El esclavo

Rol privado con KalenCrow

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    Capítulo I




    La fiesta más grande del año había comenzado. Los depredadores y narcotraficantes más buscados del país esperaban con ansias el evento principal que se llevaría a cabo a la medianoche: la subasta de esclavos.

    Faltando cinco minutos para el comienzo de la subasta, los invitados tomaron asiento en los lugares asignados para cada grupo. Las elegantes mesas cubiertas con manteles blancos de seda y exagerados adornos florales, se disponían frente a una enorme tarima con un púlpito en el centro, y una pantalla detrás.

    Las luces se apagaron y la voz chillona de un presentador dio comienzo a la subasta.


    —Damas y caballeros, sean bienvenidos al evento más esperado del año. A continuación, les presentaré a los candidatos. Este año tenemos mercancía de primera calidad, así que preparen sus billeteras. ¡Comencemos!

    Un grupo de diez muchachos comenzaron a pasar en fila hacia el centro de la tarima. Todos ellos vestían túnicas de estilo romano con lazos dorados abrazando sus delgadas cinturas. Algunos de ellos lucían finos adornos en la cabeza, así como brazaletes y collares de oro y plata. Se acomodaron uno junto a otro luciendo su mejor sonrisa mientras el hombre comenzaba a presentarlos al público. Describió uno a uno su edad, su carácter, su nacionalidad, sus habilidades y por último, lo más importante, si todavía eran castos.

    Las ofertas comenzaron rápidamente cuando el primer muchacho pasó al frente. Un joven alto, con el cabello rubio hasta la mitad de la espalda. Sus ojos verdes se iluminaban con los enormes focos que lo enfocaban directamente desde arriba, haciendo brillar la joyería que adornaba sus muñecas y tobillos. La mayoría de los invitados, eran hombres en busca de un esclavo fiel y servicial que cumpliera todos sus deseos. Estaban dispuestos a pagar millones por cada muchacho, y les ofrecían una vida de reyes a cambio de que lamieran sus botas de por vida.

    Uno a uno fueron pasando, y el hombre repetía la labor de presentar todas sus características y habilidades.

    —¡Suéltame!

    —¡Estate quieto, maldita basura!

    El hombre que sostenía a uno de los chicos, gruñó cuando éste le escupió la cara mientras pataleaba.

    —¡Escuchame bien! vas a subir a esa maldita tarima y te van a vender como la puta que eres. —El hombre rió, pasándose un pañuelo por la mejilla—. Te aseguro que todos están esperando un culito virgen como el tuyo.

    —¡Vete a la mierda!

    —Di cuanto quieras, tonto, ya está hecho, nadie te buscará, nadie querrá venir por tí. No eres más que un montón de basura.

    Otros dos hombres entraron a la habitación, tomando al muchacho del brazo para arrastrarlo hasta la tarima. El silencio de la enorme sala fue interrumpido cuando el muchacho fue subido. De inmediato captó la atención de todos los presentes que aguardaban espectantes el tan mencionado broche de oro.

    —Señoras y señores, él es Noah. Dieciocho años de edad, nacido en Holanda. Ojos grises, pelo castaño. Realiza muy buenos labores domésticos, así como trabajos forzosos. Es muy buen amo de casa, y además, es virgen. Es un poco rebelde, pero aprende muy rápido y con buena disciplina puede ser uno de los mejores esclavos.

    —¡Y una mierda! —chilló el muchacho con un acento peculiar, pataleando mientras los hombres lo sostenían firmemente por ambos brazos.

    —¿Comenzamos con las ofertas?
     
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  2. Kalen Crow
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    ...

