[Long-Fic] Unrequited love (InuYasha/Kôga & Sesshômaru/Naraku)

En proceso. Antiguamente titulado "Amor no correspondido".

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  1. Kayazarami
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    Capítulo 6. Pasado

    Con solo una hora de fiesta en los jardines, InuYasha ya estaba mortalmente aburrido.

    Allí solo había empresarios, hombres de negocios y sus acaudaladas y elegantes esposas, además de algunos soberbios y estúpidos adolescentes. Había tenido que saludar con educación a todo el mundo, mantener un par de conversaciones insustanciales acerca de sus estudios en el extranjero y después había huido por banda a un rincón con Kôga y Naraku.

    Los dos se veían muy elegantes en sus esmóquines negros y charlaban distraídamente entre ellos ignorando al resto de invitados. De vez en cuando, InuYasha había sorprendido a Naraku mirando a Sesshômaru, que estaba vestido con un esmoquin blanco impresionante y paseaba por todo el lugar con Kagura colgada de su brazo. Incluso en una ocasión había sido testigo de un tenso cruce de miradas entre Irasue y el chico de cabello negro ondulado.

    Advertidos sobre su conversación de anoche con Sesshômaru, los tres habían llegado a la conclusión de que todo aquello era obra de su madrastra, pero de que nada podían hacer, ya que era su medio hermano quién se dejaba manipular y no había poder humano en el mundo que hiciera cambiar de opinión a ese terco.

    —Joder, que aburrimiento de fiesta, InuYasha —murmuró Naraku, estirando un poco los brazos.

    —¿Por qué crees que no quería venir solo? —respondió este, cogiendo un par de canapés de la bandeja de un camarero que pasaba por allí.

    —¿Y a que hora termina esta tortura?

    —Le quedan más de cinco horas antes de que podamos retirarnos. Primero, harán el anuncio del acuerdo entre la Taisho Corporation y la Financiera Okamura. Después de los aplausos y demás, podremos cenar un rato, hasta que Sesshômaru se ponga en pie para hacer el brindis y aproveche para condenarse de por vida —acabó, sintiéndose cansado solo de hablarlo.

    —Demonios. ¿Y si nos vamos disimuladamente? No creo que nadie note nuestra ausencia —propuso Naraku, con una pequeña sonrisa maliciosa en su hermoso rostro—. Ni siquiera tienes que sentarte en la mesa principal, Inu.

    —No, menos mal que mi padre me hizo ese favor —suspiró—. Bueno, ¿por qué salida te parece que pasaremos más desapercibidos?

    —Ah, no, de aquí no se marcha nadie hasta que acabe la tor...fiesta —dijo Miroku, desanimando a sus dos amigos ejerciendo de voz de la razón.

    —Aguafiestas —lo acusaron los dos.

    Un par de horas más tarde, los tres estaban sentados en una de las mesas cercanas a la principal, escuchando el discurso de más media hora de Seisu Okamura acerca de los beneficios del acuerdo entre las compañías y las maravillas de trabajar juntos.

    —Oh, mierda —jadeó, con la vista clavada en una de las mesas cercanas.

    —¿Qué pasa, InuYasha? —preguntó Naraku.

    —Es Kôga. Está aquí. ¿Por qué esta aquí?

    —Bueno... —Miroku sonrió y miró hacía la mesa en donde su amigo se sentaba con sus padres—. Su familia no es como las nuestras, él realmente pertenece a este mundo. Los Ookami tienen una importante compañía de seguros, ¿no? Imagino que han sido invitados como empresarios que son.

    —Voy al baño —se excusó InuYasha, levantándose.

    —Perfecto. Siempre que vuelvas en menos de diez minutos y no tenga que ir a buscarte.

    —¡No soy un niño, Naraku!

    —Ya me has oído.

    Refunfuñando, el chico de cabello plateado se levantó discretamente, al mismo tiempo que el discurso terminaba y la gente aplaudía. Estaba seguro de que la mayoría aliviados por poder cenar al fin.

    Se encaminó al baño del interior de la Mansión sin darse cuenta de que alguien lo seguía, hasta que estuvo casi en la puerta del aseo y estuvo seguro de que no se estaba imaginando que unos pasos lo seguían. Se dio media vuelta para encarar a su perseguidor y se encontró con un hombre vestido con un esmoquin azul oscuro, de cabello negro y corto, que lo miraba interesado.

