[Long-Fic] Unrequited love (InuYasha/Kôga & Sesshômaru/Naraku)

En proceso. Antiguamente titulado "Amor no correspondido".

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  1. Kayazarami
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    Capítulo 6. Pasado

    Con solo una hora de fiesta en los jardines, InuYasha ya estaba mortalmente aburrido.

    Allí solo había empresarios, hombres de negocios y sus acaudaladas y elegantes esposas, además de algunos soberbios y estúpidos adolescentes. Había tenido que saludar con educación a todo el mundo, mantener un par de conversaciones insustanciales acerca de sus estudios en el extranjero y después había huido por banda a un rincón con Kôga y Naraku.

    Los dos se veían muy elegantes en sus esmóquines negros y charlaban distraídamente entre ellos ignorando al resto de invitados. De vez en cuando, InuYasha había sorprendido a Naraku mirando a Sesshômaru, que estaba vestido con un esmoquin blanco impresionante y paseaba por todo el lugar con Kagura colgada de su brazo. Incluso en una ocasión había sido testigo de un tenso cruce de miradas entre Irasue y el chico de cabello negro ondulado.

    Advertidos sobre su conversación de anoche con Sesshômaru, los tres habían llegado a la conclusión de que todo aquello era obra de su madrastra, pero de que nada podían hacer, ya que era su medio hermano quién se dejaba manipular y no había poder humano en el mundo que hiciera cambiar de opinión a ese terco.

    —Joder, que aburrimiento de fiesta, InuYasha —murmuró Naraku, estirando un poco los brazos.

    —¿Por qué crees que no quería venir solo? —respondió este, cogiendo un par de canapés de la bandeja de un camarero que pasaba por allí.

    —¿Y a que hora termina esta tortura?

    —Le quedan más de cinco horas antes de que podamos retirarnos. Primero, harán el anuncio del acuerdo entre la Taisho Corporation y la Financiera Okamura. Después de los aplausos y demás, podremos cenar un rato, hasta que Sesshômaru se ponga en pie para hacer el brindis y aproveche para condenarse de por vida —acabó, sintiéndose cansado solo de hablarlo.

    —Demonios. ¿Y si nos vamos disimuladamente? No creo que nadie note nuestra ausencia —propuso Naraku, con una pequeña sonrisa maliciosa en su hermoso rostro—. Ni siquiera tienes que sentarte en la mesa principal, Inu.

    —No, menos mal que mi padre me hizo ese favor —suspiró—. Bueno, ¿por qué salida te parece que pasaremos más desapercibidos?

    —Ah, no, de aquí no se marcha nadie hasta que acabe la tor...fiesta —dijo Miroku, desanimando a sus dos amigos ejerciendo de voz de la razón.

    —Aguafiestas —lo acusaron los dos.

    Un par de horas más tarde, los tres estaban sentados en una de las mesas cercanas a la principal, escuchando el discurso de más media hora de Seisu Okamura acerca de los beneficios del acuerdo entre las compañías y las maravillas de trabajar juntos.

    —Oh, mierda —jadeó, con la vista clavada en una de las mesas cercanas.

    —¿Qué pasa, InuYasha? —preguntó Naraku.

    —Es Kôga. Está aquí. ¿Por qué esta aquí?

    —Bueno... —Miroku sonrió y miró hacía la mesa en donde su amigo se sentaba con sus padres—. Su familia no es como las nuestras, él realmente pertenece a este mundo. Los Ookami tienen una importante compañía de seguros, ¿no? Imagino que han sido invitados como empresarios que son.

    —Voy al baño —se excusó InuYasha, levantándose.

    —Perfecto. Siempre que vuelvas en menos de diez minutos y no tenga que ir a buscarte.

    —¡No soy un niño, Naraku!

    —Ya me has oído.

    Refunfuñando, el chico de cabello plateado se levantó discretamente, al mismo tiempo que el discurso terminaba y la gente aplaudía. Estaba seguro de que la mayoría aliviados por poder cenar al fin.

    Se encaminó al baño del interior de la Mansión sin darse cuenta de que alguien lo seguía, hasta que estuvo casi en la puerta del aseo y estuvo seguro de que no se estaba imaginando que unos pasos lo seguían. Se dio media vuelta para encarar a su perseguidor y se encontró con un hombre vestido con un esmoquin azul oscuro, de cabello negro y corto, que lo miraba interesado.

    —¿Quién es usted y por que me ha seguido hasta aquí?

    —Oh, no era mi intención molestarte —aseguró el desconocido—. Yo soy Onigumo Daishi, el padre de Kagura, la prometida de tu hermano.

    —Encantado de conocerlo. Pero eso no explica porque me ha perseguido.

    —Bueno, verás —el hombre parecía estar buscando las palabras adecuadas y lo miraba de una forma que empezaba a ponerle los pelos de punta—. ¿Cómo decirlo? Me resultabas demasiado familiar cuando te vi en las fotos, ¿sabes?. Pero cuando he visto con la clase de chicos que te juntas, bueno... Creo que ya se que tipo de chico eres tú.

    —No tengo ni la más remota idea de que me esta hablando, así que, si me disculpa, voy a entrar en el baño.

    Onigumo se acercó a él. Demasiado. Casi podía sentir su aliento golpearle en la cara. Casi podía sentirlo tocándole.

    —No te hagas el tímido, si vas con Naraku entonces eres...

    —¿Tiene algún problema con mi hermano, señor Daishi? —preguntó una voz muy fría tras ellos e InuYasha vio por encima del hombro del tipo a Sesshômaru.

    Onigumo se apartó rápidamente de él y compuso una falsa sonrisa.

    —Ninguno en absoluto. Solo estábamos charlando, ya que pronto seremos familia.

    —Excelente. InuYasha, los baños de la Mansión están cerrados. Será mejor que vayas a los habilitados para los invitados en los jardines.

    —Eh... Claro —dijo, no muy seguro de porque Sesshômaru lo mandaba para allá. Él tenía llave de los baños de la Mansión.

    Sin embargo, encantado con la idea de alejarse del tal Onigumo, se marchó rumbo a los jardines sin protestar.

    Una vez estuvo seguro de que nadie podía oírlos, Sesshômaru compuso su mirada más fría y la dirigió al hombre a su lado.

    —¿Qué estaba haciendo, señor Daishi?

    —Como ya le he dicho, simplemente saludaba al joven InuYasha.

    —¿Y por que ha mencionado a Naraku en la conversación?

    Onigumo frunció el cejo, disgustado con la idea de haber sido espiado.

    —Bueno, se da la casualidad de que sé a ciencia cierta que Naraku es de dudosa procedencia y pensaba que quizás debía advertir a su hermano.

    Sesshômaru tenía la sensación de estar escuchando una mentira tras otra. Y él era muy bueno diferenciando la verdad del engaño.

    —No me ha parecido que lo estuviera advirtiendo, precisamente.

    —No, ¿verdad? —añadió una nueva voz tras ellos y Sesshômaru se giró para encontrarse con Naraku de frente—. La palabra que buscas es acosar. Es lo que mejor se le da al señor Daishi.

    El chico de cabellos negros parecía estar conteniendo la furia a duras penas.

    —N-naraku —murmuró este—. Podemos hablar de esto en otro lugar.

    —Oh, yo creo que no. La verdad es que no te he reconocido, ahí sentado en la mesa principal como todo un señor, pero ha sido verte seguir a InuYasha y no sé, algo ha hecho click en mi cabeza. Y he sabido inmediatamente quién eras, Gumo.

    —¿Gumo? —preguntó el chico de cabello plateado.

    —Así se hace llamar en los bajos fondos —explicó Naraku, mirando a Sesshômaru con algo extraño brillando en su mirada—. No se cuales serán sus respetables negocios de cara a la galería, pero en las calles es conocido por prostituir jóvenes sin recursos.

    —Te equivocas de persona. ¡Yo jamás haría algo así! —exclamó el hombre, indignado.

    —Estoy seguro de que Naraku se equivoca de persona, señor Daishi —aceptó Sesshômaru, aparentemente conciliador—. Será mejor que regrese a la fiesta mientras yo aclaro un par de cosas con él.

    El hombre asintió y se marchó con aire ofendido, pero al pasar junto a Naraku le dirigió una mirada afilada que prometía venganza. Este se la devolvió sin miramientos.

    —Acompáñame —pidió Sesshômaru, dirigiéndose a una de las habitaciones cerradas y abriéndola con su llave, haciendo un gesto al otro para que pasara primero. Resignado, Naraku entró en la elegante sala victoriana y espero a que Sesshômaru entrara y cerrara tras él.

    —No me digas que vas a pedirme explicaciones, por Dios.

    —¿Es cierto lo que has dicho? —preguntó, mirándolo con dureza—. Son acusaciones muy graves.

    Naraku bufó.

    —Es la verdad. Yo mismo he estado bajo su yugo, Sesshômaru.

    Este parpadeo, asombrado. Al chico de cabello negro casi le dan ganas de reírse al verlo tan francamente confuso por una vez. Si el tema fuese menos serio...

    —¿Tú?

    —Yo —aseguró, sarcástico—. ¿Quién exactamente pensabas que era?

    —Desde luego, no un vulgar prostituto de las calles —escupió el otro, con rabia, acercándose a él.

    Naraku retrocedió un par de pasos. No estaba realmente asustado, pero acabar a golpes con Sesshômaru el día en que este iba a anunciar su compromiso no le parecía la mejor de las ideas.

    —No era exactamente un prostituto. Yo solo estaba a las ordenes de Gumo.

    —¡¿Y eso te hace mejor?! —gritó, dando un puñetazo a uno de los jarrones laterales y rompiéndolo en mil pedazos—. ¡Ese tipo es asqueroso!

    El chico negó con la cabeza, como si no valiera la pena decir nada más.

    —Ábreme la puerta, anda. No va a salir nada bueno de esto.

    —NO —rugió Sesshômaru—. No hasta que me cuentes porqué.

    —¿Para qué quieres saberlo? —preguntó, retándolo con los ojos negros—. ¿No es suficiente con lo que te he contado?

    —Quiero saberlo —murmuró, con un tono afilado y cortante—. Habla.

    Naraku suspiró y se sentó en una de las sillas victorianas de la sala y comenzó a hablar con tono impersonal.

    —Yo viví en el orfanato desde los ocho años. Allí siempre falta el dinero, ya que no estamos financiados por el estado, sino por las donaciones de la gente. En algún momento cerca de los doce años me di cuenta de que había bandas callejeras tentando a los chicos a unirse a ellos y luego los prostituían. Muchas veces ni siquiera trataban de convencerlos, no era tan raro que un huérfano desapareciera un par de días y al volver fuese una sombra de lo que era. Ofrecían mucho dinero por ellos en las calles. Tuve miedo de que intentaran hacerse con InuYasha o Miroku, ya que los dos eran apetecibles a sus ojos, así que fui a hablar con su líder e hice un trato. Y eso es todo.

    Sesshômaru no dijo nada, pero sus ojos dorados no se apartaban de él.

    —Mira, si te doy asco esta bien, solo no dejes que ese desgraciado se acerque a InuYasha cuando te cases con la estúpida esa, ¿vale?

    —Yo... —parecía no saber que decir.

    —No pasa nada, no espero que lo entiendas.

    Sesshômaru se acercó a él y lo cogió del brazo.

    —¿Por qué son tan importantes para ti?

    —¿InuYasha y Miroku?

    Asintió.

    —Tenía un hermano pequeño. Y, cuando lo perdí, me juré que nunca volvería a permitir que alejaran de mi a nadie más que me importase.

    Dicho eso, se soltó de su agarre, le cogió la llave del bolsillo del esmoquin y se abrió él mismo la puerta.

    —No llegué a tener sexo con él, ni con ningún cliente —dijo suavemente, en la puerta—. Casi enseguida descubrí lo suficiente de él como para poder chantajearlo y Gumo consideró que era mejor ponerme al frente de algunas de sus bandas violentas que tenerme de putita —dijo, como intentando explicarse—. Tampoco quiero que pienses que soy... Ah, que más da —desistió, marchándose y dejando la llave colgando del picaporte.

    Sesshômaru fue incapaz de moverse durante unos minutos.

    Sabía muy poco de Naraku, apenas lo suficiente para que le atrajera más que cualquier otra persona del mundo, pero esto... Esto era increíble.

    Él sabía que el de cabello negro hacía siempre le que fuera necesario por lograr sus objetivos, pero llegar a tales extremos para proteger a los que le importaban requería de un tipo de valor que muy pocas personas poseían.

    Se quedó pensativo durante largos minutos. Y después, tomó una decisión.

    Continuará...
     
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  2. Sandra Raquel Valenzuela Muñoz
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    Waaa~ Debes continuarlo! D:
    Por favor ×-×
    No soporto el suspenso...
     
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  3. Kayazarami
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    Capítulo 7. Verdades

    InuYasha no logró regresar a su mesa después de salir de los baños habilitados en los jardines. Alguien le cogió del brazo y lo llevó casi a rastras hacia las zonas de los rosales. Aunque al principio se asustó pensando que era el tal Onigumo, un vistazo le basto para salir de dudas y ya de paso aterrorizarse.

    Era Kôga, con su eterna cola de caballo, un esmoquin negro que le quedaba muy bien y una expresión resuelta en la cara.

