Siren Stroden

Ocupación: Dueño del bar Mitën.

Edad: 32 años.

Nacionalidad: Republicano

Historia:

El imperio de Maghnib, incluso desde antes del inicio de la guerra, ha sido objeto de resentimiento por parte de los republicanos. Pueden contarse decenas de conflictos, que aunque han dejado bajas por parte de ambas naciones, el imperio de Maghnib es el que mas ha sufrido.

Como sabemos, el imperio está dividido en un número de zonas, que van desde las más afortunadas, como aquellas olvidadas y desprotegidas.
Nuestra historia se remonta treinta y tres años atrás, en la zona seis, que colinda con la República. Una zona con recursos apenas suficientes, desprotegida, e ignorada, al no tratarse de un área estratégica de importancia para el imperio.

En esa lamentable ocasión, un escuadrón de veinte hombres, comandado por algún oficial republicano desconocido y sin jerarquía atractiva, decidió que era una buena idea, enriquecerse con lo que pudiera encontrar en la zona seis. Sin embargo, no había mucho que tomar: pocas armas, algo de comida, y quizá lo mas valioso que pudieron encontrar, son algunas jóvenes mujeres.

Marret, de trece años, fue una de las desafortunadas, quien siete meses después de ese fatídico día, dio a luz a un hijo varón. Pequeño, muy delgado y débil, de cabello negro, y piel blanca, palidez que se veía mas acentuada mientras el niño estaba despierto, pues lo dorado de sus ojos únicamente contrastaba con lo negras que eran sus pestañas.

La única persona que estuvo de su lado desde el día que nació, fue su abuela Mitën. De ahí en fuera toda su niñez y adolescencia, sufrió del repudio de toda la comunidad, incluida su propia madre.

Cuando inició la guerra, con solo veinticuatro años, lo único que sabía hacer era servir, limpiar, tener todo en orden y complacer a los demás, ello a cambio de algo de comer.

Fue enviado a la batalla, quizá solo para morir. Además no es como que le importara demasiado seguir vivo, su abuela apenas había fallecido, no tenía un techo digno, y últimamente, solo trabajaba en aquellas actividades que nadie quería realizar: las más sucias, o aquellas en las que un cuerpo delgado como el de él, pudieran caber.

No duró más que una semana en combate, cuando fue herido de gravedad, en la cara. Perdió un ojo, mientras que el otro quedó con visión muy limitada. Cuando ello ocurrió, fue despojado de sus ropas y del arma y provisiones que traía, incluso duró en la intemperie por tres días seguidos.
Sin embargo, a pesar de lo mal que suena todo ello, a partir de ese momento, su fortuna cambió.

Fue confundido por un republicano, fue curado, cuidaron de él, lo alimentaban y lo limpiaban. Ahí no era un repudiado dentro de los repudiados, sino que lo trataban como un militar republicano herido. LA gravedad de la herida en su cara, lo llevó a que en su ojo izquierdo debe usar una lentilla negra que cubre los pocos atisbos de dorado que le quedaran; lentilla que le impide ver cuando oscurece, pero permite que pueda ver un poco mientras está iluminado.

Al paso de los días, los propios republicanos crearon sus propias historias sobre él. Le dieron un apellido republicano, crearon una historia completa de cómo había sido herido, incluso le inventaron una edad y porque es que era tan delgado. Y Siren no desmintió nada, los dejó creer. Porque solo así, tenía un lugar al que pertenecer. En la república, ya lo habían adoptado.

Sin ser muy alto, pero delgado y de facciones delicadas, empezó su nueva vida haciendo lo único que sabía hacer: servir a la gente. Gente que a veces iba a la guerra y no regresaba, ancianos que morían por su edad avanzada. Era una persona tan de confianza, que termino haciéndose de algunos bienes que le fueron heredados, y con los días fue haciéndose de una red de gente conocida.

