sueño de amor (claudexalois) (sebastianxciel)

Edad Victoriana AU/ La temporada social se abre prometiendo lo que promete siempre, un romance de leyenda, intrigas y emoción con un protagonista joven aunque no muy inocente.

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  1. Mizuki_sama
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    princesa de la luna
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    Capítulo 16

    Alois había sonreído a su padre temblorosamente al entender que lo que la duquesa había hecho había sido más riesgoso de lo que uno pensaría, las uniones políticas entre un reino grande y un reino pequeño podían parecer comunes.

    Pero si el rey del reino en cuestión aún halla en sus venas el orgullo suficiente como para resistir la atracción de Prussia y Alemania entonces uno podía imaginar que dicha unión no lo haría feliz.

    Si la reina era una mujer cruda, de esas que no inspiran en la cama más que hastió no quería ni imaginarse como sería un hombre venido de una corte de miradas sombrías como se anunciaba la de su destino.

    Se consideraba a la corte inglesa demasiado oscura.

    Pero eso era porque uno no se detenía demasiado en la honorabilidad alemana, sus flemáticas voces y sus miradas sombrías.

    El duque de Rukford era uno de los pocos hombres que habían entrado en esas cortes y había logrado conocer sus encumbradas naturalezas lo mismo que desnudar algunos de sus secretos, era uno de esos hombres a los que el espionaje les venía como anillo al dedo.

    Diplomático por naturaleza, Stephan Rukford había alterado parte de las cortesías que son naturales en la nobleza con su sonrisa deslizándose lo mismo que sus manos allí donde no debería ni haberse posado, sus labios se habían inclinado hasta besar la mano de Victoria y esta le había concedido contra todo pronóstico un lugar a su lado, caminando al mismo paso que ministros y nobles de alta cuna, que por otro lado no podían mirarle por encima del hombro.

    Se decía en voz muy baja que había logrado los favores de uno de sus mayordomos, no de uno de los Doble Charles, no, sino de aquel que era tan cercano a la reina que la simple insinuación era una ofensa de alto calibre, pero se hablaba en voz muy baja que lo había hecho, que mientras sus labios le concedían a la reina las frases más dulces, sus manos habían deslizado con envidiable destreza notas en las enguantadas manos de aquel muchacho de ojos ocultos.
    Solo el hecho de que la voz del mayordomo era la misma que la del antiguo rey consorte lo había salvado de la muerte y la deshonra, haberse rebajado a conceder su atención a aquel fascinante noble francés no podía perdonársele aun cuando se dijera también que no había logrado sonsacarle ningún secreto de importancia.

    Había entrado con pompa y boato en las cortes europeas subsiguientes gracias a ese escándalo, más de uno estaba deseoso de escuchar acerca del incidente, acerca de cómo un hombre había logrado huir de la ira de la reina inglesa para contárselo al mundo.

    Ese acto tan poco recomendable le había abierto las puertas de Hetztoleen y la amistad del rey, lo que llevaba a sospechar a Alois que había habido mucho más por debajo pero no lo dijo perdido como estaba en el relato de su padre, el monarca había quedado encantado con el noble francés, sus bellas maneras, su voz de sangriento escarlata y la locura que muchos le habían insinuado que ese hombre escondía bajo su cortes mirada, habían fascinado al rey hasta convertirlo en un asiduo a aquellas “fiestas” que algunos nobles se daban el permiso de asistir y que la moral nunca aprobaría.

    “A veces hay niños”

    Susurro su padre y Alois hizo un esfuerzo por no estremecerse, por no recordar los rumores sobre su padre en las casas de campo, hizo el esfuerzo y sonrió temblando y extendiéndole una mano para tocar su piel arrugada, y escuchar la última frase.

    “Rukford posee un control preocupante sobre el rey, bastaría una frase suya para que este cancelara la boca y arruinara los deseos de nuestra reina ¿lo entiendes ahora? Estamos al borde de un incidente internacional”

    Alois ahogo un grito en la boca terminando de comprender, pero al mismo tiempo escandalizado, en la superficie podía comprender el asunto, pero profundizando en el mismo le enfurecía entender que la arrogancia de dos nobles enfrentados podía terminar con el fin de un reino, una muchacha que nada tenía que ver en el asunto y ellos, como nobles representantes de Inglaterra y los deseos de la reina.

