[Long-Fic] Unrequited love (InuYasha/Kôga & Sesshômaru/Naraku)

En proceso. Antiguamente titulado "Amor no correspondido".

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  1. Kayazarami
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    Capítulo 9. Conexión

    —Señor Taisho, realmente no sé como agradecerle su generosidad... —dijo la directora Kaede, máxima autoridad del Orfanato Shikon, después de que Sesshômaru le extendiera sin muchas explicaciones un cheque por valor de diez millones de yenes.

    —No es necesario hacerlo. La decisión de donar el dinero es mía.

    —Sí, pero semejante cantidad es...

    Sesshômaru bufó. La exagerada adulación lo molestaba. Y no es como si el centro no necesitase el dinero, vistas las pésimas condiciones en que se encontraban las instalaciones.

    —Es el dinero que considero necesario y espero que sea bien empleado.

    —Por supuesto, pero si no es mucho preguntar, ¿a que se debe...? —la anciana directora había visto pocos hombres ricos en su vida, pero tenía claro que ninguno donaba ni un yen sin esperar algo a cambio.

    —Mis motivos son míos. Y, como le he dicho antes, deseo que la donación permanezca en el anonimato, ¿entendido?

    —Pero, señor Taisho...

    —Pero nada. Ahora, si me disculpa, tengo otros asuntos que atender —añadió, dando la vuelta y saliendo sin más despedidas del asfixiante despacho.

    Suponía que debía regresar solo, ya que si todo había salido como esperaba, InuYasha seguramente estaría en algún lugar con el idiota ese del que se había ido a enamorar.

    El amor, la mayor estupidez del mundo. Él nunca se había enamorado, porque no era débil y el amor convertía a cualquiera en una sombra de lo que hubiera sido antes. La prueba más evidente de ello (y aunque su medio-hermano no lo supiera) era su padre, InuTashio, el gran empresario de mente fría y apariencia calma que había llegado a la cima del mundo de los negocios.

    Y que se había enamorado como un colegial de una prostituta de lujo muy hermosa, pero egoísta e insulsa, dada a los placeres materiales y que ni siquiera con él había tenido suficiente.

    InuYasha era el resultado del miedo de esa mujer a abortar a un hijo de una personaje tan distinguido y su ansía de dinero, porque InuTashio le ofreció una buena suma para que lo tuviera y cuidara. Cuando Izayoi se marchó de Japón, su padre nunca volvió a ser él mismo. Su actitud en el trabajo y para los negocios no había cambiado, pero comenzó a tratar de establecer una relación con Irasue que no iba a ninguna parte con la personalidad frívola y tradicional de su madre.

    Ocupado pensando en sus cosas, Sesshômaru no se había percatado de que sus pasos lo habían llevado hasta uno de los patios (en lamentables condiciones) del Orfanato. Estaba rodeado de árboles mustios y maltratados, la pista de deporte tenia el cemento fracturado por múltiples lugares, los bancos de madera estaban rotos. Parecía que vivieran animales, en lugar de niños.

    —¿Está buscando a alguien, señor? —preguntó una voz juvenil tras él.

    Sesshômaru se dio la vuelta para encontrarse con un muchacho de curiosa apariencia. Para empezar, vestía un kimono masculino de color violáceo con un estampado más bien femenino de sakuras rosas. Tenía el cabello negro y largo recogido en una alta coleta y los ojos azul oscuro. Debía tener unos dieciséis años. No sonreía, pero tenía un aire amable y melancólico.

    Le recordaba ligeramente a alguien, pero no lograba asociarlo con nadie que conociera.

    —No —respondió—. ¿Donde está la salida? —preguntó secamente.

    —Sígame, yo se la mostraré —se ofreció el chico, comenzando a caminar sin esperar su contestación.

    Indiferente, el imponente universitario lo siguió, deseando abandonar ese lugar cuanto antes.

    Pasaron por las habitaciones, en las que algunos niños estaban haciendo los deberes tumbados en sus camas, charlando o coloreando, bajo la escasa supervisión de dos cuidadoras que no daban a basto.

    Un grupo de niños de edades entre cinco y siete años se acercó al chico que lo guiaba y le pidieron que les leyera un cuento.