    —¡Suéltame, so bestia, se caminar solo!

    —Ni hablar, InuYasha —se negó—. Si te suelto saldrás corriendo de vuelta a tu mesa. O aún peor, a otro país. Así que vamos a hablar.

    —¡No tenemos nada de que hablar!

    —¡Eso lo dirás tú! —gritó Kôga, soltándolo tras un rosal enorme a bastante distancia de la zona de cena, desde donde difícilmente podían verlos u oírlos—. ¡Te dije que quería intentarlo, me rechazas y al día siguiente me entero de que te has ido del país!

    —¡Te rechacé!

    —Sí. ¡Y no entiendo porqué! Me devolviste el beso, estabas enamorado de mí. ¡¿Por qué carajo no me diste esa oportunidad?!

    InuYasha dejó escapar un bufido indignado. ¿Pero como tenía la cara de preguntarle eso?

    —¡Te recuerdo que diez minutos antes de pedirme esa oportunidad estabas teniendo una cita con una chica! —soltó, apoyando las manos en las caderas y encarandolo cabreado—. ¡No soy tan estúpido como para intentar nada sabiendo que no nos llevará a ninguna parte!

    Kôga negó con la cabeza, aunque en el fondo sabía que su amigo tenía razón sobre lo de su cita. Ya se había parado a pensarlo muchas veces durante esos dos meses de ausencia en los que lo había echado de menos cada día.

    —Iba en serio, InuYasha.

    —Ya da igual —dijo el de cabello plateado, encogiéndose de hombros—. Cuando termine esta tontería del compromiso de Sesshômaru regresaré a Estados Unidos.

    Kôga dio un par de pasos y lo tomó del brazo, acercándolo a él.

    —¿Quieres hacer el favor de dejar de huir de mí?

    —¿Quién se comportó como un capullo en primer lugar? —acusó, desafiándolo con la mirada—. ¿Quién me trató como si fuera un apestado? ¿Quién, movido por la pena y la culpa al enterarse de mi penosa infancia, se ofreció a salir conmigo?

    —¡No lo hice por eso! —gritó el chico de la coleta, desesperado porque lo escuchara.

    —¡No me jodas, eres heterosexual! Te he visto ligarte una chica tras otra durante años. ¿De verdad crees que me voy a tragar que de repente yo...Mmm?

    Kôga le besó. Para acallarlo, porque quería, para sorprenderlo, para hacerle ver que iba en serio. Le rodeó la cintura con los brazos y lo atrajo contra si, obligandolo a aferrarse a la chaqueta de su traje, intensificando el beso, mordiéndole los labios y colando la lengua en su boca, haciéndolos estremecer.

    Al cabo de largos minutos, se separó apenas unos milímetros para susurrarle con la voz irregular:

    —No es por pena, te lo juro. No he podido pensar en otra cosa en los dos últimos meses. Ni siquiera he ligado con nadie —dijo, sin soltarlo ni separarse—. Si no me crees, pregúntale a Miroku. Me moría de ganas de volver a verte.

    —Kôga...

    —Una oportunidad. Es todo lo que te pido, InuYasha.

    —Pero ahora estoy viviendo en Estados Unidos y...

    —Me mudaré allí si es necesario. Solo di que sí, solo acéptame —pidió, pero luego pareció considerar algo y su rostro se ensombreció—. ¿O es que acaso tus labios me han engañado y ya no estás enamorado de mí? ¿Hay alguien mas en tu vida?

    —¿Qué? ¡Cómo iba a..!

    Entonces escucharon unos pasos acercarse rápidamente.

    —¿Señor Tashio, señor Ookami? —preguntó una voz, dándoles el tiempo justo a separarse antes de que un criado apareciese tras los rosales—. Ah, menudo alivio, aquí están.

    —¿Qué ocurre? —quiso saber InuYasha, de mala leche por no haber podido terminar su frase.

    —Es la hora del brindis, señores. Sería conveniente que estuvieran presentes. Sobre todo usted, señor Taisho.

    InuYasha suspiró y salio del escondite, encaminándose a su mesa, seguido de cerca por Kôga, que se desvió a la que compartía con sus padres no sin antes dedicarle una penetrante mirada que parecía querer decirle mil cosas diferentes.

    Se sentó al lado de Miroku y se preocupó al ver que Naraku no estaba.

    —¿Ha pasado algo? —preguntó.

    —Dímelo tú —respondió el chico de cabello corto—. Salio detrás de ti dos minutos después de que fueras al baño.

    —Pues no lo he visto. Será mejor que vaya a buscarlo —dijo, empezando a levantarse de nuevo.

    Pero Miroku le dio un tirón del brazo para que volviera a sentarse.

    —Ni hablar. Está a punto de empezar el brindis y hay mucha gente mirando hacia aquí. Naraku sabe cuidarse solito.

    Mosqueado, InuYasha miró hacía la mesa principal. Su medio hermano tampoco estaba, aunque el molesto y extraño señor Daishi si. Irasue parecía nerviosa por el retraso de su hijo y le lanzó una mirada envenenada al asiento de Naraku.

    InuYasha rio por lo bajo. ¿Su madrastra creía que Sesshômaru se había ido con Naraku a divertirse un poco? Era absurdo. ¿O no...? Porque si Naraku lo había seguido seguramente se habría encontrado con su hermano y...

    —Ya estoy aquí —anuncio el chico de cabello negro rizado, tomando asiento lo más discretamente que pudo e ignorando la mirada afilada que la dueña de la Mansión le dirigía—. ¿Me he perdido algo?

    —Nada, teniendo en cuenta que Sesshômaru lleva un rato desaparecido y es él el encargado del brindis —informó Miroku, mirando a su amigo con suspicacia.

    —Ah, ya. Estábamos hablando en la Mansión.

    —Hablando —dijo Miroku, con un tono de voz divertido y alzando una ceja.

    —Oh, no, si es lo que me imagino, no quiero saberlo —pidió InuYasha, tapándose los oídos falsamente.

    Naraku los miró mal.

    —Mal pensados —acusó—. Os doy mi palabra de que solo hemos hablado.

    Y aquello los tranquilizó a los dos, porque si algo sabían de Naraku, era que jamás daba su palabra en vano. Igual que cuando les prometía de pequeños que Santa Claus traería regalos para todos los huérfanos o que el chico que los molestaba en clase al día siguiente sería la mar de educado con ellos. Tenía sus propios métodos cuestionables de hacer las cosas, pero jamás les había mentido ni fallado. Y ellos jamás iban a dudar de él.

    —Me alegro —confesó InuYasha—. Porque no quiero que te haga daño.

    —Inu, tu medio hermano carece de la habilidad necesaria para hacerme daño —fanfarroneó el otro.

    InuYasha se abstuvo de decirle que no necesitaba ninguna habilidad cuando era él quién la había entregado, Dios sabe porqué, su corazón en bandeja a semejante idiota.

    Entonces la gente comenzó a aplaudir y notaron que Sesshômaru por fin había vuelto a la mesa principal y tenía una copa en la mano. Le gente guardó silencio.

    —Es para mi, como heredero de la compañía Tashio, un autentico placer ser el encargado de realizar este brindis por el nuevo acuerdo comercial —expuso, con voz solmene—. La Financiera Okamura ha demostrado ser una compañía solida y capaz en la cual podemos confiar nuestras finanzas con total tranquilidad y quiero dedicarles este brindis —alzó la copa—. Por la Financiera Okamura y su presidente, el señor Seisu Okamura.

    Los invitados alzaron las copas y dieron un sobro a su bebida.

    InuYasha parpadeo, confundido. Según le había dicho su padre, el brindis iba a ser por la futura boda. ¿Qué estaba planeando Sesshômaru?

    —Ahora, iba a aprovechar la ocasión para anunciar mi compromiso con la señorita Kagura Daishi —siguió diciendo con tranquilidad—. Pero hace un momento he llegado a la conclusión de que soy todavía muy joven para el matrimonio, de manera que únicamente les deseo que pasen una agradable velada.

    Los invitados comenzaron a murmurar entre ellos, especialmente las mujeres. Naraku, Miroku e InuYasha se miraban entre ellos sin saber que decir. Finalmente, los dos amigos se quedaron mirando a Naraku.

    —¿De que habéis hablado exactamente? —preguntaron casi al mismo tiempo, curiosos.

    Naraku negó con la cabeza y miró hacia la mesa principal, en donde Sesshômaru estaba aguantando lo que parecía una replica encubierta de Irasue, quién se controlaba por el resto de comensales, y las palabras de los señores Daishi, por no hablar de la expresión de absoluta furia de Kagura.

    Durante el resto de la noche, los tres amigos se dedicaron a charlar y a especular entre ellos acerca de los motivos de Sesshômaru para cambiar de opinión sobre su compromiso y rechazar a Kagura. También analizaron todo lo que InuYasha le contó sobre su encuentro con Kôga, animándolo a darle una oportunidad, aunque el chico de cabello plateado no parecía estar convencido de la seriedad de la propuesta de Kôga.

    Para cuando Miroku y Naraku se marcharon, ya apenas quedaban invitados y los miembros de la familia Tashio también estaban retirándose. Los Daishi se habían ido poco después del brindis, probablemente humillados porque Sesshômaru no dio su brazo a torcer.

    Lo que InuYasha no se esperaba, era el espectáculo que Irasue dio una vez estuvieron todos en el salón principal de la Mansión, con los criados recogiendo en los jardines.

    Lo primero que hizo la elegante mujer fue darle dos bofetadas, una en cada mejilla, a su hijo. Sin importarle que InuTashio e InuYasha estuvieran presentes. InuYasha sintió como un nudo se le formaba en el estomago, ya que los golpes le trajeron desagradables recuerdos de su propia madre a la memoria.

    —¡Jamás me sentí más humillada en toda mi vida, Sesshômaru! —le gritó, con sus rostros a escasos centímetros, las manos agarradas a su esmoquin y sacudiéndolo como si fuese un muñeco de trapo—. ¡Te exijo que te disculpes públicamente con los Daishi y anuncies mañana tu compromiso con Kagura en una nota de prensa!

    —¡Irasue! —rugió InuTashio, acercándose a ella y separandola por la fuerza de Sesshômaru, que había empalidecido pero parecía mantenerse firme—. ¡No tolero la violencia en esta casa!

    —¡Esto no es asunto tuyo, InuTashio! ¡No tienes ni idea del favor que te estoy haciendo, así que apartate y déjame disciplinar a mi hijo como guste!

    —Lo lamento, madre, pero no voy a casarme con Kagura —aseguró Sesshômaru, con voz segura y sin vacilar.

    —¡Harás lo que yo te diga!

    —¡Irasue, compórtate! —exigió InuTashio, mirando a su esposa como si fuera la primera vez que la veía—. Ya te dije que era muy joven para comprometerse. No hay porque alterarse. Ya encontrará otra chica con la que quiera establecerse, algún día.

    Irasue se rió en su cara, de forma histérica.

    —¡No seas estúpido! ¡Si fuese así esto no me importaría tanto, pero se ha enredado con el huérfano ese amigo de tu otro hijo! —gritó, como si fuera culpa de InuTashio—. ¡Así que compórtate tú como un hombre y exígele que se comprometa con Kagura antes de que vaya a peor!

    InuYasha sintió como le fallaban las piernas y el nudo de angustia le subía hasta el pecho. Reconoció los síntomas del ataque de ansiedad apenas unos segundos antes de comenzar a hiperventilar y de que el pánico irracional se apoderara de él.

    Sorprendentemente, Sesshômaru se acercó hasta él, ignorando los gritos de su madre y los intentos de su padre de tranquilizarla y lo cogió en brazos, sacándolo de la sala sin dudarlo.

    —¿Ansiedad o algo peor? —preguntó.

    —Ansiedad —murmuró InuYasha, intentando regular su respiración y sin tiempo para preguntarse como era posible que su medio hermano supiese de eso.

    Sesshômaru lo llevó hasta su habitación, dejándolo tumbado en la cama. Después, abrió el cajón de su mesilla de noche y buscó un tranquilizante que procedió a darle junto con un vaso de agua. InuYasha se lo tragó sin dudarlo un segundo.

    Al cabo de diez minutos, estaba más tranquilo, aunque algo adormecido. Aún y así, quería respuestas.

    —¿Cómo lo sabías?

    —No es la primera vez que lo hago —dijo simplemente.

    —¿Esto tiene que ver con lo que dijiste el otro día de que si me diste una oportunidad? Porque por mucho que he tratado de recordar, no he conseguido nada —dijo, luchando contra el sueño.

    Sesshômaru hizo una pequeña mueca con los labios.

    —No te fuerces a recordar, nada bueno puede salir de eso. Fue antes de tu intento de suicidio.

    —Ah —dijo, incomodo. No le gustaba nada ese tema. Ni siquiera era capaz de hablar de ello con Miroku y Naraku.

    Entonces cayó en la cuenta de que lo que decía Sesshômaru si que tenía sentido, ya que de su tiempo en la Mansión previo al intento de quitarse la vida apenas recordaba nada. El psicólogo al que había consultado durante unos años después de eso le había comentado que el cerebro tenía memoria selectiva y podía ser que nunca llegara a recordarlo del todo.

