Posts written by Mare Infinitum

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    Quería hacer por lo menos 3 fics. E igual que con el primer fic posteado, un día me dio una pájara y pensé "oye, esto podría ser genial, y además gustará a X personas a las que tengo aprecio". Realmente no recuerdo exactamente la cadena de pensamientos que me trajeron hasta la idea principal del fic, pero todo lo demás, el ambiente y todo eso sí.

    Recientemente he estado en contacto con una banda musical catalana llamada "Falç de Metzinera" (literalmente "Hoz de envenenadora" siendo el último un vocablo muy arcaico catalán que quería decir "bruja") y el ambiente natural y tribal que transmite la banda junto a la temática del fic simplemente ha hecho que todo encajara a la perfección. Aunque no me fijo exactamente en una región, sí que se trata de España, pues es un shot históricamente correcto a los alrededores del siglo XVIII en los que la Inquisición aún existía (desapareció en el XIX).

    Ya aviso que este fic, aunque no sorprenda, sí que va a ser quizás chocante y quizás no comparta vuestra visión habitual del yaoi, pero quiero dejar claro desde ya que ambos protagonistas son hombres aunque uno de ellos no os lo parezca.

    Este fic está dedicado a todas aquellas personas que me han apoyado a lo largo de los últimos doce meses en mi particular aventura hacia lo desconocido, dentro y fuera de este foro. También se lo dedico a Óscar el gruñón, compañero en esta lucha constante para demostrar al mundo quiénes somos en realidad, por el valor que se necesita para emprender el camino que estamos siguiendo.

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    La muerte de Cristina



    La primera vez que te vi apenas pude ver tu cara. Mirabas al suelo, sumisa y rabiosa a la vez, con una capucha cubriéndote hasta casi los ojos. Tu padre te estaba regañando, pero no alcancé a oír nada. Yo ni nadie más en el pueblo teníamos derecho a interrumpir aquello.

    A tu padre le conocía, hacía tiempo que se acercaba de vez en cuando a echar un vistazo por encima por la tienda. Aunque le preguntaba qué era lo que deseaba y si le podía ayudar, su respuesta era siempre la misma: «no hay nada que se parezca a lo que busco». Yo solía quedarme con el orgullo un poco tocado, pues mis pociones y remedios eran de lo mejor de la región. En su momento pensé que quizás estaría buscando un amuleto, o quizás un hechizo, pero yo de aquello no tenía demasiada idea.

    Uno de esos días tomé el mortal riesgo de decírselo:

    —Quizás lo que buscáis pueda ofrecéroslo una experta en la naturaleza. Conozco a un par bastante hábiles.

    Tu padre me lanzó una mirada de advertencia, como si subiera la guardia de repente, y yo pensaba que ya estaba muerto. Los dos sabíamos que esa descripción era un eufemismo de «bruja».

    —No es la primera vez que me lo ofrecen.

    Aquella fue la última vez que tu padre se acercó a mi puesto. Cada vez que le veía por las calles de la aldea él se mantenía a cierta distancia, y de verdad que estaba convencido de que en unos días la guardia de la Inquisición se presentaría en mi casa y se me llevaría.

    Nunca pasó. En su lugar, al cabo de unos días te presentaste tú. Llevabas la misma capucha. Ibas tapada sobremanera para la época del año. Tu rostro suave y pecoso, tan bonito, estaba ensombrecido por esas ojeras que aún no sabía que te caracterizaban.

    —¿Hay algo que pueda ofreceros, bella dama?

    Me miraste un segundo, sorprendida y algo contrariada. Sólo ahora sé por qué. Abriste la boca para contestarme, pero te lo pensaste mejor y tardaste un segundo más.

    —¿No tendríais por casualidad una solución para hacer crecer el pelo?

    Tu voz sonó forzadamente grave y formal. Otra particularidad que quise entender, y no podía. No aún.

    —Me duele en el alma decir que andan muy escasas y nunca he conseguido producir ninguna con éxito —contesté. Me mordí la lengua tanto como pude para que mi curiosidad se mantuviera bajo control, y así no deducir en voz alta si era por eso que llevabas capucha todo el tiempo.

    Tú asentiste, y pensaba que te irías, pero te quedaste allí, mirando entre todas mis pócimas para males cotidianos como dolores de espalda y de cabeza, o pócimas para una mejor digestión de los cereales (pues era lo que la gente solía pedirme). Yo no sabía exactamente qué decir. Reconozco que mi trato con las mujeres siempre ha sido muy torpe.

    —¿Puedo llamarte de alguna manera? Pareces indecisa…
    —Cristina—contestaste rápidamente—. Llamadme así. Pero ahora tengo que irme.

    Y te fuiste sin darme tiempo de presentarme yo, aunque siendo el único en el pueblo que tenía buena mano con las plantas, probablemente ya sabrías que era ese Francisco del que todo el mundo decía que había nacido sin padre.

    Pasaron unos cuantos días en los que ni te vi a ti ni a tu padre. Yo estuve ausente de la aldea la mayor parte del tiempo, buscando ingredientes para mis pociones, y no dejaba de pensar lo inusual que había en vosotros dos, tan ariscos y callados. Pensé que podría conseguirte esa solución para el pelo, pero mis sentidos me decían que no era eso para lo que habías venido.

    Cuando por fin pude estar en mi puesto en el mercado de nuevo (como siempre, el más aislado), tuve que pasarle cuentas al desgraciado de Alfredo.

    —Se han oído rumores, ¿sabéis? Dicen que habéis vuelto a hablar de lo que no debéis.
    —Como siempre, los rumores son falsos. Es un pueblo, todo el mundo habla de lo que le da la gana —dije, con tosquedad, sacándome una bolsita con monedas de oro. Se la entregué a Alfredo—. Hay un extra para que convenzáis a los demás de que ese rumor es lo que realmente es.

    Alfredo hizo bambolear la bolsita en su mano y sonrió, satisfecho. Se fue sin mediar palabra.

    La extorsión de ese hombre era lo único que me mantenía con vida. Alfredo era quien llevaba la iglesia de la aldea, y sólo hacía falta un grito de socorro del cura para que la Inquisición me hiciera desaparecer. Yo no era su única víctima, así que el resto de pueblerinos compadecían y ayudaban a aquellos a los que la Iglesia le tenía echado el ojo. Solían pasar por alto los rumores hasta que las pruebas de una herejía eran tan evidentes que ni el soborno más generoso podía salvar al culpable.

    Con la mirada de Alfredo sobre mi puesto, tú te acercaste una segunda vez. Aún tenías esas ojeras, pero parecías más animada. Aún parecía que llevaras demasiada ropa, pero en vez de la capucha llevabas un manto suave de color verde que te seguía tapando el pelo con la misma efectividad.

    —Cristina, ¿verdad? —pregunté con educación—. ¿Qué puedo ofreceros?
    —Sus habilidades como… —señalaste torpemente las pociones con un aspaviento suave, como para que te viniera la palabra, y sonreí un poco. No sabías el nombre de mi profesión.
    —Herborista.
    —Eso. Quiero que vos me enseñéis —pediste con más elegancia.
    —¡Vaya, esto sí que es toda una sorpresa! ¡Nunca me habían pedido algo así!

    Aunque me miraste con cara de irritación, yo estaba de veras sorprendido. No sabía cómo actuar. No había pensado en enseñar a nadie hasta ese momento.

    —Puedo buscarme a otra persona que me enseñe si es necesario —dijiste al cabo de unos instantes, cansada de esperar. Yo me lo estaba pensando.
    —No, no, creo que puedo hacerlo. Aunque quizás tendréis que tener paciencia conmigo. No sé si seré bueno enseñando.
    —Pasaré un tiempo por aquí, estará bien. Pero a partir de ahora llámame Cris y no uses formalismos.
    —Vale… —Admito que me quedé chocado por ese cambio, no esperaba confianza tan pronto. No nos conocíamos. Y tampoco entendía el porqué del diminutivo—. Pues mañana a primera ahora nos vemos aquí. Te enseñaré para qué sirve todo.

    Te fuiste después de asentir y sonreír. Alfredo, al cabo de unos minutos, se me acercó.

    —Si consiguiéramos casaros, muchos problemas desaparecerían de un plumazo. Dios puede que aún tenga un plan para vos…
    —La acabo de conocer, pero os mantendré informado si su padre o ella misma dan alguna señal.
    —Así me gusta.

    Alfredo era muy aficionado a las bodas. Se le podía tener contento durante mucho tiempo así. Cierto era que percibía un poco del dinero invertido en la boda, pero las ceremonias de unión eran algo que le enternecía (incluso cuando sabía que no era por amor) y solía dejar en paz durante mucho tiempo, a veces años, a los recién casados. Supongo que no todo él era interesado. Lo siento si te parece que me aproveché de eso, no me hace sentir bien.

    En fin, la mañana siguiente, y todas las que vinieron durante varias semanas, te presentaste a buena hora en mi puesto, lista para aprender. Yo estaba nervioso y reticente, pues seguía sin saber nada de ti, y no sabía si tu padre me hablaría de ti. Pero tú parecías tan dispuesta, y enseguida me di cuenta de que aquello te gustaba. Al cabo de unos días de estarte enseñando sobre cómo clasificaba las hierbas medicinales y las pociones, sabía distinguir entre tu buen ánimo y la pasión durante el aprendizaje y cuando simplemente te veía por la calle con tu padre.

    Él nunca me dijo nada. Estaría contento de que hubieras encontrado un buen trabajo.

    Recuerdo perfectamente el momento en el que te hice aquella pregunta tan vital:

    —¿Te gusta todo lo que estás aprendiendo?
    —¡Mucho! Francisco —Te encantaba pronunciar mi nombre al inicio—, es maravilloso. Por fin siento que estoy haciendo algo con mi vida.

    No me lo pensé mucho al seguir hablando.

    —¿Por eso siempre te veo triste cuando vas con tu padre?

    Enmudeciste y pusiste esa cara que me recordaba al primer día que te vi, siendo reñida por tu padre. El contraste fue tan grande en ese momento que corrí a disculparme y a intentar volver a hacerte sonreír, pero me detuviste con tacto.

    —No, no lo intentes. No tiene nada que ver contigo, no tienes culpa. Es cosa mía.

    Me sonreíste y seguiste a lo tuyo (que ese día consistía a sólo ayudarme con mi puesto del mercado). No volviste a hablar en casi todo el rato. Yo estaba obviamente preocupado. Parecías querer explicarme algo, pero te veía conteniéndote a cada rato, y me dolía. Sabiendo lo que sé sobre temas que la Iglesia prohíbe, entendía que quisieras liberar un poco de tu presión.

    Esperaste al día siguiente, porque nos íbamos al bosque a conseguir ingredientes. Ya habías aprendido a hacer pociones sencillas e ibas a tu aire usando mis reservas para intentar imitar mis resultados. A veces te salían, y a veces no, pero te consideré un prodigio en ese momento, por lo habilidosa que eras.

    —¿Crees en las brujas? —preguntaste cuando nos pusimos a buscar.

    Me quedé anonadado. Siempre me salías con preguntas extrañas que me hacían pensar. Yo que sabía del tema sabía mejor que nadie que había que ir con cuidado sobre cómo expresarlo.

    —Lo preguntas como si se tratara de algo imposible de ver.
    —He oído por el pueblo que hablas de ellas a menudo.

    Cris, de verdad que me sorprendías a cada paso. Aún lo haces. En mi ignorancia yo vivía, pues tú eras todo oídos.

    —No es que «crea». Soy hijo de una bruja.

    Me miraste con ojos desorbitados, y pensé que estaba ya condenado a muerte sólo por decirlo en voz alta. Nunca había visto esa expresión en ti. Hasta pensé que gritarías.

    —La Iglesia tiene un muy mal concepto de las brujas —continué, intentando corregirme un poco—. Son personas normales con habilidades que van más allá que lo que Alfredo podría entender. Usan la magia igual que los sacerdotes usan la fe. Y viven bajo sus propias normas. La Iglesia las ha demonizado, las ha convertido en personajes de cuentos de terror para niños que se portan mal.

    No te había mirado una sola vez mientras hablaba. Intentaba no sudar ni temblar. Estaba poniendo en riesgo mi vida hablando de mi madre. Pero cuando lo hice, tu rostro parecía más comprensivo. En ese momento no supe qué era lo que había provocado ese cambio.

    —¿Qué poderes tienen? —me preguntaste, con emociones contenidas.
    —La mayoría son como yo: saben preparar pociones y brebajes que curan o, al contrario, que envenenan. Aunque sus combinaciones pueden provocar más que eso. Algunas son capaces de crear visiones, de dormirte sólo con oler algo…
    —¿Y cambiar el cuerpo?

    La pregunta me pilló, una vez más, desprevenido. Pero no tanto. Nunca se me había presentado una ocasión tan clara para preguntarte porqué hablabas con voz ronca, siempre ibas tan tapada y nunca mostrabas tu pelo. Aquella era una ocasión ideal para hacerlo, pero antes tenía que responderte.

    —Mi madre una vez me contó que las antiguas brujas descubrieron formas de transformación, pero ni siquiera sé si ese conocimiento sigue existiendo… Tendría que hablar con ella…

    Asentiste, insegura y algo decaída. Entonces descubriste tu cabeza, sin que lo pidiera. Tiempo atrás, cuando te conocí, esperaba una melena bien trenzada para que no se notara con esa capucha. Pero no me sorprendí cuando vi que tenías el pelo corto, mal cortado, formando pinchos extraños en tu cabeza.

    Lo primero que pensé fue que gracias a Dios que estabas abriéndome tu corazón en un sitio donde nadie nos pudiera denunciar a la Inquisición. Con el pelo corto, tan tapada y todo, todas las piezas encajaban fácilmente en mi mente, y era algo totalmente prohibido, fuera de la norma. Yo no te recriminé un solo segundo que no quisieras ser una mujer. Había visto suficiente mundo para entenderlo, y mientras que la mayoría se resignaba o se escondía, tú… Simplemente no podías. Lo necesitabas.

    —¿Cuánto tiempo…?
    —Desde que dejé de ser una criatura —respondiste—. Odio que mi cuerpo sea visiblemente femenino y me traten como tal a consecuencia. No quiero vivir en este mundo así. Estoy harto.

    Dijiste «harto». Si la idea no hubiera ido progresando a lo largo de las últimas semanas en mi cabeza, no habría podido digerir el cambio, ni siendo hijo de una bruja, tan libres de ataduras.

    —No puedo tratarte como hombre en público —confesé, a modo de disculpa—. Alfredo siempre está al caso y el mercado es el mejor sitio para hacer correr un rumor. Pero si puedo, te trataré como tal.