    Giró el vaso, meciendo los cubos de hielo que enfriaban una medida de Macallan. Pasó el brazo sobre el respaldo del asiento, recargándose a gusto mientras sus compañeros de mesa discutían acaloradamente sobre negocios sucios; venta de armas y alguna carga perdida de drogas que ascendía a un poco más de ochenta mil dólares. Mientras tanto observaba la aglomeración de pervertidos, tranquilamente sentados, derrochando dinero con tan solo levantar la mano, por una vida que pisotearían hasta llevar a una milésima parte de su valor original. Los murmullos lo rodearon cuando llegó ese joven de mala actitud, que luchaba contra sus sujetadores como un perro salvaje que necesitaba adiestrarse. Sonrió.
    Se presentaba como Dante Ituarte, manejaba el 70% del mercado negro de armas y era accionista en sociedades traficantes de droga. Vestía un traje oscuro de gala y llevaba lentes de descanso. El cabello rebajado sobre su rostro era dorado como la miel y sus ojos eran del mismo color, leoninos y acentuados con un par de cejas gruesas, bien peinadas y curvadas; afilando la mirada. En ese salón sólo compartía el gusto por las fiestas donde circulaba whisky de buena calidad. De no ser porque sus camaradas le habían informado de esa canilla libre de licores finos —entre otros bocadillos exóticos—, no estaría allí. Pero ahora mismo comenzaba a llamarle la atención la subasta, desde el momento en que se convirtió en una guerra; con amenazas de por medio.

    —Dante, diles algo; estos muchachos quieren hacerme perder dinero —llamó su atención uno de sus camaradas, regordete y de bigote, señalando a otro que era alto, delgado y ojeroso—. No podemos bajar más de la mitad del precio por esos Mauser, ¿cómo pago los traslados y el personal?

    —No seas tacaño, quieres ganarle por encima del cuarenta por ciento; con un veinte ya liquidas cualquier gasto que hayas hecho para cruzarlos al país. Nosotros también trabajamos de esto Marlo, no seas zorro —le respondió el hombre frente a él.

    —¿Qué pasa si hago una oferta por ese muchacho? —preguntó Dante, ignorando la discusión entre ambos.

    —¿Por cuál?

    Todos voltearon a ver; la subasta a esa altura llegaba a los sesenta mil dólares y seguían peleando el monto, aunque fuera por cinco dólares. El chico no paraba de maldecir en contra de todo.

    —Tendrías un buen dolor de cabeza para agregar a tu estresante vida de hombre de negocios —contestó Marlo.

    —Setenta y cinco mil —dijo en voz alta y reinó el silencio en la sala.

    Por su ubicación, apenas podían ver su rostro; era una figura oscura al fondo de una mesa con sillones acoplados a la pared. Sus compañeros lo miraron boquiabiertos.

    —Son como cuatro o cinco meses de nuestro duro trabajo huyendo de la ley, no seas hijo de puta —se quejó Marlo, indignado.

    —Les pago lo que corresponde; lo que haga con lo que sobra es asunto mío. —Sonrió soberbio.

    Varios peces gordos se pusieron inquietos al verse obligados a seguir elevando la suma; incluso muchos pensaron en ver que podían invertir para complementar; listos hasta para vender propiedades. Ofertaron ochenta y cuatro mil dólares.

    —¡Qué bueno que te sobre algo de dinero para disfrutar en tu tiempo libre! —contestó con ironía.

    —Noventa —dijo, nuevamente en voz alta para que lo oyeran.

    —Qué desperdicio de dinero —gruñó su amigo.

    De nuevo oyó maldecir a muchos en la sala y comenzar a preguntar su nombre, su procedencia y hasta su alcance monetario; para predecir hasta cuando pujaría. Nunca había disfrutado tanto ser el centro de atención; mientras tanto clavaba los ojos en la mirada del chico, que trataba de vislumbrar su figura; curioso y molesto por la situación.
    Un hombre dijo noventa y uno, y el siguió pujando, hasta que entre rabietas e insultos, dejaron de ofrecer dinero cuando lo llevó a ciento cincuenta mil dólares; por puro amor al arte de hacerlos perder su objeto de deseo. Les faltaba poder para alcanzarlo, y sobre todo: dinero. Su cuenta bancaria podía costear más que eso. Su trofeo era ese niño sin collar, sería el recuerdo de cómo humilló a tantos hombres en una sola noche de ocio; aunque luego lo pusiera a cuidar caballos.

    Edited by Kalen Crow - 18/9/2016, 01:53
     
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    —Ciento cincuenta mil a la una... ciento cincuenta mil a las dos... ¿nadie más?

    El silencio volvió a reinar en la sala. Incluso el muchacho se había quedado mudo ante semejante suma de dinero.

    —Ciento cincuenta mil a las tres, ¡vendido!

