// Cazadores del Mar Celestial // [Varias parejas] [CAPÍTULO FINAL] [Historia/Mitología, Acción]

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    Dios, pero pobre Hikaru, parece que tenga trastorno de estrés post-traumático, como los veteranos de guerra :( espero que se mejore, que menos mal que Níctimo seguía vivo y le ha alegrado el día, que ya me sabía mal! A vver si le recuperas, o si traes de vuelta alguno de sus amigos, que el grupo cada vez es más pequeño! XD
     
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    Por todos los dioses, después de UN AÑO Y 3 MESES por fin se me ocurre que debería actualizar. Buah, es que tengo muchas excusas y ninguna a la vez. Tener un foro de yuri, ser profesor de historia, montañas de otros shots, retos y demás... ¡Si es que mi foro tiene hasta sus propios retos literarios! Vaya un responsable. Es que por fin me estoy poniendo con todos mis fics sin terminar, hora de cerrar etapas. Aunque a éste aún le quedan unos cuantos capítulos haha ¡todos a leer!

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    20. Fresnos



    Hikaru tardó horas en dormirse, pero por suerte no tuvo pesadillas. El sonido de los árboles meciéndose al viento y las conversaciones relajadas del campamento le impidieron dormir con la suficiente profundidad. Descansó y se relajó todo lo que pudo, porque sabía que al alba se acabaría la poca paz que tenía.

    Cuando empezó a oír a soldados levantarse, aún dentro de su sueño ligero, se activó inmediatamente y se levantó. Sus compañeros tireanos seguían durmiendo, pero los cazadores estaban despiertos.

    —Van a marcharse ya —le dijo Kariya, refiriéndose a los espartanos.

    Hikaru tenía la esperanza de que Midorikawa se quedara, pero era tan pequeña que ni le prestaba atención. Sólo miró con indiferencia a todos los espartanos empezar a hacer ruido, levantando su campamento. Por fortuna, la mayor parte de aquel ruido no tenía que ver con armas.

    —Los sonidos metálicos te asustan —descubrió Kariya, que no se había movido de su lado en una hora—. Estar cerca de un dios desatando su poder suele tener un efecto negativo en casi todas las criaturas mortales.
    —¿Te ha pasado? —preguntó Hikaru, sintiendo el pequeño momento de empatía.
    —Los dioses nos mandaron al cielo y nos han devuelto a la tierra. Y probablemente volvamos allá arriba. Usan el poder de entidades primordiales más antiguos que ellos mismos para movernos. La Noche. El Éter. Cada vez que nos movemos usando nuestras habilidades y cuando nos trasladan por el firmamento es como una lucha constante contra el terror de un poder tan superior al nuestro que ni siquiera se daría cuenta de que existimos. Cada vez que luchamos contra un monstruo, también luchamos contra nosotros mismos.

    Hikaru nunca había pensado en algo similar. Los cazadores parecían imbatibles, poderosos, temibles, pero ellos también tenían sus debilidades. Pese a eso seguían luchando, y parecía que ganaban esa batalla. Una batalla contra su propia mente.

    Fue tan impulsivo, tan sincero, que no se dio cuenta de lo que hacía. Simplemente lo hizo. Entrelazó su mano con la de Kariya, sin mirar. Él tampoco protestó, ni reaccionó salvo por unos segundos de apretón, como de comprensión. Se mantuvieron un buen rato así, observando el amanecer iluminando una Licosura dañada y sus bosques colindantes.

    Cuando sus compañeros despertaron por fin y les encontraron en esa situación, Hikaru se soltó. En parte por vergüenza, pero generalmente porque sus amigos nunca dejaban las armas y más de uno había empezado a hacer repiquetear su armadura con el escudo o algún arma, y el pobre Hikaru reaccionó por puro pánico.

    —¿Cómo estás? —le pregunto Tenma.

    Hikaru se giró cara a su amigo, y sintió que Kariya se iba.

    —Mejor —dijo con poco ánimo. Era la verdad, Kariya le había hecho sentir mejor… por un rato.
    —Si necesitas lo que sea… dímelo.
    —Que no me atosiguen mucho —replicó—. No me va a solucionar nada.

    Tenma bajó la cabeza. Él era uno de los que más le habían interrogado. Hikaru se sintió culpable por ser tan seco con él, pero no encontró palabras para justificarse, así que le dijo que podían marchar juntos.

    Se mantuvieron juntos cuando el ejército espartano marchó al este, hacia Tirea y luego hacia Esparta. Midorikawa les saludaba a todos desde la distancia, después de haber pasado una última noche con ellos.

    —Uno más que se va… —musitó Tenma.

    Quizás por su estado de alerta constante, Hikaru se dio cuenta de por qué lo estaba diciendo. Se sintió más culpable aún. A Tenma nunca le había pasado nada más que algunos rasguños, pero sus amigos seguían desapareciendo uno tras otro. Hinano, Ichiban, ahora Midorikawa… Qué tonto había sido. Claro que estaba desesperado por saber qué le ocurría a su amigo. Tenía miedo de que se fuera también.

    Una vez más, Hikaru no fue capaz de comentar nada. Tenma estaba fatal también, pero intentaba mantener el tipo como podía.

    El grupo estaba ya preparado para marchar al oeste cuando por fin se quedaron totalmente solos. Cuatro cazadores, cuatro tireanos y dos itacenses. A Hikaru le parecía tan miserable que siendo diez pudieran tener nada que ver con salvar el Olimpo… Pero era real. Estaban perdiendo a amigos y derramando mucha sangre por ellos. A estas alturas, él ya no luchaba por otra cosa que no fuera para volver a casa.

    El problema era que aún tenían que cruzar medio Peloponeso y luego hacerlo entero de vuelta.

    —Vamos. Tenemos mucho camino por delante —ordenó Kidou.
    —Tened los ojos abiertos —añadió Goenji—. Licaón ha sido derrotado, pero esto sigue siendo Arcadia. Las criaturas más antiguas del Peloponeso moran aquí.
    —Deberíais animar a los vuestros, no desmoralizarlos —replicó con una risita Fudou.

    Parecía mentira que en un paisaje tan tranquilo como la llanura al alrededor de Licosura hubiera habido osos gigantes, montones de criaturas y una batalla recientemente. Parecía un prado tranquilo rodeado de bosque.

    Hikaru nunca sería capaz de volver a ese sitio ni aunque Níctimo se lo pidiera. Y estuvo más seguro de ello en cuanto entraron al bosque al oeste de la ciudad. El camino se hizo angosto enseguida y los árboles empezaron a tapar la luz progresivamente. Se pusieron en fila, y Fudou y Shiro empezaron a patrullar a los lados del camino a alta velocidad, para asegurarse de que el camino era seguro.

    El pobre tireano no tardó mucho en dejarse dominar por el pánico. Sus compañeros no dejaban de rozar sus escudos contra la armadura. Mantenían las armas preparadas y a veces chocaban contra los que tenían escudo. Él mismo no podía evitar hacer ruido con su escudo. Si mantenía los ojos abiertos, empezaba a ver sombras que amenazaban con atacarle al instante. Si parpadeaba, un rayo cruzaba sus ojos, desde su memoria.

    Sus pasos se hacían más cortos. Los sonidos, más punzantes.

    Hikaru sólo caminaba porque la poca determinación que le quedaba le dictaba hacerlo. Su mente estaba totalmente invadida. Cada ruido era una amenaza. Cada susurro, palabras de muerte. El tiempo se medía solamente con los pasos que daba y las veces que pensaba “para de hacer ruido”. Deseaba quedarse inmóvil, ser una estatua. Odiaba aún más cargar con todas esas armas.

    Se sentía totalmente desprotegido sin el Amuleto Alado. Licaón le había dicho que perjudicaba a sus compañeros en compensación por haberle salvado la vida a él, pero eso sólo significaba una cosa: estaba a un paso, a una sola criatura malvada o una batalla, de morir de una forma horrible. Lo llevaba cuando Hinano se quedó en el Olimpo y cuando Ichiban fue secuestrado. Lo llevaba cuando fueron separados del resto de su ejército. Licaón lo llevaba cuando sus hijos murieron y él se salvó, incluso sabiendo que sucedería algo así. Sin el amuleto, el siguiente era, tenía que ser, él.
    ¿Por qué los dioses habían decidido que tenía que pasar por todo aquello? Quería tener una vida tranquila en su casa de Tirea. ¡Que le llamaran cobarde, qué más daba!

    —¿Hikaru…? —susurró Tenma.

    Despertó entonces de su ensimismamiento. Casi ni avanzaba. El grupo estaba ligeramente más adelante, esperándole, preocupados. Estaba temblando y agarraba la lanza prestada y su escudo como si fuera a reventarlos en cualquier momento.

    Haberse detenido otorgó un instante de silencio natural a Hikaru. No sonaban armas, ni pasos, ni metales. Nada de rayos ni truenos. Su mente había dejado de decir “para”, pero decían en su lugar “muerte”. Cada vez era más fuerte. Sus instintos más paranoicos despertaron entonces, justo cuando Tenma quiso tocarle un brazo.

    —¡Aparta, no me toques!
    —¡Hikaru!
    —¡Para, cállate!

    Se deshizo enseguida de Tenma y no dudó en lanzar su lanza entre los árboles. Estaba seguro que les estaban acechando, ¡estaban en peligro! Los susurros se intensificaban y ya no tenían su voz, tenían voz femenina.

    Antes de que todo el mundo se materializara entorno a Hikaru para agobiarle, él salió del camino para ir a recoger su lanza y los vio. Montones de ellos.

    —Es un bosque de fresnos…

    “Muerte. Sangre. Violencia. Guerra. Vemos lo que tú ves, Hikaru.”

    —¡No, dejadme!

    Recogió su lanza. Sus compañeros le llamaban, y oyó a los cazadores batir la zona. Sólo había recorrido unos pocos metros en el bosque y ya se había perdido.

    Las voces ya no estaban en su cabeza. Le perseguían.

    “No has nacido para la guerra. Deja tus armas y bebe de nuestro río. Abandona.”

    Hikaru asió su armamento con más fuerza y siguió corriendo, esquivando árboles bañados con motas de luz solar que les daban un aspecto horroroso. Una parte de él buscaba ese río, pero también quería correr hacia el lado opuesto. Su cuerpo simplemente no obedecía sus órdenes, huía sin rumbo.
    El río apareció delante de él como si hubieran puesto una cascada delante de él, con todo su estruendo. No era más que un riachuelo, pero el susto hizo que su mente pensara que era lo más ruidoso del mundo.

    —¡¡YA BASTA!!

    Se había tapado las orejas y había cerrado los ojos, pero en cuanto gritó, todo se calmó. El sonido del río volvió a ser el que esperaba. Las voces femeninas cesaron. Sólo oía acercarse rápidamente a sus compañeros, llamándole por su nombre.

    Delante de él, al otro lado de un inofensivo riachuelo (muy parecido al que se había tragado a Ichiban, se dio cuenta Hikaru), había un grupo de mujeres con el pelo del color del verano en los árboles y vistiendo una serie de hojas entrelazadas que cubrían casi todo su cuerpo. Su tono verdoso en la piel y sus ojos rojos les daban un aspecto inhumano y peligroso, pero iban totalmente desarmadas.

    —Sois…
    —Hikaru —Kariya apareció a su lado. Silbó fuerte y, al cabo de dos segundos, los otros tres cazadores estaban a su lado—. Son las melíades, nuestras hermanas.
    —Orión, cuánto tiempo —dijo una que parecía más grande que las demás—. Echábamos de menos sentir tu presencia. Los dioses no fueron clementes, te dividieron en varias entidades para asegurarse de que no fueras un peligro.
    —Así es —dijo Fudou, sin expresión—. Nos alegra mucho saber que seguís vivas pero, ¿para qué nos habéis llamado?
    —¿Llamado? —preguntó Hikaru.

    Los humanos llegaron entonces y se prepararon para la batalla, lanzas y escudos en ristre. Hikaru vio entonces cómo las melíades poco a poco pasaban a tener tonos de rojo intenso por todo su cuerpo. Los susurros de muerte y sangre volvieron.

    —¡Bajad las armas! —ordenó el líder de los cazadores—. Sólo las provocaréis. Viven gracias a la violencia, cuanto menos mostréis, más pacíficas se mostrarán.

    Después de unos segundos de tensión, los tireanos obedecieron. Las melíades volvieron a sus tonos veraniegos.

    —Nuestro hermano tiene razón. Las melíades nacimos de la sangre de Urano y de la tierra. Formamos parte de la Era de Bronce, la del grande derramamiento de sangre, y nuestro legado ha llegado hasta vosotros con eso —señaló las armas de los tireanos—. Cada arma que fabricáis con madera tiene parte de nuestra energía, pues siempre escogéis los fresnos, los árboles con mejor material para la guerra. Cada vez que se enarbola una lanza, nosotras lo sabemos y buscamos sangre. Cuando se deja caer, nosotras también descansamos.

    Tenma se puso de morros contra Kariya y Tsurugi, recriminándoles que no les hubiera contado la parte en la que las melíades podían ser pacíficas.

    —Nuestra naturaleza como ninfas es ser pacíficas también —añadió la melíade mayor—. Yo, Melia, ayudé a la cabra Amaltea a amamantar a Zeus cuando era un bebé y le distraía cuando lloraba. No es muy violento, que digamos.

    Hikaru, sin voces y rodeado de amigos, se sintió lo suficientemente seguro para preguntar:

    —Fudou ha dicho que nos habéis llamado.
    —Debo disculparme, joven griego —dijo pausadamente, mientras se acercaba al río—. Las melíades atraemos la atención de nuestras presas volviéndolos locos y violentos. Buscamos al más afectado de todos si van en grupo. Esta vez no teníamos malas intenciones, pero era la forma más fácil de reuniros todos aquí, en este río.

    El río. Hacía rato que Hikaru pensaba que lo conocía. Discurría hacia el oeste, tranquilo, y no parecía nada profundo. Podía ver el fondo en casi todos los tramos que tenía a la vista.

    —Es el mismo río donde perdimos a Ichiban —dijo Tenma, arrodillándose al lado de Hikaru—. Tiene el mismo aspecto.
    —¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó Goenji.
    —La ninfa que habita en este río nos pidió encarecidamente que os convocara aquí —dijo Melia—. Decía que era hora de devolveros a alguien preciado.
    —¡Seguro que es Ichiban! —exclamó Tenma, muy contento.

    Apenas unos segundos después, el sonido del agua removiéndose rápidamente alertó a todos los presentes y, más abajo en el río, aparecieron dos figuras: un chico rubio de mirada algo perturbadora y… no podía ser otro, ese era Ichiban, totalmente armado (excepto por la lanza, que Tenma había conservado todo ese tiempo) y sanado, como si nada le hubiera pasado desde que saliera de Tirea.

    —¡Chicos! —gritó, corriendo hacia sus amigos.
    —¡¡Ichiban!!

    Tenma y Hikaru soltaron todo lo que cargaban y también corrieron, para abrazar a su amigo reencontrado.

    —Estoy bien, chicos.
    —¿Cómo…?
    —Es una larga historia. Baste decir que Hinano fue quien provocó mi ausencia.
    —¿Está bien él también?
    —La ninfa me ha dicho que sí —afirmó, señalando al chico rubio, que no se había movido—. Disculpadme un segundo.

    Hikaru no alcanzó a oír otra cosa que “ya sabes dónde encontrarme”, pero se hablaban como si fueran amigos de mucha confianza. Luego la ninfa desapareció e Ichiban volvió.

    —Nuestro trabajo ha concluido aquí también —anunció Melia—, pero tenemos que advertiros del peligro: la última de las criaturas de los dioses está muy cerca. Se ha internado a los bosques en busca de reposo antes de su último asalto contra las fuerzas de Elis. Y ha olido a su antigua víctima, Orión. Busca pelea.

    Melia miró fijamente a cada uno de los cazadores, quienes se mostraron dispuestos a pelear, pero claramente menos firmes que en sus últimos combates. Al final, posó la mirada en Hikaru de nuevo.

    —Pequeño soldado, te quedan padecimientos aún si vais a enfrentaros al escorpión. Tu corazón está en su lugar, pero tu mente ha quedado afectada por el poder de un dios. Puedo darte calma temporal. Si tienes suerte, para cuando se acabe el efecto de mi magia, podrás controlar esos ataques de pánico. Pero hazte a la idea de que esto será permanente.
    —Vale —susurró.

    Hikaru se dejó hacer, pero lo único que notó fue un toque en su frente, quizás con un dedo. Estaba caliente y pudo oler la esencia de clorofila que desprendía la ninfa. Cerró los ojos casi por instinto, abandonándose a la calma.

    Cuando los volvió a abrir, ya no había ninguna ninfa.

    [---------------------------------------------------------------]


    *Hikaru ha desarrollado síndrome de estrés post-traumático, muy típico en los soldados, aunque se ha hecho muy conocido a partir de las guerras mundiales.

    ¡Espero veros en los capítulos que quedan!
     
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    Por fin !!!
    Gracias por volver
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    ¡Uau, gracias por las visitas y el comentario de regreso! De verdad que no esperaba seguir teniendo lecturas después de todo este tiempo haha me alegro de que me sigáis :D pues bueno, aquí va el siguiente, ¡espero que os siga gustando!

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    21. Interludio – Sólo de paso



    Hinano creía firmemente que habían estado de suerte.

    Vale, que les echaran del Olimpo para no volver (por lo menos hasta redimirse de alguna forma) no era precisamente la mejor situación del mundo, pero recordaba las historias que se contaban en Tirea sobre el pobre dios Hefesto, al que su propia madre tiró desde el Olimpo a la tierra y se quedó cojo por la caída. A Taiyo solamente le habían echado. Habían podido salir por su propio pie.

    Evidentemente, el dios no tenía tan clara esa suerte. No se quejaba, pero ponía mala cara todo el tiempo y su cuerpo estaba debilitándose: efectos de los descreídos que aún quedaban al oeste del Peloponeso. Ya no tenía ese fulgor especial que tenía como dios, y parecía que hubiera envejecido varios años de golpe. Sus poderes también habían disminuido, pero no lo suficiente como para ir a velocidad sobrehumana por la costa este del Peloponeso.

    —Llegaremos este mediodía —le dijo a Hinano con sequedad, cuando hicieron un alto para descansar.
    —No pensaba que llegaría a viajar nunca tan rápido.
    —Antes podía serlo aún más. Malditos descreídos…
    —No te preocupes, mis amigos están en ello —le sonrió, con toda confianza. Taiyo le imitó tímidamente, sin tantos ánimos.