    Asentiste. Aunque sonreías discretamente, podía ver el alivio en tu rostro mientras volvías a cubrirte el pelo.

    Fue en ese momento que me di cuenta de que me estaba enamorando de ti, porque tuve miedo del cambio, cuando no debería haberme importado. En el fondo de mi memoria sabía que había una manera de conseguir lo que deseabas, por lo menos un poco, y no sabía qué efecto tendría en los dos, o en tu padre. Por muy hijo de bruja que fuera, vivía entre católicos temerosos del Señor y de sus sacerdotes, vivía entre dogmas, y se habían infiltrado en mi interior. Uno nunca está del todo libre de influencias por más abierto de mente que se crea o por más que se aísle.

    También fue ese momento en el que tomé la decisión de ayudarte para ayudarme a mí mismo a recuperar la senda de la libertad que hacía tiempo que había perdido de vista.

    —Te llevaré ante mi madre. Ella y sus compañeras se van a reunir pronto. Haremos todo lo posible para ayudarte.
    —Gracias, de verdad te lo digo, gracias.

    Me abrazaste sin pensarlo. Entre la angustia creciente me sentí feliz por darte un nuevo motivo para sonreír. Estaba seguro de que habías estado buscando durante mucho tiempo.

    Pero la felicidad duró muy poco. Esa misma tarde, la guardia de la Inquisición se presentó en el pueblo.

    —Vete a casa con tu padre. Protégete.
    —¿Qué pasa contigo?
    —No te preocupes por mí, ya he huido otras veces de ellos.

    Estuviste dudando unos instantes antes de escurrirte entre las casas para llegar hasta donde vivías, aunque no sabía dónde era exactamente. Hasta imaginé que no tenías casa.

    La guardia, a pesar de nuestras precauciones, entró en la iglesia de Alfredo. Al cabo de unos segundos, salían escoltándolo, y otro sacerdote llamó nuestra atención, acusándolo (acertadamente) de ladrón.

    —De ahora en adelante, yo, el padre Jeremías, tomaré el relevo de esta iglesia por el poder que Dios, la Santa Sede y el rey me han otorgado. El camino de la rectitud volverá a este pueblo sumido en el crimen y el pecado.

    Maldije por lo bajo. Era el peor momento posible para que un sacerdote de la Inquisición se hiciera con el mando. Y noté enseguida que el padre Jeremías estaba hecho de otra pasta. En cuanto vio mi puesto con hierbas y esencias naturales y pociones, me hizo destruir las segundas, alegando que Dios no había puesto la transformación de la naturaleza a mi servicio, y que teníamos que, básicamente, esperar que la naturaleza en sí misma hiciera su trabajo sin alterarla. Tuve que callarme las mil formas en las que la Iglesia había modificado esa norma a su antojo para su máximo provecho. Jeremías ya debía de saber quién era yo, y me estaba dando una oportunidad para volver al «camino de Dios».

    Además, anunció que se buscaban dos fugitivos, padre e hija, que habían incitado a la herejía a otros habitantes de aldeas cercanas. No dudé de que seríais tú y tu padre, así que quise comunicarme contigo durante la misa del domingo.

    No asististe. Quizás por mi recomendación. Yo sufría por ti, mientras tenía cada vez más claro lo que me pasaba. Por eso busqué a tu padre cuando la misa acabó.

    En cuanto me vio, me guio hasta una cabaña a las afueras, cerca de los campos. Me hizo entrar. Pensaba que te encontraría allí, pero no estabas.

    —¿Dónde está Cris? —pregunté, saltándome todas las formalidades.
    —A salvo en el bosque.

    Un silencio incómodo se posó en la única estancia. Yo no sabía qué sabía él. Sólo recordaba ese único día que había rebuscado entre mis remedios y mi osada recomendación. Y tú, cuando empezaste a aparecer por mi puesto, no parecías saber que él y yo ya nos habíamos visto.

    —Cris es la responsable de todos los problemas por los que estamos pasando —empezó, con dureza—. Se corta el pelo como un hombre tan a menudo que le confunden. Fuerza su voz para que no sea la suya. Se acerca todo lo que puede a alguien que le pueda hablar de todo lo que está fuera de la norma divina. Las últimas veces que ha hecho todo eso hemos tenido que huir por haber llamado la atención de la Inquisición. Los pueblerinos nos han denunciado muchas veces a cambio de unas pocas monedas.

    —Ahora vuelven a estar aquí —dije—. ¿Huiréis de nuevo?
    —Hasta ahora no habíamos tenido un motivo para no hacerlo. Sin familia, ni hogar, ni apenas trabajo. Pero Cristina dijo que esta vez había encontrado algo. Y le habéis dado un trabajo, compartís monedas con ella. Es lo más estable que hemos conseguido en todo el año.

    Noté que dudaba cuando usaba tu nombre. Yo estaba seguro que le habías repetido infinidad de veces que no te llamara así. De nuevo, las piezas encajaban: tenía delante a un padre temeroso de Dios, pero que amaba y conocía a su hija al mismo tiempo. Estaba luchando mucho más que yo para aceptar que no eras Cristina. Podía ver su sufrimiento.

    —Estoy cansado. No puedo seguir adelante. Mi mente se apaga, y mi cuerpo ya no me responde por la culpa que siento. Si por fin ha encontrado su camino, yo ya no puedo seguirlo.
    —Estáis haciendo lo correcto por su hija. Ella es más feliz ahora. Quedaos a su lado —le rogué, siendo delicado. Si te trataba de hombre ante él…
    —Siempre seré un lastre. La Inquisición no dejará de buscar.
    —La Inquisición no se cree los cuentos de brujas si no hay pruebas de ello.
    —Nos buscan por «proposiciones heréticas». Eso puede significar cualquier cosa. Quiero entregarme, confesar, pasar el tiempo en galeras o en cárcel que dicten por ese crimen menor y empezar de cero. Puedo volver aquí si quiero. Pero no quiero que a ella la encuentren.

    Miré a mi alrededor. En la cabaña no había pruebas de que tú hubieras pasado un solo día allí. Me preguntaba si se habría deshecho de todas tus cosas, o si te las habías llevado tú en tu huida al bosque.

    —Quiero que sea feliz —sentenció—. Contadle que siempre lo he sabido todo.

    No podía decir nada más para convencer a tu padre para que no se entregara. Se notaba que estaba en su límite.

    Esperé unos segundos, observando cómo su carga se aliviaba un poco, y me levanté para irme justo cuando llamaban a la puerta. Fuera, el padre Jeremías esperaba, escoltado por dos guardias con su mosquete.

    —Francisco, no esperaba encontraros aquí.
    —¿Busca a este buen hombre?
    —Se ha confesado antes de la misa. Vamos a llevarlo a juicio por proposiciones heréticas. —Me aparté y él entró—. ¿Dónde está su hija? Ella no ha confesado sus pecados.
    —Mi hija ha muerto —contestó, al borde del llanto. No estaba mintiendo a nadie. De verdad era lo que creía que estaba pasando contigo.

    Jeremías hizo que sus guardias buscaran pruebas de su presencia.

    —Tienes una oportunidad para ser sincero, Francisco —me dijo, mientras—. ¿Ha vivido este hombre solo desde que le conoces?
    —Siempre —mentí con buen aplomo—. Se acercó una vez a mi puesto del mercado afligido como le veis, esperando encontrar un remedio para calmar su dolor.

    Los guardias no encontraron nada de nada.

    —¿Y esa chica que trabajaba contigo?
    —Lo siento, padre, os confundís. Yo tenía a un joven bajo mi tutela, no a una mujer.
    —Y ¿dónde está?
    —Le he enviado a la ciudad a depositar nuestras pocas ganancias en el banco —le respondí.
    —Si descubro que mentís —me advirtió—. Seguiréis el camino de este hombre.

    Jeremías se fue, indignado. Los guardias escoltaron a tu padre, que se fue con ellos sin resistirse. Estaba llorando. No me miró, y no le volví a ver hasta que se lo llevaron a la mañana siguiente.

    Jeremías investigó qué había pasado contigo. Fue imposible abandonar el pueblo para irte a buscar durante los siguientes días. Sufrí mucho por tu salud. No sabía dónde te había dicho tu padre que te escondieras. Quizás por el castigo del sacerdote hacia nosotros, el resto del pueblo se puso de acuerdo para negar que nunca hubieras tenido contacto con tu padre, que ya vivías aquí antes de que él llegara. Tampoco dijeron nada sobre la pelea que me hizo fijarme en los dos. Jeremías quedó contento y, aunque me tendría puesto siempre el ojo, me dejó en paz.

    Cuando volviste a aparecer por el pueblo casi me desplomé del alivio. Estabas perfectamente. No sabías dónde estaba tu padre, y te viste extrañado de tener que vivir con una de las ancianas del pueblo para cubrirte de Jeremías, pero sabías que era importante seguir con aquello.

    Tenías la voz más rasposa. Se me ocurrió una idea como excusa para irnos de la aldea unos días para ver a mi madre. El aquelarre se reuniría muy pronto.

    —Descúbrete la cabeza y tápate el cuello. Pareces resfriado. Le diremos a Jeremías que te llevamos a la ciudad de nuevo.
    —¿Funcionará? —preguntaste. Yo me reí. Tu voz era completamente distinta, se notaba que era un resfriado de verdad.

    Llevarte ante Jeremías fue lo mejor que pudimos haber hecho. Él confirmó que eras un chico en cuanto abriste la boca, y fuimos sinceros a la hora de decir que nos íbamos los dos unos días. Aunque no se mostró contento, no nos hizo seguir.

    A la mañana siguiente partimos en silencio hacia las montañas. Estabas concentrado en caminar. No preguntabas por tu padre, pero creo que ya lo sabías. Yo no sabía cómo contártelo. Sólo esperaba que el viaje y el sacrificio de tu padre no fueran en vano.

    A unas pocas horas de camino, encontramos una cabaña vacía.

    —¿Por qué paramos?
    —Las cabañas esparcidas por la montaña y el bosque son lugares de paso. Mi madre y sus compañeras dejan pistas sobre dónde se van a reunir. Vienen de varias partes de la región, y muchas de ellas viven en aldeas, incluso en la ciudad. Tienen que saber orientarse. —Estuve observando un poco las marcas en las paredes de madera de la cabaña hasta que encontré una señal reciente—. Mira este dibujo.

    Lo miraste. No lo entendiste, aunque te vi sudar intentándolo.

    —¿Qué significa?
    —Mira, este cuadrado es el sol. El triángulo está bloqueándolo un poco, eso significa que una montaña lo tapa. Es la cara opuesta. Y esta muesca es dónde se encontrarán.
    —¿Está muy lejos?
    —No mucho. Sólo tenemos que rodear la base de la montaña.

    Fue más fácil decirlo que hacerlo. Empezaba el atardecer cuando nos encontramos en la sombra de la montaña. Yo ya sabía dónde nos encontrábamos, sólo hacía falta esperar un poco.

    Las mujeres empezaron a aparecer entre los árboles al cabo de poco. Iban vestidas como iríamos nosotros, de viaje, preparadas, algunas cargando con fardos y sacos. Se dirigían un poco más al oeste de lo que estábamos.

    —¿Francisco?

    Me giré. Allí estaba mi madre, con su pelo castaño oscuro y su mirada tranquila.

    —Hola, madre —la saludé, abrazándola.
    —Qué mayor estás… —Sonrió.
    —Qué cosas dices, ¡que ya soy adulto! —me reí—. Madre, este chico es Cris. Necesitamos vuestra ayuda.

    Mi madre te echó un vistazo a cuerpo entero, como si instantáneamente pudiera realizar tu deseo. En realidad, estaba adaptando su mirada a lo inusual.

    —Ya veo. —Luego suspiró, pensando—. Tenemos que consultar a las demás.

    Te ahorraré todo lo que ya sabes y no hace falta repetir. Muchas de las brujas nos miraron con recelo durante casi toda la reunión. Hablaron de sus problemas cotidianos, ocultándose a simple vista, y de posibles mujeres que tenían potencial para desarrollarse como brujas. También compartieron recetas como si fuera la cocina de una casa cualquiera, pero con muchas más rarezas. Si no hubieras estado tan nervioso, quizás te habrías asombrado mucho más.

    Luego llegó nuestro turno.

    —Mi hijo aquí presente requiere nuestra ayuda. Su amigo Cris está atrapado en un cuerpo de mujer que no desea. —Estabas muy tenso, pero te sorprendió mucho la facilidad con la que mi madre lo había deducido todo—. Es un poder antiguo y poco común, pero entre todas deberíamos ser capaces de encontrar todo lo necesario.
    —¿Es consciente el chico de que no es un cambio inmediato? —preguntó una de las más ancianas.

    Las brujas te miraron, algunas advirtiéndote, otras compadeciéndote por tu situación. Tú asentiste.

    —Soy consciente —dijiste—. Haré lo que sea. Aceptaré el mínimo cambio.
    —Nuestra solución no te convertirá en un hombre del todo—dejó claro mi madre. Tú te tensaste un poco más—. Podemos agravar tu voz y que aprendas a tonalizar como mi hijo. Podemos hacer que tu rostro sea más estilizado y tu piel menos suave. Podemos hacer que te crezca pelo. Hasta podrías dejar de tener el período si lo hacemos bien. Pero tus genitales y tus pechos se mantendrán relativamente intactos, y tus caderas seguirán igual. Lo más probable es que no puedas tener hijos. ¿Sigues estando de acuerdo en intentarlo?
    —Sí, quiero intentarlo.

    Tu decisión y firmeza fueron suficientes para que las compañeras y amigas de mi madre asintieran y se pusieran manos a la obra. Mi madre nos acompañó a una cueva en la base de la montaña que tenía una superficie de roca muy bien conseguida. Parecía una bañera.

    Mi madre me contó primero en privado todo lo que podía pasar y los ingredientes. Prometí que sólo te contaría lo necesario, y debo mantener la promesa. Luego te contí a ti lo necesario:

    —Pasarás aquí unos días, desnuda y sumergida hasta la boca en agua con la mezcla de ingredientes que prepararemos. No estarás consciente. El único ingrediente que conocerás es el siguiente. ¿Francisco?
    —De vez en cuando tendré que echar una gota de sangre de mi cuerpo. Si quieres ser un hombre, debes recibir un poco de un hombre de la forma más concentrada posible. Esta es la mejor opción.
    —Bien —aceptaste.

    Mi madre y el resto de brujas iluminaron la cueva con fuego y mantuvieron siempre un recipiente grande con agua caliente. Vertieron los primeros cubos en la roca natural, junto a los ingredientes que te impidieron ver. Te mantuve de espaldas.

