[Long-Fic] Unrequited love (InuYasha/Kôga & Sesshômaru/Naraku)

En proceso. Antiguamente titulado "Amor no correspondido".

« Older   Newer »
 
  Share  
.
  1. Kayazarami
        +1   -1
     
    .

    User deleted


    Capítulo 10. Escaramuza

    —¡Naraku, reduce la velocidad ahora mismo! —gritó Miroku por enésima vez, sin resultado alguno.

    Conducía a más de cien kilómetros por hora en plena ciudad. Los otros coches lo esquivaban a duras penas y allá donde fueran dejaban un rastro de pitos tras su paso. Como se cruzaran con un coche patrulla, iban a tener muchos problemas.

    Aunque Miroku entendía la necesidad de su amigo de llegar lo más pronto posible, eso no quitaba la angustia de saber que el coche era de sus padres y que el conductor no tenía ni siquiera el permiso de circulación.

    —Oh, Dios mío, nos vamos a matar —gimió, escondiendo la cara entre las manos en un gesto de desesperación—. Y si salimos vivos, mis padres me van a matar igual —añadió, seguro de que de alguna forma Naraku ya se las habría apañado para conseguirle por lo menos un par de multas por exceso de velocidad.

    —Deja de berrear, Miroku —gruñó el mayor, pegando un frenazo, seguido de un derrape para tomar una calle lateral menos transitada—. No es la primera vez que hago esto y jamás me han cogido.

    —Eso no me tranquiliza, idiota —aseguró, rezando mentalmente a todos los dioses que conocía—. ¿Quieres ir más despacio? Sesshômaru está con Byakuya, no sé porque te preocupas tanto —dijo, intentando calmarlo.

    Surtió el efecto contrario, el chico aceleró aún más, las manos apretando fuertemente el volante y los ojos violetas fijos en el cristal delantero, esquivando coches y adelantando de mala manera.

    —Precisamente porque están los dos juntos es que no puedo estar tranquilo.

    —¿Tienes miedo de que Sesshômaru le diga o haga algo a Byakuya? —preguntó Miroku, empezando a preocuparse por él. Naraku no podía ser tan paranoico, ¿no? Por muy sobreprotector que fuera.

    —¿Tú estás tonto? —fue su mala respuesta, mientras fundía el claxon a un Peugeot especialmente lento—. ¡Claro que no! Lo que me preocupa es que Gumo tiene a su merced al tipo que lo humilló y al hermano del que se rebeló y tiró por tierra su respetable imagen. No tienes ni idea de lo que les hará si da con ellos.

    Miroku no supo que responder a eso, pero empezó a ponerse nervioso.

    Poco sabía de lo que Naraku había hecho bajo las órdenes de Gumo, excepto que años atrás cuando volvía después de un par de días fuera era incapaz de mirarlos a él o a InuYasha a la cara. Jamás les contó por qué. Ellos tampoco preguntaron. Todo lo que importaba es que estaba de vuelta y que podían reír y hacerle olvidar.

    Siempre había sido demasiado responsable de ellos, demasiado cruel con los demás. Su palabra había sido ley para los demás huérfanos y nadie se atrevió nunca a ponerle un dedo encima a InuYasha, ni a Miroku cuando los visitaba. El precio por esta protección era algo que jamás podrían pagar ni alcanzar a comprender del todo.

    —Hemos llegado —dijo rápidamente Naraku, estacionando a toda prisa y mal el coche en un hueco vació y bajando de un salto. Miroku intentó hacer lo propio, pero su amigo negó con la cabeza y le impidió abrir la puerta, tirándole las llaves dentro del vehículo—. Quédate aquí. No sé con lo que me voy a encontrar y no quiero tenerte en medio. Tenlo todo preparado para cuando salgamos.

    —¿Crees que será necesario? —preguntó, situándose en el asiento del conductor y colocando las llaves en el contacto estúpidamente, ya que no sabía conducir.

    —Mejor prevenir —le respondió Naraku, echando a correr hacia el Orfanato.

    Como había temido, había un grupo justo en la puerta del centro, compuesto por cuatro chicos y una chica joven, de unos veinte años, que tenía una expresión severa en el rostro y los ojos negros fijos en las viejas rejas. En su interior, simplemente deseó que no hubiera más de ellos dentro de las instalaciones.

