Arquitectos de la Memoria [HarryxDraco/NC-17] Capítulo 18: Memento vivere

Autora: Lilith/Traductor: Haroldo Alfaro

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    Capítulo 10
    Diem perdid

    i

    –¿Listo para ir, Harry?

    –Dame un minuto, Evie.

    Hacía muy poco que Evie había entrado a trabajar al hospital pero ya se había transformado en una de las preferidas de los residentes del sexto piso. A Harry lo hacía acordar de Gabrielle Delacour, ya crecida. Era muy menuda, Harry le sacaba una cabeza, y sus rasgos tan delicados como los de una ballerina de Lladró. Tenía una sonrisa brillante que con frecuencia se transformaba en risitas, parecía contar muchos menos de los dieciocho años que tenía. Con Harry se mostraba más amable que con los demás, él sospechaba que la tenía deslumbrada, sus risitas se volvían más frecuentes y nerviosas cuando él la miraba. Lo hacía odiarse aun más por lo que iba hacer pero no había podido pensar en otra alternativa.

    Todos los lunes durante las últimas cinco semanas Harry se había puesto una deprimente bata gris sobre el deprimente piyama gris y acompañado por un auxiliar había bajado dos pisos por la escalera de servicio hasta el consultorio de la sanadora Wane. Las reuniones solían transcurrir la mayor parte del tiempo en un cómodo silencio, durante las cuales la bruja ejercía con práctica la paciencia tan propia de los psiquiatras y de los domadores de leones. Ocasionalmente intercalaba alguna pregunta, si estaba durmiendo bien, si estaba comiendo bien… todas las preguntas eran formuladas con tono muy maternal.

    Harry aprovechaba esas ocasiones para pensar y considerar todas las posibles vías de fuga, le hubiera gustado tanto tenerla a Hermione, ella siempre notaba detalles que a él se le escapaban. O a Ron, para que le inyectara ganas y coraje, los encantamientos que les ponían para mantenerlos tranquilos y contentos les drenaban la voluntad y tendían a convencerlos de que quedarse para siempre allí no era un destino tan malo. Desde las ventanas del consultorios de la sanadora –seguramente protegidas pero que quizá pudieran romperse– hasta la puerta principal del cuarto piso –indudablemente bien acerrojada, pero Gilderoy Lockheart de alguna forma se las había apañado para salir– iba catalogando minuciosamente todas las posibles salidas. Finalmente se había decidido por las escaleras de servicio cuando lo conducían a ver a la sanadora.

    Y ese lunes cuando comprobó que Evie Hellespont era la que estaba a cargo, supo que era su oportunidad.

    Harry se desperezó y cuando notó que la auxiliar lo miraba fascinada, repitió los movimientos y flirteó acompañándolos con un guiño. Merlín, pensó, ahora estoy aplicando tácticas propias de Draco. Lo cual era con certeza lo que tenía que hacer, si el objetivo era la máxima eficacia para obtener resultados, nada hubiera podido impedir que el Slytherin se fugara si le tocara estar en su situación.

    –¿Ya estás lista para mi? –dijo con una sonrisa intencionada y la chica se sonrojó. Se pusieron juntos en marcha. –Alohomora –dijo Evie para abrir la puerta, Harry le estudió sin perder detalle los movimientos de varita. Era un encantamiento muy simple pero los movimientos exactos de la varita eran críticos para que diera resultado al pronunciar la palabra. Hacía semanas que no empuñaba una varita y las varitas extrañas eran muy difíciles de manejar, no podía confiarse en que fuera a tener la misma suerte que con la de Draco, a la que no le había costado adaptarse. Y ése no era un día para correr riesgos, se recordó, y la observó guardar la varita en el bolsillo derecho. El bolsillo tenía un aplique con forma de mariposa, quizá fue su madre la que se lo cosió para adornarle el uniforme, pensó Harry, y el pensamiento lo hizo sentir mal. No tenés que permitir que nada se interponga entre vos y el objetivo, tuvo que recordarse.

    –¿Qué te parece el nuevo álbum de los Weird Sisters, Evie? –preguntó Harry mientras bajaban las escaleras, la había escuchado tararear algunos de los temas en varias ocasiones.