    —Voy a estar todo el tiempo delante de ti, despierto o dormido —te aseguré—. Quiero ver toda la transformación, aunque los cambios no se vean a simple vista.
    —Me da un poco de vergüenza estar desnuda todo el… —Te frenaste al instante por el error—. ¡Desnudo! Quiero agradecerte todo lo que estás haciendo por mí.
    —No tenía ni idea de lo que nos pasaría cuando te presentaste en mi puesto, y desde luego no es algo que resulte fácil, pero supe desde aquel día en el bosque que iba a hacer todo lo posible. Te quiero. Te quiero tengas el aspecto que tengas. Y quiero verte feliz.

    Nunca olvidaré la mirada de profundo agradecimiento que me regalaste antes de besarme con ternura. Luego pusiste la frente en contacto con la mía durante un instante.

    Te separaste de mí, entonces, dando un paso atrás, y no tuviste el reparo que decías que tendrías en desnudarte poco a poco. Llevabas tantas capas que te costó un buen rato encontrar los puntos para quitarte la ropa adecuadamente. Reconozco que conforme te veía con menos ropa yo me ponías más y más rojo. No es algo usual, que digamos. Tú tampoco mirabas más allá de tu ropa o levantabas la vista del suelo, pero no te detenías.

    Cuando acabaste, te miraste. Yo también te miré porque, bueno, no soy de piedra. Tu cuerpo era más pequeño y delgado de lo que esperaba, aunque me gustó de inmediato.

    —Siempre me he quejado mucho de mi cuerpo —dijiste, sacándome de mi perdida mirada. Me disculpo por eso—, pero en realidad no es tan femenino. Casi no tengo pecho, y mis caderas no son brutalmente anchas.
    —Es verdad —admití, intentando no parecer demasiado admirado—. Seguro que con la solución de las amigas de mi madre te parecerás mucho más a lo que quieres ser.
    —Estoy preparado —sentenciaste.

    Te ofrecí mi mano, mientras nos quedábamos solos y encarábamos la bañera natural. Descendiste con cuidado por la roca hasta quedar sentada. Te soltaste y yo me senté a tu lado, mientras te hundías en el agua. Mi madre añadió un líquido especial que yo ya sabía que te provocaría el sueño. Te dije adiós con la mano antes de que te durmieras.

    Quise estar a tu lado aunque no estuvieses consciente por muchas razones. Porque me importas y porque te quiero. Porque quería asegurarme de que todo fuera bien. Pero admito que era también para que no notara la diferencia en el cambio de tu cuerpo. Yo ya era consciente de que no sería un cambio radical, pero me había enamorado de una persona que tenía un cuerpo que iba a ser diferente, y sabía que no sería algo fácil de aceptar para quien te conociera.

    Cuando mi cansancio se ocupó de mí por fin, dormimos juntos. No soñé nada, simplemente me desperté la mañana siguiente. Tú estabas igual, no te habías movido ni un pelo. El agua enturbiada por las mezclas de las brujas no revelaba ningún cambio tampoco.

    Durante el segundo día reflexioné sobre lo que te iba a contar sobre tu padre, mientras manteníamos la temperatura del agua a buen nivel.

    Tu padre siempre lo supo. Cuando vino la primera y única vez a mi puesto del mercado (algo que nunca supiste), buscaba una poción que te ayudara a ser tú, a ser quién eras. Aunque no era capaz de aceptarlo como él hubiera querido, decidió sacrificar su libertad para que tú pudieras existir bajo tu mejor forma, sin tenerte que ocultar ante nadie. Lo tuve claro cuando me dijo, en clave, que su hija había muerto. También te quitó el peso de la Inquisición, de paso. Me pasé todo el día intentando encontrar las palabras, pero creo que sólo era necesario que supieras que te apoyaba y te protegía. No sería capaz de explicarlo mejor.

    Durante el tercer día, mi madre estuvo siempre a mi lado. Sabíamos que ibas a despertar al anochecer. Derramamos la sangre requerida y ella me aconsejó sobre cómo tratarte en cuanto despertaras.

    Ser hijo de una bruja significaba que yo tampoco tenía a mi padre, pero me pregunté qué habría sido de la tuya. Nunca habías hablado de tu madre. Los dos hemos crecido de una forma particular, en cuanto a familia se refiere. Mi madre me cuidó hasta que fui adolescente y luego me enseñó lo necesario para tener el puesto de mercado y sobrevivir por mi cuenta. Por seguridad, el contacto con ella era muy reducido. La solía echar de menos a menudo. No podía imaginar lo que sería no tener a tu padre a tu lado.

    Todas las brujas salieron en cuanto las sombras ocuparon la cara oscura de la montaña. Me dejaron a solas contigo.

    —¿Francisco…? —susurraste.
    —¡Cris!

    Inmediatamente te ayudé a incorporarte. Estabas en ayunas, a la fuerza tenías que estar débil. Cargué contigo para sacarte del agua y me apresuré a envolverte en mantas para que el frío fuera mínimo. Era verano, pero hacía frío igual por las noches.

    —¿Ha ido todo bien? —musitaste.
    —Sí, ha ido todo bien.

    Apenas entonces empezaba a darme cuenta de pequeños detalles: tu rostro era ligeramente más tosco y afilado. No tenías unas mejillas tan redondeadas. Y podía ver nacer vello rubio en el contorno de tu cara. Pero tu mirada era la misma, aunque estuviera débil. Sonreía.

    No quise decirte nada mientras te daba pan, queso y fruta para que recuperaras la forma poco a poco. Mi madre me había advertido de que no lo hiciera. Lo que en realidad había pasado mientras estabas en el agua fue un mero ritual. Sí, había cambios visibles (que en aquel momento pasé por alto), pero, tal como había dicho tu padre, Cristina había muerto sumergiéndose y Cris nacía, con una nueva mentalidad, convencido de quién era, sin conflictos emocionales, puro y libre. Era sólo el inicio del cambio pues, como bien sabes ahora, una vez a la semana tienes que tomarte ese frasquito de restos del agua en la que te bañaste para evitar que tu cuerpo y tu mente retrocedan. Te prometo que mi madre me aseguró que sería temporal.

    Me hacía ilusión ver que de vez en cuando nuestras miradas se encontraban en aquella cueva y sonreíamos. Las sombras que las llamas producían hacían que nuestros rostros lucieran de formas poco habituales, quizás un tanto siniestras, y me permitían ver lo que había cambiado en el tuyo. Y me daba cuenta de lo fácil que me había resultado acostumbrado a ello. Era como si también hubieras renacido en mi mente.

    —Ya estoy seco —dijiste, con mejor voz. Sin susurros y voces débiles, sonaba igual que cuando la forzabas antes, pero sin tener que obligarte a ello. Sonaba más serena—. Me tengo que vestir.

    Estabas nervioso. Era tu primera oportunidad de ver los cambios personalmente, y temía que no fueran suficientes para ti.

    Te quité todas las mantas y, vale, enrojecí de nuevo. Tu cuerpo seguía siendo precioso. Parecía fibrado de una forma distinta. Tus (muy felizmente pequeños) pechos seguían estando allí, igual que tus caderas y tus genitales, pero allá donde miraba había un «algo» ya desde ese momento que me hacía pensar en un hombre. Sigo barajando la posibilidad de que la magia de las brujas afecte visualmente a los demás también. O quizás fuera el aroma, que también había cambiado un poco. Había tantas cosas que parecían distintas y tan familiares a la vez que… No lo sé, todo fluyó de forma muy natural. El renacer estaba siendo un éxito.

    Y tú lo notaste enseguida.

    —¡Me encanta! —Diste una vuelta sobre ti mismo, tan feliz—. Es como que todo está donde siempre tuvo que estar. Sigo teniendo lo que tengo pero… Lo siento distinto.

    No estaba en ninguna posición de decir nada, sólo sonreí, me aseguré de que te vestías enseguida y te abracé con fuerza.

    —Eres increíble —te dije—. Estás haciendo todo esto por tu iniciativa. Sólo podemos aplaudir tu valor y ayudarte en lo que podamos.
    —Te quiero —musitaste. Te tembló un poco la voz. Era un momento muy emocional.

    Mi madre y sus compañeras nos interrumpieron para darnos la enhorabuena y te explicaron las recomendaciones y lo que tendrías que hacer con el agua para la poción. Nada que no te puedas imaginar ahora.

    Cuando acabaron su trabajo y ya era bien entrada la noche, mi madre se despidió de nosotros:

    —Mis compañeras y yo nos iremos antes de que os despertéis mañana.
    —De acuerdo. Te echaré de menos —dije, abrazándola.
    —Yo también, cielo. Espero que seáis muy felices juntos —nos deseó, sonriendo con tranquilidad.

    Y efectivamente, esta mañana, después de dormir prácticamente abrazados, ya no estaban. Tú ya estabas listo para volver a casa.

    —Tendremos que ser discretos sobre nuestra relación —dije inmediatamente, cuando salimos de la cueva—, pero creo que no nos costará mucho, teniendo en cuenta los secretos que ambos hemos guardado durante años.

    Me miraste como si todo en el mundo se hubiera arreglado durante aquellos tres días y abriste camino a través del bosque.

    —¿Me cuentas lo que ha pasado con mi padre? —me preguntaste.
    —Puedo hacer mucho más que eso. Quiero contarte la muerte de Cristina, desde el principio.

    FIN



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    Desde el momento en el que una persona decide que es y se identifica como el género que desea, pasa a ser de ese género, tenga el cuerpo que tenga. Esto es norma nº1 en mi mundo y mucha gente que no está dentro del colectivo o no lo sabe o no lo entiende.

    ¡Espero que os haya gustado!

    Edited by Mare Infinitum - 13/11/2019, 22:19
  2. .
    ¡Hi! Creo que soy la primera en postear esta vez, ¡es raro! Con lo que suelo tardar en cuajar mis ideas. Hoy entrego un original que me vino de sorpresa el pasado domingo en mi tren de vuelta a mi casa. Estaba escuchando la canción Rivers Between Us, de Draconian, y sencillamente todo vino rodado. Fue una suerte, porque los otros fics que tengo en mente están agonizando en mi mente.

    En fin, el shot original está basado en esa canción y sólo quiero decir que ocurre durante la prehistoria en el Danubio a su paso por la frontera entre Rumanía y Bulgaria, y más o menos hacia el 5000 AC (neolítico justo antes de la agricultura en esa zona). Ea, os dejo la canción, la portada, y ¡a leer!


    Capturadepantalla2019-10-3015



    El río entre nosotros



    La historia que hoy os contaré sucedió hace milenios, cuando los dioses no tenían nombre ni forma y las ciudades no existían.

    Existió una vez un valle fértil y tan verde que un daltónico como yo lo confundiría con el color naranja, por el que transcurría el mayor río que se conocía en semanas de camino a la redonda.

    Tal maravilla de paisaje fue descubierto por los humanos en una gran migración y montones de ellos se asentaron en las riberas, donde se reunían gran cantidad de peces, aves y mamíferos, además de albergar muchas especies de árboles frutales, arbustos de frutos silvestres y plantas muy nutritivas.

    Durante mucho tiempo, los humanos vivieron de la naturaleza usándola en su favor sin excederse, no sin evitar conflictos puntuales entre las aldeas. Aquellos humanos sabían que en el valle habitaban espíritus y entidades naturales que castigaban los excesos duramente, pues cuando las peleas y el egoísmo escalaban, dichas entidades reaccionaban haciendo que los animales se fueran, la vegetación se pudriera y el río desbordara.

    Muchas veces esos seres hablaban directamente a los humanos enviándoles sus pensamientos a gritos, causándoles una locura pasajera en el menor de los casos. Así, con el tiempo, aparecieron personas a las que llamaron «sentinentes» que consiguieron cierta resistencia a las voces y que podían transmitir sus saberes y advertencias. El ser humano es así de tonto, y empezó a tener en más estima y estatus a todo aquel que resistiera las voces de la naturaleza, en vez de conseguir resistir él por su cuenta.

    Uno de esos humanos afortunados se llamaba Dagu. Dagu, un hombre que se encontraba a mediados de su tercera década de vida, experimentó muchas veces el poder aplastante de la voz de la naturaleza desde niño, y creció rodeado de personas que alababan su resistencia y le preguntaban por lo que había escuchado.

    —¿Cómo podríamos cruzar el puente durante la época de lluvias?
    —¿Han dicho las voces si podemos usar el grano de esta planta? ¡Los viajeros del este hablan de grandes campos sólo de ellas!
    —Las voces nunca me dicen qué hay que hacer —repetía una y otra vez—. Siempre prohíben, siempre hablan de nuestros límites.

    Dagu no se consideraba afortunado. Había tenido hijos con una hermosa mujer del pueblo más cercano, pero tanto ella como dos de sus tres hijos ya habían fallecido por enfermedades. El único superviviente, Abod, se había marchado a viajar por el valle. Dagu estaba solo, recibiendo voces de advertencia y alabanzas, trabajando en sus también famosos remedios para heridas y otros problemas físicos habituales en sus vecinos.

    Un día, Dagu decidió pasear cerca de la ribera del gran río que cruzaba el valle. El río cargaba con el agua de lluvias recientes al oeste, así que su cauce había crecido hasta inundar las raíces de los árboles más cercanos a la ribera.

    —Ha empezado la época de lluvias. No podemos cruzar al otro del río —había anunciado a sus vecinos del poblado.

    Los pueblos de ambos lados del río estaban conectados la mayor parte del año, pues a pesar de ser un río ancho, solía ser transitable en puntos clave, y también usaban barcas sencillas hechas con los juncos crecían cerca del río. Pero en cuanto la época de lluvias daba comienzo, el río se tornaba inestable y agresivo, y era peligroso cruzarlo de cualquier forma.

    Dagu prosiguió su tarea de recoger hierbas medicinales hasta mediodía. El sol picaba bastante cuando se levantó para volver a su poblado. Y miró al oeste, esperando ver nubes de tormenta. En su lugar, una persona se acercaba. Dagu esperó a que llegara hasta él.

    —Hola, me llamo Derba. Estoy buscando al reputado curandero y sentinente Dagu. Me han dicho que podría encontrarlo en la ribera sur.
    —Soy yo mismo —dijo, sin inmutarse por la palabra «reputado»—. ¿Qué ocurre?
    —Me envía tu hijo Abod con un mensaje.

    Dagu abrió bien los ojos, por la sorpresa, e invitó al mensajero a que le siguiera con una sonrisa en el rostro, la primera en varios días.

    —No es costumbre hablar de un tema importante fuera de un hogar cómodo —le explicó. Le miró un segundo y vio que había un rasgón importante en la ropa cerca de la rodilla derecha—. Y creo que estás herido. Ser mensajero en tierras de las voces puede ser peligroso.
    —¿Crees que no soy del valle? —le preguntó.
    —Estás más moreno que yo, y salgo todos los días a recoger plantas y frutos.
    —Caminar todos los días bajo el sol tiene sus pegas —repuso Derba.

