Posts written by Mare Infinitum

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    Woa, cuantas preciosidades <3 si es que este foro tiene lo mejorcito <3

    Yo no tengo fotos para enseñar hoy, pero sólo quería pasarme a decir FELICES FIESTAS a las personas que nos deleitan con sus rostros perfectos <3
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    Gracias gente, sois unos cielos <3
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    Hoy en mi instituto me han visto así. Soy enormemente feliz <3
    SPOILER (click to view)
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    Hai! Ahora que ya me lo he leído todo y ha pasado esa semana infernal, ya puedo pasar a comentarte lo que quedaba. Me quedé para comentar el extra 10, así que pa'allá que vamos.

    Extra 10:
    Este es uno de esos extras de "desde el otro lado" y lo que más me gusta es la paciencia maquiavélica que tiene el desgraciado para soportar todo lo que odia de su entorno sólo por ejecutar su plan. El lado malo? Que me da puñetera vergüenza ajena cuando aparece por casa de los chicos a restregarles su victoria XD es como crónica de una muerte anunciado, o "lo que el malo dice antes de ser derrotado". Come on haha podía haber seguido espiando desde la distancia y descubrir si seguían juntos o no y eso hubiera sido mucho más seguro para él. Atontao. Se dejó llevar demasiado, como él dijo nadie es perfecto XD

    Extra 11:
    Este no me engañes, es "uno de esos extras" XD es como repetir la historia de Yuki y Nao unos años antes con un horrible desenlace XD no quiero decir que no me haya gustado (porque sé perfectamente qué clase de persona es Haru y sé lo que le dolió) pero caramba, el mismo ambiente XD lo bueno es lo que ya he dicho, que conozco la reacción de Haru de primera mano, en el aspecto de la traición (no porque uno fuera gay o no). Lo curioso es que luego también acaba con un tío? Dos ostias había que darle al muchacho.

    Extra 12:
    Este a pesar de también ser un "desde el otro lado" lo he disfrutado porque lo leía y era "dios, cuándo te podré dar una buena ostia pa que te enteres de nada, pringao". Te juro que Hideki nunca me ha caído bien XD no supero lo pedazodetonto que fue durante la segunda parte del fic. Es que a pesar de sus sentimientos y de todo, que no se diera cuenta de lo de Nao y que casi ni se lo creyera era para tirarse de los putos pelos y aquí no ha sido diferente. Lo bueno es que mientras que en la segunda parte no quedé contenta porque aparecía Kenji de repente y Hideki mágicamente ya se había olvidado de todo (por favor ¬¬'), aquí por lo menos sabemos qué pasa. No, Kenji nunca dejará de ser un acosador para mi y Hideki se enamoró de él y da la mucha suerte de que Kenji es buen tío. Y nada más XD pero dejando eso a parte, creo que Hideki dejó de estar enamorado de Yuki hace un tiempo, quizás cuando rompió con Shiho, porque pensó que hacia él la cosa no iría precisamente. Que fuera idiota con Nao tiene sentido porque aún quedaría esa parte de "me está quitando a mi chico" incluso sin saber que realmente lo estaba haciendo XD y cuando se confesó solamente lo hizo por reacción y resultó una buena manera de acabar de soltar lo que sentía y poder pasar página. Me ha pasado a mí antes.

    Extra 13:
    Es un lemon que me he leído en el tren, así que han sido todo risas. No tengo mucho que decir.
    SPOILER (click to view)

    Voy a hacer como que no sé de qué va lo que han hecho esos dos con el móvil



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    Epílogo:
    Este extra eres tú negándote a dejar la historia abierta, no mientas :V sólo para que no tengas la tentación de hacer algo más, igual que Hideki cofnesándose a Yuki a pesar de que sí se podría hacer mucho. Podrías no habernos hecho sufrir, so maldito! Aunque es un clásico para justificar la primera persona en las historias, de algo ha servido. (Me encanta porque me quejo pero soy la primera en matar protagonistas porque me gusta sufrir de esa manera XDD).

    En fin, te has tirado medio año, creo, con esta historia. Vaya viajecito, te mereces un descanso. A leer, a relajarse, a ver anime, a lo que hagas para distraerte (a parte de lo obvio :V). Has tenido suerte, leo como un fic al año (digo, que me apetezca irme a buscar un fic voluntariamente, y no leer algo de mis propios retos), y este año ha tocado el tuyo, y creo que es la primera vez desde 2016 que me hago tan amiga de alguien por su fic. Eso sí es una victoria por tu parte.

    Hasta pronto! <3
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    ¡Buenas! Llego derrapando el último día del reto para dejar una historia que... que tiene mucha historia XDD para que os hagáis una idea, el núcleo de esta historia LO SOÑÉ EL AÑO 2008, con el personaje histórico que sale incluido. El sueño me marcó tanto que a día de hoy tengo todo en la memoria aún. Lo pasé a escrito el día siguiente, pero un año después un hijodelagranperra me robó la carpeta donde tenía el manuscrito. Para entonces iba a 3o de Secundaria, 13-14 años tendría. En 2011 decidí recuperarlo y reescribirlo en otra libreta que he conservado hasta ahora (porque tiene proyectos, mapas fantásticos e invenciones originales de las que por ejemplo ha salido "La Tumba de Pavel", también de este reto). Descubrí el tema del fanfiction y los foros en 2015 y hasta ahora los astros no se habían alienado para relacionar un reto literario con esa historia... hasta ahora, que la he reescrito y duplicando su extensión en el proceso, además de que mi escritura ha madurado mucho en estos nueve años entre las dos versiones.

    En fin, me callo. Espero que lo disfrutéis mucho <3

    QUOTE
    Título: Atemporal
    Fandom: Original
    Pareja: Sara x Dana
    Advertencias: Ninguna.
    Premisa: 17, transformación
    Longitud: 7850 palabras (21 páginas)

    Atemporal



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    Atemporal



    Tenía que ser una excursión a las montañas normal y corriente.

    No hacía buen día, para empezar. Parecía que una tormenta fuera a caer justo allá donde fuéramos nosotros. Yo había advertido a mi padre que muchas ganas de mojarme no tenía.

    Mi padre no escuchó. Tenía muchas ganas de ver a sus amigos y a su hermano, porque hacía una buena temporada que había estado inmerso en su trabajo, así que en cuanto tuvo ocasión, y aprovechando que el mundo del senderismo era algo que tenían en común todos ellos, les llamó a todos.

    —Sara, nos vamos ya.
    —¿Viene Guille? —pregunté mientras me ponía la chaqueta de invierno.
    —Al final sí.

    Dudo que pudiera haber sobrevivido un día de senderismo sin mi primo. Mi pasión no se encontraba precisamente fuera de casa, pero él conseguía que me lo pasara bien. Tenía pasión por el motocross y solía tener en su casa un montón de cachivaches motorizados que probábamos juntos, o nos íbamos con bici por el pueblo.

    En otras palabras: con él, conseguía ser una humana sociable, y no la ermitaña que tanto me gustaba ser. La sensación de que mi lugar no estaba en este mundo era enorme. Me figuraba que a mucha gente le pasaba eso, pero ¿cómo lo solucionaban?

    Recordando amargamente que el senderismo no consiste en llevar un montón de trastitos divertidos como karts caseros, abrí la puerta de casa y salimos.

    El grupo, que sería de unas diez personas, se reunió al inicio del camino que mi padre había preparado. Estaba en el centro de una región montañosa y llena de bosque que no se solía frecuentar. De hecho, había bastantes señales sobre no cruzar propiedades privadas que me hicieron sospechar de qué clase de información se había valido mi padre para organizar su recorrido.

    —Está todo señalizado —nos explicó a todos, mientras mostraba el mapa por el grupo de Whatsapp—. No nos podemos perder.

    Mi primo Guille se rio y me susurró:

    —¿Te acuerdas de una vez que dijo eso y tardamos media tarde en llegar al cámping?
    —Se lo recordé durante semanas —le acompañé.

    Nos pusimos en marcha. Sin preocuparnos en exceso, y siempre mirando al cielo encapotado, Guille y yo disfrutamos burlándonos a distancia de las manazas abofeteadoras de nuestros padres sobre cuándo y en qué bizarras condiciones nos íbamos a perder por la montaña y dónde acabaríamos.

    Las risas se terminaron cuando algunos del grupo empezaron a decir que cada vez veían menos señales de guía, y que las de propiedades privadas habían desaparecido.

    —Bueno, hemos hecho un buen rato de camino —dijo uno—. ¿Qué tal si lo dejamos y volvemos por donde hemos venido? Siempre podemos ir a comer por ahí.
    —Pero es una pena que por una vez que quedamos para hacer senderismo… —suspiró mi padre.
    —Yo creo que por lo menos podríamos acabar el camino. No tiene pinta de ser mucho más largo. Y parece que empieza a salir el sol —añadió mi tío.

    Guille y yo no dijimos nada. Internamente mi cerebro me daba claras señales de que prefería el restaurante con su estufita a un día indeciso con un camino poco marcado.

    —Hagamos algo —dijo otro de los amigos de mi padre—. Voy a ver qué encuentro un poco más adelante y cuando vuelva decidimos si volvemos.

    El grupo pareció contento con la propuesta.

    —Vale, nosotros te esperamos —dijo mi padre—. Si ves que hay mucho camino, vuelve, y buscamos otro camino quizá.

    Su amigo asintió y nos saludó mientras echaba a andar.

    Suspiré. Mi padre no quería rendirse con la maldita excursión. A pesar de las brechas de sol que empezaban a aparecer, el día era de todo menos seguro para ir caminando por ahí pisando charcos. Mi primo, a pesar de que por su hiperactividad necesitaba salir y hacer cosas de mucha energía, tenía cara de estar pensando lo mismo.

    Esperamos un buen rato. Pensábamos que en diez minutos habría vuelto, porque los vistacitos los solíamos hacer así, pero pasó el doble de tiempo y nuestro colega no volvía. Nos decidimos rápidamente a seguir el camino que había empezado.

    Caminamos aquellos diez minutos que pensábamos que tardaría. El bosque se apartaba lo suficiente como para poder echar un vistazo a la colina que teníamos cerca y el descenso brusco que había al lado opuesto. Parecía que no, pero nos habíamos metido en la ladera de la montaña.

    Al cabo de un par de minutos más, el camino torció a la derecha, aprovechando el final de la colina, que acababa allí. Eran más de noventa grados de giro que nos ocultaba un paisaje que no pensaba que encontraría allí.

    —Vaya, es impresionante… —dije.

    Escondida y resguardada por una altura moderada y dos acantilados que la encerraban por encima y la pendiente de la montaña por el lado de donde veníamos, una pequeña cuenca parecía haberse protegido del mundo exterior. Un salto de agua abría espacio para un riachuelo que discurría hasta perderse pendiente abajo, cruzando antes un bosque y un pequeño prado de un verde intenso e hidratado. A pesar del mal tiempo, no circulaba una sola nube por encima del pequeño valle y el sol bañaba tibio aquel pedacito de tierra paradisíaca.

    Nosotros estábamos entrando por el camino al final de la cuenca. Si nos despistábamos, rodábamos ladera abajo. Nos apresuramos a acercarnos al lado opuesto. El camino seguía hacia el interior del valle, pegado al final del acantilado que desde el otro lado se percibía como colina.

    Era como si alguien hubiera atacado con una excavadora gigante toda la montaña, hubiera sacado toda la tierra y la roca necesaria y hubiera rellenado el agujero con el prado, el bosque y el riachuelo con la cascada.

    —Sigamos —dijo mi padre. Casi me olvidé de que estábamos buscando a su amigo.

    Empezamos a adentrarnos al pequeño valle, y algunos detalles empezaron a hacerse más evidentes: el riachuelo serpenteaba un poco en el pequeño prado; cerca de la no muy alta cascada había un puente para cruzar el río y llegar hasta una pequeña casa de madera que había cerca.

    —¡Cuidado! —gritó mi padre, haciendo que prestara atención al camino—. No os mováis.

    Todos nos paramos, pero no supimos para qué hasta que un ciervo escaló con un par de saltos la diferencia de altura del prado hasta subir al caminito. Sin siquiera reparar en nosotros, se marchó al trote hacia el puente, dándonos la espalda. Nosotros nos quedamos inmóviles hasta que el ciervo llegó al puente y se puso a pastar por el prado al alrededor de la cascada.

    —Vamos —dijo mi tío.
    —Nunca había visto a un ciervo de cerca —le susurré a Guille—. Qué impresión…
    —Yo tampoco.

    Nos acercamos al puente, caminando con cautela. El ciervo yacía ahora en la hierba, aunque con la cabeza alta, pendiente de nosotros, pero sin ninguna intención de volver a levantarse. Nuestro tío nos aconsejó que no nos acercáramos, pero tampoco se me hubiera ocurrido hacerlo.

    Buscando a nuestro compañero perdido, decidimos cruzar el puente para llegar a la casa. Solía haber refugios en las montañas por si el temporal pillaba a excursionistas como nosotros desprevenidos, así que supusimos que el amigo de mi padre habría ido hacia allí.

    —Id a mirar en la casa, nosotros esperamos aquí —dijo mi padre, haciéndonos esperar a mí, a Guille y a mi tío.

    El resto asintió y empezó a dirigirse hacia la casa, pero justo entonces una voz resonó en todo el valle:

    —¡¿Cómo osáis interrumpir la paz de mi valle?!

    El eco retumbó por toda la cuenca y me dio un dolor de cabeza impresionante. Guille y mi tío se giraron hacia el salto de agua, quizás creyendo que venía de allí. Yo perfectamente podría haber creído que venía de mi espalda.

    —¿Habéis oído eso? —preguntó mi tío.
    —Sí, venía de la cascada, ¿no?

    Si había alguna posibilidad de que me lo hubiera imaginado, había desaparecido.

    —¡¡VOLVED POR DONDE HABÉIS VENIDO!! —gritó la misma voz. Era de una mujer.
    —Au, mis orejas… —solté.