    –¡Oh, es espectacular! –exclamó ella– Potions in motion es el mejor tema de todos los tiempos. Cada vez que la oigo me dan ganas de dejar lo que sea que esté haciendo para ponerme a bailar.

    –¡Ni te imaginás lo que es verlos en vivo! –intervino él copiándole el tono entusiasta– Cuando actuaron en Hogwarts, todo el mundo estaba en la pista de baile –excepto Ron y él, por supuesto, pero no creyó que fuera necesario agregar ese detalle.

    –¡Me encantaría! Ahora sólo hacen presentaciones sorpresivas, nadie sabe dónde van a actuar. ¡Ojalá tenga la suerte!

    –Estoy seguro de la vas a tener. –Harry agravó el tono de la voz– cuando salga de acá te voy a llevar a un show. –ella soltó risitas nerviosas y Harry se sintió el ser más abyecto de la Tierra. –Lo digo en serio, Evie, quisiera tenerte en mis brazos y bailar con vos toda la noche.

    Como lo había esperado su paso vaciló y Harry aprovechó para agarrarla de brazo y sostenerla; con la otra mano le acomodó por detrás de la oreja una mecha de pelo que se le había soltado. Ella se quedó mirándolo fascinada, con ojos dulces y brillantes… y no notó cuando él le metió la mano en el bolsillo y aferró el mango de la varita.

    –Sos demasiado buena para un lugar como éste, Evie. – dijo él, un segundo después la arrojó al suelo, ella instintivamente se llevó la mano al bolsillo y el horror se le pintó en el rostro al darse cuenta de lo que había pasado.

    –¡Stupefy!

    Harry había usado el movimiento de varita que usaba siempre, pero el hechizo no había funcionado del todo bien, la chica no parecía desmayada sino dormida. Genial, pensó, la varita se niega a reconocerme, no le debe haber gustado la forma en que se la gané. No que él se sintiera orgulloso de lo que acababa de hacer, tampoco.

    La observó durante un segundo más antes de partir escaleras abajo. Bajó a toda velocidad, cuando ya casi estaba en el primer piso, se detuvo, le llegaban voces. Retrocedió un tramo de escaleras hasta el segundo y se metió por una puerta que estaba abierta. Iba a esperar hasta que las escaleras se despejaran. Una voz que le llegó desde atrás lo paralizó del susto.

    –¡No se supone que entre acá! ¿Se quiere contagiar de Scrofungulus?

    Cuando recuperó el habla quiso hacer callar al retrato que lo había increpado: –Shh… no grite… –susurró desesperado pero divisó entonces a una sanadora que ya venía por el pasillo en dirección a él.

    –¿Qué es lo que está haciendo…? – se detuvo espantada al ver como estaba vestido, Harry intentó un hechizo de silencio, pero la varita se empecinaba en no hacerle caso, lo único que obtuvo fueron unos sonidos semejantes a toses.

    –¡Vigilancia! –chilló la sanadora– ¡Uno que se escapa, deténganlo!

    Salió disparado como alma que lleva el diablo, pasó como una exhalación por el primer piso y cuando estaba a mitad de camino hacia la planta baja empezaron a sonar las sirenas.

    ¡Mierda!

    Las puertas de abajo se abrieron y entraron dos hombres fornidos en uniforme de aurores. Dio media vuelta y retornó al primer piso, venían pisándole los talones, ahora corría por correr, ya sabía que la captura era inevitable…

    ¡Impedimenta!

    Un tercer auror había aparecido delante de él, al parecer de la nada. La maldición lo arrojó con fuerza hacia atrás y en brazos de sus otros dos perseguidores. El tercer auror se les acercó con una sonrisa cruel en los labios. Harry lo reconoció, era uno de los cinco aurores que se estrechaban manos con el ministro en la foto… y con Draco. Pero en la foto no había lucido tan amenazador como en ese momento… como si quisiera aplastar todo y a cualquiera que quisiera interponérsele.