    Cuando llegaron a la primera de las cabañas de madera y paja, Dagu frenó y le abrió paso por la cortina de piel que protegía la entrada. Dentro, los rescoldos del fuego nocturno aún emanaban cierto calor.

    —Siéntate. Tienes un poco de agua ahí para refrescarte.

    Dagu ordenó sus plantas mientras miraba de reojo al viajero deshacer su prenda inferior. Tenía una herida fea ahí, pero nada que no pudiera arreglarse con una buena limpieza y uno de sus remedios.

    Derba le pilló mirándole, pero a Dagu no le importó sostener su mirada.

    —Abod me explicó lo que le pasó a vuestra familia. Lo siento.
    —Hace ya tiempo de aquello —suspiró Dagu, sentándose delante de su invitado—. ¿Cómo te has hecho eso?
    —Huía de una cierva que protegía a su cría. No me alcanzó, pero me tropecé por el camino. Me hice eso tropezando con unas piedras.
    —Estarás bien, deja que prepare una plasta curativa. ¿Puedes limpiarte eso con el agua mientras tanto?

    Derba asintió, y Dagu se puso a trabajar. El segundo podía notar cómo el extranjero le miraba, aunque estaba medio de espaldas. Estaba acostumbrado a las miradas, siendo tan famoso por resistir las voces de la naturaleza, así que ya esperaba la preguntita de siempre: «¿Qué cosas te dicen las voces?».

    —Tu hijo también me ha hablado de eso de las voces —empezó Derba. Dagu sonrió sin que le viera—. Vengo de más allá del valle, así que apenas me estoy enterando.

    Dagu decidió que podría explicarle su experiencia de sentinente sin parecer cansado de la vida.

    —Hay sentinentes que reciben instrucciones y son capaces de evitar conflictos entre poblados. En mi caso sólo son un montón de advertencias y prohibiciones. La que más se repite es la de: «No cruces el río en época de lluvia. Te matará».
    —Parece algo lógico y evidente.
    —Hay veces que son mensajes premonitorios.
    —¿Por ejemplo?
    —Un día me hablaron sobre mi vecino Royu. No querían que cogiera ninguna planta de cerca de las montañas. Royu intentó hacer caso, pero su hijo se perdió al sur del poblado, así que fuimos a buscarlo. Le rescatamos sin problema, pero Royu se hizo un rasguño parecido al tuyo. Yo quise curarlo, así que le di una planta medicinal de la zona sin caer en la cuenta del mensaje. El cuerpo de Royu reaccionó mal, se hinchó y murió ahogado.
    —Uau, eso da miedo.
    —Me lleva a pensar que aunque son mensajes muy tontos, predicen lo que va a pasar, lo sepamos o no.
    —Entonces, ¿crees que el río te matará?
    —No lo sé, no siempre es tan evidente. Prefiero no pensar en ello.

    Derba ya se había limpiado la herida de la pierna. Sin duda no era tanto como aparentaba al principio. Dagu aplicó su plasta de hierbas trituradas en su jugo y con agua en la pierna. Derba hizo una mueca de molestia. Aquello debía de arder un poco.

    —Mantenlo fresco un rato y luego sécatelo. Y ya estarás listo para seguir.
    —En realidad, pensaba quedarme aquí un tiempo.

    Dagu le miró a los ojos, intrigado. La escasa barba de su invitado y el pelo largo y sucio le daban un aire de salvaje que él mismo tuvo de más joven, e inspiraba misterio.

    —¿Es cosa de mi hijo?
    —No, pero siempre me quedo a ayudar un tiempo allá donde entrego mis mensajes.
    —Bueno, pues aquí tienes un sitio donde quedarte a dormir —le sonrió con tranquilidad—. La cabaña es lo suficientemente grande para los dos.

    Y así, Derba pasó todo un ciclo lunar en la aldea de Dagu. Presenció en primera persona las preguntas sobre las voces y cómo Dagu suspiraba, cansado, de responder siempre las mismas cosas, por muy absurdas y evidentes que parecieran. Derba admiraba la paciencia de su anfitrión, que se pasaba la mano por su pelo corto y algo canoso esperando el momento en el que las preguntas fueran más elocuentes.

    Dagu solía ver a Derba trabajar en las cabañas, reemplazando las cañas del techo y enseñando a algunos de sus habitantes a entrelazarlas mejor para que la humedad no entrara tan fácilmente. Y cuando Dagu iba hacia el río a observar su estado o a recoger plantas, Derba le acompañaba, normalmente mirando hacia la otra ribera: se podía ver otra aldea cercana desde allí.

    No le hizo falta a Dagu que pasara todo el ciclo lunar para darse cuenta de que a Derba le gustaba más pasar el rato a su lado, aunque fuera trabajando, que no estar por su cuenta. Hacía mucho que nadie le había dedicado tanto tiempo de su vida. Normalmente sus vecinos le trataban con respeto, sin más.

    —Me han encargado que lleve un mensaje a un pueblo de la otra ribera —dijo, al final de ciclo—. Hace días que no llueve, el río muestra el paso a pie un poco más al oeste.
    —Entonces ¿es una despedida? —preguntó, pues Derba ya le había avisado de que se iría si le encargaban un mensaje.
    —En realidad estaba pensando en quedarme un tiempo más. Me siento más bienvenido aquí.

    Dagu le sostuvo la mirada a su invitado, que le sonreía con una mezcla de tranquilidad y perspicacia. Luego se giró, fingiendo que trabajaba en uno de sus remedios.

    Apreciaba muchísimo que Derba le prestara tanta atención, y que encima le gustara. Era un caso extraño en su vida, pues sólo su difunta mujer le había deseado de ese modo. Sólo había un problema: él no sentía lo mismo. No negaba su atractivo, pero no había surgido nada. Y le fastidiaba muchísimo, porque una parte de él le decía que le quería a su lado. No quería sentirse solo.

    Aunque la conversación quedó zanjada en ese momento, Dagu estuvo dando vueltas toda la noche, sin poder dormir, pensando en cómo salir de aquella situación.

    Quizás fue la privación de sueño lo que hizo que Dagu aceptara un abrazo de Derba cuando estuvieron en la ribera del río. Y fue especialmente largo. Estaba dando las señales equivocadas, pero se encontraba cansado como para resistirse a la tentación.

    Fue entonces cuando llegó la voz de la naturaleza.

    NO CRUCES EL RÍO CUANDO EL CAUCE ESTÁ LLENO. TE MATARÁ.

    La voz retumbó en su cabeza como un trueno y le desorientó. Notó el agarrón de Derba para evitar que se cayera al suelo. Como era habitual en los mensajes que recibía, su visión se tornó borrosa y se mareó. No hubo visiones extrañas esa vez, quizás porque era un mensaje conocido.

    —¿Estás bien? ¿Qué ha sido eso?
    —La voz de la naturaleza.
    —¿Qué ha dicho? —preguntó Derba con curiosidad.
    —Otra vez ese mensaje de no cruzar el río cuando no debo.
    —Pues ahora está tranquilo —repuso el viajero, mirando el agua y el paso de rocas que había poco más allá.
    —Y tampoco lo voy a cruzar yo. Ve, aprovecha ahora. Vuelve pronto.
    —Lo haré.

    Derba le dio otro abrazo rápido, aprovechando el aturdimiento de Dagu, y se puso a saltar roca en roca. Dagu se mantuvo quieto un rato, dejando que su cuerpo recobrara la compostura física, y luego se fue, de vuelta a su casa.

    Esa noche, al ver su cabaña vacía de nuevo, decidió que quería a Derba en su vida, pero que necesitaba un empujón para hacer que sus emociones le incluyeran. Por suerte, entre tantas voces y prohibiciones a lo largo de los años había conseguido desentrañar los secretos de un brebaje que potenciaba las sensaciones y emociones. Algunos habitantes del valle ya lo habían probado y habían estado contentos con el resultado, así que él podía probarlo también.

    Hacia el mediodía siguiente ya había vuelto de las montañas del sur cargado con todo lo que necesitaba para que el brebaje funcionara.

    —Derba dijo que volvería en dos días. Será suficiente —se dijo, convencido.

    Trituró todos los ingredientes y los mezcló con agua durante la tarde y lo dejó reposar toda la noche. Por la mañana, después de asegurarse de que hacía un buen día, se tomó el brebaje sin siquiera mirarlo.

    Supo que algo había ido mal al instante. Las voces de la naturaleza le bombardearon con frases apenas comprensibles sobre sus vecinos, sobre él mismo, sobre personas que ni siquiera conocía, y no conseguía entender qué era lo decían. Era como si hubiera saboteado su habilidad para resistir las voces.

    —El efecto inicial pasará pronto —se dijo, en un intento de relajarse.

    No salió de su cabaña en todo el día, hundido en sus mantas, esperando el momento en el que pudiera descansar en paz. Y esperando a Derba.

    La llegada de una tormenta durante la noche fue lo que le permitió dormir en paz. Las voces se fueron en cuanto los truenos explotaron en el cielo y el agua empezó a caer. Dagu se acercó a la fogata para pasar menos frío mientras se sumía en un feliz sueño en el que él y Derba vivían juntos y construían una cabaña más grande para pasar el resto de sus vidas en harmonía.

    Se despertó al día siguiente con una sensación de felicidad absurdamente placentera. Lo primero que hizo fue salir a ver qué día hacía, esperando que la tormenta no hubiera sido tan grave como había sonado la noche anterior. Se moría de ganas por ver a Derba y descubrir qué era lo que sentía ahora.

    —El río vuelve a bajar lleno —musitó.

    No había ningún paso visible. El río no mostraba una corriente furiosa, pero el nivel del agua había subido igual que cuando conoció a Derba, lo que lo hacía transitable sólo por barca. Dagu sabía, pese a ello, que el tiempo podía empeorar y que Derba aún tardaría un día en volver.

    El miedo se escurrió como una hoja de árbol pasando por las rendijas de su cabaña y empezó a crecer a lo largo del día: «¿Qué pasa si no puede volver? ¿Y si decide marcharse por su cuenta finalmente? ¿Y si no puedo salvarle de alguna herida? ¿Y si no soy capaz de corresponderle?». Preguntas que nunca se había hecho, pero que ahora le atormentaban más allá de la sensación de soledad que siempre había sentido.

    Otra noche en vela, intentando dormir, con un horrible peso en el estómago que nunca había tenido y que no conseguía quitarse. No redirigió su atención forzadamente a algo que le ayudara a calmarse, sino que su mente directamente empezó a hacer planes sobre plantas, hierbas y otros ingredientes que necesitaría para sus ungüentos. Y pese a ese mecanismo natural, ese peso seguía ahí. Y si por casualidad se le ocurría fantasear con el reencuentro con Derba, era peor.

    —Sólo han pasado un par de días, relájate —se decía constantemente.

    No se relajó.

    Cuando los primeros rayos de sol inundaron el valle, Dagu salió de su cabaña y se dirigió a la ribera del río, donde tendría que haber estado el paso.

    —No, no, por favor, no…

    El río no sólo bajaba más cargado, sino que amenazaba con desbordar por su agresividad. Agua marrón, mezclada con fango y el fondo del río revuelto, con trozos de plantas y árboles aquí y allá, a más velocidad de la habitual. Quizás hasta habría hecho desaparecer el paso permanentemente.

    Dagu empezó a caminar nervioso, a derecha e izquierda, bordeando la orilla desde una distancia segura, pensando en qué hacer o qué decir. El sol se alzaba e iluminaba a medias, pues las nubes de tormenta seguían llegando desde poniente. Era la época de lluvias, y Dagu lo había olvidado por completo.

    —¡Dagu!

    Se giró al instante a la llamada. Al otro lado del río, Derba le llamaba y le saludaba con la mano. Él hizo lo mismo con buena energía, aliviado a medias de que estuviera allí y quisiera volver. No podía hacerlo.

    —¡Esperaremos a que se calme! —le sugirió Derba.

    Dagu tenía una inquietud. Quería decirle todo lo que sentía, pero ese estúpido río había decidido arruinarle el día. Podía sentir su cuerpo en ebullición, pensando en mil cosas que decir a la vez.

    —¡Volveré todos los días hasta que el río vuelva a su estado natural! —le aseguró Derba, viendo que la persona que le gustaba se veía en tantos apuros.

    La promesa le hizo sentir mejor. Apenas podían hablar, pero tampoco habían hablado tanto mientras estuvieron juntos. Todo lo que podría hacer era esperar y mirarse mutuamente.

    Y así, Derba y Dagu esperaron durante dos semanas a que el río volviera a ser transitable. Todos los días, sin embargo, había algo que lo impedía: o se convertía en un peligroso torrente, o había demasiados restos de vegetación que podrían hundir cualquier barca, o las lluvias amenazaban con hacer enfermar a los amantes.

    Y cuando podían, Derba y Dagu pasaban horas cada uno sentado en su lado del río, descuidando sus tareas con frecuencia. Derba siempre lucía relajado y feliz de poder pasar tiempo al lado de Dagu. Éste siempre se debatía entre sus sentimientos y su deseo de una vida tranquila juntos, y la firme idea de que tenía que revertir los efectos de su propio brebaje.

    En cuanto Dagu tomaba una débil decisión de actuar, su cuerpo se negaba a responder. Daba igual qué fuera, simplemente no podía. No podía mostrarle sus sentimientos como tampoco era capaz de encontrar un remedio a su propio mal. Se recordaba constantemente que su brebaje había sido un fallo, y que esa situación era su consecuencia, pero en su mente reinaba una sola voz: «mejor esto que nada».

    Hacia el final de la segunda semana, Dagu se dio cuenta de que las voces no le habían enviado un solo mensaje desde que su brebaje había hecho llover prohibiciones y advertencias de esa forma tan delirante. Ni siquiera susurros de fondo. Aunque siempre había odiado oír esas voces, ahora se encontraba indefenso, desnudo, sin la protección que le daban esas extrañas profecías. Por fin entendía qué era para los demás tener a un sentinente en su aldea.

    —Tengo que decírselo. Tiene que saberlo —se dijo.

    Se levantó un día más para ir al río. Llovía suavemente, a ratos, lo que le daba poco tiempo para verle. Era malo quedarse empapado lejos de un fuego.

    Derba ya le esperaba al otro lado, como siempre. Estaba relajado, de pie, observando el curso del río que, aunque no se mostraba tan agresivo como en días anteriores, seguía mostrándose intratable. Dagu lanzó cuatro maldiciones contra las voces de la naturaleza por tenerle incomunicado de esa forma de Derba.