    Vi que nuestros amigos volvían sobre sus pasos. Mi tío decidió tomar la delantera:

    —No sé quién habla pero… si hemos traspasado una propiedad privada lo sentimos mucho. Buscamos a un amigo nuestro que se ha perdido. ¿Nos puede ayudar a encontrarlo?
    —Un hombre ha venido aquí y ha intentado beber agua de mi río sin mi consentimiento —explicó con menos volumen. Su tono tenía la misma cantidad de cabreo—. ¡Y he decidido castigarlo! Ahí le tenéis, detrás de vosotros. Podéis intentar llevároslo, pero no se moverá.

    Todos buscamos, pero no le vimos por ninguna parte. Sólo había el ciervo.

    A pesar de lo imaginativa que puede ser la mente joven, tardé todo un minuto en darme cuenta de que estaba hablando de ese animal. De repente, mi cuerpo dejó de obedecer y se quedó quieto, mirando al ciervo y deseando desaparecer de aquel idílico y de repente aterrador lugar. El ciervo nos miraba como si no supiera qué estaba pasando con nosotros. Uno de los amigos del grupo se acercó a acariciar al ciervo y de nuevo ni se movió.

    —No te hemos hecho nada malo —dijo mi padre, con más aplomo que yo—. Sólo queremos volver a casa con nuestro amigo tal como estaba.
    —No confío en los hombres cuando dicen esa clase de cosas —espetó casi al instante—. El último que me dijo eso y se libró, me engañó, me dejó con nuestros hijos sola y me abandonó.

    Mi terror se intensificó: esa mujer estaba castigando a todos los hombres que encontraba por un hecho del pasado, probablemente personas inocentes que sólo pasaban por allí. Qué debía de pasarle y cuantas víctimas se había cobrado por ello…

    Cuando miré a mi alrededor, todos los compañeros que se habían acercado al ciervo estaban retorciéndose en silencio. Perdieron su ropa, cambiaron de forma, de color y les salió pelo por todas partes. Ahora, en vez de cuatro personas, había otro ciervo, un jabalí y dos zorros. Igual o más aterrorizados que nosotros, empezaron a corretear sin control por la pradera. Mi padre y mi primo consiguieron moverse para intentar detenerlos, pero escaparon en cualquier dirección.

    —No lo intentéis —dijo la voz, más calmada, aunque igual de furiosa—. Nunca se irán del valle.

    Mi padre, cansado de perseguir a sus amigos, volvió a enfrentarse a la voz de la cascada. Justo entonces los animales empezaron a calmarse y a volver poco a poco hasta el primer ciervo.

    —¡Devuélvenos a nuestros amigos! ¡Si nos vamos, volveremos con más gente y nos los llevaremos a la fuerza! ¡Nunca tendrás ninguna tranquilidad!

    Mi cuerpo decidió entonces que era un buen momento para protestar.

    —¡Papá, no digas tonterías, no la amenaces! ¡Vas a hacer que nos transformen a nosotros también!
    —Eso, escucha a tu hija. Ella por lo menos sabe algo de diplomacia. Además, ¿ves tú alguna salida al valle?

    Los que quedábamos nos giramos hacia la pronunciada curva que habíamos hecho justo antes de encontrarnos con el primer ciervo. En vez de un camino había unos robles enormes y algunas rocas en la ladera. El camino por aquel lado del río había desaparecido.

    —Podíais haberos ido y dejar a vuestro amigo, pero habéis decidido enfrentaros a mí. Ahora estáis todos atrapados aquí.

    Nadie consiguió decir nada. Mientras pensábamos algo para por lo menos recuperar a nuestros amigos en su forma humana, una mujer salió de detrás de la cascada. Tenía el pelo rizado muy largo y un vestido largo que tapaba del cuello a los pies y estaba bien atado a la cintura.

    Mi tío y mi padre dieron un paso adelante hacia ella, mientras se acercaba a nosotros, pero no se atrevieron a avanzar más.

    —Os quedaréis aquí hasta que yo lo diga.

    La mujer me miró a mí, específicamente, aunque no entendí por qué. ¿Quizás porque no la había amenazado? Y no había usado ningún tono amenazador tampoco.

    Antes de plantearnos ningún otro movimiento, los dos zorros transformados se acercaron a ella y los tres desaparecieron de nuevo bajo la cascada. Antes de que protestáramos por el secuestro dentro del secuestro, los dos zorros salieron de nuevo con paso más relajado y se hundieron en el bosque que había al fondo del valle.

    —Buscaremos la manera de salir primero —decidió mi padre—. Primero vamos a ver ese refugio. Necesitamos descansar.

    Se oyó a la mujer reírse de lejos. No me quedó duda que lo había oído, a pesar de que para cualquier persona normal detrás de una cascada sería imposible oír sus propios pensamientos. Miramos un segundo la cortina de agua caer sin decir nada y luego nos giramos hacia el refugio.

    Antes de que llegáramos, la puerta se abrió. De dentro salieron dos mujeres que probablemente eran madre e hija, por las edades que aparentaban. La hija debía tener mí edad, o la de mi primo (que era un año más pequeño). La madre quizás era más joven que mi padre. Ambas tenían el pelo castaño ondulado, la madre largo y la hija corto. Cuando estuvimos cerca, vi que las dos tenían los ojos verdes. Eran realmente parecidas.

    —¿Quiénes sois? —pregunté yo, algo embelesada por la apariencia de la chica.
    —No os preocupéis por eso —dijo la madre, casi llamándome la atención—. Tendremos tiempo para hablar de todo lo que necesitéis. Pasad dentro.

    Pensaba que mi padre protestaría enérgicamente por nuestro secuestro, pero la sorpresa de ver que ahí había más personas quizás le había mantenido callado. Mi tío y mi primo tampoco dijeron nada.

    Entramos en la cabaña, pero pensé que tenía que tirarme de una mejilla o algo por el estilo. Guille no fue más elocuente:

    —¿Qué clase de magia es esta? Era un refugio enano de madera y ahora es…
    —De mármol —dijo la chica joven—. Traído de una época tan antigua como la persona que controla el valle. No encontraréis nada igual.

    La chica se olvidó de mencionar que además de ser de mármol, el refugio era ahora una mansión. Quizás una de pequeña, pero lo suficiente como para meter allí dentro una docena de refugios. Por lo menos. Era la versión inmueble de los infinitos payasos que salen de un coche enano.

    El pasillo era ancho y el brillo del mármol daba la sensación de que fueras a resbalar en cualquier momento. En las paredes, algunos tramos estaban interrumpidos por mosaicos de trocitos muy pequeños de piedra pintados. Formaban escenas que parecían rituales muy antiguos, con mujeres y animales por todas partes. Teniendo en cuenta lo que acabábamos de presenciar, temí que todos esos animales hubieran sido hombres en otro tiempo.

    Llegamos a un patio interior en el que no había techo. En el centro, además de una pequeña piscina de agua, había una estatua de unos dos metros y medio de alto. Se parecía demasiado a la mujer que había transformado a nuestros amigos.

    —Os presentamos a Circe, de Eea. Una maga que tiene más de tres mil años de existencia.

    Mi primo y yo nos miramos. Guille era el hablador:

    —¿Cómo que tres mil años? Eso es imposible…

    En vez de preguntarme cómo era posible, pensé que porqué era necesario que alguien viviera tanto tiempo. Me parecía algo triste no poder morir. Al final sólo quedaría la persona, sola, perdiendo a sus allegados constantemente y probablemente sin objetivos claros en su vida. Me preguntaba si Circe era consciente de ello.

    —Nosotros tampoco lo sabemos —admitió la chica joven—. Pero hace mucho tiempo que vive aquí, y todo el que ha intentado invadir o destruir este valle de cualquier modo ha acabado convertido en animal y ha pasado el resto de su vida aquí.

    Mi padre y mi tío se pusieron rígidos: estaban a punto de exigir de nuevo que soltaran a sus amigos. A juzgar por las caras de las dos mujeres, que lo esperaban, no era algo que ellas pudieran controlar.

    En cambio, yo recordé. En secundaria te hacen leer bastante literatura y yo conocía a Circe. Salía en la Odisea. Odiseo, o Ulises, había perdido años encerrado dentro de la casa de Circe, con sus amigos convertidos en animales pero disfrutando él de su compañía. Un día se acordó de que tenía un hogar al que volver y la amenazó de muerte usando uno de sus famosos golpes de ingenio para que le devolviera a sus compañeros, le soltara y le indicara el camino a casa con una profecía.

    Pero para entonces ya tenían hasta hijos, algo que no todo el mundo sabe. ¿Dónde estaban? No parecían ser las personas que teníamos delante. ¿Ellos sí murieron?

    —Después de haber sido amenazada en su propia casa decidió huir —siguió la madre—. No sabemos exactamente cuando decidió quedarse aquí, pero su magia la mantiene con vida y al valle protegido.
    —¿Y vosotras dos? ¿Cómo llegasteis aquí? —pregunté. Mi padre y mi tío me miraron mal para que me callara, pero no iba a acelerar las cosas hacerlo.
    —Fuimos de excursión solas y estábamos pasando una mala época. Nos perdimos igual que muchos y descubrimos este lugar. Circe nos observó y decidió acogernos. Nos ofreció su refugio, que ya tenía esta forma, y como nadie nos esperaba al otro lado… nos quedamos.

    La madre parecía no querer recordar lo que había en ese otro lado. Su hija simplemente parecía feliz con esa decisión.

    Nos quedamos mirando la estatua de Circe un rato mientras ellas dos iban y venían de las habitaciones. La estatua sonreía, un buen contraste con lo que acabábamos de sufrir de ella. Yo me estaba acordando de otras cosas que sucedían en su mito y empezaba a darme cuenta de que estábamos en un aprieto mucho mayor.

    Pero la chica joven interrumpió mis pensamientos cuando nos dividió por habitaciones. A mí me dejó apartada de los demás porque, de todo el grupo sin transformar yo era la única mujer. Hizo bien, yo necesitaba mi espacio, daba igual quién fuera.

    Me quedé algo embelesada con la sencillez y tranquilidad que desprendía la habitación. La chica esperó.

    —Circe hizo esta casa hace mucho —comentó—. Le añadió magia para que siempre fuera cómoda y nunca hiciera frío o calor.
    —Perdón que no, eh… no sé. Quizás mi cabeza estalle en cualquier momento —admití. Ella se rio con aire de comprensión—. Me llamo Sara, por si sirve de algo. Así Circe sabrá mi nombre cuando me convierta en gatito para toda la eternidad.
    —Dana —se presentó ella. Su risa fue como si me pusieran dos tapones en las orejas para no escuchar nada que tuviera con lo que acababa de presenciar fuera—. Te esperamos en la estatua.
    —¡Oh, sí! Voy.

    A pesar de que era la casa de Circe, sentí que estaba protegida de ella allí dentro. Su magia era poderosa. Quizás por eso Dana y su madre se habían quedado allí a vivir.

    Nos volvimos a reunir todos delante de la estatua. Guille le estaba sonriendo a Dana muy descaradamente. Yo rodé los ojos.

    —Circe os mantendrá aquí hasta que ella quiera. Habéis bebido del agua de su río sin su permiso, poniendo en riesgo su integridad, y luego la habéis desafiado sin motivo. No es una persona que pase eso por alto.
    —Sólo dinos lo que hay que hacer para salir de aquí y nos iremos —soltó mi padre, cabreado, y con razón—. Con todos nuestros amigos a salvo.

    Madre e hija nos hicieron seguirlas fuera de la casa de nuevo hacia el puente. Todo el grupo se detuvo de la impresión de ver a nuestros amigos transformados de nuevo. Era como si al salir todo lo poco bien que podía ir nada de nuestra vida se hubiera desvanecido.

    Circe esperaba delante de la cascada con el mismo aspecto de intentar partirnos con un rayo, nada que ver con su estatua. Aquello hizo que me enervara también, y supongo que tuvo un efecto parecido con mi familia, porque aceleramos todos el paso como si su magia nos empujara a enfrentarnos a ella otra vez.

    —¿Qué hay que hacer para salir de aquí? —repitió mi padre.
    —Pedir perdón. Y tenéis que prestarme ayuda.

    Lo primero no era propio de mi familia, no.

    —¿En qué?
    —El río no es solo un cauce de agua cualquiera. Tiene propiedades mágicas relacionadas con el paso del tiempo y que necesitan reconstituirse de vez en cuando. Cada vez que alguien sin preparación toca el agua, ésta queda contaminada. Es lo que ha hecho vuestro amigo. Se tarda semanas en poder recuperar su pureza.

    Y era nuestra culpa. Mi cuerpo me gritaba «¡es injusto que lo paguemos nosotros!», pero había intentado proteger su casa.

    Lo peor es que me di cuenta de lo que había dicho sobre el tiempo, y yo conocía las particularidades de su mito:

    —El tiempo pasa más lento aquí que en el resto del mundo, ¿verdad?

    Mi familia me miró como si les acabaran de lanzarles un fogonazo de esos de coche para asustar a los animales de carretera.

    —Vaya, alguien ha estudiado mitología aquí, me gusta —admitió Circe, con un asomo de sonrisa—. No, ya aprendí la lección la primera vez. Después de todas las amenazas de muerte quise hacerlo al revés: el tiempo pasa más rápido aquí. Un día en el valle equivale a diez minutos en el exterior. Podéis relajaros.

    Me deshinché como un globo, pero en el buen sentido. Fuera lo que fuera lo que teníamos que hacer para Circe no significaba perder años de nuestra vida, como pasaba en su mito original. Ulises pasó un año sin saberlo. Al verme, Circe sonrió. No podía ver a lo que empezaba a temer que eran sus dos sirvientas, pero seguro que me sonreían también.

    —Como muestra de buena voluntad, y para acelerar vuestro retorno… —dijo la maga, dejándolo al aire.

