39.º Reto Literario "Disastrous Date" – Alice In Borderland,(Love Game), [ChishiyaxArisu].

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    Jugar se había convertido más que en una rutina. Era como una segunda realidad alternativa donde, si te equivocabas, tenías la oportunidad de empezar de nuevo. El juego se rebobinaba, las vidas se recuperaban, los errores se reseteaban.

    En los videojuegos gozabas de una gran variedad de posibilidades. Tu elegías el escenario, la partida, el personaje, las armas, la ruta y las vertientes de las mismas.

    Dentro de los juegos, el margen límite de fallos de la vida real se desdibujaba. Habían reglas y todo estaba estipulado. No existía el azar, el destino, ni ninguna de esas tonterías de las que solía jactarse la gente. Si moría, siempre podía reiniciar la partida. En cambio, en el mundo real ¿Qué o quién podía señalar un camino a seguir sin resultados lamentables?

    Allí no podías comenzar de nuevo. Si errabas, tu fallo se veía reflejado en tu propio futuro y el de otros tantos.

    Arisu Ryohei ya ni siquiera recordaba en qué momento comenzó a interesarse más y más en aquellos juegos virtuales. Partidas en línea, juegos en solitario o comandados por bots. En realidad no importaba. Lo que le gustaba era estudiar al resto de jugadores e idear sus propias estratagemas en pos de salir victorioso.

    El riesgo, la adrenalina, el trabajo en equipo, la dificultad yendo en aumento con cada nuevo nivel.

    Racionalidad, logística, estadística, probabilidad, dificultad, género.

    Jugar era adictivo, emocionante y revitalizante. Le proporcionaba un motivo y algo en lo que centrarse.

    Todo ello, en conjunto, lo hacía sentir tan bien y tan vivo.

    Podía abstraerse horas enteras mientras la luz del monitor irradiaba a través de sus oscuras pupilas, sin que él se enterara de nada más allá de lo que veía.

    Iniciar. Avanzar. Seguir las reglas. Vencer obstáculos. Ganar.

    Arriba, abajo, seleccionar, AB, izquierda, derecha.

    Para cuando Arisu finalizó la partida su padre ya había vuelto de la oficina. La puerta de su habitación fue azotada y Arisu, mediando un inseguro titubeo de desconcierto, apagó la consola y se quitó el casco de los audífonos.

    –Es increíble. Perdiste otra entrevista de trabajo– rumió su padre, restregandose el cabello al verle nuevamente ahí. Porque si, Arisu había estado jugando desde el despuntar del alba y ahora, al dirigir una fútil mirada a las persianas junto a la cama, pudo advertir que había oscurecido.

    –Yo...lo...– empezó a decir, pero calló cuando su padre se llevó el índice a los labios. Su semblante estaba teñido de una honda indignación tras presenciar un nuevo fracaso.

    –No te esfuerzas lo suficiente, Arisu. Todo lo que haces es jugar. Estás desperdiciando tu vida.

    Arisu apenas tuvo tiempo de cerrar los ojos cuando la puerta de su dormitorio fue azotada con ira.

    La frustración empezó a gobernar cada una de sus articulaciones. Se levantó para estirarse y vio la hora parpadear en el reloj digital sobre la cabecera de su cama.

    Las siete menos cuarto.

    El mundo real era tan aburrido, tan simple y desprovisto de emoción. Allí no tenía a donde ir, ni tampoco en donde estar.

    Pero cuando Arisu jugaba, perdía la noción de todo. De su alrededor, del tiempo, a veces incluso de sí mismo. Y eso era, en definitiva, lo mejor de todo.

    **

    Había acordado reunirse en la terraza del edificio del instituto con sus amigos.

    Karube y Tatta ya lo esperaban apoyados de espaldas al barandal de concreto.

    –¿Y bien?– preguntó Tatta crispando un gesto de expectación que fue secundado por Karube.

    Arisu se alzó de hombros, se rascó el costado del cuello y fue a recargarse en el muro.

    –No fui a la entrevista. Yo...me olvidé– confesó entre incómodo y apenado. Era la segunda del mes que dejaba pasar. Quería convencerse de que no lo hacía intencionalmente, pero ¿Qué otro incentivo tenía?

    ¿Ganar dinero?

    ¿Acoplarse al mundo laboral?

    ¿Obedecer los deseos de su padre?

    Era tan monótono todo que Arisu solo quería sumergirse en los juegos de video hasta no pensar más en lo que le aquejaba actualmente.

    Tenía miedo. El miedo era lo que estaba siempre en el fondo. Un temor subyacente pero palpable.

    –Bueno, ya habrá otra oportunidad– lo animó Karube con cierta cautela, dándole una palmada en el hombro. Tatta asintió efusivamente mientras se quitaba la gorra y la lanzaba al aire para luego atraparla.

    –Tu papá es un amargado, Arisu. Que no te afecte lo que diga. Tienes mucho tiempo para encontrar algo que te guste.

    "Tiempo"

    Alicaído y con el músculo de la mejilla temblandole, Arisu blandió media sonrisa que aparentaba conformidad y se inclinó para echar un vistazo al vacío, donde se apreciaban pocas personas andando por la calle y unos dos peatones en el puente que cruzaba la avenida. Recordó al instante el final del juego del fugitivo, donde el tiempo era parte clave para la supervivencia. 50 minutos y debía estar en la línea de meta o moriría.

    Si aplicara la misma regla en el mundo real, ¿Cuántas posibilidades había de que saliera victorioso?

    –Seguramente ninguna– murmuró compungido por lo bajo, retrocediendo poco a poco.