    —¡No te preocupes! Esperaré lo que haga falta. Quiero pasar el resto de mi vida contigo —le confesó Derba.
    —¡Yo también! —le correspondió, de esa forma escueta que era tan propia de él.

    Dagu sintió que una parte de su peso en el estómago desaparecía casi al instante. La otra parte estaba allí por ese río, por la sensación de que no todo estaba completo.

    Un día más, Dagu volvió a su cabaña sin Derba. La idea de revertir el brebaje había quedado en el fondo de su mente, pues estaba mucho más en paz sabiendo que Derba estaba allí todos los días por él. Sin embargo, estaba sacrificando su contacto con las voces de la naturaleza a cambio. Y, a diferencia de su amado, él no podía esperar con esa tranquilidad.

    Otro amanecer, y el río seguía estando intratable. Decidido incluso a dejar el poblado, Dagu tomó una de las barcas comunitarias y se acercó a la ribera. Pero cuando llegó a la ribera, se encontró solo. Derba no estaba.

    Se quedó paralizado cuando vio una columna de humo alzarse delante de él, allá donde tendría que haber el otro poblado. Allí era donde estaba pasando sus noches Derba.

    Aterrorizado por la salud de su amado, Dagu lanzó su barca al río y se armó con un trozo de madera que servía de remo. Necesitaba saber que estaba bien, que aquello simplemente era un incendio causal por una hoguera, como era tan frecuente en su poblado. Pero no podía sencillamente esperar que fuera eso y que Derba volviera para calmarle, tenía que verle. Lo necesitaba. Derba no había fallado un solo día hasta entonces.

    El río era mucho más ancho de lo que parecía desde la ribera, y la corriente mucho más fuerte. Dagu remaba con fuerza, pero avanzaba muy lentamente y de lado. Apenas había cubierto unos metros en línea recta, y ya tenía que mover el cuello para observar la columna de humo ascender al cielo encapotado.

    Fue entonces cuando atisbó a Derba en la otra ribera. Éste, consciente del peligro que Dagu estaba corriendo, intentó hacerle señas de que volviera, gritando si corría lo suficientemente cerca de Dagu. Dagu, inseguro de si seguir remando hacia la otra ribera o hacer marcha atrás, desvió la dirección de su barca en la diagonal errónea, lo que hizo que la corriente se la llevara con mucha más fuerza. Al corregir aquel fallo, la barca dio un peligroso bandazo y Dagu terminó en el agua.

    —¡Socorro! —gritó.
    —¡Aguanta! —oyó de lejos.

    No sabía nadar. Y, aunque hubiera sabido, sólo notaba el río arrastrándolo como a un tronco de árbol partido. Tragó agua tantas veces que empezó a marearse, y las fuerzas le fallaron pronto. Cuando las primeras cabezadas bajo el agua se produjeron, Dagu volvió a oír todas las voces de la naturaleza a la vez: «No cruces el río cuando el cauce esté lleno. Te matará»; «no salgas en un día de lluvia»; «no esperes que te trate como tú quieres»; «usa tu don para lo que se te encomendó»… Montones de frases que le estaban diciendo lo que en el fondo ya sabía: que nunca debería haber preparado ese brebaje. Que tendría que haber dejado marchar a Derba.

    ESTE ES EL CASTIGO POR DESOÍR A LA NATURALEZA.

    Un último mensaje demoledor que hizo que Dagu se rindiera definitivamente y nunca volviera a salir a la superficie.

    Derba consiguió recuperar el cadáver de la persona que amaba al día siguiente, cuando lo encontró encallado en unas piedras, muy lejos de su aldea. La costumbre del valle era la incineración, y así hizo que sus restos desaparecieran. Y, aunque su experiencia fue traumática, Derba consiguió ser feliz con otra persona, siempre teniendo presente a Dagu sobre qué no es lo que puede permitirse.

    Dagu cometió una cadena de errores en cuanto se decidió a preparar ese brebaje. Las voces de la naturaleza le habían advertido muchas veces sobre cómo evitar ser egoísta, y por eso Dagu se había dedicado a preparar remedios y medicinas para sus vecinos, nunca apostando por sanar su soledad poco a poco, sino entregando sus fuerzas a un bien mayor.

    Desde el momento que forzó personalmente lo que la naturaleza no había dejado que sucediera, no sólo se condenó a sí mismo, sino que provocó la ira de la naturaleza con días y días de lluvias torrenciales y desperfectos constantes en todo el valle. Dagu tuvo sobradas ocasiones de frenar todo aquello. Podría haber dejado de visitar a Derba; podría haber preparado un brebaje que revirtiera aquellos desastrosos efectos; podría haber tenido siempre presente la profecía sobre su propia muerte y, por lo menos, retrasarla. Sólo escuchó sus miedos y temores y creó una falsificación emocional.

    Fue el equivalente a suicidarse.

    FIN



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    Y eso es todo para esta participación, espero que no me matéis mucho :V ¡Hasta pronto!
  3. .
    Muchas gracias, me es de mucha utilidad <3
  4. .
    Tengo una pregunta. ¿Y si los dos personajes en cuestión ya son pareja? Imaginando que están separados por algún motivo externo, ¿puedo usar alguna pócima o lo que sea para que provoque algo que les una físicamente de nuevo?

    Edit: otra pregunta. Pueden unirse dos personajes por esa poción o hechizo pero que luego se separen por otro motivo?
  5. .
    Lástima que no tengo :'v de momento me gusta al natural, de todas maneras. Tienen que pasar muchas cosas antes de que me maquille.
  6. .
    Esa*. Para todo el foro soy una mujer. Genderfluid como mínimo. Nada de "hombre".
  7. .
    Yo vengo a dejar mi mejor foto en dos años y a largarme en silencio.
    SPOILER (click to view)
    20191015_152055
  8. .
    ¡Gracias por la rápida respuesta! :D
  9. .
    Como diríamos en catalán: "a carretades". Que se traduce a "a carros (o carritos de esos de las obras) llenos". Así es como va a quedar vuestro foro de mis historias haha si es que tengo el tiempo para hacerlo todo.

    Ya me ha asaltado mi primera idea y también la primera duda. ¿Y si la pareja en cuestión juega a un juego y la parte de la poción y tal sucede dentro del juego para que ocurra algo que haga que salgan juntos en la vida real?

    Oh, por cierto, ¿hay yuri en este reto?
  10. .
    Belleza! <3
  11. .
    Gracias cielo! :D
  12. .
    En las reglas del foro generales dice lo siguiente:
    QUOTE
    Traten de evitar el doble posteo, se que a veces el foro no manda bien los mensajes o los temas y se dobletean pero algunos lo hacen adrede.

    Yo tengo un fic (ya acabado) al que ni los dioses le hacían caso para comentar, y como no quería esperar a que un comentario caído de los cielos me diera ánimos para postear, una vez a la semana actualizaba el fic hubiera o no hubiera alguien comentando. Eso creó una serie de unos... seis o siete comentarios quizás en los que sólo había posts míos, porque nadie se tomaba la molestia en comentar.

    ¿Es válido hacer eso en un fic? No era flooding, no eran posts duplicados, ni anuncios, ni respuestas a comentarios, era capítulo tras capítulo con un razonable margen de tiempo. Sly Cooper y yo hemos estado preguntándonos si supondría algún peligro para el post.
  13. .
    ¡¡POR FIN EL ANSIADO DÍA HA LLEGADO!! El último capítulo de este fic eterno que me ha costado tanto acabar, pero qué ganas tenía de terminarlo. Anecdóticamente, este último capítulo ha sido el más largo de todo el fic porque quería intentar cerrar todos los frentes que pudiera. Espero que os guste y me dejéis comentario <3

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    28. Convivir con los demonios



    A Hikaru le costó volver a sentirse a gusto en casa. Además de la nostalgia y la sensación de que nada de aquello había pasado, ahora que ya no había guerra, sus pesadillas sobre rayos, truenos y aquel palacio eran más frecuentes. Intentaba no hacer ningún ruido con metales y su lanza y su escudo estaban guardados en el mismo cuarto de invitados donde una vez pillara a Shindou y Kirino enseñándole qué era lo que hacen los amantes.

    Por ello, procuraba estar cerca de sus amigos. Ichiban, Tenma e Hinano le hacían salir todas las mañanas de casa para pasear o ayudar en la construcción de la muralla, que avanzó muy rápidamente al regreso de los soldados.

    —Nadie ha visto a Goenji desde que se encerró en su casa —comentó un día Tenma—. Endou dice que le ha visto y que está bien, pero yo no me lo creo.
    —¡No vamos a husmear! —le advirtió Hikaru—. ¡La última vez que lo hicimos nos pillaron!
    —Y nos mandaron a la guerra —apuntó Ichiban.
    —Eso habría pasado igualmente —rechazó Tenma—. Pero vale, no husmearemos. Sólo estoy preocupado.

    En cierto modo, todos miraban la puerta de casa de Goenji cada vez que pasaban por allí. Era una especie de recordatorio de que podía ser que las promesas que una vez recibieron de unas criaturas que ni siquiera vivían en el mismo mundo que ellos podrían no cumplirse. Era una ansiosa sensación de espera que sólo desaparecería con la primera visita. Eso era lo que Hikaru esperaba, por lo menos.

    Kazemaru apareció ante ellos en la entrada a la ciudad. Llevaba dos mensajes.

    —Hikaru, esto es para ti.

    El joven abrió una carta delante de todos, incluso del propio mensajero.

    —¡Es el rey Níctimo! —exclamó.
    —¿Quién? —preguntó Ichiban.
    —Ah, sí, tú te lo perdiste por lo de esa ninfa, pero Hikaru estuvo prisionero en Licosura —explicó Tenma—. Aún no sé exactamente qué pasó ahí, pero de alguna manera Níctimo le salvó y acabó en el trono después de que Zeus destruyera el palacio.

    A Hikaru le temblaron las manos al oír su propia historia y dejó de leer por un instante. Cuando volvió a concentrarse, dijo:

    —Quiere que le visite alguna vez, en otoño. Quiere saber cómo está. Sabe lo de Elis.
    —¡Es genial! —aplaudió Tenma—. ¿O no?
    —No estoy seguro de que pueda volver a ese sitio.

    Hinano le pasó un brazo por el hombro y le acercó un poco.

    —Níctimo es tu amigo. Y podemos acompañarte, y decirle que no se quede en palacio.

    Hikaru sonrió sin mirarle y asintió.

    Después de un segundo, Tenma saltó para curiosear sobre el otro mensaje.

    —Es de Argos, va para Kidou —le reveló—. Voy a ir a verle ahora, y como te vea merodeando cerca de su casa antes, durante o después de mi entrega, te plantaré delante del consejo y les contaré qué te pasaba cuando me tocaba cuidarte de noche cuando eras niño.
    —¡No! ¡No me acercaré! —aseguró el joven, apurado.

    Ichiban e Hinano se rieron con ternura, pues recordaban perfectamente las noches en las que se oía llorar sin parar al pequeño Tenma porque tenía miedo a la oscuridad y ellos iban en su rescate.

    * * *


    Kazemaru llamó a la puerta de casa de Kidou mirando a su espalda. Los cuatro chavales seguían cerca de las murallas, comentando algo.

    —Hola, Kazemaru. ¿Algún mensaje?
    —¡Sí! Argos ha respondido —dijo, entregándole el mensaje. Kidou lo leyó rápidamente—. ¿Vas a irte de Tirea?
    —Es muy probable. Mi sistema de batalla triunfó allí, al parecer. Quieren que instruya a sus soldados.
    —Vaya, es una gran oportunidad —comentó sin mucha energía.
    —No te apenes por ello, la temporada de guerras es solo en verano y en primavera. Puedo seguir estando por aquí para echar una mano.
    —Te echaremos de menos igual —le aseguró, sonriendo con tristeza—. Bueno, me toca ir al consejo a ver si tengo más trabajo. ¡Nos vemos!
    —Gracias por el mensaje —concluyó Kidou, cerrando la puerta después.

    En cuanto la cerró, una brisa de aire rápida sacudió su casa.

    —Vaya, así que Argos, ¿eh?
    —¡¿Qué?! ¡¿Quién…?! —chilló, sacando una lanza de un lado de la puerta.
    —Relájate, hombre, soy yo, Fudou.

    Kidou suspiró profundamente para recuperarse del susto, dejó su lanza y caminó hasta el salón.

    —¿Cómo es que has venido el primero? —preguntó. Le miró y supo que esa suposición era cierta—. Soy el único con el que Orión no tiene una relación más allá del compañerismo.
    —¿Es esa manera de tratar a un amigo?
    —¿Ves? Lo confirmas. Anda, siéntate, que tirarás mi pared al suelo, ahí recostado —le invitó, fastidiado. Nunca había que olvidar la hospitalidad.
    —En realidad he venido para explicar justamente eso.

    Kidou se giró hacia él con seriedad. Hasta entonces no le había mirado directamente. Se dispuso a escuchar, no sin antes sentarse delante de él para no perderle de vista.

    —Adelante.
    —Supongo que viste nuestras reacciones hacia Ártemis cuando apareció en la ciudad.
    —Los jóvenes se pusieron celosos —recordó.
    —Orión, entre las muchas cosas que hizo durante su vida corriente, entró como cazador experto de Ártemis. Una diosa no necesita ayuda, pero nos consideraba de mucho valor. Éramos poderosos siendo uno. Rivalizábamos con las criaturas más peligrosas. Pero nos debilitamos. Nos enamoramos de Ártemis.
    —Lo dijo ella misma cuando perdimos a Tenma. No es nuevo. Es más, ¿por qué no reaccionasteis del mismo modo extraño cuando se mostró la primera vez?
    —Los dioses tienen muchas formas, Kidou, y la forma de la que nos enamoramos fue la que dejaba que la luz lunar la enalteciera. En los bosques estábamos más centrados. —Se pausó un segundo para centrarse de nuevo—. La cuestión es que nunca lo acabamos de superar. Y el Escorpión nos mató antes de poder hacerlo. Nos subieron al Mar Celestial como compensación por nuestro servicio y por piedad, y nos dividieron en estrellas. Kariya es el lado bribón, travieso y experto en trampas de Orión. Tsurugi es la parte más fría y guerra, capaz del cuerpo a cuerpo. Otras partes de su personalidad se dividieron en otras estrellas también. Y yo soy la peor parte. El liderazgo y el orgullo.
    —Ya veo por dónde van los tiros. La parte orgullosa mató a Orión al creerse capaz de matar a cualquier criatura.
    —También es la parte que se enamoró en primer lugar, porque en cierta manera ser mandado era inusual en Orión. Le impactaba y obedecía sus órdenes, y también tuvo que renunciar a su orgullo para ser rescatado. La complacía porque deseaba hacerlo. Y sólo cuando el orgullo, la hybris(1), pudo más que el amor, me descontrolé, y morimos. Y mientras que los otros fragmentos de Orión pudieron empezar a superar su amor por la diosa junto a tus compañeros, yo no pude.
    —Entiendo —dijo con voz queda Kidou—. Yo tampoco soy el más eficaz para estas cosas, pero has hecho bien en decírmelo, porque así no hará falta que me haga ilusiones. Pero espero que eso no signifique que me vas a dejar tirado, sea aquí o en Argos. Vas a aprovechar la libertad que te han concedido. Has sido un buen compañero de armas.
    —No lo dudes. —Y sonrió, de esa forma tan altiva que sacaba de quicio a cualquiera. Luego usó sus poderes para salir volando por la ventana.

