Sucio (Harry/Draco)

Draco Malfoy muere tras ser condenado en Azkaban, pero poco tiene eso de cierto. Atrapado en un lugar donde no puede salir, tendrá que aprender que todo lo que ve y siente no es lo parece.

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  1. enea_92
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    Resumen: Draco Malfoy muere tras ser condenado en Azkaban, pero poco tiene eso de cierto.
    Atrapado en un lugar donde no puede salir, tendrá que aprender que todo lo que ve y siente no es lo parece. Que todo lo que pudo pensar, no es más que una mentira. Y que incluso él, no es.
    Elgido ya el camino, poco puede retroceder, aunque eso signifique su propia muerte.



    Género: Angustia, Drama, Romance, Ficción, Acción.

    ADVERTENCIA: Lemon, Muerte de un personaje, Tortura, Violación, Lenguaje Vulgar, Sadomasoquismo, Violencia, Orgía.

    Clasificación: MA(+18)

    ¡Ojo con las fechas!

    _____________________________________________________


    Cap 5: Baile.



    Fecha: 14 de marzo de 2006.



    Frío.


    Siempre el frío. Era en lo único que podía pensar en aquél gélido lugar. Oh, y no se estaba quejando, para nada. Tener los pies congelados hasta el punto de sentir que tenía fuego en ellos, no sentir los dedos de las manos, incluso el tener dolor de cabeza por el frío no era nada comparado con saber que todavía estaba ahí. Bueno, no. Estar en ese lugar le alegraba. Estaba eufórico por haber escapado pero no era tonto. Él sabía que lo estarían buscando. Porque era importante. Lo suficientemente importante para haber gastado cuatro años en él. O por lo menos eso es lo que le ponía en la carta...

    Concéntrate en el frío.

    Sí, el frío. Algo meramente pasajero. Te pones más ropa y se va. Te acercas a una estufa y desaparece. Era tan fácil lidiar con eso. Por eso pensaba en él. Lo alejaba, aunque fuera un segundo, de todo. De sí mismo.

    Sí, porque ese era el problema. Él.

    No quería concentrarse en lo que en verdad podía llegar a sentir, no quería saber qué es lo que estaba experimentando después de... todo.

    Tres días.

    Tres largos e intensos días desde su fuga.

    Todavía podía recordar su voz, gritándole una y otra vez. La confusión, la rabia, la felicidad. El instinto que le hizo correr sin mirar atrás, dejando todo lo que recordaba, todo lo que hasta ese momento había conocido. El sentirse perdido en la inmensa ciudad que para él era desconocida. Sin saber dónde estaba. Dónde ir. Pero no se detuvo, bajo ninguna circunstancia. La voz en su mente le decía una y otra vez que siguiese moviéndose y por una vez en su vida le hizo caso. Sin parar a descansar, sintiendo cada vez que un pie chocaba contra el asfalto como miles y miles de cuchillas se clavaban en sus piernas, sus pulmones o en su cabeza.

    La casa abandonada que había encontrado después de estar corriendo hacia la nada le había servido de refugio la primera noche, pero luego de robar algo para comer, corrió de nuevo. No podía esperar sentado a que lo atraparan.

    Averiguó que se encontraba en Alemania. ¡Alemania! Con razón le habían enseñado alemán, aparte de otras lenguas, pero no le importaba. Tenía la ventaja de poder comunicarse. De poder saber cómo salir de ahí. Si es que había salida.

    El sol casi ya desaparecía por el horizonte, dejándose caer con lentitud, dejando paso a la noche. El ruido de las olas al romper en la orilla se dejaba oír en la lejanía, como un susurro de un insecto. Oh, sí, había alcanzado el mar. Grande. Enorme e inmenso. Azul. Esplendoroso mar.

    Su plan en ese momento era seguir al agua hasta llegar a un puerto. Era lógico(o por lo menos para él) que tenía que haber un puerto en algún lugar. Cuando lo encontrase, pensaba irse de allí y no importaba si no tenia dinero. Él era una sombra. Un ser sin existencia para el mundo. Una cosa que no estaba. Algo olvidado y sin poder para cambiarlo, no, por ahora al menos. Y, por primera vez, le estuvo agradecido a... ellos por haberlo convertido en lo que era.