    Notó que Karube y Tatta lo observaban preocupados.

    Intentó sonreír. De pronto era más difícil hacerlo.

    –Nos veremos otro día– se despidió alzando el brazo.

    "Igual que todos los días.

    Lo mismo de siempre."

    Meditó sintiéndose apabullado.

    **

    Que su padre cediera con el tema de la entrevista de trabajo no podía augurar nada bueno. Aún así Arisu se las apañó para no pensar en ello. Evadiendose como solía hacer, adentrándose en la red de juegos que tan bien conocía y quería.

    Era lo único que podía hacer.

    No. De hecho, era lo mejor que sabía hacer.

    Cada persona buscaba un significado a su vida, pero ¿Cuál era el de Arisu?

    Nunca le había apasionado nada. Se sentía constantemente atrapado, encadenado en sus propias tierras fronterizas de la indecisión y el miedo acerrimo a un inminente fracaso.

    No podía ganar en el mundo real, pero si en uno de fantasía. Una y otra vez, sin importar las rémoras o los rivales. Solo en los juegos podía pasar de la incertidumbre a la resiliencia.

    Apuntar, recargar, disparar.

    Caminar, elegir, avanzar.

    Trepar, recolectar objetos, matar al enemigo.

    Trazar, saltar, girar, repetir.

    Oprimió los botones del mando vez tras vez, hasta que los dedos se le entumecieron y tuvo que hacer una pausa para beber agua.

    Su padre había estado muy callado los últimos días en que Arisu había procurado estar presente durante la cena. Sólo unos minutos. Picoteaba la comida, movía sistemáticamente sus dedos bajo la mesa, rememorando anteriores jugadas, emulando una partida mental hasta que su padre se retiraba de la mesa. Entonces Arisu lo imitaba. Lavaba los platos y volvía a su refugio emocional y mental: los videojuegos.

    Las partidas en solitario se le daban la mar de bien. Sin embargo, cuando recibió una invitación para unirse a un juego de binas, no pudo rechazarla.

    Su compañero, el rey de corazones, no solamente superó las expectativas iniciales de Arisu al ayudarle a eliminar al resto de jugadores, sino que le ayudó a subir rápidamente de posiciones.

    Rondas completadas, Trampas evadidas. Apuestas superadas. Trucos dominados.

    Puntos en aumento y la adrenalina al tope. La sentía trepar en la piel, hormiguearle en el pecho y vibrarle en los labios.

    Aquel jugador era diferente a todos cuantos habían participado en anteriores partidas con Arisu. Sus tácticas estaban muy bien ideadas, pero aun así presentaban fallas esporádicas que pretendían hacer partícipe directo a Arisu, permitiendoles a ambos superar cada partida con ayuda del contrario.

    En suma, hacían un dúo bastante bueno.

    Con cada día, la dificultad de los juegos iba en aumento. Y Arisu, que se había ido desconectando día a día de su rutina real, se interesó por primera vez en aquel que parecía compartir un gusto en común.

    "¿Cómo te llamas?"

    Escribió un día en el chat tras finalizada la partida virtual.

    Arisu contuvo el aliento ante los puntos suspensivos que anunciaban una próxima respuesta. Pero su ánimo se desinfló ante la corta evasiva.

    "¿Eso importa?"

    Desanimado, Arisu dejó el mando junto al monitor.

    –Supongo que no– musitó para sí mismo antes de irse a la cama.

    De entre su repertorio de juegos, el favorito de Arisu era el de Borderland. En parte por el grado de dificultad aparentemente aleatorio distribuido a lo largo de las rondas, pero también debido a que le permitía explorar a detalle al resto de los jugadores en base a sus elecciones durante cada partida.

    Había equipos que solo se preocupaban por sobrevivir, pero no hacían ningún esfuerzo por seguir avanzando. Estaban en un punto muerto. Como Arisu en la actualidad.

    Había ideado, en base a la complejidad de cada juego, una red de estrategias a seguir para mantener con vida a su equipo.

    La peor parte de los juegos, se dio cuenta Arisu más tarde, no era perder la vida, sino perder a sus camaradas.

    Los juegos podían resultar tan realistas a veces.

    –Arisu– lo llamó su padre con aspereza.

    Arisu parpadeó y al siguiente segundo se descubrió a sí mismo sosteniendo el cartón de jugo de naranja junto a la nevera. Su padre lo miraba reprobatoriamente desde el extremo opuesto del comedor. A juzgar por su expresión parecía llevar varios segundos (¿O minutos?) observándolo.

    Desconcertado, Arisu dejó despacio el jugo sobre la mesa. A menudo le sucedían aquellos percances, intervalos vacíos de tiempo donde se encontraba haciendo una cosa diferente a la que recordaba con anterioridad. Un minuto estaba jugando con la consola y al siguiente se encontraba en otra parte de la casa.

    Como a todo lo demás en su vida, Arisu decidió no darle importancia. Esa sensación de irrealidad lo acompañaba todo el tiempo. No solo cuando jugaba, sino a cada minuto de su existencia. Era como si su cuerpo no se decidiera a qué realidad pertenecer.

    Ligeramente consternado, Arisu ya se había dado la vuelta para alejarse a su habitación cuando su padre le bloqueó el camino. Desde el divorcio apenas si hablaban. Arisu había optado por quedarse con él por el simple hecho de que no quería volver a instalarse en otro punto de la ciudad. Aquello implicaría también perder a sus amistades. Pero probablemente era todo. La relación con su padre nunca había ido del todo bien.