    —Pero no lo entiendo. Si antes eras amable conmigo, aunque no me acuerde, ¿por qué luego empezaste a comportarte como un desgraciado?

    —Instrucciones de tu psicólogo.

    —¿Tú hablaste con mi psicólogo?

    —Yo y nuestro padre. Bastante veces. Él más que yo —dijo, como si nada—. Él me recomendó que te supusiera un reto, algo que afrontar y superar, mientras que padre debía ser quién te apoyara, haciendo cosas como manteniendo a tus antiguos amigos en tu nueva vida. Como no parecías estar recuperándote bien, probamos a hacerle caso. Y funcionó.

    —¿Irasue también intentaba ser un reto? —preguntó, bastante convencido de que no.

    —Para nada. Mi madre te odia de corazón —aseguró y luego le sonrió un poco, pero con una sonrisa ácida—. Si te consuela, es probable que ahora me odie más a mi que a ti.

    InuYasha negó con la cabeza. Seguramente, en la mete de la señora Taisho, todo aquello era también culpa de él por haber metido a Naraku en la vida de su hijo.

    —¿Entonces nunca me has odiado?

    —Bueno, algunas veces sí —admitió—. Desde que entraste en la universidad has estado especialmente insoportable, parecías una mujer menstruando. Casi todos mis insultos eran genuinos.

    —No te pases, idiota —dijo InuYasha, sin poder evitar sonreirle.

    ¡Siempre se había preocupado por él! ¡Había actuado así por él! Sesshômaru no parecía ser para nada como él pensaba que era. Se moría de ganas por ver la cara que ponían sus amigos cuando se lo contara. Si no estuviera tan cansado, cogería el teléfono ahora mismo y llamaría a casa de Miroku.

    Pero notaba como se le cerraban los parpados, más pesados que nunca.

    —Duérmete, anda —dijo Sesshômaru, acercando una silla a la cama y sentándose.

    —¿Piensas velar mi sueño?

    —Ja. Apenas te duermas me largo de aquí. Ahora, calla y duerme.

    —Que amargado me sigues sonando —murmuró, antes de ceder al sueño producido por el ansiolítico.

    Cuando estuvo seguro de que se había dormido, Sesshômaru se permitió una pequeña sonrisa de verdad.

    —Y tú sigues pareciéndome un niño aterrorizado —susurro, casi con afecto.

    Se quedó en la silla, pensando en sus cosas. Sin duda, a partir de ese momento y a menos que cambiara de parecer respecto a su compromiso, se había quedado sin madre. Lo lamentaba, pero estaba seguro de que podría vivir con ello.

    No sabía que pensaría su padre de todo eso, pero siempre había demostrado ser un hombre bastante comprensivo. Esperaba que también lo fuera respecto a lo ocurrido.

    Posiblemente, si hacía un esfuerzo, podría mantener un relación cordial con InuYasha, aunque sería difícil deshacerse de los viejos hábitos. Además, como había dicho, desde que se había enamorado lo encontraba bastante irritante.

    Y tampoco pensaba que el tal Kôga fuese gran cosa.

    Entonces empezó a sonar una molesta melodía y se percató que era el móvil de su medio hermano. Ni corto ni perezoso, decidió responder cuando vio quién era el que llamaba. Se dijo que se merecía un poco de diversión.

    —Buenas noches —saludó con educación—. Soy Sesshômaru... No, nunca hemos hablado antes, pero sé bastante de ti... ¿Cómo que por qué? Todo hermano mayor debe conocer el idiota del que se queda prendado su hermano menor para poder meterse con él... Me da igual lo que te parezcan mis motivos, si he contestado a la llamada es porque quiero saber los tuyos... Muy gracioso, niñato, pero como sigas por ese camino te aseguro que InuYasha estará en un avión rumbo a Estados Unidos antes de lo que puedas imaginar —amenazó, con sus dorados ojos brillando con furia—... Eso ya me gusta más. A ver, imbécil, ¿qué sientes tu por el idiota de mi hermano?... Ya... Sí... Entiendo... Mira, se me ha ocurrido algo...

    Continuará...
     
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  4. Kayazarami
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    Capítulo 8. Trampa

    InuYasha suspiró por décima vez, sentando en el asiento de copiloto del lujoso Ferrari blanco de Sesshômaru, mientras este conducía demostrando una absoluta falta de consideración por el resto de vehículos que circulaban.

    —¿De verdad te sacaste el carné de conducir? —preguntó el menor, cuando su medio hermano adelantó de nuevo a un coche temerariamente y este tuvo que pegar un frenazo para evitar chocar contra ellos.

    —Conduzco perfectamente, InuYasha —murmuró secamente el mayor.

    —Estoy seguro de que el resto de conductores del país no piensan lo mismo —y era evidente, escuchando como les pitaban cada vez que adelantaba a otro coche.

    —El resto de conductores del país tienen coches mediocres y lentos.

    InuYasha suspiró de nuevo. Con esa ya eran once veces en lo que iba de mañana.

    Las situación en la Mansión Taisho, tras la fiesta del día anterior, era tensa. Cuando había bajado a desayunar se había encontrado a Sesshômaru hablando con su padre, charlando bastante serios los dos. Irasue había bajado las escaleras, le había dicho a InuTashio que iba a desayunar a casa de unas amigas y había abandonado la casa después de dirigible a su hijo una mirada de decepción y a él otra de asco.

    Había tomado asiento sin saber que esperar de su padre. Para su sorpresa, este le había preguntado si le urgía regresar a Estados Unidos o podía quedarse unos días más con ellos, hasta que resolvieran el problema con su madrastra. Aceptó quedarse una semana. Y solo porque quería descubrir más cosas de ese Sesshômaru que parecía no conocer de nada y que lo trataba casi con cordialidad.

    A la hora de la comida, Irasue si estuvo presente. Y no pudo evitar soltar una serie de comentarios mordaces sobre su hijo, que este escuchaba estoicamente sin responder, con la misma indiferencia de la que hacía gala siempre. InuTashio trataba de hacer entrar en razón a su esposa, sin demasiado éxito.

    —¡Y todo es culpa del bastardo desgraciado de tu hijo! —había gritado Irasue en determinado momento, sobresaltándolo de tal forma que el tenedor le resbaló de las manos. Afortunadamente, cayó en el plato limpiamente.

    —¡Irasue, te exijo que respetes a InuYasha!

    —¡Como te atreves a defenderlo, InuTashio, después de que le haya contagiado a Sesshômaru su asqueroso gusto por los hombres! ¡Deberías darme la razón, ¿o es que no te das cuenta de que de esta forma no tendrás nietos?!

    Sesshômaru había fruncido el ceño ante esas palabras.

    —Como si te interesaran los niños, madre.

    —¡Me interesa que lleves una vida decente, no te críe para que fueras un vulgar maricón!

    InuYasha había empalidecido al escuchar ese apelativo de la boca de su madrastra. Empezaba a sentirse enfermo. Se dio cuenta de que Sesshômaru lo estaba mirando más a él que a su madre, como si no le importara demasiado lo que ella decía. Intentó mantener la calma.

    —¡Irasue! —InuTashio parecía no dar crédito a lo que escuchaba.

    —¡Es cierto! ¡Poco me importa lo que tu bastardo haga, al fin y al cabo lo crío una puta, pero Sesshômaru ha recibido una buena educación!

    Al escuchar estás palabras, a InuYasha comenzaron a temblarle las manos compulsivamente. Nunca nadie mencionaba a su madre en su presencia. Esa era la regla de oro, porque si ocurría no podía evitar que su mente fuera invadida por los recuerdos. Por el hambre, el miedo y la desesperación. Por las paredes blancas de un frío apartamento.

    —¡Ya basta! —había gritado Sesshômaru, sacándolo de sus pesadillas—. No voy a seguir viviendo para cumplir tus expectativas, madre. ¡Y si no estás de acuerdo no me importa! ¡Pero mantén a InuYasha fuera de esta discusión!

    —¡¿Ahora lo defiendes?! ¡No me puedo creer que seas tan hipócrita, cuando has pasado años haciéndolo miserable, tal y como se merece!

    —Eso tiene una buena explicación, Irasue —dijo InuTashio con voz tranquila, como si de esta forma su esposa fuera a aplacarse—. Sesshômaru seguía los consejos del psicólogo de InuYasha al tratarlo así, no lo hacía por gusto.

    La mujer le dirigió una mirada traicionada a su hijo.

    —¿Estabas ayudando al bastardo?

    —Sí —fue la seca respuesta de Sesshômaru.

    —No me lo puedo creer. ¿Quién eres tú y que has hecho con mi hijo?

    Al mayor no le gustó la pregunta, ya que se levantó de la mesa y le dirigió a su madre la mirada más fría que InuYasha le hubiera visto jamás.

    —Soy él mismo que he sido siempre. Solo que ahora no finjo que soy lo que tú quieres que sea —aseguró y luego había mirado a InuYasha—. Si has terminado de comer, quiero que me acompañes a un lugar.

    El menor asintió, se limpió con una servilleta los restos de comida que pudiera tener en la cara y siguió a Sesshômaru hasta la salida de la Mansión Tashio, luego se encaminaron al aparcamiento.

    —¿A donde vamos? —le había preguntado a Sesshômaru antes de subir al Ferrari.

    —Ya lo verás —fue la seca respuesta que recibió.

    Y tras quince minutos seguían en el coche, con rumbo desconocido y repartiendo histeria entre el resto de conductores de la ciudad, ya que Sesshômaru parecía adaptar las reglas de circulación a su antojo.

    Se distrajo contemplando la abarrotada ciudad por la que transitaban, mirando a las personas caminar por las concurridas calles y tratando de imaginar como sería la vida de cada uno. Acabó tan metido en su pequeño juego mental que no se dio cuenta cuando el coche se detuvo y su medio hermano le tuvo que sacudir ligeramente del hombro para traerlo de vuelta a la realidad.

    —Hemos llegado.

    InuYasha bajó del coche sin saber que esperar, para encontrarse con las conocidas rejas de acero oxidado del Orfanato Shikon. Sesshômaru cerró el coche y se encaminó hacía la puerta, que estaba abierta de par en par, ya que durante el día los chicos más mayores solían salir. El menor se obligó a reaccionar y alcanzar al otro.

    —¿Por qué hemos venido aquí? —preguntó, curioso.

    —Quiero hacer una donación.

    Los dos siguieron caminando, atravesando los descuidados jardines en donde algunos chicos y un par de voluntarias del centro los miraron con curiosidad. Una vez dentro del edificio, tomaron el pasillo izquierdo, que llevaba al comedor, la sala de juegos y las oficinas.

    —¿Una donación? —InuYasha sonrió, sin poder evitarlo—. ¡Genial!

    —¿Crees que con cinco millones será suficiente? —preguntó Sesshômaru indiferentemente, caminando por los pasillos y observando el lamentable estado de las instalaciones.

    —¿Cinco millones? —dijo, asombrado, mirándolo con los ojos muy abiertos. Su medio hermano no podía manejar tales cantidades de dinero con solo veinticinco años, ¿no?

    Para aumentar su estupefacción, este malinterpretó su asombro.

    —Supongo que tienes razón. Cinco son pocos, esta todo destrozado. Será mejor que sean diez.

    Ahora InuYasha tuvo que hacer un serio esfuerzo para conseguir cerrar la boca antes de que se le desencajara la mandíbula. Sabía que su padre era muy rico. Y tanto que lo sabía. Pero, hasta donde tenía entendido, Sesshômaru era un simple universitario como él. ¿Quizás el dinero era de su padre?

    —Oye, ¿cómo has...?

    —¡InuYasha! —llamó alguien por detrás, haciendo que se diera la vuelta instintivamente sin terminar la pregunta, para encontrarse la figura atlética de Kôga avanzado hacia ellos a buen paso.

    Se le paró el corazón.

    —¿Qué demonios haces tú aquí? —soltó, en cuanto el de cabello negro les dio alcance.

    —Pues... Yo venía aquí porque...

    —Le he llamado yo —terminó Sesshômaru, observando a Kôga como si no hubiera nada más patético que él en el planeta.

    —¿Tú? —fue lo único que se le ocurrió decir al menor, mirando a su medio hermano fijamente, sin poder acabar de creerse que le hubiera tendido aquella trampa.

    —Sí. Ya te dije que apenas te soporto cuando empiezas con tus dramas amorosos, haz el maldito favor de solucionar las cosas con él, como un Tashio, en lugar de huir del país cuando acabe la semana.

    No supo que decir. Con una última mirada a Kôga, esta vez de advertencia, el mayor de los hermanos siguió su camino hacia el despacho de la directora del Orfanato, mientras que los dos amigos se quedaban mirándose sin saber que hacer o decir.

    —No parece el mismo idiota egocéntrico de siempre —dijo Kôga, intentando romper esa atmósfera pesada que se había creado entre ellos desde el momento en que había forzado al chico de cabello plateado a confesar sus sentimientos—. Quiero decir, sigue pareciéndome un imbécil de campeonato, pero es la primera vez que le oigo hablarte sin que me den ganas de partirle la cara.

    —Ya, bueno —InuYasha trató de encontrar las palabras adecuadas para resumir lo sucedido—. Parece ser que no es como pensabamos. Tenía sus motivos para actuar como actuaba —y entonces se dio cuenta de como había terminado la frase su compañero—. ¿Querías pegarle?