    –Bueno, bueno… ya es suficiente. –el sanador Smithwyck vino corriendo y se interpuso entre Harry y el auror. –Apreciamos muchísimo la colaboración, pero este hombre sigue siendo uno de nuestros pacientes… ahora si me ayudan a llevarlo de nuevo arriba…

    El sanador usó un encantamiento para dormirlo, Harry sintió la laxitud que lo invadía, se le aflojó la mano, la varita de Evie rodó al suelo.

    oOo



    A la mañana siguiente lo llevaron al consultorio de la sanadora Wane para una sesión especial de terapia. Pero no era Wane la que lo esperaba sino Millicent Bulstrode. A Harry seguía resultándole difícil separar la imagen de la sanadora psiquiatra de la de la chica que los había aterrorizado a él y a sus amigos en la escuela. Ella lo invitó a que compartiera sus pensamientos, Harry, repantingado sobre un sofá, estaba decidido a quedarse callado.

    A diferencia de madame Wane que podía pasarse una hora entera sin hablar, Millicent rompió el silencio tras unos minutos.

    –Reprimir tus sentimientos no es sano, Harry, ¿estás seguro de que no hay nada de lo quisieras hablar? ¿algo que nos permita poder ayudarte?

    Harry balanceó la cabeza varias veces luego dijo: –Bueno para empezar podrían dejar que me vaya.

    Millicent frunció el ceño. –Me temo que eso no es posible. Todavía seguís exhibiendo conductas antisociales que podrían resultar dañinas si te dejáramos ir… y no sólo para la comunidad sino también para vos. Y tus últimas acciones no han hecho más que confirmarlo. Pero seguiremos trabajando en eso, te lo aseguro. Mientras tanto debemos concentrarnos en que trates de armar tu vida acá. Sabemos que implica muchos cambios a los hay que adaptarse, pero queremos ayudarte. Muchos de nuestros residentes fueron cambiando con el tiempo y han llegado a considerar al pabellón como su hogar.

    Harry soltó una risotada sin humor. Ella se limitó a observarlo en silencio con una paciencia forzada que se suponía debía resultar apaciguadora. Pero que logró el efecto exactamente contrario. Está bien, pensó Harry, si ella quiere hablar… –De acuerdo, tengo otra pregunta…

    –Adelante.

    –¿Por qué tengo que hablar con vos? ¿Dónde está madame Wane?

    –La sanadora Wane ha sido dispensada temporalmente de ocuparse de tu terapia. Por supuesto que le voy a entregar todas las notas que surjan de estas sesiones en el caso de que el Comité del Hospital decidiera asignarla de nuevo a vos. Pero se consideraron que podría ser conveniente que pudieras hablar con otra persona, para ganar otra perspectiva. Y dado que yo he estudiado Comportamiento Socializante se juzgó que yo sería la más adecuada para continuar con tu tratamiento. –Harry soltó una risa ronca y se cruzó de brazos– ¿Hay alguna razón por la que no quieras hablar conmigo, Harry?

    –¿Aparte de que formaste parte de la Escuadra Inquisitorial que aterrorizó a la escuela durante quinto año, querés decir? Habrás de perdonarme si me resisto a creer que de golpe te volcaste con devoción a todo esto de “ayudar a la gente” –Harry marcó las comillas con los dedos en el aire; en realidad se daba cuenta de que no estaba actuando consecuentemente, a Draco no le guardaba ningún rencor y Draco había sido el peor de todos. Pero Draco no era el que lo tenía prisionero.

    –Ya veo. –musitó la sanadora, aunque era evidente que se trataba de una muletilla hueca– ¿Y era frecuente que pensaras que tus compañeros de escuela te perseguían?

    Harry la miró un instante antes de contestar. –No era que yo pensara. Me perseguían. Y no a mí solamente… todos éramos blancos.

    –Y nos llamabas… –bajó los ojos a sus notas– ¿La Escuadra Inquisitorial?

    –Así se habían autodenominado… o mejor dicho era la denominación que les había impuesto Umbridge. –ante la mirada confundida de ella, prosiguió– Dolores Umbridge, títere del ministro Fudge, enviada a Hogwarts como interventora para controlar a Dumbledore. Los usaba a ustedes como patota de matones para hacer cumplir sus decretos educacionales.