    –Iré a ducharme– intentó infructuosamente pasar. Su padre señaló hacia el vitral de la encimera, pero Arisu no quiso voltear. Sabía lo que su padre estaba viendo en su rostro.

    –¿Hace cuanto que no duermes, Arisu?

    –Lo haré ahora– replicó en lugar de contestar. Ya había dado tres, cuatro pasos, cuando sintió la presencia del hombre a sus espaldas. Entonces Arisu cedió con su idea de alejarse, se sostuvo del barandal, dio media vuelta y miró con fijeza el rostro severo tan similar al suyo.

    –Mañana viene el gerente de la compañía a cenar.

    –Genial– trató de no sonar irónico o cortante, pero ciertamente que le daba lo mismo.

    Su padre suspiró con pesar ante aquella actitud reticente que tan bien conocía.

    –También vendrá su hijo. Le conté un poco sobre ti y quiere que se conozcan y tal vez se hagan amigos.

    Arisu asintió mecánicamente. Era extraño que, desde la partida de su madre, está fuera una de las conversaciones más largas entre ellos. Se preguntó si su padre no se habría arrepentido de contarle al gerente sobre su existencia al notar un atisbo de preocupación en sus ojos. Seguramente su padre no había siquiera escatimado en la mínima posibilidad de que su jefe sugiriera una reunión como esa.

    –Esta bien.

    Aquello debería terminar ahí, pero su padre no se movió un ápice.

    –Le he dicho que eres recepcionista en el hotel de junto...solo no hables durante la cena. Responde lo que se te pregunte, ya me haré cargo del resto.

    Intranquilo, Arisu pasó un trago amargo. Las relaciones cimentadas en mentiras nunca prometían nada bueno. Pero qué esperaba. No podía decepcionar o avergonzar a su padre, porque no era lo que se esperaba de él.

    "Solo es una cena" se dijo súbitamente al seguir de largo el tramo de escaleras faltante.

    **


    Iba a ser un día atareado y fastidioso para Arisu. Había tenido que cancelar con sus amigos y su padre le había dejado algo de efectivo para que se hiciera cargo de tener todo listo para la cena.

    Arisu no había podido dormir en toda la noche. Había decidido quedarse jugando una partida tras otra en múltiples juegos de supervivencia en su patético afán de lidiar con el estrés que la situación le generaba.

    Tener visitas ya era bastante problemático, pero encima se trataba del jefe de su padre, lo cual, solo empeoraba las cosas.

    Lentamente el crepúsculo tras la ventana se fue tiñendo del suave naranja del ocaso.

    "Fin del juego"

    Arisu soltó el mando y se giró sobre la silla para ver el despuntar del alba en su pleno cenit.

    Fue a tomar el desayuno. Hojuelas de maíz con leche.

    Adherida a la nevera había una larga nota escrita por su padre. Arisu solo se molestó en leer los primeros encargos del día. Al parecer tendría que hacer las compras para la cena, recoger los trajes de la lavandería, hacer la limpieza de la casa y estar presentable para las ocho.

    El tedio y las responsabilidades iban al por mayor. Y Arisu se sentía demasiado cansado para iniciar, así que optó por tomar una leve siesta antes de comenzar con sus actividades del día.

    Fue a su habitación a acostarse y en menos de dos minutos ya estaba dormido.

    En su subconsciente desfilaron escenas de lo más rocambolescas relacionadas a cada juego en que había participado.

    El mundo virtual y el real se habían mezclado en una extraña distopía de supervivencia.

    Desde cartas y piezas gigantes, hasta juegos de destreza y habilidad física.

    Ciudades condenadas, torturas del medioevo, interminables masacres, violentos asesinatos en masa y putrefactos cadáveres por doquier.

    Arisu despertó intempestivamente en el momento que se creyó cayendo desde un globo aerostático suspendido a seis mil pies de altura.

    Un escalofrío le recorrió la columna al ver el número siete exhibido en el despertador.

    –Oh no. No, no, no...¡Maldición!

    Salió de un salto de la cama. El cuarto estaba tenuemente iluminado por la fría y azulada luz de luna que asomaba por los intersticios de la ventana.

    Aun tratando de espabilar, tomó la canastilla de ropa sucia del pasillo en el cuarto de lavado.

    Ya no había tiempo para colocar otro ciclo en la lavandería.

    A toda prisa Arisu introdujo una a una las prendas en la lavadora, vertió dos tapas con jabón líquido y posicionó la manguera en el interior.

    –Bien– respiró agitado y corrió de vuelta al comedor para buscar la guía telefónica.

    Tampoco había tiempo para hacer las compras, y mucho menos de preparar una cena medianamente decente. Su padre estaría realmente decepcionado si no hacía algo para solucionarlo.

    "Estas desperdiciando tu vida con esos tontos juegos, Arisu"

    Sacudió la cabeza y marcó el número de la comida cantonesa que tanto gustaba a Karube. Ordenó a su domicilio cuatro platillos diferentes del menú previamente articulado por la operadora y tras cortar la llamada fue a lavar los platos sucios.

    Aún no iba a la mitad de la nueva encomienda cuando se interrumpió abruptamente para correr al cuarto de lavado.

    –Esto no puede estar ocurriendo ahora– refunfuñó al ver el enorme y creciente charco de agua bajo la lavadora.

    De inmediato cerró el grifo y se sostuvo los rebeldes mechones oscuros de cabello al ver el estropicio.

    Miró su reloj de pulsera y la ansiedad se disparó aún más.

    Tenía solo media hora para tener todo listo.
    **

    A pesar de haber fregado y refregado los pisos en tiempo récord, Arisu no quedó conforme con el resultado. La casa estaba limpia, si, pero seguía pareciendo deslucida.

