Quinto para mi calaverita [Junjou Romantica] Cap. VI - FINALIZADO

Otro especial de Día de Muertos -atrasado, XD- con mi pareja favorita. Romance, misterio, muerte de un personaje, drama...

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  1. »Hitch 74 no Danna«
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    Err… hola?... *escondida tras el sofá, frente al computador* Sé que ya pasa de la quincena de noviembre y que he tardado demasiado, pero últimamente mis días están de perros: como sigo en paro, mis papás no dejan de j*derme con los quehaceres de la casa, mandados, que si voy con ellos a tal parte… tuve que ir a algunas asambleas los últimos días, pues la situación en mi escuela está en un punto crítico. No conforme con eso, extravié mi USB, en donde tenía todos los avances guardados (el capítulo 47 de 'El Cuartel del Metal', parte de esta cuarta entrega, la primera parte del capítulo 20 de 'Mi pequeño amante', y un avance de mi fic 'De tradiciones y amor está hecho el invierno' –que retomé porque ya se acerca diciembre-). Como no los tenía en mi pc ni en mi cuaderno borrador, tuve que reescribir todo. De hecho esta historia ya la tenía terminada, pero como tengo una memoria de elefante *nótese el sarcasmo*, sigo trabajando en ella.

    De antemano les pido disculpas, pues cuando demoro siento que de alguna manera les fallo. Asimismo agradecería mucho su comprensión.

    Bueno, acabada mi perorata, solo resta decir ¡A leer, se ha dicho!


    Disclaymer: Junjou Romantica y las festividades de Halloween y Día de Muertos no son de mi propiedad.




    IV.-


    Tarde-noche del treinta y uno de octubre. Por tercer año volvía del Mundo de los Muertos al Mundo de los Vivos para cumplir la tarea que él mismo asumió unos años antes de su muerte: repartir entre sus hermanitos lo que alcanzara a reunir en sus cacerías de dulces.


    Recordaba lo mucho que disfrutaba de estas fiestas en vida, pues el 31 de octubre de cada año, algunos de los niños mayores —entre ellos Shinobu y él— salían a pedir dulces tal como se acostumbra en Japón y otras partes del mundo, en la llamada Noche de Brujas o Halloween, al final se juntaban y los repartían entre todos, incluyendo a los más pequeños. Asimismo Flora-san montaba una ofrenda que se mantenía por tres días, tal como se acostumbra en México, país de origen de su madre y abuela; al final de la tarde del dos de noviembre se repartían entre los niños y los pocos empleados en el orfanato, las frutas, bebidas, platillos y postres que los muertitos dejaban.


    Sonrió con añoranza cuando al fin pudo cruzar la muralla que separaba los dos mundos, y pudo aparecer frente a su féretro. Notó que había otro chilacayote, tal como Nowaki acostumbraba poner cada año desde su muerte. Como no había nadie mirando, se hizo visible y tomó el objeto.


    —Gracias, Nowaki-nii, Hiroki-san.


    Hecho esto se retiró para iniciar su cacería. Por desgracia tendría que salir tal como el año pasado y el antepasado: con la misma ropa rota y sucia, la misma cortada en la cara, las mismas heridas en el brazo derecho, y la misma edad a la que murió. Pero al menos agradecía no tener la costilla rota como en ese entonces, poder moverse libremente, hacerse visible o invisible a voluntad, y sobre todo que nadie lo reconociera.


    Vio que el cielo comenzaba a mostrar esa fusión de tonos anaranjados, violetas y azules que tanto le gustaban. Recordaba que Flora-san solía decir que el negro, violeta y naranja eran los colores que más destacaban en la ofrenda de Día de Muertos porque representan a la vida y la muerte, al día y la noche… En fin, emprendió su marcha por algunos negocios, entre ellos el restaurante que Flora-san abrió a un año de su muerte. Se camufló entre un grupo de niños que iban entrando. Como eran muchos, uno de los empleados vertía en sus calabazas los dulces, sin fijarse demasiado en ellos. Más tarde fueron a algunas casas y un poquito después al parque.