    A continuación, todos los animales transformados empezaron a acercarse al río y empezaron a beber del agua. Sus cuerpos cambiaron poco a poco al de los humanos que eran habitualmente. Todos corrimos hacia ellos cuando empezaron a preguntar que qué había pasado y dónde estaban. Nuestro explorador no fue capaz de decir nada a parte de maldecir y escupir hierba que su forma animal había estado masticando hasta entonces.

    Cuando me volví, Circe ya no estaba. Dana y su madre sí que esperaban con un aspecto más animado, como si hubieran estado cargando con mucha tensión ellas también. Yo no acababa de entender del todo su papel en ese lugar.

    —Os recomiendo que descanséis por hoy, ya tenéis las habitaciones preparadas —dijo la madre de Dana, cuando los diez nos calmamos—. Mañana por la mañana empieza el primer día de ritual. Durante dos semanas os bañaréis en el río al lado del refugio muy temprano. Os dejaremos comida preparada y os iréis a dormir a las mismas horas.

    Mi grupo murmuró con cierto miedo aún, después de toda la experiencia. A mí me daba la impresión de que aquello se estaba volviendo una visita a un balneario, solo que el agua de los ríos solía estar congelada. Sólo esperaba que ese sol que nunca era bloqueado por las nubes calentara lo suficiente cuando nos tuviéramos que bañar.

    Las dos mujeres guiaron al grupo hacia la casa, pero yo me quedé cual ciervo ex-humano pastando al alrededor del puente cuando vi que Guille se presentaba muy enérgicamente a Dana y empezaba a sacarle tema. Ya no recordaba que mi primo era un tío y que estaba acostumbrado a tirarle la caña a cualquiera. Nunca me había importado hasta ahora.

    —No te preocupes, no pasará nada entre ellos.

    Pegué tal bote que podría haber salido del valle volando.

    —¡¡Pero qué susto, joder!! —grité, girándome. Circe se había aparecido a mi espalda con todo sigilo para susurrarme aquello en el momento preciso. Mi corazón estaba corriendo su propia maratón en esos instantes—. Bueno, ¿y qué tiene que importarme? Mi primo hace eso constantemente.

    Circe sólo se rio con ternura y me dejó sola delante del estanque de la cascada. Yo me miré en el escaso reflejo que podía ver a través del agua cristalina. Mi pelo negro dividido en mechones y corto por los hombros me bloqueaba la visión de un rostro que se preguntaba qué estaba pasando, y si estaba siendo un sueño.

    Cuando volví me encontré con Guille entrando en su habitación y de su tío, que estaba al lado de la mía.

    —Oye, la chica esa, Dana, es guapa, ¿eh?
    —Supongo, no sé…
    —Ah, ya, la que no se fija en nadie —se burló. Yo le saqué la lengua como protesta—. Pero Ariadna no me quita ojo.
    —¿Ariadna?
    —Su madre.
    —Ah —dije. Me pareció anecdótico que su madre tuviera el nombre de otra mujer atormentada por los hombres—. Si dejaras de ligar con su hija quizás no te fulminaría con la mirada.
    —Bueno, paga la pena —dijo, sin mucha preocupación.

    Lo malo de estar encerrados en aquel sitio era los compañeros que me habían tocado. Guille quería amarrarse a Dana para que le contara todo de la casa, los mayores me hacían el mínimo caso por sus propias preocupaciones… ¿qué tenía yo por hacer? ¿Pasear? Aquello era muy aburrido.

    No me atreví a salir de la casa, ya que estaba oliendo comida. Luego miré al exterior y me di cuenta de que era de noche. ¿Cuándo se había puesto el sol? Me preguntaba si Cronos, el dios del tiempo en la mitología griega, tenía algo que ver con aquel valle o si era la propia magia de Circe, que simulaba un entorno acelerado o algo por el estilo.

    Durante la cena hice lo posible para comportarme como un ser social, pero el único que hablaba cerca de mí era mi primo, puesto que los mayores seguían desconfiando. Dana le explicaba lo que su madre le permitía sobre mitos y detalles de la casa. Yo atendía todo lo que podía para que no sintiera que Guille le estaba acosando o algo así.

    —Y oye, ¿vosotros sabéis del mundo exterior? —pregunté, con curiosidad. Saber cómo funcionaba la magia de Circe me intrigaba—. Si lleváis años aquí según el calendario de Circe, quizás no hace tanto que os fuisteis en el mundo real.

    Dana no supo responder del todo. Creo que ni ella entendió lo que dijo, y yo menos. En su lugar, su madre respondió:

    —Hemos estado fuera del valle otras veces, y solo habían pasado unos meses desde nuestra ausencia. Pero aquí ha pasado mucho más. Circe siempre nos guía de vuelta a su casa.
    —Entonces… no sé… ¿envejecéis más rápido?
    —Eso no nos preocupa, si realmente lo que queremos es quedarnos a vivir aquí —comentó Dana—. Pero Circe dijo que su magia había cambiado, ¿no, mamá?
    —Sí. Dijo que para evitar conflictos, el cuerpo humano envejecía al mismo ritmo que en el exterior. Desde su encuentro con Ulises y la muerte prematura de sus hijos decidió no interponerse con el desarrollo de la naturaleza. Construyó este lugar con su magia con la voluntad de educar a los humanos en el respeto de la naturaleza y como lugar de reposo.

    Eso respondía casi todas las dudas y temores que tenía. Recordaba que Circe al encerrar a la tripulación de Ulises en su casa, lo hacía transformándoles en animales y haciendo que el tiempo en su isla pasara lento en todos los aspectos. Me figuré que había volcado toda su magia en crear un entorno menos hostil. El agua parecía que era la forma que tenía de conservar la belleza de ese entorno.

    Aquella noche no dormí demasiado. Me seguía preguntando si todo era obra de Circe. Me estaban apareciendo dudas, pero no las entendía. Mi estómago me estaba diciendo que esas dudas tenían una razón de ser, pero no podía juntarlas en una frase. Un lugar en el que el tiempo pasaba más rápido sólo en apariencia. Me preguntaba cómo sobrevivirían allí. La comida que habíamos cenado había sido muy real.

    —No había nada de carne en la cena… —murmuré, recordando.

    Yo no tenía problema con eso, comía de todo, pero eso quería decir que en algún lugar tendría que haber un huerto, como mínimo.

    —Ojalá pudiera quedarme aquí —dije, sin pensar demasiado.

    Me dormí poco después.

    Cuando se hizo de día, un rayo de sol decidió entrar por la ventana y abrasarme el muslo izquierdo. Eso me despertó y me di cuenta de que me había dormido. Y que durante la noche me había quedado en ropa interior, porque estaba sudando.

    —Nunca he lavado ropa a mano —me dije, mientras me hacía a la idea de que íbamos a pasar semanas con la misma puñetera ropa—. Espero que el tiempo también pase lento para nuestra ropa o vamos a oler como cerdos en una cuadra en nada.
    —Pues has acertado.
    —¡Dana!

    Inmediatamente me tapé hasta los ojos. ¡Me había visto semidesnuda! ¡¿Y cuándo se había abierto esa maldita puerta?!

    —¡Perdón, te juro que no he visto nada! He llamado para abrir, pero no respondías. Quería avisarte de que es hora de bañarse.

    Y un cuerno que no había visto nada, si había abierto y me había escuchado, porque estaba de lado a ella y no estaba tapada antes de que me percatara de su presencia. Qué manía tenía este sitio con acercarse con sigilo y asustarme.

    —Vale, ahora voy. —Dana me saludó y se dispuso a irse, algo apurada—. ¡Espera! Oye… ¿Sobrevivís bien aquí? ¿No echáis de menos el exterior?
    —Es una buena vida, yo estoy feliz aquí. De vez en cuando me apetece aprender cosas de cuando iba al instituto, pero…

    Se la veía bastante convencida, pero ese «pero» me dio cierta impresión. Quizás esperaba salir algún día. ¿Y si su madre se lo estaba impidiendo?

    —Vale, no digas más. Me he metido donde no me llaman.

    Dana me sonrió y creí que todos mis problemas se habían volatilizado. «Mierda, ya conozco esta sensación…», me dije, recordando una experiencia de hace años.

    Cuando salí de la casa ya estaba sola. Fuera había algunos de nuestros compañeros explorando. Circe me esperaba en el río, al lado del refugio, tal y como Ariadna y Dana habían prometido.

    —Tendrás que desnudarte —me dijo. Me sonó a enfermera que te pide que te subas a la camilla.
    —¿Del todo?
    —Del todo. —Luego se dio cuenta de la pega que yo encontraba: había como ocho tíos en menos de diez metros a la redonda, incluyendo mi primo, que parecía desesperado por encontrar a Dana—. Ah, claro. Perdona. A los hombres no les ha causado tanto problema.

    Circe alzó la mano y un círculo con letras griegas nos envolvió. Del propio aire aparecieron zarzas y densos arbustos de hasta dos metros.

    —¿Son reales?
    —No, es una ilusión. Los ves tú, los veo yo, los ven tus compañeros. Pero no intentes cruzarlos, o desaparecerán.

    Seguía siendo una desconocida la que me estaba diciendo que me desnudara, pero una maga atemporal era mucho mejor que mi primo el ligón. Me giré de espaldas a ella, sentada en la hierba, me quité toda la ropa y probablemente ofendí a varios dioses y sus madres con la retahíla de tacos que solté cuando puse el primer pie en el agua.

    —Tu padre ha dicho cosas muy parecidas cuando le ha tocado —se rio Circe.
    —¿Qué hay que hacer ahora? Antes de que me convierta en cubito de hielo. —Miré mis piernas. El río apenas cubría las rodillas, y mucho menos el resto de mi cuerpo. Parecía que mis pechos intentaran apuntar hacia el cielo, del frío que estaba pasando.
    —No te preocupes, el resto es cosa mía.

    Pensaba que vería el círculo de letras griegas de nuevo, pero no pasó nada. Sólo pestañeé, y al abrir los ojos me encontraba completamente sumergida en el agua y boca abajo.

    Salí de un salto, cubriéndome todo lo que pude con las manos.

    —¡Joder, qué frío! ¿Qué ha pasado?
    —Eres un salmón muy escurridizo.
    —¿Qué? —pregunté, mientras tomaba mi camiseta para ponerme algo encima. Luego dejé caer el resto de la ropa y así de medio desnuda me encaré a Circe cuando me di cuenta de lo que había hecho—: ¡¿Me has transformado en salmón?!
    —Es la única manera de seguir con el ritual —dijo con calma. Yo volví a tomar mi ropa—. Los humanos estamos contaminados con pensamientos turbios y egoísmo. Mi magia no proviene de nosotros, sino de la naturaleza, así que en naturaleza os tengo que convertir.
    —Entiendo… —dije, cuando ya me sentía segura con toda mi ropa (mojada) puesta.
    —Ve a calentarte en la hoguera, lo necesitarás. Pensaba que Dana te había dejado una toalla en tu habitación…

    Me encogí de hombros, sin querer revelar la verdadera razón por la que ni siquiera sabía que había toalla. Luego me dije que era tonto: Circe era adivina, si quisiera me haría un escáner cerebral y adiós secreto de sumario.

    Fui corriendo a la hoguera del refugio (que no era otra cosa que la chimenea donde habían cocinado verduras a la parrilla la noche anterior) sin mirar a nada y a nadie. Fue un gustazo darme cuenta de que la casa regulaba su temperatura para lo que necesitaba yo.

    Hasta que no noté que cada rincón de mis capas de ropa estaba seco no alcé la cabeza del fuego. Acababa de entrar Guille, que parecía desesperado por algo.

    —Oye, ¿pero qué te pasa?
    —Que Dana y su madre no están.
    —Estarán descansando, digo yo —repuse—. Deja a la chica en paz ya, que la acabas de conocer.

    Guille se hizo el ofendidito, pero se sentó un rato a mi lado y me contó que había entrado dos veces antes y que estaba dormida junto al fuego, sentada con las piernas encogidas. Y ya era hora de comer.

    —Este sitio es de locos, nunca te enteras de cuando pasan las cosas —me quejé.

    La comida volvió a ser toda vegetal. Nadie protestaba. Mi padre y mi tío parecían más contentos. Y Dana y su madre no nos acompañaron esta vez, simplemente nos habían dejado la comida hecha. Yo no quería admitir que también notaba un poco la ausencia de la joven.

    Los días pasaban muy rápido. El sol aparecía y desaparecía. No me daba cuenta de cuándo me quedaba dormida, a pesar de que sí soñaba. Circe me transformaba en salmón todas las mañanas y se reía porque quería salir del círculo mágico que creaba para mí. Al segundo día ya había aprendido a quitarme la ropa protegiéndome con una toalla para que ni ella me viera hasta que no me quedara más remedio.

    Tampoco vimos a Dana y a su madre en un par de días. Circe me dijo en confianza que ocupaban bastante tiempo en un huerto que había al otro lado del río, detrás del bosque que había al lado de la cascada.

    No pude evitar ir a echar un ojo por la noche, después de la cena. Nadie se había atrevido a explorar al otro lado del puente, por donde se suponía que había el camino de vuelta, por si Circe se volvía a enfadar. Pero nada más cruzar, bordeando el estanque, se llegaba rápidamente a un denso y oscuro bosque, a pesar de que parecía muy pequeño. Había frutos por todas partes. Se oían los pájaros cantar, aunque no sabía si eso era señal de que Circe había castigado a más gente (a pesar de que dijo que los devolvía a su forma para que aprendieran la lección).

    Sin darme cuenta, llegué a un pequeño claro. No sería más que un círculo de diez metros de diámetro. Debería haberme dado algo de miedo estar tan expuesta con un bosque tan oscuro en plena noche, pero la luna tenía un aspecto radiante, los pájaros nocturnos seguían cantando alegremente y el claro me transmitía una profunda paz que comulgaba muy bien con la idea de que aquello era un balneario. Me senté en el centro.

    Esta vez sí que vi a Circe acercarse.