    Kôga se encogió de hombros.

    —Es o era un autentico cabrón contigo. Me hubiera encantado darle una paliza. Si me contuve fue solo por los negocios de mis padres.

    InuYasha alzó una ceja. ¿Qué tendría que ver una cosa con la otra?

    —Lo entenderías si te hubieras criado como un Tashio —explicó Kôga, adivinando su duda—. En el mundo de los poderosos, todo importa y todo cuenta. Y es muy fácil hundir una empresa si dispones de los medios y el dinero suficiente. Y tu padre podría hundir al país, si le diera la gana.

    —Entonces doy gracias por no haberme educado como un Taisho —respondió un poco tajantemente, incomodo.

    —Yo también —InuYasha lo miró, sin saber que pensar de eso—. Quiero decir, sé que tuviste una vida horrible y... Mira, da igual. Solo me alegro de haberte conocido cuando te conocí, eso es todo. No sé si habría llegado a sentirme así por ti si nos hubiéramos criado juntos.

    —¿Sentirte como? —preguntó, dándose de bofetadas mentalmente por preguntar al instante siguiente.

    Kôga pareció ofuscarse al oírlo.

    —Te dije que tú también me gustabas. ¿O ya lo has olvidado?

    El chico desvió la mirada a la pared. Era frustrante estar en medio de aquel maldito pasillo, porque sabía que cualquier intento de huida sería inútil.

    —No lo he olvidado —respondió al fin y lo miró a los ojos—. Lo que pasa es que no te creo.

    —¿No me crees? —preguntó, acercándose demasiado a él—. ¿Y que puedo hacer para convencerte de que digo la verdad?

    InuYasha retrocedió, hasta que su espalda chocó suavemente contra la pared, con su amigo a escasos centímetros de su cuerpo. Sentirse acorralado lo irritó y decidió acabar con aquello de una buena vez.

    —No hay nada que puedas hacer —dijo, con voz decidida, retándolo con la mirada—. Porque después de que me dieras las espalda, de que me ofrecieras intentarlo en medio de una cita con otra chica, no hay una maldita cosa que puedas hacer para que vuelva a confiar en ti, ¿entiendes?

    Kôga cerró los ojos un momento, dolido por la afirmación. Luego lo miró de nuevo.

    —Está bien. Fui un idiota. Lo reconozco —admitió—. Pero ahora me gustas. Es la verdad. Y no sería yo si me rindiese sin luchar.

    —Kôga, te he dicho...

    —Sé lo que me has dicho —interrumpió él, impidiéndole continuar al poner dos dedos sobre sus labios—. Pero me gustas, InuYasha. Y voy a besarte.

    Y, antes de que InuYasha pudiese reaccionar, Kôga retiró su mano de su cara, lo aferró por la cintura y lo terminó de acercar del todo a él, al mismo tiempo que inclinaba un poco el rostro y se apoderaba de sus labios, en un beso completamente apasionado y entregado.

    Un beso muy distinto al que le dio la última vez que le ofreció intentarlo. Un beso que no pudo evitar corresponder, dejando que su amigo le comiera la boca con toda la fuerza de la que era capaz, sin apenas delicadeza, derritiendolo con su ímpetu, con su posesividad sobre él, incitándolo a morderle los labios y a luchar por el control del beso hasta que los dos se separaron unos milímetros jadeando.

    —Me gustas —dijo entrecortadamente el moreno—. ¿Me crees?

    InuYasha asintió. Cualquiera le decía que no después de ser besado de esa manera.

    —Genial —fue todo lo que dijo Kôga, sonriendo, antes de volver a inclinarse para besarle de nuevo.

    InuYasha correspondió al nuevo beso, está vez pasando también sus brazos alrededor de él, estrechando su abrazo.

    Manteniendole tan cerca como le era posible.

    Continuará...
     
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  5. Sandra Raquel Valenzuela Muñoz
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    Kyaaaa >w<

    asdasdasd necesito la continuación >:'B
    :=DFSDFSD: :=DFSDFSD:
     
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  6. Kayazarami
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    Capítulo 9. Conexión

    —Señor Taisho, realmente no sé como agradecerle su generosidad... —dijo la directora Kaede, máxima autoridad del Orfanato Shikon, después de que Sesshômaru le extendiera sin muchas explicaciones un cheque por valor de diez millones de yenes.

    —No es necesario hacerlo. La decisión de donar el dinero es mía.

    —Sí, pero semejante cantidad es...

    Sesshômaru bufó. La exagerada adulación lo molestaba. Y no es como si el centro no necesitase el dinero, vistas las pésimas condiciones en que se encontraban las instalaciones.

    —Es el dinero que considero necesario y espero que sea bien empleado.

    —Por supuesto, pero si no es mucho preguntar, ¿a que se debe...? —la anciana directora había visto pocos hombres ricos en su vida, pero tenía claro que ninguno donaba ni un yen sin esperar algo a cambio.

    —Mis motivos son míos. Y, como le he dicho antes, deseo que la donación permanezca en el anonimato, ¿entendido?

    —Pero, señor Taisho...

    —Pero nada. Ahora, si me disculpa, tengo otros asuntos que atender —añadió, dando la vuelta y saliendo sin más despedidas del asfixiante despacho.

    Suponía que debía regresar solo, ya que si todo había salido como esperaba, InuYasha seguramente estaría en algún lugar con el idiota ese del que se había ido a enamorar.

    El amor, la mayor estupidez del mundo. Él nunca se había enamorado, porque no era débil y el amor convertía a cualquiera en una sombra de lo que hubiera sido antes. La prueba más evidente de ello (y aunque su medio-hermano no lo supiera) era su padre, InuTashio, el gran empresario de mente fría y apariencia calma que había llegado a la cima del mundo de los negocios.

    Y que se había enamorado como un colegial de una prostituta de lujo muy hermosa, pero egoísta e insulsa, dada a los placeres materiales y que ni siquiera con él había tenido suficiente.

    InuYasha era el resultado del miedo de esa mujer a abortar a un hijo de una personaje tan distinguido y su ansía de dinero, porque InuTashio le ofreció una buena suma para que lo tuviera y cuidara. Cuando Izayoi se marchó de Japón, su padre nunca volvió a ser él mismo. Su actitud en el trabajo y para los negocios no había cambiado, pero comenzó a tratar de establecer una relación con Irasue que no iba a ninguna parte con la personalidad frívola y tradicional de su madre.

    Ocupado pensando en sus cosas, Sesshômaru no se había percatado de que sus pasos lo habían llevado hasta uno de los patios (en lamentables condiciones) del Orfanato. Estaba rodeado de árboles mustios y maltratados, la pista de deporte tenia el cemento fracturado por múltiples lugares, los bancos de madera estaban rotos. Parecía que vivieran animales, en lugar de niños.

    —¿Está buscando a alguien, señor? —preguntó una voz juvenil tras él.

    Sesshômaru se dio la vuelta para encontrarse con un muchacho de curiosa apariencia. Para empezar, vestía un kimono masculino de color violáceo con un estampado más bien femenino de sakuras rosas. Tenía el cabello negro y largo recogido en una alta coleta y los ojos azul oscuro. Debía tener unos dieciséis años. No sonreía, pero tenía un aire amable y melancólico.

    Le recordaba ligeramente a alguien, pero no lograba asociarlo con nadie que conociera.

    —No —respondió—. ¿Donde está la salida? —preguntó secamente.

    —Sígame, yo se la mostraré —se ofreció el chico, comenzando a caminar sin esperar su contestación.

    Indiferente, el imponente universitario lo siguió, deseando abandonar ese lugar cuanto antes.

    Pasaron por las habitaciones, en las que algunos niños estaban haciendo los deberes tumbados en sus camas, charlando o coloreando, bajo la escasa supervisión de dos cuidadoras que no daban a basto.

    Un grupo de niños de edades entre cinco y siete años se acercó al chico que lo guiaba y le pidieron que les leyera un cuento.

    —Ahora estoy guiando a este señor hasta la salida. En cuanto vuelva os leo uno, ¿vale? —ofreció el muchacho, conciliador. Los chicos sonrieron y lo aceptaron, encantados.

    Mientras seguía al muchacho, Sesshômaru pudo ver en uno de los movimientos de su coleta la marca de un moratón en el cuello que se perdía por debajo del kimono.

    Probablemente, el chico no caía bien a todo el mundo. O quizás se metían con él por su aspecto. ¿A que clase de niñato de 16 años se le ocurría vestir de esa manera en un Orfanato donde, por lo que había oído de Naraku, imperaba la ley del más fuerte?

    —Ya hemos llegado —anunció el chico, señalando la puerta que daba al diminuto jardín frontal y a las verjas de acero oxidado de la entrada.

    —Bien —fue todo lo que dijo y dio un paso adelante dispuesto a marcharse de ese molesto lugar, cuando se percató de que el chico ya se estaba marchando. Al parecer no esperaba ni siquiera que le diera las gracias (aunque él tampoco pensaba darlas)—. Un momento —dijo, haciendo que él se detuviera—. ¿Cómo te llamas?

    El chico se dio la vuelta, para presentarse de frente.

    —Byakuya Namida.

    —¿Namida? —preguntó de nuevo, un poco descolocado. Ese era el apellido de Naraku, ¿por qué el chico se apellidaba igual que su compañero de clases?

    —Sí, aunque durante muchos años me apellidé Hishimoto —dijo el chico—. ¿Le resulta familiar mi apellido? —preguntó, haciendo que el frío Taisho se preguntará como diablos era posible que el chico lo supiera. Asintió brevemente y Byakyua abrió mucho los ojos y se acercó a él—. ¿De verdad? ¿Conoce a mi hermano Naraku, acaso?

    —Sí.

    La sonrisa del chico podría haber iluminado todo el oscuro hall de entrada y molestó ligeramente a Sesshômaru. ¿Qué demonios era aquello?

    —Lo conozco, pero él nunca me ha hablado de ti.

    Byakuya vaciló un poco ante sus palabras, pero no dejó de sonreír.

    —Supongo que es normal, teniendo en cuenta lo que me han contado aquí de él —dijo y luego se acercó un poco más a Sesshômaru—. No vivimos juntos mucho tiempo, nuestros padres se separaron cuando yo tenía 3 años. Ni siquiera lo recuerdo, lo poco que sé de él era lo que me contaba mi madre.

    Sesshômaru parpadeó, un poco confuso. Recordó que Naraku le había mencionado en una ocasión que había perdido a su hermano. ¿Aquel era...? ¿Podía ser tanta coincidencia? El mundo siempre se empeñaba en establecer conexiones entre él y Naraku. Estaba visto que no podía vivir tranquilo, para una maldita vez que decidía hacer una buena obra...

    —¿Y qué haces aquí entonces?

    La expresión del joven flaqueó y cerró un momento los ojos, como si le hubiera dado un golpe repentino. Cuando volvió a abrirlos, parecía el mismo de antes, pero también había algo de tristeza en su expresión.

    —Mi madre murió hace poco de cáncer. Vine a Tokyo buscando a mi hermano con el poco dinero que me quedó, pero, al no encontrarlo, los servicios sociales se hicieron cargo de mi custodia y acabé en Shikon. No tenía ni idea de que él también había estado aquí hasta que escuché a algunos de los mayores hablando de él.

    —¿Por eso los golpes? —preguntó Sesshômaru, obviando toda delicadeza posible. Seguramente mucha gente le guardaba rencor a Naraku en aquel lugar.

    El chico lo miró un segundo, antes de responder.

    —En parte —dijo, evasivo—. Muchos querían vengarse de él, aunque fuera a través de mi. Otros simplemente parecen encontrar mi manía por los kimonos demasiado homosexual.

    —¿Eres homosexual? —no era asunto suyo, pero la pregunta le salió sola. ¿Es que siempre acababa rodeado de gays? InuYasha lo era, el idiota de Kôga se había enamorado de su medio-hermano, Naraku lo era y Miroku si no lo era por todos los demonios que lo parecía.

    —No tengo ni idea de lo que soy, he pasado más tiempo cuidado de mi madre que teniendo citas. Me visto así porque quiero. Estos kimonos eran de mi madre, me recuerdan a ella.

    Sesshômaru asintió. No es que lo aceptara, pero podía entenderlo. Tampoco le importaba demasiado lo que hacía el resto de la gente, suficiente tenía con preocuparse (un poco, solo) por lo que hacían InuYasha y su padre.

    —¿De que conoce a mi hermano? —quiso saber Byakuya—. ¿Es cierto que es tan malo como dicen? ¿Son ciertos los rumores de que está en la cárcel y por eso su expediente está clasificado y nadie puede decirme su residencia actual? —preguntó, angustiado.

    Sesshômaru negó con la cabeza. InuTashio, al concederle la beca de la Taisho Corporation para jóvenes sin recursos, también había limpiado y sellado el expediente de Naraku. No quería que la prensa, siempre deseosa de más cotilleos, se cebara a su costa de las compañías que frecuentaba InuYasha. Ese había sido el motivo por el cual, cuando Naraku entró al segundo curso de su carrera (con una orden de traslado falsa en la cual había cursado el primero en otra), Sesshômaru había sido moderadamente cortes con él, prestandole notas y apuntes para que se pusiera al día (y para tenerlo vigilado).