    —¿Quién es usted y por que me ha seguido hasta aquí?

    —Oh, no era mi intención molestarte —aseguró el desconocido—. Yo soy Onigumo Daishi, el padre de Kagura, la prometida de tu hermano.

    —Encantado de conocerlo. Pero eso no explica porque me ha perseguido.

    —Bueno, verás —el hombre parecía estar buscando las palabras adecuadas y lo miraba de una forma que empezaba a ponerle los pelos de punta—. ¿Cómo decirlo? Me resultabas demasiado familiar cuando te vi en las fotos, ¿sabes?. Pero cuando he visto con la clase de chicos que te juntas, bueno... Creo que ya se que tipo de chico eres tú.

    —No tengo ni la más remota idea de que me esta hablando, así que, si me disculpa, voy a entrar en el baño.

    Onigumo se acercó a él. Demasiado. Casi podía sentir su aliento golpearle en la cara. Casi podía sentirlo tocándole.

    —No te hagas el tímido, si vas con Naraku entonces eres...

    —¿Tiene algún problema con mi hermano, señor Daishi? —preguntó una voz muy fría tras ellos e InuYasha vio por encima del hombro del tipo a Sesshômaru.

    Onigumo se apartó rápidamente de él y compuso una falsa sonrisa.

    —Ninguno en absoluto. Solo estábamos charlando, ya que pronto seremos familia.

    —Excelente. InuYasha, los baños de la Mansión están cerrados. Será mejor que vayas a los habilitados para los invitados en los jardines.

    —Eh... Claro —dijo, no muy seguro de porque Sesshômaru lo mandaba para allá. Él tenía llave de los baños de la Mansión.

    Sin embargo, encantado con la idea de alejarse del tal Onigumo, se marchó rumbo a los jardines sin protestar.

    Una vez estuvo seguro de que nadie podía oírlos, Sesshômaru compuso su mirada más fría y la dirigió al hombre a su lado.

    —¿Qué estaba haciendo, señor Daishi?

    —Como ya le he dicho, simplemente saludaba al joven InuYasha.

    —¿Y por que ha mencionado a Naraku en la conversación?

    Onigumo frunció el cejo, disgustado con la idea de haber sido espiado.

    —Bueno, se da la casualidad de que sé a ciencia cierta que Naraku es de dudosa procedencia y pensaba que quizás debía advertir a su hermano.

    Sesshômaru tenía la sensación de estar escuchando una mentira tras otra. Y él era muy bueno diferenciando la verdad del engaño.

    —No me ha parecido que lo estuviera advirtiendo, precisamente.

    —No, ¿verdad? —añadió una nueva voz tras ellos y Sesshômaru se giró para encontrarse con Naraku de frente—. La palabra que buscas es acosar. Es lo que mejor se le da al señor Daishi.

    El chico de cabellos negros parecía estar conteniendo la furia a duras penas.

    —N-naraku —murmuró este—. Podemos hablar de esto en otro lugar.

    —Oh, yo creo que no. La verdad es que no te he reconocido, ahí sentado en la mesa principal como todo un señor, pero ha sido verte seguir a InuYasha y no sé, algo ha hecho click en mi cabeza. Y he sabido inmediatamente quién eras, Gumo.

    —¿Gumo? —preguntó el chico de cabello plateado.

    —Así se hace llamar en los bajos fondos —explicó Naraku, mirando a Sesshômaru con algo extraño brillando en su mirada—. No se cuales serán sus respetables negocios de cara a la galería, pero en las calles es conocido por prostituir jóvenes sin recursos.

    —Te equivocas de persona. ¡Yo jamás haría algo así! —exclamó el hombre, indignado.

    —Estoy seguro de que Naraku se equivoca de persona, señor Daishi —aceptó Sesshômaru, aparentemente conciliador—. Será mejor que regrese a la fiesta mientras yo aclaro un par de cosas con él.

    El hombre asintió y se marchó con aire ofendido, pero al pasar junto a Naraku le dirigió una mirada afilada que prometía venganza. Este se la devolvió sin miramientos.

    —Acompáñame —pidió Sesshômaru, dirigiéndose a una de las habitaciones cerradas y abriéndola con su llave, haciendo un gesto al otro para que pasara primero. Resignado, Naraku entró en la elegante sala victoriana y espero a que Sesshômaru entrara y cerrara tras él.