De vez en cuando, con su conocimiento adquirido del imperio, ayudaba dando ideas para atacarlos. Conocía bien los puntos débiles del imperio, los rangos de la sociedad, sabía cómo entre las diferentes zonas se proveían entre ellas de alimentos, qué ríos abastecían de agua. Había escuchado hablar de todo eso a su abuela.

Siren había nacido en Maghnib, había crecido ahí, y sobretodo, había sufrido una miseria infinita ahí. Odiaba ese imperio, odiaba que estuviera dividido en zonas, odiaba tener que haber nacido en ese lugar, y odiaba solo haber existido para ser condenado por veinticuatro años al desprecio.
Quería ser feliz. Y estaba siendo feliz lastimando a aquel imperio que lo había hecho crecer en la inmundicia.

Además, sus estrategias, fueron bien pagadas. Tanto que incluso pudo hacerse de un antro que siempre mantiene muy iluminado.

Su forma de hablar, su carisma, y su vasto conocimiento en querer tener a gusto a las personas, le daba mucha información, tanta que de cierta forma, se volvió alguien importante en esa guerra. La información es un poder que abre un mundo de posibilidades. Solo hay que escuchar, saber discernir qué información es real, y saber a quién vendérsela.

Pasaron solo algunos años cuando se enteró de la existencia de un ser interesante. Un tal Yureya, un afortunado de la zona dos, destacado en combate, fuerte, que ya se había rodeado de un grupo de personas que lidereaba. Y generó una obsesión un tanto insana por esa persona. Todos los días quería saber de él. Quería saber qué nuevos logros obtenía, que tantas heridas le habían propinado, a cuantos republicanos había matado.
Una obsesión que crecía tanto, que necesitaba conocer a Yureya en persona. La gente con quien compartía información, empezó a creer que Siren se había vuelto un aliado del imperio. Y él no los desmintió, al fin y al cabo era un rumor insignificante que no afectaba a sus actividad de informante.

De pronto la gloria que había conseguido el tal Yureya era tan grande, que empezaba a molestarle cada día más. Por supuesto que lo odiaba, desde que supo que existía, lo odió. Lo detestaba tanto, que empezó a sentir la urgencia de darle una cara a su odio, buscó la manera de sacarlo de la guerra. Lo necesitaba fuera. Necesitaba incluirlo a la república, tenía la necesidad de saber si como nacido entre lujos y altos conocimientos que solo aquellos afortunados podían tener, también iba a destacar. Y a pesar de que ello pudiera significar que los falsos rumores de que apoyaba la desgracia de los del imperio eran ciertos, le ayudó a que saliera.

Y así lo conoció. Alto, precioso, fuerte. Una escultura viva. Le consiguió documentos, le dio trabajo, lo necesitaba cerca, y lo quería ver diario.

Su obsesión con Yureya lo ha llevado a alejarse de la guerra. Pero no había problema, había encontrado algo nuevo que lo hacía feliz. Necesitaba ver qué podía hacer ese hombre en una nación desconocida. Le urgía ver qué tanto podría hacer. Lo detestaba, pero su cabeza estaba todo el tiempo pensando en aquel hombre, era una necesidad ver que tanto un noble podría elevarse desde cero. O que tan bajo podría caer.

Sobre él.

Nada en su cara refleja sus emociones reales. La sonrisa que siempre trae, la aprendió desde niño, conocer exactamente como hacerla real, recibió muchos golpes para aprender ello. Sabe bien gesticular, parece como si con su cara, dijera en realidad todo lo que pensara.

Tiene un gusto extremo por la comida y la bebida. Aunque lo haga en pequeñas cantidades, disfruta de esas nuevas posibilidades que le ha dado la república.

Sabe dar confianza pues lee bien a la gente. Sabe que decir y a quién.

Tiene siempre cerca a Rela, un republicano que contrató como seguridad, ya que no tiene otra forma de defenderse.

Desde su infancia, se ha acostado con decenas de hombres y algunas mujeres, siempre a fin de complacer a los otros.

Le gusta comer y beber bien.

Solo se quita la lentilla para dormir




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