío muy similar a un rey oscuro.

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    Hola!

    Lo primero, me encantó toda tu respuesta; no solo está muy bien escrita, si no que se me hace muy fácil imaginarme toda la ciudad y su historia sin mayor problema ;)

    La mía se ha centrado a describir un poco como funciona la jerarquía social-vampira, su funcionamiento y sus miembros más importantes. Aka, los personajes secundarios que van a estar presentes para arruinar la relación entre Cedric y Killian xD (Es que ni el propio Killian está de acuerdo con hacer negociaciones de paz con los humanos, pero como ves me he inventado un problema mayor a discutir para unirlos <3)

    Hablando del problema; estoy pensando en otras razas que pueblen el continente. Si hay vampiros, tal vez puedan existir otra clase de abominaciones. Quiero saber tu opinión al respecto ;)

    Por lo que se refiere al nombre de la capital, la verdad es que yo cogería algo emblemático que le pertenezca como lo son los girasoles o algún nombre de rey/héroe de la historia para darle forma.

    Más cositas. Como ves te he dejado luz verde para que hagas y deshagas a tu antojo a este punto. Había pensado que tal vez Cedric no se fie ni un pelo de Killian, cosa que sería perfectamente entendible dadas las circunstancias. Puede ser que le deje pasar a él solo y tal vez a alguno de sus hermanos/miembros del consejo para marcar discordia en las negociaciones. Los temas a negociar serían; qué beneficios obtienen cada raza a cambio de algo, qué peligros acechan, quién se sienta en el trono y cómo solucionan su eterno conflicto entre los ejecutores y los apóstoles de sangre, para comenzar.

    En otras palabras, no creo que en una noche se aclare todo. Por lo que sería lógico que al acercarse el alba, los vampiros se retiren y sigan en otro momento. Entre día y día se pueden construir lazos, ataques repentinos, problemas internos etc.

    No veo a Cedric como un hombre que va a entregar el reino al enemigo porque necesiten a un líder inmediatamente. Tampoco veo a Killian ignorando los siglos de enemistad que los separan de la noche a mañana.

    Nos leemos pronto! No sabes las ganas que le tengo a este rol <3


    Edited by Volkov. - 29/1/2024, 08:55
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    —Vamos, chico, habla, ¿qué es lo que pasó en el HMS Providence la otra noche? —preguntó William con curiosidad, sentado en una silla de madera alrededor de la mesa del consejo en la cubierta del alcázar. A su lado, Jacob guardó silencio, claramente incomodado con la pregunta—. No tengas miedo, Morgan no puede hacerte daño conmigo…

    —Con el debido respeto, contramaestre Griffin —le interrumpió el joven marinero—. Pero si Morgan me quiere muerto es evidente que usted no podrá impedírselo, después de aquel entrenamiento.

    Jacob miró a Oliver directamente a los ojos, como dando a entender que él era el único hombre en aquella habitación capaz de protegerlo si llegara el momento.

    —Capitán —el joven marinero bajó el tono de voz en casi un susurro con temor a que alguien pudiera escucharlo—, no pude oír nada desde mi posición y, aunque estaba oscuro, pude ver cómo Morgan se movía por el crucero de línea enemigo como si lo conociera perfectamente de arriba abajo.

    —¿Ninguno de los soldados británicos le impidió el paso? —Jacob negó con la cabeza a la pregunta de William.

    —En absoluto, de hecho, se apartaban a un lado. Era como si le tuvieran miedo.

    —O algún tipo de respeto —añadió el contramaestre—. Y, ¿qué es lo que más temen o respetan esos cerdos de los casacas rojas?
    Hubo un breve silencio.

    —A otros cerdos más grandes con casacas azules.

    —Contramaestre Griffin, ¿estáis diciendo que Morgan en uno de ellos? —preguntó el joven marinero confundido, mientras fruncía el ceño—. No tiene sentido, él sabía que lo estaba siguiendo desde que salimos de la taberna de la Old Avery hasta que llegamos al puerto marítimo. Si fuera uno de ellos me habría delatado y ahora mismo yo estaría colgando de la horca en algún patíbulo.

    William miró a Oliver de reojo, no muy convencido con la explicación de Jacob.

    —¿Qué es lo que pasó con Morgan después? —el joven marinero carraspeó con la garganta, antes de mirar por el rabillo del ojo a su capitán. Se notaba que no quería responder a la pregunta.

    —Bueno, pasaron “varias cosas sin importancia” —William cruzó los brazos a la altura del pecho. No estaba dispuesto a pasar por alto ningún detalle relevante—. No estoy seguro si Morgan y un oficial de la Marina Real Británica se enzarzaron en una pelea, o en un lío de faldas. Pero de lo que sí estoy seguro es que cuando los otros dos entraron por la puerta, todos tomaron asiento alrededor de la mesa del consejo.

    —¿Morgan también se sentó?

    El contramaestre frunció el entrecejo, confundido.

    —Sí, en una silla con el apellido Norrington tallado en el respaldo.

    La conversación fue interrumpida cuando el marinero que respondía al nombre de Héctor entró por la puerta sin llamar y con la nariz sangrando.

    —Capitán Jones, Contramaestre Griffin, lamento mucho la interrupción. Pero el hijo de puta de Bones acaba de romperme la nariz por no dejarle hablar a solas con ese cerdo del prisionero Norrington.


    —¿Has venido a entregarme a la Marina Real Británica para que me ajusticien en la horca, o vas a permitir que los piratas me pasen por la quilla? —preguntó Edward, sentado en el suelo de la celda con el codo apoyado sobre su rodilla izquierda. A juzgar por la expresión de su rostro se le notaba aburrido, pero sobre todo enojado de pasar la primera noche en la oscura y húmeda cubierta de sollado en calidad de prisionero.

    —Ni una cosa, ni la otra —respondió Connor, acercándose a los barrotes de hierro. Después de pasar la noche anterior en vela, las dos bolsas oscuras bajo sus ojos azules acentuaban su creciente cansancio—. He venido a pedirte consejo. El almirante Erick Wilson me ha prometido que intercederá por tu vida en el consejo, si llevo a Oliver Jones ante la justicia británica. Pero es el propio Oliver Jones quien ha decidido no utilizarte como moneda de cambio y mantenerte con vida sin esperar nada a cambio, después de pedírselo personalmente la otra noche en la taberna.

    El capitán de la Santa Catalina se puso en pie con una expresión confusa en su rostro. Luego, dio un paso en su dirección con recelo.

    —Te importa. El capitán Jones —entendió Edward, acortando las distancias que los separaban hasta quedar cara a cara—. ¿Y si le cuentas la verdad?

    El espía británico soltó una carcajada con amargura. A continuación, movió su cabeza de forma negativa.

    —Claro, excelente idea, ¿qué es lo que puede salir mal después de mentirle sobre mi propia identidad a la cara y seducirle, como parte de mi trabajo, tan solo para encontrar un tesoro que ansía la Marina Real Británica? El trato de cuerda o la quilla sería el menor de mis problemas. Ya sabes lo que los piratas hacen con los soldados de la armada inglesa…

    Connor apoyó los codos en los barrotes de hierro, pasando los brazos por dentro. Edward tomó sus manos entre las suyas en un gesto fraternal para luego mirarlo a los ojos y comprender que decepcionar a Oliver le daba más miedo que acabar muerto. Su hermano mayor quiso preguntarle por qué le odiaba tanto, pero justo en aquel preciso momento William asomó la cabeza por la puerta, seguido de su amigo y Héctor. Esto hizo que ambos hermanos se separaran casi de inmediato, sobresaltados.

    —Bones —siseó el contramaestre entre dientes, enojado de haberlo descubierto con Norrington a solas después del favoritismo que su amigo le procesaba.

    William cruzó la cubierta de dos zancadas en dirección al marinero para tomarlo por el cuello de la camisa con rabia. Connor se dejó hacer, aunque uno no debía ser muy listo para darse cuenta de que si Oliver no hubiera estado presente muy probablemente aquel hombre habría acabado, en el mejor de los casos, con otra nariz rota.

    —¿Qué es lo que más te jode, Griffin? ¿Qué le haya roto la nariz a ese idiota, o el saber que tu amigo prefiere pasar la noche en mi alcoba en vez de en la tuya? — la pregunta fue apenas un murmuro en voz baja, una provocación en toda regla.

    En respuesta, William lo estampó con violencia contra la pared más cercana. Su cara estaba roja y contraída por la rabia.

    —Idiota, ¿crees que Oliver seguirá eligiendo tu alcoba después de descubrirte sosteniendo las manos con el otro de forma tan íntima? —respondió de igual manera para que nadie pudiera escucharlos, mientras una media sonrisa victoriosa cruzaba su boca.

    Connor apretó los dientes con fuerza, su mandíbula cuadrada estaba tensa. En aquel momento, sintió unas ganas incontrolables por golpear a William en la cara para borrarle aquella estúpida sonrisa.

    —Vaya —dijo el contramaestre en voz alta de forma cínica—, ¿por qué será que siempre que hay una pelea tú resultas ser la raíz del problema? ¿puedes explicarle al capitán Jones qué demonios hacías con Norrington aquí, a solas?

    Connor miró a Oliver por primera vez en todo aquel tiempo y su expresión malhumorada pareció disiparse instantáneamente cuando sus ojos azules se encontraron a la distancia. Entendía perfectamente que, visto desde afuera, cualquiera podría malinterpretar aquella escena sin conocer los lazos de sangre que los unían. William tan solo buscaba ponerlos en contra. Por lo que decidió que lo único que podría librarle de cualquier sombra de sospecha era decir la verdad, pero poniendo especial cuidado al elegir sus palabras.

    —Vine a encontrarme con Edward para pedirle consejo. Oliver, digo capitán Jones —rectificó Connor rápidamente, enojando aún más a William en el proceso por su atrevimiento—, no he hecho nada para quebrantar vuestra confianza en mí. Cuando bajé a la cubierta de sollado, ese idiota de ahí tenía tomado al prisionero por el cuello de la camisa a través de los barrotes de la celda por ser “un cerdo, casaca-roja.” Es cierto que le di un puñetazo, pero lo hice para que lo soltara.

    —¡Es un cerdo inglés de la Marina Real Británica! ¡Un casaca roja! ¿A ti que demonios te importa? ¿Por qué defiendes a los enemigos de los piratas? —estalló Héctor al lado de Oliver, mientras algunas gotitas de sangre resbalaban por los orificios de su nariz y caían en su camisa de lino manchada.
    William torció el gesto cuando Héctor se delató a sí mismo. El muy idiota le había dado la razón a Connor sin saberlo, pensaba el contramaestre enojado antes de soltar al susodicho y hacerse a un lado.

    —Hoy ha sido tu nariz, mañana puedes perder algo más. Si tú o cualquiera de esta tripulación se atreve a ponerle la mano encima —dijo Connor mirando especialmente a William— no dudes que acabaré personalmente con la vida de cualquiera que se atreve a intentarlo. Es, en efecto, una amenaza, por si no ha quedado lo suficientemente claro.

    —¡Oliver! —se quejó William— ¡No puedes permitir este comportamiento! ¡Tienes que hacer algo al respecto, debes empezar a imponer castigos más duros sino quieres que este —dijo de forma despectiva refiriéndose a Connor— acabe con toda la tripulación del Poseidón a este paso!


    Connor no recibió aquel día ningún castigo, aunque eso no significaba que no iba a recibir ninguno en los días venideros cuando escuchó que Oliver y William mantendrían una conversación en privado. Ya había anochecido cuando fue mandado llamar a testificar ante el capitán del Poseidón, después de que ambos hombres deliberasen arduamente a puerta cerrada en el camerino. Algo que al principio le pareció inusual y le hizo fruncir el ceño, dubitativo, dado las altas horas de la madrugada y debido a sus extraños acompañantes encapuchados que nunca antes había visto. Eran dos, y caminaban a ambos lados suyo en completo silencio.

    Una vez alcanzaron la cubierta del alcázar y abrieron la puerta del camerino del capitán sin llamar, quedó en claro para el espía británico que, por la cara de sorpresa del contramaestre, no esperaban su presencia a aquellas horas tan tardías, y menos a los otros dos hombres que lo acompañaban. Sin mediar ninguna palabra, los dos encapuchados desenfundaron sus espadas, antes envainadas a un costado del talabarte de cuero anudado a la altura de sus caderas. Al grito de << ¡ahora! >> inició la pelea, dejando en claro que o bien eran corsarios o asesinos a sueldos contratados por la Marina Real Británica con tan solo un objetivo; secuestrar o asesinar al capitán pirata. Y, por supuesto, como soldado leal a la corona, esperaban que el comodoro los ayudara en aquella ardua tarea.

    —Mata a ese idiota —dijo el hombre de su derecha hablando de William, pero sin saber si se refería a él mismo o a su compañero en gajes del oficio situado a su otro costado—. Yo me ocuparé de secuestrar al capitán.

    Durante una fracción de segundos, Connor no supo si ayudar a sus aliados o a sus supuestos enemigos. Era como si Connor y Morgan luchasen entre ellos por tomar el control de su cuerpo. La parte racional de su cabeza sabía que no debía interferir cuando el grandullón de su izquierda se abalanzó contra William. No obstante, su cuerpo se movió casi por inercia en cuanto vio peligrar la vida de Oliver nada más el corsario de su derecha se abalanzó sobre él, blandiendo su espada.

    Mientras William se encontraba en un tira y afloja por su vida con el filo de la espalda de su atacante bajo su garganta, Connor consiguió quitárselo de encima rebanándole la garganta desde atrás a sangre fría. Ambos hombres se miraron a los ojos sorprendidos de haber colaborado por primera en algo juntos sin malos entendidos, sin discusión de por medio o insultos entre ellos. Después de la disputa de aquella mañana, al contramaestre le costaba trabajo admitir que tal vez se había equivocado. Por su parte, el espía británico no podía creer que acabara de matar a un aliado para defender a su enemigo.

    —Gracias… —dijo finalmente William a regañadientes. Un hilillo de sangre resbaló por su garganta.

    Para cuando Connor se giró hacia el siguiente oponente, se encontró con un victorioso Oliver. A juzgar por la expresión de su rostro, deshacerse de aquel enclenque parecía haber sido un juego de niños. El capitán del Poseidón, a diferencia de su contramaestre, era un hombre ducho con la espada, comprendió el comodoro. <<secuestrarte no será tarea fácil, si tienes una espada en la mano>> pensó.

    El espía británico miró al capitán del Poseidón con cierto brillo de admiración en los ojos. El creciente deseo de batirse con él en un duelo le oprimía las entrañas en su interior. Sin lugar a dudas sería un oponente digno. Y Connor no conocía a muchos hombres que pudieran seguirle el rito con la espada en un entrenamiento y mucho menos en un combate a muerte como el que habían presenciado aquella misma noche.

    —Ya sé quién será mi nuevo compañero de entrenamiento mañana por la mañana— declaró el espía británico envainando la espada ensangrentada en su vaina.

    SPOILER (click to view)

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    La sonrisilla que se le ha quedado a Connor, después de ese guiño de ojo de Oliver xD



    QUOTE
    ¡LISTO! De verdad, perdón. Ahora me pondré al corriente, apenas estoy acostumbrándome al nuevo horario que tengo, y por el momento no he tenido tiempo por eso, además de lo acontecido un par de semanas atrás que me atrasó en demasía las respuestas que debo, todo por ello, pido perdón por tan poco ):

    No te preocupes, mujer! Yo ando dos semanas con gripe, un dolor de cabeza horrible, y dolor por todas partes. El lunes empecé a encontrarme algo mejor y por fin pude empezar a escribir la respuesta. Así que sí, te entiendo perfectamente. No worries ;)

    QUOTE
    Espero que la respuesta haya sido de tu agrado, casi un mes y me releeí todas tus hermosas respuestas que quedé con más y más. Ahora sí, he vuelto con esas ganas y energía (malditas enfermedades que me atacan): )

    Ya sabes que me gusta todo lo que escribes *^^* <3 Me alegra de que te haya dado tiempo a releerte todo porque tengo ganas ya de pasar al secuestro de Oliver. Como ves, ha sido un intento fallido. Estoy segura de que Connor quiere batirse en un entrenamiento con el capitán primero para saber la paliza que le espera, si llega a intentar secuestrarlo :XP:
    P.d: no te cortes en pegarle una somanta de palos porque tendrá su merecida revancha :b: :f:

    QUOTE
    Y, ahorita Griffin ya está metiendo más cizaña a Jones

    Necesitaba unirlos un poco para que luego venga William a Oliver con un; TE LO DIJE!!! :XD:

    Ains, veo que al final va a ser el propio Erick quien secuestre a nuestro querido capitán o un ataque sorpresa mientras duermen, no sé, no sé :=/: Porque después de hablar con Edward, tal vez Connor quiera sincerarse con Oliver *^^*

    QUOTE
    PD: ya estoy preparando la siguiente respuesta de nuestro hermoso pianista y nuestro soldado, que me has dejado con querer más. Armin, no vayas a la luz, por favor, jaja< 3

    Espero ansiosamente la respuesta ;P Como ves Hermann no es del todo malo, osea, no es Hans, pero no es tan malvado :XD:

    Nos leemos pronto! Espero que te vaya mejor en el trabajo! <3


    Edited by Volkov. - 23/11/2023, 21:49
  3. .
    15 de agosto de 1941. 11:11 am.
    Palacio de Jablonowski, antiguo ayuntamiento de Varsovia.

    <<servicios comunitarios>> pensó Hermann con una media sonrisa maliciosa en su boca, sentado en el sillón de cuero negro de su despacho situado en el ayuntamiento del palacio de Jablonowski. El ayuntamiento tenía un corte neorrenacentista inspirado en la arquitectura clasicista italiana con bóvedas de tracería, molduras fuertemente decoradas, ventanales de proporciones geométricas y suelos de piedra caliza inspirados en la corriente humanista.

    —Herr Hammersmark —llamó Friedrich a su lado, sacándolo de sus pensamientos mientras su sonrisa se deshacía en sus labios—, estas son las listas con los nombres de los judíos que hoy serán deportados al campo de exterminio de Treblinka. Por favor, firme aquí.

    Su secretario dejó las actas sobre el escritorio de madera. Por su parte, el oficial tomó la pluma caligráfica del bolsillo interior de la chaqueta negra de su uniforme y firmó sin hesitar hoja por hoja antes de estampar el cuño con el símbolo del águila heráldica del partido nacionalsocialista, bañado en tinta de color roja.

    —Herr Meyer, ¿cómo está el señor Lengyel esta mañana? ¿le has enviado los huevos cocidos y las tostadas con mermelada de fresa, tal y como ordené? —como oficial de las SS, Hermann sabía esconder muy bien sus emociones. Es por eso que, aunque su pregunta parecía carecer de importancia con la vista puesta en los documentos, el tono imperante de su voz reveló un interés oculto poco común en el oficial.

    Friedrich hizo ademán de decir algo cuando abrió la boca. Pero, de pronto, sintió la garganta reseca y volvió a cerrarla.

    —Herr Hammersmark —dijo con el miedo instalado en el timbre de su voz. Tragó saliva y su nuez de Adán subió y bajó al compás—, no ha sido posible entregar el desayuno al señor Lengyel porque su nombre aparece en el acta que usted mismo acaba de firmar. Ahora mismo debería estar de camino a…

    El secretario quiso añadir algo más a su explicación, pero el estruendo del puño cerrado del oficial al estamparse violentamente contra el escritorio de madera le hizo guardar silencio. Los papeles salieron disparados de cualquier manera por el suelo enmoquetado. A continuación, Hermann se levantó casi de un salto y el respaldo del sillón cayó de bruces al suelo con un sonido estrepitoso. Tomó a Friedrich por el cuello de su camisa blanca y lo estampó duramente contra la pared más cercana, acortando las distancias entre sus rostros de forma peligrosa.

    —¿¡Por qué demonios no me dijiste que su nombre estaba en la lista antes de firmar las actas, Herr Meyer!? —preguntó el oficial tan enojado que su cara estaba roja de ira.

    Friedrich lo miró sin comprender. No entendía por qué, de repente, la vida de un judío significaba algo tan importante para un hombre que detestaba abiertamente a los de su clase.

    —Herr Hammersmark, con el debido respeto —dijo su secretario, claramente atemorizado, mientras apoyaba la espalda contra la pared todo lo que podía—, usted mismo escribió de su puño y letra esas mismas listas hace unas semanas…

    Hermann le lanzó una mirada asesina, antes de soltarlo de malos modos para luego salir rápidamente de la habitación cerrando tras de sí de un portazo. En consecuencia, Friedrich tosió repetidas veces, intentando normalizar su respiración.

    🎹


    15 de agosto de 1941. 11:45 am.
    Estación central de trenes ferroviaria de Varsovia.

    —¡Alto! ¡Detengan ese tren! —gritó Hermann con la respiración desacompasada mientras su pecho subía y bajaba de forma acelerada, después de haber corrido durante al menos quince minutos por las calles y callejones de la capital varsoviana. No pudo hacer uso del coche oficial porque, de hacerlo, tendría que dar explicaciones al chófer para viajar a la estación central de trenes ferroviaria y luego escribir un parte explicando el motivo del porqué había utilizado los bienes del Tercer Reich para intentar salvar la vida de un judío.

    —Herr Oberführer, sin la autorización del comandante no podemos detener el tren. Le aconsejo que vuelva más tarde con la orden pertinente —dijo el teniente, encargado de coordinar las deportaciones con un tono de voz altivo. La cara redonda del hombre se le asemejó a un porcino con sus ojos muy juntos, y su nariz pequeña y respingona.

    En respuesta, el coronel desenfundó la Lüger negra de su faltriquera de cuero y le disparó entre ceja y ceja sin temblarle el pulso. La bala salió disparada por detrás de la cabeza del suboficial y su cuerpo inerte cayó al suelo con un sonido en seco.

    —¿¡Alguien más necesita “la orden pertinente” u os basta con la de vuestro Oberführer!? ¿¡No!? ¿¡Ninguno!? ¡Entonces os “aconsejo” que paréis ese tren ahora mismo antes de que cambie de parecer y os envíe de “vacaciones” a Treblinka después de escribir vuestros jodidos nombres en la próxima lista! ¡Abrid la puta vagoneta! ¡Ahora!

    Rápidamente, los soldados alemanes se precipitaron a detener el tren. Mientras tanto, Hermann gritó el nombre de Armin para localizarlo. Dos subalternos abrieron los pesados portones de madera del vagón. Al menos había entre treinta y cincuenta personas metidas allí dentro en condiciones infrahumanas, aunque aquel hecho no disuadió al oficial para tomar al judío por el brazo y arrastrarlo fuera del vehículo.

    —Camina —ordenó con un tono frío y seco, pero a juzgar por la expresión de su rostro había algo parecido a un sentimiento de preocupación escondido en el tono de su voz. Los soldados alemanes los miraron con el ceño fruncido, extrañados, pero nadie tuvo el valor necesario de detenerlos—. Maldita sea, ¿qué hacías en ese tren? ¿de verdad creíais que iba a ser tan fácil librarte de mí? ¡respóndeme!

    —¡Hermann! —gritó Hans detrás suyo para captar su atención, consiguiendo el efecto deseado. Tan solo Friedrich podía haberle dicho dónde estaba en aquel momento, pensaba Hermann viendo a su hermano gemelo aproximarse hasta ellos después de bajar de su Volkswagen negro mientras cojeaba y se apoyaba en su gayato de madera— ¡Suéltalo! ¡Le vas a hacer daño!

    Los dedos de Hermann estaban enroscados alrededor del brazo de Armin, como una serpiente alrededor de su presa. La diferencia es que él lo sujetaba con firmeza, pero no apretaba con fuerza.

    —Maldita sea, Hans, ¿ese es mi coche? ¿te has vuelto a hacer pasar por mí en mi ausencia?

    Sin pensárselo dos veces, el capitán tomó al judío por su brazo libre y tiró de él en su dirección para situarlo a su lado. Luego, posó su mano sobre su hombro de forma suave con intención de tranquilizarlo de algún modo. El oficial soltó al hombre de mala gana para no clavarle sus dedos en la piel en un forcejeo. A juzgar por la expresión en su rostro, no le había gustado ni un pelo ver la mano de su hermano gemelo sobre el hombro del otro.

    —Genial, Hans, acabas de meterte en problemas. Dime, ¿has pensado ya qué vas a poner en el reporte de vuelta? ¿qué fuiste a dar una vuelta a la estación de trenes de Varsovia para salvar la vida de una rata judía?

    —Tú has corrido desde el ayuntamiento hasta la estación central de trenes ferroviaria bajo este sol de justicia y también has matado a un hombre por salvar la vida de “esta rata judía”. Así que, si yo estoy en problemas, tú también lo estás.

    <<touché>> pensó Hermann, apretando su mandíbula cuadrada con fuerza, antes de chasquear la lengua con desaprobación para luego darles la espalda. Aquella tarde prometía ser bastante larga al tener que inventarse un reporte falso con testigos que sobornar, amedrentar o quitar de encima.

    🎹


    16 de agosto de 1941. 18:00 pm.
    Café-Restaurante Odette.

    —Armin —llamó Hermann a su espalda, nada más puso un pie dentro del café restaurante Odette.

    Sus ojos azules de motitas grises se detuvieron más tiempo del habitual en su indumentaria. Uno no necesitaba ser un oficial de inteligencia alemana para darse cuenta de que se había arreglado más de lo normal. Aquella camisa blanca y aquellos pantalones de color caqui jugaban a distraer su mirada. Sus pupilas dilatadas delataban lo bien que le quedaban aquellas prendas, aunque su lengua se mantuviese callada.

    —Quería —el oficial miró a izquierda y a derecha para asegurarse de que no había nadie cerca suya— pedirte disculpas por llamarte rata judía el otro día. Ya sé que no eres una persona propiamente dicha, pero tampoco eres como “los demás.”

    No, definitivamente, aquella no era la cara de una rata, pensaba Hermann. De repente, se descubrió a sí mismo observando el pelo castaño y los ojos azules de Armin. Una extraña sensación en la boca de su estómago, le hizo girar la cabeza a un lado. Otra vez esa sensación de atracción y repulsión en su interior le hizo sentir estúpido por mostrar debilidad por un judío, su enemigo.

    —Es posible que no entiendas lo que te voy a explicar, pero mi deber, como soldado alemán, es para con mi patria. Parte de mi trabajo consiste en neutralizar y erradicar los problemas. Sin embargo, cuando estoy cerca de ti, mi trabajo es más complico que de normal. A veces pienso; ¿es esta la cara de una rata? —Hermann hizo ademán de tocar su pelo castaño con la mano, pero finalmente desvió la trayectoria de sus dedos en el último momento hacia otra dirección— Tal vez no, pero, sin lugar a dudas, eres un problema. Y ya sabes cómo soluciono los problemas. No deseo hacerte daño. Pero no sé cómo tratar contigo.

    🎹


    16 de agosto de 1941. 20:00 pm.
    Café-Restaurante Odette.

    Un soldado alemán estaba sentado al lado de Armin cuando Hans apareció dos horas más tarde a su primera clase de piano en el café restaurante Odette. La mano del hombre descansaba sobre el muslo derecho del judío en una actitud demasiado cariñosa, ocasionada por los efectos del alcohol.

    —Vamos, no seas tímido, dame un beso — le pidió el soldado alemán acercando sus labios al oído del judío. Su aliento apestaba a una mezcla entre tabaco y cerveza de trigo.

    —Lo único que te va a dar va a ser una buena bofetada si continúas molestándolo de este modo —dijo el capitán, dejando caer ambas manos sobre los hombros de su subordinado para apartarlo a un lado. El hombre estaba tan ebrio que cuando se levantó rápidamente para cuadrarse delante de su oficial de mando, trastabilló con los pies y volcó un poco de cerveza de su jarra de cristal—. Retírese, soldado.

    Y así lo hizo el otro entre tambaleos. Hans tomó asiento en la banqueta de cuero al lado de Armin con una mueca de dolor en el rostro; su muslo parecía hinchado.

    —Lamento llegar tarde. Hoy parece que Hermann me tenía reservado más trabajo de lo habitual —el capitán dibujó con las manos una montaña de papeleo enorme. A diferencia de Hermann, Hans no parecía ser la clase de hombre que podía sentar sus posaderas en la silla de un despacho durante mucho tiempo. Por su cara de aburrimiento, se podría decir que estaba más acostumbrado a la acción. Y por la hinchazón de su pierna, se podría decir que ya había empezado a moverse más de lo debido— No sabes lo aburrido que es sentarse en una silla todo el día y no hacer otra cosa que papeleo de oficina. Ni te imaginas lo que hecho de menos a mi pelotón, la nieve bajo mi cuerpo cuando estoy apostado en el suelo con el francotirador, la adrenalina subiendo por mi cuerpo cuando es necesario apretar el gatillo… pero, sobre todo, hecho de menos las clases de piano.

    Hans pasó a explicarle su breve paso por el conservatorio de música de Königliches en Múnich, la cara de enojo de la profesora Frau Wolters cada vez que se equivocaba de tecla y de cómo su padre, el comandante de la 7ª división de la Luftwaffe, Dieter Von Hammersmark, le obligó a dejar de lado su sueño de convertirse en músico para dedicar su vida en cuerpo y alma al ejército. Entre otras cosas, le confesó que entre sus artistas favoritos se encontraba Wagner, Bach, Mozart o Beethoven, pero que también era un gran admirador secreto de la contemporánea cantante francesa Édith Piaf o el americano Frank Sinatra, entre otros.

    —Aunque la cámara de música del Reich lo prohíba, confieso que soy un gran admirador secreto de la música Jazz y la música Swing. Antes de que la guerra estallara, solía ir a bailar al club nocturno Die roter High-Heel en Berlín. Por supuesto, la Reichsmusikkammer acabó cerrando el local al considerarlo como música degenerada. Pero créeme cuando te digo que era el mejor bailarín de la zona; si pudiera mover mi pierna, te sacaría a bailar esta misma noche para demostrarte que digo la verdad. ¿Sabes bailar Armin, o eres otro aburrido más como mi hermano Hermann? — bromeó Hans entre risa y risa con una naturalidad y calidez que su hermano gemelo carecía.

    El oficial pasó su brazo izquierdo por detrás de la espalda del judío, mientras que con la derecha tomaba su mano para simular un paso de seis tiempos. De modo que apoyaba su cuerpo de lado con el del otro para formar una uve, como si en verdad estuvieran bailando.

    —Por cierto —dijo Hans separándose de Armin, y ganándose más de una mirada extraña por parte de sus camaradas—, ¿nadie te ha dicho todavía lo bien que te queda esa ropa? Parece que en vez de ir a una clase de música, tengas una audiencia en la ópera de Viena.

    SPOILER (click to view)

    Hermann, cada vez que Armin está cerca :XP:


    QUOTE
    ¡Lamento mucho la tardanza!

    No pasa nada, supuse que estarías o liada o enferma. Espero que estés mejor ;)
    P.d: No sabes lo contenta que me puse leer tu respuesta! <3

    Uff a ver es que Hermann es malo, pero es el villano malo que puede acabar como Loki, ¿sabes? :XD:
    En plan: las dos sabemos que va a hacer sufrir a Armin, pero la opción está abierta *^^*
    Digamos que Hans tiene vibes royo golden retriever y Hermann es más una mezcla entre malinois y chihuaha rabioso jajaja :XD:

    P.d2: ¿servicios comunitarios? :XD: ya verás "los servicios comunitarios" que le esperan a Armin de la mano de Hermann jaja :f: *risa malvada*

    QUOTE
    Estoy leyéndome Los Hornos de Hitler

    Tiene que ser un gran libro, pero admito que no me lo he leído. Sin embargo, hace algún tiempo que me leí Noche y Niebla que va más o menos de este royito, por si te interesa ;)

    QUOTE
    PD2: me voy a poner con la respuesta de nuestros bellos piratas, Oliver y Connor< 3

    No sabes las ganas que le tengo a ese rol :XD: <3 Es que sencillamente es hermoso *^^* Pero creo que va siendo hora de darle drama y hacer sufrir a todos un poco con mi siguiente post. Aviso :XP:


    Edited by Volkov. - 7/11/2023, 05:03
  4. .
    —En efecto, se explica usted como un libro abierto. Y ya que no esquitamos en detalles, permítame devolverle el favor de su sinceridad puntualizando los pormenores de nuestro trato. Si mantiene a Edward Norrington a salvo, siempre podrá contar con mi espada en la batalla, o mi disposición en su alcoba. Pero, si lo entrega como moneda de cambio a la Marina Real Británica, tenga por seguro que no habrá océano ni tampoco mar que le ayude a escapar de mi… —Connor Norrington quiso añadir algo más a su amenaza camuflada en forma de aviso. Pero enmudeció de súbito al sentir la mano de Oliver Jones detrás de su nuca, antes de que callara su lengua con un beso hambriento.

