El único Ωmega | DRARRY

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    Cada día más gente leyendo mi fic, ¡muchas gracias por el apoyo! <3

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    CAPÍTULO 10. LA PREOCUPACIÓN DE SEVERUS SNAPE
    El dormitorio privado de Draco Malfoy, un añadido a la mazmorra de Slytherin, era accesible por una única puerta al final de la Sala Común. A través de un simple hechizo (que de simple no podía tener nada al haber sido idea de Dumbledore) se garantizaba que solo él pudiera pasar por aquella puerta. Era un lugar amplio que se ajustaba a sus gustos en cuanto a la decoración, con una cama innecesariamente grande cubierta por doseles verdes, un puesto de pociones, una cómoda y un armario algo estrecho para guardar su ropa, y una segunda mesa con dos pequeñas macetas en las que cultivaba azaleas chirriantes y gerberas de humo blanco; ingredientes principales de las bombas anti-aroma. Por sobre el puesto de pociones flotaban diversos objetos, desde un pañuelo de seda que se retorcía sobre sí mismo, haciendo gotear de sus pliegues un líquido transparente que se almacenaba en un frasquito con el nombre de «Pansy»; hasta un guante manchado de sangre, que también hacía gotear en un segundo frasco, «Blaise»; también flotaba el abrigo de Harry dentro de una enorme burbuja, conectada por un tubo a un tercer frasco, este con cierre de pulverizador: «Potter». El cuarto frasco, «Longbottom» era considerablemente más pequeño, y apenas un par de gotas de un líquido incoloro se podían ver en el interior.

    Bien mirado, el dormitorio privado de Draco tenía algo que recordaba a las salas de estudio de los alquimistas, repletas de un cierto caos que solo cobraba sentido dentro en sus cabezas.

    Había aprendido, tanto con Snape como con el reflejo de la señora Rosmerta en la Guarida, a fabricar sus propios supresores en un caldero, casi como si se tratara de una poción. Siguiendo los pasos de la receta, no era un proceso especialmente difícil. La única parte complicada eran los añadidos de los Alfas, se debía dar con la cantidad indicada de cada uno, sin pasarse ni quedarse corto, o los síntomas del ciclo no mitigaban sino que empeoraban, dejándole en un estado lamentable. Cómo agradecía estar siempre a solas en el dormitorio, podía equivocarse sin temor a que nadie le viera.

    A diferencia de los muggles, que fabricaban supresores genéricos funcionales para cualquier Omega, los magos y las brujas podían fabricar algo mucho más específico. Algo tan específico como un supresor que a la vez aliviaba los síntomas del ciclo y, además, mitigaba el efecto que tenía sobre él un Alfa en concreto. Eran muy habituales en los Omegas ya vinculados, cuyo cuerpo ya se había acostumbrado a un único Alfa y no tenía por qué atraer la atención de ningún otro.

    Para lograr esto se debía aislar el componente químico de sus feromonas; tarea que podía realizarse con magia, si se tenía el debido cuidado.
    De los cuatro sujetos de prueba que decidió usar en su experimento, solo uno supo que lo era; Pansy. Una tarde le pidió a la chica que escupiera en un pañuelo y ella no tuvo el menor de los reparos en hacerlo cuando le explicó qué iba a hacer con su saliva. Ese mismo día pudo preparar una poción con sus feromonas, no pensaba tomar las pruebas de supresor en píldoras. Decidió usar el líquido por temor a una reacción no deseada, era preferible experimentar con una dosis más pequeña que no alborotara todo su cuerpo, era una cuestión de seguridad. El primer sorbo le pareció terriblemente dulce, descartándolo de inmediato con una arcada. El segundo sujeto fue Blaise, ni siquiera tuvo que pensar en cómo conseguir alguno de sus fluidos, el propio Blaise se peleó con el prefecto de Gryffindor, volviendo una mañana a la Sala de Slytherin con la nariz rota y la sangre cayendo a borbotones. Draco le ofreció un guante para retener el sangrado, no funcionó, de hecho lo empeoró (el ligero perfume en la tela le hizo estornudar) pero había obtenido una muestra casi perfecta de su sangre.

    Si bien la poción de Pansy era capaz de llenar sus dientes de caries, la de Blaise era tan ácida que, en comparación, morder un limón se convertía en una sensación agradable.

    El tercero en entrar en la ecuación fue Neville Longbottom. Hacerle llorar era sencillo, solo tenía que recordarle lo mal que le iba en cualquier asignatura que no fuese Herbología. Y fue, precisamente, tierra mojada lo que sintió al darle un trago a su poción.

    Conseguir algo de Harry Potter no fue tarea fácil, no fue hasta el encuentro en Hogsmeade que se dio la ocasión, regresando a su dormitorio con un abrigo —en teoría, prestado— y una sensación muy cálida en los labios tras los besos.

    Volvió a mirar la prenda, aislada en la burbuja como estaba no transmitía ningún olor ni sensación, era lo más parecido a estar envasada al vacío. Cogió el botecito donde se almacenaban las feromonas y pulverizó un poco en la poción. Pudo mezclarla y removerla, pero apenas dio el primer sorbo temblaron tanto sus tobillos que tuvo que apoyarse en la mesa con ambas manos, tanto el frasco de feromonas como la poción cayeron al suelo, haciéndose añicos. Draco sintió su cuerpo en llamas cuando el olor de Harry pareció empapar todo el dormitorio. Le faltaba el aire, al intentar respirar boqueaba como un pez fuera del agua, no conseguía tomar ni una bocanada de aliento. El sudor empapó su frente y, poco a poco, sentía como su vista se iba nublando. En el primer cajón de la cómoda guardaba las bombas anti-aroma, pero el intento de ir a por ellas fracasó estrepitosamente, siendo ahora él quien caía al suelo. Fue una suerte que la alfombra mitigara el golpe, porque iba a quedarse aquí un buen rato.

    Despertó con un escalofrío tan intenso que le hizo sacudirse. Reguló su respiración mirando de un lado a otro en el dormitorio, todo parecía estar bien, a excepción de los pedazos de vidrio rotos cerca de la mesa de pociones. Pudo ponerse en pie sin ningún problema, es más, se encontraba tan absolutamente bien y normal que, de no ser por los vidrios en el suelo, creería que había sido un sueño raro. Volvió al presente recordando el examen de Defensa contra las Artes Oscuras, ya podía darlo por perdido. Tendría que hablar con el profesor Lupin, explicarle la situación lo mejor que pudiera y solicitar una segunda fecha. Ahora bien, ¿qué era lo que había pasado? Se inclinaba a pensar que fue una reacción a las feromonas de Harry pero, ¿así de fuerte? ¿Capaz de desmayarse? Algo no estaba bien, ¿quizá se había equivocado con la poción? Tenía que hablar con Snape, si alguien sabía qué había podido pasar sería él.

    Se dirigió de lo más decidido al aula de Pociones, con la receta en un pergamino y repasando mentalmente los pasos que había hecho, confiaba en dar con el error pronto. Se detuvo en seco, no por oír voces sino por el olor: Harry estaba aquí. Le vio hablando con Remus y, ¿quién era ese otro hombre? Parecía un vagabundo. Llevaba el pelo terriblemente despeinado, unos pantalones desgastados a tal punto que perdían su color original en varias zonas, y un inmenso jersey a cuadros que, era evidente por cómo le caía hasta casi medio muslo, no era suyo. Lo más sorprendente es que Harry le abrazó de lo más contento al despedirse de él. Ahí pudo entenderlo: ese hombre era Sirius Black.

    El alivio que sintió fue casi inmediato, pues no se parecía en nada a su madre. Draco no recordaba haber visto nunca a su madre con un aspecto tan desarrapado, incluso cuando estaba enferma la encontraba perfecta, echada en la cama con un paño húmedo en la frente, pero con su melena debidamente acomodada entre las almohadas, su piel tersa y brillante, y las manos de Lucius siempre cerca de ella. Para Narcisa iba a ser muy reconfortante saber que no compartía ni un solo rasgo con un traidor de la sangre que tanto odiaba.

    Draco pudo ver el momento exacto en el que Harry le «sintió». Se había quedado mirando la dirección opuesta, por donde se marcharon el profesor Lupin y su padrino, y entonces giró todo el cuerpo para mirarle. Caminó hacia él casi sin parpadear y Draco no encontró ningún motivo como para querer irse, tampoco veía capaces a sus tobillos de moverse sin volver a temblar. Encontraba humillante tropezar delante de Harry.

    —Malfoy, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Buscabas a Snape? —Preguntó Harry mirando el pergamino mal arrugado en sus manos—. Se ha marchado hace un momento.

    —Oh. —Carraspeó, tenía que ser capaz de decir algo más que monosílabos—. Entonces le buscaré en otro lugar. Buenas tardes, Potter.

    —Espera, ¡espera! Tienes mi abrigo, ¿no? ¿Me lo podrías devolver?

    —Estamos ya casi en verano, no te hará falta.

    —Ya te dije que no tengo otro, de verdad lo necesito.

    —No es mi culpa que seas pobre. No sé dónde está tu abrigo, no lo recuerdo. A lo mejor lo tiré, qué sé yo.

    —¿Qué? ¡Malfoy, era mío! Te lo dejé para hacerte un favor, ¡no para que lo tiraras por ahí!

    —Te estoy diciendo que no sé dónde está. —Mintió—. A lo mejor no lo tiré y está por mi dormitorio, no lo sé.

    —Bueno, pues búscalo.

    —No, ¿por qué? Tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo.

    —¡Porque es mío! Yo no puedo entrar en tu dormitorio para buscarlo.

    —Mi dormitorio está prohibido para cualquier otra persona que no sea yo.

    —Lo sé, solo quiero mi abrigo, Malfoy. Nada más.

    —Te compraré un abrigo nuevo, ¿vale? —Aquello les pareció un buen trato a ambos—. Ahora, si no te importa, tengo muchísimas cosas que hacer.

    —Te puedo ayudar a encontrar a Snape.

    Antes de aceptar su ayuda, Draco le miró por unos segundos.
    —Eso implicaría tenerte caminando a mi lado. —Harry asintió con la cabeza, le parecía obvia la respuesta, pues cómo iba a ayudarle si no estaba cerca—. Entonces no. Gracias, le buscaré por mi cuenta.

    —No hace falta que seas tan desagradable, solo te estaba ofreciendo un poco de ayuda.

    —Y te he dado las gracias por ello, ¿verdad? Ahora mismo no puedo ir por ahí caminando contigo al lado, Potter. No puedo.

    —Pero, ¿por qué? Pensé que después de… —Harry carraspeó bajando un poco la voz—. Bueno, ya sabes, lo que pasó en Hogsmeade, estaríamos mejor.

    —Es precisamente por eso que no puedo.

    Draco se marchó lo más rápido que pudo, sentía cierto cosquilleo en su nuca y aunque no entendiera el motivo, sí sabía que era cosa de Harry. Pasaba algo con él, algo que hacía que todo su cuerpo reaccionara.
    Por su parte, Harry le vio irse sin tener la menor idea de qué estaba pasando.

    *



    El martes siguiente se realizó el segundo examen de Defensa contra las Artes Oscuras a modo de recuperación para los alumnos que habían suspendido el primero, pero siendo el primer intento para Draco. Le parecía inaudito que él, un Malfoy, fuese a un vulgar examen de recuperación junto a los más burros de las cuatro casas, él se merecía haber realizado el suyo a solas en el despacho del profesor. Esto mismo fue lo que dijo Snape al interceder por él con su compañero, explicando también los motivos de la falta de Draco al primer examen. Poco importó su insistencia, Remus organizó su examen junto a todos los demás garantizando, eso sí, que de llegar a suspenderlo también tendría derecho a su oportunidad para recuperarlo. La posibilidad de suspender le resultó casi una ofensa a Draco, que se esforzó al máximo para ignorar los susurros de Ron frente a su examen, intentando recordar las sesiones de estudio, y las quejas de Neville cuando no entendía alguna de las preguntas. No fue fácil, pero Draco consiguió hacer su examen sin distraerse.

    Las notas se entregarían esa misma tarde, vía lechuza. En el Gran Comedor se habían reunido tanto los alumnos que realizaron el examen como sus amigos, que apoyarían en caso de suspenso irremediable, o simplemente ojos curiosos que querían saber cómo había ido el examen.

    La lechuza de Leshana Audyn, alumna de Hufflepuff, fue la primera en aparecer por la sala. Sobrevoló por sobre su dueña y dejó caer un sobre antes de marcharse. Los dedos de la chica temblaron al sujetar el papel, pero su grito de alegría pudo oírse por todo el castillo al leer su nota. La siguiente lechuza en aparecer fue la de Samantha Barned-Toll, única alumna de Ravenclaw en presentarse al examen, seguida de Jules Birmingham, alumno de Slytherin a quien, a juzgar por su cara, no le había ido demasiado bien.

    Ron, en la mesa de Gryffindor, se desplomó a un lado de los platos y las tazas soltando un larguísimo suspiro.

    —¿Nervioso? —Preguntó Hermione, como autoimpuesta profesora particular suya, quería ver los resultados del examen de primera mano—. Has estudiado mucho, seguro que apruebas, ya lo verás.

    —Pero, soy un Weasley.

    —¿Y eso qué?

    —Weasley empieza por uve doble, «W». —Alzó índice y corazón en las dos manos, uniendo ambos índices para hacer la forma de la letra—. ¡No sabré mi nota hasta la noche!

    —Quizá sea mejor no saberla —dijo Neville, temblaban tanto sus manos que apenas podía sujetar su taza de té. Tras unos minutos reconoció el chillido de su lechuza, dejando caer un sobre sobre su cabeza—. Ay, creo que voy a vomitar.

    —Pues yo creo que vas a aprobar —aseguró Harry—. ¿Y bien?

    «(S) Supera las expectativas» —leyó Neville sin dar crédito—. «Has hecho un gran progreso en los hechizos protectores. Sigue así, Neville, estoy seguro de que te convertirás en un mago más que capaz de defender a los suyos». Pero, no puede ser, ¿he aprobado? ¡He aprobado! ¡Chicos, que he aprobado! ¡Y con una «S»!

    No tardó en recibir una pequeña ronda de aplausos y silbidos de sus amigos, felicitándole por sus esfuerzos. Las lágrimas de Neville esta vez fueron de alegría.

    Draco observaba el espectáculo desde la mesa de Slytherin, a una distancia prudente. A su lado tenía a Blaise con hasta los dedos de los pies cruzados llamando a la buena fortuna, y a Pansy burlándose de él por sus tantas supersticiones.

    —¿Lo habéis oído? Parece que Longbottom ha aprobado —dijo la chica—. Y con una «S», quizá sí sirva para algo después de todo.

    —¿Longbottom usando el cerebro? ¿Desde cuándo? —Blaise negó con la cabeza—. Ha debido ser un golpe de suerte.

    En ese momento aterrizaba Glauco —el gigantesco búho de Draco— en la mesa, recibiendo un par de caricias al traer el sobre bien sujeto en el pico. Hasta el búho pareció sonreír con cierta malicia, imitando la expresión de su dueño.

    —Solo un idiota confía en la suerte, Blaise. —Respondió Draco mostrándole el papel, con un nuevo «(E) Extraordinario» que añadir a su colección, junto al apunte del profesor: «tu conocimiento y destreza rivalizan con el de los magos adultos. Muy buen trabajo, Draco».

    Los gritos esta vez se dieron en la mesa de Slytherin, con Draco ganándose las miradas de prácticamente todo el mundo mientras se levantaba. Glauco dio un par de saltitos hasta apoyarse en su hombro, aceptando encantado los pedazos de manzana que Draco le iba dando.
    Se acercó igual de tranquilo a la mesa de los Gryffindor, y cómo luchó por no mirar durante mucho rato a Harry.

    —¿Qué quieres, Malfoy? —Ron prácticamente gruñó al verle.

    —Felicitar a Longbottom antes de marcharme. Debe ser la primera vez que supera las expectativas en algo, todo un mundo nuevo para él. —Sonrió despidiéndose con la mano.

    —¡Maldito niño rico! ¡No lo soporto! —Se quejó Ron dando un golpe en la mesa—. ¡Su vida tiene que ser tan fácil cuando Papá y Mamá se encargan de todo! ¡No tiene ni que esforzarse! ¡A saber con cuánto dinero habrán sobornado los Malfoy al profesor Lupin!

    Harry se pensó dos veces el interrumpirle, él había visto con sus propios ojos y hacía no mucho los esfuerzos de Draco con el trabajo de Herbología. Había pasado casi una semana entera durmiendo junto a una planta conversadora en el jardín de su casa, sin parar de hablarle e intentando averiguar su tema de conversación favorito. No solo eso, también se encargó de la redacción del informe y luego, en aquella mañana de domingo en Rothiermuchus que pasaron juntos, elaboró una poción para que la planta olvidara para siempre el nombre de «Sirius Black» y no le diese problemas. Estaba claro que Draco se esforzaba más de lo que cualquiera en la mesa de Gryffindor creía, y algo así quiso decirle a Ron, pero Ron habló más rápido que él, dando otro golpetazo que hizo sacudir las tazas.

    —Harry, no puedo entender que le hayas besado, de verdad que no lo entiendo.

    —¿Has besado a Draco? —preguntó Neville, sorprendido pero sin alzar mucho la voz. Harry asintió—. Vaya, lo siento. No se me ocurre nadie peor con quien compartir un beso.

    —Neville, tú también eres un Alfa —dijo Hermione, pensativa—. ¿No has sentido nada al tener a Draco aquí tan cerca?

    —Disgusto, desde luego. —Respondió Ron por él, haciéndole reír.

    —Qué curioso, a Harry hasta le cambia la cara.

    —Mi cara está igual que siempre. —Refunfuñó Harry.

    —No sé tu cara, Harry, pero el olor sí que te cambia un poco. —Neville le señaló—. Es como más… No sé, ¿más fuerte? No huele mal, pero es algo molesto. ¿Sabes cuando sacudes con demasiada fuerza las gerberas de humo blanco, que al chocar entre ellas sale el humo y no te deja ver nada? Algo así, ¿más o menos?

    —Vaya.

    —Conozco esa cara, ¿en qué estás pensando, Hermione?

    —En las lecturas complementarias de las clases con Dumbledore, ¿las recordáis? —Suspiró, por supuesto que ninguno de los tres recordaría siquiera el título de los ensayos, dudaba que los hubieran leído—. El olor de un Alfa se vuelve desagradable para otros Alfas solo cuando hay un Omega involucrado, como si quisiera marcarlo y acapararlo, alejando al resto todo lo posible —explicó—. Es extraño. El olor de un Omega debería atraeros a todos por igual, entonces, ¿por qué solo reaccionas tú, Harry? Mirad la mesa de Slytherin, Blaise y Pansy siguen allí, ¿no lo veis?

    —¿Qué es lo que tenemos que ver, exactamente? —Preguntaron casi al unísono.

    —Mirad sus caras, están hablando de lo más tranquilos entre ellos. Ahora mirad a Harry. —Y miraron Ron y Neville hacia él—. No ha parado de mirar la puerta del Comedor, por donde se marchó Draco.

    —¡Oh! ¡Es verdad! —Neville pareció ser el primero en darse cuenta.

    —¡Estaba mirando la puerta por casualidad! —Se defendió Harry—. ¿Y si prestamos atención a las lechuzas? Ron, todavía no sabemos tu nota.

    —Esto me preocupa mucho más que un examen. Harry, ¿te gusta Malfoy?

    —¿Qué? ¡No!

    —Esto es solo una teoría. —Se hizo el silencio absoluto en la mesa, así de respetadas eran las teorías de Hermione, pues solían tener siempre algo de razón—. Pero, tus feromonas y las de Draco parece que se complementan. Hay personas con las que congeniamos mejor que con otras, quizá pase algo así entre vosotros.

    —Eso es imposible, Hermione, ¿a qué persona le iba a caer bien Malfoy? ¡Hablamos de un Malfoy! —Ron hizo una mueca sacando la lengua—. Imposible, ¡totalmente imposible!

    —Pues yo creo que tiene algo de sentido —admitió Neville—. Pensadlo un poco, ¿cuándo fue la última vez que Draco insultó a Harry? Se le ve más tranquilo. Algo tiene que estar pasando, no sé el qué, pero hay algo, eso seguro.

    —¿Podemos volver a centrarnos en las lechuzas? No hay nada entre Malfoy y yo.

    —De momento —anotó Neville—. Aunque, si ya os habéis besado, yo diría que sí hay algo entre vosotros.

    Harry se lamentó, pero tampoco podía hacer mucho más por explicar su situación, ni él mismo sabía qué le pasaba exactamente cuando Draco rondaba cerca. La entrada de Hedwig con un paquete (grande pero ligero, dada la facilidad con la que la lechuza volaba) en sus garras le hizo espabilar de golpe. Lo dejó caer al sobrevolar la mesa de Gryffindor y se posó unos segundos en la cabeza de Harry, donde recibió un par de caricias antes de irse, dejando un par de plumas blancas por las tazas de té.

    Hermione, Ron y Neville atendieron curiosos al paquete, confiando en descubrir alguna pista de quién lo había mandado. Los dedos de Ron fueron los más rápidos al atrapar una pequeña nota.

    «Siempre cumplo con lo que digo, Potter». —Leyó Hermione, inclinada por sobre su hombro—. ¿Y esto, Harry? ¿Quién te lo envía? Te llama «Potter». Espera, no me digas que, ¿ha sido Draco? ¿Por qué?

    Harry abrió la caja misteriosa con cierto cuidado y sacó de su interior el abrigo más caro que habría visto nunca, ¿y ahora iba a ser suyo? Estaba seguro de que este abrigo valía más dinero que todas las cosas, las pocas cosas en realidad, que había podido llamar suyas a lo largo de su vida.

    —Por Merlín, es un Gold-Bouquét. —Ron soltó un largo silbido—. Ese abrigo vale más que mi casa, Harry. Es una marca carísima. He oído que los botones están fabricados con dientes de dragón y que se cosen con crin de unicornio.

    Harry no tardó mucho más en levantarse y probárselo. Aunque las mangas le quedaban algo grandes, el abrigo por sí solo comenzó a removerse por su cuerpo como siguiendo las indicaciones de un sastre experto. El bajo también se recogió para que cayera hasta las rodillas, se alzaron las solapas del cuello, se acortaron las mangas y se ciñó la cinturilla, con un cinturón apareciendo de la nada para cerrarlo todo y ajustando la prenda.

    —Harry. —Le llamó Ron con una sonrisilla—. Debes de besar muy bien si Malfoy te regala un abrigo tan caro.

    —Quizá debamos besarle nosotros también —dijo Neville intentando no reír—. Piénsalo, Ron, si vendemos un Gold-Bouquét nos haríamos millonarios, ¿y qué debemos hacer a cambio? Poca cosa.

    —Visto así, un beso no es nada que un buen enjuague bucal no arregle.

    —Venga, chicos, no digáis tonterías. —Les interrumpió Hermione—. Ron, tu nota tiene que estar al caer, más te vale haber aprobado, estuve toda la semana estudiando contigo.

    Ron refunfuñó con Neville dándole ánimos al lado, y Hermione suspiró aliviada. No podía entender que ninguno hubiera visto el cambio en la expresión de Harry, tampoco se explicaba que el propio Harry dijera que su cara era igual que siempre. El ceño fruncido y los labios apretados no eran un gesto normal en él, para nada.

    *



    El despacho de Severus Snape era un lugar frío, oscuro y lúgubre que no invitaba a quedarse en él mucho tiempo, sin embargo, Draco siempre se había sentido cómodo entre sus paredes, rodeado de frascos con ingredientes para cientos de pociones. Le gustaba mirar cada uno (por desagradable que fuera, como los ojos de sapo, que todavía parpadeaban dentro del frasco) y acertar sobre la poción en la que debían usarse.

    —Me ha vuelto a pasar —dijo mientras se sentaba en la silla frente a la mesa—. Cuando me acerco a Potter mi nuca empieza a arder.

    Snape asintió con un pequeño «umh» mientras servía el té, el olorcillo de manzana y canela inundando rápido todo el despacho.
    —¿Solo ocurre con Potter? —Preguntó alcanzándole una taza, todo ello con gestos relajados de varita—. ¿O te ocurre con alguien más? ¿Algún compañero?

    —No, es solo con Potter. —Dio un pequeño sorbo antes de seguir hablando—. Después del examen he estado todo el rato con Blaise y Pansy, y no sentí nada. Tampoco con Longbottom.

    —Mal asunto.

    —¿Tan malo es? —Draco le miró preocupado.

    —Es peor.

    Draco entonces se encogió en el sitio dejando el té en la mesa. Snape se compadeció de él, aunque tampoco tenía muy claro cómo podía animarle en una situación así. Sabía muy bien lo que pasaba, el cuerpo de uno comenzaba a buscar el del otro, que también parecía corresponder. Había muy poco que hacer cuando era el instinto quien marcaba el camino, y debía encontrar las palabras correctas para decírselo a Draco, sin que se llevara un disgusto muy grande.

    —Tus feromonas empiezan a buscar a Potter, quien parece reaccionar estupendamente ante ellas.

    —Pero, ¿por qué? Yo no he hecho nada como para…-

    Draco se calló interrumpiendo su propia frase. Agachó la cabeza con las mejillas encendidas, y Snape supo que algo había pasado entre ellos, ahora bien, ¿el qué? ¿Hasta dónde podrían haber llegado cuando apenas comenzaban a entender lo que les ocurría?

    —Por el bien de ambos, espero que no hayáis pasado de los besos. —Se aventuró a decir, con Draco asintiendo sin mirarle—. No es algo de lo que avergonzarse, tenemos muy poco margen de maniobra sobre nuestros instintos. La atracción entre Alfas y Omegas es algo animal, nos nubla la razón.

    —¿También has sentido algo así? —Draco buscó un cambio de tema.

    —Sí. Por desgracia, sí.

    —Y, ¿qué ocurrió?

    —Nada bueno, Draco. Nunca ocurre nada bueno cuando te dejas arrastrar por los instintos más salvajes que llevamos dentro. —Suspiró—. No puedes evitar que tu cuerpo reaccione ante Potter, él tampoco podrá; pero sí podéis decidir hasta qué punto llegar con esto. A estas edades tan tempranas se llega muy fácil a un punto de no retorno, una vez en él, te habrás perdido para siempre.

    —No sé si te estoy entendiendo del todo.

    Snape cruzó los brazos sobre la mesa y se inclinó hacia adelante, el gesto a Draco le recordó a un águila acechando a su presa. Guardó silencio unos segundos que empleó tanto en crear algo de misterio a su alrededor como en buscar la manera en la que Draco se tomara en serio este tema. La encontró.

    —Digamos que no me gustaría decirles a tus padres que terminarás el curso deseando un hijo de Harry Potter.

    Draco se levantó de un salto, con un movimiento tan brusco que la silla cayó al suelo tras él. Si antes estaba sonrojado casi por completo, ahora estaba pálido, no mostraba más color en el rostro que cualquiera de los fantasmas que habitaban Hogwarts. Se sintió avergonzado, ofendido y aterrorizado, una mezcla de emociones muy intensas que le sacudieron el estómago. No supo bien qué decir, así que no dijo nada y avanzó hacia la puerta.

    —No cometas mis mismos errores, Draco. —La voz de Snape le detuvo—. Las feromonas no entienden de sangre y apellidos, no las subestimes.

    —Soy un Malfoy, ¡soy un Malfoy! ¡Por Salazar, soy un Malfoy! —repitió—. ¡Por supuesto que podré controlar mi propio cuerpo!

    «No, no podrás», pensó Snape escuchando el portazo. El orgullo de Draco, su negativa ante la realidad de lo que ocurría, su rechazo a aceptarlo, todo aquello se le hizo terriblemente familiar. Se vio reflejado en todo esto y sintió toda la compasión posible por Dumbledore, pues a él también le había tocado aguantar berrinches y quejas de parte de un Omega igual de orgulloso.

    Fue, precisamente, la risita de Dumbledore lo que le devolvió al presente.

    —Esto me trae muchos recuerdos —dijo todavía sonriendo, sirviéndose él mismo un té.

    —Tenemos que hacer algo con Draco, no es consciente de lo que ocurre.

    —Sí, muchísimos recuerdos. —Dumbledore le miró—. Yo también hice mis advertencias hace algunos años y fui ignorado por un alumno particularmente terco y orgulloso. Es una broma del destino que lo hayas sentido tú ahora, Severus. —Rio una última vez antes de adoptar una postura mucho más seria—. ¿Crees que puede haber problemas entre Draco y Harry?

    —Sin ninguna duda. Esto solo puede ir a peor —dijo—. Por mi parte, no le quitaré el ojo de encima a Draco.

    —Lo que me preocupa es que no serán solo tus ojos quienes le miren, Severus. —Removió el té y bebió un poco—. Hablaré con Minerva, quizá podamos organizar algunas excursiones. Poner algo de distancia entre ellos nos dará tiempo a pensar el siguiente paso; ahora, me pregunto cuál será ese siguiente paso, ¿alguna idea? —Snape negó con la cabeza—. Bueno, confiemos en que un poco de aire fresco nos siente bien a todos.

    —Yo no…-

    —Severus, tú también darás tu clase en el exterior. —Le interrumpió—. Sería sospechoso que solo los alumnos de Gryffindor o de Slytherin salieran del castillo.

    Snape soltó una especie de gruñido en respuesta, ¿había algo peor que vigilar a dos jóvenes precoces que ignoraban todo tipo de advertencias que se les hiciera? Sí, caminar bajo el sol tan cerca ya del verano.

    SPOILER (click to view)
    NOTAS EN ESTE CAPÍTULO: ⬇️
    (1) Las calificaciones de aprobados en Hogwarts son tres, por orden: Extraordinario (E), Supera las expectativas (S) y Aceptable (A).
     
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    CAPÍTULO 11. ANIMANTIA
    A finales de mayo comenzaba a hacer auténtico calor entre las paredes del castillo de Hogwarts, quizá por ese motivo se celebraban tantas excursiones últimamente. La profesora Sprout llevaba su clase de Herbología a las lindes del Bosque Prohibido, contando con Hagrid como ayudante y protector; y el profesor Lupin hacía a sus alumnos practicar los hechizos contra los sapos y las ranas gigantes de Pitt-upon-Ford, una aldea al norte de Hogwarts. La aldea, al haber sido construida prácticamente sobre un estanque, sufría ataques casi continuos de familias enteras de anfibios, que tiraban los tejados abajo con golpes de lengua. Fue trabajo de los alumnos del profesor Lupin espantar a los animales, eso sí, siendo severamente castigados si los lastimaban de cualquier forma; Slytherin perdió ochenta puntos en un solo día por cosa de Pansy Parkinson, que hinchó a dos sapos para hacerlos estallar sobre las cabezas de varios Hufflepuff, y Gryffindor perdió cinco puntos por cosa de Neville Longbottom, que resbaló en un charco de saliva de rana gigante y, al sacudir los brazos buscando equilibrarse, enterró su varita en el ojo de dicha rana, dejándola tuerta.

    Por su parte, Snape había aceptado la misión más difícil: pasar una semana con los estudiantes de cuarto año de Gryffindor. Oficialmente, sería una tarea de campo para recoger los complicados ingredientes de la Animantia (que no era otra cosa que una poción que permitía a quien la bebiera transformarse en un animal durante un corto periodo de tiempo) y, lógicamente, prepararla, además de probarla y escribir el respectivo informe con los resultados. Extraoficialmente, con esta excursión se mantendrían separados Harry y Draco por una semana entera. A Snape le parecía injusto que toda la clase sufriera las consecuencias de este pequeño plan de contingencia, pero más injusto le pareció tener que hacer él solo todo el trabajo. La idea original de la excursión también incluía al profesor Lupin como apoyo en las transformaciones, pero que hubiera luna llena en un par de noches lo volvía una opción a descartar.

    El lugar al que debían ir era una colina situada en la zona este del valle, un poco más allá de Hogsmeade. En escoba se llegaría en cuestión de minutos, pero Snape no permitió su uso, obligando a los estudiantes a ir andando durante horas bajo el sol, cargando también con decenas de cajas, maletas y bolsas de equipaje. El cansancio siempre era beneficioso para un profesor, agotaba a los alumnos y llegaban al lugar indicado sin ninguna gana de hacer bromas ni travesuras, garantizando una clase tranquila.

    —Colocaos en grupos de tres y montad vuestros puestos de pociones. —Ordenó apenas llegaron a lo alto de la colina, debía ser el único que no estaba sudando en estos momentos, pues con un pequeño hechizo había invocado una nube que seguía sus pasos, protegiéndole y cubriéndole del sol—. Recordad que no tenéis permitido usar magia. Adelante.

    —Profesor, ¿podemos comer primero?

    —Cuanto antes acabéis, antes comeréis, joven Weasley.

    Ron suspiró, y Harry intentó animarle con unas palmaditas en el hombro, él también estaba hambriento. Hermione se acercó a ellos ofreciéndoles un puñado de bombones, intentó disimular el gesto sacando cosas de la bolsa que traía con ella.

    —Me los ha dado el profesor Lupin antes de salir —susurró.

    Durante casi una hora Snape pudo disfrutar de un momento de calma, se había sentado en una silla acolchada que hizo aparecer por allí, también se sirvió una taza de té y disfrutaba tanto de las vistas al castillo desde lo alto de la colina, como de las quejas de los alumnos colocando los materiales. Las bolsas y maletas que trajeron estaban encantadas, y de ahí sacaban como podían las mesas, los calderos, los libros y los cuadernos, incluso el fuego para calentar sus puestos.

    El suspiro de cansancio fue generalizado en toda la clase cuando terminaron, también lo fue el «¡oh!» cuando vieron aparecer sobre sus mesas los platos rebosantes de comida. La cena se servía en el Gran Comedor, pero aparecía aquí estando tan lejos gracias a un encantamiento de Snape. Al ser magia sin varita, nadie pudo sospechar que fuera cosa suya, era precisamente lo que buscaba, ¿un grupo de alumnos dándole las gracias con las bocas llenas de comida a medio masticar? Se le arrugaba la cara de solo imaginarlo.

    Los grupos de tres pasarían toda la semana juntos, compartiendo también la tienda de campaña, que podían parecer diminutas, pero tenían todas las tiendas mágicas un interior que nada tenía que envidiar a una casa; incluían hasta baño propio.

    —¿Te has lavado las manos?

    Ron suspiró volviendo al baño, Harry se echó a reír sentado en su colchoneta, pero a Hermione no le hizo ninguna gracia desde la suya. Después de unos segundos Ron se reunió con ellos, sacudiendo las manos mojadas en el aire.

    —¿No os parece un poco raro todo esto? —Preguntó mientras se sentaba. El colchón de Hermione estaba en el centro, a un lado el de Ron, al otro el de Harry. Lo habían decidido así porque, de entrar Snape a darles un susto de muerte, podrían proteger a la única de los tres que se sabía la receta de todas las pociones que habían estudiado en clase—. Sé que mis hermanos tuvieron alguna vez varias clases fuera de Hogwarts, pero ¿una semana entera? Esto es muy raro. Aunque, también os digo, me alegro de no verle la cara a Malfoy, ¡llevamos tanto tiempo sin verle! A este paso terminaremos el curso sin ver a ningún Slytherin. Ay, Harry, lo siento, tú sí tienes que echarle de menos.

    —No le echo de menos.

    —¿Ni un poquito? Porque yo creo que sí, te noto más nervioso estos días. Te veo preocupado.

    —¿Preocupado? ¿Por Malfoy, dices?

    —No lo sé. —Ron se alzó de hombros—. Quizá te preocupe que pueda ir por ahí besando a alguien más y regalando abrigos caros.

    —¡Ron! —Hermione le dio un codazo en el costado—. Harry, no le hagas ni caso. Si de verdad estás preocupado por Draco, siempre puedes echar un vistazo al Mapa.

    —Ya, ya lo sé.

    —¿Ya lo sabes? Oh, ¿es que ya has mirado el Mapa buscándole?

    —¿Lo ves? —Ron dio una palmada—. ¡Le echas de menos! ¡Lo sabía!

    —¡No! ¡No es lo que estáis pensando! Es solo… No lo sé, ¿curiosidad?

    —Curiosidad o lo que sea, tengo la solución.

    Tanto Hermione como Harry miraron a Ron con cierta lástima, esperando la que sería su más nueva idea descabellada destinada a fracasar. Ron rebuscó en su bolsa unos segundos y volvió con ellos, enseñándoles su plan maestro: una fotografía de Draco. Por supuesto, al estar encantada, el Draco de la foto se movía en la imagen, parecía aburrido de estar ahí.

    —¿Qué es eso, Ron? —Preguntó Hermione entre suspiros—. ¿Qué clase de idea has tenido?

    —Harry, puedes echar de menos a Malfoy todo lo que quieras. —No le dejó hablar, interrumpiéndole al acercarle la fotografía—. Pero, mientras te siga pareciendo horrible, todo estará bien. Piénsalo.

    —¿Qué tengo que pensar?

    —Sin el celo ni el ciclo de por medio, Malfoy tiene que parecerte un tipo horroroso, ¿no? Pues ahí lo tienes, ahora solo es cuestión de mirarle muchas veces y repetirte lo horrible que es.

    —Eso no tiene mucho sentido, Ron —le dijo Hermione.

    —¡Claro que lo tiene! De normal, Malfoy es lo peor que puedas echarte a la cara. Si Harry acabó por besarle fue por las feromonas, ¿no es así? Ahora mismo no querrías besar a Malfoy, ¿verdad?

    Harry prefirió no contestar y cogió la foto, el Draco en la imagen bostezaba. Lo cierto es que parecía uno de esos cromos de Grandes Magos de la historia: Draco al frente llevando el uniforme de Slytherin y, de fondo, el castillo de Hogwarts; toda la imagen rodeada de un marco plateado.

    —Ron, ¿qué es exactamente esta foto?

    —Un papel del desolvido —dijo—. No es una fotografía sacada al uso, sino el recuerdo de una persona estampado en un papel, ¿ves el nombre detrás? —Harry giró el papel, «Draco Malfoy»—. Puedes escribir el de cualquiera, y saldrá en la foto según le recuerdes. Mira.

    Ron cogió la foto dándole la vuelta, borró el nombre de Draco y escribió: «Hermione Granger». Volvió a girar el papel y apareció de repente la biblioteca de Hogwarts, no tuvieron que esperar mucho rato para ver a Hermione llevando una montaña de libros a una mesa, dejarlos en ella y empezar a leer el primero.

    —¿Por qué le estoy poniendo muecas al libro? —Preguntó Hermione mirándose a sí misma—. Tengo una cara rarísima.

    —Pones esa cara cuando estás nerviosa. Parece que te enfadas con el libro.

    —Eso es una tontería, yo no pongo esa cara.

    —Sí debes de ponerla —dijo Harry con la foto en la mano—. Si sales en el papel es porque Ron te recuerda haciendo ese gesto, ¿no? Es adorable.

    —¡Mirad qué tarde es! ¡Hora de dormir!

    —Yo… Yo también me voy a dormir. —Hermione se revolvió en su manta, cubriéndose casi por completo—. Harry, buenas noches.

    —Sí, buenas noches, ¿estáis bien?

    —Yo estoy muy cansada, agradecería un poco de silencio. Por favor.

    —Yo igual. Buenas noches.

    Ron se acostó en su colchoneta sin muchas ganas de hablar, dejando a Harry de lo más confundido. Le dio un último vistazo a la Hermione de la fotografía (sí que ponía una cara extraña mientras leía) y giró el papel para volver a escribir el nombre de «Draco Malfoy». Una vez más apareció con su uniforme de Slytherin, bostezando e iluminando la fotografía con su varita. A Harry no le pareció una imagen para nada horrorosa, lo que le hizo sospechar que el plan de Ron no iba a dar muy buenos resultados.

    Miró la foto cada mañana al desayunar, volviendo la tarea de olvidar la existencia de Draco algo imposible. La primera mañana el Draco de la foto le miraba solo de reojo, aparecía con Glauco al hombro y le daba pedazos de manzana, una manzana verde, por supuesto. La segunda mañana apreció llevando ropa de diario, y el fondo no era Hogwarts sino la fachada de la mansión Malfoy, por lo menos esta vez sí le devolvía la mirada a Harry, aunque fuera esa mirada suya tan cargada de superioridad. La tercera mañana apareció en una calle de Hogsmeade llevando, precisamente, el abrigo que Harry creía perdido, le pareció ver un guiño divertido en su sonrisa.