    Llevaban unos pocos días viajando. Habían aterrizado al pie del Monte Olimpo, la montaña de verdad, al norte las llanuras de Tesalia. Viajar desde allí hasta Tirea era como dar dos vueltas al Peloponeso, un viaje larguísimo que Taiyo se había encargado de hacer mucho más corto.

    Taiyo se había tumbado para descansar. No había amanecido aún. Era un momento ideal para echar una cabezadita. Hinano se tumbó a su lado y le abrazó, para darle apoyo. Era curioso que un dios, ni que fuera menor, necesitara apoyo, pero así era. Taiyo agradeció el abrazo de su amante humano y se quedó dormido abrazándole de vuelta. Hinano aprovechó para sentir el calor del dios. Siendo el hijo del que lleva el sol por el firmamento, algo de su calor heredó, porque era como tener una antorcha siempre a su lado. Le encantaba la sensación.

    —Kinsuke —le llamó Taiyo horas después. Se había quedado dormido también—. Hora de irnos.
    —Ah, sí —bostezó—. Vamos.

    Hinano se subió a la espalda de Taiyo y éste arrancó a correr tan rápido que las formas se desdibujaban a su alrededor. Sabía que cruzaban montañas y bosques, pero era imposible identificar dónde estaban exactamente a esa velocidad.

    Efectivamente, el sol estaba en su punto álgido cuando Taiyo empezó a frenar y su compañero señaló las murallas en construcción de Tirea. Parecía que hubieran dejado la ciudad exactamente en el mismo estado en el que la dejaron cuando partieron hacia Argos.

    —Qué ganas tenía de volver… —suspiró Hinano, aunque era una sensación agridulce—. Ojalá hubiéramos vuelto todos juntos.
    —No te preocupes, lo conseguiréis. No me han echado del Olimpo para que te quedes solo —sonrió, con seguridad.

    Los dos caminaron hacia la ciudad. Conforme se acercaban empezaron a tronar voces sobre la llegada de Hinano, y todos notaban la presencia de un dios en su acompañante. El rubio se había acostumbrado ya, pero el poder de Taiyo, por poco que fuera, se notaba en el ambiente. Irradiaba un aura de calor y también de peligro.

    Entre todas las personas que salieron a recibirles, sobresalió una:

    —¡Midorikawa! ¿Qué haces aquí? ¿Ya han vuelto todos? —se alegró, abrazándole.
    —¡Qué bien que te encuentras bien! —Se separó—. Pero no, he vuelto con el ejército espartano. Arcadia ha sido pacificada ya. Nuestros amigos deben de estar ya en la Élide. ¿Y quién es tu acompañante divino?
    —¿Cómo que el ejército espartano? ¿Qué ha pasado mientras estaba en el Olimpo?

    El revuelo que se armó cuando pronunció el nombre “Olimpo” obligó a Midorikawa a arrastrarles a ambos hasta su casa, para poder tener una charla tranquila. Allí, el mayor explicó el camino que habían tomado hasta Arcadia, la pérdida de Ichiban, el secuestro de Hikaru por el rey Licaón y la final destrucción del palacio de Licosura.

    —Fueron Hermes y Zeus. Es tal y como dijeron en la reunión de hace unos días. No han esperado nada en presentarse allí —confirmó Taiyo, la primera vez que abría la boca delante de otro tireano.
    —Es Taiyo, hijo de Apolo —le presentó Hinano—. Su don de la profecía nos ayudó a salvar a Ichiban. Puedo asegurarte que está bien.
    —El resto están muy preocupados por él, sobre todo Tenma.
    —Le dije a la ninfa que se lo llevó que le soltara en cuanto Licosura fuera tomada —explicó Taiyo—. En cualquier momento, vuestros amigos se llevarán una alegría.
    —¡Qué bien! Los jóvenes necesitan mucho apoyo. Hikaru es el que peor lo está pasando. Ha presenciado la destrucción del palacio y la ejecución de todos los hijos de Licaón con un rayo.
    —Los mortales no pueden soportar una demostración de poder tan grande —suspiró Taiyo—. Si vuestro amigo no se ha vuelto loco, será un milagro.

    Se quedaron unos instantes en silencio, afectados por la situación de Hikaru. Midorikawa alzó la cabeza entonces.

    —¿Y vosotros? ¿Qué hacéis aquí?
    —Le han echado del Olimpo por espiar a los dioses mayores —explicó Hinano—. Pero no sabríamos nada de vosotros si no hubiera sido por ello. Vamos a reunirnos con el resto para ayudar en todo lo que podamos. Quizás Apolo readmita a Taiyo si ve que ha contribuido.

    Midorikawa miró al dios menor con algo de reparo. Su poder estaba mermado por el peligro de los descreídos (que podían hacerle desaparecer por completo si eran suficientes), pero igualmente le intimidaba. Se calló algo que pensaba que tendría valor para decir. En su lugar, explicó su situación con Hiroto.

    —Me iré con él a Esparta. Ahora que es rey, dudo que le puedan cuestionar. Ni a mí. Me convertiré en diplomático entre la ciudad y Argos.
    —¿Eso quiere decir que nos seguiremos viendo? —preguntó Hinano, algo entristecido por la historia.
    —¡Claro! Tirea está a medio camino. Parece que haya sido fundada para ser un lugar de descanso para los viajeros de ambas regiones. Además, he pasado mucho tiempo aquí, no podría pasar sin más.

    Hinano se fijó en la casa. Ahora entendía por qué estaba más vacía que el resto. Siempre lo había estado. Midorikawa nunca había abandonado la esperanza de volver con Hiroto a Esparta y no había querido formar una vida completa en Tirea.

    —¿Te vas hoy? —preguntó Hinano, cuando ya se dirigían a la salida de la casa.
    —Sí, ya está todo preparado. De hecho, he pasado un par de días aquí, convenciendo a un grupo de soldados espartanos que hacían guardia aquí de que el rey había ordenado su retirada y Arcadia ya estaba libre.
    —¡¿Ocuparon la ciudad?!
    —Sí, pero eso ya ha pasado. Endou ya vuelve a estar trabajando duro, como siempre.
    —Me he perdido tantas cosas…
    —No te preocupes, ahora te pondrás al día. ¡Procurad descansar antes de iros! No encontraréis camas hasta que volváis.

    Vieron a Midorikawa marcharse con un grupo de soldados claramente espartanos, pero sin rastro del tal Hiroto. La casa quedó vacía. Hinano fue directo a la suya e invitó a Taiyo para que se quedaran una noche en su casa. Los padres del rubio casi se quedan helados cuando percibieron la presencia del dios.

    —Sólo nos quedamos hoy, mañana nos vamos ya. Tengo que hablar con Endou, ¡hasta ahora!

    Hinano corrió hacia el edificio del consejo, donde Endou pasaba el rato hablando con Aoi. Después de la obvia sorpresa y la bienvenida, el rubio quiso que le contaran todo sobre la ocupación de la ciudad. Si iba a ver a Kidou, tenía que saberlo, podía ser mensajero por una vez. Y ser mensajero de buenas noticias era la mejor clase de mensajero.

    Cuando volvió a su casa, se encontró a Taiyo durmiendo de nuevo en la habitación de invitados. Estaba agotado.

    —Es una larga historia —dijo sencillamente a sus padres—. Cuando vuelva lo sabréis todo. Por ahora, necesitamos descansar. Mañana tenemos que cruzar toda la península a pie para ayudar a nuestros amigos.

    Se encerró en su propia habitación y durmió tanto como pudo. Se le hizo extraño no dormir al lado de Taiyo. Qué suerte había tenido hasta entonces, comparado con sus compañeros.

    Era hora de volver a ser útil.

    [-----------------------------------------------------------]


    Hasta el siguiente, a ver qué os parece :)
     
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    Vale, lo siento, me he tardado un mes con este, me había quedado encallado y he tenido varios brotes de ansiedad. Lo último que me apetecía era escribir. Pero en fin, lo he conseguido :) tenemos capítulo :D

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    22. Cumbre



    El regreso de Ichiban, el descubrimiento de las melíades en su forma amistosa y la calma en que se había sumido Hikaru creó durante ese día y el siguiente un ambiente muy distinto al que habían estado viviendo hasta entonces.

    Estaban descansando, sentados en medio del bosque. Kidou se miraba con cierta precaución a Ichiban, Tenma y Hikaru hablar con toda la tranquilidad sobre lo que le había pasado al primero. Al parecer, aquella ninfa había cobrado la forma de un chico y básicamente se había recuperado de sus heridas a base de travesuras que pusieron totalmente colorados a los que escuchaban.

    Lo que veía el líder de la cuadrilla eran datos: todos tenían más moral ahora para enfrentarse a lo que viniera, eran uno más, y sabían que otro, Hinano, estaba bien.

    —Tienes que relajarte un poco —le recriminó Fudou—. Déjate llevar. Mira a esos dos, creo que ahí hay algo, ¿no crees?

    Kariya y Hikaru hablaban entre susurros, y los dos sonreían. Unas horas antes, el tireano no era capaz ni de mirar a la cara a nadie del miedo que tenía. A Kidou le resultó evidente lo que Fudou decía.

    —Mientras estén atentos al campo de batalla…
    —¿Sabes? Soy de la opinión de que dos amantes luchan más unidos en el campo de batalla(1). Y la muerte de uno de ellos puede ser un buen incentivo también. ¿Recuerdas a Patroclo, primo de Aquiles, y lo que hizo el legendario guerrero después de que su primo muriera?
    —Fue horrible.
    —¡Fue pasión! No quiero que nadie más muera, créeme…
    —No lo parece.
    — … Pero considera que tú y los tuyos os dejéis llevar también. ¿Ichiban, se llama? Él ya lo ha hecho.

    Hacía años que Kidou no se ruborizaba tanto. Miró a Fudou con cara de repugnancia muy bien fingida y alejando su cuerpo de él en el proceso. No podía negar que le vendría bien relajarse de esa manera, pero si él no estaba al tanto de lo que pasaba a su alrededor, ¿quién lo haría? Ya no estaban rodeados de centenares de espartanos.

    —Tú mismo —se rio por lo bajo Fudou.

    Kidou descartó la idea en cuanto el cazador dejó de insistir, pero vio todas las señales en sus compañeros: Hikaru se llevaba bien con Kariya, y el segundo se notaba que iba con otras intenciones; Tenma y Tsurugi eran lo opuesto, el tireano siempre estaba tirando del cazador para unirse a la conversación o hacer tonterías, y trabar lazos. Estaba claro que Tsurugi admiraba y le atraía esa faceta de Tenma; Goenji y Fubuki eran un mundo aparte. El rubio respondía bien a los momentos de dolor y debilidad de Fubuki cuando estaban descansando, y se pasaban ese tiempo acurrucados juntos (Fubuki en su forma de perrito pequeño), pero luego era frío como el hielo cuando marchaban. No resultaba muy sano; Ichiban estaba muy despierto, pero se notaba que su cara de felicidad no era por haber combatido mucho; los únicos que se comportaban eran Shindou y Kirino, que acostumbraban a pasar desapercibidos entre el grupo por su escasa participación en los combates.

    —Bueno, supongo que no es malo que se relajen —dijo al cabo de un largo rato. Fudou le escuchó, aunque fingió que no, y Kidou se dio cuenta—. No te hagas el sordo ahora. Conmigo no vayas con jueguecitos. Los odio.
    —Entonces, ¿te unes a la fiesta?
    —En otra vida, quizás —se rio.
    —¡Ha! Si es que no tienes remedio.

    * * *


    Se había hecho de noche ya. Ichiban y Hikaru ya dormían. Kariya estaba al lado de Hikaru, tumbado boca arriba, pero con los ojos abiertos. Otro cazador que no dormía.

    Tenma tampoco podía dormir. Estaba demasiado contento como para perder tiempo durmiendo. Se sentía descansado, se sentía listo, y no tenía ganas de parar de hablar con Tsurugi. Éste debía de estar haciendo la ronda nocturna para vigilar que no hubiera enemigos paseándose por su alrededor. Tenma se preguntaba cómo exactamente detectaban a sus enemigos, o si siquiera lo hacían con sus poderes.

    No le dio opción a Tsurugi cuando éste volvió.

    —Nos guiamos por rastros, por los olores a veces. Los perros Fubuki son los mejores para la vigilancia, pero Fudou, por ejemplo, tiene capacidad para detectar presencia de humanos a todo lo que alcanza la vista de uno de vosotros en un llano. Es muy útil en bosques y montañas con poca visibilidad.
    —¡Qué interesante! Aunque me siento pequeño, a la vez.

    Vieron a Fubuki empezar su parte de la ronda, pero Tenma no vio a Tsurugi para nada tranquilo.

    —¿Qué pasa?
    —Melia nos dijo que el Escorpión que nos mató la primera vez estaba cerca.
    —Pero no tanto, o lo habríais notado.
    —No te creas, no tiene olor que rastrear y es silencioso hasta que ya es demasiado tarde.
    —Pero no hemos salido de los bosques aún. Tendríamos que estar cerca de Elis para encontrarlo.

    Tsurugi no estaba del todo convencido, pero la sonrisa de Tenma le calmó un poco.

    —¿No tendrías que estar durmiendo?
    —No puedo. Y estoy bien. ¿Damos un paseo?
    —No deberíamos…
    —Anda, Kariya está despierto, Fubuki de guardia, ¿qué mal hay?

    Realmente no había nada que Tsurugi pudiera hacer para combatir al tireano en cuanto a argumentos. Siempre acababa haciendo lo que él quería, que curiosamente también era lo que Tsurugi quería, en el fondo. Se emperraba en mantener la compostura, a estar atento, a no ceder con facilidad, porque eso era lo que tenía que hacer como cazador, pero…

    Tenma era Tenma. Lo sabía desde que le conoció.

    Acabaron adentrándose en el bosque, porque Tenma insistía en que, si acaso, estaban vigilados por sus compañeros, y perderse no se perderían.

    —Por cierto, ¿qué poderes especiales tienes tú? Kariya es bueno atrapando y Fudou detecta a humanos.
    —Tengo habilidades de combate superiores.
    —¡Eres el forzudo!
    —No lo digas así, que suena ridículo… —replicó, irritado.
    —Lo siento. Pero bueno, alguien tiene que combatir frente a frente, ¿no? Haces el trabajo más duro encarándote al enemigo.

    Tsurugi sonrió, eso sí que le hacía sentir mejor. Más que nada porque veía que Tenma lo sentía en sus carnes, ya lo había experimentado él mismo.
    Estuvieron unos minutos en silencio, caminando entre la maleza. De vez en cuando, uno de los dos miraba al otro, o miraba a la luna escurrirse entre las copas de los árboles, como si les espiara.

    Tsurugi no lo había notado, pero Tenma estaba nervioso. Con la mala suerte que tenía esa expedición, probablemente esa sería la única ocasión en la que podría estar a solas con el cazador con toda calma, y tenía ganas de decirle que era lo que se le pasaba por la cabeza, lo bueno y lo malo. Y efectivamente, no se le notaba, porque Tsurugi le puso las cosas tremendamente más fáciles:

    —Oye, gracias por hablar conmigo y hacerme hablar con tus amigos. No estoy acostumbrado a tanta actividad. Ser cazador casi siempre es estar en silencio, esperando.
    —¡Qué tonto! Pues claro que hablo contigo, casi lo pedías a gritos. Además, me gustas, eso es un gran incentivo para estar cerca de ti.

    “Y lo dice como si nada…” se dijo Tsurugi, algo avergonzado por la revelación. Ojalá él tuviera esa capacidad por ir diciendo las cosas tan tranquilamente. Cada frase que pronunciaba era un esfuerzo, si no era para quejarse o menospreciar a alguien. Y ni siquiera hacía eso ya. La presencia de Tenma lo cambiaba todo, al parecer.

    Tsurugi se detuvo. Tenma hizo lo mismo, reaccionando. El cazador consiguió lo que quería, porque necesitaba detener a Tenma para poder empujarle contra un árbol y poder besarle por fin.

    —Espera, ¡espera! —reaccionó Tenma, después de los primeros besos. Se le veía azorado y algo avergonzado, pero claramente le había gustado la atención. Tsurugi se separó un poco—. No hace falta ser tan brusco, no tenemos ninguna prisa, ¿no?
    —Supongo que tienes razón —replicó, después de un segundo. Había estado a punto de decir “perdón”, y no le pegaba nada.

    Tenma sonrió y le besó con más ternura. Sonrió más cuando notó que Tsurugi no era del tipo calmado, porque se notaba que no sabía exactamente qué hacer. O quizás era por los siglos que había pasado en el cielo como parte de una constelación de una sola criatura.

    —Se me da mejor de la otra manera —dijo.
    —No te preocupes, ya tendremos tiempo para “tu manera” cuando acabe esta guerra —dijo con retintín—. No es como si no quisiera probarla, pero hay que ir paso a paso.
    —Me parece bien —sonrió Tsurugi.

    Fueron unos minutos de silencio y calma absolutos, de besos y de abrazos. La cumbre del momento de felicidad por la que estaba pasando Tenma, con Ichiban de vuelta, y habiendo acabado un capítulo más de aquel viaje.

    —Deberíamos volver. Tienes que descansar —le dijo Tsurugi a Tenma.
    —Te he dicho que no me hace falta —replicó con una risita.
    —Necesitarás las energías.

    Tenma se encogió de hombros y empezaron a caminar de nuevo, dando la vuelta hacia el campamento.

    No daron ni un par de pasos, que Tenma se sintió en pleno aire. Tardó en percatarse de que Tsurugi había saltado, agarrándole en brazos. Cuando aterrizaron de nuevo, unos metros más allá, echó la vista al lugar donde había estado y encontró una gran figura parda.

    —¿Qué es eso?
    —Es el Escorpión que nos mató —dijo de mala gana. Entonces silbó, como alerta a sus compañeros—. Vete, corre al campamento.

    La criatura se lanzó a por Tsurugi, pero en cuanto Tenma se alejó corriendo, sus pinzas apartaron al cazador y persiguieron al tireano. Fue apenas un segundo en el que el resto de cazadores aparecía y el Escorpión rozaba con su aguijón el brazo de Tenma.

    —¡Tenma!

    El tireano se quedó quieto en el sitio, como si se hubiera quedado de piedra. Del corte empezó a salir una luz azulada, que pasó de ser una nube dispersa a formar la figura de Tenma, que se resistía a abandonar su cuerpo. La figura irremediablemente quedó amarrada al aguijón del monstruo, que se alejó tan rápida y silenciosamente como pudo.

    —Tsurugi, cuida del cuerpo. ¡El resto, vamos! —ordenó Fudou.

