Arquitectos de la Memoria [HarryxDraco/NC-17] Capítulo 18: Memento vivere

Autora: Lilith/Traductor: Haroldo Alfaro

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  1. Kari Tatsumi
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    Capítulo 11
    Abiit, excessit, evasit, erupit



    No hay nada mejor que las escapadas, pensó Millicent cuando entró ese lunes a la mañana al hospital, la cabeza alta, el andar tranquilo. En algún momento entre la tarde del viernes cuando ingresó a la villa por la chimenea de piedras blanqueadas y la noche del domingo cuando les dijo adiós a la brisa mediterránea y a las tejas de terracota, toda la tensión de la semana anterior la había abandonado.

    Los elfos domésticos habían provisto todo tipo de exquisiteces y en cantidades suficientes como para alimentarlos durante un mes. Habían cenado esa primera noche en la terraza con vista al mar bebiendo una botella de excelente cava que les ayudó a bajar el jamón y los quesos picantes, y ni por un momento los pensamientos de Millicent retornaron a St. Mungo. Después de una excelente noche de sueño reparador como no había tenido en meses, se despertó al son del rústico acento de los pescadores catalanes que traían sus barcas de vuelta.

    La mañana fue enturbiada sólo por el mensaje de Draco informándoles que se demoraría y que no podría ir hasta el domingo. Pansy empezó a hacer pucheros y a reclamarle por abandonarla de esa forma, pero se le pasó enseguida cuando Draco le pasó el dato sobre la ubicación de una playa fabulosa que era inaccesible para los muggles. Pasaron allí todo el día y a la noche fueron a bailar a una discoteca. Pansy había causado sensación, se había puesto un encantamiento que le daba el aspecto de Shakira.

    Habían vuelto al amanecer, en taxi porque estaban muy mareadas para aparicionar. Encontraron a Draco en la terraza bebiendo un jarro de expresso. –¡Sacame eso de encima! –la reconvino él jocoso, Pansy le había tapado la cabeza haciéndole caer encima la melena rubia. Millicent no pudo dejar de notar que Draco tenía un aspecto mucho mejor que el de unos días antes.

    Habían dormido hasta el mediodía. Draco las había despertado con pociones para la resaca y durante la tarde ofició de perfecto anfitrión. Había contratado un velero muggle para que los llevara de paseo, navegaron durante toda la tarde sobre las calmas aguas azules. Pansy y Draco flirtearon todo el tiempo como hacían siempre y a pesar de que Millicent lo estuvo estudiando con atención, no pudo detectar ni el menor indicio de la depresión que Pansy había mencionado. Se tendieron en reposeras sobre la cubierta, en un momento él había levantado su copa de jerez hacia ella y había acompañado el saludo con un guiño juguetón. Y bien, no era ella la única que había podido sacudirse los pesares siquiera por unas horas.

    Ya de vuelta en Londres había tomado la determinación de que no dejaría que volvieran a apoderarse de ella. No dejaría que ni siquiera Harry Potter, por más beligerante que se mostrara, atentara contra esa calma recuperada. Pero a medida que la hora de la sesión se acercaba empezó a sentir que asomaba cierta desazón.

    Como un recuerdo del fin de semana había puesto una rosa de papel crêpe en un jarroncito sobre el escritorio junto a un frasco con caramelos. En ese momento llegó escoltado por los dos auxiliares más grandotes que trabajaban en el hospital. Uno de ellos lo hizo entrar de un empujón.

    –¡Qué empujás así, che!

    El auxiliar hizo una mueca burlona y cerró la puerta. Harry se tomó su tiempo para alisarse la ropa con movimientos exagerados. Llevaba el piyama y la bata de siempre pero quizá quería expresar así su desaprobación por el tratamiento tan brusco. Cuando pareció finalmente conforme con su apariencia, levantó la vista y para sorpresa de la sanadora le regaló una amplia sonrisa:

    –¿Cómo te va, Millicent!

    Ella le sonrió a su vez, aunque con desconfianza. –Bien, Harry. ¿Y que tal estás vos hoy?

