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  1. Volkov.
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    -¿Luego? – pregunté con curiosidad, no sabía a lo que se refería, ¿hablaba de Joe? ¿de él? ¿de mí? Pero en cuanto se arrodilló a mi lado y apoyó su barbilla en mi regazo, entendí que hablaba de nosotros, entendí que su cara estaba muy cerca de mi cuerpo y también entendí que en aquel momento deseé que fuera él quien estuviese atado de pies y manos a mi asiento – Luego buscaré y encontraré a Joe, antes de que caigas en una de sus trampas o te mate de la forma más retorcida que pueda imaginar. Y, cuando lo haga, ten por seguro que le haré pagar por todo lo que te ha hecho, te prometo que nunca más volverá a manipularte de ningún modo, te juro que jamás intentará acabar con tu vida porque, Iago, yo soy capaz de hacer cualquier cosa por ti… si tú me lo pides – vi como se mordía el labio inferior y como sus mejillas cobraban un color rojizo, mientras hablaba de sentimentalismos y cosas que escapaban a mi comprensión. Y, por un momento, ni Joe, ni Jack, ni la policía u otra persona existía a nuestro alrededor, sólo él y yo… hasta que la realidad me golpeó de pleno – Pero, ¿es que aún no te has dado cuenta de nada? si estoy en la cárcel es porque quiero, ¿sabes lo fácil que me hubiese resultado salir corriendo o haber matado a tus compañeros cuando vinieron en tu auxilio? ¿sabes qué fácil resulta engañar a los guardias cuando robas un uniforme de policía en los vestuarios o lo que me costaría ahora mismo asfixiarte con mis manos…? Iago, yo no quiero escapar a ningún lado… que no sea contigo – después me liberó de pies y manos y, para mi asombro, me dio un abrazo al que correspondí con torpeza pasando mis brazos por encima de sus hombros y, aunque me cogió con la guardia baja, respondí a su beso de buena gana como nunca antes lo había hecho. Después me separé un poco de él para mirarle fijamente a los ojos y, sin pensármelo dos veces, volví a besarle mientras ponía mis manos a ambos lados de su rostro para luego separarme escasos centímetros de distancia de él y así poder hablarle en un murmuro sobre sus labios – Juegas sucio; si no colaboro con la policía me matarán y dices que no podrás soportarlo pero, ¿qué pasa si Joe te mata? ¿acaso crees que yo si podría soportarlo? Lo siento, pero no puedo prometerte tal cosa, no tengo miedo a morir, Iago, pero si tengo miedo a perderte… no me preguntes porque.

    Después le di un abrazo, atrayéndolo lentamente hacia mi cuerpo y teniendo mucho cuidado de no hacerle ningún daño, para luego apoyar mi mentón sobre su cabeza mirando en ninguna dirección. Cuando, de pronto, la crema que llevaba en uno de los bolsillos del chaquetón captó mi atención por completo y, sin pedir permiso, alargué la mano y cogí la pomada para comprobar que efectivamente se trataba de un remedio contra las quemaduras que había sufrido en el crematorio – Déjame a mí – le invité a sentarse con amabilidad en la misma silla donde minutos antes había estaba atado, para después deshacerme cuidadosamente del chaquetón que llevaba puesto y empezar a desabrochar los botones de la camisa de su uniforme, Dios mío… tenía vendas por casi todo el cuerpo y lucía muy mal aspecto. Yo torcí el gesto, conmocionado, mientras las aletas de mi nariz se dilataban y fruncía los labios con fuerza. Más me obligué a sonreír con la intención de aparentar que todo iba bien – No te preocupes, te pondrás bien de aquí a unas semanas – desaté los nudos de las vendas y cuando fui a tirar de ellas hacia atrás descubrí con horror como el fuego había hecho estragos en su piel ahora enrojecida, calcinada y con bambollas ensangrentadas. Me unté la mano con aquella crema y deslicé mis dedos por su piel con una delicadeza infinita, aunque aún así intuía que le estaba haciendo daño y tengo que decir que no disfrutaba de su sufrimiento en absoluto – Puede que esto te duela un poco, pero hará que te sientas mejor – luego me arrodillé en el suelo y le desaté las botas antes de quitarle los pantalones, su piel estaba igual de dañada, sobre todo en las extremidades tales como manos y pies. Sin embargo y a pesar del mal estado de su cuerpo, cuando lo tuve semi desnudo y con tan sólo los calcetines y la ropa interior delante de mí… no pude evitar pensar en la última vez que estuvimos juntos – Sé que no es el momento, pero te echo tanto de menos… – y sin poder evitarlo volví a besarle con pasión, mientras mis manos buscaban atarlo a aquellas esposas y mi raciocinio gritaba en mi interior que me estuviese quieto, por suerte o desgracia me detuve en el último momento. Y así es como volví a cubrir su cuerpo con las vendas y le ayudé a vestirse de nuevo, antes ponerme en pie y abrazarme a su cintura.