    Nadie sabía de su existencia. Nadie lo veía, nadie lo notaba. Podía pasar perfectamente por delante de los guardias de seguridad y nadie le recordaría. ¿Quién había robado ropa? ¿Quién me ha quitado la comida? Preguntas sin respuesta para las luces. Así los denominaba. A ellos. A los que sí eran. A los que todos veían. Los que recordaban y eran recordados.

    Luego estaba los intermedios. De estos no sabía su existencia hasta el día anterior, que los conoció, quedándose sorprendido cuando notó que alguien le hablaba. En alemán. Por lo que dio por supuesto de que estaban en Alemania.

    Solía mantenerse quieto por el día y moverse por la noche. Vale que nadie le prestaba atención, pero tampoco quería tentar a su suerte. Además estaba el pequeño problema de que ellos sí que lo podían ver. No eran intermedios, eran luces, sí, pero... raros. Supuso que si lo habían creado era normal que lo pudiesen ver, ¿no?.

    Se puso en pie con lentitud. Le dolían todos los músculos del cuerpo que le gritaban por un poco de descanso, pero no se lo permitiría. Había aguantado más, mucho más dolor de lo que en ese momento estaba sintiendo. Si pudo con ello entonces, podrá ahora. O por lo menos eso es lo que intentaba pensar una y otra vez mientras se ajustaba mejor la sudadera negra y metía las manos en los bolsillos de su pantalón vaquero.

    Abriendo la puerta principal, salió a la playa dejando la casa vacía, silenciosa, como si nadie ni nada hubiera pasado ahí unas horas.

    Mirando la arena que se empezaba a hundir bajo su peso, empezó a andar.

    En el bolsillo de su sudadera se notaba una pequeña protuberancia que él sabía perfectamente qué lo provocaba. Su carta. Aquella que había recibido poco antes de poder escapar. De que él le ayudase a escapar. No la había podido leer hasta que, después de horas y horas corriendo, se sintió seguro. Todavía podía recordar... sentir el dolor, la traición, las lagrimas caer sobre el folio una y otra vez cada que leía más y más de esas palabras, tan verdaderas y tan falsas a la vez. Tan crueles. Como cuchillos dentro de su corazón, rompiendo el último fragmento que había mantenido intacto. Intacto para... él. El mismo que lo había roto.

    Frustrado por sus propios pensamientos, sacudió con fuerza la cabeza y sin perder más tiempo se acercó a una papelera que había por ahí. Con furia metió la mano en el bolsillo de su sudadera y sacó el trozo de hoja arrugada escrita por las dos caras, casi sin dejar espacio para nada más. Las estrujó con fuerzas en su puño, intentando causarle el mismo dolor que le había hecho sentir mientras la leía, pero era en vano. La carta no era él.

    Furioso la tiró sin contemplaciones a la basura y se giró, decidido a dejar atrás todo lo que una vez había conocido. No importaba cuanto le costase, él no iba a seguir pensando en todo lo que le había pasado durante esos cuatro años, los únicos que recordaba, los únicos verdaderos. Los más dolorosos.

    Una imagen de unos ojos color avellana le asaltó cuando se hallaba a unos diez metros de la papelera. Se quedó quieto al instante.

    Bufando y llamándose tonto una y otra vez, volvió a la papelera y sacó el folio, lo estiró intentando quitar lo máximo posible las arrugas y se quedó mirando la letra que se dibujaba en él. Redondeada, más marcada en las letras “o”, “r” y “p”. Había una leve separación cuando una “l” aparecía y la “u” y la “n” podían ser perfectamente confundidas. Aún así sentía ese estúpido e ilógico sentimiento de que, hubiese sido mentira o no, era lo único que le quedaba... de él. Los recuerdos, las imágenes, incluso las sensaciones que sus manos habían dejado en su piel, las únicas manos que en algún momento habían vagado por su cuerpo con su consentimiento, todo eso podía ser todo mentira, como cada una de las palabras que habían salido de su boca. Esa boca que tanto había amado. Esa boca que una y otra vez había buscado.