    El martillo golpeó con fuerza sobre el púlpito y los hombres se retiraron con el chico, que había vuelto a su centro y volvió a patalear, con la esperanza de que aquellos hombres lo soltaran.

    —Ciento cincuenta grandes... —comentó uno de los chicos que ya había sido comprado por unos setenta y cinco mil—. ¿Se imaginan la cantidad de dinero que debe tener el tipo?

    —A saber para qué quiere a una bestia como esa. Les aseguro que todo lo que dijeron sobre él es una gran mentira.

    —Todo menos que es virgen. Con esa actitud no creo que nadie lo haya tocado en su vida.

    Los tres jóvenes rieron a carcajadas.

    Noah aguardaba en un rincón de la habitación, con los codos apoyados en las rodillas. Los hombres se habían parado frente a la única puerta, impidiéndole el paso. Sabían bien donde golpear para no dejar marcas. Le dolían los brazos y el estómago.
    La fiesta terminó cerca de las cuatro de la mañana. Los muchachos fueron levantados por sus nuevos "dueños", mientras él todavía aguardaba su destino. ¿Cómo podían estar tan felices, aún sabiendo que los habían vendido como objetos? chasqueó la lengua, limpiando rápidamente una lágrima que escapó de sus ojos grises sin su permiso. No podía llorar, no podía permitirse ser débil si quería salir vivo de esa. Debía afrontar lo que estaba sucediendo y escapar no bien tuviera oportunidad. Se le erizó la piel al imaginar las cosas que harían con él. ¿Qué clase de enfermo compraba gente para abusarla sexualmente? él sabía que nadie lo reclamaría. Nadie lloraría por él, nadie denunciaría su desaparición, estaba solo en el mundo, y si él mismo no luchaba por su vida, nadie lo haría. Se levantó bruscamente cuando escuchó tres toques bruscos en la puerta. Sentía su corazón latiéndole en las sienes al escuchar una voz del otro lado, indicando que ya habían llegado por él.

    —Escúchame, muchacho. Si quieres salir vivo de esta, debes dejar esa actitud. —Uno de los hombres se le acercó, hablandole en voz baja—. Haz todo lo que ellos te digan. Si tú eres bueno con ellos, ellos lo serán contigo, ¿lo entiendes?

    Noah entreabrió la boca, asintiendo mientras las lágrimas continuaban escapándose.

    —Deja de llorar. Vas a salir ahí afuera y afrontarás lo que suceda. Si tratas de escapar tendré que llevarte a la fuerza, ¿lo entiendes?

    Lo tomó del brazo con suavidad, mientras el otro guardia abría la puerta.

    "Vas a salir ahí afuera y afrontarás lo que suceda..." se repitió, tragando saliva.
     
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  4. Kalen Crow
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    —¡Hola! —saludó un hombre alto y delgado, de cabello castaño claro—. Nos está esperando el coche afuera, perdón por la demora. El Doctor Ituarte ya sé fue; nosotros te llevaremos a la mansión para que descanses. —Señaló a Marlo que estaba detrás de él—. Ten por seguro que mañana te pondrá a trabajar en algo.

    —No se gastó una fortuna en ti solo porque eres un cara bonita; lo hizo porque es un mierda sin corazón que quería jodérselos a todos, así que no te ilusiones si vas pensando en ser tratado como la seda, niño —dijo Marlo sin tapujos—. Y ve pensando en cuidar tu boca con Dante, si le faltas el respeto vas a perder la poca suerte que tienes de no terminar con cualquiera de aquellos cerdos.

    Dicho esto se subieron al carruaje rumbo a la mansión Ituarte.

    Edited by Kalen Crow - 18/9/2016, 01:11
     
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    Durante el trayecto, Noah guardó absoluto silencio. Las palabras del guardia todavía resonaban en su cabeza, y las advertencias que le habían dado sobre su nuevo dueño no hicieron más que incrementar el miedo que ya tenía. Llegaron a la mansión después de un rato. El lugar parecía ser un pequeño mundo, aislado del que conocía. El hombre detrás de él le dio un leve empujón para que caminara, Noah avanzó a los tropezones, mirando sus alrededores con total sorpresa. Ni siquiera conocía la cara de quien había desembolzado semejante suma de dinero por él. Le parecía de mal gusto que no haya tenido ni la delicadeza de presentarse. Entraron a la mansión, y unas cinco mujeres con uniforme de mucamas los recibieron. Marlo le entregó la chaqueta a una de ellas, y se adelantó, subiendo unas amplias escaleras mientras gritaba el nombre del que parecía ser el dueño de la casa.

