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  1. Volkov.
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    ¿Qué cojones pasa aquí…?



    -Oh, Iago, te diré lo que está pasando…
    – Joe se acercó hasta el susodicho sonriéndole con sarcasmo, mientras yo calculaba todos y cada uno de sus movimientos y reacciones dispuesto a actuar en cualquier momento –…un día un escorpión le pidió a una rana que le ayudase a cruzar el río y le prometió que no le haría ningún daño, por lo que la rana aceptó subirle a sus espaldas, pero cuando estaban a mitad del trayecto el escorpión picó a la rana. Esta le preguntó incrédula "¿cómo has podido hacer algo así?, ahora moriremos los dos" y el escorpión le dijo "no he tenido elección, es mi naturaleza…" – después se echó a reír y se acercó más y más hacia él para susurrarle al oído algo que, desde mi posición, me fue imposible entender –… no trates de engañarte con los demás al creer que son o pueden ser otros y menos engañarte a ti mismo, Ramsay es lo que es y ni tú ni nadie puede cambiarle – después se acercó hasta mí y empezó a planear en voz alta el asesinato de Iago sin ningún tipo de pudor, haciéndome sentir cada vez más incómodo por momentos, mientras desviaba la mirada a un lado – Sabes que quieres hacerlo, Ramsay, te conozco; cada vez que te acercas a él sientes el impulso o la necesidad de hacerle daño, así que deja de reprimir tus instintos y mátalo… – “basta”, yo me llevé las manos a los oídos para no oírle aunque seguía escuchando todo cuanto decía –…¿le has dicho ya cuantas veces sonríes cuando le oyes gritar? ¿le has dicho lo mucho que disfrutas cuando sufre? ¿le has dicho…? – “basta”, pero yo le atajé antes de que pudiese continuar con aquella retahíla preguntas – ¡YA BASTA! – estallé en ira, antes de propinarle un puñetazo en la cara con el que le rompí la nariz y empezó a sangrar, antes de echarse a reír – No será hoy, ni tampoco puede que mañana, pero algún día volverás a ser el que eras y entonces acabará contigo… o tú con él – y sin más preámbulos le dio un empujón a Iago y lo hizo caer directamente en el horno antes de cerrar de un portazo el compartimento de hierro que empezaba a calentarse rápidamente por segundos.

    Yo hice ademán de seguir a Joe escaleras arriba, pero de haberlo hecho Iago habría muerto calcinado allí dentro, por lo que me detuve en seco y di media vuelta para intentar abrir la puerta del horno antes de quedarme con la manivela en la mano. Joe lo tenía todo planeado desde el principio, sabía que cabía la posibilidad de negarme a acabar con la vida de Iago, así que él mismo se encargó de hacer todos los preparativos, y a mí me tocó volver a jugar el papel de “poli bueno” – ¡Joder! – accioné rápidamente el botón de expulsión, pero no funcionó, probé con el control remoto, tampoco funcionó, incluso golpeé la puerta hasta que me disloqué el hombro, y corrí la misma suerte. La temperatura aumentaba a cada segundo, tenía que pensar rápido, no podía bloquearme en un momento como aquel, a Iago no le quedaba mucho tiempo – ¡Aguanta! ¡Voy a sacarte de ahí! – así que, como último recurso, se me ocurrió la idea de cortar el suministro eléctrico del edificio y toda la maquinaria dejó de funcionar instantáneamente, dejándonos a oscuras casi por completo, a pesar de que era medio día. No me lo pensé dos veces y abrí la puerta, quemándome la mano, para sacarlo de allí dentro, mientras lo cogía en brazos. Su ropa me quemaban al sujetarle, pero no lo solté, y su piel desprendía un olor a chamuscado, pero no me importó – ¡Iago! ¡Iago! ¿estás bien? – a correo seguido corrí hasta una de las pilas industriales, donde sin quitarle la ropa, lo deposité con cuidado para aliviar los posibles quemazones, y luego lo envolví en mi chaqueta. Eso fue lo último que hice antes de coger su teléfono móvil y llamar a la policía para que viniesen a recogerlo, yo debía haber huido, sin embargo me quedé todo el tiempo a su lado – Te pondrás bien – le aseguré antes de que sus compañeros entraran por la puerta y me obligaran a alejarme de él otra vez, mientras veía como Jack subía con él en la ambulancia para llevarlo al hospital y a mí me devolvían a una celda de aislamiento a regañadientes. Algo en mi interior estaba cambiando; no podía dejar de pensar en el estado de Iago, lo cierto es que estaba realmente preocupado, pero, por otro lado, empecé a maquinar de manera inconsciente el cómo, cuándo y dónde iba a matar a ese hijo de puta llamado Joe.