    –¡Oh, estupendo! De primera. – en lugar de ir a sentarse directamente, dirigió una mirada alrededor– ¿Te molesta si curioseo un poco?

    Millicent negó con la cabeza, sorprendida por ese inesperado interés. Lo observó atenta mientras inspeccionaba los libros en los estantes y los varios diplomas encuadrados. Se volvió hacia ella con ojos admirados.

    –¿Terminaste tus estudios de sanadora en sólo tres años?

    –Así es. –dijo ella algo confundida por la conversación– Y dentro de tres meses voy a concluir el posgrado como Sanadora Psíquica.

    ¡Cool! –la felicitó– Admirable. Yo siempre fui más bien de los que estaban peleados con los libros.

    –¿Y fue por eso que aceptaste trabajar en una tienda de mascotas?

    Él titubeó un segundo. –Eh… ah sí. Claro, la tienda de mascotas. No hace falta mucha ciencia para tener contentas a un puñado de lechuzas. –enfiló hacia el sillón– ¿Puedo sentarme?

    –Sí, por favor.

    La semana anterior se había sentado en ese mismo lugar con una fingida despreocupación que ocultaba la bomba de tiempo que había debajo. Ese día en cambio su lenguaje corporal transmitía que estaba distendido y su trato no podía haber sido más amistoso. –Entonces, ¿qué es lo que hacemos en estas…cosas?

    –¿Estas cosas? ¿Querés decir las sesiones?

    –Si, justo. ¿No debería haber un diván o algo así como se ve en las películas?

    –Bueno… –no sabía muy bien cómo contestar, lo hizo abiertamente– A decir verdad, esta rama ha abrevado mucho de la psiquiatría muggle, pero hemos hecho modificaciones para amoldarla a la cultura mágica. Francamente, las brujas y los magos no suelen sentirse muy cómodos con el diván.– lo miró– La última vez no quisiste hablar mucho… ¿creés que te sentirías más a gusto en un diván? Podría transfigurar…

    –Naa… así está bien. Metele nomás.

    –Está bien. – la tan buena disposición que mostraba el paciente la descolocaba, releyó las notas y decidió que mejor era aprovechar el buen talante –La semana pasada me habías hablado de Voldemort. Me dijiste que lo sentías como tu enemigo.

    –¡Oh el viejo Valdemar! Sí… un guacho hijo de puta es lo que es. Siempre tratando de cagarte la vida. No había forma de sacármelo de encima. Pero supongo que acá ya no va a poder molestarme.

    Intrigada, lo miró fijamente. Él le devolvió una sonrisa, los ojos verdes le brillaban tras los cristales de los anteojos. –¿Éste es el sujeto que vos llamaste… –consultó las notas– Ya Sabés Quién, el Señor Oscuro, Tom Riddle y El Que No Debe Nombrarse?

    –Sí, propio él.

    –Pero creí que habías dicho que su nombre era Voldemort…

    –Ah… sí… Voldemort… es que le decimos de muchas formas Voldemerde, Mono muerto… ah… y… cómo podía olvidarme, Moldy Fart. [pedo apestoso]

    Millicent tuvo que recurrir a todo su profesionalismo para no soltar una carcajada. –¿Y seguís pensando que él trataba de matarte?

    –Supongo que sí… es lo que te había dicho.

    –Y también me dijiste que se suponía que vos tenías que vencerlo, ¿seguís pensando lo mismo?

    –Sin duda.

    –¿Y es por eso que tenés tantos deseos de escapar?

    Harry estiró un brazo hacia arriba y hacia atrás para ponerse bien cómodo –tan distinto de la semana anterior– Para serte sincero, Millicent… ¿puedo llamarte Millicent?...Ya no tengo tantas ganas de rajar de acá. Todos son muy simpáticos, hay tres comidas diarias seguras… y si bien por el lado de espacios abiertos es deficiente… bueno… tampoco se puede pedir todo.

    –¿Y ahora te querés quedar?

    –Bueno, no una cosa que digas qué bruto como se quiere quedar… pero creo que podría aquerenciarme… ¿creés que me dejarían acondicionar algunas cosas?