    Pero con ese papel, con esa carta que rompía en pedazos su alma, demostraba que era real. Que había existido. Que había sido un imbécil sin cabeza, que se había dejado llevar por la desesperación y la tristeza y que había buscado con desespero algo que le salvase de todo lo que le rodeaba. De todo aquello que le hacía daño sin saber que lo que encontraría lo rompería más. Mucho más. Tanto, que ya no quedaba nada de él. Ahora sólo era un mero muñeco de trapo que se movía por instinto. Hecho harapos.

    Mordiéndose los labios con fuerza, no sabía si para darse valor a lo que estaba a punto de hacer o para que dejase de pensar en él y empezase a moverse de una vez, rompió el folio por el principio, calculando el recorrido de la rotura para que sólo una simple palabra quedase en el fragmento. Cuando éste se separó del todo del resto, volvió a tirar la hoja a la basura, esta vez sin arrugarla ya que estaba más pendiente de lo que ponía en el trozo arrancado.

    Se sabía la carta de memoria(¡oh, y cómo le dolía eso!), así que ni siquiera tendría porque necesitar esa maldita parte, ni mucho menos, pero(¡estaba realmente, realmente jodido!) él era el único que le había llamado así. Él le había bautizado así. No podía dejar de pensar en cómo sus labios se movían para pronunciar ese simple nombre.

    “John”.

    “John”..

    ...John....

    Con furia se metió el maldito y asqueroso trozo en el bolsillo, con dos fuertes manotazos se quitó las estúpidas e inútiles lágrimas que se habían osado a salir de sus ojos(¡estúpidas!). Se giró y sin mirar atrás ni una sola vez, siguió andando por la playa oscura.

    Tenía frío aunque eso no lo sorprendió. Extrañamente era algo interno más que externo. Era ese sentimiento que te congela y te entumece los músculos dejándote rígido e inservible. Desde que tenía memoria o por lo menos desde que eso había aparecido siempre lo había sentido. Ya era una parte de él. Tanto o más que eso. Por mucho que uno se ponía ropa, por mucho que se acercase al fuego, incluso metiéndose dentro de él, no desaparecía. Justo por ese motivo, él le tenía pavor a sus propias sensaciones, sentimientos o pensamientos. Las cosas externas pasaban y ya. Dolían, dejaban marca, incluso podían matarle, pero ya. Nada más. Las internas siempre te acompañaban. ¿Cómo acallar tu propia mente? ¿Cómo dejar de pensar en todo y a la vez en nada, cuando todo lo que te rodea no son más que mentiras? ¿Cómo borrar todos los recuerdos que te hacían una y otra vez revivir los momentos ya pasados? Y siempre se le venía la misma respuesta a esas preguntas.

    La muerte.

    Era tan fácil. Tan sencillo que en ocasiones le asustaba, pero luego se reprendía una y otra vez. Sabía que si escogía el camino fácil, ellos habrían ganado y ya habían tenido suficientes victorias por encima de él para añadir una más. Era el momento de que fuera feliz. De que conociese es sentimiento que tantas veces había pensado conocer pero que en cierto modo sólo conocía por libros. También quería conocer lo que era el amor.

    Pero el amor de verdad, no el amor que...

    Quería un perro... No, mejor un gato, ya había tenido suficiente con los perros para lo que le llevaba de vida. O podría tener un caballo. Había leído que si les caías bien tenías un amigo para toda la vida. Y él quería saber qué era tener algo así. Podría tener una granja con muchos animales, donde todos fueran amigos. ¡Sí! Eso podría funcionar. También cultivaría su propio alimento y así no tendría que salir al exterior.

    Con esos pensamientos siguió andando por la solitaria y oscura playa durante horas sin encontrar el tan ansiado puerto, pero él no desistía. Se había ensimismado en sus planes de futuro donde había animales por todas partes. Él había leído sobre ellos. Sin parar. Era uno de los temas que más le gustaba. También le habían dado libros sobre humanos y las ciudades más importantes del mundo o cómo ser turista en Tokio y un montón de libros de ese estilo, pero a él no le interesaba. ¿Para qué leer sobre algo que le provocaba tanto dolor?

