sueño de amor (claudexalois) (sebastianxciel)

Edad Victoriana AU/ La temporada social se abre prometiendo lo que promete siempre, un romance de leyenda, intrigas y emoción con un protagonista joven aunque no muy inocente.

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  1. gen_yuki
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    Estoy llorando QwQ por lo bueno y lo malo
     
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    princesa de la luna
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    Pero que paso? o_O
    no llores :(
     
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  3. gen_yuki
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    Dame abacho que lloro como la canción QwQ
     
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    princesa de la luna
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    Ven a mis brazos tesoro *Mizuki_sama abraza a Gen_yuki*
    ¿Que es tan malo?
     
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  5. gen_yuki
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    Abraza a mizu QwQ como dice sebby, por lo que no quiero que pase y tiene.pasar,ver a aloos sufrir por el bicho feo de Claude. Y que por su culpa sebby deje a mi alois e intente algo con ciel (en.sí ciel nunca me.hacaido bien solo cuando lo ponen bueno con alo). Y por el bello fic que.me.dedicaste
     
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  6. gen_yuki
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    Contiiii
     
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    princesa de la luna
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    oh mis amore,s perodn por tenerlos abandonados, tendre actualizacion al lunes, promesa!!!
     
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  8. gen_yuki
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    Gracias aunque te olvidas de mi u.u
     
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  9. gen_yuki
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    Whoy es el dia de la conti ^3^
     
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    princesa de la luna
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    creo que la inspiración esta volviendo chicas, creo *-*
     
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  11. Jenifer Lopez Sarmiento
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    Contó por favor !!!
     
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    princesa de la luna
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    Capítulo 15

    ¡Oh amor! ¡Viniste al oír mi voz, pero cuánta tortura dejaste en mis pensamientos!


    Maurice se estremeció, apretando los labios ante el frio repentino que ocupaba su cama, no se movió, hacía mucho tiempo que dormía solo y no había llegado aún el momento en que preguntaría o buscaría el lugar donde su marido hallaba solaz.

    Apoyando los dedos sobre las almohadas se alegró de notar que estaba seca, la tarde anterior, la noche, la comida, las conversaciones habían estado a punto de acabar con sus nervios… había pensado que terminaría echándose a llorar.

    Sus labios formaron una irónica sonrisa mientras se sentaba sobre el lecho, acomodándose de tal modo que pudiese ver a su alrededor, los rayos de luna entraban por la ventana de su habitación y por el momento eran suficientes para iluminarla.

    Volvió a estremecerse de frío y al fin noto de donde había venido el viento helado que lo había despertado, las ventanas estaban abiertas y no podía menos que chasquear con la lengua, en la mañana siguiente se encargaría de regañar a su doncella… lo pensó un poco más y frunció el ceño, “furcia barata” murmuro airado, no debía importarle, en realidad no le importaba, quién compartía la cama de su marido, pero en ocasiones como esa, en que veía que el noble francés se rebajaba a ocupar el mismo lecho que la servidumbre su piel enrojecía… le resultaba infinitamente humillante que las cosas resultarán así... Esperaba que al menos esa noche Rukford viniera con él.

    Aunque al mismo tiempo le alegraba no ser él el que tenía que dar calor a las noches de aquel idiota… suspiro moviéndose al fin del lecho y tomando la larga bata de seda china para cubrir el camisón, de poco más servía aquella obra de arte, no daba calor alguno… sus desnudos pies tocaron la suavidad de la alfombra y camino sobre ella en dirección a la ventana, cerrándola lentamente y apoyando sus dedos sobre el vidrio, lo apoyo unos segundos, mientras su mente volaba, no se había equivocado, el viento había sido helado, realmente helado… se llevó una mano al pecho deslizándolo por la piel desnuda hasta encontrar la trabajada rosa del rosario que llevaba, cerro los dedos alrededor de las bolitas que formaban el hermoso trabajo orfebre, sus labios temblaban levemente y sus ojos brillaban, al mismo tiempo que notaba a sus espaldas un movimiento apenas perceptible.

    No se volvió, aun cuando la intención de acostarse seguía en su cuerpo, anhelaba esconder su cuerpo entre la seda de las sabanas bajo el edredón de plumas de cisne pero… ¿sería posible dormir aquella noche? Al despertar había visto sin dar gran importancia la hora, las dos de la madrugada.
    Una risa agría nació de sus labios aunque la controlo enseguida, sabía mejor que nadie que no había razones para temer… ¿A que le temía en todo caso? ¿No decían acaso, entre nobles y entre sirvientes, que tenía el corazón de piedra?

    Lo había visto en medio de la noche imposible, al mirar a lo lejos, el modo en que los ojos de Michaelis se habían fijado primero en su prometido y luego, con cierta caída elegante y descuidada, en el primogénito de los Phantomhive, descuidado al principio y luego con cierta presión sobre el jovencito que le devolvía la mirada sin temor ni vergüenza, ni una pizca del obligado recato que todo doncel bien criado y que es soltero debe demostrar ante un hombre que no sea de su familia.

