[Long-Fic] Unrequited love (InuYasha/Kôga & Sesshômaru/Naraku)

En proceso. Antiguamente titulado "Amor no correspondido".

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  1. Kayazarami
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    Capítulo 8. Trampa

    InuYasha suspiró por décima vez, sentando en el asiento de copiloto del lujoso Ferrari blanco de Sesshômaru, mientras este conducía demostrando una absoluta falta de consideración por el resto de vehículos que circulaban.

    —¿De verdad te sacaste el carné de conducir? —preguntó el menor, cuando su medio hermano adelantó de nuevo a un coche temerariamente y este tuvo que pegar un frenazo para evitar chocar contra ellos.

    —Conduzco perfectamente, InuYasha —murmuró secamente el mayor.

    —Estoy seguro de que el resto de conductores del país no piensan lo mismo —y era evidente, escuchando como les pitaban cada vez que adelantaba a otro coche.

    —El resto de conductores del país tienen coches mediocres y lentos.

    InuYasha suspiró de nuevo. Con esa ya eran once veces en lo que iba de mañana.

    Las situación en la Mansión Taisho, tras la fiesta del día anterior, era tensa. Cuando había bajado a desayunar se había encontrado a Sesshômaru hablando con su padre, charlando bastante serios los dos. Irasue había bajado las escaleras, le había dicho a InuTashio que iba a desayunar a casa de unas amigas y había abandonado la casa después de dirigible a su hijo una mirada de decepción y a él otra de asco.

    Había tomado asiento sin saber que esperar de su padre. Para su sorpresa, este le había preguntado si le urgía regresar a Estados Unidos o podía quedarse unos días más con ellos, hasta que resolvieran el problema con su madrastra. Aceptó quedarse una semana. Y solo porque quería descubrir más cosas de ese Sesshômaru que parecía no conocer de nada y que lo trataba casi con cordialidad.

    A la hora de la comida, Irasue si estuvo presente. Y no pudo evitar soltar una serie de comentarios mordaces sobre su hijo, que este escuchaba estoicamente sin responder, con la misma indiferencia de la que hacía gala siempre. InuTashio trataba de hacer entrar en razón a su esposa, sin demasiado éxito.

    —¡Y todo es culpa del bastardo desgraciado de tu hijo! —había gritado Irasue en determinado momento, sobresaltándolo de tal forma que el tenedor le resbaló de las manos. Afortunadamente, cayó en el plato limpiamente.

    —¡Irasue, te exijo que respetes a InuYasha!

    —¡Como te atreves a defenderlo, InuTashio, después de que le haya contagiado a Sesshômaru su asqueroso gusto por los hombres! ¡Deberías darme la razón, ¿o es que no te das cuenta de que de esta forma no tendrás nietos?!

    Sesshômaru había fruncido el ceño ante esas palabras.

    —Como si te interesaran los niños, madre.

    —¡Me interesa que lleves una vida decente, no te críe para que fueras un vulgar maricón!

    InuYasha había empalidecido al escuchar ese apelativo de la boca de su madrastra. Empezaba a sentirse enfermo. Se dio cuenta de que Sesshômaru lo estaba mirando más a él que a su madre, como si no le importara demasiado lo que ella decía. Intentó mantener la calma.

    —¡Irasue! —InuTashio parecía no dar crédito a lo que escuchaba.

    —¡Es cierto! ¡Poco me importa lo que tu bastardo haga, al fin y al cabo lo crío una puta, pero Sesshômaru ha recibido una buena educación!

    Al escuchar estás palabras, a InuYasha comenzaron a temblarle las manos compulsivamente. Nunca nadie mencionaba a su madre en su presencia. Esa era la regla de oro, porque si ocurría no podía evitar que su mente fuera invadida por los recuerdos. Por el hambre, el miedo y la desesperación. Por las paredes blancas de un frío apartamento.

    —¡Ya basta! —había gritado Sesshômaru, sacándolo de sus pesadillas—. No voy a seguir viviendo para cumplir tus expectativas, madre. ¡Y si no estás de acuerdo no me importa! ¡Pero mantén a InuYasha fuera de esta discusión!

    —¡¿Ahora lo defiendes?! ¡No me puedo creer que seas tan hipócrita, cuando has pasado años haciéndolo miserable, tal y como se merece!

    —Eso tiene una buena explicación, Irasue —dijo InuTashio con voz tranquila, como si de esta forma su esposa fuera a aplacarse—. Sesshômaru seguía los consejos del psicólogo de InuYasha al tratarlo así, no lo hacía por gusto.