    En un determinado momento se percató de que estaba a las orillas de una ciudad. Durante todo el recorrido lo único que se había estado encontrando había sido casas sueltas, algunas abandonadas dando la imagen de ser residencias para verano que en ese momento estaban desocupadas y sin nada en su interior. Pero ese motón de casas y edificios con grandes ventanas se estaban multiplicando cada vez que recorría más camino y si miraba hacia delante veía que no hacía más que aumentar.

    Había una zona iluminada que destacaba entre todas las casas y edificios. También se hacia notar por el ruido que surgía de esa calle. Risas, voces, gritos. Gente. Bulliciosa en hora que tendría que estar durmiendo. O por lo menos él lo supuso así. ¿Qué diablos estarían haciendo allí? Si él tuviese la oportunidad y las pesadillas no le acosasen, estaría durmiendo. Lo necesitaba urgentemente. Llevaba desde que había escapado sin hacerlo y su cuerpo ya se estaba quejando. Ni que decir su cerebro que parecía un máquina a punto de explotar. Pero no podía. No cuando su voz era lo único que oía en el silencio.

    Curioso e intrigado por saber a qué se debía tanto alboroto, se mezcló entre las calles oscuras hasta que llegó a una esquina y pudo observar a bastante gente transitando la zona. Todos estaba abrigados, alguna que otra mujer dejaba ver sus piernas enfundadas por unas medias y algunos hombres llevaban pantalones hasta las rodillas, provocando que se quedase perplejo ante sus vestimentas. Él se estaba muriendo de frío. ¡¿Por qué ellos iban tan ligeritos de ropa?!

    Había un local que se llamaba “Broiler-Bar” por donde salían y entraba una gran cantidad de personas. En su interior se escuchan risas y voces, el trajín del ir y venir, cristales chocando entre si o contra la madera de las mesas.

    Se quedó mirando fijamente una ventana donde se podía ver a una mujer sentada al lado de otra y ambas reían. Reían sin parar sin razón aparente. Sin nada que les nublase el ánimo y por un segundo sintió ese sentimiento que te hace apretar con fuerza los dientes y los puños, respirar con rapidez e intentar volver en ti. Celos dejando paso a la añoranza. Al deseo de ser alguien así. Poder reír sin nada en la mente, sin estar pensando en cada momento en lo sucio y asqueroso que se sentía, que lo más seguro es que ya hubieran encontrado alguna pista de él.

    Retrocedió un paso y se iba a dar la vuelta para desaparecer de allí y seguir su camino cuando vio en un local con una gran ventana a un montón de gente en su interior que saltaban y se movían como si su cuerpo fuera preso por espasmos. Pero no, eso era bailar. O un intento bastante pobre. Pero no escuchaba música. Ni siquiera un leve sonido de lo que parecía ser el jaleo que había dentro de ese sitio. Un hombre abrió la puerta que había al lado de la gran cristalera y la música, las risas, los gritos y el sonido de las botellas se dejó oír por unos breves segundos.

    Mordisqueándose con fuerza los labios se planteó por un momento el entrar. Nadie lo vería, eso lo tenía muy claro, lo que era una gran ventaja ya que se estaba arriesgando demasiado al ir al centro de la ciudad cuando estaba siendo buscado. Pero es que quería saber qué se sentía al ser normal y aunque para él no era muy... normal encerrarse en un sitio y parecer una sardina en lata, no parecía que se lo estuvieran pasando nada mal. Quería saber ese sentimiento que se reflejaba en las caras de la gente. Pero por otra parte le entraba pánico el sólo pensar que le tocarían, le rozarían. Sería manoseado por miles y miles de manos, con intención o sin ella. A él no le gustaba ser tocado. Por nadie.

    Pero una persona ordinaria sí se dejaba tocar. Y él quería ser una de ellas. Aunque fuera un segundo.

    Aparentando más valor de lo que realmente sentía, se adentró en la calle abarrotada de transeúntes dejando el oscuro callejón que había sido su refugio. Con paso rápido(por no decir que iba corriendo) se adentró en el local antes de que cambiase de opinión.