    El comodoro británico pensaba que acostarse con unos y otros podía significarlo todo, o podía no significar nada. Por el contrario, los besos a menudo tenían un carácter más íntimo, relacionado normalmente con las muestras de amor. Este es el motivo por el que siempre se había rehusado a dar besos a sus enemigos, ladeando la cabeza a un lado. Pero, aunque esta regla se aplicaba a todos por igual, lo cierto era que el capitán pirata era la excepción que confirmaba la norma; deseaba, desesperadamente con urgencia, besar, lamer y morder sus labios llenos de heridas y cicatrices, pero irresistibles y apetitosos al mismo tiempo, en su opinión.

    Connor Norrington sintió un cosquilleo en el bajo vientre de su estómago en cuanto notó la lengua experta de su enemigo abrirse paso entre sus labios sin miedo o compasión, como lo haría en un combate a muerte, con la espada en la mano, sobre la primera cubierta del Poseidón. Sin lugar a dudas, Oliver Jones era un hombre experimentado, por lo que capituló ante sus besos con torpeza, pero de buen agrado. La profundidad del beso dejó al comodoro británico jadeando sin aliento durante unos segundos, mientras sentía como un hormigueo recorría sus labios hinchados y humedecidos. Que iluso había sido al pensar que el capitán pirata le daría un tiempo muerto para recuperar la compostura con sus dedos enredados en su cabello y su cuerpo pegado al suyo.

    Connor Norrington estaba acostumbrado a las miradas indiscretas de Lady Elizabeth Turner, y no a las manos duchas de Oliver Jones deslizándose desde el moretón de su cuello hasta su pecho por debajo de su camisa de lino de color negro. No se regía por ninguna norma de etiqueta y tomaba todo cuánto quería sin preguntar, como aquella vez en que su mano se detuvo sobre su entrepierna por encima de la tela basta de su pantalón oscuro. Sorprendido, su respiración se tornó más pesada, y su pecho subió y bajó de forma desacompasada, al mismo tiempo que su enemigo movía su mano con movimientos lentos y bien calculados.

    El comodoro británico hizo ademán de ceñir sus dedos largos entorno a la muñeca del contrario, no se sabe si con intención de detener su accionar o para marcar el ritmo. Aunque, fuera como fuera, su mano se cerró en el aire cuando el capitán pirata se hizo a un lado con una mirada indescifrable en el rostro. Connor Norrington lo miró sin comprender, notoriamente confundido a juzgar por aquella arruga que cruzaba el centro de su entrecejo. Aunque la habitación estaba medio a oscuras, pudo ver con claridad a un experto Oliver Jones inseguro y extrañamente entristecido, a juzgar por su expresión.

    —De acuerdo, capitán, como usted quiera. Entonces volveré esta misma noche al HMS Providence a solas para “negociar” personalmente con el almirante Wilson, antes de que zarpemos al alba —dijo Connor Norrington, apartándose del alcance de su mano, con intención de ¿ponerlo celoso? Por alguna razón, se sintió incómodo, no por el rechazo, pero sí cuando pensó en Jack Turner y Oliver Jones juntos.


    —Sigue a Bones y averigua en qué líos anda metido —había dicho el contramaestre Griffin al marinero Jacob, pasada ya la media noche. El joven había aceptado el encargo no de muy buen agrado, sin saber si se trataba de una orden directa de su superior de mando o del capitán del barco—. No me mires así, Oliver, no me fio de él ni un pelo, y tú deberías empezar a hacer lo mismo por mucho que te gusten vuestras “conversaciones” a puerta cerrada en el camerino. Si tan seguro estás de él, dime; ¿por qué se alistó en el Poseidón? ¿dónde has visto pelear así de bien a un marinero sin recibir entrenamiento? ¿por qué protege a Edward Norrington? Y, tal vez la más importante de todas, ¿quién demonios es Morgan Bones?

    Jacob siguió a Connor desde la famosa taberna de la Old Avery hasta el orgullo de la Marina Real Británica, el navío de línea, el HMS Providence, guardando una distancia prudencial y escondiéndose detrás de los cargamentos de las fragatas mercantes que comerciaban con azúcar, telas de seda y especias. La creciente oscuridad y el vaivén de las mareas regidas por las fases de la luna le hubieran servido de gran ayuda para pasar inadvertido si no fuera por el excepcional oído y el riguroso entrenamiento del comodoro británico como espía. Se le notaba nervioso, a juzgar por la expresión preocupada en su rostro. No quería meterse en problemas con un hombre que no había hesitado en matar a otros tres sin temblarle el pulso.

    Lo primero que llamó la atención del joven marinero fue el alto que hizo su compañero en gajes del oficio, dándole la espalda como si de alguna forma supiera que estaba allí, escondido en alguna parte del dique. Lo segundo fue que ninguno de los dos soldados ingleses, apostados a ambos lados de la entrada a la primera cubierta, le pidió la patente de corso para identificarlo y, por el contrario, se cuadraron con los hombros hacia atrás y la mirada al frente, como si llevaran tiempo esperándolo.

    —Todo a estribor a quince nudos. Zarpamos a mar abierto —ordenó el comodoro británico a su subalterno a su lado con intención de dejar en tierra firme a quien quiera que lo andaba siguiendo. El hombre, bendecido con el rostro de un querubín de rizos rubios y ojos azules, se apresuró a salir corriendo a paso ligero para trasmitir la orden al timonel del barco, mientras el segundo recogía la escalinata de madera por donde su oficial de mando había subido al navío.

    En menos de diez minutos el HMS Providence alzó el ancla, alimentó los fuegos de sus calderas y desplegó el velamen para adentrarse lentamente a mar abierto, levantando olas de más de tres metros de altura por la zona de estribor. Esto hizo que el joven marinero acabara con la ropa mojada y arrugada de los pies a la cabeza, después de nadar varios metros desde la orilla de la playa hasta la cubierta de popa; el agua era oscura, y tenía un reguero salado en la punta de su lengua, mientras nadaba. La madera mojada y resbaladiza le amenazó con perder pie al mismo tiempo que trepaba el castillo del alcázar, ayudado por el juego de cuerdas y nudos de las velas que formaban el palo trinquete y el palo central. Sabía que una caída libre desde más de cuatrocientos pies de altura suponía una muerte instantánea, por lo que se agarró con todas sus fuerzas a las ataduras hasta que sus manos se tornaron rojas y el mimbre hizo mella en sus palmas mullidas.

    Jacob vio a su compañero y a otro hombre en la sala del consejo, a través de los grandes ventanales del camerino decorados por pesados cortinajes de terciopelo rojo como el vino tinto. No podía oír lo que de decían por culpa del refuerzo de cristal, pero podía ver claramente todo lo que acontecía en el camerino.

    —He oído por ahí que realmente estáis “interesado” en este tal capitán pirata, comodoro Norrington —dijo Erick Wilson con desprecio en su tono de voz, mirando fijamente a los ojos de su subalterno. Su mirada fría parecía guardar un rincón cálido exclusivamente para Connor Norrington.

    —Mi “interés” por Oliver Jones es meramente profesional, almirante Wilson —respondió el comodoro británico con intención de restarle importancia al asunto. Pero el almirante no le creyó en absoluto, luciendo aquel moretón en el cuello.

    —Demuéstremelo —le pidió Erick Wilson, acortando las distancias entre ellos hasta quedar cara a cara el uno con el otro. La diferencia de alturas era considerablemente notable entre ambos, siendo el almirante un par de cabezas más bajo—. Acabe con la vida de Oliver Jones esta misma noche.

    Connor Norrington permaneció muy quieto con una expresión seria en su rostro. No parecía por la labor de hacer lo que Erick Wilson le había ordenado. Sin saber muy bien por qué, su mente evocó los labios, rosados y carnosos, de Oliver Jones. El recuerdo de su delicioso aroma le produjo un cosquilleo en el bajo vientre de su estómago después de besarlo horas antes en la habitación, a diferencia del nudo en la garganta que le producía la cercanía de su compañero en gajes del oficio.

    —¿Y si me niego…?

    —Si se niega, dejaré que el almirante Fairborne cuelgue al capitán Norrington de la horca después de darle la espalda a la Marina Real Británica para dedicarse a la piratería, y a usted se le presentará un consejo de guerra en Londres por matar a dos soldados ingleses para intentar enmascarar los crímenes de su hermano pequeño. Soy su único aliado en el consejo, deme “lo que más deseo” y le aseguro que el capitán Norrington no sufrirá ningún daño. Al fin y al cabo, “su interés por Oliver Jones es meramente profesional” ¿No es así, comodoro Norrington? —el comodoro miró a su superior de mando duramente a los ojos con cara de enojo después de su intento de coacción y la amenaza implícita de colgar de la horca a su hermano pequeño, sino acababa con la vida del capitán pirata a cambio. El almirante ignoró a propósito las emociones de su subalterno y se inclinó de puntillas para juntar sus labios con los del otro en un beso no correspondido.

    En respuesta, Connor Norrington le dio un empujón de malos modos para apartarlo de su lado, y luego tomó a Erick Wilson por la solapa de su casaca de color azul marino para estamparlo violentamente contra la pared del camerino. Algunos cuadros cayeron al suelo debido a la fuerza del impacto. A juzgar por la expresión del rostro del comodoro, se lo notaba claramente enojado. Lástima que Jacob no pudiera apreciar aquel detalle tan importante debido a que estaba de espaldas a su posición.

    —Sí, este es el Connor que me gusta y conozco; violento en la cama y temperamental en batalla —dijo el almirante, tuteándolo, mientras sonreía de forma triunfal y evocaba las muchas veces que sus peleas habían culminado bajo las sábanas, en la cama. Adivinando sus pensamientos, el comodoro volvió a soltarlo de malos modos con una expresión de aversión dibujada en su rostro—. Puedes seguir sumando años a tu codena en prisión en Londres agrediendo a tu oficial de mando, después de haber matado ya a dos compañeros tuyos, o puedes volver a ser mío y acabar con la vida de Oliver Jones una vez des con el tesoro para ahorrar la horca a tu hermano pequeño. Tú eliges, Connor.

    —¿Por qué insistes en meter a Oliver Jones en todo esto? Ya te he dicho que no significa nada para mí, Erick.

    —Si no significa nada para ti, entonces bésame de una maldita vez o lo mataré yo mismo esta noche, después de contarle que su querido Morgan Bones es en realidad un espía del imperio británico— le amenazó el almirante muy serio. Por primera vez el rostro del comodoro se contrajo en una mueca de tensión mezclada con algo parecido al miedo.

    En aquel momento, el comodoro comprendió que al almirante le importaba un bledo la vida de su hermano pequeño y el tesoro de Hernán Cortés. Su objetivo siempre había sido volver a estar juntos, aunque tuviese que valerse de las tretas y artimañas más rastreras para conseguir su objetivo. Del mismo modo, Connor Norrington entendió que los celos enfermizos de Erick Wilson podían poner en riesgo la misión y que, aunque no estuviese dispuesto a reconocerlo en voz alta, tal vez Oliver Jones sí le importaba de algún modo. No quería tener que matarlo, pero tampoco podía dejar morir a su hermano pequeño.

    De este modo, decidió que lo más sensato sería dar a Erick Wilson lo que más deseada para asegurar el bienestar tanto de Edward Norrington como de Oliver Jones. Con paso taciturno, el comodoro se acercó hasta el almirante, asió la solapa de su chaqueta con fuerza para acercarlo en su dirección y besó sus labios en algo parecido a un beso carente de cualquier tipo de emoción. No sintió ningún cosquilleo en el bajo vientre de su estómago cuando se separaron, y tampoco lo disfrutó en absoluto. Lo que si sintió fue una culpa creciente en su interior al pensar en la cara que pondría el capitán pirata si se enteraba que había besado a otro hombre la misma noche que lo había besado a él.

    —¿Sabes lo que estoy pensando, Connor? —dijo de pronto el almirante en un susurro por lo bajo sobre sus labios, interrumpiendo sus pensamientos. Su aliento revolvió el estómago del comodoro—. Tal vez tengas razón y acabar con la vida de esa sanguijuela enfurezca al almirante Fairborne, sino damos primero con el tesoro. Así que, creo que lo mejor será que secuestres al capitán pirata y lo traigas al HMS Providence en calidad de prisionero.

    —Si lo hago, ¿qué le pasará después de que nos hagamos con el tesoro? —Erick Wilson sonrió de medio lado con malicia, como si la respuesta fuera tan evidente que no requería ser contestada en voz alta. Connor Norrington tuvo un mal presentimiento en aquel momento, pero no dijo nada.

    —Eso depende de ti; puedes elegir entre el trato de cuerda, la quilla, o la horca.


    Cuando Connor Norrington regresó a la taberna de la Old Avery, aún no habían despuntado los primeros rayos de sol. La tripulación del Poseidón dormía plácidamente a pierna suelta; algunos en sus respectivos cuartos, otros tirados sobre el suelo sucio o sentados en las sillas con la cabeza reposando sobre sus brazos y una botella de licor medio vacía aún en la mano. Aunque cansado, subió las escaleras de madera en sigilo con pasos seguros y ladinos. Sin hacer ruido, abrió el picaporte de la puerta de su habitación con un único objetivo; encontrar a Oliver Jones.

    El primer instinto del comodoro británico fue llevar la mano a la empuñadura de su espada, envainada en el talabarte de su cinturón de cuero negro atado a su cintura, con intención de cumplir con su misión. Pero, al ver al capitán pirata tumbado en la cama, pareció olvidar el motivo por el que estaba allí y sus dedos cambiaron de dirección para hacer a un lado algunos mechones de su pelo revuelto a un lado. Su cabello, aunque algo sucio, era lacio, pensaba mientras observaba su rostro desmejorado por las ojeras y cicatrices, aunque apuesto y atractivo al mismo tiempo. Definitivamente, aquel no era un rostro de una sabandija, se dijo retirando su mano a un lado de su costado.

    Connor Norrington se pasó una mano por detrás de su nuca con la indecisión dibujada en su rostro, antes de poner los brazos en forma de jarra y soltar un suspiro resignado, mirando a un rincón de la habitación. No podía poner en riesgo la vida de Edward Norrington, pero también quería darle a Oliver Jones una oportunidad de defenderse en condiciones. No sería justo, pensaba para sus adentros mientras cruzaba la habitación de dos zancadas para abrir otra vez la puerta y cerrarla de forma sonora con intención de despertarlo, como si entrara por primera vez en el cuarto. Puede que tuviera que cumplir con su misión, pero no sería en el día de hoy, se dijo.

    —Buenos días, capitán, traigo buenas y malas noticias —dijo el comodoro británico, acercándose a los pies de la cama. Miró al capitán pirata a los ojos, pero pronto sus pupilas se deslizaron por sus labios, cuello y pecho, antes de volver a subir a su rostro— Primero, las malas; el pobre Jacob va a coger un resfriado después de seguirme a mar abierto, nadando. Erick Wilson me ha propuesto secuestrarlo para que los guíe hasta el tesoro de Hernán Cortés, a cambio de algo que realmente quiero. Y… —dudó, tragó saliva, y su nuez de Adán subió y bajó con nerviosismo al compás. De pronto, tenía la garganta reseca—, antes de que se lo diga Jacob, prefiero hacerlo yo mismo; Erick Wilson me besó. La única buena noticia es que no fue correspondido, y tampoco me gustó.

    SPOILER (click to view)

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    Literalmente Connor después de su conversación con Erick



    Uff, vamos por partes;
    Lo primero, Connor no sabe si Oliver estaba o no durmiendo. Tal vez Jacob se le haya adelantado y ya le haya contado alguna versión de los hechos diferente a lo realmente sucedido. Puede haberle dicho que hubo besos y más, y que lo suyo con él puede ser sólo un "entretenimiento" :XP:

    Necesito que Jacob meta zizaña entre estos dos, tan solo para ver al pobre Connor sufriendo :XD:

    Yo veo a Connor en un momento dado contándole la verdad a Oliver para pedirle ayuda. Eso de "algo que realmente quiere" es proteger a su hermano; pero evidentemente a Erick le importa tres pitos.

    Oliver solo tiene que saber elegir las palabras adecuadas y rascar un poco, proponer un buen trato y tendrá a Connor al borde de contarle la verdad. Como ves, ya no sabe para dónde tirar, el pobre está confundido por culpa de un piratilla buenorro *^^*

    De cara adelante, veo a Oliver intentando ser secuestrado y a Connor con un pie en cada lado. No quiere que los hombres de Erick lo secuestren, cuando vea que se está retrasando demasiado, pero tampoco puede permitir que la Marina le ponga la mano encima porque lo cuelgan fijo. P.d: Oliver, Connor necesita ayuda desesperadamente :XD:

    Necesitamos un entrenamiento sobre la cubierta del Poseidón, Oliver y Connor para liberar tensiones entre ellos :XD: :f:

    QUOTE
    Pero no eran celos.

    No, claro que no :XD: <3 Los celos los que le van a dar a Oliver ahora, y con motivo :XP:

    QUOTE
    De ser cierto, que hayas tenido algún lío con Erick Wilson, espero que no tengas problemas más adelante

    Querido Oliver, lamento decirte que los problemas de Connor son también los tuyos de ahora en adelante ;P

    Y de momento eso es todo!
    Nos leemos pronto! <3


    Edited by Volkov. - 23/10/2023, 07:25
  5. .

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    Armin Lengyel

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    A7PEBo6

    Hans Von Hammersmark
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    Varsovia, Polonia.
    13 de agosto de 1941.
    Estación central de trenes ferroviaria.

    —Herr Hammersmark, entonces, ¿cómo quiere que separamos a las personas? —preguntó con voz temblorosa, Herr Friedrich Meyer, el secretario general de Hermann Von Hammersmark. Sobre su rostro bondadoso, unos mechones de pelo blanco le bordeaban la amplia cúpula calva de la frente.

    —Los judíos no son personas, Herr Meyer; son sucias ratas declaradas enemigos públicos de Tercer Reich. Harías bien en recordarlo —dijo Herr Hermann Von Hammersmark, un oficial de las SS que, a sus treinta años de edad, ya se encargaba de la administración del gueto de Varsovia y también de su aniquilación total. Era fuerte y corpulento, con los ojos azules salpicados de motitas grises y el pelo claro y rubio perfectamente peinado hacia atrás con la raya a un lado—. Los vejestorios de tu edad, jóvenes, enfermos, y discapacitados formarán una fila nada más bajar del vagón y serán fusilados con un disparo. Intenta ponerlos en fila, así ahorramos en munición. A los profesores, músicos, poetas y libres pensadores izquierdistas serán asignados al gueto A. Las cámaras de gas ya deberían estar en funcionamiento, eso significa que en una jornada laboral de catorce horas podemos deshacernos de entre doce a quince mil judíos por día. A los trabajadores como soldadores, alfareros, mecánicos o electricistas, separarlos en el gueto B. Pueden servirnos de utilidad para la guerra, antes de que los deportemos a los campos de concentración de Majdanek y Auschwitz.

    Su secretario se acomodó las gafas de cristales redondos en el puente de su nariz y escribió a toda prisa con una pluma caligráfica toda la información recibida sobre una hoja de papel. Su caligrafía era perfecta e impecable.

    —Maldita sea, Herr Meyer, ¿por qué no viene de una jodida vez el tren? ¡Ya llega cinco minutos tarde con este calor insoportable! —Hermann se deshizo de su gorra negra, decorada con una calavera plateada en el centro, para limpiarse las gotitas de sudor de su frente con el reverso de la manga de su camisa blanca. Su uniforme de las SS íntegramente negro con la cruz de hierro colgada a un lado en el pecho y la esvástica negra sobre un fondo de color rojo y blanco en su brazo izquierdo, no era la mejor opción que llevar puesto en un verano tan caluroso como aquel— Seguro que es culpa de esos sindicalistas del sistema ferroviario nacional de la Deutsche Reichsbahn. Hazme un hueco en la agenda, les pagaremos esta semana con una visita sorpresa.

    —Sí señor. ¿Mandamos a los judíos del gueto A al campo de trabajos forzados primero?

    —No seas ingenuo, Herr Meyer, ¿acaso has visto alguna vez las manos de un músico sujetando una pala o un pico? No, nada de mentiras sobre el campo de trabajos forzados de Ucrania. Los enviaremos directamente a los campos de exterminio de Belzec, Sobibor y Treblinka aquí, en Polonia —aclaró el oficial, peinándose con la mano su pelo lacio hacia atrás, antes de volver a acomodar la gorra sobre su cabeza— ¿Cuántos judíos vamos a tener que procesar hoy, Herr Meyer?

    El secretario dio un rápido vistazo a sus papeles.

    —El tren de mercancías tiene cuarenta y cinco vagones, Herr Hammersmark. Eso hace un total de aproximadamente dos mil quinientas personas —Friedrich quiso añadir algo más, pero fue abruptamente interrumpido.

    Con la mano derecha cerrada en un puño, Hermann le cruzó la cara de un sonoro puñetazo. La fuerza del impacto fue tan fuerte que Friedrich cayó de bruces contra el suelo con un cristal roto, la nariz sangrando y el uniforme de color verde oliva manchado de polvo, después de rodar por el suelo. Esto originó que los soldados alemanes del escuadrón de las SS, apostados en una hilera tras ellos, rieran disimuladamente por lo bajo.

    —¡Son judíos! ¡Sucios y asquerosos judíos! —gritó el oficial con la cara roja de ira y las venas del cuello marcadas, como gusanos reptando por su garganta—. ¡Vuelve a referirte a ellos como personas y te meto una bala entre ceja y ceja, ¿entendido, Herr Meyer?

    —Sí, Herr Hammermark. Lo siento mucho, Herr Hammersmark. No volverá a pasar —dijo su secretario con sus ojos de ratón aterrorizado, recogiendo a toda prisa los papeles esparcidos por el suelo—. Como decía calculo que, de esos dos mil quinientos judíos, tan solo sobrevivirá la mitad. No tienen comida, ni tampoco agua, y la ventilación es bastante mala, ya que solo disponen de una ventana pequeña por vagoneta.

    Un par de gotas de sangre resbalaron de su nariz y cayeron directamente sobre sus apuntes, manchándolos de rojo. No se había percatado hasta entonces, pero tenía el tabique nasal roto y fracturado.

    —Mejor, así nos ahorran faena. Hoy quiero llegar pronto a casa. Mi hermano vuelve mañana del frente ruso para quedarse ocho semanas con nosotros en Varsovia. El muy idiota recibió un disparo en la pierna y la Wehrmacht lo manda derechito a casa; que vergüenza para el ejército alemán —comentó el oficial, profundamente decepcionado, negando con la cabeza de un lado para otro—. Debería haber muerto de forma honorable, y no haber vuelto a casa con el rabo entre las piernas como un cobarde.

    Seis horas más tarde, el tren de mercancía llegó a la capital de Varsovia. Su demora se debió a que la Deutsche Reichsbahn dio prioridad de paso a sus trenes militares, destinados a combatir a los rusos en el este y a los americanos, ingleses y franceses en el oeste. Como consecuencia, los judíos tuvieron que esperar seis horas extra, a las dos semanas que ya llevaban de viaje sin comida ni agua. Por lo que cuando los soldados alemanes abrieron los pesados portones de madera, los cadáveres se contaban por decenas de miles.

    Hermann Von Hammersmark reprimió una arcada en su garganta, el hedor a putrefacción era nauseabundo. De los dos mil quinientos pasajeros solo un total de cuarenta y cuatro hombres sobrevivieron al viaje, por lo que los soldados alemanes pasaron más tiempo sacando los cuerpos en avanzado estado de descomposición debido al sofocante calor, antes de empezar a procesar a los supervivientes. Las paredes, el suelo y el techo estaban llenos de arañazos, uñas rotas, sangre seca, excrementos y orina esparcida a lo largo y ancho del vagón.

    —¡Malditos sindicalistas de la Deutsche Reichsbahn! ¡No tienen ni puta idea de con quién están tratando! —estalló furioso el oficial, después de haber tenido que esperar seis horas bajo un sol de justicia y otras seis en vaciar y limpiar todos y cada uno de los vagones con una manguera de agua fría a presión.

    Un hombre se salió de la fila para beber de un charco, sucio y embarrado. Hermann Von Hammersmark miró con una mueca de aversión aquella escena, antes de ordenar su ejecución con un movimiento de cabeza. Su subordinado no hesitó en volarle la cabeza de un disparo con su Mauser K-98, esparciendo sus sesos por el suelo. El cuerpo sin vida del hombre calló desplomado contra la tierra batida, antes de que dos soldados alemanes lo lanzaran de cualquier forma sobre la pira de cadáveres apilada en una montaña.

    —Prenderle fuego en una fosa común—ordenó sin titubear—. Y ahora vamos a empezar a procesar a esos malditos judíos antes de que cambie de opinión y les… —Hermann guardó silencio al ver por primera vez a un hombre joven de pelo castaño y mirada azul entre la multitud de los supervivientes que formaban una fila en frente suya.

    Todo eran hombres desnutridos, cubiertos de mugre, y vestidos con harapos sucios y ajironados. La mirada incrédula del secretario saltó del oficial al joven y viceversa en silencio. Un par de soldados alemanes montaron una silla de madera y una mesa pequeña al lado de las vías ferroviarias de forma improvisada. Sobre la mesa había documentos oficiales del estado, un tintero y una pluma caligráfica.

    —¿Nombre? ¿Edad? ¿Profesión? —preguntó bruscamente el soldado alemán, sentado en la silla, al joven. El hombre de mediana edad lucía una papada grasienta y un estómago prominente, ceñido por un cinturón de cuero—. Este es inservible; Müller, Steiner, ejecutadlo.

    Dos soldados alemanes se posicionaron a ambos lados del judío para llevárselo por la fuerza fuera de la fila. Sus dedos, gruesos y cubiertos de hollín, se enroscaron con fuerza alrededor de su piel como dos tenazas de hierro fundido. A continuación, lo lanzaron de malos modos contra el suelo, junto a la pila de cadáveres. Uno de ellos sacó su Lüger negra de su faltriquera de cuero y apuntó directamente contra el pecho del joven en frente suyo, dispuesto a abrir fuego en cualquier momento.

    —¡Alto! —gritó el oficial con voz autoritaria y potente, aproximándose a paso ligero en dirección hacia ellos. Su secretario le pisaba los talones de cerca con una cara de desconcierto y sorpresa, después de verlo interceder por la vida un judío. Ambos soldados se cuadraron ante su superior de mando con la espalda recta y la mirada al frente— ¿Qué ocurre aquí? ¿Por qué queréis deshaceros de este hombre? No está manco. Ni tampoco cojo. ¿Verdad, Herr Meyer?

    —Verdad, Herr Hammersmark —corroboró su secretario, dándole la razón como siempre; la tuviese o no.

    Hermann lo ayudó a ponerse en pie de nuevo, sujetándolo por el codo. Sus ojos azules de motitas grises no podían apartar la vista del joven entre una mezcla de admiración y sorpresa. Tenía las pupilas negras dilatadas y más grandes de lo habitual cuando un escalofrío le recorrió la espalda, erizándole el vello rubio de sus brazos.

    —Friedrich —llamó Hermann, unos segundos después, poniendo fin al contacto visual y volviendo bruscamente de vuelta a la realidad—, trae agua, y procura que esté fría —. Friedrich no reaccionó de inmediato, pero en cuanto el oficial le lanzó una mirada asesina por encima del hombro, el secretario se apresuró a salir corriendo a toda prisa.

    —Herr Hammersmark —interrumpió el soldado más gordo de los dos con la frente perlada de sudor, la chaqueta del uniforme manchada con cercos bajo las axilas y los mofletes rojos por culpa del esfuerzo que le suponía moverse de un lado para otro en pleno agosto con su sobrepeso y aquel sofocante calor—, este hombre no sirve para trabajar; es músico, y además tiene un pequeño de diez años a su cargo.

    —Tú estás gordo y tampoco sirves para este trabajo. La próxima vez que abras la puta boca sin hacerte una pregunta directa, te envío directo a Treblinka. ¡Fuera de mi vista! ¡Ahora! —ordenó Hermann vociferando a pleno pulmón, antes de volverse hacia el joven con un tono de voz más relajado—. Por favor, bebe— dijo en polaco con un acento alemán muy marcado.

    El oficial le indicó al secretario con un movimiento de cabeza que le entregara el vaso de agua. Friedrich se acercó hasta el joven y se lo ofreció con las manos temblorosas. Algunas gotitas de agua salpicaron sus botas negras. <<mantente callado, chico>> le aconsejó en un susurro por lo bajo casi inaudible, antes de volver al lado de Hermann.

    —¡Friedrich! —gritó el oficial, sobresaltando al secretario. Quien dio un respingo en respuesta —. Que este hombre sea trasladado al gueto A. No quiero que nadie le ponga la mano encima. Me he explicado claridad, ¿verdad Herr Meyer?

    —Verdad, Herr Hammersmark.

    🇩🇪


    Varsovia, Polonia.
    14 de agosto de 1941.
    Café-Restaurante Odette.

    El café-restaurante Odette estaba situado en el gueto A entre la calle principal y el río Vístula. El establecimiento de lujo había sido concurrido en un principio por la clase burguesa judía debido su gama de cocina alta con platos combinados como pierogi, bigos, kielbasa y sopa borsch, y también al ambiente clasista acompañado de la mano de una orquestra de violines, violonchelos, piano y voz. Aunque, con la reciente llegada de los alemanes, ahora era el sitio predilecto de los soldados y oficiales para emborracharse, después de una larga jornada de trabajo. Todo el personal de servicio eran ciudadanos polacos de origen judío que habían conseguido, de un modo u otro, un permiso de trabajo para evitar ser deportados a los campos de exterminio. Dicho permiso de trabajo no exentaba a los soldados alemanes de actuar de las formas más crueles y vejatorias. El lunes un soldado violó a una camarera, el martes Hermann ordenó la ejecución inmediata de un cocinero porque la sopa estaba fría, y el miércoles el pianista recibió un puñetazo en el ojo izquierdo porque había dejado de tocar el piano sin su permiso.

    —¡No puede ser! Pero, ¿qué ven mis ojos? ¡El capitán Hans Von Hammersmark sigue vivo! —gritó, Herr Adler Schneider; miembro actual de las operaciones especiales de las SS y ex soldado de la 6ª compañía del 34º regimiento de infantería de la Wehrmacht. Su voz grave y potente se escuchó desde la entrada del local hasta los fogones de la cocina por encima de las conversaciones amenas y la melodiosa música de un piano de cola.

    Con sus más de dos metros de altura, Adler era un gigante con el cuello grueso de un toro, los hombros anchos, una cicatriz en el labio, y músculos más grandes que la cabeza de su ex capitán y también amigo, Hans Von Hammersmark. Había perdido su ojo izquierdo, ahora cubierto por un parche de cuero de color negro, después de haber recibido un disparo en la cabeza en la Operación Barbarroja, y también varios dedos de las manos por culpa de las bajas temperaturas en Rusia.

    Adler se levantó de la mesa casi de un salto para cruzar el salón-comedor de dos zancadas en dirección hacia su amigo. Sus pasos pesados hacían temblar las jarras de cerveza de quienes fueran sus compañeros de escuadrón, sentados a su lado.

    —¿Permiso para abrazarle, capitán Hammersmark?

    —Permiso denegado, teniente Schneider —dijo el capitán de la 6ª compañía del 34º regimiento de infantería de la Wehrmacht, Hans Von Hammersmark, con una amplia sonrisa en la boca que contradecía su ordenanza. Sus dientes blancos estaban perfectamente alineados en dos filas.

    Hans era el hermano gemelo de Hermann. En el ejército solían decir que, si ambos hermanos se intercambiaran el uniforme, pasarían inadvertidos incluso a los ojos más expertos. Pero eran sus ojos los que, irónicamente, delataban su verdadera identidad; el oficial los tenía de color azul con motitas grises cerca de la córnea, y el capitán del mismo color, pero con tonos de amarillo alrededor de la pupila.

    Adler desoyó la orden y envolvió a Hans en un abrazo amistoso, levantándolo del suelo. No parecía haber hecho aparentemente ningún esfuerzo, mientras lo zarandeaba como una muñeca de trapo en el aire con sus brazos de oso, fuertes y velludos. Friedrich, sentado en la mesa de los oficiales unas filas más adelante, sonrió divertido ante la escena. Pero la mirada asesina de Hermann en frente suyo, le hizo borrar inmediatamente la sonrisa de su boca.

    —¿Qué le ha pasado en la pierna, capitán? —preguntó, bajándolo al suelo.

    Apoyado en un gayato de madera, saltaba a la vista que la cojera de su pierna derecha le impedía caminar con normalidad. Tenía el muslo vendado por encima del pantalón bombacho de su uniforme completamente de color verde oscuro, adornado con un sinfín de condecoraciones a un lado de su pecho.

    Hans fue a responder, pero el sonido distante de las teclas de un piano le hicieron perder el hilo de sus pensamientos. Asomó la cabeza por encima del hombro de su amigo, buscando de dónde provenía aquella sinfonía tan triste que consiguió encogerle el corazón en un puño, amenazándole con derramar una lágrima de un momento a otro.