    La cuarta mañana Harry despertó un poco antes de lo habitual, no fue cosa suya sino por los gritos fuera de la tienda. Ya varios equipos habían avanzado en sus elaboraciones de Animantia pero, a juzgar por el volumen de los gritos, las transformaciones no estaban yendo del todo bien. Como ya empezaba a ser costumbre de cada mañana, miró la fotografía. Draco se peinaba en uno de los baños de Hogwarts y parecía de lo más entretenido hasta que, por el reflejo del espejo, vio a Harry. A Harry le impresionó la rapidez con la que se sonrojó, saliendo también del baño en cuestión de segundos. No volvería a ver a Draco aparecer por allí hasta la noche, cruzado de brazos y con las mejillas todavía rojas, pero mirándole.

    —¿Y bien? —Preguntó Ron metiéndose en su colchoneta, bostezó al acomodarse—. Es horrible, ¿verdad?

    —¿Eh? Sí, claro. Horrible.

    Entonces Harry tuvo que soltar la fotografía al sentirla, literalmente, quemando en sus dedos, ¡la fotografía estaba ardiendo! Se esperaba ver al Draco de la fotografía riendo por haberle quemado, pero no había el más mínimo rastro de sonrisa en su expresión; parecía enfadado y triste, como si estuviera decepcionado. Recordaba esa cara, la había visto aquella noche en la mansión Malfoy, cuando Lucius le había reñido, ¿estaba llorando? No pudo saberlo, el papel se convirtió en cenizas sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

    *



    Remus caminaba con dificultad, con cada paso que daba sentía abrirse una herida, sentía todo su cuerpo resentirse por el repentino esfuerzo y tenía que luchar con la jaqueca, sospechaba que la cabeza le iba a estallar en cualquier momento. De no tener a Sirius al lado, sujetándole y casi arrastrándole para que caminara por el sendero, se habría desplomado más de una vez.

    —No lo entiendo, de verdad. ¿No es la clase de Quejicus? ¿Qué pintas tú ahí con él? —La ayuda de Sirius no venía acompañada de agradable silencio, al contrario, venía con una lluvia de quejas que no estaban ayudando a calmar su dolor de cabeza—. Si apenas puedes tenerte en pie después de la luna. Tendrías que estar descansando, no de paseo por el monte. Da pena verte, Remus, no estás bien.

    —No puedo dejar a Snape tanto tiempo solo con alumnos de Gryffindor. —Contuvo el quejido. Con el último paso notó abrirse uno de tantos cortes en la espalda—. Los suspendería a todos, no tiene paciencia. Mucho menos con Harry. Estamos teniendo problemas para… ¡Uf! —Se quejó mordiéndose el labio—. Para un momento. No puedo. Me duele… Ah, me duele muchísimo la cabeza. —Pareció que el beso de Sirius en su mejilla le dio las fuerzas necesarias como para seguir andando, al menos por unos segundos—. Estamos teniendo problemas para alejarle de Draco, pero debemos hacerlo, la situación puede salirse de control muy pronto.

    —No estoy de acuerdo con este plan vuestro, ¿qué es lo peor que podría pasar? ¿Que se lleven mejor? —Recolocó el brazo de Remus sobre su hombro, de verdad le preocupaba que tropezase con sus propios pies y cayera de bruces al suelo—. Hacerse amigo de un niño de papá tampoco me parece algo tan terrible como para que haya que evitarse a toda costa.

    —Puede pasar algo mucho peor, Harry es un Alfa. Y Draco es un Omega.

    —Joder, Remus, que cumplirán los quince este verano, ¿qué te piensas que van a hacer? Habrán descubierto las pajas y poco más.

    —Eso no lo sabemos.

    —¿El qué? ¿Que con quince años no paras de hacerte pajas? Porque yo sí que lo sé —admitió con una sonrisa burlona—. Yo también tuve quince años y tuve que ver cómo te ibas convirtiendo poco a poco en un hombre. Ahí, a mi lado. ¿Qué querías que hiciera sino fantasear contigo?

    —Por Merlín, no puedes estar hablando en serio.

    —¿Qué? La mayoría de las veces me las hacía pensando en ti. Es un halago.

    —De acuerdo, dejemos el tema, ¿quieres? —Realmente, Sirius no quería dejar el tema, siempre le había gustado poner nervioso a Remus, pero terminó por ceder—. Harry y Draco tienen que estar separados, y punto. Ya está. Se han cometido muchos errores en el pasado, y no quiero que se repitan.

    —¿Qué clase de errores?

    —Errores terribles.

    —Hoy estamos misteriosos, ¿verdad, Remus? —Intentó no reír muy alto con su ceño fruncido—. Que sí, que sí, Harry y Draco separados. ¿Qué más? ¿Quieres que espíe su correo? ¿Prefieres que le encierre en su dormitorio cuando esté en Rothiemurchus? ¡Oh! ¿Quizá prefieras que tampoco decida sobre su propia comida? Elegiremos nosotros qué podrá comer y qué no, ¿te parece? ¿Y si elegimos también su ropa? Ah, y las clases, por supuesto, ¿cómo vamos a dejar que el propio Harry decida lo que quiere estudiar? Oh no, claro que no. ¿Qué será lo siguiente? ¿Que elija sus propias amistades? ¡Jamás!

    —Sirius, por favor. Ya sé que no te parece bien, pero no hay otra manera. Solo estamos ganando algo de tiempo.

    —¿Tiempo para qué?

    —¡Hasta que sepamos lo que hacer para evitar…-!

    Se mordió la lengua, tanto por el latigazo en su espalda, con el último movimiento se había abierto otra herida, como por el secreto que guardaba Snape. No podía contarlo y no lo haría, mucho menos a Sirius. Suspiró apoyándose en él, se daría unos segundos para recuperarse y seguir, tanto andando como con la conversación.

    —Imagínate que Harry y Draco solo están «jugando», y en plenos juegos uno entra en celo, lo cual induce el ciclo del otro. Te harás una idea de lo que ocurrirá. —Sirius asintió—. ¿Qué demonios piensas hacer si, un día de estos, Harry te escribe diciéndote que va a ser padre? Porque puede pasar, Sirius: son dos críos descubriendo sus cuerpos. No son conscientes de las consecuencias de sus actos. —Agradeció que la colina estuviera ya tan cerca, estaba mucho más cansado de lo que había planeado en un principio—. Todavía es pronto, podemos buscar la manera de pararlo porque, ¿qué haremos el año que viene? ¿Y cuando tengan dieciséis? ¿Con diecisiete? A esa edad solo estarán pensando en una cosa, y te aseguro que no es graduarse en Hogwarts.

    —Vaya con el antiguo prefecto de Gryffindor. —Sirius le dedicó un largo silbido—. ¿No me digas que solo pensabas en follarte a alguien llevando ese uniforme? ¿Por eso aceptaste salir conmigo? ¿Buscabas desahogarte y olvidar tus responsabilidades?

    —¿Quieres hacer el favor de tomarte esto en serio? Intento evitar un desastre.

    —Me parece que estás exagerando —le dijo—. Hablamos de Harry, no tiene la cabeza hueca. Y, hasta donde sé, Draco tampoco. Sí, serán dos críos, pero saben lo que ocurrirá si no van con cuidado. Confía en ellos.

    A Remus le gustaría contagiarse de aquella seguridad, decirse a sí mismo, y convencerse de ello, que todo saldría bien, pero no pudo. El último beso de Sirius, antes de transformarse en perro y adelantarse hacia la colina, le hizo sonreír pero no ayudó a tomar partido en el debate interno que estaba teniendo. Cogió aire y siguió caminando, una parte dentro de él quería comprobar cómo iban avanzando los alumnos con la Animantia y librarlos de la amenazadora presencia de Snape; la otra parte solo quería echarse a dormir, a poder ser, bien abrazado a Sirius.

    *



    Hermione echó el último ingrediente al caldero, esperándose la pequeña explosión en su interior, la saliva de babosa cocida siempre causaba la misma reacción con las hojas y tallos de valeriana. Ron lo anotó en el informe y Harry miró con algo de miedo el líquido burbujeante, habían echado a suertes quién tomaría primero la poción y él había perdido.

    —Es del todo segura, ¿no?

    —Debería serlo.

    Esa respuesta no le convenció, pero tampoco tenía muchas más opciones. Aceptó el cucharón y bebió de un solo trago para no perderse en el sabor que tendrían las babosas y el resto de ingredientes tan desagradables. No sintió nada más allá que arcadas, lo cual no era una buena señal, en teoría, ahora debía estarse transformando en un animal, no sabía cuál. Se miró las manos, se miró las piernas, se tocó la nariz y parpadeó un par de veces esperando ver algún cambio, pero no ocurrió nada. No supo si sentirse aliviado o decepcionado por ello.

    Un par de ladridos le sacaron una sonrisa, agachándose al instante para acariciar a Sirius por entre las orejas. Dio un par de vueltas alrededor de la mesa, olisqueando también a Ron y Hermione, y se sentó a un lado para mirar lo que hacían. Gruñó en el mismo instante en que se acercó Snape, por suerte, Remus no tardó en aparecer también por allí, siendo una vez más una barrera entre uno y otro.

    —¿Qué haces aquí, Lupin? Deberías estar medio muerto en una cama hasta mañana. —Snape suspiró con el par de ladridos que se ganó con su comentario—. Y tu saco de pulgas debería estar encerrado en una celda.

    —Mi saco de pulgas estará siempre conmigo —aseguró. Le divirtió ver la cola de Sirius moviéndose feliz de un lado a otro—. Ya he descansado lo suficiente esta mañana, vengo a sustituirte.

    —¿Estás en condiciones? Los alumnos pueden transformarse en osos, leones o rinocerontes, ¿cómo los detendrás en caso de ataque? ¿Pidiéndoselo amablemente?

    Remus quiso recordarle que «el saco de pulgas» que tenía sentado a su lado era un animago desde hacía más de diez años, que tendría más conocimiento en transformaciones que él mismo y que, desde luego, sabría cómo revertir una transformación fallida por Animantia. Se guardó los comentarios y resopló, no podía meterse en una guerra con Snape.

    —Puedo hacerme cargo de la clase —le dijo—. Si he venido es porque quizás «alguien» en Hogwarts quiere hablar contigo, y no debe acercarse hasta aquí.

    Snape entendió el mensaje oculto entre líneas y se marchó sin decir nada más, cómo echaba de menos el aire gélido de las mazmorras. Allí no harían falta hechizos ni conjuros para alejar el calor bochornoso de finales de primavera, entre los pasillos de las mazmorras siempre hacía frío.
    Remus se apoyó en la mesa con una mano, el apretón contra la madera fue tan fuerte y repentino que esta crujió un poco a modo de queja. Se llevó su otra mano a la cabeza frotándose la sien. Reconoció las caricias que treparon por su espalda y el pequeño masaje en sus hombros antes del abrazo.

    —Acabas de delatarte delante de toda la clase.

    —Qué va, no hay nadie mirando —respondió Sirius—. Están todos mirando a Quejicus bajando la colina, no se creen que se vaya. ¿Estás mejor? Vamos, tienes que dormir un poco.

    —En la tienda tenemos un par de ranas de chocolate —anotó Hermione—. Puede descansar ahí si quiere, profesor.

    —Creo que voy a aceptar tu invitación, Hermione. Necesito. —El gruñido que soltó, fruto del dolor, fue más animal que humano—. Necesito echarme un momento. —Suspiró, hacía su mejor esfuerzo por regular la respiración—. Os lo pido por favor, portaos bien. Utilizad este rato libre para hacer cosas útiles y no meteros en líos.

    —Tranquilo, yo me encargaré de echarles un vistazo.

    —Esa es la peor idea que has podido tener nunca, Sirius. Y has tenido ideas terribles.

    Sirius refunfuñó mientras le ayudaba a caminar, con Ron echando una mano al otro lado. A fin de cuentas, alguien del tamaño de Remus pesaba lo bastante como para necesitar a dos que le cargaran. Prácticamente le dejaron caer a lo largo de las tres colchonetas, a Ron le pareció increíble que Remus estuviera dormido con aquel golpe, su cara se había estampado contra su almohada y no se inmutó. Las manos de Sirius se movieron rápidas para quitar zapatos y desabrochar un par de botones en la camisa, también hizo levitar a Remus para colocar mejor las colchonetas y taparle con una manta gigantesca, se acercaron flotando las dos cajas con ranas de chocolate y también se servía chocolate caliente en una taza. Ron se guardó las preguntas y se apuró en salir de la tienda cuando vio a Remus despertar, sonriendo al ver a Sirius.

    —Oye, Harry. —Se acercó a él, que terminaba de limpiar el caldero en el puesto de la poción fallida—. Tu padrino, ¿sabes si… si él y el profesor Lupin están…? No sé, ¿juntos? Hay un ambiente muy raro ahí dentro —dijo señalando la tienda con el pulgar—. Era como mirar a mis padres, ha sido una cosa rarísima.

    —No pueden ser como tus padres, ninguno te llama a gritos ni te tira de las orejas —rio con el golpe de Ron en el hombro—. Según me han contado, llevan juntos mucho tiempo.

    —¿Quiénes llevan juntos mucho tiempo? —Preguntó Hermione reuniéndose con ellos.

    —El padrino de Harry y el profesor Lupin.

    —Vaya, eso explica que estén siempre juntos, ¿no os habéis fijado? Siempre que vemos al profesor Lupin tu padrino no suele andar lejos, Harry. Creo que también se envían cartas, ¿no habéis visto al profesor Lupin en la biblioteca? —Suspiró, obviamente ni Ron ni Harry pasaban sus ratos libres en la biblioteca—. He tropezado con él un par de veces, y siempre le veo sonreír de lo más feliz con su correo.

    —Puede estar sonriendo por cualquier otro motivo.

    —No, Ron, es una sonrisa de amor, estoy segura. Es distinta a una sonrisa normal.

    —¿Y qué sabrás tú de una sonrisa de amor?

    —Pues sí que lo sé.

    —¿Por qué? ¿Estás enamorada?

    —¿Qué? ¡No! ¡Yo no! —Señaló a Harry, anotándose que más tarde se disculparía con él por usarle de distracción—. ¡Es Harry! Él está enamorado de Draco y sonríe de esa forma cuando le ve.

    Harry resopló tan alto y tan harto con el tema que el ruidoso suspiro de alivio que soltó Ron pasó desapercibido.

    *



    La marcha de Snape dejaba un par de horas libres en el exterior hasta el anochecer, de no ser por el calor asfixiante de esta tarde, muchos alumnos se habrían marchado a explorar la zona del monte por su cuenta y riesgo, pero la opción ganadora fue quedarse al fresco dentro de las tiendas de campaña o apoyados en algún árbol buscando sombra. Unos pocos (Hermione entre ellos) aprovecharon para adelantar los deberes pendientes de otras asignaturas, el resto, que venía siendo la mayoría de la clase, prefirió hacer cualquier cosa menos tareas y deberes. Comían y bebían durante la merienda, charlaban entre ellos o jugaban con pequeños hechizos, respetando siempre a los que dormían a pierna suelta en las tiendas.

    Harry, después de prometerle a Sirius que no se metería en ningún lío, pudo irse a explorar, alejándose del aire de relajada pereza que se estaba expandiendo por todo el grupo, parecía que una nube de extrema falta de ganas de moverse había contagiado a la clase, que ahora bostezaban y se echaban a dormir entre conversaciones y chistes contados a medias. Decidió marcharse para estirar un poco las piernas después de comer, no buscaba ninguna aventura trepidante, solo quería moverse o acabaría dormido hasta la noche; y con los ronquidos del profesor Lupin (se oían incluso a través de la tienda cerrada) tenían ya suficiente diversión.

    El paseo estaba siendo agradable, para huir del sol aprovechó cada pedazo de sombra que daban las zonas con mayor vegetación. Un rato de sombra, por breve que fuera, siempre era de agradecer en un día tan caluroso, ni siquiera llevaba la capa, apenas la camisa con las mangas arrugadas hasta sus codos y la corbata más suelta de lo que debería. Solo en verano envidiaba el uniforme femenino, una falda era muchísimo más fresca que los pantalones largos que estaba obligado a llevar durante todo el curso. Quizá se perdiera demasiado en sus pensamientos (recordaba la cara tan sonrojada de Ron esta mañana, cuando Hermione se presentó ante ellos con calcetines cortos y no larguísimas medias cubriendo sus piernas), porque no vio la raíz que se alzaba un par de centímetros del suelo. Tropezó y, con una mala suerte terrible, cayó rodando ladera abajo. No era la mejor forma de bajar ninguna colina.

    Agradeció estar solo, esta caída había sido humillante. Pensó que lo único positivo era que había acabado a la sombra, había caído en una zona repleta de árboles tupidos que mantenían a raya la luz inclemente del sol. Aunque no le hacía falta mucha luz para ver las manchas de tierra en su camisa, sería mejor que Snape no le viera o le bajaría puntos a Gryffindor por su aspecto.

    Por el momento, se preocuparía de volver a lo alto de la colina, debía bordearla y alcanzar el camino de vuelta. Iba a ser una pena alejarse de los árboles, su cuerpo no estaba hecho para soportar el calor. Se detuvo al sentir varias gotas empapando su hombro, era imposible que fuera sudor al caerle desde arriba. Llevó su mano a la tela con una mezcla de asco y confusión, la sustancia era viscosa y translúcida, recordaba a las babas de algún animal. Fue una especie de chasquido lo que le hizo alzar la cabeza, descubriendo sobre las ramas que tenía encima la mandíbula abierta de una araña enorme.

    Aquí se iba su promesa de un paseo relajado, saltó hacia adelante girando en el suelo, lo hizo en el momento oportuno porque la araña, casi tan grande como una vaca, se dejó caer de entre las ramas con intenciones de darle un buen bocado. Se balanceó en su propia tela y le miró, Harry nunca había tenido tantos ojos a la vez mirándole sin parpadear, era desconcertante.

    De repente, y por sobre los chasquidos que hacía la araña con los colmillos, pudo olerlo. Llevaba semanas sin olerlo y no pudo evitar suspirar casi extasiado, ¿era posible echar tanto de menos el olor de otra persona? Le parecía una locura.

    ¡Diminuendo!

    La araña, antes del tamaño de una vaca, se redujo hasta alcanzar el tamaño considerado normal para una araña. Luego flotó a casi un metro del suelo, a Harry le dio escalofríos ver cómo se movían sin parar sus ocho patas en el aire, hasta acabar dentro de un tarro de vidrio, cerrándose al instante para evitar que huyera. Sobre el cristal se empezó a escribir un nombre, y a Harry también le preocupó verse capaz de reconocer aquella letra tan rápido. Ni siquiera se sorprendió cuando leyó: «Blaise, acromántula. Cuidado: tiene hambre».

    —¿Potter? —Era extraño ver a Draco con un tarro con una araña, que resultaba ser Blaise Zabini, en la mano—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Los de Gryffindor no deberíais estar ahí arriba? —Y señaló la colina—. ¿Qué pasa? ¿Te has perdido? —Se echó a reír viendo su camisa llena de tierra—. ¿Has preferido revolcarte por la tierra?

    —Estaba paseando y tropecé —dijo—. ¿Y tú? ¿Los de Slytherin tenéis clases por aquí cerca?

    —Para nada, llevo casi media hora corriendo detrás de este idiota. —Sacudió el tarro, haciendo que Blaise se chocara con un lado y otro del vidrio. Esperó unos segundos a que llegase Glauco, aterrizando en su hombro—. Llévale de vuelta con Pansy —le dijo acariciándole la cabeza. Le vio revolotear y alejarse con el tarro en sus garras—. Resulta que las acromántulas no tienen demasiado cerebro, vio un conejo y corrió tras él, no pudimos detenerle, ya sabes, cosas de la Animantia. Sabrás los efectos de la poción por lo menos, ¿no?

    —Sí, Malfoy, te transforma en un animal durante un rato.

    —Ajá, ¿y qué más?

    —No hay nada más. Bueno, que los efectos duran menos que un hechizo.

    —En serio, Potter, ¿cómo puedes seguir en Hogwarts sabiendo tan poco como sabes? —Resopló negando tanto con las manos como con la cabeza—. La Animantia te convierte en un animal, sí, pero lo hace prácticamente al cien por cien. Dejas de pensar como un humano, te vuelves ese animal, por eso es una poción tan peligrosa, ¿no lo has visto?

    —No, la poción no me hizo efecto. Tenemos que repetirla.

    —¿Hace cuánto te la has tomado?

    —Una hora, más o menos.

    —¿Equilibraste las hojas de valeriana y los tallos? —Volvió a resoplar—. La valeriana es un aletargante natural para los Alfas, debes usar menos cantidad. Vuelve con tu equipo, debes estar a punto de transformarte. La poción sí te hace efecto, solamente tarda un poco más.

    Harry se dio cuenta de que ni él, ni Ron ni Hermione habían pensado en los efectos que tendría la poción en el cuerpo de un Alfa, ni en el de un Omega.

    —Eres muy listo, Malfoy.

    —Sí, lo soy. Aunque a tu lado casi cualquiera lo parece. —Se alzó de hombros mientras reía—. Ahora, vete de una vez. No quiero meterme en problemas por tu culpa.

    Pero, muy a pesar de Draco, los problemas ya habían comenzado.

    Harry se llevó ambas manos a la cabeza intentando no gritar muy alto, algo pasaba ahí dentro y le dolía horrores. Enterró los dedos en su cabello sintiendo cosquilleos por todo el cuerpo y sintió también, con espanto, que algo por debajo de su pelo se movía. Pudo mirar hacia Draco, que le devolvía una mirada tan preocupada como la suya, y luego no vio más nada. Es decir, sí, sí que veía, pero no lo hacía con ojos de humano, sino de animal.

    Draco resopló negando con la cabeza.

    —Muy bien, Potter, ¿qué se supone que hago ahora contigo?

    Y es que Harry, convertido en un ciervo, mordisqueaba su cabello creyéndole alguna clase de cereal dorado.

    *



    Sirius estaba preocupado, hacía más de una hora que Harry se había marchado y no había dado ninguna señal de volver pronto. No tenía la menor idea de cómo ser un buen referente paterno sin caer en la sobreprotección o el desapego, pero sí sabía que era trabajo del padrino cuidar de su ahijado.

    —Vas a hacer un agujero en el suelo —le dijo Remus. Estaban los dos dentro de la tienda, Remus terminando la segunda rana de chocolate, y Sirius caminando alrededor, dando círculos—. ¿Qué pasa? ¿Qué te tiene tan nervioso?

    —¿Crees que es excesivo si fuera tras Harry? —Le preguntó—. Me gusta darle su espacio, no quiero que me tenga por un padrino sobreprotector, pero estoy preocupado, ¿y si le ha pasado algo? ¿Y si se ha hecho daño? ¿Recuerdas el caos que fue cuando James probó la Animantia? ¿Y si vuelve a pasar?

    —Harry no le ha dado Animantia a toda la clase, así que dudo que, de golpe, tengamos un zoológico ahí fuera.

    —Aquello fue divertido, admítelo. —Le señaló—. Estás sonriendo, venga, admítelo.

    —Sí, sí que lo fue. Fue muy divertido verte correr detrás de cuatro o cinco gatos.

    —Lo volvería a hacer, no me gustan nada los gatos. —Rieron con el recuerdo, luego Sirius intentó devolver seriedad a la conversación, que no habría tanta viendo a Remus casi canturreando al terminar el chocolate caliente de su taza—. ¿Sabes qué? Voy a buscar a Harry, me da igual si me llama exagerado, ¡imagina que se convierte en un gato! Ahí fuera hay lobos, puede acabar muy mal si no tiene cuidado.

    Caminó decidido hasta la puerta, pero un repentino tirón de pelo le impidió dar más de un par de pasos. Sonrió al detenerse, alejando también las sensaciones que dejaba siempre la mano de Remus en su cabeza. Giró solo un poco para poder mirarle.

    —Vamos, no me hagas esto —dijo con una sonrisa para nada inocente. Era la sonrisa que hacía a los tobillos de Remus temblar—. Habíamos acordado que nada de tirones fuera de la cama.

    —Tienes que darle la vuelta a todo siempre, ¿verdad? No estoy buscando nada. —Remus carraspeó soltándole de inmediato, había sido un gesto inconsciente, así de acostumbradas estaban sus manos al cuerpo de Sirius—. Tienes que transformarte antes de salir, no pueden verte así.

    —¿Solo eso? ¿No buscabas nada más al tirarme del pelo?

    —¿Tú no estabas tan preocupado por Harry? —Prácticamente le estampó la mano en la cara, era la única forma de que Sirius dejara de sonreír, no podía dejarse arrastrar por aquella sonrisa, no aquí—. Vamos, no te distraigas y ve a por tu ahijado, hablaremos de tirones de pelo más tarde.

    Compartieron un guiño antes de que Sirius se marchara.

    Seguir el rastro de alguien no era una tarea complicada para un perro, menos aun cuando se trataba de un olor conocido, y el de Harry desde luego que lo era. El lado animal de Sirius recordaba incluso el olor de James y el de Lily, no volver a olerlos nunca más era una sensación dolorosa que no podía compartir siquiera con Remus, pues las únicas veces en las que el olfato de Remus se volvía excepcional y podía compararse al de un perro, eran, también, las mismas veces en las que Remus no era Remus, sino una bestia afectada por la luna llena.

    El caso es que Sirius dio muy pronto con el olor de Harry, una vez encontrada la primera pista, solo tenía que seguir el rastro hasta dar con su origen. Llegó a un pequeño claro algo lejos de la colina donde estaban los alumnos de Gryffindor, supuso que Harry estaba refrescándose por el riachuelo y esperaba verle bebiendo agua o con los pies en remojo, ya hasta había pensado en saltarle encima para darle un buen susto. Pero a quien vio resoplando en la orilla no fue a Harry, sino a Draco, con un ciervo a su espalda mordisqueándole el pelo, especialmente brillante bajo la luz del sol.

    —Para de una vez, Potter. —Era la quinta vez que Draco se quejaba, y aunque apartaba a Harry, este volvía a olisquearle el pelo apenas quitara las manos—. ¿Por qué no te vas a comer flores? Eres un ciervo, ¿no? Vete a pastar, o lo que sea que hagan los ciervos. Déjame tranquilo.

    El esfuerzo fue inútil, Harry no se movió de su sitio, así que Draco sujetó su cabeza para poder mirarle a los ojos. Draco no solía perder mucho tiempo contemplando a los animales del bosque, pero incluso alguien con tan poco conocimiento animal como él sabía del color normal de los ojos de los ciervos. Nunca eran verdes, y tampoco solían tener una cicatriz con forma de rayo en la frente, suponiendo que el pedazo de piel y pelaje sobre los ojos de un ciervo pudiera llamarse también frente.

    —Tienes unos ojos muy bonitos, me gustan. Es una pena que los escondas detrás de las gafas —dijo mientras le acariciaba cerca de las orejas—. No estás entendiendo nada de lo que te digo, ¿verdad? —Suspiró juntando ambas frentes y, contagiado por la emoción de una conversación que creía secreta, siguió hablando—. No son solo tus ojos, tu olor también me gusta, Potter. —Sonrió, era reconfortante poder decirlo al fin en voz alta—. Por Salazar, me gusta muchísimo. Me gusta tanto que me está dando auténticos quebraderos de cabeza. Me cuesta mucho alejarme de ti, ¿te haces una idea de lo mucho que me cuesta alejarme cuando no quiero hacerlo? —Se apartó un poco, todavía mirándole—. Por supuesto que no, no tienes ni idea de nada. Como de costumbre.

    Llegados a este punto, Sirius empezó a entender las preocupaciones de Remus y demás profesores (muy a su pesar, también las de Snape). Iba a ser complicado mantener separadas a dos personas que, simplemente, no querían estar separadas. Salió de entre los matorrales dando un par de ladridos a modo de amenaza, con suerte Draco se espantara y quedara a solas con Harry.

    Para su sorpresa, Draco sí se asustó pero no se marchó de allí, se giró hacia él armado con su varita. Sirius admitiría el valor del chico, de no ser por la corbata verde que llevaba hasta pensaría de él un Gryffindor.

    —Este ciervo no va a ser tu cena. —Su propio resoplido interrumpió la frase—. Potter, para ya. —Se sacudió, el ciervo había vuelto a olisquear su cabello—. Venga, fuera, ¿no ves que viene a cazarte a ti, idiota? Venga, largo. ¡Vamos! ¿No me escuchas?

    —En realidad.

    Draco dio un bote en el sitio al escuchar una voz desconocida, giró para descubrir a Sirius, ahora convertido en humano. Le reconoció, llevaba el pelo terriblemente desordenado, los pantalones desgastados y la camiseta a medio abotonar era gigantesca, no podía ser suya, ¿eran tatuajes los símbolos por el pecho? La primera impresión de Sirius (fuera del aula de Pociones hacía unas semanas) había sido mala, pero la segunda impresión había sido todavía peor.

    —En realidad, no vengo a cazar a nadie. Puedes relajarte.

    —Es usted el primo de mi madre, el que salió de Azkabán. El padrino de Potter —Se esperó el gesto afirmativo de Sirius, daba una impresión terrible pero por lo menos era sincero—. Un animago. —Otro gesto de cabeza, Draco tuvo que preguntarse quién sería más poderoso, si este hombre o su madre, ambos eran Black, pero nunca había visto a su madre transformarse en ningún animal.

    —Voy a pedirte que no digas nada sobre ese detalle. Al Ministerio no le hacen mucha gracia los no-registrados —le dijo Sirius entre suspiros—. Te lo pido por Harry, no me costaría nada borrarte la memoria —a Draco le recorrió un escalofrío— pero a Harry no le gustaría que lo hiciera, y no quiero que se enfade conmigo por esto, ya sabes, soy su padrino, será mejor que tú y yo nos llevemos bien. —Carraspeó—. Ahora, veamos. —Sacó su varita, gesto que hizo a Draco retroceder asustado—. Oh, no, ¡no! No es por ti, es para Harry. —El intento por calmarle no dio ningún resultado, incluso Harry se removió, contagiado por los nervios de Draco, que seguía con una mano contra su lomo—. Tiene que regresar con su equipo para que vean la transformación, y no será seguro si no tiene, por lo menos… Ah, ahí está. —Con un movimiento tranquilo, no quería poner más nervioso ni a Draco ni a Harry, hizo surgir una cuerda alrededor del cuello del ciervo, se anudó sin ninguna fuerza y el lado opuesto flotó en el aire hasta acabar en las manos de Sirius—. Perfecto. —Asintió comprobando el material suave de la cuerda—. Draco, ¿quieres que te acompañemos hasta tu clase? ¿Sabes volver?

    Draco bufó, no le había gustado nada ni la familiaridad de ese hombre al tratarle ni la insinuación de que pudiera perderse por el monte, ¿por quién le tomaba?

    —Pierda cuidado, por supuesto que sé volver. —Se apartó de Harry, parecía que solo ahora se había dado cuenta de que seguía tocándole.

    Murmuró alguna despedida antes de echarse a caminar, no tenía muy claro si debía despedirse de un ciervo o no, aunque fuese Harry, en estos momentos era un animal salvaje. No era necesaria la cortesía cuando la otra parte no llegaría a entenderla.

    El desconocimiento casi absoluto de Draco sobre la vida animal del bosque quedó claro al escuchar por primera vez en su vida el berrido de un ciervo. Le pareció un sonido horroroso, por suerte, no tan dañino como el de las mandrágoras. Tuvo que mirar hacia atrás, por el mismo sendero que había cogido se acercaba el causante de tal alboroto, vio a Harry corriendo hacia él, con Sirius tirando inútilmente de la cuerda, pidiéndole que se calmara, y con un tajo en la camisa que dejaba a la vista algo de sangre. Draco anotaría que los cuernos de un ciervo podían hacer auténtico daño.

    —Voy a tener que pedirte un último favor, ¿te parece? —Ofreció mientras recuperaba el aliento por la carrera—. ¿Te importaría acompañarnos? Mírale, está claro que no se quiere separar de ti.

    Era evidente, Harry había vuelto junto a Draco, olisqueaba su cabello y bajaba para olisquear también su oreja y cuello, llegó a mordisquear la corbata antes de que Draco le apartara. Otro esfuerzo inútil, pues Harry ahora decidió mordisquear el cuello de su camiseta, ganándose un resoplido. Draco volvió a sujetarle la cabeza, era la única forma de que Harry parara de mordisquearle y le mirase a los ojos. No supo decir cuánto tiempo pasó simplemente mirándole.

    —Puedo dejaros a solas, si quieres.

    Draco se sonrojó, y soltó a Harry de inmediato. Se echó a caminar rumbo a la colina, en lo más alto le esperarían alumnos de Gryffindor (no se imaginaba un destino peor que este). Harry no tardó en seguirle, con Sirius a un lado intentando no reírse muy alto.

    —Has ayudado a Harry ya un par de veces, eres muy amable para ser un Malfoy —le dijo.

    —Le agradecería que no hablara de mis padres.

    Sirius se alzó de hombros, le esperaba un paseo bastante largo en medio de un incómodo silencio. Pasado un tiempo, Draco fue el primero en parar a medio camino, le siguió Harry y, por último, Sirius.

    —Usted. —Suspiró antes de alzar la cabeza para poder mirarle—. Usted no lo hizo, ¿verdad? Matar a los padres de Potter.

    —Antes me mataría que hacer daño a James o a Lily.

    —Lo suponía. —Asintió retomando la marcha, fue curioso que Harry le siguiera sin necesidad de cuerda o tirones, de hecho, la cuerda caía relajada por el suelo—. Potter habla maravillas de usted, todas a destiempo, todo sea dicho.

    —Puedes tutearme, ¿sabes? Tampoco soy tan mayor.

    —No lo haré, no le conozco a usted de nada. —En esto Sirius tuvo que darle la razón—. No sabía de su existencia hasta hace bien poco, y le importa lo que viene a ser nada a mi madre, su único parentesco con mi casa.

    Sirius resopló, ¿a dónde se había ido el muchacho que estaba tranquilo y relajado, incluso feliz, acariciando a un ciervo en mitad del bosque? Ahora sentía que estaba hablando con una copia exacta de Lucius Malfoy, con la cabeza bien alta, la espalda recta y un aire de superioridad que le causaba un rechazo casi absoluto. En comparación, Harry había tenido muchísima mejor suerte al parecerse a James, incluyendo también el animal favorito para los Potter.

    SPOILER (click to view)
    NOTAS EN ESTE CAPÍTULO: ⬇️
    (1) La poción de la Animantia es totalmente inventada, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. (?)
     
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    Me leí los capitulos del fic de corrida y felicidades, escribes muy bonito y la historia realmente engancha, andaré esperando a la siguiente domingo para el próximo capitulo.
     
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    Abriendo la puerta al verdadero "nudo" en la trama. Como siempre: ¡gracias por leer! <3

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    CAPÍTULO 12. EL PRIMER NIDO
    La imagen fue de lo más curiosa: Draco Malfoy caminando junto a un ciervo, con un perro negro correteando alrededor. Nadie logró decir nada, al menos no en voz alta, porque fueron muchos los murmullos y cuchicheos que se oyeron a media voz. Draco caminó en silencio hasta la mesa donde estaban Ron y Hermione charlando con el profesor. Remus fue el primero en entender qué pasaba, miró directamente a Sirius, que buscó refugio dentro de la primera tienda que vio abierta.

    —¿Qué estás haciendo aquí, Malfoy? —Le preguntó Ron.

    —Traeros de vuelta a Potter —dijo cruzándose de brazos—. Aquí le tenéis.

    Harry, todavía convertido en ciervo, apoyó la cabeza en el hombro de Draco, miraba con cierta curiosidad el caldero que empezaba a hervir, pero no parecía querer acercarse, a pesar de las flores y plantas frescas cortadas sobre la mesa.

    —¿Harry se ha convertido en un ciervo? —A Ron le costaba creerlo, imaginaba a Harry convirtiéndose en el león de Gryffindor—. ¿Y por qué está contigo?

    —Me encantaría irme y perderos a todos de vista, Weasley. Pero, si lo hiciera, Potter también vendría conmigo.

    —¿De qué estás hablando? Harry no iría contigo a ninguna parte.

    Draco se apartó y dio un par de pasos alejándose del sitio, para sorpresa de Ron, que todavía no daba crédito, Harry empezó a andar tras Draco, deteniéndose solo cuando él lo hizo, de nuevo frente a la mesa.

    —Qué curioso. —Admitió Hermione.

    —No es curioso, es terriblemente molesto. —La corrigió Draco—. Profesor, hágase cargo de él, tengo que volver a mi clase.

    Remus asintió sujetando la cuerda, dándole espacio a Draco para que se marchase. Pero, apenas se alejó, el ciervo empezó a revolverse de un lado a otro, berreando de manera desesperada y dando coces. Con los cuernos tiró varios cacharros de la mesa y, si no golpeó a nadie, fue porque Remus soltó la cuerda a tiempo. Al verse libre, corrió hasta alcanzar a Draco, a quien no le quedó más remedio que regresar frente a la mesa con Harry, una vez más, mordisqueándole el pelo.

    Remus vio clara la solución, al menos una temporal, pero no perdió la oportunidad de hacer a la clase participar. Después de todo, un buen grupo de curiosos se había reunido alrededor, mirando el espectáculo.

    —¿Alguno sabe cuál es la manera más rápida de volver a Harry a la normalidad? Sí, Hermione.

    —Con una poción íntegra de anulación —respondió después de echar un vistazo rápido a los ingredientes que tenía—. Dicha poción se encargaría de eliminar los restos de la Animantia.

    —No está mal, pero hacer tal poción nos llevaría un buen rato y no disponemos de tanto tiempo. —Miró hacia el grupo, distinguiendo una mano alzada—. Neville.

    —¿Y si le damos comida? La misma digestión se encargaría de eliminar la Animantia, ¿no?

    —Bien pensado, pero buscamos un método prácticamente inmediato, ¿alguien lo sabe?

    —Haciéndole vomitar.

    —Sí, eso es. Muy bien, Draco. Diez puntos para Slytherin. —Remus suspiró, era una sensación extraña premiar a la casa con la que estuvo enemistado en su época de estudiante—. El vómito es la manera más rápida de expulsar una poción, pero recordad que no es un método del todo seguro. Hay pociones que, por vuestro propio bien, es mejor no vomitar, os podría destrozar la garganta por el ácido de sus ingredientes. Tendréis que preguntarle al profesor Snape sobre ellas, a fin de cuentas este no es mi campo. Bien, ahora será mejor que os alejéis un poco. —Preparó su varita y lanzó el hechizo, luego se disculparía con Harry, esto no iba a ser agradable.

    Después de un minuto de arcadas, un minuto de sacudidas bastante violentas, y otro minuto de vómitos, el ciervo desapareció. Harry, de nuevo convertido en humano, se tambaleó en el sitio y buscó dónde apoyarse para no caer, se llevó toda una sorpresa al ver a Draco a su lado, ¿qué estaba haciendo aquí?

    —Ha sido un espectáculo de lo más desagradable —le dijo. Quería sacudirse y apartarse de él, pero Harry había apoyado todo su peso en su hombro, apretándole con la mano—. Potter, me estás haciendo daño.

    —Ah, ¡perdona! No. No quería. Perdón. —Se separó y miró hacia los lados, no supo en qué momento había vuelto a la clase, su último recuerdo era en una zona del bosque, hablando con Draco después del ataque de Zabini, convertido en araña—. ¿Qué ha pasado?

    —Te transformaste en un ciervo y te obsesionaste conmigo. No te alejabas de mi lado.

    —¿Qué?

    —Tengo tus babas en el pelo, Potter —dijo señalándose la cabeza, varios mechones estaban tiesos y apelmazados, y brillaban demasiado al estar recubiertos en saliva de ciervo—. Me he tomado la molestia, la enorme molestia, de venir hasta aquí porque te negabas a separarte de mí. Atacaste al profesor Lupin y, también. —Carraspeó, no podía decir su nombre con tantos testigos—. Y también a otra persona en el bosque.

    —Harry, ¿estás bien? —Remus se acercó a ellos y tiró un poco de Harry para buscar heridas, no vio nada más grave que tierra en el uniforme—. ¿Te duele algo? ¿No? Maravilloso. —Sonrió—. Draco, agradezco de nuevo tu ayuda. Vamos, te acompañaré de vuelta a tu clase.

    —Puedo ir yo, profesor. —Se ofreció Harry—. Es lo justo, por lo que se ve, Malfoy me ha acompañado hasta aquí, así que, si no es molestia. Puedo ir yo. —Repitió.

    —Es muy noble por tu parte, Harry, pero no puedo dejar que dos alumnos paseen libres fuera de Hogwarts faltando tan poco para la noche. Tardaríais horas en volver. —Un golpe sordo le interrumpió, justo a su lado cayeron dos escobas. No tuvo que buscar al culpable, sabía muy bien quién había sido, y le imaginaba riendo dentro de la tienda.

    —¡Genial! Con esto no tardaremos nada. —Harry sonrió cogiendo una de las escobas—. Malfoy, ¿te parece bien que vayamos juntos?

    —Intenta no morderme el pelo esta vez, ¿quieres?