    Asfixia.

    Se ahogaba.

    Había demasiada gente. No había zona de su cuerpo que no estaba siendo tocada y eso le hacía sentir asqueado, tembloroso y asustado. Y odiaba sentir lo último. Ya lo había hecho el suficiente tiempo para que ahora volviese de nuevo esa sensación de desasosiego. Pero aún así no se mueve o por lo menos intenta no moverse del sitio ya que está siendo constantemente empujado hacia todos los sentidos por las personas que saltar o se mueven de forma extraña. Algunas tienen los ojos cerrados y todo. Pero todo eso está en un segundo plano para él que esta intentando no tener un ataque de pánico mientras se reprocha una y otra ves lo estúpido que es. ¡Él sólo quería ser normal!

    Cierra los ojos con fuerza, tanta que le duelen, pero poco importa. Se concentra lo máximo posible en la música que retumba en todo el lugar. Música en otro idioma que no conoce. Música en alemán. Música en francés, inclusive. Hasta en español o por lo menos algo decían en ese idioma, pero no llegó a entenderlo. Él no sabía hablarlo. Algunas palabras sueltas, nada más. Lo suyo era el francés con su acento tan... francés. El alemán no se le daba nada mal, ciertamente. Le habían dicho en más de una ocasión que lo pronunciaba todo perfectamente, tanto así que parecía de verdad Alemán. La pena era que no era rubio y no tenía los ojos azules, ni tenía los rasgos comunes de la región.

    Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. La distracción con los idiomas había funcionado(todo lo que podía haberlo hecho) y ahora se sentía un poco mejor. Ya no sentía ganas de salir corriendo a la primera de cambio, así que para asegurarse que seguía así, mantuvo los ojos cerrados y imitando los movimientos que había visto antes, empezó su propio baile, moviéndose todo lo que el pequeño espacio que había convertido en suyo le permitía, sin tocar a nadie, sin que nadie lo notara, se movía al son de la música y sintiendo, oh, joder, sintiendo por primera vez algo distinto al dolor, miedo e incertidumbre. Inclusive el frío había sido relegado a un segundo plano en su mente y eso ya era todo un logro.

    Se sentía volar y esa, sin duda, era una sensación que le encantaba. Pudo vislumbrar, mientras movía su cabeza de arriba a bajo, con las manos alzadas y dando saltitos sin parar, como una visión todo aquello que antes había pensado. Él con animales. Él en una granja. Él feliz. Él siendo querido por sus amigos de cuatro patas. Todos ellos, menos un perro. Seguía manteniendo que no quería perros, no señor.

    Y mientras escuchaba el comienzo de una nueva canción se preguntó; ¿y por qué no? ¿por qué no conseguir todo aquello que quiero? Porque era libre. ¡Libre! ¡Por fin! Después de cuatro años, cuatro dolorosos y angustiantes años donde le habían torturado y ensuciado una y otra vez, metiéndole en la cabeza que él no había nacido para ser feliz. Que él no tenía el derecho para serlo. Como una revelación justo en ese momento lo descubrió. Él podía ser feliz. ¡Él iba a ser feliz! Y lo supo. Todo eso que antes se había imaginado, él junto con muchos animales, una granja en el campo en el sol de la tarde. Lo quería. Y lo iba a conseguir, lo sabía, porque justo en ese momento podía conseguir cualquier cosa. Mientras notaba como poco a poco todo movimiento de su cuerpo era ya libre a sus deseos, mientras se adentraba a aquel lugar en su mente donde todo era calma aún escuchando la música, sintiendo los efectos relajantes que ésta tenía, se preguntó; ¿es esto la felicidad?.

    Abrió los ojos asustado, apartándose del contacto que le había despertado de su perfecto mundo donde, obviamente, todo era imperfecto pero él no lo sentía así en ese momento.

    Un joven de no más de veintisiete años le devolvió la mirada con esos profundos ojos de color azul. Un azul oscuro por la escasa luminosidad del ambiente.

    Hello—le grita(porque sino poco le puede oír) y le sonríe con lo que el chico pensaría que es su mejor sonrisa.