    –Recuerdo a la profesora Umbridge. Quizá no haya sido de las mejores que tuvimos, pero comparada con otros que nos tocaron en Defensa… ¿A vos no te gustaba para nada?

    Harry no contestó. Cerró el puño y se observó el dorso de la mano.

    Millicent esperó unos instantes, pero viendo que no iba a contestarle, prosiguió: –Bueno yo no recuerdo nada de esta banda o… patota, pero… ¿querés hablar sobre eso? ¿Quiénes la componían?

    –De nuestro año, además de vos, Parkinson, Crabbe, Goyle… y Draco por supuesto, Draco era el líder.

    –Draco… ¿Malfoy?

    –Justamente, Malfoy –y Harry tuvo que contenerse para que no se le escapara una sonrisa al pronunciar el nombre de su amante. En los últimos días había hablado más de Draco que en todo el primer mes… y con las personas más improbables. Pero trató de mantener la expresión inmutable para que Millicent no notara nada.

    La sanadora no lo estaba mirando, sin embargo, estaba haciendo varias anotaciones. –Y nosotros, los inquisidores, ¿hacíamos cumplir las reglas de Umbridge?

    –Sus decretos, sí. Eran decretos ministeriales en realidad.

    –¿Y vos considerás que hacer cumplir los decretos emanados oficialmente del Ministerio se constituye en una persecución?

    Harry negó con la cabeza. –Eso es torcer las cosas. Estábamos en guerra –morían muchos inocentes, muggles y nacidos de muggles– y el Ministerio se negaba a reconocerlo, se negaba a reconocer que Voldemort había vuelto. Los decretos eran más bien estúpidos, para que no pudiéramos organizarnos y aprender por nuestra cuenta… querían dejarnos totalmente indefensos…

    –¿Voldemort? Ese nombre ya lo habías mencionado. ¿De quién se trata?

    –Voldemort, Ya Sabés Quién, el Señor Oscuro, Tom Riddle. –Harry suspiró al oír su sonsonete, quizá estaba pasando demasiado tiempo con Silas– El Que No Debe Nombrarse era el mago más poderoso del mundo y se suponía que yo lo venciera. Y yo sé que vos pensás que es ridículo, pero es la verdad. Es lo que pasó.

    –Otros pacientes han mencionado a El Que No Debe Nombrarse, ¿por qué te parece que vos hayas llegado a que este asunto se transformara en algo personal?

    –¿Qué se transformara…? –Harry rió sin ganas– Si alguien estuvo intentando matarte desde que eras un bebé no es un asunto que “llegara a transformarse en algo personal”, me encantaría que esto no fuera algo personal, Bulstrode, pero lo que me a mí me gustaría poco importa, las cosas son como son. –se encogió de hombros– Pero de todos modos poco importa, igual vos no creés ni una palabra de todo lo que te dije. Vos ni siquiera podes imaginarte lo que es ver a un amigo víctima de Crucio o ver cómo matan delante de vos a personas a las que querés… –y pensando en Crabbe– …o incluso lo mal que se siente cuando ves morir a una persona que odiás. No es algo que se pueda despersonalizar, no hay nada que pueda ser más personal que todo eso.

    Líneas de frustración se dibujaron en la frente de Millicent. Harry se preguntó si alguna vez podría a llegar a ver en ella otra cosa que no fuera la imagen de una carcelera. Pero no, cualquier cosa que le dijera, él seguiría siendo el loco, la “victima mental”. Todos los residentes del sexto piso eran las “victimas mentales” de su cordura. Victimas del juicio de los que se consideraban a si mismos cuerdos.

    –Me pregunto… –dijo Millicent con un tono que se suponía debía servir de bálsamo apaciguador– …quizá sería bueno que habláramos sobre tu vida después de la escuela. ¿Qué pasó después de que te graduaste?

    –Viajé durante unos años, vi mundo, volví. No hay mucho que contar.