    -Así que tú eres el nuevo paquete del señor Dante... -comentó una muchacha, completamente sorprendida.

    Edited by RavenYoru - 17/9/2016, 18:08
     
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  6. Kalen Crow
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    El hombre subió la escalera con mucho esfuerzo, meneando su enorme barriga; llegó al segundo piso a los gritos, agitado. Dante salió de la habitación acomodándose una bata de seda de color azul marino. Marlo pudo ver a una mujer sobre su cama, cubriéndose con la sábana antes de que cerrara la puerta a prisa.

    —No grites, ¿qué te pasa?

    —Estabas apurado para venir a dormir, ¿eh...? hijo de un burdel de putas, ¿qué hacemos con la carga? —preguntó con la cara roja de enojo—. Porque tú estás muy cansado y yo mañana a las seis y media de la mañana tengo que cerrar un negocio con los Petters. Si no les descuento algo de dinero me van a rechazar la oferta por culpa de los otros hijos de puta.

    —¿No es tu culpa que ellos hallan conseguido los Mauser de colección más baratos? Conseguiste el número de su distribuidora, ¿por qué no les estamos comprando a ellos?

    —Porque no son originales, tienen defectos, no vienen de ninguna guerra, son réplicas. Los nuestros sí son originales, y estamos mil dólares por encima —masculló con ira.

    —Pues... díselo al cliente —contestó con seriedad.

    —"Puis, disili il cliniti" —se burló—. ¡Se enterarían de inmediato! Perderían toda su cartera de clientes por vender mierda, prestigio, ¡todo! —agregó haciendo ademanes con los cachetes a punto de explotar—. Y te mandarían a matar a ti. Yo mismo les diré que fuiste tú; tengo una buena mujer en mi casa y dos hijos, Dante Ituarte. Yo no muero por tu indiferencia con la vida.

    —¿Por qué vendemos armas originales? —preguntó cruzándose de brazos, fastidiando más a Marlo.

    —Vete a la mierda —le contestó señalándolo con un dedo. Se fue a grandes zancadas por el pasillo, y mientras bajaba a la escalera agregó:— ¡Vete a la mierda! ¡Haré lo que me parezca bien! —Se detuvo en medio de la escalera al ver al niño parado al pie de la misma; justo antes de que Dante se metiera por la puerta—. ¡Y aquí abajo está el niño que compraste, pedazo de un enfermo!

    Dante se carcajeó entrando a su habitación, conocía a Marlo desde que eran niños y disfrutaba terriblemente de su mal humor.
     
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    Noah observaba la situación con la boca abierta. Dos mucamas se acercaron rápidamente, guiándolo escaleras arriba hacia una de las habitaciones. Cuando bajó a tierra nuevamente, se encontraba en una habitación pequeña, con una cama al centro y dos mesas de luz a los costados. Si bien la habitación no era muy espaciosa, se notaba el buen gusto a la hora de elegir los muebles.

    —Tienes toallas en el mueble. El baño del personal está junto a la cocina, bajo la escalera. —La joven se rascó la cabeza antes de proseguir—. En realidad no sé ni cuales serán tus tareas, el señor Dante no dijo absolutamente nada, solo que llegaría un paquete y que tendríamos que recibirlo y acomodarlo.

    —¿Un paquete? —gruñó el muchacho, descalzándose las sandalias de estilo romano que llevaba—. Y una mierda, ese hijo de puta no me...

    —¡Shhh! —la muchacha le cubrió la boca, empujándolo al centro del cuarto—. ¡No te refieras de esa manera al señor Dante! él detesta las faltas de respeto.

    Noah chasqueó la lengua, molesto.

    —Sí, lo que sea.
     