    Los cazadores le persiguieron por todo el bosque. Los colores pardos de la criatura hacían que fuera tremendamente difícil distinguirla entre los árboles, y como no desprendía olor, era imposible seguirle el rastro. Y fue peor cuando la figura luminosa de Tenma se deshizo en el aire.

    —Se ha vuelto invisible. No podemos seguirle —dijo Kariya, fastidiado.
    —Tenemos que volver.

    Habían pasado apenas cinco minutos, entre aparición y desaparición. Había sido todo tan veloz que Tsurugi no se había dado cuenta aún de que había perdido a alguien a quien quería. Y mientras estuvo solo con el cuerpo de Tenma paralizado, tampoco pudo lamentarse, pues alguien más apareció:

    —Orión, has vuelto a caer en el mismo error. Para ser un gigante tan listo y capacitado, haces igual que los humanos. Tan caprichosos, incapaces de progresar.

    Tsurugi reconoció la voz inmediatamente. Era imposible que ninguno de los componentes que formaban Orión olvidaran nunca aquella voz cargada de dureza y a la vez tan suave.

    —Ártemis.
    —No aprendiste nada de cuando te enamoraste de mí, ¿Orión?(2) Por lo menos has tenido la sensatez de perseguir a un humano esta vez.
    —¿Qué quieres?
    —Aún velo por ti. Te odio por lo que intentaste conmigo, pero sigo apreciando a uno de los mejores cazadores que he tenido a mi lado.
    —Déjate de parloteo y dime qué quieres —repitió—. ¿Sabes cómo salvar a Tenma?

    Tanto tireanos como cazadores llegaron entonces de diferentes direcciones. Hikaru e Ichiban se arrodillaron al lado de Tenma gritando que qué había pasado.

    —El Escorpión ha extraído el alma de vuestro compañero —explicó Ártemis a los tireanos, con bastante más tacto—. Pero hay una manera de recuperarla. El alma seguirá en este mundo durante unos pocos días antes de irse al inframundo. No es una muerte habitual.
    —Los dioses nunca nos ayudan sin más —replicó Fudou, aunque parecía que sólo lo afirmaba de forma muy serena, en vez de criticar—. ¿Qué quieres a cambio de la información?
    —Me salvaréis a mí salvando a Tenma, eso es todo lo que quiero. Prometimos protección en esta misión que nos ha de salvar de los descreídos. Es nuestra existencia la que está en juego, no un simple trueque. —Hizo una pausa, intentando relajarse, aunque a nadie le pareció que la diosa estuviera tensa—. Por ahora, el alma del chico sigue en el mundo de los vivos, y sólo se puede recuperar mediante una magia muy concreta.
    —Entonces sólo hay una entidad en todos los mundos que pueda ayudarnos —dio un paso desde las sombras Kirino—. Tenemos que encontrar a mi madre, la diosa Hécate.

    [------------------------------------------------------]


    (1): En esa época no había, pero por ejemplo existió el Batallón Sagrado de Tebas, un grupo de guerreros que funcionaban por parejas de amantes (hombres, por supuesto). Su capacidad de combate fue legendaria precisamente por los lazos que habían trabado entre ellos. –Un saludo a Víctor, alias GoldenPaladin, por recordarme el batallón hace unas semanas–.

    (2): Efectivamente, en una de las muchas versiones que hay sobre sus mitos, Orión se enamoró de Artemisa cuando formó parte de su grupo de cazadoras, todas femeninas excepto él. En los más conocidos, Orión sólo alardeaba de ser mejor cazador que ella y ligaba con otras, y moría o bien por flecha de Ártemis o por el escorpión.
     
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    Disculpad que tarde tanto en actualizar cada vez, es un período agitado (no necesariamente malo) y la escritura se queda un poco atrás. Pero me alegra decir que ya apenas quedan capítulos, para los que aún sigan la historia :D

    Además, este capítulo tenía ganas de escribirlo jeje

    [--------------------------------------------------------------------]


    23. Descenso a la locura


    Tenma había…

    ¡No! No estaba muerto. Tenía que seguir pensando que no lo estaba.

    Hikaru no dejaba de oír los chirridos de las armas. Otra vez. Le estaban entrando ganas de hacer que todos tiraran todas sus armaduras para que se callasen de una vez.

    Miró a Tsurugi. Él cargaba con el cuerpo inerte de Tenma a sus espaldas, armadura incluida. Lo había querido probar él, pero el cazador tenía muchísima más fuerza.

    —No está muerto… —susurró, de forma casi inaudible.

    Las imágenes en su cabeza y su sensibilidad al sonido del metal entrechocar había vuelto nada más darse cuenta de que Tenma había caído en esa especie de ausencia “no-del-todo-muerta”. Fue como darse un porrazo contra la realidad. Fue como si la reaparición de Ichiban y saber que Hinano estaba bien hubieran sido solamente una ilusión. Ichiban nunca había caído herido en el río, en la mente de Hikaru. Había estado allí siempre, pero su lamento y su propio trauma habían hecho que pasara desapercibido.

    Esta vez no se sentía como unos pocos días atrás, que apenas podía moverse. Odiaba ese ruido, odiaba lo que estaba pasando a todos y cada uno de sus amigos, pero, pese al miedo atroz, lo que sentía era ira. No podía pasar absolutamente nada bueno sin que hubiera un horrible desenlace a la vuelta de la esquina. Estaba harto de que le pillara desprevenido. Sentía que cada vez confiaba menos en lo que el mundo y los dioses podían ofrecerle. No le había traído más que desgracias.

    Sentía que daba un paso más allá que esos descreídos que habían ido combatiendo. Odiaba a los dioses. A todos. Empezaba a entender a los cazadores.

    Se obligaba a mantener la vista al frente. No quería combatir, quería que todo aquello acabara, pero tenía que seguir mirando el curso del camino. Se acabaría pronto.

    Shindou y Kirino llevaban la delantera por una vez. Kirino era hijo de Hécate. Sabía dónde buscarla y encontrarla, y probablemente sería quien canalizara la magia que fuera necesaria para devolver el alma de Tenma a su cuerpo. O algo así era lo que había explicado antes de ponerse en marcha.

    Él iba en segunda línea. Kariya, cuando no estaba haciendo guardia por los alrededores, le acompañaba. Era el único, además de Ichiban, que conseguía controlar un poco sus nervios y centrarle. No sabía si tenía alguna clase de magia para calmarle o algo así, pero era de agradecer su presencia. Además, por primera vez desde el inicio de ese desgraciado viaje, sentía que conectaba muy bien con él. Habían pasado buenos ratos, y se estaban ayudando en los malos. Y, cuando nadie miraba, Hikaru se abría expresando el horror que sentía y el odio que destilaba hacia sus nuevos enemigos divinos.

    —Si te concentras en odiarles, perderás de vista tu primer objetivo —le recomendó en una de esas conversaciones Kariya.
    —Cuando recuperemos a Tenma y el Escorpión se marche, no tendré nada que ver con ellos. Salvo vidas porque hay que hacerlo, no porque los dioses me lo pidan por favor.

    Los caminos entre las montañas y los bosques empezaron a abrirse al cabo de un día y medio de viaje lento y cansado. Empezaron a verse más espacios abiertos y medianamente planos entre las montañas. Discurrían ya entre valles anchos.

    Hubo un punto en el que Kirino frenó en seco.

    —Hemos llegado.

    Todo el mundo miró a su alrededor. Más allá en el camino se atisbaba un santuario pequeño y un bosque que se encaramaba en una colina.

    —¿Es eso? —preguntó Kidou.
    —No. Aquí, justo aquí.

    Todos inspeccionaban su alrededor con ansias. Lo único que había era un par o tres de desvíos del camino que cruzaba el valle, al lado de un riachuelo que empezaba a cobrar fuerza en ese sitio.

    —¿Eso no es el santuario de Olimpia? —preguntó Tsurugi—. Ha crecido desde la última vez que lo vimos. Antes no eran más que un puñado de tumbas al lado de un bosque(1).
    —Ya entiendo —dedujo Fudou—. Olimpia es un punto de reunión desde muchas regiones. Muchos caminos. La diosa Hécate protege los caminos y las encrucijadas.
    —Pero desde la naturaleza —puntualizó Kirino—. Nunca se acercaría a la civilización más allá de sus puertas. Y para ella, sus puertas son los cruces de caminos fuera de ellas. Hay que esperarla aquí.

    Apenas habría una hora de camino hasta Olimpia, y bajo la relativamente pobre cobertura de los árboles en ese cruce de caminos, el grupo de guerreros montó su campamento. Kirino había detallado que era más fácil encontrar a Hécate o a alguna de sus seguidoras durante la noche.

    —¿Sus seguidoras?
    —Las ninfas del inframundo, las Lámpades —explicó Kirino—. Apenas se las ve, pero atienden a los viajeros perdidos, protegen los caminos más peligrosos y asisten a Hécate en sus viajes y en la magia.
    —Y además, están locas —se rio Fudou.
    —¿Cómo que “locas”? —preguntó Kidou.
    —Su magia induce visiones. Según lo que he oído, su propia experiencia en el inframundo se muestra ante ti si miras fijamente las antorchas que llevan cuando marchan de noche.
    —Hay que seguirles el juego hasta que pueda llamar la atención de mi madre —cortó Kirino—. Las ninfas me reconocerán enseguida, pero puede que no me ayuden. Mi madre sí lo hará.

    Kirino entonces empezó a dibujar unas líneas en la tierra suelta del camino. Se parecía mucho al tatuaje que tenía en el cuello, pero cuando lo tuvo terminado no hizo nada con él.

    Cuando vio que nada sucedía, Hikaru simplemente se despistó. Quería hundirse en sus pensamientos, no oír nada y solamente despreciar a aquellos que le habían hecho pasar a él y a toda su familia y sus amigos por algo tan horrible como la guerra.

    Pero, por supuesto, no pudo. Kariya se sentó delante de él.

    —No hagas eso.
    —¿El qué?
    —Atormentarte.
    —¿Por qué?
    —Porque te intoxicarás.
    —Muy poético —replicó Hikaru, fastidiado.
    —Lo digo en serio. Ahora puedes salir de tus pensamientos y concentrarte en lo que estás haciendo. ¿Qué pasará cuando no puedas volver a la realidad? ¿Y si tus amigos, los que aún tienes, estuvieran en peligro y tú estuvieras encerrado en tu cabeza?
    —Eso no pasará.
    —Podría pasarte. Podrías dejarte llevar por tu ego, por creer que todo lo malo te pasa a ti, y podrías despistarte un segundo. Uno. Y con eso bastaría para perder todo lo que te queda.

    Hikaru levantó la mirada, sintiéndose culpable de repente. A la vez, una punzada de tristeza le había llegado desde Kariya.

    —¿Te ha pasado algo así?
    —Atsuya.
    —¿El hermano de Fubuki?
    —Sí. Su vuelta al cielo fue porque no estábamos concentrados. Estábamos obsesionados en perseguir al Toro, a demostrar a los dioses que no nos merecíamos su castigo, y nos olvidamos de proteger a alguien que acabó dando la vida por nosotros. —Hikaru no supo qué decir, pero Kariya siguió hablando después de un suspiro—. Oye, ya sé que no te puedo convencer de que no hagas algo. Se aprende de los errores, no de las advertencias. Pero somos amigos, estoy aquí, todos lo estamos.

    El tireano siguió en silencio, pero asintió. Luego perdió la mirada en el horizonte, donde el sol empezaba a dar señales de querer marcharse de Grecia de nuevo. Kariya tampoco dijo nada en un buen rato, pero permaneció a su lado.

    —¿Qué pasará cuando acabemos con nuestra misión? ¿Volveréis al cielo?
    —No tengo ni idea —musitó Kariya—. Sólo espero estar haciendo las cosas lo suficientemente bien para que no nos encierren allí arriba de nuevo.
    Hikaru no le miró. En su lugar, fijaba la vista en Tsurugi, quien no se despegaba del cuerpo de Tenma. Parecía destrozado por algo que ni siquiera era su culpa y cuidaba de Tenma sobremanera. Justo lo contrario de lo que había estado haciendo él todo este tiempo, que había alejado a todos.

    La necesidad surgió de su cuerpo como si hubiera estado acechando durante semanas en su interior: buscó a tientas la mano de Kariya y la garró bien fuerte cuando la encontró. No quería romper a llorar allí mismo, no quería demostrar una vez más lo egoísta que había estado siendo durante ese tiempo.

    Notó que Kariya le miraba, pero no tuvo valor de devolvérsela. Sólo se mantuvo así durante un largo rato, hasta que el sol empezó a hundirse en el mar.

    —Preparaos. Están al caer —anunció Kirino—. Y no miréis más arriba de sus cinturas.

    El crepúsculo trajo consigo niebla de las montañas. Hikaru se levantó, con los demás, intentando buscar a aquellas misteriosas ninfas. Tampoco sabían de donde vendrían, ni su aspecto, así que no sabía a qué atenerse.

    Le despistó una luz repentina: Kirino estaba activando con su magia los trazos que había realizado unas horas antes. Todos se movieron con intranquilidad cuando los zarcillos de luz verde y azul se expandieron a su alrededor como raíces hasta encontrar todos los caminos de esa encrucijada. Hikaru levantó la mirada hacia los caminos y, al final, encontró unas figuras iluminadas que se acercaban. Estaban lejos aún, pero podía distinguir sus brazos con las antorchas en alto, así que inmediatamente se obligó a mirar a los pies.

    —¡Que nadie las mire! —ordenó Kirino.

    El corazón le latía a mil por hora. No estaba pasando nada de sobrenatural, fuera de la magia de Kirino, así que supuso que estaba a salvo de la locura que transmitían esas antorchas. No había visiones del inframundo, ni monstruos, ni muerte.

    Miró a los lados, sin levantar la mirada del suelo. Kariya seguía a su lado; el cuerpo de Tenma estaba expuesto cerca de Tsurugi; el resto de cazadores estaban por delante de Kirino y de sus compañeros de viaje; Shindou estaba al lado de su amante. De ninguno de ellos podía ver si tenían la cabeza gacha como él.

    Las lámpades se acercaron entonando cánticos entre susurros en una lengua que Hikaru apenas llegaba a comprender. A saber cuánto tiempo haría que esa forma de hablar desapareció.

    —Lamento interrumpir vuestro periplo —les habló con respeto Kirino, aunque se notaba autoridad en su voz—. Necesito hablar con vuestra señora.

    Los susurros cesaron. Hikaru notó a las lámpades muy cerca de él, deteniéndose.

    —Un alma que ha sido secuestrada —dijo una de ellas, algo aletargada—. Quieres que la Maga te ayude.
    —Sí.
    —No es a ti a quien va a ayudar —dijo otra—. En cambio, a nosotras nos interesas.

    La luz que Hikaru podía ver de las antorchas se volvió azulada y verdosa, como la magia de Kirino, y de repente las seis lámpades se echaron encima del hijo de Hécate. Los cazadores y Shindou se lanzaron a rescatarle, y Kidou ordenó una formación, recalcando no mirar a las lámpades directamente, como si fueran Medusa.

    —¡Dejad que se me lleven! —gritó Kirino, envuelto en una maraña de brazos que le apresaban e intentaban internarlo en el bosque de nuevo—. ¡Ellas os guiarán hacia Hécate!

    Visto y no visto. Las lámpades y Kirino se transformaron en una gran luz de los dos colores de la magia de Hécate y flotó con rapidez hasta los primeros árboles.

    —¡No la perdáis de vista! —ordenó Fudou a los suyos—. Tsurugi, deja al tireano con los suyos.

    El cazador cargó con Tenma hasta mí. Ichiban corrió a ayudar a Hikaru cuando empezó a sentir el peso masivo del cuerpo de su compañero.

    —Vamos —le instó Hikaru—. Quiero encontrar a Hécate.

    Los tireanos avanzaron en grupo, unidos, a paso considerablemente más lento que los cazadores y de la luz de las lámpades, pero se dispersaron hacia la derecha de donde aquéllos se habían dirigido, sólo para cubrir más espacio.

    Fue empezar a distanciarse y que los gritos empezaran a extenderse. De repente, Goenji había empezado a gritar. Todos acudieron a su lado, pero él simplemente gritaba, intentaba taparse los ojos. Kidou le atendió enseguida.

    Entonces Hikaru sintió el peso completo de Tenma.

    —¿Ichiban? No puedo…

    Ichiban se había quedado mirando al infinito. Hikaru comprobó hacia donde miraba, pero no había antorchas de la locura y nada parecido, sólo la oscuridad incompleta del crepúsculo.

    —¿Kidou…?

    Él parecía que se había quedado mudo, pues se arañaba histéricamente la boca, intentando poder sacar algún sonido de ella.

    —¡Hécate, déjales en paz! ¡Sólo hemos pedido ayuda! —gritó Hikaru, enfadado—. ¡Sólo queremos que vuelva nuestro amigo!

    Pasaron unos tensos segundos hasta que una figura lo oscureció todo con una niebla que desprendía. Eran tres mujeres muy juntas, que permanecían inmóviles a unos metros delante de Hikaru. Dos de ellas no le miraban siquiera. Él quiso acercarse, y fue entonces que se dio cuenta de que de sus amigos no quedaba nada, ni sus cuerpos. El de tenma también había desaparecido.

    —Tú no eres así, Hikaru. No he venirte a hacerte daño.
    —¡¿Y mis amigos?!
    —Están bien. Te lo aseguro. Pero tú…

    La niebla se arremolinó mostrando su propio cuerpo tumbado en una cama, a su izquierda. Se movía a duras penas y balbuceaba.

    Y era viejo.

    —Ese no soy yo.
    —Lo serás.
    —Quiero a Tenma de vuelta, no que me enseñes mi futuro.

    Un ademán de la diosa, y el alma de Tenma apareció al lado de la cama ficticia. El alma estaba intacta, tan joven como siempre, pero con una mirada preocupada. Intentaba hablarle directamente a él, pero tampoco tenía voz.

    —Te devolveré a tu amigo. Sois muy jóvenes para sufrir por culpa de unos descreídos. Pero quería hablar contigo. Quería recordarte que el menos cuerdo de todos eres tú.
    —Viviré con ello cuando acabe esta guerra —replicó.
    —¿Seguro? —lanzó al aire. Dejó pasar unos segundos de duda, en los que Hikaru miró a su figura delirante envejecida—. Podría sanarte del daño que Zeus te provocó al invocar su rayo.

    Las palabras de los cazadores resonaron en la cabeza: “los dioses nunca regalan, siempre intercambian”.

    —¿Dónde está la trampa?
    —No hay. Puedo volver tu mente al estado en el que estaba antes de salir de tu casa. ¿Cómo eras antes de irte de Tirea?

