sueño de amor (claudexalois) (sebastianxciel)

Edad Victoriana AU/ La temporada social se abre prometiendo lo que promete siempre, un romance de leyenda, intrigas y emoción con un protagonista joven aunque no muy inocente.

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  1. Mizuki_sama
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    princesa de la luna
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    Capítulo 15

    ¡Oh amor! ¡Viniste al oír mi voz, pero cuánta tortura dejaste en mis pensamientos!


    Maurice se estremeció, apretando los labios ante el frio repentino que ocupaba su cama, no se movió, hacía mucho tiempo que dormía solo y no había llegado aún el momento en que preguntaría o buscaría el lugar donde su marido hallaba solaz.

    Apoyando los dedos sobre las almohadas se alegró de notar que estaba seca, la tarde anterior, la noche, la comida, las conversaciones habían estado a punto de acabar con sus nervios… había pensado que terminaría echándose a llorar.

    Sus labios formaron una irónica sonrisa mientras se sentaba sobre el lecho, acomodándose de tal modo que pudiese ver a su alrededor, los rayos de luna entraban por la ventana de su habitación y por el momento eran suficientes para iluminarla.

    Volvió a estremecerse de frío y al fin noto de donde había venido el viento helado que lo había despertado, las ventanas estaban abiertas y no podía menos que chasquear con la lengua, en la mañana siguiente se encargaría de regañar a su doncella… lo pensó un poco más y frunció el ceño, “furcia barata” murmuro airado, no debía importarle, en realidad no le importaba, quién compartía la cama de su marido, pero en ocasiones como esa, en que veía que el noble francés se rebajaba a ocupar el mismo lecho que la servidumbre su piel enrojecía… le resultaba infinitamente humillante que las cosas resultarán así... Esperaba que al menos esa noche Rukford viniera con él.

    Aunque al mismo tiempo le alegraba no ser él el que tenía que dar calor a las noches de aquel idiota… suspiro moviéndose al fin del lecho y tomando la larga bata de seda china para cubrir el camisón, de poco más servía aquella obra de arte, no daba calor alguno… sus desnudos pies tocaron la suavidad de la alfombra y camino sobre ella en dirección a la ventana, cerrándola lentamente y apoyando sus dedos sobre el vidrio, lo apoyo unos segundos, mientras su mente volaba, no se había equivocado, el viento había sido helado, realmente helado… se llevó una mano al pecho deslizándolo por la piel desnuda hasta encontrar la trabajada rosa del rosario que llevaba, cerro los dedos alrededor de las bolitas que formaban el hermoso trabajo orfebre, sus labios temblaban levemente y sus ojos brillaban, al mismo tiempo que notaba a sus espaldas un movimiento apenas perceptible.

    No se volvió, aun cuando la intención de acostarse seguía en su cuerpo, anhelaba esconder su cuerpo entre la seda de las sabanas bajo el edredón de plumas de cisne pero… ¿sería posible dormir aquella noche? Al despertar había visto sin dar gran importancia la hora, las dos de la madrugada.
    Una risa agría nació de sus labios aunque la controlo enseguida, sabía mejor que nadie que no había razones para temer… ¿A que le temía en todo caso? ¿No decían acaso, entre nobles y entre sirvientes, que tenía el corazón de piedra?

    Lo había visto en medio de la noche imposible, al mirar a lo lejos, el modo en que los ojos de Michaelis se habían fijado primero en su prometido y luego, con cierta caída elegante y descuidada, en el primogénito de los Phantomhive, descuidado al principio y luego con cierta presión sobre el jovencito que le devolvía la mirada sin temor ni vergüenza, ni una pizca del obligado recato que todo doncel bien criado y que es soltero debe demostrar ante un hombre que no sea de su familia.

    Había pensado, y lo pensaba aun mientras sus dedos parecían querer fundirse en las perlas de la joya que llevaba al cuello, sus labios temblaron un poco más y respiro con lentitud, había habido interés, cierto deslizamiento y amabilidad bajo el beso delicado y caballeroso depositado en su mano blanca, antes de volver a concentrar, parte de su afecto intrascendente en su prometido, que apenas había visto nada… su impresión había sido tan obvia que había tenido que disculparse apresuradamente con que el aire del mar le hacía mal, al llegar a su habitación, al pequeño salón privado es decir, Maurice había reído de tal manera que los gorriones se habían alterado en el interior de su jaula, sin duda escandalizados por la actitud de su dueño.

