In11: Cuatro años [FudouxKidou] [One-shot]

El viento nocturno de principios de otoño apenas conseguía refrescar aquella noche que seguía a un día caluroso que arrastraba todavía las temperaturas ardientes del verano nipón.
Una brisa removió los cabellos pardos del joven que andaba en silencio entre las calles iluminadas por las farolas. La casa a la que se dirigía apenas quedaba a un par de puertas, un pequeño bloque de pisos unifamiliares de aspecto algo viejo y destartalado.
Subió las escaleras y avanzó por la galería comunitaria, deteniéndose frente a su destino. En el buzón el nombre de la familia escrito en un garabato que reconoció como la letra de la persona a la que visitaba.
Llamó al timbre educadamente y espero con un nudo en el estómago a que abrieran, el corazón le latía con fuerza y sentía como sus piernas comenzaban a temblar inestablemente. Respiró hondo. Hacía tanto que no se veían…

-¿Crees que debería ir a estudiar a Italia, Fudou?
El adolescente cuestionado se giró sorprendido hacia su amigo y no vio un balón hasta que este le dio de lleno en la cabeza.
-¡A ver si miráis dónde apuntáis, joder! –gritó el susodicho girándose rabioso hacia el chico de cabello corto y puntiagudo de color azul que se asustó y corrió a refugiarse detrás de otros compañeros del equipo.
Luego se giró hacia su interrogador, que lo observaba en silencio, muy tenso, desde detrás de sus gafas de aviador.
-¿Qué hay en Italia que no tengas aquí, Kidou?
-Pizza.
Fudou torció la boca en una mueca burlona. Luego recuperó su expresión de seriedad, aunque intentó que no se notara demasiado lo que realmente pensaba del asunto. Kidou llevaba rondándole mucho tiempo con la misma pregunta. Si por él fuera haría explotar Italia y no dejaría moverse de Inazuma a su amigo pero…
-Tú verás, Kidou.
-¿Pero qué opinas tú? –su voz sonó expectante, demasiado.
-¿Por qué no se lo preguntas a Sakuma, Genda, Endo o cualquiera de los demás y me dejas en paz? –gruñó Fudou cruzándose de brazos y abrasándolo con la mirada.
-Ya lo he hecho, el único que me sigue dando largas eres tú.
Fudou apretó los dientes, ¿para qué quería entonces su opinión?
-¿Y no te han dicho todos que te vayas? ¿Acaso no es una oportunidad que llevas esperando desde los 3 años? Deja de ser tan idiota y haz lo que tú quieras.
-Quiero saber tu opinión, Fudou. Eres mi mejor amigo.
Fudou se atragantó con su propia saliva, ¿su mejor amigo? Bajó la mirada sonrojado, no es que no se comportaran como tales, pero nunca se lo había dicho. Los ojos turquesas del chico castaño brillaron tristemente, no quería que Kidou se marchara, pero sería egoísta de su parte impedírselo.
-Ve. Deja a la altura del barro a esos italianos y vuelve conmi… con nosotros –Fudou sonrió siniestramente mientras el nudo que tenía en el estómago se hacía más grande y de repente sentía ganas de llorar… o mejor de pegarle a algo o alguien.
Kidou asintió en silencio, objetivamente sabía que era lo mejor. Pero su corazón no quería abandonar a sus amigos, y en especial a ese fanfarrón y creído mejor amigo por el que sentía ganas de levantarse cada mañana.

Una mujer todavía joven pero de rostro cansado y pelo canoso abrió la puerta al nervioso joven.
-¿Kidou? –se sorprendió al verlo ahí plantando -¿No estabas en Italia?
-He vuelto esta mañana –sonrió el chico amablemente.
La mujer asintió y mientras le dejaba pasar al interior le preguntó por su estancia ahí.
-No puedo quejarme, han sido los cuatro años más largos de mi vida pero ya estoy de vuelta –tragó saliva, no tenía que olvidarse del objeto de su visita-. ¿Y Fudou?
-Todavía no ha llegado de trabajar –suspiró la mujer mirando al reloj-. Y yo tengo que marcharme enseguida para llegar al turno de noche de la empresa.
-¿Puedo esperarle? –preguntó el chico sintiendo un vuelco en el estómago.
-Claro, nuestra casa es tu casa –sonrió la mujer-. Se alegrará mucho de verte, te ha echado mucho de menos aunque no lo quiere admitir.
Kidou se sonrojó levemente y la madre de su amigo suspiró largamente, siempre había querido ser abuela pero lo veía difícil, su hijo era demasiado idiota para darse cuenta y ese chico sin duda demasiado orgulloso. Pero ella no podía dejar de sentir una gratitud infinita hacia ese muchacho y su equipo de fútbol que habían logrado cambiar a su hijo y librarlo de un futuro oscuro.
Poco después Kidou se quedó solo en el apartamento, sentado en el sofá con un par de libros que Fudou tenía esparcidos por todos lados, la mayoría sobre su carrera. Olió las hojas del libro, en las que estaba impregnado el aroma de su amigo y su corazón dio un salto.
Quería verlo.
Los cuatro años sin él habían sido tan horribles y fríos. En un país tan distinto… había hecho muchos amigos, estaba Fidio por ejemplo, mas todos los días se acordaba de sus amigos japoneses, y en especial, de Fudou y sus comentarios hirientes. Volver unos días para Navidades o verano no era suficiente.
Kidou sonrió, a pesar de todo, los rencuentros con Fudou habían sido tan geniales…, todos los días pasaban algo de tiempo juntos, aunque solo fuera para dar una vuelta o vaguear por los parques… Aquello hacía las despedidas más dolorosas.
Pero ya había vuelto definitivamente. Y podría sincerarse con su amigo estratega que le traía loco desde muchos años atrás.