    Había pensado, y lo pensaba aun mientras sus dedos parecían querer fundirse en las perlas de la joya que llevaba al cuello, sus labios temblaron un poco más y respiro con lentitud, había habido interés, cierto deslizamiento y amabilidad bajo el beso delicado y caballeroso depositado en su mano blanca, antes de volver a concentrar, parte de su afecto intrascendente en su prometido, que apenas había visto nada… su impresión había sido tan obvia que había tenido que disculparse apresuradamente con que el aire del mar le hacía mal, al llegar a su habitación, al pequeño salón privado es decir, Maurice había reído de tal manera que los gorriones se habían alterado en el interior de su jaula, sin duda escandalizados por la actitud de su dueño.

    Había visto lo mismo un montón de veces y ya no le sorprendía, no esperaba –aunque en el pasado, siendo un poco más joven y estúpido sí que lo había hecho – que un hombre le fuera fiel a su consorte, del mismo modo en que estaba seguro de que una vez dado el primogénito que su marido deseaba una mujer o un doncel podía tener un amante – o varios – si era lo suficientemente precavido como para evitar escándalos.

    Pero en aquel caso, estaba por casarse, aún no habían pasado el tiempo en que se consideraba decente serle infiel a su futuro consorte, y el chico a pesar de ser bastante hábil en situaciones sociales pecaba de ingenuo en algunos casos, lo había notado… y aunque le resultaba risible aquello también le había causado cierta lástima, si Trancy estaba enamorado de su prometido se llevaría demasiadas decepciones.

    Suspiro pensando de vuelta en Phantomhive, la casa del perro de la reina no contaba con el agrado de Maurice, sentía una animadversión imposible hacía aquella casa, aunque en si razones de peso públicas no había, sus labios formaron un gesto de molestia y su ceño se frunció, no le molestaría en lo absoluto si Michaelis arruinase al muchacho ¡era tan joven! Sería un escándalo y apenas podría limpiarse sus nombres, el dinero no lo compra todo y la enemistad de aquellas joyas inglesas eran cosa de riesgo… negó con la cabeza, aquello, si llegaba a ocurrir, sería algo que ocuparía grandes salones por mucho… mucho tiempo.

    Con todo en aquellos momentos no le deseaba ningún mal de verdad al joven doncel, su ira estaba dirigida contra otra persona… una a la que… de ser posible, anhelaba poder arrancarle la piel a tiras…

    -¿no es una lástima que algo así no vaya a ocurrir jamás? -se preguntó en voz baja suspirando, en el preciso momento en que una voz habló a sus espaldas.

    Sus dedos se tensaron alrededor del rosario, mientras oía el poema en aquella voz calmada y sensata, volviéndose a prisa, terriblemente pálido fijo sus ojos en los del dueño de la voz…

    Él joven es hermoso y gentil
    Delicado en sus gracias, infame en su corazón
    Es su voz un canto hecho de cristal y agua
    Y sus ojos dos gemas gemelas de plata encantada
    ¿Qué podría empujarme a apartar los ojos de él?
    ¡Ay!
    ¡Que si un corazón no late al verlo es que o es de piedra o está muerto!


    .
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    .

    Aquella mañana Alois supo que algo iba mal, la cabeza le daba vueltas y cuando miro al techo noto que los ojos le quemaban, soltó un gemido ahogado y se estremeció, su cuerpo entero temblaba un poco, y su piel estaba más pálida.

    Con esfuerzo, se sentó en el lecho de seda y extendiendo una mano jalo la cuerda de la campanilla que atraería a su doncella, debía estar esperando en su saloncito privado por ser llamada, ingreso casi enseguida llevando consigo un carrito con su desayuno.

    -Buenos días joven señor –susurro ella, Alois siempre había dejado claros los límites de la posible relación que habría entre ambos, a diferencia de otros y otras hijos de nobles que se hacían íntimos de sus sirvientes (cofcofElisabethcofcof) Alois nunca había caído en semejante brutalidad, conocía bien su posición en el mundo después de todo.

    Se encogió un poco de hombros y la estudió desde su posición en la cama, al final suspiro dispuesto a confesar lo que le ocurría.

    -Buenos días, Violet llama a mi padre y explícale que necesitare un médico –ordeno, volvió a estremecerse y su cuerpo se tensó al tiempo que llevaba una mano a su frente, no hervía… era eso o su mano estaba tan mal como su frente –he cogido un resfriado –comunico con cierto pesar al tiempo que esta vez no podía controlar el estornudo que vino, “maldición”

    La razón de su pesar era bastante obvia, Alois no solía enfermarse pero cuando lo hacía quedaba confinado en cama… ¡y maldita sea estaban en el mar! No que al precioso rubio le gustara gran cosa el mar –prefería tener los pies sobre suelo firme, gracias- pero… cerrando los ojos se sonrojo ligeramente, el problema era que anhelaba estar más tiempo con Sebastian, como su prometido le permitían caminar y pasear en cubierta con él sin necesidad de una doncella, o cualquier otra cosa a su lado metiendo las narices, pero estando enfermo… estando enfermo podía olvidarse de tener una conversación privada con el noble.

    Se llevó ambas manos a la frente y gimió frustrado.