    —¿Esto? No es nada, solo un rasguño —dijo enjuagándose el lagrimal con la manga de su chaqueta, intentando no preocupar a su amigo. Aunque Adler conocía muy bien a Hans para saber que estaba mintiendo— Herr Schneider, ¿sabe quién es el músico que está tocando el piano?

    Su ex compañero miró al pianista, antes de volver la vista a su amigo.

    —Sí, es el nuevo juguete de su hermano —respondió, bajando su tono de voz en apenas un murmullo. Incluso un tipo tan grande como Adler parecía procesarle algún tipo de respeto. Todo lo contrario a Hans, quien se echó a reír, pensando que era algún tipo de broma de mal gusto. Su hermano odiaba a los judíos, por lo que tener a uno como “juguete” le parecía un disparate sin sentido —. Herr Hammersmark, ¿a dónde va?

    —Voy a conocer a mi nuevo profesor de piano.

    Hans encaminó sus pasos en dirección hacia la orquesta de músicos. Sus pasos eran lentos, y cada vez que apoyaba el peso muerto de su cuerpo en la pierna herida, su cara se contraía en una mueca de dolor. Muchos subordinados, bajo las órdenes de su hermano, se levantaban de sus asientos para saludarlo y mostrar sus respetos. Había admiración en la mirada de los soldados alemanes cuando miraban al capitán con un brillo en los ojos.

    —Perdone, ¿le importaría que me siente un momento a su lado? —preguntó Hans en alemán al pianista que tocaba el piano. Sus ojos doloridos estaban puestos en la banqueta de cuero negro, mientras un calambre subía por su muslo derecho—. Tiene usted arte en las manos. Reconozco el talento cuando lo veo. Se necesita algo más que un buen piano y años de estudio en el conservatorio para conseguir tocar la Chaconne de Bach en un solo de piano. Por cierto, mi nombre es Hans Von Hammersmark encantando de conocerlo —el capitán tomó asiento al lado del músico, y cuando levantó la vista para mirarlo a los ojos, su expresión se congeló en una mueca de asombro.

    Sus ojos de francotirador experto le permitían captar detalles que escapaban a la mirada común, como aquel rizo castaño suyo que se inclinaba más hacia a un lado que al otro, el brillo apagado de su mirada azul o el moretón de tonos amarillos, verdes y morados que lucía alrededor de la cuenca de su ojo.

    —¡Por el amor de Dios! Pero, ¿qué le ha pasado en el ojo?

    —“Se resbaló contra el canto del piano” —dijo de forma cínica Hermann a su lado. A juzgar por su tono de voz, Hans supo de inmediato que estaba mintiendo.

    —Ya veo. Todo mundo sabe que los cantos de los pianos son tan duros, “como puños” —el oficial sonrió de medio lado con superioridad, dejando claro que le importaba bien poco la opinión de su hermano al respecto. Y el capitán lo miró duramente a los ojos, no dispuesto a tolerar aquel comportamiento denigrante en su estancia en el gueto— No voy a tolerar esto, yo no soy tu subordinado. Si vas a tratar a este pobre hombre de este modo, dámelo, quiero que sea mi profesor de piano.

    —Ni hablar —respondió Hermann de forma tajante y posesiva, mientras su sonrisa se deshacía en sus labios—. durante el día trabaja en la cantera, moviendo piedras, y por la noche viene al restaurante, a tocar el piano para mí.

    —¿Has puesto a un músico a mover piedras, Hermann? —preguntó con incredulidad, echando un vistazo rápido a las manos del judío. Al igual que su ojo, estaban llena de rasguños, cortes y moretones. En respuesta, Hermann se encogió de hombros. O no había reflexionado dos veces sobre su decisión o, una vez más, parecía que le importaba bien poco.

    —Tú eres un francotirador y ahora mismo estás haciendo papeleo de oficina. No veo la diferencia. No me mires así, sabes que no puedo hacer excepciones con las sabandijas judías. O lo pongo a mover piedras en la cantera, o lo tengo que mandar al campo de exterminio en Treblinka.

    Hubo un momento de silencio, mientras ambos hermanos parecían tener una conversación privada mirándose mutuamente a los ojos. Hans comprendió lo que el orgullo de Hermann le impedía decir en voz alta. Si hubiera querido matar a aquel judío, no habría nada ni nadie capaz de impedírselo. Bien podría haberle dejado morir de un disparo al bajar del tren, o bien podría haberlo enviado ya a una cámara de gas. De algún modo retorcido, aquel judío significaba algo para su hermano.

    —¿Y si lo pones a trabajar en la villa como…?

    —¿Cómo profesor de piano? —completó el oficial, adivinando sus pensamientos. Por primera vez, ambos hermanos parecían haber dejado de lado sus muchas diferencias para empezar a trabajar juntos por un objetivo común—. No sé, Hans, tendría que hacer llamadas, tirar de contactos, “desaparecer” su nombre del registro, culpar a un cabeza de turco, extorsionar a los soldados…

    —Suena a un día de trabajo normal para ti, ¿no? —Hermann sonrió, por primera vez parecía sonreír con sinceridad. Hans hizo lo propio, y durante un segundo, ambos parecieron el reflejo de una persona en un espejo.

    Aunque fuera por un breve periodo de tiempo.

    —Tú tienes tus clases de piano, pero ¿qué obtengo yo a cambio de todo este embrollo? —Hans se encogió de hombros.

    —No sé, eso es algo que tendrás que discutir con el judío, ¿no te parece?

    SPOILER (click to view)

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    Welcome on board :XD:


    Prometo que cambiaré el encabezado de las fotos y también el título si es posible; no quería dejar otro día más sin publicar la primera respuesta ;_; Espero que sea de tu agrado, y ya sabes que si algo no te gusta o quieres que lo modifique; soy toda oídos ;) :b:

    Uff, a ver, la cosa es que Hermann es el malo, en teoría, pero no es tan malo, ¿me entiendes? :XD: van a venir peces más gordos y entonces tú y yo lloraremos en una esquina. La verdad es que escribir la primera parte con Hermann ha sido un poco ;_;

    Bueno, vamos por partes, para ponernos un poco en contexto; se hace una vida medianamente normal en el gueto. Como en la película del pianista al principio. Pero el problema es que ya los han movido a pisos comunitarios y hay restricciones. A partir de ahí, ya te puedes imaginar el descontrol que hay en las calles, restaurantes, apartamentos... un abuso de poder que, poco a poco, irá in crescendo hasta que empiecen a cerrar el gueto A. Es decir, la aniquilación total.

    Una vez situado el contexto, he dejado abierto el tema. Puedes dejar a Armin hablando con Hans o Hermann, o puedes pasar a otro día. Al día siguiente he pensado que se empiece con una clase de piano, después de alguna barbarie durante el trabajo. Aquí es cuando Armin tiene que empezar a sacarle provecho tanto uno como al otro. Si sabe jugar bien las cartas, puede sobrevivir él y los que le rodean.

    No he hablado del sobrino de Armin porque Hermann no le ha dado importancia. Así que se supone que está en el piso donde su tío convive con otras familias.

    P.d: El padre de ambos muchachos viene de camino al gueto para hacerles una visita. He pensado que Hans va a arrastrar a Hermann a una mentira muy gorda diciendo que Armin es su invitado, y no un profesor de piano judío :XP:

    Y de momento eso es todo!
    Te respondo al MP mañana cuando me despierte!

    P.d2: quiero ponerme ya con la respuesta de Oliver, pero estoy muy muerta y prefiero descansar los dedos, antes que escribir cualquier cosa ;_;

    Me ha gustado eso de; mira, que vale, sí, haremos una excepción por ser tú :XD: Pobre Connor, tiene que hacer de todo para proteger al desagradecido de Edward >_< Y sí, acostarse con Jones va a ser un trabajo de lo más placentero jaja :XD:

    Espera a ver lo que se viene porque la voy a liar parda con Jacob y William. Solo decirte que Connor va a hacer solo una visita al Providence y el marinero le va a seguir de cerca los pasos. Dios, que emoción jaja :XD:

    Y aún Oliver se hará el ciego, lo veo venir jajaja :XP:


    Edited by Volkov. - 23/10/2023, 07:16
  6. .
    “Personas demasiado cercanas” las palabras de Oliver Jones se le asemejaron como corrientes marinas; calmadas sobre la superficie del agua, pero agitadas en la bajamar.

    Por el timbre de su voz, Connor Norrington lo sintió molesto; molesto y ciertamente receloso. ¿Deseaba conocer qué tipo de relación mantenía con Edward Norrington para darle un uso práctico contra el almirante Stafford Fairborne o, por el contrario, anhelaba saber si estaba enredado en algún lío de faldas con el susodicho por motivos de carácter privado?

    El comodoro británico miró al capitán pirata a los ojos, tratando de adivinar sus pensamientos. Pero su mirada azul era un océano oscuro y profundo donde no alcanzaba la luz.

    «No es lo que estáis pensando» le hubiera gustado aclarar, movido por algún extraño motivo que escapaba a su siempre buena comprensión; para Connor Norrington las emociones se alejaban del pensamiento racional, y por esa misma razón era incapaz de entender sus sentimientos desde un punto de vista lógico.

    Pero, si bien no entendía los sentimientos que se suscitaban a su alrededor, palabras como “maldito pañuelo” le daban una pista de ello. ¿Realmente le preocupaba lo que pudiera pensar sobre él el resto de la tripulación del Poseidón o, en cambio, le molestaba que escondiera lo que sus labios, húmedos y rosados, habían impreso en su piel como recuerdo?

    No estaba seguro. Lo único que sabía con seguridad eran tres cosas. Primero, los oficiales no negociaban con sus subalternos, ordenaban; por lo que era evidente su inclinación por Connor Norrington. Segunda, Oliver Jones sentía unas ganas inmensas por saber qué clase de relación mantenía con Edward Norrington. Y tercera, la única forma de conocer lo que sucedió la noche anterior entre ellos y saciar la curiosidad que le carcomía por dentro, como los huevos de mosca hacían con la carne putrefacta del ganado, sería acompañándolo en su visita al navío de línea, el HMS Providence, de Stafford Fairborne.

    «Es usted un hombre astuto, capitán Jones; si nos hubiéramos conocido en otra clase de circunstancias más favorecedoras, estoy seguro que hubiéramos sido “buenos amigos”» pensó el comodoro británico, viéndole salir por la puerta de su habitación.

    Le hubiera gustado que se quedara un rato más con él, charlando. Charlando o siguiendo por donde quiera que lo hubieran dejado la noche anterior.

    Extendió la mano y dio un paso adelante en su dirección con intención de retenerlo. Pero sus labios se quedaron en silencio y sus talones parecían pegados al suelo enmoquetado. Indeciso, volvió a bajar la mano, sucia y cubierta con sangre seca bajo las uñas, a un lado de su costado. La línea recta que separaba a Connor Norrington de Morgan Bones se desdibujaba cada día poco a poco.


    «Una escena sangrienta con algunos de los soldados de tu gobernador» Connor Norrington cerró los ojos maldiciendo el nombre de Oliver Jones en su fuero interno, al mismo tiempo que su maestro le lanzaba una mirada asesina desde la otra punta de la habitación, sentado tras la escribanía de madera. El mueble, pesado y robusto, estaba tallado en madera de ébano y decorado con volutas y hojas de acanto al igual que el resto del ostentoso y recargado mobiliario del camerino de Stafford Fairborne.

    El HMS Providence era, sin lugar a dudas, el barco de guerra más grande de la Marina Real Británica. El navío de línea era un buque de guerra de tres palos y velas cuadradas con tres cubiertas de baterías de cañones que asomaban por las ventanas de porta. El castillo de popa, compuesto por la toldilla y alcázar, tenía hasta dos veces el tamaño de un galeón español, y el castillo de proa, que comprendía entre el palo trinquete y la cubierta principal, ridiculizaba al bergantín de Oliver Jones. Su nombre vino dado por una nueva formación de combate donde las naves aliadas se alineaban una detrás de otra para romper la posición del enemigo; piratas, bucaneros, y filibusteros.

    Pero, aun encontrándose en el que muy probablemente fuera el orgullo de la flota británica, los ojos azules y claros del comodoro se pasearon casi con aburrimiento por el camerino del almirante. Conocía cada rincón tan bien como la palma de su mano. Una silla de madera con un cojín de terciopelo rojo vino llevaba tallado su nombre completo en el respaldo de su asiento, a un lado de la mesa del consejo. La silla estaba situada entre la de Robert Redford a su derecha y Erick Wilson a su izquierda.

    —Así que este de aquí —dijo Stafford Fairborne corriendo la silla de su escritorio hacia atrás, antes de plantarse a escasos centímetros de la cara de Connor Norrington. En respuesta, su pupilo miró al frente, incapaz de mirar a los ojos de su superior de mando, con la espalda recta, los hombros cuadrados y las manos cruzadas por detrás de su espalda—, mató a dos de mis soldados y el almirante Wilson desobedeció mis órdenes al ir a buscarlo. Por favor, “señor Jones” —dijo con un tono de voz cínico—, prosiga, está siendo de gran ayuda en esta empresa; por lo visto es usted mejor informador que muchos de “mis hombres”.

    El almirante le lanzó una mirada gélida, como el hielo. Sus ojos de color marrón oscuro prometían presentar un consejo de guerra de regreso a su Londres natal. Estaba tan cerca suyo que su aliento apestoso le golpeó el rostro; olía a alcohol y a tabaco. El comodoro sintió como se le removía el estómago, pero guardó la compostura delante del que fuera su superior de mando.

    Dicha compostura se fue al garete en el momento en que el Stafford Fairborne amenazó con colgar de la horca a su hermano pequeño. El almirante podía leer su rostro como si fuera uno de sus libros favoritos, y en aquel momento leyó emociones de rabia, miedo y desesperación. Sabía interpretar la mirada de una persona, y sabía muy bien que aspecto tenía el miedo cuando lo vio reflejado en los ojos del comodoro. Una media sonrisa afloró en sus labios finos, como dos gusanos.

    «Si traes al capitán Edward Norrington ante mí, prometo llevarlo directo a la horca» había dicho, mientras Connor Norrington sentía sus tobillos flojos cuando escuchó la corroboración de Oliver Jones a su lado. Caería al suelo de un momento a otro.

    —Caballeros, relajémonos un poco —dijo de pronto la melodiosa voz de Erick Wilson, entrando por la puerta del camerino con una medio sonrisa en sus labios rosados. El almirante dejó caer la mano sobre el hombro del comodoro antes de darle un leve apretón reconfortante, pero su compañero en gajes del oficio no reaccionó—. Almirante Fairborne, ¿qué somos ahora? ¿bárbaros? ¿piratas? —señaló con la mano haciendo un ademán de desprecio hacia Oliver Jones—. Edward Norrington es uno de los nuestros y como tal será juzgado ante un tribunal de guerra británico, antes de que se dicte ningún veredicto, ¿o es que acaso tengo que recordarle cómo funcionan las leyes de nuestro amado rey, Jorge I?

    Erick Wilson no solo estaba en la misma línea de mando que el almirante Stafford Fairborne. Sino que, además, el oficial era un duque británico proveniente de una familia de alta cuna con buenas conexiones a la familia real de Inglaterra, gracias a la revolución industrial, la compra-venta de azúcar y el monopolio de los hoteles Wilson. Todo eso y mucho más hacía que su palabra siempre tuviera un peso mayor que las de su compañero en gajes del oficio. Una palabra de Erick Wilson en el oído adecuado podía cambiar ocasionalmente su opinión llenando los bolsillos del afortunado con reales de a ocho a las buenas, o con una soga alrededor del cuello a las malas.

    Stafford Fairborne, que ostentaba una acreditación un nivel por debajo con el título nobiliario de marqués, levantó la barbilla con arrogancia y altanería; sus labios estaban fruncidos en una línea de rictus. Miró los ojos verdes y grisáceos de Erick Wilson y se le asemejó una serpiente con una lengua viperina cargada de veneno. Por su expresión de enojo, era evidente que no esperaba su interrupción. No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que aquellos dos tan solo tenían en común la casaca azul marino y los botones dorados del uniforme de la Marina Real Británica, a lo sumo.

    —¿Cómo? ¿Edward Norrignton sigue vivo? —preguntó entonces Robert Redford siguiendo de cerca los pasos de su compañero en gajes del oficio; Erick Wilson rodó los ojos a un lado, hastiado, como si el capitán fuera una mosca molesta revoloteando a su alrededor. Robert Redford miró sorprendido a Connor Norrington, pero sus ojos se abrieron al máximo al ver por primera vez a un pirata tan cerca suyo como el temido Oliver Jones—. Eso es estupendo, su familia se pondrá muy contenta de saberlo.

    El capitán se posicionó al lado del pirata. Sus ojos de color verde con motas amarillentas alrededor del iris lo miraban con una mezcla de curiosidad y admiración por igual, al mismo tiempo que sus oficiales de mando seguían discutiendo en voz alta la manera de hacerse con el Tesoro de Hernán Cortés. De forma inconsciente, llevó una mano enguantada con piel de topo de la mejor calidad a la camisa blanca de su enemigo para deshacerse de una mota de polvo sobre su hombro derecho. Luego, le sonrió notoriamente emocionado, mientras la cicatriz que partía su labio de arriba abajo en dos se ensanchaba con el movimiento; muchos pensarían que se la había hecho en un combate a muerte luchando contra algún pirata, pero lo cierto es que aquel corte se lo hizo después de beber de una tacita de porcelana resquebrajada.

    Al ver cómo Oliver Jones había dejado la suya sobre la mesa de madera escandalosamente cara, se apresuró rápidamente a tomar un plato pequeño del mismo juego de té para ofrecérselo en la mano; no quería que dejara ningún cerco. «El té rojo con canela es mejor que el negro, todo mundo en Londres lo sabe. ¿Ustedes, los piratas, beben té rojo o negro, señor Jones?» le había preguntado entre susurros por lo bajo con un tono de voz curioso. Era evidente que el capitán inglés se sentía profundamente orgulloso de sus amplios conocimientos con respecto al té. De hecho, parecía tener más interés en las infusiones, antes que en tesoros perdidos.

    —Basta —exclamó el almirante Stafford Fairborne, levantando las manos al aire. Al menos había pasado diez minutos discutiendo y su cadera no tan joven empezaba a resentirse de estar tanto tiempo de pie—, esto es absurdo; lo mejor será hacer prisionero de guerra a este pirata de poca monta y que nos guíe hasta El Tesoro de Hernán Cortés, antes de colgarlo junto a Norrington en la horca.

    —Veo que su poco conocimiento sobre leyes Chartie Partie está estrechamente ligado a su nula capacidad como estratega —Erick Wilson encaminó sus pasos en dirección hacia Oliver Jones para detenerse en frente suyo con su eterna sonrisa ladina de medio lado que no auguraba nada bueno—. A pesar de todo esta capa de mugre —dijo señalando su pelo mal cortado, sus uñas sucias de pólvora, y sus ropajes pordioseros con una mueca de aversión dibujada en su cara—, Oliver Jones es un hombre “muy apuesto” para ser encerrado en los calabozos de la cubierta de sollado, ¿no es así, “señor Bones”?

    Los ojos verdes y grisáceos de Erick Wilson relampaguearon como una furiosa tormenta en altamar cuando su mirada se topó con el pañuelo anudado alrededor del cuello de Connor Norrington.

    El comodoro le sujetó la mirada al almirante con determinación, pero sus labios permanecieron sellados.

    —Le he hecho una pregunta, “señor Bones” —Robert Redford hizo ademán de decir algo al respecto, pero el almirante solo tuvo que levantar la mano en su dirección para mandarlo callar de inmediato.

    —¿Podemos dejarnos de tonterías y centrarnos en lo que realmente importa? —preguntó un cansado Stafford Fairborne, mientras la sonrisa de Erick Wilson se deshacía por primera vez en su boca con un reguero amargo.

    —Si ahorcamos a Edward Norrington —prosiguió, claramente descontento de su reciente descubrimiento—, perderemos el apoyo de su hermano en la sala del consejo y luego tenga por seguro que nos pasará por la espada, uno a uno. ¿Quiere dormir todas las noches acompañado de un guardaespaldas durante el resto de su vida? Yo no. Ya sabe cómo es el comodoro Connor Norrington— Erick Wilson miró de arriba abajo al mencionado, luego dio media vuelta sobre sus talones y cruzó las manos por detrás de su espalda, mirando en dirección hacia el océano Atlántico a través de los grandes ventanales decorados por cortinajes de terciopelo pesados—. Los dos serán liberados con carácter inmediato, nos traerán a Edward Norrington ante nosotros y colaboraremos, juntos, hasta dar con el tesoro; fin de la discusión.


    —Capitán —llamó Connor Norrington, plantándose delante de Oliver Jones al poco rato de regresar a la taberna de la Old Avery para reunirse con William Griffin y el resto de la tripulación del Poseidón—, necesito hablar con usted a solas, en el dormitorio.

    Erick Wilson siempre obtenía lo que quería de un modo u otro. Era la clase de hombre que no aceptaría un no por respuesta. Un tipo peligroso, calculador, despiadado y astuto con el poder al alcance de su mano, gracias a su estatus aburguesado y su buena posición social dentro del ejército británico. Si hubiera querido ver a Edward Norrington muerto, su hermano pequeño colgaría ahora mismo ahorcado en el patíbulo del gobernador. Si no lo había hecho aun, era porque pretendía utilizar al joven como moneda de cambio para un fin más ambicioso.

    Edward Norrington corría un grave peligro, pero de igual modo lo hacía Oliver Jones. Lo supo en el momento en que los ojos verdes y grisáceos de Erick Wilson examinaron de forma inquisitiva lo que escondía el pañuelo alrededor de su cuello. Aquel moretón significaba un agravio contra el honor, una burla hacía sus sentimientos, y ahora también la sentencia de muerte de su enemigo. A juzgar por la expresión implacable en su rostro, el almirante dio a entender que lo que más le gustaría en el mundo sería ver la cabeza del capitán pirata tornarse de color azul y morado, después de morir ahorcado en el tablado.

    —Voy a ser lo más sincero que pueda con usted —dijo Connor Norrington, cuando se reunieron. Pero su actitud, cerrada y a la defensiva, contradecía sus palabras—. Vuestra vida corre peligro, al igual que la de Edward Norrington. El almirante Wilson y yo tuvimos una aventura hace unos años, y no descansará hasta verlo ahorcado por el moretón que llevo en mi cuello. Oliver —dijo, llamándolo por primera vez por su nombre—, “si te importo lo más mínimo,” te ruego que no entregues al muchacho. Ayúdame a esconderlo, y yo mismo te ayudaré a quitarte de encima a Stafford Fairborne y Erick Wilson.

    Necesitaba ayudar a Oliver Jones, si quería volver a ver vivo a su hermano pequeño, comprendió casi al momento. Debía convencerlo de no entregar a Edward Norrington, pero el cómo hacerlo seguía siendo aun una incógnita sin resolver para el comodoro. Normalmente podía leer los pensamientos de sus enemigos alto y claro. Pero con el que fuera el capitán pirata su trabajo se volvía más complicado y confuso.

    «¿Qué es lo que quieres, Oliver?» se preguntó Connor Norrington. No sabía si ofrecerle recompensas, clemencia, honores u oro. «Ofrécele a Morgan Bones» susurró su voz interior.

    —Entiendo que muy probablemente tengas muchas preguntas al respecto, pero tan solo te contestaré con la verdad a la que lleva rondando por tu cabeza desde hace ya algún tiempo; no, no me acuesto con Edward Norrington —el comodoro dio un paso tras otro en dirección hacia su enemigo. Estaba armado, y si ya había matado a sangre fría a tres hombres por ponerle la mano encima a su hermano pequeño, seducir al capitán pirata no iba a resultar ningún tipo de impedimento.

    ¿O sí?

    «Este no es tan fácil de seducir como los otros piratas», pensó Connor Norrington. «Los otros piratas nunca han conseguido ponerme nervioso en las distancias cortas» El comodoro sintió un cosquilleo en el bajo vientre de su estómago cuando el olor a salitre, alcohol y el aroma de Oliver Jones se coló a través de sus fosas nasales, como una suave brisa de primavera.

    El comodoro se detuvo frente al pirata, acortando las distancias que los separaban y dejando un mínimo de espacio vital. Llevó su mano al pañuelo anaranjado de su cabeza y luego lo hizo a un lado para dejar libre su cabello castaño mal cortado y ahora también alborotado. Sus movimientos eran lentos y bien calculados. Ayudado por aquel trozo de tela basta, se deshizo de la pólvora instalada bajo sus ojos azules que ciertamente le daba un halo intimidatorio, aunque también sucio.

    —Así que dime, capitán, qué es lo que tengo que hacer para convencerle “por las buenas” —uno no debía ser muy listo para caer en la cuenta de que si había un por las buenas, también debía existir un por las malas. Aunque, a diferencia de Erick Wilson, devoto partidario del soborno y las prácticas de intimidación, Connor Norrington sabía que el arte de persuadir al enemigo era un arma letal y en ocasiones más eficaz que cualquier otro método.

    Sin previo aviso, tomó la mano derecha del contrario y se la llevó a un lado de su rostro. Sus dedos largos se cernieron entorno a su muñeca con fuerza, por mucho que su acto pretendiese presumir de un temple delicado. Connor Norrington podía ser muchas cosas, pero delicado no era una de ellas. Su piel era suave al tacto; no tenía ni una sola cicatriz, moretón o imperfección tan común entre los marineros curtidos.

    A continuación, redireccionó la mano del contrario hacia sus labios, donde se detuvo sin soltarlo bajo ningún concepto. No se fiaba de sí mismo, y menos de Oliver Jones. Primero, besó sus nudillos llenos de cicatrices con la debida atención, y luego se llevó uno de sus dedos a la húmeda cavidad de su boca para pasar a lamerlo lentamente sin despegar la mirada de sus ojos azules; sus manos tenían un sabor metálico.

    —¿Quieres que le de a tu amigo, Griffin, una razón más para odiarme? —preguntó acortando todas las distancias entre ellos hasta que su boca pasó a mordisquear el labio inferior de su enemigo; no se detendría hasta verlo hinchado, como venganza por su moretón.

    SPOILER (click to view)

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    Connor después de besar a Oliver.


    Bueno, la carne, ya está en el asador, y está que arde :f: :XD:

    Tengo que decir que me gustó alargar la escena con Stafford Fairborne, tan solo para presentar a los villanos al completo. Pero como ves, Robert Redford es un cacho pan; ese momento con Oliver me ha recorado mucho a Phil Coulson conociendo por primera a capitán América, a lo modo fan total. Oliver encontrará a un gran aliado en Redford, en cuanto este aprecie que es buena gente.

    El que no va a ser ningún aliado son los malos del cuento Wilson y Fairborne, a cada cual peor. Me ha gustado mucho la idea de que Erick secuestre a Oliver; el pobre se va a enterar más de un secreto en su visita en el Providence, delante de Connor ;_;

    No me olvido del entrenamiento, pero por lo pronto los he puesto a entrenar con otro tipo de "espadas" :XD: Me gustaría que dieran una especie de fiesta de baile cuando ya se adentren en alta mar; algo así como una especie de fiesta de disfraces :XD: (Maldito Halloween y su influencia <3 )

    También me gustaría que empecemos a abordar barcos; podemos empezar una disputa con el Santa Lucía o pasar directamente a Fairborne. Tal vez es cuando lo hagan prisionero a Oliver :=/:

    P.d: ME HA ENCANTADO LA FICHA DEL PIANISTA!!! <3 <3 <3 tanto que me he puesto a pensar seriamente en cambiar la foto de mi personaje por el de Jaime Lannister porque sí, yo también me quedé con las ganas de ese bromance en la serie <3 (Lo voy a hacer)

    Ahora mismo me pongo a contestar tu MP. Pero en resumen, esta semana entrante (dígase entre lunes y domingo) tendré tiempo de hacer el inicio si quieres ;)

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    Welcome on board Robb Stark <3 :XD:



    Edited by Volkov. - 8/10/2023, 21:00
  7. .
    <<no puedo dejar de pensar en que me estoy metiendo en la boca del lobo>> en efecto, Connor Norrington era un lobo disfrazado de cordero.

    Pero, al igual que su presa, todo cazador también tenía sus puntos débiles. El suyo parecía ser Oliver Jones con su encantadora sonrisa y sus piernas abiertas de par en par, a modo de invitación silenciosa y sugerente. Una invitación que ponía constantemente a prueba su férreo autocontrol en sí mismo con la falta de aquellos botones de su camisa de lino blanca y el tatuaje de una ballena que se extendía desde su cuello hasta su pecho. Quiso preguntarle por el resto de sus tatuajes, pero la pregunta en la punta de su lengua, tan poco apropiada para alguien de su estatus social, le pareció tan soez y vulgar que decidió que lo mejor sería guardar silencio.

    —Si piensa que se está adentrando en la boca del lobo, no entiendo el motivo exacto que le empuja a avanzar con tanta determinación hacia… —el comodoro británico quiso añadir algo, pero las palabras se le congelaron en la garganta en cuanto el capitán pirata dio un gruñido gutural y se relamió su labio inferior herido con la lengua, después de darle un trago largo a su copa de alcohol—. el peligro.

    La mirada curiosa de Connor Norrington se detuvo más tiempo del estrictamente necesario en los labios de Oliver Jones; su boca era rosada y desprendía un olor dulzón a licor. Tomó la manga de su camisa oscura y con su mano libre alzó delicadamente el mentón del otro hacia arriba en su dirección. Su barba áspera de color castaño se enredó entre sus dedos largos, mientras ponía especial cuidado de limpiar aquellos hilillos de sangre, como pequeños riachuelos de color rojo. Era curioso pensar que aquellas mismas manos, grandes, y libres de cayos y cicatrices como las de cualquier pirata promedio, eran capaces de matar a un hombre a puñetazos, pero también podían mostrarse gentiles, ocasionalmente hablando.

    <<a solas, sin reglas>> la voz persuasiva de su enemigo hizo que se le erizara el vello de sus brazos desnudos hasta la altura del codo.

    El comodoro británico cayó en la cuenta de la cercanía entre sus rostros y de cómo su cuerpo se había posicionado en el hueco entre las piernas del capitán pirata. No temía a Oliver Jones, pero sí el efecto devastador que sus palabras tenían en su persona. No tenía miedo de lo que pudiera descubrir sobre Morgan Bones, pero sí de las ganas urgentes de besar, morder y lamer sus labios entreabiertos y carnosos. Es culpa de ese licor dulzón diría, echándole las culpas al alcohol sin todavía haber catado ni una sola gota en su refinado paladar burgués.

    —Es cuanto a penas curioso, por decirlo de algún modo, que el contramaestre Griffin me reprenda a golpe de puñetazo por no seguir “las reglas implícitas” y sin embargo usted, capitán, me incite a saltármelas —Connor Norrington volvió a imponer las distancias entre ellos, tomando asiento en la silla de madera en frente suyo para después comenzar con el juego.

    Fue derrotado en las cinco primeras partidas y, aunque podría haber mentido, su código ético del honor le impedía romper las reglas del juego. Jugar limpio iba a costarle un fuerte dolor de cabeza como mínimo, comprendió mientras hacía un esfuerzo sobrehumano para no regurgitar a un lado cuando tomó recelosamente la primera copa de alcohol en la mano y su nariz inspiró el fuerte aroma a vainilla, maleza y caña de azúcar de aquel ron añejo. El líquido dorado se deslizó por su boca y un sabor dulzón le quemó la garganta. Todo intento por esconder disimuladamente la mueca de aprensión dibujada en su rostro fue un estrepitoso fracaso.

    Tenía las mejillas sonrojadas y la frente perlada de gotitas de sudor. Su camisa oscura estaba empapada por la zona del pecho y también la espalda. Un fuerte dolor de cabeza se hizo presente en forma de migraña. Quería salir fuera a vaciar su vejiga, pero decidió que lo más sensato sería permanecer sentado porque como intentase ponerse en pie, lo más seguro es que cayera de bruces contra el suelo, inconsciente.

    Los gemidos, cada vez más altos, provenientes de la habitación contigua, y las miradas y sonrisas provocadoras del otro jugaron a desestabilizar su siempre buena concentración. Por culpa de las continuas insinuaciones relacionadas con menesteres de cama, terminó cometiendo el fallo que le daría una nueva victoria consecutiva a su enemigo. Un problema presionó contra la tela de lino de su pantalón. Por lo que tuvo que cambiar de postura en la silla y cruzar las piernas para disimular su creciente deseo.

    —Después de haber perdido cinco rondas, lo mínimo que puedo hacer por usted es recompensar su pericia con alguna respuesta franca. Una de las “razones” por las que me alisté en su tripulación es porque estoy prometido a una mujer a la que no amo; pensé que con algo de suerte no tendría que volver a Londres para casarme con ella, si antes encontraba la muerte de la mano de algún pirata... —la lengua suelta del comodoro británico le hizo caer en una trampa mortal cuando utilizó la palabra pirata, en lugar de soldado de la Marina Real Británica— español —. Se apresuró a rectificar, llevándose la copa de alcohol a sus labios para evitar contestar a su otra pregunta.

