Junjou Disaster (por UsamiSaori)

Elliot ha tomado la decisión de estudiar en Japón. Él espera que cambie su vida de forma positiva, conoce al profesor Murasaki, que le dará un giro inesperado a su vida..pero no de la forma que espera

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  1. YUMI-CHAN
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    Primero que nada este fic no es mío es de UsamiSaori, este usuario no tiene una cuenta aquí y les quiero compartir su fic porque su historia me encanto esta muy chula :33. Solo subiré un capítulo y dejare su link por si les gusto vayan a leerla.
    No estoy robando su historia ni mucho menos to do el crédito es de el (ella).
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    Resumen:

    Una de las razones por las que había decidido mudarme a Japón había sido encontrarme a mí mismo; hallar mis pasiones y mi camino en la vida, alejado de toda la comodidad y la vida normal que llevaba en Estados Unidos. Después de pasar los últimos meses estudiando y estudiando japonés hasta quitarme el asqueroso (no es que lo fuera en realidad, es sólo que el japonés suena horrible con él) acento americano, empaqué mis maletas y esperé a que las cosas se acomodaran por sí mismas.



    Conseguir una beca había sido el último de mis problemas. De hecho, había sido tan sencillo que me había preguntado cómo era posible que todo el país no pudiera conseguir una. Me alejé de mi problemática y totalmente desestabilizada familia en un avión y llegué con la frente en alto a Japón. Otra de las razones que me habían impulsado a ir al extranjero, había sido por empezar de nuevo.



    Cuando pisé la universidad, supe que realmente todo había vuelto a empezar.



    —Será mejor que me convenzas de que quieres estar en mi clase, señor Green —escupió el maestro bajando el cierre de su pantalón con extrema lentitud. Tragué saliva, sosteniéndole la mirada—,… o podríamos ir a discutir con el director las condiciones en las que conseguiste esta pseudo-beca.



    Desesperado y sin opciones, me arrodillé frente a él.



    … había empezado de nuevo, pero no de la forma esperada.



    ---



    Elliot Green es un muchacho de veintiún años de Nueva York que ha tomado la decisión de dejar su vida atrás y tomar una beca para estudiar en Japón. Él espera que su decisión lo aleje de su desastrosa familia y lo llene de mil oportunidades y cambie su vida para siempre de forma positiva, pero todo cambia cuando conoce al profesor Murasaki Kyouya, que hará sus sueños realidad y le dará un giro inesperado a su destino.



    … pero no de la forma que él espera.

    Capítulo 1: Elliot Green


    Si había algo que detestaba más que a las nuevas parejas de mis padres, eran las lágrimas de cocodrilo que me dedicaban mientras una voz femenina llamaba por los pasajeros de mi vuelo. Mi madre acariciaba cálidamente la espalda de su esposo, asegurándole mi bienestar y todo eso. Mi padre, mirando de reojo a mi madre, le decía a su esposa que dejara de llorar. Mis hermanos se peleaban por mi PSP, lo cual ya era demasiado viniendo de ellos.



    Esa no era definitivamente la imagen familiar que uno se esperaría como despedida cuando planeabas emprender el viaje de tu vida. Mis padres se habían divorciado cuando yo tenía doce años, así que ya me había hecho a la idea, pero no por ello me había librado de uno que otro problema. Vivía con mi madre, su esposo y sus hijos (mis medio hermanos) en un ambiente de constante caos. Los malcriados peleando por mi PSP eran ellos, justamente, los gemelos Benjamin y Bennett, de ocho años.



    No tenía una relación muy amena con mi padre y por ende no conocía a su esposa, pero mi hermana vivía con él, así que tampoco era ajeno a su nueva familia. A parte de mi hermana Laura, de diecisiete años, también estaba la pequeña Jocelyn, de seis años, que era al igual que los gemelos, simplemente mi media hermana. Ver a toda la familia reunida en un mar de lágrimas daba… pena, por no decir asco.



    Y por eso mismo debía marcharme lo antes posible. Tras despedirme rápidamente de todos y cada uno de mis familiares, incluso los políticos, subí al avión que me llevaría directo a Tokyo, Japón. Tuve que pedirle a una azafata una toalla húmeda para limpiarme el rostro porque mi madrastra me había llenado de lápiz labial, pero aparte de eso, el resto del viaje fue excepcionalmente tranquilo e incluso relajante.



    Después de casi catorce horas de viaje, escalas y chocolates de tiendas de conveniencia, una azafata finalmente anunció la llegada a Japón. Había practicado mucho mi japonés y me sentía listo para mi nueva vida. Al salir por la puerta y bajar las escaleras que habían ubicado junto a esta, sentí que el aire que ingresaba por mis fosas nasales era limpio y puro, lleno de nuevas oportunidades y cosas positivas.