    Descubrió que Naraku era muy capaz de lograr todo lo que quería, además de tener una personalidad afín a la suya propia y, para cuando ambos llegaron al tercer año de carrera, de alguna forma se habían vuelto amigos y estaban a la misma altura en Administración de empresas.

    Pero, ¿cómo iba a contarle todo eso a un crío de dieciséis años? ¿Quién era él para decírselo, hasta que punto querría Naraku que supiera?

    —No creas todo lo que oigas —le recomendó—. Hazle las preguntas a él directamente.

    Byakuya asintió.

    —¿Podría decirme como ponerme en contacto con él?

    Sesshômaru sacó su teléfono móvil del bolsillo del pantalón y comenzó a buscar el número, cuando por un pasillo lateral llegó al directora Kaede, quién al verlo con uno de sus huérfanos se acercó rápidamente.

    —¡Byakuya! ¡No estarás molestando al señor Taisho, ¿no?!

    —No, yo solo estaba... —intentó explicarse, pero la anciana no le dejó.

    —Regresa a tu habitación, Byakuya —ordenó severamente—. Señor Taisho, lamento mucho las molestias que el joven pueda haberle ocasionado, yo..

    —No me estaba molestando, solo me ha mostrado el camino hasta la salida.

    Kaede se quedó sin saber que decir. Sesshômaru la miró como si se tratase de un gusano. Le irritaban en exceso ese tipo de actitudes.

    —Eso está muy bien, pero ya casi es la hora de merendar y sabes que hoy te toca vigilar a los pequeños, Byakuya.

    —Por supuesto, me despido del señor Taisho y voy, directora.

    La mujer asintió y, con una última mirada a Sesshômaru, se puso en camino a las habitaciones de los niños.

    Byakuya suspiró tan pronto como desapareció de su vista.

    —Es una buena mujer, pero la verdad es que no tiene ni idea de la mitad de lo que pasa en este lugar.

    Esa frase le recordó algo. ¿Sabría el chico que había bandas tratando de prostituir a los huérfanos? Sesshômaru supuso que no. Si lo supiera, no vestiría esos kimonos. Llevarlos era como llamar la atención a gritos. Pero, si no lo sabía, quería decir que llevaba poco tiempo allí. Y, vistiendo de esa manera y siendo hermano de quién era, estaba en riesgo de mucho más que solo unos golpes.

    Especialmente si Onigumo Daishi se enteraba de su existencia. Él lo había humillado al rechazar el compromiso con Kagura y Naraku había tenido que ver mucho en el asunto.

    —¿Cuánto tiempo llevas en el Orfanato?

    —Dos semanas —respondió, extrañado.

    ¿Catorce días? Había tenido mucha suerte.

    —¿Y has salido fuera en algún momento?

    —Solo para ir al instituto, en el autobús del Orfanato. A los dos días de llegar algún idiota le robó a la directora unos pendientes de oro y prohibió la salida ese fin de semana, así que hasta hoy nadie ha podido salir más que para las clases.

    Sesshômaru asintió. No había sido una cuestión de suerte, sino una mera coincidencia. Si había algún miembro de las bandas de Onigumo en el centro seguramente en ese mismo momento estaría informando de su existencia.

    Así que no podía dejar a Byakuya allí. Estaba en peligro.

    —Acompáñame —ordenó, caminando tras los pasos de la directora de Shikon.

    —¿Qué pasa? —preguntó el joven, siguiéndole.

    —Te vienes conmigo —explicó secamente—. No puedes quedarte aquí.

    —¿Por qué? ¿Qué ocurre? ¿Por qué me has preguntado si había salido? Esto tiene que ver con mi hermano, ¿verdad?

    El muchacho podía vestir como una chica, pero era tan inteligente como su hermano.

    —Sí —dijo, marcando rápidamente un número en su teléfono móvil y llevándose el aparato al oído—. ¿Naraku? —preguntó cuando le cogieron la llamada—. Me importa una mierda que esté en la ducha, Miroku. Entra y dale el móvil AHORA —exigió y su interlocutor debió notar la tensión en su voz porque no le llevó la contraria y lo escuchó caminar y tocar una puerta. Cuando al fin tuvo a Naraku al aparato este le preguntó al instante por su medio-hermano—. No, no le ha pasado nada a InuYasha, no hace falta que me amenaces. Estoy en el Orfanato Shikon y necesito que vengas aquí enseguida —le dijo y Naraku le respondió contrariado—. Bueno, digamos que tus intereses aquí se llaman Byakuya y que solo un familiar puede sacarlo antes de que Gumo descubra que existe —soltó y sonrió con suficiencia cuando Naraku se quedó sin saber que decir, para luego responder enfadado—. ¿Cuando te he gastado yo una broma, Naraku? ¡Ven aquí ahora mismo! —ordenó por último, antes de colgar exasperado.

    Hacía su tercera buena obra en la vida y encima el idiota se creía que había averiguado sobre la existencia de su hermano y estaba tomándole el pelo. Cuando nunca antes se había molestado en bromear con nadie.

    —Eh... —murmuró Byakuya y Sesshômaru le dio un vistazo, recordando que estaba justo tras él—. Usted y mi hermano... ¿qué son? —preguntó, un poco confuso.

    Sesshômaru lo pensó unos momentos, mientras los dos buscaban a la anciana directora por las habitaciones de los niños.

    No eran amigos. Cualquiera lo podría deducir por su conversación. Tampoco eran solo meros compañeros de clases. Decir una de las dos cosas sería mentir. A Sesshômaru nunca le había importado mentir, pero siempre había sido con un propósito. Engañar a Byakuya no tenía sentido, no serviría para nada.

    ¿Qué decir? ¿Es la persona de la que más cerca me he sentido, pero él se enamoró de mi y, después de que yo le diera la espalda como el Taisho arrogante que debo ser, apenas nos soportamos?

    —Somos veneno y hielo —respondió al final para sí mismo, porque era lo único que tenía sentido.

    —¿Y eso que quiere decir? —preguntó Byakuya, más confuso que antes.

    —Quiere decir que es mi pareja —dijo Sesshômaru finalmente.

    ¿Qué importaba ya? Realmente Naraku era de lo poco que había querido para él, de lo poco que le había costado conseguir y una vez tuvo siguió queriendo más y más.

    Si ya le había dado la espalda a su madre, a las tradiciones y a lo que se suponía que era su deber y obligación, ¿por qué seguir negándoselo?.

    —¿Te molesta? —preguntó, viendo que el chico se había quedado pensativo.

    —No, para nada. Solo estaba pensando que... Bueno, que usted se ve muy serio a pesar de lo joven que es. Y que si alguien como usted esta saliendo con mi hermano, no debe ser tan malo como todos dicen, ¿no?

    Sesshômaru sonrió ligeramente. ¿Naraku, malo? Le daban ganas de reírse. Naraku era la maldad personificada, como él. Cruel, cínico, despiadado. Pero también protegía lo que quería a toda costa y se cuidaba mucho de lástimarlo. Jamás sería veneno para Byakuya, sin importar como actuase con los demás.

    —No —dijo finalmente—. No lo es.

    Continuará...
     
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  7. Kayazarami
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    Capítulo 10. Escaramuza

    —¡Naraku, reduce la velocidad ahora mismo! —gritó Miroku por enésima vez, sin resultado alguno.

    Conducía a más de cien kilómetros por hora en plena ciudad. Los otros coches lo esquivaban a duras penas y allá donde fueran dejaban un rastro de pitos tras su paso. Como se cruzaran con un coche patrulla, iban a tener muchos problemas.

    Aunque Miroku entendía la necesidad de su amigo de llegar lo más pronto posible, eso no quitaba la angustia de saber que el coche era de sus padres y que el conductor no tenía ni siquiera el permiso de circulación.

    —Oh, Dios mío, nos vamos a matar —gimió, escondiendo la cara entre las manos en un gesto de desesperación—. Y si salimos vivos, mis padres me van a matar igual —añadió, seguro de que de alguna forma Naraku ya se las habría apañado para conseguirle por lo menos un par de multas por exceso de velocidad.

    —Deja de berrear, Miroku —gruñó el mayor, pegando un frenazo, seguido de un derrape para tomar una calle lateral menos transitada—. No es la primera vez que hago esto y jamás me han cogido.

    —Eso no me tranquiliza, idiota —aseguró, rezando mentalmente a todos los dioses que conocía—. ¿Quieres ir más despacio? Sesshômaru está con Byakuya, no sé porque te preocupas tanto —dijo, intentando calmarlo.

    Surtió el efecto contrario, el chico aceleró aún más, las manos apretando fuertemente el volante y los ojos violetas fijos en el cristal delantero, esquivando coches y adelantando de mala manera.

    —Precisamente porque están los dos juntos es que no puedo estar tranquilo.

    —¿Tienes miedo de que Sesshômaru le diga o haga algo a Byakuya? —preguntó Miroku, empezando a preocuparse por él. Naraku no podía ser tan paranoico, ¿no? Por muy sobreprotector que fuera.

    —¿Tú estás tonto? —fue su mala respuesta, mientras fundía el claxon a un Peugeot especialmente lento—. ¡Claro que no! Lo que me preocupa es que Gumo tiene a su merced al tipo que lo humilló y al hermano del que se rebeló y tiró por tierra su respetable imagen. No tienes ni idea de lo que les hará si da con ellos.

    Miroku no supo que responder a eso, pero empezó a ponerse nervioso.

    Poco sabía de lo que Naraku había hecho bajo las órdenes de Gumo, excepto que años atrás cuando volvía después de un par de días fuera era incapaz de mirarlos a él o a InuYasha a la cara. Jamás les contó por qué. Ellos tampoco preguntaron. Todo lo que importaba es que estaba de vuelta y que podían reír y hacerle olvidar.

    Siempre había sido demasiado responsable de ellos, demasiado cruel con los demás. Su palabra había sido ley para los demás huérfanos y nadie se atrevió nunca a ponerle un dedo encima a InuYasha, ni a Miroku cuando los visitaba. El precio por esta protección era algo que jamás podrían pagar ni alcanzar a comprender del todo.

    —Hemos llegado —dijo rápidamente Naraku, estacionando a toda prisa y mal el coche en un hueco vació y bajando de un salto. Miroku intentó hacer lo propio, pero su amigo negó con la cabeza y le impidió abrir la puerta, tirándole las llaves dentro del vehículo—. Quédate aquí. No sé con lo que me voy a encontrar y no quiero tenerte en medio. Tenlo todo preparado para cuando salgamos.

    —¿Crees que será necesario? —preguntó, situándose en el asiento del conductor y colocando las llaves en el contacto estúpidamente, ya que no sabía conducir.

    —Mejor prevenir —le respondió Naraku, echando a correr hacia el Orfanato.

    Como había temido, había un grupo justo en la puerta del centro, compuesto por cuatro chicos y una chica joven, de unos veinte años, que tenía una expresión severa en el rostro y los ojos negros fijos en las viejas rejas. En su interior, simplemente deseó que no hubiera más de ellos dentro de las instalaciones.

    Dejó de correr (eral del todo inútil) y simplemente empezó a caminar. A menos de tres metros, ya todos tenían la vista clavada en él. La chica dio un paso adelante.

    —Cuanto tiempo, Kura —saludó fríamente, sin que su estoica expresión cambiará en absoluto.

    —No puedo decir que me alegre de verte, Yôik —dijo, atento a como los cuatro chicos la rodeaban por detrás en posición. Reconoció solo a dos de ellos: Tsuko y Ruma, el resto debían haberse unido a las filas de Gumo durante su prolongada ausencia.

    Poco a poco, los seis fueros retrocediendo hasta el callejón cercado al Orfanato Shikôn, mientras hablaban.

    —Yo tampoco —aseguró la chica—. Me han dicho que ahora eres un niño rico.

    Naraku negó con la cabeza, sin dejar de mirar a los chicos, que se llevaron las manos a la espalda, seguramente para sacar las navajas que él sabía escondían entre la espalda y el pantalón. No le preocupaban demasiado, a pesar de ir desarmado. Había aprendido tiempo atrás a ganar peleas en peores circunstancias y jamás dejó de entrenarse pese a su nueva vida universitaria.

    —Te han informado mal —le dedicó una pequeña sonrisa siniestra, notando como su espalda tocaba la pared de ladrillos que bloqueaba la salida del callejón—. Aunque supongo que eso no cambia tus ordenes, ¿no?

    —Lamentablemente, no —comentó, sin una gota de pesar en su voz—. A por él, chicos.

    El primero que llegó hasta él fue Ruma, que no se anduvo con tonterías y fue directamente a intentar clavarle el puñal en el pecho y solo consiguió que frenara el brazo con el suyo y le hundiera la rodilla a la altura del estómago, en un golpe certero que lo dejó sin posibilidad de esquivar la segunda patada contra su cabeza. Fue a parar al suelo, inconsciente.

    Naraku sabía muy bien donde golpear.

    El segundo chico no tuvo mejor suerte. Esta vez pateó la navaja antes de que se acercará a él y recibió un puñetazo en la cara a cambio. Se dejó caer al suelo del impacto, pero no se detuvo, rodó para golpearle la pierna con el pie y hacer que perdiera el equilibrio. Una vez cayó, también recibió una patada en la cabeza.