    Sin mentir, la culpa era suya, no debía de haber salido tan desabrigado la noche anterior, pero… suspiro recordando el día anterior.

    El conde Phantomhive se había acercado a ellos, con su hijo y con Claude Faustus, la presentación había sido brillante, el educado beso de Sebastian en el dorso de la mano de Ciel le había sorprendido y al mismo tiempo encantado ¿Para qué negarlo? Parecía la escena de un libro de cuentos, una caballero y un príncipe, se había reído de sí mismo por su imaginación y luego había sentido a Sebastian a su lado, sosteniendo su mano y conversando con Phantomhive sobre el viaje y un barón que no asistiría por estar de viaje, la conversación había derivado en esos chismes propios de la gran sociedad “sí, he escuchado que Lady Margareth se casa” “creí entender que era amiga vuestra, Michaelis” “Conocí a su padre en Italia, pero a ella no tengo el placer de conocerla, quizá en la boda” sonrisas, se había aburrido mortalmente y no era el único… Ciel controlaba mejor que él aquello, había sonreído y se había fundido en una conversación banal con él, hasta que al fin el noble conde Phantomhive había comunicado el porqué de su acercamiento.

    “La noble paloma” es decir la princesa real que viajaba en el barco con ellos y a quién harían el placer de hacer de escolta, solicitaba poder conocerlos.

    En aquel momento había sonreído encantado y se había vuelto al consorte de Ruckford con una sonrisa esperando ver su animación reflejada en su hermosa cara, Maurice de Ruckford había elevado apenas una ceja indicativa de su sorpresa y confusión, como si esperara que el conde se retractara de sus palabras.

    No lo había hecho, y habían ido todos juntos.

    Tembló un poco y volvió a ver a la puerta, esperando que esta se abriera cuanto antes para dar paso a su padre.

    Un segundo,

    Dos segundos

    Tres….

    ¿Se le habría pasado a la doncella comunicarle a su padre o este seguiría dormido? Frunció el ceño –aunque sabía que no debía hacerlo, producía arrugas – pensando en regañarla cuando la puerta se movió dando paso a su padre, este lucía ojeras y parecía mal descansado, aunque al mismo tiempo vestía tan perfecto como le era posible vestir.

    -Buenos días Alois, el medico vendrá en unos minutos ¿Cómo te sientes? –preguntó en voz baja acercándose al lecho de su hijo, la doncella se quedó parada detrás de él, cerca de la puerta.

    -Buenos días padre, no muy bien… creo que tengo fiebre –comento con un suspiro alicaído –Luces agotado –comento al tiempo que extendía una mano hasta su progenitor, esperando que este la tomara entre las suyas -¿Ocurre algo malo? –preguntó en voz baja.

    Basto ver la mirada que cruzo los ojos de su padre para entenderlo y suspirar un poco.

    -¿Es por lo de ayer? –preguntó en voz baja, temiendo que las cosas se pusieran tensas en el barco.

    .
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    Sebastián Michaelis y Claude Faustus acompañaban al barón Diederich Von Wolf en su desayuno, ambos con voces corteses estudiaban junto al alemán las posibles consecuencias de lo ocurrido el día anterior, de haber sido cualquier otro el ofendido no les molestaría hacerlo más tarde, pero Rukford había señalado la noche pasada que esperaba las disculpas de la duquesa… cuanto antes.

    -¿Es esto realmente necesario? –Pregunto Claude con un suspiro –Si hemos de ser sinceros bastaría enviar un telegrama en el próximo puerto y comunicar a su majestad lo ocurrido, bastaría unos segundos para que la duquesa entrara en razón.

    -Sin embargo –comento Sebastián rápidamente con cierto aspecto de lamento –si lo hiciéramos esto también podría resultar a la larga contraproducente, no niego que la ofensa hecha por la duquesa al consorte de Ruckford no deba ser paliada, tiene que serlo, pero si llegara a oídos de la nobleza del noble prometido de nuestra paloma que semejante incidente ha tenido lugar en nuestro viaje las cosas se pondrían tensas, si me lo permiten... creo que deberían permitir que yo hablara con la dama -concluyo con tono muy sensato, al mismo tiempo que miraba ora a uno y ora a otro, ambos nobles le miraban con muy poca confianza.

    -Sin dudar de sus grandes cualidades Michaelis –contesto Claude Faustus –me atrevería a decir que la dama no va a cambiar de parecer por solo verle hablar a usted.

    -Sin ofender su forma de ver las cosas Faustus –contesto Sebastián, ignorando por completo el intento de intervención de Diederich Wolf –creo que me subestima, se tanto de esta política como usted y le recuerdo, que yo llevo la carta real en última instancia.

    Hubo un duelo de miradas entre ambos caballeros, al tiempo que sus respectivos tés se enfriaban, el noble alemán que había presenciado el mutuo reto frunció el ceño frustrado de no haber podido hallar una situación que complaciera a todos.

    Con resignación recordó lo ocurrido.