    –¿Y con respecto a tu carrera? Trabajás en un negocio de mascotas, tengo entendido. ¿Era eso lo que pensabas hacer en el futuro cuando estudiabas?

    –¡No, quién podría tener ambición de un trabajo en un negocio roñoso como ése? Mi intención era ser auror pero no pude obtener las notas necesarias porque estuve todo el último año de un lado a otro persiguiendo mortífagos. Trabajo ahí porque es el único empleo que pude conseguir y no quería quedarme todo el día sentado sin hacer nada, viviendo del dinero que me dejó mi papá.

    –Y respecto de tu vida personal, ¿qué te gustaba hacer con tus amigos? ¿qué cosas te hacían feliz, Harry? Si pudieras responder a eso quizá podríamos establecer un punto de partida para que pudieras construir tu vida acá.

    –¿Feliz? – había escupido el término con un tono incrédulo y que lo había hecho sonar obsceno. El descaro que tenía al preguntar cosas como ésa, al querer meterse con recuerdos que él atesoraba como oro. –Lo que me hacía feliz era ir a un pub con mi novio y luego volver a casa y cogérmelo hasta partirlo al medio. Y no veo que haya modo de que vos me puedas ayudar a construir algo por el estilo acá.

    Millicent trató de ocultar cualquier tipo de reacción pero no pudo evitar una sonrisa de incomodidad. –Bueno… relaciones de ese tipo se desarrollan en los pabellones… dentro de ciertos límites… no interferimos…

    Harry se golpeó la rodilla con el puño. –¡Yo no quiero un relación nueva! ¡Yo quiero a Draco!

    –¿Draco? Draco… ¿Malfoy?

    –Precisamente. Draco Malfoy. –y como si el nombre hubiese sido un convocación, una imagen descendió sobre él, trayendo consigo un instante de felicidad, una imagen de Draco. Su cuerpo arqueándose y brillando como un puñal pulido. Harry se aferró a esa imagen y se negó a pronunciar otra palabra el resto de la sesión.

    oOo



    Estaban en Browns, Covent Garden, almorzando juntas. Pasaban inadvertidas entre tanto hombre de negocios discutiendo y cerrando transacciones millonarias.

    –… y aunque es el regalo perfecto para grand-maman, Mamá quiere que lo devuelva. ¿Qué tiene que ver que sea algo muggle, decime? Sinceramente… ¿el Ministerio no tiene cosas más importantes de qué ocuparse que decirle a la gente dónde puede o no puede hacer las compras? La próxima vez van a decretar que no se puede comer más acá, y este postre de chocolate no se consigue en ninguna otra parte. Los que sirven en Diagon ni se comparan… ¿adónde vamos a ir a parar? Pero a nadie parece importarle…

    La mujer blandía el tenedor como una batuta para puntualizar mejor sus dichos. Cuando notó que su amiga seguía callada, frunció la frente. –¿Escuchaste siquiera alguna palabra de todo lo que te dije?

    La otra asintió distraída. Sí… eh… no sabía nada de todo esto… ¿el Ministerio realmente prohibió los comercios muggles?

    –¿No has leído El Profeta estos días?

    –No últimamente… – en realidad hacía muchísimo que no leía los diarios, estaba muy ocupada con el trabajo y el estudio, las noticias habían dejado de interesarle. De las cosas importantes podía enterarse por comentarios en el hospital o por Pansy… como en ese momento.

    –Bueno, el último decreto ministerial prohíbe que las personas mágicas sean clientes de negocios de dueños muggles o que sean manejados por muggles. E incluso los dueños de negocios que son nacidos de muggles tienen que pasar por un montón de trámites para que los aprueben. No sé cómo se las van a arreglar para poder controlar que ese absurdo decreto se cumpla.

    Los decretos eran más bien estúpidos, las palabras de Harry resonaron en su cabeza, dijo en voz alta: –¿Por qué razón decretan algo así?

    –Sólo Merlín sabe. –Pansy se encogió de hombros– Pero mis padres los apoyan incondicionalmente. Papá llegó incluso a querer impedirme que fuera a una discoteca el sábado pasado.

    –Inaudito. –comentó Millicent con una media sonrisa– Supongo que vos habrás ido igual.

