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  1. Volkov.
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    “Yo… te quiero, me gustas…”



    Escuché su discurso con suma atención y me sentí el hombre más dichoso del mundo cuando supe que mi vecino correspondía a mis “sentimientos” del mismo modo que yo, una pequeña sonrisa delataba la felicidad que me embargaba por dentro y creo que, por primera vez en mi vida, me sentí realmente querido. De pronto, tomó mi cara entre sus manos y me dio un beso en el que reflejó su inexperiencia en asuntos de amor, yo por mi parte correspondí de buena gana a sus deseos así que profundicé aquel beso con pasión entrelazando mi lengua con la suya y dando pequeños mordiscos en su labio inferior, no sé si esto era amor, pero si estoy seguro que deseaba, anhelaba y necesitaba por encima de todo (y de todos) a Iago con apremio. Después me hizo sentarme en el sofá y se subió encima de mí mientras se abrazaba a mi cuello e intensificaba nuestro beso, yo me dejé hacer y obedecí sin rechistar entre tanto que acariciaba sus mulos con mis manos y ascendía hacia arriba para apretar su trasero contra mi cuerpo. Luego pasó a darme pequeños besos a la vez que me desvestía sin pudor alguno y me arrancaba algún que otro gemido de placer al sentir sus labios rodando por mi piel, también acarició mi entrepierna por encima del pantalón, gesto que sólo consiguió provocarme una erección al momento mientras se acomodaba entre mis piernas para hacerse un hueco – No tienes por qué hacer esto – le dije, adivinando sus intenciones. Pero cuando sentí aquella mirada tan intensa clavada sobre mí y al ver cómo sus dedos desabrochaban hábilmente la cremallera del pantalón no opuse ningún tipo de pega o resistencia al respecto, sobre todo cuando empezó a masturbarme con la mano y luego utilizó su lengua para hacerme una felación mientras yo cerraba los ojos y tiraba la cabeza hacia atrás extasiado de gozo. Cuando, de repente, se detuvo para apagar su teléfono móvil que no sonó en ningún momento y dirigirse hacia la ventana para cerrarla porque al parecer le molestaba algún ruido del que era completamente ajeno, yo lo miré descolocado y sin comprender la situación. Y aún más desconcertado me dejó cuando lo vi correr hasta la puerta para cerrar el pestillo y se abrazó a si mismo acurrucándose en una esquina muerto de miedo, temblando como una hoja de papel contra el viento y murmurando palabras ininteligibles que escapaban a mi comprensión – Iago, ¿qué ocurre? ¿te encuentras bien? – pregunté, realmente preocupado por él.

    Volví a subirme la cremallera del pantalón y tomé la manta con la que nos habíamos acurrucado momentos antes en el sofá para echársela por encima de los hombros a modo de abrigo y acuclillarme a su lado. Después lo atraje amablemente hacia mí y le acuné entre mis brazos para cogerlo en volandas y sentarlo en el sofá conmigo arrodillado a sus pies. Yo sé en quien estaba pensando; el culpable en cuestión era ese pederasta viejo y degenerado que lo había maltratado y violado en repetidas ocasiones aún siendo un niño, el mismo que ahora andaba suelto por las calles de Londres para robarle el sueño y dejarle al borde de un ataque de nervios como el que acababa de presenciar hace un momento. Así que tomé sus manos entre las mías para besarle los nudillos uno a uno y entrelazar nuestros dedos, quería hacerle sentir seguro conmigo, quería transmitirle que yo siempre estaría a su lado – Tranquilízate, estás desvariando; mira, – dije enseñándole su teléfono móvil – nadie te ha llamado – después abrí puerta y ventana – ¿ves? no pasa nada. Escúchame; sé que estás asustado y que ese hombre te hizo mucho daño aún cuando tan sólo eras un niño, no puedo imaginar lo que has sufrido en sus manos y tampoco creo que tú lo hayas olvidado del todo. Pero eso es cosa del pasado, ya no eres un crío, ahora eres un hombre, un agente de policía entrenado y capacitado para atrapar a ese pederasta antes de que convierta la vida de esos niños en un infierno como hizo contigo. Puedes hacerlo, yo confío en ti, voy a estar a tu lado, juntos podemos hacerlo, ¿de acuerdo? – puse mi otra mano sobre la suya y le di un leve apretón para reconfortarlo de algún modo – No tengas miedo; no sabe dónde vives, no sabe qué aspecto tienes, es prácticamente imposible que te haya encontrado, pero si eso no te tranquiliza escucha esto. Esta ciudad tiene más de cincuenta y tres millones de habitantes, así que según la estadística tienes menos de un cero coma tres por cierto de cruzarte en su camino, además estás en un programa de protección, ni si quiera usas tu nombre verdadero, y en el caso de que te buscase por el registro civil, nunca te encontraría porque ya no existe legalmente ningún hombre llamado Carlos viviendo en tu antiguo piso, asimismo, ¿qué te hace pensar que está interesado en ti? ese viejo degenerado sólo tiene apego hacia los críos. No puedo haberte encontrado, ni tampoco viene a por ti, no te va a matar porque, como lo intente, ten por seguro que antes lo mataré yo a él. Ya no estás sólo, me tienes a mí y no voy a consentir que bajo ningún concepto vuelvas a caer en sus manos porque, ¿sabes? soy capaz de cortárselas antes de que te ponga la mano encima otra vez. Mira, ya sé que no puedo salir del piso y mucho menos puedo poner un pie en la ciudad sin tu permiso, aún no me siento “preparado” para estar rodeado de tanta gente y tampoco tengo pleno control sobre mis acciones. Pero me preocupas, Iago, creo que sería oportuno visitar a un médico de cabecera para que te eche un vistazo rápido y nos dé un diagnóstico de tu situación, si, ya sé que tú eres quien lleva el arma y la placa, pero soy capaz de arrastrarte a la fuerza como no me hagas caso, no tienes elección, así que vamos.