    —No me digas que vas a pedirme explicaciones, por Dios.

    —¿Es cierto lo que has dicho? —preguntó, mirándolo con dureza—. Son acusaciones muy graves.

    Naraku bufó.

    —Es la verdad. Yo mismo he estado bajo su yugo, Sesshômaru.

    Este parpadeo, asombrado. Al chico de cabello negro casi le dan ganas de reírse al verlo tan francamente confuso por una vez. Si el tema fuese menos serio...

    —¿Tú?

    —Yo —aseguró, sarcástico—. ¿Quién exactamente pensabas que era?

    —Desde luego, no un vulgar prostituto de las calles —escupió el otro, con rabia, acercándose a él.

    Naraku retrocedió un par de pasos. No estaba realmente asustado, pero acabar a golpes con Sesshômaru el día en que este iba a anunciar su compromiso no le parecía la mejor de las ideas.

    —No era exactamente un prostituto. Yo solo estaba a las ordenes de Gumo.

    —¡¿Y eso te hace mejor?! —gritó, dando un puñetazo a uno de los jarrones laterales y rompiéndolo en mil pedazos—. ¡Ese tipo es asqueroso!

    El chico negó con la cabeza, como si no valiera la pena decir nada más.

    —Ábreme la puerta, anda. No va a salir nada bueno de esto.

    —NO —rugió Sesshômaru—. No hasta que me cuentes porqué.

    —¿Para qué quieres saberlo? —preguntó, retándolo con los ojos negros—. ¿No es suficiente con lo que te he contado?

    —Quiero saberlo —murmuró, con un tono afilado y cortante—. Habla.

    Naraku suspiró y se sentó en una de las sillas victorianas de la sala y comenzó a hablar con tono impersonal.

    —Yo viví en el orfanato desde los ocho años. Allí siempre falta el dinero, ya que no estamos financiados por el estado, sino por las donaciones de la gente. En algún momento cerca de los doce años me di cuenta de que había bandas callejeras tentando a los chicos a unirse a ellos y luego los prostituían. Muchas veces ni siquiera trataban de convencerlos, no era tan raro que un huérfano desapareciera un par de días y al volver fuese una sombra de lo que era. Ofrecían mucho dinero por ellos en las calles. Tuve miedo de que intentaran hacerse con InuYasha o Miroku, ya que los dos eran apetecibles a sus ojos, así que fui a hablar con su líder e hice un trato. Y eso es todo.

    Sesshômaru no dijo nada, pero sus ojos dorados no se apartaban de él.

    —Mira, si te doy asco esta bien, solo no dejes que ese desgraciado se acerque a InuYasha cuando te cases con la estúpida esa, ¿vale?

    —Yo... —parecía no saber que decir.

    —No pasa nada, no espero que lo entiendas.

    Sesshômaru se acercó a él y lo cogió del brazo.

    —¿Por qué son tan importantes para ti?

    —¿InuYasha y Miroku?

    Asintió.

    —Tenía un hermano pequeño. Y, cuando lo perdí, me juré que nunca volvería a permitir que alejaran de mi a nadie más que me importase.

    Dicho eso, se soltó de su agarre, le cogió la llave del bolsillo del esmoquin y se abrió él mismo la puerta.

    —No llegué a tener sexo con él, ni con ningún cliente —dijo suavemente, en la puerta—. Casi enseguida descubrí lo suficiente de él como para poder chantajearlo y Gumo consideró que era mejor ponerme al frente de algunas de sus bandas violentas que tenerme de putita —dijo, como intentando explicarse—. Tampoco quiero que pienses que soy... Ah, que más da —desistió, marchándose y dejando la llave colgando del picaporte.

    Sesshômaru fue incapaz de moverse durante unos minutos.

    Sabía muy poco de Naraku, apenas lo suficiente para que le atrajera más que cualquier otra persona del mundo, pero esto... Esto era increíble.

    Él sabía que el de cabello negro hacía siempre le que fuera necesario por lograr sus objetivos, pero llegar a tales extremos para proteger a los que le importaban requería de un tipo de valor que muy pocas personas poseían.

    Se quedó pensativo durante largos minutos. Y después, tomó una decisión.

    Continuará...
     
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