    ¿Siempre había sido así?

    Últimamente pasaba tanto tiempo en su habitación que, no reparaba en ese tipo de detalles. Quizá debió decorar desde mucho antes, pero ya no había tiempo para lamentarse.

    La comida cantonesa llegó ocho minutos antes de la hora acordada para la cena.

    Arisu se apresuró a servir los platos y cubiertos, después fue a su dormitorio a buscar alguna muda apropiada para la ocasión, pero no encontró ninguna. El único frac que conservaba era uno beige que se había teñido de rosa por culpa de un calcetín rojo que Arisu se olvidó de separar. Ahora la chaqueta del traje lucía de un rosa pálido.

    De no haber tomado aquella siesta habría podido llegar a tiempo por la ropa. Además, su padre le había advertido estrictamente que no usará ninguna de sus holgadas playeras o ropa casual.

    "Esto va a ser un desastre" pensó apoyando su frente contra la puerta del armario.

    Ojalá todo terminará pronto. Que los invitados se fueran rápido y el jefe de su padre no tuviera una impresión tan pésima de ellos. De lo contrario Arisu estaría castigado de por vida...en el mejor de los casos.

    **

    Cuando su padre atravesó el umbral, Arisu ya le esperaba de pie en el comedor. Se rascó el empeine tras su tobillo y trató de aplacar los nervios al ver al hombre trajeado que entraba junto a su progenitor. Un par de metros más atrás se aproximaba un enigmático y apuesto joven de rubios cabellos y mirada confiada y arrogante.

    –Bu-Buenas noches– balbuceó Arisu, haciendo una reverencia al verlos entrar a la penúltima sección de la estancia.

    –Linda chaqueta– elogió el rubio izando una de sus comisuras en lo que Arisu creyó una evidente burla. Y no era para menos. Una chaqueta rosa no era precisamente una prenda elegante.

    Una ola de calor le cosquilleó la cara. Mucho más al percibir el gesto reprobatorio de su padre, quien, evidentemente molesto, se llevó los dedos al puente de la nariz.

    –Ya sirvo la cena– se excusó Arisu yendo hacia la barra para servir un poco de ración en cada plato.

    –Tienes un hijo encantador– comentó el jefe de su padre al tener el apetitoso plato delante suyo.

    –Arisu es...bueno, tiene lo suyo.

    El comentario escueto y poco significativo de su padre dolió como un latigazo en pleno estómago. Afligido Arisu terminó de colocar el resto de los platos y fue a tomar asiento, pero antes de lograr su cometido el chico rubio carraspeó.

    –Me parece que no nos han presentado.

    Alentado por el codazo de su padre, Arisu se acercó al asiento del muchacho rubio y le estrechó la mano.

    –Soy Arisu– se presentó, sintiéndose incómodo bajo la soberbia y escrutadora mirada que parecía leer a través de él.

    –Chishiya– pronunció el muchacho dando un firme apretón que provocó una mueca de dolor en Arisu. Si que era fuerte.

    –Shuntaro Nagato– dijo el jefe de su padre tendiendole la mano. Arisu la aceptó y enseguida se reunió con su padre en la mesa.

    Fue Chishiya el primero en tomar un bocado de brocoli. Su expresión reflexiva le dio a entender a Arisu que estaba analizando algo, pero ¿Qué cosa?

    Su padre enrolló los fideos en el tenedor y se saboreó el primer bocado.

    –Nada como un buen plato de comida casera, ¿A qué si, Nagato?

    El susodicho le dio la razón al dar cuenta del arroz.

    –¿Tienen vaporera?– preguntó Chishiya con presunta inocencia. Arisu tensó las manos sobre el mantel. Lo había pillado. Había descubierto el embuste.

    –Yo...– quiso justificarse, pero no hizo falta pues Chishiya le sonrió con complicidad.

    –Es verdad– gesticuló con clara sorna–. Nada como la comida casera.

    En su fuero interno Arisu rogó que su padre no advirtiera la ironía implícita tras aquellas palabras.

    La situación marchó relativamente bien. El señor Shuntaro había empezado a abordar el tema de las finanzas y la bolsa de valores, tópicos de sobra conocidos por el señor Ryohei y esporadicamente comentados por Chishiya.

    Solo Arisu decidió mantenerse al margen en todo momento. Escuchaba, pero era poco lo que entendía, así que se abstenía de participar en la plática.

    De vez en cuando miraba a Chishiya con disimulo, perdiéndose sin pretenderlo en aquellos fríos ojos de pestañas tupidas, en su actitud reservada y su flématica elocuencia al expresarse.

    Pese a ello Arisu ansiaba que la cena acabara pronto para volver a sumergirse en su lugar seguro: Los videojuegos.

    –¿Entonces estás cursando la carrera de médico cirujano, Chishiya?– cuestionó el padre de Arisu tras un momentáneo silencio.

    Arisu siguió atento el semblante circunspecto del aludido. Desde su llegada la resolución en la mirada de Chishiya parecía fluctuar entre el aburrimiento y el desinterés. Arisu no distinguía emoción alguna en el muchacho, y aquello lo alteraba.

    ¿Cómo era capaz de dominarse en todo momento?

    ¿Acaso no tenía emociones?

    –En efecto– respondió Chishiya en voz baja–. Solo me faltan veinte créditos. Creo que los conseguiré en el próximo examen.

    "Presumido"

    Arisu rodó los ojos y tamborileó los dedos sobre sus muslos. Bastó ese movimiento para volverse el blanco visual de Chishiya.