    No sale de su asombro y no es por el hecho de que le hable en un idioma que no ha oído en su vida sino porque le habla. ¡Le habla! ¡Le está mirando! Es decir, ¡existe para él! Y entonces reacciona. ¿Será uno de...ellos? No sabe muy bien si hay más de los que conoce, así que no puede estar seguro del todo. Y tampoco es para armar un escándalo en ese momento para que luego resulte que es una falsa alarma. No le conviene porque aunque el rubio sea que tenía delante que seguía mirándole con una sonrisa bastante... perturbadora fuera uno de ellos podría con él en un segundo, sin pensárselo si quiera él ya estaría muerto. Fulminado en el suelo. Pero si por una casualidad los otros se llegasen a enterar, eso ya sería más complicado. Así que lo único que pudo hacer fue estar todo lo alerta posible y esconder lo aterrado que se encontraba pensando una y otra vez que lo habían atrapado.

    ¿Hello?—volvió a hablar. Dejó caer un poco la cabeza hacia la izquierda en una muda pregunta que por suerte fue captada por el extraño—. ¿You don't speak english?—no recibió respuesta alguna—. ¿Entiendes el alemán?

    Asintió al escuchar algo entendible.

    —Oh, perfecto. Soy Dagobert, pero llámame Dag. ¿Cómo te llamas, guapo?

    Alzó la ceja casi imperceptiblemente, preguntándose si era su imaginación o ese tipo se lo estaba intentando ligar como quién no quiere la cosa. Si era así, confirmaba la teoría de que era un intermedio y no uno de ellos lo que significaba que no tenía porqué perder su tiempo en quedarse ahí parado como un tonto cuando tenía a gente buscándole.

    Se iba a girar cuando cayó en la cuenta de que le tipo podía ser una buena fuente de información. Así que, en contra de todo pronostico, intentó devolverle la sonrisa que resultó más una mueca extraña que otra cosa.

    —¿No tienes nombre?—negó con un movimiento de la cabeza. Eso pareció sorprenderle—. Bueno, vale. Pero te tendré que llamar de algún modo—al ver que no le respondía, resopló, divertido—. Vale. Te llamaré Rich. De Richmond. ¿Te gusta?

    Tragando con dificultad, se encogió de hombros.

    —No eres de muchas palabras, ¿eh?

    —¿Dónde... estamos?

    Su voz sonó ronca, casi inaudible por todo el ajetreo que había alrededor, pero aún así el tal Dag lo escuchó.

    —¿Cómo que dónde estamos? ¿Estás drogado?—por extraño que resultase, una sonrisa mucho más grande se dibujo en el rostro de Dag dándole un aspecto... peligroso.

    Poniéndose más alerta de lo que ya estaba, Rich negó enérgicamente con la cabeza.

    —Me he perdido—respondió escuetamente.

    Dag asintió, comprensivo.

    —Pero sabes que estás en Sassnitz, ¿no?

    —¿Sassnitz?

    —Sí, Rüen, Alemania—añadió cuando vio a Rich fruncir todavía más el ceño—. ¿De verdad que no sabes dónde estás? ¿Qué te has estado metiendo, tío?

    Ignorando completamente a Dag empezó a repasar todo lo que sabía sobre la geografía alemana y sus estados hasta que recordó que Rüen era la isla alemana situada en el mar Báltico.

    —¿Dónde hay un puerto?.

    —¿Quieres irte? ¿Tan pronto?.

    Cuanto antes fue el pensamiento de Rich pero se limitó a asentir. Había comenzado a bajar la guardia. Dag tenía pinta de todo menos de peligroso. Parecía más tonto que otra cosa con esa sonrisa que no se le quitaba ni a la de tres. ¿No le dolía los mofletes de tanto estirarlos?.

    —No está lejos de aquí—contestó haciendo que el corazón de Rich brincase y una mueca que esta vez se acercaba más a ser una sonrisa, se dibujase en su cara—. Si quieres te acompaño...

    —No, gracias—cortó de inmediato.

    —Vamos, no seas así. Además, te puedes perder—contestó riéndose sin apartar los ojos de Rich.