    Le siguió Tsuko, al que ni siquiera intentó quitarle la navaja, pues sabía que era demasiado diestro y que, en lugar de intentar apuñalarle, se limitaría a lanzar rápidos cortes para ir debilitandolo. Obtuvo dos cortes en los brazos no demasiado profundos (lo cual le hizo comprender que su contrincante no pretendía ganarle) y, al tercero, consiguió quitarle el pequeño puñal y lanzarlo a un lado. Tsuko le sonrió ligeramente y le guiñó un ojo, aprovechando que estaba de espaldas a Yôik y que esta no podía ver su expresión.

    Naraku, inmutable, le dio una patada en el pecho, con menos fuerza de la que debería y, cuando se inclinó por el golpe, le cogió la cabeza y le golpeó con la suya propia en un movimiento veloz pero sin hacerle daño real. El chico cayó al suelo de rodillas, sosteniéndose la cabeza, justo cuando el cuarto miembro se lanzaba contra Naraku y le tiraba la navaja desde lejos.

    La esquivó por los pelos y reprimió a duras penas una sonrisa cuando Tsuko colocó como sin querer la pierna de forma que, al ir a por él, el chico tropezó.

    Terminó la pelea cogiéndole la cabeza y golpeándola contra el suelo y después se incorporó.

    Como había esperado, Yôik ya no estaba presente.

    Ella jamás luchaba cuerpo a cuerpo, pues estaba en desventaja física con cualquier hombre, pero era una excelente líder y aún mejor arquera en las incursiones nocturnas.

    Asegurándose de que sus tres rivales aún no había recuperado la consciencia, le tendió la mano a Tsuko, que la tomó y se levantó.

    —Había esperado que estuvieras desentrenado —comentó, llevándose la mano al pecho, en donde había recibido el único golpe real—. Pero sigues igual que siempre. ¿No se supone que ahora eres un pijo universitario?

    —Agradece que no te he dado con todas mis fuerzas, idiota —dijo, con el rostro serio—. ¿Hay más?

    —No, pero deben estar al llegar. Gumo se ha puesto como loco cuando le han dicho que tu hermano estaba en el Orfanato. Si me hubieras avisado de que tenías un hermano, te habría advertido antes, ¿sabes?

    —Se supone que vivía en Okinawa, no sé como demonios ha llegado aquí —respondió, molesto, acercándose a él y metiendole la mano en el bolsillo del pantalón, para cogerle el móvil y teclear algo en el—. Necesito que me hagas un favor. Quédate en el callejón y llámame al móvil si aparecen más antes de que salgamos.

    —Está bien. Supongo que esto salda mi deuda contigo —dijo, cogiendo el teléfono de vuelta—. Suerte, Naraku.

    —Nos vemos, Bankotsu —se despidió, antes de correr de vuelta al Orfanato.

    Afortunadamente, no se encontró con nadie ni en la entrada ni en el interior. Entró en el pasillo izquierdo esquivando algunos niños que iban camino al comedor y que se lo quedaron mirando con miedo. Eran demasiado pequeños para saber quién era, pero no debía inspirar mucha confianza con las mangas de la camisa cortadas (menos mal que era negra y la sangre apenas se notaba) y lo que fuera que el puñetazo le había hecho en la cara (la sentía arder).

    Ignoró a los críos y siguió hasta dar con la puerta del despacho de la directora de Shikon. Iba a entrar, cuando la puerta se abrió y Sesshômaru salió, como si hubiera intuido su sola presencia, y cerró tras él.

    —Te he visto entrar por la ventana —dijo secamente, acercándose y tirando de su brazo herido para ver más de cerca las cuchilladas—. Estás hecho un asco —sentenció, dejando caer el brazo y rebuscando algo en los bolsillos de la chaqueta de su habitual traje formal.

    —Gracias por señalar lo obvio —respondió con sarcasmo—. ¿Donde está Byakuya? —quiso saber.

    —Dentro, con la directora —informó, sacando un perfecto pañuelo de seda blanco de la chaqueta y rasgándolo en dos largos pedazos—. Extiende el brazo —ordenó y Naraku obedeció automáticamente, subiéndose las rotas mangas de la camisa y dejando los cortes al descubierto—. No creo que quieras que la primera vez que te vea sea en este estado —comenzó a vendarle—. Deberías haber evitado el golpe en la cara, tienes el labio inferior partido.

    —Era eso o una puñalada —gruñó—. Me hubiera gustado verte a ti en mi lugar.

    —No lo dudo —murmuró el de ojos dorados, ajustando la improvisada venda y anudándola con fuerza, para después colocar las mangas—. ¿Cuál es la situación?

    —Había cinco en la puerta y no creo que tarden en llegar más, la líder escapó y habrá informado de mi llegada —explicó, pensando que Gumo debía estar en éxtasis y ni siquiera sabía que Sesshômaru también estaba allí—. Tengo a alguien que me debe un favor vigilando desde el callejón, nos avisará si llega alguien, pero tenemos que salir de aquí cuanto antes. ¿Me puedo llevar a Byakuya sin más?

    —No. Debe demostrarse mediante un análisis de sangre que sois parientes, ya que no tenéis los mismos apellidos —había revisado la documentación del chico y había descubierto que, aunque Byakuya se presentaba como Namida, seguía apellidándose Hishimoto—. Es un procedimiento que puede tardar meses.

    Naraku lo miró fijamente.

    —Me lo voy a llevar de todas formas.

    Sesshômaru asintió, sin dar muestras de sorpresa o de ir a contradecirlo. Entonces sonó el móvil de Naraku y este lo miró. Número desconocido, por lo tanto debía ser Bankotsu. Cogió la llamada.

    —¿Cuántos? —fue lo primero que preguntó.

    —Dos grupos en la entrada principal, uno liderado por Yôik (que viene con arco, por cierto) y otro por el otro Ruma, Jûromaru. Imagino que no le ha hecho mucha gracia que le hayas dado una paliza a su hermano —añadió, algo divertido—. En total, una docena.

    —¿Hay alguien en la salida trasera?

    —Kura, no hay salida trasera del Orfanato, ¿por qué iba a haber alguien allí?

    Naraku sonrió contra el aparato. Sesshômaru alzó una ceja ante el gesto, interrogante.

    —Perfecto. Márchate a casa y ni se te ocurra aparecer otra vez por la fábrica, ¿vale?

    —¿Y de qué se supone que voy a vivir si dejo la banda? —gruñó molesto Bankotsu por la línea telefónica, ante su prohibición de ir a su lugar de reunión.

    —Ya te llamaré cuando esto acabe, solo obedece, ¿entendido? —exigió—. O me pongo en contacto con Jakotsu. Estoy seguro de que no le has dicho que sigues trabajando para Gumo.

    —Bastardo —maldijo Bankotsu, antes de colgar.

    Si las circunstancias hubieran sido otras, Naraku se habría reído con ganas. Pero, con el panorama actual, se limitó a guardase el móvil en el bolsillo y sonreír maliciosamente. Sesshômaru no le dio mayor importancia, tan solo le hizo una pregunta:

    —¿Cómo salimos de aquí?



    En el coche, Miroku estaba conteniendo a duras penas las ganas de morderse las uñas. No le gustaba quedarse atrás, sin hacer nada, mientras Naraku se jugaba (como siempre) la piel por alguien que le importaba.

    Había sido Naraku el que acompañó a InuYasha en sus dos cortos meses en Estados Unidos, mientras este huía de sus sentimientos. Entendía porque su amigo no le había permitido acompañarle, ya que, a diferencia de ellos, Miroku tenía un padre y una madre que se preocupaban por él, pero aún y así le dolía.

    Le había dolido siempre no poder hacer más por sus seres queridos. No pudo sacarlos del Orfanato (a pesar de que sus padres lo intentaron) debido al historial delictivo de Naraku y el mental de InuYasha. Ni siquiera le permitían consolarlos como era debido cuando sufrían un batacazo amoroso.

    Se limitaba a observar y a intervenir cuando lo creía oportuno, inevitable.

    Y allí estaba él, encerrado en el coche de sus padres, a la espera de los acontecimientos, como siempre.

    Sintió una vibración en el bolsillo y sacó el móvil a toda velocidad, temiendo que fuese un mensaje de socorro de Naraku.

    Pero no, era InuYasha.

    Tengo algo que contarte.

    Pues no era el único que tenía cosas que contar, pensó Miroku, mientras tecleaba una respuesta interrogante, preguntándole que había pasado.

    No tardó mucho en recibir respuesta.

    Sesshômaru me ha tendido una trampa y, de alguna manera, creo que he tenido una cita con Kôga.

    Miroku parpadeó. ¿Cómo se podía tener una cita "de alguna manera"? ¿Y que era eso de una trampa? Hizo esas preguntar por mensaje y esperó una contestación que esta vez llegó unos minutos después.

    Hemos ido a hacer una donación a Shikon y Kôga ha aparecido. Me ha besado y luego hemos ido a tomar un helado (¿un poco ridículo, no?), pero justo lo acaban de llamar de su casa y ha tenido que marcharse.

    El chico se rio con ganas. Pobre InuYasha, su primera cita con Kôga y se la fastidiaban... Que mala suerte tenía. Desde luego tenía muchas cosas que contarle cuando se vieran, porque no se estaba explicando. ¿Qué era eso de una donación?

    Un momento.

    Si había ido con Sesshômaru al Orfanato y luego Kôga se había marchado, ¿donde estaba ahora...?

    Tecleó un mensaje a toda prisa. Recibió la respuesta enseguida.

    Pues camino a Shikôn, pensaba pasarme a ver a los niños, ¿por?

    Sin poder evitarlo, Miroku empezó a reír, esta vez histéricamente. InuYasha estaba camino al Orfanato... Cogió el móvil, marcó su número y esperó que le cogiera la llamada.

    Porque de ninguna maldita manera podía dejar que fuera a la puerta.

    Continuará...

    Edited by Kayazarami - 1/8/2014, 00:51
     
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  8. Sandra Raquel Valenzuela Muñoz
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    Omg esto ya se volvió de acción >w<

    Seguiré tu historia hasta que la termines, aunque dures años, no importa.
    Es demasiado genial como para dejarla a medias ;w;
     
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  9. Kayazarami
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    Capítulo 11. Fuga

    Naraku entró al despacho de la directora del Orfanato Shikon con una expresión resuelta en el rostro y seguido de Sesshômaru, quién hacía gala de su habitual seriedad.

    Lo primero que vio fue a la anciana Kaede detrás de su escritorio, pero sus ojos se desviaron inmediatamente al chico que estaba sentado frente al mismo.

    —¿Byakuya? —llamó y el joven se dio la vuelta y lo miró por primera vez.

    No era como recordaba, aunque tampoco lo había esperado. Ahora el niño de tres años se había convertido en un adolescente de dieciséis que...tenía un aspecto definitivamente femenino, con un kimono violeta con un estampado rosa y que llevaba el cabello recogido en una cola con un pasador en forma de sakura.

    —¿Naraku? —preguntó el chico, mirándolo de hito en hito—. ¿Tú eres mi hermano?

    —Sí —respondió, sin saber exactamente que decir. ¿Hasta donde podía contarle? ¿Qué le habría explicado su madre sobre él y su padre? ¿Temería que, con el tiempo, se hubiera convertido en lo mismo que su progenitor, de saber su historia?

    —Yo... —Byakuya tragó saliva y luego dio un paso hacia él, tendiéndole la mano—. Me alegro mucho de conocerte por fin —dijo, mirándolo con incertidumbre con sus ojos azules y oscuros—. Llevo mucho tiempo buscándote.

    Con toda una vida cuidando de otros, Naraku se percató enseguida del ligero temblor que recorría a su hermano pequeño, del miedo al rechazo en su mirada, a no ser lo que él esperaba, de la misma forma que Byakuya no cumplía con la imagen que había guardado de él en su memoria.

    Le cogió la mano y tiró de él, acercándolo.

    —Estoy aquí —aseguró, mirándolo fijamente—. Ya no tienes que preocuparte por nada.

    El chico se lo quedó mirando unos segundos, sorprendido. Luego, agachó la cabeza y su cuerpo se relajó. Después de unos minutos, volvió a mirarle.

    —Hay muchas cosas de las que quiero hablar contigo.

    —Lo sé, pero tendrás que esperar un poco, ¿vale? —pidió y miró a la directora—. Tenemos que salir de aquí cuanto antes.

    La anciana mujer, que había permanecido en silencio hasta entonces, negó con la cabeza y lo miró seriamente.

    —Tú puedes ir donde quieras, Naraku, pero Byakuya es menor de edad y está a cargo del estado. Hasta que no certifiques de forma concluyente que realmente eres su pariente, deberá permanecer en Shikon.

    —No puede quedarse aquí, directora —dijo, tratando de hacerla entrar en razón, a pesar de que esa mujer y él jamás se habían entendido—. Usted no tiene ni idea de como funciona este Orfanato. Hay alguien tras nosotros en estos mismos momentos. Y cada minuto que pierdo hablando con usted es un minuto de ventaja para ellos, así que, con o sin su permiso, Byakuya se viene conmigo.

    —Informaré a la policía de esto, Naraku.

    El mencionado sonrió ante su amenaza. Iba a responder lo que pensaba de las fuerzas de la ley, pero Sesshômaru dio un par de pasos al frente, quedando justo ante el escritorio y haciéndole un gesto para que le dejara hablar.