    -Lo siento, pero no puedo dejarle pasar, sólo paso autorizado a familiares, ¿quién es usted? – me preguntó el médico de guardia interponiéndose entre mi vecino y yo, en aquel momento me puse muy nervioso, me notaba claramente incómodo y el estrés me embargaba como una soga al cuello con tan sólo pensar que tenía que separarme de Iago. Miré a mi vecino buscando el refugio que me proporcionaban sus ojos, aquel doctor ignoraba el peligro que corría si se atrevía a separarme de Iago pues, si por mi hubiera sido, me daba exactamente igual pegarle un empujón y meterme con ellos dos dentro que estrangularlo allí mismo e ir a otro hospital – Yo… yo…– tartamudeé, inquieto, era la primera vez que hablaba con una persona que no fuera mi vecino, psicólogos o agentes de policía, así que aquel momento era de crucial importancia para demostrarle a todo el mundo que podía rehabilitarme, aunque para ser sinceros mi yo interior gritaba lo que mejor sabía hacer; matar, mientras que cuando miraba a mi vecino; me embargaba aquella extraña paz interior que me hacía sentir bien conmigo mismo. Y, aunque me sentía más calmado, no sabía muy bien que decir ya que nosotros nunca habíamos definido qué relación teníamos exactamente, así que guardé silencio y miré durante un segundo a Iago antes de responder – Yo soy Erich y él es Carlos, mi novio – el hombre dudó un momento si dejarme pasar o no, pero por suerte para todos (y sobre todo para él) así lo hizo, de manera que pasamos a la consulta y nos sentamos en unos sillones de cuero. Después, pasé a relatarle con una voz neutra y convincente una versión parecida de los hechos, aunque omitiendo nombres y fechas para que no pudiese relacionarle con el presunto pederasta que se anunciaba en las noticias – Bien, señor Carlos, usted lo que sufre es estrés postraumático, en otras palabras; se ha producido un desencadenante en su día a día que le ha hecho volver a recordar su pasado y que, debido a eso, puede llegar a ver, oír o sentir cosas con no son reales, con esto no quiero decir que está usted loco, el miedo es la barrera natural del ser humano para repeler nuestros temores más ocultos. Como experto le recomiendo que coja una o dos semanas de baja, quédese en casa y…– dijo desviando la mirada hacia mí –…sobre todo, no haga nada que le pueda alterar más.

