BAJAS PASIONES Harry/Draco +17

¿El amor pude nacer apartir del deseo? FINALIZADO

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  1. 290589-kaname
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    Capitulo 20
    La primera prueba



    Harry
    Las manos me sudaban como loco, tenía los nervios de punta y la cabeza estaba por explotarme.
    La primera prueba del torneo de los tres magos estaba por iniciar y los cuatro campeones estábamos esperando en una carpa echa para nosotros.
    Como deseaba tener a mi Draco entre mis bazos, junto a el estaba seguro de que no tendría estos nervios. Era gracioso de cierta forma pensar así.
    Desde el día en que estuvimos juntos, todo había cambiado. Mi vida, mi alma, cada partícula de mi cuerpo ahora le pertenecían a el y solo a el. Todo lo que había sufrido antes, todo lo que había vivido y sentido se estaban desvaneciendo con cada beso de el, con cada abrazo. Jamás hubiese pensado que podría volver a enamorarme, pero el lo había conseguido, se había metido en cada fibra de mi ser hasta llegar a mi alma.
    En un principio me sentí algo decepcionado al descubrir que no había aparecido la marca de emparejamiento entre nosotros pero Draco me explico que no necesariamente aparecía en el primer encuentro sexual, y desafortunadamente solo habíamos tenido eso, ¡solo un encuentro sexual!
    Desde que nos enteramos de que la primera prueba era enfrentarse a un dragón, ni Hermione ni Draco me dejaban en paz. Si no estaba Hermione, Draco me hacia practicar los hechizos con varita y cuando no estaba con Draco, Hermione hacia lo mismo. Claro que aun no le contaba nada de mi relaciona a mi mejor amiga, primero tenia que arreglar las cosas con Ron y cuando eso pasara entonces a los dos se los diría. Draco estaba de acuerdo con migo y su padre ni se diga, el parecía radiante y me trataba mejor de lo que jamás hubiese pensado. Esto incomodaba a Draco de alguna manera, aun no me había contado el porque pero no podía sacárselo a la fuerza.
    - ¿Harry? –escuche la voz de Hermione a través de la lona.
    - ¿Hermione?
    - Harry, te cuidado…
    - Lo tendré, te lo prometo.
    La repartición de los dragones se llevo a cabo en cuanto el director de Hogwarts entro a la tienda acompañado del ministro de magia.
    —Las damas primero —dijo tendiendo la bolsita de los dragones, a Fleur De¬lacour.
    Ella metió una mano temblorosa en la bolsa y sacó una miniatura perfecta de un dragón: un galés verde. Alrededor del cuello tenía el número «dos». Y yo estaba seguro, por el hecho de que Fleur Delacour no mostró sorpresa alguna sino completa resignación, de que no me había equivocado: Madame Maxime le había dicho qué le esperaba.
    Lo mismo que en el caso de Krum, que sacó el bola de fuego chino. Alrededor del cuello tenía el número «tres». Krum ni siquiera parpadeó; se limitó a mirar al suelo.
    Cedric metió la mano en la bolsa y sacó el hocicorto sue¬co de color azul plateado con el número «uno» atado al cue¬llo. Sabiendo lo que me quedaba, metí la mano en la bolsa de seda y extraje el colacuerno húngaro con el número «cuatro». Cuando lo mire, la miniatura desplegó las alas y enseñó los minúsculos colmillos.
    Poco a poco los campeones fueron saliendo para enfrentar su prueba en cuanto el cañón sonó.
    ¡Maldición! Si tan solo pudiese usar mis poderes Katagaria esto seria más fácil. Pero si lo hacia podría exponerme ante el mundo mágico y eso no seria nada agradable.
    El último cañonazo resonó ante la comunidad mágica, haciendo que resonaran mis oídos, y entonces, salí de la tienda.
    Lo que estaba ante mis ojos era si se tratara de un sueño de colores muy vivos. Desde las gradas que por arte de ma¬gia habían puesto después del sábado me miraban cientos y cientos de rostros. Y allí, al otro lado del cercado, estaba el colacuerno agachado sobre la nidada, con las alas medio desplegadas y mirándome con sus malévolos ojos amarillos, como un lagarto monstruoso cubierto de escamas negras, sacudiendo la cola llena de pinchos y abriendo surcos de casi un metro en el duro suelo. La multitud gritaba muchí¬simo, pero yo ni sabía ni me preocupaba si eran gritos de apoyo o no. Era el momento de hacer lo que tenía que hacer: concentrarme, entera y absolutamente, en lo que constituía mi única posibilidad.
    Levante la varita.
    —¡Accio Saeta de Fuego! —grite.
    Aguarde, confiando y rogando con todo mí ser. Si no fun¬cionaba, si la escoba no acudía... me parecía verlo todo a tra¬vés de una extraña barrera transparente y reluciente, como una calima que hacía que el cercado y los cientos de rostros que había a mi alrededor flotando de forma extraña...
    Y entonces la oí atravesando el aire tras de mi. Me volví y vi la Saeta de Fuego volar hacia allí por el borde del bos¬que, descender hasta el cercado y detenerse en el aire, a mi lado, esperando que la montara. La multitud alborotaba aún más... pero mis oídos ya no funcionaban bien, porque oír no era importante...
    Pase una pierna por encima del palo de la escoba y di una patada en el suelo para elevarme. Un segundo más tar¬de sucedió algo milagroso.
    Al elevarme y sentir el azote del aire en la cara, al con¬vertirse los rostros de los espectadores en puntas de alfiler de color carne y al encogerse el colacuerno hasta adquirir el tamaño de un perro, comprendí que allá abajo no había de¬jado únicamente la tierra, sino también el miedo: por fin es¬taba en mi elemento. Esto era una de las cosas que más me había emocionado al convertirme en dragón, la capacidad de volar, la capacidad de ver las nubes con mis propios ojos.
    Necesitaba pedirle con urgencia a Draco que me enseñara a volar.
    Aquello era sólo otro partido de Quidditch... nada más, y el colacuerno era simplemente el equipo enemigo...
    Mire la nidada, y vi el huevo de oro brillando en medio de los demás huevos de color cemento, bien protegidos entre las patas delanteras del dragón.
    «Bien —me dije a sí mismo—, tácticas de distracción. Adelante.» (extracto original del libro de HP)