    —Sabe quién soy y no conseguirá nada con eso, más que meterse en problemas —informó, apáticamente—. Como le estaba diciendo antes, le recomiendo que nos autorice a llevarnos al chico temporalmente como prueba de un posible proceso de adopción. Sé que siempre tienen esa documentación lista y que solo haría falta firmar.

    —¡Eso no es posible, señor Taisho! —exclamó la mujer indignada, pero, ante la penetrante y helada mirada que recibió su grito, moderó su tono antes de continuar—. Cualquier posible candidato ha de garantizar que es adecuado mediante una serie de procedimientos y...

    Naraku se cansó. Entendía lo que Sesshômaru trataba de hacer, pero estaban perdiendo demasiado tiempo. Seguramente los miembros de la banda de Gumo que aún vivieran en el Orfanato ya estarían buscándolos.

    —Déjate de estupideces, vieja —dijo finalmente, con la voz cargada de veneno—. ¿Ahora vas a preocuparte por los huérfanos a tu cargo? No me hagas reír —pero no reía, tenía el rostro completamente serio y apenas notó que Byakuya lo miraba detenidamente (quizás alarmado por su tono)—. ¿Sabes la cantidad de críos de este centro que terminan prostituyéndose? ¿Sabes todo lo que hay que hacer para mantener a salvo a uno solo de ellos? ¡No! ¡No tienes ni idea porque no ves más allá de tus narices, así que saca el maldito papel para que lo firmemos antes de que nos encuentren y tu mundo perfecto se venga abajo!

    —¡Namida, como te atreves...!

    —¡Me atrevo porque lo he estado viendo desde que llegué a este maldito lugar con ocho años, porque a los doce entré en una de las bandas que controlan la prostitución, y no salí de ella hasta los veinte! ¡Y no precisamente gracias a ti! —gritó, perdiendo los papeles.

    La mujer se lo quedó viendo como si fuera un horrible monstruo salido del infierno.

    Sesshômaru, que había seguido la conversación, decidió que así no iban a ninguna parte, así que se dirigió de nuevo a la directora, esta vez empleando un tono que no daba lugar a réplicas.

    —Mire, tiene dos opciones: permitirnos sacarlo de aquí legalmente o hacer que nos lo llevemos de forma ilegal. Tenga en cuenta que, si escoge la segunda opción, a parte de retirar la donación, me aseguraré personalmente de que pierda su puesto como directora. Créame, tengo el dinero y poder necesarios —finalizó, mientras Naraku cruzaba un par de miradas con él—. Piénselo. Byakuya vendrá con nosotros de todos modos, la única que puede salir perjudicada es usted.

    Cinco minutos después, los tres abandonaban el despacho rumbo a la zona trasera del edificio, tras firmar Naraku los papeles como candidato a una adopción. Caminaban con precaución, pendientes de todo posible movimiento. Los dos mayores iban delante, con el adolescente tras ellos, que los miraba un tanto desconcertado.

    —¿Realmente podría haberla dejado sin trabajo, señor Taisho?

    —Llámame Sesshômaru —dijo, pensando en que de todas formas tarde o temprano tendría que llamarlo por su nombre—. Y sí, podría haberlo hecho.

    —¿Es usted... bueno, eres parte de alguna banda, como mi hermano?

    Sesshômaru se quedó estático ante la pregunta. Se dio la vuelta para mirar al chico, mientras Naraku se reía por lo bajo a su lado.

    —¿Acaso parezco un matón? —siseó, mirándolo fijamente y haciendo que tragara saliva.

    —N-no, pero... Yo...

    —Ay, Byakuya, ¿en que mundo vives? —dijo Naraku cuando terminó de reír, observándolo con algo de afecto y malicia—. Acabas de confundir a un niño rico con un vulgar delincuente callejero.

    —No era mi intención —dijo, apenado.

    —No importa —le respondió Sesshômaru, retomando el camino y fulminando a Naraku con la mirada.

    —Lo lamento si yo...

    —Byakuya, no es necesario que te disculpes —aseguró su hermano—. No somos el tipo de persona que se ofende con facilidad, ¿vale?

    —Vale —no sonaba del todo convencido, pero es que estaba muy confundido.

    Es decir, ¿su hermano y ese hombre tan serio eran pareja? No lo parecía, pero el propio Sesshômaru se lo había dicho, así que todo debía reducirse a que no eran muy afectuosos, ¿no? Al fin y al cabo eran dos hombres. Y, por lo que había oído de Naraku, este tenía muy mala fama y era bastante cruel, pese a no haber dado todavía muestras de ello con él. Los chicos del Orfanato que no se habían vengado pegándole habían estado aterrorizados por su presencia.

    Como sus pensamientos solo lo estaban confundiendo más, decidió que ya se lo plantearía después y se limitó a seguirlos.

    Por su parte, Naraku cogió el móvil de su bolsillo y marcó el número de Miroku. Ya les quedaba muy poco para llegar a las ventanas traseras del edificio y necesitaba que su amigo hiciera algo que no estaba muy seguro de que pudiera hacer.

    —Miroku, necesito que lleves el coche a donde te diga —fue lo primero que dijo, cuando le cogió la llamada.

    —¿Qué? ¡Naraku, no tengo el carné de conducir! —se quejó el chico.

    —No me importa, es una cuestión de vida o muerte y..

    —¡Feh, dame eso! —dijo una voz que no era la de Miroku y Naraku se sobresaltó—. ¿Naraku? ¿A donde quieres que lleve el coche?

    —¡¿InuYasha?! —gritó, sin poder evitarlo, haciendo que Sesshômaru clavara sus ojos dorados en él con intensidad—. ¡¿Qué demonios haces ahí?!

    —¡¿No decías que era una situación de vida o muerte?! ¡Ya hablaremos después, dime donde carajo quieres que lleve el coche!

    —¡Pero si tú tampoco sabes conducir!

    —¡Algo sé!

    —¡No puedes...!

    —¡Naraku, no seas absurdo, que Miroku sabe menos que yo y aún y así ibas a arriesgarte! —gritó InuYasha, tan alto que tanto Sesshômaru como Byakuya lo escucharon—. ¡¿Donde llevo el maldito coche?!

    Ignorando a duras penas el impulso de gritarle que a la otra punta del mundo, Naraku inspiró y respondió con un tono monocorde.

    —Llévalo a la parte trasera del edificio —indició—. Supongo que imaginas lo que vamos a hacer. Y ten mucho cuidado, hay dos grupos en la puerta que...

    —Sí, sí, ya los he visto. La loca del arco y el idiota de la cadena —Naraku lo escuchó bufar a través del teléfono—. ¿No podías juntarte con gente más normal?

    —InuYasha, déjate de tonterías —advirtió, sin seguirle la broma—. Esto es serio, así que ten cuidado, ¿vale?

    —No te preocupes. No pienso hacer ninguna locura. Os espero fuera en cinco minutos —dijo, antes de colgar. Naraku se guardó el aparato y siguió caminando como si nada, pero Sesshômaru tenía los ojos clavados en él.

    —¿Qué hace InuYasha aquí?

    —No tengo ni idea, pero es lo primero que pienso averiguar en cuanto salgamos de aquí —aseguró.

    Sesshômaru asintió. Su compañero de universidad notó que, de repente, estaba mucho más tenso. Y antes de la llamada estaba normalmente indiferente, así que eso solo podía significar que la inclusión de su medio-hermano en aquel embrollo no le había hecho ninguna gracia.

    Continuaron andando un poco más, hasta llegar a las ventanas del primero piso de la parte trasera. Rápidamente, Naraku se acercó a una ventana en concreto.

    —Perfecto —murmuró.

    Byakuya, que no entendía porque habían ido hasta allí si no había salida (aunque en realidad ni siquiera entendía de que estaban huyendo exactamente), se acercó también, asomando la cabeza por la ventana para mirar al exterior, justo cuando se escucharon un par de pitidos fuertes y un Audi apareció a toda velocidad por la carretera, haciendo que algunos de los coches que iban por delante tuvieran que apartarse yendo a los lados.

    —Y luego soy yo el que no sabe conducir —gruñó Sesshômaru tras Byakuya, mirando con desagrado la loca carrera del coche.

    —Le enseñé yo —comentó Naraku, que sonreía un poco, mientras el veloz coche azul aparcaba temerariamente y de cualquier manera justo delante del edificio y el conductor comenzaba a tocar el claxon una vez tras otra. Naraku hizo un ruido ahogado, como de sufrimiento—. Olvidé enseñarle a ser discreto.

    —Habrías gastado saliva inútilmente —comentó Sesshômaru, cuya expresión se volvía más oscura por momentos—. Tenemos que bajar ya. Está armando tal escándalo que cualquiera vendrá a ver que pasa de un momento a otro —afirmó, murmurando por lo bajo algo que a Byakuya le sonó como a "bastardo idiota".

    —Bien. Byakuya, tú conmigo —dijo Naraku, colocándose frente a él y subiéndose al borde de la ventana.

    —¿Qué? ¡Vamos a matarnos!

    —No seas tonto y mira lo que hay abajo —exigió su hermano y Byakuya obedeció.

    Varios metros bajo ellos había una serie de contenedores rodeados de bolsas de basura. Además, al estar en el primer piso, incluso si fallaban el salto y caían mal, como mucho se romperían uno o dos huesos.

    —¿Listo? —preguntó Naraku, teniéndole la mano.

    Suspirando, el joven la tomó y se subió con él al alfeizar, inspirando un montón de aire para darse un valor que no tenía. Su hermano le rodeó la cintura con un brazo y, sin previo aviso, saltó, impulsándolo con él.

    Byakuya no pudo evitar gritar durante la breve caída, en la que sus huesos fueron a dar contra la pila de bolsas de basura, relativamente blandas, pero que se rompieron al caerles encima, recubriéndolo de restos de comida.

    —Puajjs —murmuró, asqueado, levantando la vista para ver a Naraku cerca de él. También había caído bien y también estaba bañado en desperdicios, con una piel de plátano podrida adornando su largo cabello rizado.

    El mayor se levantó en cuanto pudo, acercándose a él para ayudarlo a incorporarse a su vez y, cuando se aseguró de que estaba entero, lo empujó en dirección al automóvil.

    —Sube al coche, yo esperaré a Sesshômaru.

    Byakuya asintió y corrió hacía el Audi.

    Naraku se quedó observando la ventana por la que debería saltar Sesshômaru, ligeramente preocupado porque no lo veía, hasta que de repente, este saltó sin miramientos en una trayectoria irregular, cayendo también sobre las bolsas, pero rebotando hacia el suelo y dándose un buen golpe.

    —¡Sesshômaru! —llamó Naraku, acercándose a toda prisa a él.

    —Han llegado apenas habéis saltado —murmuró el susodicho, levantándose de forma inestable pero decidida—. No pegan nada mal, para ser solo un puñado de huérfanos —comentó.

    —Idiota —fue todo lo que respondió Naraku, contento de que no se hubiera partido la cabeza, antes de que los dos echaran a correr al coche, en donde InuYasha y Miroku se habían colocado en los asientos traseros con Byakuya, al que observaban con interés.

    Sesshômaru se subió por el lado del conductor y Naraku se colocó en asiento del co-piloto, cerrando la puerta al mismo tiempo que el de cabellos plateados arrancaba el coche y lo hacia salir a toda velocidad.

    Inquieto, Naraku se dio la vuelta para comprobar que los tres chicos estaban bien y los encontró mirando a Byakuya como si fuera de otro planeta. Supuso que por su vestuario.

    Miroku fue el primero en apartar los ojos y clavarlos en él.

    —¿De verdad sois hermanos? —quiso saber, un tanto estupefacto.

    —¿Que pretendes decir con eso, Miroku? —preguntó, mosqueado.

    —¡Míralo, parece un chico encantador! ¡¿Cómo es posible que la genética reparta de forma tan desigual ciertas cualidades?

    Naraku bufó (preguntándose como demonios podía Miroku bromear en un momento así) y se concentró en la carretera. No las tenía todas consigo, ya que InuYasha había hecho demasiado ruido y además sus perseguidores sabían por donde habían huido.

    Cuando dos coches aparecieron de una carretera adyacente, acelerando hasta casi alcanzarlos, supo que su presentimiento había sido correcto.

    Entonces empezaron a dispararles.

    Continuará...
     
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  10. Sandra Raquel Valenzuela Muñoz
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    Eres cruel ;w; lo dejas en la mejor parte TwT
    alsdkjlaskjdlkasd
     
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  11. Kayazarami
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    12. Caminos

    Exhausto, InuYasha se dejó caer de espaldas sobre su enorme cama, sintiendo como todo su magullado cuerpo se relajaba instantáneamente apenas entró en contacto con las suaves sábanas. Casi al momento, Miroku se tumbó también a su lado, agotado.

    Sesshômaru estaba allí, pero se mantenía de pie, cerca de la puerta de entrada, mirándolos impasible, como si no acabaran de tener la carrera automovilística de sus vidas, con tiroteo incluido.

    Naraku obligó a Byakuya a sentarse en la mesa con tres sillas que había en una esquina y que InuYasha solo utilizaba para las visitas de sus amigos.

    —¿Estás bien? —preguntó, analizándolo de arriba a abajo.

