InGo: La fiesta [KirinoxShindou][S: IxA, FxK, HxM][Acabado]

Aquel día le resultó especialmente duro a Shindou. No había dormido bien dándole vueltas a lo que le habían comentado sus padres el día anterior. Se le había caído el arroz del desayuno por encima. Tampoco había atendido en clase al estar distraído y en ese momento le acababan de dar un balonazo en la cabeza al perder un pase que le había lanzado su amigo Kirino.
-¡Shindou! –exclamó este preocupado acercándose al atractivo adolescente de pelo ondulado y color ceniza que le llegaba por encima de los hombros.
-¿Eh? –preguntó aturdido el capitán del equipo mirando a Kirino con los ojos nublados, unos ojos grandes y de un rojo oscuro y apagado, que no por no ser brillantes le hacían menos favor a sus ya bellas facciones. Parecían dos calderos bullendo por dentro.
-Hoy estás muy distraído, Shindou –dijo el muchacho de largos cabellos rosas recogidos en dos coletas-. ¿Algo te preocupa?
Shindou miró los intensos ojos celestes de su mejor amigo y abrió la boca. ¿Podía pedírselo a él?
-Sí… ¿podemos hablar luego del entrenamiento? –pidió amablemente el capitán haciendo que Kirino lo mirara con desconfianza.
-Está bien, Shindou… Intenta no matarte antes.
El entrenamiento continúo hasta bien entrada la noche, que enseguida engulló el campo de fútbol debido a la adelantada fecha invernal.
Kirino esperó a Shindou mientras este se daba una ducha rápida y se vestía con el uniforme. Shindou solía acabar rápidamente, pero aquel día parecía que le costaba acertar con sus acciones y había tardado más de lo normal. Solo quedaban Tenma y Shinsuke que estaban entretenidos riéndose de algo que no llegaron a comprender y las gerentes, que esperaban pacientemente a que todos se marcharan.
-Adiós Shin-sama –susurró Akane con la mirada baja cuando Shindou y Kirino pasaron a su lado, pero el apelado no la oyó y Kirino le sonrió compasivamente-. Oh… otra vez…
Kirino y Shindou salieron del Club de Fútbol, hacía bastante frío y se arrebujaron en sus abrigos.
-¿Entonces que te preocupa? –preguntó Kirino acercándose a Shindou para que el viento no le golpeara tan fuertemente.
-Estas Navidades un amigo de mis padres muy rico e influyente celebra una fiesta en su mansión –suspiró Shindou.
Kirino le sonrió.
-Pero todas las Navidades tienes alguna fiesta de alguna persona influyente.
-¡Esta vez es diferente!
El muchacho de pelo rosa asintió en silencio, esperando a que su amigo siguiera.
-Tengo que llevar pareja –murmuró Shindou sonrojándose-. Es una fiesta de parejas.
-¿Y cuál es el problema, Shindou? Eres un chico muy popular.
-Ah… pero yo no conozco a ninguna chica… No tengo tanta confianza como para pedirle a alguien… y menos presentarla en un sitio tan importante…
Kirino miró a su compañero con el estómago temblándole.
-Pues dile a tu padre que irás solo.
-Yo… había pensado en algo para no ir solo… ¿Me acompañarías tú, Kirino? –preguntó Shindou parándose con el rostro sonrojado.
Kirino se detuvo también algo enrojecido.
-¿Yo? Bueno… -sonrió Kirino.
-¿Sí? –preguntó ansioso Shindou- ¡Estoy seguro que con un vestido y otro peinado nadie se dará cuenta de que eres un chico!
-¿¡Qué!? –gritó Kirino sintiendo que se le encarnaba hasta la raíz del pelo- ¿Cómo chica?
-Obviamente, es una fiesta para parejas y quedaría extraño que fuera con un chico…
-¡Nunca! ¡Ni muerto!–se negó Kirino moviendo los brazos-. ¡Dile a otro! ¡A Akane! Seguro que ella estará dispuestísima a acompañarte a una fiesta de parejas.
-¿Tu crees? –preguntó Shindou sopesando la posibilidad, Akane dentro de lo que cabía era más cercana que cualquier otra chica.
-¿Eh? –murmuró Kirino con la boca abierta que no esperaba que Shindou se rindiera tan pronto.