    Aquella misma tarde entré en un programa de rehabilitación, sintiéndome como un conejillo de indias esposado a una silla por manos y pies, mientras la psiquíatra se sentaba en frente de mí y tras ese cristal opaco me observaban otros desconocidos – Hola, señor Black, soy la doctora Elizabeth Tylor. Estoy aquí para ayudarle… – yo entorné los ojos hacia ella, estudiándola en silencio mientras ella parloteaba sin parar, ¿quería ayudarme? yo sonreí con malicia – ¿De verdad, doctora? ¿Quiere ayudarme? ¿O está aquí porque debe ayudarme? No, usted no quiere estar aquí, pero no tiene otra alternativa – yo volví mi atención hacia el cristal, buscando a Iago, no me interesaba este estúpido programa, sólo saber si mi vecino se encontraba bien – Señor Black, todo sería mucho más fácil si usted colaborara conmigo, cada uno tiene que aceptar sus problemas personales para poder superarlos… – pero ella insistía en molestarme, yo desvié la mirada hacia ella otra vez, haciendo que se callara de forma inmediata, que pesada –... ¿Con usted? Dígame, ¿Hace cuanto que engaña a su marido? El cambio de color en su piel en el dedo anular denota que engaña bastante bien a su pareja. Espere, ¿Huele eso? Es nicotina, también llamado comúnmente tabaco ¿Le gusta fumar, doctora? ¿O lo hace para aliviar el estrés que le producen todas sus mentiras? ¿Quiere que siga? ¿O considera que ya me ha ayudado bastante? Me pregunto; ¿El título de “doctora” se lo ha ganado con el esfuerzo de su frente? ¿O sólo ha tenido que hacer el esfuerzo de abrirse de piernas? Que le quede claro, “doctora”, no pienso colaborar con una mentirosa compulsiva, además drogadicta, acéptelo, “cada uno tiene que aceptar sus problemas personales para poder superarlos…” – dicho esto me dio un guantazo que me giró la cara y los de seguridad tuvieron que entrar para controlarla, antes de que se la llevaran por la puerta a rastras y apareciera un nuevo doctor para continuar con su trabajo.

    A continuación me pusieron unas ondas cerebrales alrededor de las sienes para medir mi capacidad de reacción ante estímulos externos; si mi reacción era negativa el cerebro aparecía de color azul, pero si reaccionaba la barrera de empatía que separaba el cerebro de las estímulos se volvía de color rojo – Mire estas fotografías – me dijo el nuevo doctor. Vi fotografías de personas muertas, explosiones, guerras y desastres naturales. Pero no pude hacer otra cosa que sentirme indiferente y esperar a que todo aquello acabase de una vez, mientras desviaba la mirada hacia el cristal, de vez en cuando, esperando a que Iago apareciese para saber si se encontraba bien – ¿Espera a alguien? – me preguntó con curiosidad, aquella pregunta me cogió desprevenido y con la guardia baja, de manera que le dije la verdad – No, pero me gustaría saber si el policía de esta tarde se encuentra bien – el hombre me miró con confusión y enarcó las cejas en alto, sorprendido, al ver como el monitor empezaba a colorearse de color rojo poco a poco, respondiendo por primera vez a un estímulo externo – ¿Se refiere al señor Zanetti? – con tan solo pronunciar su apellido, yo estaba nervioso y expectante como un niño de ocho años, mientras las partes azules del monitor ahora ya habían cobrado más de un 50% de color – Iago Zanetti – insistió, mi corazón latió rápidamente, tenía la respiración agitada y me sudaban las manos, por supuesto que me refería a Iago, ¿A quién si no? Por primera vez mi cerebro funcionó como el de cualquier otro ser humano – ¿Qué relación mantienen? – me preguntó, pero yo no respondí – Me han dicho que le salvó la vida, ¿Por qué lo hizo? – guardé silencio al comprender lo que estaba haciendo, y una sonrisita apareció en mi rostro – ¿Le gustaría verle?– hasta que finalmente estallé a carcajadas, antes de que mi cerebro volviese a ser completamente azul – ¿Sabe lo que me gustaría ver, doctor? Me gustaría verle atado a esta silla para cortarle esa lengua que tiene.

    Aquella misma tarde-noche me dejaron volver al piso con Iago, tan sólo porque habían enviado una nueva nota del presunto psicópata, Joe, que Iago debía de traer con él. Pero en cuanto lo vi aparecer por la puerta hice ademán de levantarme para saludarle, darle un abrazo y estrecharla entre mis brazos, cosas que no pude porque las cadenas que llevaba me ataban de pies y manos a la silla, por lo que tuve que volver a sentarme, mientras lo observaba con cara de preocupación – Iago, ¿estás bien? – no me gustaban en absoluto esas vendas que llevaba alrededor de su sien y manos, por no mencionar las que no vería por su cuerpo. Joe, oh Joe, voy a hacerte pagar por esto hasta que me pidas que acabe contigo, tenlo por seguro – ¿Puedo hacer algo por ti? Puedo darte un masaje, puedo... puedo hacer lo que me pidas... – Yo sabía que traía una nota consigo, pero antes de que pudiesen haber malos entendidos, se lo dejé bien claro desde un primer momento – No voy a colaborar con la policía – si resolver un enigma de aquel destartalado suponía perder a Iago, prefería mil veces que murieran mil personas a perder a mi… ¿vecino? ¿amigo? ¿amante? – Libérame, déjame ir y acabaré con todos tus problemas de golpe.
     
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