    Una figura de él mismo apareció al lado opuesto que su figura enferma y del alma de Tenma. Un chico firme, sonriente, tranquilo. No pensaba que pudiera ser él mismo apenas unas semanas atrás.

    Era una ilusión muy convincente. Quería volver a ser lo que era, definitivamente.

    Entonces pensó en los consejos de sus compañeros y de los cazadores, en especial de Kariya. Si aceptaba aquella proposición, ¿tendría la capacidad de entender por lo que estaban pasando sus amigos? Sería como si retrocediera en el tiempo, pero ellos siguieran adelante. El simple hecho de pensar que podría quedarse atrás le aterraba. Eran un equipo, estaban juntos, todo porque sabían por lo que cada uno había pasado y se entendían mutuamente. Si aceptaba el regalo de Hécate no sólo quedaría fuera de ello, sino que tendría que volverlo a aprender, quizás de una forma aún más dolorosa que la de Zeus irrumpiendo en su mente con el rayo.

    —No puedo aceptar tu proposición —musitó, pensando que estaba equivocándose, en el fondo.

    La imagen del Hikaru feliz se desvaneció. El alma de Tenma flotó hacia él.

    —Es una decisión dolorosa, pero sabia. Los dioses Olímpicos han hecho bien confiando en vosotros, por una vez.
    —¿Era una prueba? —preguntó Hikaru, algo más relajado teniendo a su amigo cerca.
    —Podría decirse. Soy la diosa de todas las encrucijadas incluso las metafóricas. Y cada una de ellas implica una decisión, como la que has tomado. Has elegido el camino difícil, pero también te hará más feliz. Tienes mi reconocimiento y por ello te daré un consejo contra esa criatura: el día y la luz debilita su magia. Usadlo en vuestro favor.

    Antes de que Hikaru pudiera replicar, todo se desvaneció, incluida el alma de Tenma, y apareció tumbado en la hierba, boca arriba, mirando las copas de los árboles. Al instante, oyó ruido de armas molestándole y a Kidou y a Ichiban intentando hacerle reaccionar.

    —Ya vuelve en sí —anunció Kidou.
    —¿Qué ha pasado? —balbuceó.
    —Te has desmayado —le dijo Kirino, acercándose a él—. Cuando las lámpades han aparecido en el camino te has desplomado.
    —¿Qué…? No, eso no es lo que ha pasado… tú… te habían secuestrado…
    —Miraste las antorchas sin querer.

    Hikaru sintió como si un puñetazo en el estómago hubiera reaparecido de golpe. Se levantó tan rápido como fue capaz, buscando a Tenma.

    —¿Dónde está? ¿Está bien?

    Tenma estaba durmiendo de lado, a unos pocos metros, nada que ver con la cara pálida y asustada que había tenido hasta entonces. Tsurugi estaba sentado a su lado con mucha mejor cara.

    —¿Qué ha pasado? —repitió.
    —Las lámpades te han atendido. Hécate no ha aparecido en ningún momento ante nosotros —Kirino sonó dolido ante su propia explicación— pero te oímos hablar aún estando desmayado. Estabas teniendo visiones y hablabas con ella. Casi no te entendíamos, pero en algún punto, las lámpades hicieron aparecer el alma de tu amigo y ésta volvió sola a su sitio. Tenma descansa sano y salvo.

    Hikaru miró a su alrededor, casi todos los ojos mirándole, y se dejó caer de nuevo en la hierba.

    —Yo también necesito descansar…

    Todo había sido una visión. Había sido aterrador. Todo por mirar hacia las antorchas. O quizás porque ya había perdido un poco de su cordura, había atraído a las ninfas y a Hécate.

    Sea como fuere, había salvado a Tenma de una forma bastante poco usual. Eso era todo lo que importaba. Viviría con su locura, ya lo había estado aceptando. Pero le agradó saber que no todos los dioses eran como los Olímpicos.

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    (1): Olimpia existe desde la época de Troya. Empezó siendo un santuario a los muertos, luego a la naturaleza, y con el tiempo fue creciendo y haciéndose famoso por representar un cruce de caminos entre las montañas y la costa oeste, hasta llegar a tal importancia durante el siglo VIII aC que se inició allí la tradición de los famosísimos Juegos Olímpicos, el 776 aC, con un registro escrito incluso (muy poco frecuente). No serían los únicos juegos (y ni siquiera fueron los primeros), pero eso os indica lo importante de su localización. En esta historia, los Juegos aún no existen, pero el santuario ya tiene cierto renombre.
     
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    Vale, la constancia en este fic no es lo mío, pero por fin tengo una nueva actualización, y ya he configurado el orden y contenido de los últimos capítulos de todo el fic. Una vez termine, no habrá más actualizaciones. ¡Espero que os guste!

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    24. Aquí llega el sol



    Hikaru durmió hasta el amanecer siguiente sin pesadillas, sin ruidos molestándole, sumido en un sueño pacífico en el que estaba con sus amigos en Tirea, en casa, pasando el día. Le supo un poco mal despertarse, pero se le pasó en seguida cuando vio a Tenma de pie, armado, hablando con Tsurugi.

    —¡Tenma!
    —¡Hola! —El tireano recibió el abrazo de su amigo con cuidado—. Hola…
    —Nos habías asustado —dijo con voz queda.
    —Y tú me has salvado. Está todo bien.

    Hikaru se recompuso y dejó en paz a Tenma. Tsurugi les estaba mirando a ambos con cara de haber experimentado él mismo esa escena antes.

    —¿He sido el último en despertar? —preguntó.
    —Sí, necesitabas ese descanso —contestó Kidou, acercándose y dándole un abrazo—. Estamos preparándonos para irnos. Cuando Goenji y Fubuki vuelvan de su guardia partimos al oeste.

    Hikaru asintió y observó el bosque donde en su visión se había adentrado. Se acordó enseguida de lo que Hécate le dijo sobre el Escorpión, y se alegró de estar en medio del camino, y no entre los árboles. La oscuridad favorecía a la criatura.

    —¿Te dijo algo especial mi madre? —preguntó Kirino, sorprendiéndole. Shindou estaba con él.
    —Sí, luego lo cuento. Fue una conversación… muy pobre —mintió Hikaru. Se veía en la cara de Kirino que le dolía que su madre no hubiera contactado con él, además de con Hikaru—. Apenas dijo nada a parte de hablarme del Escorpión y de Tenma.

    Probablemente aquella última frase no habría ayudado a Kirino a sentirse mejor. Hikaru metiendo la pata hasta el fondo. El mago asintió, algo afectado, y se fue con Shindou a seguir hablando sobre sus propias cosas, algo apartados del grupo.

    Hikaru miró hacia el bosque de nuevo. Justo delante de los primeros árboles estaba Kariya, quien le estaba observando. “Ahora no te le quedes mirando”, se dijo Hikaru, y se acercó al cazador.

    —¿Te encuentras bien? —preguntó Kariya.
    —Sí.

    Vale, cuatro palabras y ya estaba resultando incómodo. Por suerte, el cazador tenía más preguntas en mente.

    —¿Qué te dijo Hécate? Hablaste en sueños de algo de una decisión.
    —Me propuso curarme del daño que Zeus me causó. —Kariya se irguió un poco. Hikaru le vio algo reacio y se apresuró a responder—. No, no, le dije que no. Ojalá, pero no. Tengo que vivir con ello.
    —¡Me alegra que tomaras la decisión correcta! —exclamó, acercándosele a revolver su pelo con fuerza. Hikaru pensó que le hundiría en la tierra hasta las rodillas—. Volvamos con el grupo, casi vamos a partir ya.

    Hikaru se deshizo de su ilusión. Kariya se había mostrado comprensivo y mucho más tranquilo y mucho menos gamberro que cuando se conocieron en Argos, pero ahí volvía de nuevo. Pensaba que se habría acercado a él. ¿Qué significaba aquello?

    * * *


    Entre los árboles y con mucho cuidado, Goenji y Fubuki patrullaban, con ojos en todas partes. El can había asegurado que allí no había nada, o habría atacado por la noche, pero el grupo no se había fiado. De todas maneras, era raro, según el resto de cazadores, que servidores de dioses como las ninfas de Hécate y criaturas como el Escorpión estuvieran tan cerca las unas de las otras.

    Así que caminaban el uno al lado del otro, en silencio. Fubuki se mostraba más bien inquieto. Más de lo habitual, mejor dicho, pues desde la pérdida de su hermano, Goenji había visto cómo su miedo y su paranoia se apoderaba de él en momentos insospechados, y huía a hacer las guardias para disimularlo.

    —¿Te encuentras bien?

    Fubuki le miró, dispuesto a mentirle, a inventarse algo, pero no pudo.

    —¿Qué pasará cuando derrotemos al Escorpión y a los descreídos?

    Caminaron unos pasos más antes de que Goenji respondiera.

    —No lo sé. Los dioses podrían decidir cualquier cosa. Nosotros seguiremos aquí, y tu hermano seguirá en el cielo. ¿Es eso lo que te preocupa?
    —No quiero irme… —Poco a poco se acercó a Goenji para abrazarle—. Tengo miedo, siento tristeza por mi hermano, pero contigo me siento real, vivo, no perdido en el cielo.

    Goenji aceptó el abrazo con ternura. Fubuki era encantador para él, pero no podía dejar de pensar que el perro celestial sólo se sentía tan cercano a él porque había sido su refugio todos estos días. Le encantaba cuidar de él y hasta podía decir que se había enamorado de él, pero no creía que estuviera correspondido de la misma manera.

    Le enfadaba haberse dejado vencer por sus sentimientos por algo tan volátil, efímero y condicionado.

    —Aprecio mucho tu compañía, en serio —empezó, bastante serio—, pero tienes que empezar a pensar en ti. No podré cuidarte siempre. Apenas te he podido ayudar estos días.

    Fubuki se separó y le miró a los ojos, algo anonadado. El rubio, en cambio, estaba luchando para mantener la compostura ante esos ojos grises. En cualquier momento se le echaría encima si mantenía esa presión.

    —Vale —musitó Fubuki, bajando la mirada—. Vale, lo entiendo. Pero, hasta que todo se decida, ¿estaremos juntos?
    —Claro que sí —le sonrió. Imposible aguantarse.

    Si hubo un buen momento para romper la tensión de la escena, fue ése. Fubuki giró de repente la cabeza hacia el este, por el camino por donde habían llegado a la encrucijada.

    —¿Qué pasa?
    —Alguien nos sigue, está muy cerca.
    —¿Es malo? ¿El Escorpión?
    —No, un dios. Su esencia… se está desvaneciendo, pero es un dios, sin duda.
    —Hay que avisar.
    —Sí. Dame la mano. —Nada que ver con ese débil Fubuki de hacía un momento. Progresos en su propia autoestima los había hecho, parecía muy seguro. Goenji aceptó—. No te asustes.

    Goenji sintió su cuerpo deshacerse de una forma bastante horrible cuando ambos salieron corriendo, casi volando entre los árboles. Tardó unos instantes en comprender que literalmente se había fundido con Fubuki en una nube de estrellas. La misma estela que dejaban los cazadores cuando usaban sus poderes. Le parecía que en cualquier momento iba a echar el desayuno, pero fue tan rápido que no le dio tiempo de darse cuenta de que ya volvían estar fuera del bosque.

    —¿Cómo aguantáis esto siempre? —preguntó, dejándose caer en el suelo, delante del resto del grupo.
    —Un dios se acerca a nosotros. Nos ha estado siguiendo —anunció Fubuki, haciendo caso omiso de la queja de su compañero.
    —Ése podría ser Hinano —saltó inmediatamente Ichiban—. La ninfa me dijo que estaba con un dios y que venían.
    —¿Y si no lo es? —repuso Fudou.
    —Da igual, no podemos vencer a un dios, si es lo que piensas —le replicó Kidou—. Esperaremos.

    Goenji fue atendido por sus compañeros, que le dieron un poco de agua y le dejaron descansar un poco. Él dijo que nunca dejaran que un cazador les transportara usando sus poderes.

    La presencia del dios se fue haciendo más potente rápidamente. En apenas unos dios minutos, un punto brillante apareció en la lejanía. Como más se acercaba, más brillante se hacía, pero también más claro, y al final pudieron ver que efectivamente era un dios acompañando a Hinano. Los dos parecían flotar mientras el dios, uno con el pelo naranja, prácticamente flotaba al correr.

    —¡¡HINANOOOO!! —chilló Tenma con todas sus fuerzas, haciendo cueva con sus manos en la boca. En la lejanía, un grito apagado le contestó con su nombre—. ¡Es él!

    Los tireanos se adelantaron todos unos pasos para recibir al más que feliz Hinano, que iba armado como siempre y lucía un aura de energía y confianza que tumbaba de espaldas a cualquiera que estuviera teniendo un mal día. Hinano se abrazó con cariño a todos sus compañeros, en especial a Ichiban, a quien se alegraba más de ver totalmente curado de su herida.

    —Bueno, presentaciones —dijo Hinano, cuando se unieron a los cazadores—. Este es Taiyo, hijo de Apolo. Estoy en deuda con él por muchas razones, y nos ha venido a ayudar.
    —Queda uno de los monstruos, ¿verdad? ¿Os habéis enfrentado a él?

    El aire se enfrió de repente. Tenma se puso instintivamente una mano en el pecho.

    —Sí —dijo muy escuetamente Tsurugi—. ¿Vas a ayudarnos a derrotarle?
    —En cuanto cumpla su cometido, los dioses le volverán a poner en el firmamento —negó formalmente—. Pero supongo que también os atacará a vosotros si tiene ocasión.

    Hikaru sintió un escalofrío al notar que todas las piezas encajaban, de una manera muy cruel y aleatoria.

    —¿Tienes poderes de Apolo como dios del sol? —inquirió. Taiyo afirmó y puntualizó que eran débiles, pues era su padre quien se encargaba de la tarea de la luz solar—. Entonces lo que me dijo Hécate nos va a ayudar. Dijo que el Escorpión era débil a la luz. Mientras Taiyo nos acompañe, el Escorpión huirá de nosotros.
    —Hasta la noche —detalló el dios—. Cuando llega la noche, mi luz desaparece hasta que mi padre hace amanecer. De todas maneras, el Escorpión notará mi presencia, no osará atacar a un dios.
    —Entonces tenemos que ponernos en marcha ya —sentenció Kidou—. Podríamos llegar hoy mismo a las llanuras de la Élide y encontrarnos con el ejército de Corinto.
    —No se hable más.

    El grupo al completo se puso en marcha. De nuevo, fueron unas horas muy animadas en las que los jóvenes recuperaron el tiempo perdido con Hinano. Le hicieron preguntas de todo tipo excepto de Taiyo, porque permanecía todo el tiempo a su lado.

    —Parece que hasta tú tienes poderes o algo así —comentó Tenma.
    —Estar tan cerca de un dios hace que se te contagie una parte, supongo. Pero de lo que tengo ganas es de solucionar esto y volver a casa. Taiyo también tiene que volver, por eso viene con nosotros.

    El dios no tuvo ningún reparo en contarles que le habían echado del Olimpo por haber transgredido las normas en favor de Hinano. A todos pareció que le dolía igual, pero estaba convencido que estando con quien amaba y trabajando por poner orden en la última ciudad descreída conseguiría el permiso para regresar.

    Todos miraron de reojo a Hinano cuando dijo “con quien amaba” con una sonrisita socarrona.

    El santuario de Olimpia pasó bastante rápido ante los ojos de todos. Además de viejas tumbas y un camino hacia el bosque sagrado, algunos edificios de madera, incluidos pequeños templos, habían sido construidos allí. La población era escasa, apenas se veía a nadie. Parecía claramente un lugar de paso, con unas pocas personas encargadas de mantener el culto a los dioses.

    —Probablemente la rebelión en la Élide también haya afectado Olimpia. En Delfos había muchísima más gente dedicada a los templos —comentó Kidou, quien había visto de primera mano lo que sucedía en el lugar del Oráculo.

    El descenso hasta la llanura fue muy rápidamente, y pronto costó encontrar bosques donde un escorpión gigante pudiera esconderse. El mar brillaba con fuerza y se puso a su izquierda, pues el camino giró al norte. Aún tenían las colinas fronterizas a su derecha, un lugar que evitarían a toda costa, a fin de encontrarse sorpresas.

    —El Escorpión está cerca —avisó Taiyo, cuando ya habían cruzado el mediodía.
    —¿Cómo lo sabes? ¿Le sientes? —preguntó Tenma.
    —Ni siquiera nosotros podemos sentirle —renegó Fudou.
    —Ha sido creado y tratado por los dioses. Nos podemos detectar mutuamente. Mi presencia le está haciendo moverse hacia Elis a través de las colinas. Podría atacar la ciudad si nos acercamos mucho.
    —Parece que estando tú quiera tomarse su trabajo más seriamente —replicó Kariya—. Nos irá bien que nos deje en paz.
    —Si ataca la ciudad sin ningún tipo de control podría pasar como con Ítaca, lo destruirá todo.

    El dios miró inmediatamente a Shindou y a Kirino, los eternos olvidados en aquel viaje, al parecer. Ellos habían empezado, sin querer, esa aventura cuando llegaron a Tirea.

    —Entonces tendremos que montar campamento lo suficientemente lejos de la ciudad para que el Escorpión se sienta cómodo en su guarida y no ataque —decidió Kidou—. También esperamos encontrarnos con los corintios, que prometieron ayuda para asediar la ciudad y restaurar el orden.
    Hikaru echó la vista atrás hacia Olimpia y los pueblos y pequeñas ciudades que habían ido encontrando a lo largo de ese camino hacia la Élide. El santuario y otra pequeña ciudad aún se podían ver.
    —¿Alguien sabe quién es rey en esta región?
    —Un hombre llamado Layas, hijo de Óxilo, de Etolia(1) —informó Taiyo—. Él no es un descreído, pero sus próximos creen que los dioses les han abandonado porque les gobierna el hijo de un extranjero. Probablemente lo tienen encerrado en Elis.
    —¿Cómo sabes todo eso?
    —No nos cuesta mucho averiguar cosas con los poderes de adivinación que tenemos en el Olimpo —sonrió con poderío.

    Ante esa sonrisa, Hikaru sintió un escalofrío indecente que le recordó a cuando estuvieron allí arriba, en la casa de los dioses, y era casi imposible contener sus instintos. El resto de sus compañeros, incluido Hinano, tenían aspecto de estar pasando por lo mismo. Sólo el rubio lo estaría disfrutando.

    Hacia al atardecer, ya se podía ver la ciudad de Elis en medio de la llanura, con un río cruzándola. Parecía en un estado aceptable, no había humo ni llamas a la vista, ni monstruos intentando arrasarla, ni tampoco un ejército cercano.