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  8. Kalen Crow
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    El despertador sonó a las siete de la mañana; no recordaba haberlo puesto a esa hora. La muchacha que había recogido en la calle antes de volver a su casa, ya no estaba. Había dejado una notita debajo de su teléfono, con su número escrito. Sonrió tomando el papel, lo hizo pelota y lo dejó sobre la mesa; no le interesaba volverla a ver, el sexo no había sido tan bueno como para repetir.
    Ya estaba despierto y le costaba volver a dormirse, así que se levantó completamente desnudo y caminó al baño en suite, a lavarse la cara para espabilarse. Bajó a la cocina luego de ponerse un pantalón pijama de color gris; se preparó un café y se sentó a la mesa de la amplia cocina, cerrando los ojos por el dolor de cabeza que le ocasionaba la resaca.
    Una sirvienta entró de repente, avergonzándose por completo al verlo tan ligero de ropa, atendiéndose solo, cuando tenía más de doce sirvientes a cargo.

    —¡Señor!

    Dante se sobresaltó.

    —¡Ay...! Sonia, por favor... tengo resaca —se quejó.

    —Disculpe, es que me asustó —se llevó una mano al pecho—. ¿Por qué no llamó? —reprochó—. Si no vengo a buscar los manteles para lavar, no me entero que está despierto.

    —Porque el trabajo de la mañana es en el campo, con los cultivos, los caballos y los jardines... Si me levanto antes de las diez, que es la hora en la que quiero que me sirvan el desayuno, y no las llamo, es porque no quiero verlas. —Sonrió.

    La muchacha entendió de inmediato.

    —Disculpe, tiene razón —contestó. Tomó los manteles y se retiró a prisa.

    Dante volteó los ojos, había sido muy rudo con ella, pero el dolor de cabeza comenzaba a fastidiarlo.
     
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    Noah había encontrado el baño después de dar vueltas durante más de media hora. La muchacha que lo había atendido le dejó algo de ropa para ponerse, ya no toleraba llevar esa ridícula túnica. Se dio una ducha rápida y se puso las prendas que le habían dado: una camiseta blanca, un pantalón y un par de zapatos negros. Salió del baño y recorrió la casa hasta toparse con la puerta de lo que´él supuso era la cocina. Todo lo sucedido la noche anterior no le había permitido seguir durmiendo. Apenas había podido dormir durante una hora. Entró, topándose con un hombre sentado sobre la enorme mesa al centro de la cocina.

    —Hola... —saludó tímidamente en voz baja—. Qué bueno que encontré algo de vida en esta casa, no sé dónde se metió todo el mundo. ¿Vives aquí?
     
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  10. Kalen Crow
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    Dante, que tenía la cabeza recostada sobre el respaldo de la silla, se incorporó mirándolo detenidamente por unos instantes. No pudo dejar pasar la oportunidad de jugársela al pobre muchacho, que parecía completamente perdido.

    —Um... sí, estoy en receso antes de comenzar a trabajar —contestó con picardía—. No te había visto antes, ¿qué haces aquí? —Terminó de beber su café de un sorbo—. ¿Qué edad tienes?
     
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    Noah chasqueó la lengua, sentándose frente a él.

    —Tengo dieciocho años... —comenzó, desviando la mirada.

    No sabía cómo explicarle el por qué estaba en esa casa. Realmente ni él sabía bien qué demonios estaba haciendo ahí.

    —La verdad... no tengo idea. El dueño de la casa me... me compró en la subasta de anoche pero al parecer se olvidó de mí y uno de los empleados me trajo. Luego una de las mucamas me metió en un cuarto y ahí estuve hasta que me levanté. No como nada desde ayer al mediodía, me estoy muriendo de hambre. Oye, ¿por qué le tienen tanto miedo al tipo ese?
     
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  12. Kalen Crow
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    —¿Miedo...? Respeto —corrigió sin perder su sonrisa—. Deja los puntos claros desde el principio cuando habla de trabajo y paga bien para que todos puedan estar contentos y trabajar de forma eficiente... Es una vida que muchos matarían por tener. —Se levantó, inclinándose hasta quedar cara a cara con el muchacho—. Puedes comenzar de cero, trabajar; rearmar tu vida, quizá comprar una casa cuando tengas suficiente dinero. Así tendrás un poco de reputación para que no vuelvan a venderte como un... —Buscó la palabra adecuada—. Pollo. —Estiró la mano y abrió el refrigerador—. Sírvete, yo tengo cosas que hacer. —Se enderezó y salió por la puerta directo a las escaleras, rubo a su habitación.