    “Estamos lejos” susurro su padre y Alois frunció la mirada, abrió la boca y aunque no lo supo en ese entonces, cometió su primer error.

    -¿No has pensado padre… que todo sería más sencillo si ustedes se permitieran hablar con su consorte? Maurice parece ser un joven centrado, el quizá lograría calmar a su marido, ayer parecía tan controlado…

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    El médico se retiró media hora después de aquella conversación con su padre, había llegado quince minutos antes y declarado con voz monótona que el clima marino parecía haber afectado la delicada salud del muchacho, se recuperaría pronto.

    “No soy un buen marinero ¿entonces?”
    Había preguntado con una sonrisa tan dulce como encantadora al médico antes de que este se retirara y el hombre tuvo que hacer un esfuerzo para no fijarse demasiado en el muchacho.

    “Es un buen marinero, aunque no le recomiendo las aguas alemanas otra vez”

    Había contestado yéndose del lugar y Alois había reído grácilmente.

    Aunque nunca lo diría en voz alta, en los últimos meses había descubierto cierto placer culpable en la admiración que la visión de su rostro causaba en la gente que pululaba a su alrededor.

    Aun no era tan hermoso como podía llegar a ser un día no muy lejano pero ya comenzaba a expresar ese tipo de belleza que con los años podían causar admiración devota o envidia y odio incontenibles.

    Le causaba cierto placer saberse admirado y en ciertos puntos deseable, lo mismo que poco a poco se hacía a la idea de que, si Sebastián lograba convencer a su padre, en unos pocos meses dejaría de ser un doncel soltero y sobre su cabeza brillaría una diadema ducal con rubíes brillando como pequeños soles sobre su rubia cabellera.

    La idea lo alteraba y al mismo tiempo lo encandilaba hasta el punto de pasarse cierto tiempo mirándose en el espejo preguntándose si Sebastián pensaría en él.

    Luego sacudía la cabeza con cierta molestia mal disimulada, no debería pensar tanto en su prometido, aquel hombre estaba jugando con él y Alois lo había notado en los susurros contenidos y las palabras bien medidas, ser cazado era una actividad excitante pero también extenuante, era primerizo en esos juegos y el ansia por caer y conceder un beso solamente comenzaba a pasarle factura.

    Si, quería que Michaelis le besara… aunque fuese solo por un gramo de curiosidad que le obligaba a preguntarse si aquel hombre sería tan fascinante como se anunciaba.

    Si sería tan hábil en el arte francés como lo era con la palabra.

    Un grito en las afueras le arranco de sus pensamientos y la posibilidad de pasar la mañana descansando como le recomendarán, también le quito todo placer al sabor del té que le habían dado para digerir la medicina, echo las capsulas en el interior de su boca y trago, saltando de la cama para afuera, envolvió su delgada figura con la bata y avanzo apenas unos pasos antes de que su doncella cruzara de nuevo las puertas de su camarote y chocara miradas con él.
    Alois elevo el mentón y una ceja, esperando una explicación, el rostro de la muchacha decía que tenía noticias y moría por contarlas.
    -El duque… el duque Rukford señorito… él… -Estaba agitada y apenas podía expresarse con coherencia.
    El precioso rubio contuvo un bufido de fastidio antes de hablar.
    -¿Qué pasa con el dux? –pregunto, un poquito fastidiado y otro más curioso.
    -Está muerto –Alois retrocedió horrorizado, pero había más -ha amanecido muerto y dicen que… ¡ha sido envenenado!
    Alois perdió el color de inmediato y ni tan siquiera reclamo a la mujer estar tan excitada.
    Aquello eran malas noticias.
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    Supo de inmediato que aquello era malo y por eso ordeno a la doncella que lo ayudara a vestirse, pasar la mitad del día en cama era imposible, horriblemente imposible, hacía muy poco tiempo había insinuado la posibilidad de hablar con Maurice para calmar los ánimos de su esposo, ahora se sentía obligado a hablar con el joven y nuevo “viudo”
    Sus dedos titubearon contra el picaporte del camarote pero al final lo tomo y con aquel acto salió de la habitación que le había servido de refugio.
    La cubierta aquel día estaba ardiendo, podía adivinar los rumores corriendo entre lenguas y lenguas, susurros mal controlados, por un lado ya había corrido como la pólvora la noticia de que la duquesa y el dux habían tenido un intercambio de palabras realmente vergonzoso, y que aquella mañana el dux francés había amanecido muerto.
    Aquello podía terminar en un incidente internacional, pero era solo la guinda del pastel.
    El pastel era lo peor.
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    Maurice Cole estaba pálido como la cera y sus ojos brillaban por la ausencia de las lágrimas que de todas formas no podría derramar en público, dada su sangre azul, daba vueltas de un lado a otro sin mirar a nadie, y su boca temblaba a cada instante un poco más.