    De nuevo sonrió cuando vio las hojas caer, pues le recordaban a las flores de cempasúchil que Maya-san y Nowaki cultivaban año con año. Inmediatamente se acordó de cierto escritor, a quien le regaló una el año pasado como agradecimiento por haberlo curado. Si bien era cierto que no era el primer adulto que se negaba a darles dulces a los niños en estas fechas, sí era el primero en ceder y que no lo tachaba de mentiroso cuando decía que no venía disfrazado. Como Usami-san atendió sus heridas —sin saber que volvían a aparecer cada vez—, creyó que sería un abuso de su parte aceptar los dulces que el adulto pretendía darle, y de ahí que decidió irse antes y dejarle esa flor.


    —Usami-san —suspiró débilmente.


    En esos pensamientos estaba cuando, por inercia, volteó a ver. Grande fue su sorpresa al ver al peliplata de sus pensamientos en compañía de Shinobu. La curiosidad por saber de qué hablaban lo consumía, y sin que nadie lo notara, se volvió invisible y se acercó a ellos.


    —Y esas fueron sus últimas palabras —lo oyó decir— Después de eso Misaki se desmayó y…


    "Basta" rogaba en su pensamiento "Deja de hablar de mí, por favor… no sufras más por los muertos…"


    En el momento en que el rubio rompió a llorar, no lo soportó más y se puso en cuclillas frente a él mientras lo rodeaba con sus brazos.


    —Shhhh… ya no llores, Shinobu-chan. Yo estoy aquí.


    Pero había olvidado un par de cosas: una, no estaba solo…


    —Misaki…


    …y dos, que su invisibilidad perdía efecto cuando hablaba en voz alta o hacía contacto físico por voluntad propia.


    —Shhhh… —miró de forma suplicante a Usami, por encima del hombro de Shinobu, mientras le hacía señas para que callara.


    Ninguno decía nada. Misaki estaba consciente de que Usami-san no se había olvidado de él y eso le preocupaba. A decir verdad los adultos nunca lo recordaban y por ello podía seguir pidiendo quinto para su calaverita. Sin embargo con niños y personas de la edad actual de sus hermanitos era más difícil, así que tenía que evitar a toda costa ser visto u oído. Sin embargo, y si se daba el caso, no había demasiado problema si sólo era una vez, pues al final de cuentas los niños se volvían adultos y también olvidaban —o eso creía—.


    Pensando en esto último, y viendo que su amigo de antaño ya se sentía lo suficientemente mejor para levantar la vista y reconocerlo, hizo que se desmayara sin que Usami se diera cuenta.


    —Listo —espetó, acomodando al rubio en la banca.

    —¿Ah?

    —¿Podría ayudarme a llevarlo a casa, por favor? —pidió con tono suplicante.

    —Pero…

    —Se lo explicaré en el camino, pero por favor ayúdeme.


    El escritor accedió, y unos minutos más tarde se encontraba conduciendo, bajo las instrucciones de Misaki. Asimismo éste aún sostenía su chilacayote y jugueteaba con una florecilla blanca que Nowaki le dejó.


    —Shinobu está bien, solo lo hice dormir —comenzó— Verá, incluso el Mundo de los Muertos tiene reglas, la mayoría derivadas de las Leyes de la Vida y la Muerte… una de ellas nos permite a los muertos volver a estar con nuestros vivos una vez al año, pero ellos no deben vernos ni oírnos puesto que ya estamos muertos, pero… —lanzó un suspiro corto y quitó algunos pétalos de la flor para echarlos adentro del chilacayote— desobedecí esa regla cuando fui a ver a mis hermanitos. Ellos estaban tristes porque justo estas fechas les recuerdan el día que morí… exactamente un día de hoy, pero de hace tres años… quise animarlos y… —explicó brevemente los casos de Shinobu, Hiyori, Shinnosuke y otros niños más—… pero… al final se me impuso una condición: si la persona que me vio una vez vuelve a hacerlo… —su mirada se oscureció y quedó cubierta por su flequillo. Asimismo algunas lágrimas amenazaban con ensuciar sus mejillas—… reduce su tiempo de vida a la mitad.


    Justo en ese momento ya se encontraban frente a la entrada de la casa de Shinobu, que parecía más una mansión. El peliplateado estaba estupefacto ante tal declaración, tanto que olvidó que esta era la segunda vez que veía al muchacho. Bajaron del auto y el mayor se llevó en brazos a Shinobu, mientras el ojiverde tocaba la puerta. Unos minutos más tarde salió una castaña que debía andar por los veinte años.


