// Cazadores del Mar Celestial // [Varias parejas] [CAPÍTULO FINAL] [Historia/Mitología, Acción]

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  1. Mare Infinitum
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    Shut your mouth and let me speak

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    Ya vengo con el tercer capítulo de la historia :) esperemos que el resto de capítulos sean iguales que el que presento ahora, porque realmente no quería que los anteriores fueran tan largos... la verdad es que da tanto de sí este tema, que no me contengo XD espero que os guste mucho :)

    Sly D. Cooper: no saps el tip de riure que m'he fet amb lo de Goenji i amb lo de Kirino, tu jajaja els teus reviews son la ostia, en serio XD ja veuràs que per a Shindou tinc altres objectius (de fet menys importants, pel moment), però Tenma sí que causa bastantes coses jaja t'ho passaràs molt be amb ell XD

    Y bueno, eso era todo lo que tenía que decir, ¡¡a por el capítulo 3!! (Aviso, hoy hay muchas notas pero el capítulo es el más corto XD weird. algunos es mejor leerlos nada más aparecer el numerito, recomiendo, como los dos primeros. También es el último capítulo que tiene tantas notas).

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    3. Magia divina



    Era por la tarde. Shindou y Kirino habían explorado la ciudad y sus alrededores. ¿Qué buscaban? Algún tipo de conexión del lugar con Hécate, o con la familia del peligris. Alguna forma de saber qué ocurría en casa de Shindou mientras ellos no estaban.

    —Estoy cansado. ¿Volvemos a la casa del chico? Aquí no hay casi influencia de Hécate —propuso Kirino.
    —Vale. La única manera que veo de ver qué ocurre en mi casa es usar tu magia sobre el amuleto.

    Shindou caminó por delante del hijo de la diosa, decidido a ir a por Hikaru, pero luego aflojó de nuevo el paso, porque sabía que ese crío nunca se quitaría el colgante. Kirino se puso a su lado entonces, cuando ya casi entraban en la casa.

    —Sigo pensando que no es buena idea que veas lo que pasa en tu casa. No puedes hacer nada. Deberías olvidarte de ello y empezar una nueva vida —“Conmigo”, pensó en decir, pero se lo calló.
    —¡Ni hablar! ¡Es mi casa, maldita sea! Esos cerdos…

    Shindou apretó los puños, se contuvo, y entró a casa de Hikaru más calmado. Ambos fueron rectos hacia la habitación de invitados, en silencio. Ni cenar ni nada.

    Kirino cerró la puerta con cuidado. Estaba preocupado por Shindou, pero estaban solos, de nuevo, en un sitio cómodo y sin pasar frío. Sonrió apaciblemente.

    —Siento haberte gritado —dijo Shindou, que se había tumbado en la cama y miraba al techo.
    —Tranquilo, no pasa nada. Te entiendo —respondió él, sentándose encima del afligido—. Te tendrías que relajar —le susurró a continuación, mientras se inclinaba encima y se quedaba a unos milímetros de sus labios, con una sonrisa juguetona y unos ojos cariñosos—. Relájate…
    —¿Qu-qué haces? No es lugar para… Kageyama nos va a…
    —¿Quieres que use mis poderes para predecir si alguien nos interrumpirá? —preguntó, sin moverse un centímetro, con esa misma sonrisa—. Pues no, nadie lo hará. Estamos solos. ¿Sabes? Echo de menos esos días en los que no dudabas dos segundos en arrinconarme contra una pared sin importar quién hubiera delante… Nunca te tuve que pedir que me hicieras tuyo… ¿debería empezar ahora? —Kirino amplió su sonrisa, porque ya sabía que lo que venía, sin usar los poderes. Provocar a Shindou se le daba especialmente bien.