    —Ya veo que has encontrado este sitio. A veces también vengo aquí, a pensar en el tiempo que llevo en este mundo y las personas que han pasado por aquí.
    —¿Ha habido más como Ariadna y Dana?
    —Muchas más. Por desgracia, tener esta clase de magia me obliga a seguir viva, así que no sigo el transcurso natural de un ser humano.
    —Eso es casi como ser un dios.
    —Supongo, pero no me resulta agradable. Además, mis poderes se limitan a este sitio. Si dejara de ejercer esta magia todo el entorno perdería su vida y probablemente yo podría morir. Hasta ahora no he sido capaz de pensar en ello seriamente. Prefiero seguir educando a nuevos visitantes.

    Era una postura razonable. Odiaba vivir en el mundo que vivía por personas opuestas a Circe.

    —Por lo menos puedes hacer algo al respecto —dije.
    —Me recuerdas un poco a Dana —se rio Circe—. A ella le gusta estar aquí porque puede hacer algo por los demás sin tener impedimentos. Ni que sea a poca escala. —Nombrar a Dana me hizo hacer una mueca rara—. Pronto volverán, por cierto. Se están tomando un descanso.

    Suspiré. Circe, la adivina.

    —¿Lo sabes?
    —No hace falta ser yo para ello —dijo, repitiendo esa risita. El mundo tenía costumbre de soltarla sólo para mí, fuera dentro o fuera de ese lugar—. Sólo tienes que ser tú. Y desde luego, no seas tu primo.
    —Ese tío está tonto —bufé.

    Circe se acercó para darme la mano y ayudar a levantarme. Le hice caso. A pesar de que fuera prácticamente inmortal, no daba la sensación de ser una diosa más allá de cuando se cabreaba. No hacía falta que me dijera que nos dejaría ir cuando acabara el ritual, era evidente. Quién diría que las entidades con miles de años también pueden madurar. En otra época necesitó un cuchillo en el cuello para ello.

    A pesar de lo que dijo Circe sobre Dana y su madre, no las vimos el día siguiente. Guille estaba empezando a perder el interés, pero necesitaba una forma de canalizar su hiperactividad, así que me ocupé de enseñarle el bosque de día, además de que descubrimos el huerto con montones de verduras, frutas y hortalizas distintas plantadas en un espacio casi tan grande como el propio bosque. Un árbol de mediano tamaño sobresalía de todos ellos. Era una higuera.

    —Aún no están maduros —dije, al ver que Guille planeaba robar un par.
    —¿Y cómo lo sabes?
    —No lo sé. ¿Has comido higos recientemente en la comida o la cena?
    —No.
    —Pues ya está.

    Pasamos el día trazando los límites del valle. El camino seguía bloqueado, obviamente, pero la colina que la delimitaba era un acantilado ya al inicio del huerto, y hacía de fondo y pared del mismo. A su izquierda estaba el bosque, luego la cascada en un lateral, con el río que cruzaba el valle, y la pradera hasta el final del valle. Formaba una curiosa U invertida.

    Por la noche, volví a ir al claro del bosque. No es que no pudiera dormir, pero incluso cuando sólo éramos diez excursionistas me parecía que necesitaba no compartir los mismos espacios.

    —Oh, Sara, no te esperaba aquí.

    Me giré de repente. Dana acababa de aparecer en el claro.

    —¡Dana! Vaya, apareces y desapareces como un fantasma… ¡Espera…!

    Dana se rio de mí una vez más.

    —No soy un fantasma, me has visto de día.
    —¿Cómo es que no os hemos visto estos días? —dije, sin ninguna clase de tacto.
    —Estábamos trabajando en el huerto, y luego descansando. El refugio es grande, tenemos espacios donde no nos molestan.
    —Ya veo…

    Me pareció que me metía en un cenagal, y ella no quiso seguir hablando de ello, así que cambié de tema.

    —¿Conocías este sitio?
    —Sí. Mis padres se enamoraron en este lugar. Cuando él murió, mi madre y yo volvimos y nos quedamos.
    —Lo siento…
    —¡No pasa nada! Vivo feliz aquí. Es un lugar muy pacífico para tener una vida gratificante, lejos del ruido dela ciudad.

    Quizás fue la magia de Circe actuando sobre ese claro, o sobre mí misma, pero me salió todo de golpe:

    —Me encanta este sitio. No dejo de pensar que me gustaría quedarme. Tampoco dejo de pensar que el mundo real no es mi sitio. No sé si es cobarde decidir que simplemente no quiero eso y me quedo aquí, pero… tengo más razones para quedarme aquí que no de volver a casa.
    —Así que si te dejasen, ¿te quedarías?

    Miré a Dana a los ojos, bastante nerviosa.

    —Ni que no me dejasen. Es mi decisión.

    Quizás otro de esos saltos ocurrió mientras miraba a Dana, porque de repente estaba sintiendo sus labios y si no consideraba que ese sitio era el cielo, ahora ya lo era.

    Tampoco me enteré cuándo noté de nuevo el viento enfriar mis labios por la falta de contacto.

    —Quizás esto es un poco de chantaje —admitió Dana—. Perdón, no quería…
    —¡No, no! ¡No pasa nada! Yo… También me gustas. —Dana se toqueteó el pelo al oírlo con su sonrisa y a mi casi me da un infarto—. No es sólo por eso por lo que me gustaría quedarme. Aún tengo que pensar. Y tenemos más de una semana para estar juntas… si quieres.

    Dana me sonrió aún más y esa vez sí que vi el beso venir. Y los todos los siguientes.

    Decidimos volver por separado. No queríamos despertar sospechas… aún. Me figuraba que con lo pequeño que era el lugar, tarde o temprano todos lo sabrían. Especialmente porque cuando nos sentamos en la cena, yo no podía evitar cruzar miradas con Dana y poner cara de boba. Ella, en su lugar, sonreía como esperando a que alguien dijera algo gracioso, pero sabía que era por mí. Dormí lo más tranquila que he dormido en años, a pesar de que tenía tantas cosas en las que pensar y que recordar.

    El agua seguía estando congelada cuando me tocó el baño.

    —¡Me cago en…! ¿No tienes manera de crear aguas termales o algo? Para rematar el balneario —protesté a Circe, que estaba a mi espalda.
    —Lo siento, mi magia se superpone a la naturaleza, pero no la modifica.
    —¿Y entonces el refugio qué? Ahí sí hace calorcito.
    —El refugio es lo que queda de mi enorme mansión en Eea. Antes era mucho más poderosa por sí misma.
    —Ah. De eso ya no sé.
    —¿Preparada?
    —¿Puedo no estarlo? —suspiré. Circe me rio el comentario, todo se volvió negro por un segundo y me desperté empapada. Salí del río como si estuviera evitando un campo de minas y me puse la toalla—. ¿Me he movido mucho esta vez?
    —Hoy no, nadabas como si el tiempo discurriera más lento —comentó.
    —¿Es malo?
    —No —dijo con calma—. Significa que tú también estás más tranquila. Estás encontrando tu camino.

    Circe era una adivina, me iba repitiendo de vez en cuando. Pues claro que lo sabía.

    —Es posible que decida quedarme —confesé—. ¿Podría?
    —Nada te lo impide.

    Mientras me vestía, me quedé pensando. A pesar de que no quería quedar del todo desconectada del mundo (porque seguía queriendo leer, por ejemplo), era de lo más atractivo quedarme. Vivir de la tierra, una vida sencilla, asustando a viajeros y pasando tiempo con Dana… Me seguía pareciendo que en cierto modo estaba huyendo, pero ahí fuera no era feliz. En ese lugar empezaba a serlo.

    No le dije nada a Circe, aunque me figuré que lo sabría sólo con mirarme. Me despedí de ella hasta la mañana siguiente (pues era raro verla fuera de ese espacio de tiempo).

    Ese mismo día, Dana quiso volver al bosque a pasar el rato, pero no fue eso lo que me alteró, sino que Guille cazara en una de esas ocasiones que hacíamos el tonto en la comida.

    —Te gusta, ¿verdad?
    —Sí, bueno…
    —No pasa nada, primita, ya sabía que no tendría suerte. Además, si nos vamos a ir igualmente…

    Ahí es donde me alteró. Mi primo no tenía ningún problema en que yo hubiera tenido un lío con Dana, pero ambas creíamos que aquello no era algo tan simple. No fui capaz de decirle lo que estaba pensando, quizás porque aún no me había decidido. Guille no dijo nada, y esperaba que su hiperactividad le hubiera provocado una falta de atención en ese instante.

    Cuando llegué al claro mis pensamientos se habían dispersado ya: si me había alterado era porque quería quedarme, no por lo que Guille pensara de mí. Sólo me sentía nerviosa por cómo se lo diría al resto.

    —Hola.

    Evidentemente, ver a Dana me quitó todo de la cabeza de un plumazo. Me besó, yo la besé, nos atacamos a mimos y acabamos rodando haciendo la croqueta en el suelo en el más estilo película romántica sudada. Sólo bastó un «hola».

    Rendida al amor y a mi propia decisión, la semana que nos quedaba pasó volando. Dana y yo dejamos de escondernos en cuanto Guille empezó a hablar más de la cuenta. Mi primo nunca había sido un experto en guardar secretos porque su hiperactividad le impedía mantenerse callado. No le culpaba, aunque había puesto la mirada de Ariadna, la de mi padre y la de mi tío sobre mí. Simplemente decidimos empezar a pasear y a pasar más tiempo juntas a la vista de todos.

    Cuando el día de partir llegó, Circe se presentó encima del puente y nos reunimos todos a su alrededor.

    —El ritual ha sido completado. El agua vuelve a ser pura. Vosotros casi no lo notáis, pero a mí me permite hacer cosas como la siguiente…

    El agua del río se levantó como una ola e impactó en la curva de camino que había estado cerrada desde que nos secuestró. El agua simplemente hizo desaparecer toda roca y árbol como si un mago ilusionista de los comunes hubiera tirado de una capa y hubiera hecho desaparecer lo que había debajo.

    —Sois libres de iros —sentenció Circe—. Espero que este tiempo en el valle os haya enseñado sobre el respeto a la naturaleza. Siempre que queráis, podréis volver.

    El grupo empezó a desfilar, despidiéndose de las tres mujeres. Mis familiares se detuvieron nada más empezar porque yo ni siquiera había tomado la pequeña mochila que nos llevamos para ese lejano día de excursión.

    Mi padre me miró y me abrazó:

    —Sé que te vas a quedar. Me alegro de que por fin hayas encontrado tu camino.
    —Te echaré de menos —le contesté, con la voz apagada—. Pero iré saliendo. Necesitaré unas cuantas cosas, ¿sabes? Que no me quiten mis libros.
    —¡Si es que tenías que ser rata de biblioteca! —nos interrumpió Guille.

    Después de un momento de comunión familiar, vi a todos marcharse. Dana me tomó de la mano mientras yo saludaba al grupo mientras se acercaba a la curva donde desaparecerían.

    Cuando ya no les vi, me giré a las habitantes de mi nuevo hogar con una sonrisa.

    —Gracias por aceptarme, ¿qué toca hacer hoy?

    FIN



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    Espero que os haya gustado este pequeño delirio que tuve <3

    Edited by Mare Infinitum - 14/11/2020, 11:02
  6. .
    Hai! Previendo una semana de aúpa por tener una clase confinada voy a recortar todos los reviews que pueda antes de que esta semana infernal aparezca :V

    Extra 8:
    Mira que sabía que ibas a meter este también hahaha dios santo, no quiero estar ni cerca de Leiko cuando se pone a hacer estas cosas, en serio. Qué manera de sufrir. Me encanta que Hideki se haya puesto tan en serio con su papel, él sí que sabe actuar haha pero el pobre Nao es como Yuki, pero un poco menos empanado. Yo ya te lo dije, sería un Yuki total. Más me valdría cerrar la bocaza en situaciones así. O huir, eso me valdría también XD qué puta vergüenza que me dan estas cosas, te lo juro. Pero en fin, Nao prometió que el sarao por el anillo fue peor que el de Yuki y así ha sido, hasta guardaespaldas se han conseguido XD

    Extra 9:
    Me figuro que este es de los que tenías planeado desde el principio poner, porque parece realmente importante. Tiene pinta de que tiene más partes(?) no sé si era este que dijiste que tenía más de dos partes, no me acuerdo XD pero vamos, te hace sufrir cantidad por Nao, una vez que sabes de qué va la historia. Cuando lo leí por primera vez era totalmente #TeamYuki, pero ahora... bf. De verdad que puede haber gente tan hijodeputa en esta vida. Por lo menos nos acortas el sufrimiento aquí en dos capítulos, que ya al final le están buscando por lode Yoshio y tal. Tengo la barriga que da asquito, gracias :'v

    Bueno, de momento hasta aquí. Que hoy tengo poco tiempo para comentar cosas. Ta luego!
  7. .
    Gracias, perdón por las molestias!
  8. .
    La magia sucede de forma general en el lugar, pero el problema principal sucederá a raíz de las transformaciones. No queda quizás como gran motivo para categorizarlo como brujería. Lo que sí que sucede en una zona montañosa con mucho bosque, así que puedo usar la categoría de bosque.
  9. .
    Tengo una duda: he recuperado una antigua historia en la que el componente principal es la magia (de transformación y de paisaje más concretamente). Es una mujer (de la mitología griega) la que la ejecuta. Cuenta como brujería?
  10. .
    Bueno, aprovechando mi pereza por todo he aprovechado para leer todo lo que me quedaba y hacer el comentario. Que esto de que publiques dos extras por día significa tener un ritmo muy acelerado de lectura para lo que puedo leer habitualmente :'v en fin, vamos a ello <3

    Extra 3:
    La verdad es que este extra me ha desclavado una espinita que tenía con la primera parte. Es un clasicazo del romance que haya el momento del tipo de celos de "espera, no lo entiendes, no es lo que crees" que personalmente el cliché en sí me toca mucho los huevos y que hayas dedicado parte de este extra a explicar la otra cara de la moneda es como que me dio paz mental cuando lo vi XD el resto del extra también es interesante, pero es simplemente esa otra cara, para cubrirlo todo. Eres tú intentando no abandonar esta historia, no mientas :V pero me alivió de veras ver a la chica esa sabiéndolo todo.