    Y así prosiguió el juego.

    —¿Jack Turner? —por alguna razón, Connor Norrington tenía más predilección por saber todos y cada uno de los amoríos y líos de faldas de Oliver Jones, antes que velar por los intereses de la Marina Real Británica y El tesoro de la noche triste de Hernán Cortés— ¿Su amante era “Jack Turner”?

    Su rostro impertérrito no dio cuenta ni de la sorpresa que asomaba en el tono de su voz, ni de la extraña sensación que se instaló en la boca de su estómago después de conocer que su compañero en gajes del oficio había sido el amante de su enemigo. Pasó una mano por detrás de su nuca mientras imaginaba al joven y apuesto capitán Jaime Taylor, más conocido como Jack Turner, el pirata, con su metro ochenta de altura, su figura esbelta y su pelo castaño oscuro, cortejando a Oliver Jones entre miradas indiscretas en la primera cubierta y juegos de cartas hasta las tantas de la madrugada en su camerino a puerta cerrada. No estaba celoso. Pero, el hecho de conocer aquella información le hizo sentir ciertamente incómodo.

    En ello iba el hilo de sus pensamientos cuando de pronto la débil risa del capitán pirata y su cuerpo incorporado hacia delante con las manos apoyadas sobre la madera, acaparando el ancho y largo de la mesa, captaron su atención por el rabillo del ojo. ¿En qué momento se había vuelto una normalidad invadir su espacio personal? Sus ojos de color azul claro estaban fijos en los de su enemigo; uno tenía una mirada en forma de mareas sinuosas, el otro escondía un océano oscuro y profundo repleto de secretos. Su aliento olía a alcohol puro, pero el brillo de su mirada dejaba en claro que, a pesar de estar ebrio, todavía seguía muy despierto.

    Un hormigueo recorrió sus labios finos después de sentir la lengua de su enemigo paseándose por su boca a su libre albedrío. Podría haberse apartado a tiempo, pero no lo hizo. No había sido propiamente un beso, sino más bien una provocación causada por los efectos del alcohol. En un rápido movimiento, se levantó de su asiento, corriendo la silla hacia atrás con un estrepitoso sonido, y sintiendo como el mundo se tambaleaba bajo sus pies en cuanto sus dedos asieron el cuello de la camisa blanca del contrario para atraerlo de forma violenta hacia su rostro, por encima de la mesa de madera. No sabía si darle un puñetazo o besarlo.

    <<serás mi perdición, Oliver Jones>> pensó Connor Norrington antes de juntar sus labios contra los suyos de una forma tan agresiva que uno no podría estar completamente seguro si estaban envueltos en una pelea o en un lío de faldas.

    Cuando Connor Norrington despertó, lo primero que vio fue las pesadas vigas de madera del techo, iluminadas a la mañana siguiente por los primeros rayos de sol. Tumbado boca arriba en el camastro de paja, se incorporó con un martilleo en la cabeza. Oliver Jones se había marchado, y la lámpara de aceite hacía horas que se había apagado. Hizo ademán de levantarse, pero en cuanto se puso en pie sintió como el mundo daba vueltas a su alrededor y cayó de bruces contra el suelo con un quejido, dolorido.

    Fuera, en el dique, escuchó a los oficiales de los navíos dando órdenes a sus subalternos antes de zarpar a mar abierto con las olas rompiendo contra el mascarón del barco y las gaviotas graznando sobre sus cabezas buscando pescados, moluscos, crustáceos e insectos. Dentro, en la taberna, las rameras se vestían con sus ligas de seda y los marineros desembolsaban de sus faltriqueras un par de reales de a ocho por sus servicios prestados, antes de bajar a paso ligero las escaleras de madera para ser los primeros en tomar el desayuno. La nariz del comodoro británico captó como los hornos de piedra fermentaban el pan con harina de trigo, leche de cabra y azúcar. Esto hizo que un regüeldo subiese por su garganta, amenazándole con regurgitar en cualquier momento.

    <<pero, ¿qué demonios es “eso”?>> pensó confundido, mirando a través del reflejo del espejo el moretón a un lado de su cuello.

    Connor Norrington se puso en pie algo mareado, cayendo por primera vez en la cuenta de que estaba completamente desnudo de cintura para arriba. Un rápido vistazo por la habitación le bastó para encontrar la prenda de tela basta tirada de cualquier forma por el suelo, antes de volver a ponérsela por fuera de sus pantalones negros de lino. El moretón tenía un color púrpura oscuro por un lado y verde amarillento por otro. Aquello no era ningún golpe, comprendería casi al instante maldiciendo en voz alta el nombre de Oliver Jones.

    Los recuerdos de la noche anterior eran confusos y borrosos, mientras bajaba las escaleras de madera para reunirse con el capitán Oliver Jones, el contramaestre William Griffin y la tripulación del Poseidón. Había anudado un pañuelo improvisado alrededor de su cuello, después de rasgar el bajo de su camisa para esconder aquel moretón. En silencio, tomó asiento al lado del contramaestre, sentado en un taburete de madera frente a la barra del bar; de manera que el capitán pirata flanqueaba a su amigo por la izquierda, mientras que el comodoro británico lo hacía por la derecha. Cruzó los brazos sobre la barra, sucia y repleta de migajas de pan, y escondió su cara con un terrible dolor de cabeza.

    —Buenos días, Bones; te noto algo “indispuesto”. Entre nosotros, no traes muy buen aspecto —dijo, señalando su cabello claro revuelto, las ojeras oscuras bajo sus ojos y la ropa arrugada del día anterior. William Griffin sonrió de oreja a oreja con malicia, mientras que, en respuesta, Morgan Bones dio un gruñido gutural desde el fondo de su garganta sin ánimo de empezar a discutir a aquellas horas de la mañana—. Por cierto, ya que te llevas tan bien con los soldados británicos; ¿no conocerás, por casualidad, a ese tal Stafford Fairborne?

    —“Entre nosotros” —dijo el comodoro británico, imitando su acento galés con una precisión alarmante que denotaba que conocía perfectamente su lengua materna. Levantó la cabeza y miró al contramaestre del Poseidón a los ojos con tal cara de enojo que el mesonero decidió dar media vuelta sobre sus talones para no interrumpir en mitad de la discusión—. Seguiré trayendo mejor aspecto que tú cuando te salte cada diente a golpe de puñetazo si no dejas de joderme de buena mañana. ¿Ydych chi'n fy neall i, neu a oes rhaid i mi ei esbonio i chi mewn ffordd arall?
    SPOILER (click to view)
    QUOTE
    ¿Me entiendes o tengo que explicártelo de otra manera?

    La sonrisa de William Griffin se deshizo en sus labios tan rápido como lo escuchó hablar con un acento galés nativo. Nada ni nadie parecía poder mejorar el malhumor de Connor Norrington, compuesto por su eterno entrecejo fruncido y su mirada huraña de ojos fríos y duros hasta que se topó, por primera vez, con los ojos azules de Oliver Jones. Quien, de forma increíble, consiguió instalar una mueca de sorpresa en su rostro, sin la necesidad de cruzar palabras entre ellos. Más tarde le pediría explicaciones acerca del moretón en su cuello, pero por ahora se limitó a observar el labio inferior de su enemigo herido, y ahora también hinchado, después de recordar vagamente haberlo mordido la noche anterior.

    —¡Oliver Jones! —vociferó a pleno pulmón la hija del mesonero, saliendo por la puerta de la cocina tan cabreada que no dudó en apuntar a Oliver Jones con la cuchara de madera que blandía en la mano a modo de arma. La joven era una muchacha pelirroja de pelo rizado, pecas en las mejillas y dientes delanteros separados con un busto generoso y unas caderas amplias, perfectas para traer a más niños a este mundo—. ¿¡Dónde has estado todo este tiempo!? ¡Me dijiste que cuando volvieras de regreso a Nassau nos casaríamos!

    William Griffin y Morgan Bones intercambiaron una mirada en silencio y por primera vez estuvieron de acuerdo el uno con el otro cuando decidieron al unísono no meterse en los líos de faldas de su capitán, Oliver Jones.

    —Esa es Eleanor Guthrie, la hija del mesonero —explicó el contramaestre del Poseidón entre susurros, muy cerca del oído del comodoro británico—. Oliver tuvo un breve romance con ella, a cambio de unas cuantas botellas de ron, hidromiel y vino.

    —¿Casarse contigo? No seas estúpida —dijo, de pronto, una ramera bajando por las escaleras de madera. Aquella mujer, alta y delgada, tenía la cara más hermosa que Connor Norrington había visto en toda su vida con su cabello negro ondulado, sus ojos de color marrón oscuro y sus labios rojos, grandes y carnosos—. Mi querido Oliver, ¿cuándo vas a pagarme por mis servicios prestados en el Poseidón? Soy una mujer práctica; si te delatara al gobernador, Lord Weatherby Swann, estoy segura que me pagaría tres veces tu deuda por llevar tu cabeza servida en una bandeja de plata.

    En un ataque de celos, Eleanor Guthrie le lanzó la cuchara de madera a la cabeza y ambas mujeres empezaron a pelearse entre ellas delante del capitán pirata.

    —Esa es Sherezade, una prostituta de las indias orientales. Oliver la raptó para convertirla en su esposa de sal durante los dos meses que duró la travesía de regreso a Nueva Providencia —pero, si el comodoro británico pensaba que la situación no podía empeorar, lo cierto es que el tercero en discordia le enseñó cuán errado estaba.

    El hombre no era apuesto, pero si atractivo; lucía el uniforme de la Marina Real Británica con porte y elegancia gracias a un cuerpo trabajado que no le hacía justicia con su rostro poco agraciado.

    —¿Y ese? ¿Quién es? —preguntó Connor Norrington observando al hombre con una mirada curiosa, mientras los ojos de color marrón oscuro de William Griffin se movían de aquí para allá buscando a quién se refería.

    —Ese es John Black, un soldado inglés al que Oliver cameló para salir con vida de los calabozos de la Marina Real Británica en Port Royal.

    —Voy a vaciar la vejiga, ahora mismo vuelvo. No metas al capitán en problemas, Bones —dijo William Griffin, dejando a Oliver Jones y Connor Norrington a solas.

    El comodoro británico guardó silencio, mientras observaba con ojos impenetrables al capitán pirata. Lo veía tal y como era, un hombre alto y apuesto de cabello color castaño y movimientos precisos, con el rostro lleno de cicatrices y la piel curtida por el viento y el salitre del mar. Sus ropajes sucios y descuidados con aquella camisa de lino salpicada de manchas de grasa y el cuello mal doblado daban buena cuenta del estatus social que proyectaba. Saltaba a la vista que había tenido una vida dura, frente a la suya privilegiada.

    En otras palabras, no podía culparle de sus malos vicios como el alcohol, las mujeres o sus ansias de hacerse rico con mapas, leyendas y tesoros, en busca de una vida mejor. Muy probablemente, Oliver Jones nunca había asistido a un baile palaciego organizado por su majestad, el rey Jorge I de Inglaterra, en su nuevo palacio de Buckingham, visitado una actuación de teatro en la Covent Garden de Londres, discutido sobre política-socio-económica con los líderes de las naciones aliadas en el palacio de Westminster, o tomado un Macallan escocés en la mano izquierda y huevas de caviar del pez esturión beluga en la derecha. Aquel corriente de pensamiento lo empujó a pensar lo mucho que le gustaría compartir con él todas aquellas actividades aburridas de la alta burguesía inglesa. <<con Oliver Jones todo sería más divertido>> pensó, desechando aquella idea inmediatamente con un movimiento negativo de cabeza.

    —Usted y yo tenemos una conversación pendiente, capitán —el comodoro británico se llevó una mano al pañuelo improvisado alrededor de su cuello para hacerlo a un lado y mostrar al capitán pirata un moretón oscuro—. La otra noche…

    —¡Capitán! —gritó el joven marinero, Jacob, interrumpiendo el discurso de Connor Norrington, al mismo tiempo que entraba por la puerta de madera de la taberna con la respiración entrecortada de tanto correr, las mejillas sonrojadas, y una expresión de cansancio dibujada en su cara—. La Marina Real Británica tiene a Edward.

    Sin mediar palabra, el comodoro británico se puso en pie casi de un salto y cruzó la sala de la taberna de cuatro zancadas en dirección hacia la puerta. Sus pasos eran seguros y retumbaban de forma pesada contra los tablones de madera en el suelo. Los marineros se hicieron a un lado para cederle el paso. Definitivamente, no era un buen momento para cruzarse en su camino; su rostro contraído por el enojo y sus ojos azules de color claro brillantes de preocupación, daban buena cuenta de ello.

    —¿Está loco? ¿A dónde va? ¿Piensa enfrentarse a la Marina Real Británica él solo? ¡Lo colgarán en la horca! —dijo el joven muy nervioso, dando una gran bocanada de aire mientras su pecho subía y bajaba a un ritmo vertiginoso.

    Connor Norrington interceptó a dos soldados británicos, uniformados con sus casacas rojas y sus pelucas de Yak, en el cabo de una formación rocosa cerca de la zona costera de Nassau. La playa estaba casi desierta y el oleaje embravecido causado por las fuertes corrientes marinas al romper contra las paredes de piedra hacía casi imposible oír algo más allá por encima de sus cabezas. Por cada paso que daban, dejaban un rastro de pisadas en la arena caliente y blanquecina que el comodoro británico seguía diligentemente tras suya. Por la dirección que habían tomado, juraría que llevaban a su hermano pequeño en dirección al caserón del gobernador, Lord Weatherby Swann.

    <<edward>> pensó divisando a su hermano pequeño, situado en el medio de ambos hombres,

    La pelea fue una carnicería sin saña; rápida, sangrienta y sin hesitar. El primer soldado no vio venir su muerte de la mano de uno de sus superiores de mando, por lo que el comodoro británico le abrió un corte desde su hombro derecho hasta la altura de la pelvis por donde salió su cimitarra, bañada en sangre, después de partir al hombre en dos. El líquido rojizo salpicó su cara, manchando parte de su pelo, sus ropajes de lino, y también sus botas de caña alta de cuero curtido. El segundo casaca roja decidió que lo más sensato era salir corriendo para pedir ayuda hasta que el otro le dio alcance y pasó a arrastrarlo por la arena, antes de meter su cabeza dentro del agua y degollarle el cuello con un rápido movimiento de muñeca que hizo que el hombre se convulsionara de forma violenta, mientras sus pataletas perdían paulatinamente su fuerza.

    El regreso a la famosa taberna de la Old Avery estuvo marcada por una fuerte discusión entre ambos hermanos.

    —¡No necesitaba tu ayuda! —le reprochó su hermano pequeño con un tono de voz enojado, poniendo un pie dentro de la taberna primero. Su hermano mayor, empapado de sangre de la cabeza a los pies, entró detrás suyo. Su mirada cargada de rabia vaticinaba que aquella frase iba a ser el detonante para arremeter contra el pequeño de los Norrington. Acortó las distancias que los separaban, cargando con la misma fuerza e intensidad que lo haría un toro embravecido, y luego tomó al susodicho del cuello de la camisa para acercarlo peligrosamente a su rostro con cara de enojo, mientras hacía un gran esfuerzo por no perder su autocontrol sobre sí mismo.

    —¡Cierra la puta boca, sino llego a interceder por ti ahora mismo estarías colgando en la horca! —estalló Connor Norrington fuera de sí, soltando el cuello de su camisa de malos modos. En algún momento, su mirada enojada encontró los ojos azules de Oliver Jones, cayendo en la cuenta del espectáculo que había suscitado alrededor suyo. Sin ánimo de seguir discutiendo, encaminó sus pasos escaleras arriba en dirección a su habitación. Pero, antes vació el poso de alcohol de la copa de William Griffin de tan solo un trago al pasar por su lado.

    —Joder, le dije que no se metiera en problemas —murmuró el contramaestre del Poseidón, mirando a su amigo —. Enhorabuena, Oliver; ahora mismo el gobernador, Lord Weatherby Swann, debe de estar buscando al responsable de la muerte de sus soldados. Porque, si aún te queda alguna duda, esa sangre no era suya. Sé que no vas a escuchar mis consejos, pero lo más sensato sería entregarlo y limpiarnos las manos.

    —Es Lord Erick Wilson, almirante de la Marina Real Británica. Se rumorea que su familia tiene buenas conexiones con la familia de la Corona de Inglaterra —murmuró un hombre, pequeño y enjuto, a espaldas de William Griffin entre susurros por lo bajo—. ¿Qué está haciendo un hombre de su estatus social, dejándose ver en un antro de mala muerte como este?

    Erick Wilson era un hombre esbelto de ojos verdes grisáceo y larga cabellera pelirroja anudada por un cordel de cuero marrón por detrás de su nuca. La palabra que mejor describiría al almirante sería hermoso. Su cara de pestañas largas y claras, su nariz chata y sus pecas en las mejillas le daban un aspecto de rasgos armoniosos, asociados generalmente al género femenino. Aunque delicado no era una palabra que pudiera asociarse a su persona, vistiendo enfundado en aquel uniforme de la Marina Real Británica de color azul oscuro, talabarte marrón y tricornio. Elegante, tal vez, pero sobre todo peligroso.

    Sus ojos verdes, casi grises, eran más cortantes y fríos que los del propio Connor Norrington. Se notaba en su mirada un halo de arrogancia y superioridad que no hacía por esconder o disimular con su barbilla libre de barba apuntando hacia arriba. Parecía que estaba buscando algo o alguien, mientras barría con una rápida visual el establecimiento de la taberna. Fuera lo que fuera que estaba buscando, no lo encontró; pero sus ojos altivos se detuvieron durante unos segundos en la mirada azul del capitán pirata, antes de sonreír de medio lado con la soberbia dibujada en su boca y dar media vuelta para salir por la puerta.
    SPOILER (click to view)
    Querido Oliver, te presento al almirante Erick Wilson; una perra endemoniada de telenovela que te hará la vida imposible de aquí en adelante por quitarle a su amorcito <3

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    QUOTE
    Si Bones deseaba jugar, le daría un juego al cual jugar.

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    Connor preparándose para jugar :XD:



    Ay, pofavo! En esa habitación han habido más que palabras y juegos de cartas, aunque Connor no pueda recordarlo, después de caer borracho como una cuba. Lo veo; tal vez algún beso se les fue de las manos y decidieron llevar su juego de cartas a la cama, pero estaban muy borrachos y la cosa se quedó en tablas :f:

    No sabes lo que me ha gustado tu respuesta al leer a Oliver haciendo de las suyas con su lengua :XD: :b:

    Uff, vamos a poner ideas en reglas;

    Lo primero, muero de ganas de ver a Oliver llevándose a Connor consigo para hablar con Stafford. NECESITO, urgentemente, ver ese encuentro incómodo, sobre todo si se le ocurre mencionar el trueque de la vida de Edward, a cambio de que los dejen en paz. Veo al cabrón de su maestro riéndose en su cara y diciendo que él mismo lo colgaría si lo tuviera delante suyo, después de haber traicionado al imperio británico. Esto, no le hará ni pizca de gracia a Connor, quién tendrá que permanecer callado la mayor parte de la conversación, tanto si le gusta como si no.

    Ya verás cuando se enteré el pobre Oliver de lo de Jack, ay... ;_; (Suerte que Connor estará ahí para consolarlo de algún modo *^^* ) El cómo se entere te lo dejo a tu libre albedrío; puede ser de la mano de Erick, Stafford o más adelante el propio Connor </3

    He disfrutado mucho escribiendo la idea de los amoríos de Oliver, porque ha sido la primera vez que William y Connor se han puesto de acuerdo en algo :XD: Aunque, ya verás que su momentánea a mistad no dudará demasiado cuando William se entere del resto de la historia que pasó el otro día en la habitación >_<

    Uff, esos gifs de Tom <3


    Ya puede preparar Oliver una buena excusa para William, porque huelo los problemas desde aquí :XP: Y hablando de problemas, Erick sabe que Connor se ha metido en problemas, pero como le gusta demasiado, no está dispuesto a delatarlo... "a cambio de algo" ;P Ya quiero ver a Oliver y Connor entrenando para no perder pericia "con la espada", y a Erick irrumpiendo la escena para acercarse a su querido "amigo" ^U^

    P.d: espero ansiosa tu ficha :]
    Nos leemos pronto! Un saludo!
  8. .
    <<¿Primera vez?>> la voz grave y profunda de Oliver Jones a su espalda lo trajo de vuelta a la realidad, sacándolo de la prisión de sus recuerdos y disipando los fantasmas del pasado como si todo se redujera a una simple pesadilla.

    Morgan Bones giró sus talones en su dirección con una mueca de sorpresa sincera reflejada en su rostro. Sus ojos azules de color claro lo miraban inquietos, moviéndose rápidamente de un lado para otro. No entendía el motivo que había empujado a Oliver Jones a salir en pos suyo. La última vez que lo vio, estaba muy bien acompañado por dos rameras dispuestas a satisfacer su curiosidad durante toda la noche con sus bocas húmedas y sus entre muslos palpitantes por el deseo.

    —No exactamente. —dijo el comodoro británico a la defensiva con la mitad de su cara oscurecida por las sombras y la otra iluminada por el candil de aceite de una farola.

    A continuación, Morgan Bones desvió su mirada por el suelo al recordar cómo embestía por detrás a una ramera, mientras el almirante Stafford Fairborne, a su lado, le daba instrucciones de las palabras que debía susurrarle al oído y qué parte de su cuerpo, perlado de sudor, debía tocar con sus manos ásperas y callosas. <<bésala>> le había ordenado su maestro, pero su pupilo se había rehusado. Tener sexo con cualquier ramera o pirata era una cosa, pero besar era agua de otro costal. En su opinión, los besos eran algo demasiado íntimo para compartir con cualquiera.

    —Capitán, perdone que responda con una pregunta a la suya, pero, ¿acaba de rechazar a dos rameras para salir aquí fuera conmigo y preguntarme únicamente si un hombre es “adecuado” para mí? —preguntó el comodoro británico, notoriamente confundido, mientras fruncía su ceño y una arruga aparecía justo en el medio—. Dadas las circunstancias, no puedo evitar preguntarme si el contramaestre Griffin me está tendiendo una trampa o es usted, por el contrario, quien sutilmente me está insinuando algún plan movido por su “curiosa” personalidad.

    Una tensión sexual no resuelta crecía entre ambos hombres a medida que las distancias se acortaban entre ellos. Oliver Jones avanzaba a paso firme, dispuesto a arrasar con todo a su paso, y Morgan Bones tenía los talones clavados en el suelo, decidido a no retroceder ni un centímetro ante el avance de su enemigo. El choque sería inevitable. Deseaba ajusticiar a Oliver Jones en la horca. Pero antes, deseaba probarlo en la cama.

    —Por la forma en que me mira —dijo el comodoro británico, sintiendo un cosquilleo en el bajo vientre de su estómago al descubrir la mirada azul del capitán pirata paseándose por su camisa a medio desabrochar en dirección hacia su cintura, ¿o era su entrepierna? —, podríamos discutir su “curiosidad” en otro sitio más conveniente donde pueda mostrarle mi “experiencia” y así ayudarle a entender mejor el “motivo exacto” por el que me alisté en su tripulación. ¿O cree que me estoy volviendo a saltar “ciertas reglas implícitas,” capitán?

    La respuesta a su pregunta se la dio William Griffin con tal puñetazo que consiguió hacerle girar el rostro a un lado. Morgan Bones se llevó una mano a su mentón, coronado por un hoyuelo, algo dolorido; todo apuntaba a que el golpe que iba a devolverle lo dejaría noqueado en el suelo con algún moratón o hueso roto. Por eso fue una sorpresa el verlo sonreír de oreja a oreja de forma triunfal al saber que la acción impetuosa del contramaestre del Poseidón no solo había irritado a su mejor amigo, sino que además había puesto a Oliver Jones de su lado. Un galés enojado lo maldeciría poco después en voz alta, cayendo en la cuenta de su craso error antes de dar un escupitajo en la arena.

    —Su esposa de sal se ha puesto celosa, capitán. —todo mundo sabía que las esposas de sal eran concubinas raptadas por los piratas para mantener relaciones sexuales durante sus largas travesías.

    El público concurrente compuesto por las rameras y marineros, quienes asomaban sus cabezas desde los balcones y ventanas con notoria curiosidad atraídos por los alaridos de la pelea, se echó a reír a carcajadas. William Griffin le dirigió una mirada asesina. En respuesta, Morgan Bones amplió su sonrisa burlona en su boca. Sus dientes blancos estaban perfectamente alineados en dos filas.

    Pero, con lo que no contaba el comodoro británico, era con el reverso que el contramaestre del Poseidón le tenía preparado.

    <<uno más de tus incontables amoríos.>> Morgan Bones sopesó la idea de devolverle el puñetazo, aunque no estaba seguro si se lo retornaría por el insulto o por la desazón que sentía en el centro de su pecho después de conocer aquella información.

    Fuera como fuera, la sonrisa del comodoro británico se deshizo lentamente en sus labios con un reguero amargo. No estaba celoso. Pero, por algún motivo incierto, aquel comentario le había molestado más que su puñetazo. Su mente imaginó la larga ristra de hombres y mujeres con los que Oliver Jones había compartido su camerino, mientras lo miraba por el rabillo del ojo con una mirada indescifrable.

    <<jódete, Morgan Bones, ¿quién es ahora el celoso?>> pensó William Griffin para sus adentros, decidido a compartir con él en los días venideros los nombres y desventuras amorosas de toda ramera y marinero con el que había intimado su amigo, Oliver Jones.

    Después de la pelea suscitada en el burdel de La dama de seda, la tripulación del Poseidón puso rumbo a la taberna Old Avery que a su vez hacía de posada para los transeúntes piratas. El aire olía a sal, a pescado frito, a brea caliente, a miel, a incienso y a aceite. Las calles de la ciudad costera de Nassau eran peligrosas, y sus muelles estaban siempre concurridos. Marineros de cien naciones vagaban entre los tenderetes, bebían vinos especiados e intercambiaban chistes en idiomas extraños. Rateros, asesinos, vendedoras de pescado y prostitutas se mezclaban entre el gentío.

    De vez en cuando se dejaba ver algún soldado inglés, vestido con su uniforme de casaca roja y su peluca de Yak, patrullando las calles de la ciudad por orden del gobernador, Lord Weatherby Swann. Al igual que la ciudad vecina de Port Royal, Nassau contrató y financió a todo pirata dispuesto a luchar por Inglaterra para causar un número de pérdidas en el comercio enemigo y asaltar las fragatas francesas o galeones españoles a cambio de unos reales de a ocho. Por lo que, una vez convertidos en corsarios, los piratas recibían una patente de corso y pasaban a actuar bajo una licencia de autoridad legal para el Imperio Británico. Toda una abominación, si le preguntaban al comodoro Connor Norrington, quien era partidario de ajusticiar en la horca a toda sucia rata pirata por igual.

    <<¿A todos?>> le cuestionó una voz en su cabeza, mirando en frente suya a Oliver Jones.

    A medida que avanzaban, los cuchicheos llegaron perfectamente tanto a los oídos del comodoro británico, así como al contramaestre y el capitán del Poseidón. Antes sólo se oían rumores en las calles, pero ahora se hablaba abiertamente en los mercados del muelle. Se murmuraba acerca del regreso de Morgan Bones, de mal augurio, de desapariciones, de muertes, de traición y de relaciones con el Imperio Británico. Una mujer cerró rápidamente la puerta de madera de su casa cuando pasó andando por su lado.

    Sin embargo, para Morgan Bones no había nada más importante que aquel sentimiento de intranquilidad instalado en la boca de su estómago cuando pensaba en su hermano pequeño, quien caminaba unos pasos por delante suyo. La Marina Real Británica podría acusarlo de traición y al día siguiente colgarlo con una soga alrededor del cuello en el patio delantero del caserón del gobernador, Lord Weatherby Swann. Por otro lado, el capitán Oliver Jones podría acabar fácilmente con su vida si descubría su apellido, o utilizarlo como prisionero de guerra para abonar el coste elevado de la reparación del barco.

    —¡Edward! —llamó el comodoro británico, pasando entre el capitán pirata y el contramaestre del Poseidón, quien mantenía cierta distancia con el bueno de su amigo después de aquel argumento acalorado entre ambos.

    Edward Norrington se detuvo un segundo e hizo ademán de girarse en su dirección, bastante extrañado a juzgar por la expresión de su rostro. En un rápido movimiento, Morgan Bones pasó su brazo, fuerte y musculado, por encima de sus hombros para atraerlo hacia su cuerpo en un apretón amistoso. Visto desde la perspectiva de Oliver Jones o William Griffin, parecía que dos camaradas compartían un precioso momento entre compañeros en gajes del oficio. Aunque lo cierto es que en cuanto el joven Norrington sintió el peso del brazo de su hermano mayor sobre sus hombros, hizo ademán de apartarse de su lado sin demasiado éxito.

    —¿Qué crees que estás haciendo? ¡Suéltame inmediatamente! —el brazo del mayor de los Norrington era como un cepo de hierro para osos; si seguía tirando, lo más probable es que primero se dislocara el hombro.

    —Silencio. Sigue caminando —ordenó Morgan Bones, subiendo su tono de voz unos decibelios de más para que el capitán pirata pudiera oírlo alto y claro—. Peleas bien, he visto en ti potencial; a partir de ahora “voy a convertirme en tu sombra” para entrenar contigo noche y día. Si “alguien te molesta”, quiero que sepas que se me da muy bien romper costillas, entre otras cosas.

    Edward Norrington lo miró con el miedo reflejado en su mirada de color azul claro; hacía tiempo que había dejado de tirar para escapar cuando fue consciente del peligro que corría.

    —Vaya, parece que el capitán Jones se ha vuelto a meter en problemas por pensar primero con la polla que tiene entre sus piernas, en vez de con la cabeza —dijo William Griffin, después de haber oído aquel comentario, mientras intuía los planes preparados que tenía su amigo, Oliver Jones, para con Edward Norrington.

    —¡Alto! ¡Documentación! —gritó de pronto un soldado británico al contramaestre del Poseidón, haciendo referencia a la patente de corso.

    William Griffin miró al uniformado con la sorpresa reflejada en sus ojos de color marrón oscuro. Hizo ademán de rebuscar algo en el bolsillo interior de su chaqueta de cuero, a sabiendas de que no llevaba ningún documento oficial consigo. El soldado británico se impacientó al notar que no encontraba la patente de corso, por lo que le apremió a que siguiera buscando más rápido entre gritos. Pronto aparecieron un total de tres militares rodeando ahora tanto al contramaestre del Poseidón, como a su capitán, Oliver Jones.

    El más fuerte de ellos, un hombre fornido y robusto, tomó el brazo de Oliver Jones de malos modos. Sus dedos, gruesos y callosos, se enroscaron alrededor de su piel como lo haría una serpiente de cascabel a su presa. Por la forma en que lo sujetaba, estaba seguro de que le dejaría un moratón. Pero por la forma en que William Griffin le lanzó aquella mirada gélida, tan solo era cuestión de tiempo que el otro acabase perdiendo la mano.

    <<quítale las manos de encima, idiota.>> pensó Morgan Bones, sorpresivamente molesto.

    Al comprender que no llevaban consigo ninguna clase de documentación, el que parecía ser el cabecilla del grupo hizo un movimiento de cabeza para que los otros dos se los llevaran presos al calabozo. Uno no debía de ser muy listo para darse cuenta de que a la mañana siguiente serían ajusticiados en la horca para que sirvieran de ejemplo a otros piratas sin ley ni bandera de esplendor. Fue en aquel momento cuando el comodoro Connor Norrington entendió que debía hacer algo. Por lo que se acercó a paso ligero hacia el grupo.

    El primero en girarse en su dirección pareció reconocerlo de inmediato. En un acto reflejo, retrocedió un paso. El miedo reflejado en sus ojos de ratón, pequeños y muy juntos, lo hizo soltar al capitán pirata de inmediato. En su mirada se podía leer el terror puro.

    —Caballeros, ¿cuál es el problema? ¿podrían darme sus identificaciones para aclarar todo este “mal entendido” con el gobernador, Lord Weatherby Swann? —el grupo de soldados se notó reticente a darle sus nombres y apellidos, aunque al final terminaron haciéndolo de todos modos uno por uno mientras intuían el gran problema en que se habían metido—. Para vuestra información, soy yo quien guarda las patentes de corso de mis oficiales de mando. Pero como soy muy despistado las he debido de olvidar en el barco, ¿desean acompañarme un momento y verlas con sus propios ojos?

    Los tres hombres guardaron silencio notoriamente incomodados, negando enérgicamente con la cabeza en silencio para después desearles una buena noche y retirarse a paso ligero.