    —Ahora estoy guiando a este señor hasta la salida. En cuanto vuelva os leo uno, ¿vale? —ofreció el muchacho, conciliador. Los chicos sonrieron y lo aceptaron, encantados.

    Mientras seguía al muchacho, Sesshômaru pudo ver en uno de los movimientos de su coleta la marca de un moratón en el cuello que se perdía por debajo del kimono.

    Probablemente, el chico no caía bien a todo el mundo. O quizás se metían con él por su aspecto. ¿A que clase de niñato de 16 años se le ocurría vestir de esa manera en un Orfanato donde, por lo que había oído de Naraku, imperaba la ley del más fuerte?

    —Ya hemos llegado —anunció el chico, señalando la puerta que daba al diminuto jardín frontal y a las verjas de acero oxidado de la entrada.

    —Bien —fue todo lo que dijo y dio un paso adelante dispuesto a marcharse de ese molesto lugar, cuando se percató de que el chico ya se estaba marchando. Al parecer no esperaba ni siquiera que le diera las gracias (aunque él tampoco pensaba darlas)—. Un momento —dijo, haciendo que él se detuviera—. ¿Cómo te llamas?

    El chico se dio la vuelta, para presentarse de frente.

    —Byakuya Namida.

    —¿Namida? —preguntó de nuevo, un poco descolocado. Ese era el apellido de Naraku, ¿por qué el chico se apellidaba igual que su compañero de clases?

    —Sí, aunque durante muchos años me apellidé Hishimoto —dijo el chico—. ¿Le resulta familiar mi apellido? —preguntó, haciendo que el frío Taisho se preguntará como diablos era posible que el chico lo supiera. Asintió brevemente y Byakyua abrió mucho los ojos y se acercó a él—. ¿De verdad? ¿Conoce a mi hermano Naraku, acaso?

    —Sí.

    La sonrisa del chico podría haber iluminado todo el oscuro hall de entrada y molestó ligeramente a Sesshômaru. ¿Qué demonios era aquello?

    —Lo conozco, pero él nunca me ha hablado de ti.

    Byakuya vaciló un poco ante sus palabras, pero no dejó de sonreír.

    —Supongo que es normal, teniendo en cuenta lo que me han contado aquí de él —dijo y luego se acercó un poco más a Sesshômaru—. No vivimos juntos mucho tiempo, nuestros padres se separaron cuando yo tenía 3 años. Ni siquiera lo recuerdo, lo poco que sé de él era lo que me contaba mi madre.

    Sesshômaru parpadeó, un poco confuso. Recordó que Naraku le había mencionado en una ocasión que había perdido a su hermano. ¿Aquel era...? ¿Podía ser tanta coincidencia? El mundo siempre se empeñaba en establecer conexiones entre él y Naraku. Estaba visto que no podía vivir tranquilo, para una maldita vez que decidía hacer una buena obra...

    —¿Y qué haces aquí entonces?

    La expresión del joven flaqueó y cerró un momento los ojos, como si le hubiera dado un golpe repentino. Cuando volvió a abrirlos, parecía el mismo de antes, pero también había algo de tristeza en su expresión.

    —Mi madre murió hace poco de cáncer. Vine a Tokyo buscando a mi hermano con el poco dinero que me quedó, pero, al no encontrarlo, los servicios sociales se hicieron cargo de mi custodia y acabé en Shikon. No tenía ni idea de que él también había estado aquí hasta que escuché a algunos de los mayores hablando de él.

    —¿Por eso los golpes? —preguntó Sesshômaru, obviando toda delicadeza posible. Seguramente mucha gente le guardaba rencor a Naraku en aquel lugar.

    El chico lo miró un segundo, antes de responder.

    —En parte —dijo, evasivo—. Muchos querían vengarse de él, aunque fuera a través de mi. Otros simplemente parecen encontrar mi manía por los kimonos demasiado homosexual.

    —¿Eres homosexual? —no era asunto suyo, pero la pregunta le salió sola. ¿Es que siempre acababa rodeado de gays? InuYasha lo era, el idiota de Kôga se había enamorado de su medio-hermano, Naraku lo era y Miroku si no lo era por todos los demonios que lo parecía.