    —Quizás somos los primeros en llegar… —comentó Goenji.
    —El ejército de Corinto era más rápido que nosotros, seguro que están allí y no les vemos —repuso Kidou—. ¿Qué hay del Escorpión?
    —Sigue alejándose de nosotros y acercándose a Elis, pero no sale de las colinas. Quizás sólo ataque la ciudad de noche. No parece dispuesto a descubrirse durante el día.
    —Perfecto. Montamos campamento hoy, y mañana vamos a buscar al ejército de Corinto. Todo se precipitará a partir de entonces, tendremos que estar preparados para una batalla a dos bandas.
    —Serviré de muralla mientras sea de día, pero por la noche tendrán que ser los cazadores quienes luchen contra el Escorpión. El hijo de Hécate podría ser de utilidad también, la noche está de su lado.

    Kirino se vio sorprendido por la cantidad de cosas que sabía el dios y aceptó el encargo de hacer frente a la criatura si era necesario.

    El resto, en especial los tireanos, planearon sus propias estrategias durante un buen rato. En el caso del grupo de Kidou, dependían totalmente de poderes superiores: el dios, el ejército de Corinto, los propios cazadores… Poca cosa podían hacer aparte de intentar convencer a los descreídos o unirse a las filas corintias. Era de nuevo la mala experiencia con los espartanos, sentirse tan pequeño.

    Cuando se hizo de noche, la luz de Taiyo se apagó a su alrededor. Parecía un humano más. Todos se reunieron al alrededor de un fuego para cenar y relajarse antes de que acabara el que probablemente fuera el último día de relativa calma antes de la última batalla.

    —¿No os han prestado más ayuda los dioses que la que recibisteis en el Olimpo? —preguntó Taiyo.
    —Poca, pero nos hemos ido apañando —resumió rápidamente Goenji.
    —Hécate nos ayudó a recuperar el alma de Tenma ayer mismo —añadió Kidou—. Y nos dio la pista de que el día nos ayudaría contra el Escorpión.
    —¿Nada más? Vaya, para ser que peligra nuestra salud, os han dado poco más que un “buena suerte” —rezongó el dios—. Yo estaba a favor de daros más herramientas para ayudar a devolver las estrellas al firmamento.

    Hubo un momento de silencio, pues no dejaba de ser que los cazadores también venían de allí. Eran Orión. Además, Kidou se miró su armamento, a su espalda. Allí aún había la Sarisa, la lanza especial de Atenea que no erraba el tiro al lanzarse. El estratega estaba casi seguro de que solamente podría usarla una vez.

    —Creo que esa lanza está ahí para el Escorpión —musitó. El resto le miró, pero no dijo nada al respecto.

    Cuando todos más o menos se fueron a dormir y los cazadores comenzaron las patrullas nocturnas (ayudados por Taiyo, que seguía sintiendo al Escorpión pese a que sus poderes activos se habían apagado temporalmente), Kariya llevó aparte a Hikaru.

    —Oye, perdona lo de esta mañana.
    —¿El qué?
    —Ya sabes, la sacudida…
    —Ah…
    —Estaba nervioso. Lo pasé mal ayer cuando te desmayaste. Oí cosas que no quería oír de boca de esa diosa. Las intuí. No quería que… bueno, en fin, da igual.
    —No huyas —le replicó bruscamente Hikaru—. Me enseñaste a luchar, pero tú haces lo contrario ahora. ¿Qué es lo que quieres de mí?

    La repentina reacción del tireano dejó a Kariya algo estupefacto y tardó unos segundos en pensarse una respuesta.

    —Fudou nos dijo al inicio de esta locura “divertíos, por fin podemos bajar a la Tierra”. Me he divertido demasiado y tendré que volver allá arriba. No he pensado en las consecuencias. Y tampoco he tenido tiempo de ser un tonto de remate mientras me enamoro de ti. Siempre ha estado todo esto… Los dioses, siempre en medio. Tienes razón, no puedo huir. Tengo que afrontar la realidad. Y la realidad es que no hay tiempo ni espacio para hacer una tontería.

    Kariya entonces se envolvió en su cortina celestial y salió a la patrulla nocturna. Hikaru se sentó al lado del fuego y maldijo miles de veces más los dioses por haber sido tan tonto y tan inocente todo este tiempo. Se quedó dormido antes de que el cazador volviera, sufriendo las pesadillas una vez más.

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    (1): Etolia es la región al norte de la Élide, al otro del mar. Es vecina inmediata de la región en la que se encuentra Delfos.
     
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    Bueno, llego ya con el capítulo 25. Según mis planes, el fic se acaba en el 28, así que aprovechad para los shippeos mientras podáis :D debido a que llevo tres años y medio con esta historia en marcha, dudo que me ponga a hacer extras con lemon sólo por el fanservice, así que sólo diré que disfruten de los capítulos finales :)

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    25. Una ayudita de Ares



    El pequeño campamento se levantó temprano. Nada más rayar el amanecer, el sol pegó con fuerza en la llanura y no hubo manera de seguir durmiendo. Por suerte, eso les convino mucho: un cuerno sonó en la lejanía.

    —Tiene que ser el ejército corintio —señaló Kidou.
    —Entonces deberíamos movernos antes de que empiece el combate —decidió Fudou—. ¿Qué hay del Escorpión?
    —Espera al acecho en las montañas, pero está ya muy cerca de la ciudad. Se ha movido mientras descansábamos —informó Taiyo, que ya volvía a tener el aura luminosa.

    El grupo no se anduvo con parlamentos. Recogieron sus cosas, acabaron de apagar el fuego, tomaron sus armas y se pusieron en marcha a paso ligero. Iba a ser un día duro.

    Hikaru miró varias veces a Kariya, esperando que él le pillara. El cazador estaba alerta por si el escorpión se veía rodeado y se lanzaba al ataque, así que no tenían ocasión de encontrarse. El tireano se sentía fatal por lo ignorante y poco sensible que había estado el día anterior. Quería decirle que él también le quería, que había sido su apoyo en la mayor parte del viaje, quería hacerle entender que era igual de importante para él, y le mortificaba estar rodeado de soldados listos para la batalla haciendo todos esos ruidos infernales con las armas.

    El darse cuenta del sonido del metal entrechocando provocó que no pudiera dejar de pensar en ello. Enseguida empezó a sudar, y pronto los recuerdos le asaltaron. No eran ni mucho menos tan destructivos como hacía unos días en el bosque, pero le seguían provocando temblores. Y se estaban dirigiendo a algo peor. ¿Qué haría cuando entraran en batalla? ¿Cómo reaccionaría cuando el estruendo del metal se multiplicara exponencialmente por el combate? No podría huir. No sabía lo que pasaría con él.

    Andar metido en su cabeza hizo que se olvidara de mirar al frente. La ciudad de Elis estaba ya relativamente cerca. Se podían ver sus murallas, algo deterioradas por ataques recientes, y todo su alrededor chafado. El río circulaba con calma al sur de la misma, cargado de agua de todos sus afluentes de las montañas. Vadearlo era imposible hasta por lo menos quinientos pasos a la redonda, lo que le daba protección extra ante ataques de ejércitos sureños.

    Las montañas se habían alejado ya, y habían dejado pasar el paisaje marino, en la lejanía, y un montón de tiendas hacia el noreste. Un ejército estaba plantado delante mismo de ellas, preparándose para marchar.

    —Allí están, por fin.
    —Parece que van a ser tantos como los espartanos.

    El ejército empezó a marchar sin ellos. Aceleraron el paso para llegar a su encuentro antes de que el ejército de Elis saliera en defensa de su ciudad.

    —Kariya, avisa a quien sea el general del ejército de que vamos —ordenó Fudou.

    Kariya le miró, echó un ojo por un instante a Hikaru, y luego usó sus poderes para multiplicar su velocidad. El tireano se sintió a medias entre aliviado y arrepentido.

    El grupo vio a los corintios frenar su formación y prestar atención a Kariya. Éste ya se quedó allí, y el ejército con el que estaba no parecía tener ganas de entrar en batalla inmediatamente. Eso dio tiempo a los habitantes de Elis para formar su línea de batalla, aunque estaba dispuesta en dos grandes bloques el uno detrás del otro. Algo que a Hikaru nunca le habían enseñado en Tirea.

    —¿Qué hacen? —preguntó.
    —Tiene que haber un buen motivo por el que hayan metido ese grupo delante del todo. Fíjate, es más pequeño que el de detrás.
    —Podrían ser jabalineros —comentó Goenji—. Peltastas. Se dice que los usan mucho para ataques fugaces y una retirada a tiempo detrás del ejército pesado.

    Hikaru sabía que la pelta era un escudo ligero, más pequeño y en forma de luna boca arriba que servía principalmente para cazar y maniobrar mejor. No sabía que pudiera usarse como formación militar de ningún tipo.

    Cuando el ejército llegó hasta allí, un hombre con la misma constitución del fallecido rey espartano salió a su encuentro. A cada lado había un chico joven. Uno era rematadamente pequeño, llegaría a la cintura de Hikaru. El otro parecía un mercenario de las costas africanas, con un rostro oscurecido por el sol y rastas.

    —Soy Agelas Baquíada, de la legendaria y larga descendencia del rey Baquis, libre de este mundo desde ya hace generaciones. Nosotros y las doscientas familias que formamos la élite de Corinto somos las que os reciben ahora. ¿Fuisteis vosotros los que pedisteis ayuda contra los descreídos?
    —Efectivamente —afirmó Kidou, adelantándose—. Soy Kidou, general de Tirea y somos lo que queda de la expedición contra los descreídos. Liberamos Argos y Licosura. Ahora necesitamos ayuda para convencer a Elis de que se rinda.
    —¡Magnífico! A eso hemos venido nosotros también. Llevamos días intentando entrar en la ciudad, pero los ríos y las llanuras están en favor de los de Elis. Y, en cuanto el atardecer amenaza, una criatura enorme toma nuestro lugar y asedia la ciudad por su cuenta. Nos obliga a retirarnos antes de hora. Es la responsable de todos los desperfectos en las murallas.
    —Es el Escorpión, una de las varias constelaciones que los dioses han enviado por castigarlos. Hacéis bien en retiraros. Es vuestra aliada, pero también es una criatura traicionera. Nuestro trabajo es detenerla una vez la ciudad se rinda y devolverla al firmamento.
    —Supongo que sabéis cómo hacerlo.
    —Sí. —Se giró levemente para mostrar a los cazadores, incluido a Kariya, que había vuelto con los suyos—. Ellos son fragmentos de la constelación de Orión y sus canes ayudantes. Fueron enviados por error, y se están ganando el respeto de los dioses y su perdón ayudándoles. Capturamos al toro gracias a ellos. —Luego hizo espacio para Taiyo y Kirino—. También contamos con un hijo de Apolo y un hijo de Hécate entre nuestras filas. La combinación de poderes del día y la noche nos pondrá la batalla a nuestro favor.
    —Sin duda eso supone una grandísima ventaja —valoró, impresionado—. Os presento a los primogénitos de las familias más importantes de la ciudad. Ares les confirió poderes y una unión más allá de lo carnal que les otorga fiereza ilimitada en batalla. Tetsukado y Shinsuke.

    El chico africano y el bajito saludaron respectivamente.

    —Tenemos que prepararnos para la batalla —finalizó Agelas—. Han salido ya a nuestro encuentro. Considero vuestro grupo como el aliado que nos dará la victoria, así que dejaré que Tetsukado y Shinsuke se unan a vuestras filas. Los poderes divinos funcionan mejor estando todos juntos.
    —Será un honor pelear a vuestro lado —dijo el africano, con una sonrisa feroz. Fudou le sonrió de la misma manera, agradablemente sorprendido—. Os pondremos al día de todo.

    Shinsuke se limitó a asentir y sonreír como un niño pequeño, pero iba igual de bien armado que los demás. Se le notaba la fibra y los músculos allá donde se le podía ver.

    Los primogénitos corintios formaron con ellos y no hicieron preguntas sobre los poderes de cada uno de los cazadores y los hijos de dioses que les acompañaban. Parecían estar sólo centrados en pelear, y explicaron cada uno de los ataques previos a la ciudad.

    —No lo hemos intentado por el río ni por el este. Sus defensas salen demasiado rápido, nos tomaría mucho tiempo formar —explicó Tesukado.
    —En nuestros primeros ataques conseguimos diezmar sus fuerzas con nuestros poderes, y desde entonces no se atreven a avanzar más de lo necesario, y ponen a ese batallón extraño entre la fuerza pesada y nosotros —añadió Shinsuke.
    —Atacar en esa situación es un suicidio —aclaró Kidou—. Sois un blanco demasiado fácil. Y el río no es una opción tampoco.
    —El Escorpión ataca al atardecer, cuando el sol está bajo, y obliga a todos a huir. Ha matado a varios guerreros de ambos bandos, pero prefiere intentar derribar las murallas.
    —Intenta darles una lección, presionando para que entiendan que los dioses están ahí, y están castigándolos. En cuanto abra una brecha en las murallas, todo acabará muy rápido —intervino Shindou—. Así es como los dioses destruyeron mi hogar.

    El grupo marchó por un lateral del ejército corintio, mientras todos formaban a cierta distancia al noreste de Elis y avanzaban lentamente. Los de Elis no se movieron un pelo.

    Mientras avanzaban, Hikaru se puso tremendamente nervioso. Era la primera batalla a gran escala desde Licosura, y aquella no salió nada bien en demasiados sentidos. El metal y su estruendo se le metían en su cabeza. Para distraerse, se fijó en los dos corintios. Estaban adquiriendo un aura roja, parecida a la de Taiyo. Jugueteaban con sus armas como si fueran niños de parvulario y se reían, como si fuera una especie de preparación ritual para el combate. Quizás era el único que lo había pensado, pero creía que eran amantes. Quizás era eso lo que había querido decir Agelas con «unión más allá de lo carnal». Estaban emocionalmente juntos.

    —Hacen buena pareja, ¿eh?—dijo Kariya, apareciendo al lado de Hikaru de repente. El tireano dio un bote—. Suerte en la batalla. No te mueras, o te mato.

    Le dio un beso en la mejilla y él y sus compañeros se abrieron en el campo delante del particular grupo para resultar más amenazadores. Hikaru no fue capaz de decir nada. Sus compañeros eligieron no comentar absolutamente nada, a pesar de que Tenma lo intentó. Los otros le cerraron la boca.

    Visto y no visto, la distancia entre los dos ejércitos se había reducido a unos cincuenta pasos. El sol estaba ya en un punto bastante alto, y ser ya media mañana. El general Agelas dio un paso adelante. Si Hikaru hubiera podido estar cerca de él, habría jurado que miraba hacia el grupo de soldados de detrás del todo entre los de Elis.

    —¡Rendíos! ¡El ejército de Corinto acaba de recibir refuerzos y son emisarios de los mismísimos dioses!

    Las primeras filas enemigas no se movieron. Hubo murmullos en el grupo más cercano a las murallas. Una voz igual de potente e intimidadora salió de ese grupo.

    —¡Eso es mentira! ¡A los dioses no les importamos! Además, qué clase de refuerzos son una decena de soldados jóvenes. ¿Acaso tienen edad ya para acostarse con mujeres?

    La burla agradó a los compañeros. Aquello parecía solo un poco de falsa confianza, pero a Hikaru le dolieron esas palabras igual. Tenma quiso plantarles cara y preguntó por los poderes de todos los de su alrededor.

    —Taiyo y yo tenemos dones proféticos —dijo Kirino—. Él al ser un dios por completo tendrá otros poderes, supongo, pero hay que reservarlos para cuando lo necesitemos de verdad. Y los cazadores no van a caer en una burla tan tonta.

    Eso sentó peor a los jóvenes tireanos, ahora ellos eran los «tontos».

    —Me encantaría cerrarles esa bocaza —dijo osadamente el dios solar— pero vuestro compañero tiene razón. Si hay que pelear, no puedo cansarme demostrando poderes sólo para darme el gusto.

    Entre tanto, Kidou se había pensado una respuesta a las voces de Elis:

    —Sí que les importáis. ¿Quién creéis que ha enviado al Escorpión a atacar todas las noches? ¿Acaso sabéis que Ítaca ha sido arrasada por un monstruo marino? ¿O que Argos y Licosura recibieron ataques similares y ahora los que no creían en los dioses se han rendido? ¡Os habéis quedado solos! Los dioses nos escogieron y venimos aquí a libraros del Escorpión, no a luchar contra vosotros. No queremos derramar sangre.
    —¡Mientes! ¿Por qué acompañas un ejército igual de numeroso que el nuestro si lo que quieres es hacernos un favor? ¡Mentiras! ¡Te han engañado, igual que a nosotros con este rey extranjero que tenemos!
    —¡A los dioses no les interesan los reyes, les interesan los humanos que merezcan su atención, sean quienes sean! ¡Elis vivió feliz con vuestro rey, Layas, al poder, y ahora está siendo castigada estando vosotros en él!

    Se oyeron murmullos en la lejanía, especialmente del grupo delantero. Parecía que Kidou les hubiera convencido, pero no se movían de su posición.

    —Tienen arqueros apostados en las murallas —vio Goenji—. Por eso no se quieren mover. Están protegidos.
    —Tiene que haber algo más, su formación sigue sin tener sentido —añadió Kidou—. No son peltastas, son guerreros con escudo, lanza y espada, como cualquier otro.

    El parlamento no dio para más. Los de Elis ordenaron una carga hacia el lateral de Hikaru y los demás, siendo que parecían más débiles, dispersos y desorganizados. El grupo de detrás avanzó un poco para posicionarse y recibir el impacto de la carga de respuesta corintia.

    La batalla se precipitaba rápidamente hacia Hikaru. Estaba a punto de bloquearse.

    Entonces Kidou y Goenji vieron lo que estaba pasando.

    —¡Mierda! ¡Reducid todo el daño posible a las primeras filas, sólo rompedlas! —dijo inmediatamente Kidou a sus cercanos.
    —¿Por qué? —preguntaron los cazadores.
    —Porque ellos están de nuestro lado —explicó Goenji—. Los descreídos les están obligando a luchar a primera línea como castigo por no seguir su camino.

    De lejos, Hikaru sólo veía caras agrias y furiosas, pero conforme los ejércitos se acercaron a por la primera carga, pudo ver que sus ojos eran angustiosos, dolidos, que rogaban por poder parar el combate y marcharse a casa. No era como los de Licosura, que luchaban siendo chantajeados con su hogar (y eso les hacía más peligrosos). Ellos probablemente habían sido sacados a rastras de sus casas y luego encarcelados. Ya habían perdido mucho.