    Se vistió con una remera color salmón, unos pantalones de mezclilla celestes, se recogió el pelo en una coleta alta y finalmente se colocó unos lentes de sol. Saldría temprano a la ciudad para ver si se encontraba con Marlo, que además de ser su mejor amigo de la infancia, era su as de los negocios. Marlo se había pagado la Universidad trabajando primeramente para su padre; antes de que le heredara el negocio a Dante, quien toda la vida fue un niño privilegiado; estudió en las mejores instituciones y hasta asistió a conferencias internacionales. En tanto Marlo, habiendo pedido trabajo a los nueve años para ayudar a su familia —que era muy carenciada—, se dedicaba a ordenar papeles, limpiar las oficinas y hasta por momentos ayudaba a la servidumbre a cosechar. Ahora era un vendedor diestro, podía convencer a cualquiera con su buen manejo del discurso.
    Manejó el coche hasta el puerto, lo dejó en el estacionamiento y caminó por el lugar hasta el extenso galpón de su familia; donde lo encontró dirigiendo los monta cargas para ordenar el cargamento que habían traído esa mañana. Marlo lo vio venir y fingió ignorarlo cuando lo tuvo cerca.

    —¿Estás enojado? —preguntó Dante.

    —Si estás buscando marido, da un par de vueltitas por ahí afuera, que hay varios que con gusto te harían un favor —contestó serio.

    —¿Por qué me tratas así? Somos hermanos.

    Marlo se carcajeó.

    —Cuando te conviene, cuando no, me tomas el pelo como si fuera un simple peón —Se acercó a uno de los montacargas y tomó al muchacho que conducía de un brazo—. Eso es delicado, como lo sigas sacudiendo te daré tanta patada en el culo, que te voy a hacer un tatuaje de mi pie en cada nalga —masculló.

    El muchacho asintió nervioso.

    —Disculpe, señor —contestó.

    Dante sonrió y se acercó a la caja cuando la depositó suavemente junto a otras.

    —¿Éstas son las estatuillas Egipcias?

    —Quince mil dólares cada una, talladas a mano en Egipto; nada de réplicas. Valen cada centavo —contestó inflándose orgulloso.

    Hizo ademanes con la mano a uno de los muchachos que estaban ordenando paquetes cerca de donde estaban; él tomó una palanca y se la trajo corriendo. Dante se la quitó de las manos y el mismo abrió la enorme caja de madera. Dentro había un montón de pasto seco que evitaba que se rompiera alguna cosa, y cuando metió la mano pescó un objeto firme de textura áspera. Lo levantó, con los ojos brillantes de entusiasmo. Miró cada detalle embelesado.

    —Increíble... amo mi trabajo —dijo y se volvió hacia Marlo con una gran sonrisa.

    —Hiciste un buen negocio con esas personas, tengo que admitirlo —asentía con la cabeza, reafirmando sus propias palabras.

    —Y tú lograste que las trajeran. Trabajo en equipo, amigo. —Besó la estatua y la devolvió a su sitio—. Tendrás tu buena comisión por esto.

    —Dante... tengo que poner más seguridad en el galpón; eso o trasladarla a otro lugar, el rumor se esparce de que nuestro barco vino desde Egipto y podrían planear un robo.

    —Haz lo que tengas que hacer, lo que consideres mejor.

    Se quedaron un rato en silencio, observando trabajar a los peones.

    —¿El niño? —soltó entonces.

    No quería molestar a Dante porque sabía que cuando hacía ese tipo de cosas impulsivas, al final terminaba complicándose la vida; metiéndose en problemas. Pero le preocupaba también la situación del muchacho. Su amigo no era malo, solo poco consciente en ocasiones y necesitaba ayudarlo a pensar.

    —Pulula por la casa —contestó, contagiándose de preocupación—. Ni siquiera le pregunté si tenía familia.

    —Dante... —comenzó intentando no ser grosero esta vez. Puso la mano sobre su hombro—. Esos niños no tienen nada. Los secuestran en un país y los venden en otro, porque no hay nadie que reclame por ellos. Ese chico no era como algunos ahí, no quería estar ahí, ni ser el juguete sexual de nadie. Algunos terminan estando de acuerdo con ese tipo de vida, pero otros simplemente tienen... mala suerte.