    Extra 4:
    Kenji es un maldito acosador. Nadie me va a hacer cambiar de opinión.

    Dicho esto, quiero decir que es un acosador de esos que no se atreve a hacer nada. No le quita lo malo, pero por lo menos, aunque se lo niegue, se lo ha planteado. Más que nada porque yo también he hecho eso de "a ver si consigo coincidir con..." alguna vez, forzando las cosas. Qué mal rollo me daba a mí misma por aquel entonces.

    Lejos de eso, la verdad es que Kenji me da penita. Se nota de dónde has sacado las ideas para él. Que perdiera sus amigos y tampoco consiguiera nada en firme hasta la universidad todo por su orientación, y el hecho de tener que esconderse y todo eso... duele mucho. Yo, siendo como soy, no sería capaz de ocultar algo así durante mucho tiempo. Mi cuerpo y mente han dejado de pelearse momentáneamente para gritarme que hable con toda mi familia YA y me ponga con las hormonas YA. Solo te digo.

    Que luego caiga en el amor a primera vista ha sido muy dulce (a parte de lo acosador XD), pero he tenido que leer en diagonal. Me he enamorado a primera vista dos veces y las dos veces fueron absolutamente traumáticas, a nivel de seguir teniendo problemas por ello ahora.

    Extra 5:
    Lo que más me ha movido de todo es como se comporta Katsuo en la primera parte del extra. Pobrecito, con esa familia que tiene y lo diametralmente opuesta que es a la de Leiko... Lo que me flipa por un lado y me parece extrañamente lóigico por otra (según mi experiencia) es que haya acabado con una persona precisamente del tipo de Leiko. Esto es algo que he descubierto este verano: nos enamoramos de lo que nos resulta familiar en una persona nueva, y como que Katsuo ha medio caído en esa trampa, porque sus padres no le daban cariño y Leiko tampoco es de las que da mucho. Y Katsuo ha salido así de mimoso. Bueno, es literal mi vida pero con una familia más distante que la mía XD no me extraña que luego se emocione por todo el muchacho. Yo no, yo sigo siendo tempanito y los excesos me acaban incomodando (especialmente de familia) a no ser que tenga un día muy tonto XD

    Nada especial por el lado de Leiko y su familia, simplemente son como son, me han hecho gracia XD los planes de Leiko no funcionan contra la mente maestra de su padre :V

    Extra 6:
    Antes de que empezaras a pasarme los títulos de los extras que sabía que harías este. Con mi metal triste y un día lluvioso de fondo, joder, me lo he puesto muy fácil para sufrir. Hay muchas cosas que soy masoca y digo "HAZ QUE ME DUELA MÁS" (uy, qué mal suena eso :V) pero en esto no, tío, no me presto voluntaria por ningún sufrimiento de rupturas. Ya me dolió cuando lo leí de Yuki y me cabreé con Nao, y ahora verlo todo desde su lado... Por lo menos ha sido corto, porque literal desde que envía la carta con el regalo hasta que aparece Yuki pasa nada y menos y no le ha dado tanto tiempo al puñito en mi pecho a seguir apretando. Es más, no sé si es que no recordaba nada de la segunda parte o qué :V pero he llegado a pensar que Haru acabaría apareciendo antes de Yuki y todo, fíjate.

    Extra 7:
    No esperaba que Katsuo reapareciera tan pronto XD realmente le has dedicado su tiempo en estos extras eh? Aquí se demuestra un poco lo que te decía sobre él en el extra 5, está rellenando el corazón vacío con esta familia pero se ha quedado pillado de la que no suelta tan rápidamente los mimos como el resto hahaha si hasta Yuki tiene más soltura con ellos :V pobre Katsuo, lo que tiene que aguantar.

    Hay que decir que casi me sorprendes cuando Leiko se pone "cariñosa" porque pensaba "naaah, no meterá un lemon hetero aquí" hahahah casi me asusto. Anda que también hay que decir que Katsuo tiernecito y todo lo que quiere la otra es montárselo. Manda cojones, maldita romántica que es esta tía, de verdad hahaha a mi también me incomodaría. El padre que se entera de todo y probablemente oiga a las dos parejas tendría que estar como "tengo una casa llena de conejos y mi mujer no me da ni el agua porque sigue histérica".

    Me ha encantado que añadieras la escena de lo del carnet de conducir. Bueno, de aprender, ya sabes. Es de esas escenas que no tenían cabida en la trama principal por desviarse demasiado del tema pero que para dar más carácter y tiempo a Katsuo es ideal <3 lo gracioso es que me puedo identificar con Yuki porque estoy jugando al simulador de camiones con mi nuevo volante y pedales y es la primera vez que uso un cambio completo con embrague, y yo preguntando tan inocentemente que porqué se me apagaba el motor del camión automáticamente cuando frenaba del todo XD

    Y bueno, eso es todo por ahora, nos veremos dentro de unos cuantos extra (me figuro?). <3
  11. .
    Ya me he leído el primer extra! Obviamente el segundo no puedo comentar nada por obvias razones XD

    Pues la verdad es que se me ha hecho corto! Siendo Tem-chan pensaba que sería más dramático al inicio, quizás con otro novio de por medio, pero en la parte de Yuki queda muy claro el amargo rato que pasa la pobre chica con él. De hecho, fue genial para encadenar con el fic y con mi extra también, porque creo que se solapan algunas escenas de forma que al leer los dos extras se entiende muy bien, la verdad. Se nota mucho todo el peso con el que carga Shiho al ver esa aspecto desinteresado de Yuki y la verdad es que personalmente me duele leer eso, porque he estado en ambos lados. Al final, como siempre, Yuki no dijo nada y se dejó engatusar por "el plan" de Shiho y al final acabaron juntos, tal como ella reconocía. Me dio mucha pena leer esa parte para los dos a pesar de que ya sabía como acababa y tal, la verdad. Y mientras tanto, una lee con cara de "hehe, no lo sabes tu bien" cuando vemos a Shiho con Hanako ahí al inicio del fic XD

    En fin, no tengo mucho más a comentar! Era cortito después de todo, pero me ha gustado <3
  12. .
    ¡Hai! Vengo a colgar la tercera participación para este reto literario. Creo que, a no ser que se me ocurra algo repentino, esta ya va a ser la última porque se acercan un par de semanas duras. En esta ocasión traigo el fic con el que me planteé participar la primera vez, y hay que decir que se mezclan un montón de las temáticas propuestas por el foro, pero la principal principalísima (y se nota mucho) es la de los esqueletos.

    Este shot significa bastante para mí porque la base para hacerlo está sacado de un artículo científico llamado "ESQUELETOS HUMANOS DE LA PLAZA 3C DE HUACA DE LA LUNA" (se encuentra en google tal cual si copian y pegan el título) porque es directamente responsable de que sea profesora de secundaria, a pesar que es de un tema que no puedo dar en clase por ser de Europa. Poder explicar un artículo de ese tipo como una historia corta fue lo que me hizo ver que nací para enseñar y por fin he podido usarlo para un shot. Por tanto, también puedo decir que es una historia basado en hechos reales. ¡Espero que os guste!
    QUOTE
    Título: La Huaca de la Luna
    Fandom: Percy Jackson
    Pareja: Will Solace x Nico Di Angelo
    Advertencias: Violencia gráfica. Basado en una historia real.
    Premisa: 11, esqueleto
    Longitud: 3997 palabras (11 páginas)

    La_huaca_de_la_luna


    AA_-_Favorito_33


    La Huaca de la Luna



    Will Solace paseaba tranquilamente por la playa del Campamento Mestizo. Un magnífico atardecer donde lo más violento que había ocurrido, por una vez, había sido un semidiós perdiendo el control de su carro de guerra entrenando. Con un gran sentimiento de calma y con el calendario del año en la cabeza, se le ocurrió que podría pedirle algo a su novio.

    Nico Di Angelo no era la alegría de la huerta, precisamente. Lo de las festividades no era lo suyo. Ni ser social. Teniendo en cuenta que los pocos semidioses que no se habían ido ya a sus hogares para estudiar en el instituto o la universidad estaban preparando algunas pequeñas decoraciones para Halloween (pero no esqueletos, porque nadie se atrevía a siquiera poner algo que tuviera que ver con el hijo de Hades en medio del campamento), Will había pensado que podría usar esa noche como excusa para pasar un rato romántico juntos, lejos de la poca fiesta que se organizara.

    Y para qué engañarse, era muy difícil sacarle un poco de cariño a la oscuridad personificada y Will, con tantas nuevas responsabilidades, necesitaba un abrazo. Sólo esperaba que no pusiera la misma cara que una imagen que vio de casualidad por internet hace años, en el que un ser semihumano miraba con asco a alguna parte con las palabras «infinito desprecio» escritas debajo. Sería muy típico de él.

    Por ello, le pidió a su novio que después de la cena fueran a dar una vuelta en privado para celebrarlo. Dejaron a los más pequeños con Quirón explicando pequeñas historietas inocuas de la Antigua Grecia y se sentaron cerca del lago.

    —Pensaba que era sólo yo el que huía de estas cosas —dijo Di Angelo, nada más sentarse.
    —Bueno, no huyo, te acompaño en tu huida, más bien —comentó Will—. Que cuenten historias para niños en una fecha señalada como esta me gusta, pero a ti no te va. No voy a dejar a mi novio solo en Halloween, ¿verdad?
    —¿Te das cuenta de que yo solo podría organizar mi propio Halloween? Público incluido —bromeó, aunque Will no le rio la gracia.
    —¡Claro que me doy cuenta! Y por eso estoy aquí, para que no te desplomes mientras lo intentas.
    —¿Cuándo dejarás de perseguirme para que no use mis poderes? Estoy bien —se quejó el hijo de Hades, aunque sin mucho tono. Era una batalla perdida.
    —Nunca. Quiero a mi novio sano.
    —Lo estoy.
    —No es verdad.

    Di Angelo rodó los ojos y prefirió dejar el tema.

    —Bueno, ¿y qué tenías pensado para esta noche? A parte de darte aires de sanador universal.
    —Pues había pensado en contar alguna historia de terror. Aunque yo no me sé ninguna…
    —Quieres que te cuente una historia de terror —repitió Nico, escéptico, mirando a su novio a los ojos—. Creo que sólo con nuestras experiencias podrían hacer una peli de sangre, huesos y miembros cortados, ¿no crees?
    —Ahora que lo dices sí —pensó Will—. ¡Pero no quiero oír nada de nosotros! Sólo quiero conmemorar Halloween con una buena historia.

    Di Angelo negó con la cabeza, pero entendió lo que Will intentaba: esos atisbos de vida normal que a veces intentaban conseguir cuando podían pasar más de quince días en el Campamento Mestizo sin que una crisis divina amenazara con acabar con la existencia de los semidioses y la humanidad a corto plazo.

    —Está bien, te daré un pequeño cuento de terror. —Se acercó y le tomó del mentón fingiendo una mirada apagada y una sonrisa peligrosa—. Si no te importa que sea una historia real, claro.

    Will se encogió de hombros, con aplomo.

    —Dicen que las mejores historias son las que se basan en hechos reales. Asústame, Huesitos.
    —Si me vuelves a llamar así mi padre va a tener visita sorpresa de un hijo de Apolo.
    —No me lo creo —se rio—. Anda, empieza y no te molestaré más.

    * * *


    A pesar de que me has dicho que explique un cuento que no tenga que ver con nosotros, voy a hacerlo.

    Ya conoces mi época de huir del Campamento. Mientras lloraba por la muerte de mi hermana descubrí mis poderes. Hice muchos viajes por las sombras sin pensarlo. Tan buen punto podía estar en China como en Europa o Estados Unidos.

    Cuando ya empezaba a encontrarle un poco la medida e intenté volver a la costa este de Estados Unidos aterricé de lleno en un campamento de cíclopes en plena noche. Fue un milagro que no aterrizara en su olla hirviendo en el fuego.

    —¡Semidiós!
    —¡Comida!
    —¡Ni se os ocurra tocarle! Este valdría el peso de todos juntos en oro si se lo llevamos a Cronos.

    El más grandote resultó ser el más listo y entré en pánico absoluto. Estaba agotado, pero no dudé en usar otro viaje por las sombras para escapar. No les di tiempo ni de acercarse.

    Aterricé en un lugar a cielo abierto. Se podían ver claramente las estrellas y la luna, con menos dificultad a lo que la ciudad me había acostumbrado. Estaba agotado y sólo quería tener una noche tranquila para descansar, pero me forcé a levantarme y buscar un sitio más aceptable que no fuera el suelo arcilloso en el que me encontraba.

    Rápidamente me di cuenta de que no estaba en un lugar cualquiera. En la falda de una montaña que parecía una duna convertida en piedra y rodeado de muros derruidos hasta su base en un sitio bastante alto, aquel lugar me parecía de todo menos apacible. Estaba en un desierto. Vi una ciudad a pocos kilómetros, así que me figuré que debía de estar en las ruinas de alguna ciudad antigua famosa.

    Nada de aquello me importaba en realidad. Era información para salir de allí, sólo tenía que acercarme a la ciudad.

    Y di un paso. Al instante, noté todo lo que había debajo de mis pies y me quedé congelado de miedo. Decenas de huesos, esqueletos enteros y dispersos, algunos hasta atados aún, todos enterrados bajo mis pies sin ningún tipo de cuidado y lamentándose. Se estaban lamentando de su suerte, de una muerte horrible. Mis poderes recién descubiertos me estaban creando un radar de cadáveres mutilados, desmembrados, aplastados, degollados, y cada vez alzaban más la voz hacia mí pidiéndome justicia y venganza.

    —¡¡Dejadme en paz!! —grité.