    —¡Arqueros!
    —¡Escudos!

    Fue muy rápido. A los pocos segundos de que el batallón prisionero de Elis chocara con los laterales del corintio y el grupo de Hikaru, un montón de escudos se levantaron y un montón de flechas cayeron como lluvia torrencial por encima de sus cabezas. Hikaru, que estaba un poco protegido por sus compañeros mayores, se había encogido con el escudo en alto y buscando taparse las orejas por el restallido de escudos y flechas. No, ni de lejos los dioses habían abandonado su cabeza.

    —Cazadores, ¡rodeadlos y desarmadlos! —ordenó Kidou.
    —¡Marchando una de lanzas rotas!

    Hikaru sólo dejó de acobardarse cuando empezó a oír la madera astillándose y a sus (aparentemente) enemigos quedarse si varias de sus armas. Eso fue peor, porque sacaron las espadas, que eran todo metal.

    —¡Escudos en alto a la cara! —gritó entonces Taiyo.

    Los más jóvenes apenas estuvieron a tiempo de levantar de nuevo los escudos cuando un haz de luz destelló violentamente entre los dos grupos de guerreros. Se oyeron gritos de inmediato al otro lado, como si los pobres guerreros de Elis hubieran visto algo horrible.

    —¿Qué has hecho?
    —Les he cegado. No puedo hacer eso muchas veces, pero servirá para dejarles indefensos y que huyan.

    No eran pocos los guerreros que había en ese batallón de prisioneros. Sin arqueros que dispararan desde las murallas por el posible fuego amigo y con los ejércitos ya peleándose como podían, la batalla avanzaba muy lentamente, especialmente del lado de los corintios. Ellos no tenían ayuda divina, y se enfrentaban a los que estaban más convencidos de que los dioses les habían abandonado.

    En cambio, al otro lado, los cazadores trabajaban rápido desarmando a sus rivales. Taiyo lanzaba algún destello de vez en cuando. Tetsukado y Shinsuke, que nunca se separaban el uno del otro, hacían trucos acrobáticos bastante espectaculares con la ayuda de la fuerza de Ares, y podían derribar fácilmente a tres enemigos a la vez cada uno, sólo usando fuerza bruta.

    Cuando por fin los prisioneros se retiraron, aprovechando que sus carceleros estaban entretenidos luchando, habían pasado horas. Los cazadores y los corintios empezaron a presionar el flanco local, pero los tireanos, Shindou y Kirino se dirigieron a la retaguardia, a descansar un poco. Lo hicieron especialmente por Hikaru. Apenas se sostenía en pie por el ataque de nervios. Nadie le había visto hacer nada más que cubrirse con el escudo o cubrir a alguno de sus amigos.

    —¿Cómo te encuentras? —preguntó Tenma. Hikaru no respondió, así que miró a Kirino—. ¿Puedes usar algún tipo de magia para calmarle?
    —Sólo puedo dormirle, y no es seguro aquí.
    —La batalla acabará pronto, estamos con mucha superioridad, ¿me oyes? —insistió Tenma a su amigo. Éste asintió levemente—. Pronto tendrás tu descanso.

    Al cabo de unos minutos, los vítores estallaron por el bando corintio y vieron al bando de Elis retroceder hasta las murallas. La victoria estaba asegurada.

    El problema vino cuando los arqueros empezaron a disparar de nuevo, pero no a sus enemigos.

    —¿Qué está pasando? —exclamó Kidou, buscando a los cazadores y a Taiyo.
    —¡El Escorpión se acerca!

    Hikaru buscó muy nervioso a su alrededor, pero no vio nada en la llanura. Entonces detectó una sombra salir del río. Fue sólo un instante. Estaba tomando la retaguardia de los tireanos.

    —¡Cuidado!

    Taiyo estuvo a tiempo de soltar un destello solar que hizo que el Escorpión perdiera su camuflaje. Los cazadores corrieron a socorrer al grupo mientras los corintios retrocedían rápidamente y la ciudad disparaba flechas sin parar a la criatura, hubiera quien hubiera delante.

    —¡Tenemos que alejarnos del fuego enemigo! —ordenó Kidou, a la desesperada.
    —¡Dejadme al Escorpión para mí! —chilló Taiyo, esquivando una y otra vez el aguijón de la criatura—. ¡Os daré tiempo, huid!

    Algunos de los arqueros siguieron disparándoles a ellos incluso cuando la mayor amenaza no eran ellos, pero se habían alejado bastante como para que les costara mucho apuntar con precisión. Los corintios ya estaban fuera del alcance, formando filas igualmente.

    Cuando por fin ellos se encontraron seguros, Hikaru no pudo evitarlo: se desmayó.

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    ¡Eso es todo! Espero que les haya gustado :)
     
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    ¡Esta vez llego pronto! Desde que tengo un horario en papel para hacer las cosas soy mucho más eficiente y, bueno, aquí me tenéis con otro capítulo :) Este va de batallas, así que no hay mucho amor, pero he intentado meter hasta con calzador algún momento dulce sin que quedara superextraño con el contexto. ¡A disfrutar!

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    26. Asediados día y noche



    Hikaru despertó poco rato después. Le dolían las costillas. Era posible que hubiera caído sobre su escudo, eso lo explicaría.

    —Uh… —renegó.
    —¿Cómo te encuentras? —Tenma y Kirino le observaban. Kariya estaba un par de metros más allá, mirando de reojo mientras hablaba con Ichiban e Hinano.
    —Mareado. Bien. No hay ruido.
    —El dios está luchando contra el Escorpión —explicó brevemente Kirino.
    —¿No debería permitir que atacara a la ciudad? —preguntó Tenma. Kariya y compañía se unieron a ellos tres entonces—. Es decir… fueron los dioses los que enviaron al bicho ese.
    —Taiyo no está hecho de la misma pasta que su padre —replicó Hinano, como si fuera obvio—. No le gusta castigar. Prefiere demostrar las cosas por su cuenta. Le echaron del Olimpo por ello, y se está ganando el pase de vuelta por lo mismo.
    —Ya decía yo —bufó Kariya.
    —¿Qué?
    —Sólo lo hace para volver a su casa.

    Hinano le lanzó una mirada asesina, pero no respondió.

    El día avanzó lentamente. Hikaru se recuperó viendo cómo Taiyo se enfrentaba él solito contra una bestia que era como cinco veces más grande. Peleaba con las manos desnudas, sin armas. Usaba fogonazos de poder solar cuando el Escorpión le tomaba por sorpresa o era más rápido que él, y aprovechaba entonces para darle de puñetazos entre los ojos hasta que retrocediera.

    El Escorpión lo que quería era atacar la ciudad, que era su trabajo. Con los cazadores más lejos de él que las murallas, su prioridad había vuelto a ser su misión. Taiyo se lo estaba impidiendo, llevaba horas impidéndoselo.

    Hikaru no dejaba de pensar que la de Taiyo era una táctica. Podría vencerlo muy fácilmente, podría agarrarle de cualquier parte en cuanto éste atacara y empezar a constreñirle esa parte hasta inutilizarla. Podría hasta asfixiarlo, si tenía la fuerza que él pensaba que tenía.

    —Se está acercando la noche —anunció Tsurugi.
    —Debemos prepararnos. Pronto nos tocará tomar el relevo —dijo Fudou.
    —¿Qué vais a hacer? —preguntó sorprendido Tenma.
    —Mis cazadores, Kidou y Kirino hemos trazado un plan para derribarlo definitivamente. Seguimos el plan del dios: salvamos a la ciudad usando nuestros poderes y llamamos la atención de los dioses. Los ejércitos no tendrán que entrar en batalla, así que estamos salvando vidas.
    —Sólo espero que los descreídos de Elis se den cuenta de lo que está pasando —repuso Kirino—. Han tenido que ver a Taiyo luchar durante todo este tiempo. Un humano no duraría ni quince minutos contra el Escorpión.

    Hikaru recordó su experiencia con el Toro, en Argos. Todo el ejército de Tirea (aunque no era muy grande) se vio dispersado apenas en el segundo encuentro con la bestia, y si no hubiera sido por los cazadores, que salieron a su encuentro salvándoles la vida, probablemente estarían todos muertos. Bajó la cabeza.

    —Oye —le sorprendió Kariya, cuando nadie miraba—. Estaré bien, ¿vale?
    —¿Quién dice que estaba pensando en ti?
    —Se te ve en la mirada —dijo con una sonrisa torcida. Luego se sentó a su lado—. Deja que pase un rato contigo.

    Se sentaron de lado, observando el combate y las murallas. Hikaru se sentía tan pequeñito e inútil, sin poder luchar… Pero supuso que el ejército de Corinto y la ciudad de Elis estarían igual. Lanzarse por ahí con el Escorpión en medio era muerte asegurada.

    Entonces se fijó en los dos corintios que les habían ayudado en combate, Tetsukado y Shinsuke. Habían estado sirviendo de mensajeros a lo largo de todo el día, y ahora estaban sentados juntos. Tetsukado detrás, abrazando a Shinsuke. Supuso que debía de ser fácil, con lo pequeñito que era el segundo.

    Parecían muy acaramelados.

    No sabía qué parte de él era la temerosa, cuál era la que sentía algo por Kariya y cuál la que solamente deseaba un poco de apoyo, pero buscó sin mirar la mano del cazador y se la dio. Éste no dijo nada, pero Hikaru pudo ver su sonrisa de pícaro engreído.

    —Dijisteis al inicio de nuestro viaje juntos que volveríais al Olimpo intentando buscar el perdón —susurró Hikaru—. ¿Crees que os lo concederán? A todos, digo.
    —No. —Hikaru le miró directamente ante tal contundente respuesta—. Se inventarán algo que siga siendo un castigo pero que nos dé algo más de libertad. Espero que eso incluya que pueda verte después de todo esto.
    —Yo también —suspiró.

    Estuvieron en silencio el resto del tiempo, hasta que vieron que Taiyo empezaba a perder su aura de luz. Entonces, Kariya se levantó perfectamente sincronizado con sus compañeros y saltaron al campo de batalla junto a Kirino y a Kidou. No hubo tiempo para decir «buena suerte».

    —Kidou se ha llevado el arma de Atenea —dijo Tenma, cuando Hikaru se reunió con sus amigos—. Dice que si hay un momento para usarla, es ahora.
    —La Sarisa es una lanza mágica —explicó Goenji—. Kidou me explicó que no falla cuando la lanzas, y te guía un poco para infligir el máximo daño posible en un combate cuerpo a cuerpo. Eso es lo que Atenea le dijo.
    —Sí que parece que sólo la vaya a usar una vez.

    Cuando los cazadores llegaron para proteger a Taiyo de los fieros ataques de la criatura, éste se retiró casi de inmediato. En todo ese tiempo no había mostrado ninguna señal de estar cansado o herido, pero nada más empezar a combatir los cazadores, el dios empezó a caminar con cautela hasta donde le esperaban Hinano y los demás. Fue muy despacio.

    —He hecho lo que he podido —dijo resollando cuando llegó al lado de Hinano. Apenas se tenía en pie.
    —Ya estabas débil. Deberías haber dejado que te tomaran el relevo antes.
    —No habría funcionado.

    Taiyo se tumbó en la hierba y se durmió. Estaba tan quieto y parecía tan cansado que Hikaru tenía que mirar dos o tres veces para darse cuenta de que realmente estaba allí. O quizás eran los efectos de que hubiera gente que no creyera en los dioses.

    El combate contra el Escorpión era fugaz, allí delante de las murallas. Los cazadores no dejaban de envolverle con redes (las de Kariya) y de asestarle golpes con sus armas, pero la criatura se revolvía. Quizás porque no eran dioses, el Escorpión consiguió acercarse más a los muros y durante todo el atardecer, éstos sufrieron más desperfectos. Las acciones de los cazadores apenas tenían efecto, al contrario que los ataques de Taiyo.

    —¿Por qué Kirino y Kidou no pelean? —preguntó Tenma. Hikaru vio en su mirada que también estaba pensando «¿Y por qué nosotros estamos aquí sin hacer nada?».
    —No es de noche aún —contestó Shindou—. Kirino es más fuerte cuando la noche es cerrada. Usar sus poderes fuera de su momento álgido es malgastar fuerzas.
    —Entonces los cazadores sólo le están entreteniendo hasta que se ponga el sol.
    —Sí. Kirino puede atrapar al Escorpión con sus poderes en un descuido, pero cuando sea de noche.

    Fue realmente exasperante ver que el sol tardaba toda una eternidad en desaparecer. Todo el grupo estaba sumido en una tensión increíble. Nadie decía nada. Sólo se oía a los cazadores gritarse órdenes y los golpes del Escorpión contra las murallas cuando se acercaba demasiado.

    Cuando el sol por fin desapareció, el Escorpión empezó a ser más directo y fiero con sus ataques. Hikaru había olvidado que para la criatura también era mejor la noche. Podría camuflarse a simple vista con mucha más facilidad, pero el hecho de ser un llano sin protección y estar tan ocupado en defenderse de los cazadores le impedía volverse invisible por largos periodos de tiempo.

    Entonces hubo movimiento cerca de Hikaru: el ejército de Corinto había empezado a marchar de nuevo hacia la ciudad.

    —¿Qué hacen?

    Hikaru miró a su alrededor. Tetsukado y Shinsuke no estaban.

    —Se han ido… —susurró.
    —Lo han planeado todo —dijo Goenji, comprendiendo de inmediato—. En cuanto el Escorpión caiga, los corintios tomarán Elis y apenas encontrarán resistencia. Quieren asegurar la victoria en caso de que crean que Taiyo y los demás no han sido lo suficientemente convincentes.
    —¡Eso es…!
    —Traición, rastrero y muy lógico.

    Había bastante menos moralidad en la guerra de lo que los más jóvenes habían imaginado. Pero sí que era lógico. Parecía que los corintios no confiaran en un dios, pero en realidad era una forma de tomar un segundo relevo. El Escorpión era lo más peligroso. Hikaru se figuró que los cazadores no estarían dispuestos a enfrentarse a la guardia de la ciudad después de derrotarle a él, y para eso estaba el ejército aliado allí.

    —Era el plan de Kidou desde el principio. Por eso envió mensajes a las otras ciudades.
    —Nosotros solos nunca hubiéramos podido hacer nada para pacificar el Peloponeso —sentenció Goenji.

    Cuando el ejército de Corinto se plantó a un par de centenares de pies de distancia de las murallas, los arqueros de Elis se apiñaron en ellas (más de los que ya había, que hasta ahora sólo habían estado vigilando el combate al pie de la ciudad), pero no atacaron.

    También fue entonces cuando empezaron a ver luces. Hikaru y el resto estaban lo suficientemente cerca para saber qué pasaba: los cazadores habían empezado a girar al alrededor del Escorpión a más velocidad, y lanzaban sus ataques con más puntería. Kidou se colocó detrás de Kirino, mientras ambos se posicionaban de forma que el Escorpión centrara su atención en ellos.

    —¿Qué…?

    Kirino entonces invocó sus poderes, y una mezcla de luces azules y verdes acabaron por convertirse en tentáculos salidos del suelo. La sorpresa hizo que el Escorpión se despistara de los cazadores y atacara directamente al mago, que había pasado a ser el enemigo más peligroso y poderoso. Lanzó su aguijón hacia él, pero de repente pegó un chillido tan agudo y estruendoso que obligó a Hikaru y probablemente a todos los que estuvieran al alrededor de la criatura a taparse los oídos.

    —¡Por todos los dioses! —renegó Tenma—. ¿Qué demonios ha sido eso?
    —¡Mirad el aguijón del escorpión!

    Apenas era visible por la poca luz que había, pero del agujón colgaba la Sarisa de Kidou. El estratega había usado el ataque contra Kirino para herirle de gravedad. Su aguijón ya apenas respondía a sus órdenes. El Escorpión hizo trizas la lanza con sus pinzas en un ataque de rabia, pero el daño ya estaba hecho, y fue justo entonces cuando Kirino hizo que los zarcillos de luz envolvieran al Escorpión como si fueran cuerdas. Kariya aseguró la magia de Kirino cubriéndola con sus redes mágicas.

    La criatura cayó derribada, inmóvil e incapacitada.

    —¡La criatura ha caído! ¡La criatura ha caído! —se anunció desde lo alto de las murallas de Elis.

    Todo se precipitó entonces. El ejército de Elis intentó salir a campo abierto justo cuando el de Corinto se abalanzaba sobre las puertas de la ciudad. La superioridad numérica de los corintios era abrumadora, pero estaban en un tapón que impedía que avanzaran con rapidez. Los que habían combatido al Escorpión intentaron ocultarse bajo las murallas, para evitar disparos enemigos.

    —¡Tenemos que llegar hasta ellos! —ordenó Goenji—. Los dioses van a reclamar al Escorpión en cualquier momento y tenemos que estar allí para proteger a nuestros compañeros mientras eso pasa.

    Hikaru no recordó haber corrido tanto en su vida. A ellos, siendo de noche, no les dispararon. Estaban relativamente lejos, y todos los esfuerzos de Elis estaban centrados en las puertas. Pero el motivo de correr a toda velocidad hasta Kidou y compañía era porque, mientras Goenji decía lo que iba a pasar, esa pequeña profecía se estaba cumpliendo: al alrededor del Escorpión estaba surgiendo una luz que no provenía de la magia de Kirino.

    —¡Mi tía Ártemis va a bajar a buscar al Escorpión! —anunció Taiyo, que estaba lo suficientemente bien para aguantar una carrera.
    —¿Cómo lo sabes? —preguntó Hinano.
    —¡Es su luz! ¡Usa la luz de la luna para manifestarse!

    Y no solo envolvió al Escorpión, sino que, cuando por fin llegaron hasta allí, toda la ciudad de Elis estaba siendo iluminada por la Luna, como si solamente ese fragmento de mundo mereciera ser iluminado.

    Una mujer vestida de forma muy parecida a los cazadores apareció encima de ellos, flotando en la luz. Era bellísima, con una tez blanca como la nieve y afilado como una flecha, una mirada castaña muy peligrosa y con un manto plateado sobre sus hombros y espalda.

    —Has hecho un gran trabajo, Orión. Has cumplido con tu palabra —dijo, dirigiéndose a los cazadores. Ellos la miraron como si no existiera nada más en el mundo, lo que hizo que Tenma y Hikaru se pusieran algo celosos—. También debemos agradeceros a vosotros, humanos, que habéis ayudado a restablecer el orden. Los dioses os invitan a visitar de nuevo el Olimpo.