    —No tengo ni idea de lo que soy, he pasado más tiempo cuidado de mi madre que teniendo citas. Me visto así porque quiero. Estos kimonos eran de mi madre, me recuerdan a ella.

    Sesshômaru asintió. No es que lo aceptara, pero podía entenderlo. Tampoco le importaba demasiado lo que hacía el resto de la gente, suficiente tenía con preocuparse (un poco, solo) por lo que hacían InuYasha y su padre.

    —¿De que conoce a mi hermano? —quiso saber Byakuya—. ¿Es cierto que es tan malo como dicen? ¿Son ciertos los rumores de que está en la cárcel y por eso su expediente está clasificado y nadie puede decirme su residencia actual? —preguntó, angustiado.

    Sesshômaru negó con la cabeza. InuTashio, al concederle la beca de la Taisho Corporation para jóvenes sin recursos, también había limpiado y sellado el expediente de Naraku. No quería que la prensa, siempre deseosa de más cotilleos, se cebara a su costa de las compañías que frecuentaba InuYasha. Ese había sido el motivo por el cual, cuando Naraku entró al segundo curso de su carrera (con una orden de traslado falsa en la cual había cursado el primero en otra), Sesshômaru había sido moderadamente cortes con él, prestandole notas y apuntes para que se pusiera al día (y para tenerlo vigilado).

    Descubrió que Naraku era muy capaz de lograr todo lo que quería, además de tener una personalidad afín a la suya propia y, para cuando ambos llegaron al tercer año de carrera, de alguna forma se habían vuelto amigos y estaban a la misma altura en Administración de empresas.

    Pero, ¿cómo iba a contarle todo eso a un crío de dieciséis años? ¿Quién era él para decírselo, hasta que punto querría Naraku que supiera?

    —No creas todo lo que oigas —le recomendó—. Hazle las preguntas a él directamente.

    Byakuya asintió.

    —¿Podría decirme como ponerme en contacto con él?

    Sesshômaru sacó su teléfono móvil del bolsillo del pantalón y comenzó a buscar el número, cuando por un pasillo lateral llegó al directora Kaede, quién al verlo con uno de sus huérfanos se acercó rápidamente.

    —¡Byakuya! ¡No estarás molestando al señor Taisho, ¿no?!

    —No, yo solo estaba... —intentó explicarse, pero la anciana no le dejó.

    —Regresa a tu habitación, Byakuya —ordenó severamente—. Señor Taisho, lamento mucho las molestias que el joven pueda haberle ocasionado, yo..

    —No me estaba molestando, solo me ha mostrado el camino hasta la salida.

    Kaede se quedó sin saber que decir. Sesshômaru la miró como si se tratase de un gusano. Le irritaban en exceso ese tipo de actitudes.

    —Eso está muy bien, pero ya casi es la hora de merendar y sabes que hoy te toca vigilar a los pequeños, Byakuya.

    —Por supuesto, me despido del señor Taisho y voy, directora.

    La mujer asintió y, con una última mirada a Sesshômaru, se puso en camino a las habitaciones de los niños.

    Byakuya suspiró tan pronto como desapareció de su vista.

    —Es una buena mujer, pero la verdad es que no tiene ni idea de la mitad de lo que pasa en este lugar.

    Esa frase le recordó algo. ¿Sabría el chico que había bandas tratando de prostituir a los huérfanos? Sesshômaru supuso que no. Si lo supiera, no vestiría esos kimonos. Llevarlos era como llamar la atención a gritos. Pero, si no lo sabía, quería decir que llevaba poco tiempo allí. Y, vistiendo de esa manera y siendo hermano de quién era, estaba en riesgo de mucho más que solo unos golpes.

    Especialmente si Onigumo Daishi se enteraba de su existencia. Él lo había humillado al rechazar el compromiso con Kagura y Naraku había tenido que ver mucho en el asunto.

    —¿Cuánto tiempo llevas en el Orfanato?

    —Dos semanas —respondió, extrañado.

    ¿Catorce días? Había tenido mucha suerte.

    —¿Y has salido fuera en algún momento?

    —Solo para ir al instituto, en el autobús del Orfanato. A los dos días de llegar algún idiota le robó a la directora unos pendientes de oro y prohibió la salida ese fin de semana, así que hasta hoy nadie ha podido salir más que para las clases.