    –¿Acondicionar algunas cosas?

    –Sí… poner algo mejor que esos biombos. Paredes de verdad. Algo que uno pudiera llamar propiamente hogar. –Millicent lo miraba fijamente, no sabía decidir si hablaba en broma o en serio. Parecía hablar en serio pero había cierta picardía en los ojos que le inspiraba desconfianza– Sí, si yo tuviera un lugar privado… quizá podría invitar a esa Olive O’Leary de vez en cuando… si me entendés lo que te quiero decir…

    –¿Olive O’Leary? –se sentía como una imbécil repitiendo todo de esa forma, pero no lo podía evitar.

    –Es una tía que está muy buena. Ya le eché el ojo.

    –¿Pero… y qué de Draco? –preguntó entrecerrando los ojos en instintiva defensa de su amigo.

    –¿Draco? ¿Y ése quién es?

    –La semana pasada me contaste de tus sentimientos por él. –y yo que puse en riesgo mi trabajo para contarle de vos, pensó, no sin resentimiento.

    –Ah sí… Draco… bueno… pero él no está acá y Olive sí… así que pensé… ¿Qué más da? Borrón y cuenta nueva. Y creo que los dos podemos estar muy bien juntos. –le dirigió una sonrisa como para desarmarla– Vos sos una mujer atractiva, Millicent, seguramente sabés que a veces se da ese clic…

    Millicent dejó las notas a un lado. De nada le servían ya. La hostilidad de Harry se había esfumado… completamente. Nada podía haberla preparado para un cambio tan rotundo.

    El paciente se estaba ocupando es ese momento de elegir caramelos del frasco. Éste era definitivamente Harry Potter. Los ojos y los cabellos eran inconfundibles. Y por supuesto la cicatriz de la frente. Claro que había muchas formas de magia para disfrazarse como otra persona. Pero impostar a un paciente encerrado en una institución, en un pabellón de cuya existencia pocos tenían noticia… y con todas las barreras de seguridad que había en el hospital… no, imposible… el mayor de los disparates.

    Así que ése tenía que ser Harry Potter. Pero se estaba comportando de manera totalmente opuesta a la de pocos días antes… ¿Podría tratarse de…?

    En la literatura científica muggle abundaban los casos de personalidades múltiples, pero la condición era inaudita en el mundo mágico. ¿Sería posible que hubiera descubierto el primer caso en Harry? Su mente se puso a trabajar a toda máquina. La significación que podía tener un caso así, los avances científicos que podría implicar, la fama personal que le podría acarrear…

    Pero Millicent siempre había sido muy reflexiva, no era de las que se precipitaban ciegamente sin pruebas sólidas. Si se trataba de un caso así iba a tener que demostrarlo.

    Hizo levitar un grueso tomo sobre “Desórdenes disociativos” de la biblioteca al escritorio. –Harry, me preguntaba si estarías dispuesto a contestarme algunas preguntas.

    –Claro, –dijo jovial mirando el libro volar frente a él– ¿No es para eso que estamos acá? –le guiñó un ojo– Pero creo que sí voy a necesitar ese diván del que hablábamos antes.

    –Eso no es problema. –y transfiguró al instante una de las sillas, Harry se recostó sin demora con las manos sosteniéndose la nuca.

    –Dispará cuando gustes, doc.

    –Muy bien. ¿Podés empezar diciéndome tu nombre completo?

    –Harry James Potter.

    oOo



    Treinta y tres horas y media antes…

    Un silencio fantasmagórico reinaba en el pequeño pueblo junto al mar, no se oía ni el graznido de una gaviota. Harry caminaba entre los edificios semiderruidos que le recordaban lápidas de un cementerio. No quería que sus pensamientos derivaran a cementerios. No sabía cual habría sido el destino de los habitantes, pero todo indicaba que habían estado del lado de los perdedores de la batalla, que a juzgar por el lancinante dolor en su frente estaba aun lejos de haber terminado. Por instinto llevó la mano hacia la varita, el contacto con la lisa madera de espino le sirvió de algún alivio.