    Aquella noche seguí las instrucciones a raja tabla; le preparé un baño de agua caliente con velas aromatizadas y música clásica, también me ofrecí voluntario para darle un masaje con aceite de coco en la espalda e incluso le arropé en la cama con un porrón de mantas mientras yo me dormía abrazado a su espalda por si necesitaba de mi ayuda. A la mañana siguiente me propuse darle una sorpresa para que se olvidara de los problemas y como era fin de semana y no tenía que ir a “trabajar” me acerqué hasta la ciudad, vigilado en todo momento por otro agente de policía, para volver a casa más tarde cargado con una caja de cartón grande y envuelta con un lazo de color rosa. Sin embargo, antes de que todo esto ocurriese Jack decidió hacernos una visita inesperada y como tenía llave del piso piloto se dirigió, ni corto ni perezoso, en dirección hacia el dormitorio donde Iago dormía plácidamente para darle un beso en la frente de buenos días, aprovechando que yo no estaba. Luego se sentó en el borde de la cama y acortó las distancias que los separaban, mientras que con un brazo acariciaba su mejilla y con el otro se apoyaba en la almohada haciendo de barrera para que no tuviese escapatoria – Iago, lo he estado pensando; mira, Ramsay no te va a dar el futuro que te mereces, yo puedo comprar una casa y vivir contigo sin miedo a perder el control de mi mismo, puedo darte una familia con críos y también podemos envejecer juntos si quieres. Por favor, prométeme que lo pensarás al menos – bien, yo iba a girar el pomo de la puerta, pero me detuve en el último momento cuando, de repente, oí aquella declaración de amor, mi cara que casi nunca dejaba entrever mis “sentimientos” debió de ser todo un poema cuando entré en el dormitorio y vi como a Jack se apartaba de la cama de mi vecino. Digamos que lo fulminé con la mirada y le hubiese vuelto a romper las costillas si las palabras del médico no me hubieran hecho recordar que Iago necesitaba llevar durante un par de semanas una vida normal y calmada sin ningún tipo de sobresalto. Así que cuando su compañero pasó por mi lado para irse en silencio, nos miramos fijamente a los ojos con desprecio, esperando la menor excusa para enzarzarnos en una pelea sin cuartel de la que muy probablemente uno de los dos acabaría mal parado (y tengo que decir que no sería yo). En fin, el caso es que se fue y yo tomé la caja para dársela a mi vecino, de la que salió un cachorro de labrador de color hueso que empezó a darle pequeños lametazos en la mejilla y pegar pequeños saltitos muy contento con su nuevo dueño – Se llama Mr. Willson, pero tú puedes "elegír" el nombre que más te guste…– solté irónicamente antes de salir por la puerta, enojado. ¿Y si decía dejarme? ¿qué haría yo sin Iago? nada tendría sentido, todos los progresos que había hecho no servirían en absoluto porque sé que si me dejaba mi yo interior se apoderaría de mis pensamientos. De pronto, sentí una fuerte presión en el pecho que me hizo llevarme una mano al corazón, era una sensación extraña y dolorosa al mismo tiempo, ¿qué era ese líquido húmedo que caía por mis ojos? Y sin poder contenerme por más tiempo, entré corriendo al dormitorio para abrazarme a mi vecino cual niño pequeño arrepentido de sus actos, mientras lo asfixiaba en un abrazo. No sé porque pero no podía dejar de llorar, estaba asustado, no quería perderlo, no quería volver a estar solo – Iago… sé que yo no puedo darte más familia ahora mismo que este perro y esta caja de cerillas, más aunque no quiera compartirte con ningún estúpido crío y a pesar de que nunca he convivido con nadie estoy dispuesto a darte lo que me pidas si eso te hace feliz pero, por favor, no me dejes…

    Pronto llegó la tarde y convencí a Iago de irnos a dar un paseo con “Mr. Willson”, nombre con el que lo habían bautizado nada más nacer en el criadero y que, aún así, para mí seguiría siendo “Perro”. Íbamos caminando cuando, de pronto, vi a un joven de apenas trece años de edad subido en un coche, al parecer mantenía una discusión acalorada con un hombre mucho más mayor que él, al principio pensé que era su abuelo, pero descarté aquella posibilidad cuando vi al viejo meterle la lengua hasta la garganta y hacerle tocamientos obscenos. No sé qué es lo que me movió a acercarme, quizás fuera porque aquel crío daba tirones hacia atrás como si verdaderamente lo estuviese pasando mal o aquella cara de asco que ponía cada vez que le ponía la mano encima, pero el caso es que dejé a Iago detrás de mí y me acerqué hasta ellos para saber si todo iba bien. El joven salió corriendo en mi dirección y se abrazó a mí como si no hubiese un mañana, yo, sorprendido, lo hice a un lado y le dirigí una larga mirada a aquel viejo, quien al parecer, me estaba ignorando olímpicamente mientras observaba fijamente a mi vecino, antes de arrancar el coche e irse por donde había venido – ¿¡Eres imbécil!? ¡Has espantado a uno de mis clientes! – me reprochó el crío dándome un empujón, enojado, y reparando en Iago por primera vez, mientras el perro no dejaba de ladrar – Pero, ¿quién cojones sois? ¿por qué estáis aislados en mitad de la montaña sin nadie a vuestro alrededor? – nos preguntó claramente confundido – ¿No seréis de centro de menores, verdad? ¡No pienso volver! ¡Qué os quede muy claro, cabrones; antes seguiré chupándosela a viejos como ese antes de volver a esa cárcel! – yo miré un segundo a mi vecino, sorprendido, aquel joven era como una cacatúa hablaba y hablaba sin parar, para colmo no tenía modales y al parecer se había escapado de un centro de menores a saber porqué – Él se llama Iago, es agente de policía, yo soy Ramsay y esa rata de ahí es Mr.Willson. Vivimos en mitad de la montaña porque hasta hace poco me dedicaba a matar mocosos insolentes y descerebrados como tú – el joven frunció el ceño sin comprender si estaba hablando en broma o no, aunque finalmente conseguí sacarle una sonrisa que desapareció tan pronto como se oyeron las sirenas de un coche de policía acercándose en nuestra dirección – ¡Por favor, no quiero volver al centro de menores! ¡es un sitio espantoso! ¡haré cualquier cosa! ¡estoy dispuesto a trabajar de lo que sea! – dijo abrazándose ahora a mi vecino – ¡Quiero sed vuestro hijo! ¡Adoptarme, por favor!
     
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