    —Tráfico de personas... —dijo negando con la cabeza—. Sé que lo nuestro no es movernos dentro de la ley, pero jamás podría invertir en algo así.

    —El tráfico de personas es la mugre más grande dentro del mercado negro. Dentro de todas las estupideces que te he visto hacer, ayer hiciste algo heroico. —Le palmeó la espalda—. Sin darte cuenta, claro, porque eres un estúpido, pero aquí importa el desenlace.

    —¿Podemos hacer algo más que eso?

    Marlo negó con la cabeza.

    —Mueve más de treinta millones de dólares al año y tiene mucha gente poderosa involucrada, hasta entes del gobierno.

    —Es un disparate... —Se cruzó de brazos, mordiéndose el labio inferior—. ¿Puedes darle trabajo al muchacho?

    —Claro, tráelo, lo pondré a armar paquetes —hizo un ademán con la mano.

    —Me voy; ordenaré un poco mi oficina y veré qué otras porquerías puedo traer a mi bellísima Gran Bretaña —estiró los brazos y echó la cabeza hacia atrás, como si ofreciera un abrazo a la vida.

    —Bien por ti. —Lo siguió en su caminar jovial hacia la entrada del galpón, negando con la cabeza por ese andar tan despreocupado que tenía Dante—. ¡Y suéltate el pelo, que pareces un marica! —gritó y recibió un dedo medio antes de verlo perderse—. Ja, de rosadito el muy marica... —Sonrió volviendo a su tarea. Aunque no se lo dijera, estaba muy orgulloso de él.
     
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    —Aquel es uno de los jardines más grandes, hay unos rosales preciosos.

    Una de las chicas más jóvenes se había escapado de sus quehaceres para hacerle un recorrido por la casa. Le había enseñado las habitaciones, la enorme biblioteca, el salón donde Dante realizaba muchas fiestas y reuniones, y por último, los jardines.

    —Oye... ¿qué onda con el dueño? —volvió a preguntar Noah—. Nadie habla de él, no aparece por ningún lado. ¿Vive aquí o esto es solo una fachada?

    —Vive aquí, pero es un hombre muy reservado. No es un mal hombre, hay muy pocas cosas que no tolera, y entre ellas, las faltas de respeto y que seamos mal hablados. —Lo miró de reojo.

    —Me importa una mier... muy poco. Me compró como si fuera un objeto y ni siquiera tiene la decencia de presentarse como se debe. Desde que llegué a esta casa me han tratado como si fuera un mueble —chasqueó la lengua, molesto.

    —No creo que haya sido malo para ti que el señor Dante te comprara... Creo que si yo estuviera en tu lugar, hubiera preferido eso a que me comprara un gordo pervertido.

    —Hubiera preferido que me maten.

    La muchacha guardó silencio cuando las puertas se abrieron. Jaló al chico del brazo, colocándolo a su lado.

    —Guarda silencio, llegó.

    —¿Qué...?
     
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  14. Kalen Crow
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    Dante entró y se detuvo de golpe. Observó a ambos, que parecían soldaditos de plomo junto a la puerta. Hubiera jurado que contenían la respiración.

    —¿Estaban haciendo zorrerías, o hablando mal de mi? —Sonrió amplio.

    —No, ¿cómo cree señor?, disculpe, estaba enseñándole la casa —contestó la muchacha aprisa.

    El rubio se acercó, inclinándose para ver su rostro de cerca.

    —Estaba bromeando. Gracias por entretenerlo —le dijo y la muchacha se ruborizó. Luego miró al chico—. ¿Me acompañas a mi oficina, por favor?
     
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    Noah podría jurar que su mandíbula se había desencajado de su sitio. La muchacha le hizo mil y una señales que prefirió pasar por alto. Siguió la ancha espalda del hombre, aguantándose la zarta de groserías que tenía para decirle hasta que llegaron a la ostentosa oficina.

    —Así que eras tú —comenzó, cruzándose de brazos. Sentía las mejillas coloradas del enojo—. No solo me compraste, te olvidaste de mí, me trataste como un objeto y encima, te reíste de mí en mi cara haciéndote pasar por sirviente. —Se mordió el labio, alzando una ceja mientras mirada al hombre de arriba a abajo, notablemente fastidiado—. ¿Para qué me quieres?
     
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