-Iré a preguntárselo antes de que se valla –sonrió Shindou dando media vuelta-. ¡Gracias, Kirino!

Kirino vio alejarse a Shindou a paso ligero para alcanzar a la chica que se alejaba en dirección contraria. El muchacho de pelo rosa abrió la boca incrédulo, que gran idea la suya… “Shindou dile a Akane de ir a la fiesta”… ¡Mierda! Ya puestos podría haberle dicho “Shindou pídele que se case contigo” o “Shindou, piérdete en el Amazonas”. Kirino mordió con furia su bufanda de cuadros escoceses.
Tenía que hacer algo… si su capitán iba a la fiesta con Akane… ¡quién sabe qué podía pasar!… Al fin de cuentas la chica estaba perdidamente enamorada de su amigo, y el único que no se daba cuenta era el propio Shindou… Además del entrenador Endou que era algo lento para esas cosas.
Pero en calidad de mejor amigo Kirino tenía que proteger a Shindou de todas aquellas personas que se acercaban más de lo debido a este, con intenciones lujuriosas por muy inocentes que fueran sus sonrisas. ¡Como aquella chica del jardín de infancia que le había pedido los plastidecor y a la que había tenido que alejar con un escarabajo que había encontrado durante el recreo! ¿Quién se había creído que era? A la única persona que Shindou podía dejarle los plastidecor era a él.
Shindou ya había alcanzado a Akane e intentaba entablar conversación con ella, lo que parecía estar costándole porque Akane había empezado mover los labios sin soltar sonido alguno y el adolescente solo la miraba pacientemente lo que la ponía aún más nerviosa, bendito Shindou.
Kirino frunció las cejas determinado, si estaba en su mano evitaría aquello, por Shindou... Respiró profundamente y se lanzó a la carrera a por el capitán, saltando sobre él como un jugador de rugby lo haría con otro jugador al que le quisiera hacer un placaje. Sin darle tiempo a reaccionar a Shindou, ni a Akane que solo vio como una forma borrosa secuestraba a su amado, lo agarró de la mano y echó a correr arrastrándolo tras de sí, gritándole a Akane:
-¡Lo siento, Akane!
La chica suspiró fuerte, y bajó la mirada tristemente.
-Para una vez que venía él a hablar conmigo…
Kirino no paró hasta que estuvieron a varias manzanas del colegio. Shindou respiraba agitado pues él no era tan veloz como Kirino y le había costado seguirle el ritmo infernal que había marcado el chico de pelo rosa.
-¿¡Pero qué te pasa!? –exclamó entre gruñidos de ahogamiento una vez pararon- Le iba a pedir que me acompañara y has aparecido como un loco… -el corazón le iba a mil y notaba la sangre golpeándole el cerebro sin piedad.
Kirino se giró para ver si estaban solos.
-¡Lo haré!
Shindou lo miró sin entender.
-¿El qué? ¿Comportarte como un loco?
-¡No! La fiesta… Iré contigo… como pareja –murmuró Kirino enrojeciendo y notando su nariz convertida en un faro de vergüenza.
Shindou alzó las cejas sorprendido.
-¿En serio? ¿Aunque tengas que ir de chica?
-S-sí –balbuceó Kirino cada vez más rojo.
-¡Que bien! –suspiró Shindou aliviado de no tener que ir con una chica de verdad, no las entendía para nada… todas lo miraban como si se hubieran quedado sin cerebro y no respondían a sus preguntas, ni siquiera datos básicos como sus nombres.
-Pero… quiero algo a cambio –interrumpió Kirino mirando fijamente a los ojos al capitán.
-¿Eh? ¿El qué? –dijo este retrocediendo, las exigencias de Kirino se habían vuelto cada vez más extravagantes… ¿para qué quería alguien quedarse con sus diarios antiguos? Pues Kirino se los había pedido a cambio de acompañarlo al dentista… Por no hablar de unos lapiceros mordisqueados de cuando era más pequeño.
-¡Quiero ir a París! –exclamó Kirino y continuó enrojeciendo más a la luz de las farolas- Contigo, Shindou.
-¿A París? –se sorprendió Shindou.