    –Obvio. Y además le recordé que el anillo que le regaló a Mamá para el aniversario el año pasado lo había comprado en Harrod’s.

    Millicent rió, pero estaba preocupada. Pansy preguntó: Milli, a vos te pasa algo… y no me digas que nada… ni tocaste la tarta de ricota.

    –No tengo hambre. Y creo que tengo demasiadas cosas en la cabeza… –dijo haciendo girar distraída una frutilla por el plato.

    El tenedor de Pansy saltó como una serpiente y le birló la frutilla. Pansy se dedicó a estudiar el rostro de su amiga mientras masticaba concienzudamente la fruta. De improviso abrió grandes los ojos. –¡Millicent Blanche Bulstrode, sos una bruja ladina! Ya te había visto antes con una expresión igual, fue en sexto año… ¡cuando le estabas arrastrando el ala a Adrian Pucey! –los ojos Pansy brillaron– ¡Decime quién es!

    Millicent rió. –Hum… no, la erraste fiero. Hasta que termine con la especialización no me voy a meter en relaciones de ese tipo.

    –Pero no digas pavadas, Milli. No estaba hablando de matrimonio, pero una revolcadita de tanto en tanto… no sabés lo bien que te haría.

    –Gracias por el consejo… pero por ahora no tengo interés.

    –¡Ah, lo sabía! ¡Es algo serio! ¡Vamos… largá todo ya!

    –En serio… no… –pero una vez que Pansy había olido la presa nada la iba a hacer desistir– Está bien, si no hay más remedio… estuve pensando mucho en Draco…

    –¿Draco? ¡Oh Millicent… no, no, no! No ha mirado a una mujer en años. Y como son las cosas… terminarías saliendo lastimada.

    –¿Qué? ¡Por Merlín, no! ¡No estoy interesada en Draco!

    –¿Pero no dijiste…?

    –Dije que había estado pensando en él… ¡pero no para volteármelo!

    –Bueno eso es un alivio… ¿y entonces por qué estuviste pensando tanto en él?

    –Por algo que un paciente dijo esta mañana… me hizo acordar de lo que vos me habías contado, que lo habían plantado. Ya pasó bastante tiempo… ¿se le pasó, pudo superarlo?

    Pansy sacudió la cabeza con tristeza. –Para serte sincera, estoy preocupada por él. El pobre ángel ya no es el mismo desde que Harry se le fugó, literalmente, sin dejar rastro. Me gustaría encontrármelo al muy hijo de puta… y si que lo haría desaparecer para siempre.

    Millicent disimuló una mueca. Pero Pansy no había notado nada y continuó: –Lo vi la semana pasada, estaba de pésimo humor, con una de esas crisis depresivas que a veces le daban en la escuela… pero la de ahora… me pareció que era mucho peor. Repite constantemente que hizo cosas malas, terribles… –frunció la frente– Quizá no debería estar contándote nada de esto… vos ya lo conocés, odia que se ponga en evidencia nada que lo pueda hacer aparecer débil.

    –Quédate tranquila, –le aseguró Millicent– no se lo voy a mencionar a nadie. –pero algo más de lo dicho por Pansy le había llamado la atención– ¿Dijo cuáles habían sido esas cosas terribles?

    –No, no aclaró mucho. Repetía que había ido demasiado lejos… que ya no le quedaba esperanza… ni salida, creo que dijo. La verdad es que si se tratara de otro y no de él hubiera dicho que no estaba del todo bien de la cabeza, pero no Draco… ¡te imaginás la vergüenza que sería para la familia! Y vos sabés lo importante que es para él eso…

    –¿Vos creés?

    –Claro, Milli, vos lo conocés casi tanto como yo… ¿Por qué me preguntás algo así?

    No tuvo que contestarle de inmediato. El mozo había venido a cobrar la cuenta. Millicent sabía que las personas son capaces de muchas cosas en situaciones extremas, cosas terribles incluso, su experiencia profesional se lo había demostrado en numerosas oportunidades.