    Pero mis propias pesadillas sobre la muerte de mi hermana Bianca me asaltaron y fue como echar una cerilla a un charco de gasolina. A mi alrededor los huesos empezaron a brotar del suelo, creando agujeros como un nido de hormigas, mientras se recomponían para formar esqueletos enteros. Me caí de espaldas cuando uno empezó a recomponerse delante de mí: salió su cráneo únicamente, y lo poco que quedaba de su esqueleto estaba esparcido por aquella sala, que no tendría un tamaño mayor que dos cabañas del Campamento Mestizo. Todas sus extremidades.

    —¿Qué diablos pasó aquí…? —musité, antes de echar a correr hacia el lado opuesto.

    Sin manera de convencerles de que no me siguieran o de defenderme, me limité a correr, bajando niveles de aquel enorme edificio. Era una auténtica pirámide al descubierto. Tardé varios minutos y un par de vueltas en atisbar una enorme rampa que bajaba hasta la base, donde había una gran plaza y, cómo no, la única puerta del sitio bien cerrada.

    Con el corazón a mil, me di la vuelta a medio descenso. Los esqueletos a medio recomponer se habían parado al inicio de la rampa. No dejé de correr por ello, pero me alivió darme cuenta de que o era más rápido que ellos, o lo que fuera que les pasó les impedía salir de la zona alta de la pirámide.

    Sin dejar de echar vistazos a los esqueletos en la distancia, me aseguré de que aquella puerta estaba cerrada. Por desgracia, lo estaba. Pero vi rótulos informativos en varios idiomas (que mi vista emborronada y la poca luz me impidieron identificar), así que aquello tenía toda la pinta de ser un yacimiento arqueológico trabajado y preparado para abrir a visitas. La última vez que había mirado era viernes, así que recé para que alguien abriera la mañana siguiente y me dejara salir.

    —Me llevarán a comisaría. Tendré que viajar de nuevo —me dije, como si hablara a los muertos vivientes. Ellos seguían parados allí arriba—. ¡¡Largaos!! ¡¡No os he hecho nada!!

    El horror de tener aquellas criaturas con ganas de matarme no lo suficientemente lejos de mí me impidió dormir en toda la noche, pero me harté de llorar, esperando a que Bianca volviera o que desaparecieran y pudiera quedarme solo y más tranquilo.

    Sólo por mantener mi cabeza ocupada con algo lógico y que no me doliera, pensé en esos esqueletos. Mi mente había captado que algunos aún tenían ataduras en manos o pies. Todos tenían golpes en alguna parte y, aunque no pude verlo claramente, mi habilidad sobre los muertos también me dijo que habían sido degollados.

    —Es un altar de sacrificios —musité. A pesar de todo, me sentí un poco mal por las víctimas de quienquiera que hubiera mandado allí.
    Hacia el amanecer, los esqueletos se marcharon. Me desplomé y me quedé dormido por fin.

    Ya sabes cómo va esto de dormir siendo semidiós: o no sueñas, o tienes pesadillas horribles sobre tu futuro. En mi caso agradecí que se tratara de lo primero. Cerré los ojos, y al abrirlos caía un sol de justicia y dos hombres morenos me zarandeaban en un idioma que no reconocía del todo.
    Como si hubieran sido los mismos esqueletos, grité:

    —¡¡Alejaos de mí!! —Y me arrinconé contra el muro exterior. Me intentaron hablar, pero les entendí a medias. Yo miré hacia el final de la rampa. Ningún esqueleto a la vista—. No acabo de comprender…

    Me figuré que era español, pero no era el español que había oído por Europa. Y siendo italiano puedo entender cosillas, pero no estaba en ninguna condición de tener una conversación cruzando dos lenguas románicas al mismo tiempo. Esperé en silencio, mientras aquellos dos hombres llamaban por teléfono a alguien.

    Quise hacer uno de mis viajes y así ahorrarles el problema, pero mi cuerpo no obedeció mis órdenes. Me acababa de dar cuenta de que me dolía todo el cuerpo y de que no había comido ni bebido en doce horas. Mi cuerpo estaba diciendo basta.

    No sé cuánto tiempo pasé ahí a la espera. Apenas me enteré de nada hasta que me dieron algo de comida. Sé que la policía vino, pero otra persona decidió ocuparse de mí. Esa persona me llevó en coche hasta un apartamento. Me habló en inglés durante el viaje, pero no retenía nada.

    Hasta que no pegué el primer bocado a un sándwich vegetal no empecé a sentirme en mi sitio. Enfoqué por fin: tenía un hombre ya anciano delante de mí, con un rostro tranquilo y una mirada como caída.

    —¿Qué tal? ¿Mejor?
    —Sí, gracias —dije, con educación, cuando me lo acabé. El segundo me esperaba en su embalaje—. ¿Quién es?
    —Me llamo Santiago. Conozco el sitio donde te hemos encontrado como la palma de mi mano.

    Mientras empezaba a comerme el segundo sándwich con más calma, me dije a mí mismo con tono de burla que no se lo conocía suficiente, o todos esos muertos no se hubieran levantado del subsuelo.

    —Soy Nico —me presenté—. ¿Qué es ese lugar?
    —Se llama la Huaca de la Luna. —El nombre lo dijo en español, claramente, pero no entendí la primera palabra. Él me sacó de la duda—: Una huaca es un sepulcro o un templo muy típico en la zona de los Andes.

    Casi escupo la comida.

    —¡¿Estoy en América del Sur?!

    Aquello no sorprendió para nada a Santiago. No debería haberlo dicho, porque me haría parecer un vagabundo y me ganaría problemas, pero es que me salió de dentro.

    —Sí. En el noroeste de Perú. —Su calma en ese rostro anciano me dio mala espina y deseé haber tenido un arma en mi mano. Hasta que decidió sacarse un truco de la manga—. Los has visto, ¿verdad? Los esqueletos.

    Estuve a punto de levantarme y saltar por la ventana. Aquello parecía el típico escenario donde un monstruo es amable contigo e intenta acercarse lo máximo posible para que sientas confianza y luego te devore.

    —Sí —dije, con precaución. Tenía suficiente comida en la barriga para defenderme y huir si era necesario. Aunque mi cuerpo seguía gritando en contra de un viaje por las sombras—. ¿Usted también los ve?
    —Puedo sentirlos, sé que se mueven, aunque no puedo verles directamente. Por las noches despiertan y piden justicia por su ejecución. La primera vez que visité la Huaca de la Luna de noche tenía un rostro igual que el tuyo. Estaba aterrorizado.
    —¿Qué ocurrió allí? —pregunté. La sensación de peligro descendía en favor de la curiosidad.
    —Si los has visto, habrás visto de dónde salen. Y cómo salen. —Yo asentí—. Hace mil quinientos años, la cultura Moche sacrificaba en ritual a los guerreros que hacían prisioneros. Unos investigadores amigos míos hicieron excavaciones en 2001, hace ya un tiempo, y descubrieron que los degollaban y luego o bien los enterraban en hoyos, o los tiraban por la sala, o los exponían colgados de las paredes. Siempre les descarnaban a cuchillo después de morir y siempre les arrancaban algunos de sus miembros en esos rituales. Por eso… —hizo una señal de amplitud que entendí como una descripción de lo esparcidos que estaban los huesos—. Es horrible pensar que lo último que vería un guerrero derrotado será a sacerdotes degollando y descuartizando a sus compañeros en una sala llena de cadáveres expuestos.
    —¿Qué espera de mí? —le pregunté, después de unos segundos silenciosos.
    —Necesito que me digas exactamente dónde están enterrados y que me ayudes a calmarlos hasta que pueda sacarles de ahí. Las excavaciones de 2001 acabaron a medias. Se descubrió otra capa debajo de la que desenterraron y sé que hay más víctimas, tú las has visto. Sé que no eres un chico corriente. Aunque sea sólo para darles un poco de paz… ¿me ayudarías?

    A pesar del poco tiempo que hacía que conocía el mundo de los semidioses, me figuré que un humano corriente que puede ver a los muertos era poco habitual. Decidí guardarme el hecho de que era semidiós y acepté.

    Santiago me dejó dormir todo lo que quise hasta la noche, cuando decidimos volver allí. Aunque dormía en una cómoda cama con colchón, las pesadillas sobre Bianca y esos muertos del templo me persiguieron y desperté sudando, al atardecer.

    Salí del cuarto. Santiago me esperaba sentado con un montón de utensilios que no reconocía. Me figuré que sería para apuntar al milímetro dónde estaban los huesos. Me empujó a comer algo más (esta vez era caldo de carne que había hecho él mismo) y nos dirigimos a la Huaca de la Luna.

    —¿Ves esas ruinas de allí? —me señaló cuando salimos de la ciudad. Estaban algo alejadas del templo al que nos dirigíamos—. Es la Huaca del Sol. Excavar allí fue mucho más relajado, era el templo donde gobernaban los reyes de la cultura Moche. Los pocos muertos que había allí descansaban en paz.
    —¿Tiene usted poderes para saber si están tranquilos?
    —Supongo que sí —se rio—. A veces simplemente las personas tienen más conexión con los que se han ido que no con los vivos.

    No sé qué le hizo pensar a Santiago que yo era como él. No tenía la menor idea de qué era ser semidiós. Quizás su limitado don también le daban la intuición de identificar a personas como yo. No me preguntó nada en ningún momento. Se preocupó de darme comida y darle un descanso a los muertos. Debo reconocer que en ese momento una persona que requería de tan pocas explicaciones era lo que necesitaba.

    Estábamos solos en el templo cuando abrimos sus puertas. En la cima de la pirámide podía verse un pequeño resplandor a pesar de la mezcla de luces del atardecer, de la ciudad y de la luna.

    —Ya han salido —dije. Me vi en la necesidad de decirle algo que quizás él no sabía—. Hay que ir con cuidado. Los esqueletos me persiguieron ayer. Pero no pueden pasar de la rampa.

    Santiago me miró con preocupación. Supongo que pensó que era más grave de lo que esperaba o que yo tenía menos de humano de lo que él esperaba.

    Ascendimos por la rampa con tranquilidad. Santiago iba delante, señalando algunas zonas de interés. La noche anterior yo me había perdido, así que era de utilidad saber dónde me encontraba. Tuvimos que rodear varias paredes y subir unas escaleras antes de llegar al punto donde aterricé. El resplandor era débil, pero seguía allí.

    Los muertos seguían clamando justicia cuando llegamos.

    —¿Les oyes?
    —Sí —le aseguré.
    —Yo también. Pero sus voces no me permiten distinguir un lugar.
    —Yo sí puedo.

    Entonces no acababa de entender el concepto de la Niebla, pero me figuré que estaba actuando un poco sobre él. Quizás sólo podía cruzarla con su oído y necesitaba algo más para acabar de dispersarla.

    Con la cabeza más clara y sabiendo lo que estaba haciendo, me resultó sorprendentemente fácil activar mi radar.

    —Hay docenas de sitios. Algunos están enterrados más profundos que otros.
    —No te preocupes por eso, un arqueólogo tiene muchas maneras de ordenar las tres dimensiones de un yacimiento —explicó con una sonrisa. Reconozco que no entendí nada.

    Me puse en el centro de la estancia y no me hizo falta forzar la situación: la influencia de los muertos me provocó una lluvia de imágenes sobre Bianca y mis pesadillas y todo se repitió igual que la noche anterior. Todos los huesos empezaron a salir de sus agujeros y a recomponerse en los mismos esqueletos.

    —No te muevas —me aconsejó Santiago. Muy acertado, porque tuve la enorme tentación de salir corriendo.
    —¿Puedes verlos?
    —Emborronados, como fantasmas. Es como si algo me nublara la visión. Puedo ver de dónde salen, que es lo más importante. ¿Y tú?
    —Tan claros como el agua limpia —confesé. Para distraerme del hecho que montañas de huesos con aspecto peligroso se me echaban encima, le expliqué—: Es la Niebla, una magia que hace que los humanos corrientes no puedan ver lo sobrenatural. Algunos como tú sí pueden hacerlo, al parecer.
    —¿Eso quiere decir que no eres humano?
    —A medias —me limité a decir. No estaba en posición de aceptar lo que era. Aún no.

    Los esqueletos estaban ya a un metro de nosotros. Me resultó revelador que no me estuvieran amenazando con unirme a sus filas. Esta vez sí que pude ver las ataduras que algunos tenían. A pesar de ello, su clamor me ensordecía e intentaba hacer que me encogiera en el suelo para llorar por Bianca por enésima vez.

    —No os preocupéis, os sacaremos de aquí —dijo Santiago a los esqueletos. Éstos no le hicieron caso y se dio cuenta, así que lo intentó en español de nuevo. Sin éxito. Las calaveras me miraban todas a mí—. Prueba tú.

    El más cercano de los esqueletos se quedó ahí esperando, sin una pierna, pero perfectamente equilibrado, sin dejar de clamar justicia y venganza. Puse un dedo encima de su esternón. El contacto físico, a pesar de lo mucho que lo odiaba, tenía que ser importante.

    —Estamos aquí para ayudaros. Descansad tranquilos. Mi amigo Santiago es vuestro amigo también. Os sacará de aquí. Tened paciencia.

    A pesar de los más de mil años que nos separaban (y posiblemente también la lengua), lo entendieron. Primero miraron a Santiago. Quizás la Niebla se disipó para él, porque le vi sorprendido y asustado igual que lo estaba yo. Tener a varios esqueletos mirándote a la cara podría hacer correr a cualquier mortal desprevenido. Intuí por la similitud de palabras que Santiago les dijo en español que les ayudaría a descansar pronto.

    —Parece que te hacen caso ahora —dije.

    Los esqueletos empezaron a desmontarse con calma como si fueran robots y volvieron a enterrarse solos. Las voces se disiparon y todo quedó en el silencio que tenía que estar.

    —Menuda experiencia —comentó Santiago—. Bueno, tenemos trabajo que hacer.

    Pasamos una hora o dos marcando los puntos de donde habían salido los huesos. Santiago usó metros y marcó con una máquina las coordenadas exactas. Yo le iba cantando también la profundidad para que lo anotase. Quizás llegamos a apuntar cincuenta puntos distintos.