    Dejó de correr (eral del todo inútil) y simplemente empezó a caminar. A menos de tres metros, ya todos tenían la vista clavada en él. La chica dio un paso adelante.

    —Cuanto tiempo, Kura —saludó fríamente, sin que su estoica expresión cambiará en absoluto.

    —No puedo decir que me alegre de verte, Yôik —dijo, atento a como los cuatro chicos la rodeaban por detrás en posición. Reconoció solo a dos de ellos: Tsuko y Ruma, el resto debían haberse unido a las filas de Gumo durante su prolongada ausencia.

    Poco a poco, los seis fueros retrocediendo hasta el callejón cercado al Orfanato Shikôn, mientras hablaban.

    —Yo tampoco —aseguró la chica—. Me han dicho que ahora eres un niño rico.

    Naraku negó con la cabeza, sin dejar de mirar a los chicos, que se llevaron las manos a la espalda, seguramente para sacar las navajas que él sabía escondían entre la espalda y el pantalón. No le preocupaban demasiado, a pesar de ir desarmado. Había aprendido tiempo atrás a ganar peleas en peores circunstancias y jamás dejó de entrenarse pese a su nueva vida universitaria.

    —Te han informado mal —le dedicó una pequeña sonrisa siniestra, notando como su espalda tocaba la pared de ladrillos que bloqueaba la salida del callejón—. Aunque supongo que eso no cambia tus ordenes, ¿no?

    —Lamentablemente, no —comentó, sin una gota de pesar en su voz—. A por él, chicos.

    El primero que llegó hasta él fue Ruma, que no se anduvo con tonterías y fue directamente a intentar clavarle el puñal en el pecho y solo consiguió que frenara el brazo con el suyo y le hundiera la rodilla a la altura del estómago, en un golpe certero que lo dejó sin posibilidad de esquivar la segunda patada contra su cabeza. Fue a parar al suelo, inconsciente.

    Naraku sabía muy bien donde golpear.

    El segundo chico no tuvo mejor suerte. Esta vez pateó la navaja antes de que se acercará a él y recibió un puñetazo en la cara a cambio. Se dejó caer al suelo del impacto, pero no se detuvo, rodó para golpearle la pierna con el pie y hacer que perdiera el equilibrio. Una vez cayó, también recibió una patada en la cabeza.

    Le siguió Tsuko, al que ni siquiera intentó quitarle la navaja, pues sabía que era demasiado diestro y que, en lugar de intentar apuñalarle, se limitaría a lanzar rápidos cortes para ir debilitandolo. Obtuvo dos cortes en los brazos no demasiado profundos (lo cual le hizo comprender que su contrincante no pretendía ganarle) y, al tercero, consiguió quitarle el pequeño puñal y lanzarlo a un lado. Tsuko le sonrió ligeramente y le guiñó un ojo, aprovechando que estaba de espaldas a Yôik y que esta no podía ver su expresión.

    Naraku, inmutable, le dio una patada en el pecho, con menos fuerza de la que debería y, cuando se inclinó por el golpe, le cogió la cabeza y le golpeó con la suya propia en un movimiento veloz pero sin hacerle daño real. El chico cayó al suelo de rodillas, sosteniéndose la cabeza, justo cuando el cuarto miembro se lanzaba contra Naraku y le tiraba la navaja desde lejos.

    La esquivó por los pelos y reprimió a duras penas una sonrisa cuando Tsuko colocó como sin querer la pierna de forma que, al ir a por él, el chico tropezó.

    Terminó la pelea cogiéndole la cabeza y golpeándola contra el suelo y después se incorporó.

    Como había esperado, Yôik ya no estaba presente.

    Ella jamás luchaba cuerpo a cuerpo, pues estaba en desventaja física con cualquier hombre, pero era una excelente líder y aún mejor arquera en las incursiones nocturnas.

    Asegurándose de que sus tres rivales aún no había recuperado la consciencia, le tendió la mano a Tsuko, que la tomó y se levantó.

    —Había esperado que estuvieras desentrenado —comentó, llevándose la mano al pecho, en donde había recibido el único golpe real—. Pero sigues igual que siempre. ¿No se supone que ahora eres un pijo universitario?