-Sí, a París -repitió el chico de grandes ojos celestes-. Siempre he querido ir pero mi familia… bueno, no podemos permitírnoslo… ya sabes… Es caro…
Shindou soltó una carcajada, sabía que a Kirino le daba vergüenza hablar de su situación económica con él, puesto que Shindou pertenecía a una de las familias más ricas del país y Kirino… Kirino pertenecía a una familia normal y trabajadora a la que le venía justo para comprar el equipo de fútbol de su hijo, quien rompía las botas a una velocidad alarmante.
-Iremos a París entonces –sonrió Shindou-. Podemos decírselo también a los del equipo…
-¡No! –Kirino bajó la mirada abochornado-. Tú y yo…
El capitán miró a Kirino intensamente aunque sin entender del todo.
-Bueno, pero tendrá que venir un adulto, porque somos menores de edad y no nos dejarán viajar solos.

Kirino se giraba en la cama sin poder conciliar el sueño, simplemente los días habían empezado a pasar desde que había aceptado ir a la fiesta con Shindou y cada vez se arrepentía más de haberlo hecho… Solo la idea de ir a París con Shindou le daba ánimos y coraje para no dejarle plantado… Al fin de cuentas París era la Ciudad de las luces, la moda y el amor…
Sin embargo estaba muy nervioso, al día siguiente iba a comprar el vestido que llevaría, y Shindou no podía acompañarle… ¡Maldito Shindou! Tenía un concierto de piano… bueno, él también tenía cosas más interesantes que hacer como contemplar las paredes de su cuarto o tirarle piedras a las palomas que se posaban en su ventana y le dejaban todo lleno de desechos palomiles…
Shindou le había dicho dónde ir a comprarse el vestido, que eran conocidos suyos y que lo había arreglado para que pudiera llevarse el que quisiera para que luego se lo abonaran a los Shindou, ya que el chico consideraba que lo menos que podía hacer era pagarle el vestido. Kirino mordió la almohada furioso… ¡él era la persona menos indicada para comprar vestidos! Por mucho que su apariencia fuera femenina no tenía ni idea de chicas y mucho menos de vestidos…
Al día siguiente el muchacho de ojos celestes amaneció con grandes ojeras y aspecto de desesperación total… Tenía que pedir ayuda… Buscó el nombre de uno de sus amigos en la agenda del móvil y espero a que aceptara la llamada. Una voz suave sonó al otro lado de la línea.
-¡Necesito tu ayuda! –exclamó Kirino con un tono tan suplicante que dejó a la otra persona preocupada y echa un lío cuando el muchacho continuó-. ¡Me tengo que comprar un vestido!
La conversación no duró mucho, Kirino estaba decidido a tener su ayuda y quedaron para una hora después.

El chico esperaba impaciente frente al Centro Comercial a cuya tienda tenían que ir, nunca había estado ahí antes y no creía volver… Se veía a gente de bien paseando pomposamente por el interior y mirando con desagrado a Kirino que se desvivía por pasar desapercibido, lo que le resultaba extremadamente difícil tal y como iba vestido y como se comportaba, todos sabían que era diferente… no era como ellos.
No tardó mucho en aparecer el salvador de Kirino, pero para desgracia del pelirrosa no iba solo, aunque tampoco le importaba demasiado…
Una señora que pasaba por ahí miró a los tres adolescentes con cara de perro al que no le dan de comer, y se giró toda ufana murmurando algo como “pobretones”.
-Amigo, sí que necesitas ayuda –sonrió un chico de pelo corto de color gris amarillento peinado hacia un lado con unos mechones rojos que le caían sobre las orejas y que a Kirino siempre le había parecido las orejas de un perro, sus ojos azules estaban puestos en su amigo y lo miraban burlonamente.
A su lado estaba un chico más bajo y tan delgado que parecía que si se le soplaba se rompería en pedazos, y sin embargo con una fuerza impresionante para su constitución. Tenía el pelo oscuro como el carbón, corto y pegado a la cabeza por arriba con un par de mechones que le salían disparados hacia los lados a la altura del cuello, un mechón de pelo intentaba ocultar su gran frente, sus ojos eran aún más oscuros y en ese momento miraban divertidos a Kirino.