    —Muchas gracias por toda tu ayuda. En las próximas excavaciones lo sacaremos todo y les daremos reposo. Siempre guardamos los huesos en espacios bien protegidos después de limpiarlos a conciencia. El trabajo de laboratorio es lo más importante de la arqueología. Es lo que nos dice qué ha pasado en cada lugar y a cada persona.
    —De nada —musité. Además de no saber qué decir, estaba intentando librarme aún de los horrores que los esqueletos me habían hecho ver por su propia naturaleza.

    Cuando recogimos, volvimos a su apartamento en silencio. Yo no tenía ningún sueño, a pesar de que necesitaba un descanso. Santiago se puso a ordenar todo lo que había recopilado, que no era poco. Quizás se estuvo otra hora así.

    Mientras esperaba, y después de lo que había experimentado en la Huaca de la Luna, mi lamento por Bianca estaba dando un giro. Quizás, ni que fuera, hubiera una manera de despedirme de ella. No quería pensar que podía devolverla a la vida, pero quería verla.

    —Supongo que me iré pronto —dije, cuando vi que Santiago acababa su trabajo y se sentaba—. Tengo algo que hacer lejos de aquí.
    —Lo entiendo. Gracias de nuevo por lo que has hecho. Puedes volver cuando quieras. Este es un sitio seguro para ti.

    Yo asentí. Me pareció poco respetuoso simplemente desaparecer mientras él estuviera dormido o estando en otra habitación, así que me levanté y usé todas las fuerzas que había recuperado en las últimas horas para crear otro viaje por las sombras. Nos dijimos adiós y salté, sin saber del todo dónde aterrizaría.

    * * *


    —Y eso es todo, supongo —terminó Nico—. No aterricé en Estados Unidos, obviamente, pero no tardé tanto en llegar.

    Will se estaba tumbado cerca de Nico, que se había quedado sentado.

    —Eso no es una historia de terror —dijo Will. Nico bufó—. Bueno, sí, pero… No sé, me ha parecido bonito. Y desde luego no es la típica historia de semidiós tampoco.
    —Pues qué cosas te parecen bonitas, yo estaba cagado de miedo casi todo el tiempo —se quejó el hijo de Hades. Se tumbó de cara a Will, quien le estaba sonriendo—. Pero en fin, si te ha gustado no me quejaré.
    —¿Has sabido algo más de Santiago?
    —No, no le he vuelto a ver. Intenté llegar hasta su casa una vez, pero fallé.
    —¿Crees que sabía que eras un semidiós?
    —A saber. Quizás pensó que yo era un espíritu perdido, a pesar de que más personas me vieran, no lo sé. O quizás ya había visto a otros semidioses de su tierra antes. Lo que sé es que es como Rachel. Tiene su don particular y la Niebla no le afectaba tanto como a otras personas.

    Los dos se quedaron en silencio. Contar aquella experiencia sacada de una época tan oscura resultó algo demoledor para Nico, así que se dijo que no había nada de malo en buscar la calma y abrazó a Will.

    —No soy tonto, sé qué es lo que querías —le dijo.
    —Soy transparente para ti, ya lo he asumido —se rio Will, enterrándole en su pecho.
    —Pero me ha dado la oportunidad de explicarte algo más de mi pasado. Un poco de mi carga ha desaparecido. Gracias.
    —Te escucharé siempre que quieras —sentenció, acompañándolo con un beso en el pelo.

    Una noche de Halloween se convirtió en una velada para rememorar a los muertos. Una historia para recordarlos y la paz para honrarlos.

    FIN



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    Espero que les haya gustado mucho, tanto como a mí escribirlo, a pesar de lo macabro de la historia. A veces la realidad supera la ficción, ¿verdad?

    DEP (2018) Santiago Uceda, Co-director de los yacimientos de la Huaca del Sol y de la Luna



    Edited by Mare Infinitum - 4/11/2020, 23:05
  13. .
    Ay qué preciosa, Kuni! <3
  14. .
    Hai! Gràcies pel review! Només comentar que no, lo de l'espasa aquí m'ho he inventat tot, no tinc ni idea de lo que vaig dir de l'espasa d'un boig a Skyrim hahaha però és graciós que nombris el joc, perquè vaig crear el mapa del continent d'aqudsta historia cap allà el 2012 i estava clarament inspirada gràcies a que el joc va sortir llavors (una mica abans potser), així que hi ha certes semblances haha et passaré per privat quan pugui el mapa original, encara que ja aviso que tant la forma del continent com els noms estan desactualitzats, després de la fusió que vaig fer amb un altre mapa fa un parell d'anys. T'ho passaré més que res perquè així situes Pabe Dimo, que no surt al mapa perquè bàsicament me l'he tret de la màniga haha
  15. .
    Hai, hai! He vuelto pronto para rematar el fic que hice primero cuando se lanzó el reto y que me ha costado de publicar haha es que este es original y forma parte del "lore" de un macroproyecto que tengo entre manos desde hace literalmente NUEVE AÑOS. Aprovechando el reto y que me entraban ganas de escribir algo de fantasía, he creado esto. No hay que saber nada ni está ligado a nada, es one-shot autoconclusivo como se manda, pero para que sepan que está muy pensado.
    QUOTE
    Título: La tumba de Pavel
    Fandom: Original/Ninguno
    Pareja: Pavel x Aben
    Advertencias: Muerte de personaje.
    Premisa: 8, sepulcro
    Longitud: 3618 palabras (10 páginas)

    La_tumba_de_Pavel_1


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    La tumba de Pavel



    La ciudad estaba en llamas. Todo el reino estaba en llamas. No sabía a quién acudir. Estábamos indefensos, sin aliados, sin refuerzos.

    Desde que el Imperio de Mírico se propuso expandir sus fronteras después de un largo período de paz, nuestro pequeño reino independiente de Pabe Dimo había sido constantemente usado como tapón para otros grandes territorios. Todos los reinos vecinos lo usaron para frenar el avance de las tropas del emperador Mírico XI.

    No teníamos ninguna posibilidad. Éramos una mota en sus mapas. Las escaramuzas destrozaron nuestros campos. Los enormes barcos de Mírico bloquearon rápidamente nuestra única y más segura vía de escape, el mar. Los bosques estaban plagados de guerrilleros esperando la oportunidad para tomar por sorpresa algún batallón despistado del emperador. Y nunca podíamos protestar por tal ocupación, o seríamos destruidos.

    Al final, ninguna de nuestras precauciones sirvió. Los ejércitos enfrentados fueron ocupando pequeñas aldeas y puntos estratégicos hasta que no pude evitar que nuestro pueblo opusiera resistencia. El emperador se cebó entonces con nosotros y ocurrió esto: Pabe Dimo, nuestra amada ciudad, capital del reino, ardiendo.

    Juro que, aunque siempre pensé en ti, nunca me propuse acudir a ti hasta que vi los incendios. Detrás de ellos estaba tu última morada, en la montaña.

    —¿Qué hacemos, mi rey? —me preguntaron mis soldados—. No somos suficientes para defender la ciudad.
    —¿Qué queda de nuestra guardia?
    —La costa y el portón este están tomados por el Imperio. El combate sigue en el norte y el oeste, pero estamos a un paso de rendirnos.
    —Dispersaos por las calles centrales y abrid paso hacia el norte. Necesito llegar hasta el Pico de Pavel.

    Mis soldados reaccionaron como esperaba: con escepticismo.

    —El rey Pavel murió hace décadas —se atrevió a decir uno, como si intentara educarme sobre ti, mi amado—. No podéis pretender…
    —Es mi orden final —atajé—. Abridme un paso al Pico de Pavel y luego rendíos. Salvad todo lo que podáis de la ciudad, no malgastéis vuestra vida. Es más importante nuestro hogar que no una disputa entre reinos.

    Entonces me quité la capa real con el color rojo y plateado de nuestro reino y lo lancé al pequeño fuego de nuestro improvisado campamento. Los soldados comprendieron y se pusieron en marcha, dejándome solo. Contemplé el único signo de mi estatus arder con calma.

    No sabes cuántas leyendas y rumores circularon sobre tu muerte, Pavel. Algunos dicen que aceptaste tanto poder mágico que tu cuerpo no lo soportó. Otros que te traicionaron, y que yo era el responsable. O que un dios se llevó tu alma para servirle con tu nobleza, dedicación y compasión.

    Los más allegados a ti sabemos qué pasó realmente. Sabemos que realmente no moriste, pero te tratamos como si te hubieras ido para siempre. Mantuvimos las leyendas circulando, sin desmentirlas, porque no sabíamos si volverías cuando te necesitáramos.

    —Ni siquiera sé si volverás ahora… —susurré.

    Desenvainé mi espada. Era tan simple que pasaría desapercibida en cualquier armería de este mundo, pero su pequeño toque mágico me había librado de la muerte infinidad de veces.

    Caminé desde el campamento a pie de palacio hasta el barrio comercial. Allí, las barreras de madera aún resistían, pero se escuchaba el estruendo de las espadas, escudos y el metal chocando. Tenía muy poco tiempo.

    Abrí la puerta más cercana al Pico de Pavel y busqué las calles más estrechas para pasar desapercibido. Algunos de los guardias habían pensado lo mismo y preparaban trampas para nuestros enemigos.

    —¡Es el rey Aben!
    —¿Hay nuevas órdenes?
    —Aguantad todo lo que podáis —dije—. Esperad una señal desde el Pico de Pavel y luego deponed las armas.

    De nuevo, las dudas y el miedo se reflejaban en las miradas de los míos, pero yo tenía una misión que cumplir. Les dejé murmurando sobre mi aspecto envejecido y cansado y sin la capa que identificaba al rey.

    Cuando salí de las calles más seguras, los pocos soldados que resistían en las líneas delanteras me recibieron con mucho más entusiasmo. Algunos de los soldados que conocían mi plan y había despachado apenas unos minutos antes estaban allí y realizaron una carga a la desesperada hacia el portón norte. El resto les siguió, envalentonados por mi presencia, y no tuve más remedio que cargar con ellos.

    Una lluvia de flechas fue lo que recibimos en respuesta. Mis soldados no se amilanaron y dejaron que me encargara de ellas.

    Era un rey viejo y cansado tal y como me percibía mi pueblo, pero mi espada seguía tan ágil y afilada como siempre. Deslicé un dedo por la parte plana de la hoja, rememorando tiempos mejores, y su magia se activó: me confirió la velocidad del viento para partir cada flecha que fuera a herir uno de mis soldados. Éstos gritaron con más fuerza al darse cuenta de que aún tenía poder para hacer frente a un enemigo más numeroso.

    —¡No disparéis! ¡Que se acerquen!

    La poderosa y ronca voz que llenó las filas enemigas hizo que mi paso aminorara. Mi cuerpo deseó hacer marcha atrás y volver a palacio. Asumí la identidad de su general: el mismísimo emperador Mírico XI, experto en la magia de la palabra, igual que todos sus antecesores. Si lo deseara, podría hacer que todos mis soldados soltaran las armas o se apuñalaran con ellas.

    —¿Mi rey? —dudaron algunos de mis hombres.
    —¡Tenemos una posibilidad! ¡Al ataque! —grité.

    Confiaba en que las guerrillas y el asedio hubieran limitado su capacidad de lucha cuerpo a cuerpo. Confiaba en que Mírico usara sus poderes con sabiduría para alentar a los suyos y no buscar una carnicería. Confiaba en mi destreza.

    Nos lanzamos a por la línea de escudos y mi velocidad rompió fácilmente la primera línea. Dividimos sus fuerzas en dos vertiendo sangre, abriéndonos paso hasta el mismísimo emperador, que esperaba en la línea de arqueros, mi última barrera hasta el Pico de Pavel.

    —¡Dejad que pasen! —ordenó el emperador.

    «Se ha dado cuenta de lo que busco», pensé inmediatamente.

    Mi pequeño contingente se abrió paso sin esfuerzo como el agua apartándose de una gota de aceite. Nos encontramos cara a cara con el emperador y éste me miró como a un igual antes de dejarme pasar.

    —Es honorable lo que vais a hacer, rey Aben. Pero es inútil.
    —No será inútil —dije—. Pabe Dimo renacerá.
    —Lo que buscas no existe. Morirás en el intento.

    Pavel, ¿por qué parecía que Mírico, un extranjero, sabía más en ese momento que yo sobre ti? ¿Era su magia de la palabra? ¿Me estaba engañando? Esa era la mirada de la verdad.

    —Si tiene que ser así, moriré —declaré.

    Mírico no dijo nada. Permitió que mis tropas fueran las que defendieran el Pico de Pavel y no al revés. Mis soldados estaban confundidos, pero me siguieron. Yo, en cambio, sabía qué se proponía el emperador. Si Mírico te conocía, Pavel, sabía que nos presionaría.

    —¡Atacad! —ordenó el líder enemigo.
    —¡Mantened la línea! —contesté.
    —¡Iros, majestad! ¡Llegad hasta el Pico! —me ordenaron mis propios soldados.

    No podía dudar. Me fui corriendo, mirando hacia atrás de vez en cuando. Mi edad no me permitía aguantar mucho, pero la magia de mi espada duraría el tiempo justo para llegar hasta la base del pico.

    Entonces el fuego se esparció por mis pulmones desde mi espalda. Caí de cara contra el suelo, aullando de dolor. Palpé ese sitio tan doloroso: una flecha se había clavado ahí. Cuando miré atrás preguntándome cómo no había visto semejante y tan evidente ataque, vi que había sido Mírico mismo quien me había disparado, y su propia magia le había ocultado.

    —¡Nunca deis la espalda a vuestro enemigo, rey Aben!

    Me levanté sin pensar y seguí corriendo. Esta vez, aunque a menor velocidad, hice caso del consejo de Mírico y conseguí evadir más de sus flechas, mientras mis soldados intentaban llegar en vano hasta él para matarlo. Su heroica defensa fue efectiva cuando vi que el emperador había dejado de disparar e intentaba abrirse paso con su espada.