    Ártemis ascendió por encima de las murallas como si fuera una nube y anunció ante toda Elis:

    —¡Esta guerra ha terminado! Se os ha demostrado lo suficiente que no habéis sido abandonados y que vuestro rey Layas es quien debe gobernar. ¡Deponed ahora las armas ante mí y seréis perdonados!

    A juzgar por el silencio repentino que hubo a continuación, todo el mundo acató esa orden.

    Los cazadores seguían mirando embelesados cuando la diosa se difuminó en el aire y la luz en Elis volvió a los tonos normales.

    Hikaru no tuvo tiempo de decir nada a Kariya antes de que la luz lunar se los tragara a todos.

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    Espero que os haya gustado, y como podéis ver la trama está a puntito de terminarse :D
     
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    ¡La trama se acaba! En el capítulo anterior ya vimos lo que pasó con el Escorpión, una buena batalla final :D ahora toca acabar de atar los cabos, ¿y qué mejor sitio que en el Olimpo para hacerlo?

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    27. El Olimpo (parte III)



    Hikaru ya había estado una vez en el Olimpo, pero en cuanto echó una ojeada fuera de la enorme sala por la que ya habían entrado la vez pasada, siguió alucinando. Aquel sitio era tan majestuoso, tan pacífico, tranquilo, que se tenía que hacer un esfuerzo muy grande para recordar que por culpa de ellos su mente estaba dañada.

    El simple hecho de pensar «Zeus tiene la culpa» en ese sitio hizo que se le revolvieran las entrañas.

    —¿Estás bien? —le preguntó Kariya, mientras los otros despertaban.
    —No lo sé.

    Hikaru sintió los ásperos dedos del cazador entrelazarse un poco con los suyos. No del todo.

    —Los dioses no son nuestros amigos. Ni nuestros líderes. Son nuestros jefes. No necesitan tener consideración con nosotros si no lo desean.
    —Son egoístas.
    —Son muchas cosas, la mayoría malas. Pero solo la mayoría. Ellos me han llevado a ti por un castigo que nos impusieron.

    Sólo entonces Hikaru dejó de mirar el palacio de los dioses y giró la cabeza hacia el cazador. Quizás la energía divina del Olimpo sólo necesitaba una excusa para introducirse en Hikaru y hacerle cambiar de parecer (temporalmente). Le sonrió como cuando sonreía antes de empezar esa larga misión para los dioses.

    El resto del grupo se acercó a ver el paisaje de los dioses, murmurando maravillas igual que Hikaru. Tenma obligó a todos los jóvenes, incluso a Kirino y a Shindou, a abrazarse.

    —¡Lo hemos conseguido! ¡Hemos terminado! ¡Y estamos todos bien!

    Hikaru no creía que nadie pudiera decir aquello en su máxima expresión, pero estaban todos juntos y a salvo. Con eso le valía.

    Los mayores (que ya sólo eran Goenji y Kidou) tuvieron que poner en orden a los jóvenes cuando la mensajera Iris, tan ligera de ropa como siempre, se presentó ante ellos. Los cazadores murmuraron entre ellos algo sobre que Ártemis no había llegado al Olimpo por el mismo camino, o estaría con ellos.

    —Bienvenidos, humanos y estrellas. Bienvenido de vuelta, Taiyo, hijo de Apolo. Os están esperando a todos en palacio.

    Igual que la otra vez, Hikaru anduvo con armadura y todo bastante incómodo por la cuesta. Al parecer, todos los humanos allí presentes estaban en el mismo aprieto. A Iris siempre le mecía el viento porque siempre estaba volando, así que su única prenda se movía sin parar y revelaba todo lo que había debajo si coincidía con un mal ángulo.

    Pero además, ahora también estaba Taiyo, que iba a un lado del grupo. Hikaru podía oler el aroma divino y también le volvía un poco loco. El único que no se molestaba en ocultar esa sensación que todos sentían era el afortunado Hinano.

    —Me alegro de que volvamos a ser nosotros —suspiró Iris, sin girarse a mirarles—. Por fin puedo sentir mi esencia volviendo a ser la que era. Probablemente ya la notéis.
    —¿Notar? —preguntó Tenma.
    —Cada dios transmite una sensación distinta. Se suele repetir en muchos, pero cada dios olímpico tiene una. A mí me suelen decir que doy la sensación de mantener la calma en situaciones de tensión. Por eso me hacen ir a buscaros cada vez. Consigue calmaros.

    Hikaru recordaba que la vez pasada estuvo bien (a excepción de su horrible excitación hacia esa diosa) hasta que llegó al palacio de los dioses. Allí el miedo le embargó. ¿Sería eso lo que transmitían los Olímpicos?

    Por otro lado, podía sentir el calor del día viniendo de Taiyo. Le miró, y probablemente no fue el único. Era una sensación parecida a la del sol de media mañana, cuando aún no provoca un calor horrible. Era muy agradable.

    Había muchos dioses observando a aquellos mortales caminar por la vía principal. Hikaru no conseguía reconocer a ninguno, pero si se fijaba en uno, podía sentir algo distinto viniendo de cada entidad. Había miedo, imaginación, tranquilidad, violencia… Estaba todo mezclado, pero no se estropeaban mutuamente.

    —Todo va a ir bien —le dijo Kariya a Hikaru. El tireano había oído a Tenma decirle lo mismo a Tsurugi. Y Goenji iba todo el rato al lado de Fubuki. Le daba algo de miedo lo que pasara con los cazadores allá arriba.
    —Supongo.
    —Los dioses están contentos con todos vosotros —dijo Iris, inmiscuyéndose como era habitual—. Apostaría a decir que tienen algo preparado.
    La maldita calló entonces, dejando a todos con los nervios. Para ser que transmitía calma en la tormenta, sabía bien cómo alentar a la tormenta a ser más violenta.

    La subida se hizo extrañamente rápida esa vez. Era como si el Olimpo estuviera siendo más agradable con ellos y les ahorrara el cansancio. El palacio se materializó delante de ellos casi por sorpresa.

    —Mis señores Zeus y Hera, los humanos, las estrellas y el hijo de Apolo ya están aquí —anunció Iris, antes de flotar a un lado del gigantesco salón.
    —Gracias, Iris —dijo Hera. Miró directamente a los humanos, y Hikaru notó una oleada de severidad que hizo que bajara la cabeza como un niño al que han regañado. Que el escorpión estuviera dormitando a su lado, completamente sano, no ayudaba a sentirse mejor—. Debo reconocer que mi marido Zeus tenía razón. Habéis sido de mucha utilidad. Hasta diría que sin esta unión tan particular de seres celestiales y humanos, la misión hubiera acabado de forma muy distinta.

    Hikaru sintió alivio. No iba a ser fulminado. Levantó la cabeza para encontrarse mirada con mirada con ni más ni menos que el señor de los dioses, Zeus, quien transmitía un poder y una autoridad difíciles de ignorar. Curiosamente, el efecto en el pobre cuerpo de un humano era una subida de autoestima considerable.

    La mayoría de dioses importantes se fueron sentando en sus sillas y tronos al alrededor del Escorpión. Atenea, Apolo, Artemisa (quien daba una sensación de ser un superviviente increíble), Hermes, Ares, Afrodita, Dioniso, Deméter, y algunos otros dioses que no tenía tiempo para observar. Faltaban Hades y Poseidón, que estarían en sus propios palacios.

    —Ha sido un honor llevar a cabo esta misión para los dioses —dijo Kidou con respeto, inclinándose un poco.
    —Veo que no sólo volvéis todos, sino que hay sinceridad en vuestros sentimientos —habló el señor de los dioses—. Hemos estado observándoos. Orión y su ayudante, el Perro, han creado lazos con vosotros.

    Afrodita sonrió como si hubiera cometido una travesura. Ningún otro dios que no fuera Hera o Zeus hablaba, pero se notaba que todos les conocían al dedillo. Atenea le sonreía a Kidou, y Apolo a su hijo. Una diosa más pequeña y algo escondida tenía curiosidad por Kirino.

    —Los dioses hemos acordado un premio para compensar vuestras acciones —anunció Zeus—. Orión nos pedía que anulara el castigo que pesa sobre él y sus canes. Por desgracia no podemos deshacerlo por completo, ya que los humanos usan su luz en el firmamento para guiarse e identificar su posición. ¿Eso era así, no, Urania?
    —Así es, padre.

    Hikaru apenas había puesto la mirada en una diosa la mitad que grande que su padre, pero que parecía seria y estudiosa como Atenea. Y, por lo que Midorikawa había contado cuando vivía en Tirea, Urania era la musa de la astronomía. Era la que más sabía del Mar Celestial.

    Hera cortó a su marido con visible irritación, y Hikaru volvió a fijar la vista en el suelo como consecuencia. ¿Dónde estaba Iris para calmarle los nervios?

    —Pero hemos encontrado una solución: durante el día pleno, las estrellas no son visibles para los humanos. Cada día, uno de vosotros podrá bajar del firmamento para lo que desee, pero el resto se mantendrá en el firmamento. Eso no desestabilizará el cielo y vuestros poderes no se desatarán como antaño. Seréis un poco más humanos, de nuevo, pero por la noche tendréis que volver al cielo.

    Hikaru no entendió eso de los poderes, pero al parecer Kariya sí. Apretó la mano de su compañero, y el tireano vio que fijaba la vista en Ártemis, que no les miraba. Había una parte de la historia de Orión que le faltaba conocer, al parecer.

    —Gracias por concedernos ese deseo —dijo Fudou, inclinándose más de lo que Kidou había hecho al presentarse.
    —Bueno, creo que eso es todo por hoy —concluyó Zeus, algo más informal—. Tenéis algunas visitas. Hera y yo tenemos que devolver al Escorpión a su sitio. Orión volverá al cielo esta noche, así que se tiene que quedar aquí. Luego Iris os devolverá a los humanos a la entrada y volveréis a Elis. Espero que nos volvamos a encontrar en una ocasión menos apurada.

    Zeus se levantó, y un segundo después todos los dioses y diosas le siguieron. Algunos desaparecieron casi de inmediato, como si hubiera sido un trámite aburrido.

    Hubo abrazos. Hikaru deambulaba entre sus compañeros repartiendo afecto de forma un poco confusa y con la sensación de que no lo recordaría. Había algo que le había dejado un regusto amargo, entre toda la emoción de la situación.

    —¿Bajarás a verme? —le preguntó a Kariya.
    —¡Pues claro, atontado! —le espetó, sonriendo, revolviéndole el pelo—. ¿Es que no me escuchaste antes de la batalla en Elis? No sé cuándo será, porque los dioses aún nos tienen agarrados en un puño, pero claro que bajaré.

    Hikaru dejó de preocuparse, pero no porque Kariya le asegurara aquello, sino porque Tenma y Goenji estaban teniendo momentos parecidos.
    Más cosas pasaban. Apolo se acercó a ver a su hijo de inmediato.

    —Hice bien echándote del Olimpo. Has hecho lo que debías. Las Moiras lo tenían preparado todo este tiempo. —Entonces sonrió—. Bienvenido a casa.
    —Papá… —musitó él, abrazándole.
    —No te preocupes por el humano. Estoy seguro de que el resto de dioses no tendrán ningún reparo en ver que te ausentas de vez en cuando para hacerle una visita.

    Hinano, que estaba escuchando disimuladamente, se puso rojo como un tomate y Tenma se rio de él en su cara.

    La diosa que Hikaru había visto resultó ser Hécate. Aunque en el Olimpo no lo parecía, era de noche ahí fuera, justo cuando la diosa era más activa. Ésta se dirigió directamente a Kirino y contuvo las ganas de abrazarle. En su lugar, dijo:

    —Lo siento mucho, hijo.
    —Una disculpa no es suficiente —replicó Kirino. Entonces le dio un abrazo—. Pero es un buen comienzo.

    Cuando los reencuentros acabaron, llegó el momento de las despedidas. Apolo y Hécate dijeron hacia dónde tendrían que dirigirse los cazadores para volver al cielo. Justo por donde Hera se había ido con el Escorpión. Los humanos, en cambio, volvían por el mismo camino.

    —Nos volveremos a ver pronto.

    La frase más repetida durante esos últimos minutos hasta que Iris apareció y se los llevó.

    * * *


    Elis despertaba con el sol entre las montañas cuando los humanos aparecieron delante de sus puertas. No se oía actividad dentro de la ciudad, y había varios soldados patrullando por los alrededores. Ninguno les molestó. Todos sabían ya quiénes eran aquellos soldados y de dónde acababan de volver.

    Por respeto, Kidou ordenó llegar hasta el general corintio para despedirse. El pequeño grupo se encontró con una ciudad en calma y sin desperfectos. Los soldados ocupaban las calles, muchos de ellos durmiendo en el suelo con mantas.

    El general les encontró a ellos. Tetsukado y Shinsuke iban con él.

    —El rey Layas ha sido restituido. Le tenían prisionero en su propio palacio. La intervención del Escorpión y de la mismísima Ártemis nos ha dado una victoria sin más heridos.
    —Es un alivio oír eso. Nosotros volveremos a Argos. Nuestros compañeros de armas siguen allí. Ha sido un honor luchar a vuestro lado. —Esa última frase iba más para los dos jóvenes que acompañaban al general, que le saludaron sin demasiada formalidad—. Espero que volvamos a vernos en ocasiones más propicias.
    —Igualmente. Una parte del ejército os acompañará hasta la propia Corinto. Es el camino más seguro, con muchos altos en el camino. Tened un buen viaje.

    El general movilizó a las patrullas externas para tomaran el camino a casa. Mientras tanto, el grupo salió de la ciudad.

    —Ahora que ya todo ha acabado, ¿qué haréis? —preguntó Kidou a Shindou y a Kirino.
    —Empecé este viaje esperando recuperar un objeto que ya no existe como tal. Ahora no tengo casa. No tengo ni idea de si ha sobrevivido nadie en Ítaca para reconstruir la isla.
    —La decisión es vuestra. En Tirea siempre tendréis un hogar si lo necesitáis.

    Shindou y Kirino no les acompañaron en el viaje de vuelta. Prometieron que volverían, de algún modo u otro.

    Hikaru hizo el camino de vuelta de la misma forma que lo estaban haciendo sus compañeros: distraído. Sentía una profunda nostalgia cuando miraba al cielo y buscaba las estrellas de Orión. Había sido la peor experiencia de su vida en muchos sentidos, pero habían salido cosas buenas de ella, y no podía esperar a reencontrarse con Kariya cuando estuviera de vuelta en casa.

    Sólo cuando vio las murallas de Tirea se dio cuenta de que todo aquello ya había acabado. Estaba en casa. Formaba en fila junto a todos los soldados que se quedaron en Argos, pero ellos sólo conocían rumores sobre lo que él y sus compañeros habían hecho. Se sentía distinto. No podría mirar al Hikaru que se marchó con miedo de la ciudad si lo tuviera delante.

    Miraba a sus compañeros y se daba cuenta de que aquella sólo había sido la primera vez. El primer conflicto. La primera marcha a la guerra. Esperaba y rezaba porque no hubiera más, pero sabía que los habría. Y, aunque después de su última visita a la casa de los dioses, el ruido de las armas y escudos y armaduras ya no le molestaba de forma tan brutal, sabía que nunca se libraría de las pesadillas y los demonios que se habían creado en ese primer y poco usual viaje. Sólo esperaba que pudiera vivir con ello.

    Endou, desde lo alto de una muralla sin terminar, les saludó como si nunca se hubiera ido. Tenma, Ichiban e Hinano se abrazaron a Hikaru para señalarle y verle hacer el tonto, mientras más habitantes de la ciudad se acercaban a observar a sus compañeros.

    Por fin en casa.

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    Espero que os haya gustado :D ¡un capítulo para cerrar fic!
     
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    ¡¡POR FIN EL ANSIADO DÍA HA LLEGADO!! El último capítulo de este fic eterno que me ha costado tanto acabar, pero qué ganas tenía de terminarlo. Anecdóticamente, este último capítulo ha sido el más largo de todo el fic porque quería intentar cerrar todos los frentes que pudiera. Espero que os guste y me dejéis comentario <3

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    28. Convivir con los demonios



    A Hikaru le costó volver a sentirse a gusto en casa. Además de la nostalgia y la sensación de que nada de aquello había pasado, ahora que ya no había guerra, sus pesadillas sobre rayos, truenos y aquel palacio eran más frecuentes. Intentaba no hacer ningún ruido con metales y su lanza y su escudo estaban guardados en el mismo cuarto de invitados donde una vez pillara a Shindou y Kirino enseñándole qué era lo que hacen los amantes.

    Por ello, procuraba estar cerca de sus amigos. Ichiban, Tenma e Hinano le hacían salir todas las mañanas de casa para pasear o ayudar en la construcción de la muralla, que avanzó muy rápidamente al regreso de los soldados.

    —Nadie ha visto a Goenji desde que se encerró en su casa —comentó un día Tenma—. Endou dice que le ha visto y que está bien, pero yo no me lo creo.
    —¡No vamos a husmear! —le advirtió Hikaru—. ¡La última vez que lo hicimos nos pillaron!
    —Y nos mandaron a la guerra —apuntó Ichiban.
    —Eso habría pasado igualmente —rechazó Tenma—. Pero vale, no husmearemos. Sólo estoy preocupado.

    En cierto modo, todos miraban la puerta de casa de Goenji cada vez que pasaban por allí. Era una especie de recordatorio de que podía ser que las promesas que una vez recibieron de unas criaturas que ni siquiera vivían en el mismo mundo que ellos podrían no cumplirse. Era una ansiosa sensación de espera que sólo desaparecería con la primera visita. Eso era lo que Hikaru esperaba, por lo menos.

    Kazemaru apareció ante ellos en la entrada a la ciudad. Llevaba dos mensajes.

    —Hikaru, esto es para ti.

    El joven abrió una carta delante de todos, incluso del propio mensajero.

    —¡Es el rey Níctimo! —exclamó.
    —¿Quién? —preguntó Ichiban.
    —Ah, sí, tú te lo perdiste por lo de esa ninfa, pero Hikaru estuvo prisionero en Licosura —explicó Tenma—. Aún no sé exactamente qué pasó ahí, pero de alguna manera Níctimo le salvó y acabó en el trono después de que Zeus destruyera el palacio.

    A Hikaru le temblaron las manos al oír su propia historia y dejó de leer por un instante. Cuando volvió a concentrarse, dijo:

    —Quiere que le visite alguna vez, en otoño. Quiere saber cómo está. Sabe lo de Elis.
    —¡Es genial! —aplaudió Tenma—. ¿O no?
    —No estoy seguro de que pueda volver a ese sitio.

    Hinano le pasó un brazo por el hombro y le acercó un poco.