    La mujer le dirigió una mirada traicionada a su hijo.

    —¿Estabas ayudando al bastardo?

    —Sí —fue la seca respuesta de Sesshômaru.

    —No me lo puedo creer. ¿Quién eres tú y que has hecho con mi hijo?

    Al mayor no le gustó la pregunta, ya que se levantó de la mesa y le dirigió a su madre la mirada más fría que InuYasha le hubiera visto jamás.

    —Soy él mismo que he sido siempre. Solo que ahora no finjo que soy lo que tú quieres que sea —aseguró y luego había mirado a InuYasha—. Si has terminado de comer, quiero que me acompañes a un lugar.

    El menor asintió, se limpió con una servilleta los restos de comida que pudiera tener en la cara y siguió a Sesshômaru hasta la salida de la Mansión Tashio, luego se encaminaron al aparcamiento.

    —¿A donde vamos? —le había preguntado a Sesshômaru antes de subir al Ferrari.

    —Ya lo verás —fue la seca respuesta que recibió.

    Y tras quince minutos seguían en el coche, con rumbo desconocido y repartiendo histeria entre el resto de conductores de la ciudad, ya que Sesshômaru parecía adaptar las reglas de circulación a su antojo.

    Se distrajo contemplando la abarrotada ciudad por la que transitaban, mirando a las personas caminar por las concurridas calles y tratando de imaginar como sería la vida de cada uno. Acabó tan metido en su pequeño juego mental que no se dio cuenta cuando el coche se detuvo y su medio hermano le tuvo que sacudir ligeramente del hombro para traerlo de vuelta a la realidad.

    —Hemos llegado.

    InuYasha bajó del coche sin saber que esperar, para encontrarse con las conocidas rejas de acero oxidado del Orfanato Shikon. Sesshômaru cerró el coche y se encaminó hacía la puerta, que estaba abierta de par en par, ya que durante el día los chicos más mayores solían salir. El menor se obligó a reaccionar y alcanzar al otro.

    —¿Por qué hemos venido aquí? —preguntó, curioso.

    —Quiero hacer una donación.

    Los dos siguieron caminando, atravesando los descuidados jardines en donde algunos chicos y un par de voluntarias del centro los miraron con curiosidad. Una vez dentro del edificio, tomaron el pasillo izquierdo, que llevaba al comedor, la sala de juegos y las oficinas.

    —¿Una donación? —InuYasha sonrió, sin poder evitarlo—. ¡Genial!

    —¿Crees que con cinco millones será suficiente? —preguntó Sesshômaru indiferentemente, caminando por los pasillos y observando el lamentable estado de las instalaciones.

    —¿Cinco millones? —dijo, asombrado, mirándolo con los ojos muy abiertos. Su medio hermano no podía manejar tales cantidades de dinero con solo veinticinco años, ¿no?

    Para aumentar su estupefacción, este malinterpretó su asombro.

    —Supongo que tienes razón. Cinco son pocos, esta todo destrozado. Será mejor que sean diez.

    Ahora InuYasha tuvo que hacer un serio esfuerzo para conseguir cerrar la boca antes de que se le desencajara la mandíbula. Sabía que su padre era muy rico. Y tanto que lo sabía. Pero, hasta donde tenía entendido, Sesshômaru era un simple universitario como él. ¿Quizás el dinero era de su padre?

    —Oye, ¿cómo has...?

    —¡InuYasha! —llamó alguien por detrás, haciendo que se diera la vuelta instintivamente sin terminar la pregunta, para encontrarse la figura atlética de Kôga avanzado hacia ellos a buen paso.

    Se le paró el corazón.

    —¿Qué demonios haces tú aquí? —soltó, en cuanto el de cabello negro les dio alcance.

    —Pues... Yo venía aquí porque...

    —Le he llamado yo —terminó Sesshômaru, observando a Kôga como si no hubiera nada más patético que él en el planeta.

    —¿Tú? —fue lo único que se le ocurrió decir al menor, mirando a su medio hermano fijamente, sin poder acabar de creerse que le hubiera tendido aquella trampa.

    —Sí. Ya te dije que apenas te soporto cuando empiezas con tus dramas amorosos, haz el maldito favor de solucionar las cosas con él, como un Tashio, en lugar de huir del país cuando acabe la semana.

    No supo que decir. Con una última mirada a Kôga, esta vez de advertencia, el mayor de los hermanos siguió su camino hacia el despacho de la directora del Orfanato, mientras que los dos amigos se quedaban mirándose sin saber que hacer o decir.