    Ante mí, un gran portón abierto tallado en la misma piedra de la montaña me invitaba a entrar.

    —Ya estoy aquí, Pavel.

    Agotado y sin apenas magia que me moviera, avancé lastimosamente por la enorme cueva que conformaba una sala bien decorada con estatuas de antiguos reyes del Pabe Dimo. Intenté expresar toda tu magnificencia y el amor que sentía por tu persona en lo que todo el mundo pensó que era tu sepulcro. Personalidades de todos los reinos colindantes, incluso el mismo Mírico XI, se personaron para lamentar tu muerte. Tu tumba, el mejor trabajo de talla de mármol que he visto en mi vida, escondía algo mucho más importante que sólo yo sabía, aunque en ese momento ya no creía que fuera así.

    Estaba derramando mi sangre sobre la larga alfombra roja y plateada que llevaba hasta tu misteriosa tumba.

    —No tengo mucho tiempo…

    Finalmente me apoyé en el mármol blanco y lo acaricié como si se tratara de tu rostro en uno de aquellos deliciosos veranos de juventud, y me dejé caer al lado, abatido, sin evitar mis lágrimas.

    —Pavel… no sé si he sido un buen rey. No he sido todo lo que tú conseguiste ser. Me amaste como nadie, me dejaste en herencia todo Pabe Dimo sabiendo que te irías y tuve que cometer tantos errores y aprender tanto… Pero conseguí todo lo que tú querías: la paz y la prosperidad, lejos de los grandes reinos. Hice todo lo que pude…

    Mi herida seguía sangrando. Nada ocurrió. Recliné mi cabeza en el mármol, intentando que sintieras mi cuerpo más cerca del tuyo.

    —Hice cuanto me dijiste... —musité, llorando, mientras a mi cuerpo le abandonaban sus fuerzas—. Envolví tu cuerpo en papel mágico y lo encerré en cristal encantado por los mejores hechiceros del continente. Nunca vine aquí salvo para depositarte en tu sepulcro temporal. Ahora pido tu ayuda, te necesitamos. Necesitamos el poder que la diosa Edaaia te otorgó. Tu espada ámbar. Tu presencia como rey legítimo de Pabe Dimo.

    En el fondo, deseaba verte antes de que se me apagara la vida. Mírico no me había dejado pasar para luego herirme de muerte así, sin más. Él sabía algo. Las llamas en mi corazón eran peores que las que emanaba mi herida mortal cuando pensaba en que él pondría en peligro tu nueva vida además de la de todo nuestro reino con su misterioso conocimiento sobre ti.

    —Rendíos, rey Aben.

    Mírico caminaba acercándose con su espada desenvainada y su reluciente armadura plateada salpicada de sangre. Una desgraciada apropiación de los colores de nuestro reino, Pavel.

    —¿Qué sabéis del rey Pavel?—pregunté, para darte tiempo a volver.
    —Poco —confesó, parándose a diez metros de mi lastimoso cuerpo—. Pero sí conozco el precio que hay que pagar por un poder que supera a cualquier hombre o mujer.
    —¿Y qué queréis?
    —Hablar con Pavel en persona.
    —Dijisteis que era inútil.
    —No dije exactamente qué era inútil. Dejé que todos, incluido vos, creyerais que me refería a hacer volver al ya legendario rey Pavel. Sé que romperá ese sepulcro y se alzará poderoso una vez más. Pero no voy a permitir que se entrometa en mi camino, y si no le convenzo con las palabras, lo haré con el filo de mi espada.
    —Entonces no me rendiré hasta que Pavel despierte y te venzamos juntos.
    —No lo entendéis, rey Aben —dijo Mírico, apesadumbrado, como si estuviera rememorando parte de un dolor que yo no conocía—. Tenéis que rendiros. Lo necesitáis. Vuestra ciudad lo necesita. Hasta yo lo necesito. El precio del poder es siempre la sangre y el sufrimiento. Pavel y vos, en vuestra inocencia, creísteis que los tiempos de necesidad y la muerte de vuestro pueblo serían suficientes. Pero si Pavel no ha acudido ya es porque hay algo que le conecta más con este mundo que Pabe Dimo, y sólo cuando pague el verdadero precio de su conexión volverá a este mundo.

    Mírico no sabía nada de ti, Pavel. Sabía de lo que su familia era experta: el poder y cómo conseguirlo. Sentí alivio un segundo antes de darme cuenta de lo que faltaba en aquella escena.

    —Tengo que morir para que él renazca —musité, resignado.
    —Tampoco dije que os rindierais ante mí, sino ante vuestro destino —aclaró Mírico, con su postura de magnificencia de un verdadero rey—. Yo sólo os di un empujón.

    Señaló con una cabezada mi herida. Podía sentir el frío extenderse por todo mi cuerpo.

    —¿Y mis soldados? ¿Están bien?
    —Se han rendido en cuanto les he convencido. No he matado a nadie más.
    —Entonces… así es como acaba.
    —El poder de los dioses es caprichoso y retorcido. El amor que os profesáis Pavel y vos ha sido lo mejor y lo peor para Pabe Dimo al mismo tiempo: si cuando muráis y Pavel despierte le venzo, le volveréis a ver. Si me vence él, su nuevo poder reconstruirá el reino tal y como se le prometió. En tal caso, vos no lo veréis.
    —Quizás no tendría que haber esquivado vuestras flechas, entonces… —me reí, en mi agonía.
    —Quizás es mejor una muerte a los pies de vuestro amado que no huyendo del campo de batalla —repuso Mírico—. Es más de lo que yo tuve.

    Entendí entonces su compresión. Él había escogido poder antes que amor y había pagado por ello. Pavel, cometiste su mismo error…

    Mi cabeza se dejó caer en el mármol y sentí, al final, cómo todo mi cuerpo se deslizaba a un lado.

    * * *


    —Lo has hecho genial, Aben.

    La voz suave y profunda de Pavel llegó a sus oídos como si un recuerdo despertara en su mente.

    —Pavel…

    Abrió los ojos, sobresaltado. Su voz había retrocedido hasta su juventud de nuevo. Su cuerpo volvía a estar en sus treinta años. Y flotaba en el cielo de Pabe Dimo junto a Pavel. Quiso echarse a llorar a sus brazos, pero su cuerpo no le obedeció.

    —Lo siento, Aben, no podemos reunirnos aún. Tengo una misión pendiente que cumplir. Esta espada que se me otorgó —dijo, mostrando su espada del color del ámbar, destelleando con magia de la diosa Edaaia— va a consumir mi vida rápidamente a cambio de una nueva era en Pabe Dimo. La naturaleza recuperará su lugar y restañará todas las heridas que esta guerra ha provocado.
    —¿Sabes…?
    —¿La guerra entre el Imperio de Mírico y los reinos vecinos? Sí. Sabía que ocurriría en cuanto descubrí la espada.

    Una espada tan poderosa perdida en la montaña que ahora lleva el nombre de su portador. El poder de la naturaleza encapsulada en un arma que sólo podría ser usada en el momento adecuado y bajo las condiciones adecuadas. Un precio tan grande como la vida de dos amantes enamorados en la juventud.

    —Podría haberla soltado —admitió Pavel, para sorpresa de Aben—. Podríamos haber tenido una vida juntos. Pero esto hubiera ocurrido de la misma forma y nada se hubiera salvado. Elegí la vida de todos en lugar de la nuestra y hemos dado paz y vamos a dar paz a nuestro pueblo. ¿Podrás perdonarme?

    Aben respiró hondo y sonrió, aliviado de no sentir la herida de flecha ardiendo en su espalda.

    —Sólo cuando vuelvas.

    * * *


    Mírico esperó con paciencia a que ocurriera lo inevitable. Aben había muerto ya hacía unos minutos y sólo era cuestión de tiempo que su verdadero rival se abriera paso a través de su propia tumba y le brindara la oportunidad de obtener el poder de la naturaleza.

    No tenía esperanza de recuperar a su mujer, muerta de una enfermedad respiratoria muchos años atrás. Tampoco de recuperar a su primogénito, asesinado en una conspiración para coronar a un rey fuera de su dinastía. Él había escogido el poder porque sabía que el Imperio podía recuperar una vez más esos días de gloria de los primeros emperadores, el poder del mismo fundador, que se convirtió en un mito y un dios igual que parecía que el rey Pavel era para Pabe Dimo.

    Esperaba que la magia que había ido acumulando fuera suficiente para conseguir que la espada reconstruyera la prosperidad perdida de todo su reino. Esperaba que esa prosperidad se extendiera allá donde él llegara.

    Sus aspiraciones fueron recibidas con el crujido del mármol partiéndose y un potente y largo fogonazo verde que iluminó la sala y llegó hasta la ciudad de Pabe Dimo. La señal para la ciudad para rendirse, y la señal de que Pavel regresaba.

    Los fragmentos de mármol fueron empujados a un lado por un joven en sus treinta años de pelo castaño y ojos igual de verdes que su espada. Su armadura seguía tan brillante como el día que fue enterrado, su capa real de color rojo y plateado estaba perfecta y su cuerpo no tenía mácula alguna gracias a la magia del cristal que también se había roto.

    Pavel salió de su sepulcro temporal y miró a sus pies. El cadáver anciano de Aben descansaba a un lado. El antiguo rey le pasó una mano por el pelo blanco de su amado y luego miró al frente.

    —Emperador Mírico. Ha pasado mucho tiempo.
    —Rey Pavel —saludó con respeto.

    Luego los dos se prepararon para la batalla.

    —¿Para qué queréis la espada?
    —Para el Imperio —respondió, firme.
    —Vuestro Imperio estará bien. La espada no está pensada para reforzar, sino para curar. Habéis herido y matado a mi pueblo y no necesito saber el porqué. No os merecéis la espada.
    —No subestiméis la magia de mi familia, rey Pavel.
    —Tampoco vos la de los dioses. Esta espada no es maleable. Me matará en cuanto la haya usado para su propósito y luego volverá a manos de su verdadero propietario. Y no es ningún humano, os lo aseguro.

    Mírico pareció dudar de su decisión entonces. Pavel pudo ver todas las dudas del emperador sólo echando un vistazo a su mirada: ¿para qué había invadido la costa este? ¿Para qué enfrentarse a los reinos fronterizos? ¿Para qué un largo asedio a Pabe Dimo? ¿Para qué tantas víctimas?

    Pero la expansión también era una forma de recuperar el poder y el respeto al Imperio.

    —No voy a abandonar sólo por eso. Pero tú sí lo harás. Suelta la espada, dámela, o muere defendiendo tu tierra.

    La magia de la palabra impactó en Pavel como si su propia mente se desgajara en dos partes y una le hablara a la otra de esa manera como si fuera lo más lógico del mundo. Pavel apenas pudo defenderse de la primera estocada de Mírico, que aprovechó el instante de duda creado por su magia para asestar un golpe que lo desestabilizara. Pavel resistió, dio un paso atrás y no le dio ninguna opción al emperador.

    —Vais a tener que buscar otro poder que aplaque vuestra ambición, emperador.

    Pavel hundió la espada en la tierra y el arma reaccionó inmediatamente: desapareció.

    —¡Maldito seáis! —chilló Mírico, lanzándose al ataque—. ¡No dejaré piedra sobre piedra en todo este reino!

    Pavel recogió el arma de Aben y se defendió del siguiente ataque prácticamente huyendo de la ira de Mírico. Apenas dos segundos después, la tierra empezó a temblar violentamente. Los dos mandatarios se miraron con furia y decidieron abandonar la pelea temporalmente para escapar de la caverna.

    Fuera, una imagen insólita se desarrollaba: grandes raíces abrían el suelo y se encaramaban por las partes derruidas de las casas y las murallas. Apagaban los fuegos con la humedad que desprendían. Se defendían de los ataques del ejército imperial y protegían a los habitantes de Pabe Dimo como buenos centinelas. El temblor derruyó aquellos edificios que eran más inestables y el poder de la naturaleza reconstruyó y apuntaló los que resistieron todos los ataques.

    A cambio, Pavel ya sentía que su fuerza no era la misma con la que se había defendido de Mírico.

    —Sería muy fácil matarme ahora por cualquiera de los motivos que supongo que tenéis —admitió—. Pero Aben y yo hemos dado la vida para que nuestra tierra pueda defenderse una vez más. Este no es la clase de poder que buscáis. Dad un buen nombre a vuestra familia y marchaos declarando la paz. Este poder divino no está hecho para la guerra.

    Mírico envainó su espada con tranquilidad y empezó a caminar ladera abajo hacia las murallas. Pavel le siguió, cargando con la espada mágica de su amado Aben.

    * * *


    Aunque aquella magia divina no duró para siempre, el resultado dio la vuelta por todo el continente: Pabe Dimo estaba siendo protegida por Edaaia y había sido escenario del fin de una guerra. Mírico declaró la paz con el reino, aunque no prometió seguir avanzando sobre sus vecinos. La ciudad que Pavel reconstruyó con la ayuda de la espada se convirtió en un reino neutral, escenario de futuros pactos y treguas para la paz y la diplomacia.

    La nueva naturaleza que invadió la ciudad también la convirtió en un gran atractivo para todos los estudiosos de la naturaleza y la magia. A pesar de que la función defensiva de las plantas desapareció una vez que la guerra contra el Imperio terminó, se seguía respirando la magia en el ambiente y era de gran utilidad para cualquier investigador que se preciara.

    Pavel murió dos meses después de declararse la paz, en un sueño tranquilo y anunciando a su pueblo qué habían hecho Aben y él para Pabe Dimo, después de dejar un heredero escogido por el propio Pavel entre las personas de más confianza del reino. Deros, el nuevo rey, hizo construir dos nuevos sepulcros en la caverna donde Pavel había reposado anteriormente. Allí, Aben y Pavel descansarían, esta vez para toda la eternidad.

    FIN



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    Espero que os haya gustado, yo siempre metiendo drama por aquí :V
796 replies since 28/7/2015
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