    Kidou se giró hacia sus armas y empezó a ordenarlas en el más absoluto silencio.

    * * *


    Todas las ventanas cerradas excepto la de su habitación. La puerta atrancada. Una cantidad razonable de comida y agua para pasar un par de días más.

    Prácticamente invisible para todos los demás, Goenji había sentido bastante más sufrimiento desde el primer momento. Nunca podría olvidar el rostro de dolor y el enloquecimiento de Fubuki cuando vio morir a su hermano por la embestida del toro. Inmediatamente se vio a sí mismo en él cuando perdió a su hermana años atrás.

    Sabía que no podía hacerse mucho la víctima. Tenía un trabajo que realizar, una labor encomendada por los dioses nada menos, tenía que dar la talla mientras sus compañeros quedaban heridos, o desaparecían, o eran secuestrados de alguna forma.

    Pero ese lobo feroz transformado en un cachorrito indefenso le llegó al alma, y sintió el deseo más profundo de protegerlo, cuidarlo, mimarlo, calmarle cuando tuviera pesadillas y cuando se sintiera solo e inseguro, salvarlo de lo que fuera que le amenazara. Quería ayudarle a superar ese horrible momento por el que estaba pasando, pues él nunca recibió tal cantidad de apoyo.

    Quería que, cuando Fubuki volviera y viniera sabiendo que su hermano estaba descansando en el cielo a su lado, él ya estuviera preparado para aceptarle no como un cachorrito abandonado, sino como un adulto al que quería.

    Todo lo que podía hacer hasta entonces era llorar. Llorar hasta más no poder, hasta que no le quedaran lágrimas, porque así ya no podría hacerlo delante de Fubuki. Lloraba por su hermana, y lloraba porque nunca fue capaz de aceptar que se había ido ni se había dado el tiempo de siquiera pensarlo. Nunca encontraría mejor ocasión para hacerlo que ahora que podía estar asolas con sus pensamientos y emociones. Ya llevaba varios días así.

    No fueron los suficientes. El vendaval sacudió las ventanas y cesó cuando una figura gris apareció en el umbral de la única que estaba abierta.

    —¿Goenji? ¿Estás aquí?

    El rubio quiso ocultarse pero Fubuki no dejaba de ser un perro. Su olfato ya hacía rato que le había dicho que estaba en casa.

    Fue curioso darse cuenta de que aquella estrella tan particular tenía tan buen aspecto ahora, y que se estaba tomando su tiempo en encontrarlo. Decidió interrumpir el extraño momento en el que se puso a oler por encima de la cama de Goenji.

    —Has llegado antes de lo que esperaba.
    —¡Goenji! —exclamó, encarándose hacia el marco de la puerta con ilusión. Su cara se descompuso rápidamente—. Goenji, ¿qué te pasa? Pareces un fantasma…
    —Nada.
    —¡No me mientas! Yo he sido sincero todo el tiempo.
    —¿Cómo está tu hermano? —desvió el tireano.
    —Está recuperándose. No puede adoptar una forma física, pero sus pensamientos se unen a los míos cuando estamos allí arriba.

    Goenji sintió una mezcla agridulce de sentimientos. Al final, sólo había servido de apoyo moral en un momento duro y Fubuki había conseguido salir de su hoyo por su cuenta, sabiendo que su hermano estaba medio vivo. El rubio esperaba haber hecho más. Nunca era suficiente para él.

    —Me alegro. —Fubuki le puso cara de enfado—. ¿Qué ocurre?
    —¡Que eres idiota, eso es lo que ocurre! ¡¿Por qué diablos has querido hacer esto solo?!
    —¿El qué?
    —¡No disimules! ¡No puedes solucionar tu vida tú solo!

    Goenji fue a replicarle, pero se calló cuando sintió el repentino abrazo del ser celestial. No fue capaz de derramar una sola lágrima, pero le apretó la espalda más fuerte de lo que debería.

    —Estás que te caes —se quejó Fubuki—. Sólo tenemos unas horas, así que te vas a sentar ahí y vas a hablar. Es hora de que te devuelva el favor por lo que hiciste durante la misión.
    —¿Cómo que «el favor»?
    —Pues sí que eres idiota… —se rio entonces—. ¿Te crees que hubiera sido nadie decente si no me hubieras ayudado? Me demostraste amor y paciencia. Es hora de que te lo demuestre yo a ti.

    Goenji sintió cómo el peso de su pasado se aligeraba un poco con una ola de calidez en su corazón.

    * * *


    —Ellos lo tienen fácil. Sólo tienen que bajar a verles. Para nosotros es distinto.
    —Para ti no, un dios se puede aparecer en nada delante de ti. Hasta de noche, si quiere.
    —Puede, pero tiene sus obligaciones también. Y no le gusta que nos veamos en la ciudad.

    Ichiban e Hinano conversaban sobre sus experiencias estando fuera del grupo de guerreros de Kidou. Ichiban solía palparse el sitio donde había sido herido con esa lanza para acordarse no del dolor, sino de lo que había venido después. Yoichi. Aquella ninfa traviesa y calenturienta con gusto para los jovenzuelos.

    —Dudo que la vuelva a ver. Es una ninfa.
    —No digas eso, hombre.
    —Seguro que puede hacerse con más personas. Por algo vive en un río. Siempre hay personas en los ríos.
    —Es que no te dejas animar, ¿eh? Pues vale, si no quieres oír palabras, tu y yo nos vamos de excursión.

    Ichiban no dejó de protestar durante todo el rato hasta que salieron de la ciudad en pleno día y se acercaron al bosque. Allí, escondido detrás de los primeros árboles, estaba ni más ni menos que un dios, Taiyo.

    —¿Está preparado? —preguntó.
    —Qué va. Está siendo un quejica deprimido de cuidado.
    —Oh, entonces será más divertido.
    —Eh, pero ¿qué está pasando aquí? —inquirió Ichiban.

    Pero a los dos segundos, Taiyo le había agarrado, una luz le había cegado y ya se encontraba en el mismo estanque bien cerrado por las montañas en la que se había recuperado aquella vez.

    —¡Ichiban! ¡Estás vivo!

    Se giró y allí estaba Yoichi. No había ni rastro ni de Taiyo, ni de Hinano, ni de la ciudad. De repente, se encontraba en brazos de la ninfa.

    —El dios ha hecho un trabajo magnífico, le pediré que haga esto más a menudo.
    —¿Esto es cosa tuya?
    —¡Pues claro, tontorrón! He esperado con ansias a que acabara la guerra para echarte el guante de nuevo —aseguró, con tanta picardía como su cuerpo fue capaz—. Y espero que pueda hacerlo durante mucho tiempo. Las ninfas necesitan vivir con intensidad su vida, así que vas a tener que alegrar esa cara como para los próximos… Toda. Tu. Vida —sentenció, poniéndole un dedo en el pecho por cada una de esas tres últimas palabras. Ichiban estaba completamente mudo y anonadado.

    * * *


    La primera vez que Tsurugi bajó a ver a Tenma se discutieron. Tenma volvía a casa hablando animadamente con Aoi, su mejor amiga, que vivía al lado, y Tsurugi malpensó de ellos y se puso celoso.

    —¿Quién es? —preguntó, después de estar de morros durante los primeros minutos, viendo que Tenma no sabía adivinar porqué.
    —Te refieres a Aoi, ¿Verdad? Es mi mejor amiga. De toda la vida. —Y entonces lo pilló—. Oye, muy mal, yo no te dije nada cuando me puse celoso de Ártemis. Y menos ahora que Kidou nos lo ha contado todo.
    —No me has dado una razón por la que no deba estar celoso —replicó, insistiendo en el tema—. ¿Te gusta?

    Su fría y algo agresiva mirada penetraba en Tenma como un cuchillo, pero él no se amilanaba por ello.

    —Pues un poco, quizás. Y Endou nos enseñó que si la ciudad tiene que sobrevivir por su cuenta, necesitamos tener hijos. Es más, quiero tener hijos, y los quiero tener con ella. Aoi y yo ya estamos de acuerdo en eso.

    Tenma sintió cierto temor que, ante tal revelación, el cazador hiciera estallar toda la casa. Incluso aunque los dioses hubieran limitado los poderes de Orión, estaba convencido de que era capaz de hacerlo. En su lugar, se sentó en la cama de Tenma.

    —¿La quieres?
    —Sí. Pero no como a ti. Ni de la misma forma.

    Tsurugi bajó la cabeza, algo irritado y confundido por la situación. Tenma se sentó a su lado e insistió en su decisión.

    —A cada persona que conozco bien en mi vida le confiaría una cosa distinta. A Aoi le confío mi futura familia. A Hikaru le confío mi más profunda amistad. A Endou le confío mi capacidad para entender cómo funciona la ciudad. A Kidou, la guerra y el liderazgo. —Luego le miró con pose imponente. Tenía que hacerse ver—. Y a ti, pequeño cazador celosillo, te confío el amor que solo alguien con verdadera pasión por otra persona pueda sentir. Y si te atreves a poner en duda esto de alguna manera que vaya más allá de un pequeño ataque de celos te daré una patada en los morros para que entres en razón. ¿Estamos?

    La firmeza de la persona de quien se enamoró Orión siempre fue lo que más le atrajo desde un primer momento. Tsurugi vio en Tenma lo que nunca esperó haber visto en ningún humano.

    * * *


    Hikaru había perdido ya la cuenta de la de veces que había visto estelas de estrellas acercarse a Tirea, apenas visibles si no es que uno las buscaba. Un par de veces había sido Kariya haciéndole una visita. Ya sabía que el cazador se presentaba aterrizando en el patio interior, porque le gustaba remojarse los pies después de un viaje. Aunque luego Hikaru tuviera que beber de allí. Por suerte las estrellas siempre tienen los pies impolutos.

    Cuando recibió el tercer salpicón de agua se rio por la travesura y se dejó llevar a besos hasta su cuarto y lo cerró tras de sí tanto como pudo. No quería ser molestado. Y se dejaron llevar durante horas por la pasión que les proporcionaba la paz.

    Luego siempre ocurría lo mismo: Hikaru no dejaba ir a Kariya. Ni éste quería irse. Así que se ponían a hablar de cualquier cosa que sucedía en el cielo o en la tierra.

    —Hemos recibido una carta de Shindou y Kirino. Están reconstruyendo la isla. Les va a tomar su tiempo.
    —Los monstruos marinos son siempre más grandes que los de tierra. No debió de quedar nada —comentó Kariya, suspirando.
    —Dicen que van por buen camino, que Elis se ha prestado a ayudar. Seguro que pronto recibiremos una carta que diga que vienen a hacernos una visita.
    —Curioso que ahora sí quieras verles. Ha cambiado mucho de cuando me dijiste que vinieron a reclamar el Amuleto Alado.
    —Todo es muy distinto ahora… Como por ejemplo esto: Kidou se va.
    —¿No me digas?
    —Argos le reclama para enseñar la nueva formación de soldados a la guardia de la ciudad. Su formación hoplítica va a triunfar. —Y vaya que si triunfó—. ¿Crees que formará una familia?
    —Es posible. ¿Es que quieres formar una tú también? —preguntó el cazador, algo sorprendido.
    —No lo he pensado. Sólo pienso en ti.
    —Qué bobo eres… —le dijo mientras le plantaba un beso—. Mis compañeros ya saben de todo. Es difícil no compartir pensamientos allí arriba. Fudou sigue enamorado de Ártemis, Tsurugi está aceptando que Tenma va a querer familia, Fubuki está de terapeuta amoroso de Goenji…
    —Con lo que nos cuesta a los vulgares mortales enterarnos de todo esto —se quejó en coña Hikaru—. También hemos recibido noticias de Midorikawa. Será diplomático entre Esparta y Argos, seguro que le veremos a menudo por aquí.
    —Ese sabiondo sabía hacernos quedar mal con el montón de historias que conocía. Me cae bien. ¿Se casará?
    —Lo dudo. Esparta siempre funciona al revés de los demás. Y siempre estuvo en contra de la idea de los amantes masculinos y las familias que Endou nos enseñó. Él sí que se casará, aunque sea solo por moralidad.
    —¿Y tú? —le preguntó de repente.
    —¿Yo qué?
    —¿Te casarás?
    —Si pudiera hacerlo contigo, quizás. Pero no soy fácil de convencer.
    —Bueno, tengo toda tu vida para conseguirlo.

    Hikaru sonrió y le desafió con la mirada a empezar a intentarlo desde aquel mismo momento. Siempre cargaría con sus demonios, pero tenía su forma particular de apaciguarlos. Tenía a un cazador tramposo, travieso y que se metía con él. ¿Qué más necesitaba?

    FIN



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    (1): La hybris es el peor pecado que existía en el mundo griego antiguo. Describía el exceso de confianza, la superioridad personal y el orgullo desmesurados que acababan con ese humano creyéndose mejor que un dios o por encima de todas las demás criaturas no divinas (lo que viene a ser, compararse a un dios). Los castigos por ese pecado son horribles y trágicos, como Aracne convertida en araña por creerse mejor artista que Atenea, o Medusa convertida en esa criatura por enorgullecerse en exceso de su belleza.

    ¡¡HASTA AQUÍ HA LLEGADO ESTE FIC!! Espero veros en muchos otros fics de los míos, los tengo a patadas <3 y si os gusta el yuri, en esta misma plataforma tengo mi propio foro lleno de chicas enamoradas <3
  14. .
    ¡La trama se acaba! En el capítulo anterior ya vimos lo que pasó con el Escorpión, una buena batalla final :D ahora toca acabar de atar los cabos, ¿y qué mejor sitio que en el Olimpo para hacerlo?