    –Ah, es verdad– comentó el joven rubio–. Iba a preguntar qué carrera escogería Arisu, pero mi padre mencionó que trabaja de recepcionista en un hotel. Qué gran logro. Deberíamos brindar por Arisu.

    En una fracción de segundo Arisu sintió que los colores le subían al rostro. Fuera por la vergüenza o los nervios. Chishiya había dado nuevamente en el clavo al evidenciar otra de sus tantas mentiras. A ese tipo no se le escapaba nada.

    –Que buena idea, Chishiya– tosió el padre de Arisu, incómodo–. Anda hijo, ve a buscar una buena botella de vino de la bodega.

    A duras penas Arisu hizo lo que se le pedía. Tomó la primera botella al alcance y se hizo con algunas copas de la alacena.

    Si Chishiya o el señor Shuntaro empezaban a cuestionarlo sobre su "empleo" estaba acabado. No saldría de esa con una burda mentira, estaba seguro de ello.

    Turbado sirvió la primera copa al señor Nagato. La segunda la entregó a su padre. Estaba vertiendo el líquido adulterado en la tercera cuando sintió el suave roce de la mano de Chishiya sobre sus dedos.

    El corazón le latió desbocado, se le resbaló la botella y la copa rodó sobre el mantel.

    –¡Arisu!– exclamó su padre, escandalizado al ver el desastre. Arisu había derramado la copa en el regazo de Chishiya, quien se levantó despacio de su asiento.

    –¡Lo...siento!– se disculpó Arisu con la cabeza gacha. Sentía las piernas flojas y se había puesto lívido.

    El señor Nagato no le dio importancia, pero el padre de Arisu estaba escolarizado.

    –¡No te quedes ahí parado!– lo reprendió–. ¡Ve y dale una toalla! Prestale otros pantalones.

    Fuertemente azorado, Arisu asintió deprisa. Se volvió hacia Chishiya y pasó saliva.

    –Sígueme– murmuró dirigiéndose hacia el rellano.

    Llegaron a la segunda planta. Arisu abrió la puerta de su habitación y encendió las luces antes de hacerse a un lado.

    Cogió aire al señalar el armario.

    –Toma lo que quieras.

    Lo siguiente era salir, pero al recordar las múltiples afrentas durante la cena, se devolvió sobre sus pasos, cerró la puerta y se quedó viendo fijamente al intruso.

    –¿Qué pretendías al querer delatarme?– exigió saber.

    Totalmente indiferente por la increpación, Chishiya empezó a pasar los ganchos de la ropa uno por uno, inspeccionando las prendas a detalle en busca de algo adecuado.

    –En realidad...nada– suspiró y retrocedió un paso para encarar a Arisu–. No eres bueno mintiendo y si hubiera querido desbaratar tu poco convincente histrionismo, lo habría hecho– sonrió vagamente antes de hacerse con un sencillo pantalón de vestir oscuro.

    Arisu se dio la vuelta con las mejillas arreboladas al oír el ruido de la cremallera al ser bajada.

    –Derramaste una copa de vino en mi entrepierna–dijo Chishiya sosegado–.Y aún así ¿Te apena verme en ropa interior?...¿Acaso eres virgen?

    La certera e hiriente mofa irritó a Arisu, quien puso cara de ofendida sorpresa. Sin embargo, apenado como estaba, no supo cómo contraatacar.

    –Solo pienso que es inapropiado mirar cuando un extraño se está desvistiendo delante mío– aclaró de brazos cruzados–. Además, todo esto fue culpa tuya en primer lugar...¿Por qué me tomaste la mano de la nada?

    –Ah, Eso. Solo estaba viendo las callosidades de tus dedos. Muestra inequívoca de tu vicio a los videojuegos...descuida– añadió Chishiya al subirse los pantalones–. También me gusta jugar. De hecho, quiero retarte a una partida.

    Extrañado Arisu le devolvió la mirada. El brillo que despedían los ojos de Chishiya era como de una tierra distante, de un lugar extraño y místico que Arisu había visitado alguna vez, quizá en los sueños o en los videojuegos.

    –¿Con qué fin?– quiso saber.

    Chishiya tomó los controles junto al televisor y los sopesó con expresión serena.

    –El que pierda hará lo que el otro quiera.

    Arisu contrajo las cejas en señal de desconfianza.

    –¿Y qué es lo que quieres?

    Chishiya dejó los controles sobre la consola, hizo amago de sonreír pero sus labios apenas se crisparon en un gesto que mediaba entre la presunción y la melancolía antes de responder.

    –Una cita– dijo con las manos en los bolsillos y la vista clavada en el tejado.
    **

    Estupefacto, Arisu sostuvo el control aun cuando el resultado inminente fue exhibido en pantalla. Había tratado de asimilar su derrota minutos atrás, cuando se supo sin muchos puntos y sin mayores salidas.

    Había visto ese tipo de jugada antes, pero no lograba recordar bien en ese momento.

    –Pareces sorprendido– comentó Chishiya, impertérrito. Arisu frunció un poco los labios. Estaba perplejo. No acababa de entender cómo Chishiya, que había empezado el juego tomando desiciones como un snob, terminará derrotandolo limpiamente.

    Su estrategia había sido sublime, tanto así que, Arisu no la vio venir.

    Había aceptado jugar con Chishiya solo para demostrarle que, por lo menos en los juegos, no estaba a su nivel.

    Cuan equivocado había estado.

    Su seguridad se fue desvaneciendo como la niebla. Lo único en lo que Arisu se creía bastante bueno eran los videojuegos. Sin embargo había perdido uno de sus preferidos frente a un novato.