    Había visto lo mismo un montón de veces y ya no le sorprendía, no esperaba –aunque en el pasado, siendo un poco más joven y estúpido sí que lo había hecho – que un hombre le fuera fiel a su consorte, del mismo modo en que estaba seguro de que una vez dado el primogénito que su marido deseaba una mujer o un doncel podía tener un amante – o varios – si era lo suficientemente precavido como para evitar escándalos.

    Pero en aquel caso, estaba por casarse, aún no habían pasado el tiempo en que se consideraba decente serle infiel a su futuro consorte, y el chico a pesar de ser bastante hábil en situaciones sociales pecaba de ingenuo en algunos casos, lo había notado… y aunque le resultaba risible aquello también le había causado cierta lástima, si Trancy estaba enamorado de su prometido se llevaría demasiadas decepciones.

    Suspiro pensando de vuelta en Phantomhive, la casa del perro de la reina no contaba con el agrado de Maurice, sentía una animadversión imposible hacía aquella casa, aunque en si razones de peso públicas no había, sus labios formaron un gesto de molestia y su ceño se frunció, no le molestaría en lo absoluto si Michaelis arruinase al muchacho ¡era tan joven! Sería un escándalo y apenas podría limpiarse sus nombres, el dinero no lo compra todo y la enemistad de aquellas joyas inglesas eran cosa de riesgo… negó con la cabeza, aquello, si llegaba a ocurrir, sería algo que ocuparía grandes salones por mucho… mucho tiempo.

    Con todo en aquellos momentos no le deseaba ningún mal de verdad al joven doncel, su ira estaba dirigida contra otra persona… una a la que… de ser posible, anhelaba poder arrancarle la piel a tiras…

    -¿no es una lástima que algo así no vaya a ocurrir jamás? -se preguntó en voz baja suspirando, en el preciso momento en que una voz habló a sus espaldas.

    Sus dedos se tensaron alrededor del rosario, mientras oía el poema en aquella voz calmada y sensata, volviéndose a prisa, terriblemente pálido fijo sus ojos en los del dueño de la voz…

    Él joven es hermoso y gentil
    Delicado en sus gracias, infame en su corazón
    Es su voz un canto hecho de cristal y agua
    Y sus ojos dos gemas gemelas de plata encantada
    ¿Qué podría empujarme a apartar los ojos de él?
    ¡Ay!
    ¡Que si un corazón no late al verlo es que o es de piedra o está muerto!


    .
    .
    .

    Aquella mañana Alois supo que algo iba mal, la cabeza le daba vueltas y cuando miro al techo noto que los ojos le quemaban, soltó un gemido ahogado y se estremeció, su cuerpo entero temblaba un poco, y su piel estaba más pálida.

    Con esfuerzo, se sentó en el lecho de seda y extendiendo una mano jalo la cuerda de la campanilla que atraería a su doncella, debía estar esperando en su saloncito privado por ser llamada, ingreso casi enseguida llevando consigo un carrito con su desayuno.

    -Buenos días joven señor –susurro ella, Alois siempre había dejado claros los límites de la posible relación que habría entre ambos, a diferencia de otros y otras hijos de nobles que se hacían íntimos de sus sirvientes (cofcofElisabethcofcof) Alois nunca había caído en semejante brutalidad, conocía bien su posición en el mundo después de todo.

    Se encogió un poco de hombros y la estudió desde su posición en la cama, al final suspiro dispuesto a confesar lo que le ocurría.

    -Buenos días, Violet llama a mi padre y explícale que necesitare un médico –ordeno, volvió a estremecerse y su cuerpo se tensó al tiempo que llevaba una mano a su frente, no hervía… era eso o su mano estaba tan mal como su frente –he cogido un resfriado –comunico con cierto pesar al tiempo que esta vez no podía controlar el estornudo que vino, “maldición”

    La razón de su pesar era bastante obvia, Alois no solía enfermarse pero cuando lo hacía quedaba confinado en cama… ¡y maldita sea estaban en el mar! No que al precioso rubio le gustara gran cosa el mar –prefería tener los pies sobre suelo firme, gracias- pero… cerrando los ojos se sonrojo ligeramente, el problema era que anhelaba estar más tiempo con Sebastian, como su prometido le permitían caminar y pasear en cubierta con él sin necesidad de una doncella, o cualquier otra cosa a su lado metiendo las narices, pero estando enfermo… estando enfermo podía olvidarse de tener una conversación privada con el noble.