    Fui recibido por un muy elegante caballero que era el representante de la universidad que me había otorgado la beca que había conseguido para estudiar en Japón. Subí junto a él a un taxi y mientras señalaba edificios que podrían serme de utilidad y me daba explicaciones sobre mi estadía, mi nueva universidad y cosas así, nos dirigimos al que sería mi nuevo hogar por los siguientes cuatro años.



    El apartamento estaba a nada más unas calles de la universidad. Era un lugar muy pequeño, pero era lo suficientemente espacioso para un adolescente como yo. El encargado me entregó mi carnet de estudiante, alguno que otro papeleo y un carnet para utilizar en el tren. Y hablando de eso, tendría que familiarizarme con el mapa de estaciones lo antes posible.



    Esa noche cuando me arrojé en mi cama para descansar, tomé mi carnet de estudiante en mis manos y lo observé con una sonrisa. Lo único que estaba en letras normales de todo aquel retortijón de kanji era mi nombre. Green Elliot. Por supuesto que podía leer todo lo demás, pues había estudiado mucho kanji, hiragana y katakana antes de siquiera ocurrírseme la idea de estudiar allí, pero las demás informaciones en aquel pedazo de plástico no llamaban mi atención.



    Nunca dejaría de parecerme extraño el que escribieran primero el apellido y luego el nombre. Bueno, no era del todo extraño, pero en Estados Unidos y la mayoría de los países americanos, uno no tendía a presentarse con su apellido, sino con su nombre. Por ejemplo, mi encargado, el señor Fujikaze, se había presentado con ese nombre y había insistido en que lo llamara así, pero ese no era su nombre, sino su apellido. Su nombre era Kei o algo parecido.



    Yo sin dudas me presentaría como Elliot cuando comenzara mis estudios. Me fastidiaría mucho la vida que la gente anduviera por allí llamándome por mi apellido. Green significa verde, lo cual si me preguntan no tiene nada de interesante o único. No es que me importara eso de ser único, pero ya me entienden. Además, se me hace muy raro que me llamen por mi apellido al ser una palabra tan común en el vocabulario americano. Es decir, una de las primeras cosas que nos enseñan a decir son los colores. Que te anden gritando verde todo el día no es precisamente simpático.



    Me quedé observando el cielo raso por largo rato, preguntándome si mi partida había cambiado alguna cosa, si venir había sido en verdad una buena idea o si acaso serviría para algo… pero antes de poder siquiera imaginar las respuestas a esas ideas, me quedé dormido sobre el suave colchón de mi cama en aquella habitación desconocida. Toda duda y perturbación se vio cegada por mis propios sueños y aspiraciones. No importaba lo que ocurriera. Yo sabía que todo saldría bien.







    Me desperté temprano dos semanas después. Ya estaba acostumbrado al nuevo horario, el jetlag se había curado completamente justo a tiempo para la ceremonia de bienvenida de la universidad y me levanté de la cama lleno de vitalidad y energía. Me duché por largo rato, peiné mi cabello corto, lacio y castaño claro de forma que los mechones que normalmente caían sobre mi frente fueran a un costado y enfoqué mis ojos azules en mi rostro en el espejo. Podía ver la gloria en mi propia mirada.



    Había reservado mi mejor ropa para ese día. Aunque no iría completamente elegante o arreglado, quería darle a mi primera impresión un toque fresco y galante. No quería que los demás pensaran que yo no era más que un americano desarreglado, pues las personas tendían a pensar muy mal de aquellos que venían de mi país. Lo mejor era simplemente no darles motivos para seguir hablando tonterías. Una camisa, un pantalón, una corbata y unos mocasines sencillos fueron más que suficientes.



    Hacía calor esa mañana, así que me permití ir en tren hasta la universidad aunque quedara tan cerca de mi apartamento; simplemente para no darle motivos a mi cuerpo para sudar o desarreglarme. El tren no estaba demasiado concurrido aún y no lo estaría hasta después de bajar yo en mi estación cerca de la facultad. Mi encargado me había explicado que el tren comenzaba a llenarse una estación después de la que quedaba más cerca de mi universidad, así que la mayoría de las veces podría subir sin hallarme en medio de una gran multitud de personas.