    La Old Avery, la posada más famosa de toda la ciudad, llevaba el nombre del famoso pirata Henry Avery en su honor. Se decía que era el lugar favorito de los corsarios para reclutar miembros de la tripulación, jugar al juego de cartas de los cien y conocer la ubicación de flotas navales cercanas o cadáveres que guardaban mapas y tesoros. Aunque también era conocida a lo largo y ancho del océano Atlántico por sus pescados fritos aderezados con limón, sus ingestas jarras de ron y aquellos panes tan duros que perfectamente podrían abrirle a un hombre el cráneo en dos. El ambiente olía a los aceites provenientes de los fogones de la cocina, a tabaco de mascar, a ron mezclado con cebada y a los olores nauseabundos de su clientela.

    La taberna era un edificio alto de dos plantas que se alzaba a las faldas del muelle sobre un tablón de madera por encima del nivel del mar. El piso inferior era de piedra gris, y el superior, de madera encalada. Parecía un lugar agradable, hasta hogareño, con su tejado de tejas rojas, su cálida luz amarilla que brillaba a través de los cristales en forma de rombo de las ventanas, y su columna de humo que se alzaba perezosa de la chimenea.

    En toda taberna había siempre un héroe local, y en la Old Avery parecía ser Oliver Jones. Todos los marineros leales al capitán George Roberts II, golpearon sus puños sobre las mesas de madera y vitorearon su nombre entre silbidos en cuanto entró por la puerta del establecimiento. Aquí y allá relataban la pelea suscitada horas atrás, y de cómo el capitán pirata había partido la nariz y el labio de aquel pobre diablo con un buen derechazo. <<¡Deberías haberlo pasado por la quilla!>> gritó un hombre, antes de echarse a reír a carcajadas; le faltaba la mitad de la dentadura, y la otra lucía sucia y amarillenta por culpa de la enfermedad del escorbuto.

    <<así es que ese es el motivo de tu labio partido y pómulo morado.>> comprendió Morgan Bones, preguntándose en su fuero interno quién era aquel tal George Roberts II para Oliver Jones. <<otro de sus muchos amantes, probablemente>> le traicionó su subconsciente. Aquel nombre le era vagamente familiar, puede que lo hubiese escuchado con anterioridad en boca del almirante Stafford Fairborne. ¿No sería El Bengala el famoso barco del que su maestro siempre presumía de haber hundido en el fondo del océano Atlántico, ayudado por los cañones de las cuatro baterías de su navío de línea, El HMS Providence?

    —Siguiente —dijo el posadero, encargado de asignar los dormitorios. La cola había desaparecido, pero el capitán pirata seguía sin tener una habitación donde conciliar el sueño—. Vaya, lo siento mucho, capitán Jones, pero el aforo está completo; tendrá que pasar la noche con alguno de sus compañeros hasta que consigamos hacerle un hueco.

    —Puedes dormir en mi dormitorio, Oliver —interfirió el contramaestre del Poseidón, a pesar de seguir enfadado con su amigo. Luego, hizo ademán de subir los peldaños de madera en dirección escaleras arriba, pero la voz del comodoro británico detuvo su accionar en seco.

    —O puede pasar la noche en la mío —Morgan Bones miró a William Griffin con la sombra de una sonrisa burlona dibujada en sus labios. El galés movió los suyos sin sonido alguno, y la sonrisa del comodoro británico se ensanchó aún más cuando comprendió aquel <<eres hombre muerto, Bones>> — Piénselo, capitán, tal vez podamos continuar nuestra partida de cartas de la escoba del quince o el juego de los cien.

    El juego de los cien consistía en que el ganador podía hacer hasta un máximo de tres preguntas a su rival. En contraposición, el vencido tenía la obligación de responder sinceramente o beber un vaso completo de licor para evitar tener que contestar con la verdad.

    —Vamos, Oliver —dijo el contramaestre del Poseidón, esperando que tomase una buena decisión al menos en el día de hoy. Sus ojos oscuros de color marrón, buscaron la mirada azul de su amigo—. ¿Oliver?

    El dormitorio, de un buen tamaño, estaba completamente a oscuras cuando el comodoro británico abrió el picaporte de metal; estuvo a punto de cerrar la puerta, pero al final la dejó entreabierta esperando a que el capitán pirata aceptase su propuesta. La luz de la luna se colaba a través de los ventanales de bisagras oxidadas que no dejaban de chirriar, mecidas por la suave brisa marina. El suelo de parqué estaba cubierto por una alfombra de aspecto oriental con elefantes y otros animales bordados a mano con filigranas doradas, negras y rojas. Los muebles tenían un aspecto rudimentario; al fondo había una cama individual con un espejo de cuerpo completo tallado en madera y, junto a la ventana, dos sillas, una mesa circular y una botella de licor acompañado de una jarra de cristal.

    <<maldición>> pensó el comodoro británico, dejando las cartas sobre la mesa de madera. La cara de sorpresa y sus ojos bien abiertos daban a entender que no esperaba encontrarse ninguna botella de alcohol. La última vez que Morgan Bones había bebido un sorbo de aquel licor especiado, terminó arrojando la cena por la borda del barco y amaneció maniatado de pies y manos con una cicatriz en forma de sonrisa que cruzaba la parte inferior de su costilla izquierda. Oliver Jones debía estar tan acostumbrado a beber ron, licor, vino, whiskey, hidromiel y cerveza de cebada que, aunque no estaría muy sobrio, al menos estaría lo suficientemente avispado para blandir la espada y tomar una decisión crucial, a diferencia suya.

    Morgan Bones se deshizo de su chaleco de cuero para colgarlo en el reposadero de la silla. Pero, curiosamente no se deshizo en ningún momento de sus armas, las cuales seguían colgadas de la vaina de su talabarte ceñido a su cintura. A continuación, encaminó sus pasos en dirección hacia el espejo y se levantó un poco su camisa holgada para ver a través del reflejo aquella fea cicatriz grabada para siempre en su piel. Las yemas de sus dedos rozaron tímidamente la herida y su cabeza se adentró poco a poco en un mar de aguas turbulentas al recordar la tortura que había sufrido aquel día a manos de un grupo de piratas españoles.

    No obstante, el crujido de la madera bajo unos botines negros de hebillas doradas y desgastadas por culpa del salitre del mar cerca de su puerta hizo que su mano derecha volara rauda a la empuñadura de su espada en un rápido movimiento de muñeca, acostumbrado siempre a permanecer en alerta.

    —¿Quién anda ahí? —preguntó el comodoro británico en voz alta, soltando rápidamente la tela de lino para esconder la herida. A continuación, bajó el arma y su mueca de tensión pura volvió poco a poco la normalidad al ver de quien se trataba.

    SPOILER (click to view)
    Lo primero; morí de amor con tu respuesta, está muy bien redactada y me emocioné leyendo al bueno de Oliver discutiendo con William por Morgan <3
    QUOTE
    Puede que la Armada Británica esté a unas millas cerca de nosotros y ¡¿te permites jugar pensando que no habrá consecuencias?!

    Literalmente, la cara de Morgan :XD:
    como-lo-supo-how-did-he-know


    Solo diré que me he quedado con unas ganas horribles de continuar con la escena, pero no me corresponde a mí decidir si es el capitán Jones o su hermano pequeño, Edward, quién ha aparecido por la puerta. Como sugerencia, Connor desea que se trate de Oliver :XP:

    Ay! cierto comodoro ya tiene las preguntas formuladas en la punta de su lengua, dispuesto a emborrachar a su pirata favorito. Spoiler: al final va a acabar él borracho como una cuba, por lo que puede que se le escape alguna información de utilidad crucial de la que el otro le puede pedir a la mañana siguiente las cuentas ;_;

    Por cierto, acabo de tirar el rigor histórico por la borda con Nassau y el gobernador, haciendo a Lord Weatherby Swannen de piratas del Caribe. No, no me arrepiento, me ha gustado la idea de que los casacas rojas supongan una amenaza presente. Me explico; voy a hacer que William y Morgan hagan un poco las paces. He pensado que o bien William le pide ayuda a Morgan para rescatar a Oliver de alguna celda. O bien Oliver y Morgan se van a rescatar a William de la horca. Tengo muchas ideas rondando ahora mismo por la cabeza y tengo que ponerlas en orden. Tal vez William y Oliver confundan una de las visitas secretas de Morgan al gobernador, y piensen que lo hayan raptado. :=/:

    Primero; Oliver, recuerda que para Connor un beso significa el mundo, así que ya te puedes dar con un canto en los dientes si lo consigues. Eso, o lo emborrachas, que tampoco será muy difícil dado toda la información que Morgan tiene que sonsacar. En teoría, este hombre debería estar haciendo preguntas a favor de la marina real, pero dado su extraña reacción cuando se enteró de la larga lista de amantes del capitán, creo que va a tirar por una pregunta seria y dos de carácter personal :XD:

    Por cierto, no sé que idea tenías pensando para El Bengala. Pero yo he dejado abierta la posibilidad que el cabrón del almirante tenga parte de culpa de su hundimiento para causar más drama. ¿Y si Oliver y Connor hubieran cruzado sus espadas cuando solo eran unos mozos de 18 años? :=/:

    Y si me lo preguntas; es perfectamente comprensible que Connor se ponga celoso no solo por la lista de hombres y mujeres que William se va a encargar de compartir con él, sino porque es difícil competir con el bueno de Orlando Bloom <3

    Ay, pofavo ese guiño de Tom <3

    Bien, pues tú decides ahora qué preguntas va a soltar Oliver. Pero te advierto que si se acerca demasiado a la verdad, Connor va a acabar vomitando en una esquina :XD:

    Te respondo al MP cuando termine con la ficha; te adelanto que puede ser una versión muy parecida al diario de bitácora en tiempos de guerra :f:

    Salud! :XD:
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    Edited by Volkov. - 24/9/2023, 21:22
  9. .
    Blut.

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    Le invoco para que vacíe su bandeja de MP 🧙‍♀️🔮

  10. .
    <<Eres hombre muerto, Griffin. Tu amigo podrá llorar tu muerte en mi hombro, antes de que le ponga una soga alrededor del cuello cuando lo ajusticie ante el pueblo británico.>> pensó Morgan Bones con un sentimiento agridulce al ver a Oliver Jones situarse entre él y William Griffin con una espada desenfundada en la mano. La espada era un florete español, un arma elegante y de constitución rígida con una cazoleta en el mango.

    El comodoro británico se percató rápidamente de dos cosas. La primera es que el capitán pirata y él eran las dos caras de una misma moneda, tan diferentes y a la vez tan igual. Uno estaba preparado para defender a su amigo con su propia vida, y el otro había dispuesto la suya al servicio de la Marina Real Británica con el único fin de ajusticiar en la horca a todo pirata. La segunda, fue caer en la cuenta que el imaginar a su enemigo ahorcado o con el cuello roto, no le producía ningún sentimiento de satisfacción personal como con los otros bucaneros, piratas, y filibusteros.

    “Basta, Morgan. Es suficiente.” escuchó decir a Oliver Jones, sacándolo de sus pensamientos más intrínsecos. Morgan Bones cayó en la cuenta, —por la forma en como su enemigo apretaba su mandíbula con fuerza, o por como lo observaba con la espada desenfundada, pero sin hacer uso de ella—, que el capitán pirata estaba reprimiendo el impulso de acabar con él allí mismo. Sin saber muy bien por qué, algo en su interior le decía que, de haberse tratado de otro marinero, hace tiempo que lo habría ensartado con la punta afilada de su espada. Por lo que, siguiendo el hilo de sus pensamientos, el comodoro británico reparó en que disponía de alguna clase de trato privilegiado por parte del capitán del Poseidón, frente a su amigo y otros marineros.

    Morgan Bones le sujetó la mirada en silencio. Su cuerpo se detuvo en seco, acostumbrado a recibir órdenes del almirante Stafford Fairborne. Pero, por la forma en que sus ojos brillaban de forma amenazadora, era evidente que no deseaba parar la pelea. Uno no debía ser muy listo para darse cuenta de que, si no llega a ser por la intervención de Oliver Jones, William Griffin habría acabado manco en el mejor de los casos, y muerto en el peor.

    —Sí, “mi capitán” —dijo el comodoro británico sin oponer ninguna objeción, soltando ambas cimitarras gemelas al suelo con un estruendo metálico. Sin ánimo de poner a prueba la paciencia del capitán pirata, decidió que lo más sensato era no responder a la amenaza del contramaestre.

    Morgan Bones sintió los ojos azules de su enemigo observando su cuerpo de arriba abajo sin ninguna clase de pudor. Su mirada impenetrable, pero observadora, le hacía difícil identificar si Oliver Jones lo estaba mirando con sus ojos duros y cara de enojo. O si, por el contrario, estaba observando su torso al desnudo con deseo bien disimulado y otra clase de motivos más íntimos que tan solo podían ser explicados a puerta cerrada en su camerino. Dicho pensamiento le impulsó a pensar si lo había insultado por el reciente enojo allí acontecido, o por que no le gustaba el rumbo que seguían sus pensamientos más pecaminosos.

    <<¿Qué estás mirando exactamente, Jones?>> se preguntó el comodoro británico a sí mismo en su fuero interno. Después se retiró junto con los otros marineros, quienes volvían a sus respectivos puestos y quehaceres diarios entre quejas y maldiciones, claramente descontentos.


    <<quiero que hagáis “lo que haga falta” para ganaros su confianza, si sabéis a lo que me refiero, comodoro Norrington. Quiero que traigáis de vuelta a Morgan Bones.>> las palabras del almirante Stafford Fairborne resonaban en la cabeza de Connor Norrington como una mosca molesta revoloteando en sus pensamientos, mientras pasaba a abotonar su camisa una vez salió del barreño de madera donde se había dado un chapuzón de agua fría.

    Arremangó sus mangas anchas hasta la altura de los codos y luego alisó su camisa de color azul marino de bajos holgados por dentro de sus calzones de tela de lino negro. Un par de botones abiertos, —a propósito—, dejaban entrever una buena parte de su torso de músculos marcados y una sombra de vello claro. Nada especialmente extraño, dado el calor sofocante caribeño en pleno verano. Unas botas de caña alta oscuras, un cinturón del mismo color y su chaleco de cuero negro ponían el broche final a su atuendo.

    Morgan Bones se veía distinto a cómo solía vestirse habitualmente a diario. Algunos incluso afirmarían que se veía ciertamente atractivo.

    <<Lección uno; vuestro cuerpo no os pertenece. Lección dos; sacrificarse por una causa superior. Lección tres; identificar las debilidades del enemigo.>> proseguía su maestro, mirando fijamente a los ojos de un joven Connor Norrington.

    El comodoro británico se habría recogido su cabello platino para aquella ocasión, —casi especial—, en una coleta baja con algunos mechones de pelo rebelde cayendo a un lado de los costados de su cara. Su pelo era suave al tacto, gracias a la protección que siempre le había brindado la peluca animal hecha con finas hebras de pelo de Yak.
    SPOILER (click to view)

    Su rostro de facciones duras y afiladas, se alejaba de los rasgos suaves y armoniosos de las mujeres. Pero, por alguna razón, tanto las doncellas pertenecientes a las altas cúpulas, así como sus futuros maridos, —que no eran sino sus compañeros en gajes del oficio—, les resultaba difícil apartar la vista de su fisionomía agraciada.

    <<Fuisteis entrenado para ser atractivo y asignado a barcos enemigos para lanzar distintas trampas de chantaje como único objetivo.>> el almirante Stafford Fairborne lo miró duramente cuando el joven Connor Norrington se negó a seguir visitando burdeles con fines instructivos, estudiar idiomas, aprender a vestirse y recibir instrucciones de cómo obtener información, coqueteando.

    Antes de pagar al capitán pirata con una visita en el castillo del alcázar, el comodoro británico se dispuso a enfocar su plan desde otra perspectiva muy distinta al arte de la guerra. Su plan era ganarse el favor de su enemigo a toda costa, incluso si para ello necesitaba utilizar las artimañas más sucias y rastreras, aprendidas en la escuela naval británica. Por lo que, si tenía que seducir al pirata más peligroso de los siete mares para aplacar la ira de su contramaestre, —que no hacía otra cosa que poner en peligro la que posiblemente fuera la misión más importante de toda su carrera al servicio de la Marina Real Británica—, entonces no tendría ninguna pega en convertirse en el amante del capitán pirata.

    El problema en sí radicaba en satisfacer el apetito y la curiosidad de un hombre quien, muy probablemente, habría visitado los entre muslos de toda ramera en los burdeles de los diques donde su barco había atracado desde el norte de Nassau hasta Trinidad y Tobago en el sur. Mientras que, en comparación, la experiencia de Connor Norrington en asuntos del corazón o menesteres de cama se podía contar con una mano, y aún le sobraban dedos. Siempre había sido diestro con el manejo de la espada, aunque no tanto a la hora de regalar cumplidos a las señoritas de alta alcurnia debido a su carácter hosco, recto, y en ocasiones frío. Una vez tuvo un romance clandestino en la escuela de oficiales con Erick Wilson, un irlandés, —pelirrojo con pecas en las mejillas, hombros y brazos—, pero de aquello hacía ya muchos años.

    <<Si yo os digo que quiero la cabeza de esa rata inmunda de Oliver Jones, vos me la traeréis servida en bandeja de plata. ¿Entendido, comodoro Norrington?>> preguntó su maestro, antes de que un diligente pupilo asintiese afirmativamente con la cabeza en silencio.

    El crujir de la madera bajo el peso de sus botas de caña alta mientras subía escaleras arriba, resonó por todo el castillo del alcázar. Una vez alcanzó el camerino del capitán pirata, dirigió su mano al pomo cromado con intención de abrir la puerta de madera. Pero, aunque estaba decidido a sorprender a su enemigo con una visita, lo cierto es que al final fue el comodoro británico el sorprendido cuando la puerta se abrió de un momento a otro hacia dentro y su mano, sujeta al pomo, siguió su curso. De este modo, su cuerpo se precipitó hacia delante y las distancias entre ambos hombres se acortaron hasta tal punto que sus rostros quedaron a escasos centímetros de distancia el uno del otro.

    Morgan Bones pudo sentir la respiración del otro golpeando su cara con fuerza. Ahora que lo tenía más cerca, fue capaz de apreciar con mayor percepción su mirada profunda de color azul, las arrugas que se formaban cerca de su boca o los labios finos enmarcados por aquella barba castaña. Se suponía que él estaba allí para seducir a Oliver Jones. Pero parece que su enemigo podía hacer su trabajo mejor que él.

    El comodoro británico contuvo el aliento. Sus ojos sorprendidos y abiertos miraban al capitán pirata como si fuera la primera vez que cruzaban sus caminos. Durante un momento perdió la capacidad del habla. Parecía, —por la forma abstraída en que lo miraba—, que se había olvidado del discurso que diligentemente había aprendido en su cabeza. Carraspeó con la garganta. De pronto, sintió su boca reseca.

    Nunca lo admitiría en voz alta, pero aquella reacción fue sincera. No premeditada.

    —Capitán, —dijo a modo de saludo, como si nada importante hubiera pasado, antes de soltar el pomo de la puerta y volver a imponer nuevamente las distancias con intención de recuperar la compostura. Luego, puso un pie dentro del camerino, obligándolo a retroceder amablemente ante su avance para cerrar la puerta detrás suya y así obtener un poco de privacidad. — me gustaría hablar con usted un momento a solas. Quería pedirle…

    El cuello arrugado de la camisa de Oliver Jones captó la atención del comodoro Connor Norrington hasta el punto de dejarle mudo. Debido a su personalidad pulcra y meticulosa no pudo evitar llevar su mano hasta la prenda para ponerla nuevamente en su sitio. Sus dedos rozaron el cuello de su enemigo a propósito en el proceso. Su piel era áspera, pero cálida al tacto.

    —Quería pedirle disculpas personalmente a usted y al contramaestre Griffin por mi reacción desmesurada en el entrenamiento de hoy; estaba enojado con su amigo porque, en mi opinión, recibí un castigó de forma injusta por defender a un miembro de la tripulación de ser sometido y asesinado. —dijo, bajando la mano a su sitio, mientras su mirada hambrienta escalaba de forma mal disimulada y deliberadamente lenta desde su cintura, pasando por su pecho y cuello, hasta alcanzar la cima de sus ojos de color azul. —No sé qué es lo que pasó por mi cabeza en aquel momento. Lo siento, fui un estúpido. Me gusta formar parte de su tripulación, capitán. “Me gusta mucho.

    Por la forma ambigua en que había dicho sus últimas palabras, uno no podía estar completamente seguro si se refería al tema del que estaban hablando o, por el contrario, le acababa de confesar lo mucho que le gustaba el capitán del Poseidón. Morgan Bones dio un paso en dirección hacia su enemigo, acortando las distancias entre ellos con las mismas intenciones inciertas con las que hablaba todo el tiempo. Sus ojos de color azul claro estaban fijos en los labios rosados de Oliver Jones. Pero justo en el momento en que las cosas prometían ponerse interesantes, William Griffin apareció por la puerta de madera del camerino con una disculpa a flor de labios, arrepentido por haberle hablado de aquel modo tan rudo a su amigo.

    —Mira, Oliver, lo siento, yo… —William Griffin enmudeció de repente al ver a Morgan Bones a solas en el camerino de su amigo. Su cara pasó de la sorpresa al enfado en cuestión de pocos segundos. El comodoro británico cerró los ojos y luego volvió a abrirlos con una mueca de resignación dibujada en su rostro al escuchar la voz molesta del contramaestre a su espalda. Sabía que se había metido en otro nuevo problema. — ¿¡Qué está haciendo él aquí, Oliver!? ¿¡No me digas que es tu nuevo…!?

    William Griffin volvió a guardar silencio. Tenía la cara roja con un par de venas marcadas en la garganta, el entrecejo arrugado, las aletas de la nariz dilatadas y los labios fruncidos en una fina línea de rabia. Quedaba claro, —por la forma en cómo apretaba los puños con los nudillos de color blanco—, que no le había gustado la idea de encontrar a su amigo, Oliver Jones, hablando con el otro en la privacidad de su camerino. Esto empujó a Morgan Bones a preguntarse en su fuero interno si estaba celoso, o si sencillamente se había sentido traicionado.

    —Contramaestre Griffin…

    El comodoro británico hizo ademán de disculparse, pero fue interrumpido abruptamente por el contramaestre del Poseidón con un insulto.

    —¡Vete al infierno, Bones! —pero no pudieron seguir con su argumentación porque un sonido desgarrador resonó desde la proa hasta popa del bergantín, tambaleando el barco peligrosamente durante unos segundos y amenazando a sus tripulantes con hacerles perder el equilibrio.


    William Griffin sostuvo una postura lógica, pensando que deberían haber chocado contra alguna ballena podrida que se encontraba flotando sobre la superficie del agua. Pero los marineros con más imaginación juraron haber visto al mismísimo Kraken nadando bajo las olas. Morgan Bones intentó explicar sobre los desniveles marinos—, aprendidos en la escuela naval británica—, que hacían literalmente de trampolín cuando dos océanos colisionaban entre ellos. Pero el contramaestre del Poseidón descartó su teoría, argumentando que sus conocimientos náuticos eran pocos e ineptos; poco cerebro y mucho músculo, había dicho.

    Fuera como fuera, la quilla y la sentina habían sufrido un daño considerable con boquetes de más de treinta pies por donde el agua entró rápidamente en la cubierta de sollado, inundando los compartimentos inferiores del barco. El Poseidón se vio obligado a desviarse de la ruta establecida y hacer una parada en Nassau, después haber chocado contra un objeto no identificado. Una vez el bergantín atracó en el dique, fue mandado calafatear y carenar. Según el constructor de barcos, —un hombre delgado y alto como un palo—, la reparación duraría de dos a tres días como mínimo y su coste sería elevado.

    La ciudad cubría la playa hasta donde alcanzaba la vista de Morgan Bones. Había mansiones, glorietas, graneros, almacenes, posadas de madera, tenderetes callejeros y burdeles en cada esquina. Entre los edificios había calles anchas bordeadas de palmeras, callejuelas serpenteantes y callejones tan estrechos que dos hombres no los podían recorrer hombro con hombro. Hasta sus oídos, pese a la distancia, llegaba el estruendo de peleas de borrachos en las tabernas, el griterío del mercado, y las rameras intentando captar nuevos clientes desde sus palcos.

    A petición popular de la tripulación, acabaron aquella misma noche cuando arribaron en La dama de seda; el burdel más famoso de toda la ciudad. Su reconocimiento se debía en mayor media al diferente tipo de mujeres, traídas desde todas partes del mundo. Las había morenas de piel bronceada por el sol, ojos oscuros y pelo negro como el carbón con caderas anchas y busto generoso, y también asiáticas de ojos rasgados, rostros redondeados y pelo liso. Las había rubias de ojos azules, altas y delgadas, pelirrojas de ojos verdes con una piel blanca como la nieve y pecas en sus mejillas rosadas, y jóvenes muchachos dispuestos a todo a cambio de unos reales de a ocho.

    —Hoy en día los burdeles son una inversión mucho más segura que los barcos. Las putas no suelen hundirse, y si las abordan los piratas el pago es previo. —escuchó decir a un hombre cuando entraron por la puerta decorada con sedas, terciopelos y otras telas de alta calidad exportadas desde las indias. — En el burdel se paga el doble por chicas vírgenes y sanas, y el triple por los jóvenes menores de dieciocho años de edad.

    Pese a lo tarde que era el burdel estaba abarrotado. Había sillas dispuestas alrededor de mesas de madera, una barra en el fondo de la sala y unas escaleras circulares que conducían a la planta de arriba. La música de violines, acordeones y flautas traveseras se mezclaban con los gemidos de las prostitutas y los alaridos de los hombres que las embestían por detrás. El ambiente olía a sexo e incienso por igual con un olor empalagoso, profundo y amaderado.

    En la planta de abajo los hombres buscaban tesoros enterrados entre los muslos de las mujeres con la mano derecha y bebían ron o cebada de sus jarras de madera con la izquierda. Miraras donde miraras siempre había una mujer medio desnuda de cintura para arriba, o vestida con sedas transparentes por prendas. Arriba, en la segunda planta, había un sinfín de habitaciones de donde provenían gemidos y risas. Un joven de pelo castaño y ojos azules de color claro apoyaba sus antebrazos en la barandilla del palco, mirando a la tripulación del Poseidón con ojos hambrientos.

    Desde el primer momento en que Oliver Jones, William Griffin y Morgan Bones tomaron asiento alrededor de una mesa de madera, este último se mostró ciertamente incómodo. Parecía tener problemas de concentración y no era para menos al recordar al almirante Stafford Fairborne, obligándole a mantener relaciones para adultos con una ramera con el fin de aprender los gajes del oficio. En ello iba el hilo de sus pensamientos cuando una joven muchacha, —que posiblemente no habría cumplido ni la mayoría de edad— intentó deslizar sus dedos largos y finos por dentro de su camisa media desabrochada. En consecuencia, el comodoro Norrington se apartó de forma brusca del alcance de su mano, como si su roce quemara.

    Más rameras se aproximaron a la mesa. Una tenía el pelo negro y la piel blanca como la luz de la luna, mientras que la otra tenía el pelo rubio y la tez bronceada por el sol. Las dos susurraban algo por lo bajo entre ellas con una sonrisa maliciosa en sus bocas rosadas y apetitosas. Sus miradas cargadas de deseo estaban puestas sobre el capitán pirata, y pronto se posicionaron delante suya para captar la atención de su mirada azul.

    —¿Te gustan rubias? —preguntó una de ellas, sentándose en el regazo de la pierna de Oliver Jones, mientras jugueteaba con el vello que sobresalía de la camisa.

    —¿O quizás las prefieres morenas, capitán? —la segunda hizo exactamente lo mismo, tomando asiento en la rodilla opuesta y jugueteando con la barba castaña entre sus dedos. — Tal vez podamos ser tres, o cuatro. —dijo deslizando una mirada seductora por encima de Morgan Bones bajo sus pestañas largas y oscuras.

    —Voy a salir afuera un rato. Necesito un poco de aire fresco. —el comodoro británico se levantó de su silla con prisa y casi salió corriendo por la puerta de atrás que daba a un callejón sin salida. Respiraba con dificultad, y tenía la frente perlada de gotitas de sudor. Apoyó la mano contra la pared de ladrillo del edificio contiguo y agachó la cabeza en dirección hacia el suelo intentando calmarse poco a poco. Una arcada subió por su garganta, amenazándole con regurgitar, cuando los recuerdos del almirante Stafford Fairborne en el burdel y las rameras llegaron a su mente para quedarse durante el resto de la noche.

    SPOILER (click to view)
    Uff como me gustan tus respuestas, me estoy volviendo adicta a esta historia <3
    QUOTE
    No pude esperar más, ya tenía la idea jjaja. Tú puedes escribirme una biblia entera y gustosa yo leeré cada línea, enamorándome más y más < 3

    A mí me pasa lo mismo, y confieso que incluso estando en el trabajo siempre suelo sacar tiempo fantaseando con la respuesta o escribiendo con papel y lápiz el borrador en una hoja :XD: Mi jefe me va a matar algún día.

    Lo primero; me encanta la manera en que Oliver defiende a capa y espada a Connor frente a su amigo, a pesar de ser un completo desconocido <3 Pobre William.

    Decirte que Connor está con la mosca detrás de la oreja después de ese; "tu nuevo" ¿Quién era Roberts? ¿Su amante? ¿Qué pasó en el Bengala? ¿Cómo murió el capitán? :=/: jaja, ya verás cuando Connor empiece a hacer preguntas.

    Más cositas, he dejado caer que este hombre tuvo una relación con un tal Erick Wilson. Ya te daré más información a lo largo del rol. Pero, básicamente este personaje cobrará relevancia y protagonismo a lo largo de la historia para poner a Oliver Jones celoso ;P Aunque tú y yo sabemos que el pobre no tiene nada que hacer contra nuestro querido capitán pirata <3

    Por aquí te dejo algunas imágenes;
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    Como ves, he acabado rompiendo un poco el Poseidón porque quería llevarlos a un ambiente diferente :XP:

    El problema es que Connor está tan traumado por el entrenamiento en su juventud que le cuesta un mundo entero volver a tener contacto físico con otro ser humano. Como dato, ni si quiera piensa en su prometida, Elizabeth, de ese modo. Así que Oliver tiene un largo trabajo por delante con este hombre. A estas alturas Oliver puede empezar a intuir reacciones naturales cuando es Connor, como por por ejemplo la reacción que tuvo con él en el camerino, y acciones forzadas cuando se presenta como Morgan con esa faceta coqueta tan distanciada de su personalidad.

    P.d: Connor le tiene ganas a Oliver. Pero sabe que está mal. No, FATAL. :XD:

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    Edited by Volkov. - 18/9/2023, 07:59
  11. .
    —¿Lo ve, capitán? Mi “audacia” no me engañaba; sabía, desde el primer momento en que vi su sonrisa, que acabaría por aceptarme de buen agrado a bordo del Poseidón tanto si le gustaba a su amigo, como si no. —dijo Morgan Bones con un rastro de petulancia en el tono de su voz y una medio sonrisa bravucona dibujada en sus labios. El espía británico miró de reojo al galés, incitándole a empezar una nueva discusión incluso aun estando malherido. En respuesta, William Griffin le lanzó una mirada asesina, pero tuvo la sensatez de morderse la lengua para no interrumpir a su capitán, Oliver Jones. A juzgar por la expresión de desagrado en su rostro, no le gustaba para nada aquel individuo.

    La suerte del contramaestre pareció sonreírle de vuelta cuando una mueca de dolor cruzó el rostro del marinero, mientras el capitán pirata se deshacía de la gasa —antes blanca y ahora teñida de color rojo oscuro—, que cubría su sien izquierda. William Griffin no pudo contener una risita triunfal durante mucho más tiempo y esta rebotó en forma de eco en las paredes de madera del camerino del capitán. Su risa burlona suscitó en Morgan Bones una necesidad incipiente de golpear su rostro con el puño al desnudo para borrar aquella sonrisa suya hasta que se le abriera la carne y la sangre corriera roja. Pero, aunque no le agradaba la risa del galés, menos aún lo hacía el tener a su enemigo, Oliver Jones, invadiendo su espacio personal.

    Sus ojos azul claro miraron al capitán pirata desde abajo, sentado en su camastro. El primer impulso del espía británico fue apartarse del yugo de su mano, pero, en cambio, se quedó muy quieto. Su nariz captó una mezcla de olores muy distintos. Aquel hombre olía a sal, alcohol, pólvora, sudor, y un aroma que no conseguía identificar del todo. <<Delicioso>> pensó, impresionado por el rumbo de sus pensamientos.