    El peligris, acorralado, provocado y ahora excitado, no pudo aguantar más y tumbó al mago a la cama, poniéndose él encima. Cuando vio la sonrisa de satisfacción de Kirino se sonrojó por haber sido tan predecible, pero eso no le detuvo. Ese cuello tan blanco y fino fue atacado a besos y pequeños mordiscos.

    —Ah… mmm… —gemía el pelirosa mientras se reía de forma traviesa, como quien recibe un agradable castigo. Entonces notó la mano de su chico meterse por debajo los pliegues de su ropa—. Mmm… que poco has resistido.

    Los pliegues se deshicieron y la clámide (1) dejó de ser un obstáculo entre el hambre de Shindou y el cuerpo de Kirino. El peligris quedó totalmente encima de él, solamente para inmovilizar a su novio y empezar a besarle más allá del cuello, en el pecho. Se sonrojó, pero también sonrió, cuando notó que ambos estaban ya duros. Estaba tan excitado que… que… simplemente se dejó llevar y le quitó toda la ropa que quedaba de un golpe mientras acallaba las quejas de Kirino con besos.

    —¡No vale! Yo también quiero que mis ojos se deleiten con tu cuerpo —se quejó, con una mirada atrevida.
    —Pues atrévete a quitarme la ropa… nunca lo has hecho —le replicó con el mismo tono Shindou. Uno ya no podía distinguir quién mandaba en esos momentos.

    A Kirino le entró la timidez de golpe. Le daba mucha vergüenza hacerlo y siempre se acobardaba un poco. Además, el listo de su novio jugó un truco sucio: mientras Kirino se decidía, él se quitó casi toda la ropa, provocando cierta tentación en el mago y, de paso, solamente dejarle la opción de quitarle el quitón (2). Las manos le temblaban (en especial porque sabía que Shindou miraba con curiosidad) cuando empezó a bajarle la ropa y se topó con el miembro de Shindou. Se sonrojó más y le quitó la ropa todo lo rápido que pudo.

    —¿Co-contento? —maldijo, algo malhumorado por tener que pasar esa vergüenza.
    —Pues sí —admitió Shindou—. Pero te voy a recompensar.

    Y Kirino no se volvió a quejar, más bien agradeció a los dioses ese tacto y ese placer divino que sentía cuando su novio jugaba con sus pezones y cuando movía su miembro con esa constancia…

    Justo al otro lado de la puerta, el dueño de la casa estaba temblando, no sabía por qué, pero temblaba. Se sentía un espía, pero no podía apartar la mirada de la rendija que dejaba la puerta entreabierta. Se sentía un pervertido, pero también estaba excitado.

    Sin saberlo, Hikaru estaba cumpliendo la pequeña profecía del hijo de Hécate. No, nadie interrumpiría lo que estaba ocurriendo en esa habitación, pero no dijo nada sobre quién los espiaría. “Contrólate, Hikaru. Contrólate.”, se repetía a sí mismo, sin siquiera pestañear por miedo de hacer ruido.
    Un buen guerrero sabe mantener la compostura y contener sus ansias y emociones. (3)

    Esas eran palabras de Endou que básicamente querían decir que no podían tener una erección fuera de casa. “Pues yo ni soy guerrero, ni estoy fuera de casa”, replicó mentalmente. No podía creer que esa escena llena de gemidos y de crujidos de la cama le estuviera poniendo tan duro y húmedo.

    Decidió irse justo en el momento pleno. Por miedo a no poder controlarse y para que no se notase que había estado allí.

    Cuando se encerró en la habitación, en silencio, claro, se dejó caer en la cama.

    —Uau, tengo una pareja en mi casa… —Y lo dijo con emoción reprimida. Él deseaba tener pareja también. Había oído que, en Creta, si un joven era raptado por una persona más mayor y más rica, se podía considerar muy afortunada y encima era colmada de regalos… además del sexo. Hikaru se sonrojó al pensarlo—. Yo también quiero que me rapten…

    * * *


    Zeus, soberano de los dioses, estaba sentado muy intranquilo en su trono, allá en el Olimpo. Sus hermanos, sus primos, sus hijos, todos paseando por el palacio sin darse cuenta de lo que ocurría. No querían fijarse.