-¿¡Qué pasa!?, ¿tengo monos en la cara o qué? –protestó Kirino sintiendo las miradas burlonas de los dos amigos.
-No creo que el problema esté en la cara –sonrió el moreno llevándose la mano al pecho.
Kirino enrojeció completamente y contempló los dos pequeños bultos que se marcaban a través de una de sus camisetas menos varoniles…
-¿Por qué no nos cuentas de qué va todo esto? –preguntó riendo el chico de ojos azules.
-Le prometí a Shindou que lo acompañaría a una fiesta como chica… Tengo que comprar el vestido pero al parecer no se puede saber que soy un chico y Shindou pensó que con estos rellenos nadie sospecharía nada… Pero todo el mundo me mira y creo que saben la verdad y me da vergüenza y quiero morirme.
-Bueno, si te mueres Shindou tendrá que buscarse otra pareja –comentó el otro chico-. Quien sabe igual entonces tiene que ser Hayami el que vaya de chica…
-Yo creo que se lo pediría a Tenma –replicó el moreno-. Ya sabéis, haría cualquier cosa por el capitán… Además seguro que Tsurugi no se opondría a verlo con vestido.
-¡Aoyama! ¡Ichino! Si realmente me vais a ayudar haced el favor de cerrar la boca.
-Tranquilo, Kirino –dijo Ichino apoyando la mano en su hombro.
-Mejor dicho, tranquila, Kirino –rio Aoyama dándole una palmada en la espalda-. Ahora tienes que ser una señorita para que nadie sospeche nada, ¿no?
-Nosotros seremos tus guardaespaldas, encanto –sonrió Ichino recostándose en la pared y enseñando los dientes que brillaron con un blanco cegador, cual galán de las películas.
-Nadie podrá tocarte un pelo sin nuestro consentimiento, pequeña –dijo Aoyama sensualmente apoyándose con una mano en la pared y mirando intensamente a Kirino que estaba empezando a perder la paciencia mientras Ichino se reía descaradamente.
-¡Dejaros de broma! –gruñó Kirino-. Lo estoy pasando realmente mal.
Kirino bajó la mirada con los ojos llorosos, las mejillas encendidas y el labio inferior temblándole ligeramente.
-Pues si que parece una chica de verdad –dijeron a la vez Ichino y Aoyama logrando que Kirino les diera un golpe en la cabeza a cada uno.

Kirino, Ichino y Aoyama se dirigieron hacia la tienda que Shindou le había indicado a Kirino. Un gran establecimiento iluminado y amplio en el que se veían gran variedad de maniquíes con hermosos vestidos de fiesta que solo de mirarlos parecía que te fueran a cobrar dinero.
-Vaya sitio –se asombró Ichino al entrar mirando su reflejo en las pulidas baldosas del suelo.
-¿Es la señorita Kirino Ran? –preguntó una dependienta joven acercándose al chico que correspondía con las señas que le habían dado.
-Sí… -respondió Kirino enrojeciendo hasta la punta del cabello.
-El señorito Shindou me avisó ayer –sonrió la joven, luego miró a los dos acompañantes con desconfianza, ¿por qué una chica se llevaría a dos chicos a comprarse un vestido?, ¿serían unos pervertidos degenerados?
Kirino se dio cuenta de la mirada asesina que lanzaba la dependienta a los dos chicos que miraban asombrados la tienda.
-Ellos son amigos míos , ya sabes…–dijo rápidamente Kirino, levantando el índice de cada mano y juntándolos repetidamente, la chica lo miró y luego volvió a sonreír al entender lo que Kirino le quería decir. Por supuesto, un amigo gay era otra cosa… Y más dos amigos gays.
-Bueno, vamos a buscarte el vestido perfecto, ¿te parece? –la chica hizo pasar hacia una mesa a los tres chicos y les pasó un gran archivador con fotos de los vestidos que tenían-. Puedes echarle una ojeada y me dices cual te gusta.
Kirino miró asustado aquel monstruo que le habían puesto delante, pasaba las hojas pero todos le parecían iguales.
-Creo que te quedaría bien un vestido que ocultara que eres plana como un chico –rio Ichino mirando los vestidos con los otros dos.
-No será para tanto –sonrió la dependienta mientras Kirino pisaba al chico por debajo de la mesa.