    —¡Shinobu! —soltó con voz alterada— ¡¿Qué fue lo que le pasó?!

    —Se quedó dormido en el parque —espetó el escritor como si estuviera dando la hora o el clima.


    "Qué excusa tan tonta" pensó Misaki.


    —¡Gracias al cielo! ¡Creí que algo malo le había pasado! Salió de casa sin avisar desde la mañana y no sabía nada de él… —hablaba rápidamente la chica.

    —Cálmese, señorita —Akihiko le dedicó una sonrisa sugestiva para callarla, pero por alguna razón el menor sintió cierta molestia— lo importante es que ya está con usted, uh…

    —Takatsuki Risako —se presentó la mujer, con un sonrojo.

    —Usami Akihiko, un placer.

    —¿Cómo supo que vive aquí? —inquirió ella, mientras el mayor acomodaba al rubio sobre el sofá.


    Akihiko iba a mencionar al chico, pero este ya no estaba —o al menos eso creía él—, así que tuvo que improvisar.


    —Se le cayó su identificación y casualmente la encontré.

    —Oh, ya veo… muchas gracias, Usami-san… etto… ¿le gustaría quedarse a cenar?

    —Lo siento, pero debo irme o mi editora me matará —respondió cortésmente— Tal vez sea en otra ocasión.

    —Entiendo. Gracias de nuevo.

    —No hay de qué.


    Lo acompañó hasta la puerta y posterior a eso abordó su auto. En estos momentos Aikawa y sus regaños eran lo que menos le importaba, Akihiko sólo quería encontrar de nuevo a Misaki. Sintió cierta angustia desde su repentina desaparición. Lo que no sabía era que éste se hizo invisible y fue hasta el cuarto de Shinobu a dejarle un regalo: una cocada (1) que le dieron en una de las casas. Esta vez no dejó la nota. Hecho esto salió de casa de Risako y tomó otro camino.


    "Es lo mejor, Usami-san" pensó con cierta tristeza "Debe olvidarse de mí como los demás mayores, así su vida no se verá reducida a la mitad por mi culpa, demo…"


    Siguió caminando, solito, con su chilacayote en manos, hasta llegar al orfanato Kusama. Echó un vistazo rápido al interior de la recepción, donde Maya-san le rezaba a la Santa Virgen por su alma y la de todos los niños que se adelantaron al Mundo de los Muertos. Un nudo en su garganta se instaló, pues su corazoncito aun cargaba con la culpa de causarles tristezas a sus seres queridos en un día tan especial como este, un día que debería estar cargado de dulces alegrías infantiles, propias del Halloween. Recordó, asimismo, que cada año se quedaba a dormir en la recepción del orfanato, donde estaba montada la ofrenda, pero ahora no tenía ánimos de entrar. Se alejó de ahí y siguió caminando hasta llegar a la casa de otro de sus hermanitos: Takahashi Mahiro, actualmente de ocho años e hijo de una joven pareja. Sintió cierta envidia, pero también se sintió feliz por él, pues tenía padres muy amorosos. Dejó una bolsita de gomitas de fruta dentro de su calabacita de plástico, ya llena de dulces, y luego de eso se fue.


    "Ojalá alguien me abrazara así" pensó al ver al pequeñín en compañía de sus padres.


    Deambuló por un buen rato a dondequiera que pudiera vagabundear, hasta que decidió volver a su féretro y devolver su chilacayote por si alguno de sus seres queridos volvía mañana. Pero no esperaba encontrarse con…


    —¡Usami-san!

    —Al fin te encuentro.


    …Usami Akihiko, quien lo envolvía entre sus brazos, para no dejarlo ir.




    CONTINUARÁ…






    Notas de la autora:


    1.
    La cocada es un dulce típico de México, España, Colombia y otros países latinoamericanos, cuya composición puede variar (algunas recetas ocupan leche y huevo, otras únicamente agua), pero en todos los casos ocupa coco rallado y azúcar.


    Bueno, pues esto es todo por ahora y de verdad mil disculpas por la tardanza. La continuación tal vez tarde, por el motivo que ya expliqué arriba. De todas maneras gracias por leer. Chaito.
     
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16 replies since 11/11/2014, 00:06   497 views
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