    —¿Por qué te habré estado mordiendo el pelo?

    —¿Y yo qué sé? Intenté apartarte mil veces y siempre volvías.

    Remus, y toda la clase realmente, los vio emprender el vuelo teniendo esa mezcla de conversación y ligera discusión. Resopló, cogió aire y miró hacia la tienda, de allí salió Sirius (convertido en perro) con un paquete de golosinas entre los dientes.

    —Ven aquí —susurró señalando el suelo frente a sus pies. Normalmente, Sirius obedecía bajo el tono de voz tan autoritario que tenían las órdenes de un licántropo. No fue el caso esta vez, que prefirió echarse a correr en dirección contraria, quizás había visto, y entendido muy bien, el ceño fruncido de Remus.

    —Tranquilo, profesor, estarán bien. —Le aseguró Hermione—. Los dos juegan al quidditch, así que no tendrán ningún accidente.

    —A ver, si el accidente involucra a Malfoy partiéndose una pierna, me gustaría que lo tuvieran.

    —¡Ron!

    *



    El vuelo desde la colina hasta Hogwarts no llevaría más de diez minutos, quince como mucho si el brujo o bruja en la escoba no tuviera ninguna experiencia de vuelo. No era el caso, pues tanto Harry como Draco sabían de más de un truco al volar.

    Curioso que, con tanta experiencia sobre la escoba, el vuelo se estuviera haciendo tan largo. Llevaban ya casi media hora sobrevolando árboles y paisajes, y todavía el castillo de Hogwarts quedaba bastante lejos. De no ser una locura, se diría que tanto el uno como el otro buscaban excusas para alargar tan relajado paseo. Harry quiso ver de cerca una bandada de jobberknolls que volaban por allí, y se acercaron entonces a los pájaros; luego Draco señaló algunas casas de Hogsmeade, diciendo que debía ir a tal o cual tienda para reponer suministros mágicos.

    Las primeras luces del atardecer sirvieron no solo para indicar que el día llegaba a su fin, sino que, por agradable que estuviera resultando el vuelo compartido, también debía acabar pronto.

    —Oye, Malfoy. —Harry se acercó un poco a él, volando a su lado para no tener que gritar—. ¿Hice algo más que morderte el pelo cuando era un ciervo? No recuerdo nada.

    —Sí, atacar a quien intentara separarte de mí —contestó—. Le diste una cornada a tu padrino, pude ver algo de sangre.

    —¡¿A Sirius?! Vaya. Lo siento, luego iré a disculparme.

    —No veo necesaria la disculpa, al fin y al cabo, no eras tú mismo, eras un ciervo. Y él, un perro. Era de esperar que le atacaras.

    —¿Cómo sabes que Sirius es…? —Harry suspiró—. ¿Has descubierto que es un animago?

    —Él mismo me dijo que no está registrado.

    —¿Podrías no decir nada?

    —¿Cuántos secretos más voy a tener que guardarte, Potter? Creo que me estás confundiendo con tu diario.

    —No tengo un diario.

    —Claro, ¿para qué ibas a tenerlo? Todo lo que no puedes contar me lo cuentas a mí.

    —Gracias por no decir nada.

    —Sí, es lo que tienen los diarios, nunca dicen nada. Se limitan a guardar los secretos, no a compartirlos, ¿hay algo más que quieras decirme? ¿Algún otro secreto?

    —De momento, ninguno, pero te avisaré cuando tenga algún secreto inconfesable. Haces un trabajo estupendo como diario.

    —Serás idiota.

    La soltura del que sabe volar permitió que Draco le diera un empujón a Harry con la pierna, tuvo que haber sido la patada más suave que había dado nunca. Harry se dejó llevar por el impulso y regresó a su lado mientras reía, ambos lo hacían. Casi no podía creerlo, ¿estaba bromeando con Malfoy? ¿Con Draco Malfoy? Esto le abría todo un mundo de sensaciones nuevas o, quizá, no del todo nuevas, ya sospechaba que Draco no era tan mala compañía como parecía. Había compartido ratos muy agradables con él y, lo que era peor (y más preocupante), le gustaban mucho aquellos ratos. Los disfrutaba con algo que debía parecerse mucho a la alegría.

    —¿Sirius se parece a tu madre? —Preguntó, tanto por curiosidad como por seguir hablando un poco más.

    —Por Merlín, no. —Draco negó con la cabeza mientras reía—. Ese señor parece un vagabundo, mientras que mi madre es una dama de renombre.

    —Son primos, creo que Sirius también podría ser un caballero de renombre, si quisiera serlo, claro.

    —Potter, ese señor sigue pareciendo un convicto, ¡está lleno de tatuajes! Y lleva ropa robada.

    —No es ropa robada. —Harry no sabía muy bien si las camisas y jerséis de Remus eran prestados o directamente robados de su armario, pero buscó la manera de defenderle—. Sirius es un buen hombre. Se esfuerza mucho por cuidarme, aunque no tenga mucha idea de cómo hacerlo. Yo creo que lo está haciendo bien.

    —Tampoco tiene que ser muy difícil, ¿no? Tus tíos te tenían viviendo bajo una escalera. Con que ese señor te dé una habitación propia estarás en mejores condiciones.

    Harry se preguntó si Draco conocería de algo a los Dursley, no recordaba haberle contado nunca sobre su pasado con ellos y no podía imaginarle de relajado paseo por el mundo muggle, ¿cómo podía saberlo? ¿Cómo se había enterado? Aunque, bien pensado, tampoco era la primera vez que descubría tantos aspectos de su vida expuestos como una noticia en el periódico, ¡eso era! ¡Los reportajes en El Profeta! Durante meses no se escribió de otra cosa que no fuera «El niño que vivió», Draco tuvo que haber leído aquellas historias.

    —Creo que sabes muchas cosas sobre mí, Malfoy —le dijo—. En comparación, yo sé muy poco sobre ti.

    —¿Qué quieres saber?

    —Sé que te gusta mi olor, ¿cómo es?

    —¿Qué clase de pregunta es esa, Potter? Pensé que preguntarías sobre mi familia.

    —No me interesa tu familia. —Se alzó de hombros, despreocupado—. Tengo más curiosidad en saber cómo me cuelo por tu nariz.

    —Apestas siempre a madera. Caoba, me recuerda al quidditch. —Vio el silencioso «oh» de Harry—. Y hay algo más. También es un olor, no sé, ¿cálido? Parecerá un disparate pero, ¿recuerdas Hogsmeade? —Harry asintió—. Cuando estás en celo, y te huelo, siento que me abrazas.

    —¿Es agradable?

    Draco se negó a contestar y comenzó a descender, los jardines frontales de Hogwarts quedaban ya a tiro de piedra. Harry tuvo que acelerar un poco para volver a quedar a su lado.

    —Tu olor sí es agradable —le dijo—. Aunque no es cálido, es más bien frío; como la brisa y el viento cuando vuelas muy alto. Es una sensación increíble.

    —Me parece que te gusta demasiado el quidditch, Potter. Hay vida más allá de una escoba, en serio.

    Compartieron un par de risas antes de aterrizar. En realidad, Harry no tenía ninguna necesidad de bajarse de la escoba, bien podría despedirse amablemente con un gesto de mano, darse la vuelta y largarse volando por donde había venido. Sin embargo, para cuando quiso darse cuenta, estaba de pie frente a Draco.

    —Hemos llegado.

    Le escuchó reír y se avergonzó de inmediato por ese comentario tan obvio, ¿qué sería lo próximo que le diría? ¿Le hablaría del tiempo? ¿Del calor que estaba haciendo estos días?

    —No tenías por qué haber venido, no hacía ninguna falta, pero. —Draco se mordió el labio inferior, debía encontrar las palabras adecuadas para terminar la frase—. Pero, gracias. Ha sido divertido.

    Harry asintió con la cabeza, estaba seguro de que, si no abría la boca, no podría decir más comentarios obvios y evidentes, aunque sí tendría que admitir que la risilla relajada de Draco al oírle bien podría convertirse en uno de sus sonidos favoritos. Hechas las despedidas y dados los agradecimientos, era el momento de colocarse sobre la escoba, dar un pisotón al suelo y salir volando. Fue justo lo que no hizo, porque seguía ahí de pie, parado como una estatua delante de Draco. Le vio dar un paso hacia él, y no se apartó. Cerró los ojos por unos segundos, sintiendo su aroma, estaba ahí, la deliciosa mezcla de manzanas (verdes, intuía que solo podrían ser manzanas verdes) y aire fresco, se sentía volar incluso teniendo los pies fijos en el suelo.

    Parpadeó sintiendo un roce en la mano, la sensación trepó muy despacio por su brazo hasta el cuello, causándole un escalofrío tan intenso que le hizo suspirar. Era el olor de Draco, sus feromonas, una caricia invisible que le había robado el aliento.

    —Eso ha estado muy bien —admitió.

    Draco asintió agachando la cabeza. Había llegado el momento de irse, tenía que irse. Tenía que irse ya. No era tan difícil darse la vuelta y echarse a andar por el jardín hasta la entrada del castillo. Sin embargo, no lo hizo. Ahora fue Harry el que dio un último paso hacia él, chocando las puntas de sus zapatos. Contuvo el suspiro con los dedos de Harry apretando los suyos, descubrió que Harry acariciaba directamente, no con feromonas de por medio. El roce de sus dedos no era suave sino áspero, era una mano hecha para sujetar una escoba y aferrarse a ella mientras volaba a velocidades de infarto. Una caricia áspera que llegó a su muñeca, pero no se atrevió a ir más allá.

    —Puedes seguir —le dijo.

    Draco tuvo que agarrarse a la escoba, ni siquiera recordaba que la estaba sujetando todavía, cuando los dedos de Harry llegaron a su codo. Cuánto agradeció haberse remangado las mangas por el calor, sentía la caricia directamente contra la piel, le erizaba el vello. Lamentó que del codo hasta el hombro tocase la camisa, pero no tuvo tiempo a quejarse de esto cuando los dedos encontraron la piel de su cuello, por la zona inferior y superior al collar. Quiso quitárselo, quiso que los dedos de Harry le acariciaran a él, no al entramado de plata y filigranas que cubrían hasta su nuca. Treparon entonces aquellos dedos por su mandíbula hasta llegar a su oreja, los sintió juguetear con algún mechón fuera de su sitio y, por desgracia, se alejaron. Nunca había sentido Draco tanto frío como en este momento, cuando Harry alejó su mano.

    No lo permitió, soltó la escoba y le abrazó, pegándose del todo a él. Ni siquiera sabía por qué lo estaba haciendo, simplemente lo hizo, ¿estaba abrazando a Harry Potter? Iba a necesitar una buena excusa que lo justificara, pero ya la pensaría en otro momento, ahora solo quería disfrutar un poco más de la sensación.

    Escuchó la escoba de Harry cayendo al suelo y luego sintió cómo le devolvía el abrazo. Pudo acomodarse un poco mejor con las manos de Harry ahora cruzadas en su baja espalda, así que movió un poco la cabeza para mirarle. Tenía que mirarle a los ojos ahora mismo, lo necesitaba. Y se sintió perderse tras el cristal de las gafas. Los suyos no podían ser los únicos ojos verdes en toda Inglaterra, pero sí debían ser los únicos ojos verdes que le hipnotizaban. Se inclinó, quería verlos más de cerca, pero solo consiguió que chocasen sus narices. No se quejó, ninguno lo hizo, prefirieron guardar el aliento para poder besarse.

    Fue un beso lento, muy lento, dado sin ninguna prisa. Los labios juguetearon un poco antes de separarse, compartiendo el que sería, para ambos, el primer beso con lengua. Un beso húmedo que mandó una lluvia de mariposas a cabezas y estómagos.

    Harry se apartó el primero, con la cara tan roja como su corbata y sintiendo que les faltaba aire a sus pulmones. Draco no le dejó recuperarse, al menos no del todo, pues se lanzó una vez más a por sus labios con cierta furia, aunque Harry se los había ofrecido gustoso. Era emocionante jugar con la lengua de Draco dentro de su boca, o también emplear el tiempo en saborear sus labios, juraría que podía probar el sabor de la manzana en ellos. Se preguntó qué estaría sintiendo Draco, qué estaría oliendo. Solo podía ver cómo de coloradas estaban sus orejas, y la piel de su cuello, y sus manos, todo Draco estaba teñido de un suave tono rosado que ofrecía un contraste precioso contra su piel tan pálida.

    Volvió a separarse, solo unos segundos para recuperar algo de aliento. Movió las manos para sujetar ambas mejillas de Draco y le besó. Estaba más que decidido a enterrarse en su boca y quedarse allí toda la noche. Le escuchó hacer un sonido inexplicable que se extinguió en su garganta, le sintió vibrar dentro de su propia boca y temblar contra su cuerpo, fue un suspiro ahogado, quizá fuera un primer jadeo. Y se sintió profundamente orgulloso de hacer a Draco Malfoy reaccionar de esta forma.

    —¡Flipendo!

    Aquello fue el punto y final de los besos, las caricias y el abrazo. Tanto Harry como Draco salieron volando por los aires, girando sobre sí mismos y cayendo a cierta distancia el uno del otro. Draco se puso en pie en medio de una lluvia de quejas, llevándose las manos a la cabeza, pero guardó silencio absoluto al ver a Snape. Su cara no le hacía presagiar nada bueno. Estaba enfadado, era evidente.

    —Me ahorraré el bochorno de preguntaros qué demonios estabais haciendo —dijo—. Señor Potter, ya puede irse. Draco, conmigo. —Alzó la mano interrumpiendo cualquier intento de queja—. Conmigo. Ahora.

    Harry se escuchó a sí mismo gruñir viendo a Snape tirando del brazo de Draco, arrastrándole hasta la puerta del castillo más cercana. Se cerró de un portazo y solo con el paso de los segundos pudo llegar a pensar con algo más de claridad, ¿le había gruñido a un profesor? ¿Le había enseñado los dientes como si fuese un salvaje? Bien, eso había sido vergonzoso.

    Resopló recogiendo la escoba, por ahora lo mejor sería regresar a su clase, por el camino pensaría la mejor forma de decirle a Ron y a Hermione que había vuelto a besar a Draco, ¡y de qué manera! Los besos en Hogsmeade no podían compararse a esto, todavía le temblaban las manos y su cuerpo seguía ardiendo bajo el uniforme.

    *



    El despacho de Snape se estaba convirtiendo en el lugar donde ocurrían los regaños y las llamadas de atención, para Draco se estaban volviendo cada vez más frecuentes. Se sentó frente a la mesa a mala gana escuchando a Snape farfullando mientras hacía aparecer tazas y tetera. No habló hasta haberlo servido, relajándose un poco con el primer sorbo.

    —¿Algo que decir en tu defensa?

    Draco negó con un gesto silencioso, no pensaba decirle que los besos habían mandado auténticas oleadas de placer por su cuerpo, Snape no tenía por qué saber el efecto de los besos de Harry en él. Aunque pudiera llegar a intuirlo por el ligero temblor en sus dedos al sujetar su taza.

    —Te advertí de las feromonas, ¿cierto? Te dije que no se pueden controlar, y da igual que seas un Malfoy, un Potter o un muggle. —Snape resopló al sentarse—. Draco, los errores de juventud se pagan de por vida.

    —No ha pasado nada.

    —Oh, pero pasará. —Volvió a resoplar—. La presencia de Harry Potter te afecta más de lo que estás dispuesto a admitir.

    Quizás en otro momento podría haber tachado de adorable o tierna la manera en la que Draco intentó inútilmente ocultar su sonrojo tras la taza, pero en este momento solo consiguió preocuparle, porque demostraba que sus palabras llevaban razón.

    —¿Narcisa te ha hablado alguna vez de su quinto año en Hogwarts? ¿Sabes cómo se enlazaron tus padres? ¿Cómo comenzó su vínculo?

    —No, mi madre no habla de ello y tampoco permite que mi padre lo cuente.

    —Bien, pues ha llegado la hora de que lo sepas. —Carraspeó—. El vínculo ocurrió, efectivamente, durante su quinto año. Al igual que tú ahora, tu madre dormía aislada del resto para evitar cualquier accidente, pues solo contemplarla parecía inducir el celo de los Alfas, así de poderoso era su manejo de las feromonas. —Hizo una pequeña pausa para terminar su té, asegurándose también de que Draco le estaba escuchando—. Su alcoba privada estaba pensada para evitar que se entrase en ella, no para que se saliera así que, realmente, nadie pudo preverlo. Durante su ciclo, Narcisa decidió salir y buscar a tu padre. Entró en el dormitorio masculino, se coló en su cama y no pienso dar ningún otro detalle de lo que ocurrió aquella noche, salvo que, a la mañana siguiente, la nuca de Narcisa tenía fresca la marca de los colmillos de Lucius. El vínculo estaba hecho, quedando enlazados de por vida.

    Terminó el relato viendo la cara de asombro de Draco. Lo comprendía, no todos los días descubría un hijo cómo había empezado la relación de sus padres, y también comprendía los reparos de Narcisa al contar dicha historia. No había sido, desde luego, la manera más limpia y honrada de enlazarse con un Alfa; aunque sí efectiva.

    —Draco. —Le llamó, ganándose de nuevo toda su atención—. Si te cuento esto es porque tú miras a Potter como Narcisa miraba a tu padre por aquel entonces.

    Draco se aterró al oírle.

    *



    A pesar de lo dulce de la mermelada de frambuesas sobre las tortitas, a Draco el desayuno le estaba pareciendo insípido. Apenas conseguía saborear un par de mordiscos sin perderse en sus pensamientos. Había pasado media noche pensando en sus padres, y la otra media pensando en Harry. Como resultado, llegó al desayuno en el Gran Comedor sin demasiado apetito. Saludó igual de desganado a Blaise y Pansy, que ya se habían acostumbrado a revolotear a su alrededor, todo iría bien mientras ninguno volviera a tomar Animantia, hoy no estaba de humor para hacer frente a arañas gigantes ni a hienas de risa estridente.

    La mesa de Gryffindor no estaba demasiado lejos, Draco solo tenía que mirar más allá de las capas y corbatas azules de Ravenclaw para distinguir la melena rizada de Hermione junto a la cabecilla pelirroja que tenía siempre a su lado y, frente a ellos, Harry riéndose. A esta distancia no podía distinguir el verde de sus ojos, y al descubrir que aquello le parecía una verdadera pena se preocupó, ¿qué más daba si no veía los ojos de Harry? No pasaba absolutamente nada si no los veía.

    —Ugh, Potter está mirando hacia aquí —se quejó Blaise—. Me va a sentar mal el desayuno.

    —¡¿Se te ha perdido algo, Potter?! —Pansy gritó alzándose un poco en su sitio—. ¡Si quieres ver gente mediocre tienes que mirar tu mesa, no la nuestra! —Le dio un codazo a Draco, esperando que también dijera algo. Como no lo hizo, siguió ella—. ¡Eso es! ¡Muy bien! ¡Mirando al pordiosero y a la sangre sucia! ¡Nada de mirar hacia aquí!

    Draco prefirió centrarse en su taza de té, así que no vio a Ron revolviéndose ni a Hermione reteniéndole para evitar una pelea. Había vuelto a perderse en sus propias divagaciones, ¿era cierto lo que le había contado Snape sobre sus padres? Debía serlo, dada la negativa eterna de su madre de hablar de su quinto año en Hogwarts, ¿tal era el poder de las feromonas? ¿Podían someter de aquella manera a un Alfa y conseguir enlazarse con él? Hasta donde él sabía, sus padres se querían pero, ¿y si no era así? ¿Y si su madre había forzado demasiado las cosas, obligando a su padre a vincularse con ella? No, no podía ser. Su madre no podía haber hecho tal cosa, de haberlo hecho, habría resentimiento y disgusto en la cara de su padre cuando la miraba, y nunca le había visto mirarla así.

    Se preguntaba ahora si él podría hacer lo mismo, ¿sería capaz de hacerlo? ¿Tendría tal habilidad? De ocurrir, ocurriría también el año que viene, en quinto, ¿y si seguía los pasos de su madre? ¿Y si se acababa colando en la cama de Harry…? Soltó un pequeño quejido, su nuca había empezado a arder tanto y tan fuerte que le dolía, había sido un auténtico pinchazo taladrándole el cuello.

    Pansy comenzó a olisquear el aire, dejando su desayuno.

    —¿Y esto? —Se inclinó hacia Draco y casi ronroneó—. Ah, eres tú.

    —Hueles genial. —Aquella fue la voz de Blaise, y Draco no tuvo muy claro en qué momento se había acercado tanto a él—. ¿Es por el ciclo?

    Draco, aturdido como estaba, no pudo responder. Y aunque no se sintiera mareado, tampoco podría haberlo hecho, de un segundo a otro tanto Blaise como Pansy salieron volando a su espalda, estampándose ambos contra una de las paredes del Comedor. Escuchó gritos, golpes y hechizos en respuesta, y sintió todo su cuerpo temblar al escuchar la voz de Harry: el «¡Depulso!» había sido cosa suya. Pudo mirar en su dirección, pero casi prefirió no haberlo hecho, esta vez sí pudo distinguir el verde de sus ojos, estaba tan enfadado que a sus cejas le faltaba muy poco para juntarse, era la misma cara que había puesto en Hogsmeade, era la cara de un Alfa dispuesto a luchar, a luchar por él. Quería reclamarle, marcarle y, ¿qué más? Se le revolvió el estómago, obligándole a encogerse en la mesa, pegando la cabeza en la madera, luchando por no quejarse demasiado. No había una parte de su cuerpo que no ardiera en estos momentos, le hacía retorcerse y suspirar, y no supo si dijo en voz alta el nombre de Harry o solo lo imaginó.

    Con rapidez, una sombra se llevó a Draco de allí, envolviéndole por completo y haciéndole desaparecer. No fue hasta diez o quince minutos después que el resto de alumnos supo que no había sido ninguna sombra tenebrosa, sino Snape rodeándole con su capa.

    *



    Draco reconoció la comodidad de la cama, el olor de las sábanas limpias y el sonido del borboteo de un par de pociones en las que había estado trabajando estos días como tarea adicional. La mano, tan fría que casi parecía hecha de hielo, que le acarició la frente era la de Snape.

    —Recomponte un poco y bebe.

    Tampoco le dio mucha opción a negarse, así que se incorporó lo mejor que pudo y se bebió la pequeña botellita que le entregó. El alivio no fue inmediato pero sí progresivo, primero se detuvieron los temblores en su cuerpo, luego bajó su temperatura y, finalmente, pudo hablar sin sentirse sin aliento.

    —Es demasiado pronto para el ciclo —le dijo—. Según mis cálculos, debería tenerlo en verano. Me he tomado los supresores para evitar esto, necesito hacer bien mis exámenes.

    —Lo sé. —Snape asintió, estaba frente a la mesa de pociones, curioseando el trabajo realizado—. Pero, te lo vuelvo a repetir: no puedes controlar las feromonas. Nadie puede.

    —¿Cómo no voy a poder? —Se quejó, y cómo le gustaría haberse puesto de pie, pero no confiaba del todo en la fuerza que tendrían ahora sus tobillos—. Esto habrá sido un desajuste, me habré equivocado con las dosis de supresor.

    —Draco, este comienzo tan brusco del ciclo solo puede significar una cosa que, bien te niegas a ver, bien te resistes a creer. Sabes muy bien lo que ocurre: tu cuerpo está buscando a un solo Alfa, ambos sabemos a quién, ¿verdad? —Suspiró—. Y le atraerá con su mejor arma; las feromonas. Hará todo lo posible por conseguirle.

    —¿Y por qué tiene que ser Potter?

    Snape intentó no reír, él se había hecho esa misma pregunta hacía ya unos buenos años. Carraspeó.
    —Es pura atracción física, Draco, no es nada más.

    —A mí no me atrae Potter. —Refunfuñó.

    —¿En serio? ¿Vas a decirme que, de no haberos interrumpido anoche en los jardines, no seguiríais aún encaramados en ese festival de besos y abrazos?

    Draco agachó la cabeza sintiendo cómo ardían sus mejillas.

    —Solo os queda un mes de clase, después pasaréis el verano cada uno por vuestro lado a kilómetros de distancia, en ambientes de lo más disparejos. Y regresaréis en septiembre como si nada hubiera pasado, estarás bien.

    —¿Y si no es así?

    —Si no es así, es que sientes algo más que atracción física por Potter, ¿es eso? —Le miró con una mezcla de curiosidad y preocupación—. Un primer amor tarda más que unos meses en olvidarse.

    —¿Qué? ¡No! ¡Por supuesto que no! ¿Primer amor? ¿Quién? ¿Potter? ¡Ja! ¡No me hagas reír!

    La expresión de Snape cambió, ya no había curiosidad, solo preocupación. Esto iba a ser más complicado a lo que había imaginado en un principio.

    *



    Estaba siendo una noche insoportable, tenía frío y calor a la vez. Le sacudía la fiebre y no había manera de hacerla bajar, se había tomado la poción con los supresores que le preparó Snape, pero no le estaba haciendo mucho efecto, más bien ninguno. Le costaba respirar, como si acabara de recorrer todo el castillo a la carrera, subiendo y bajando las escaleras diez veces, le faltaba el aliento. Así que se hizo un ovillo en la cama, temblando bajo las sábanas y esperando que todo esto pasase pronto.

    Pensó en Harry, recordó no su cara en el Comedor, sino cada beso que se habían dado en los jardines, las caricias de su mano tan áspera, el abrazo tan reconfortante. Por Salazar, quería repetirlo. Quería más besos y más caricias, que le recorriera el cuerpo entero con aquellas manos capaces de ponerle todo el vello de punta con solo un roce. Y su olor, esa calidez adictiva, el abrazo tanto físico como invisible.

    Miró hacia las paredes, si bien no podría tener a Harry, sí podría tener su aroma. Con movimientos temblorosos de varita —¡cómo le costó apuntar! Nunca le había costado tanto el «Wingardium leviosa»— logró hacer flotar su abrigo, sacándolo de la burbuja aislante que lo retenía. Cayó sobre él, cubriéndole, y Draco suspiró contra la tela. Se aferró a ella y giró un poco buscando la posición más cómoda, enroscándose contra el abrigo y mandando lejos las sábanas.

    Pararon los temblores, dejó de sudar y el aire se mantenía con toda normalidad en sus pulmones. La sensación era tan agradable que se encontró a sí mismo sonriendo, con la cara prácticamente enterrada en el abrigo. Llegados a este punto tendría que admitir que el aroma de Harry le calmaba, y parecía que no solo a él sino también a sus alborotadas feromonas, ¿esto significaba que Snape llevaba razón? ¿Qué había dicho? ¿El primer amor? No podía ser cierto, ¿qué iba a ser de él si lo fuera? ¿Y si hacía lo mismo que hizo su madre? Entró en pánico, ¿es que acaso quería vincularse con Harry? ¿Quedar ambos enlazados? Compartiría con él una unión todavía más fuerte que el matrimonio. No podía ser posible que estuviera pensando en algo así. Draco Malfoy no podía estar pensando en algo así, ¿qué iban a decir sus padres cuando se enteraran? No podía permitirlo, tenía que tomar medidas y, dada la gravedad de la situación, debían ser medidas drásticas.

    Pero, eso sería en otro momento, ahora mismo solo quería arroparse contra el abrigo de Harry y empaparse de su aroma.

    SPOILER (click to view)
    NOTAS EN ESTE CAPÍTULO: ⬇️
    (1) Últimos detalles y curiosidades sobre la Animantia que no logré meter en la historia y me duele porque los había pensado muy bien: Neville se transforma en un cachorrillo de león, Ron en una nutria, Hermione en un búho, Pansy en una hiena y Draco en una serpiente; Sirius en un perro (igual que su forma de animago) y a Remus la Animantia no le hace ningún efecto.

    (2) He querido darle toda una vuelta a esa idea tan popular en el fandom de que Narcisa estuvo obligada a casarse con Lucius: en esta historia fue Narcisa la que «atacó» directamente a su (futuro) marido. Dejaremos en el aire si Lucius era él mismo aquella noche o Narcisa le cegó con olores, feromonas y malas artes de Omega para hacerle suyo(?)

    (3) Básicamente, Narcisa: clic-clic
     
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    Sobreviviendo a una semana especialmente durilla, os dejo la actualización con algo de tardanza ✌️

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    CAPÍTULO 13. LA DECISIÓN DRÁSTICA DE DRACO MALFOY
    Las noches de junio estaban siendo especialmente calurosas, obligaban, tanto a alumnos como a profesores, a dormir con pijamas cortos y escasos de mantas o sábanas. Los gemelos Weasley corrieron el rumor de que Dumbledore dormía desnudo, lo cual se volvía todo un espectáculo a evitar al afirmar también que el director era sonámbulo. Aquella imagen sirvió para que los alumnos más aventureros (los que salían a pasear por las noches burlando la vigilancia de los prefectos) se quedasen a salvo en sus dormitorios y Salas Comunes. Nadie en su sano juicio quería ver a Dumbledore paseándose desnudo por los pasillos.

    Lo que empezó como una broma acabó por convertirse en un método de lo más efectivo para mantener a raya las travesuras, y el propio Dumbledore otorgó veinte puntos a cada gemelo por su ingenio. Ni a Fred ni a George les hizo ninguna gracia que su broma se hubiera convertido en alguna forma de disciplina, y pasaron unos buenos días pensando en la siguiente trastada.

    Ron entró corriendo en la Sala Común de Gryffindor, Hermione levantó la cabeza del libro que leía para mirarle. Harry sonrió.
    —Te he visto, has venido corriendo —le dijo señalando el Mapa del Merodeador, lo tenía en las manos—. ¿Ha pasado algo?

    —No quería tropezar con Dumbledore desnudo.

    —Ron, sabes mejor que nadie que eso es una broma de tus hermanos. —Hermione suspiró cerrando el libro—. Dumbledore no se pasea por ahí desnudo. Hubiéramos visto su nombre en el Mapa, ¿no es así, Harry?

    Harry asintió, al bajar la mirada al Mapa leyó el nombre de Snape caminando junto a Draco por las mazmorras hasta llegar al aula de Defensa contra las Artes Oscuras. Aquí leyó el nombre de Remus, y le imaginaba bostezando con una taza de chocolate caliente en las manos.

    —Esto es muy raro —dijo—. No hemos coincidido con Malfoy en ninguna clase. Hoy mismo hemos tenido clase con Remus compartida con Slytherin, pero Malfoy no estaba allí. Está ahora.

    —Da todas nuestras clases, pero de noche —anotó Hermione, pensativa—. Como si no pudiera coincidir con nosotros.

    —A lo mejor es un vampiro.

    —¿Cómo va a ser Draco un vampiro? Eso no tiene ni pies ni cabeza. —Hermione volvió a suspirar, aunque no pudo contener muy bien la risita—. Tiene mucho más sentido que sea para evitar problemas, recordad lo que pasó en el Comedor hace unos días. Harry, atacaste a Blaise y a Pansy, ¿o es que ya no te acuerdas?

    —Claro que me acuerdo. —Admitió entre dientes—. Estaba enfadado, no lo sé, muy enfadado. Ni siquiera supe en qué momento había cogido la varita. Lo hice, y ya. No puedo explicaros mucho más.

    —Esto tiene que ver con los besos en el jardín, ¿verdad? —Fue el turno de Ron para suspirar—. Harry, cuando te quedas a solas con Malfoy pierdes la cabeza.

    —Lleva razón, la próxima vez puedes tener verdaderos problemas. —Advirtió Hermione.

    —¿La próxima vez?

    Lo preguntaron casi a la vez, y cómo le costó a Hermione no reírse a carcajadas, habían puesto hasta la misma cara de confusión mirándose el uno al otro.

    —Obviamente: el ciclo de Draco volverá a ocurrir en otoño, y todos los Alfas volveréis a reaccionar ante él —les dijo—. Harry, querrás pelearte con todos ellos, echarlos a un lado para que Draco vaya solo contigo.

    —¡Tenemos que impedirlo! Harry, escúchame bien, vamos a aprovechar el verano para crear un plan infalible contra Malfoy.

    —Me parece que estás exagerando.

    —¡Para nada! Si te has pasado la semana entera buscándole en el Mapa, ¡no has hecho otra cosa!

    —Es por curiosidad, ya lo sabéis —refunfuñó.

    Ron compartió una mirada cómplice con Hermione, ninguno se lo había creído.

    *



    Hagrid silbaba bastante contento tras el fuego del hogar, olisqueando orgulloso el olorcillo del guiso que estaba haciendo. Estaría listo en poco rato, y serviría de cena tanto para él como para sus invitados. Sirius estaba sentado en el suelo acariciando a Fang, que le llenaba la cara de babas con sus lametones.

    —Gracias por tu ayuda —dijo Hagrid revolviendo el caldero—. No sabía qué le pasaba y tampoco me dejaba explorarle. Es muy útil que puedas entenderte con los perros, nunca habría adivinado que se comió una araña mientras dormía.

    —Es sorprendente que el veneno no le haya matado. Todavía estaba viva cuando se la tragó.

    —¿Le has oído, Fang? A ver si aprendemos a dormir con la boca cerrada.

    Fang, sintiéndose ofendido, ladró a las palabras de su dueño. Le dio un último lametón a Sirius y salió de la cabaña para tomar algo de distancia. Incluso los perros necesitaban de algo de espacio para digerir sus enfados.

    Sirius se puso en pie olisqueando el guiso, a sus tripas le faltaron muy poco para rugir.
    —Huele de maravilla.

    —¡Pues mejor sabrá! Voy a servirles también un plato a los chicos, ¿crees que tardarán mucho?

    Y, como si hubieran esperado a ser llamados, entraron por la puerta Harry, Ron y Hermione. Aunque fue Harry el más sorprendido por la presencia de Sirius, no dudó en ir con él y darle un abrazo que fue correspondido al momento.

    —Tu padrino ha salvado a Fang de unas buenas diarreas y vómitos. El suelo de mi cabaña te lo agradece. —Hagrid se echó a reír mientras servía los platos a rebosar de guiso de verduras—. Ahora, sentaos todos, la comida está lista.

    —En realidad, venía a contaros algo —dijo Sirius mientras se sentaba—. Algo que, en teoría, debería ser un secreto, pero nunca me gustaron mucho los secretos, ya sabéis. —Se alzó de hombros con una sonrisa. Dio la primera cucharada al plato y terminó por relamerse—. ¡Hagrid! ¡Esto está de muerte!

    —El truco está en las especias —rio Hagrid después de darle un sorbo a su tazón—. ¿Queréis un poco de pan para acompañar?

    Ron asintió, apareciendo a su lado media barra de pan mordisqueada.

    —Lo siento, Fang ha debido encontrarla. Ah, pero no te preocupes, es un perro muy limpio, no transmite ninguna enfermedad.

    Hermione decidió no coger ni una sola miga de pan, pero a Ron no pareció importarle lo más mínimo, porque prácticamente lo devoró junto a su cena. Se inclinó un poco hacia Harry, haciendo que Hermione, picada de curiosidad, también se inclinara en su dirección.

    —Creo que nunca he visto a tu padrino llevar un suéter que no sea del profesor Lupin —le dijo.

    —Pues, llevas razón. —Admitió Hermione—. Y ese suéter lo llevaba ayer el profesor en clase. Lo recuerdo porque tiene el punto deshilachado en el cuello, ¿lo veis?

    Así era, el cuello del suéter estaba dado de sí, y si en el caso de Remus servía para colar por él los dobleces de una camisa blanca perfectamente planchada, en el caso de Sirius se movía lo suficiente de un lado a otro por sus clavículas desnudas, dejando a la vista algunos de los muchísimos símbolos que marcaban su piel con tinta. Era curioso que una misma prenda pudiera transmitir pulcritud o dejadez según el hombre que la vistiera.

    Ajeno a las observaciones sobre su fondo de armario, y habiendo ya terminado la cena, Sirius aceptó la jarra de cerveza que le alcanzó Hagrid. Tuvo el anfitrión el detalle de ofrecer té a los invitados más jóvenes.

    —Sirius, ¿qué era lo que querías contarnos? —Preguntó Harry cogiendo su taza—. ¿Es algo importante?

    —¡Y tanto! El año que viene podrás ocuparte de tus exámenes, los TIMOs, sin mayor preocupación en la cabeza que los partidos de quidditch.

    —Imposible. —Ron negó con un gesto—. Eso será imposible mientras Malfoy siga enredando por aquí.

    —Ahí quería llegar. —Sirius sonrió tras su jarra—. Draco se marcha.

    —¿Qué? ¿Cómo que se marcha? —A Ron le costó disimular su alegría—. ¡No puede ser! ¡¿Va a dejar Hogwarts?! ¡¿De verdad?!

    —Pero, señor Black. —Hermione carraspeó—. Sirius. —Corrigió—. Si Draco deja Hogwarts, ¿eso quiere decir que estudiará en otro lado?

    —Sí, en el Instituto Durmstrang.

    —¿Durmstrang? Pero si ese sitio es la cuna de los magos tenebrosos. Van a convertir al pobre chico en un mortífago. —Hagrid negó con la cabeza—. Esto ha debido ser cosa de su padre.

    —Según me ha dicho Remus, no. —Sirius no tenía ningún problema en delatar a su fuente de información—. Parece que ha sido cosa del propio Draco.

    —¿Cómo va a querer nadie irse de Hogwarts? No logro entenderlo. —Hermione estaba perpleja—. Y mucho menos a Durmstrang. Según he podido leer, en ese sitio enseñan cosas peores que las maldiciones imperdonables, y no sé a vosotros, pero a mí no se me ocurre nada peor a una maldición imperdonable. —Añadió en voz baja, temerosa hasta de decirlo en voz alta—. Suponiendo que Draco se vaya, ¿es posible el traslado? Entrará en quinto año sin haber cursado los cuatro anteriores.

    —No conozco del todo el procedimiento, pero parece que tendrá que hacer algunos exámenes en septiembre para demostrar que puede seguir el ritmo del curso.

    —Entonces no va a entrar nunca en Durmstrang, ¿dices que tendrá que estudiar cuatro años de instituto en un solo verano? Eso es imposible, ni siquiera Hermione podría hacer algo así, y es la persona más lista que conozco. —Hermione se sonrojó agachando la cabeza, no se esperaba tal halago viniendo precisamente de Ron Weasley, tan poco dado a regalarle un cumplido—. Pero, al fin y al cabo, hablamos de un Malfoy. Su padre pagará por todos los aprobados que hagan falta.

    Harry decidió ignorar el hilo de la conversación al haberse perdido en sus propios pensamientos, levantándose de pronto con un pequeño golpe a la mesa.

    —Voy a hablar con él.

    —¿Qué? ¿Con quién? ¿Con Malfoy? ¡Harry! ¡Harry, espera! ¡Espera un momento! —Ron no dudó en levantarse también, pero no consiguió retenerle, viéndole irse de lo más apurado por el camino al castillo—. ¡No puedes estar a solas con él, volverás a perder la cabeza! —Le gritó desde la puerta de la cabaña—. ¡Maldita sea! ¡Otra vez igual! —Se lamentó volviendo a la mesa—. No me miréis así, ¿quién os pensáis que debe aguantarle toda la noche preguntando por Malfoy? ¡Es agotador!

    Las risas del resto no le hicieron relajar su ceño fruncido, más bien lo contrario.

    *



    Draco se movía sigiloso por la biblioteca, había podido entrar en la Sección Prohibida gracias al justificante que Remus le dejó por escrito, permitiéndole coger solo un título de aquellas estanterías. El ambiente en esta zona de la biblioteca parecía tan siniestro como decía su nombre, no acababa de estar tranquilo por aquí, oía más de un libro lamentándose, mientras que otros le susurraban mil promesas y tentaciones para que los abriera. No se distrajo hasta conseguir el que buscaba: «Introducción a las Artes Oscuras», de N. Martine. Decía la leyenda que su propio escritor quedó maldito al terminar el libro, muriendo poco después de su publicación en un trágico accidente. Draco apretó el pesado tomo entre sus brazos y caminó de regreso a las zonas públicas y permitidas de la biblioteca, sintió que volvía a respirar con normalidad con cada paso entre los inofensivos libros de Historia de la Magia, ordenados por siglos y épocas pasadas.

    —Malfoy.

    Se dijo una y mil veces que no estaba haciendo nada malo, Harry no le había pillado haciendo absolutamente nada y no tenía por qué sobresaltarse. Estaba en la biblioteca cogiendo el libro que pensaba leer esta noche. Se obligó a calmarse antes de girar, viendo a Harry andando hacia él, ¿cómo había podido encontrarle? Se había impregnado con una bomba anti-aroma antes de dejar su dormitorio privado, todavía debían quedarle unos diez minutos de efecto, ¿tan bueno era su olfato?