    Rich se planteó muy seriamente lo de perderse. Si bien es cierto no sabía muy bien por dónde ir(no tenía ni idea) tampoco podía fiarse del extraño por muy amable que pareciese. Aunque también estaba el hecho de que si notaba algo fuera de lo común podía noquearle en un segundo.

    Así que, sin pensárselo más, imaginándose su pequeña granja con miles de animales, asintió.

    Dag sonrió con más ganas.

    —Bien, vamos a salir. El puerto está abierto toda la noche, pero no hay barcos. Te puedes quedar ahí para luego comprar los boletos cuando abran la ventanilla.

    El frío volvió a subir por sus piernas como una caricia. Como un viejo amante que le saludaba después de una larga ausencia. Ni siquiera tiritó.

    Mirando la espalda ancha de Dag, lo siguió entre los callejones, preguntándose qué tan lejos podría estar el puerto para que un completo extraño lo acompañase. A lo mejor era uno de esos que alguna vez leyó. Una buena persona. Él no había conocido nunca una. Había llegado a creer que era un simple mito para que los demás cayeran en las fauces de los malos, desprevenidos al pensar que eran buenos. Quizás Dag era bueno...

    Oh, joder. Le va a explotar la cabeza.

    Ni siquiera intenta moverse. Sabe por experiencia que si lo hace el dolor será mucho peor. Además de que tiene que esperar a que el mareo sea menor de lo que es.

    Cuando eso sucede ya tiene claro dos cosas. Una; es imbécil. Pero no un imbécil medio, no, de los grandes. No hay ser tan estúpido en la tierra como él. Vamos, que un poco más y no nace por no encontrar el agujero de salida. Y dos: Dag no es bueno. No puede serlo después de haberlo llevado a un callejón lleno de gente con bates de madera y no haberlo defendido mientras le pegaban con saña hasta que perdió el conocimiento.

    Pero bueno, lo ha pasado peor. Oh, sí, recuerda algunos momentos en que se sintió mucho, muchísimo peor de lo que se está sintiendo en ese momento, así que, viendo el lado positivo de las cosas(¿a caso había uno?) y sintiendo que el dolor va remitiendo, se sienta percatándose de pronto que no está tirado en el suelo como él pensaba, sino que está en una habitación con apenas una ventana que es tan pequeña que casi no deja entrar la luz del sol. Amueblada únicamente por el polvoriento colchón que parece ser a servido de cama en las horas que ha estado inconsciente.

    La única puerta que hay se abre dejando paso a un hombre de pelo negro, con arrugas alrededor de los ojos, unos ojos marrones que se fijaban en él, atravesándole sin pestañear.

    —Veo que estás despierto—comenta mientras cierra la puerta a su espalda—. Te preguntarás por qué te hemos traído aquí, pero creo que ambos somos lo suficientemente mayorcitos para saber que lo sabes. No eres lo que se dice casto—lo miró sin comprender del todo, intentando averiguar qué...—. Oh, vamos, no me mires así. Tu propio cuerpo nos lo ha dicho todo. Tienes marcas de sexo. Sexo duro y fuerte. Sexo reciente. Así que no me vengas con carita de niño bueno y ponte a lo que toca. Me gusta catar la mercancía antes de ponerla en el mercado. Aunque a ti, por lo que se te ve, te han catado bastante.

    Rich lo único que podía hacer era mirarlo, perplejo y dolido por sus palabras, intentando respaldarse de ellas en lo más profundo de su mente, encogiéndose sobre sí mismo, haciéndose una pequeña e insignificante bola, ocupando el mínimo espacio posible.

    Y antes de caer en el ya tan conocido mundo de oscuridad en la parte más alejada de su cerebro, comprendió que el hombre que estaba delante de él era un proxeneta. Que incluso Dag podría haberlo sido. O puede, tal vez, que de verdad hubiese sido bueno y fuera una puta más. Obligada a hacer lo que hizo.

    Desde la parte trasera de su cerebro le llegaban las sensaciones que el hombre estaba dejando en su piel y supo que todavía no había llegado el momento de caer. Que todavía era él el que mandaba en su cuerpo y como siempre que ocurría, se maldijo una y mil veces por no poder desaparecer con más rapidez. Porque siempre tenía que esperar a...eso.

