Scars.

Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos | Newt x Credence | One-shot.

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    Not your huckleberry.
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    Credence posó la mirada en el espejo cuando se quitó la camisa. Los ojos se le llenaron de lágrimas al hacerlo gracias a una perfecta mezcla de miedo, desprecio y asco. Su cuerpo estaba repleto de cicatrices, unas más profundas que otras, y todas igual de horribles, sobre todo por lo que significaban. En ellas no veía un defecto físico. No. Veía años y años de sufrimiento. Años de vivir con el constante pánico a cometer el más mínimo error y a ser castigado por ello. O más bien, lo que su madre adoptiva consideraba que era un error.

    Dejó la camisa sobre la cama y se acercó aún más al espejo. Era impresionante como casi cada centímetro de su piel estaba marcado. Tenía cicatrices por toda la espalda, pasando por los hombros y los brazos hasta llegar a las manos. Incluso tenía algunos rasguños y moretones en su abdomen, los cuales contrastaban con su piel pálida. Se mordió el labio inferior con fuerza, reprimiendo las ganas de llorar.

    En ese momento la puerta de la habitación se abrió de golpe. Era Newt, que traía un pequeño huevo de plata en una mano, el cual se estaba rompiendo, y el maletín en la otra.

    —¡Credence, mira esto! —Estaba notablemente emocionado, pues quería mostrarle al chico el nacimiento del Occamy que luchaba por dejar el cascarón. Pero la sonrisa se le borró al ver al muchacho.

    Credence se apresuró en volver a ponerse la camisa. Con rapidez se secó las lágrimas que estaban a punto de escaparse, y se volteó a ver a Newt como si nada pasara.

    —¿Qué cosa? —preguntó a la vez que forzaba una sonrisa.

    Por un momento, Newt no dijo nada. Sólo se le quedó mirando mientras que el Occamy nacía en sus manos. Segundos después reaccionó, abrió el maletín y dejó al pequeño animal ahí dentro, para que fuese cuidado por Dougal mientras tanto. Apenas cerró la maleta la dejó a un lado y se acercó a Credence.

    —Déjame ver —pidió con amabilidad.

    La reacción instantánea del azabache habría sido responderle «¿ver qué?» mientras se hacía el desentendido, pero la forma en la que Newt lo miraba simplemente podía con él. Era casi absurda la manera en la que esa mirada lo desarmaba por completo.

    —Por favor —añadió el británico luego de unos segundos de silencio.

    Credence suspiró mientras asentía con la cabeza. Lentamente y con mucha vergüenza se quitó la camisa, dejando nuevamente sus cicatrices a la vista.

    —Son horribles, lo sé —dijo antes de que Newt pudiera decir nada mientras se sentaba en la cama. El silencio que se había apoderado de ambos lo tenía aturdido.

    —Nunca dije eso —contradijo el castaño mientras se sentaba junto a él—. ¿Fue ella? —preguntó, refiriéndose a la madre adoptiva del muchacho.

    —Todas y cada una —asintió Credence mientras apretaba los puños. Las lágrimas nuevamente comenzaron a agolparse en sus ojos—. No lo entiendo. ¿Qué hice mal?

    Alzó la mirada hacia Newt, totalmente avergonzado. No sólo por el hecho de que le viera las cicatrices, sino que además lo viera llorar. Odiaba que lo vieran llorar. Newt le sostuvo la mirada por un par de segundos, hasta que hizo algo que dejó al azabache confundido: se levantó y comenzó a quitarse la ropa.

    —¿Qué haces? —preguntó el menor, sintiendo claramente como sus mejillas se enrojecían por completo.

    —Ya vi las tuyas —dijo Newt mientras se quitaba el chaleco, para luego quitarse la camisa—. Ahora quiero mostrarte las mías.

    Los ojos de Credence se ampliaron debido a la sorpresa. El torso de Newt estaba, si es posible, aún más lleno de cicatrices que el suyo propio. Tenía arañazos, moretones y raspones, como si literalmente acabara de salir de una pelea cuerpo a cuerpo.

    —¿Qué…? —La impresión ni siquiera lo dejó terminar de formular la pregunta.