    –Lo hiciste bien– lo felicitó, no queriendo parecer mal perdedor. Alargó su mano hacia Chishiya y lo vio curvar el gesto en una pose pensativa.

    –No pareces convencido con el resultado. Juguemos a algo más...¿Qué tal...?

    –¿Por qué quieres tener una cita conmigo?– lo interrumpió bruscamente Arisu, poniéndose a la defensiva. No le encontraba ningún sentido a tan directa propuesta.

    –No eres como los demás. Hay algo en ti que me hace pensar que podrías entenderme– repuso Chishiya en tono de tedio.

    Arisu esperó que agregara algo más, pero Chishiya se mostró reacio a continuar, como si no valiera la pena explicar algo por demás obvio.
    **

    No era tanto el resultado de la partida, sino el hecho en sí de haber perdido por segunda ocasión, lo que más abrumaba a Arisu. Estaba tan acostumbrado a ganar, que le costaba aceptar la derrota.

    Y cuando Chishiya le propuso la revancha, no fue capaz de negarse.

    Los juegos de supervivencia eran los predilectos de Arisu. Mantener vivo a su equipo, acumular la mayor cantidad de puntos, reunir objetos de valor y vencer al jefe final. No obstante al haber resultado perdedor Arisu decidió dejar que Chishiya eligiera la segunda contienda. Estaba seguro de que elegiría un uno a uno, pero lo que no esperó Arisu fue verlo apagar la consola.

    –¿Qué haces?

    –Busco.

    Y en efecto, Chishiya caminaba por el cuarto mirando inexpresivo en derredor. Pasó frente al estante de juegos y acarició los diferentes empaques hasta llegar a una simple caja que contenía algunos juegos de mesa.

    –¿Póker?– se extrañó Arisu al ver el mazo de cartas en la mano derecha de Chishiya.

    –Póker– convino este con media sonrisa de autosuficiencia.
    **

    El juego estaba resultando bastante reñido. Iban casi a la par. Acababan de recibir dos cartas cada uno boca abajo. Debían combinarlas con cinco cartas comunitarias.

    Arisu estaba aún indeciso en la ronda de apuestas. No se estaba concentrando como debería por pensar en qué cartas tendría Chishiya.

    En el póker había que estudiar las cartas, sopesar las probabilidades y luego predecir los resultados.

    ¿Era correcto arriesgarse o debía esperar otro poco?

    Las cartas ciegas estaban en el centro y fue el turno de Arisu por repartir tres cartas y una nueva ronda de apuestas.

    Todo era tan ridículamente extraño.

    ¿Por qué querría alguien como Chishiya salir en una cita con él?

    No era que no le gustara, pero todavía no entendía su motivación o si había algo oculto tras esa petición. De cualquier forma Arisu podría haberse negado de buenas a primeras y todo habría acabado allí. Se habrían despedido escuetamente y ahora mismo Arisu estaría enfrascado en alguna partida en borderland con sus amigos.

    En cambio le había seguido el juego y estaba siendo arrinconado. Él, que nunca perdía, él que se sabía tantos trucos y jugadas por pasar la mayor parte de su tiempo en los videojuegos.

    Ya iban por la cuarta ronda de apuestas. Chishiya repartió la única carta comunitaria, cruzó las manos bajo su barbilla y se quedó contemplando a Arisu con sus bellos ojos rasgados de mirada imperturbable.

    Se veía demasiado seguro de sí mismo. Debía tener una buena mano.

    Arisu contaba con una escalera, pero si Chishiya tenía color o full, estaba acabado. No quería salir más humillado, así que dejó sus cartas boca abajo. Era lo más sabio.

    La mirada perennemente monótona de Chishiya se posó sobre las cartas de Arisu, quien podía sentir como si aquella expresión escrutadora lo absorbiera.

    –Así que te retiras– masculló Chishiya con serenidad, bajando su mano de cartas.

    10-2, 9-4, J-3.

    Arisu separó los labios en muda sorpresa. El pasmo se apropió de toda su faz. Chishiya acababa de marcarle un farol. Mejor que eso, le había ganado nuevamente.

    "Rayos"

    –Bueno– murmuró Chishiya dándole una palmada en el hombro a modo de camaradería–. Diez treinta de la mañana. Línea dos del metro de Shibuya.

    Arisu se quedó con las palabras atascadas en la garganta cuando vio salir al misterioso sujeto del cuarto.
    **

    Al menos una cosa buena había resultado de todo eso, y era que su padre estaba encantado por la buena impresión que causó en su jefe.

    Por lo visto Chishiya había hablado también a favor de Arisu porque su padre no tuvo más quejas al respecto, y eso era mucho decir, teniendo en cuenta el estropicio que había ocasionado.

    Era un verdadero fastidio tener que salir de la seguridad y comodidad de su casa para quedar con un tipo tan...¿Cuál era la palabra?

    ¿Raro? ¿Misterioso?

    Arisu suspiró hondo al bajar velozmente las escaleras del metro. Chishiya ya le esperaba de brazos cruzados junto a una de las columnas del anden. Vestía un elegante e impoluto traje blanco que recordaba a la bata de los médicos.

    Al verlo Arisu perdió momentáneamente el aliento. No negaba que Chishiya poseía un fuerte atractivo físico, pero no quería dejarse llevar por el exterior.

    Tres personas pasaron a su lado. Arisu se detuvo.