    —Creo, capitán, que aceptaré su propuesta de buen gusto. —dijo Morgan Bones mirando directamente al contramaestre a los ojos, mientras el señor Murray entraba por la puerta del camerino del capitán— Aunque temo que será necesario “más de una ronda” para determinar quién es el ganador. —la sonrisa de William Griffin se esfumó tan rápido como vino para dejar paso a una mueca de disgusto. Como Oliver Jones estaba de espaldas a su amigo, no vio como el galés señalaba su propio cuello con el dedo pulgar para luego dibujar una sonrisa en su garganta a modo de amenaza. En respuesta, el espía británico le enseñó el dedo de en medio, haciendo ver que se rascaba el ojo derecho, con intención de dejar en claro cuánto le importaba su opinión.

    Por el contrario, el hecho de que su hermano pequeño y un pirata suscitaran una contienda en la cubierta de la primera batería, —según informó un joven marinero que respondía al nombre de Jacob—, si le importaba.

    <<Edward>> pensó Morgan Bones, reconociendo el nombre de aquel pirata. Hands, —un hombre con dientes de madera—, había sido acusado y sentenciado a la horca por los cargos de violador, ladrón, asesino y contrabandista pirata en más de un estado, además de por el Imperio Británico. Según contaban las malas lenguas, aquel pirata era un asesino cruel y despiadado que no acataba más ley que la de su espada; no seguía las reglas de la guerra y siempre que podía hacía trampas para acabar con la vida de su rival de las formas más sucias y rastreras.

    No obstante, la noticia de que la Marina Real Británica le propuso una amnistía y le ofreció un patente de corso a cambio de encontrar para su majestad, el rey Jorge I, el tesoro de Hernán Cortés, corrió como la pólvora desde Londres hasta Port Royal. Y no era para menos, no todos los días uno conseguía el perdón de penas decretado por el puño y letra del almirante, Stafford Fairborne, y se le otorgaba el permiso de atacar barcos y poblaciones de las naciones enemigas de Inglaterra, pasando a formar parte de la Marina Real Británica.

    Es por ese mismo motivo que el espía británico salió corriendo a toda prisa por la puerta del camerino del capitán en dirección escaleras arriba, bajo la confusa mirada del médico de abordo. Una vez alcanzó la cubierta de la primera batería sus ojos se abrieron al máximo, sorprendido de ver a su hermano pequeño con un ojo morado, la nariz sangrando y el labio inferior partido, antes de ser amarrado junto aquel asesino al palo mayor por orden del capitán pirata. Esto hizo que, en consecuencia, lleno de rabia e impotencia, Morgan Bones le lanzara una mirada asesina al tal Hands, mientras apretaba los puños con fuerza —hasta que las uñas se le clavaron en las palmas de las manos— al saber que no podía hacer nada.

    No obstante, su accionar no pasó inadvertido para el contramaestre, quien giró la cabeza en su dirección, por encima del gentío, para observar con sorpresa al espía británico presenciando una pequeña trifulca entre marineros, en vez de guardar reposo en el cómodo lecho de su amigo por orden del propio médico de abordo. Este descubrimiento hizo que William Griffin arrugara el entrecejo, extrañado.


    Un golpe seco despertó aquella misma noche a Morgan Bones, tumbado boca arriba en la cubierta de la segunda batería del barco junto a otros marineros que seguían profundamente dormidos y recostados en sus coyes. Estos eran trozos de lona o tejido de malla en forma de rectángulo que, colgado de sus cabezas, servían de cama de abordo.

    Un hombre a su lado roncó tan fuerte que por un momento pensó que también se había despertado. Pero la botella de licor vacía que sujetaba aún entre ambas manos y su aliento apestoso por culpa del alcohol y sus dientes podridos, le aseguraron que aquel individuo no se despertaría ni aunque estuvieran bajo el fuego enemigo de los cañones de un galeón español.

    El lugar estaba medio a oscuras, gracias a las ventanas de porta, y desprendía un fuerte olor a humedad y pólvora, debido a que era la cubierta inferior del navío donde se situaba la artillería. No obstante, la retahíla de gritos y golpes que acontecieron a continuación dejaron bien claro que la pelea se disputaba en la cubierta de la primera batería desde la parte delantera de la proa hasta la zona trasera de popa, pasando por el palo principal y posiblemente también la arboladura y la cofa.

    Es por eso que cuando Morgan Bones subió por unas escalinatas de madera para alcanzar el castillo de proa, apenas se sorprendió de ver al tal Hands inclinado sobre el capitán Edward Norrington en una lucha encarnizada cuerpo a cuerpo. De algún modo, el pirata debía haberse liberado del nudo de ocho con el que habían maniatado sus manos por detrás de su espalda, y ahora se encontraba empujando a su hermano pequeño contra la amura de babor mientras colocaba una daga bajo su garganta. El filo, —algo mellado y oxidado por el uso frecuente—, debió rozar en algún momento su piel, debido a las líneas rojizas que manchaban el cuello de su camisa de color beige. Por lo que, con intención de paliar la amenaza, levantó las manos a la altura de su cabeza, desarmado.

    —¿Sabes? Voy a disfrutar follándote tan duro que tus gritos de agonía despertarán a tu hermano mayor y también a la tripulación del Poseidón. —Hands tiró de su coleta castaña hacia arriba e inspiró el aroma del cabello del capitán Edward Norrington, quien no tuvo más remedio que inclinar su cabeza en su dirección con una mueca de aversión en su rostro y un brillo de miedo en sus ojos.— Luego, cuando me canse de ti, te rebanaré la garganta, o puede que te abra las tripas en canal para decorar con tus intestinos los mascarones del barco. —le amenazó en un susurro el pirata, deslizando su cara, —salpicada de cicatrices por culpa de la viruela—, hasta que su aliento fétido rozó el lóbulo derecho de su hermano pequeño.

    El capitán Edward Norrington hizo una mueca de repulsión, mientras sentía como se le revolvía el estómago. Luego, hizo ademán de zafarse de su agarre, revolviéndose desesperadamente entre sus brazos desnudos y peludos hasta la altura de los codos. Pero, todo intento de resistencia fue en vano. El británico nunca había tenido la menor posibilidad de ganar; Hands era un hombre fuerte y robusto que fácilmente lo superaba en corpulencia y fuerza física.

    Por lo que fue toda una suerte que Morgan Bones placara a la altura de la cintura a su enemigo, para luego caer contra los tablones de madera de la cubierta de la primera batería. La fuerza del impacto hizo que el filo de la daga rebotara de la mano del pirata y se perdiera en algún punto con un sonido estridente y metálico. Ambos hombres rodaron por el suelo, —sucio por culpa de las cagarrutas de pájaro y las pisadas de los marineros que salían de los jardines de proa y popa—, rodando entre el palo trinquete y el castillo de proa entre patadas, puñetazos, gritos e insultos.

    Aunque, fue finalmente el espía británico quien se impuso por encima del tal Hands y le propinó tal paliza que cuando terminó con él sus nudillos quedaron al rojo vivo con la piel abierta y ensangrentada. La cara del pirata parecía ahora un colador debido a la sangre que cubría buena parte de su cara, los pómulos hundidos,la nariz rota, y los dientes y labios partidos. A juzgar por el estado deplorable de su rostro, resultaba difícil determinar si seguía con vida o no.

    A Morgan Bones poco le importaba aquello. Como comodoro de la Marina Real Británica debió haberse dado la vuelta y dejar que su hermano pequeño se ocupara de sus propios asuntos. Pero, como hermano mayor, no pudo desviar su mirada a un lado y al final terminó poniendo en peligro la misión y su propia vida al exponerse a ser juzgado por el trato de cuerda o la quilla, después de haber matado a un supuesto miembro de la tripulación del Poseidón.

    —Edward, ¿estás bien? —preguntó el comodoro Connor Norrington, encaminando sus pasos hacia su hermano pequeño con la mano alargada en su dirección. Sus ojos azul claro, iguales a los del capitán Edward Norrington, mostraban un brillo de preocupación.

    —¡Ni se te ocurra tocarme! ¡No necesitaba tu ayuda! —replicó un enfurecido Edward Norrington, apartándose en un rápido movimiento del alcance de su mano. Aquel alarido hizo que su hermano mayor detuviera su accionar en seco, mientras el otro le devolvía una mirada cargada de dolor, amargura y rencor, antes de que un par de lágrimas resbalaran por sus mejillas rosadas.— Te odio. —dijo, al mismo tiempo que la careta de Morgan Bones se agrietaba ante su cara de sorpresa. El comodoro Connor Norrington sintió como sus palabras le atravesaron el pecho, dejándole una herida abierta más dolorosa que cualquier espada o bala de pistola.

    Entonces, William Griffin apareció en la cubierta de la primera batería, acompañado de un puñado de marineros. Tenía el pelo castaño rojizo alborotado, y por la forma en que llevaba la camisa de color blanco holgada por fuera de los pantalones bombachos, pero estrechos en la zona de las pantorrillas, y la chaqueta tres cuartos larga completamente abierta, se notaba que había salido a toda prisa de su camerino.

    —¿¡Qué ha pasado aquí!? —gritó el contramaestre, confundido de ver a un hombre muerto en el suelo, al marinero Edward Norrington en lágrimas y a la nueva incorporación del Poseidón, Morgan Bones, cubierto de sangre de los pies a la cabeza. El capitán Oliver Jones aparecería de un momento a otro. —Eres hombre muerto, Bones. Apresadlo.

    Dos marineros se acercaron hasta el espía británico con intención de reducirlo y prenderlo. Pero aun siendo superado en número en dos contra uno, los hombres se acercaron con cierto recelo.

    <<Mierda>> pensó el espía británico, al mismo tiempo que daba un suspiro resignado y abría y cerraba los ojos lentamente. Luego, se postró de rodillas en el suelo, pasando sus manos por detrás de su cabeza sin oponer resistencia.

    —¡Un momento! Esto ha sido un malentendido —dijo entonces el marinero Edward Norrington. William Griffin se giró en su dirección, notoriamente tan confundido como el propio Morgan Bones.—, Hands se liberó de su agarre e intentó matarme arrojándome por la borda del barco. Fue una suerte para mí que el señor — titubeó— “Bones” escuchase el forcejeo y saliese en mi ayuda aún estando desarmado.

    El contramaestre giró su rostro hacia el espía británico para mirarlo con ojos duros.

    —¿Fue así como sucedió? —el comodoro Connor Norrington miró a su hermano pequeño con cautela, antes de asentir con la cabeza.— Muy bien, Bones, puede que esta noche te hayas librado de la quilla o el trato de cuerda, pero no te librarás de limpiar la cubierta de la primera batería a primera hora de la mañana, después de matar a un hombre sin el permiso de tu capitán.


    Morgan Bones no tenía ni idea si el capitán Oliver Jones había aprobado o no su castigo. Pero para no meterse en más líos, decidió que lo más sensato era obedecer al contramaestre William Griffin, aun si eso suponía limpiar la cubierta de la primera batería y los jardines de proa y popa bajo un sol de justicia y un calor bochornoso de más de ochenta y seis grados Fahrenheit.

    Forzado a arrodillarse, le dieron un paño de tela mugroso que cogió con ambas manos y comenzó a restregar por las tablas de madera. Al cabo de una hora, sus rodillas dolían a causa del prolongado contacto con la superficie dura que limpiaba. Por lo que se irguió sobre sus rodillas y estiró su espalda para intentar calmar un poco el dolor que se había acumulado en sus músculos.

    Su camisa oscura estaba sucia y sudorosa, por lo que se deshizo de ella. Sintiendo como el sudor rodaba por su rostro y pecho, aprovechó aquella pieza de tela para limpiarse las gotitas de sudor de su frente y la sangre reseca de los nudillos de sus manos. Un calor húmedo y bochornoso lo envolvía.

    La sensación de ser observado lo hizo abandonar su menesteroso aseo personal para levantar su rostro en dirección hacia donde se encontraban la guarnición de marineros y el contramaestre acompañado muy probablemente de su amigo, el capitán del barco.

    —¡Bones! ¡Deja de limpiar un momento! ¡Somos impares! ¡Edward necesita una pareja de entrenamiento! —vociferó William Griffin, haciendo señas con la mano para que se acercara en dirección hacia ellos. Aquella mañana el contramaestre se le veía de muy buen humor, sabiendo que Morgan Bones estaba sufriendo un castigo por partida doble limpiando el barco y soportando el calor del verano caribeño.

    —Pobre chico; Bones lo va a dejar como un colador. —murmuraron los marineros entre susurros por lo bajo, compadeciéndose de su compañero de oficio. Un par de ellos hicieron una apuesta por ver quien ganaba aquel entrenamiento, mientras intercambiaban un par de reales de a ocho.

    —Las reglas son claras; nada de golpear la cabeza, prohibido tirar hombres al agua, o pelearse con otra arma que no sea una espada de madera. —la turba de marineros estalló en carcajadas. —Es broma; la única regla es que no hay reglas. Gana quien consiga noquear a su rival, o ensartarle con el sable de su espada.

    —¡Deja a en paz a Edward, Bones! ¡Queremos ver un combate real con el capitán! —gritó un hombre grande y peludo que respondía al nombre de Philipp, el oso. Pronto la multitud comenzó a vitorear el nombre de su capitán en voz alta, mientras golpeaban los pasamanos de madera pulida y encerada que iban desde la proa a popa junto a la borda y a través del combés.

    El capitán Edward Norrington tomó una espada en su mano derecha con una hoja fina y alargada como una aguja, y guardamanos tipo cazoleta ornamentada y bañada en oro. La espada era perfecta para el ataque y guardar las distancias. En su mano izquierda, tomó una espada ropera más corta. Esta espada era especialmente buena para la defensa y también para parar estocadas. Por el contrario, la elección de Morgan Bones fueron dos sables de hoja curva y gruesa. Las espadas eran ligeras y rápidas. Estaban pensadas para dar estocadas agresivas y certeras. El ataque, era su mejor defensa.

    Esto se debía a que, pese a que eran hermanos, ambos tenían estilos de pelea muy distintos. Ya que mientras que el uno tenía una constitución grande y corpulenta con músculos bien definidos, el otro era poseedor de una figura esbelta, delgada y fina.

    Cuando la pelea dio comienzo su hermano pequeño y él estaban situados en el centro, y los marineros los rodeaban en un círculo considerablemente amplio entre gritos y palabras de aliento. El primero en lanzar una estocada fue el capitán Edward Norrington, pero su hermano mayor se apartó en un rápido movimiento. Luego, volvió a la carga e intentó atacarle por la espalda con su espada ropera, aunque una vez más Morgan Bones parecía adivinar sus pensamientos y se hizo a un lado sin aparentemente ningún esfuerzo.

    Al cabo de un rato, el capitán Edward Norrington tenía la frente perlada de sudor y se le notaba cansado; sus estocadas eran lentas y sus movimientos torpes. Todo lo contrario a su hermano mayor, quien permanecía sereno, intacto, y sin ningún rasguño. Pronto el tipo de pelea cambió drásticamente cuando Morgan Bones decidió empezar a bloquear los ataques de su hermano pequeño. Con una espada paró una estocada, mientras que con la otra le propinó un empujón con la empuñadura, —desgastada y sudada—, para derribarlo contra el suelo.

    —¡Para de jugar conmigo! ¡Acaba de una maldita vez con esto! —gritó el capitán Edward Norrington desde el suelo de espaldas a su hermano mayor, sintiéndose tan enojado como humillado. Sabía que no estaba peleando en serio y mucho menos poniendo algún tipo de empeño en aquel entrenamiento. Si hubiera querido, podría haber esquivado o bloqueado su estocada. Si hubiera querido, podría haber acabado fácilmente con él allí mismo. Pero no lo hizo.

    Para sorpresa del capitán Edward Norrington y la tripulación del Poseidón la pelea culminó cuando Morgan Bones se dejó ganar y permitió que la espada ropera del otro encontrara su cuello.
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    —¿Por qué? —preguntó el capitán Edward Norrington en un hilo de voz entre susurros. Tenía los ojos azul claro bien abiertos sorprendido, a pesar de que él era, —en teoría—, quien tenía el control de la situación. El filo de su acero amenazaba la garganta de su hermano mayor. Pero su mano temblaba por culpa del miedo, la rabia y el agotamiento al que había estado expuesto los últimos treinta minutos.

    Al no obtener ninguna contestación por parte de Morgan Bones, el capitán Edward Norrington le dio un empujón en el hombro derecho para abrirse camino y retirarse entre la turba de marineros en silencio.

    —¿Siguiente? —preguntó Philipp, el oso. Un par de marineros pagaron con cara de pocos amigos a un tercero unos reales de a ocho, después de haber apostado en contra de su compañero de oficio; nadie se esperaba que el capitán Edward Norrington ganara aquella pelea, ni aun si Morgan Bones asaltara la cubierta de sollado para vaciar todas las botellas de alcohol.

    —Tú. —dijo Morgan Bones con voz fría, señalando con el brazo alargado en dirección al contramaestre William Griffin con la punta curva y afilada de su espada de forma amenazadora. De pronto, se hizo un silencio sepulcral entre los marineros, quienes se hicieron a un lado para abrir un pasillo entre ambos. El ambiente era pesado y vaticinaba un mal augurio. Las cosas estaban a punto de ponerse muy feas para el contramaestre del Poseidón.

    Morgan Bones estaba más que enojado, y su estilo de pelea agresivo y peligroso ridiculizaba al juego de niños, —más conocido como entrenamiento—, que había disputado minutos antes con el capitán Edward Norrington. Sin darle tiempo a reaccionar, lanzó una estocada tras otra dejando bien claro desde un principio su superioridad y preponderancia en la pelea. En más de una ocasión, rompió su defensa y se abrió pasó entre sus espadas para golpearle en algún punto de la boca de su estómago o la cara. Uno no debía de ser muy listo para darse cuenta, —por la forma en que tenía aquel hombre de manejar sus espadas gemelas—, que si quisiera, William Griffin ya sería pasto de los tiburones a aquellas alturas.

    Una vez el espía británico llegó a golpearle la muñeca con tanta fuerza que el contramaestre no tuvo más remedio que soltar la espada con un alarido de dolor. Pero en vez de detener la pelea, volvió a lanzarle la espada en su dirección con el pie para proseguir con la contienda. Estaba claro que aquel hombre sabía muy bien donde iba a parar cada estocada, y el contramaestre entendió, —tarde—, que poco o nada le interesaba ganar aquella pelea. Parecía, más bien, que buscaba desquiciarse de alguna forma toda aquella rabia contenida.

    —¡Ni se te ocurra parar ahora! —le gritó cambiando de posición una de sus espadas. Normalmente, el mango se sujetaba con el puño cerrado, empuñando la espada en dirección al adversario. No obstante, Morgan Bones pasó a tomar una de sus espadas como si fuera un puñal, mirando en dirección hacia el suelo. — “Las reglas son claras; la única regla es que no hay reglas. Gana quien consiga noquear a su rival, o ensartarle con el sable de su espada.” —repitió en voz alta a modo de burla.

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    Uff, es super tarde, pero no podía irme a la cama sin terminar esta respuesta <3 Mañana te contesto al MP, porque ahora mismo estoy luchando para no caer de sueño en la silla.

    Lo primero y más importante; muero de amor con el gif de Tom <3

    Con tu magnífica respuesta me entraron unas ganas horribles de ponerme a escribir enseguida. Así que desaparecí este fin de semana para escribirte una biblia que, por lo menos, espero que te haya gustado tanto como a mí escribirla ;P

    Lo siento, no pude resistirme a matar a Hands para tener un primer acercamiento entre los hermanos y así dar inicio a un "sólido y argumentativo" diálogo entre ambos :XD: Como ves, la relación entre Connor y Edward es extremadamente complicada, por así decirlo. Connor tampoco sabe lo que le pasa a su hermano, pero por su modo de actuar, pienso que sería capaz de noquearlo para llevárselo de vuelta a Inglaterra, tanto si le gusta la idea como si no.

    Ahora, pasemos a la acción: se me ha ocurrido que Oliver interfiera en la pelea cuando William le acabe pidiendo ayuda, o intervenga cuando no la considere justa. Y aquí dos variables; la primera es que acaben en tablas. Puedes ponerlos a rodar por el suelo y montarse uno encima del otro con total libertad :f: La segunda es que Oliver amenace a Morgan con su pistola si sigue dándole la paliza del año a William. Por lo que no tendrá más remedio que parar y luego ir a pedirle perdón al camerino del capitán con el rabo entre las piernas :XD:

    Bueno, a decir verdad tanto si pasa una cosa, como la otra, Morgan va a pagarle a Oliver con una visita al siguiente día. Por supuesto, no dudes de meter a William para fastidiar la velada. Aunque, tal vez Oliver lo envíe a dormir a su cama para seguir "jugando a las cartas" a solas :XP:



    Edited by Volkov. - 10/9/2023, 23:23
  12. .
    —¿Lo de siempre, señor Griffin? —preguntó el mesonero, Billy, el tuerto. Un hombre obeso y menudo que cubría la cuenca vacía de su ojo izquierdo con un parche de color negro, después de haber sido apuñalado por un corsario español.

    El hombre, situado tras la barra de la taberna, se encontraba terminando de secar una jarra de cristal con el pañuelo sucio y hecho jirones que colgaba a un lado de su delantal blanco y manchado por las ronchas amarillentas de aceite del Salmagundi. Una ensalada que había catapultado la taberna de La Perla Negra a la fama, —desde las islas de Nassau y Nueva Providencia en el norte, pasando por Port Royal y Tortuga en el mar del caribe y el océano Atlántico, y los islotes de Trinidad y Tobago en el sur—, gracias al revuelto de verduras, frutas, encurtidos, carne y pescado.

    —Black Strap con extra de cerveza negra. —el mesonero arrugó la nariz en una mueca de disgusto. Después de casi una década de amistad con el contramaestre del Poseidón seguía sin entender el gusto peculiar de los galeses en mezclar el ron, la maleza y la cerveza negra.

    William Griffin tomó asiento en un taburete de madera de espaldas a Billy, el tuerto, con los codos apoyados sobre la barra pegajosa y sucia debido al alcohol derramado y las migajas de pan duro. Sus ojos marrones de color oscuro estaban fijos en su amigo, Oliver Jones. <<Aquí vamos otra vez.>> pensó el contramaestre con amargura, recordando lo sucedido días atrás en la Habana y viendo como su capitán desoía sus valiosos consejos. Quedaba claro por su postura incorporada hacia delante con los codos apoyados sobre la mesa —podrida y carcomida por las termitas—, que nada de lo que dijera le haría cambiar fácilmente su opinión con respecto a ese tal Morgan Bones.

    —Se dice que es de mal augurio llevar a una mujer a bordo, —dijo el mesonero, deslizando por la barra una jarra recargada de alcohol— pero, si quiere mi opinión al respecto, es mucho peor aceptar a Morgan Bones como marinero. Todo barco al que se alista o es atacado por algún buque de guerra británico, o la dotación termina naufragando a la deriva en mitad del océano Pacífico sin dejar rastro alguno.

    El contramaestre dio un trago largo a su bebida y luego pasó a limpiarse la espuma de su boca y barba de color castaña rojiza con el dorso de su manga. Tenía el ceño fruncido con notoria confusión y una arruga en el centro de su entrecejo.

    —¿Qué estás insinuando? ¿Sabes quién es en realidad ese tal Morgan Bones? —y justo en aquel preciso momento en que William Griffin pronunció su nombre, el aludido miró en su dirección como si realmente pudiera escuchar su voz por encima del estrépito sonido de los platos, las jarras, el murmullo de cientos de conversaciones ebrias y la música sonando de fondo.

    <<No puede ser.>> pensó el contramaestre, mientras sentía un escalofrío repentino y se le erizaba el vello de los brazos desnudos. Sin saber muy bien por qué, un miedo irracional le atenazó el estómago, como una serpiente marina enroscada alrededor de sus entrañas.

    El contacto visual apenas duró unos segundos. William Griffin le sostuvo la mirada con todo el valor que fue capaz de reunir en aquel momento. Pero fue finalmente Morgan Bones quien desvió sus ojos azul claro devuelta a su amigo, poniendo así fin al duelo de miradas entre ambos.

    —No, no sé quién es; algunos marineros dicen que es hijo de una prostituta inglesa y un marinero de Nueva Providencia. ¿O era Jamaica? —dijo Billy, el tuerto, mientras William Griffin pensaba que nunca antes había visto unos ojos tan fríos y cortantes, como los de aquel hombre. No le gustaban en absoluto.— Lo único que puedo aseverar es que es un tipo extraño, siempre anda solo. La última vez que lo vi fue hace más de ocho años y, si te digo la verdad, pensé que había muerto ahorcado a manos de los británicos.

    —Si la última vez que lo viste fue hace más de ocho años, ¿dónde demonios ha estado metido todo este tiempo? —el mesonero guardó silencio, encogiéndose de hombros.


    —Con el debido respeto, capitán; si aún no me ha aceptado, mi “audacia” me dice que está a punto de hacerlo. —dijo Morgan Bones, señalando con sus ojos el resto de la tripulación situada unas mesas por detrás de Oliver Jones.

    En su opinión, la nueva tripulación del Poseidón podía calificarse de mediocre en el mejor de los casos e inservible en el peor. El espía británico no necesitó más que un vistazo para darse cuenta de que la mitad de aquellos hombres no conocía la dura vida en alta mar, mientras que la otra no tendría ni la más mínima oportunidad de salir victorioso en una pelea a muerte contra la Marina Real Británica, corsarios, filibusteros o piratas. Los había tullidos a los que le faltaban algunos dedos cortados —probablemente por culpa de algún pequeño hurto—, y también jóvenes inexpertos, —como aquel tal Jacob—, que carecía de rastro de barba o pelo en el pecho y que, muy probablemente, acabaría calentando las mantas de alguno de sus camaradas a falta de unos reales con los que pagar a las rameras cuando atracaran en el puerto.

    Por lo que, en otras palabras, tan solo su capitán Oliver Jones, el contramaestre William Griffin, y su hermano pequeño, Edward Norrington, parecían ser la única guarnición decente entre las filas del bergantín del Poseidón.

    —Lo intuyo por la forma en que ha sonreído cuando me he acercado a su mesa, cómo incorpora su cuerpo hacia delante cuando habla, o el simple mero hecho de aceptar una partida de cartas. —decir que la tripulación de Oliver Jones era inservible en voz alta podría ser considerado como una ofensa. Aunque, a decir verdad, Morgan Bones no sabía si era mejor ofender a su nueva dotación o alardear de sus buenas técnicas de observación como espía de la Marina Real.

    El espía británico tomó sus cartas en la mano, dispuesto a derrotar al capitán pirata tanto en una batalla naval en el mar, como también en una partida de cartas a la luz de una vela medio derretida en tierra. Sin embargo, cuando observó la expresión de su rostro —con la intención de que cualquier mínimo gesto revelara cuál sería su próxima jugada—, se encontró con un pequeño inconveniente; la endemoniada sonrisa de su rival.

    La siempre buena concentración de Morgan Bones pareció perder el rumbo de su timonel y encallar en mareas sinuosas durante unos segundos. No había prestado atención a la jugada del contrario, y mucho menos al juego. Sus ojos se detuvieron más tiempo de lo estrictamente necesario en los labios de Oliver Jones. Por lo que tuvo la oportunidad de darse cuenta de la cicatriz que cruzaba su labio partido.

    —Creo que —titubeó, y tuvo que parpadear un par de veces tanto para desviar su mirada a un lado, así como para recuperar el hilo de sus pensamientos. Tenía un siete de copas, un cuatro de espadas, y un dos de bastos en la mano; por lo que dejó el dos de bastos sobe la mesa y a continuación se hizo con el cuatro de copas. —empiezo a entender su preocupación, capitán.

    En un rápido movimiento, el espía británico aprovechó la distracción del capitán pirata, —quien se encontraba observando sus propias manos en aquel momento—, para dejar caer sus dedos sobre la muñeca desnuda del otro. No era como la caricia de una amante, y tampoco el agarre agresivo de un enemigo. Era un simple apretón de aparente entendimiento por parte de alguien que nunca, jamás, sería su amigo.

    Sus dedos, —largos y suaves en comparación con la piel maltratada de Oliver Jones por culpa del salitre y el trabajo duro en alta mar—, se retiraron lentamente a su sitio. Pero en vez de levantar la mano, Morgan Bones arrastró a propósito sus dedos por los nudillos cicatrizados del otro y aquellos dedos acabados en las uñas más sucias que jamás había visto y que, sin embargo, tampoco le disgustaban tanto.

    <<Mierda.>> pensó el espía británico, percatándose en aquel momento de su craso error. Primero, había expuesto su fuerza bruta delante del capitán pirata con su peculiar forma de levantar a Edward del suelo sin apenas esfuerzo, y segundo, le había demostrado que, si hubiera tenido un puñal en la mano, posiblemente hubiera perdido algún dedo de no haber sido más rápido que su contrario para retirarlos a tiempo.

    —Mmm. Dígame, capitán; ¿siempre es tan desconfiado con todos los miembros de su tripulación? ¿o sólo especialmente conmigo? Me pregunto si en verdad quiere saber de dónde vengo debido algún tipo de interés oculto o, por el contrario, me está interrogando porque su amigo no se fía de mí ni un pelo. —dijo, Morgan Bones, desviando una mirada fría por encima del contramaestre William Griffin, sentado sobre un taburete de madera frente a la barra de la taberna. —Está bien, comencemos; desde que tengo uso de razón mi credo es el ron, mi espada y el oro.

    El espía británico tiró un real de cobre al aire y, en un ágil movimiento de muñeca, sacó una daga de la vaina de su talabarte para luego lanzarla rápidamente contra la moneda. El filo del acero, —algo mellado por su frecuente uso—, se incrustó directamente en el centro, y el arma se clavó tambaleándose contra un tabique de madera.

    —Vine…—empezó a narrar, pero sus palabras se vieron interrumpidas por el sonido estridente del disparo de un mosquete antes de que el arma, — ahora inservible después de haber gastado su única bala—, fuera arrojada con saña contra el pirata de la mesa de al lado para romperle la crisma. Al parecer, la discusión se había originado por un lío de faldas y luego había escalado de tal forma que el filibustero falló al intentar golpear a su oponente con el mango de la culata, —hecha con madera de mango y marfil exportado de África—, y esta fue a dar de lleno contra la sien de Morgan Bones, situado en frente suya.

    La herida pronto empezó a sangrar. Un líquido rojizo y caliente se deslizó por el párpado móvil de su ojo izquierdo, nublándole momentáneamente la visión, y luego descendió por su pómulo hasta alcanzar la curvatura de su mentón, salpicando de sangre tanto su camisa como su chaleco de cuero negro.

    El espía británico sintió como su mundo se tornaba oscuro y borroso. Estaba mareado y a punto de perder el conocimiento de un momento a otro, a juzgar por cómo se tambaleó peligrosamente en la silla de madera donde se encontraba sentado. No supo si su hermano pequeño o el capitán pirata lo sujetó a tiempo. Pero unos brazos fuertes lo tomaron por los hombros e impidieron que cayera de bruces contra el suelo.

    Alguien le preguntó algo, pero, aunque veía mover la lengua de la persona en frente suya, no escuchaba ningún sonido. ¿Dónde había visto antes la cicatriz de aquel labio partido?

    Una nueva pelea se suscitó en la taberna de La Perla Negra, como venía siendo lo habitual. El estruendo de las cimitarras y los sables era ensordecedor al chocar los unos con los otros. La noche se llenó de un humo grisáceo y espeso que caía sobre los combatientes al abrir fuego con sus mosquetes y arcabuces. El griterío apenas dejaba escuchar las órdenes de los capitanes a sus subalternos. Morgan Bones vio cortar gargantas con espadas, puñales y dagas, reventar piernas por el efecto de las granadas de pólvora y disparar a bocajarro las pistolas de una sola bala, atravesando las tripas de algún pirata o astillando la madera de las vigas.

    —¡Oliver, cuidado! ¡Detrás tuya! —gritó el contramaestre con una mueca de miedo reflejada en sus ojos oscuros, al ver como un corsario español intentaba apuñalar a su capitán por la espalda.

    William Griffin intentó disuadir al susodicho de su accionar. Sin embargo, sus botas de caña alta resbalaron por los tablones de madera manchados de la sangre que desprendían las docenas de cuerpos aún calientes, mutilados y esparcidos de cualquier modo por el suelo.

    El corsario español saltó para darse impulso, sujetando el puñal entre ambas manos con intención de hendir la hoja afilada entre los omoplatos del capitán pirata. Pero, para la buena fortuna de Oliver Jones, el espía británico se interpuso entre ambos y desvió la hoja de su sable en un movimiento lento, pero certero, dibujando una circunferencia de ciento ochenta grados con su cimitarra. Clavó sus talones en el suelo y flexionó ligeramente sus rodillas a propósito para tener la fuerza de fricción de su lado. Sin embargo, como todavía estaba algo aturdido por culpa del golpe, sus tobillos se tambalearon y la espalda de Morgan Bones chocó contra la de su verdadero enemigo.