    Aparecieron de la nada. En un parpadeo. Sobre las pilas de escombros y los árboles caídos, mortífagos todo alrededor. Pero estaban inmóviles en sus lugares y de alguna forma eso era más perturbador que si se estuvieran moviendo hacia él. Al menos así hubieran evidenciado algo de vida, estáticos como estaba semejaban cuervos expectantes. Fue girando lentamente aunque cada músculo de su cuerpo le gritaba que no lo hiciera, que no enfrentara su inevitable destino.

    Voldemort estaba detrás de él, tan quieto como los demás pero el odio que emanaba de él era casi visible. Harry le apuntó la varita directo al corazón y pronunció la Maldición Mortal, pero los sonidos se negaron a manifestarse. Unas pocas chispas brotaron de la punta de la varita y fueron a morir débiles sobre el pavimento. La risa de Voldemort quebró el silencio. Sonidos de maldad pura llenaron el ambiente. Fue entonces que se oyó otra voz. –¡Matalo! –demandó la voz de Draco, pero Harry no estaba seguro de que se dirigiera a él. Sintió unas manos que lo aferraban de los hombros, quiso resistir, liberarse, pero no podía…


    –¡No, no, soltame! –gritó sacudiéndose violentamente.

    –¡Por la peineta de Medusa, Harry! ¡Te vas a calmar de una vez?

    Harry abrió los ojos, una varita encendida con Lumos flotaba ante él. En pánico se sentó y retrocedió hasta aplastarse contra la cabecera de la cama, tratando de alejarse lo más posible de la fuente de luz.

    –¡Epa, Harry! Ni que hubieras visto al mismísimo Drácula. –una cabeza se hizo visible a la luz de la varita.

    Harry cogió (¡!) los lentes de la mesita y se los calzó, no estaba seguro de si seguía soñando o no. –¿Seamus?

    –El mismo que viste y calza.

    –¿Qué carajo estás haciendo acá?

    –Vengo a sacarte de una patada en el culo de este lugar. Espero que luzca mejor de mañana que a oscuras. –soltó una risita– Me refería al lugar no a tu culo, obviamente.

    Harry estaba demasiado sorprendido como para prestarle atención al chascarrillo –¿Sos un paciente? ¿Te acaban de traer?

    –Sí y no. Digamos que vine voluntariamente.

    –Pero… ¿cómo…?

    –Me encantaría darte toda la información relevante, pero no quiero despertar a todo el pabellón, ¿hay algún lugar donde podamos hablar?

    –Hum… sí. Vení conmigo.

    Harry enfiló hasta el baño, seguido por los otros pasos. Cuando llegó y se dio vuelta no vio a nadie. Ya se lo esperaba. Seamus se sacó el manto y se hizo visible, le sonreía de oreja a oreja.

    –¿Cómo estás, Harry?

    –Perplejo, para decirte la verdad. –pero empezaba a sonreír– ¿Qué hacés acá?

    –Ya te dije. Vine a sacarte. Y no tenemos mucho tiempo, las barreras van a estar anuladas sólo hasta la una. Entrar me tomó más tiempo del que había calculado. No podemos perder un minuto. Antes que nada, vas a necesitar esto, tomá.

    Le dio el manto, Harry lo recibió reverencialmente. Todavía le parecía que estaba soñando y ver que los dedos desaparecían entre los pliegues del género contribuía al efecto onírico.

    –Como me gustaría quedármelo. –admitió Seamus– Es fabuloso. Pero lo vas a necesitar para salir. Ahora… preciso algo tuyo. –dijo tocándole el pelo que en las últimas semanas le había crecido hasta llegarle a los hombros– Con tu permiso. –tomó una mecha negra entre los dedos– Cortego. –colocó los cabellos cuidadosamente dentro de una bolsita– Creo que con estos me va a alcanzar.

    –No me digas que…

    –Sí te digo. –interrumpió Seamus, sacó un frasquito del bolsillo y deslizó un pelo por la boca. Sonrió picaro. La poción hizo efervescencia unos segundos y luego viró a un color amarillo. –Sláinte. –brindó y se la bebió.