    —Agradece que no te he dado con todas mis fuerzas, idiota —dijo, con el rostro serio—. ¿Hay más?

    —No, pero deben estar al llegar. Gumo se ha puesto como loco cuando le han dicho que tu hermano estaba en el Orfanato. Si me hubieras avisado de que tenías un hermano, te habría advertido antes, ¿sabes?

    —Se supone que vivía en Okinawa, no sé como demonios ha llegado aquí —respondió, molesto, acercándose a él y metiendole la mano en el bolsillo del pantalón, para cogerle el móvil y teclear algo en el—. Necesito que me hagas un favor. Quédate en el callejón y llámame al móvil si aparecen más antes de que salgamos.

    —Está bien. Supongo que esto salda mi deuda contigo —dijo, cogiendo el teléfono de vuelta—. Suerte, Naraku.

    —Nos vemos, Bankotsu —se despidió, antes de correr de vuelta al Orfanato.

    Afortunadamente, no se encontró con nadie ni en la entrada ni en el interior. Entró en el pasillo izquierdo esquivando algunos niños que iban camino al comedor y que se lo quedaron mirando con miedo. Eran demasiado pequeños para saber quién era, pero no debía inspirar mucha confianza con las mangas de la camisa cortadas (menos mal que era negra y la sangre apenas se notaba) y lo que fuera que el puñetazo le había hecho en la cara (la sentía arder).

    Ignoró a los críos y siguió hasta dar con la puerta del despacho de la directora de Shikon. Iba a entrar, cuando la puerta se abrió y Sesshômaru salió, como si hubiera intuido su sola presencia, y cerró tras él.

    —Te he visto entrar por la ventana —dijo secamente, acercándose y tirando de su brazo herido para ver más de cerca las cuchilladas—. Estás hecho un asco —sentenció, dejando caer el brazo y rebuscando algo en los bolsillos de la chaqueta de su habitual traje formal.

    —Gracias por señalar lo obvio —respondió con sarcasmo—. ¿Donde está Byakuya? —quiso saber.

    —Dentro, con la directora —informó, sacando un perfecto pañuelo de seda blanco de la chaqueta y rasgándolo en dos largos pedazos—. Extiende el brazo —ordenó y Naraku obedeció automáticamente, subiéndose las rotas mangas de la camisa y dejando los cortes al descubierto—. No creo que quieras que la primera vez que te vea sea en este estado —comenzó a vendarle—. Deberías haber evitado el golpe en la cara, tienes el labio inferior partido.

    —Era eso o una puñalada —gruñó—. Me hubiera gustado verte a ti en mi lugar.

    —No lo dudo —murmuró el de ojos dorados, ajustando la improvisada venda y anudándola con fuerza, para después colocar las mangas—. ¿Cuál es la situación?

    —Había cinco en la puerta y no creo que tarden en llegar más, la líder escapó y habrá informado de mi llegada —explicó, pensando que Gumo debía estar en éxtasis y ni siquiera sabía que Sesshômaru también estaba allí—. Tengo a alguien que me debe un favor vigilando desde el callejón, nos avisará si llega alguien, pero tenemos que salir de aquí cuanto antes. ¿Me puedo llevar a Byakuya sin más?

    —No. Debe demostrarse mediante un análisis de sangre que sois parientes, ya que no tenéis los mismos apellidos —había revisado la documentación del chico y había descubierto que, aunque Byakuya se presentaba como Namida, seguía apellidándose Hishimoto—. Es un procedimiento que puede tardar meses.

    Naraku lo miró fijamente.

    —Me lo voy a llevar de todas formas.

    Sesshômaru asintió, sin dar muestras de sorpresa o de ir a contradecirlo. Entonces sonó el móvil de Naraku y este lo miró. Número desconocido, por lo tanto debía ser Bankotsu. Cogió la llamada.

    —¿Cuántos? —fue lo primero que preguntó.

    —Dos grupos en la entrada principal, uno liderado por Yôik (que viene con arco, por cierto) y otro por el otro Ruma, Jûromaru. Imagino que no le ha hecho mucha gracia que le hayas dado una paliza a su hermano —añadió, algo divertido—. En total, una docena.