    Flash Back

    Compartía un par de comentarios con el marqués de Middleford –antiguo sirviente suyo en el Weston Collegue – y su noble esposa, cuando sin venir a cuento noto que Vincent había vuelto, y vuelto acompañado, detrás suyo venían los Trancy que nunca eran difíciles de distinguir blancas sus frentes y rubios sus cabellos, los del más joven eran rubios, los del conde blancos, al lado de ellos estaba Sebastián Michaelis, gallardo y peligroso como anunciaba su fama… y entonces un sueño, el muchacho que acompañaba a Rukford, su consorte, era de una belleza agradable, al cruzar miradas había sabido que conversaría con él más tarde.

    No hubo oportunidad, las presentaciones se dieron, bella la inclinación de Alois Trancy, como un hermoso y pequeño pájaro inclinando la tez para permitir ver su bello plumaje, detrás suyo un beso de parte de los nobles en el dorso de la mano de la sobrina de la reina.

    Maurice Rukford había avanzado y, con una elegancia tan hermosa como fría, había realizado una pequeña y educada reverencia antes de decir.

    -Es un honor milady, ser presentado a usted, permítame extenderle mis felicitaciones por su compromiso –sus labios habían formado una encantadora sonrisa, la muchacha le había mirado y al final contagiada por la dulzura del gesto de la rubia belleza que tenía delante de los ojos había correspondido a su sonrisa extendiendo sus manos hasta tomar las del consorte del duque francés.

    Pero entonces la madre de la muchacha, que había sido convencida por quien sabe quién había regresado a la habitación, solo para ver a su hija sostener las manos del rubio.

    Su rostro se había agriado enseguida, sus ojos se habían convertido en una franja imposible y su boca.

    -¡¿Pero que pasa aquí?! –había gritado acercándose violenta solo para separar, de un manotazo las manos de ambos jóvenes - ¡¿Cómo es posible que se atrevan a ofender a mi hija poniendo a este… a este…?! –señalaba a Maurice con un dedo acusador lleno de furia, al mismo tiempo que el esposo del mismo apretaba los labios y avanzaba con violencia y el muchacho retrocedía con expresión de sorpresa.

    Fin del Flash Back

    La discusión subsiguiente no había sido tal, helada la voz del francés había solicitado a la dama retractarse de sus palabras solo para que esta, perdiendo los papeles como solo una campesina podría hacerlo, en todo aquello los presentes habían pensado unos en alejarse y otros en detener a la mujer antes de cometer un crimen social en aquel lugar, el rubio ofendido era, con todo, el único que había logrado controlarse por completo y sonriendo comentar que se encontraba cansado y deseaba retirarse, había susurrado algo antes de irse, algo que él no había escuchado de todas formas.

    Sacudiendo la cabeza Diederich se levantó llamando la atención de los ingleses.

    -Si me permiten caballeros, dejo este detalle en sus manos, solo espero que esto no se convierta en una guerra sin cuartel, no ignoramos que Rukford nunca ha tomado bien las ofensas a su nombre.



    Notas de la autora: Hola de nuevo, sé que he tardado una eternidad -y puede que un poco más- en actualizar, pero juro que no fue mi intención y me disculpo con todas las que leen la historia, os quiero un montón, espero que este capitulo os haya gustado.
     
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  13. gen_yuki
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    Alois no debería caer por sebastián tan pronto su tía se lo dijo que lo siga tratando con frialdad es lo que sebastián se merece. Y que si estoy algo enojada claude aún no hace nada y ya lo odio como a ciel y sebastián ya los odio a los tres si bien para madurar es necesario sufrir pues no deseo que alois sufra tanto pero bueno. Recuerdo que un día me dijiste que debo de dar gracias por que alois es el protagonista. Debo decir que sentí un poco feo cuando lo dijiste. No diré más. Elogio el manejo de la época Cómo siempre me sigue atrapando como lo desarrollas
     
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    princesa de la luna
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    Capítulo 16

    Alois había sonreído a su padre temblorosamente al entender que lo que la duquesa había hecho había sido más riesgoso de lo que uno pensaría, las uniones políticas entre un reino grande y un reino pequeño podían parecer comunes.

    Pero si el rey del reino en cuestión aún halla en sus venas el orgullo suficiente como para resistir la atracción de Prussia y Alemania entonces uno podía imaginar que dicha unión no lo haría feliz.

    Si la reina era una mujer cruda, de esas que no inspiran en la cama más que hastió no quería ni imaginarse como sería un hombre venido de una corte de miradas sombrías como se anunciaba la de su destino.

    Se consideraba a la corte inglesa demasiado oscura.

    Pero eso era porque uno no se detenía demasiado en la honorabilidad alemana, sus flemáticas voces y sus miradas sombrías.

    El duque de Rukford era uno de los pocos hombres que habían entrado en esas cortes y había logrado conocer sus encumbradas naturalezas lo mismo que desnudar algunos de sus secretos, era uno de esos hombres a los que el espionaje les venía como anillo al dedo.

    Diplomático por naturaleza, Stephan Rukford había alterado parte de las cortesías que son naturales en la nobleza con su sonrisa deslizándose lo mismo que sus manos allí donde no debería ni haberse posado, sus labios se habían inclinado hasta besar la mano de Victoria y esta le había concedido contra todo pronóstico un lugar a su lado, caminando al mismo paso que ministros y nobles de alta cuna, que por otro lado no podían mirarle por encima del hombro.