    A su alrededor la duquesa y su hija estaban tiesas como estatuas de cal, mirando cada una las tazas sobre la mesa central, no muy lejos con ojos de arpía Rachel Phantomhive y su cuñada hablaban en voz baja sin permitir que Elisabeth se alejara demasiado de ellas, sus bocas apenas formaban un gesto neutral, de lo espantadas que estaban todas.

    Cerca de la puerta estaban los condes Phantomhive y Trancy, discutiendo en voz muy baja lo que había ocurrido.

    Y en silencio, cerca de la mesa, el barón Wolf, y los marqueses Middleford, Michaelis y Faustus daban miradas sombrías al médico que terminaba de realizar sus experimentos sobre la mesa.

    ¡Aquello no podía haber ocurrido en verdad!

    Habían estado en aquel lugar hasta unas horas increíblemente tardías ¿Cómo era siquiera posible que el dux hubiera entrado en el salón y muerto sin que ellos lo hubieran visto? ¿Cómo? si ellos eran los únicos que tenían la llave del lugar.

    Las cosas se tensaban como una cinta roja extendida hasta no poder más so pena de romperse.

    La puerta se abrió, y dio paso a dos jóvenes figuras, Ciel Phantomhive y Alois Trancy ingresaban juntos a la sombría sala, no había ni tan siquiera una sonrisa de bienvenida, el rubio muchacho elevo los ojos buscando a su padre, y al hallarlo en compañía del conde Phantomhive avanzo en su dirección, paso lento y siempre a la par que su compañero de caminata, sin poder evitarlo de soslayo busco con la mirada al “viudo”

    Estaba, ya lo hemos dicho, pálido como la cera y los ojos le brillaban, pero nada más, sus manos temblaban sin razón aparente, el capitán aún no había llegado pero las circunstancias exigían su llegada, y muy pronto tendría que aparecer.

    Al centro el médico soltó un suspiro y habló en voz baja.

    -Está hecho, señores –la mirada de Maurice se elevó entonces de sus manos sin enguantar, hasta fijarlas como dos dagas perfectas en el rostro del mismo, el médico tuvo que hacer un esfuerzo para no retroceder por la mirada, y controlándose habló.

    -el dux fue envenenado –declaro, en que basaba esas palabras no podía decirlo más que a unos cuantos en esa escena, el cielo sabía que ya cometía un error al decir en voz alta en presencia de mujeres y donceles algo tan delicado, bien se sabía lo malos que eran para guardar secretos aquellas criaturas.