    Ver la transformación siempre lo ponía nervioso, particularmente cuando se transformaban en él. Finnigan era casi de su misma altura pero mucho más robusto, segundos después tuvo a un Harry idéntico a él pero con ropas que le quedaban muy holgadas.

    Seamus no parecía muy conforme con el cambio, fruncía la frente y entrecerraba los ojos. –Te faltan los anteojos, ¿trajiste?

    –¡Ah, claro! –los sacó de un bolsillo y se los calzó. –Genial, ahora sí.

    –Seamus, ¿de qué se trata todo esto?

    –Ya te lo dije, vine a sacarte de acá. Te ponés el manto, bajás las escaleras y te vas sin que el guardia te vea. Yo me quedo acá, hago de vos y nadie se va a dar cuenta.

    –Pero sigo sin entender. ¿Por qué estás haciendo esto?

    Una sombra le cruzó el rostro. –Tengo mis razones. –fue todo lo que dijo a modo de explicación– Además es necesario que vos te vayas de acá. Hermione dijo algo de una profecía. No entendí ni la mitad de lo que dijo pero sonaba muy importante. Ah… antes de que me olvide… se supone que apariciones a la casa de Ron y Hermione pero asegurate de hacer dos paradas antes, de esa forma te pierden el rastro.

    –Seamus, no puedo dejarte acá…

    –Es sólo por una semana. Voy a estar bien.

    Iba a pedirle más explicaciones pero en ese momento se oyeron ruidos de pasos. Harry se cubrió con el manto. Seamus trató de disimular volviéndose hacia el espejo.

    Goyle entró frotándose los ojos dormidos. Le dirigió una mirada suspicaz. –¿Todo bien, Potter?

    –Todo bien. –replicó Seamus y como el otro no había atinado a moverse, agregó: –¿Te vas a quedar ahí parado toda la noche?

    Goyle frunció el ceño y se metió en uno de los cubículos. Harry asomó la cabeza. –¿Y éste quién es? –preguntó Seamus.

    –Es Goyle, ¿no te acordás? Estaba en nuestro año en Slytherin. Pero no es mal tipo. Nos llevamos bastante bien. –lo cual era cierto desde la noche que habían estado mirando juntos la fotografía del diario.

    –Bueno, mientras no se meta conmigo. –se oyó la descarga del depósito y Harry volvió a cubrirse, frunció un poco la nariz… iba a tener que decírselo a Seamus después… que él nunca se paraba así con las manos en las caderas. Fue entonces que notó que Seamus tenía puesto un pesado abrigo sobre ropas de calle. Quizá a eso se había debido la mirada desconfiada de Goyle, ¿lo habría notado?, no era de los más sagaces y estaba medio dormido.

    –Te estás escapando. –dijo Goyle.

    Seamus lo miró ceñudo. –Dejate de sandeces y andá a dormir.

    –¡No seas así, Potter! –parecía ofendido– Dijiste que ibas a buscar a Draco. ¿Le vas a decir que estoy acá? Quizá él pueda venir a sacarme.

    –No sé de qué estás hablando.

    A pesar de la negación de Seamus, la cara de Goyle se había encendido de esperanza y Harry se sintió conmovido por el tono de voz que había usado. El Slytherin llevaba ya cinco años encerrado ahí. No merecía que lo dejaran olvidado, ninguno de los pacientes lo merecía. Harry tomó la resolución: volvería para liberarlos a todos.

    –Se lo voy a decir, –dijo quitándose el manto– Y voy a volver a buscarte. No te preocupes.

    A Goyle se le cayó la mandíbula del shock. Sus ojos se movían desorbitados del uno al otro.

    –¿Hacía falta que hicieras eso, Harry?

    –Está todo bien. Goyle no le va a contar a nadie. ¿No es cierto?

    El Slytherin negó con la cabeza. –No voy a decir nada.