    Harry Potter había dicho que habían estado en guerra, ella no le había creído obviamente, se trataba de un delirante. Y de relatos delirantes había escuchado muchísimos de pacientes del sexto piso: asesinos ávidos de sangre que habían escapado de Azkaban, decenas de muggles torturados y luego matados brutalmente, cazadores de recompensas que recorrían el país para capturar fugitivos. Uno de los pacientes lo decía y los demás se “contagiaban” y lo repetían como si lo hubieran vivido. Ni por un momento había pensado siquiera que podían ser verdad. Pero por alguna razón, las acusaciones de Harry le seguían dando vuelta en la cabeza.

    ¿Y si Draco creía lo mismo? ¿Que Harry lo había abandonado por las cosas terribles que había hecho en el pasado?, si se culpaba de esa forma podía estar destrozado interiormente. ¿Podía el nombre de los Malfoy tener peso suficiente para hacer a un lado la culpa? ¿O podía ser un factor que la profundizara?

    Pansy se había quedado mirándola, no había respondido a su pregunta. –Supongo que con el tiempo Draco va a estar bien. El tiempo cura todas las heridas. –no hizo ningún otro comentario, no le dijo nada de lo que se había decidido a hacer.

    oOo



    Millicent no había ido a Diagon en las últimas semanas, faltaba poco para Navidad, las vidrieras de los comercios estaban engalanadas consecuentemente, era natural.

    Pero para lo que no estaba preparada era para carteles del tipo: “Certificación ministerial: libre de toda influencia muggle”, “Sólo aceptamos galeones”. Había varios negocios “clausurado por decreto ministerial”. El mundo mágico estaba cambiando y todo indicaba que no era para bien.

    Y en parte por eso era que había venido para encontrarse con un amigo. Millicent sabía que lo que estaba por hacer podría llegar a cambiar muchas cosas. No sabía explicarse bien por qué se había decidido a hacerlo. No se consideraba particularmente una rebelde. Ella era una sanadora, los sanadores trabajaban para eliminar los sufrimientos. Y Draco estaba sufriendo.

    A su amigo se lo debía.

    Draco ya la esperaba sentado a una mesa. Se puso de pie para saludarla con un beso en la mejilla.

    –Milli, te ves maravillosa. Se ve que el trabajo en el hospital te sienta bien.

    –Gracias. Sos muy amable. –Draco siempre decía lo mismo, a ella no le importaba si eran palabras sinceras o no, igual era encantador. Lamentablemente ella no podía devolverle con sinceridad el cumplido, tenía el aspecto de sufrir una enfermedad consuntiva. Pálido, demacrado, ojeras pronunciadas que ni siquiera se había molestado en disimular con algún encantamiento cosmético.

    –Gracias por haber venido, siendo que te avisé con tan poca anticipación.

    Draco se encogió de hombros. –Me sorprendió un poco recibir tu lechuza, pero decías que era importante. ¿Querés un poco de vino? Fabricación mágica garantizada. –agregó con una mueca– De cuarta entre los de cuarta– murmuró por lo bajo, la copa que tenía servida no había sido tocada –pero quién puede extrañar los delicados vinos franceses cuando se dispone de uno como éste de nuestros estupendos viñedos mágicos locales.

    Millicent bebió un sorbo de la copa que le había servido. –Delicioso. – dijo con una mueca de disgusto.

    –Hacía mucho que no te veía Milli, creo que la última vez fue en la fiesta que dio Pansy a mitad del verano.

    –Es cierto, casi seis meses ya. ¿Tenés pensado hacer algo especial para el solsticio?

    Una sombra cruzó el rostro de Draco, pero fue sólo un parpadeo. –Oh, vos ya sabés… algo siempre surge.

    Otra de las respuestas crípticas de Draco. Totalmente opuesto a Pansy que con un pie como ése hubiera hablado durante veinte minutos. Draco, por el contrario, siempre daba el mínimo de información y casi nunca la suficiente.

    –Sí, claro, tenés razón.

    Hablaron de algunos temas banales durante un rato. Draco le preguntó por su hermano en los Estados Unidos y le contó sobre la remodelación del jardín de invierno de su madre. Todo muy amable… y muy frío. Decidió que mejor era pasar a la razón por la que lo había citado.