    Se decía en voz muy baja que había logrado los favores de uno de sus mayordomos, no de uno de los Doble Charles, no, sino de aquel que era tan cercano a la reina que la simple insinuación era una ofensa de alto calibre, pero se hablaba en voz muy baja que lo había hecho, que mientras sus labios le concedían a la reina las frases más dulces, sus manos habían deslizado con envidiable destreza notas en las enguantadas manos de aquel muchacho de ojos ocultos.
    Solo el hecho de que la voz del mayordomo era la misma que la del antiguo rey consorte lo había salvado de la muerte y la deshonra, haberse rebajado a conceder su atención a aquel fascinante noble francés no podía perdonársele aun cuando se dijera también que no había logrado sonsacarle ningún secreto de importancia.

    Había entrado con pompa y boato en las cortes europeas subsiguientes gracias a ese escándalo, más de uno estaba deseoso de escuchar acerca del incidente, acerca de cómo un hombre había logrado huir de la ira de la reina inglesa para contárselo al mundo.

    Ese acto tan poco recomendable le había abierto las puertas de Hetztoleen y la amistad del rey, lo que llevaba a sospechar a Alois que había habido mucho más por debajo pero no lo dijo perdido como estaba en el relato de su padre, el monarca había quedado encantado con el noble francés, sus bellas maneras, su voz de sangriento escarlata y la locura que muchos le habían insinuado que ese hombre escondía bajo su cortes mirada, habían fascinado al rey hasta convertirlo en un asiduo a aquellas “fiestas” que algunos nobles se daban el permiso de asistir y que la moral nunca aprobaría.

    “A veces hay niños”

    Susurro su padre y Alois hizo un esfuerzo por no estremecerse, por no recordar los rumores sobre su padre en las casas de campo, hizo el esfuerzo y sonrió temblando y extendiéndole una mano para tocar su piel arrugada, y escuchar la última frase.

    “Rukford posee un control preocupante sobre el rey, bastaría una frase suya para que este cancelara la boca y arruinara los deseos de nuestra reina ¿lo entiendes ahora? Estamos al borde de un incidente internacional”

    Alois ahogo un grito en la boca terminando de comprender, pero al mismo tiempo escandalizado, en la superficie podía comprender el asunto, pero profundizando en el mismo le enfurecía entender que la arrogancia de dos nobles enfrentados podía terminar con el fin de un reino, una muchacha que nada tenía que ver en el asunto y ellos, como nobles representantes de Inglaterra y los deseos de la reina.

    “Estamos lejos” susurro su padre y Alois frunció la mirada, abrió la boca y aunque no lo supo en ese entonces, cometió su primer error.

    -¿No has pensado padre… que todo sería más sencillo si ustedes se permitieran hablar con su consorte? Maurice parece ser un joven centrado, el quizá lograría calmar a su marido, ayer parecía tan controlado…

    .
    .
    .
    El médico se retiró media hora después de aquella conversación con su padre, había llegado quince minutos antes y declarado con voz monótona que el clima marino parecía haber afectado la delicada salud del muchacho, se recuperaría pronto.

    “No soy un buen marinero ¿entonces?”
    Había preguntado con una sonrisa tan dulce como encantadora al médico antes de que este se retirara y el hombre tuvo que hacer un esfuerzo para no fijarse demasiado en el muchacho.

    “Es un buen marinero, aunque no le recomiendo las aguas alemanas otra vez”

    Había contestado yéndose del lugar y Alois había reído grácilmente.

    Aunque nunca lo diría en voz alta, en los últimos meses había descubierto cierto placer culpable en la admiración que la visión de su rostro causaba en la gente que pululaba a su alrededor.

    Aun no era tan hermoso como podía llegar a ser un día no muy lejano pero ya comenzaba a expresar ese tipo de belleza que con los años podían causar admiración devota o envidia y odio incontenibles.

    Le causaba cierto placer saberse admirado y en ciertos puntos deseable, lo mismo que poco a poco se hacía a la idea de que, si Sebastián lograba convencer a su padre, en unos pocos meses dejaría de ser un doncel soltero y sobre su cabeza brillaría una diadema ducal con rubíes brillando como pequeños soles sobre su rubia cabellera.

    La idea lo alteraba y al mismo tiempo lo encandilaba hasta el punto de pasarse cierto tiempo mirándose en el espejo preguntándose si Sebastián pensaría en él.

    Luego sacudía la cabeza con cierta molestia mal disimulada, no debería pensar tanto en su prometido, aquel hombre estaba jugando con él y Alois lo había notado en los susurros contenidos y las palabras bien medidas, ser cazado era una actividad excitante pero también extenuante, era primerizo en esos juegos y el ansia por caer y conceder un beso solamente comenzaba a pasarle factura.

    Si, quería que Michaelis le besara… aunque fuese solo por un gramo de curiosidad que le obligaba a preguntarse si aquel hombre sería tan fascinante como se anunciaba.