    —No parece el mismo idiota egocéntrico de siempre —dijo Kôga, intentando romper esa atmósfera pesada que se había creado entre ellos desde el momento en que había forzado al chico de cabello plateado a confesar sus sentimientos—. Quiero decir, sigue pareciéndome un imbécil de campeonato, pero es la primera vez que le oigo hablarte sin que me den ganas de partirle la cara.

    —Ya, bueno —InuYasha trató de encontrar las palabras adecuadas para resumir lo sucedido—. Parece ser que no es como pensabamos. Tenía sus motivos para actuar como actuaba —y entonces se dio cuenta de como había terminado la frase su compañero—. ¿Querías pegarle?

    Kôga se encogió de hombros.

    —Es o era un autentico cabrón contigo. Me hubiera encantado darle una paliza. Si me contuve fue solo por los negocios de mis padres.

    InuYasha alzó una ceja. ¿Qué tendría que ver una cosa con la otra?

    —Lo entenderías si te hubieras criado como un Tashio —explicó Kôga, adivinando su duda—. En el mundo de los poderosos, todo importa y todo cuenta. Y es muy fácil hundir una empresa si dispones de los medios y el dinero suficiente. Y tu padre podría hundir al país, si le diera la gana.

    —Entonces doy gracias por no haberme educado como un Taisho —respondió un poco tajantemente, incomodo.

    —Yo también —InuYasha lo miró, sin saber que pensar de eso—. Quiero decir, sé que tuviste una vida horrible y... Mira, da igual. Solo me alegro de haberte conocido cuando te conocí, eso es todo. No sé si habría llegado a sentirme así por ti si nos hubiéramos criado juntos.

    —¿Sentirte como? —preguntó, dándose de bofetadas mentalmente por preguntar al instante siguiente.

    Kôga pareció ofuscarse al oírlo.

    —Te dije que tú también me gustabas. ¿O ya lo has olvidado?

    El chico desvió la mirada a la pared. Era frustrante estar en medio de aquel maldito pasillo, porque sabía que cualquier intento de huida sería inútil.

    —No lo he olvidado —respondió al fin y lo miró a los ojos—. Lo que pasa es que no te creo.

    —¿No me crees? —preguntó, acercándose demasiado a él—. ¿Y que puedo hacer para convencerte de que digo la verdad?

    InuYasha retrocedió, hasta que su espalda chocó suavemente contra la pared, con su amigo a escasos centímetros de su cuerpo. Sentirse acorralado lo irritó y decidió acabar con aquello de una buena vez.

    —No hay nada que puedas hacer —dijo, con voz decidida, retándolo con la mirada—. Porque después de que me dieras las espalda, de que me ofrecieras intentarlo en medio de una cita con otra chica, no hay una maldita cosa que puedas hacer para que vuelva a confiar en ti, ¿entiendes?

    Kôga cerró los ojos un momento, dolido por la afirmación. Luego lo miró de nuevo.

    —Está bien. Fui un idiota. Lo reconozco —admitió—. Pero ahora me gustas. Es la verdad. Y no sería yo si me rindiese sin luchar.

    —Kôga, te he dicho...

    —Sé lo que me has dicho —interrumpió él, impidiéndole continuar al poner dos dedos sobre sus labios—. Pero me gustas, InuYasha. Y voy a besarte.

    Y, antes de que InuYasha pudiese reaccionar, Kôga retiró su mano de su cara, lo aferró por la cintura y lo terminó de acercar del todo a él, al mismo tiempo que inclinaba un poco el rostro y se apoderaba de sus labios, en un beso completamente apasionado y entregado.

    Un beso muy distinto al que le dio la última vez que le ofreció intentarlo. Un beso que no pudo evitar corresponder, dejando que su amigo le comiera la boca con toda la fuerza de la que era capaz, sin apenas delicadeza, derritiendolo con su ímpetu, con su posesividad sobre él, incitándolo a morderle los labios y a luchar por el control del beso hasta que los dos se separaron unos milímetros jadeando.

    —Me gustas —dijo entrecortadamente el moreno—. ¿Me crees?

    InuYasha asintió. Cualquiera le decía que no después de ser besado de esa manera.

    —Genial —fue todo lo que dijo Kôga, sonriendo, antes de volver a inclinarse para besarle de nuevo.

    InuYasha correspondió al nuevo beso, está vez pasando también sus brazos alrededor de él, estrechando su abrazo.

    Manteniendole tan cerca como le era posible.

    Continuará...
     
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