    Por acto reflejo, el espía británico se dio la vuelta con la espada en la mano, dispuesto a contraatacar a su siguiente oponente. Tenía la respiración entrecortada por el esfuerzo y una mueca de dolor dibujada en su rostro. Para su sorpresa, su mirada confusa se encontró con los ojos azules del capitán pirata a quien acababa de salvarle la vida. De manera que hasta que no bajó primero la espada al darse cuenta, parecía que ambos iban a disputar una contienda encarnizada.

    <<No será hoy, y puedo que tampoco mañana. Pero algún día, te colgaré de alguna antena.>> pensó Morgan Bones, antes de apoyar la palma de su mano libre sobre una mesa de madera para no perder el equilibrio. Un rato después la pelea culminó con más de un centenar de muertos, y pronto pistolas, mosquetes, granadas, gritos, estallidos y cuerpos sin vida cayendo contra el suelo se sumieron en silencio.

    —¿Está muerto? —escuchó preguntar desde la distancia a William Griffin al lado de Oliver Jones. — No estarás pensando en subirlo a bordo del Poseidón, ¿verdad?


    Morgan Bones despertó sentado en una esquina del lecho en un camarote, en la parte de lo que entendía que era la cubierta del alcázar. Esta zona era la elevación trasera de la cubierta principal de cualquier bergantín compuesta por una primera cubierta llamada toldilla. La toldilla era la cubierta parcial y más elevada que tenían los barcos a la altura de la borda, desde el palo mesana al coronamiento de la popa. Por lo que, en su ancho y amplío conocimiento sobre barcos, sabía que en aquella zona se encontraba el camarote del capitán, la sala del consejo, el timón y la bitácora.

    <<¿Un bergantín?>> se preguntó el espía británico notoriamente confundido, mientras sus ojos se abrían poco a poco y volvía a enfocar su visión de nuevo. A juzgar por la escasa iluminación proveniente de fuera, debía ser bien entrada la noche. Los bergantines eran buques de dos palos generalmente de vela cuadrada, aunque también los había redondas. Eran barcos muy ligeros que eran utilizados por los piratas para sus abordajes.

    El camarote de Oliver Jones no era muy diferente del suyo. La parte del fondo estaba formada por ventanales altos y grandes con forma de tracería y decorado por pesados cortinajes rojos de terciopelo. A la derecha había un camastro de sábanas grises y revueltas, donde se encontraba en aquel momento sentado. A la izquierda, una pileta de arcilla con un barreño de agua. Unas escaleras de madera bajaban a la sala del consejo, donde en medio se situaba una mesa de madera de nogal, —repleta de mapas, papel y tinta, entre otros elementos navales—, y varias sillas ornamentadas con hojas de acanto y volutas alrededor. Arriba, en la zona de popa, estaba el timón sobre una plataforma elevada y la bitácora, donde debían guardar recelosamente la brújula.

    —Aún no me creo que hayas subido a bordo a Morgan Bones sin consultarlo primero conmigo; este hombre está maldito, me lo dijo Billy, el tuerto. —rechistó el contramaestre con cara de pocos amigos y los brazos en forma de jarra sobre su talabarte de cuero marrón, al lado de su capitán. No le gustaba la idea de tener como miembro de la tripulación del Poseidón a aquel completo desconocido, pero aún menos le gustaba que se sentase en el camastro de su amigo. En su opinión deberían haberlo bajado a la primera y segunda batería del barco, donde se encontraban los dormitorios comunes de los marineros.

    —Señores, por favor. —dijo un anciano huesudo y enjuto en frente suyo para que guardaran silencio. Había perdido la oreja izquierda y algún que otro dedo de la mano derecha. — Menudo golpe te han dado, muchacho. —dijo, examinando de cerca la herida en su sien, ayudado por un monóculo en su único ojo sano— Capitán, ¿puede sujetar aquí un momento mientras voy a buscar más gasas a la cubierta de sollado?

    El anciano, —que había ejercido durante más de treinta años como curandero—, señaló la gasa que sostenía contra la cabeza de Morgan Bones. Algunos mechones claros de su cabello, estaban manchados de sudor y sangre.

    —¿En serio, señor Murray? —protestó William Griffin, cruzando los brazos a la altura del pecho. Claramente estaba en desacuerdo con la petición del anciano. Oliver Jones no era ningún grumete de abordo, sino el capitán del barco.

    —¿Dónde...? ¿Dónde estoy? —preguntó de pronto Morgan Bones, recuperando completamente el conocimiento. Sin conocer la respuesta, su primera reacción fue comprobar si aún tenía el talabarte con la espada y el mosquete enfundados en sus respectivas vainas. Una reacción extraña para un pirata, quien muy probablemente hubiera llevado primero su mano a su faltriquera de oro.

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    Por cierto, gracias por la explicación del juego de la escoba; no tenía ni idea. Parece que han quedado en tablas, pero no te preocupes porque la noche todavía es larga :P Que se prepare Oliver para el juego de los cientos; básicamente los jugadores hacían ofertas y, dejando a un lado la técnica que no es otra que conseguir cien puntos, ya te puedes imaginar que clase de "peticiones" van a surgir sobre la mesa del consejo, como dejes a Morgan pulular a su libre albedrío.

    ¿Un consejo? Oliver también puede utilizar este juego para sacar una buena tajada de Morgan si consigue que beba algo de alcohol :=/: (Morgan es un alcohólico empedernido inactivo durante diez años y Connor es abstemio sweatdrop3 ) Easy win.

    Más cosas, mi muchacho no se está muriendo, solo le han dado un buen golpe. He decidido exagerarlo porque, como comodoro, no está acostumbrado ni a peleas de taberna, ni tampoco a recibir golpes de ese calibre cuando la mayor parte de su tiempo está sentado tras su escritorio entre montañas de papeleo.

    No me he olvidado del Santa Lucía, pero he decidido ir un poco más lento con la narración para que se conozcan... mejor :XP: (P.d: me duele en el alma hablar mal de mis antepasados, los españoles, malditos piratas ingleses ;_; ) Aquí voy a añadir algo, me gustaría que algún capitán inglés -inepto- se mezclara de por medio por accidente, tan solo para poner a Morgan en apuros. Así que sería un combate a tres; el bergantín, una fragata y un galeón armado con cuatro baterías <3

    Y gracias por dejarme manejar a William; lo necesito para poner en problemas a Morgan :XD:
    Hablando de problemas, Beard Charles tiene que morir a manos de mi comodoro cuando empiece a largar de la lengua más de la cuenta :=/:

    Me alegra que te haya gustado la respuesta <3 Yo siempre digo que una historia no es solo acción, también se encuentran los pensamientos y emociones de los personajes que, sin lugar a dudas, ayudan a desenvolver mejor la historia :b:

    Por cierto, no sé por qué pero aquí Thomas le da ese ambiente de pirata perfecto
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    Edited by Volkov. - 3/9/2023, 15:14
  13. .
    Barco insignia El silencio.
    Día de navegación 33.

    —¿Quién demonios es ese tal Oliver Jones? —preguntó el comodoro Connor Norrington, acabando de abotonar su casaca azul marino ribeteada con hilos dorados frente al espejo del camarote de su buque insignia El silencio.

    Alisó su chaleco marfil y luego pasó a ajustar su corbata de muselina alrededor de su cuello con la misma diligencia que con aquellos inmaculados calzones blancos a sus rodillas, mientras prestaba especial cuidado en enderezar los encajes bordados que lo coronaban. Por último, chasqueó la lengua con desaprobación antes de mover un par de milímetros a la izquierda el sombrero tricornio del mismo color que el uniforme de la Marina Real británica.

    —Un peligroso capitán pirata. —dijo el almirante Stafford Fairborne entrando por la puerta del camarote, antes de que el capitán Robert Redford de la fragata aliada El Interceptor tuviera la oportunidad de responder.

    El camarote estaba formado por un camastro con sábanas blancas e impolutas a la izquierda, bajo tres grandes ventanales con rejas cruzadas que abarcaban todo el fondo de la estancia por donde entraban los primeros rayos del sol. Al lado de la cama, había una pequeña pileta de cerámica encajada entre cuatro palos de hierro que servía como aseo personal. A la derecha se encontraba una vitrina de cristal, donde toda clase de botellas con diferentes licores se amontonaban siguiendo un orden fijo. Por último, en medio se ubicaba un gran escritorio de madera de ébano con dos sillas contrapuestas, varios mapas cartografiados, una brújula y un compás que apenas dejaban ver la superficie de la mesa.

    —Y el único conocedor de la ubicación del tesoro de la noche triste, según nuestros informadores en Londres. Adelante, echad un vistazo al precio que Jorge I de Inglaterra ha puesto por su cabeza. —el almirante Stafford Fairborne sacó del portafolios que colgaba bajo la misma casaca de color azul marino que su compatriota —con la única diferencia de que los botones eran de color dorados en vez de plateados—, un cartel de se busca con una jugosa recompensa acompañada de varios miles de ceros y un retrato del susodicho hecho a carboncillo.

    Dicha recompensa hizo que los ojos verdes del capitán Robert Redford se abrieran al máximo, claramente sorprendido. Por el contrario, el comodoro Connor Norrington no se dejó impresionar tan fácilmente y optó por analizar el dibujo en silencio.

    El retrato mostraba a un hombre de unos veintitantos años de edad bastante atractivo, a pesar de aquel cabello mal cortado y una barba incipiente de, como mínimo, cuatro o cinco semanas. No obstante, cuando el comodoro Norrington terminó de ceñirse el talabarte de fino cuero a sus caderas, lo primero que captó su atención, gracias a su buen conocimiento en menesteres piratas, fueron aquellas cicatrices en sus mejillas como resultado de muchas peleas ganadas. Sus ojos azul claro buscaron inmediatamente sus orejas para comprobar si llevaba algún pendiente que indicara si aquel pirata había cruzado los cabos más peligrosos del mundo; el cabo de las Tormentas, el cabo de Buena esperanza y el cabo de York. Para su mala fortuna, el dibujo le dejó preguntándose en su fuero interno si aquel pirata había conseguido dar la vuelta al mundo y luego había vivido para contarlo.

    —He oído por ahí que sus abordajes son sangrientos y brutales; no deja supervivientes. —apuntó el capitán Robert Redford, antes de dar un pequeño sorbo a la taza de té de porcelana exportada desde las indias.

    <<Habladurías.>>, pensó el comodoro Connor Norrington. Sin embargo, antes de irse a dormir, él mismo había oído hablar a su tripulación en la cubierta de la primera y segunda batería sobre todas esas historias recargadas de agasajos y horrores que no hacían otra cosa que crear pomposas leyendas alrededor de aquel tal Oliver Jones. Quien, en su opinión, no sería más que otro pirata gandul y fanfarrón muy probablemente.

    —Almirante Fairborne, ¿qué quiere que haga exactamente con él? —preguntó sin rodeos, acabando de meter su espada y pistola en las respectivas fundas del talabarte. —¿La horca o la quilla?

    Su osada pregunta hizo que las comisuras de los labios de su superior de mando tiraran con fuerza hacia arriba en una sonrisa maliciosa. Oscura.

    —Ni una cosa ni la otra. Vuestra ocupación en esta empresa tiene mayor relevancia que abordar barcos piratas que rechazan una amnistía por parte del Imperio Británico. —el capitán Robert Redford frunció el ceño confundido y el almirante Stafford Fairborne ensanchó su sonrisa en los labios mientras el comodoro Connor Norrington enarcaba una ceja en alto con asombro cuando después de treinta y tres días de navegación por fin entendió su papel en todo aquello.

    —¿Y cuál es mi cometido, almirante? —preguntó, conociendo la respuesta.

    El comodoro Connor Norrington había sido instruido por los mejores comandantes y almirantes de la Marina Real británica participando a su corta edad como teniente en la batalla del Beachy Head, como capitán en la batalla de Vigo y como oficial de bandera, después de llevar a más de un capitán pirata y su tripulación a la horca. Pero lo cierto es que antes de convertirse en oficial, gracias a sus buenos modales, capacidad para acatar órdenes y coraje acompañado de sus conexiones familiares dentro de las altas cúpulas, también había ofrecido sus servicios como espía, infiltrándose como marinero en galeones españoles y fragatas francesas, mientras se labraba el renombre de Morgan Bones, el pirata, en las tabernas de mala muerte de la isla de Tortuga en el Caribe.

    Gracias a su reciente ascensión a comodoro en la Marina Real británica a sus casi treinta años de edad y después de haber estado inactivo durante casi una década, pensó haber enterrado para siempre a Morgan Bones en las aguas cristalinas del Caribe. La Marina Real británica sabía perfectamente que Connor Norrington detestaba a su antagonista —un pirata hijo de una prostituta y un marinero de origen jamaicano con una lengua viperina cargada de comentarios ácidos, buen olfato para el oro y ojo avizor con el que conseguía ver claramente las debilidades de sus contrincantes—, pero, aun así, no mostraban ninguna clase de remordimientos en utilizar sus habilidades para su conveniencia.

    —Quiero que hagáis “lo que haga falta” para ganaros su confianza, si sabéis a lo que me refiero, comodoro Norrington. Quiero que traigáis de vuelta a Morgan Bones. —el comodoro Connor Norrington apretó los dientes con fuerza y su mandíbula cuadrada se tensó como las cuerdas de una mandinga, claramente disgustado con la idea. —El Interceptor y El Providence os darán soporte una vez halléis el tesoro de la noche triste. Luego, cuando la Marina Real británica se haga con el tesoro antes de que lo hagan nuestros enemigos españoles, podréis pasar por la quilla o la horca a esa sucia rata pirata. ¿Me he explicado con claridad, comodoro?

    —Alto y claro, almirante. ¿Qué hay del capitán Edward Norrington? — el capitán Robert Redford miró a su oficial de mando y luego al mencionado con la boca entreabierta claramente asombrado, como si estuviera disputando un enfrentamiento a muerte sin la necesidad del acero de por medio. Su taza de té rojo con canela se había enfriado.

    El almirante Stafford Fairborne se encogió de hombros.

    —Ya van dos meses sin señales del capitán Edward Norrigton. Como su superior de mando le ordeno que deje a un lado sus sentimentalismos para esta misión, pero, como su amigo, le sugiero que empiece a aceptar la idea de que su hermano pequeño o bien murió en la Santa Catalina en aguas caribeñas, o bien se cambió de bando para dedicarse a la piratería.

    El comodoro Connor Norrington guardó silencio en respuesta, mientras pensaba que si Morgan Bones hubiera estado entre ellos no hubiera dudado ni un momento en clavarle en el ojo aquel compás dispuesto sobre el escritorio por tan solo sugerir que su hermano pequeño era un traidor a la corona británica.


    Isla Tortuga; bastión de piratas y filibusteros.
    Dos semanas después.

    Por mucho que las habladurías describiesen el lugar como La Sodoma del Nuevo Mundo, el comodoro Connor Norrington jamás habría imaginado, ni en sus sueños más pecaminosos, que isla Tortuga presentaría un aspecto como el que se postraba ante sus ojos.

    Siempre había pensado que Liberty of Old Paris Garden, la decadente y viciosa zona del distrito de Southwark en Londres —donde se afincaban tabernas de mala muerte y las prostitutas de los burdeles se contaban por miles—, era la explícita definición de Sodoma y Gomorra. Pero el puerto principal de la isla caribeña triplicaba el sentido de aquel significado.

    Por cada diez pasos, una taberna se erguía sobre las empedradas calles de la ciudad, todas ellas con sus correspondientes borrachos, maleantes y rameras dispuestas a abrir sus lascivas piernas y bocas a todo marinero o pirata con unos cuantos reales de a ocho que gastar. Esclavos negros pululaban entre el gentío, acompañando a sus amos en sus quehaceres diarios, viendo indiferentes cómo semejantes suyos traídos de África eran vendidos impunemente en las subastas de esclavos que se improvisaban en el mercado del puerto, junto con la venta de azúcar y el contrabando de otras vituallas. Flotas de barcos piratas fondeaban a ambos lados del dique, ondeando banderas negras. Por lo que era de esperar que la ciudad estuviera llena de lo más ruin y depravado que surcaba las aguas caribeñas.

    Morgan Bones recorría las calles de la corrompida urbe solo, mientras sus aliados habían puesto rumbo a Port Royal para reabastecerse de provisiones y víveres, además de calafatear y carenar sus barcos.

    El cálido clima y la elevada humedad, —tan diferentes de la fría temperatura de Londres—, estaban provocándole que gruesas gotas de sudor resbalasen por ambos lados de sus sienes y cuello. Algunos mechones rebeldes de color tan claro, —que parecían casi blancos—, se liberaron del encierro al que se veían sometidos por la cinta de cuero que anudaba parte de su cabellera, pegándose a la piel de su nuca. Aún no se había hecho a la idea de caminar libremente sin su peluca de Yak.

    El humeante calor se filtraba por todo su cuerpo, centrándose en su pecho y espalda, donde la gruesa tela oscura de su camisa de mangas anchas y su chaleco de cuero negro no ayudaban a una buena refrigeración. Atrás había quedado su elegante uniforme de la Marina Real británica con su casaca azul marino. Es por eso que cada vez que se veía reflejado en las sucias aguas embarradas por las recientes lluvias, sentía que un completo desconocido le devolvía una mirada cargada de desaprobación.

    —¡Eh, tú! El de negro, ¿quieres pasar un buen rato? —preguntó una ramera desde el primer piso del balcón de un prostíbulo, mostrando de forma obscena sus juveniles pechos redondeados sobre un corsé de talla bajo.

    Morgan Bones la ignoró y continuó su camino en silencio, mientras imaginaba la mueca de repulsión y asombro que pondría la cara de su prometida Lady Elizabeth Turner ante tal directo ofrecimiento. <<Pero, ¿realmente le molestaría porque tiene sentimientos hacia mí, como su futuro esposo? O, por el contrario, ¿se molestaría por poner en jaque su futuro y reputado apellido? Al final y al cabo, lo nuestro es un matrimonio de conveniencia. Las historias de amor son solo para niños de teta.>>, pensó, deteniéndose frente a la taberna que había estado buscando.

    La taberna era literalmente un nido de pulgas, entre otras enfermedades venéreas. Mucho antes de entrar por la puerta de madera, Morgan Bones fue capaz de percibir como el hedor a alcohol se mezclaba con el tabaco de mascar, la sangre, la orina y el vómito en uno solo, provocándole arcadas después de tanto tiempo sin estar de servicio. Tuvo que hacer un gran esfuerzo de no abrir sus ojos al máximo con sorpresa nada más puso un pie dentro mientras piratas, filibusteros y corsarios vociferaban a pleno pulmón por más ron o cerveza de trigo a los mesoneros, y las rameras —medio desnudas—, danzaban sobre las mesas o el regazo de algún cliente al ritmo de la música de la concertina, la zanfoña, el tambor y el banjo.

    Con un sigilo poco característico entre el gentío, Morgan Bones se deslizó como una sombra entre sus enemigos haciéndose pasar por uno de ellos hasta llegar a la mesa del fondo donde reconoció al capitán Oliver Jones y su nueva tripulación, acompañados de ingestas botellas de alcohol. Su primer pensamiento sobre el capitán pirata y su —casi encantadora— sonrisa, fue que el retrato a carboncillo a bordo de El Silencio no le hacía justicia. Aquel hombre sentado en una silla de madera frente suyo era un asesino despiadado, pero lo que el almirante Stafford Fairborne había omitido es que aquel asesino despiadado era endemoniadamente atractivo.

    —¡Por las barbas de Edward Thatch! ¿Qué ven mis ojos? ¡Pero si es Morgan Bones! ¡Pensé que habías muerto ahorcado en Londres! —gritó un borracho a su lado, sobresaltándolo.

    Beard Charles —un hombre de papada grasienta y estómago prominente al que le faltaban varios dientes— y Morgan Bones habían sido compañeros de oficio hacía más de ocho años para asaltar un bergantín inglés mercante dedicado al comercio de telas y especias que importaban desde la India a su Londres natal. Pero lo cierto es que el comodoro Connor Norrington se había infiltrado en la fragata enemiga para mandar sus coordenadas exactas al buque de guerra de la Marina Real británica La Venganza y, así, asaltarlo por sorpresa.

    Por supuesto, no contó con que hubiera rastro de supervivientes después de volar por los aires la Santabárbara a golpe de los cañones de las cuatro baterías.

    Fue en aquel momento cuando entendió que su plan podía tornarse peligroso de un momento a otro. Sobre todo, cuando vio a un hombre cerca del capitán Oliver Jones, susurrándole algo al oído.

    —Viejo Beard Charles, pero ¿por quién me has tomado? Esos sucios cerdos de la marina británica me hicieron prisionero, pero de camino a Londres conseguí escapar gracias a “un golpe de suerte.”—explicó Morgan Bones. Su actitud era creíble, pero se podía apreciar un lacre de naturalidad en sus palabras elegidas cuidadosamente a dedo. Era evidente que no estaba contando toda la verdad. Pero tampoco sonaba del todo sospechoso, teniendo en cuenta que el arte de mentir corría por las venas de todo pirata que se apreciara.

    El viejo Beard Charles asintió enérgicamente con la cabeza, y con la invitación de una jarra de ron se dirigió hacia su mesa donde le esperaban sus camaradas.

    —Lamento esta pequeña interrupción, capitán. Mi nombre es Morgan Bones, aunque eso ya lo sabéis. —se disculpó, tomando asiento sobre la silla de madera en frente del capitán pirata. Su subconsciente estuvo a punto de traicionarlo y por poco hizo ademán de sentarse como un buen caballero inglés. Para su buena fortuna, rectificó a tiempo y recostó la espalda en la silla con las piernas abiertas de par en par. — ¿Sabe? He hecho “esto” muchas veces. Leo la satisfacción reflejada en sus ojos. Así que, para ahorrarle un contratiempo, tengo dos preguntas que hacerle; la primera, ¿cuáles quieren que sean mis funciones en su barco? Y la segunda, y más importante, su amigo, el de al lado, ¿piensa quedarse con nosotros “toda la noche”?

    Morgan Bones sacó del bolsillo interno de su chaleco de cuero una baraja de cartas que, a continuación, empezó a barajar de una forma bastante profesional. Sus dedos se movían con rapidez por las cartas y su habilidad para mezclarlas entre ellas daba a entender que muy probablemente tuviera la misma o mejor pericia con el acero de su espada.

    —Capitán, no sé si es consciente de ello o no, pero es usted un hombre… “particularmente famoso” entre los sitios donde me muevo. Allá donde voy, todo mundo habla de usted con miedo. Pero miedo no es lo que he sentido cuando lo he visto. —dijo, empezando a repartir las cartas entre ambos. Un dato curioso es que aunque su lengua se desenvolvía con rapidez entusiasta, sus ojos, por el contrario, parecían analizar detenidamente hasta los más pequeños gestos para luego volver a dejarlos en algún punto muerto, como carentes del interés que mostraba su voz.— ¿Quiere saber lo que he pienso de usted? Gáneme al mejor de tres. Aunque se lo advierto, “soy un hueso duro de roer…

    Morgan Bones estaba demasiado concentrado en su discurso bien estudiado de memoria como para apartarse a tiempo cuando un miembro de la tripulación del Poseidón tropezó estrepitosamente con otro pirata y salpicó sin querer sus botas de cuero negro embarradas, después de derramar el contenido de su jarra al suelo.

    El comodoro Connor Norrington hubiera dejado pasar aquel incidente cuando el joven se disculpó inmediatamente. No obstante, Morgan Bones no podía dejar que semejante accionar pasara impune. Por lo que tomó al joven Edward Norrington de las solapas de su camisa blanca y lo levantó del suelo como si fuera un peso pluma para luego acercarlo de manera peligrosa a su rostro con cara de pocos amigos. Su puño estaba preparado para propinarle tal golpe que muy probablemente le hubiera noqueado al momento y que, sin embargo, por alguna extraña razón, se contuvo en el último segundo.

    <<Edward.>> pensó, mientras apenas podía reconocerlo con aquellos ropajes pordioseros o su decadente aspecto producto de más de una tortura a manos de aquellas sucias ratas piratas.

    El comodoro Connor Norrington sintió cómo se le formaba un nudo en la boca del estómago, mientras su rostro permanecía enojado siguiendo con el guión de su actuación. Sin embargo, si sintió júbilo o alegría de reencontrarse con su hermano pequeño después de dos meses sin verlo, sus sentimientos no dieron buena cuenta de ello. No obstante, el capitán Edward Norrington no era ningún espía al servicio del Imperio británico. Por lo que, al reconocer a su hermano mayor, se sintió tan patético y avergonzado que no pudo hacer otra cosa que desviar sus ojos azul claro a un lado como esperando un golpe que nunca llegaría a rozar su rostro.

    —¡Mira por dónde vas la próxima vez, imbécil! —dijo antes de soltarlo de malos modos y volver a tomar asiento frente al capitán pirata. Morgan Bones había lanzado una moneda al aire sin darse cuenta; su acción o bien podía haber sido vista como una muestra de debilidad, o bien podía ser apreciado como un gesto demasiado altruista para un pirata dado los tiempos que corrían.


    SPOILER (click to view)
    Uff primero; la música super acertada. Me he pasado escribiendo esta respuesta con la BSO the Black Flag de fondo en youtube <3 y respecto al título, si te digo la verdad, yo tampoco me había dado cuenta de no habíamos hablado del tema 🧐 Pero si quieres mi opinión, dado lo mala que soy eligiendo, me parece estupendo 😁

    Segundo; el inicio te quedó genial, tal y como imaginaba que sería su primera toma de contacto. Y hablando de primeras tomas de contacto, ahora está en las manos de Oliver Jones el qué hacer con el bueno de Morgan y su petulante talante ;) (Y si te lo preguntas; sí, el pobre Connor lo está pasando bastante mal porque jamás actuaría de aquel modo a su libre albedrío.)

    Para que quede claro; Morgan es un capullo integral al cuál le ha encantado físicamente su nuevo capitán, mientras Connor, más dado a acatar órdenes, está sufriendo porque sabe que su prometida le espera en Londres y el pirata que tiene en frente es un sanguinario asesino que ha hecho prisionero a su hermano. Es decir, su ética está ahora mismo tambaleándose por los suelos. Me encanta.

    Por aquí te dejo algunas imágenes de los personajes secundarios:

    Esta es como el pobre Connor se imaginaba su reencuentro con su hermano.
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    Edward Norrington después de pasar unas "vacaciones" en el Poseidón.
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    La apariencia de Morgan Bones:
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    La apariencia de Robert Redford:
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    La apariencia de Stafford Fairborne:
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    Más cosas;

    Si lees arriba, he sacado a coalición de que alguien le susurra al oído a Oliver. Ese alguien me hubiera gustado escribir que se trataba de William, dándole un consejo a su amigo sobre Morgan. Pero cómo no sabía si tenía la libertad de manejar tu personaje secundario, he decidido dejarlo de aquel modo para que pudiera ser cualquier otro miembro de la tripulación :b:

    He estado pensando en que podría pedirle Morgan a Oliver, en caso de que él ganara; por supuesto, he tenido en cuenta a su hermano, pero el simple hecho de volver a nombrarlo sonaba ya bastante sospechoso. Así que voy a esperar a las "sugerencias" de Oliver para ver si Morgan le interesa más perder o ganar "esa contienda." :P (En verdad el juego de cartas no tiene otra finalidad que dejar ganar a su nuevo capitán para caerle mejor.)

    Y por el momento, eso es todo.
    Nos leemos!


    Edited by Volkov. - 29/8/2023, 15:12
  14. .
    —Mi señor, ¿me habéis mandado llamar? —preguntó Lady Vanya a su hermano con voz curiosa, inclinando la rodilla sin llegar a tocar la moqueta de piel animal y agachando la cabeza ligeramente hacia abajo a modo de reverencia. Su trenza de espiga besada por el fuego calló por encima de su hombro derecho, desnudo y pecoso, mientras sus ojos verdes y brillantes estaban fijos en los faldones de su túnica de seda blanca y ceñida por un cinturón de oro a su delgada figura, como si una fuerza externa le impidiera levantar su mirada. Se mostraba cohibida y ciertamente tímida delante de su presencia. Sabía que hablar con él era como lanzar una moneda al aire; si acababa de reunirse con alguna de sus dos hermanas, su talante se inclinaba por la arrogancia, en el mejor de los casos, y por la violenta crueldad en el peor. Pero si se encontraba con ella a solas, entonces su personalidad cambiaba radicalmente por una más… tratable.

    —Vanya, ¿qué viste en tus visiones? —preguntó el futuro regente de Rocadragón sin rodeos. Por algún extraño motivo, su nombre en la boca de su hermano siempre le había sonado cortante y frío como el hielo. La joven dragona lo vio de pie junto a la ventana ojival gigantesca de vidrieras policromadas que apenas dejaban pasar los débiles rayos del sol. Vestido con aquel atuendo de lino oscuro, le pareció que se mimetizaba muy bien con el estilo recargado y sombrío que decoraban sus regios aposentos con muebles pesados de madera de ébano, candelabros de hierro forjado y una chimenea de mármol en el centro.

    Lady Vanya tragó saliva para intentar aclararse la garganta, mientras decidía si dejarse guiar por sus instintos y omitir parte de la información, o confiar en él y contarle toda la verdad. Este gesto de lo más cotidiano no pasó inadvertido para Lord Drako, quien enarcó una ceja en alto con suspicacia notando rápidamente las pocas ganas que tenía de hablar de aquel tema.

    —Sabes que puedes confiar en mí. —la joven dragona levantó la cabeza en su dirección y sus ojos se abrieron al máximo con notoria sorpresa. Era como si su hermano pudiese leer sus pensamientos más intrínsecos, y eso ciertamente la molestaba. Ella no contaba con la ventaja de la capacidad estratega de su hermana Raenya o las falacias que salían de la lengua envenenada de su hermana Sylvana para dialogar. De hecho, su mejor defensa era su entereza, y eso contra el frío acero de las palabras de su hermano Drako era igual de equiparable a intentar repeler el ataque de una hoja afilada contra un escudo de madera; inútil.

    —¿Puedo, mi señor? ¿O puedo confiar en una parte de vos? —vio al futuro regente de Rocadragón sonreír de medio lado con la autosuficiencia del que se cree vencedor en el fulgor de la batalla. Sabía que podría ordenarle hablar y ella no tendría más remedio que responder por el poder que le otorgaba la línea de sucesión al trono según su jerarquía. Del mismo modo, también sabía que podría obligarla a hablar por las malas, aunque estaba segura que su hermano no era un hombre mezquino que se aprovecharía de su fuerza bruta para obligarla a cumplir con su voluntad, ¿verdad? Un escalofrío recorrió la espalda de Lady Vanya, notoriamente incómoda.— Si os lo cuento, ¿vendréis conmigo mañana a visitar al cazadragones y a la anciana?

    —Mi pequeña Vanya, ‘la estratega’, ¿me estás tratando de coaccionar?

    Lord Drako encaminó sus pasos en su dirección, cruzando la habitación en dos zancadas hasta quedar cara a cara.

    —Estoy tratando de ‘renegociar’. —se defendió la joven dragona, quien a pesar de que frente a su hermano se sentía ridículamente pequeña, le sujetó la mirada con bravura mientras le temblaban las rodillas.
    Hubo un breve momento de silencio entre ambos mientras se miraban fijamente a los ojos; hielo contra fuego.

    —Está bien, ‘tú ganas.’ —dijo entonces Lord Drako. Lady Vanya jadeó, como si le faltara el aliento. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de que había estado aguantando la respiración todo aquel tiempo. ¿Había ganado? Por alguna razón, lejos de verse como vencedora de aquel argumento, sintió que se había metido de lleno en las fauces del dragón.

    *

    Al día siguiente, con el amanecer despuntando por el peñón de Rocadragón, Lord Drako y Lady Vanya surcaron un cielo grisáceo de nubes oscuras cargadas de lluvia y relámpagos. Mientras volaban bajo su forma dragón, uno podría apreciar grandes diferencias entre ambos hermanos.
    La primera diferencia era el tamaño. Entretanto que Lady Vanya era la dragona más pequeña de la familia, pero de formas esbeltas y hermosas, Lord Drako era el dragón más grande de todos con un aspecto imponente y aterrador. En otras palabras, mientras que uno era una majestuosa criatura que invitaba a acariciar sus escamas verdosas, el otro era un monstruo de cuello alargado y dientes afilados que empujaba a salir corriendo despavorido en dirección contraria. Por lo menos estábamos hablando de casi una milla de diferencia. La joven dragona tendría el tamaño en ancho y largo de una yegua, mientras que su hermano se equipararía casi al tamaño del reino de Aestera con las alas desplegadas.