    —Potter. —Le saludó con un gesto de cabeza, agradeciendo que el título del libro estuviera prácticamente enterrado contra su túnica, Harry no tenía por qué saber de qué trataba—. ¿Ocurre algo? ¿Te has perdido? —Sonrió—. Es la primera vez que te veo en la biblioteca, ¿sabías acaso que había biblioteca en Hogwarts? Podría hacerte un tour por aquí y enseñarte cómo funciona, pero será en otro momento. Estoy ocupadísimo ahora. Buenas noches.

    —¿Es verdad que vas a dejar Hogwarts?

    Draco se quedó de piedra en el sitio, ¿cómo lo había sabido? ¿Cómo lo había descubierto? No se lo había dicho siquiera a sus compañeros en Slytherin, los únicos que lo sabían eran sus padres, los profesores y el director. Ató cabos muy pronto pensando en Remus, se lo habría contado al padrino de Harry, y este había tardado bien poco en contárselo. Ya podía dar por hecho que Ron y Hermione también sabían de su traslado, chasqueó la lengua.

    —Entonces, ¿es cierto? ¿Te vas a Durmstrang?

    —¿Y qué si lo fuera? —Se defendió. Harry estaba demasiado bien informado, le estaba poniendo nervioso sentirse descubierto—. Es algo que no te incumbe. —Un sabor amargo bajó por su garganta, pero no supo identificarlo.

    —No lo entiendo, ¿por qué dejas Hogwarts?

    —Porque Durmstrang responde mejor a mis intereses.

    —¿Tus intereses? ¿Una escuela donde enseñan Artes Oscuras? No se dicen cosas buenas de ese sitio.

    —Habladurías de magos y brujas ignorantes, es evidente. —Giró el libro para enseñarle el título, pudo ver las cejas de Harry saltar de la sorpresa—. Ya te lo he dicho, me gusta Durmstrang.

    —¿Más que Hogwarts? Imposible. —Harry se negaba a creerlo—. Te esfuerzas muchísimo aquí con cada tarea y cada examen, ¿y ahora resulta que te marchas? No tiene sentido, ¿es cosa de tu padre?

    —Soy capaz de tomar mis propias decisiones, Potter. Esto es cosa mía. Una buena educación es vital, y salta a la vista que no la tendré aquí.

    —No puedes decirlo en serio.

    —¿Tengo pinta de estar bromeando? En septiembre seré alumno de pleno derecho en Durmstrang.

    Harry negó con la cabeza, seguía sin poder creérselo. ¿Cómo iba a marcharse Draco? ¿Por qué razón? Aunque, la pregunta más adecuada era por qué le estaba afectando tanto su marcha.

    —¿Qué te pasa, Potter? ¿No me digas que me echarás de menos?

    —Pues… sí. —Admitió, tan poco dado a la mentira como de costumbre—. Me había acostumbrado a tenerte cerca y no discutir, es agradable. —Confesó con un pequeño rubor naciendo en sus mejillas—. Últimamente me gusta mucho estar contigo.

    El estrépito del libro golpeando el suelo espabiló hasta a los ratones que dormían por entre los rodapiés del castillo. Draco se agachó avergonzado de su propia sorpresa, sintiendo arder sus orejas y los latidos alocados de su corazón. Tanto le habían afectado las palabras de Harry que temblaron sus dedos sin remedio, de repente incapaces de sujetar un libro.

    —Malfoy.

    No debía mirar, sabía muy bien que no debía mirar. Suspiró, no podía no mirar a Harry cuando le llamaba. Le sentía, encima, tan cerca al haberse agachado frente a él, ayudándole a recoger el libro. Rozaron sus dedos en la cubierta, y ninguno apartó la mano del sitio.

    —Malfoy, mírame.

    Y eso fue precisamente lo que hizo, encontrándose con el verde de sus ojos. Quedó hipnotizado casi al instante.

    —No te vayas.

    La reacción automática de Draco fue asentir con la cabeza, pero logró contenerse. Alzó un poco la barbilla con intenciones de bajarla un par de veces, pero no llegó a hacerlo, sentía las mismas manos de Merlín y Salazar, y las de cada mago y cada bruja que había pasado por la orgullosa Slytherin sujetándole el mentón, impidiéndole que asintiera ante lo que humildemente le pedía alguien de Gryffindor.

    —Tengo que irme —dijo de pronto. Se levantó casi de un salto, tan rápido que hasta se mareó—. Tengo que irme antes de que sea tarde.

    Harry le vio irse sin entenderle del todo, sospechaba que a Draco no le hacía mucha gracia pasear de noche por Hogwarts, no cuando la amenaza de Dumbledore desnudo y sonámbulo seguía fresca. Pero le había parecido, por un momento, que había algo más en tanta prisa por irse. Draco parecía que huía, pero, ¿de qué?

    *



    El último día en Hogwarts había sido tan normal y tan poco extraordinario que parecía el último día de clase de cualquier otra escuela del mundo. Nadie dijo absolutamente nada sobre la marcha de Draco, y tampoco hubo especial movimiento en la mesa de Slytherin durante el almuerzo, cosa que hizo sospechar —tanto a Harry como a Ron y a Hermione— que se trataba de un asunto secreto. Y solo en septiembre, cuando alguien preguntara por Draco al no verle, se desvelaría la verdad.

    Harry era de los pocos alumnos que seguían en Hogwarts por la tarde, la inmensa mayoría había vuelto a sus casas en el tren de las dos, poco después del almuerzo. Si Harry seguía en el castillo era porque se marcharía con Remus a Rothiemurchus, donde ambos se encontrarían con Sirius preparando un banquete horroroso de comida muggle mal cocinada. Había que tener un estómago fuerte para poder con algo así.

    Las banderas de las cuatro casas seguían adornando el Gran Comedor, y aunque ya oficialmente había acabado el año escolar y no tenía por qué ocupar el mismo lugar, el hábito y la costumbre le hicieron sentarse en el que ya consideraba su sitio en la mesa de Gryffindor. Quizá fuera también la costumbre lo que le hizo mirar hacia la mesa de Slytherin, ahora desierta. Se preguntó si de ahora en adelante sentiría esta misma sensación de vacío por no ver a Draco por allí.

    Espabiló con un carraspeo a su lado.
    —Buenas tardes, Harry. —Le saludó Dumbledore con un botecito de caramelos en las manos—. ¿El fin de las clases te ha dejado tan afectado o, como me temo, tu desánimo lo causa otro asunto?

    —Señor, ¿es cierto que Malfoy se marcha a Durmstrang? —Dumbledore asintió comiéndose uno de los caramelos—. ¿Por qué no hace nada? ¿Acaso le parece bien?

    —No me corresponde a mí tal decisión, así que lo que opine de ella tampoco importa mucho, ¿no te parece?

    —Me parece que se está cometiendo un error terrible con esto, Malfoy no quiere ir a Durmstrang.

    —¿Eso crees? ¿Te lo ha dicho?

    —No, no me lo dijo, pero. —Resopló—. Pero, no puede querer irse de Hogwarts, nadie querría, señor. Hogwarts es la mejor escuela del mundo.

    —Agradezco el halago. —Sonrió—. Pero, mucho me temo que la decisión escapa a nuestro control: se marcha uno de los mejores alumnos de Slytherin, un duro golpe para Severus. Te confieso que temí por mi seguridad cuando se lo dije, Severus es de armas tomar cuando se enfada. Harry, acepta un consejo y no hagas enfadar a tu profesor de Pociones.

    Intercambiaron un par de risas y bromas que sirvieron para aligerar el ambiente, y tras unos segundos, Dumbledore volvió a hablar.

    —Harry, en verdad he venido a pedirte un favor.

    —Usted dirá, señor.

    —No quiero abrir viejas heridas nombrando esto, pero tú sabes muy bien cómo es la soledad —dijo—. Temo que al joven Draco le ocurra algo similar. Noruega es una tierra fría y los muros de Durmstrang, herméticos. Una carta amiga puede convertirse en el rayo de esperanza que ilumine la oscuridad más glacial.

    —Señor, ¿quiere que le escriba a Malfoy? ¿Yo?

    —Supongo que con un papel del desolvido bastaría para mantener vivo el recuerdo, pero pocas cosas son comparables a la calidez de la correspondencia manuscrita.

    Harry se preguntó por la vida privada de Dumbledore —¿le mandaría cartas a alguien?— pero, sabiendo que no podía preguntar por algo tan íntimo, se limitó a asentir. La idea de escribir a Draco no le parecía tan terrible, e iba a ser divertido explicarle a Ron a quién pensaba enviarle alguna carta.

    *



    Draco no consiguió resistir la enorme tentación que le supuso abrazar el que se había convertido ya en su abrigo favorito. Aspiró con fuerza enterrando la cara en la tela —nunca imaginó que llegaría a gustarle tanto la caoba— y se permitió sonreír sabiendo que en la intimidad de su dormitorio nadie le veía. Se apartó después de un rato y dobló la prenda con cuidado, guardándola en su baúl con el resto de sus cosas.

    La vuelta a casa en tren había quedado descartada, sus padres se encargarían de venir a por él. Sabía que encontraría en su padre un apoyo incondicional respecto a su última decisión, una huida desesperada que se camuflaba en una decisión tomada a la carrera; sin embargo, en Narcisa encontraría un gesto preocupado, no le hacía mucha gracia que estudiase tan lejos de casa.

    —Todavía no puedo creerlo: ¡ya le están esperando en Durmstrang! —Narcisa estaba cruzada de brazos en el jardín frontal de Hogwarts. Tras ella, una carroza oscura tirada por dos thestrals (no podía verlos, pero suponía que las criaturas estaban ahí)—. Deberías ver a Lucius, no cabe en sí de la alegría.

    —A mí personalmente me parece un disparate —añadió Snape acariciando al therstral situado a la derecha, tenía una melena larguísima que caía muy cerca del suelo—. Huir hacia adelante sigue siendo una forma de huir. Nada garantiza que no le ocurra lo mismo con otro Alfa una vez se instale. —Resopló mirando a Narcisa—. ¿El disgusto sería menos disgusto por ser el Alfa un sangre pura?

    —Desde luego. —Narcisa asintió—. Hay muy buenas familias en Noruega, ¿conoces su sistema de doble monarquía? Es muy ingenioso, los noruegos resultan ser gente muy práctica: una familia reina sobre los muggles, otra sobre nosotros. —Explicó alzando índice y corazón—. Puedo imaginarme a mi Draco codeándose con príncipes y princesas, ¡ah! Con algo de suerte consiga vincularse con alguno. Mi hijo se merece lo mejor. Solo lo mejor. —Corrigió—. No puede estar aquí perdiendo el tiempo con amores de juventud que no le llevarán a ningún lado. Ah, por ahí vienen, ¡ya era hora! —Sonrió girándose hacia Snape—. Te veré en unas semanas. Hasta entonces, cuídate mucho, Severus.

    Narcisa se despidió con una amable sonrisa y subió a la carroza para acomodarse en su sitio. Lucius llegó junto a Draco momentos después, con Perret el elfo doméstico cargando el baúl tras ellos. Volvía a tener permitido el uso de magia, así que el elfo estaba muy contento de poder realizar sus labores casi sin esfuerzo. De esta forma comenzó a cargar las cosas en el compartimento del equipaje. Lucius le supervisaba, no toleraría el más mínimo golpe a las cosas de su hijo.

    Snape aprovechó este rato para despedirse como era debido, dándole un amistoso apretón de manos a Draco.

    —Si necesitas cualquier cosa solo tienes que escribir. Glauco sabrá encontrarme.

    —Gracias. De verdad, por todo.

    —¿Estás completamente seguro de esto? ¿Quieres irte de Hogwarts?

    —Debo hacerlo —murmuró agachando la cabeza—. Me aterra lo que pasará si me quedo.

    —Lo que pasará si te quedas es que desaprovecharás todo tu potencial —dijo Lucius—. Sube, no hagas esperar a tu madre, sabes que no le gusta. —Draco asintió, tuvo un último gesto de despedida con Snape y subió a la carroza. Lucius carraspeó—. Dumbledore no ha venido a despedirnos, ¿puedes creer tal desplante? El mejor alumno que tiene este colegio ruinoso y ni siquiera le despide como se merece. Apenas un rumor de que le han aceptado en Durmstrang.

    —A mí también me ha retirado la palabra. —Dada la cara de confusión de Lucius, se explicó con más detalles—. Me regala un agradable silencio, que ojalá dure para siempre, por no haber sabido convenceros de que llevaros a Draco a Durmstrang no es una buena idea.

    —Draco tendría que haber estudiado allí en primer lugar, es un sitio a su altura. —No le gustó la expresión de Snape—. ¿Es que no lo ves así, Severus? ¿No ves su potencial desaprovechado? ¿Su habilidad malgastándose en hechizos y conjuros inútiles?

    —Veo que tu hijo se marcha de la mejor escuela de magia por no defraudarte, Lucius —le dijo—. No le defraudes tú a él.

    Lucius resopló negando con la cabeza al entrar en la carroza. A Snape el repentino movimiento de cabello le recordó al therstral situado más a la derecha. Los vio alzar el vuelo y poco a poco la carroza fue desapareciendo entre las luces anaranjadas del atardecer.

    Esta sería la última vez que vería a los Malfoy por Hogwarts, y no le acababa de gustar la sensación que dejaban tras ellos.

    SPOILER (click to view)
    NOTAS EN ESTE CAPÍTULO: ⬇️
    (1) No tengo idea de si Sirius puede o no puede hablar con los perros, en este fic sí que puede.

    (2) Snape conoce a los Malfoy de sus años como estudiante, los tres fueron a Slytherin. De ahí la (cierta) familiaridad entre ellos.

    (3) No sé si también en el canon, pero en este fic Snape sí puede ver a los therstrals (por la muerte de los Potter).

    (4) Haciendo un meme de cada capítulo. Draco:
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    CAPÍTULO 14. LAS CLASES DE REFUERZO EN LA MANSIÓN MALFOY
    La sensación había sido demasiado real como para considerarla parte de un sueño, era el macabro encanto que tenían las pesadillas y los terrores nocturnos. Había visto a los Dementores cientos de veces en sus sueños, los había visto sobrevolándole como buitres hambrientos y lanzarse hacia él, haciéndole despertar aterrorizado; Sirius Black sabía muy bien cómo de doloroso podía ser el Beso de un Dementor. Esta vez volvió a verlos sobrevolando un paisaje helado que no lograba reconocer, a quien sí reconoció al instante fue a Remus. Estático sobre la nieve, ¿qué hacía allí? Tenía que irse, tenía que salir huyendo de allí lo más rápido que le permitieran sus piernas, pero Remus no se movía. Pensó Sirius, más aliviado, que se preparaba para lanzar su Patronus, pero Remus seguía sin moverse, como si los Dementores no le despertaran el tipo de emoción necesaria para reaccionar. Las mismas manos de la Muerte parecieron sujetar su rostro y por más que Sirius corría y corría hacia él, no conseguía acercarse, permaneciendo siempre a la misma distancia inalcanzable, intentó todos los hechizos que se le ocurrieron, gritó su nombre una y mil veces, pero Remus no se movía, aun teniendo al Dementor arrebatándole el alma. Cayó su cuerpo a un lado como un cascarón vacío y el grito de Sirius entonces fue desgarrador, tan alto que, al fin, logró despertar. Detectó movimiento frente a él y se lanzó prácticamente a ciegas, todavía moviéndose en la desdibujada frontera entre sueño y realidad. Enterró la varita en una zona blanda, ¿qué era? Ardía bajo su mano, latía con tanta fuerza que llegó a creerlo un corazón fuera del cuerpo.

    —Tran-tranquilo… —Pudo reconocer esa voz que le hablaba con esfuerzo.

    Supo entonces que lo que apretaba era un cuello, y tan fuerte era su agarre que la otra persona tosía al intentar respirar. Sirius saltó hacia atrás, soltando de inmediato su varita y, de nuevo, aterrorizado. Había atacado a Harry, a su ahijado, se había lanzado a por su cuello pensando en el hechizo correcto para el ataque. Había sido pura cuestión de suerte que no hubiera lanzado ninguno.

    —Tranquilo. —Repitió Harry mientras se incorporaba, tosiendo todavía un poco—. Has tenido una pesadilla.

    —Harry, yo…-

    —No me pasa nada. —Le interrumpió—. Me preocupas más tú, no parabas de gritar el nombre de Remus. Ha debido ser una pesadilla, ¿cómo estás?

    Sirius negó con la cabeza, retrocediendo cada vez que Harry intentaba caminar hasta él. Se negaba en rotundo a hablarle de sus pesadillas, era una promesa que se había hecho a sí mismo y no pensaba romper. Había revivido tantísimas veces la muerte de James que ya había perdido la cuenta, Lily había muerto frente a sus ojos de mil formas distintas, los horrores de su propia infancia se repetían como un villancico en Navidad, incluso había visto a Harry morir alguna que otra vez, pero nunca a Remus. Remus era el faro de cordura en medio de todo este desastre: Remus no podía morir.

    —Sirius. —Se sobresaltó al oír su propio nombre—. Todo está bien. No pasa nada.

    Volvió a la realidad, estaba en su pequeño dormitorio de la cabaña en Rothiemurchus, Harry había entrado al escucharle gritar, y él se lo había agradecido saltándole encima preparando un ataque. Si el Más Allá existía, iba a tener que disculparse con James por esto cuando llegara. Resopló sacudiendo tanto la cabeza como los brazos, por el momento, debía calmarse.

    —Voy a prepararme un café, ¿quieres algo para picotear? Debe sobrar algo de la cena.

    Harry le siguió preocupado hasta la cocina, sentándose en una de las sillas y luchando por apartar el sueño. Puede que Sirius apenas hubiera dormido un par de horas en toda la semana (tenía, sin duda, una rutina de sueño terrible), pero Harry dormía estupendamente. Despertar al escuchar sus gritos no había sido para nada agradable.

    —No me mires así, estoy bien —le dijo Sirius sentándose frente a él—. Ha sido un mal sueño, nada más.

    —Llevas toda la semana teniendo estos «malos sueños». —Le señaló, sus ojeras eran marcadas y profundas, hacían resaltar la forma de sus huesudos pómulos—. No estás bien, si parece que estás enfermo.

    Sirius hizo un sonido extraño al alzarse de hombros, disfrutando del café. Agradecía el calorcillo bajando por su garganta, aunque no iba a hacerle ninguna falta la cafeína para mantenerse despierto, la imagen de Remus muriendo era todavía demasiado fresca, aparecía en su cabeza apenas cerrase los ojos. Se aseguraba de parpadear lo menos posible.

    —Sirius, es muy doloroso verte dormir, casi todas las noches me despierto oyéndote gritar. —Harry apretó los puños sobre la mesa—. Tenemos que pensar en una solución, no puedes seguir así.

    —Todos tenemos pesadillas de vez en cuando. No es algo tan raro —murmuró—. Come algo y vuelve a la cama, tienes que dormir.

    —No pienso irme a la cama hasta que no solucionemos esto. —Contuvo el bostezo lo mejor que pudo, frotándose los ojos bajo las gafas. Sintió la idea llegar a su cabeza cuando Sirius hizo aparecer una taza de chocolate caliente junto a un par de galletas—. Remus.

    —¿Sí? ¿Qué pasa con él?

    —Vamos con Remus. Vive en Hogsmeade, ¿no? Podemos vivir juntos.

    —¿Con Remus? No, no podemos.

    —¿Por qué no? Tú por fin dormirías como se debe, y yo estaría más tranquilo.

    —Es tu profesor, Harry, no estaría bien. Una cosa es que le veas por los pasillos de Hogwarts, otra muy distinta que le veas durmiendo en el salón de tu casa.

    —Ya le he visto durmiendo aquí mismo. —Señaló el silloncito de la entrada con un movimiento de cabeza—. No es tan incómodo como te piensas. Es más incómodo verte a ti llorando por las esquinas cuando se marcha por las mañanas. —Rio con el golpecito que recibió bajo la mesa—. Llevo un tiempo pensándolo, ¿por qué no vivís juntos? Pensé que, a estas alturas, viviríamos los tres bajo el mismo techo. —Admitió—. Sirius, eres la única familia que tengo, y te aseguro que soy feliz donde sea que vivamos, pero tú lo eres más si Remus está cerca. —Le miró y sonrió, pocas veces había visto a Sirius tan emocionado—. Oh vamos, no llores o lloraré yo también.

    Sirius se echó a reír secándose las lágrimas, con Harry imitándole.

    *



    Habían hablado muy poco durante el viaje, más que nada porque Harry se había quedado dormido en el asiento del copiloto y Sirius no pensaba despertarle. Tenía bastante compañía con Hedwig, que volaba a su lado, colándose a veces por la ventanilla para descansar unos minutos sobre su regazo antes de volver a emprender el vuelo alrededor del coche volador de Remus.

    Sirius aparcó sin ningún problema y apagó el motor. Miró la fachada de la casa, contagiándose de la familiaridad que le transmitía, y todavía sonriendo miró hacia Harry. Le despertó con todo el cuidado de no sobresaltarle y le guio hasta la entrada. No tenía las llaves (y a estas horas de la noche el dueño de la casa dormía a pierna suelta en su cama), así que presumió de un estupendo «¡Alohomora!» lanzado sin varita, ocupadas sus manos con la jaula de Hedwig y la maleta de Harry.

    Harry espabiló un poco entrando en la casa. La última vez que entró en La Casa de los Gritos se encontró con una casa que prácticamente se caía a pedazos, lo que veía ahora era un hogar, con alfombras sobre un suelo pulido de madera, la chimenea del salón encendida y calentando el resto de habitaciones, muebles de estilo antiguo, un gramófono (los discos de vinilo de su colección debían ser de los pocos objetos muggles por Hogsmeade) y un sinfín de cuadros, papiros e imágenes decorando las paredes. Quiso echar a un lado el sueño e investigar cada cara en los retratos, pero Sirius tiró de su mano, obligándole a subir las escaleras hasta el segundo piso. Una vez aquí pudo escuchar los ronquidos de un muy dormido Remus.

    —¿De qué tamaño quieres el dormitorio? —Le preguntó Sirius deteniéndose al final del pasillo, frente a él no había nada más que una pared desnuda.
    Harry no sabía muy bien qué responder, pero Sirius le miraba expectante, armado esta vez con su varita. Supo que debía decir algo, lo que fuera.

    —Normal, ¿supongo?

    Sirius asintió y movió su varita trazando figuras en el aire que Harry no acababa de entender. Surgió una puerta frente a sus ojos, colgando de ella un cartelito con su nombre, se abrió y quedó maravillado con lo que veía, ¡un dormitorio había aparecido de la nada! Paredes blancas y suelos de madera, dos banderines de Gryffindor a modo de cortinas en la ventana, la cama a una esquina con una mesilla de noche, varias estanterías donde se colocaban sus libros saliendo de la maleta, un escritorio al lado, una estructura metálica que se agenció Hedwig como propia, dos armarios que se llenaban con su ropa, y una alfombra gigantesca que serviría para aislar del frío.

    —Es provisional, mañana podrás decorarlo a tu gusto —dijo Sirius, con Harry mirándole atónito, él lo encontraba perfecto tal cual estaba—. Ahora, a dormir.

    *



    Remus despertó dando un sonoro bostezo y, al intentar desperezarse en la cama, se dio cuenta de que tenía a alguien durmiendo al lado. Solo Merlín supo por qué no había gritado presa del pánico, quizá su cerebro, incluso medio dormido como estaba, era capaz de distinguir la cascada tan oscura que tenía Sirius por cabello, cayendo sin ningún cuidado por sobre su brazo. No sentía su mano derecha, lo cual le hizo preguntarse cuánto tiempo llevaba Sirius durmiendo usando su brazo de almohada, ¿cuándo había llegado? ¿Qué había pasado anoche?

    Se movió con todo el cuidado posible para no despertarle, saliendo del dormitorio hasta conteniendo el aliento. Cerró la puerta casi a cámara lenta y bajó las escaleras guiándose por el olorcillo de la comida que brotaba de la cocina. No se sorprendió al ver a Harry preparándose el desayuno. Se sentó en uno de los taburetes que rodeaban la isla de la encimera, robándole una pieza de beicon antes de hablar.

    —¿Ha pasado algo en Rothiemurchus? ¿Estáis bien?

    —Nos hemos mudado —contestó Harry mirándole—. Nos hemos mudado a tu casa, sin tu permiso. Lo siento. —Carraspeó, eso no había sonado bien—. Sirius lleva toda la semana sin apenas dormir. No ha parado de tener pesadillas, y deben ser horrorosas por cómo grita. Le dije que deberíamos vivir aquí, contigo, así acabarían de una vez sus pesadillas; aceptó, pero se resistió un poco a venir, dijo que, como eres mi profesor, puede ser incómodo para mí verte fuera de clase.

    —¿Y no lo es?

    —Para nada. —Respondió tan rápido que hasta se sorprendió—. Quiero que Sirius esté bien, no sé, ha debido sufrir un montón para soñar los horrores que sueña cada noche, quiero que sea feliz. Y solo lo es si está contigo.

    Remus soltó un largo suspiro apoyando el mentón sobre sus manos cruzadas.
    —Cada día te pareces más a James —le dijo—. Una honestidad pura y brutal, sueltas las cosas sin adornos, hablas tal cual lo sientes. Es una cualidad aterradora. —Asintió, ahora con un aire divertido—. ¿Sabes una cosa? Los discursos de tu padre fueron el boggart de Sirius un tiempo.

    —¿De verdad?

    —Sí. —Se contagió con su sonrisa—. Ya sabes que jugaban juntos en el equipo de Gryffindor. —Harry asintió—. Tu padre era el único que le decía a Sirius cosas como: «lo haces fatal, esfuérzate más, no seas vago». Sirius se pasó noches enteras entrenando por su cuenta, maldiciendo a tu padre con cada golpe que recibía, claro. Se propuso hacerle tragar sus palabras y, en parte, lo consiguió.

    —¿En parte?

    —Sí. Tu padre también descubrió lo divertidas que son las rabietas de Sirius, y cada semana se quejaba de algo diferente para hacerle enfadar. Espera, creo que tengo… Sí, espera un momento. —Se levantó y fue hacia una de las librerías, paseándose sus dedos de un libro a otro hasta encontrar lo que buscaba. Volvió a la isla, aquí le esperaba Harry con el desayuno ya frío—. Aquí está, mira. —Abrió el par de recortes de periódico que trajo y se los enseñó—. Esta noticia de aquí.

    —«Aparatoso accidente en Hogwarts» —leía Harry—. «Continúa la búsqueda del alumno responsable de la inundación que ha acabado por convertir la Torre de Astronomía en una turbulenta catarata de agua y espuma, inutilizando sus muchos telescopios. Varios retratos se quejan también de la humedad al verse por completo sumergidos. Dado el delicado estado de algunos de ellos y su carácter caprichoso, se prevé que las obras de restauración tarden dos días más en terminar». ¿Y esto? —Rio un poco—. ¿Fue Sirius?

    —Ese verano tanto los prefectos como los profesores pidieron un uso responsable del agua. Un día, Sirius fue el primero en bañarse y terminó con toda el agua disponible, dejando a todo Gryffindor sin poder bañarse. Tu padre le dijo… Ay, ¿qué le había dicho?

    —Que desde cuándo los perros necesitan tanta agua para quitarse las pulgas, ¿te lo puedes creer? —Sirius se unió a la conversación, nadie mejor que él mismo para defenderse. Ignoró la mirada de Remus, le pedía en silencio que volviera a la cama, y prefirió prestar atención a los ojos brillantes de Harry—. Así que le dije: «oh, ¿quieres más agua, James? Por supuesto que tendrás más agua».

    —Inundaste casi medio castillo —le dijo Remus—. Varios estudiantes cayeron por la ventana arrastrados por la corriente. Fue un milagro que no ahogases a nadie.

    —Fue una broma totalmente controlada. —Caminó hasta quedar a su lado, apoyando el codo sobre su hombro, eran pocas las veces en las que estaba más alto que Remus y siempre se aseguraba de aprovechar cada ocasión—. Buenos días, querido compañero de casa, ¿cómo has amanecido hoy?
    —Contigo roncándome al oído.

    —¿Qué dices? Yo no ronco. —Sonrió, el brazo de Remus rodeaba su cintura, impidiendo que se alejara—. El de los ronquidos eres tú. Anoche estabas dando un concierto cuando llegamos.

    —Anoche estaba muy cansado, las clases con los Malfoy han sido agotadoras, por suerte ya han terminado. —Bufó—. No entiendo en qué están pensando con el traslado a Durmstrang, no me gusta nada ese sitio.

    Harry agachó la cabeza, no le incomodaban los dedos de Sirius intentando peinar a Remus, ni los de Remus jugueteando con los pliegues de su camisa. Suspiró porque empezaba a hacerse a la idea de que la marcha de Draco era definitiva, no iba a volver a verle en septiembre, pensándolo mejor, ni siquiera sabía si volvería a verle alguna vez. Se movían en círculos totalmente distintos y, sin Hogwarts como el punto de unión, sencillamente no había otro lugar donde podían coincidir.

    Acaso, ¿nunca volvería a ver a Draco?

    *



    A mediados de julio hacía tanto calor que hasta en Wiltshire se sentía el bochorno. Las ventanas de la gigantesca mansión Malfoy estaban abiertas de par en par, dejando que la brisa de la mañana refrescara las habitaciones, al mediodía se cerrarían para impedir que el calor se colase en el interior, y por la noche volverían a abrirse. Ocurría algo curioso con los Malfoy, y es que a ninguno le gustaba especialmente el sol, prefiriendo refugiarse en los tramos de sombra.

    Esta mañana era una despejada, sin una sola nube a la vista, y Draco leía muy concentrado el pequeño recetario sobre las nuevas pociones en las que debía trabajar. Lo hacía refugiado a la sombra en uno de los saloncitos orientados hacia el oeste, siendo la última parte de la mansión en recibir la luz del sol. En toda esta ala se mantenía casi intacto el frío de la noche.

    Las clases de refuerzo de este verano le exigían esforzarse al máximo para llegar al nivel necesario, y se maravilló a sí mismo al verse capaz de responder a lo que se le pedía. Aceptó el primer libro de Artes Oscuras con algo de miedo, el segundo libro lo leyó con curiosidad, y el tercero lo aceptó completamente, encontrando en sus páginas un auténtico mundo nuevo al que se podía acceder gracias a la magia. Remus le había guiado en las lecturas, animándole a hacer resúmenes y esquemas, un enfoque que a Draco le parecía demasiado teórico, pues no le pedía que replicara ninguno de los hechizos que explicaban los libros, sino que los entendiera y aprendiera a identificarlos. No le parecía que a su profesor de Defensa contra las Artes Oscuras le interesara el atacar con ellas, parecía bastarle con defenderse. El mismo día que comentó con sus padres estas impresiones fue el mismo día en que una lechuza urgente aterrizaba en La Casa de los Gritos, con una carta que le agradecía a Remus su ayuda y servicios prestados de manera extracurricular, asegurándole también que dejaban de ser necesarios.

    Regresando a la mañana tan despejada de julio, Draco terminó su lectura sobre las últimas pociones en las que había trabajado Snape, y vio a su padre entrando en el saloncito seguido de Perret, el elfo doméstico.

    —Hoy seguiremos con las Imperdonables, ¿de acuerdo? —Lucius hablaba con tanta ligereza de aquellas tres maldiciones que cualquiera que le oyera podía cometer el error de tomarlas por hechizos comunes y corrientes—. Las prácticas con «Imperius» han ido bien, ¿verdad? ¿Has tenido algún problema? —Draco negó con la cabeza—. Excelente. Vayamos entonces con «Cruciatus». A mí parecer, mucho más compleja, no está al alcance de cualquier mago. Se debe desear hacer daño, y me refiero a auténtico daño, no buscamos un tirón de orejas o un puñetazo, buscamos un dolor atroz, tan intenso y agónico que quien sufra la maldición desee morir para dejar de sufrir. Ahora, presta atención, debes apuntar al objetivo con firmeza, sin un ápice de duda en el movimiento. —Desarmó su bastón, sujetando la cabeza de serpiente de plata y mostrando su varita—. Tan sencillo como «crucio», ni siquiera tienes que gritarlo muy alto. Debes desearlo, Draco. Recuérdalo muy bien: si el deseo no es fuerte, la maldición tampoco lo será, ¿entendido? Pienso en un dolor y agonía eternos, y luego: —Sacudió la varita en el aire y apuntó al elfo—: «¡Crucio!»

    Un destello verde iluminó la punta de su varita y voló hasta Perret, que empezó a retorcerse en el sitio. Cayó al suelo mientras se quejaba, soltando alaridos y chillidos que comenzaban a helar la sangre de Draco. Si la maldición afectaba de esta forma a una criatura naturalmente mágica, ¿qué espantos causaría en un muggle?

    Por suerte, el espectáculo terminó rápido. Lucius guardó su varita y miró hacia Draco, haciéndole un gesto con la mano, señalaba a Perret, que se incorporaba y luchaba por recuperar el aliento lo antes posible.

    —Vamos, tu turno.

    Draco se acercó a él, varita en mano.

    —Con unos dedos tan temblorosos apenas le harás cosquillas —le dijo con un bufido—. Si prefieres otro objetivo, aquí me tienes. O si prefieres a tu madre, debe estar terminando su desayuno, no tardará en llegar a casa. Perret, ve a por…-

    —No, no, ¡no! —Le interrumpió casi en un grito—. Puedo hacerlo, papá. Solo estoy un poco nervioso. —Suspiró—. Vamos allá —dijo más para sí mismo que en voz alta.

    Extendió el brazo, pero no como el firme látigo de tortura que debía guiar el efecto del «Cruciatus», lo hizo con un movimiento ondulante y suave, surgiendo una bruma verdosa que terminó aspirando el elfo. La voz de Draco le susurró que no sentiría ningún tipo de dolor, y en verdad Perret no sintió nada desagradable, se sintió relajado a pesar de que sus rodillas se habían doblado hacia delante de una manera imposible, con la punta de ambos pies ahora en sus muslos. Cayó al suelo de espaldas, en una postura extrañísima a la que se añadían sus brazos retorciéndose formando casi una espiral alrededor. Se retorció durante unos quince minutos, tiempo que Draco consideró más que suficiente, bajando la varita y dando por terminada la silenciosa tortura.

    —Vaya, no solo una, has usado dos maldiciones. Asombroso. —Lucius asintió muy orgulloso con la cabeza—. Magnífico trabajo, aunque me sorprende tal nivel de crueldad, hijo.

    —¿Crueldad? No ha sentido ningún dolor.

    —Ah, lo que pensé un alarde de arrogante pretensión ha sido solo ignorancia. Retira «Imperius» y observemos a Perret, ¿quieres?

    Draco obedeció haciendo un nuevo movimiento relajado en el aire con la varita. En el mismo segundo que Perret se vio liberado del control mental, comenzó a gritar. Nunca le había oído gritar tanto, y de qué manera, tanto desgarraba su voz que había empezado a escupir sangre. El sonido a Lucius se le hizo terriblemente molesto y le hizo desaparecer con un chasquido de dedos, Perret seguiría gritando y llorando en uno de los sótanos de la mansión, a solas, lejos de cualquiera que pudiera oírle.

    —Ha sido una maniobra interesante la tuya, pero cualquier dolor que hayas negado con «Imperius» regresará cuando retires la maldición. Vamos, alegra esa cara, has lanzado dos maldiciones consecutivas, es maravilloso. —Apoyó la mano en su hombro, dándole un apretón—. Sigue así y los años en Durmstrang te serán un paseo. Sabía que tu talento se estaba desperdiciando en Hogwarts, ¡lo sabía! —Se apartó sacudiendo la cabeza, se llevó una mano a la sien, apretando con el pulgar—. Ah, sigue siendo igual de traviesa. Sabe que odio cuando me hace eso —refunfuñó con una sonrisa, luego miró hacia Draco—. Tu madre acaba de llegar.

    —¿Cómo has…? ¿Cómo lo has sabido? —Y es que era literalmente imposible oír la puerta principal desde el saloncito donde estaban.

    —Ella misma te lo explicará. —Volvió a llevarse el pulgar a la sien—. ¡Narcisa! ¡Ya vale! ¡Sabes bien dónde estamos, para ya!

    Por un momento, Draco pensó que su padre había perdido el juicio, gritándole al aire y moviendo las manos como si espantara mosquitos invisibles. Narcisa entró por la puerta conteniendo la risa, se acercó a él mostrándole una cajita forrada en terciopelo.

    —Ten, no he podido resistirlo.

    —No te voy a perdonar porque me hayas comprado un regalo.

    —No me vas a perdonar porque no hay nada que perdonar, ¿qué hay de malo en pasearme un momento por la mente de mi marido cuando, por su propio bien, debo estar ahí todo el día ocupando sus pensamientos? —Le gustó la risita de Lucius mientras abría la caja, encontrando dentro un pasador de plata que imitaba la forma de una serpiente—. Hace calor, Lucius. Ya que te empeñas en seguir llevando camisas de manga larga en pro de la elegancia, por lo menos recógete un poco el pelo.

    Lucius agachó un poco la cabeza, Narcisa se puso de puntillas en sus tacones y recogió mitad de su melena. La serpiente del pasador se movía, mordiendo del cabello y colocándose de manera cómoda entre los largos mechones dorados.

    —Oh, te queda bien. —Admitió Narcisa retrocediendo un par de pasos, contemplando el resultado—. La serpiente te dará suerte, vas a arrasar en esa subasta.

    —¿Vas a una subasta, papá? ¿De qué?

    —Un pequeño grupo de thestrals, trabajarás con ellos en Durmstrang. Necesitas familiarizarte primero con ellos para no hacer el ridículo.

    —Pensé que ya teníamos thestrals.

    —Así es, pero el Ministerio me obligó a liberarlos, no los consideran mascotas adecuadas y solicitan ciertos permisos para su tenencia, ¿te lo puedes creer? Maldita la gracia que me hace comprar un bicho que ni siquiera puedo ver.

    —Y, sin embargo, yo agradezco cada día que ninguno de nosotros pueda verlos —dijo Narcisa con un suspiro—. Venga, vete de una vez. A este paso llegarás tarde.

    Después de los besos y las despedidas, Narcisa se encargó de servir el té y unos pedazos de tarta de manzana. Compartían madre e hijo el gusto por dicha fruta, añadiéndola a sus dietas siempre que podían.

    —Mamá. —Esperó por su «umh» antes de seguir hablando—. ¿Cómo voy a estudiar un thestral si no puedo verlo?

    —Eso se lo dejaremos a Severus, él sí puede. Siguiendo sus consejos estoy segura de que cualquiera pensará que tú también los ves. Ahora, centrémonos en lo que nos ocupa, ¿estás preparado? —Draco asintió después de terminar su porción de tarta—. Doy por hecho que no te han enseñado nada de legeremancia ni oclumancia en Hogwarts, ¿verdad?

    —¡¿Puedes leer la mente?!

    —Pero bueno, ¿a qué viene ese tono de sorpresa? ¿Con quién te crees que estás hablando? —Le dio un golpecito en la nariz con el índice, haciéndole reír—. Soy muy capaz de zambullirme entre las muchísimas capas que tiene la mente de una persona y, después de un par de semanas, tú también podrás hacerlo. —Le aseguró—. Los legeremantes más avanzados podemos realizar la legeremancia sin varita, pero comenzaremos por lo más básico: «Legeremens». Apunta a mi frente y no dejes de mirarme a los ojos.

    Draco sacó su varita, descubriendo muy pronto que no se sentía nada cómodo apuntando a su madre con ella.

    —Voy a pensar en algo muy concreto, ¿de acuerdo? Tienes que explorar mis recuerdos y averiguar en qué tienda le compré el pasador a tu padre, ¿listo? No, no, no parpadees, mírame a los ojos, eso es. Vamos.

    Para cuando Lucius volvió a la mansión, de muy buen humor porque había conseguido una pareja de thestrals en la subasta, Draco había averiguado el precio del pasador, el nombre de la dependienta de la tienda y la dirección exacta de la misma. Todo, sin que Narcisa hubiera abierto la boca. Su primer contacto con la legeremancia no había ido nada mal y confiaba en que tuviera la misma suerte con la oclumancia, que era el proceso contrario: cerrar la mente para impedir el paso a quien quisiera visitarla. El único problema que tuvo fue el cansancio, quién iba a decirle que colarse en mentes ajenas o proteger la propia sería tan agotador. Aceptó echarse una siesta después de comer, con la idea de no dormir más de media hora, pero para cuando abrió los ojos faltaba poco para el anochecer. Esto no espantó a Snape, que charlaba de lo más tranquilo con Lucius y Narcisa en el gigantesco salón principal.

    Draco entró sin saber muy bien qué hacer, no quería interrumpir la conversación así que saludó con un discreto gesto de cabeza y caminó hasta uno de los silloncitos. Perret apareció frente a él para servirle el té. Draco le apartó la mirada intentando digerir el sentimiento de culpa, todavía le parecía escuchar sus gritos.