    Ron
    Cuando abrí los ojos me encontraba en un enorme jardín, todo lleno de flores y arboles. El olor a tierra y flores se me coló en mis fosas nasales. Era realmente relajante y eso me gustaba.
    Sirius estaba a unos pasos de mí, mirando el horizonte con un poco de nostalgia.
    - ¡¿Por qué rayos me trajiste aquí?! –le grite, parándome de inmediato del suelo.
    - Ron, -Sirius se acerco a mi y me tomo de la mano pero yo la aparte de el. –perdóname, se que hice mal.
    No le respondí, ¿Cómo se atrevía? Después de todo lo que había pasado, después de todo lo que me había hecho pretendía que simplemente lo perdonase.
    - Tú me dijiste que me amabas, me prometiste que jamás me dejarías y fue lo primero que hiciste. –le reclame.
    - Lo se, se que te prometí el mundo y en la primera prueba de amor te falle.
    - Alimentaste mis ilusiones para luego quitármelas en un instante…
    - Lo se…
    - Te suplique, te entregue mi cuerpo y tu me despreciaste.
    - Ron…
    - ¡No! No pienso volver a confiar en ti, no pienso volver a suplicarte nunca mas, ¡Me oyes!
    Su mirada parecía de impotencia, pero eso no haría que se ablandara mi corazón.
    - Ron, escúchame…se que te falle y no merezco tu perdón pero es que no estaba preparado, me sentía confundido, por eso fui con tus padres…
    - ¿Qué? ¿Fuiste con mis padres? ¿Les dijiste sobre nosotros?
    - No exactamente, tu madre si que da miedo…
    - Me pides perdón pero ni siquiera puedes enfrentar a mi familia.
    - No he dicho que no lo voy a hacer.
    - Si claro.
    Sirius hiso otro intento de acercarse a mi pero yo no le deje.
    Bueno, si realmente según el, me quería entonces tendría que aceptarme como soy.
    En un instante después me trasforme en mi forma de león y le gruñí.
    El dio un paso hacia atrás pero luego se acerco mas, con la confianza de que no le iba a hacer nada. Me molesto ese hecho, esa confianza, ¿Acaso era predecible?
    - Que… ¿acaso te gusta mas el sexo animal? –me pregunto y al instante me trasforme en humano.
    - No estoy jugando.
    - Yo tampoco.
    - Quédate conmigo.
    ¿Cómo podía pedirme semejante cosa?
    - No –le conteste al fin –ya no puedo confiar en ti.
    - En ese caso…
    Sirius saco de entre sus ropajes una enorme daga, ¿pero que rayos? ¡Se estaba apuntando el solo en el vientre con el artefacto!
    - ¡En que estupidez estas pensando! –le grite, desesperado.
    - No pienso permitir que te quedes estéril por mi culpa y mucho menos que mueras en cuanto las dos semanas concluyan. Deseo que seas feliz y que encuentres a otra persona con la que puedas emparejarte.
    Justo en el momento en que la daga estaba a punto de atravesar su carne, yo utilice mi magia y la desaparecí.
    Mi corazón latió desenfrenado, ¿Cómo pudo pensar que así se solucionaban las cosas?
    - ¡Eres un idiota! ¿acaso estas loco?
    - Si, lo estoy. Estoy loco por ti.
    Sentí como mi corazón se hinchaba de regocijó y sin mas, comencé a reírme, reírme y reírme. Soltando todo lo malo.
    Entonces Sirius me tomo entre sus brazos y esta vez no me aparte, si no, decidí confiar una vez más.
    - Contigo, el cielo se vuelve mas claro, se pintan las nubes de blanco y el sol vuelve a sonreír, solo contigo, el tiempo cobro un sentido y hoy que estas aquí, con migo se bien… -comenzó a canturrear mi animago suicida.
     
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71 replies since 4/8/2011, 01:44   8869 views
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