    Pero sólo decidí ir en tren por ser el primer día. Los siguientes días iría caminando, ya que me parecía innecesario andarse con tantos lujos. El edificio de la universidad era imponente y el campus, inmenso; ingresé pasando entre los demás alumnos y mirando todo con mucho interés. En el auditorio, la mayoría de los estudiantes ya estaban ubicados en sus asientos, charlando y esperando a que iniciara el acto de bienvenida. Bajé unos cuantos escalones y me ubiqué en el medio de todo, en una fila de sillas que aún no estaba del todo ocupada.



    En el escenario frente a nosotros, pude observar a los maestros sentados tras el podio, charlando con gestos serios. Sentado casi ya detrás del telón, un maestro captó mi atención. No sabía qué pensar de la imagen que veía. Sentada sobre su regazo, estaba una jovencita probablemente no mucho menor que yo. Estaba abrazada a su cuello y le hablaba al oído mientras él la sostenía de la cintura. ¿Acaso se les permitía a los profesores tener ese tipo de contacto con los alumnos? Y si no era una alumna, ¿No le daba vergüenza? Los alumnos de la universidad sin dudas pensarían mal al ver a un adulto de esa forma con una muchacha tan joven.



    Justo cuando él estiraba el cuello para besarla, sus ojos cayeron en mi dirección. Vale, que el auditorio era enorme, podría estar mirando a cualquiera, pero me estaba mirando a mí. Desvié la mirada en otra dirección por algunos instantes y cuando volví los ojos nuevamente al frente, la muchacha había desaparecido y el profesor se concentraba en charlar con la profesora que tenía al lado. Diablos, seguro que ahora me la tendría jurada o algo parecido.



    Genial, acababa de llegar a Japón y ya tendría problemas con algún maestro pedófilo. O puede que no lo sea tanto, pues con su cabello oscuro y lacio y sus ojos verdes parecía más bien sólo un poco mayor que yo. Yo tenía veintiún años en aquel momento. Había atrasado mis estudios universitarios tres años para darme un tiempo para mejorar mi japonés y asegurarme de conseguir la beca, así que ese era el motivo por el que estaba un poco pasadito de edad. Ese profesor parecía tener veinticinco como mucho.



    En fin, el acto inició y se realizó una serie de discursos del director, algunos miembros del profesorado y uno que otro estudiante ejemplar de cursos superiores. Se presentó a todos los profesores, con sus nombres y materias, pero no pude oír la mitad de los nombres, pues tuve que salir al baño porque llevaba aguantándome la orina desde el comienzo del acto y si no salía me moría (o me orinaba, que era casi lo mismo). Cuando volví, el director se despedía.



    Estaba aliviado, porque tanta palabrería me había dado sueño. Por orden de curso, los alumnos fueron enviados a los salones para empezar las clases. Era un poco extraño que las clases iniciaran el mismo día del acto de apertura, pero no me importaba. Llevaba tres años retrasando la educación universitaria, así que no era como que estaba cansado por haber terminado la preparatoria o algo así. Avancé tras la fila de alumnos de segundo curso, quienes parecían mucho más orientados que yo. Claro, algunos ya conocían el campus por el tiempo que pasaron por sus exámenes de ingreso. También había un mapa afuera que yo había ignorado.



    Mi salón estaba alejado de casi todos los edificios del campus. El más próximo a los campos deportivos. El aula era enorme y se extendía en escalones como una sala de conferencias. El escritorio del maestro y el pizarrón estaba al frente de todo, a la vista de todo el salón. Sin importar donde te sentaras, podrías verlo todo claramente. Ingresé a empujones y finalmente me dejé caer en un asiento a la mitad de la clase junto a la ventana. El día afuera estaba precioso. Casi parecía un desperdicio estar allí adentro.



    A mi lado se sentó una muchacha muy guapa que me sonrió, a lo que respondí de la forma, simplemente por ser educado. El romance y la idea del sexo y todo eso me daba escalofríos. La idea del amor era demasiado estúpida e innecesaria. No era menester tener a tu lado a alguien que siempre estuviera mirándote como si fueras un trozo de carne o como un trofeo que ganar y mantener. Los celos, las peleas y todo eso, ugh, me daban dolor de cabeza.



    Así que me dediqué el resto del tiempo libre a ignorar totalmente su presencia con la ayuda del siempre útil teléfono móvil. Pretender que estabas haciendo algo en el celular era la forma de espantar a las otras personas; todo el mundo lo hacía, por lo cual me impresionaba que nadie notara que el truco no era nada más que una treta. Pero funcionaba, así que no podía realmente quejarme. Faltaban apenas dos minutos para que la campanilla sonara y un maestro entrara a salvarme el pellejo de tener que seguir pretendiendo ser un obsesionado de la tecnología celular.