    –Así me gusta. –dijo Harry asintiendo– Seamus, tenemos que cambiarnos la ropa. No te pueden ver con ésas acá. ¿Las podrás achicar para que me queden mejor?

    –Puedo hacer algo mejor, puedo transfigurar lo que llevás puesto. –levantó la varita, pero Goyle le retuvo el brazo– ¡No! ¡Nada de magia de varita! Tienen detectores flotantes en todo el lugar, vas a disparar una alarma.

    –¿Detectores flotantes? –dijo Seamus frunciendo el ceño– Bueno, menos mal que no detectaron el Lumos. Pero yo necesito las ropas, ¿dónde voy a poner los frascos y lo demás?

    Harry empezó a mirar frenético alrededor, tenían que encontrar algún lugar para esconderlos.

    –Tengo una idea. –dijo Goyle– Ustedes cámbiense las ropas, vuelvo enseguida.

    –No se lavó las manos. –dijo Seamus sacándose el pulóver– ¿Estás seguro de que se puede confiar en él?

    –¿Porque no se lavó las manos?

    –No, menso. Porque se supone que la fuga es secreta.

    Harry se puso el pulóver sobre la casaca del piyama. –Goyle no va decir nada, quiere que volvamos a rescatarlo. ¿Y vos cómo estás seguro de que vas a estar libre en una semana?

    –El próximo sábado es el solsticio. No sé bien lo que tienen planeado pero Ron me dijo que me sacarían para entonces. –señaló el armario con los piyamas– ¿Me pongo uno de esos?

    –Sí, los de la pila del medio te van a quedar bien. –Harry se calzó los jeans que Seamus se había sacado y tratando de disimular su ansiedad preguntó: –¿Entonces Ron y Draco están trabajando juntos?

    –¿Draco? No conozco a ningún Draco.

    –¿Cómo? Quiere decir… ¿vos no te acordás?

    –No, pero sé lo suficiente para hacerles creer que sí.

    Harry hizo una mueca, Seamus hablaba con mucho acento. –Bueno, pero tené cuidado, tu voz suena casi igual a la mía, pero usás palabras medio raras, podrían desconfiar.

    –Perdé cuidado. Voy a tener ayuda. Y mientras les diga que la cara de Voldemort es más fea que el culo lleno de granos de mi tía June, seguro que van a estar contentos de dejarme encerrado.

    Por más preocupado que estaba, Harry no pudo contener la risa. Si alguien podía salirse con la suya con el engaño, Seamus era el más indicado para la tarea.

    Regresó Goyle en ese momento. Traía una capa verde oscuro en el brazo. –Esto no me lo sacaron, lo tenía guardado en un baúl debajo de la cama. Podés poner tu abrigo con lo demás ahí. Lo que no sé es lo que vas a hacer con la varita.

    –La varita me la quedo. –dijo Seamus.

    –Como quieras, pero no la uses. –se volvió hacia Harry– Jurame que vas a volver a buscarme.

    Harry asintió y le extendió la mano. –Te lo juro, voy a volver.

    El rostro de Goyle se iluminó, cuando le estrechó la mano Harry sintió como si estuviera sellando un Voto Inquebrantable. –Buena suerte. –le deseó Goyle.

    –Eso es. A poner pies en polvorosa, Harry. Y acordate, dos aparicionamientos y después directo a lo de los Weasley-Granger.

    –Gracias. –le dijo Harry dándole un apretón de mano– Lo digo de corazón. Y voy a volver también por vos.

    –Vos hacé lo que tengas que hacer, Niño Profético –bromeó Seamus– Nosotros vamos a estar bien acá, ¿no es cierto, Goyle? –le preguntó con un guiño al Slytherin.

    Harry empezó a hacer recomendaciones. –Silas te puede ayudar si tenés algún problema, no lo podés confundir, es el que tiene medias de todos los colores. Y decile a Evie que lo siento… que vos lo sentís… pedile disculpas.

    –Disculpas a Evie, medias multicolores. Ya entendí todo.

    –Y tenés que acordarte…

    Seamus revoleó los ojos. –Tenés que irte ya, las barreras no van a estar anuladas mucho tiempo más.