    Cuando, de repente, la puerta del apartamento se abrió de golpe y ahí, en el umbral de la puerta, vi al pesado de su compañero Jack. Quien desenfundó rápidamente su arma y no dudó a la hora de apuntarme con ella, mientras me gritaba que me hiciera a un lado o no dudaría en coserme a balazos – ¡Suéltale, hijo de puta! ¡Las manos donde pueda verlas! – yo no tuve más remedio que hacerle caso y me separé a regañadientes de Iago, entretanto que levantaba las manos en alto y lo miraba con el más absoluto desprecio. Sobre todo cuando tomó a mi vecino del brazo y tiró de él para protegerlo supuestamente de mí, o mejor dicho para separarlo a la fuerza de mi lado, mientras le carcomían los celos por dentro – ¡Al suelo! ¡Tírate al suelo! – y así lo hice, pero cuando me estaba arrodillando para echarme en el piso me propinó tal patada en el estómago que me hizo doblarme de dolor y escupí un ribero de bilis en sus zapatos, gesto que me hizo ganarme una patada más de propina por mi atrevimiento que ni si quiera hice a propósito. Y cuando hice ademán de levantarme y ponerme nuevamente en pie, su compañero se alejó de mí a toda prisa cual cobarde y me lanzó las esposas a una dejando una prudencial entre ambos sin dejar de apuntarme con la pistola en ningún momento– ¡Ponte las esposas; una a la mano y otra a la pata de la mesa! – pero yo me llevé una mano al estómago y me senté en la silla algo desorientado, ¿por qué tenía que soportar todo aquello? ese gilipollas ya me tenía cansado. Sin embargo, cuando miré a Iago de reojo supe que tenía que hacerlo por él, de modo que di un suspiro resignado y recogí las esposas del suelo, antes de colocarlas tal y como Jack había dicho – ¡No hagas ninguna estupidez o juro que te pego un tiro aquí mismo! – me advirtió antes de llevarse una mano al bolsillo de su camisa, probablemente para asegurarse de que aún tenía la llave de las esposas, no como la última vez que se la arrebaté sin darse cuenta, menudo idiota. Yo sonreí con sarcasmo y ni por todo el oro del mundo hubiera cambiado la expresión de enojo de su compañero cuando comprobó con horror como le enseñaba la llave delante de sus narices – ¿Buscas esto? – pregunté con cinismo antes de devolvérsela.

    Una vez los humos ya estuvieron más calmados, Jack explicó el motivo por el que vino, pues según le dijo a Iago habían dado con el escondrijo del presunto asesino. Yo enarqué una ceja con escepticismo, ¿había subestimado a la policía o en realidad eran tan inútiles como para caer en otra de sus trampas? no lo sé, de lo único que estaba seguro era que uno de los dos bandos era un completo inepto (y, en el fondo, yo apostaba por Joe). Como iba diciendo todo aquello me resultaba demasiado fácil, no es que no tuviese plena confianza en nuestros agentes de la ley… bueno, ¿a quién pretendo engañar? no, no les procesaba ninguna fe. Y más cuando el imbécil de su compañero insistió en que Iago les acompañase para recaudar pruebas que pudieran incriminar al presunto asesino y así meterlo de una vez por todas en prisión – No vayas Iago, por favor – dije alargando el brazo que tenía libre hasta su muñeca y sujetándolo por la fuerza sin darme cuenta, hasta que Jack se metió por medio de los dos y apartó mi brazo de malas maneras – Yo… lo-lo siento – me quedé mirando a mi vecino, confundido, en ningún momento pretendí hacerle daño, ¿verdad? es sólo que tenía miedo a perderlo (o eso es lo que me obligué a pensar después de pasar más de una semana sin tomarme la medicación) – Al menos déjame acompañarle, Jack – pedí, a lo que su compañero me miró sorprendido por un momento, parecía que me iba a llevar la contraria por aquello de no variar, pero sorprendentemente y por primera vez en todo aquel tiempo nos pusimos de acuerdo en algo; proteger a Iago. Yo me sentía realmente culpable por lo sucedido, de veras que no había sido mi intención hacerle daño, sin embargo una pequeña voz en mi interior reía a carcajadas como un niño travieso. En aquel momento tuve miedo de mi mismo, así que sin pensármelo dos veces le pedí a Jack que me atara las dos manos, necesitaba mi medicación, la necesitaba y rápido… antes de que pudiese hacerle daño a alguien o peor aún, a mi vecino, después de todo Joe no iba mal desencaminado con sus vaticinios.