    —No bajes la vista por un elfo que está perfectamente recuperado —le dijo Lucius poniéndose en pie—. Que vaya bien el estudio. Severus, si necesitáis algo más, avisadme, estaré en mi despacho.

    —Quiere decir que estará leyendo los cotilleos de El Profeta y no quiere interrupciones.

    —¡Narcisa!

    —¡No he dicho nada! —Exclamó alzando las manos sin parar de reír—. Perret, poned un plato más en la mesa porque, Severus, te quedas a cenar, ¿no? —Le interrumpió levantándose de su sitio—. ¡Genial! Iré a comprobar los postres, hay delicias de manzana, pero no creo sean de tu agrado. Pensaré en algo, dejádmelo a mí.

    Snape suspiró viéndola irse, quedando a solas con Draco y el elfo, que no tardó en desaparecer y poner rumbo a la cocina.

    —Sigue siendo muy difícil llevarle la contraria a tu madre.

    —Yo no he podido hacerlo nunca, Severus. ¡Snape! —Corrigió de inmediato—. ¡Profesor Snape! Disculpa.

    —Ya no soy tu profesor, Draco, puedes llamarme por mi nombre. Parece costumbre en la familia. —Volvió a suspirar—. ¿Estás preparado? Hoy vamos a perfeccionar el «Serpensortia» —dijo echándose a caminar, con movimientos de varita hizo retroceder los sillones y las mesitas, dejando un espacio muy amplio a su alrededor—. Puliremos su lanzamiento hasta la perfección, pues no se te exige menos.

    —Creo que ya soy lo suficiente diestro con ese hechizo, Severus. —Le gustó poder usar su nombre, de repente se sentía más adulto—. También me enseñaste el «Vipera Evanesca» como medida de seguridad.

    —Una culebrilla inquieta será poco más que un chiste en Durmstrang —le dijo—. Allá te las verás con duelistas expertos en Invocaciones, con auténticos adoradores de serpientes e incluso con animagos, ¿cómo piensas combatir todo esto? ¿Con una culebra que salte cuando se lo pidas? No me hagas reír.

    —Puedo invocar a más de una.

    Draco, orgulloso de sus habilidades y siempre más que dispuesto a lucirse, dio dos trazos firmes con la varita en el aire. La primera serpiente se retorció en la alfombra antes de mostrar sus colmillos a una segunda serpiente idéntica que le devolvía el mismo gesto.

    —Es enternecedor este circo tuyo, pero vas a necesitar algo mucho más agresivo si buscas destacar.

    Snape hizo aparecer una tercera serpiente sin necesidad de usar la varita. Una cobra real, de casi seis metros, se alzó en su sitio desplegando su característica capucha. Sacó la lengua un par de veces antes de lanzarse a por una de las culebras, parecían diminutas a su lado. Draco contempló, con cierto horror, cómo el veneno de la cobra inutilizaba a ambas serpientes, empezando luego a devorarlas todavía vivas.

    —Necesitas una serpiente que, literalmente, se coma a otras serpientes —le dijo Snape contemplando aquel espectáculo tan salvaje—. Tienes que familiarizarte cuanto antes con las cobras.

    *



    Los primeros días de septiembre todavía pertenecían al verano, y el verano en Hogsmeade había resultado ser de lo más divertido. Harry pasó buena parte de las vacaciones paseando por el pueblo, al ser un lugar mágico no tenía por qué ocultar nada relacionado con la magia, y pudo pasear con Ron y sus hermanos, con Hermione, con Neville, hasta con Luna, que les explicaba con más detalles de los estrictamente necesarios dónde se escondían los espectros o lo que andaban haciendo, y les ofrecía usar sus espectrogafas para mirarlos. Solo Ginny se atrevió a hacerlo, y tuvo que haber visto algo desternillante porque se pasó el resto del día riendo.

    Harry no pasaba los días solo con sus amigos, también pasaba muchísimo tiempo con Sirius, que había llegado a un acuerdo con Dumbledore para utilizar la pista de quidditch de manera privada aprovechando que no había clases durante el verano. Sirius le había asegurado que Harry llegaría a convertirse en el capitán de Gryffindor pero, para lograrlo, debía entrenar más duro que nunca. Así, Harry pasaba horas enteras sin pisar el suelo, disfrutando al perseguir la snitch y esquivando los golpes de las bludgers, pues al no haber bateadores que las repelieran, le atacaban sin interrupciones. El papel de Sirius era detener en el aire a Harry cuando caía, moviendo la mano y susurrando el «Arresto momentum» para evitarle un doloroso golpe contra el suelo.

    —Esta noche hay luna llena, ¿has hablado ya con los Weasley? —Le preguntó Sirius, haciendo flotar a Harry hasta que llegara seguro al suelo.

    —Sí, pero debería poder quedarme en casa con vosotros —dijo con un resoplido—. Ya no soy un crío, podría ayudar.

    —Prefiero que pases la noche divirtiéndote con tus amigos.

    —No creo que ni Neville ni yo nos divirtamos mucho, Ron se pasará la noche llorando porque echa de menos a Hermione.

    Intentaron no reírse muy alto con aquella imagen.

    Una de las grandes ventajas de la zona donde vivían era que podían volver a casa en escoba sin necesidad de ocultarse. El viaje fue corto y agradable, y en menos de media hora les saludaba Remus con el ceño fruncido en el sofá, enfrascado en un pergamino que había recibido. Se le notaban los efectos de la próxima luna, sus pupilas estaban dilatadas (lo que le daba un aire animal al cubrirse casi por completo la miel de sus ojos), su garganta siempre seca y estaba permanentemente en alerta, con los nervios a flor de piel y reaccionando de manera errática a cada sonido extraño que escuchara.

    —Tiene usted muy buen aspecto, profesor Lupin. —Se burló Sirius saludándole con un ruidoso beso en la mejilla, notando lo mucho que ardía su piel—. ¿Y eso? —Le quitó el pergamino, ignorando el gruñido gutural que le arrancó a Remus—. Oh vaya, ¿qué es esto? ¿Asignaturas?

    —Son los resultados de los exámenes de Draco. —Respondió Remus intentando recuperar el pergamino, sin éxito—. Es un documento privado, Sirius.
    —Si dices eso solo tendré más ganas de leerlo, lo sabes.

    —¿Cómo le ha ido? —Preguntó Harry con curiosidad.

    —Veamos. —Sirius carraspeó y empezó a leer las notas—. «(E) Extraordinario» en Pociones de Efectos Diversos, Estudios Sombríos, Historia y Manejo Práctico de las Invocaciones, Maldiciones de Primer, Segundo y Tercer Nivel, Encantamientos Oscuros, Legeremancia y Oclumancia. Ah, y un «(S) Supera las expectativas» en el Cuidado de Criaturas Mágicas. —Sirius dio un largo silbido—. Vaya con el heredero de los Malfoy, creo que intentan convertirle en el nuevo líder de los Mortífagos.

    —¡Sirius! —La mirada de Remus fue dura y severa—. Harry, vamos. Te acompaño a casa de los Weasley.

    Sirius chasqueó la lengua viéndolos irse por la chimenea, un pellizco de Polvos Flu servía para llevarlos a ambos a La Madriguera.

    Remus regresó casi media hora más tarde, con una bandeja llena de dulces y galletas caseras en las manos. Sirius le saludó desde el sofá, donde se había echado a lo largo de una manera que solo él podía encontrar cómoda, con una pierna apoyada en el respaldo y la otra cayendo relajada por la alfombra.

    —Molly es un encanto, todos llevan chocolate —dijo Remus dejando la bandeja en la mesita, pero cogiendo uno de los dulces. No dudó en sentarse también en el sofá, dejando que Sirius pasara las piernas por sobre su regazo.

    —¿Harry está muy enfadado?

    —No está enfadado, está afectado por la marcha de Draco. Y preocupado, todos lo estamos.

    —Es normal estarlo. —Sirius resopló echando atrás la cabeza, dejándola caer por el reposabrazos. Le gustó sentir los dedos de Remus apoyados cerca de sus rodillas—. El heredero de una familia adoradora de la sangre asistirá a un instituto todavía más supremacista, ¿qué crees que va a pasar con él?

    —No tiene por qué ser así.

    —Claro que lo será, es un Malfoy.

    —Y tú eres un Black —le dijo, notando al instante que todo el cuerpo de Sirius se tensaba con la sola mención de su apellido—. Una carga pesada de la que supiste liberarte.

    —Es solo un crío.

    —Tú también lo eras cuando dejaste tu casa.

    —Tenía a James conmigo, te tenía… No; te tengo a ti. —Sonrió con el apretón de Remus en su muslo—. Ese chico estará solo en una tierra obsesionada con la pureza de la sangre y los linajes antiguos, ¿de verdad crees que no volverá a casa convertido en un capullo peor que su padre?

    Esta vez fue el turno de Remus para resoplar, debía admitir que la situación no pintaba muy bien.

    SPOILER (click to view)
    NOTAS EN ESTE CAPÍTULO ⬇️
    (1) Lucius diciendo algo del tipo “naughty girl” a mí me hace sentir ✨cosas ✨

    (2) ¿Por qué una cobra real («Ophiophagus hannah») para Draco? Porque su dieta consiste en otras serpientes, así lo indica su propio nombre: «Ophiophagus» se traduce por «comedora de serpientes».
     
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    Hay un (enorme) guiño a la ship de Ron/Hermione en este capítulo.

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    CAPÍTULO 15. LA PRIMERA CARTA QUE HEDWIG LLEVÓ A DURMSTRANG
    El quinto año en Hogwarts estaba siendo de lo más exigente para Harry Potter. Las horas de estudio estaban enfocadas a los TIMOs (los Títulos Indispensables de Magia Ordinaria), y entre las materias troncales, las optativas y los entrenamientos intensivos de quidditch que tenía a diario, apenas tenía tiempo para descansar como era debido. No podía entender cómo Hermione conseguía mantener unas notas envidiables siendo, además, prefecta de Gryffindor. Ron también fue elegido como prefecto junto a ella, pero con unas notas que no despertaban envidias precisamente.

    Como se había temido, la marcha de Draco a Durmstrang había sido la noticia más sonada las primeras semanas del curso pero, ya a finales de octubre, apenas se hablaba de él; ni siquiera en la mesa de Slytherin, donde le consideraban un exiliado y hablaban de él con cierta lástima. Harry comenzaba a sospechar que era él quien más le recordaba. Era, desde luego, el único en todo el Gran Comedor que le estaba dando mil vueltas a cómo empezar una carta que quería enviarle. Tenía frente a él la página en blanco mientras jugueteaba con la pluma y la tinta en sus dedos, le habían pasado cosas muy interesantes en estos meses, pero se preguntaba si debía contarle algo de esto a Draco, ¿qué debía escribir en primer lugar? ¿Qué garantías tenía de que Draco leyese su carta y no la arrojara a la chimenea más cercana que tuviera?

    «Querido Draco, mi vida ha dejado de tener sentido ahora que no formas parte de ella», ¿qué tal si le escribes algo así?

    —Gracias por tu sugerencia, Ron —le dijo con una mueca—. En serio, no sé qué escribir. Ni siquiera sé cómo empezar la carta.

    —Pues no le escribas nada, hablamos de Malfoy. —Ron se alzó de hombros—. No va a leer nada que venga de aquí, Hogwarts le debe parecer muy poca cosa comparada con Durmstrang, ¿sabes que solo aceptan a magos de sangre pura? Como si los mestizos o hijos de muggles valieseis menos.

    —A Hermione le gustará mucho oírte decir algo así.

    —Estoy de acuerdo.

    Ron casi cae al suelo del susto, aquella vocecilla era la de Luna, que apareció de repente a un lado de Harry. Vio asombrado cómo surgía bajo la capa de invisibilidad, la doblaba y guardaba en una bolsa de la que no pensaba preguntar el material, había parches de tela que se movían de un lado a otro intentando salirse del patrón, y se la entregó a Harry.

    —Muchas gracias por prestarme tu capa, Harry —le dijo—. He podido hacer grandes avances en mi investigación sobre las ranas lunares. Creo haber encontrado su nido en el despacho de Dumbledore.

    —¿Has podido entrar en su despacho?

    —Sí, claro. Se lo he pedido por favor y él accedió muy amablemente.

    —Me cuesta saber cuándo estás de broma y cuándo no.

    —Oh, pero no estoy bromeando, Ron, no entiendo tu confusión. —Sonrió mirando hacia la mesa—. ¿Es una carta de amor?

    —Es una carta, pero no de amor.

    —Intenta escribirle algo a Malfoy, de momento, sin éxito. —Le explicó Ron sacudiendo la mano en el aire.

    —Entonces sí es una carta de amor. —Luna asintió con la cabeza, pasando por alto el resoplido de Harry—. Deberías enviarle una Flor del Amor Eterno, es un detalle muy bonito.

    —Esas flores son carísimas —dijo Ron.

    —No las silvestres.

    —¿Florecen por aquí?

    —Sí, precisamente esta noche. Es la primera noche después de la luna llena y el Bosque Prohibido se llena de ellas.

    Ron se puso en pie de inmediato, de lo más decidido y con un nuevo plan en marcha.
    —¡Vamos, Harry! ¡Necesito esa flor!

    *



    Nunca era buena idea ir al Bosque Prohibido de noche, mucho menos en una noche tan cercana a la luna llena. Harry imaginaba que los aullidos que oía por entre los árboles podrían no ser solo de lobos o perros salvajes, sino de algo más. Sirius le arrastraría de los pelos por verle tan lejos de los muros de Hogwarts una noche como esta, donde todavía podían verse los últimos retazos de magia descontrolada intentando volver a la normalidad.

    —Así que, ¿la Flor del Amor Eterno es una flor mágica? —Preguntó Harry, sin tener la menor idea de qué estaban buscando.

    —Es una cursilería —dijo Ron—. Pero, una cursilería que les gusta a todas las chicas.

    —También es una cursilería que les gusta a todos los chicos —añadió Luna, que se había autoinvitado a esta excursión nocturna. Ron y Harry se la habían encontrado al salir a hurtadillas del castillo, les preguntó si podía unirse a ellos y no vieron por qué no—. Lo interesante de la Flor Eterna, o Flor del Amor Eterno como preferimos llamarlas en casa, es que siempre está cerrada, solo se abre cuando quien la toca se enamora. Seguirá abierta y en flor en tanto dure ese amor, pero cuando el sentimiento muera, también lo hará la flor, ¿habéis leído el artículo sobre ellas en El Quisquilloso? —Y sacó la revista del bolsillo interno de su capa—. «Solo el enamorado del dueño original de la Flor del Amor Eterno podrá tocarla, y solo si comparten el mismo sentimiento. Si una persona ajena a la pareja lo intentara, sufriría un ardor indescriptible en los dedos y una flecha taladrándole el pecho, por entrometido en un sentimiento que no le corresponde sentir». Quiere decir esto que si, por ejemplo, Harry coge la flor y se la entrega a otra persona que no sea Draco, esa persona sufrirá un golpe tan fuerte que, seguramente, le deje en cama unos días.

    —Yo no estoy enamorado de Draco.

    —Si tú lo dices, supongo que nadie mejor que uno mismo para saber lo que siente o no por otra persona. —Volvió a guardar la revista antes de seguir hablando—. Ron, ¿le darás la flor a Hermione? Sabes que si puede cogerla es porque también te quiere. Ahí va, te has puesto rojo.

    —Vamos a centrarnos en encontrar la dichosa flor, ¿de acuerdo?

    Harry fingió un ataque de tos para disimular la risa.
    Caminaron los tres por el bosque un buen rato, iluminando sus pasos con «Lumos», y parando de cuando en cuando, tanto para buscar pistas sobre las flores como por las indicaciones de Luna, que señalaba de un lado a otro recitando hechizos del revés. Ni Ron ni Harry querían saber realmente qué estaba haciendo, así que la dejaban estar mientras seguían con la búsqueda.

    —Y, ¿cómo se supone que es la flor?

    —Es naranja y brilla imitando el latido de un corazón, los más románticos dicen que es el corazón enamorado que la mantiene viva. Dicen también que cuanto más brilla, más fuerte es el amor entre las dos personas. —Explicó Luna—. Ron, no te preocupes, estoy segura de que vuestra flor brillará tanto que podréis usarla como antorcha cuando viváis juntos.

    Los refunfuños de Ron marcaron el paso hasta que llegaron a un pequeño claro entre los árboles, bajo los rayos de la luna se balanceaban los tallos de la Flor Eterna. Ron aplaudió de lo más contento yendo hacia ellas, no solían crecer demasiadas, así que había sido todo un golpe de suerte encontrarse con nada más y nada menos que siete flores. Arrancó la primera sin mucho cuidado, se abrió de inmediato y le iluminó toda la cara con un brillo anaranjado. La luz cambiaba de intensidad cada par de segundos, sin ninguna duda imitaba los latidos de un corazón.

    Para arrancar las demás se cubrió las manos con la capa, y con ciertos problemas para no tocar ni una sola hoja de las flores, consiguió guardarlas en la bolsa que sujetaba Harry.

    —Voy a sacar un buen dinero cuando las venda, con esto podré comprarme una escoba en condiciones, ¡y unos zapatos nuevos! Estoy harto de no poder estrenar nunca nada, tengo que llevar ropa que ya han llevado antes todos mis hermanos. —Resopló—. Sigamos buscando, puede que haya más por aquí.

    —Sí, quizá Harry también quiera una.

    —¿Por qué iba a quererla?

    —Te veo confundido por tus propios sentimientos, la Flor del Amor Eterno puede ayudarte a entenderlos.

    Harry negó con la cabeza echándose a andar, le señaló otro pequeño grupo de flores a Ron y le ayudó a recogerlas sin tocar ninguna. Luna se quedó a unos pasos de distancia, mirando hacia los árboles. De repente, pudieron oír un larguísimo aullido que se multiplicó con el paso de los segundos, casi haciendo eco el uno del otro.

    —Los perros-espejo nos están siguiendo, también les gustan las flores. No les hará ninguna gracia que nos las llevemos.

    —¿Perros-espejo?

    —Sí, uno de ellos es real, el otro solo un reflejo.

    —Luna, no es momento para bromear con rimas estúpidas —le riñó Ron—. Deben ser lobos.

    —No estoy de broma, Ron: los perros-espejo existen. Y es muy complicado librarse de ellos. Al original le afectan los hechizos lanzados al derecho, pero al reflejo solo los lanzados al revés.

    —Eso es lo que llevas haciendo todo el camino —dijo Harry—. ¿Intentabas ahuyentar a los perros-espejo?

    —Sí, pero no he debido hacerlo del todo bien, ¿podéis oírlos? Nos están rodeando.

    Sonaron en total seis aullidos, tres de ellos aterradores y larguísimos: el «auuu» se dejaba oír por sobre el silencio de la noche, con el sonido de la «u» volviéndose casi interminable. Pero los tres aullidos restantes sonaron a la inversa, y en lugar de alargarse la «u», se alargaba la «a», convirtiéndose en un «uaaa» que más que infundir terror, confundía.
    Aparecieron muy rápido los seis perros, gruñendo y mostrando los dientes en una coreografía casi perfecta. Harry se adelantó un paso sacando su varita.

    «¡Flipendo!».

    A pesar de la destreza al lanzar el maleficio de rechazo, el destello mágico atravesó al perro al que apuntaba sin hacerle ni un rasguño.

    «¡Od-nep-ilf!». —Luna imitó el movimiento de varita, concentrada también en lo que decía y cómo lo pronunciaba. Esta vez, el perro salió volando por los aires—. Os lo he dicho, a los reflejos solo les afectan los hechizos dichos al revés. —Apuntó hacia el perro que se lanzaba a por Ron—. «¡Depulso!». Oh vaya, es un reflejo.

    «¡Os-lup-ed…!». —Harry lo pronunció sin ninguna esperanza de que funcionara, pero sí lo hizo. El perro salió disparado chocando en su camino con otro.

    —Vamos, tenemos que irnos. —Ron tiró tanto de la mano de Harry como de la de Luna.

    Aprovechó la pequeña confusión en la manada de los perros más extraños que había visto nunca para echarse a correr. En otro momento les daría las gracias a ambos por haberle acompañado y protegido, pero, por ahora, prefirió tirar de sus amigos para que corrieran lo más rápido posible. Debían alejarse de los dichosos perros y sus reflejos, y aunque escuchaba sus aullidos y ladridos (¿cómo era posible para un perro ladrar al revés?), pudo ver una ruta clara de escape al final del sendero. Una pequeña escultura de piedra con forma de zanahoria, obra de Hagrid como punto de referencia para marcar los caminos, les hizo saber que ya estaban cerca de la linde del bosque. Ron recordaba que, tras la zanahoria de piedra, había un pequeño desnivel. Corrió sin parar y movió los brazos hacia adelante lo más rápido que pudo dando un frenazo, como resultado, tanto Harry como Luna cayeron rodando por la pequeña ladera sin poder evitarlo.

    —¡Marchaos! —Les gritó desde lo alto—. Buscan las flores, ¿no? Los distraeré, ¡vamos! ¡Poneos a salvo!

    Era un buen plan, pero para que resultara efectivo debía contarse con que el resto del grupo dejase atrás al señuelo. Cosa que ni Harry ni Luna estuvieron dispuestos a hacer, corrieron a lo largo de la ladera escuchando los ladridos de los perros y los pasos de Ron. El crujido y el grito de dolor les puso a ambos el vello de punta; y quizá fuera la adrenalina del momento, el estado de nervios en el que se encontraban nublaba el juicio de cualquiera, o quizá que en las pasadas clases de Defensa contra las Artes Oscuras habían trabajado en sus espíritus guardianes, pero el encantamiento sonó fuerte al unísono, pronunciado casi como un coro en un concierto lírico.

    «¡Expecto Patronum!».

    El brillo de la liebre cegó a los perros, que no pudieron esquivar las embestidas del ciervo plateado que les atacó. Todo pasó muy rápido y en cuestión de segundos pudieron Harry y Luna reunirse con Ron, le encontraron sobre la hierba, hecho un ovillo y protegiendo las flores con su cuerpo.

    —¡Ron! ¡Ron! ¿Estás bien? ¿Me oyes?

    —Le falta un pie.

    —¿Cómo que le falta un…-? —Harry palideció al mirar sus piernas, la pierna derecha terminaba un poco más debajo de su rodilla—. ¡Ron! ¡Ron, despierta! —Sonrió de lo más aliviado al escucharle toser—. ¿Puedes oírme? ¿Cómo estás?

    —Ay, Harry, creo que la he hecho buena. —Le miró muerto de miedo—. Hermione va a matarme cuando se entere de esto.

    Ron se sintió flotar de un momento a otro, y lo hacía literalmente. Luna le manejaba con relajados movimientos de varita, con Harry sujetándole por un lado de la capa para que no girase sobre sí mismo ni se alzara demasiado y le perdieran por entre los árboles. De esta manera tan curiosa, casi parecía una cometa o un globo de helio, pudieron llevarle a cierta casita a las afueras de Hogsmeade. La Casa de los Gritos era el único lugar donde no habría castigos ni chivatazos de su excursión nocturna, a pesar de que allí vivía un profesor.

    Fue precisamente Remus el que abrió la puerta, sin poder dar crédito con el espectáculo que se le presentaba. Se hizo a un lado para dejarles pasar, ni siquiera Sirius logró decir nada viendo cómo hacían flotar a Ron hasta echarle en el sofá del salón. Una vez colocado de manera cómoda, lo más cómodo que pudiera sentirse alguien a quien le habían arrancado el pie de un mordisco, Luna se despidió, prometiendo volver en un rato con Hermione. Esto no hizo que Ron se sintiera mejor, si acaso lo contrario.

    Sirius le miró primero a él, y luego a Harry.
    —¿Debería preguntar?

    —Por supuesto que debemos preguntar. —Añadió Remus abriendo los cajones de uno de los muebles junto a la librería—. ¿A dónde habéis ido?

    —Fuimos al Bosque Prohibido a buscar una flor.

    —Una Flor Eterna. —Ron les mostró la bolsa con las flores—. Fue cosa mía, Harry no tiene culpa. Y Luna tampoco.

    —¿Y qué se supone que es esta flor? —Sirius no se lo pensó mucho al sacar una de la bolsa, abriéndose al instante y brillando casi como el mismo fuego—. ¡Anda! Remus, ¿no tienes una de estas en el despacho? —Remus asintió desde su sitio, seguía agachado frente al cajón, buscando entre las pociones que tenía por allí—. Así que, se llama Flor Eterna. Me parece un nombre muy ambicioso para una flor.

    —La flor se abre solo cuando estás enamorado —le dijo Harry—. Creo que ahora solo Remus podría tocar esa flor en particular. Y solo tú podrías tocar la que tiene Remus en su despacho.

    Remus se acercó a ellos con una botella de poción crecehuesos, no tuvo ningún problema al coger la flor que le dio Sirius, yendo luego con Ron.
    —Tienes que beberte por lo menos media botella. —Ron puso una mueca—. Lo sé, el sabor es asqueroso.

    Ron dio el primer sorbo, arrepintiéndose al instante de haberlo hecho. El sabor de la poción era terrible, peor a cualquier plato que hubiera comido nunca, y eso era mucho decir teniendo en cuenta las muchas veces que había perdido apuestas con George y con Fred, obligándole a comer cualquier cosa que encontraran por la casa. Afortunadamente, el estómago de Ron era uno fuerte, logró contener la media botella de crecehuesos en sus tripas e ignorar las arcadas que le causó cada sorbo.

    —¡Ronald Weasley!

    La puerta de la casa se abrió tan de repente y dando un golpe tan fuerte contra la pared, que asustó a todos los presentes. Ron se enderezó en el sillón esperando ver a su madre, pero quien entró en la casa era Hermione, con la melena rizada terriblemente despeinada, descalza y con la capa de Ravenclaw de Luna cubriendo su pijama.

    —¡Dime que no es verdad que has perdido un pie!

    —¡No es nada grave! —Se defendió enseñándole la botellita con los restos de la poción—. ¡Volverá a crecer en menos que canta un jobberknoll!

    —¡Y todo por una flor! ¡Una dichosa flor! ¡Es que no me lo puedo creer! ¡Harry! ¡Luna! ¿En qué estabais pensando? ¡Podríais haber muerto!

    —Ron quería regalarte la flor. —Harry intentó justificar lo que habían hecho, con Luna asintiendo al lado—. Es un detalle muy bonito, ¿no?

    —Es muy romántico.

    —¡Eso es! Muy romántico. Es una flor del amor, Hermione, y es para ti.

    Hermione soltó un chillido dando un pisotón al suelo, siempre le llevaba un rato calmarse una vez se enfadaba, y ahora mismo estaba terriblemente enfadada. Caminó hasta el sillón y le arrebató a Ron la flor de las manos, sabía lo que significaba que ella pudiera cogerla, sabía muy bien qué implicaba y se le escapó la sonrisa viendo el brillo anaranjado latiendo en sus pétalos, pero luego miró las piernas de Ron, donde debía estar su pie derecho no había nada, y la ira volvió a cegarla.

    —¡¿Qué te hace pensar que quiero una flor ridícula?! —Le gritó lanzándole la flor a la cara—. ¡Yo te quiero a ti, pero te quiero vivo! ¡Maldita sea, Ronald!

    Su sollozo se camufló en el grito y, como mismo entró en la casa, se marchó. La diferencia esta vez estuvo en Ron, que se levantó lo más rápido que pudo y echó a correr tras ella. Al faltarle un pie, avanzaba dando saltos y apoyándose en las paredes o en los muebles. Era sorprendente lo rápido que podía moverse de esta manera, cualquier otro ya se hubiera caído al suelo por la falta de equilibrio.

    —¡Hermione! ¡Hermione, espera un momento! ¡Por favor, para! ¡No puedo correr!

    Desde la casa, Harry la vio detenerse, Sirius la vio girar y Luna la vio corriendo hacia Ron, lanzándose a sus brazos y haciéndole caer sobre la hierba seca. Luego la puerta se cerró, impidiéndoles ver nada más.

    —¿Qué os parece algo de intimidad para la pareja? —Remus carraspeó cruzándose de brazos—. Lo que pase ahí fuera no os incumbe a ninguno de vosotros.

    —Qué poco cotilla eres, Remus, de verdad. —Se quejó Sirius mientras resoplaba.

    *



    Había pasado ya una semana desde el incidente de la Flor Eterna. El pie de Ron había crecido sin ningún problema y podía caminar por Hogwarts con toda normalidad, haciéndolo siempre con una sonrisa pintada en la cara, pues Hermione solía rondar muy cerca de él, hablándole en susurros y guiños cómplices. Solo le cambiaba la cara cuando ella le preguntaba por deberes y exámenes, se le borraba la sonrisa de golpe.

    Ron desistió de su plan original de vender las flores, por orden de Hermione las devolvió al Bosque Prohibido, encargándose Hagrid de replantarlas en la zona correspondiente. Descubrió que le daba igual seguir llevando los mismos zapatos y la capa desgastada si tenía a Hermione caminando a su lado.

    —Se os ve muy contentos —dijo Harry desde su sitio en la mesa de Gryffindor. Tanto Ron como Hermione se sentaron enfrente, ella ocultó la cara en un libro y él la suya tras sus manos unidas—. ¿Qué me vas a pedir, Ron? ¿Qué necesitas?

    —Tus apuntes de Pociones. —Contestó, todavía con el gesto de súplica—. No consigo preparar el truenobrebaje, y no creo que Snape tenga mucha más paciencia conmigo.

    —Claro que te los presto, pero no esperes gran cosa: en mi último intento el trueno me cayó a mí.

    —¿Os aseguráis de echar el higo cuando está totalmente seco? —Preguntó Hermione sacando la cabeza del libro—. El fruto no puede estar nada húmedo. Y son trece gotas de jugo de sanguijuela, ni una más ni una menos, ¿las habéis contado?

    —¡Hermione~!

    A Ron le recorrió un escalofrío, cuando Fred y George llamaban a alguien usando aquel tono de voz cantarín nunca era para algo bueno. Aparecieron tras la chica lanzando cohetes, serpentinas y fuegos artificiales, armando un gran revuelo en el Gran Comedor. No había una sola persona que no estuviera mirando en su dirección, y Hermione se vio muy capaz de morir de la vergüenza.

    —¡Bienvenida a la familia Weasley! —Fred le colocó un gorrito en la cabeza, por él salían bombas de confeti que golpeaban a Ron—. Toma asiento y coge número, ponte cómoda. —Le ofreció un papel con un «once (11)» escrito con tinta dorada—. El pelo rojo te saldrá de aquí a cinco días, festivos no incluidos.

    —Las pecas no suelen tardar más de dos o tres semanas en aparecer —dijo George picoteando sus mejillas. De la piel de Hermione comenzaron a saltar mariposas y flores—. También te será asignado un hermano mayor y un lugar en la mesa por Navidad, Pascua y demás eventos familiares, ¿nos dejamos algo? Ah, claro: como undécima miembro Weasley de pleno derecho, te serán heredados mis calcetines sudados y una de las corbatas de Papá.

    —Con opción a uno solo de mis calzoncillos y el delantal menos favorito de Mamá.

    —¡Qué buenísima oferta! —Exclamaron a la vez mientras aplaudían.

    —Chicos, por favor. —Pidió Ron con una vocecilla, estaba tan o más avergonzado que Hermione.

    —¿Qué? Ha sido una ceremonia de lo más discreta.

    —¿Discreta? ¡Si no hay nadie que no esté mirando hacia aquí! ¡Vamos a ser el tema de conversación durante meses!

    —No, no lo creo. Tanta popularidad solo se consigue con, ¡ah! —George sonrió—. ¿Sabes con qué, Fred?

    —No sé, déjame pensar. —Fred lanzó un nuevo cohete hacia el techo, estallando para hacer surgir corazones de algodón dulce con una «H» y una «R» brillando en el interior—. Necesitamos una Gran Ceremonia de Anunciamiento de Noviazgo como le hicimos a Bill y Fleur.

    —¡No! ¡No, por Merlín, no! ¡Nada de Gran Ceremonia!

    —Chicos, ha sido muy divertido, pero tengo que irme a la biblioteca, ¡nos vemos!

    Hermione salió prácticamente corriendo del comedor, dejando olvidado el libro en la mesa y todavía apartándose el confeti y las serpentinas del pelo. Los gemelos la siguieron, con Ron justo detrás tirando de sus capas en un intento inútil de detenerlos.

    Por su parte, Harry agradeció la calma que le rodeó para poder escribir. Podía ignorar las miradas más curiosas que seguían puestas en su dirección, buscando los restos de la celebración de los Weasley, su mayor problema estaba siendo la carta en sí. Harry no había escrito nunca una, y las únicas con las que estaba familiarizado eran las de Hogwarts, que usaban un tono demasiado formal con el que no acababa de congeniar.

    «Hola, Malfoy».

    Bien, no era un mal comienzo.

    «Te escribo esta carta porque Dumbledore me pidió que lo hiciera».

    No, no podía escribir esto. Tachó la línea y volvió a empezar.

    «Te escribo esta carta por mera curiosidad y sin ningún ánimo de resultar impertinente o desagradable».

    Sí, esto era mucho mejor.

    «Confío en que tu llegada a Durmstrang haya sido una amable, a pesar de los rumores algo macabros que corren sobre ese sitio. No me cabe duda de que te irá bien en los estudios, por oscuros que sean, sé de primera mano lo mucho que te esfuerzas en todo lo que haces. Pude echar un vistazo a tus exámenes de acceso, y tengo que felicitarte por unas notas tan increíbles».

    Dio unos golpecitos en el papel con la pluma, ¿no le estaba pareciendo demasiado fácil dedicarle palabras dulces a Draco? Tenía que cambiar el tono.

    «Por aquí todo sigue igual que siempre, tranquilo y sin novedad. Snape sigue dando miedo a los estudiantes, dos chicos de primero se desmayaron cuando les castigó; hemos practicado los espíritus guardianes en las clases con Remus, ¿dais los Patronus ahí en Durmstrang? Yo comparto animal con mis padres, empiezo a pensar que los ciervos son el animal guardián de toda mi familia, ¿cuál es el tuyo?»

    Releyó un par de veces, no había nada de malo en hacer esa pregunta, ¿no? No lo consideraba nada indebido ni demasiado privado.

    «He mejorado muchísimo con el quidditch, me han nombrado capitán suplente y he podido sustituir a Wood en varios entrenamientos. Me ha dicho que si mantengo el nivel seré capitán del equipo el año que viene, ¡no puedo esperar!».

    Tachó el último párrafo, a Draco no podría importarle menos todo el asunto del quidditch.

    «¿Cómo son las clases en Durmstrang? ¿También os preparan para los TIMOs? Estoy seguro de que Hermione aprobará todos los suyos con (E) Extraordinarios, pero Ron y yo lo tendremos un poco más difícil. Ah, te divertirá saber que han empezado a salir. No se habla de otra cosa desde hace un par de días. Dime, ¿echas de menos Hogwarts? ¿Echas de menos a tus compañeros de Slytherin? Porque ellos a ti parece que no, no hablan mucho de ti».

    Resopló tachando la última línea.

    «¿Echas de menos…-? ¿Echas de menos a tus padres?»

    Resopló, esa pregunta había sido estúpida, ¿cómo no iba a extrañar a su familia si ahora mismo vivía en otro país, a kilómetros de distancia de su casa?

    «¿Me echas de menos? Yo a ti sí»

    Esta vez se sonrojó, no podía haber escrito eso. Tachó con tanta fuerza la frase que hasta rompió el papel. Desde el primer tachón supo que tendría que reescribir toda la carta, ¿enviarle a Draco una carta llena de tachones? Ya le daba vergüenza escribirle, ni hablar de entregar una carta así de chapucera. Lo mejor sería terminar el borrador cuanto antes, luego solo tendría que pasarla a limpio en un pergamino en condiciones para enviarla.

    «Deseo de corazón que todo te vaya bien, espero noticias tuyas, Harry Potter»

    Hedwig aterrizó en la mesa, dando saltitos hasta él, le robó un pedazo de galleta antes de saltar al hombro de Harry para picotearle la oreja. Harry rio mientras la acariciaba. Entonces vio el papel atado en una de sus patas: la letra temblorosa de Ron le pedía ayuda desde la biblioteca.

    Ya enviaría más tarde la carta, por ahora le tocaba ir a la biblioteca, seguramente al rescate de Ron y Hermione de las travesuras de los gemelos Weasley. Por supuesto, Hedwig no opinó lo mismo de su plan, y siendo una lechuza tan responsable como era, recogió el papel tachado y arrugado de la mesa, sabiendo que tenía que enviarlo. En Hogwarts hasta las lechuzas sabían leer y Hedwig, siendo de las lechuzas más avispadas, entendió muy bien a quién iba dirigida esta carta. Si pudiera dar su opinión, le diría a Harry que había escrito una carta terriblemente sucia y desordenada, pero como entre sus funciones no estaba opinar sino volar (y chillar de cuando en cuando), se guardó sus impresiones.

    Hedwig afianzó el agarre al papel y estiró las alas antes de alzar el vuelo, le esperaba un viaje muy largo hasta Noruega.

    SPOILER (click to view)
    NOTAS EN ESTE CAPÍTULO. ⬇️
    (1) Para la Flor Eterna me inspiré (visualmente) en los lirios de araña roja.

    (2) En este fic Hermione es la 11ª Weasley: Arthur, Molly, Bill, Charlie, Percy, Fred, George, Ron y Ginny. Siendo 10ª Fleur.

    (3) No soy experta en edición, pero me atreví a hacer la carta de Harry. 💌


    Edited by Flamingori. - 25/3/2024, 12:52
     
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    ¿Advertencia? Personajes originales (OC) a partir de este punto.

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    CAPÍTULO 16. EL INSTITUTO DURMSTRANG
    Draco estaba nervioso. No era la primera vez que visitaba el lago de Shearwater con sus padres, pero sí la primera vez que esperaba la llegada del gigantesco barco que le llevaría a Durmstrang. Perret también había venido, era el encargado de cargar con su equipaje, debía ser el único que no se sentía morir de un ataque de nervios.

    —Draco, ¿te acordaste de la ropa de abrigo? ¿Las bufandas? ¿Los calcetines? Creo que deberías llevar también un par de mantas.

    —Narcisa, que se va a un instituto, no a vivir a la intemperie. —Lucius suspiró—. No morirá de frío en Durmstrang.

    —Parece mentira que te nos vayas tan lejos. —Narcisa se acercó a Draco, dándole un abrazo—. Te voy a echar muchísimo de menos.

    —Yo también, mamá. Estaré bien, no te preocupes.

    —Estarás mejor que bien. —Añadió Lucius—. Siempre y cuando aparezca el irresponsable de Karkarov —resopló—. Llega tarde, ¿cómo se le ocurre llegar tarde? Tendríamos que haberte llevado nosotros.

    Narcisa se mostró de acuerdo, y a punto estuvo de sugerir que todavía no era tarde para viajar a Noruega, cuando detectó movimiento en el agua. Se alejó un poco de Draco, sabiendo lo bochornoso que sería para un adolescente presentarse a un nuevo grupo entre los brazos de su madre.

    Del fondo del lago comenzó a surgir el gigantesco navío de Durmstrang, ondeando su bandera en lo alto del mástil. Las velas bien plegadas comenzaron a soltarse, impulsándole hasta acercarse a la posición de los Malfoy. Lucius se encargó de hacer aparecer un pequeño muelle, y el movimiento de varita desde la cubierta del barco terminó la invocación. Se iluminó el muelle con lámparas de aceite para guiar el avance del barco, se ataron un par de cabos por seguridad y, después de unos minutos, el barco pudo atracar. La pasarela chocando contra la madera del muelle hizo un verdadero escándalo, el impacto casi sacudió los árboles alrededor del lago.

    Una figura forrada en pieles bajó por la pasarela dando pasos lentos y relajados. Igor Karkarov sonreía mientras caminaba, se inclinó frente a Narcisa besando el dorso de su mano.

    —Tan arrebatadora como siempre, señora Malfoy.

    —Tan adulador como de costumbre, señor Karkarov.

    —Debo serlo en suelo inglés, querida.

    —Oh, ¿acaso no existe tal cortesía en tierras escandinavas?

    —Lamento decirle que somos gente un poco más tosca.

    —Y yo lamento decirle que no le gustarán las consecuencias si descubro que a mi hijo no se le trata con la debida cortesía en Durmstrang.

    —Arrebatadora, sin duda.

    Karkarov sonrió, mostrando unos colmillos afilados que parecían hechos solo para morder alguna que otra nuca; Narcisa no se inmutó ante aquella sonrisa, Draco tembló. El gruñido de Lucius sonó grave, casi gutural, le hizo borrar la sonrisa de golpe, carraspeando mientras se giraba hacia él.