    Se puso la capa de Goyle y encima el manto. Salió del baño y cruzó el oscuro pabellón, las botas de Seamus eran pesadas y hacían mucho ruido o así le parecía.

    Salió por la puerta principal. El corredor estaba desierto, enfiló hacia las escaleras. No tuvo inconvenientes mientras bajó, no se cruzó con nadie. Cuando llegó a la planta baja pudo observar en un reloj de pared que eran la una menos cinco. Debía ser suficiente.

    Pero las botas debían de haber hecho demasiado ruido cuando cruzó el hall.

    –¿Quién está ahí? –dijo la recepcionista.

    Harry se quedó quieto en el lugar. –Sólo estamos vos y yo, Gilda. –respondió una mucama.

    –No, estoy segura de que oí algo.

    Sin hacer ruido, Harry retrocedió hasta las escaleras y se sacó las botas. La una menos tres minutos. La recepcionista se había levantado de su puesto y estaba recorriendo el hall de espera.

    –¿No te estarás volviendo sorda? – dijo la recepcionista.

    Harry aprovechó ese momento para cruzar el salón hasta la puerta de entrada.

    –No deberías tomar alcohol en horas de trabajo, –le reprochó la mucama– Estás oyendo ruidos que no existen y lo menos que podrías haber hecho es convidarme un poco de lo que estabas tomando…

    Harry no oyó la respuesta, ya había salido. La calle estaba oscura y olía a cerveza y orina. Hacía mucho frío, tenías las medias mojadas por algo húmedo y resbaladizo que había pisado que no quería ni imaginar qué habría sido; se cruzó con un grupo de borrachos, uno de ellos tambaleó y chocó con él, el borracho maldijo confundido por el alcohol y porque no pudo ver el obstáculo que se le había interpuesto.

    Pero a Harry esos inconvenientes no le importaron. Pocas veces se había sentido tan feliz como en ese momento.

    Seamus le había dicho que aparicionará dos veces antes de ir a lo de Ron y Hermione. Una primera parada podía ser su departamento. Estaba oscuro cuando llegó. Encendió la luz.

    ¿Qué caraj…?

    Muebles que no eran los suyos. Muchas cajas. El departamento era el suyo pero estaba todo mal. Y entonces se acordó de que había estado ausente siete semanas y que no había pagado el alquiler. Y nuevos inquilinos estaban en proceso de mudanza. Oyó ruidos y voces que venían del dormitorio. Tenía que irse cuanto antes… pero ¿adónde? ¿El departamento de Draco? Hum… aunque no quería pensarlo así, era muy peligroso… lo último que había sabido de Draco era que iba a una asamblea de mortífagos…

    Luego de considerar posibilidades se decidió por aparicionar al jardín trasero de Greenwich Arms. Era muy tarde, pero era posible que estuviera todavía abierto.

    Lo encontró cerrado a cal y canto. Y parecía que había estado cerrado desde hacía algún tiempo. Había tachos volcados y basura sobre el suelo que parecía llevar allí más de una semana.

    Lo empezó a invadir el miedo, tenía un muy mal presentimiento. Temía aparicionar a la casa de Ron, empezó a pensar que les podría haber pasado algo malo. Se le hicieron presentes de nuevo las imágenes del sueño, los mortífagos rodeándolo como cuervos entre los edificios derruidos, la risa maligna rompiendo el silencio y él solo para enfrentar la batalla.

    Hizo un esfuerzo para apartar todos esos pensamientos negativos. Dibujó en su mente la casa de sus amigos, las sólidas piedras grises de los muros, los marcos blancos de las ventanas, el viejo roble del jardín del frente, los canteros coloridos de flores. Imaginó a sus amigos abrazados, felices, Ron dándole a Hermione un beso en la coronilla y sonrojándose.

    Cerró los ojos y aparicionó.

    oOo



    Abiit, excessit, evasit, erupit: Se fue, se evadió, huyó, desapareció
     
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32 replies since 9/4/2013, 03:17   1006 views
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