    —¿Hay alguien en la salida trasera?

    —Kura, no hay salida trasera del Orfanato, ¿por qué iba a haber alguien allí?

    Naraku sonrió contra el aparato. Sesshômaru alzó una ceja ante el gesto, interrogante.

    —Perfecto. Márchate a casa y ni se te ocurra aparecer otra vez por la fábrica, ¿vale?

    —¿Y de qué se supone que voy a vivir si dejo la banda? —gruñó molesto Bankotsu por la línea telefónica, ante su prohibición de ir a su lugar de reunión.

    —Ya te llamaré cuando esto acabe, solo obedece, ¿entendido? —exigió—. O me pongo en contacto con Jakotsu. Estoy seguro de que no le has dicho que sigues trabajando para Gumo.

    —Bastardo —maldijo Bankotsu, antes de colgar.

    Si las circunstancias hubieran sido otras, Naraku se habría reído con ganas. Pero, con el panorama actual, se limitó a guardase el móvil en el bolsillo y sonreír maliciosamente. Sesshômaru no le dio mayor importancia, tan solo le hizo una pregunta:

    —¿Cómo salimos de aquí?



    En el coche, Miroku estaba conteniendo a duras penas las ganas de morderse las uñas. No le gustaba quedarse atrás, sin hacer nada, mientras Naraku se jugaba (como siempre) la piel por alguien que le importaba.

    Había sido Naraku el que acompañó a InuYasha en sus dos cortos meses en Estados Unidos, mientras este huía de sus sentimientos. Entendía porque su amigo no le había permitido acompañarle, ya que, a diferencia de ellos, Miroku tenía un padre y una madre que se preocupaban por él, pero aún y así le dolía.

    Le había dolido siempre no poder hacer más por sus seres queridos. No pudo sacarlos del Orfanato (a pesar de que sus padres lo intentaron) debido al historial delictivo de Naraku y el mental de InuYasha. Ni siquiera le permitían consolarlos como era debido cuando sufrían un batacazo amoroso.

    Se limitaba a observar y a intervenir cuando lo creía oportuno, inevitable.

    Y allí estaba él, encerrado en el coche de sus padres, a la espera de los acontecimientos, como siempre.

    Sintió una vibración en el bolsillo y sacó el móvil a toda velocidad, temiendo que fuese un mensaje de socorro de Naraku.

    Pero no, era InuYasha.

    Tengo algo que contarte.

    Pues no era el único que tenía cosas que contar, pensó Miroku, mientras tecleaba una respuesta interrogante, preguntándole que había pasado.

    No tardó mucho en recibir respuesta.

    Sesshômaru me ha tendido una trampa y, de alguna manera, creo que he tenido una cita con Kôga.

    Miroku parpadeó. ¿Cómo se podía tener una cita "de alguna manera"? ¿Y que era eso de una trampa? Hizo esas preguntar por mensaje y esperó una contestación que esta vez llegó unos minutos después.

    Hemos ido a hacer una donación a Shikon y Kôga ha aparecido. Me ha besado y luego hemos ido a tomar un helado (¿un poco ridículo, no?), pero justo lo acaban de llamar de su casa y ha tenido que marcharse.

    El chico se rio con ganas. Pobre InuYasha, su primera cita con Kôga y se la fastidiaban... Que mala suerte tenía. Desde luego tenía muchas cosas que contarle cuando se vieran, porque no se estaba explicando. ¿Qué era eso de una donación?

    Un momento.

    Si había ido con Sesshômaru al Orfanato y luego Kôga se había marchado, ¿donde estaba ahora...?

    Tecleó un mensaje a toda prisa. Recibió la respuesta enseguida.

    Pues camino a Shikôn, pensaba pasarme a ver a los niños, ¿por?

    Sin poder evitarlo, Miroku empezó a reír, esta vez histéricamente. InuYasha estaba camino al Orfanato... Cogió el móvil, marcó su número y esperó que le cogiera la llamada.

    Porque de ninguna maldita manera podía dejar que fuera a la puerta.

    Continuará...

    Edited by Kayazarami - 1/8/2014, 00:51
     
    Top
    .
28 replies since 22/8/2011, 02:51   2188 views
  Share  
.