Ninguno de los dos decía nada aunque estaban al lado el uno del otro. A su alrededor el resto de amigos de Kidou charlaban animadamente sobre distintos temas, todos querían despedir a su amigo en aquel importante momento.
Un chico de cabello blanco y piel oscura le dio un pequeño empujón a Fudou y señaló a Kidou con la cabeza. Fudou se encogió de hombros y bajó la mirada tristemente.
El tiempo transcurrió muy deprisa, y antes de que se dieran cuenta Kidou debía embarcar hacia el avión, dejando de estar al lado de los demás.
Todos lo abrazaron, muchos lloraban. Fudou miró a Kidou y este ladeó la cabeza, ninguno hizo movimiento alguno.
-No molestes demasiado al equipo, ¿vale? –sonrió Kidou con un hilo de voz.
-No prometo –refunfuñó Fudou metiéndose las manos a los bolsillos y mirándose las puntas de los pies, no era capaz de mirarlo a los ojos sin gritarle que no se fuera-. Tú procura no meterte en líos.
Kidou asintió con la cabeza. No dijeron nada más. Kidou se despidió de todos con un movimiento de mano y les dio la espalda encaminándose hacia el pasillo que los separaría.
Sakuma, el chico de cabello blanco, se plantó frente a Fudou con cara de asesino en serie.
-¡No eres más idiota porque se apiadaron de ti!
Fudou abrió la boca para contestar, pero no pudo replicarle porque pensaba lo mismo.
-Venga, Fudou, aún lo alcanzas –le animó Genda con una palmada en la espalda.
El castaño los miró brevemente y tragando saliva salió corriendo tras Kidou. No podía decirle que no se fuera, pero sí podía despedirse mejor.
-¡Kidou! –llamó Fudou alcanzando al llamado justo antes de que este pasara por el control, lo agarró de la mano ante su sorpresa y lo alejó un poco del personal del aeropuerto que los miraban aburridos.
-¿Qué quieres Fudou? –preguntó el chico de gafas con el corazón latiéndole rápido.
Que qué quería, a él quería pero… Eso no podía decírselo.
Fudou le abrazó fuertemente, dejando a Kidou sin aire y con cara de idiota, para después abrazarle también permaneciendo ambos un momento, sintiendo el roce de sus cuerpos. Fudou deslizó un objeto en la mano de Kidou.
Al mirar que era el chico se sorprendió, una pulsera de bolas negras y rojas que el mismo le había regalado tiempo atrás, y pensaba que la había perdido.
-¿Y esto?
-Fue un regalo de una persona muy importante –sonrió Fudou-. Es lo más valioso que tengo, cuídala bien.
El labio de Kidou tembló ligeramente, mientras intentaba controlar las lágrimas. Con cuidado se quitó las gafas que siempre llevaba encima y se las ofreció a Fudou, haciendo que este le mirara a los ojos, atónito.
-¿Estás seguro? –Kidou asintió y Fudou cogió las gafas y se las puso al cuello-. Gracias.
-Te echaré de menos a pesar de todo –sonrió Kidou.
-Estaremos en contacto, Yuuto.
Kidou abrió los ojos, sorprendido de que lo llamara por su nombre y le ofreció la mano para chocar.
-No lo dudes, Akio.
Kidou se marchó con ojos llorosos, pero con el corazón más tranquilo. Fudou se puso las gafas en los ojos y aprovechó para llorar sin que nadie lo viera.

Fudou caminaba despacio por las calles que llevaban a su casa, sintiendo el aire acariciar su cansado cuerpo. Era agotador estudiar y trabajar a la vez. Pero lo peor era volver a casa y saber que nadie le estaría esperando aquella noche. Miró su reloj y un suspiro salió de sus labios y murió en el bullicio nocturno.
Hacía cuatro años que su vida había cambiado duramente, y no solo por tenerse que mudar a un pequeño piso con su madre por una demanda de desahucio… La ausencia de Kidou en su vida diaria fue un golpe muy fuerte para él. Para una persona cerrada a la que le costaba hacer amigos, la cercanía del chico de cabellos pardos siempre era un alivio.
Se humedeció los labios y se pasó la mano por los agotados ojos. Sabía que Kidou significaba mucho más para él que un amigo. Lo sabía desde mucho atrás, y había trabajado duro para ser una persona fiable a la que no le pudieran reprochar demasiado… Notas impecables, trabajo duro, hábitos saludables, solo su actitud dejaba mucho que desear, pero la gente no podía esperar que simplemente les sonriera amablemente. Su sonrisa era para alguien especial.