    Caminaban más lento. No caminaban erguidos. Parecían moribundos, como poco. A algunos de ellos parecía que les desaparecían partes del cuerpo, como si se volvieran fantasmas.

    Todo eso era culpa de los humanos, esos malditos bastardos creados de mil formas y ninguna de ellas perfecta. No estaban honrándoles como era debido. Pero el resto de dioses no se daría cuenta por sí solos, ni tampoco podía Zeus estar seguro de que no fuera una visión anómala… sólo había una diosa que era lo suficientemente avispada para darse cuenta de lo que pasaba.

    Y como si la mente la hubiera llamado, apareció corriendo hasta el trono, con su casco, su lanza, la coraza inquebrantable (la Égida), su escudo… Siempre preparada, Atenea.

    —¡Padre! Algo raro nos está ocurriendo. ¡Estamos desapareciendo! Mis brazos no han podido sostener mis armas por unos instantes.
    —¿Tú también te has dado cuenta, hija mía? Me alegro de no ser el único. Hay que reunir a los dioses. Llámalos. Y que no falte Hera. Ella será la clave de todo esto.

    Atenea no preguntó sobre ese último detalle, aunque se figuró que su padre tenía una idea. Se limitó a cumplir y reunió a los dioses más importantes en consejo. Hasta Hades, tan hundido en su macabro palacio en el Inframundo, se presentó.

    —Os he llamado a todos porque quiero que os miréis —empezó Zeus. El resto, en especial sus hermanos y hermanas, rechistaron fuertemente ante tal estupidez, pero callaron cuando vieron que sus brazos aparecían y desaparecían cada cierto tiempo—. Eso es lo que os ha traído aquí. No os dais cuenta, pero vuestros inmortales cuerpos empiezan a sufrir. Ya sabéis lo que significa.
    —Los humanos han dejado de rendir culto —dijo Apolo, con voz preocupada.
    —¡Hay que castigarlos! —exclamó Ares, sin ningún tipo de control—. ¡Esos desgraciados sabrán lo que es el sufrimiento!
    —Qué lástima que no se te dotara de un mejor cerebro, hijo mío —replicó Zeus. Enojó aún más a Ares, pero a muchos les hizo reír—. En este estado, nuestros poderes desaparecerán en cuanto salgan del Olimpo. Pero hay algo que podemos hacer.
    —No estarás sugiriendo liberar de nuevo a los titanes o algo por el estilo, ¿verdad? —intuyó Hades, a quien le preocupaba especialmente eso. Tenerlos encerrados allí abajo cerca de él, en el Tártaro, le convertía en la primera víctima de una larguísima cadena.
    —No. Serían incontrolables —descartó Zeus, preparado para anunciar su plan—. Hera, querida, necesitaremos tu ayuda —le dijo con muy suaves palabras. Y quién no lo haría, después de tantas aventuras y traiciones a sus espaldas.
    —Qué remedio —soltó sin ningún tacto. Odiaba ayudar a Zeus, pero en esos momentos era más bien ayudar al Olimpo entero—. ¿Qué propones?
    —Fuiste en gran parte responsable de subir a los cielos muchas de las estrellas que hoy vemos, y todos sabemos el… incidente que tuviste con Heracles de bebé (4).
    —Sí, sí, me acuerdo —dijo cada vez más cabreada. Mencionar a ese hijo bastardo era como hacer bullir el icor (5) de sus venas.
    —Me preguntaba si tendrías potestad para devolver a los seres de las estrellas en la tierra para que nos defiendan.

    A Hera se le calmó de repente la ira, del susto. Y todos los dioses la siguieron en ese silencio intenso.