    —Níctimo es tu amigo. Y podemos acompañarte, y decirle que no se quede en palacio.

    Hikaru sonrió sin mirarle y asintió.

    Después de un segundo, Tenma saltó para curiosear sobre el otro mensaje.

    —Es de Argos, va para Kidou —le reveló—. Voy a ir a verle ahora, y como te vea merodeando cerca de su casa antes, durante o después de mi entrega, te plantaré delante del consejo y les contaré qué te pasaba cuando me tocaba cuidarte de noche cuando eras niño.
    —¡No! ¡No me acercaré! —aseguró el joven, apurado.

    Ichiban e Hinano se rieron con ternura, pues recordaban perfectamente las noches en las que se oía llorar sin parar al pequeño Tenma porque tenía miedo a la oscuridad y ellos iban en su rescate.

    * * *


    Kazemaru llamó a la puerta de casa de Kidou mirando a su espalda. Los cuatro chavales seguían cerca de las murallas, comentando algo.

    —Hola, Kazemaru. ¿Algún mensaje?
    —¡Sí! Argos ha respondido —dijo, entregándole el mensaje. Kidou lo leyó rápidamente—. ¿Vas a irte de Tirea?
    —Es muy probable. Mi sistema de batalla triunfó allí, al parecer. Quieren que instruya a sus soldados.
    —Vaya, es una gran oportunidad —comentó sin mucha energía.
    —No te apenes por ello, la temporada de guerras es solo en verano y en primavera. Puedo seguir estando por aquí para echar una mano.
    —Te echaremos de menos igual —le aseguró, sonriendo con tristeza—. Bueno, me toca ir al consejo a ver si tengo más trabajo. ¡Nos vemos!
    —Gracias por el mensaje —concluyó Kidou, cerrando la puerta después.

    En cuanto la cerró, una brisa de aire rápida sacudió su casa.

    —Vaya, así que Argos, ¿eh?
    —¡¿Qué?! ¡¿Quién…?! —chilló, sacando una lanza de un lado de la puerta.
    —Relájate, hombre, soy yo, Fudou.

    Kidou suspiró profundamente para recuperarse del susto, dejó su lanza y caminó hasta el salón.

    —¿Cómo es que has venido el primero? —preguntó. Le miró y supo que esa suposición era cierta—. Soy el único con el que Orión no tiene una relación más allá del compañerismo.
    —¿Es esa manera de tratar a un amigo?
    —¿Ves? Lo confirmas. Anda, siéntate, que tirarás mi pared al suelo, ahí recostado —le invitó, fastidiado. Nunca había que olvidar la hospitalidad.
    —En realidad he venido para explicar justamente eso.

    Kidou se giró hacia él con seriedad. Hasta entonces no le había mirado directamente. Se dispuso a escuchar, no sin antes sentarse delante de él para no perderle de vista.

    —Adelante.
    —Supongo que viste nuestras reacciones hacia Ártemis cuando apareció en la ciudad.
    —Los jóvenes se pusieron celosos —recordó.
    —Orión, entre las muchas cosas que hizo durante su vida corriente, entró como cazador experto de Ártemis. Una diosa no necesita ayuda, pero nos consideraba de mucho valor. Éramos poderosos siendo uno. Rivalizábamos con las criaturas más peligrosas. Pero nos debilitamos. Nos enamoramos de Ártemis.
    —Lo dijo ella misma cuando perdimos a Tenma. No es nuevo. Es más, ¿por qué no reaccionasteis del mismo modo extraño cuando se mostró la primera vez?
    —Los dioses tienen muchas formas, Kidou, y la forma de la que nos enamoramos fue la que dejaba que la luz lunar la enalteciera. En los bosques estábamos más centrados. —Se pausó un segundo para centrarse de nuevo—. La cuestión es que nunca lo acabamos de superar. Y el Escorpión nos mató antes de poder hacerlo. Nos subieron al Mar Celestial como compensación por nuestro servicio y por piedad, y nos dividieron en estrellas. Kariya es el lado bribón, travieso y experto en trampas de Orión. Tsurugi es la parte más fría y guerra, capaz del cuerpo a cuerpo. Otras partes de su personalidad se dividieron en otras estrellas también. Y yo soy la peor parte. El liderazgo y el orgullo.
    —Ya veo por dónde van los tiros. La parte orgullosa mató a Orión al creerse capaz de matar a cualquier criatura.
    —También es la parte que se enamoró en primer lugar, porque en cierta manera ser mandado era inusual en Orión. Le impactaba y obedecía sus órdenes, y también tuvo que renunciar a su orgullo para ser rescatado. La complacía porque deseaba hacerlo. Y sólo cuando el orgullo, la hybris(1), pudo más que el amor, me descontrolé, y morimos. Y mientras que los otros fragmentos de Orión pudieron empezar a superar su amor por la diosa junto a tus compañeros, yo no pude.
    —Entiendo —dijo con voz queda Kidou—. Yo tampoco soy el más eficaz para estas cosas, pero has hecho bien en decírmelo, porque así no hará falta que me haga ilusiones. Pero espero que eso no signifique que me vas a dejar tirado, sea aquí o en Argos. Vas a aprovechar la libertad que te han concedido. Has sido un buen compañero de armas.
    —No lo dudes. —Y sonrió, de esa forma tan altiva que sacaba de quicio a cualquiera. Luego usó sus poderes para salir volando por la ventana.

    Kidou se giró hacia sus armas y empezó a ordenarlas en el más absoluto silencio.

    * * *


    Todas las ventanas cerradas excepto la de su habitación. La puerta atrancada. Una cantidad razonable de comida y agua para pasar un par de días más.

    Prácticamente invisible para todos los demás, Goenji había sentido bastante más sufrimiento desde el primer momento. Nunca podría olvidar el rostro de dolor y el enloquecimiento de Fubuki cuando vio morir a su hermano por la embestida del toro. Inmediatamente se vio a sí mismo en él cuando perdió a su hermana años atrás.

    Sabía que no podía hacerse mucho la víctima. Tenía un trabajo que realizar, una labor encomendada por los dioses nada menos, tenía que dar la talla mientras sus compañeros quedaban heridos, o desaparecían, o eran secuestrados de alguna forma.

    Pero ese lobo feroz transformado en un cachorrito indefenso le llegó al alma, y sintió el deseo más profundo de protegerlo, cuidarlo, mimarlo, calmarle cuando tuviera pesadillas y cuando se sintiera solo e inseguro, salvarlo de lo que fuera que le amenazara. Quería ayudarle a superar ese horrible momento por el que estaba pasando, pues él nunca recibió tal cantidad de apoyo.

    Quería que, cuando Fubuki volviera y viniera sabiendo que su hermano estaba descansando en el cielo a su lado, él ya estuviera preparado para aceptarle no como un cachorrito abandonado, sino como un adulto al que quería.

    Todo lo que podía hacer hasta entonces era llorar. Llorar hasta más no poder, hasta que no le quedaran lágrimas, porque así ya no podría hacerlo delante de Fubuki. Lloraba por su hermana, y lloraba porque nunca fue capaz de aceptar que se había ido ni se había dado el tiempo de siquiera pensarlo. Nunca encontraría mejor ocasión para hacerlo que ahora que podía estar asolas con sus pensamientos y emociones. Ya llevaba varios días así.

    No fueron los suficientes. El vendaval sacudió las ventanas y cesó cuando una figura gris apareció en el umbral de la única que estaba abierta.

    —¿Goenji? ¿Estás aquí?

    El rubio quiso ocultarse pero Fubuki no dejaba de ser un perro. Su olfato ya hacía rato que le había dicho que estaba en casa.

    Fue curioso darse cuenta de que aquella estrella tan particular tenía tan buen aspecto ahora, y que se estaba tomando su tiempo en encontrarlo. Decidió interrumpir el extraño momento en el que se puso a oler por encima de la cama de Goenji.

    —Has llegado antes de lo que esperaba.
    —¡Goenji! —exclamó, encarándose hacia el marco de la puerta con ilusión. Su cara se descompuso rápidamente—. Goenji, ¿qué te pasa? Pareces un fantasma…
    —Nada.
    —¡No me mientas! Yo he sido sincero todo el tiempo.
    —¿Cómo está tu hermano? —desvió el tireano.
    —Está recuperándose. No puede adoptar una forma física, pero sus pensamientos se unen a los míos cuando estamos allí arriba.

    Goenji sintió una mezcla agridulce de sentimientos. Al final, sólo había servido de apoyo moral en un momento duro y Fubuki había conseguido salir de su hoyo por su cuenta, sabiendo que su hermano estaba medio vivo. El rubio esperaba haber hecho más. Nunca era suficiente para él.

    —Me alegro. —Fubuki le puso cara de enfado—. ¿Qué ocurre?
    —¡Que eres idiota, eso es lo que ocurre! ¡¿Por qué diablos has querido hacer esto solo?!
    —¿El qué?
    —¡No disimules! ¡No puedes solucionar tu vida tú solo!

    Goenji fue a replicarle, pero se calló cuando sintió el repentino abrazo del ser celestial. No fue capaz de derramar una sola lágrima, pero le apretó la espalda más fuerte de lo que debería.

    —Estás que te caes —se quejó Fubuki—. Sólo tenemos unas horas, así que te vas a sentar ahí y vas a hablar. Es hora de que te devuelva el favor por lo que hiciste durante la misión.
    —¿Cómo que «el favor»?
    —Pues sí que eres idiota… —se rio entonces—. ¿Te crees que hubiera sido nadie decente si no me hubieras ayudado? Me demostraste amor y paciencia. Es hora de que te lo demuestre yo a ti.

    Goenji sintió cómo el peso de su pasado se aligeraba un poco con una ola de calidez en su corazón.

    * * *


    —Ellos lo tienen fácil. Sólo tienen que bajar a verles. Para nosotros es distinto.
    —Para ti no, un dios se puede aparecer en nada delante de ti. Hasta de noche, si quiere.
    —Puede, pero tiene sus obligaciones también. Y no le gusta que nos veamos en la ciudad.

    Ichiban e Hinano conversaban sobre sus experiencias estando fuera del grupo de guerreros de Kidou. Ichiban solía palparse el sitio donde había sido herido con esa lanza para acordarse no del dolor, sino de lo que había venido después. Yoichi. Aquella ninfa traviesa y calenturienta con gusto para los jovenzuelos.

    —Dudo que la vuelva a ver. Es una ninfa.
    —No digas eso, hombre.
    —Seguro que puede hacerse con más personas. Por algo vive en un río. Siempre hay personas en los ríos.
    —Es que no te dejas animar, ¿eh? Pues vale, si no quieres oír palabras, tu y yo nos vamos de excursión.

    Ichiban no dejó de protestar durante todo el rato hasta que salieron de la ciudad en pleno día y se acercaron al bosque. Allí, escondido detrás de los primeros árboles, estaba ni más ni menos que un dios, Taiyo.

    —¿Está preparado? —preguntó.
    —Qué va. Está siendo un quejica deprimido de cuidado.
    —Oh, entonces será más divertido.
    —Eh, pero ¿qué está pasando aquí? —inquirió Ichiban.

    Pero a los dos segundos, Taiyo le había agarrado, una luz le había cegado y ya se encontraba en el mismo estanque bien cerrado por las montañas en la que se había recuperado aquella vez.

    —¡Ichiban! ¡Estás vivo!

    Se giró y allí estaba Yoichi. No había ni rastro ni de Taiyo, ni de Hinano, ni de la ciudad. De repente, se encontraba en brazos de la ninfa.

    —El dios ha hecho un trabajo magnífico, le pediré que haga esto más a menudo.
    —¿Esto es cosa tuya?
    —¡Pues claro, tontorrón! He esperado con ansias a que acabara la guerra para echarte el guante de nuevo —aseguró, con tanta picardía como su cuerpo fue capaz—. Y espero que pueda hacerlo durante mucho tiempo. Las ninfas necesitan vivir con intensidad su vida, así que vas a tener que alegrar esa cara como para los próximos… Toda. Tu. Vida —sentenció, poniéndole un dedo en el pecho por cada una de esas tres últimas palabras. Ichiban estaba completamente mudo y anonadado.

    * * *


    La primera vez que Tsurugi bajó a ver a Tenma se discutieron. Tenma volvía a casa hablando animadamente con Aoi, su mejor amiga, que vivía al lado, y Tsurugi malpensó de ellos y se puso celoso.

    —¿Quién es? —preguntó, después de estar de morros durante los primeros minutos, viendo que Tenma no sabía adivinar porqué.
    —Te refieres a Aoi, ¿Verdad? Es mi mejor amiga. De toda la vida. —Y entonces lo pilló—. Oye, muy mal, yo no te dije nada cuando me puse celoso de Ártemis. Y menos ahora que Kidou nos lo ha contado todo.
    —No me has dado una razón por la que no deba estar celoso —replicó, insistiendo en el tema—. ¿Te gusta?

    Su fría y algo agresiva mirada penetraba en Tenma como un cuchillo, pero él no se amilanaba por ello.

    —Pues un poco, quizás. Y Endou nos enseñó que si la ciudad tiene que sobrevivir por su cuenta, necesitamos tener hijos. Es más, quiero tener hijos, y los quiero tener con ella. Aoi y yo ya estamos de acuerdo en eso.

    Tenma sintió cierto temor que, ante tal revelación, el cazador hiciera estallar toda la casa. Incluso aunque los dioses hubieran limitado los poderes de Orión, estaba convencido de que era capaz de hacerlo. En su lugar, se sentó en la cama de Tenma.

    —¿La quieres?
    —Sí. Pero no como a ti. Ni de la misma forma.

    Tsurugi bajó la cabeza, algo irritado y confundido por la situación. Tenma se sentó a su lado e insistió en su decisión.

    —A cada persona que conozco bien en mi vida le confiaría una cosa distinta. A Aoi le confío mi futura familia. A Hikaru le confío mi más profunda amistad. A Endou le confío mi capacidad para entender cómo funciona la ciudad. A Kidou, la guerra y el liderazgo. —Luego le miró con pose imponente. Tenía que hacerse ver—. Y a ti, pequeño cazador celosillo, te confío el amor que solo alguien con verdadera pasión por otra persona pueda sentir. Y si te atreves a poner en duda esto de alguna manera que vaya más allá de un pequeño ataque de celos te daré una patada en los morros para que entres en razón. ¿Estamos?

    La firmeza de la persona de quien se enamoró Orión siempre fue lo que más le atrajo desde un primer momento. Tsurugi vio en Tenma lo que nunca esperó haber visto en ningún humano.

    * * *


    Hikaru había perdido ya la cuenta de la de veces que había visto estelas de estrellas acercarse a Tirea, apenas visibles si no es que uno las buscaba. Un par de veces había sido Kariya haciéndole una visita. Ya sabía que el cazador se presentaba aterrizando en el patio interior, porque le gustaba remojarse los pies después de un viaje. Aunque luego Hikaru tuviera que beber de allí. Por suerte las estrellas siempre tienen los pies impolutos.

    Cuando recibió el tercer salpicón de agua se rio por la travesura y se dejó llevar a besos hasta su cuarto y lo cerró tras de sí tanto como pudo. No quería ser molestado. Y se dejaron llevar durante horas por la pasión que les proporcionaba la paz.

    Luego siempre ocurría lo mismo: Hikaru no dejaba ir a Kariya. Ni éste quería irse. Así que se ponían a hablar de cualquier cosa que sucedía en el cielo o en la tierra.

    —Hemos recibido una carta de Shindou y Kirino. Están reconstruyendo la isla. Les va a tomar su tiempo.
    —Los monstruos marinos son siempre más grandes que los de tierra. No debió de quedar nada —comentó Kariya, suspirando.
    —Dicen que van por buen camino, que Elis se ha prestado a ayudar. Seguro que pronto recibiremos una carta que diga que vienen a hacernos una visita.
    —Curioso que ahora sí quieras verles. Ha cambiado mucho de cuando me dijiste que vinieron a reclamar el Amuleto Alado.
    —Todo es muy distinto ahora… Como por ejemplo esto: Kidou se va.
    —¿No me digas?
    —Argos le reclama para enseñar la nueva formación de soldados a la guardia de la ciudad. Su formación hoplítica va a triunfar. —Y vaya que si triunfó—. ¿Crees que formará una familia?
    —Es posible. ¿Es que quieres formar una tú también? —preguntó el cazador, algo sorprendido.
    —No lo he pensado. Sólo pienso en ti.
    —Qué bobo eres… —le dijo mientras le plantaba un beso—. Mis compañeros ya saben de todo. Es difícil no compartir pensamientos allí arriba. Fudou sigue enamorado de Ártemis, Tsurugi está aceptando que Tenma va a querer familia, Fubuki está de terapeuta amoroso de Goenji…
    —Con lo que nos cuesta a los vulgares mortales enterarnos de todo esto —se quejó en coña Hikaru—. También hemos recibido noticias de Midorikawa. Será diplomático entre Esparta y Argos, seguro que le veremos a menudo por aquí.
    —Ese sabiondo sabía hacernos quedar mal con el montón de historias que conocía. Me cae bien. ¿Se casará?
    —Lo dudo. Esparta siempre funciona al revés de los demás. Y siempre estuvo en contra de la idea de los amantes masculinos y las familias que Endou nos enseñó. Él sí que se casará, aunque sea solo por moralidad.
    —¿Y tú? —le preguntó de repente.
    —¿Yo qué?
    —¿Te casarás?
    —Si pudiera hacerlo contigo, quizás. Pero no soy fácil de convencer.
    —Bueno, tengo toda tu vida para conseguirlo.

    Hikaru sonrió y le desafió con la mirada a empezar a intentarlo desde aquel mismo momento. Siempre cargaría con sus demonios, pero tenía su forma particular de apaciguarlos. Tenía a un cazador tramposo, travieso y que se metía con él. ¿Qué más necesitaba?

    FIN



    [---------------------------------------------------]


    (1): La hybris es el peor pecado que existía en el mundo griego antiguo. Describía el exceso de confianza, la superioridad personal y el orgullo desmesurados que acababan con ese humano creyéndose mejor que un dios o por encima de todas las demás criaturas no divinas (lo que viene a ser, compararse a un dios). Los castigos por ese pecado son horribles y trágicos, como Aracne convertida en araña por creerse mejor artista que Atenea, o Medusa convertida en esa criatura por enorgullecerse en exceso de su belleza.

    ¡¡HASTA AQUÍ HA LLEGADO ESTE FIC!! Espero veros en muchos otros fics de los míos, los tengo a patadas <3 y si os gusta el yuri, en esta misma plataforma tengo mi propio foro lleno de chicas enamoradas <3
     
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