    Maurice soltó un gemido que era mitad sollozo, al que acallo casi enseguida apartando la mirada para que nadie viera su expresión y sus dedos se cerraron en dos puños.
    Las reacciones del resto de nobles fueron menos expresivas, se lo esperaban en cierto modo, y ahora solo quedaba un camino, saber quién y si había sido un incidente aislado o no, antes de que Napoleon empezara a solicitar explicaciones para la muerte de uno de sus más infames espías.
    -Si me lo permitieran –hablo en voz alta el marqués de Faustus llamando la atención de todos –debo solicitar que las damas y donceles se retiren durante un momento, debemos hablar de esto en soledad –explico, la noticia del envenenamiento aunque no precisamente sorpresiva, ponía color de hormiga –dicho vulgarmente- las cosas.
    La duquesa, aliviada en cierto modo, aunque también conocedora de que pasaba a convertirse en sospechosa de aquella muerte se levantó casi enseguida y tomo la mano de su hija, de nada serviría reclamar, las miradas de los hombres eran demasiado sombrías.
    -Tomaremos el té en el salón de música –comento al aire la marquesa de Middleford entonces, al ver que nadie más se decidía hablar.
    Alois que acababa de llegar con Ciel miró extrañado a todos, aun de la mano de su padre, aquella en la que hace poco había depositado un beso para no ser regañado por aparecer allí. Cruzo miradas con Sebastian, sin razón alguna más que una mirada, consciente de que no lo había buscado al llegar y sus mejillas no se encendieron esa vez, pálido ante la nueva noticia.
    Se miraron a los ojos y con cierto placer vio como la de su prometido se suavizaba en un asomo de sonrisa que, dadas las circunstancias, era indecorosa, asintió en su dirección tratando de controlar sus labios para no sonreír a su vez, estaban en presencia de la muerte, o del fantasma de una muerte ya que el cadáver, a los cielos gracias, no estaba presente.
    Maurice se levantó con movimientos agradables a la vista pero mecánicos en cierto modo y con el mentón elevado, concordó con la dama que había hablado.
    -Será lo mejor, aunque bien sé que estoy en mi derecho si deseo quedarme, confiare en ustedes caballeros y su buen juicio para solucionar todo lo acontecido –no miraba a nadie más que a la duquesa y su mirada era la de dos cuchillas afiladas, ahora que había decidido mirar a alguien, la dama entreabrió la boca lista para decir algún comentario desagradable cuando el precioso rubio continuo –sin embargo espero que a nadie le moleste si me retiro a mis habitaciones.
    Fue como si alguien hubiese dejado caer un balde de agua fría sobre la cabeza de cada uno, la voz del muchacho aunque controlada acaba de dejar escapar un sollozo y se había callado casi enseguida.
    Alois le miro sorprendido, esperaba algo más aunque sabía que era indecoroso demostrar emociones… hizo un gesto de lástima con la deliciosa boca de coral y en un impulso avanzo un par de pasos hasta quedar frente a Maurice, que le miro sorprendido.
    -Permítame acompañarle, duches –susurro con una voz encantadora y la mirada clara como la superficie de un manantial.
    A su alrededor el resto de nobles los miraron sorprendidos, Maurice estaba en el lodo mucho antes de aquel día y ni aun siquiera su boda lo había salvado de las lenguas venenosas, una locura completa que un doncel como Alois, limpio su nombre y título, le ofreciera la dulzura de su compañía… Maurice si era amable rechazaría y Alois, si era inteligente, no insistiría.
    -Por favor no se moleste –pidió, con voz parca, el rubio mayor, un respiro de alivio –No desgaste sus horas en escucharme llorar mi perdida.
    Alois parpadeo un segundo, sabiendo que cruzaba la línea cuando hablaba.
    -No sería ninguna molestia, por favor, sé que ha recibido una mala noticia.
    La marquesa de Midlefford dio un paso al frente para detener a Alois, pero una mano, la de Rachel Phantomhive, la detuvo, esperaba ansiosa el desenlace.
    Maurice bajo un segundo la mirada y luego asintió.
    -En ese caso está bien, si a su padre no le molesta claro.
    Trancy solo podía decir una cosa en una situación como esa.
    -Adelante hijo.
    Maurice estaba sorprendido.
    Alois parecía extrañamente feliz.
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    Maurice recibió la taza de té que Alois le sirvió con un asomo de sonrisa y se miraron a los ojos, ambos estaban en la sala del camarote del primero, el mayor ladeaba la cabeza tratando de comprender al doncel y este le miraba sin dudas ni preguntas, como esperando algo.
    -Gracias por acompañarme, joven Trancy.

    -No hay de qué, pero puede llamarme por mi nombre, usted tiene uno muy bonito-

    -Gracias, puede llamarme por el si lo desea, también

    -Pretendo hacerlo… disculpe… ¿Se encuentra de verdad bien? –cruzaron miradas, Maurice bajo la suya.

    -Me encuentro bien, no se preocupe –contestó al final, para luego ver si Alois daba muestras de escándalo por no escucharlo lamentarse por haber enviudado.
    No lo vio hacer gesto alguno y sintió algo parecido a la intriga.
    Alois parecía joven.
    ¿Qué podía saber acerca de casarse sin amor? ¿O de las infidelidades que uno debe aprender a ignorar? ¿O de las intrigas a las que se somete cada miembro de la nobleza para sobrevivir entre víboras?
    Pensó en Michaelis y escondió una mueca, mirando al muchacho.
    -¿Cómo estás tú… -observo si acaso el muchacho se incomodaba por ser tuteado, pero este solo le miro con curiosidad- Alois?
    -Oh… yo estoy bien –estaba titubeante, nada más evidente, bajo la taza y la puso sobre su platito, observando al adolescente, quiso reír, pero se controló, no había nada nuevo bajo el sol, aquella expresión… aquella expresión en el pasado la había tenido él.
    -¿Ha pasado algo con tu prometido? Perdóname… no deseo ser indiscreto, pero sois una hermosa pareja, y yo necesito apartar mi mente de las cosas tristes –tomo sus manos –si lo deseas… te puedo escuchar –ofreció, voz cándida, vio la duda en aquellos ojos y luego el asentimiento, se dijo que no debería sentirse tan orgulloso de sí mismo.