    —Es… ¡una locura! ¡Peor que desatar a los titanes!
    —Pero son más controlables y se les puede devolver a su estado original. De hecho, cada vez que un ser es puesto en el Mar Celestial, se divide. Eso disminuye su poder, ¿no es cierto?

    La explicación detallada apaciguó la pequeña rebelión que se estaba formando.

    —Es… cierto… —admitió la diosa, pensando, como si se le iluminara la mente con una idea brillante—. Podría servirnos. Pero para asegurarnos de que las constelaciones siguen bajo nuestro control, enviaremos sólo parte de ellas.
    —De acuerdo. —Luego se dirigió al resto de dioses—. Os he convocado para esto: Recoged a vuestros hijos en la tierra y subidlos al Olimpo, o como mínimo protegedlos. En la tierra, ellos son más débiles y podrían perder la inmortalidad, morir. Apresuraos.

    Todos los dioses salieron de la sala con prisas hasta que solamente quedaron Zeus, Atenea, Hera y unos pocos dioses menores sirvientes que les ayudarían con un ritual muy peligroso.

    Zeus y su hija siguieron a Hera y el resto a la explanada de delante el palacio y vieron como todos ellos alzaban los brazos al cielo haciendo juramentos en un idioma solamente por ellos conocido.

    —¿Qué zonas son las descreídas? —preguntó Hera.
    —Arcadia, la Argólide, la Élide (6) y las islas del oeste… de momento.

    Hera no dijo nada, pero le molestó que precisamente Argos, ciudad que ella siempre protegía, ahora la hubiera rechazado. Alzó los brazos con ímpetu y desprecio por ese último pensamiento e hizo descender la constelación del Toro casi entera hacia allí. Detrás del Toro cayeron la Osa Mayor y la Osa Menor, en Arcadia (7); Cetus, monstruo marino de Poseidón, en las islas; y el Escorpión, en la Élide.

    Todos ellos en una forma primigenia, en meteoritos.

    —Que sirva de escarmiento a todos los humanos que intenten traicionarnos —sentenció Zeus.
    —Un momento, ¿qué pasa aquí? —se alarmó Hera—. ¡Orión y sus perros (8) no han sido llamados!
    Todos los asistentes vieron cómo el meteorito que ejemplificaba el Toro era perseguido por unos cuantos más.
    —Claro… —pensó Atenea—. El gigante Orión y sus perros están en eterna persecución con el Toro en el cielo. Es parte de su castigo. Están obligados a descender.
    —¡A Orión lo castigaste tú, patoso! —le recriminó Hera a su marido, de nuevo cabreada, y ya fuera del ritual.

    Así pues, no fue un meteorito el que cayó en tierras de Argos (y Tirea), sino cuatro.



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    NOTAS (por un tubo XD):

    (1): La clámide era una especie de capa que los guerreros griegos llevaban por encima, cubriendo los hombros. Era de lana, así que en verano los griegos solamente llevaban esto encima, el resto era a pecho descubierto. Lo bueno de la clámide es que al ser una capa de dos metros de largo y uno de ancho, se puede plegar de muchas maneras y sirve como manta en caso de viaje.

    (2): El quitón es una túnica larga que podían llevar tanto hombres como mujeres. Suele parecerse a un vestido y tanto podía llegar hasta los pies, como quedarse a las rodillas (como es este caso) (tenían hasta nombres distintos y también variaba el material). Esta ropa es la que imaginamos cuando pensamos en el típico aspecto griego o romano. // Como veis, aún hace algo de frío, pues los viajeros llevaban dos prendas de ropa, ambas de lana. Se debían estar asando.