    Se llevó ambas manos a la frente y gimió frustrado.

    Sin mentir, la culpa era suya, no debía de haber salido tan desabrigado la noche anterior, pero… suspiro recordando el día anterior.

    El conde Phantomhive se había acercado a ellos, con su hijo y con Claude Faustus, la presentación había sido brillante, el educado beso de Sebastian en el dorso de la mano de Ciel le había sorprendido y al mismo tiempo encantado ¿Para qué negarlo? Parecía la escena de un libro de cuentos, una caballero y un príncipe, se había reído de sí mismo por su imaginación y luego había sentido a Sebastian a su lado, sosteniendo su mano y conversando con Phantomhive sobre el viaje y un barón que no asistiría por estar de viaje, la conversación había derivado en esos chismes propios de la gran sociedad “sí, he escuchado que Lady Margareth se casa” “creí entender que era amiga vuestra, Michaelis” “Conocí a su padre en Italia, pero a ella no tengo el placer de conocerla, quizá en la boda” sonrisas, se había aburrido mortalmente y no era el único… Ciel controlaba mejor que él aquello, había sonreído y se había fundido en una conversación banal con él, hasta que al fin el noble conde Phantomhive había comunicado el porqué de su acercamiento.

    “La noble paloma” es decir la princesa real que viajaba en el barco con ellos y a quién harían el placer de hacer de escolta, solicitaba poder conocerlos.

    En aquel momento había sonreído encantado y se había vuelto al consorte de Ruckford con una sonrisa esperando ver su animación reflejada en su hermosa cara, Maurice de Ruckford había elevado apenas una ceja indicativa de su sorpresa y confusión, como si esperara que el conde se retractara de sus palabras.

    No lo había hecho, y habían ido todos juntos.

    Tembló un poco y volvió a ver a la puerta, esperando que esta se abriera cuanto antes para dar paso a su padre.

    Un segundo,

    Dos segundos

    Tres….

    ¿Se le habría pasado a la doncella comunicarle a su padre o este seguiría dormido? Frunció el ceño –aunque sabía que no debía hacerlo, producía arrugas – pensando en regañarla cuando la puerta se movió dando paso a su padre, este lucía ojeras y parecía mal descansado, aunque al mismo tiempo vestía tan perfecto como le era posible vestir.

    -Buenos días Alois, el medico vendrá en unos minutos ¿Cómo te sientes? –preguntó en voz baja acercándose al lecho de su hijo, la doncella se quedó parada detrás de él, cerca de la puerta.

    -Buenos días padre, no muy bien… creo que tengo fiebre –comento con un suspiro alicaído –Luces agotado –comento al tiempo que extendía una mano hasta su progenitor, esperando que este la tomara entre las suyas -¿Ocurre algo malo? –preguntó en voz baja.

    Basto ver la mirada que cruzo los ojos de su padre para entenderlo y suspirar un poco.

    -¿Es por lo de ayer? –preguntó en voz baja, temiendo que las cosas se pusieran tensas en el barco.

    .
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    .

    Sebastián Michaelis y Claude Faustus acompañaban al barón Diederich Von Wolf en su desayuno, ambos con voces corteses estudiaban junto al alemán las posibles consecuencias de lo ocurrido el día anterior, de haber sido cualquier otro el ofendido no les molestaría hacerlo más tarde, pero Rukford había señalado la noche pasada que esperaba las disculpas de la duquesa… cuanto antes.

    -¿Es esto realmente necesario? –Pregunto Claude con un suspiro –Si hemos de ser sinceros bastaría enviar un telegrama en el próximo puerto y comunicar a su majestad lo ocurrido, bastaría unos segundos para que la duquesa entrara en razón.

    -Sin embargo –comento Sebastián rápidamente con cierto aspecto de lamento –si lo hiciéramos esto también podría resultar a la larga contraproducente, no niego que la ofensa hecha por la duquesa al consorte de Ruckford no deba ser paliada, tiene que serlo, pero si llegara a oídos de la nobleza del noble prometido de nuestra paloma que semejante incidente ha tenido lugar en nuestro viaje las cosas se pondrían tensas, si me lo permiten... creo que deberían permitir que yo hablara con la dama -concluyo con tono muy sensato, al mismo tiempo que miraba ora a uno y ora a otro, ambos nobles le miraban con muy poca confianza.