    Y así fue como me trasladaron en un furgón policial, acompañado de un par de coches patrulla y por supuesto maniatado con esposas hasta la caseta del presunto asesino a las a fueras de la ciudad. Yo me detuve un momento para observar el lugar; en frente mía había una pequeña caseta de madera probablemente de caza y no muy bien conservada a juzgar por el aspecto decrépito que lucía la fachada, para colmo no había ni un alma a al menos diez kilómetros de distancia y el tiempo nublado no nos acompañaba aquella mañana. Me mostré reticente a entrar, yo sabía que algo iba mal, por eso mismo le susurré a Iago en el oído que no fuese, claro está que cuando me descubrieron más cerca de lo habitual a un agente de la ley me dieron una patada que me tiró al suelo y por si se me ocurría algún truco también desenfundaron sus armas. En fin, al entrar en la caseta y tal como yo imaginaba las paredes estaban pintadas de sangre con el nombre de mi vecino, de hecho no había ningún espacio en blanco y ahora que me daba cuenta tampoco se había salvado el mobiliario. De pronto, una música infantil empezó a sonar desde un radio casete tras un armario, era la misma canción; London bridge is falling down, con la que había conocido a Iago en nuestro primer encuentro. Y como un acto reflejo, grité y me zafé del agarre de los policías que ahora me vigilaban para correr y empujar a Iago a un lado antes de que abriese la puerta del armario… – ¡No la abras! –…de la que salieron disparados varios cuchillos afilados hacia su persona y se incrustaron directamente en la pared de enfrente… y uno en mi hombro. Uno de los que fueron a parar a la pared llevaba una nota; el gigante, el gigante más alto va a llorar y sus lágrimas de oro de rojo se teñirán cuando la hormiga salte del columpio y se balancee de arriba abajo antes de irse a acostar. ¿Pero qué cojones…? Yo estaba algo mareado por la pérdida de sangre repentina, pero estaba lo suficientemente consciente como para gritar que todos saliesen fuera, antes de que explotara la bomba que había escondido Joe tras la puerta. ¿Qué cómo lo supe? Porque esa idea era mía...

    Tengo vagos recuerdos de lo que sucedió; sé que tiré de Iago hasta afuera y que de pronto una explosión me golpeó en la espalda, antes de cubrir a mi vecino con mi propio cuerpo y que una lluvia de escombros nos cayesen encima… después todo se hizo negro, un pitido infernal me taladraba los oídos, hasta que horas después me desperté en el hospital atado con correas a la cama y con Jack sentando a un lado mío con cara de asco y los brazos cruzados a la altura del pecho – Ya era hora de que despertaras, Cenicienta. Ya estás aclarando esta nota – yo busqué a Iago con la mirada y al no verlo por ningún lado me puse inquieto, Jack quien adivinó mis pensamientos me dijo que había salido un rato, ¿me estaba mintiendo? No me encontraba en mis plenas facultades para saber si decía la verdad o no. Pero, ¿dónde estaba?¿por qué estaba atado en una habitación con ese imbécil? y lo más importante, ¿por qué me sentía tan solo? – Quiero ver a Iago – a lo que Jack me respondió que primero tenía que aclarar la nota del presunto asesino, momento en el que aproveché para liberarme de las correas que por desgracia para él estaba aflojadas y darle un puñetazo en la cara que lo dejó inconsciente en el momento. Yo le quité la ropa y me vestí con su uniforme para salir de allí, antes de dejar a Jack esposado a la cama y correr hacia la puerta – Iago… – pero a quien no me esperaba era ver a mi vecino nada más abrir la puerta delante de mis narices, ¿qué excusa iba a darle? tiré de él y lo metí dentro de la habitación – Lo siento, Iago, pero no puedo dejar que me acompañes – dije al comprobar que estaba bien, y utilizando sus propias esposas lo até a una de las barras de acero de la cama, antes de robarle un beso con la intención de que guardara silencio, pues si montaba algún alboroto estaba claro que no me iban a dejar salir de allí – Iré a verte esta noche – si, dije que iría… aquella noche las noticias retransmitieron una nueva de última hora; una mujer blanca de aproximadamente veinte años de edad iba a ser ahorcada en el árbol más alto de Central Park, pero en el último momento cortaron la cuerda y calló en un montón de hojas que amortiguó la caída. Dos encapuchados se enzarzaron en una pelea, pero ambos huyeron del lugar de los hechos… – Iago, abre la puerta – dije empapado de los pies a la cabeza, más que cansado, herido y a punto de desplomarme en el suelo.
     
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67 replies since 19/6/2014, 18:06   1048 views
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