-Aún así, quedaría bien un vestido que lo disimulara… volantes o fruncidos –murmuró Aoyama pasando varias hojas sin ver ninguno que le gustara.
-Sí, que fueran ajustados de pecho pero ancho en la cadera… -añadió Ichino pensando que sería lo mejor para disimular la poca figura femenina de Kirino, al fin de cuentas no tenía caderas ni curvas como las chicas.
La dependienta sonrió y les enseñó varios modelos que exigían sus demandas.
-Sí, algo así –asintió Ichino acariciándose la barbilla mientras Aoyama asentía y Kirino solo miraba avergonzado todo lo que le rodeaba.
Hicieron pasar a Kirino a un probador con varios vestidos que la dependienta, siempre sonriente, sacó de unos armarios enormes repletos de vestidos bien puestos para no arrugarse.
Kirino se encontró solo de repente, obviamente no podía pedirles a Ichino y Aoyama que pasaran con él por muy gays que creyera la dependienta que fueran. Miró el vestido consternado y suspiró mientras se desvestía.
Se quedó en ropa interior y miró al espejo, su piel blanca tenía un color extraño bajo esas luces y su cara parecía sacada de una película de miedo. Se tocó el pecho artificial, era una molestia y una incomodidad, ¿cómo podían vivir con aquello las mujeres?... Claro que posiblemente también pensaran ellas algo parecido de los hombres y su virilidad… Sin embargo él no podría vivir sin la suya.
-Que complicado lo hacen las mujeres –suspiró mientras intentaba colocarse el vestido.
Una vez terminó como pudo, salió del probador, la dependienta sonriente se lo ajustó bien y todos lo miraron aprobadoramente.
-Es muy guapa, señorita –dijo la dependienta con tono meloso mientras Ichino y Aoyama se reían a sus espaldas-. Le sienta muy bien.
Kirino se probó varios vestidos de varios colores y diseños, aunque todos muy similares, sus dos amigos lo miraban siempre de arriba abajo pensando en lo bien que le quedaban a Kirino aquellos vestidos y lo bien depiladas que tenía las piernas.
Finalmente entre los tres eligieron uno y luego compraron los zapatos y complementos. Le dijeron que se lo enviarían a casa.
Nada más salir de la tienda Kirino fue al servició y se quitó el sostén, volviendo a suspirar con comodidad.
-¿Os apetece ir a comer por ahí? –propuso Ichino sacando unos panfletos de restaurantes de comida rápida que le habían dado cerca de su casa.
-Me parece bien –aceptó Aoyama.
-Pero lejos de este sitio tan horrible, por favor –suspiró Kirino.
-¡No digas eso, señorita Ran! –rió Ichino dándole una palmada-. Te ves muy guapa con el vestido, seguro que a Shindou le robas el corazón.
-Prefiero robarle el alma a tortazos –gruñó Kirino.
-Me pregunto como te habrá convencido –comentó Aoyama mirando a Kirino sonrojarse.
-Tonterías –le cortó Ichino-. Kirino iría al mismísimo infierno para evitar que a Shindou se le acercara una chica… ¿O no recuerdas aquella niña de primaria a la que le cortó la coleta por pedirle prestadas las tijeras a Shindou, la miró como un lunático y dijo “¿Quieres tijeras? Pues toma tijeretazo.”
Aoyama e Ichino se rieron pero Kirino hinchó los mofletes y giró la cara con una falsa expresión de ofensa.

Aquel día había amanecido realmente frío, y el cielo cubierto de nubes plomizas que ocultaban un color grisáceo y gélido amenazaba tormenta, probablemente de nieve.
Era el último día de clase antes de empezar las vacaciones navideñas y Kirino notaba como los segundos parecían arrastrarse desanimados, como si no quisieran avanzar, y detenerse en aquella horrible clase.
Aunque prefería que no pasaran, realmente, porque en media hora tenían un examen para celebrar la partida hacia las vacaciones más frías del año. Y después, después Kirino caería en deshonra para el resto de su vida y acabaría haciéndose el harakiri para restaurar el orgullo de los Kirino… Una familia que en realidad no tenía honor que proteger, el poco logrado era gracias al único hijo de la familia que se había convertido en un jugador de fútbol popular entre los adolescentes.