    —A ver… esto, me lo hizo Frank cuando lo rescaté en Egipto —dijo Newt señalando una cicatriz particularmente grande que le iba desde el hombro izquierdo hasta la mitad de la espalda—. Esto… si mal no recuerdo, fue un erumpent. —Esta vez señaló una cicatriz que tenía junto a las costillas en el costado derecho—. Esto de acá… —dijo señalando un moretón que tenía en la parte baja de la espalda—. Me lo acabo de hacer, de hecho. Pero fue porque me caí de las escaleras, no importa.

    Credence no pudo evitar soltar una pequeña risa, y se tapó la boca para disimularla.

    —También tengo estos arañazos que me hizo un dragón una vez —dijo señalando su brazo izquierdo—. De hecho, esta marca de aquí —comentó mientras le mostraba el antebrazo, donde tenía una cicatriz con forma de V—, la tengo desde que tengo memoria. Mi madre dice que fue porque me acerqué muy bruscamente a uno de sus hipogrifos y el muy necio me mordió. También tengo otras más en las piernas, pero… creo que no hace falta que te las muestre —dijo, sonrojándose ante la idea.

    Credence sonrió. No sabía que tenía que el magizóologo, pero siempre lograba hacerlo sentir mejor.

    —El punto es —dijo Newt mientras se sentaba nuevamente a su lado—, que esas cicatrices no importan. No deberían frenarte y hacer que te preocupes por el pasado, sino todo lo contrario. Deberían ser… un recordatorio de lo mucho que has progresado.

    Credence asintió lentamente al oír esas palabras. Clavó la mirada en el suelo, sin saber muy bien cómo sentirse al respecto. Era fácil para Newt decir algo así, pensó, al fin y al cabo sus cicatrices sólo lo hacían pensar en lo que más amaba: las criaturas mágicas. Mientras que las de Credence sólo le traían los recuerdos de una infancia y una adolescencia tortuosa.

    Newt se mordió el labio inferior. No sabía que más podría decir para intentar animar al azabache.

    De modo que al final decidió que lo mejor era no decir nada, así que sólo tomó una de las manos de Credence con cautela, como si temiera que dicho gesto fuera capaz de asustar al muchacho. El chico respingó y lo miró, justo cuando Newt le dio un tierno beso en una de las cicatrices que tenía en el dorso de la mano.

    Luego, el castaño acercó los labios a su muñeca para besarle las cicatrices que tenía en dicha zona. Credence no dijo ni hizo nada, sólo se quedó mirándolo completamente obnubilado. Su corazón había empezado a latir con fiereza, así como su respiración se agitó adquiriendo un ritmo irregular.

    De no ser tan tímido como lo era, Newt lo habría mirado a los ojos durante todo el rato, para admirar las expresiones que ponía el chico mientras lo besaba. Pero no, sólo podía mantener los ojos cerrados mientras que sus mejillas se encendían en un pálido tono carmín. Rápidamente ascendió sus labios hasta llegar al hombro del muchacho, quien cada vez estaba más nervioso, pues a pesar de que Newt sólo veía inocencia en ese acto, él no lo hacía. Y su mente no podía evitar divagar salvajemente.

    Fue cuando llegó a su cuello que se detuvo. ¿La razón? Simple.

    Credence ni siquiera tenía alguna cicatriz en el cuello.

    Al darse cuenta de que se estaba dejando llevar, el británico rápidamente tomó su ropa y se levantó, sin dejar de pedir disculpas con una voz temblorosa. Con torpeza se puso la camisa, el chaleco y la gabardina y fue a buscar su maletín, dispuesto a salir de la habitación como una bala. Pero Credence lo detuvo.

    Puso una mano sobre la suya, justo la que sostenía el maletín, pidiéndole con ese gesto lo soltara. Newt volvió a dejar la maleta en el suelo, aún avergonzado, y cuando se volteó a mirar al azabache este lo sorprendió tomando su rostro entre sus manos, para luego besarle en los labios de una manera lenta y suave.

    —La próxima vez —susurró Credence luego de que se separaran—, no hará falta ninguna excusa para que me beses.

    En respuesta Newt sólo rió, sintiendo como sus mejillas enrojecían nuevamente.
     
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