    —Sí, no pasa nada —dijo Byakuya, sacando fuerzas de la flaqueza y sonriendo un poco—. Ni siquiera me he cortado con los cristales.

    Naraku asintió, más tranquilo. Uno de los disparos había roto en mil pedazos el cristal trasero del coche, haciendo que una lluvia de brillantes fragmentos cayera sobre los tres chicos. Ante los gritos, Sesshômaru había acelerado, imponiendo una velocidad suicida con la que había logrado despistar a sus perseguidores en diez minutos, pero que había hecho que su llegada hasta la Mansión Taisho se pudiera considerar un milagro.

    —Mis padres van a matarme —murmuró Miroku, cubriéndose los ojos con un brazo. El Audi de su familia había quedado para chatarra, con varios agujeros de bala y el cristal trasero hecho añicos.

    —Agradece que estás vivo, idiota —respondió InuYasha mirándolo, con una ligera sonrisa en los labios, pero sintiéndose extrañamente mareado, quizás por todo lo sucedido.

    Sesshômaru, que había estado observándolos a prudente distancia, de repente se acercó en tres rápidos pasos, haciendo que Naraku desviara la vista hacía allí.

    —Incorpórate —ordenó, colocándose delante de su medio hermano, que instantáneamente se puso en pie, para darse cuenta de que el mareo persistía.

    —¿Qué pasa? —preguntó, mirándolo confundido.

    Los fríos ojos de Sesshômaru brillaron un momento, antes de girarle el rostro con la mano para ver un punto concreto de su cuello.

    —Mierda —soltó Naraku, levantándose a toda prisa de la silla, que cayó al suelo con estrépito, acercándose a los hermanos.

    —¿Qué pasa? —preguntó de nuevo, un poco alarmado.

    —Quédate quieto, ¿entendido? Y no hables —volvió a mandar el mayor y luego miró a Naraku—. Necesito el botiquín del baño —el chico asintió y corrió al servicio, mientras Miroku se levantaba asustado para ver que demonios pasaba con su amigo.

    Ver un trozo de vidrio alargado clavado en el cuello de InuYasha, al que Sesshômaru mantenía inmovilizado para que no hiciera movimiento alguno, casi hizo que entrara en pánico. Naraku regresó rápidamente y lo apartó, lanzandole una mirada de advertencia que interpretó como "si pierdes los nervios, te mato", mientras abría el botiquín a toda prisa.

    Miroku retrocedió y se acercó hasta donde estaba Byakuya, que parecía asustado.

    —¿Qué tiene? —susurró el joven.

    —Un cristal —respondió, susurrando también—. Pero no te preocupes, ellos saben lo que hacen.

    Y era cierto. Se obligó a recordar que Naraku se había cosido heridas sin ayuda de nadie cuando lo herían en alguna pelea de la banda.

    InuYasha trató de mantenerse quieto, ignorando el nudo que se estaba formando en su estómago y que parecía avisarle de un ataque de ansiedad, mientras su supuestamente odiado hermano le impedía moverse y Naraku organizaba rápidamente algunas vendas. Lo vio colocar sobre la cama un desinfectante, hilo y aguja.

    —Yo coseré —advirtió a Sesshômaru, quién asintió y colocó su mano libre en el cristal, mientras el de cabello negro impregnaba algunas vendas de desinfectante.

    —Trata de no moverte —fue todo el aviso que le dio Sesshômaru, ante de tirar del vidrio y hacerle sentir como si le partieran el cuello, obligándolo a morderse el labio para no emitir sonido que pudiera forzar la garganta. En unos segundos, Naraku estuvo apretando la herida sangrante con vendas, haciendo que la piel le ardiera a causa del desinfectante.

    Perdió al noción del tiempo, mientras sentía la presión de la venda impedir que la sangre saliera y a Sesshômaru colocándose tras él e inmovilizándolo. Cuando Naraku lo creyó conveniente, apartó la venda y se acercó con aguja e hilo.

    InuYasha tembló, pero no dijo ni una sola palabra. Sesshômaru le cubrió la boca con una mano. Y ni siquiera la apartó cuando él empezó a morderle a causa del dolor.

    Byakuya miró a su hermano mayor sellando poco a poco la herida, con el pulso firme y la mirada decidida. Si lo que su madre le había contado era cierto, Naraku llevaba curando heridas físicas de los demás prácticamente toda su vida. A pesar de la persecución, las bandas y todo lo malo que le habían contado en el Orfanato de él, estaba seguro de que era una buena persona. Solo había que verlo en ese momento para saberlo.

    Cuando Naraku dejó la aguja a un lado y terminó de vendarle el cuello, Sesshômaru dejó de sostener a InuYasha, de forma que este cayó a la cama. Se dirigió a una de las mesitas, sacando una caja de pastillas y cogiendo dos. Se las hizo tragar al instante, sin darle opción a protestar.

    —Duerme —ordenó, mientras Naraku movía su cuerpo posicionandolo con la cabeza en la almohada.

    InuYasha cerró los ojos, agotado, y se quedó dormido.

    Una vez finalizó todo, Sesshômaru y Naraku se quedaron mirando el uno al otro.

    No era la primera vez que se compenetraban en algo, puesto que habían realizado casi todos los trabajos universitarios juntos durante tres años, pero había algo extraño en aquella ocasión, porque ambos habían formado equipo para ayudar a InuYasha, que había sido siempre motivo de discordia entre ellos.

    —No te es indiferente, ¿verdad? —preguntó Naraku, en un tono que dejaba claro que esperaba una respuesta.

    —No —respondió, secamente, sin perder el contacto visual.

    —Me alegro —fue todo lo que dijo, antes de dirigirse hacía Byakuya y Miroku, que los miraban sumamente interesados. El primero, porque no acababa de comprender que clase de relación sentimental tan apática tenía su hermano, el segundo sonriendo con socarronería—. ¿Nos vamos?

    —¿Cómo? —preguntó Miroku, mirándolo mal, recordando que su coche estaba destrozado.

    —No saben que hemos venido hasta aquí, así que usaremos el transporte público —respondió Naraku, cansado—. Te acompañaremos hasta tu casa y luego me iré con Byakuya a mi piso.

    —¿Y no podría el gentil hermano de InuYasha llevarnos? —tentó Miroku.

    Sesshômaru frunció el ceño ante su sugerencia. Naraku lo miró como si se hubiera vuelto loco y Byakuya puso cara de miedo.

    —A mi me gusta el autobús —murmuró, poco dispuesto a volver a subirse a un coche conducido por el mayor de los Taisho.

    Miroku asintió, comprensivo. Naraku sonrió con malicia. Sesshômaru directamente los ignoró y cogió una silla, arrastrándola hasta un lado de la cama de su medio-hermano y sentándose, para luego sacar el móvil del bolsillo y teclear en el como si no estuvieran presentes.




    —No es muy comunicativo, ¿verdad? —fue lo primero que dijo Byakuya, una vez salieron por la puerta del servicio de la Mansión Taisho, ya lejos de Sesshômaru, camino a la parada de autobús.

    —No —confirmó Naraku, que parecía cansado y sin ganas de charla.

    —Es más frío que el hielo —corroboró Miroku, sonriendole un poco—. Y muy complicado de entender. Durante años trató a InuYasha como si fuera basura y resulta que, en el fondo, estaba tratando de protegerlo de si mismo al hacerlo, ¿sabes?

    Byakuya parpadeó, confundido.

    —No lo entiendo.

    —Ni falta que hace —dijo Naraku.

    El más joven se lo quedó mirando, extrañado. Habían llegado a la parada y estaban esperando el autobús. Miroku se sentó en el pequeño banco.

    —¿No hace falta? —preguntó Byakuya—. Pero es importante que al menos entienda como es Sesshômaru, ¿no? Ya que él es tu pareja.

    A Naraku se le fue el cansancio de golpe. Se quedó mirándolo sorprendido. Abrió la boca intentando decir algo, pero la cerró de nuevo al instante. Miroku también esta observándolo con los ojos abiertos, planteándose si el chico era demasiado intuitivo o muy inocente al hacer esa afirmación.

    —¿Qué te ha hecho pensar...? —empezó Naraku cuando se encontró la voz, pero el menor lo interrumpió antes de que acabara.

    —Me lo dijo Sesshômaru, así que no hace falta que disimules. No me importa que seas gay —aseguró, sonriendole a su hermano, como dándole ánimos para ser más abierto con él.

    Miroku estalló en carcajadas ante la seguridad del joven. Oh, Dios, aquello era lo más divertido que le había pasado en meses. ¡Byakuya informándole a Naraku de que estaba manteniendo una relación con el hermano de InuYasha!

    Naraku todavía parecía más sorprendido que antes.

    —¿Sesshômaru te dijo...? —hizo una pausa, reorganizando sus pensamientos, antes de preguntar de nuevo—. ¿Qué te dijo exactamente?

    —Bueno, primero me dijo que erais veneno y helio, o algo así. Y luego me confirmó que estabais saliendo juntos.

    —Byakuya —llamó Naraku, cogiéndole de los hombros—. ¿Recuerdas las palabras exactas?

    —Eh.. Si... —masculló, un poco asustado—. Dijo "él es mi pareja".

    Naraku se quedó mudo, sin saber que decir. Miroku, que había conseguido controlar su ataque de risa, se acercó a ellos. El menor de edad estaba confundido por la reacción de su hermano.

    —No te preocupes, se le pasará enseguida. Solo está sorprendido —aseguró.

    —Pero, ¿por qué?

    —Supongo que hubiera preferido decírtelo él —respondió, sonriendo, mientras le hacía una señal al conductor del autobús para que se detuviese.

    —¿Naraku? —el mencionado lo miró—. ¿Estás molesto porque Sesshômaru me lo dijo?

    Él negó con la cabeza, mirando como Miroku subía al autobús con los ojos acerados.

    —No —respondió, haciéndole un gesto para que subiera también el transporte—. No es por eso.




    Sesshômaru tecleó distraídamente en su móvil, ojeando como sus inversiones subían o descendían.

    Hacía ya varios años que cotizaba en el mercado de valores, en el cual había invertido con gran éxito todo el dinero que su padre le había ido dando, ya que su excesiva madurez había imposibilitado hacerle regalos tales como juguetes o videojuegos desde muy joven.

    Aunque, en realidad, eso había sido más por culpa de Irasue, quién jamás permitió que su hijo, heredero de la familia Taisho, se comportara como el resto de niños.

    Sacudió la cabeza, espantando ese tipo de pensamientos de su mente.

    Ya no tenía porque seguir las directrices de su madre, lo había decidido en el preciso momento en que renunció al compromiso que esta le había buscado con Kagura.

    El móvil vibró en su mano, indicando que le había llegado un nuevo mensaje.

    Curioso, ya que no mantenía contacto con nadie, lo abrió. Era de Naraku y, a pesar de que el texto uniforme no transmitía emoción alguna, Sesshômaru supo al instante que estaba irritado.

    ¿Así que somos pareja, Sesshômaru?

    Se preguntó si debía o no responder.

    Era un poco estúpido, porque ya había dejado claro el asunto con Byakuya, ¿no?. Naraku siempre había sido muy bueno interpretando sus gestos. Finalmente, se decidió por responder un escueto "Sí". La respuesta no tardó en llegar.

    Eso ya lo veremos.

    Sin poder evitarlo, sonrió ligeramente.

    Naraku debería saber que siempre conseguía todo lo que quería. Pero, si quería ponerselo difícil, estaba más que dispuesto a aceptar el reto. Iba a ganar de todas formas.




    Cuando faltaba poco para que el autobús llegara a su parada, Miroku decidió intentarlo una vez más.

    —¿Seguro que no queréis quedaros en mi casa? —preguntó—. Mis padres estarían encantados con Byakuya, Naraku.

    —Gracias, pero tenemos mucho de que hablar y prefiero hacerlo en mi piso.

    Miroku bufó, frustrado.

    —¿Ese piso al que no has ido desde antes de marcharte a Estados Unidos con InuYasha y que debe estar enterrado en polvo? —dijo, mirándolo acusadoramente por abandonarlo cuando tenía que comunicarles a sus padres el estado actual del coche familiar.

    Naraku sonrió.

    —El mismo.

    Miroku bajó del autobús como un condenado que se dirige a la horca, mientras Byakuya lo despedía afablemente y Naraku tecleaba algo en su móvil, pensando en la que le esperaba cuando cruzara la puerta, mientras sus "amigos" tomaban un camino distinto, libre de represalias.

    Continuará...
     
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  12. Sandra Raquel Valenzuela Muñoz
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    alsdjklaksdjljaksd amé las partes de los mensajes de texto entre Naraku y Sesshoumaru xD
    Que él lo aceptara es tan kyaa!! >w<
     
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  13. Misaki Ootori
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    HOLA! ME ENCANTA EL FIC, ES LA PRIMERA VEZ QUE COMENTO, ENSERIO CONTINUALOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!! ME GUSTA TU FORMA DE NARRAR, Y TAMBIÉN AMARIA VER A KOGA Y SESSH CELOSOS DE COMO SE LLEVAN NARAKU E INU, COMO EN EE.UU
     
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  14. shirayuuki
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    me encanta
    es muy interesante
    espero la conty
     
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28 replies since 22/8/2011, 02:51   2188 views
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