Finalmente llegó la hora de salir tras haber hecho un examen en extremo penoso, pero no podía evitarlo, llevaba varios días en los que no se concentraba.
-¿Vamos a entrenar, Kirino? –preguntó Ichino cautelosamente acercándose al muchacho de pelo rosa que recogía los libros en la mochila.
-Sí –suspiró Kirino.
-Venga, ¿y esa cara? –preguntó Aoyama acercándose a Ichino y Kirino.
En la otra punta de la clase Shindou conversaba con unas chicas que le daban sus mejores deseos para las festividades. Miró de reojo a su amigo y sintió un puñetazo en la tripa, estaba muy preocupado por Kirino, cada día tenía peor cara y en particular aquel día parecía sacado de una película de Tim Burton. Aunque deseaba que no fuera por la fiesta, sabía que así era, en el fondo era normal… Kirino debería acompañar a Shindou como chica ante las personas más prósperas de la ciudad, y posiblemente del país. Habían hablado poco desde el día que Kirino aceptó, cada vez que Shindou se acercaba el chico pelirrosa se hacía el ocupado con Ichino y Aoyama, que desde hacía tiempo no dejaban de seguirle a todos lados y le lanzaban miradas indescifrables… podría haber sido de enfado, pena, burla, compasión que Shindou no lo hubiera diferenciado.
-Parece que tienes fiebre, Kirino –dijo Ichino tocándole la frente con cuidado-. ¿Cuántos días llevas sin dormir?
-Dos semanas –gruñó el apelado sintiendo como la cabeza se le iba un poco.
-¡Kirino Ranmaru! –gritó Aoyama de forma muy exagerada- ¿No sabes que en invierno hay que dormir bien para no enfermarse?
-¿Estás enfermo? –preguntó Shindou acercándose a los tres chicos que lo miraron con diferentes sentimientos cada uno.
Ichino no entendía muy bien por qué, pero desde hacía unos días no aguantaba estar junto al capitán más de un minuto seguido… Y por lo que había podido observar, a Aoyama le pasaba algo parecido, incluso más extremo, puesto que se negaba a dirigirle la palabra y rehusaba su mirada. Ciertamente, el punto era que le hubiera encantado partirle la cara; Kirino cada día parecía más enfermo y Shindou parecía no darse cuenta. Había días en las que el chico de pelo rosa había estado tosiendo de forma muy preocupante durante el entrenamiento, se mareaba y lo había oído vomitar. Ichino estaba seguro de que era del propio estrés de la fiesta, que no le dejaba dormir, tal y como les acaba de confesar, y no dormir en invierno hacía que las defensas bajaran y se pillara toda clase de enfermedades. En eso no tenía la culpa Shindou, obviamente Kirino había aceptado, pero que pareciera ignorarlo a posta le hacía hervir la sangre. ¡Encima Kirino era un estúpido neurótico! Años atrás, al cumplir los 10, Shindou había invitado a sus amigos al parque de atracciones, Kirino se puso tan nervioso que enfermó y no pudo ir con los demás… recordaba perfectamente lo triste que eso lo había dejado, estuvo varios días sin comer apenas. Otro año para verano habían invitado a Shindou a pasar unos días con Kirino… el chico de ojos celestes le contó a Ichino a la vuelta que de los nervios había pasado los primeros días vomitando: en la playa, el chiringuito de bebidas, la tienda de animalitos hinchables, los recreativos, la heladería, el mar… el lugar importaba poco, cada vez que Shindou se acercaba Kirino vaciaba todo lo que tenía en el estómago.
La edad parecía no haber mejorado esa faceta de Kirino, al que le hacía tanta ilusión estar con su mejor amigo que cada vez que tenía planes con él los nervios le traicionaban. Por suerte para Shindou, Kirino había dejado de vomitar y simplemente se pasaba varios días sin dormir… El problema era, como en aquella ocasión, que los planes fueran con tanto tiempo de adelanto…
Un grito del capitán devolvió a Ichino a la realidad, y vio como Kirino se desplomaba sobre ellos, el único en reaccionar a tiempo fue Aoyama, que apenas pudo con el cuerpo inerte del pelirrosa que ardía de fiebre.