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    27. El Olimpo (parte III)



    Hikaru ya había estado una vez en el Olimpo, pero en cuanto echó una ojeada fuera de la enorme sala por la que ya habían entrado la vez pasada, siguió alucinando. Aquel sitio era tan majestuoso, tan pacífico, tranquilo, que se tenía que hacer un esfuerzo muy grande para recordar que por culpa de ellos su mente estaba dañada.

    El simple hecho de pensar «Zeus tiene la culpa» en ese sitio hizo que se le revolvieran las entrañas.

    —¿Estás bien? —le preguntó Kariya, mientras los otros despertaban.
    —No lo sé.

    Hikaru sintió los ásperos dedos del cazador entrelazarse un poco con los suyos. No del todo.

    —Los dioses no son nuestros amigos. Ni nuestros líderes. Son nuestros jefes. No necesitan tener consideración con nosotros si no lo desean.
    —Son egoístas.
    —Son muchas cosas, la mayoría malas. Pero solo la mayoría. Ellos me han llevado a ti por un castigo que nos impusieron.

    Sólo entonces Hikaru dejó de mirar el palacio de los dioses y giró la cabeza hacia el cazador. Quizás la energía divina del Olimpo sólo necesitaba una excusa para introducirse en Hikaru y hacerle cambiar de parecer (temporalmente). Le sonrió como cuando sonreía antes de empezar esa larga misión para los dioses.

    El resto del grupo se acercó a ver el paisaje de los dioses, murmurando maravillas igual que Hikaru. Tenma obligó a todos los jóvenes, incluso a Kirino y a Shindou, a abrazarse.

    —¡Lo hemos conseguido! ¡Hemos terminado! ¡Y estamos todos bien!

    Hikaru no creía que nadie pudiera decir aquello en su máxima expresión, pero estaban todos juntos y a salvo. Con eso le valía.

    Los mayores (que ya sólo eran Goenji y Kidou) tuvieron que poner en orden a los jóvenes cuando la mensajera Iris, tan ligera de ropa como siempre, se presentó ante ellos. Los cazadores murmuraron entre ellos algo sobre que Ártemis no había llegado al Olimpo por el mismo camino, o estaría con ellos.

    —Bienvenidos, humanos y estrellas. Bienvenido de vuelta, Taiyo, hijo de Apolo. Os están esperando a todos en palacio.

    Igual que la otra vez, Hikaru anduvo con armadura y todo bastante incómodo por la cuesta. Al parecer, todos los humanos allí presentes estaban en el mismo aprieto. A Iris siempre le mecía el viento porque siempre estaba volando, así que su única prenda se movía sin parar y revelaba todo lo que había debajo si coincidía con un mal ángulo.

    Pero además, ahora también estaba Taiyo, que iba a un lado del grupo. Hikaru podía oler el aroma divino y también le volvía un poco loco. El único que no se molestaba en ocultar esa sensación que todos sentían era el afortunado Hinano.

    —Me alegro de que volvamos a ser nosotros —suspiró Iris, sin girarse a mirarles—. Por fin puedo sentir mi esencia volviendo a ser la que era. Probablemente ya la notéis.
    —¿Notar? —preguntó Tenma.
    —Cada dios transmite una sensación distinta. Se suele repetir en muchos, pero cada dios olímpico tiene una. A mí me suelen decir que doy la sensación de mantener la calma en situaciones de tensión. Por eso me hacen ir a buscaros cada vez. Consigue calmaros.

    Hikaru recordaba que la vez pasada estuvo bien (a excepción de su horrible excitación hacia esa diosa) hasta que llegó al palacio de los dioses. Allí el miedo le embargó. ¿Sería eso lo que transmitían los Olímpicos?

    Por otro lado, podía sentir el calor del día viniendo de Taiyo. Le miró, y probablemente no fue el único. Era una sensación parecida a la del sol de media mañana, cuando aún no provoca un calor horrible. Era muy agradable.

    Había muchos dioses observando a aquellos mortales caminar por la vía principal. Hikaru no conseguía reconocer a ninguno, pero si se fijaba en uno, podía sentir algo distinto viniendo de cada entidad. Había miedo, imaginación, tranquilidad, violencia… Estaba todo mezclado, pero no se estropeaban mutuamente.

    —Todo va a ir bien —le dijo Kariya a Hikaru. El tireano había oído a Tenma decirle lo mismo a Tsurugi. Y Goenji iba todo el rato al lado de Fubuki. Le daba algo de miedo lo que pasara con los cazadores allá arriba.
    —Supongo.
    —Los dioses están contentos con todos vosotros —dijo Iris, inmiscuyéndose como era habitual—. Apostaría a decir que tienen algo preparado.
    La maldita calló entonces, dejando a todos con los nervios. Para ser que transmitía calma en la tormenta, sabía bien cómo alentar a la tormenta a ser más violenta.

    La subida se hizo extrañamente rápida esa vez. Era como si el Olimpo estuviera siendo más agradable con ellos y les ahorrara el cansancio. El palacio se materializó delante de ellos casi por sorpresa.

    —Mis señores Zeus y Hera, los humanos, las estrellas y el hijo de Apolo ya están aquí —anunció Iris, antes de flotar a un lado del gigantesco salón.
    —Gracias, Iris —dijo Hera. Miró directamente a los humanos, y Hikaru notó una oleada de severidad que hizo que bajara la cabeza como un niño al que han regañado. Que el escorpión estuviera dormitando a su lado, completamente sano, no ayudaba a sentirse mejor—. Debo reconocer que mi marido Zeus tenía razón. Habéis sido de mucha utilidad. Hasta diría que sin esta unión tan particular de seres celestiales y humanos, la misión hubiera acabado de forma muy distinta.

    Hikaru sintió alivio. No iba a ser fulminado. Levantó la cabeza para encontrarse mirada con mirada con ni más ni menos que el señor de los dioses, Zeus, quien transmitía un poder y una autoridad difíciles de ignorar. Curiosamente, el efecto en el pobre cuerpo de un humano era una subida de autoestima considerable.

    La mayoría de dioses importantes se fueron sentando en sus sillas y tronos al alrededor del Escorpión. Atenea, Apolo, Artemisa (quien daba una sensación de ser un superviviente increíble), Hermes, Ares, Afrodita, Dioniso, Deméter, y algunos otros dioses que no tenía tiempo para observar. Faltaban Hades y Poseidón, que estarían en sus propios palacios.

    —Ha sido un honor llevar a cabo esta misión para los dioses —dijo Kidou con respeto, inclinándose un poco.
    —Veo que no sólo volvéis todos, sino que hay sinceridad en vuestros sentimientos —habló el señor de los dioses—. Hemos estado observándoos. Orión y su ayudante, el Perro, han creado lazos con vosotros.

    Afrodita sonrió como si hubiera cometido una travesura. Ningún otro dios que no fuera Hera o Zeus hablaba, pero se notaba que todos les conocían al dedillo. Atenea le sonreía a Kidou, y Apolo a su hijo. Una diosa más pequeña y algo escondida tenía curiosidad por Kirino.

    —Los dioses hemos acordado un premio para compensar vuestras acciones —anunció Zeus—. Orión nos pedía que anulara el castigo que pesa sobre él y sus canes. Por desgracia no podemos deshacerlo por completo, ya que los humanos usan su luz en el firmamento para guiarse e identificar su posición. ¿Eso era así, no, Urania?
    —Así es, padre.

    Hikaru apenas había puesto la mirada en una diosa la mitad que grande que su padre, pero que parecía seria y estudiosa como Atenea. Y, por lo que Midorikawa había contado cuando vivía en Tirea, Urania era la musa de la astronomía. Era la que más sabía del Mar Celestial.

    Hera cortó a su marido con visible irritación, y Hikaru volvió a fijar la vista en el suelo como consecuencia. ¿Dónde estaba Iris para calmarle los nervios?

    —Pero hemos encontrado una solución: durante el día pleno, las estrellas no son visibles para los humanos. Cada día, uno de vosotros podrá bajar del firmamento para lo que desee, pero el resto se mantendrá en el firmamento. Eso no desestabilizará el cielo y vuestros poderes no se desatarán como antaño. Seréis un poco más humanos, de nuevo, pero por la noche tendréis que volver al cielo.

    Hikaru no entendió eso de los poderes, pero al parecer Kariya sí. Apretó la mano de su compañero, y el tireano vio que fijaba la vista en Ártemis, que no les miraba. Había una parte de la historia de Orión que le faltaba conocer, al parecer.

    —Gracias por concedernos ese deseo —dijo Fudou, inclinándose más de lo que Kidou había hecho al presentarse.
    —Bueno, creo que eso es todo por hoy —concluyó Zeus, algo más informal—. Tenéis algunas visitas. Hera y yo tenemos que devolver al Escorpión a su sitio. Orión volverá al cielo esta noche, así que se tiene que quedar aquí. Luego Iris os devolverá a los humanos a la entrada y volveréis a Elis. Espero que nos volvamos a encontrar en una ocasión menos apurada.

    Zeus se levantó, y un segundo después todos los dioses y diosas le siguieron. Algunos desaparecieron casi de inmediato, como si hubiera sido un trámite aburrido.

    Hubo abrazos. Hikaru deambulaba entre sus compañeros repartiendo afecto de forma un poco confusa y con la sensación de que no lo recordaría. Había algo que le había dejado un regusto amargo, entre toda la emoción de la situación.

    —¿Bajarás a verme? —le preguntó a Kariya.
    —¡Pues claro, atontado! —le espetó, sonriendo, revolviéndole el pelo—. ¿Es que no me escuchaste antes de la batalla en Elis? No sé cuándo será, porque los dioses aún nos tienen agarrados en un puño, pero claro que bajaré.

    Hikaru dejó de preocuparse, pero no porque Kariya le asegurara aquello, sino porque Tenma y Goenji estaban teniendo momentos parecidos.
    Más cosas pasaban. Apolo se acercó a ver a su hijo de inmediato.

    —Hice bien echándote del Olimpo. Has hecho lo que debías. Las Moiras lo tenían preparado todo este tiempo. —Entonces sonrió—. Bienvenido a casa.
    —Papá… —musitó él, abrazándole.
    —No te preocupes por el humano. Estoy seguro de que el resto de dioses no tendrán ningún reparo en ver que te ausentas de vez en cuando para hacerle una visita.

    Hinano, que estaba escuchando disimuladamente, se puso rojo como un tomate y Tenma se rio de él en su cara.

    La diosa que Hikaru había visto resultó ser Hécate. Aunque en el Olimpo no lo parecía, era de noche ahí fuera, justo cuando la diosa era más activa. Ésta se dirigió directamente a Kirino y contuvo las ganas de abrazarle. En su lugar, dijo:

    —Lo siento mucho, hijo.
    —Una disculpa no es suficiente —replicó Kirino. Entonces le dio un abrazo—. Pero es un buen comienzo.

    Cuando los reencuentros acabaron, llegó el momento de las despedidas. Apolo y Hécate dijeron hacia dónde tendrían que dirigirse los cazadores para volver al cielo. Justo por donde Hera se había ido con el Escorpión. Los humanos, en cambio, volvían por el mismo camino.

    —Nos volveremos a ver pronto.

    La frase más repetida durante esos últimos minutos hasta que Iris apareció y se los llevó.

    * * *


    Elis despertaba con el sol entre las montañas cuando los humanos aparecieron delante de sus puertas. No se oía actividad dentro de la ciudad, y había varios soldados patrullando por los alrededores. Ninguno les molestó. Todos sabían ya quiénes eran aquellos soldados y de dónde acababan de volver.

    Por respeto, Kidou ordenó llegar hasta el general corintio para despedirse. El pequeño grupo se encontró con una ciudad en calma y sin desperfectos. Los soldados ocupaban las calles, muchos de ellos durmiendo en el suelo con mantas.

    El general les encontró a ellos. Tetsukado y Shinsuke iban con él.

    —El rey Layas ha sido restituido. Le tenían prisionero en su propio palacio. La intervención del Escorpión y de la mismísima Ártemis nos ha dado una victoria sin más heridos.
    —Es un alivio oír eso. Nosotros volveremos a Argos. Nuestros compañeros de armas siguen allí. Ha sido un honor luchar a vuestro lado. —Esa última frase iba más para los dos jóvenes que acompañaban al general, que le saludaron sin demasiada formalidad—. Espero que volvamos a vernos en ocasiones más propicias.
    —Igualmente. Una parte del ejército os acompañará hasta la propia Corinto. Es el camino más seguro, con muchos altos en el camino. Tened un buen viaje.

    El general movilizó a las patrullas externas para tomaran el camino a casa. Mientras tanto, el grupo salió de la ciudad.

    —Ahora que ya todo ha acabado, ¿qué haréis? —preguntó Kidou a Shindou y a Kirino.
    —Empecé este viaje esperando recuperar un objeto que ya no existe como tal. Ahora no tengo casa. No tengo ni idea de si ha sobrevivido nadie en Ítaca para reconstruir la isla.
    —La decisión es vuestra. En Tirea siempre tendréis un hogar si lo necesitáis.

    Shindou y Kirino no les acompañaron en el viaje de vuelta. Prometieron que volverían, de algún modo u otro.

    Hikaru hizo el camino de vuelta de la misma forma que lo estaban haciendo sus compañeros: distraído. Sentía una profunda nostalgia cuando miraba al cielo y buscaba las estrellas de Orión. Había sido la peor experiencia de su vida en muchos sentidos, pero habían salido cosas buenas de ella, y no podía esperar a reencontrarse con Kariya cuando estuviera de vuelta en casa.

    Sólo cuando vio las murallas de Tirea se dio cuenta de que todo aquello ya había acabado. Estaba en casa. Formaba en fila junto a todos los soldados que se quedaron en Argos, pero ellos sólo conocían rumores sobre lo que él y sus compañeros habían hecho. Se sentía distinto. No podría mirar al Hikaru que se marchó con miedo de la ciudad si lo tuviera delante.

    Miraba a sus compañeros y se daba cuenta de que aquella sólo había sido la primera vez. El primer conflicto. La primera marcha a la guerra. Esperaba y rezaba porque no hubiera más, pero sabía que los habría. Y, aunque después de su última visita a la casa de los dioses, el ruido de las armas y escudos y armaduras ya no le molestaba de forma tan brutal, sabía que nunca se libraría de las pesadillas y los demonios que se habían creado en ese primer y poco usual viaje. Sólo esperaba que pudiera vivir con ello.

    Endou, desde lo alto de una muralla sin terminar, les saludó como si nunca se hubiera ido. Tenma, Ichiban e Hinano se abrazaron a Hikaru para señalarle y verle hacer el tonto, mientras más habitantes de la ciudad se acercaban a observar a sus compañeros.

    Por fin en casa.