    -Creo que le quiero –empezó a decir… y Maurice se contuvo de rodar los ojos, a esa edad quieres a todo el mundo, pudo decir… pero había prometido escuchar.

    Y ese que estaba frente suyo era Alois Trancy, el hijo del conde Trancy.
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    El barco ya era un hervidero de rumores antes de que ocurriese lo que ocurrió aquella noche, pero la muerte de un duque en condiciones extrañas siempre será núcleo de desgracias.
    Lo que ocurrió después fue también fruto de ello.
    Las investigaciones de la oscura nobleza se dedicaban a tratar de esconder la razón de la muerte del duque de Rukford.
    Hasta que se leyó entre líneas lo que había pasado.
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    Diederich Wolf dio media vuelta hasta enfrentar miradas con Maurice de Rukford, el joven viudo se había mantenido en el barco aunque el cadáver de su marido había sido enviado en otro buque de vuelta a Francia.

    A un lado del doncel se encontraba Faustus, las miradas de los tres eran demasiado sombrías.

    -¿Qué diablos están insinuando? –preguntó, los dientes apretados al tiempo que Faustus se deshacía de los guantes blancos y servía una taza de un té negro como el carbon

    -Nosotros no insinuamos –echo a reír el más joven entre los tres, burlón, quitándose sin temor la máscara de desolación que lo había acompañado desde la noticia de su viudez, crueldad innata se le diría –pero uno entre los tantos invitados a este viaje de compromiso has asesinado a mi marido, no es que yo le guarde rencor, nada por el estilo –sacudió la mano –pero el té en cuestión… bueno, ese té estaba destinado a la princesa ¿no? La cajita tenía su nombre y una tarjeta –entre sus dedos, los de la mano libre, se podía apreciar una tarjeta color crema, de arabesco dorado –de pésimo gusto, si me permite la opinión, pero también lo suficientemente clara… como usted verá, dice admirador el té es de cerezos, el favorito de la blanca paloma… y por alguna razón termino en una taza de mi amado consorte… enviándolo a la tumba… también le di del mismo té al gato de Michaelis –se miraron a los ojos, Diederich aparto los ojos del doncel para mirar a Faustus… un poco espantado –el gato está muerto, en la caja que está allí, si ordena al médico que le haga un estudio… quizá encuentre síntomas semejantes con el otro cadáver que ya reviso.

    -La princesa no…

    Faustus interrumpió la diatriba del alemán.

    -No decimos que la princesa lo hizo, ni tan siquiera que su madre lo hizo… lo que queremos decir, es que alguien quiere muerta a la paloma… antes de que llegue con su prometido. Ahora bien Wolf, la pregunta es quien… y no solo quién… sino ¿cómo vamos a evitar el escandalo?
    Wolf calló un par de segundos observándolos.

    Conocía a Faustus, a su corta edad, puesto que apenas tenía unos treinta años, había llegado muy alto en su carrera, tanto política como extranjera, había salido de la universidad de Oxford con la idea de seguir carrera diplomática, pero se había apartado de está dedicándose a una carrera un poco más excitante y peligrosa: el espionaje internacional para la reina.

    Se habían cruzado en París, en España, en Rusia y también en otro lugar de nombre más oscuro, el noble de ojos dorados no tenía ni honor ni moral, lo había visto cortarle la cabeza a un infante de tres años frente a toda una congregación con la intención de ganar su confianza para luego traicionarles.

    Sabía que era capaz de todo.

    Luego, miro a Maurice de Rukford, a este lo había visto de lejos un par de veces y solo ahora entendía un par de cosas, no debería sorprenderle que un doncel de semejante cuna y ascendencia estuviera implicado en esos temas…
    Y ambos se presentaban con aquella noticia.
    Alguien pretende asesinarla, usted sabe que no podemos intervenir directamente y nos arriesgamos al decírselo… pero confiamos en que pueda ser de utilidad.
     
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