    —Sigues con vida porque Durmstrang necesita un director en condiciones.

    —Oh vamos, Lucius, era una broma. —Se estrecharon la mano en un apretón que resultó incluso doloroso dada la innecesaria fuerza en los dedos. Karkarov no pudo alejarse, Lucius se inclinó hacia su oreja.

    —No te tomes a broma las amenazas de «mi» mujer —dijo en voz baja, haciendo especial hincapié en el posesivo. Se apartó limpiándose la mano en su chaqueta—. ¿Y bien? ¿Está todo preparado para recibir a mi hijo?

    —Desde luego. —Respondió mirando a Draco, no podía negar el origen familiar, le parecía ver una versión más joven de Lucius—. En Durmstrang enseñamos auténtica magia, joven Draco. Aprenderás la pureza de la magia sin las reticencias de Hogwarts, que priva de conocimiento a sus estudiantes escudándose en sandeces como el bien y el mal. No son más que profesores rancios, obsesionados por defender la moral allá donde van.

    —Guárdate los discursos para cuando lleguéis a Noruega. —Lucius resopló—. ¡Perret! Lleva el equipaje de Draco a su camarote.

    Karkarov sacó su reloj de bolsillo, chasqueó la lengua al ver la hora que marcaba.
    —Deberéis apurar vuestras despedidas, tenemos que irnos ya.

    —Podríamos despedirnos en condiciones si hubieras llegado a tu hora.

    —No controlo las mareas, Lucius.

    —¿Y acaso tengo yo la culpa de eso?

    Narcisa fue con Draco, le dio el abrazo más fuerte que le habría dado nunca, le llenó la cara de besos y se apartó conteniendo las lágrimas, pero le volvió a abrazar al escucharle reír. El abrazo de Lucius no fue tan fuerte, prefirió repetirle dos veces más que le avisara si tenía el más mínimo problema, él se encargaría de solucionarlo así tuviera que volver del revés todo Durmstrang.

    Karkarov caminó a su lado por la pasarela, con algo de magia se recogieron cabos y velas, y el barco se puso en marcha. Le dio unos momentos a Draco en cubierta para mirar hacia la orilla, no volvería a ver a sus padres hasta pasados unos meses.

    —Joven Draco, sígueme. —Draco caminó tras él, entrando en lo que creía sería el camarote del capitán.

    Lo cierto es que el navío de Durmstrang estaba encantado y donde, en términos muggles, estaría el castillo de popa (sobre él, el timón), había en su lugar incontables escaleras y casi un sinfín de puertas. Resultaría muy fácil perderse aquí dentro.

    —Compartirás camarote, y estancia en Durmstrang, con otros tres alumnos —le dijo Karkarov mientras caminaban—. Igual que tú, también son Omegas.

    Draco se llevó toda una sorpresa al enterarse de que habría más omegas como él, pero también le sorprendió el paisaje marino que podía ver por las ventanas circulares en los pasillos, ¿habían dejado ya el lago de Shearwater? ¿Dónde podían estar ahora? La ubicación exacta de Durmstrang, igual que la de Hogwarts, se mantenía en riguroso secreto. El único dato que tenía Draco sobre el instituto es que estaba en algún lugar de Noruega, y dado que su vehículo oficial era un barco, pues bien debía estar cerca del mar o un río, quizás un lago. No se aclararían sus conjeturas y teorías hasta pasadas unas horas. Por el momento, tenía que quedarse con la intriga.

    Karkarov se detuvo frente a un camarote con el símbolo de los Omegas (Ω) en la puerta, era algo más que un adorno, ningún Alfa o Beta podía entrar, la barrera mágica se lo impediría. De hecho, Karkarov solo pudo señalar la madera.

    —Confío en que hagáis buenas migas. Pasaréis mucho tiempo juntos a partir de ahora.

    Draco cogió aire antes de decidirse a entrar. Aquí dentro se encontraría con los que iban a ser sus compañeros por estos años, dar una primera impresión iba a resultar fundamental. Como se esperaba, el camarote resultó ser mucho más amplio a lo que parecía desde fuera, con cuatro camas y sus mesillas de noche, un par de armarios, cómodas, y una segunda puerta que llevaba a un aseo privado a compartir entre los cuatro chicos.

    Erik Dahl-Bergusson fue el primero en saludarle, tendiéndole la mano en un gesto amistoso.

    —Eres el mago de Hogwarts, ¿verdad? Soy Erik Bergusson, un placer.

    —Malfoy. Draco Malfoy.

    Su sonrisa no solo parecía sincera, sino que lo era. Llevaba el pelo perfectamente peinado, que junto a sus ojos azules y aquella brillante sonrisa le hacía parecerse al príncipe de cualquier cuento. Un príncipe todavía joven, Erik iba al sexto año en Durmstrang. Lo que más sorprendió a Draco fue que, al Erik girarse para presentar con un gesto de mano a los otros dos, dejó a la vista su cuello. No llevaba ningún tipo de collar o protector porque, sencillamente, no le hacía falta, en mitad de su nuca estaba la marca de un mordisco.

    —El que sigue leyendo su revista como si fuera la mejor lectura del mundo es Ylva.

    —Ylva van der Meer. —El chico resopló desde su sitio, dejó la revista a un lado y se levantó. Solo al ponerse en pie se dio cuenta Draco de lo altísimo que era, hasta caminaba un poco encorvado. Llevaba un llamativo abrigo blanco de piel moteada (le recordaba al pelaje de los leopardos albinos), una larguísima trenza que caía casi hasta la mitad de la espalda y una mirada verdosa que hacía juego con el sinfín de pecas que tenía en la cara. Draco le catalogó como la versión escandinava de un Weasley—. Eres bastante más bajito a lo que me esperaba —dijo—. Me han hablado maravillas de ti, pero pareces muy poca cosa. Dime, ¿vienes también a por Krum? ¿Debo considerarte competencia?

    —¿Krum?

    —Sí, Viktor Krum, el mejor jugador de quidditch que ha dado nunca Bulgaria.

    —Es un Malfoy, Ylva. He investigado, y a su familia no le hace falta ir tras la fortuna de nadie.

    Ylva volvió a resoplar mientras se acercaba el último del grupo. Sigurd Skarsgård tenía el pelo corto y alborotado, un par de zarcillos en las orejas y más de un tatuaje que se aseguraba de ocultar bajo la ropa.

    —Los Krum no merecen la pena, te lo he dicho mil veces.

    —¿Qué sabrás tú?

    —Sé que tienen una sola cámara en Gringotts, y con tan poca seguridad que cualquiera puede colarse en ella. Es bochornoso. —Miró hacia Draco y sonrió—. Sigurd Skarsgård, y la pregunta es obligada: ¿cuál es el número de la bóveda de la familia Malfoy?

    —¡Por las runas de Odín, no va a responder a eso! —Erik sujetó los hombros de Draco y le empujó un poco para alejarle de él—. Ignórale, ¿de acuerdo? Y si alguna vez te pide dinero, no le des nada, ni una sola moneda. Y que nunca vea dónde guardas las llaves, ni los cofres, ni absolutamente nada de valor que tengas.

    —Oh vamos, Erik, vas a hacer que me sonroje.

    —No sabía que en Durmstrang aceptaban ladrones.

    —Ahí te equivocas, pequeño Malfoy, no soy ningún ladrón. —Se defendió Sigurd alzando las manos—. La gente me da sus cosas voluntariamente.

    —Sí, claro, bajo «Imperius» qué clase de voluntad va a haber.

    —¡Ylva! No desveles mis secretos.

    —Y ese es solo uno de ellos, tiene otra forma todavía más efectiva de coger cosas que no son suyas, sobre todo las más brillantes. —Ylva se apoyó con toda confianza en la cabeza de Draco—. Vamos, ¿a qué esperas? Es nuevo aquí, tiene que estar prevenido contigo.

    Sigurd resopló, miró hacia Erik esperando su gesto de aprobación. Luego, bajo el asombro de Draco, el chico desapareció; realmente, se transformó. Un curioso escarbato con varias runas tatuadas en su lomo apareció en su lugar. Erik se agachó para cogerlo en sus manos.

    —Recuérdalo bien, ¿vale? —le dijo a Draco enseñándoselo más de cerca, señalando sus runas—. Si le ves hurgando en tus cosas, quémalo, patéalo o lo que sea, porque una vez roba algo, no lo devuelve.

    —Eres mucho más mono así que como humano —dijo Ylva picoteándole con el índice—. Deberías ser siempre un escarbato.

    Sigurd volvió a transformarse sacudiendo la cabeza, sonrió y le mostró un anillo.

    —¡Pero! ¡¿Cuándo has…?! ¡¿Cómo…?! —Ylva se lo arrebató de un manotazo—. ¡Es la última vez que me acerco a ti!

    —Bien, ya nos hemos presentado. —Erik dio un par de palmadas en el aire intentando poner algo de orden—. Yo tengo algunas preguntas sobre Hogwarts. Draco, intuyo que tú también sobre Durmstrang, ¿verdad? Adelante, ¿qué quieres saber?

    —¿Dónde está exactamente?

    —En Hvittfjell, coronando las aguas del Kaldt Vann.

    Draco no entendió absolutamente nada de la respuesta, pero a juzgar por la sonrisa de Ylva, supuso sería un lugar decente y apropiado a un instituto con tal reputación.

    —Bien, me toca preguntar. —Erik alzó la mano—. ¿Es verdad que en Hogwarts trabajáis siempre en grupos?

    —Algo así, nos dividimos en casas. A lo largo del curso se ganan o pierden puntos según el comportamiento de cada miembro.

    —Qué horror. —Ylva le miró horrorizado—. ¿Dependéis de lo que hagan otros? ¿En serio?

    —Pues yo puedo entenderlo —dijo Erik—. De esta forma se refuerza el trabajo en equipo, se crea cierta sensación de hermandad.

    —¿No hay casas en Durmstrang?

    —¿Trabajar duro para acabar compartiendo el mérito con otros? No, gracias.

    —En Durmstrang se prima la individualidad del mago. —Erik volvió a ser el encargado de dar las explicaciones, de estar en Hogwarts, llevaría el uniforme de los prefectos—. Se busca la especialidad de cada uno y se potencia hasta convertirle en un auténtico maestro sobre la misma. Por ejemplo, Sigurd mostró pericia en Transformaciones casi desde el primer día, y logró convertirse en animago sin mucho esfuerzo, lleva un año entendiéndose con su forma animal.

    —¡Y robándome mis joyas más caras!

    Desde su sitio, Sigurd hizo una V con sus dedos índice y corazón.

    —Mi especialidad son las Pociones, puedo preparar la multijugos con los ojos cerrados y un brazo atado a la espalda —dijo Ylva con cierto orgullo—. Ahora, hazme caso y no hagas enfadar nunca a Erik, lo suyo son los Duelos; y los Duelos en Durmstrang no son para tomárselos a broma.

    —Vamos, vamos, no hace falta que le asustes.

    —No le asusto, solo le advierto. La última vez que me enfrenté a ti pasé dos semanas en la enfermería.

    *



    El castillo de Durmstrang era más pequeño que el de Hogwarts, y como bien había anotado Ylva, estaba en las montañas de Hvittfjell, que permanecían nevadas todo el año, en parte por el clima gélido de la región, en parte por el efecto de los hechizos que lanzaban los guardianes de Durmstrang; al fin y al cabo, nada mejor que una ventisca para alejar a los ojos curiosos. Bordeando el castillo estaban las aguas del lago Kaldt Vann, que se congelaban durante todo el invierno. Y siendo que el invierno en Noruega era casi perenne, pues era común para los estudiantes patinar sobre el hielo.

    A pesar de la nieve, del frío y de la capacidad de los otros estudiantes de comunicarse mediante diferentes gruñidos que les hacía parecer un puñado de salvajes, Draco encontró en Durmstrang un lugar acogedor. Como le habían dicho, aquí no dividían a los estudiantes por Casas ni grupos, el enfoque en la enseñanza era muchísimo más individualista, y acabó considerándolo todo un acierto, pues podía estudiar en profundidad casi cualquier asunto sin temor a regañinas por parte de los profesores.

    Durmstrang y Hogwarts no se parecían demasiado, las materias que impartían eran impensables para la otra institución, pero ni siquiera compartían horarios. Muchas de las asignaturas y actividades se impartían de noche. Sin ir más lejos, el Duelo Mágico se enseñaba en una materia propia, durante los duelos diurnos se practicaban diferentes transformaciones y hechizos de rechazo pero, en los duelos nocturnos, estaba permitido el uso de las maldiciones. Cuando Draco supo que también se incluían dos de las imperdonables, no supo si sentir miedo o admiración, ¿era libre de usar «Imperius» y «Cruciatus» en clase?

    Otro aspecto que le llenó de asombro fueron las visitas guiadas a Azkabán. Si bien en Hogwarts se necesitaba el permiso de los padres para ir a Hogsmeade, un inofensivo pueblo mágico, en Durmstrang se requería de dicha autorización para visitar la prisión. Draco tuvo muy claro que con una excursión había sido más que suficiente, le pareció un lugar horroroso, y aunque no quiso pensar en Sirius Black, no pudo evitarlo, no pudo explicarse que hubiera aguantado con vida tantos años en una celda. Eso sí, odiaba cómo de rápido su mente relacionaba a ese hombre no con el parentesco de su madre, sino como el padrino de Harry. En estos meses Harry había ocupado buena parte de sus pensamientos, y si aprendía la receta de una nueva poción o un nuevo hechizo, se preguntaba si Harry también lo habría aprendido en Hogwarts.

    Draco compartía dormitorio con los otros tres Omegas del instituto —Erik, Sigurd e Ylva— y con el pasar de las semanas acabó incluso disfrutando de su compañía. Erik era de aquellas personas que se esforzaban en hacer sentir cómodo al resto, consiguiéndolo casi siempre; Draco había descubierto en Sigurd un sentido del humor muy ácido que le arrancaba sin esfuerzo las carcajadas, y con Ylva intercambió más de un consejo sobre la elaboración de supresores.

    —¿Le habéis visto hoy en el entrenamiento de quidditch? Por Odín, ¡ha estado fantástico! ¡Mejor que nunca! —Ylva se lanzó a la cama de espaldas, tan amplios sus brazos que golpeó a Sigurd sin ningún cuidado.

    —¿Quién? —Sigurd le devolvió una patada antes de levantarse—. ¿Tu querido Krum?

    —Sí, él también, Krum siempre está fantástico, pero hablaba de Ostrich.

    —Ahí me he perdido —admitió Erik desde su escritorio, dejó a un lado la pluma para prestar atención a la conversación—. ¿No ibas detrás de Krum?

    —Sí, claro, ¿quién no? Le habéis visto bien, ¿no? —Se mordió el labio mientras reía—. Pero, Ostrich tiene… No sé, siento que también tiene potencial como Alfa, ¿habéis visto qué brazos? Está más que invitado a mi futuro palacio.

    —Ay no, ¿todavía sigues con esa locura?

    —Disculpa, Erik, pero mi sueño no es ninguna locura.

    —Sí que lo es, planeas convertir Noruega en Singapur.

    Ylva se echó a reír, pero Draco reaccionó al instante cuando escuchó el nombre de aquel lugar. Después de todo, en Hogwarts nunca pudo investigar sobre lo que había ocurrido en Singapur que afectaba tanto a Harry y a Ron. Había llegado el momento de informarse.

    —¿Sabéis qué ocurrió en Singapur? Me hablaron de ese sitio, pero no en profundidad.

    —El Paraíso, querido Draco, ¡el Paraíso! —Exclamó Ylva cruzando las piernas en el colchón, se impulsó hasta acabar sentado—. Uno de mis antepasados viajó hasta allí hace, ¿cuánto? Por lo menos doscientos años, y convirtió la región entera en su propio Paraíso: ¡un harén de Alfas! Una auténtica colmena que se sometía a sus órdenes y caprichos, ¡imagina las posibilidades si viviese en un sitio así!

    —No hay ningún registro del nombre de aquel Omega —dijo Sigurd—. Pero, dudo mucho que haya sido un van der Meer, Singapur está lejísimos.

    —Ha podido serlo perfectamente, tú mismo lo has dicho: no hay registros. Hay tanta probabilidad de que lo haya sido como de que no. —Resopló sacudiendo una de sus manos en el aire—. El caso, querido Draco, es que pienso seguir los pasos de mi familia.

    —Que no es tu familia.

    —He dicho, de mi familia. —Ylva carraspeó alzando la voz—. Y tener mi propio harén de Alfas, allá donde no lleguen mis feromonas, llegará «Imperius».

    —Qué disparate. —Se quejó Erik, con Sigurd riendo al lado.

    Ylva hizo una mueca al oírle, luego suavizó su expresión mirando a Draco.
    —¿Conoces a algún buen Alfa en Hogwarts? Me lo podrías presentar. Si cumple los requisitos será una incorporación interesante a mi harén.

    Ante la mención de los Alfas en Hogwarts, Draco luchó por no pensar en Harry, pero no lo consiguió. Resopló caminando hasta su zona del dormitorio para cambiarse de ropa, igual que al resto, le correspondía una cama, un escritorio, un armario y cierto espacio (que podía ampliar con hechizos o conjuros) para colocar sus cosas. No era un dormitorio especialmente llamativo, y lo más chocante en la decoración era el aparato no-mágico llamado «teléfono» que estaba en la zona de Erik. Justo en este instante comenzó a sonar, y Erik prácticamente corrió a atender la llamada. A pesar de que silenció los alrededores de su cabeza, volviendo imposible para los otros tres que supieran qué estaba diciendo, su sonrisa le delataba.

    —Está hablando con Agnarr. —Explicó Ylva. Había cogido la costumbre de apoyarse en la cabeza de Draco (y en la de cualquiera realmente, así de alto era) y hablar desde allí. Respetó, por lo menos, que hubiera terminado de cambiarse—. Es su Alfa, ya sabes. —Se señaló su propia nuca—. Un Alfa sigue siendo un Alfa, aunque sea muggle y por su culpa los Dahl no quieran saber nada de su benjamín.

    Draco recordó que Erik se había presentado como un Bergusson, y no había mencionado a su familia en estos meses que llevaba con ellos.

    —Yo también desheredaría a mi hijo si vuelve a casa con el mordisco de un muggle —dijo Sigurd—. ¡Un granjero! Si es que parece una mala broma. Hasta su Patronus es una vaca.

    —Me pregunto cuál será mi Patronus, ojalá sea un hipogrifo.

    —No vas a compartir Patronus con tu querido Krum, lo sabes, ¿no? Para compartir Patronus ambos debéis estar enamorados. Krum a ti ni te recuerda y tú le quieres esclavizar, ¿qué clase de amor es ese?

    —¿No tienes ningún bolso que robar? Déjame tranquilo.

    —El Patronus de Krum es impresionante. —Erik se reunió con ellos, todavía con los restos de la sonrisa en la cara. Su intervención sirvió para calmar a los otros dos—. Aunque no tanto como el mío.

    —Es una vaca. —Sigurd resopló con una risita—. Una simple vaca.

    —Es una vaca de los Bergusson, no es cualquier vaca. —Erik suspiró—. Ninguno podrá entenderlo, ¿cómo podríais? Mi guardián personifica todo lo que siento por Agnarr, solo puedo pensar en él, ¿qué animal iba a ser si no?

    —Oye, que no eres el único aquí con un Patronus. —Se quejó Sigurd—. Y el mío es mucho mejor, es un animal mágico.

    —Es un escarbato, es adorable —le dijo Ylva—. Pero, no es nada comparado con un hipogrifo, que será mi Patronus. Este año podré invocarlo, ya lo veréis.

    —Dijiste lo mismo el año pasado.

    —Y el anterior.

    —Bueno, pues será este año. Ya lo veréis —repitió.

    —Draco. —Le llamó Erik—. ¿Os enseñan los Patronus en Hogwarts? ¿Tienes ya uno? Oh, ¿lo compartes con alguien? —Sonrió—. ¿Con alguien «especial»?

    Como respuesta, Draco se sonrojó. Pensó en qué decir cuando escuchó un par de chillidos que se le hicieron extrañamente familiares, de no ser una completa locura, juraría que era Hedwig la lechuza que se acababa de apoyar en la cornisa de la ventana. La miró un par de veces sin poder dar crédito, ¡sí era Hedwig! Se recriminó un poco a sí mismo por el ataque de emoción, se obligó a calmarse e ir a la ventana, ignorando las miradas de los otros tres.

    Saludó a la lechuza, le dio un par de caricias y dejó que se posara en su brazo; pesaba realmente poco comparada con Glauco. La llevó hasta el soporte metálico que, precisamente, solía usar Glauco cuando estaba en la habitación, y Hedwig tardó bastante poco en beber agua y comer un par de semillas que había por allí.

    —Es de Potter.

    Lamentó decirlo en voz alta al coger la carta, apenas dos segundos después tenía a Erik apoyado en el hombro izquierdo, Sigurd en el derecho e Ylva en su cabeza, los tres intentando leer las líneas en el papel. Bastó un «¡Flipendo!» para hacerlos volar y reclamar su espacio.

    —¿Os importa algo de intimidad con la correspondencia ajena?

    —¿Quién es Potter?

    —¿Es de Hogwarts?

    —¿Es un Alfa? ¿Es «tu» Alfa?

    —¡Ah! ¡Entonces compartes Patronus con él! ¡Qué romántico!

    —¡No! ¡No! ¡No es nada de eso! —Negó con manos y cabeza—. Es un… Es un compañero.

    —Pues, para ser «un compañero» estás muy alterado.

    —Demasiado alterado, si te has puesto tan rojo como el pelo de Ylva.

    —No me esperaba su carta, eso es todo. ¿Qué hago dándoos explicaciones? ¡Vosotros a lo vuestro, vamos!

    Se refugió tras los doseles de su cama, corriendo las cortinas y sin necesidad de dar mayores advertencias con encantamientos o hechizos. A pesar del primer ataque de curiosidad, el resto entendía el valor de la privacidad, y preferían no arriesgarse a una visita a la enfermería por no saber contener las ganas de chismorrear sobre un «compañero» en Hogwarts. Erik ya fantaseaba imaginando un romance a distancia, Sigurd revisaba, mentalmente, la lista de los apellidos y familias pudientes en Inglaterra intentando colocar a los Potter, en cuanto a Ylva, ya se preparaba para el bombardeo de preguntas que pensaba lanzarle a Draco desde que saliera de su cama.

    La carta estaba arrugada, sucia y hasta tenía pedazos del papel rotos, ya fuera por las garras de Hedwig, ya fuera por la fuerza de Harry al tachar ciertas partes. No había servido de nada el empeño, un pequeño hechizo bastó para apartar la tinta de los tachones, pudiendo leer lo que cubrían.

    «¿Me echas de menos? Yo a ti sí».

    Esta noche Draco se dormiría con aquella frase sonando una y otra vez en su cabeza, aferrado al abrigo que no era suyo (era el de Harry, el que le había tomado prestado en Hogsmeade hacía ya meses) y con una sonrisa que no consiguió borrar por más que lo intentó.

    *



    La primera clase de «Encantamientos Avanzados Para Quinto Año» había sido decepcionante. El profesor M. Dotan —por algún motivo, se negaba a decir su nombre— dio las indicaciones precisas para invocar al espíritu guardián, pero fueron muy pocos los magos que lo consiguieron, alegando que era un encantamiento imposible. Como último recurso y harto de repetir tantas veces lo mismo, hizo llamar a dos alumnos del curso superior, serían los encargados de hacer una demostración práctica.

    Viktor Krum fue recibido con una ronda de aplausos, pero Erik solo encontró una sonrisa en Draco. Siguiendo las indicaciones del profesor, Krum se colocó en el centro del aula y apuntó firme con su varita.

    «¡Expecto Patronum!»

    El primer destello fue cegador, pero al cabo de los segundos fue mitigando la luz hasta formar un hipogrifo frente a él. Erik hizo exactamente el mismo movimiento y ceremonia, surgiendo una vaca tan o más resplandeciente que el extraordinario hipogrifo, llevaba incluso un cencerro colgando al cuello. A pesar de tal nivel de detalle en la invocación, el profesor lo pasó por alto y prefirió centrarse en el hipogrifo, también decidió no cortar los comentarios que se empezaban a oír en el aula. Por todo Durmstrang se sabía muy bien en quién pensaba Erik para invocar a su guardián, y que un mago de sangre pura se hubiera vinculado a un muggle estaba mal visto incluso por los propios profesores.

    Fue un agudo chillido del hipogrifo el que hizo acallar las voces. Krum felicitó a Erik por su gran trabajo, fue el único en hacerlo. Sigurd jugueteaba junto a la figura de un brillantísimo escarbato, parecía más entretenido en las monedas que le ofrecía al animal que en los cotilleos que rodeaban a su amigo. Por otra parte, estaba Ylva, que se vio tan frustrado por no poder invocar su Patronus que abandonó la clase, sin importarle las advertencias del profesor.

    Draco acabó bajando la varita sintiendo temblar su mano. Había entendido las indicaciones y los movimientos para invocar a su Patronus, pero sintió tantísimo miedo que no pudo hacerlo, ¿qué pasaría si invocaba su guardián y veía aparecer frente a él a un ciervo? Él, un Malfoy, ¿llevando el guardián de los Potter? No, eso no podía ser.

    —Quiero recordar a los magos incapaces una cosa. —El profesor Dotan no tenía un ápice de amabilidad con los estudiantes que no cumplían sus expectativas—: Y es que fracasaréis estrepitosamente en mi asignatura. Podéis despediros de las (E) y las (S) en vuestras notas, esos puestos están reservados para los magos capaces de vencer a un Dementor en el examen final. —Los murmullos de asombro no se hicieron esperar—. Existe un método alternativo para superar mi examen, pero si pensáis que invocar un Patronus es imposible, este método que os digo queda muy fuera de vuestro alcance.

    —Dicho método. —Esta vez hubo un revuelo aún mayor al escuchar la voz del director, nadie había visto aparecer a Karkarov—. Dicho método no está al alcance de todos, y solo unos pocos magos, unos poquísimos magos —anotó— han logrado dominarlo. Se requiere de cierta aptitud para las Artes Oscuras, y resulta evidente que no cualquiera la posee. —Sonrió—. Dicho esto, se aceptan voluntarios para este curso, ¿hay algún interesado?

    Solo una mano se alzó entre los alumnos, haciendo que Karkarov volviera a sonreír. Draco intentó ignorar el escalofrío que sintió al ver sus colmillos.

    *



    Era la primera semana de noviembre, Draco había tenido ya varias clases compartidas con el profesor Dotan y el director Karkarov, y habían resultado verdaderamente agotadoras. Después de las durísimas lecciones de esta noche (le parecía que cada clase era más complicada que la anterior) pudo relajarse con un baño caliente casi interminable, un buen té de manzana con canela y la comodidad de su colchón. Estando aquí pudo centrarse en escribir una buena respuesta a la carta que recibió la semana pasada, ¿quién lo hubiera dicho? Él, ¡intercambiando correspondencia con Harry Potter! Se aseguró de borrar la sonrisa antes de comenzar a escribir.

    «Saludos, Potter».

    «Debo admitir que me ha sorprendido mucho tu carta, aunque me la hayas enviado por orden de tu director».

    Le gustó hacer la distinción, Dumbledore ya no era, ni sería, nada suyo.

    «Transmítele mi enhorabuena a Weasley, ha conseguido enamorar —Merlín sabrá cómo— a la bruja más inteligente de todo Gryffindor. Con algo de suerte se le pegue algo de la inteligencia de Granger, que buena falta le hace».

    Se felicitó a sí mismo, se había referido a Ron y a Hermione por sus apellidos, no usó «la sangresucia» ni «el muerto de hambre». Había sido todo un ejemplo de cortesía.

    «En Durmstrang son muy recelosos con su programa de estudios, no puedo hablarte de ello, pero sí puedo decirte que las Artes Oscuras son una rama de estudio fascinante. Hay tanto que desconoces de la magia, hay tanto que no llegarás a saber estando en Hogwarts. Debemos conocer las Artes Oscuras y estudiarlas; nunca temerlas».

    «En cuanto a tu Patronus, coincido en tu teoría, debe haber algún tipo de conexión especial entre tu apellido y los ciervos. Aprovecho también la carta para felicitarte por tus progresos con el quidditch, quizá puedas dedicarte a ello en el futuro, ¿lo has pensado? ¿Has pensado qué vas a hacer cuando termines Hogwarts? A mí se me han abierto distintos caminos desde mi llegada a Durmstrang, pero todavía es pronto para decidirme por uno».

    «Gracias por escribirme, ha sido una sorpresa tan inesperada como agradable, D. Malfoy».

    «P.D. Es todo un halago que me eches tanto de menos, pero intenta no pensar demasiado en mí. No me hagas responsable de tus malas notas».

    «P.P.D. ¿Me escribirás de nuevo?»


    Se pensó un poco si añadir o no la posposdata, pero aprovechó que nadie podía ver ni su sonrisita ni su sonrojo para hacerlo, sintiéndose como si estuviera haciendo una travesura. Guardó la carta en el respectivo sobre, sintiendo cierto orgullo al ver el emblema de Durmstrang en el papel, y se la entregó a Glauco, el búho se encargaría de llevarla a su destino.

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    NOTAS EN ESTE CAPÍTULO ⬇️
    (1) Traigo apariencias de los nuevos personajes, pero como no sé dibujar tienen estilo anime (usé picrew):
    Erik Dahl Bergusson
    Ylva van der Meer
    Sigurd Skarsgård

    (2) Lecciones de noruego que nadie pidió, y que Google me enseña: Hvittfjell es «montaña blanca» y Kaldt Vann es «agua fría».

    (3) Me atreví también a editar la carta de Draco.💌
     
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    Hola 👋

    Ya sabes lo que opino de tu fic en general y de esta nueva actualización que nos traes, mi tejoncita amarilla <3. Eres tan pro que, sin o con querer, estás haciendo del foro tu propio Singapur *wink*. Eres arte, eres diosa...
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    Pero no estoy aquí para tirarte rosas bueno, en parte, sino para reclamar a tu hermoso y pelearme con cualquiera que me lo quiera quitar.
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    Ylva, verás que soy mejor partido que Krum. JAJAJAJAJAJAJA, ni me lo creí yo.


    Pd: DRACO DURMIENDO CON EL ABRIGO DE HARRY, ABRAZANDO SU CARTA DE AMOR. NO ME TOQUEN, ME SIENTO ROMÁNTICA.
     
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    Nuevas habilidades ¿oscuras? para Draco.~ 🐍

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    CAPÍTULO 17. EL QUINTO AÑO EN HOGWARTS
    La primera emoción de Harry al leer la carta de Draco fue una terrible vergüenza, según lo que había escrito en respuesta, no solo había recibido una carta sin sobre, con papel roto y llena de tachones, sino que había conseguido leer lo que intentaban ocultar. La primera carta que había enviado en su vida resultó ser una bastante bochornosa. Contuvo un gruñido frustrado dejándose caer en la mesa del Comedor, quizás así sus mejillas dejaran de arder.

    Sintió un par de golpecitos en la espalda y movió lo suficiente la cabeza como para poder mirar hacia un lado. Encontró los enormes ojos de Luna mirándole con aquella curiosidad que parecía infinita en ella.

    —¿Es una carta de amor?

    —No —contestó rápido—. Es de Draco. No pensé que me fuera a responder, pero lo ha hecho.

    —Entonces sí es una carta de amor.

    Harry resopló enderezándose en el sitio.
    —¿Necesitas algo, Luna?

    —Realmente, no. Solo encuentro muy divertida esta terquedad sentimental tuya —le dijo con una sonrisa—. ¿Puedo leerte una cosa del número de esta semana? —Harry asintió, así que Luna se sentó a su lado. Hurgó entre las mangas de su capa y sacó el último ejemplar de El Quisquilloso. Pasó un par de páginas y carraspeó—. Es una pequeña columna de Astrología, creo que podría interesarte: «La compatibilidad entre Géminis, un signo de aire, y Leo, un signo de fuego, es muy alta, aunque, ¡tened cuidado! Deberéis respetaros y aceptaros mutuamente. A ambos signos os gusta la diversión y la aventura, mucho más si son compartidas. No olvidéis que contáis con una muy buena comunicación, algo que hará que os entendáis a la perfección, muchas veces, sin necesidad de hablar: ¡una mirada bastará para entenderos!». —Le miró sin parpadear, interesada en la reacción de Harry—. ¿Y bien? ¿Qué te parece?

    —No entiendo qué puede tener eso de interesante.

    —Oh, pensé que era evidente: tú eres Leo, y Draco Géminis. —Explicó mientras guardaba la revista—. Estáis destinados a entenderos si ponéis solo un poquito de vuestra parte.

    Harry volvió a resoplar, esta vez negando con la cabeza.

    —Bien, me marcho ya. —Se puso en pie con un pequeño saltito—. Si quiero que mis palabras calen hondo será mejor que no te hable por el resto del día. Nos vemos mañana, Harry.

    *



    Ron refunfuñó en su cama, era casi medianoche y no conseguía dormir. Echó a un lado el edredón y fue a la cama de Harry, abriendo de golpe la cortina y encontrándole también despierto.

    —Por Merlín, usa el hechizo silenciador, es tardísimo y estás haciendo mucho ruido.

    —Ah, lo siento. —Se disculpó mirándole. Estaba sentado sobre el edredón, con un festival de papeles y libros a medio leer a su alrededor—. Estoy con el trabajo de Snape, ya sabes, encontrar el ingrediente alternativo para…-

    —Para tres pociones, sí, lo recuerdo. Pero, ese trabajo es voluntario, ¿por qué lo estás haciendo? ¿Cuándo te has convertido en Hermione? —Acabó por sentarse a un lado de la cama, cruzando también las piernas y mirando desganado todos los libros—. ¿Tiene algo que ver con que Malfoy no te haya contestado? ¿Quieres mantener la cabeza ocupada? —Le escuchó resoplar, y supo que había acertado—. Harry, ha pasado un mes desde que le escribiste, ¡ya estamos casi en Navidad! La vida en Durmstrang tiene que ser increíble comparada a lo que le parecerá Hogwarts. Mira, tú ya cumpliste con lo que te pidió Dumbledore, ¿no? Le has enviado dos cartas, es más que suficiente.

    —Ya, pero. —Negó con la cabeza—. No lo sé, Ron, pensé que también me respondería esta vez.

    —Hablamos de Malfoy. A saber por qué te escribió, seguramente lo hiciera para burlarse de ti. —Se alzó de hombros—. Intenta olvidarlo y duerme un poco, ¿vale? Verás que después de los exámenes ni siquiera te acordarás de él.

    Harry tenía sus dudas de que aquello funcionara, y es que al día siguiente, mientras desayunaban, apareció Hedwig cargando un paquete del tamaño de un maletín. Lo dejó caer sobre Harry, y fue gracias a la velocidad de Hermione con el «wingardium leviosa» que no le golpeó la cabeza. Hizo flotar el paquete hasta la mesa, con Ron y Neville echando a un lado algunos platos.

    —Es de Draco —murmuró Harry cogiendo el sobre que vino pegado al paquete, no pareció darse cuenta de que lo había dicho sonriendo—. La acaba de escribir.

    —¿Cómo lo sabes? —Le preguntó Hermione.

    —Todavía huele a él.

    Hermione no supo si sonreír o preocuparse, y le dejó algo de espacio para que leyera la carta sin interrupciones. Tiró de la oreja de Ron para detenerle, y él a su vez de la de Neville, se habían movido en sus sitios con toda la intención de leer también la carta.

    Pasaron un par de segundos hasta que Harry volvió a hablar.
    —Habla de Charlie.

    —¿Charlie? ¿Qué Charlie? No parece un nombre muy de Noruega.

    —Tu hermano, Ron. —Rio al ver su mueca—. Según me dice, ha dado un seminario en Durmstrang. —Bajó la vista al papel, carraspeando antes de leer en voz alta—. «Un seminario sobre la naturaleza y características de algunos dragones siempre es emocionante, imagina mi sorpresa cuando descubro al experto venido de Rumanía: pelirrojo, lleno de pecas y con una foto de toda su familia sobre la mesa. Ni siquiera en Durmstrang me libro de los Weasley, son mi maldición particular, me persiguen allá donde voy».

    —¿Cómo es posible que Charlie haya estado en Durmstrang y no haya dicho nada en casa?

    —Quizá porque es Durmstrang —le dijo Neville—. A mi abuela no le haría ninguna gracia que yo fuese a ese sitio a hablar de nada. Quizás a tus padres tampoco, y tu hermano lo sepa.

    —Sí, eso tiene sentido —admitió Ron—. Yo también me callaría un par de cosas con tal de no escuchar los gritos de mi madre.

    —¡Ahí va! —Harry interrumpió la conversación sin quererlo—. Ron, lo del paquete es para ti.

    —¿Para mí? ¿De Malfoy? Sea lo que sea, no lo quiero.

    —Es sobre Charlie. —Volvió a leer—: «La precaria situación económica de los Weasley es una de esas cosas que no cambiarán así pasen mil años. Doy por hecho que no podrán venir nunca a Noruega a ver a su hijo, así que me he tomado la enorme molestia de reunir varios recortes de la prensa local sobre el seminario. De nada por hacerle un favor a tu amigo, Potter».

    —Eso es un detalle muy dulce por su parte.

    —¡Hermione! ¡No puedes hablar bien de Malfoy! ¡Si no ha parado de insultarme en toda la carta!

    Hermione resopló mientras abría el paquete. Tal como leyó Harry, encontró un pequeño cuaderno con recortes de prensa y fotografías de Charlie Weasley en medio del seminario que estaba dando; también dos folletos parlanchines, que se distinguían de los folletos comunes porque leían en voz alta el texto que llevaban impreso; y, por último, una nota escrita por el propio Charlie: «Ron, nada de esto a Papá y Mamá».

    —Venga, admítelo.

    —¡Está bien! ¡Maldita sea, está bien! —Ron dio un golpe en la mesa, se tragó tanto el último mordisco de la tostada como parte de su orgullo—. Ha sido un detalle muy dulce. Cuesta creer que haya sido Malfoy —refunfuñó—. Harry, ¿estás seguro de que ha sido él? ¿Desde cuándo es así de amable? ¿Le están cambiando la personalidad allá en Durmstrang?

    —Draco no es tan desagradable como piensas. Bueno, solo un poco. Es un poco desagradable.

    Ron y Neville compartieron la misma mueca de preocupación, que borraron de inmediato bajo la mirada tan seria de Hermione. Les pedía en silencio que disimularan y no dijeran nada sobre la sonrisa que tenía Harry volviendo a leer la carta.

    *



    El mes de enero estaba siendo particularmente frío este año, la capa de nieve en Hogwarts no hacía por derretirse, lo que le daba al castillo un espléndido aire invernal. Los estudiantes disfrutaban del calorcito en las chimeneas y se apretujaban cerca del fuego para entrar en calor lo antes posible, pues era muy complicado escribir apuntes o hacer exámenes de recuperación con dedos temblorosos.

    Los entrenamientos de quidditch se habían vuelto el doble de difíciles, pues se debía volar con una gruesa ropa de invierno que mantuviera alejado el frío de los brazos y de las manos. Oliver Wood estaba convencido de que al volar de esta manera el jugador se volvía más fuerte, pero Harry no podía estar muy de acuerdo con esto, era terriblemente difícil atrapar la snitch cuando casi no podía mover los dedos de lo gruesos que eran los guantes de cuero que le habían dado para el entrenamiento.

    Iba caminando de regreso al castillo junto a Ginny, con la que compartía las quejas. Una cazadora necesitaba ser ágil y veloz, y no lo podía ser tanto forrada en ropa tan pesada como iba.

    —¡No puedo apuntar cuando apenas puedo sujetar la Quaffle! ¡Mira qué guantes nos ha dado! ¡Es ridículo lo que pesan! —Tan enfadada estaba que tiró los guantes a un lado del camino—. Claro que a Wood no le importa, es el guardián, ¿qué más da que vaya cargado como un buey? Ni siquiera notará el peso de los abrigos con toda la protección que lleva siempre encima.

    —Podríamos hablar con él para modificar los últimos entrenamientos antes del partido. Si seguimos así perderemos contra Ravenclaw la semana que viene.

    —Tengo muchas ganas de que acabe el año. —Harry no entendió a qué se refería, y tuvo que haberse visto claro en su expresión porque Ginny se echó a reír al verle—. Wood se irá, y entonces tú serás el capitán.

    —¿Crees que me nombrará capitán antes de irse?

    —Honestamente, creo que deberías serlo ya.

    Harry sonrió, manteniendo el buen humor hasta que llegaron a la Sala Común de Gryffindor. Ron estaba echado a lo largo del sillón, lanzando caramelos al aire y atrapándolos con la boca, Hermione resoplaba al verle y, de cuando en cuando, con un movimiento discreto de varita, desviaba la trayectoria del caramelo, cayéndole a Ron en el ojo.