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    Espero que os haya gustado :D ¡un capítulo para cerrar fic!
  15. .
    ¡Esta vez llego pronto! Desde que tengo un horario en papel para hacer las cosas soy mucho más eficiente y, bueno, aquí me tenéis con otro capítulo :) Este va de batallas, así que no hay mucho amor, pero he intentado meter hasta con calzador algún momento dulce sin que quedara superextraño con el contexto. ¡A disfrutar!

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    26. Asediados día y noche



    Hikaru despertó poco rato después. Le dolían las costillas. Era posible que hubiera caído sobre su escudo, eso lo explicaría.

    —Uh… —renegó.
    —¿Cómo te encuentras? —Tenma y Kirino le observaban. Kariya estaba un par de metros más allá, mirando de reojo mientras hablaba con Ichiban e Hinano.
    —Mareado. Bien. No hay ruido.
    —El dios está luchando contra el Escorpión —explicó brevemente Kirino.
    —¿No debería permitir que atacara a la ciudad? —preguntó Tenma. Kariya y compañía se unieron a ellos tres entonces—. Es decir… fueron los dioses los que enviaron al bicho ese.
    —Taiyo no está hecho de la misma pasta que su padre —replicó Hinano, como si fuera obvio—. No le gusta castigar. Prefiere demostrar las cosas por su cuenta. Le echaron del Olimpo por ello, y se está ganando el pase de vuelta por lo mismo.
    —Ya decía yo —bufó Kariya.
    —¿Qué?
    —Sólo lo hace para volver a su casa.

    Hinano le lanzó una mirada asesina, pero no respondió.

    El día avanzó lentamente. Hikaru se recuperó viendo cómo Taiyo se enfrentaba él solito contra una bestia que era como cinco veces más grande. Peleaba con las manos desnudas, sin armas. Usaba fogonazos de poder solar cuando el Escorpión le tomaba por sorpresa o era más rápido que él, y aprovechaba entonces para darle de puñetazos entre los ojos hasta que retrocediera.

    El Escorpión lo que quería era atacar la ciudad, que era su trabajo. Con los cazadores más lejos de él que las murallas, su prioridad había vuelto a ser su misión. Taiyo se lo estaba impidiendo, llevaba horas impidéndoselo.

    Hikaru no dejaba de pensar que la de Taiyo era una táctica. Podría vencerlo muy fácilmente, podría agarrarle de cualquier parte en cuanto éste atacara y empezar a constreñirle esa parte hasta inutilizarla. Podría hasta asfixiarlo, si tenía la fuerza que él pensaba que tenía.

    —Se está acercando la noche —anunció Tsurugi.
    —Debemos prepararnos. Pronto nos tocará tomar el relevo —dijo Fudou.
    —¿Qué vais a hacer? —preguntó sorprendido Tenma.
    —Mis cazadores, Kidou y Kirino hemos trazado un plan para derribarlo definitivamente. Seguimos el plan del dios: salvamos a la ciudad usando nuestros poderes y llamamos la atención de los dioses. Los ejércitos no tendrán que entrar en batalla, así que estamos salvando vidas.
    —Sólo espero que los descreídos de Elis se den cuenta de lo que está pasando —repuso Kirino—. Han tenido que ver a Taiyo luchar durante todo este tiempo. Un humano no duraría ni quince minutos contra el Escorpión.

    Hikaru recordó su experiencia con el Toro, en Argos. Todo el ejército de Tirea (aunque no era muy grande) se vio dispersado apenas en el segundo encuentro con la bestia, y si no hubiera sido por los cazadores, que salieron a su encuentro salvándoles la vida, probablemente estarían todos muertos. Bajó la cabeza.

    —Oye —le sorprendió Kariya, cuando nadie miraba—. Estaré bien, ¿vale?
    —¿Quién dice que estaba pensando en ti?
    —Se te ve en la mirada —dijo con una sonrisa torcida. Luego se sentó a su lado—. Deja que pase un rato contigo.

    Se sentaron de lado, observando el combate y las murallas. Hikaru se sentía tan pequeñito e inútil, sin poder luchar… Pero supuso que el ejército de Corinto y la ciudad de Elis estarían igual. Lanzarse por ahí con el Escorpión en medio era muerte asegurada.

    Entonces se fijó en los dos corintios que les habían ayudado en combate, Tetsukado y Shinsuke. Habían estado sirviendo de mensajeros a lo largo de todo el día, y ahora estaban sentados juntos. Tetsukado detrás, abrazando a Shinsuke. Supuso que debía de ser fácil, con lo pequeñito que era el segundo.

    Parecían muy acaramelados.

    No sabía qué parte de él era la temerosa, cuál era la que sentía algo por Kariya y cuál la que solamente deseaba un poco de apoyo, pero buscó sin mirar la mano del cazador y se la dio. Éste no dijo nada, pero Hikaru pudo ver su sonrisa de pícaro engreído.

    —Dijisteis al inicio de nuestro viaje juntos que volveríais al Olimpo intentando buscar el perdón —susurró Hikaru—. ¿Crees que os lo concederán? A todos, digo.
    —No. —Hikaru le miró directamente ante tal contundente respuesta—. Se inventarán algo que siga siendo un castigo pero que nos dé algo más de libertad. Espero que eso incluya que pueda verte después de todo esto.
    —Yo también —suspiró.

    Estuvieron en silencio el resto del tiempo, hasta que vieron que Taiyo empezaba a perder su aura de luz. Entonces, Kariya se levantó perfectamente sincronizado con sus compañeros y saltaron al campo de batalla junto a Kirino y a Kidou. No hubo tiempo para decir «buena suerte».

    —Kidou se ha llevado el arma de Atenea —dijo Tenma, cuando Hikaru se reunió con sus amigos—. Dice que si hay un momento para usarla, es ahora.
    —La Sarisa es una lanza mágica —explicó Goenji—. Kidou me explicó que no falla cuando la lanzas, y te guía un poco para infligir el máximo daño posible en un combate cuerpo a cuerpo. Eso es lo que Atenea le dijo.
    —Sí que parece que sólo la vaya a usar una vez.

    Cuando los cazadores llegaron para proteger a Taiyo de los fieros ataques de la criatura, éste se retiró casi de inmediato. En todo ese tiempo no había mostrado ninguna señal de estar cansado o herido, pero nada más empezar a combatir los cazadores, el dios empezó a caminar con cautela hasta donde le esperaban Hinano y los demás. Fue muy despacio.

    —He hecho lo que he podido —dijo resollando cuando llegó al lado de Hinano. Apenas se tenía en pie.
    —Ya estabas débil. Deberías haber dejado que te tomaran el relevo antes.
    —No habría funcionado.

    Taiyo se tumbó en la hierba y se durmió. Estaba tan quieto y parecía tan cansado que Hikaru tenía que mirar dos o tres veces para darse cuenta de que realmente estaba allí. O quizás eran los efectos de que hubiera gente que no creyera en los dioses.

    El combate contra el Escorpión era fugaz, allí delante de las murallas. Los cazadores no dejaban de envolverle con redes (las de Kariya) y de asestarle golpes con sus armas, pero la criatura se revolvía. Quizás porque no eran dioses, el Escorpión consiguió acercarse más a los muros y durante todo el atardecer, éstos sufrieron más desperfectos. Las acciones de los cazadores apenas tenían efecto, al contrario que los ataques de Taiyo.

    —¿Por qué Kirino y Kidou no pelean? —preguntó Tenma. Hikaru vio en su mirada que también estaba pensando «¿Y por qué nosotros estamos aquí sin hacer nada?».
    —No es de noche aún —contestó Shindou—. Kirino es más fuerte cuando la noche es cerrada. Usar sus poderes fuera de su momento álgido es malgastar fuerzas.
    —Entonces los cazadores sólo le están entreteniendo hasta que se ponga el sol.
    —Sí. Kirino puede atrapar al Escorpión con sus poderes en un descuido, pero cuando sea de noche.

    Fue realmente exasperante ver que el sol tardaba toda una eternidad en desaparecer. Todo el grupo estaba sumido en una tensión increíble. Nadie decía nada. Sólo se oía a los cazadores gritarse órdenes y los golpes del Escorpión contra las murallas cuando se acercaba demasiado.

    Cuando el sol por fin desapareció, el Escorpión empezó a ser más directo y fiero con sus ataques. Hikaru había olvidado que para la criatura también era mejor la noche. Podría camuflarse a simple vista con mucha más facilidad, pero el hecho de ser un llano sin protección y estar tan ocupado en defenderse de los cazadores le impedía volverse invisible por largos periodos de tiempo.

    Entonces hubo movimiento cerca de Hikaru: el ejército de Corinto había empezado a marchar de nuevo hacia la ciudad.

    —¿Qué hacen?

    Hikaru miró a su alrededor. Tetsukado y Shinsuke no estaban.

    —Se han ido… —susurró.
    —Lo han planeado todo —dijo Goenji, comprendiendo de inmediato—. En cuanto el Escorpión caiga, los corintios tomarán Elis y apenas encontrarán resistencia. Quieren asegurar la victoria en caso de que crean que Taiyo y los demás no han sido lo suficientemente convincentes.
    —¡Eso es…!
    —Traición, rastrero y muy lógico.

    Había bastante menos moralidad en la guerra de lo que los más jóvenes habían imaginado. Pero sí que era lógico. Parecía que los corintios no confiaran en un dios, pero en realidad era una forma de tomar un segundo relevo. El Escorpión era lo más peligroso. Hikaru se figuró que los cazadores no estarían dispuestos a enfrentarse a la guardia de la ciudad después de derrotarle a él, y para eso estaba el ejército aliado allí.

    —Era el plan de Kidou desde el principio. Por eso envió mensajes a las otras ciudades.
    —Nosotros solos nunca hubiéramos podido hacer nada para pacificar el Peloponeso —sentenció Goenji.

    Cuando el ejército de Corinto se plantó a un par de centenares de pies de distancia de las murallas, los arqueros de Elis se apiñaron en ellas (más de los que ya había, que hasta ahora sólo habían estado vigilando el combate al pie de la ciudad), pero no atacaron.

    También fue entonces cuando empezaron a ver luces. Hikaru y el resto estaban lo suficientemente cerca para saber qué pasaba: los cazadores habían empezado a girar al alrededor del Escorpión a más velocidad, y lanzaban sus ataques con más puntería. Kidou se colocó detrás de Kirino, mientras ambos se posicionaban de forma que el Escorpión centrara su atención en ellos.

    —¿Qué…?

    Kirino entonces invocó sus poderes, y una mezcla de luces azules y verdes acabaron por convertirse en tentáculos salidos del suelo. La sorpresa hizo que el Escorpión se despistara de los cazadores y atacara directamente al mago, que había pasado a ser el enemigo más peligroso y poderoso. Lanzó su aguijón hacia él, pero de repente pegó un chillido tan agudo y estruendoso que obligó a Hikaru y probablemente a todos los que estuvieran al alrededor de la criatura a taparse los oídos.

    —¡Por todos los dioses! —renegó Tenma—. ¿Qué demonios ha sido eso?
    —¡Mirad el aguijón del escorpión!

    Apenas era visible por la poca luz que había, pero del agujón colgaba la Sarisa de Kidou. El estratega había usado el ataque contra Kirino para herirle de gravedad. Su aguijón ya apenas respondía a sus órdenes. El Escorpión hizo trizas la lanza con sus pinzas en un ataque de rabia, pero el daño ya estaba hecho, y fue justo entonces cuando Kirino hizo que los zarcillos de luz envolvieran al Escorpión como si fueran cuerdas. Kariya aseguró la magia de Kirino cubriéndola con sus redes mágicas.

    La criatura cayó derribada, inmóvil e incapacitada.

    —¡La criatura ha caído! ¡La criatura ha caído! —se anunció desde lo alto de las murallas de Elis.

    Todo se precipitó entonces. El ejército de Elis intentó salir a campo abierto justo cuando el de Corinto se abalanzaba sobre las puertas de la ciudad. La superioridad numérica de los corintios era abrumadora, pero estaban en un tapón que impedía que avanzaran con rapidez. Los que habían combatido al Escorpión intentaron ocultarse bajo las murallas, para evitar disparos enemigos.

    —¡Tenemos que llegar hasta ellos! —ordenó Goenji—. Los dioses van a reclamar al Escorpión en cualquier momento y tenemos que estar allí para proteger a nuestros compañeros mientras eso pasa.

    Hikaru no recordó haber corrido tanto en su vida. A ellos, siendo de noche, no les dispararon. Estaban relativamente lejos, y todos los esfuerzos de Elis estaban centrados en las puertas. Pero el motivo de correr a toda velocidad hasta Kidou y compañía era porque, mientras Goenji decía lo que iba a pasar, esa pequeña profecía se estaba cumpliendo: al alrededor del Escorpión estaba surgiendo una luz que no provenía de la magia de Kirino.

    —¡Mi tía Ártemis va a bajar a buscar al Escorpión! —anunció Taiyo, que estaba lo suficientemente bien para aguantar una carrera.
    —¿Cómo lo sabes? —preguntó Hinano.
    —¡Es su luz! ¡Usa la luz de la luna para manifestarse!

    Y no solo envolvió al Escorpión, sino que, cuando por fin llegaron hasta allí, toda la ciudad de Elis estaba siendo iluminada por la Luna, como si solamente ese fragmento de mundo mereciera ser iluminado.

    Una mujer vestida de forma muy parecida a los cazadores apareció encima de ellos, flotando en la luz. Era bellísima, con una tez blanca como la nieve y afilado como una flecha, una mirada castaña muy peligrosa y con un manto plateado sobre sus hombros y espalda.

    —Has hecho un gran trabajo, Orión. Has cumplido con tu palabra —dijo, dirigiéndose a los cazadores. Ellos la miraron como si no existiera nada más en el mundo, lo que hizo que Tenma y Hikaru se pusieran algo celosos—. También debemos agradeceros a vosotros, humanos, que habéis ayudado a restablecer el orden. Los dioses os invitan a visitar de nuevo el Olimpo.

    Ártemis ascendió por encima de las murallas como si fuera una nube y anunció ante toda Elis:

    —¡Esta guerra ha terminado! Se os ha demostrado lo suficiente que no habéis sido abandonados y que vuestro rey Layas es quien debe gobernar. ¡Deponed ahora las armas ante mí y seréis perdonados!

    A juzgar por el silencio repentino que hubo a continuación, todo el mundo acató esa orden.

    Los cazadores seguían mirando embelesados cuando la diosa se difuminó en el aire y la luz en Elis volvió a los tonos normales.

    Hikaru no tuvo tiempo de decir nada a Kariya antes de que la luz lunar se los tragara a todos.

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    Espero que os haya gustado, y como podéis ver la trama está a puntito de terminarse :D
796 replies since 28/7/2015
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