    Si sería tan hábil en el arte francés como lo era con la palabra.

    Un grito en las afueras le arranco de sus pensamientos y la posibilidad de pasar la mañana descansando como le recomendarán, también le quito todo placer al sabor del té que le habían dado para digerir la medicina, echo las capsulas en el interior de su boca y trago, saltando de la cama para afuera, envolvió su delgada figura con la bata y avanzo apenas unos pasos antes de que su doncella cruzara de nuevo las puertas de su camarote y chocara miradas con él.
    Alois elevo el mentón y una ceja, esperando una explicación, el rostro de la muchacha decía que tenía noticias y moría por contarlas.
    -El duque… el duque Rukford señorito… él… -Estaba agitada y apenas podía expresarse con coherencia.
    El precioso rubio contuvo un bufido de fastidio antes de hablar.
    -¿Qué pasa con el dux? –pregunto, un poquito fastidiado y otro más curioso.
    -Está muerto –Alois retrocedió horrorizado, pero había más -ha amanecido muerto y dicen que… ¡ha sido envenenado!
    Alois perdió el color de inmediato y ni tan siquiera reclamo a la mujer estar tan excitada.
    Aquello eran malas noticias.
    .
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    .
    Supo de inmediato que aquello era malo y por eso ordeno a la doncella que lo ayudara a vestirse, pasar la mitad del día en cama era imposible, horriblemente imposible, hacía muy poco tiempo había insinuado la posibilidad de hablar con Maurice para calmar los ánimos de su esposo, ahora se sentía obligado a hablar con el joven y nuevo “viudo”
    Sus dedos titubearon contra el picaporte del camarote pero al final lo tomo y con aquel acto salió de la habitación que le había servido de refugio.
    La cubierta aquel día estaba ardiendo, podía adivinar los rumores corriendo entre lenguas y lenguas, susurros mal controlados, por un lado ya había corrido como la pólvora la noticia de que la duquesa y el dux habían tenido un intercambio de palabras realmente vergonzoso, y que aquella mañana el dux francés había amanecido muerto.
    Aquello podía terminar en un incidente internacional, pero era solo la guinda del pastel.
    El pastel era lo peor.
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    Maurice Cole estaba pálido como la cera y sus ojos brillaban por la ausencia de las lágrimas que de todas formas no podría derramar en público, dada su sangre azul, daba vueltas de un lado a otro sin mirar a nadie, y su boca temblaba a cada instante un poco más.

    A su alrededor la duquesa y su hija estaban tiesas como estatuas de cal, mirando cada una las tazas sobre la mesa central, no muy lejos con ojos de arpía Rachel Phantomhive y su cuñada hablaban en voz baja sin permitir que Elisabeth se alejara demasiado de ellas, sus bocas apenas formaban un gesto neutral, de lo espantadas que estaban todas.

    Cerca de la puerta estaban los condes Phantomhive y Trancy, discutiendo en voz muy baja lo que había ocurrido.

    Y en silencio, cerca de la mesa, el barón Wolf, y los marqueses Middleford, Michaelis y Faustus daban miradas sombrías al médico que terminaba de realizar sus experimentos sobre la mesa.

    ¡Aquello no podía haber ocurrido en verdad!

    Habían estado en aquel lugar hasta unas horas increíblemente tardías ¿Cómo era siquiera posible que el dux hubiera entrado en el salón y muerto sin que ellos lo hubieran visto? ¿Cómo? si ellos eran los únicos que tenían la llave del lugar.

    Las cosas se tensaban como una cinta roja extendida hasta no poder más so pena de romperse.

    La puerta se abrió, y dio paso a dos jóvenes figuras, Ciel Phantomhive y Alois Trancy ingresaban juntos a la sombría sala, no había ni tan siquiera una sonrisa de bienvenida, el rubio muchacho elevo los ojos buscando a su padre, y al hallarlo en compañía del conde Phantomhive avanzo en su dirección, paso lento y siempre a la par que su compañero de caminata, sin poder evitarlo de soslayo busco con la mirada al “viudo”

    Estaba, ya lo hemos dicho, pálido como la cera y los ojos le brillaban, pero nada más, sus manos temblaban sin razón aparente, el capitán aún no había llegado pero las circunstancias exigían su llegada, y muy pronto tendría que aparecer.

    Al centro el médico soltó un suspiro y habló en voz baja.

    -Está hecho, señores –la mirada de Maurice se elevó entonces de sus manos sin enguantar, hasta fijarlas como dos dagas perfectas en el rostro del mismo, el médico tuvo que hacer un esfuerzo para no retroceder por la mirada, y controlándose habló.

    -el dux fue envenenado –declaro, en que basaba esas palabras no podía decirlo más que a unos cuantos en esa escena, el cielo sabía que ya cometía un error al decir en voz alta en presencia de mujeres y donceles algo tan delicado, bien se sabía lo malos que eran para guardar secretos aquellas criaturas.