El corazón de Fudou estaba roto, el chico se tumbó agotado en su cama, para una vez que descubría que tenía uno de esos lo encontraba destrozado. Apenas hacía unas horas que se había ido y ya lo echaba de menos. Sería duro el día a día sin él. Miró el techo con congoja, incluso él tenía derecho de sentirse así de vez en cuando.

Los mensajes diarios entre ambos jóvenes pasaron a ser semanales con el tiempo, y de ahí a esporádicos. Pero todos los días cada uno pensaba en el otro y contaban en el calendario cuantos días les quedaban hasta volver a verse.

Fudou se sorprendió al ver luz en su apartamento, ¿estaría su madre en casa todavía? Entro rápidamente descalzándose sin mucho cuidado y sin percatarse de un par de zapatos de hombre
, negros, elegantes y relucientes.
-¿Madre?
Al llegar al salón sus ojos se abrieron de par en par, una mezcla explosiva de emociones, en el sofá, recostado en el respaldo y durmiendo fuertemente estaba la única persona que había sido capaz de acelerarle el corazón, porque correr tras la pelota del fútbol no podía considerarse lo mismo. Se pellizcó fuertemente para asegurarse de que era real, dolía.
Se acercó despacio, temiendo que desapareciera si iba muy deprisa. Alargó la mano y le tocó el hombro, con cuidado y sin creer lo que veía. Tenía los ojos brillantes y sentía como su corazón caldeaba su cuerpo con rapidez.
-Kidou –llamó suavemente acariciándole la cara, la piel no tan blanca como la suya pero fina y delicada.
Verlo tumbado en su propio sofá después de tanto tiempo, y ¿qué hacía ahí? Le había dicho que no volvería hasta unos meses más tarde.
Kidou se despertó al notar unas cálidas manos recorrerle la cara y el pelo. Pegó un pequeño respingo y gruñó algo por el sobresalto.
Los dos chicos se miraron sin saber que decir.
-¿Qué haces aquí? –preguntó Fudou más rudamente de lo que quería.
-He vuelto.
Fudou abrió los ojos emocionado, con una pregunta muda en ellos, Kidou asintió con una sonrisa amplia y luminosa. El muchacho castaño se lanzó sobre él y lo abrazó con fuerza, de nuevo más rudamente de lo que deseaba.
-¡Kidou Yuuto!
El joven rio suavemente.
-Fudou Akio.
Fudou se retiró un poco, dejando respirar al sorprendido pero encantado visitante. Respiraba fuertemente y dentro de él la felicidad descorchada cual champán hacía burbujas.
No pudo pensarlo, no fue consciente, su cuerpo se movió solo, pero para cuando quiso dominar su impulso ya era demasiado tarde. En un inesperado movimiento Fudou recortó la escasa distancia que lo separaba de Kidou y le besó con fuerza, con las manos detrás de su cabeza dejando que el pelo de Kidou se escurriera entre sus dedos.
Los ojos rojos como la sangre de Kidou brillaron un momento, y luego los cerró sensualmente acercándose más a Fudou y aumentando el contacto entre sus labios.
El castaño se sorprendió al ser correspondido, pero no puso objeciones y lo abrazó tan fuerte que parecía que tuviera miedo de separarse de él. Kidou sonrió rompiendo el beso y le acarició las mejillas encarnadas.
-Sigues siendo muy temperamental, Fudou –sus labios se juntaron unos instantes-. Siempre me ha gustado eso de ti.
-Eres un idiota, Kidou. Pero eso te hace especial. Me gustas mucho.
Kidou se sonrojó, aunque no tanto como Fudou. Quería contestarle pero se le trabó la lengua, jamás le habían fallado las palabras antes.
-¡Te quiero, idiota!
-¡No tanto como yo a ti, atontado!
Fudou y Kidou se sonrieron mutuamente, a sus respectivas y especiales maneras. Fudou llevaba años reprimiéndose, verse correspondido era algo que jamás hubiera imaginado y no sabía reaccionar. Tampoco Kidou sabía muy bien que hacer, nunca había esperado que Fudou pudiera sentirse así respecto a él, a pesar de que Sakuma solía bromear con eso.
Fudou cogió de la mano a Kidou y la apretó entre la suya. El muchacho le miró y no pudo evitar soltar una carcajada con lágrimas en los ojos. También Fudou se sentía igual.
Se abrazaron y mientras se contaban sus últimas experiencias entre muestras de afecto y comida el sol salió tras el horizonte.
Los dos jóvenes se habían quedado dormidos en el suelo, Kidou estaba despatarrado y Fudou, recostado en su tripa se solapaba con él y le chafaba el estómago, mientras dormía a pierna suelta.
La madre de Fudou volvía de trabajar cuando se los encontró así tirados. Sorprendida pero feliz les cubrió con una manta y se fue a dormir, para descansar ella también, dejándolos juntos y con los dedos entrelazados.