    –Mejor te digo ya por qué quería que nos reuniéramos.

    –Cuán Gryffindor de tu parte…

    El chiste y la sonrisa de Draco no alcanzaron para ocultar su curiosidad.

    –Sé donde está Harry Potter. –susurró.

    Hubo una grieta y Millicent creyó ver sorpresa, nostalgia, ansia. Pero no fue más que una fracción de segundo, se selló de inmediato.

    –¿Y por qué creés que pueda importarme saber dónde está?

    –Porque él no te dejó por su voluntad como vos creés. Lo obligaron y no puede volver aunque es lo que más quiere.

    Millicent no pudo captar ninguna reacción particular esta vez. Draco pareció considerar una respuesta durante un instante. Luego se inclinó hacia delante y dijo: –¿Y supongo que vos está arriesgando tu trabajo al decirme esto? –levantó una ceja– No deberías haberte tomado la molestia, estoy seguro de que está mucho mejor donde está ahora.

    –Pero… yo te puedo asegurar que no es así… y Pansy dijo…

    ¡Millicent! –la interrumpió él levantando un dedo admonitorio, y luego suavizando el tono hasta hacerlo sedoso– ¿Te olvidás que sos una Slytherin?

    La dejó boquiabierta sin saber que decir. Claro que se acordaba de la Casa a la que pertenecía. ¿Pero qué tenía que ver eso en ese momento?

    Pero Draco no parecía dispuesto a darle más pistas. –No sé las cosas que te habrá contado esa bruja tan imaginativa sobre Potter y yo. Tuvimos un romance fugaz, nada más, y no precisamente de los más satisfactorios si me permitís agregar. Por suerte ya me lo saqué de encima y no tengo ningún deseo de volver a encontrármelo.

    Draco había dicho todo con tal determinación que empezó a dudar. ¿Sería realmente todo imaginación de Pansy? Quizá, pero sus instintos le gritaban lo contrario. –¿Estás seguro de que preferís que las cosas sigan como están?

    –Totalmente.

    Bueno, su rostro no reflejaba ninguna expresión particular y sus dichos habían sido tan definitivos. No tenía ningún sentido insistir.

    –Creo que has estado trabajando mucho últimamente, Millicent. Te vendría bien tomarte unos días.

    –Bueno… voy a ir a pasar las navidades con Myles…

    –Pero esas no son vacaciones, –protestó Draco– tus sobrinos no te van a dejar tranquila ni un minuto. –pensó un instante e hizo chasquear los dedos– Vos y Pansy tienen que ir a pasar el fin de semana en nuestra villa de Roses, la Costa Brava es estupenda en esta época del año. ¿Ya has ido anteriormente? –ella negó con la cabeza– Entonces no se hable más, queda arreglado.

    La conversación se le había ido definitivamente de las manos… bueno… en realidad en ningún momento la había tenido controlada. –Draco te agradezco, pero yo no…

    –Nada de peros, el trabajo de sanadora es muy ingrato y parece que estaría empezando a afectarte. Necesitas un descanso. Y es posible que yo me les una. Te aseguro que yo también la vengo pasando difícil con el inventario de pociones en el Ministerio. Pareciera que les importa más el número de frascos que las pociones que tienen adentro.

    Millicent iba a objetar otra vez pero él no le dejó alternativa. –Decidido entonces, Roses este fin de semana, Pansy, vos y yo. Mucho sol. Nos va a hacer la mar de bien a todos.

    –Bueno sí… suena estupendo… y creo que me va venir bien.

    Draco tenía razón. Un cambio de escenario era lo que necesitaba. Había estado trabajando demasiado y quizá imaginando cosas. Harry Potter no era sino otro delirante entre muchos otros. Y el descanso le iba a venir bien y volvería con todos los bríos para cumplir con sus obligaciones con más eficiencia.

    Y mientras Draco describía con detalle la villa familiar, su cabeza se fue llenando de sol y de acantilados catalanes y de viñas de ricas uvas y ya no quedó lugar para pensar en Harry Potter.

    oOo



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