    <<los señores dragones son caníbales; en tiempos de escasez de alimento, los más grandes se alimentan de sus congéneres más pequeños.>>

    La segunda diferencia era el color. Lady Vanya era una dragona de escamas verdes, magníficas y brillantes como esmeraldas, mientras que Lord Drako era un dragón de membranas negras, duras y tan resistentes como la obsidiana. Las alas de la joven dragona eran como cortinas de seda traslucidas y rosadas, entretanto las de su hermano opacaban los rayos del sol con sus tonalidades de color oscuro. Luego estaban los ojos, y es que a pesar que ambos compartían pupilas rasgadas, lo cierto es que inspiraban diferentes emociones en los demás. Ya que, mientras ella compartía un tono verdoso que casi podría parecer humano, los iris de él eran de color ámbar; amarillentos y brillantes como dos fuegos fatuos provenientes de otro mundo.

    <<los señores dragones son monstruos, bestias. Adoptaron forma humana con sus disfraces de persona para mimetizarse entre nosotros y darnos caza. Por suerte, sus ojos, garras y cuernos delatan su verdadera naturaleza.>>

    La tercera y última diferencia era el tipo. Lady Vanya era una dragona con la habilidad de escupir bolas de fuego desde el fondo de su garganta. No obstante, eso no significaba que todos los señores dragones dominaban esa habilidad. Por ejemplo, su hermana Lady Sylvana dominaba el arte de los venenos; una mordedura suya y en cuestión de segundos uno encontraría una muerte segura. Su hermana Lady Raenya era capaz de controlar el hielo; su aliento congelaba literalmente todo a su paso. Y de Lord Drako se decía que cuando llegaba la flora moría bajo sus pies; como si les arrebatara literalmente la vida cuando su piel entraba en contacto con cualquier planta, animal o persona.

    <<cuentan las malas lenguas que esa es la razón por la que aún no ha encontrado esposa todavía…>>

    En aproximadamente un par de horas, como mucho, los señores dragones alcanzaron la frontera del reino humano y la ya conocida tienda de la anciana Berna situada sobre una colina mientras empezaban a descender el vuelo; Lord Drako volaba muy por encima de Lady Vanya, de manera que la sombra que proyectaba esta última sobre los campos de cereales y los animales de la anciana parecía al menos el triple de grande de lo que realmente era. Durante lo que duró la transformación de dragón a humano con su proceso doloroso para los huesos al cambiarlos de sitio y tamaño, el día cambió a noche opacando el sol por completo.

    “¿Tú es que no tienes más ropa en ese castillo tuyo? Siempre llevas la misma cosa puesta, que es de un mal gusto terrible. No te haría daño un cambio”

    —¿Eh? —Lord Drako frunció el ceño con una mueca mezcla del dolor y la confusión dibujada en su rostro, una vez se transformó en humano. Luego, pasó por el lado de Héctor, caminando a paso despacio en dirección hacia la tienda de Berna, mientras lo miraba por el rabillo del ojo en silencio. ¿Desde cuándo le importaba que llevaba puesto? El futuro regente de Rocadragón se detuvo un momento a su altura tan solo para mirar su armadura de hierro negro mientras se preguntaba, en su fuero interno, que tenía de malo.— ¿Y a ti qué te importa lo que lleve puesto o no?
    Lord Drako tuvo que agachar ligeramente la cabeza hacia abajo para entrar dentro de la tienda de la nómada de Sacae, evidenciando el fuerte contraste entre los toldos y las lonas coloridas y su oscura y tétrica indumentaria; no casaban el uno con el otro. Una vez dentro, tomó asiento en uno de los cojines mullidos dispuestos sobre la alfombra de patrones orientales alrededor de una mesa circular. Sobre la mesa había una gran variedad de comida como té y quesos, entre otras cosas. No obstante, nada compuesto de carne, su principal fuente de proteínas.

    —<<ni se te ocurra.>> —parecía decir el futuro regente de Rocadragón a la joven dragona, al verla sujetando la taza de té entre sus diminutas garras afiladas. Lady Vanya olisqueó el té con pura curiosidad reflejada en su cara. No negaría que tenía ganas de darle un pequeño sorbo para probar a qué sabía aquel mejunje de plantas aderezadas con azúcar y tal vez canela que tanto le gustaba. No obstante, la severa mirada de Lord Drako le hizo desistir de sus impulsos primarios y dejó la taza caliente sobre la mesa con la mirada cabizbaja, al mismo tiempo que recordaba su tradición familiar; los dragones no comían de la mesa, cazaban sus presas.

    Entonces Lord Drako levantó la mirada hacia Héctor, quien, después de deponer las armas sobre un mueble de madera en la entrada, se dedicó a masticar lo que en teoría debía ser un pedazo de queso mientras conversaban tendidamente entre ellos. En aquel momento se sintió hambriento; hacia un mes desde la última vez que se alimentó, al menos. No obstante, por algún extraño motivo, sus pupilas rasgadas pasaron de aquel trozo de queso seco y amargo a sus labios rosados y finos. Por lo que, rápidamente, desvió la mirada a un lado, sintiéndose tan confundido como extrañado al recordar aquel abrazo entre ambos que, a pesar de ser tan solo una ilusión, se sintió, en palabras de la joven dragona, más real que un sueño.

    —Sí, iremos los dos solos. ¿Tienes algún problema con ello, o es que acaso necesitas un escolta? —dijo Lord Drako, cansado tanto de aquella pantomima como de sus continuas preguntas; habían caminado durante días, volado hasta dos veces al reino de Aestera debido a su demora y sentado alrededor de la mesa con quienes a sus ojos no eran más que mera comida. En otras palabras; más que una respuesta, sonó más bien a un ataque en forma pasivo agresiva. Por lo que, a continuación, inhaló una bocanada de aire sonora, antes de soltar todo el aire por las narices. Tenía los labios fruncidos y cara de pocos amigos mientras hablaba.

    La tensión podía cortarse con un cuchillo en aquel momento.

    —Lo que mi hermano ha querido decir, —intervino Lady Vanya con un suave carraspeo de garganta, mientras intentaba quitarle hierro a las palabras bruscas de su familiar. —es que a veces nuestros dioses sin nombre pueden llegar a ser un tanto… caprichosos con sus condiciones; hace unos meses buscamos su favor para que nuestras crías nazcan sanas y fuertes. No obstante, a cambio, nos pidieron una muestra de nuestra buena fe. Es así como te vi por primera vez en mis visiones. No podemos cambiar el curso de sus voluntades si no queremos hacerles enfadar y condenar así nuestra suerte, ¿lo entiendes?

    La joven dragona hizo una pequeña pausa, antes de continuar.

    —Mi hermano algún día será rey, y para eso necesita desposarse con nuestra prima Lady Draconia. Pero, si no conseguimos que nuestra descendencia sobreviva, entonces eso supondría el final tanto de nuestra casa como de nuestra raza. En otras palabras, tendréis que dirigiros juntos a…

    —No voy a casarme con ella; tan solo tiene 400 años, es muy joven todavía. —intervino Lord Drako, interrumpiendo abruptamente a su hermana, con un tono de voz imperativo que hizo que esta se volviera de cara hacia él para mirarlo fijamente a los ojos con un brillo de desaprobación.
    —No tienes elección; o eliges a Lady Draconia, o te casas con Lady Sylvana o Lady Raenya. —dijo Lady Vanya, notoriamente cansada de repetir aquel monotema que más bien parecía ser una discusión continua de puertas para dentro en la familia.

    En respuesta, el futuro regente de Rocadragón dio un gruñido ronco a modo de rechazo desde el fondo de su garganta, mientras algunas venas tomaban forma a su alrededor por culpa tanto de la rabia como de la impotencia que sentía; no parecía muy contento con su futura boda, pero tampoco parecía ser el tipo de hombre que discutiría un tema de carácter privado delante de completos desconocidos, sus enemigos acérrimos.

    —Como decía, tendréis que dirigiros juntos a las tierras del sur en las Estepas Ardientes del desierto. Luego, tendréis que encontrar el antiguo templo de los dioses sin nombre, enterrado bajo la arena durante cientos de años. Una vez dentro, les daréis una ‘muestra de buena fe’ que unifique así nuestros pueblos. Héctor ya tiene una ligera idea a lo que me refiero…—explicó Lady Vanya mirando al cazador fijamente a los ojos; por algún extraño motivo, a Lord Drako se le asemejaba que estaba omitiendo información que tan solo el cazadragones y ella compartían en secreto.— De este modo, vosotros los humanos conseguiréis un septenio de paz y nosotros los dragones lograremos que nuestros huevos eclosionen con la llegada del buen tiempo...

    Lady Vanya quiso añadir algo más, sin embargo, su discurso fue nuevamente interrumpido.

    —¡Alto ahí! ¡Aquí la guardia real de Aestera! —gritó un soldado, fuera de la tienda de la anciana Berna. Por los muchos pasos que se escuchaban rodear la tienda a fuera, al menos había llegado una guarnición de infantería. Este altercado en mitad de las negociaciones hizo que Lady Vanya se aferrara al brazo de su hermano con fuerza, claramente asustada. En respuesta, Lord Drako pasó su brazo derecho por encima de sus hombros con intención de protegerla, mientras mostraba una mueca de fastidio reflejada en su cara; sabía que algo así pasaría. —¡Por orden del rey de Aestera y el líder del gremio de cazadragones, os obligamos a entregaros inmediatamente en calidad de prisioneros! ¡Resistíos, y probaréis el filo de mi acero!

    —¡Héctor, haz algo! —protestó la nómada de Sacae, mostrándose tan enfadada como sorprendida de ver como tres soldados armados con espada en mano ponían un pie dentro de su hogar sin su consentimiento. La anciana Berna no tuvo ninguna duda de que al parecer en el gremio de cazadores no todos habían estado de acuerdo con aquel encuentro con el enemigo, por lo que, siguiendo el hilo lógico, habrían dado el chivatazo de su reunión en secreto. —¡Deben de haberte seguido!

    —¡Dejadnos en paz! ¡No hemos hecho nada! —gritó la joven dragona con voz chillona.

    El primer soldado hizo ademán de tomarla por el brazo para separarla de su hermano por la fuerza.

    —Tócala, y desearás estar muerto. —le amenazó el futuro regente de Rocadragón muy en serio.

    Lo que pasó a continuación fue una secuencia muy rápida difícil de seguir para el ojo humano. El primer soldado intentó atacar a Lady Vanya, por lo que Lord Drako paró literalmente el filo de la hoja con su propia garra para partirla en dos sin aparente mayor esfuerzo. Luego, tal y como su hermana y el cazador habían visto en la visión, tomó al humano por el cuello y lo levantó en el aire mientras lo estrangulaba con una mano. Quedaba claro que, en cualquier momento, el desenlace acabaría con un cuello roto.

    Sin embargo, no fue aquello lo que aconteció. Literalmente, la cara del hombre primero se tornó de un color azul, luego morado y finalmente blanco. Los dedos afilados y alargados de Lord Drako parecían que estaban succionándole la vida por donde su piel entraba en contacto con la de su enemigo. Quien al parecer estaba sufriendo una muerte lenta y dolorosa, a juzgar por la expresión de suplicio en su rostro.

    —¡Drako! ¡Suéltalo! —gritó Lady Vanya, aterrada, a diferencia de Lord Drako, quien mostraba una extraña mueca de satisfacción en su rostro. Increíblemente, el futuro regente de Rocadragón acabó por soltarlo a regañadientes pasados unos segundos, aunque no sin antes mostrar un gesto de fastidio. El hombre calló al suelo de rodillas, mientras tomaba grandes bocanadas de aire como si le faltara el aliento. Los otros dos soldados no se atrevieron a atacar por el momento, y guardaron una distancia de seguridad prudencial entre ambos, temerosos.

    —¡Drako! —volvió a gritar la joven dragona, angustiada. Un cuarto hombre apareció por la lona trasera, reteniendo a Lady Vanya con el filo de su espada afilada. Un movimiento en falso, y el soldado parecía dispuesto a degollarla sin titubear. Es por eso que cuando Lord Drako se giró en su dirección, su eterna expresión seria cambió de la angustia a una rabia que amenazaba con matar a todos los allí presentes en la tienda.

    SPOILER (click to view)
    *Aparece después de 2 semanas sin pc*

    Primero fue el portátil, luego el pc; me ha costado volver a escribir todo de cero, pero aquí estamos ;_;
    Respondiendo rápido a tu MP; no te preocupes, si no se te ocurre nada, podemos dejarlo así ;)
    Interesante dato lo del cabello, ahora sé que cuando se peleen pueden estirarse del pelo cómo locas :XD:

    Mi pregunta es; ¿qué hará Héctor ahora? :=/:
  15. .

    “Marchaos por donde habéis venido, o decoraré el reino entero con vuestras cabezas.”



    —¿En serio? ¿Y exactamente con que espada planeas hacerlo? —preguntó Lord Drako con cierto cinismo impregnado en el tono de su voz. Una media sonrisa tiró de la comisura de sus labios.

    El señor dragón era consciente de que, aunque fuera un cazador diestro con la espada y respetado miembro del gremio, aquel humano había salido a su encuentro solo y desarmado. Del mismo modo, a aquellas alturas el tal Héctor también debería haberse dado cuenta de que una lluvia de flechas no podría traspasar fácilmente su armadura de hierro, y mucho menos la piel dura y escamada de sus enemigos. Lo que, en conclusión, a pesar de sus palabras amenazadoras y dotadas de aquella característica prepotencia suya, aquel cazadragones estaba allí por voluntad propia movido por una extraña curiosidad. En otras palabras, había abandonado la seguridad de los muros de Aestera para mantener una charla con él sin ningún tipo de garantía que fuera a regresar con vida.

    <<interesante.>>, pensó Lord Drako, ciertamente sorprendido de ver a Héctor, entre las protestas de su hermana Lady Raenya y las súplicas de Lady Vanya. De hecho, incluso podía sentir la cara de aversión de su gemela Lady Sylvana a su espalda.

    No obstante, el semblante serio del futuro regente de Rocadragón dejaba en claro que la lengua burlona del cazador alentando aquella algarabía acalorada, no le haría caer en sus provocaciones o desviar su atención de su persona. Se habían visto las caras en numerosas ocasiones con anterioridad blandiendo la espada en el campo de batalla, pero aquella era la primera vez que se encontraban cara a cara tan cerca el uno del otro sin intentar acabar con sus respectivas vidas. Eso le dio la oportunidad de estudiar a su adversario con recelo mezclado con una pizca de curiosidad. El hombre poseía una constitución fuerte y atlética dotada de músculos bajo una armadura rudimentaria hecha a base de pieles de animal y piezas que no parecía encajar las unas con las otras a simple vista. Aunque, lo primero que llamó su atención en referente a su fisionomía, fueron sus múltiples cicatrices a través de su cuerpo, su tez morena maltratada por los rayos del sol y sus dedos callosos como resultado de lo que suponía muchas horas de entrenamiento.

    —A tu señal, le abriré las tripas con mis garras, y luego lo colgaré boca abajo de las murallas de la ciudad para que los cuervos carroñeros se den un festín con ellas. —espetó Lady Raenya con sus ojos azules eléctricos brillando de odio mientras mostraba sus colmillos alargados y puntiagudos ante la petición de que su hermano hincara la rodilla en el suelo frente a la escoria humana. Su rostro estaba enrojecido por la furia y algunas venas de su cuello se le marcaban como gusanos reptando por su garganta.

    —No lo hagas, solo busca tu humillación pública. —dijo Lady Sylvana con un mohín de desagrado dibujado en su cara, mirando al recién llegado de forma altiva y notoria superioridad. Una de las comisuras de sus labios tiraba hacia arriba con fuerza.

    —Por favor, Drako. —suplicó Lady Vanya con los ojos vidriosos a punto de romper en llanto de un momento a otro. No solo estaba afligida por la pena de saber que las negociaciones de paz con la especie humana tocarían a su fin en el momento en que su hermano se negase en rotundo a la petición egoísta de Héctor, antes de acabar con su vida en lo que dura el aleteo de un pestañeo. Sino que, además, estaba preocupada de hacer enfadar a sus dioses sin nombre que, enfurecidos por su desobediencia, no mostrarían piedad a la hora de revocar tanto sus visiones como sus favores divinos. Y con ellos, sus neonatos.

    El futuro regente de Rocadragón no reaccionó de inmediato y guardó silencio durante un buen rato mirando fijamente al cazadragones con la barbilla en alto, los labios fruncidos y desprecio mal contenido en el brillo de sus ojos amarillentos y centelleantes como dos fuegos fatuos.

    —Una rodilla en el suelo a cambio de la posibilidad de convertir el reino humano de Aestera en sombra y ceniza. Verás, una rodilla en el suelo solo es una rodilla en el suelo; no significa nada para mí porque las tradiciones de los señores dragones no están ligadas a las costumbres humanas. En cambio, ver tu hogar convertido en llamas y a todos tus compañeros de armas muertos por tu culpa, debe significarlo todo para ti, cazador. Sin lugar a duda, el ego de los humanos supera con creces la arrogancia de los señores dragones. Podrías haber pedido un salvoconducto para tu gente y, sin embargo, tu egoísmo ha cegado el raciocinio de tu mente. ¿Es por la cicatriz que te hice en la frente? ¿O son tus ansias de ‘verme rendido a tus pies,’ cazadragones? —preguntó el futuro regente de Rocadragón, postrando la rodilla en el suelo con una reverencia tan exagerada que solo consiguió ridiculizar aún más la escena.

    *


    Caminando por las calles construidas a base de piedra con la hierba creciendo por sus costales, Lady Raenya contaba mentalmente con aire hosco los cazadores que encontraba a su paso, mientras memorizaba un plan de las calles del reino de Aestera en caso de un posible ataque. Entretanto, Lady Vanya disfrutaba del paisaje cálido y rural de las casas de madera que nada tenía que ver con la fortaleza de piedra caliza y negra de Rocadragón. Y Lady Sylvana, miraba por encima del hombro a los lugareños que los abucheaban y a la mediocridad que desprendía la ciudad, desprovista de toda ostentación y opulencia a la que estaba acostumbrada y tanto le gustaba. Solo Lord Drako, dotado de su eterno semblante serio, parecía indiferente a todo cuanto lo rodeaba y a todos los comentarios desaprobatorios; <<el león no se preocupa por la opinión de la oveja.>>, pensaba mientras caminaba con la espalda recta y erguida. De hecho, tampoco se inmutó ni cuando vio el cadáver del dragón, ahora convertido en el edificio oficial del gremio, ni cuando el cazador le propinó una patada a uno de sus dientes con desprecio.

    <<te vas a romper el pie.>>, meditó en completo silencio, deseando verlo.

    —Irónicamente, su nombre fue Maexa, la invencible. Maexa, la primera de su nombre, de la casa de Las estepas ardientes en el sur fue exiliada y confinada a vivir una vida en soledad después de cometer el crimen de enamorarse de un humano; un cazador de dragones. —explicó Lord Drako con cierto tono de desprecio en el timbre de su voz a modo de historia, entrando dentro de la mandíbula de la dragona y siguiendo a Héctor de cerca por las costillas en forma de pasillos circulares de su interior. Estanterías, mesas y otro tipo de mobiliario decoraban sus huesos. —Según nuestros archivos, los dos vivieron felices. No obstante, a la muerte del humano, nuestra prima decidió dejarse morir de hambre. Menuda estupidez…— quiso añadir algo más a sus anales cronológicos que con tanto esmero había estudiado de la mano de sus maestres, pero el lomo de un tomo encuadernado y empolvado por el paso de los tiempos con su nombre como título consiguió desviar su atención.

    Tomó el libro entre sus dedos largos y afilados, y empezó a examinarlo con detenimiento.

    El cuaderno, que no era sino una tesis de su vida desde que salió del huevo hasta día de hoy, era un manuscrito grande y pesado que en las manos del futuro regente de Rocadragón parecía ridículamente pequeño y ligero. Lo primero que le llamó la atención de sus páginas rotas y amarillentas fue las distintas datas cíclicas y los diferentes tipos de escritura a mano alzada. Aquel tomo, humedecido y enmohecido en los rincones de las cubiertas, debió pertenecer a los tatarabuelos de Héctor a juzgar por el apellido común, pasando de generación en generación hasta sus manos. Había explicaciones de cómo matar dragones, de sus puntos fuertes y débiles, y también dibujos realizados con carboncillo negro. Uno de ellos era su propio retrato, quien al parecer había esbozado el hombre que tenía en frente suyo con tanta precisión y realismo que no pudo hacer otra cosa que admirar su talentoso trabajo.

    <<¿Así que has pensado en mí más de una noche, recordando mis facciones para plasmarlas poco después en un papel, eh?>>, meditó, antes de cerrar el libro al llegar frente a una estatua de piedra, donde los esperaba un hombre.

    —Capitán Felpe Senra, volvemos a encontrarnos; a estas alturas pensé que ya habíais muerto de viejo. La última vez que os vi erais un muchacho de melena negra, alto y apuesto, y ahora no sois más que el reflejo de una sombra; viejo, canoso y desgarbado. —dijo Lord Drako de forma honesta sin ningún tipo de burla o maldad, reconociendo al hombre como el líder del gremio de los cazadragones.

    A diferencia de Héctor, Felpa ya no era un cazador tan activo. Mientras que el primero poseía la virtud de la juventud y la musculatura de un toro bravo, el segundo había envejecido y lucía un prominente estómago de gran envergadura gracias a los festines de carne asada, patatas a la brasa y pastelitos de limón, entre otros dulces que ocupaban lugar en la alacena. En un principio, podría parecer que se estaba burlando del cazador, pero lo cierto es que el tiempo pasaba de forma diferente para los señores dragones. Cien años, en la vida de un dragón, era un abrir y cerrar de ojos. Es por eso que mientras él seguía conservándose joven, el otro había envejecido.

    —Lord Drako, el terror negro; seguís igual de joven que la última vez que nos vimos, y de eso, ‘viejo amigo’, hace ya más de cuarenta años. —contestó el capitán Felpa Serra, reconociendo al mencionado entre una mezcla de antipatía y sorpresa mientras reía enseñando sus dientes torcidos y amarillentos. Su risa contagiosa amenazó con ensanchar la curvatura de los labios de Lord Drako; no era una risa alegre, sino más bien cargada de desdén. Y es que, a pesar de que ambos eran enemigos juramentados, parecía que tanto el uno como el otro compartían una extraña camarería y sentido del humor ácido. No obstante, pasados unos segundos, todo rastro de júbilo desapareció del rostro del capitán Felpa cuando Lady Vanya intervino en la conversación.— Dime una razón para no cortar la lengua insolente de tu hermana, ¿acaso no enseñáis modales a vuestras mujeres?

    El futuro regente de Rocadragón se interpuso por delante de su hermana y, con una mirada por encima del hombro, la mandó callar de inmediato antes de volver la vista al líder del gremio.

    —Ya habéis oído a vuestro ‘chico’. —dijo con cierta reticencia en el tono de su voz, ignorando a propósito su pregunta para nada acogedora mientras rodaba los ojos en dirección hacia Héctor. Lord Drako se mostró ciertamente sorprendido de ver cómo el cazador se ponía de su lado, intentando convencer al líder de su gremio de que hablaran entre ellos al mismo tiempo que ponía en juego su reputación. ¡Incluso intentó disipar el barullo del graderío de cazadores de la planta superior, lanzándoles una bota para que guardaran silencio! Pero, ¿por qué había hecho aquello? ¿Por qué lo estaba ayudando?.— Mi hermana es la única dispuesta a negociar de entre todos nosotros, ponedle la mano encima y sabéis muy bien que reduciré con fuego y sangre desde los cimientos hasta las más altas torres de este cementerio de dragones.

    La tensión podía cortarse en el aire. El capitán Felpa Senra sabía muy bien que aquella amenaza iba en serio, y tal vez por eso mismo una gota de sudor frío resbaló por su frente hasta sus sienes, titubeante. Era consciente de que no podía amedrentarse con sus cazadores como público expectante entretanto gritaban muerte a los dragones. No obstante, el ver a Lady Raenya enseñar sus colmillos afilados y puntiagudos entre siseos, mientras los ojos rojos centelleantes de Lady Sylvana se encendían como dos llamaradas de fuego en las cuencas de sus ojos, y Lord Drako le mantenía la mirada, desafiante y dispuesto a transformarse en dragón de un momento a otro, hizo que el líder del gremio titubeara durante un instante.

    —Escuchemos lo que vienen a decir. —dijo, de pronto, una anciana de pelo cano y rostro arrugado, poniendo fin a la discusión y evitando así una carnicería sin cuartel cuando los cazadores se retiraron fuera de la habitación y los cuatro señores dragones no pudieron sino mirarla, sorprendidos.

    En el mundo de estas criaturas milenarias se imponía la opinión del más fuerte. Por lo que ancianos, mujeres o niños solían llevarse casi siempre la peor parte. Todo dependía mayoritariamente del título nobiliario y del tamaño del dragón en cuestión. Por ejemplo; Lady Raenya era la dragona más fuerte de entre sus hermanas, pero en cuanto a tamaño era mucho más pequeña que su hermano. Por otro lado, Lord Drako era el dragón más grande de todos, y sin embargo, estaba ligado bajo las órdenes de su padre, el rey Mordecai II, hasta que decidiera revelarse contra su progenitor y reclamar el trono que le correspondía por derecho, como dictaba la tradición, si antes no era asesinado por un usurpador o traidor. En conclusión, para los señores dragones no había una concepción ligada al respeto sin utilizar la fuerza bruta de por medio.

    En ello iba el hilo de los pensamientos del futuro regente de Rocadragón cuando la voz de Héctor lo sacó de sus pensamientos más intrínsecos.

    —Eres el elegido. —soltó de pronto Lady Vanya, haciendo que su hermana Lady Raenya rodara los ojos en blanco y pusiera las manos en forma de jarra sobre su cintura, cansada de escuchar aquel discurso, y que su hermana Lady Sylvana soltara un soplido exasperado, aburrida de historias sin sentido en su opinión. Mientras tanto, Lord Drako fue el único que mínimamente mostró algo de respeto cuando tomó asiento en una de las sillas de madera que había esparcidas de cualquier manera por el cuarto, con intención de seguir ojeando su anuario en silencio. Por lo que, en resumidas cuentas, ninguno de los tres hermanos parecía estar prestando la debida atención a aquel diálogo de carácter tan significativo.

    Lady Vanya dio un paso decidido en dirección hacia Héctor.

    —Te he visto en mis visiones todas las noches, pero para estar seguros necesito comprobar que eres al que los dioses sin nombre realmente quieren. Acércate. No te haré daño. —explicó atropelladamente, dando otro par de pasos para acortar las distancias entre ellos. Ahora a penas los separaba más de un metro.

    La joven dragona extendió la garra que tenía por mano en su dirección. Sus dedos seguían siendo igual de afilados que los de sus hermanos, sin embargo, por alguna razón, no parecían suponer un peligro. Primero llevó sus dedos a su frente, haciendo a un lado algunos pelillos rebeldes del flequillo, y luego delineó su cicatriz con un cuidado poco común entre los suyos. Sus ojos se movían muy rápido, temerosa de hacerle algún daño. Y no era para menos, la fuerza de los señores dragones era comparable a la de mil hombres, por lo que si apretaba accidentalmente más de la cuenta podría desde romperle algún hueso hasta clavarle las uñas en su carne blanda y rosada, como si fueran puñales afilados.

    Luego, sus manos descendieron hacia abajo por el colgante alrededor de su cuello, como buscando algo que definitivamente no lograba encontrar por más que mostrase todo su empeño en ello. Héctor podría percibir fácilmente la frustración que Lady Vanya evidenciaba en su rostro desesperado e inquieto. Fuese lo que fuese lo que estaba investigando no parecía ser algo como un objeto de valor, algún tipo de arma o en definitiva algo ligado a este mundo. No, por cómo sus pupilas rasgadas se movían de un lado para otro, parecía que podía ver cosas que escapaban a la compresión del ojo humano.

    Por último, cuando la esperanza parecía haberla abandonado del todo, sintiéndose ridículamente culpable de haberse equivocado, decidió hacer un último intento. Casi con una timidez muy inusual, sus dedos buscaron los del cazador y, cuando sus manos se entrelazaron, surgió lo que tanto andaba buscando; una visión. Esta visión fue compartida con Héctor, de modo que todo lo que Lady Vanya veía también podía verlo el otro. Seguramente fue extraño para el cazadragones, ya que de un momento a otro la habitación pareció desaparecer a su alrededor, quedando los dos solos.

    —Estamos en los confines del más allá, todo lo que veas u oigas a partir de ahora no significa que sea real; a veces son momentos que sucedieron en el pasado, otras son imágenes del presente, e incluso puede que veamos visiones de un futuro incierto. Las visiones del futuro son como caminos inexplorados; al ser inciertas se muestran de forma aleatoria, como la hoja en blanco de un libro esperando ser escrita por las decisiones de nuestros actos…

    La primera visión mostraba a Héctor y Lord Drako en el campo de batalla sobre una colina de prados verdes y una lluvia inclemente en las tierras de Aestera. El señor dragón estaba tumbado boca arriba en el suelo, mientras el cazador lo inmovilizaba bajo su bota pisoteando su pecho. En respuesta, el futuro regente de Rocadragón escupió sangre por la boca, nada más el cazadragones clavó la punta del mandoble que blandía por espada en su corazón. Rápidamente, la visión cambió de sitio, y ahora el vencedor se sentaba en el trono del gremio de los cazadores con una nueva armadura hecha a base de la piel y las escamas del dragón.

    La segunda visión mostraba exactamente lo mismo, pero con las tornas cambiadas. Lord Drako y Héctor se hallaban en uno de los balcones de piedra de la fortaleza de Rocadragón bajo una noche oscura sin estrellas. El señor dragón levantaba al cazador por el cuello, mientras este trataba desesperadamente de deshacerse de su agarre y sus pies pateaban el aire buscando aire en sus pulmones. Con un rápido movimiento de muñeca, el otro le rompió el cuello. El final mostraba al ganador sentado en su trono de hierro con los huesos de una calavera humana a su lado.

    —Algo raro está pasando, la visión está… cambiando. —dijo de pronto Lady Vanya con los ojos llorosos, después de contemplar la muerte de su hermano. Las visiones podían llegar a ser muy realistas hasta el punto de que quienes la contemplaban podían llegar a sentir todo lo que allí acontecía como si fuera tan real como un sueño.

    La tercera y última visión tardó en materializarse por completo. A diferencia de las otras dos primeras, esta se mostraba borrosa y nebulosa como si no acabara de tomar una forma en concreto. No obstante, pasados unos segundos, se pudo apreciar a dos figuras encapuchadas fundidas en un cálido abrazo. No se podían apreciar bien los rostros, pero de una sobresalían dos cuernos de carnero sobre una mata de pelo plateado, y la segunda llevaba el mismo collar alrededor del cuello del cazador. Finalmente, la visión concluía con lo que parecía ser un beso, antes de que ambos espectadores volvieran de nuevo a la habitación.

    La joven dragona se apresuró a soltar las manos del cazadragones cuando sintió la presencia de su hermano a su lado. No obstante su mirada asombrada no se separó de los ojos del cazador después de haber presenciado aquel momento tan íntimo.

    —¿Qué ha pasado? ¿Qué has visto? —preguntó Lord Drako, para nada contento de descubrir cómo entrelazaban sus dedos, y al mismo tiempo preocupado de ver lágrimas en los ojos de su hermana.

    Por lo que no tardó en encaminar sus pasos firmes y seguros en dirección a Héctor con cara de pocos amigos y con fines que se alejaban de las buenas intenciones mientras pensaba que él podría haberle hecho algo malo.

    —¡No, Drako! ¡Es el elegido de los dioses! ¡Él será quién te acompañe en el viaje! ¡Tenemos que ofrecerle el trato! —intercedió Lady Vanya, sujetando a su hermano por el brazo para evitar que agarrara del cuello al cazador. Aunque quedaba claro que no fue su fuerza lo que lo detuvo.

    El futuro regente de Rocadragón miró de arriba abajo al cazadragones con el entrecejo fruncido, los labios apretados y los puños cerrados antes de soltar una maldición. No parecía dispuesto a ofrecer ningún trato, más allá que el acero de un filo.

    —Héctor, —dijo entonces Lady Vanya para captar su atención. —te ofrezco un septenio de paz entre dragones y humanos, si a cambio aceptas acompañar a mi hermano en su viaje para satisfacer la voluntad de nuestros dioses y salvar así la próxima generación de nuestros nonatos.

    SPOILER (click to view)
    Lo cierto es que yo también lo pensé mientras escribía la escena xD
    Gracias por las imagenes, me ayudan a imaginar el lugar mejor y por ende a conseguir mejores descripciones. Por cierto, hablando de descripciones, quedé enamorada del interior de la dragona <3

    Cambiando de tema radicalmente, me muero de ganas de leer la cara que se le ha quedado a Héctor; primero al descubrir esta clase de magia, y segundo después de mostrarle su primer beso con su futuro marido :XD:

    Supongo que el pobre cazador estará todo rayado, preguntándose que quieren hacer con él exactamente o qué pinta en todo aquel asunto. Supongo que Vanya podrá explicárselo cuando se calmen las aguas un poco xD


    Edited by Volkov. - 28/7/2023, 12:17
251 replies since 23/5/2014
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