    Maurice soltó un gemido que era mitad sollozo, al que acallo casi enseguida apartando la mirada para que nadie viera su expresión y sus dedos se cerraron en dos puños.
    Las reacciones del resto de nobles fueron menos expresivas, se lo esperaban en cierto modo, y ahora solo quedaba un camino, saber quién y si había sido un incidente aislado o no, antes de que Napoleon empezara a solicitar explicaciones para la muerte de uno de sus más infames espías.
    -Si me lo permitieran –hablo en voz alta el marqués de Faustus llamando la atención de todos –debo solicitar que las damas y donceles se retiren durante un momento, debemos hablar de esto en soledad –explico, la noticia del envenenamiento aunque no precisamente sorpresiva, ponía color de hormiga –dicho vulgarmente- las cosas.
    La duquesa, aliviada en cierto modo, aunque también conocedora de que pasaba a convertirse en sospechosa de aquella muerte se levantó casi enseguida y tomo la mano de su hija, de nada serviría reclamar, las miradas de los hombres eran demasiado sombrías.
    -Tomaremos el té en el salón de música –comento al aire la marquesa de Middleford entonces, al ver que nadie más se decidía hablar.
    Alois que acababa de llegar con Ciel miró extrañado a todos, aun de la mano de su padre, aquella en la que hace poco había depositado un beso para no ser regañado por aparecer allí. Cruzo miradas con Sebastian, sin razón alguna más que una mirada, consciente de que no lo había buscado al llegar y sus mejillas no se encendieron esa vez, pálido ante la nueva noticia.
    Se miraron a los ojos y con cierto placer vio como la de su prometido se suavizaba en un asomo de sonrisa que, dadas las circunstancias, era indecorosa, asintió en su dirección tratando de controlar sus labios para no sonreír a su vez, estaban en presencia de la muerte, o del fantasma de una muerte ya que el cadáver, a los cielos gracias, no estaba presente.
    Maurice se levantó con movimientos agradables a la vista pero mecánicos en cierto modo y con el mentón elevado, concordó con la dama que había hablado.
    -Será lo mejor, aunque bien sé que estoy en mi derecho si deseo quedarme, confiare en ustedes caballeros y su buen juicio para solucionar todo lo acontecido –no miraba a nadie más que a la duquesa y su mirada era la de dos cuchillas afiladas, ahora que había decidido mirar a alguien, la dama entreabrió la boca lista para decir algún comentario desagradable cuando el precioso rubio continuo –sin embargo espero que a nadie le moleste si me retiro a mis habitaciones.
    Fue como si alguien hubiese dejado caer un balde de agua fría sobre la cabeza de cada uno, la voz del muchacho aunque controlada acaba de dejar escapar un sollozo y se había callado casi enseguida.
    Alois le miro sorprendido, esperaba algo más aunque sabía que era indecoroso demostrar emociones… hizo un gesto de lástima con la deliciosa boca de coral y en un impulso avanzo un par de pasos hasta quedar frente a Maurice, que le miro sorprendido.
    -Permítame acompañarle, duches –susurro con una voz encantadora y la mirada clara como la superficie de un manantial.
    A su alrededor el resto de nobles los miraron sorprendidos, Maurice estaba en el lodo mucho antes de aquel día y ni aun siquiera su boda lo había salvado de las lenguas venenosas, una locura completa que un doncel como Alois, limpio su nombre y título, le ofreciera la dulzura de su compañía… Maurice si era amable rechazaría y Alois, si era inteligente, no insistiría.
    -Por favor no se moleste –pidió, con voz parca, el rubio mayor, un respiro de alivio –No desgaste sus horas en escucharme llorar mi perdida.
    Alois parpadeo un segundo, sabiendo que cruzaba la línea cuando hablaba.
    -No sería ninguna molestia, por favor, sé que ha recibido una mala noticia.
    La marquesa de Midlefford dio un paso al frente para detener a Alois, pero una mano, la de Rachel Phantomhive, la detuvo, esperaba ansiosa el desenlace.
    Maurice bajo un segundo la mirada y luego asintió.
    -En ese caso está bien, si a su padre no le molesta claro.
    Trancy solo podía decir una cosa en una situación como esa.
    -Adelante hijo.
    Maurice estaba sorprendido.
    Alois parecía extrañamente feliz.
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    Maurice recibió la taza de té que Alois le sirvió con un asomo de sonrisa y se miraron a los ojos, ambos estaban en la sala del camarote del primero, el mayor ladeaba la cabeza tratando de comprender al doncel y este le miraba sin dudas ni preguntas, como esperando algo.
    -Gracias por acompañarme, joven Trancy.

    -No hay de qué, pero puede llamarme por mi nombre, usted tiene uno muy bonito-

    -Gracias, puede llamarme por el si lo desea, también

    -Pretendo hacerlo… disculpe… ¿Se encuentra de verdad bien? –cruzaron miradas, Maurice bajo la suya.