    Pero un minuto antes de lo previsto, la puerta se abrió y entró la persona que menos quería ver. El profesor pedófilo. En cuanto puso un pie en el salón, sentí un extraño incremento en la temperatura; segundos después me di cuenta de que se debía a las muchachas que habían reaccionado ante su atractivo. Las feromonas eran fastidiosas. Y daban asco, también. ¿Qué demonios éramos? ¿Animales? Las feromonas se suponían que era sólo para los animales, no para nosotros los seres humanos.



    Vale, que los seres humanos son animales, pero no ese tipo de animales.



    —Buenos días, primer año. Mi nombre es Murasaki Kyouya y seré su maestro de álgebra por los siguientes cuatro años si no me despiden antes —aunque muchos hubieran pensado que sus últimas palabras fueran un chiste, evidentemente no lo eran. Y todos lo notaron, pues nadie se rió—. En fin, voy a tomar lista y de paso, sería bueno que se presentaran, ¿No les parece?



    De su escritorio levantó una hoja y comenzó a llamar. Me alegré de no ser el único pasado de edad, pues no quería que pensaran que era un idiota o algo así. Teníamos compañeros de incluso veinticinco años, lo cual era genial. Además, había un aire muy maduro en el salón, no me quejaba de ello. Y el profesor parecía incluso más simpático de lo que había creído al principio. Era agradable con todos.



    —Green Elliot —llamó Murasaki, impresionándome por su perfecta pronunciación de mi nombre. Los japoneses normalmente leían la letra “l” como una “r”, por lo que yo hubiera esperado ser llamado “Eriot”. Pero me alegraba oír a alguien pronunciar bien mi nombre. Me levanté, sonriendo.



    —Soy Elliot Green. Vengo de Nueva York, Estados Unidos. Tengo veintiún años y es un placer estar aquí con todos ustedes —dije lo más amablemente posible, cuidando de no pronunciar ninguna palabra de forma incorrecta. Noté cómo de repente todos se fijaban en mí. Ser extranjero conllevaba eso. Atención.



    —Ah, extranjero. Fuiste becado, ¿No? —preguntó el profesor recostando el peso de su cuerpo en su escritorio; no noté burla ni nada en su voz, así que comprendí que de verdad tenía curiosidad en el asunto. Miré alrededor antes de responder. Todos me miraban, expectantes.



    —Sí, conseguí la beca en mi país después de tomar algunos exámenes.



    —Excelente, puedes sentarte —me permitió el profesor. Cuando estaba a punto de tomar de nuevo mi asiento, su voz me detuvo—. Me sorprende que un mocoso americano hubiera podido pasar el examen para conseguir la beca. Ese examen era difícil, yo mismo tuve el placer de leerlo.



    —¿Disculpe? ¿Mocoso americano? —espeté, indignado.



    —Sí, bueno, nunca conocí a un americano verdaderamente inteligente y créeme, viví en Estados Unidos casi quince años. Pura basura y comida rápida.



    Lo admito. No soy precisamente un fan de mi país o un patriota compulsivo, pero éste imbécil me había sacado de quicio. Y no es difícil sacarme de quicio, siendo honesto, pero nunca había perdido la cabeza de esa forma en un lugar como ese en una posición como esa. Pero supongo que todos tenemos nuestras subidas y bajadas. Y además, no había considerado las consecuencias de mis actos.



    —USTED no tiene ningún MALDITO derecho de decir algo como eso, no es MÁS que un JODIDO profesor PEDÓFILO —exclamé dando golpes a la mesa frente a mí. Mis compañeros me observaron sorprendidos y el maestro, sin mover siquiera el rostro, se mantuvo callado todo el tiempo—. Se cree la gran cosa, pero no es más que un PERVERTIDO abusa MENORES. ¿Cree que nadie vio a la chica de hoy? Usted no es más que…



    —¡GREEN! —gritó Murasaki y su voz retumbó en toda la clase, haciendo que más de uno respingara y a mí me hiciera parpadear debido a la conclusión—. Hablaremos después de clases. Terminaré de llamar lista y empezaremos con la lección de hoy con una pequeña introducción al primer tema.



    Y cuando el calor del momento se desvaneció, me di cuenta.



    La había cagado. En grande. Me quitarían la jodida beca y tendría que volver a Nueva York. Todo por un profesor pedófilo que me había sacado de mis casillas.



    Estaba jodido.

    .......................................

    Y creanme que en el siguiente capítulo empieza lo bueno
    (͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)

    Link:

    http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory....h.24bNs4Bm.dpbs
     
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