    —Harry, te ha llegado una carta. —Ron se incorporó para señalar una de las mesas, entonces vio a Hermione guardando su varita—. ¡Has sido tú!

    —No sé de qué me estás hablando. —Hermione se defendió yendo frente a Harry—. Ten, ha venido con esta caja.

    La caja era bastante pequeña, apenas cabría un zapato dentro. Harry se hizo un hueco en el sillón para poder mirarlo todo con calma. Se confundió al coger la caja, algo se movía dentro de ella, ¿Draco le había enviado algo vivo? La abrió con cierta impaciencia y se llevó una sorpresa gigante cuando cayó en su regazo una serpiente delgada y verde. La serpiente miró hacia Harry sacando un par de veces la lengua, susurró un mensaje inentendible para el resto: «el señor Malfoy me ha pedido que le diga, señor Potter, que ya no es usted el único que puede entenderme a mí y a mis hermanas»; y desapareció en medio de una neblina de color más oscuro.

    Después de la sorpresa inicial, Harry pudo coger el sobre para leer la carta. Carraspeó, haciendo que los otros tres se apartasen un poco o, al menos, fingieran que no tenían interés.

    —Parece que Draco sabe hablar pársel.

    —¡¿Qué?! —Le gritaron prácticamente a la vez, volviendo tras Harry, apoyados bien en el respaldo del sillón, bien en sus hombros—. ¿Cómo es posible? Solo los descendientes de Slytherin deberían… No, no lo entiendo. ¿Cómo es posible? —Repitió Hermione—. ¿Cómo?

    «El nombre de Herpo el Loco no te sonará de nada, ¿verdad?». —Fue curioso que los tres mirasen hacia Hermione, que negó con la cabeza. Harry volvió entonces su atención a la carta—. «Fue un mago increíble que no estudiarás en Hogwarts por tratarse de un mago dedicado a las Artes Oscuras. Herpo no solo creó el primer basilisco de la historia en la Antigua Grecia, sino que pudo domesticarlo hablando pársel. Lo que creía una lengua prohibida y al alcance de unos poquísimos privilegiados de la sangre ha resultado ser un idioma más sencillo que el francés».

    —¿Malfoy sabe hablar francés?

    —¡Ron! ¡Eso no es lo importante! —Hermione le gritó, Ginny prefirió darle un golpecito en el hombro—. ¿Cómo es posible que en Durmstrang enseñen pársel como si se tratara de una materia cualquiera?

    —Según escribe, es una materia optativa. —Explicó Harry—. Y no todos los alumnos pueden cursarla. —Suspiró con una pequeña risita—. «Solo los magos excepcionales como yo tenemos la destreza necesaria como para poder estudiar cualquier cosa que nos propongamos, es todo cuestión de habilidad, voluntad y, cómo no, talento innato».

    —Ese Malfoy siempre ha sido un chico muy humilde. —Bromeó Ginny—. ¿A dónde vas, Hermione?

    —A la biblioteca —respondió mientras se ponía su abrigo—. Debe haber algún libro sobre Herpo el Loco en algún lugar.

    El libro existía, pero en la Sección Prohibida y, como ninguno de sus profesores le autorizó el acceso al mismo, esa noche Hermione se fue a la cama de lo más frustrada. Se confirmaba la dolorosa teoría —para ella, tanto a Ron como a Harry el asunto le daba bastante igual— de que habría más de una rama de conocimiento que quedaría para siempre fuera de su alcance.

    *



    San Valentín siempre había sido un día de lo más animado en Hogwarts. Todos los años se ponía de moda una tradición distinta para demostrarle el amor a un mago o una bruja, y si hacía unos años lo más popular fue regalar bombones con forma de mooncalf, o una Flor Eterna como el año pasado, este año la novedad era un hechizo de invocación floral. Se dieron las instrucciones del mismo en una columna de El Profeta a principios de febrero, y solo hizo falta que pasasen un par de días para convertir el «Florealis Rosae» en el hechizo más popular entre los estudiantes.

    El hechizo no hacía otra cosa que hacer surgir pétalos de rosa sobre una persona a cada paso que daba, convirtiendo un simple paseo en una auténtica lluvia de flores. Era el color de los pétalos lo que volvía el hechizo uno tan interesante: los pétalos rojos simbolizaban el amor y la pasión, en contraposición con los blancos, que indicaban un amor más inmaculado, los pétalos amarillos iban de la mano con la amistad sincera, se decía de los pétalos azules que transmitían paz, de los pétalos rosas emociones positivas como la bondad y de los pétalos naranjas que celebraban el éxito alcanzado.

    Quedaban apenas quince minutos para terminar la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, y Remus estaba de pie, apoyado contra su escritorio mirando con cierta diversión las caras de sus alumnos. Hoy había sido un poco cruel al poner un control sorpresa, una manera efectiva de comprobar de primera mano el nivel que tenían los alumnos de cara al nuevo trimestre. Era todo un espectáculo verles frente a sus mesas, por ejemplo, podía ver a Hermione leyendo cada pregunta con un nivel tan alto de concentración que bien podría entrar un lobo hambriento en la clase, saltarle encima a sus compañeros y ella no se enteraría; veía todo lo contrario en Neville, más preocupado en mirar hacia el techo buscando una respuesta acertada que en su propio examen; algo parecido hacía Ron, que fingía estirar los brazos o el cuello para echar un largo vistazo al examen de Harry que, por otro lado, se esforzaba en no susurrar demasiado alto al chivarle las respuestas. Remus carraspeó, y tanto Harry como Ron se enderezaron en sus asientos. Tuvo que preguntarse si él también habría sido así de «sutil» en sus años de estudiante, ¿cuántas veces le habrían pillado chivándole las respuestas a Sirius o a James? ¿Cuántas veces se lo habrían dejado pasar por alto?

    —Os quedan diez minutos. —Anunció alzando un poco la voz—. Comprobad que habéis escrito vuestro nombre en el examen, revisad vuestras respuestas, leedlo todo con…-

    Fue un movimiento extraño lo que interrumpió su frase, un movimiento tan extraño como el de los pétalos de rosa cayendo sobre la cabeza del profesor. Las rosas se deslizaron por el suéter de Remus y cayeron sin ninguna prisa al suelo, haciendo una especie de lecho rojo a sus pies. Cometió el curioso error de retroceder tres pasos, y fueron otras tres explosiones florales lo que sintió encima, con cada vez más pétalos. Se esforzó por no gruñir, pero consiguió apartar las flores de su ropa en silencio y volver frente al escritorio. Por supuesto, surgieron más rosas sobre su cabeza con cada paso que dio, eran tantos los pétalos que le cubrían hasta casi la altura de sus rodillas.

    —Profesor, me parece que alguien quiere celebrar San Valentín con usted. —Y a pesar de que Harry lo dijo sin ninguna maldad, Remus le devolvió un ceño fruncido.

    —Oh, ¿en serio? ¿De verdad lo crees, Harry? —Resopló. No podía usar el tono irónico con un alumno, por muy bien que le conociera, eso no era profesional—. Dejad los exámenes sobre la mesa, ya podéis marcharos.

    —¡Pero, profesor! —Hermione alzó la mano—. Todavía nos deben quedar siete u ocho minutos, necesito todo el tiempo posible para hacer un examen perfecto.

    —Pierde cuidado, Hermione, este control no influirá en vuestra nota.

    —¿Cómo? ¡Esas cosas se dicen antes, profesor!

    Ron encabezó al grupo de alumnos que prácticamente estamparon los exámenes en sus mesas, corriendo luego hacia la puerta para salir antes de que el profesor cambiase de idea. Hermione cedió con un pequeño suspiro, quedando luego solo Harry. Se encargó de recoger los exámenes de sus compañeros y se los acercó a Remus.

    —El hechizo dura muy poco —le dijo—. Hermione estuvo solo media hora con las flores que invocó Ron, y las flores amarillas de Luna tampoco duraron demasiado.

    —El hechizo que lanza un estudiante dura poco. —Le corrigió Remus con un resoplido—. ¿Un hechizo de Sirius Black, que encima sabe me hará morir de la vergüenza en mi trabajo? Le conozco, esto puede durar semanas.

    —Hay un pequeño detalle que no te está contando tu profesor.

    Harry dio un bote en el sitio, no se esperaba oír la voz de Sirius entrando en el aula. Remus, por su parte, sonrió al verle. Sirius se acercó a ellos refugiado bajo un paraguas, le llovían los pétalos de rosa incluso sin moverse; para cuando quedó junto a Harry había dejado tras de sí un auténtico río de rosas rojas.

    —Harry, te sugiero que seas un poco más discreto con las flores que le vayas a enviar a Draco.

    —No le voy a enviar flores a Draco.

    —Oh, ¿entonces probarás suerte con los bombones? Yo los prefiero.

    —Tú prefieres cualquier cosa que lleve chocolate —dijo Sirius, precisamente, haciendo surgir una bolsita de bombones en su mano—. No ha sido nada fácil cocinar con tantas flores cayéndome encima.

    Aquello no pareció importarle demasiado a Remus, pues tardó bastante poco en devorar más de media bolsa.

    *



    No solo para los alumnos de Gryffindor, sino para los de todo Hogwarts —e incluso para los profesores— se había vuelto una imagen habitual la de Harry Potter sonriendo mientras leía o escribía alguna carta que llevase el nombre de Draco Malfoy. Así que fue toda una sorpresa verle la primera mañana de marzo con el ceño fruncido, parecía que los rayos de sol matutinos le habían agriado el carácter, más que suavizarlo, como le pasaba al resto, agradecidos de que el frío del invierno al fin estuviera desapareciendo.

    —¿Le pasa algo a Malfoy? —Preguntó Ron sentándose a su lado, estaba más interesado en servirse una buena ración de salchichas en el plato que en la carta que tenía Harry en las manos—. ¿Y bien? ¿Qué es?

    —Ha tenido unas clases privadas, o algo así, con otro chico. Un Alfa.

    —Vamos, que estás celoso. —Se alzó de hombros empezando su desayuno—. A ver, me sorprende que Malfoy tenga amigos, pero puede ser un amigo y ya, ¿no? Nada más, quiero decir.

    —No lo creo, habla muy bien de él. Y Draco nunca habla bien de nadie. —Suspiró, entonces pareció darse cuenta de una cosa—. ¡No estoy celoso, Ron! ¡No lo estoy! Estoy sorprendido, nada más.

    —Si tú lo dices.

    —Ese tal Krum debe ser impresionante si tanto lo defiende —refunfuñó.

    —¿Krum? ¿Viktor Krum? —Ron incluso dejó de comer—. ¡Es el mejor jugador de quidditch que ha dado Bulgaria en mucho tiempo! Por Merlín, me encantaría tener su autógrafo, ¿y dices que es compañero de Malfoy? ¡Qué envidia! Espera. Espera un momento. —Miró concentrado hacia Harry—. Malfoy está de lo más amable últimamente, ¿no? ¿Crees que si le pido el autógrafo de Krum me lo dará?

    —¿Y yo qué sé, Ron?

    —¿Se lo pedirías por mí? ¡A mí no me va a hacer ni caso, pero a ti sí!

    —No quiero pedirle el autógrafo de ese tío.

    —¡Por favor, Harry! Veamos esta tarde partidos de Krum, ¡verás como me das la razón! Se rumorea que el equipo de Bulgaria ya le ha fichado, ¡y ni siquiera ha terminado todavía el instituto! Es un buscador increíble.

    —Ah, ¿que también es un buscador? El tipo perfecto, vaya.

    —¿Quién es el «tipo perfecto»? —Preguntó Hermione acercándose a ellos, le lanzó un pequeño beso a Ron antes de sentarse a su lado—. ¿De quién hablabais?

    —De Viktor Krum, parece que es amigo de Malfoy. Y Harry está celoso.

    —Yo no estoy celoso.

    —Ah, entonces ya habéis leído el Profeta, ¿qué os parece? Yo creo que hay kneazle encerrado con Draco. ¿Me pasas una tostada, Ron? Gracias.

    —No te entiendo, ¿el Profeta? ¿Malfoy ha salido en el Profeta? ¿La quieres con mermelada?

    —Sí, por favor. Y claro que ha salido, ¿no hablabais del reportaje? —Un gesto rápido de varita y apareció en sus manos el periódico, pasó rápido las páginas y se las enseñó—. ¿Lo veis? Un reportaje a doble página. El señor Malfoy debe estar loco de contento con tanta atención dedicada a su hijo.

    Harry cogió el periódico con prisas, aunque no leyó absolutamente nada, yendo su atención al par de fotografías que ilustraban el reportaje. Ron se inclinó por sobre su hombro, tragó antes de empezar a leer.

    «Dúo imparable contra los Dementores. Carceleros de Azkabán, quizá tengáis los días contados». —Tosió tanto y tan de repente que tuvo que alejarse un poco, aceptando el té que le ofreció Hermione—. ¿Dementores? ¿Cómo que Dementores? ¿De qué están hablando?

    «Los jóvenes magos Draco Malfoy, digno heredero de una de las familias más antiguas y prestigiosas del Reino Unido, y Viktor Krum, promesa del quidditch búlgaro, se han convertido en las mejores y más eficientes armas contra los Dementores» —leía Harry—. «Ambos cursan sus estudios en el Instituto Durmstrang y, a pesar de su juventud, no presentan ningún miedo contra el terrible beso de un Dementor. Hemos preguntado a su director, el señor Igor Karkarov, y se muestra muy orgulloso de sus dos alumnos estrella, nos ha dicho que “Krum es muy capaz de espantar a cualquier enemigo que tenga enfrente, lo hará con su maravilloso Patronus con forma de hipogrifo” y que “Malfoy tiene un talento natural para controlar a los Dementores, parece que se rinden a su voluntad”. Hemos podido observar el Patronus de Krum, en la imagen inferior os mostramos una reproducción del mismo, pero las habilidades del joven Malfoy han dejado a este humilde equipo de redactores tan asombrado que no podemos siquiera describirlas».

    —¿Lo veis? No dicen realmente qué ha hecho Draco.

    —¡Increíble, mirad! ¡Es Krum! ¡Su Patronus es un hipogrifo! —Ron estampó el índice en una de las imágenes—. Harry, tienes que pedirle a Malfoy su autógrafo, ¡por favor!

    Harry no miraba el dibujo que con tanto acierto intentaba reproducir la forma del famoso Patronus; en su lugar, miraba las fotografías sin poder relajar lo muy arrugado de sus cejas. Prestó especial atención a la imagen que encabezaba el reportaje, esa donde Krum abrazaba a Draco por el hombro, pegándole a él mientras celebraba alzando el puño. Casi podía escuchar también la risa de Draco viéndole tan contento como estaba.

    Realmente no sorprendió ni a Ron ni a Hermione cuando rompió el periódico, así de fuerte estaba sujetando el papel. Se levantó sin decir ni media palabra y se marchó, tropezando a medio camino con Luna. No pareció haberla visto a pesar de haber chocado con ella, dándole un buen golpe en el hombro.

    Luna se acercó a la mesa de Gryffindor apretándose el hombro con una mano, el golpe le había dolido.

    —Discúlpale, por favor. —Le pidió Hermione poniéndose en pie—. Ha visto a Draco con otro Alfa y se ha puesto muy celoso.

    —Oh, no. —Luna agachó la cabeza—. Eso solo significa que no habrá carta de amor este mes, qué pena. Aunque, será una muy buena noticia para vuestro equipo. —Volvió a enderezarse, pero con la mirada algo perdida, como si estuviera pensando en sus cosas y no quisiera dejar de hacerlo, pero tampoco dejar la conversación—. Volcará todas sus frustraciones en el campo de quidditch, dudo mucho que Gryffindor vuelva a perder un partido.

    *



    Para sorpresa de todos, Luna llevaba razón. La remontada de Gryffindor desde el penúltimo puesto hasta el primero en la copa de quidditch fue meteórica, con Harry atrapando la snitch en todos y cada uno de los partidos. El último coronó a los leones como los campeones de este año, y Wood prometió invitar a bebida y aperitivos en Las Tres Escobas durante todo el fin de semana. Era lógico pensar que Harry estuviera encabezando la celebración, pero debía ser el único del equipo que no apareció por allí. No tenía demasiados ánimos como para celebrar nada, y al llegar a Hogsmeade sus pies parecieron guiarle hacia La Casa de los Gritos. No conseguía explicarse este pequeño brote de apatía, pues había conseguido unos resultados más que decentes en los últimos exámenes y, sin ir más lejos, le habían nombrado el jugador estrella. Algo le ocurría, y confiaba en que una charla con su padrino le ayudara a aclarar las ideas.

    Sirius le recibió con un abrazo demoledor, obligándole a retroceder un par de pasos para no caer.
    —¡Gryffindor ha ganado gracias a ti! ¡Felicidades! —Exclamó al separarse—. ¿Cómo es que no estás celebrando con el equipo? ¿Qué haces aquí?

    —Solo te echaba de menos, hacía tiempo que no nos veíamos.

    —Sí, claro. —Sirius fingió una risa—. ¿Qué te pasa?

    —Nada. No me pasa nada, ¿qué me iba a pasar?

    —No me lo trago, tienes la misma cara que James cuando metía la pata con tu madre —le dijo mientras se sentaban en los sofás. Sirvió el té sin necesidad de tocar nada más que su varita—. Vamos, puedes contármelo. Remus está en Hogwarts, no le diré nada.

    —Le cuentas todo a Remus.

    —Bueno, pues esto no. —Rio un poco—. ¿Es grave? ¿Tus amigos están todos bien? Ah, espera. Creo que ya sé lo que te pasa. —Le señaló—. Tiene que ver con el reportaje que le hicieron a Draco hace unos meses, ¿verdad? El de los Dementores y ese otro chico de Durmstrang, ¿cómo se llamaba? El buscador de Bulgaria. —Le miró e hizo el mayor esfuerzo por no echarse a reír al ver su ceño fruncido mientras removía el té—. ¿Llevas tres meses con los celos atragantados en la garganta? —Le dedicó un silbido—. Eso es mucho tiempo, Harry.

    —No estoy celoso —refunfuñó—. Está bien, un poco, solo un poco. ¡Pero no tengo motivos para estarlo! —Se puso en pie, fue trabajo de Sirius hacer flotar su taza hasta llevarla a la mesita—. Draco y yo no somos nada, creo que ni siquiera podríamos llamarnos «amigos». Nos mandamos un par de cartas, y ya. Eso es todo, ¿qué clase de relación compartimos? No tengo por qué estar celoso. —Suspiró—. Draco puede hacer lo que quiera y no tiene que darme ninguna explicación.

    —Se puede estar celoso sin ser todavía nada para la otra persona. Yo también lo estuve antes de que Remus y yo fuésemos «algo», ¡uf! ¡No quiero ni recordarlo! —Echó la cabeza hacia atrás mientras resoplaba—. No soportaba ni siquiera que mirase a otra persona, en serio, lo llevaba fatal. Así que, sí, entiendo muy bien lo que estás sintiendo.

    —Esto es agotador, no lo entiendo. —Volvió a sentarse, con las manos enterradas en el cabello, llegó a tirar de él—. Llevo meses así, no tiene sentido. ¡Draco pasándoselo genial con ese tío y yo aquí…! —Contuvo el grito y, una vez más, se levantó—. No tiene sentido —repitió.

    —¿Cuánto tiempo llevas sin hablar con él? ¿Desde marzo? —Harry asintió—. Deberías enviarle una carta, ¿o es que prefieres romper el contacto? Vamos, digiere los celos y escríbele. Le gustará saber de ti.

    —No pienso hacerlo. No estoy de humor. —Admitió—. Estaba siendo muy fácil escribirle, es divertido, pero ahora no… No puedo, Sirius, lo he intentado un par de veces y el borrador con el que acabo es patético. Incluso peor que la primera carta que le envié. Además, han pasado ya tres meses, se habrá olvidado de Hogwarts, se habrá olvidado de… —carraspeó—. Se habrá olvidado de todo.

    —Quieres decir que se habrá olvidado de ti.

    Harry asintió bajando la cabeza, por fin prestándole atención a su té. Sirius se removió en el sofá, sopesando sus opciones, ¿debía contarle lo que sabía sin importar las consecuencias? Tendría que tomar el riesgo, ver a Harry tan abatido le resultaba hasta doloroso a nivel físico.

    —Harry. —Le llamó de repente—. Ni una palabra a Remus de esto, ¿vale?

    —¿De qué? —Parpadeó y apareció en sus manos un pequeño sobre, reconoció la letra de inmediato—. ¿Draco le escribió a Remus? —Miró la fecha escrita en lo más alto del papel—. Es de principios de mayo.

    —En la carta no hace otra cosa que preguntar por ti. —Le explicó—. Estaba preocupado por tu silencio, puedes leerlo por ahí, le cuenta a Remus que lleváis un tiempo intercambiando cartas y que le extrañaba no tener aún una respuesta.

    —¿Qué le contestó Remus?

    —Le dijo que estás perfectamente, sacando buenas notas y muy enfocado en el quidditch, cosa que a Draco no le habrá gustado nada saber. —Se alzó de hombros—. Ahora mismo tiene que estar enfadadísimo contigo, sabe que le estás ignorando sin ninguna razón, ¿y te haces una idea de lo mal que llevan los Malfoy no ser el centro de atención? Me sorprende que no te haya caído ninguna maldición de su parte.

    —Realmente, no le estoy ignorando.

    —Harry. —Resopló con una sonrisa—. Mira, cuando conocí a Remus no me pude imaginar nunca lo importante que sería para mí. Sobreviví a Azkabán gracias a mis recuerdos, ya sabes, sobreviví sin perder del todo la cabeza. —Se llevó el índice a la sien, haciendo círculos con él y silbando un poco—. Fueron los recuerdos de Hogwarts los que mantuvieron cuerdo, revivía los días con tu padre e incluso con Lily.

    —¿Y Remus?

    —Sobre todo los días con Remus, y las noches, claro. —Admitió con una sonrisa de tinte más travieso. Le daba pena que Remus no estuviera presente, con una frase como esta estaba seguro de que le haría sonrojarse hasta las orejas—. Mi refugio siempre ha sido Remus. Quizá tú te hayas convertido en algo parecido para Draco, o quizás él se haya convertido en el tuyo.

    —Creo que eso es pasarse un poco, Sirius.

    —Solo digo que, si este chico te hace feliz, no veo por qué no podéis seguir juntos.

    —No estamos juntos.

    —Para ya de negar todo lo que digo, sabes muy bien a lo que me refiero. —Le dio un golpecito con el índice en la frente, haciéndole reír por primera vez en toda la conversación—. La felicidad es adictiva, Harry. Una vez descubres qué se siente con ella, haces cualquier cosa por no dejar de sentirla nunca.

    —Cualquier cosa, ¿eh? —Harry le miró unos segundos antes de volver a reír—. Como tragarme el orgullo y escribirle una carta, ¿no?

    —Por ejemplo, sí.

    —Quiero decir, hasta le preguntó a Remus por mí. —Sonrió—. La semana que viene es su cumpleaños, el cinco de junio.

    —Es buena señal que lo recuerdes, seguramente Draco también recordará el tuyo.

    —¿Tú crees?

    —Creo que no engañas a nadie, ¡mírate! Si ya has vuelto a sonreír. No te pareces en nada al Harry que entró por la puerta hace un rato, tan triste y derrotado a pesar de ser el héroe de Gryffindor esta temporada. —Rio con lo rápido que se sonrojó—. ¿Le vas a enviar un regalo? ¿Tienes alguna idea?

    —Dudo que pueda regalarle a Draco algo que no tenga ya.

    —¿Y si es algo que solo puedas darle tú? ¿Algo hecho por ti?

    —Es una muy buena idea.

    —Claro que lo es, pero ¿sabes dónde vas a conseguir todavía más ideas? En Las Tres Escobas, ¡la celebración es en tu nombre! —Tiró de su brazo para ponerle en pie. Siguió tirando de él cuando salieron de la casa—. Vamos, un poco de cerveza de mantequilla te vendrá bien, o whisky de fuego, lo que prefieras.

    —Sirius, todavía soy menor de edad.

    —Eso a mí nunca me detuvo, pero hablaremos de mis fiestas y celebraciones en otro momento, ahora: ¡a celebrar! —Señaló la entrada a Hogsmeade, Harry no supo en qué momento lanzó Sirius el hechizo en sus piernas, haciéndole caminar mucho más rápido de lo normal—. Pásatelo genial, ¿vale? Disfruta, come y bebe cuanto quieras. Verás que mañana, en plena resaca, escribirás la carta de disculpa más bonita del mundo.

    Harry le dedicó una mueca, pero aceptó el cambio de planes, como también le tocó aceptar el abrazo de Wood cuando vino a saludarle. Dado lo rojo de sus mejillas y el ligero temblor en sus tobillos, había bebido ya unas cuantas copas de más, nunca había visto al capitán sonreír tanto estando fuera de un campo de quidditch.

    Ya en el local disfrutó de su primera jarra de cerveza fría, sorprendido porque Ginny, sentada a su lado, iba ya por la quinta jarra y ni siquiera le temblaba la voz. Del otro lado tenía a Ron, competía con ella a ver quién bebía más y más rápido; Harry comenzó a pensar que el apellido Weasley venía no solo con cierta maña para la magia y el vuelo, sino también con una gran tolerancia al alcohol.

    —Mañana tendrán una resaca terrible —dijo Hermione desde su sitio, satisfecha con la pinta que se había pedido. Debía ser de las pocas aquí dentro que no necesitaba beber hasta perder el sentido para divertirse.

    —Por suerte, mañana es domingo.

    —Oh no, ¿tú también vas a unirte a la competición?

    —¡No vas a poder contigo, Harry! —gritó Ron alzando su jarra.

    —¡Serás burro! ¡Es «conmigo»! —Ginny también alzó la suya—. ¡Y sois vosotros los que no podréis conmigo! ¡Vamos!

    Harry sonrió acercándose a ellos, descubrió que después de un par de tragos era bastante fácil no escuchar las quejas de Hermione.
     
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    CAPÍTULO 18. PARKNYTTEBÅND
    Los primeros meses de Draco como estudiante en Durmstrang habían sido apasionantes, no había pasado un solo día sin que aprendiera algo nuevo, ya fuera el nombre de antiguos cultos de magos dedicados a las Artes Oscuras, el movimiento concreto de varita para lanzar con más pericia los hechizos, e incluso una lengua que creía fuera de su alcance: el pársel. De haber sabido que aquí se le abrirían tantas puertas de conocimiento, hubiera estudiado desde el primer año; fue justo lo que le dijo a su padre en la última carta, y podía imaginarle sonriendo muy orgulloso con sus palabras.

    Aunque no eran las cartas de sus padres sus favoritas, tampoco las de Severus —cómo le gustaba tratarle por el nombre y no como «profesor Snape», se sentía todo un adulto al poder hacerlo—, disfrutaba especialmente de las cartas de Harry. Solían tener sus cartas la misma estructura caótica, lo que dejaba en claro que Harry no era ningún experto en mantener una correspondencia decente, ni siquiera le advirtió de que a partir de la tercera carta le trataría por el nombre y no el apellido; lo más curioso fue que el propio Harry no pareció haberse dado cuenta y a veces usaba «Draco», a veces «Malfoy». No seguía ningún orden en sus párrafos, tachaba palabras, incluso frases enteras, y escribía de manera errática y desorganizada aprovechando hasta el último hueco en los márgenes, como si quisiera contarle mil cosas a la vez y no quisiera olvidarse de ninguna. Draco no podía sino responder con el mismo entusiasmo, por supuesto, ignorando las sonrisitas y gestos de sus amigos al verle escribir.

    «Amigos». Le costaba confiar en aquella palabra, quizá porque las amistades, las pocas amistades realmente, que hizo en Hogwarts parecieron quedarse en Hogwarts. No había vuelto a saber nada de sus compañeros de Slytherin, no más que las pocas líneas que Severus les dedicaba en alguna carta. Y sí, había sido divertido saber que Pansy se había quemado las cejas en un examen de Pociones, o que Blaise se había colado en el despacho de Dumbledore y no consiguió salir del mismo hasta que el propio director se apiadó de él. Sentía aquellos nombres lejanos, como el recuerdo borroso de un sueño al despertarse. Quizá la estancia en Durmstrang le afectaba más de lo que se había esperado, ¿cómo era posible que se sintiera más unido a tres desconocidos que a los que consideró amigos durante casi cuatro años?

    —Llegaste a nuestras vidas por la gracia de Odín, disfruta, conoce y aprende; y no olvides un donativo a tan impresionantes compañeros de viaje. —Solía decirle siempre Sigurd alzando los brazos hacia el cielo y adoptando una postura religiosa, con Ylva tras él iluminándole.

    Era trabajo de Erik hacerles volver a la realidad con dos collejas, últimamente pasaba demasiado tiempo con Agnarr («su querido granjero» lo solía llamar Ylva) y regresaba con ellos con las costumbres muggles todavía bien frescas, descartando el uso de magia y prefiriendo los golpes físicos.
    En definitiva, Durmstrang era divertido.

    *



    Las clases privadas con el profesor M. Dotan y el director Karkarov no solo eran complicadas, sino que ocurrían fuera de Durmstrang, concretamente, en Kvitøya, una de las islas que componían el archipiélago helado de Svalbard, al norte del país. La isla de Kvitøya era poco más que un bloque de hielo donde solo el sector más aventurero del turismo se atrevía a ir, buscando glaciares milenarios y rutas vírgenes que explorar en ellos. Lo cierto es que había razones de peso para que el gran foco de atención de los turistas se desviara hacia otras zonas del país, y es que Kvitøya era una guarida para los dementores. De ahí que el clima en la pequeña isla fuera todavía más frío que en el resto de Svalbard, con una niebla de aspecto siniestro que nunca desaparecía. Kvitøya ofrecía casi 600 km² de glaciares y, pululando por ellos, la presencia continua de un grupo de dementores que había convertido aquello en su hogar. Bien mirado, no era tan distinto a Azkabán, y si el instinto natural de cualquiera era salir huyendo de allí, los alumnos de Durmstrang usaban la isla como zona de prácticas para ciertos hechizos y habilidades.

    Draco no pisó Kvitøya hasta pasados unos meses, que invirtió en pulir su destreza como legeremante, entre otras muchas cosas que le exigían en sus clases. Incluso habiendo obtenido un resultado que sorprendió al mismo profesor Dotan, no se le permitió una visita en solitario. Otro alumno fue elegido como su protector, Viktor Krum. Era el favorito, no solo de Dotan sino de muchos otros profesores, incluso una buena parte de los alumnos le admiraba. Draco al verle no sentía admiración ni respeto, al verle pensaba en Ylva y su alocado sueño de llevárselo a su harén particular. Cuando Draco miraba a Krum, se reía y esforzaba por girar la cara para no resultar tan obvio. Fue en una de aquellas veces que Krum se acercó a él, preguntando el motivo de tanta risa.

    —No me estoy burlando de ti, si es lo que te preocupa —admitió alzando las manos. Era una postura de rendición, Krum estaba enfadado y en un encuentro violento contra él tenía todas las de perder—. Me río de otra cosa que no puedo contarte.

    Aunque sus palabras fueron sinceras, la risita que las acompañó no le hizo sonar muy convincente. Logró con esa frase que Krum le diera un cabezazo, estampando sus frentes. Clavó la vista en sus ojos sin apartarse.

    —No pareces un Omega —le dijo con cierto asombro.

    Draco tenía que admitir eso, no se parecía demasiado ni a Ylva, que más que un mago era un esbelto gigante de melena pelirroja; ni a Sigurd, con su espalda llena de runas tatuadas en tinta negra que resistía hasta su transformación en escarbato; ni mucho menos a Erik, un año mayor que ellos y siempre con una sonrisa amable pintada en la cara.

    —¡No os distraigáis! —La voz firme de Karkarov les hizo dar un bote en el sitio a ambos, separándose—. Krum, estás aquí por seguridad, pero de poco servirá tu papel si te distraes. Malfoy, tu objetivo no es tu compañero, guardaos las feromonas para la intimidad.

    —Se está confundiendo, director. Yo no estoy tramando nada con…-

    —¡No quiero saberlo! —Karkarov le interrumpió alzando la voz—. Confié en tus habilidades y autocontrol sabiendo de la posición de tu familia, ¿acaso me equivoqué contigo, Malfoy?

    —Director, se lo advertí. —El profesor Dotan le dio un par de palmadas en el hombro—. ¿Qué otra cosa iba a hacer un Omega frente a un Alfa? Animales salvajes buscando reproducirse, director. Se lo dije y no me quiso escuchar.

    Krum sujetó el hombro de Draco, prácticamente arrastrándole hacia otra zona del glaciar. Aunque Draco pataleó, se removió y luchó, no le costó demasiado llevárselo lejos del profesor. Una vez a solas, relativamente a solas, seguían bajo la amenaza de los dementores rondando por ahí, pudo soltarle de su agarre.

    —¡Maldito imbécil! —gritó Draco volviendo a sacudirse—. ¿Qué demonios se cree que voy a hacer contigo?

    —Seducirme y forzar el vínculo, provocarías tu ciclo para hacerme morderte. —Respondió Krum sacando su varita mirando alrededor, no podían bajar la guardia—. No serías el primero que lo intenta.

    —Por favor. —Draco resopló negando con la cabeza—. Te aseguro que, si quisiera seducirte, ya habrías dejado de pensar, estarías cegado por tu instinto y yo tendría serios problemas para apartarte.

    —Oh, ¿en serio? Porque yo no lo creo. —Krum se inclinó hacia él, sin tener ningún problema en olisquear el cuello de Draco. Se apartó sonriendo—. No te intereso, no detecto absolutamente nada en tu aroma. Ni la más mínima gota de deseo.

    —Y pareces de lo más aliviado sabiendo eso.

    —No lo parezco, lo estoy —admitió—. Ahora, tu Alfa en Hogwarts no creo que también lo esté sabiendo que estoy tan cerca de ti.

    —¿Disculpa? ¿«Mi Alfa» en Hogwarts?

    —De no tenerlo ya habrías, ah, ¿cómo habías dicho? —Carraspeó—. Ya habrías dejado de pensar, estarías cegado por tu instinto y yo tendría serios problemas para apartarte.

    —El frío te debe estar congelando el cerebro. —Draco volvió a resoplar—. Vamos, tenemos trabajo que hacer.

    —Piensa en tu Alfa en Hogwarts. —Fue prácticamente una orden, un pequeño hechizo bastó para que Draco no pudiera levantar los pies del suelo—. Imagina que estáis así de cerca como lo estamos tú y yo, quizá ya lo hayáis estado alguna vez —le dijo sujetando su mano, obligándole a que le mirara. Sonrió con su ceño fruncido—. Imagina qué cosas querrías hacerle.

    Draco resopló por tercera vez, luchó por no pensar en Harry, pero no sirvió de nada. Pensó en él, pensó en sus cartas tan desastrosas, en lo muy despeinado que llevaba siempre el pelo, ¡hasta su uniforme! ¿Sabría acaso cómo se ataba una corbata? Pensó en sus manos, ¿seguirían igual de ásperas? Según le había escrito, había redoblado sus entrenamientos en quidditch, así que si, ahora mismo, le acariciara el brazo entero —como aquella vez en los jardines de Hogwarts—, si la caricia trepara por su cuello, si llegara a su oreja, si se atreviera a perfilar la forma de su mandíbula, ¿le volvería a poner el vello de punta? ¿Sus besos seguirían siendo igual de abrasadores? ¿Su olor tan cálido? ¿Seguiría yendo consigo la mezcla tan curiosa de caoba y calidez? Si, ahora mismo, le abrazara estando como estaba forrado en pieles a tantos grados bajo cero, ¿sentiría acaso el frío? Lo dudaba. Entre los brazos de Harry simplemente no existía el frío.

    Por Merlín, cómo lo echaba de menos.

    Un pellizco en la nariz le hizo dar un bote en el sitio, carraspeó, se había perdido en sus fantasías, y Krum le miraba con una sonrisa más que burlona.

    —¿Lo notas? Está cambiando tu olor —le dijo—. Y no es por mí.

    Draco le apartó de un manotazo, echándose luego a andar hacia el bloque de hielo más cercano. Krum le siguió sin parar de reír.

    *



    El flujo de cartas era constante, pero no fue hasta la carta de marzo que Draco pudo —¡por fin!— escribirle a Harry sobre sus avances con la legeremancia y presumir como era debido, aunque se veía obligado a mencionar también a Krum. A fin de cuentas, sus clases en Kvitøya habían sido compartidas. Entre esto, y la propia privacidad de Durmstrang que no permitía hablar abiertamente de sus clases, pues no pudo contarle todo lo que le hubiera gustado, sintió la carta más un agradecimiento al instituto y a su compañero que una carta sobre sí mismo, como acostumbraba a escribir.

    —¿Ocurre algo, Sigurd?

    Draco terminó de releer su carta, doblándola para meterla en el correspondiente sobre. Sigurd le miraba casi sin parpadear.

    —No sabía que ibas detrás de Krum. —Draco se echó a reír, aunque su risa no impidió que Sigurd siguiera hablando—. Y, a la vez, mantienes el contacto con el Alfa en Hogwarts. Creo que te he subestimado, podrías ser un digno rival para el harén de Ylva —admitió—. Aunque, tenéis los dos un gusto terrible. No entiendo qué ganáis al enamoraros de gente pobre.

    —¡No estoy enamorado de…-!

    —No me importa, no me importa. —Le interrumpió sacudiendo una mano en el aire—. Es tu vida, tú sabrás cómo arruinarla.

    La llegada de Ylva y Erik interrumpió los resoplidos de Draco, que despidió a Glauco después de encargarle la carta. Erik fue de lo más contento a su lugar en el dormitorio y mostró el paquete esférico que había recibido, ¿lo mejor de que «su querido granjero» fuera, precisamente, un granjero? El gran surtido de quesos que recibía casi cada semana. Los otros no tardaron en sentarse cerca de él, y a Sigurd le costó muy poco convocar una botella de vino tinto en sus manos, importándole poco y nada que ninguno llegase a la mayoría de edad, no planeaban emborracharse, tan solo acompañar el buen queso como era debido.

    —Has llegado lejos, no llevas con nosotros ni un año y ya te has colocado al mismo nivel que el héroe de Durmstrang —dijo Ylva alzando su copa hacia Draco, bebiendo al verle sonreír—. No creas que no me molesta que me lo hayas robado, era el mejor fichaje para mi harén. —Brindó también con Sigurd, que luchaba por aguantarse la risa—. Derrotado por un inglés remilgado, me costará superar este golpe.

    —Uy sí, te costará muchísimo. —Sigurd no pudo aguantar más y rio en carcajadas, llorando de la risa—. ¿Quién será el nuevo amor de tu vida?

    —Creo que, al menos por esta semana, será Ostrich. Voy a darle una oportunidad.

    —Que las runas de Odín protejan a esa pobre alma.

    Ylva le dio un codazo, haciéndole caer al suelo. Erik ignoró el estropicio de queso y vino derramado en la alfombra y se giró hacia Draco.

    —Has logrado algo increíble, seguro que tu querido Harry estará muy orgulloso de ti, ya lo verás.

    —¿De dónde sacas eso de «mi querido Harry»? Me da escalofríos.

    —Si lo dices con una sonrisa no suenas nada convincente. —Erik se alzó de hombros al verle refunfuñar tras su copa—. Es normal alegrarse, después de todo hablamos de tu parknyttebånd, no puedes sentir otra cosa. —Draco le miró sin entender absolutamente nada—. ¿No manejáis el término por Inglaterra? Chicos, ¿cómo creéis que podemos explicar el parknyttebånd?

    —¿Explicar? Si no hace falta, él mismo es un ejemplo dolorosamente evidente con su querido Harry —añadió Ylva—. El resto del mundo, ¡puf! —Chasqueó los dedos de su mano libre, con la otra todavía sujetaba su copa—. Como si no existieran.

    —No os estoy entendiendo del todo —admitió Draco—. ¿Qué es eso de «parknyttebånd»? —Hasta le costaba pronunciar aquella palabra—. ¿Y cómo vamos a ser Harry y yo un ejemplo? —Chasqueó la lengua—. Potter. He querido decir Potter.