    Si Chishiya no hubiera volteado en su dirección, Arisu se habría regresado por donde había venido. La ansiedad social lo estaba matando. Saberse rodeado de extraños a kilómetros de su hogar para ir a una cita con don perfecto...bueno, en definitiva no era un plan usual en su rutina.

    –Arisu. Llegaste.

    Con la respiración agitada Arisu se acercó, sin comprender del todo aquella increpación implícita. Hasta que alzó el rostro hacia el reloj que marcaba las once con trece minutos.

    –No medí bien los tiempos– reconoció, sin querer entrar en detalles. No quería que Chishiya se enterara de sus escasas salidas.

    –No importa– resopló Chishiya componiendo su mejor semblante de apatía–. ¿Cara o cruz?– preguntó al arrojar la moneda al aire.

    Arisu boqueó inseguro cuando el rubio cubrió la moneda con su mano.

    –¿Cara?

    –Cruz– recitó Chishiya al descubrir la moneda–. Significa que me toca elegir el lugar.

    –¿Por qué no solo caminamos un poco y regresamos a nuestra casa?– meditó Arisu fingiendo fastidio para disfrazar su nerviosismo.

    Con las manos en los bolsillos, Chishiya lo miró de reojo.

    –Elegiste cara– refutó con su voz melíflua y sedosa.

    Arisu torció los labios antes de decidirse a seguirlo.
    **

    Tal vez habría sido más prudente haberle dicho a Chishiya que tenía nulo conocimiento de lo que se hacía en una cita. Arisu nunca había estado en una.

    ¿Qué se supone que debía hacer o no hacer?

    ¿Por qué no habían reglas o instrucciones como en los videojuegos?

    Si estuviera en una partida, lo habría encontrado hasta divertido. Sin embargo era algo real, tangible. De verdad estaba allí, sentado a la mesa de un lujoso restaurante de comida francesa, bajo el reflector de una lámpara de araña tallada en cristal, tratando de descifrar el intrínseco menú.

    –Eh, quisiera ordenar esto de aquí, por favor– señaló la segunda columna del tabloide y agradeció la copa con agua que el mesero acababa de dejarle.

    Chishiya también ordenó y Arisu trató de mentalizarse y convencerse a sí mismo de que todo iría bien y podría regresar pronto a su casa a procesar todo el atolladero del día anterior y de ese.

    –¿Así qué...recepcionista?– inquirió Chishiya arqueando una ceja con intriga. Arisu jugueteó ansioso con sus dedos. La ronda de preguntas incómodas había comenzado.

    –Si, bien. No estoy trabajando ahora mismo– admitió rehuyendole la mirada–. Es solo que aún no sé qué es lo que quiero...¿Ser? ¿Hacer?

    Era difícil, incluso para él mismo, pensar en el tema. Lo había evadido durante meses, protegido tras la muralla de los videojuegos.

    La verdad era que odiaba su inútil vida, su sosa relación con su familia, y como plus, no le encontraba significado a su propia existencia.

    –Ya veo– meditó Chishiya. Dio un sorbo a la copa con agua y la dejó despacio sobre la servilleta–. Entonces no eres solo un nerd obsesionado con los videojuegos, sino que no te decides qué hacer con tu vida. Vaya dilema.

    Golpe bajo para Arisu.

    Aun así, algo en la expresión de Chishiya le hizo pensar que lo estaba fastidiando a propósito. Quería hacerlo enojar, pero ¿Por qué?

    –Su orden.

    Antes de poder replicar nada llegó el mesero con la comida. Arisu suspiró aliviado al tener el plato ante él. Al menos ya tenía con que entretenerse sin necesidad de hablar. Comería y la cita se acababa.

    Ese era el plan.

    –Esto está muy duro– trató infructuosamente de pinchar un trozo de lo que parecía carne, pero el tenedor se resbalaba. Cuando por fin sujetó un trozo y se lo llevó a la boca, un sabor peculiar inundó sus papilas gustativas.

    –No sabía que te gustara el caracol. No pareces es tipo de persona.

    Ni bien Chishiya acabó la frase, Arisu escupió (De forma estrepitosa y ruidosa) el bocado. Desafortunadamente la comida salpicó el apuesto rostro del chico rubio.

    Viendo lo que había hecho, Arisu se levantó deprisa para tratar de limpiarlo.

    –Lo lamento tanto.

    –No pasa nada– lo tranquilizó Chishiya, quitándole la servilleta de la mano para limpiarse él mismo.

    Arisu fue a sentarse de nuevo y apartó el plato. Sentía tanta vergüenza que habría querido fugarse de algun modo. Si tan solo estuviera en un juego y hubiera algún túnel subterráneo secreto por el cual irse.

    Un molesto silencio se instaló entre ellos.

    –¿Por qué quieres ser médico?– se interesó Arisu, queriendo restar tensión al ambiente.

    Chishiya soltó un prolongado exhalido antes de mirarlo atentamente.

    –Supongo que me gustaría ser el héroe de alguien algún día– caviló en tono impasible, untando mantequilla en un pan.

    Arisu asintió a lo dicho. No quería reconocerlo, pero la compañía de Chishiya estaba siendo más grata de lo esperado. Quizá de no haber llegado tarde, y descontando el incidente con la comida, habrían podido tener una cita muy amena.

    –¿Qué me dices tu, Arisu?...¿Hay alguna profesión que te guste?

    Arisu estaba calibrando su respuesta cuando vio a un par de chicas encaminarse entre risas hacia una de las mesas más próximas de donde se encontraban ellos.

    Abrió los labios pasmado y tuvo que cubrirse el rostro con el menú al reconocer a su compañera de octavo grado junto a una chica de trenzas.