    -Me encuentro bien, no se preocupe –contestó al final, para luego ver si Alois daba muestras de escándalo por no escucharlo lamentarse por haber enviudado.
    No lo vio hacer gesto alguno y sintió algo parecido a la intriga.
    Alois parecía joven.
    ¿Qué podía saber acerca de casarse sin amor? ¿O de las infidelidades que uno debe aprender a ignorar? ¿O de las intrigas a las que se somete cada miembro de la nobleza para sobrevivir entre víboras?
    Pensó en Michaelis y escondió una mueca, mirando al muchacho.
    -¿Cómo estás tú… -observo si acaso el muchacho se incomodaba por ser tuteado, pero este solo le miro con curiosidad- Alois?
    -Oh… yo estoy bien –estaba titubeante, nada más evidente, bajo la taza y la puso sobre su platito, observando al adolescente, quiso reír, pero se controló, no había nada nuevo bajo el sol, aquella expresión… aquella expresión en el pasado la había tenido él.
    -¿Ha pasado algo con tu prometido? Perdóname… no deseo ser indiscreto, pero sois una hermosa pareja, y yo necesito apartar mi mente de las cosas tristes –tomo sus manos –si lo deseas… te puedo escuchar –ofreció, voz cándida, vio la duda en aquellos ojos y luego el asentimiento, se dijo que no debería sentirse tan orgulloso de sí mismo.

    -Creo que le quiero –empezó a decir… y Maurice se contuvo de rodar los ojos, a esa edad quieres a todo el mundo, pudo decir… pero había prometido escuchar.

    Y ese que estaba frente suyo era Alois Trancy, el hijo del conde Trancy.
    .
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    El barco ya era un hervidero de rumores antes de que ocurriese lo que ocurrió aquella noche, pero la muerte de un duque en condiciones extrañas siempre será núcleo de desgracias.
    Lo que ocurrió después fue también fruto de ello.
    Las investigaciones de la oscura nobleza se dedicaban a tratar de esconder la razón de la muerte del duque de Rukford.
    Hasta que se leyó entre líneas lo que había pasado.
    .
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    Diederich Wolf dio media vuelta hasta enfrentar miradas con Maurice de Rukford, el joven viudo se había mantenido en el barco aunque el cadáver de su marido había sido enviado en otro buque de vuelta a Francia.

    A un lado del doncel se encontraba Faustus, las miradas de los tres eran demasiado sombrías.

    -¿Qué diablos están insinuando? –preguntó, los dientes apretados al tiempo que Faustus se deshacía de los guantes blancos y servía una taza de un té negro como el carbon

    -Nosotros no insinuamos –echo a reír el más joven entre los tres, burlón, quitándose sin temor la máscara de desolación que lo había acompañado desde la noticia de su viudez, crueldad innata se le diría –pero uno entre los tantos invitados a este viaje de compromiso has asesinado a mi marido, no es que yo le guarde rencor, nada por el estilo –sacudió la mano –pero el té en cuestión… bueno, ese té estaba destinado a la princesa ¿no? La cajita tenía su nombre y una tarjeta –entre sus dedos, los de la mano libre, se podía apreciar una tarjeta color crema, de arabesco dorado –de pésimo gusto, si me permite la opinión, pero también lo suficientemente clara… como usted verá, dice admirador el té es de cerezos, el favorito de la blanca paloma… y por alguna razón termino en una taza de mi amado consorte… enviándolo a la tumba… también le di del mismo té al gato de Michaelis –se miraron a los ojos, Diederich aparto los ojos del doncel para mirar a Faustus… un poco espantado –el gato está muerto, en la caja que está allí, si ordena al médico que le haga un estudio… quizá encuentre síntomas semejantes con el otro cadáver que ya reviso.

    -La princesa no…

    Faustus interrumpió la diatriba del alemán.

    -No decimos que la princesa lo hizo, ni tan siquiera que su madre lo hizo… lo que queremos decir, es que alguien quiere muerta a la paloma… antes de que llegue con su prometido. Ahora bien Wolf, la pregunta es quien… y no solo quién… sino ¿cómo vamos a evitar el escandalo?
    Wolf calló un par de segundos observándolos.

    Conocía a Faustus, a su corta edad, puesto que apenas tenía unos treinta años, había llegado muy alto en su carrera, tanto política como extranjera, había salido de la universidad de Oxford con la idea de seguir carrera diplomática, pero se había apartado de está dedicándose a una carrera un poco más excitante y peligrosa: el espionaje internacional para la reina.

    Se habían cruzado en París, en España, en Rusia y también en otro lugar de nombre más oscuro, el noble de ojos dorados no tenía ni honor ni moral, lo había visto cortarle la cabeza a un infante de tres años frente a toda una congregación con la intención de ganar su confianza para luego traicionarles.

    Sabía que era capaz de todo.

    Luego, miro a Maurice de Rukford, a este lo había visto de lejos un par de veces y solo ahora entendía un par de cosas, no debería sorprenderle que un doncel de semejante cuna y ascendencia estuviera implicado en esos temas…
    Y ambos se presentaban con aquella noticia.
    Alguien pretende asesinarla, usted sabe que no podemos intervenir directamente y nos arriesgamos al decírselo… pero confiamos en que pueda ser de utilidad.
     
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    Hola!!! Nueva lectora, me gusta mucho tu historia yo AMO la pareja de Claude y Alois, pirque son tan lindos y me encantan en tu fic. Gracias por compartirlo estaré esperando la actualización.
     
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149 replies since 1/7/2012, 21:03   4535 views
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