    —Ah, el parknyttebånd —dijo Sigurd poniéndose en pie. Después de lanzar un hechizo limpiador, tanto para la alfombra como para su ropa, mantuvo la varita en el aire haciendo surgir una pequeña bruma a su alrededor. Le gustaba el dramatismo a la hora de contar ciertas historias—. El parknyttebånd es un vínculo forjado por el mismo Destino. Un vínculo inquebrantable, irrompible, inevitable, del que no podemos huir. Han llegado a caer civilizaciones enteras por culpa del parknyttebånd. —Dejó el dormitorio totalmente a oscuras, iluminado solo por las pequeñas estrellas y motas de luz que flotaban en la bruma—. Dos seres, Alfa y Omega, que nacen para estar juntos, para crear su propia historia y pertenecerse, sin importar a quienes tengan que llevarse por delante para lograrlo. Dicen por ahí que no hay emoción más fuerte que el amor, pero a cada parte del parknyttebånd la une algo muchísimo más poderoso, algo contra lo que no se puede luchar. —Guiados por su varita, surgieron dos figuras luminosas en medio de la bruma, girando la una junto a la otra, cada vez más cerca, aumentando de velocidad hasta formar un vórtice que empezó a devorar la bruma—: «mål». El Destino.

    —El destino, ¿lo dices en serio? —Draco alzó una ceja, sacudió su varita e hizo que todas las velas del dormitorio se encendiesen a la vez, mandando al traste la mística presentación de Sigurd—. ¿Me estás diciendo que «el destino» —exageró el gesto de las comillas todo lo que pudo, no quería resultar solo ofensivo, quería mostrarse también escéptico e irónico, cosa que consiguió con un gesto exagerado— ya ha decidido todo por mí? ¿Es una broma? Mi vida es mía, no es un cuento que ya está escrito. Yo decido mi destino.

    —No decidimos sobre el parknyttebånd, Draco —dijo Sigurd—. La gente muere sin haber conocido nunca al suyo; mientras que tú huyes del tuyo, ¿por qué?

    —Espera, ¿hablas de Potter? ¿Crees que mi destino es Potter? —Intentó reír, pero sentía su garganta tan seca que no pudo emitir sonido alguno. Dio un par de pasos buscando poner sus palabras en orden antes de hablar—. No tiene ninguna gracia.

    —Me alegro, porque el parknyttebånd no es una broma. Es muy real.

    —No podemos elegir nuestro destino —le dijo Erik—. Y tampoco huir de él por más que nos empeñemos. Solo queda aceptarlo y creer en la felicidad que nos ofrece.

    —Pero, ¿habéis perdido la cabeza? ¿Aceptar el destino? ¿Huir de él? —Esta vez sí consiguió soltar una risilla sarcástica—. ¿A qué se debe tanta superstición y conformismo? ¿Es algo típico de Noruega? Porque me parece que habéis bebido demasiado vino.

    Ylva, hasta ahora el único que había permanecido en silencio, se acercó a él, dejando una mano en su hombro para mirarle a los ojos.

    —Tu cuerpo, tu alma y tu corazón, absolutamente todo de ti busca a su parknyttebånd —dijo—. En tu caso, lo ha encontrado. Y no quiere a nadie más: quiere a su otra mitad.

    —¿Otra mitad? Tú deliras. —Se apartó sacudiendo el hombro—. Un Alfa es un Alfa, no es más que eso. Como Potter habrá cientos, ¡miles! En verdad, los Alfas son muy numerosos en comparación con nosotros, los Omegas. Sin ir más lejos, buena parte del alumnado aquí en Durmstrang es Alfa, incluso el director.

    —Siendo así —siguió Ylva su pequeño discurso— hay días donde los pasillos y las aulas están apestando a Alfa, literalmente hablando, se mezcla el aroma de unos con el de otros, es tan embriagante como aturdidor. Así que, dime, ¿por cuántos ciclos has pasado en estos meses? ¿Cuántos supresores has necesitado?

    Draco se cruzó de brazos bajando la mirada, no le gustaba lo que estaba insinuando.

    —Ninguno, ¿verdad? Rodeado de Alfas, sintiendo sus feromonas, empapándote en sus distintos olores, y el cuerpo de nuestro querido Draco no reacciona, ¿no te has parado a pensar por qué?

    —Porque paso muchísimo tiempo con vosotros, es evidente. Cualquier rastro de Alfa desaparece en este dormitorio.

    —No, Draco, no es tan sencillo. —Erik habló todavía sentado en su cama, había cruzado las piernas y le miraba con aquella sonrisa amable que nunca se apagaba—. Llevas meses enteros a solas con Viktor en Kvitøya. Cualquier Omega en tu situación habría perdido el juicio de lo violento que sería su ciclo pero, en tu caso, no ocurrió nada, ¿por qué crees que es?

    —Parknyttebånd —respondió Sigurd en su lugar—. Tu destino no está en Durmstrang, lo sabes.

    Draco negó con la cabeza, aquello era una locura. ¿Existía el destino? Imposible. No podía creer que todos los pasos de su vida ya estaban escritos, ¿qué lugar le dejaría a él de ser cierto? ¿Un espectador de su propia vida? No, Draco Malfoy no era ningún espectador, era el protagonista.

    —Pero, ¿creéis, en serio, que existe el Destino? —No le sorprendió ver a los tres asentir en un gesto silencioso, maldijo la superstición de los magos en Noruega, hipnotizados por runas antiguas, sometidos a ellas—. Pues me parece perfecto, mirad bien cómo yo escribo el mío. A lo mejor aprendéis algo sobre una cosa llamada libre albedrío.

    Lo demostraría aquí y ahora.

    *



    Cinco de junio, casi sin darse cuenta había llegado el día de su cumpleaños, y Draco no recordaba ninguno donde hubiera estado de tan malhumor. Quizá cumplir los dieciséis había terminado de crispar sus nervios, quizá fuera la sonrisa de suficiencia que Sigurd le dedicaba cuando le veía, como si pudiera ver a través de él y supiera lo que sentía. Solo su pericia en la oclumancia le permitía relajarse, sabiendo que su mente estaba cerrada bajo llave para cualquiera que quisiera aventurarse a mirar dentro de ella.

    Se colocaba el abrigo lamentando que el frío no desapareciera incluso estando ya en junio, miró de reojo su escritorio y acabó por apretar los labios. Sobre la superficie despejada del mueble estaba la carta que había leído, ¿cuántas veces? En ella su antiguo profesor de Defensa contra las Artes Oscuras le explicaba que Harry se encontraba estupendamente bien en Hogwarts. Por un momento (un momento que duró casi tres meses), Draco llegó a pensar que Harry había tenido un accidente que le impidiera escribir, quizás una caída especialmente dolorosa en algún entrenamiento, quizás un incidente entre hechizos y pociones, pero Remus le había sacado de su error: «está de lo más emocionado con el quidditch, su nombre se rumorea como futuro capitán del equipo y creo que ya empieza a creérselo».

    —Ahí tienes el dichoso destino —farfulló, más para sí mismo que para que los demás le oyeran. Se giró hacia ellos alzando la voz—. ¿No decíais que esa cosa era inevitable? ¿Que no se podía huir de él? No es más que una superstición estúpida.

    —Debe haber alguna explicación. El parknyttebånd nunca se equivoca —aseguró Ylva—. Tu querido Harry debe tener una buena razón para no haberte escrito.

    —Os he dicho mil veces que no le llaméis así —gruñó Draco—. Por si no os habéis enterado, estoy saliendo con un Alfa y, oh esperad, ¿un Alfa que no es Potter? ¿Cómo puede ser? ¿Quizá porque yo soy el único que decide en mi vida? Vaya, qué sorpresa, es justo lo que os dije la primera vez que me hablasteis del dichoso destino, ¿cierto?

    —Puedes ahorrarte tus ironías. —Sigurd resopló levantando la vista de su libro—. Krum no es tu parknyttebånd, por mucho que te empeñes en forzar las cosas con él.

    —¿Y qué sabrás tú lo que es Krum para mí?

    —Puede ser cualquier cosa menos tu parknyttebånd, de serlo, ya te habrías dado cuenta. —Se señaló el cuello, y en un gesto instintivo Draco comprobó su collar, sintiendo el frío de la plata contra sus dedos—. Puedes patalear y hacer todos los berrinches que quieras, pero tu destino ya está escrito.

    El portazo que dio al irse no sorprendió a nadie, sí sorprendió un poco más que la puerta volviera a abrirse tan pronto. Erik entró con expresión confundida, dejando en el pasillo al propio Krum con la misma cara.

    —¿Qué le habéis dicho? —preguntó sin poder entrar, la barrera mágica en la puerta se lo impedía—. Nunca le había visto tan enfadado.

    —Seguramente hablaban de su parknyttebånd —le explicó Erik abriendo los cajones de su cómoda, buscó por entre los cuadernos hasta encontrar el que quería. Volvió con Krum para entregárselo—. Lo quiero de vuelta antes de la noche, yo también tengo que estudiar.

    —Lo tendrás, no te preocupes.

    —Ahora, ve y vigila a Draco. A nosotros no nos hará el menor caso.

    —¿Y a mí sí?

    —Una relación de conveniencia sigue siendo una relación, ¿no? Por lo menos te escuchará.

    Krum se alzó de hombros antes de irse. No tuvo que buscar mucho para encontrar a Draco, guiándose de las indicaciones de los compañeros que le habían visto, hecho una furia y maldiciendo a cualquiera que se le metiera delante. Le encontró en una de las aulas exteriores, las que se usaban para lanzar hechizos destructivos con la tranquilidad de no dañar los muros del instituto. La nieve se había derretido lo suficiente como para ver la tierra bajo ella, e incluso un pequeño rastro de hierbas y plantas querían aventurarse a crecer en un terreno que muy a menudo acababa chamuscado o sufriendo una lluvia de rayos.

    —¿Pensando en tu Alfa en Hogwarts?

    —No empieces tú también con el temita —respondió sin mirarle, con la vista fija en las aguas del Kaldt Vann. Se debían aprovechar los días cálidos para ver movimiento en ellas, y no solo placas de hielo—. ¿También crees en esa tontería del destino? ¿No crees que somos dueños de nuestra vida?

    —Solo en parte, no podemos decidir sobre lo que ya está escrito.

    Draco suspiró comenzando a andar en círculos, si no fuera una locura, juraría que estaba frente a un grave caso de histeria colectiva, pero no era así. Krum le miraba decidido, no estaba bromeando ni restándole importancia al tema, lo decía completamente en serio, como lo decían los demás.

    —Entonces, ¿también crees en el parknyttebånd?

    —No lo has pronunciado bien.

    —Me has entendido perfectamente.

    —Sí, creo que tu parknyttebånd está en Hogwarts. —Se le escapó una risita al escucharle resoplar—. Draco, llevamos casi tres meses con esto y sigo sin interesarte. No te comportas como un Omega.

    —Es mi cumpleaños y estoy aquí contigo, ¿eso no te dice nada?

    —Me dice que te has enfadado con tus amigos. Felicidades, por cierto, no sabía que era tu cumpleaños. —Se dejó caer sobre las zonas de tierra, quería estar cómodo, pero no empapar su uniforme al sentarse en la nieve—. Draco, me gusta la amistad que tenemos.

    —Te pedí salir contigo, no ser tu amigo. Ya tengo amigos.

    —Como iba diciendo: amigos. —Draco volvió a resoplar sentándose a su lado, aunque antes convocó un cojín, no pensaba sentarse en el suelo—. ¿Salir con alguien que no me desea? ¿Por qué haría algo así?

    —Entonces, ¿por qué aceptaste?

    —Porque, gracias a ti, he podido enfocarme en los exámenes y aprobarlos, y renegociar el contrato con Bulgaria, si voy a su equipo, ¿qué menos que unas condiciones justas? El rumor de lo que tenemos, de lo que la gente cree que tenemos, se expandió muy rápido, y me aproveché de la situación —admitió—. Había olvidado lo tranquilos que son los días cuando no tienes que ir mirando cada paso que das, buscando ataques de Betas y Omegas, incluso de otros Alfas.

    —¿El héroe de Durmstrang tiene tantos enemigos?

    —No, el héroe de Durmstrang tiene pretendientes. Y al héroe de Durmstrang le gustaría elegir libremente a su compañero, sin sentirse presionado. —Le miró—. En parte, te envidio. Has encontrado a tu parknyttebånd siendo apenas un crío, ¿sabes la suerte que tienes?

    —Potter no es mi destino.

    —Negar la evidencia no te hará ningún bien. —Le revolvió el pelo, echándose a reír cuando le vio fruncir el ceño—. ¿A qué le tienes tanto miedo?

    —No tengo miedo, ¿de qué estás hablando?

    Esta vez fue Krum el que suspiró, no iba a poder sacar mucho más de la conversación, tenía que pensar en otra forma de ayudarle. Un pequeño chillido le hizo alzar la mirada, distinguió una lechuza blanca acercándose a ellos, lo que le hizo reír es que la lechuza llevaba un gorrito de cumpleaños en la cabeza. Le resultó obvio el remite, a juzgar por la velocidad con la que Draco se levantó, casi de un salto. La lechuza dejó caer el paquete en sus brazos y se marchó hacia la ventana del único dormitorio que conocía en Durmstrang.

    —Será mejor que me vaya, tendrá sed. Y alguien tendrá que quitarle ese gorro ridículo.

    —Intenta no morir de alegría —dijo Krum poniéndose en pie, se esperaba la mueca confundida de Draco—. Tu Alfa en Hogwarts recuerda tu cumpleaños y te ha enviado un regalo. ¿Sigues sin creer en el parknyttebånd?

    —Es pura cortesía, nada más —refunfuñó apretando el paquete en sus brazos.

    —De acuerdo, ahora dilo sin sonreír.

    *



    A Hedwig le faltaba muy poco para empezar a ronronear (y eso teniendo en cuenta que era una lechuza y no un gato, resultaba sorprendente), los dedos de Ylva eran largos y huesudos, estupendos para acariciar entre sus muchas plumas, arrancándole gruñidos de puro gusto. Le había quitado el gorrito de cumpleaños, con forma de cono y coronado con una estrella de confeti verde, para que estuviera más cómodo, le ofreció un poco de agua y luego se dedicó a acariciar su lomo y cuello. Acariciar a una lechuza era la excusa perfecta para dejar de estudiar por un rato.

    Draco entró en el dormitorio poco tiempo después, a juzgar por su expresión, estaba emocionado. Ninguno quiso decir nada, prefiriendo mirarle sin interrumpir. Erik fingía que ordenaba los últimos apuntes que había tomado en clase y Sigurd dejó aparcada la lectura de su libro. Por su parte, Draco se sentó en su cama dejando el paquete frente a él. Unos pocos movimientos de varita le dieron intimidad, corriendo los doseles y silenciando el interior. Se obligó a calmarse antes de abrir nada. Lo primero fue la carta, que a duras penas resistía pegada al paquete, empapadas las esquinas del sobre y la tinta con su nombre hecha un desastre, ¿a Harry no se le había ocurrido meter la carta en el paquete para protegerla del clima? Sonrió abriendo el sobre, encontrándose con las mismas letras tachadas y desorganizadas de siempre, los márgenes escritos e incluso borrones hechos con la mano al escribir y deslizarse sobre el papel.

    En la carta, Harry le decía que no le había escrito antes por un motivo tan ridículo que hasta le abochornaba confesar cuál era. Draco sintió curiosidad, ¿qué podría ser? Si no insistió en el tema fue porque prefirió seguir leyendo, después de dos párrafos enteros dedicados al quidditch y su futuro nombramiento como el capitán de Gryffindor tras la marcha de Oliver Wood, llegó a la parte que hablaba de su regalo. Al parecer, se trataba de algo que había creado el propio Harry, según explicaba, con ayuda de un poco de magia para lograr un resultado perfecto porque: «si no es perfecto, no te va a gustar. Te conozco, y serías capaz de devolverme el regalo para que lo vuelva a repetir. Y no tengo tiempo con el fin de curso tan cerca». Unas pocas despedidas y buenos deseos daban por terminada la carta, y Draco pudo poner toda su atención en lo que sería su regalo. Abrió la caja impaciente para encontrar un curioso papel con estampado de serpiente, era papel mágico y las serpientes se deslizaban por el papel como si pasearan. Se sintió orgulloso al poder pedirles, con toda la educación posible, que se marcharan, nunca había pensado que el pársel iba a ser un idioma tan práctico. Un poco más tarde pudo, por fin, desenvolver su regalo.

    —Oh.

    Fue todo lo que pudo decir, no era un gesto de decepción, era de pura sorpresa. Esto que tenía estirado en sus manos era del todo inesperado: un jersey. Por su cumpleaños, Harry Potter le había tejido un jersey de lana verde con las letras «D.M.» bordadas en plata. De entre los pliegues del jersey salió una carta notificadora, que se distinguía de las vociferadoras tanto por su color como por el volumen de la voz. El papel era azul y la voz de Harry sonaba neutral, no iracunda.

    «La señora Weasley (es la madre de Ron, sí) me ayudó con algunas puntadas, pero creo que ha quedado bastante bien. No se me da del todo mal el hechizo tejedor, ¿no crees?». —Escuchó, después de tantísimo tiempo, la risa de Harry y se descubrió a sí mismo suspirando—. «Ella me regaló un jersey en mi primer año en Hogwarts. Y me gustó tanto su regalo, ¡tanto! Era la primera vez que alguien me regalaba algo hecho a mano, algo solo para mí, algo hecho conmigo siempre en la cabeza. Todavía no me acabo de acostumbrar a esto de que la gente se preocupe por mí, ¿sabes? Sirius no para de regalarme cosas y muchas veces ni siquiera sé cómo reaccionar. Creo que tiene demasiada paciencia conmigo». —Otra risa, y otro suspiro—. «Me he ido por las ramas, lo siento. Volviendo al asunto principal: espero haber sido capaz de transmitir los sentimientos en el jersey. Es verde y lleva tus iniciales, sé que te gustará».

    —Será engreído. —Y aunque refunfuñó, Draco sonreía viendo la carta notificadora desvanecerse.

    Atrajo el jersey hacia él y acabó por enterrar la cara en la lana, aspiró con fuerza sintiendo todo su cuerpo estremecerse. Podía oler a Harry, podía imaginarle tejiendo y midiendo la tela, empapándola sin querer con su aroma. Draco reconocía la sensación, pero no tuvo tiempo de tomar medidas para contrarrestarla. Fue rápido, demasiado rápido, en cuestión de segundos su visión se había vuelto borrosa, sus dedos temblaban y sentía escalofríos trepando por su espalda, terminando con agudos pinchazos a su nuca.

    De repente había empezado su ciclo, de una manera tan violenta que apenas era consciente de sí mismo, ¿y todo por solo un jersey? Si pudiera, se reiría de lo absurdo de la situación, pero ahora mismo podía hacer poco más que suspirar.

    No pensaba admitir nunca que entre sus suspiros se colaba el nombre de Harry.

    SPOILER (click to view)
    NOTAS EN ESTE CAPÍTULO ⬇️
    Parknyttebånd – literalmente: vínculo de pareja.
    Pensemos en la pareja destinada (bonded pair) tan popular en los omegaversos. No iba a dejar fuera una idea que me gusta tanto.
     
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    Debería haber preparado un mapa de Noruega, no pensé que iba a nombrar tantas cosas del país. 🙈

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    CAPÍTULO 19. LA GRANJA DE LOS BERGUSSON
    La granja de la familia Bergusson estaba en Dombås, un pueblecito del interior de Noruega, rodeada de bosques, absoluta tranquilidad rural y muy alejada del ajetreo de la gran ciudad. El matrimonio de los Bergusson tenía cuatro hijos, y a lo largo del año iban visitando la casa de unos y de otros, parecían golondrinas huyendo del frío, salvo que los Bergusson huían del calor. Estaban ya en julio y habían decidido irse de visita lo más al norte posible, donde la nieve todavía seguía cayendo. El verano había llegado a Dombås, aunque apenas se notara porque los días seguían siendo nublados, con unas pocas horas de sol al día, las suficientes como para animar a los pocos vecinos del pueblo a salir de sus casas.

    Agnarr Bergusson, a pesar de ser el benjamín de sus hermanos, no tenía ningún problema en llevar la granja familiar cuando se marchaban sus padres. Con la ayuda y la buena disposición de Erik las labores se volvían bastante fáciles. La magia no estaba permitida en la granja, solo en la vivienda si se manejaba con el debido cuidado, Agnarr le había advertido —tanto a Erik como a las visitas mágicas que recibían— de lo impresionables que eran las vacas.

    La granja era lo suficientemente grande como para que las catorce vacas, las tres becerras, las dos novillas y el único toro pudieran descansar bajo techo, al abrigo del frío cada noche. La finca alrededor sí era gigantesca, llegaba al mismo linde del bosque e incluso alguna vaca especialmente valiente se atrevía a explorarlo por su cuenta, siendo trabajo de Agnarr traerla de vuelta.

    El día a día en los pueblos como Dombås era uno tranquilo, y todos en él estaban satisfechos con la sana vida campestre, no era el caso de Ylva. Había venido de visita aprovechando las vacaciones, pero desde la primera noche que pasó aquí supo que no soportaría toda una semana, cómo había aguantado Draco todo un mes en este sitio le parecía todo un misterio.

    Los últimos días de clase habían sido difíciles para Draco. No fueron los rumores de un Omega en pleno ciclo, sino sus propias feromonas las que alborotaron a buena parte de los alumnos, naturalmente afectados por una inesperada tentación. Se le obligó a posponer sus últimos exámenes hasta que la situación con su propio cuerpo volviese a la calma, cosa que no ocurrió hasta final de mes. Para mediados de julio, seguía en Durmstrang realizando exámenes y pruebas pendientes. Erik le ofreció pasar el resto del verano en su casa —esto era, la granja de los Bergusson— y Draco no vio motivos para negarse, una parte de él aterrorizada, ¿y si volvía a Inglaterra y tropezaba con Harry? ¿Qué pasaría si le viera? ¿Qué iba a decirle? ¿Volvería a tener un ciclo tan violento?

    Prefiriendo evitar todo esto, aceptó la propuesta, informando luego a sus padres. Lucius y Narcisa habían venido a verle, y acabaron tan espantados por el ambiente, no solo en la granja sino en todo Dombås que regresaron a su mansión de inmediato. El sitio era, sencillamente, aterrador, no podían explicarse cómo Draco podía estar a gusto en un ambiente como este.

    —¡Me gusta este sitio! —Exclamó Sigurd con la taza de café en sus manos, desde la ventana de la cocina se tenía una vista privilegiada del campo, y más de una vaca ya estaba caminando por allí—. ¿Lo oís? Solo se oyen los pájaros y las vacas. Es muy relajante.

    —Exasperante, querrás decir —corrigió Ylva—. No hay nada en este pueblo, ¡nada! Está lleno de viejos.

    —Hay una tienda de antigüedades —dijo Sigurd—. El dueño es muggle y no sabe que tiene objetos malditos a la venta, ¿no le has visto? El pobre piensa que su cojera la causa el clima.

    —Sigurd, me alegro de que te guste tanto un pueblo de viejos, pero yo siento que estoy envejeciendo años con cada minuto que paso aquí.

    —Cómo te gusta exagerar. —Erik entró en la cocina mientras resoplaba, dejó sobre la mesa una cesta llena de verduras—. Hoy las chicas estarán muy contentas —por «las chicas», Erik se refería a las vacas de la granja— les toca acelgas y zanahorias. —Sacó su varita para duplicar las verduras, convirtiéndolas muy pronto en el desayuno de todo el ganado.

    —Pensé que no podías usar la magia en este sitio.

    —Puedo usarla, siempre y cuando las chicas no me vean. Se asustan si ven algo que no pueden comprender, no quiero darles ese disgusto.

    —Por Odín, son vacas, ¿qué más da si se asustan?

    —No digas eso, una vaca asustada no da buena leche. Eso sería fatal para el negocio.

    Agnarr fue el siguiente en entrar, llevaba con él una enorme sonrisa y una caja con botellas de vidrio repletas de leche. Saludó a Erik con un beso rápido, avergonzado al tener visita, y comenzó a escribir en las etiquetas de cada botella la dirección de quien las había comprado. El reparto lo haría luego en bicicleta.

    —¿Cómo está Clotilda? —Preguntó Erik—. Es una de las chicas —les explicó a Sigurd e Ylva, aunque este último no parecía demasiado interesado en el tema—. Le ha salido un absceso en la pezuña, apenas ha podido caminar estos días de lo mucho que le duele.

    —Clotilda está enamorada de Draco —dijo Agnarr—. Si le tiene delante y puede mirarle en todo momento se deja hacer cualquier cosa. He podido limpiar el absceso, recortar la pezuña y limpiarlo todo, ni siquiera se quejó.

    —Esta sí que es buena. —Sigurd rio—. ¿Una vaca enamorada de Draco?

    —Clotilda es muy enamoradiza, también le puso ojitos a su padre, Lucius. Creo que le gustan los rubios ingleses.

    —Rubios ingleses con dinero, esa vaca tiene buen gusto.

    —Estáis todos locos, que lo sepáis.

    Ylva resopló antes de marcharse, buscaría algo de cordura en la habitación de Draco. Había podido crear un espacio entero solo para él, eso sí, lo hizo aparecer todo en plena noche, cuando las vacas dormían, ajenas a la magia. La puerta en el pasillo parecía no llevar a ningún lado, pero siguiendo la línea de los hechizos de las tiendas de acampada embrujadas, se abría a un dormitorio bastante amplio, con una segunda puerta que llevaba a un aseo privado. Justo de aquí salía Draco terminando de peinarse, con el olor del champú todavía fresco.

    —¿Te has cansado de la granja? —Saludó a Ylva con una sonrisa, yendo luego frente a la cómoda para colocarse su collar.

    —Tu habitación es lo único decente en todo el pueblo. —Ylva se sentó a un lado de la cama, gigantesca incluso para alguien de su estatura. Rebuscó bajo la almohada al ver un pedazo de tela verde ahí escondido—. Bonito jersey, ¿lo usas de pijama? —Rio al ver a Draco sonrojarse—. En serio, ¿no preferirías volver a Inglaterra y dormir abrazado a Harry, en lugar de al jersey que te regaló?

    —No, estoy bien aquí —respondió abriendo el primer cajón, se llevó una sorpresa enorme al descubrir lo que había dentro, más bien, quien. Sujetó con cierto cuidado a Sigurd, convertido en un gracioso escarbato con runas en el lomo, y le dejó en el suelo—. Más te vale que no me hayas robado nada.

    Sigurd volvió a su forma humana con tanta rapidez y soltura que solo se podía admirar su gesto. Tenía un anillo entre sus dedos y lo miraba a contraluz cerca de una de las ventanas.

    —Tu familia está obsesionada con las serpientes —dijo lanzándole el anillo a Draco, que no tardó en colocárselo—. Debería ser de oro, vale incluso más que la plata de duende.

    —La plata es mucho más elegante —dijo mirando la pequeña serpiente que ahora decoraba su anular. El anillo había sido el regalo de sus padres por su cumpleaños, solo se lo quitaba al bañarse, incluso al dormir lo seguía llevando.

    —Chicos.

    Draco contuvo las quejas y resoplidos, ya podría ser su habitación, pero nadie tenía la bonita costumbre de llamar a la puerta antes de entrar. Erik entró de lo más tranquilo para reunirse con ellos.

    —Viktor acaba de llegar.

    —¿Lo has oído, Ylva? —Sigurd se acercó a él—. ¡Tu querido Krum está aquí! ¡Corre, que todavía podrás echarle el guante!

    Ylva le lanzó un cojín, pero el golpe no consiguió silenciar las carcajadas de Sigurd. Ya en el jardín trasero, que conectaba lógicamente con los terrenos de la finca, seguía riendo, ignorando el ceño fruncido de Ylva.

    —Agnarr se ha marchado a repartir —dijo Erik sentándose en el silloncito que tenían en el exterior—. Si quieres queso o leche tendrás que hablar con él. Ah, también estamos empezando con yogures, cuajada y mantequilla, ¿te interesa? Podría conseguirte un descuento.

    —Lo pensaré, no he venido por eso. He venido a conocerlo.

    —¿A quién?

    —A ese tal Harry, ¿no está aquí?

    —¿Potter? —A Draco le costaba decir su apellido sin sonreír—. Estará en su casa, ¿qué sé yo? ¿Por qué iba a estar aquí?

    —¿Y por qué no? Es tu parknyttebånd, quería conocerle en persona. Tengo curiosidad.

    —Por última vez, Potter no es mi…-

    —Entendido, entendido. —Ylva le interrumpió—. Krum, ¿solo has venido por eso?

    —No he podido oler a Draco, di por hecho que su ciclo se había calmado porque tenía aquí a su parknyttebånd. —Miró hacia Draco—. ¿Te has calmado sin verle? —Miró hacia los demás, esperando el gesto afirmativo de Erik—. ¿Es acaso posible?

    —¿Por qué todo el mundo se piensa que mi vida gira en torno a Potter? Potter no es mi… Destino, como os empeñáis en llamarlo. —Se negaba a pronunciar «parknyttebånd» y quedar en ridículo, tan concentrado estaba en mantener una imagen del todo digna que no vio la pequeña cúpula mágica que invocó Ylva frente a él y Sigurd, aislándolos, y mucho menos a Krum acercándose a su posición—. No lo es ahora ni lo será nunca. Dejad de una vez esa fantasía, porque no va a ocurrir.

    —Entonces, ¿te enlazarías conmigo?

    —¿Qué? —Pareció darse cuenta ahora de lo cerca que tenía a Krum—. ¿De qué estás hablando?

    —Digo que, si tu Alfa de Hogwarts ha resultado no ser tu Alfa, lo seré yo.

    —No. —Draco sonrió negando con la cabeza—. No lo dices en serio.

    —Lo digo totalmente en serio: quiero que te conviertas en mi Omega —aseguró. Le sacaba casi un palmo en altura, así que se inclinó para apoyar la frente contra la suya—. ¿Qué te lo impide? Conoces mis orígenes y, como los tuyos, son puros, tanto mi sangre como mi condición de Alfa. —Le sintió temblar frente a él, y si no retrocedía era porque su espalda ya estaba apoyada contra la pared de la casa—. Aquí y ahora, Draco, sé mío.

    Le hizo separarse un sonido de lo más característico. De pie, cerca todavía del silloncito, estaba Erik vomitando lo que había sido su desayuno. Las feromonas de cualquier Alfa que no fuera Agnarr, con quien estaba vinculado, tenían este efecto en su cuerpo, y lo que debía seducirle e incluso aturdirle, le provocaba unas fuertes arcadas. La reacción en Ylva y Sigurd fue totalmente distinta, por más que quisieran acercarse a Erik y ayudarle a incorporarse o, por lo menos, ofrecerle un poco de agua, no podían salir de la cúpula aislante. Incluso dentro de ella tenían problemas para controlar la sacudida de sus cuerpos, Ylva prefirió desaparecer con un chasquido de dedos, siguiéndole Sigurd poco después.

    Krum se alejó y puso algo de distancia mientras él mismo se calmaba. Tardaría todavía un poco en reducir la presencia de sus feromonas, hasta su olor había cambiado, debía asegurarse de que no quedaba nada de esto antes de poder acercarse. No quería que Erik volviera a vomitar por su culpa.

    —¿Me vas a explicar qué ha pasado? —Preguntó Draco caminando hacia Erik—. ¿Qué ha sido todo esto?

    —La prueba de que el parknyttebånd, tu parknyttebånd, existe —le dijo con una sonrisa—. Cualquier Omega reaccionaría a las feromonas de Viktor, ya viste a Sigurd y a Ylva, ¿no? Un Omega que ya tiene a su Alfa… Bien, mírame. Me arde la garganta del ácido. —Suspiró mientras se sentaba—. Pero, un Omega predestinado a su Alfa ignora a los demás, incluso sin mordisco de por medio, solo desea a su parknyttebånd.

    Krum consiguió reunirse con ellos después de unos minutos, ofreciéndole a Erik una taza de café. Aliviado al ver que volvía a tener color en las mejillas, no parecía con ganas de vomitar.

    —Es la primera vez que me esfuerzo tanto para que alguien me rechace, no sé si me gusta la sensación. —Rio un poco—. El parknyttebånd es increíble. Saber que existe un vínculo tan poderoso ahí fuera… Es verdaderamente asombroso. —Suspiró—. Draco, vincularse contigo es ir a una guerra que ya se sabe perdida.

    —¿Qué guerra? ¿De qué estás…-?

    —Tu corazón no está aquí con nosotros —le interrumpió Erik—. Tu corazón sigue en Hogwarts.

    —Si mi corazón estuviera en Hogwarts yo ya estaría muerto.

    —Sabes que no me refiero al sentido literal.

    —Es un corazón, Erik, no hace otra cosa que bombear la sangre.

    Se negaba a seguir escuchando historias del destino y, ahora, también corazones. Se despidió antes de volver a su dormitorio.

    —Es el Omega más terco que he conocido nunca —confesó Krum, con Erik asintiendo al lado.

    *



    Agosto era un mes especialmente tranquilo en Dombås, los pocos vecinos que se quedaban en el pueblo en verano y no se iban de vacaciones a sitios más cálidos hacían poca cosa. Parecía que todo el pueblo se contagiaba de un aire perezoso, y solo los más trabajadores conseguían sacudirse y hacer algo más que mirar el paisaje durante todo el día. Agnarr, como casi cualquier granjero, formaba parte del último grupo, y apenas salía el sol ya se le podía ver entre vacas y botellas de leche. Erik le ayudaba entre bostezos.

    Draco despertó con los chillidos de Hedwig tras su ventana, no le quedó más remedio que salir de la cama, despedirse de su mundo de sueños y dejar entrar a la lechuza con una nueva carta entre sus garras. Hedwig había acabado haciendo buenas migas con Glauco, compartiendo agua y comida, hasta los soportes de madera para descansar tras un largo vuelo. Era una imagen entrañable, la de Hedwig acurrucándose cerca de un todavía dormido Glauco.

    Después de asearse un poco y convocar sobre su escritorio una taza de té de manzana y canela, se sentó a leer con más calma. Se había acostumbrado a las líneas desorganizadas y tachones en las cartas de Harry, hasta las leía con una sonrisa. Harry le describía cómo había sido su fiesta de cumpleaños y, Draco no pudo creerlo: «es una pena que no hayas podido venir, lo habrías pasado muy bien».

    Draco bufó, ¿qué se le había perdido a él en el cumpleaños de Harry? Ni siquiera le caían bien el resto de los invitados, ¿de qué iba a hablar con Ron o Hermione? ¿Qué le diría a Luna? ¿A Neville? ¿A Ginny? No tenía absolutamente nada que compartir con ellos, ¿qué les iba a decir? ¿Que en Noruega se empeñaban a llamar a Harry su «Destino»? ¿Que dormía abrazando el jersey que le había tejido?

    Se escuchó a sí mismo maldecir antes de seguir leyendo.

    «Ron no lo admitirá nunca, pero te agradece mucho que le hayas conseguido el autógrafo de Krum. Duerme con su foto bajo la almohada para que nadie se la robe. Creo que este año podré convencerle para que venga al equipo, necesitamos a un nuevo guardián ahora que Wood se ha ido. ¿Te he dicho que voy a ser el capitán? ¡Voy a ser el capitán de Gryffindor!». —Se obligó a no sonreír. Dio un par de sorbos al té y continuó con la lectura—. «Sinceramente, no esperaba que me regalases nada por mi cumpleaños. Gracias. Lo colgué en mi escoba, así estará siempre conmigo».

    Draco entonces se imaginó la escena de Harry la mañana del día de su cumpleaños, recibiendo a Glauco en La Casa de los Gritos, abriendo el paquete que trajo para encontrar dentro un pequeño ciervo tallado en madera. Draco no era ningún experto en tallas, pero podía sentirse orgulloso de su trabajo, sobre la superficie de madera el ciervo llevaba escrito «Potter». Se alegró de haber hecho un buen trabajo con el adorno, pues el ciervo estaría a partir de ahora decorando la escoba de Harry en cada partido y entrenamiento, a la vista de todo el mundo. Este adorno confirmaría que Draco Malfoy mantenía el contacto con Harry Potter.

    Pensándolo mejor, ¿qué había hecho?

    —¡Buenos días! ¿Estás despierto? —Erik entró en el dormitorio sin haber llamado a la puerta, no tenía esa costumbre. Le divirtió el salto de Draco en su escritorio, le había asustado—. Ah, ¿una carta de Harry? ¿Buenas noticias? Sí, deben serlo, estás sonriendo. ¿Le gustó el regalo? ¡Qué bueno!

    —No tendría que haberle enviado nada. Potter y yo no somos amigos, no somos compañeros, ¡no somos nada!

    —Sois algo más que todo eso; sois el parknyttebånd del otro.

    —No, no empieces otra vez con eso, no estoy de humor. —Caminó hacia la cama y se dejó caer en ella con un suspiro. Un gesto de lo más dramático—. ¿Por qué tiene que ser Potter? Con Krum todo sería más fácil.

    —Dudo mucho que Viktor te haga sonreír como lo hace Harry —le dijo Erik—. Por no hablar del ciclo, si buscabas una prueba más física y evidente. Ya lo sufriste en Hogwarts, ¿no? Sabes de lo que hablo.

    —Me fui de Hogwarts para evitar todo esto. No puede ser Potter, no puedo estar enamorado de él —repitió sintiendo cómo de rápido se sonrojaba—. Mis padres nunca le van a aceptar.

    —¿Y eso qué más da? Le tienes que querer tú, no tus padres.

    —No, no me estás entendiendo. No puedo defraudar a mis padres.

    —Los Dahl también son una familia importante en Noruega, y no me importó dejarles. Soy mucho más feliz siendo un Bergusson.

    —No me gusta nada lo que estás insinuando —dijo de lo más serio—. Yo no voy a dejar de ser un Malfoy; eso nunca. Y me da igual lo que diga tu «Destino» al respecto.

    —Puedes seguir siendo un Malfoy y, a la vez, permitirte aceptar tu parknyttebånd. No veo cómo una cosa pueda excluir a la otra.

    Draco resopló poniéndose en pie.

    —¿A dónde vas?

    —Hoy desayunaré fuera. Y buscaré un sitio donde pasar el resto del mes.

    —Aquí no nos molestas, Draco.

    —Estoy abusando de vuestra amabilidad, y cualquier pareja necesita intimidad, ¿no?

    Erik le dedicó una mueca al despedirse.

    *



    La figura de Severus Snape llamaba considerablemente la atención en un pueblito como Dombås. Muchos le creyeron un cuervo haciéndose pasar por hombre, y los pocos vecinos con los que se había cruzado por la calle se llevaban las manos a los bolsillos, queriendo evitar que el hombre-cuervo les robara sus monedas en un descuido.

    Draco no tuvo demasiados problemas para encontrarle, Snape era el único cliente en el bar, y el dueño del local evitaba mirarle demasiado. Incluso le servía apartando la mirada y alegando estar ocupadísimo tras la barra.

    —Estás pasando tus vacaciones en un lugar de lo más extraño —le dijo Snape frotándose las manos enguantadas sobre la mesa. No entendía tanto frío en pleno agosto—. ¿Por qué no has vuelto a casa? Tus padres están muy preocupados.

    —Y por eso te han pedido que vengas a vigilarme. —Draco suspiró al sentarse—. Estoy bien, Severus, no me pasa nada.

    Snape sacó un libro de su bolsa, había tenido la consideración de no hacerlo aparecer con magia (después de todo, Dombås era un pueblo de muggles). Lo dejó en la mesa y comenzó a leer.

    —Hablaremos solo cuando decidas contarme la verdad —dijo pasando la primera página—. Hasta entonces, prefiero invertir mi tiempo en algo más interesante.

    Compartieron cierto silencio incómodo, interrumpido solo por el dueño del bar al servirle el té y un par de tostadas a Draco, regresando muy deprisa a la barra al considerarla su zona segura. Draco no estaba acostumbrado a que se le ignorara de esta forma, acabó carraspeando para llamar la atención.

    —Está bien, quizá sí me pasa algo —admitió a regañadientes.

    —Algo que, sin ninguna duda. —Snape cerró el libro para poder mirarle directamente a los ojos—. Tiene que ver con la carta que recibió Lupin hace unos meses, donde preguntabas por cierto alumno de Gryffindor, ¿me equivoco? Ya, lo suponía. —Resopló—. ¿Qué es esta vez, Draco? ¿Qué pasa?

    —¿Te suena de algo el «parknyttebånd»? Es una palabra noruega, significa algo así como una pareja predestinada: una pareja, un Alfa, que ha elegido el mismo Destino para mí, según me han explicado.

    —Así que, ¿estás destinado a vincularte con el joven Potter?

    —No lo sé, parece que todo el mundo lo ve muy claro, pero… No, no puede ser él.

    —Déjame decirte que sí puede ser, los Potter tienen esa mala costumbre de meterse donde nadie les llama.

    —¿Lo dices por Harry? —No quiso hacerlo, pero se preocupó, ¿y si se había metido en líos? ¿Y si tenía problemas?

    —Lo digo por James.

    El ambiente quedó muy cargado de repente, y Draco se preparó para tener una conversación seria y profunda «entre dos adultos». Eran ventajas, suponía, de poder referirse a su antiguo profesor por su nombre y no por el apellido.
     
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