    Sesshômaru asintió. No había sido una cuestión de suerte, sino una mera coincidencia. Si había algún miembro de las bandas de Onigumo en el centro seguramente en ese mismo momento estaría informando de su existencia.

    Así que no podía dejar a Byakuya allí. Estaba en peligro.

    —Acompáñame —ordenó, caminando tras los pasos de la directora de Shikon.

    —¿Qué pasa? —preguntó el joven, siguiéndole.

    —Te vienes conmigo —explicó secamente—. No puedes quedarte aquí.

    —¿Por qué? ¿Qué ocurre? ¿Por qué me has preguntado si había salido? Esto tiene que ver con mi hermano, ¿verdad?

    El muchacho podía vestir como una chica, pero era tan inteligente como su hermano.

    —Sí —dijo, marcando rápidamente un número en su teléfono móvil y llevándose el aparato al oído—. ¿Naraku? —preguntó cuando le cogieron la llamada—. Me importa una mierda que esté en la ducha, Miroku. Entra y dale el móvil AHORA —exigió y su interlocutor debió notar la tensión en su voz porque no le llevó la contraria y lo escuchó caminar y tocar una puerta. Cuando al fin tuvo a Naraku al aparato este le preguntó al instante por su medio-hermano—. No, no le ha pasado nada a InuYasha, no hace falta que me amenaces. Estoy en el Orfanato Shikon y necesito que vengas aquí enseguida —le dijo y Naraku le respondió contrariado—. Bueno, digamos que tus intereses aquí se llaman Byakuya y que solo un familiar puede sacarlo antes de que Gumo descubra que existe —soltó y sonrió con suficiencia cuando Naraku se quedó sin saber que decir, para luego responder enfadado—. ¿Cuando te he gastado yo una broma, Naraku? ¡Ven aquí ahora mismo! —ordenó por último, antes de colgar exasperado.

    Hacía su tercera buena obra en la vida y encima el idiota se creía que había averiguado sobre la existencia de su hermano y estaba tomándole el pelo. Cuando nunca antes se había molestado en bromear con nadie.

    —Eh... —murmuró Byakuya y Sesshômaru le dio un vistazo, recordando que estaba justo tras él—. Usted y mi hermano... ¿qué son? —preguntó, un poco confuso.

    Sesshômaru lo pensó unos momentos, mientras los dos buscaban a la anciana directora por las habitaciones de los niños.

    No eran amigos. Cualquiera lo podría deducir por su conversación. Tampoco eran solo meros compañeros de clases. Decir una de las dos cosas sería mentir. A Sesshômaru nunca le había importado mentir, pero siempre había sido con un propósito. Engañar a Byakuya no tenía sentido, no serviría para nada.

    ¿Qué decir? ¿Es la persona de la que más cerca me he sentido, pero él se enamoró de mi y, después de que yo le diera la espalda como el Taisho arrogante que debo ser, apenas nos soportamos?

    —Somos veneno y hielo —respondió al final para sí mismo, porque era lo único que tenía sentido.

    —¿Y eso que quiere decir? —preguntó Byakuya, más confuso que antes.

    —Quiere decir que es mi pareja —dijo Sesshômaru finalmente.

    ¿Qué importaba ya? Realmente Naraku era de lo poco que había querido para él, de lo poco que le había costado conseguir y una vez tuvo siguió queriendo más y más.

    Si ya le había dado la espalda a su madre, a las tradiciones y a lo que se suponía que era su deber y obligación, ¿por qué seguir negándoselo?.

    —¿Te molesta? —preguntó, viendo que el chico se había quedado pensativo.

    —No, para nada. Solo estaba pensando que... Bueno, que usted se ve muy serio a pesar de lo joven que es. Y que si alguien como usted esta saliendo con mi hermano, no debe ser tan malo como todos dicen, ¿no?

    Sesshômaru sonrió ligeramente. ¿Naraku, malo? Le daban ganas de reírse. Naraku era la maldad personificada, como él. Cruel, cínico, despiadado. Pero también protegía lo que quería a toda costa y se cuidaba mucho de lástimarlo. Jamás sería veneno para Byakuya, sin importar como actuase con los demás.

    —No —dijo finalmente—. No lo es.

    Continuará...
     
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