    –¿Te pasa algo?– preguntó Chishiya con curiosidad.

    Arisu negó con la cabeza, sin atreverse a retirar su vista de la inentendible carta. Usagi había cursado en su mismo grupo. Se habían hecho buenos amigos por un tiempo, pero después Arisu no supo más de ella. Sus llamadas siempre iban a parar al contestador y ahora estaba ahí mismo, saliendo con alguna amiga.

    ¿Qué diría si lo veía ahí?

    ¿Lo saludaría?

    ¿Lo ignoraría?

    Tampoco podía decirle que estaba en una cita con el hijo del jefe de su padre. Sería muy incómodo y lioso.

    –Arisu.

    –Estoy bien– carraspeó el aludido, bebiendo el resto de su bebida–. Solo necesito ir al baño.

    Se excusó y caminó cubriéndose el rostro con el menú.

    Una vez solo, se miró en el espejo del lavabo y se enjuagó el rostro con agua fría.

    Realmente no quería que Usagi lo viera. Pero no quería irse todavía. Chishiya podría malinterpretarlo como una negativa de su parte y todo terminaría allí.

    ¿Qué hacer?

    Arisu ahogó un grito cuando vio entrar a la acompañante de Usagi.

    –C-Creo que te equivocaste de baño– titubeó señalando la figura de la puerta.

    Sin embargo la chica de top azul y vaqueros no hizo el menor caso y siguió adelante para aplicarse una fina capa de labial frente al espejo.

    –Creo...

    –Ya te escuche– siseó ella, mirándo a Arisu de reojo–. Tal vez eres tu quien se equivocó de puerta– sonrió cuál gato de Cheshire, dejando a Arisu sin habla.

    No tuvo más remedio que retornar con Chishiya.

    –¿Podemos irnos?– preguntó Arisu en voz baja.

    Chishiya levantó una ceja a la espera de una explicación.

    –Es que no me estoy sintiendo bien.

    –Te dije que eras malo mintiendo– arguyó Chishiya con media sonrisa indolente.

    Arisu se mordió la lengua para no dejar escapar un insulto.

    La chica de las trenzas pasó junto a ellos y Arisu sintió más deseos que nunca de escapar al ver como lo señalaba con el dedo mientras le susurraba algo a Usagi en el oído.

    –¿Arisu?

    Usagi trataba de mirar hacia su mesa, pero Arisu agachó la cabeza y se encogió más y más en su asiento.

    –Deberíamos ordenar un postre– opinó entre balbuceos. Hizo amago de bajar la carta pero se percató de que Usagi y su amiga se habían levantado para ir hacia su mesa.

    En un último intento por escabullirse, Arisu arrojó intencionalmente el tenedor bajo la mesa y desapareció para pretender buscarlo.

    Lo único que podía hacer era esperar a que se fueran para salir, pero entonces Arisu notó el par de sandalias junto a Chishiya.

    Retrocedió hasta quedar a pocos centímetros de las rodillas del joven rubio.

    –¿Arisu?

    Tragó saliva tan pronto Usagi levantó el mantel y se asomó.

    –¿Qué haces ahí?

    –¡Ah, hola, Usagi!– fingió sorpresa y esbozó una tenue sonrisa–. Yo estaba...pues, estaba– empezó a tantear el suelo en busca del tenedor, pero la chica de trenzas se adelantó y soltó una risotada indiscreta.

    Arisu salió de debajo de la mesa a tiempo para ver a la chica haciendo un gesto obsceno con la lengua contra su mejilla.

    –¿Qué no es obvio?

    –¡No!, ¡No era eso!

    Sintió que el rostro se le encendía. Chishiya, que permanecía callado, lo miraba entre socarrón y divertido.

    –Vamos, Usagi– urgió la chica haciendo un puchero mientras tomaba a Usagi del brazo–. Se nos hará tarde para ver la premier.

    –Eh, si– asintió Usagi, igual de roja que Arisu. Se despidió con un vago ademán y siguió su camino hacia la salida.

    Arisu se dejó caer en la silla, golpeando accidentalmente la mesa con el pie y provocando que la copa de agua de Chishiya se derramará.

    Al instante Chishiya se levantó, sin embargo ya era tarde. Sus pantalones se habían empapado como antaño.

    –¿Desean pedir algo más?– preguntó un mesero que iba de paso.

    –La cuenta– dijeron los dos al unísono.

    **

    Caminaron un largo trecho en silencio. Arisu no quería admitirlo, pero sabía que lo único bueno de la cita era que ya había terminado.

    –Bueno– dijo Chishiya al detenerse en las escaleras que conducían a la estación del metro–. Esta ha sido, por mucho, la peor cita que he tenido.

    Arisu lo observó ofendido, pero no intentó defenderse pues sabía que Chishiya estaba en lo cierto. Ese tipo podía ser tan directo a veces.

    –Fue un absoluto desastre–. añadió Chishiya con franqueza–. Y me debes una más.

    –¿Qué?– se extrañó Arisu ante lo último.

    ¿Acaso había oído mal?

    –Perdiste dos veces– razonó Chishiya mostrando los dedos índice y medio–. Te veré en dos días. Misma hora, mismo lugar. Ah, me olvidaba...soy el rey de corazones.

    De nuevo no dio tiempo a Arisu de decir nada. Arisu lo vio perderse entre el gentío que esperaba el metro. Una tenue sonrisa le subió a los labios. Con razón se le hacían conocidas las estrategias de Chishiya.

    Era, hasta la fecha, la persona más misteriosa e impredecible de todas.

    Y le gustaba.
     
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