    Desnudo, con algún que otro golpe de más, colocado en cuatro como una vulgar perra y cogido por el pelo, sintió como, una vez más, alguien totalmente ajeno a sus deseos, lo penetraba. Y sintiendo como entraba una y otra vez, cerró los ojos y se arrastró hasta el fondo de su mente donde el dolor nunca llegaba, donde todo era oscuridad y soledad. Pero estaba bien. Ahí no le pasaba nada. Ahí podía dejar de pensar, dejar que otro tomara el control de aquello que una y otra vez se rompía en pedazos sin salvación alguna. Su cuerpo.

    Después de esa vez vinieron muchas más. Siempre había más. Un torrente de hombres pasaban por entre sus piernas sin ni siquiera preguntarle nada. No había palabras a no ser que estás no fueran órdenes o algo diferente del ya bastante trillado “traga puta”, ”eres una perra”, ”cómo te gusta que te follen, ¿eh, golfa asquerosa?”...

    Solamente una persona le dirigió la palabra a parte de para insultar y ordenar. Solamente una le trató como algo más que un objeto sexual. Y le dio nombre. Oh, sí, le dio otro nombre. Porque él ya no era Rich, ahora era Puta o Bicho Raro. Pero él le nombró Dennis. Y ese, ciertamente, le gustaba y mucho. Sí, Dennis. Parecía un nombre de alguien normal.

    Dennis tiene amigos. Dennis sale de marcha. Dennis va al trabajo. Sí, el nombre le gustaba. Y aunque él no hacia ni tenía nada de eso, se quedaría con Dennis.

    Toda imagen que una vez pudo haber tenido de una granja con animales, con la felicidad, con él bailando, feliz, había desaparecido hacia mucho, mucho tiempo. Porque otra vez se dio cuenta de que, oh, pobre imbécil insensato que era, nunca aprendía que él, no importase que nombre tuviese, no iba a ser feliz. No tenía el derecho de serlo. Él, simplemente, no había nacido para ello.

    Y por eso, no se planteó nada al llevar el cuchillo a su muñeca y cortarla con tanta facilidad como rebanar un trozo de pan. Y, aunque nunca llega a su cometido final, no deja de hacer, una y otra vez hasta tal punto que su proxeneta oficial le pone unas muñequera. Y es que el dolor le hace olvidad el dolor. Mientras más sea, mejor. Y si éste le lleva a la muerte, pues muchísimo mejor.

    Es un día lluvioso cuando por fin logra escapar. No sabe qué demonios a provocado que le dejasen la puerta abierta, pero lo han hecho y se lamentaran toda la vida. Dos muertos a dejado tras su huída, pero nunca a sentido menos remordimiento de lo que siente en ese momento.

    Consigue su ropa, la ropa con la que había huido de ellos, su sudadera negra y su camiseta naranja, sus vaqueros y deportivas, incluso sus calcetines. Sólo por eso, ya se sintió un poco más afortunado.

    Antes de salir de ahí vio un pequeño calendario. 11 de Abril de 2006. ¿Un mes? ¿Solamente había pasado allí un mísero mes?.

    Sin perder más tiempo salió a la calle, sin importarle lo mucho que lloviese o la hora que era.

    Se escurría entre la muchedumbre cual gusano. Nadie lo notaba. No, nunca había sido percibido. Era como si de repente se hubiese convertido en una sombra del mundo, algo que no se ve, algo que no se siente. Algo que está pero que no se toma en cuenta. Sin sentimientos, sin pensamientos.

    _____________________________________________________

    Kerry Lestat ¿me das tu móvil? xD Te lo cambio por el mío. Te aseguro que es de ultisísima generación :D :D
    Yo como siempre provocando gritos, ya sean orgásmicos o no xD Por otro lado, me encanta que te encante mi fic ;)


    El siguiente capítulo volveremos al año 2002 y bastante información. ¡Nos leemos!

    PD: El capítulo acaba con el mismo párrafo con el que empieza el segundo capítulo, porque es como lo previo a eso ;)
     
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