    -Sin dudar de sus grandes cualidades Michaelis –contesto Claude Faustus –me atrevería a decir que la dama no va a cambiar de parecer por solo verle hablar a usted.

    -Sin ofender su forma de ver las cosas Faustus –contesto Sebastián, ignorando por completo el intento de intervención de Diederich Wolf –creo que me subestima, se tanto de esta política como usted y le recuerdo, que yo llevo la carta real en última instancia.

    Hubo un duelo de miradas entre ambos caballeros, al tiempo que sus respectivos tés se enfriaban, el noble alemán que había presenciado el mutuo reto frunció el ceño frustrado de no haber podido hallar una situación que complaciera a todos.

    Con resignación recordó lo ocurrido.

    Flash Back

    Compartía un par de comentarios con el marqués de Middleford –antiguo sirviente suyo en el Weston Collegue – y su noble esposa, cuando sin venir a cuento noto que Vincent había vuelto, y vuelto acompañado, detrás suyo venían los Trancy que nunca eran difíciles de distinguir blancas sus frentes y rubios sus cabellos, los del más joven eran rubios, los del conde blancos, al lado de ellos estaba Sebastián Michaelis, gallardo y peligroso como anunciaba su fama… y entonces un sueño, el muchacho que acompañaba a Rukford, su consorte, era de una belleza agradable, al cruzar miradas había sabido que conversaría con él más tarde.

    No hubo oportunidad, las presentaciones se dieron, bella la inclinación de Alois Trancy, como un hermoso y pequeño pájaro inclinando la tez para permitir ver su bello plumaje, detrás suyo un beso de parte de los nobles en el dorso de la mano de la sobrina de la reina.

    Maurice Rukford había avanzado y, con una elegancia tan hermosa como fría, había realizado una pequeña y educada reverencia antes de decir.

    -Es un honor milady, ser presentado a usted, permítame extenderle mis felicitaciones por su compromiso –sus labios habían formado una encantadora sonrisa, la muchacha le había mirado y al final contagiada por la dulzura del gesto de la rubia belleza que tenía delante de los ojos había correspondido a su sonrisa extendiendo sus manos hasta tomar las del consorte del duque francés.

    Pero entonces la madre de la muchacha, que había sido convencida por quien sabe quién había regresado a la habitación, solo para ver a su hija sostener las manos del rubio.

    Su rostro se había agriado enseguida, sus ojos se habían convertido en una franja imposible y su boca.

    -¡¿Pero que pasa aquí?! –había gritado acercándose violenta solo para separar, de un manotazo las manos de ambos jóvenes - ¡¿Cómo es posible que se atrevan a ofender a mi hija poniendo a este… a este…?! –señalaba a Maurice con un dedo acusador lleno de furia, al mismo tiempo que el esposo del mismo apretaba los labios y avanzaba con violencia y el muchacho retrocedía con expresión de sorpresa.

    Fin del Flash Back

    La discusión subsiguiente no había sido tal, helada la voz del francés había solicitado a la dama retractarse de sus palabras solo para que esta, perdiendo los papeles como solo una campesina podría hacerlo, en todo aquello los presentes habían pensado unos en alejarse y otros en detener a la mujer antes de cometer un crimen social en aquel lugar, el rubio ofendido era, con todo, el único que había logrado controlarse por completo y sonriendo comentar que se encontraba cansado y deseaba retirarse, había susurrado algo antes de irse, algo que él no había escuchado de todas formas.

    Sacudiendo la cabeza Diederich se levantó llamando la atención de los ingleses.

    -Si me permiten caballeros, dejo este detalle en sus manos, solo espero que esto no se convierta en una guerra sin cuartel, no ignoramos que Rukford nunca ha tomado bien las ofensas a su nombre.



    Notas de la autora: Hola de nuevo, sé que he tardado una eternidad -y puede que un poco más- en actualizar, pero juro que no fue mi intención y me disculpo con todas las que leen la historia, os quiero un montón, espero que este capitulo os haya gustado.
     
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149 replies since 1/7/2012, 21:03   4535 views
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