    (3): He usado un paradigma del hombre griego clásico que no sé si es aplicable a tres o cuatro siglos antes de hora: el adolescente griego (sobre todo ateniense) era educado para la política, la guerra, la sexualidad, la economía y la vida pública por otro hombre mayor que el primero (educación etiquetada de “pederastia”, fomentando la homosexualidad). Una de las enseñanzas básicas era que un hombre de verdad tenía que ser capaz de contener sus impulsos sexuales (de paso menospreciando a las mujeres, por desgracia, de las que se decía que eran unas provocadoras). Por eso encontramos a TODAS las estatuas famosas de griegos con un pene diminuto: eran capaces de estar desnudos y no alterarse, así como de hacer la guerra (si era necesario) y realizar los juegos Olímpicos completamente desnudos. Este paradigma es el que cito en esa enseñanza de Endou a Hikaru.

    (4): El “incidente” simplemente es que Hera intentó amamantar a Heracles y éste, por su fuerza, le mordió el pezón. La diosa Hera se soltó, y como la leche aún brotaba se dispersó por el cielo y formó la Vía Láctea (y por eso la llamamos así).

    (5): El icor es la sangre de los dioses. Pocas fuentes hablan de ella, pero se dice que era extremadamente parecido al mercurio: metálico, más pesado y denso que la sangre humana.

    (6): Por orden: Si buscáis en un mapa de Grecia clásica, encontraréis la región de Arcadia en el centro de la isla del Peloponeso. Tradicionalmente es una zona anticuada, ganadera, muy alejada de la guerra (pese a estar inmediatamente al norte de Esparta), hasta con su propio dialecto. Luego, la Argólide, que es la región al este de Arcadia. Es la costa este de la isla del peloponeso, con capital en Argos. En esta región es donde se sitúa Tirea. Curiosamente, Tirea está justo en la frontera entre el territorio espartano y el de Argos, al sur. Por eso parece que la ciudad siempre está a punto de desaparecer… Es que es la primera de recibir el asedio enemigo. Por último está la Élide. Esta región es la costa noroeste del Peloponeso, una zona llana (la única de la isla, casi) que tiene cerca las islas de Ítaca, Zacinto y Cefalonia (que serán las afectadas por el monstruo marino de los dioses) y también tiene cerca la costa sur continental de Grecia.

    (7): No es casualidad que haya puesto a las dos “osas” en Arcadia: La Osa Mayor fue en su momento Calisto, una ninfa de la diosa Ártemis, que fue seducida por Zeus. Cuando Ártemis se enteró de la aventura, la transformó en osa. Para la Osa Menor hay varias versiones, pero la que uso yo aquí es la de que Calisto tuvo un hijo con Zeus. Ese hijo, Arcas (o Arcade), nació bien, antes de que su madre sufriera la transformación, creció, se hizo señor o rey de la región, y un día se encontró con su propia madre, a quien se disponía a cazar. Zeus lo vio y le contó la historia de su madre. Para evitar que se separaran o que murieran, Zeus decidió subir al cielo a ambos, formando la Osa Mayor y la Osa Menor. Además, Arcas ya había tenido hijos, así que fue el inicio de un largo linaje semidivino. Ese linaje le dio nombre a la región de Arcadia. En fin, me pareció adecuado o algo romántico hacer que volvieran a casa para castigar a sus descendientes por olvidarse de ellos.

    (8): La constelación de Orión (o del guerrero) representaba al gigante Orión, antiguo enemigo del Olimpo, pero ese gigante tenía dos amigos perrunos, que también fueron puestos en el cielo al mismo tiempo que su amo cuando fue castigado. Cada perro es una constelación aparte, así que por eso son tres meteoritos los que caerán del cielo persiguiendo al Toro.


    Espero que os haya gustado y sigáis enganchados a esta historia :) esperemos que los siguientes capítulos sean igual de cortos y con menos notas, que incluso yo pienso que he exagerado... XD es que este capítulo en particular es vital y es importante que queden claras las cosas.
    Para cualquier cosa, un MP, y no olvidéis que me podéis encontrar en Mundo Yuri (sí, yuri xd) y en www.facebook.com/kaikufics
     
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56 replies since 12/12/2016, 01:51   1444 views
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