Posts written by Mare Infinitum

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    Este capítulo está dedicado a Kaito-Takeshi y a su novio, que me he enterado hoy que han estado pasando por una mala situación. El capítulo no tiene nada que ver con ello, pero me apetecía dejar el detalle <3
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    2. Mis atribulados amigos



    No quiero entretenerme contando cosas que no me llevarían a ninguna parte, pero recuerdo muy bien los días siguientes. Fue cuando Daniel y Ferra empezaron a gustarse. Fue un período muy complicado para Ferra que, con Carla de por medio, parecía que su cabeza fuera a estallar.

    Eso no impidió a Daniel darme la tabarra. La primera vez que quedaron fuera de clases fue aquella vez que Daniel le llevó a esa presentación de yaoi. No puedo mentir, yo sabía perfectamente de aquella presentación. Imaginé que Daniel iría, y tenía mi mente aún bloqueada, así que nunca me propuse ir en serio. Me limité a tener un poco el sueño de ir. Daniel sabía todo esto, es demasiado astuto, así que se aprovechó de ello cuando nos encontramos con él en la salida:

    —Oye, si te quieres apuntar, no te voy a decir que no. ¡Te prometo mucha acción!
    —¡Eres idiota!
    —Eh, que no es mi culpa, te lo has hecho tú solita. O quizás no, porque no te he visto en mis posts de Facebook más picantillos.

    Quise que me tragara la tierra y cotillear en su perfil por la puñetera curiosidad morbosa que siempre conseguía despertarme.

    Ferra me salvó del apuro, pero para mí ya era tarde. Una cosa era Ada, en privado y comprensión, y otra el condenado de Daniel riéndose de mí. Ahora miro atrás y pienso que es gracioso, pero pasé muchos apuros en ese momento, porque sabía que Ada y Ferra querían reírse también.

    Cuando nos separamos, Ada me preguntó de inmediato:

    —¿Estás bien?

    Yo rodé los ojos y moví la cabeza con cierta molestia, sin mirarla.

    —Bueno, podría haber sido peor. Por lo menos sólo ha sido delante de vosotros.

    Entramos de nuevo en el edificio. Os íbamos hacia la estación de tren de nuevo.

    —¿Hubo ocasiones peores?
    —Ahora sabe que estoy dando pasos —admití—. Se comporta mejor. Cuando éramos más inmaduros solía chincharme en medio de clase, le daba igual cuando y al lado de quién estuviera.
    —Eso suena a bullying.
    —No me exponía a mí, sino a sí mismo. Estaba muy desesperado por estar cerca de mí, pero no quería admitirlo. Quizás porque aún sentía algo. O porque ya estaba solo entonces.
    —Así que crees que serás su amiga —afirmó, al cabo de unos segundos.
    —Si Daniel y Ferra acaban saliendo juntos sería difícil no serlo. Tampoco soy de hielo con él…
    —… Sólo tienes un bloqueo —acabó ella por mí. Admití aquello asintiendo—. ¿Y si te preguntara directamente si quieres que seáis amigos? ¿Le dirías que sí?

    Aquello me frenó unos segundos. Fugaces recuerdos de los amigos que había hecho hasta entonces habían resultado de formas muy similares. Lo que en coña se dice de «los introvertidos no hacen amigos, un extrovertido les adopta». A mí me ocurría a menudo. Hasta Ferra, que también parecía timidete, hizo algo parecido.

    —Sí. —Miré a Ada. Ella sonreía, mirando al frente—. Pero no se lo digas a nadie.
    —No, claro.
    —En serio. Quiero que Daniel se dé cuenta por sí mismo.
    —Me parece bien.

    Ada puso cara satisfecha y no volvimos a tocar el tema ese día, pero nos dimos los Whatsapp para hablar cuando se nos antojara (y aproveché para conseguirme el de Ferra). Yo no solía ser muy propensa a hablar por el móvil, porque normalmente la gente me pillaba trabajando. Pero incluso así, Ada y yo hablamos durante los siguientes días y me di cuenta de que la situación entre Daniel y yo la espinaba, que no le sentaba del todo bien en un mal día. No me atreví a decirle nada, pero ella era muy expresiva hablando por mensaje, se le notaba. Debería haberme dado cuenta entonces que era porque empezaba a gustarle, pero había cosas más importantes en mi mente.

    Ferra rompió con Carla y faltó el viernes. Nunca le había visto faltar a clase. Todos nuestros problemas quedaron un poco al lado, y me di cuenta de cuánto significaba Ferra por todos nosotros, los tres, cuando nada más sentarnos clase, Daniel entró como un torbellino y se situó delante de nosotros.

    —¿No ha venido? —preguntó inmediatamente.
    —Aún no. Podría llegar tarde —dijo Ada.
    —Bueno…

    Daniel se alejó y se sentó a su sitio habitual, frotándose su muñeca, aunque parecía perfectamente.

    —¿Crees que vendrá? —le pregunté a Ada.
    —No lo sé, nunca le he visto en una situación así. No deberíamos contar con ello.

    Intenté no mirar hacia Daniel.

    —Bueno… —dejé ir de mi boca.
    —Ha sido bonito —siguió Ada, por su cuenta. Sonreía con una de ésas, de las pícaras. No tardé en darme cuenta de lo que se refería, e hice el amago de girarme a mirar a Daniel.
    —Se gustan —dije, susurrando al mínimo. Ada sonrió con un poco más de felicidad y asintió—. Dioses, van a ser adorables juntos.
    —Es que Daniel apareciendo por aquí sin decir ni hola sólo por preguntar por Ferra… No hay otra explicación. Y el bobo de Ferra no creyéndoselo.
    —¿De verdad?
    —Qué va —se rio Ada—. Pero supongo que es porque se siente culpable y no quiere verlo.
    —Tiene sentido. A mí también me sentaría mal que me empezara a gustar alguien así de la nada estando con otra persona. No querría reconocer que me equivoqué de persona la primera vez.

    Ada asintió, menos alegre. No pude descifrar en qué pensó cuando le dije aquello, si en Carla y Ferra (que ya les conocía bien a ambos) o en otra situación suya. Visto lo visto, fue la segunda, pero eso sólo lo vería al cabo de unas semanas con lo de Emmanuel.

    Daniel volvió a aparecer delante de nosotros justo cuando el profesor acabó su clase. Los tres salimos de clase hablando sobre que Ferra tenía que estar hecho caldo a la fuerza.

    —Ayer me esperé en la estación de tren para preguntarle cómo estaba. Acabó llorando y huyendo —contó brevemente Daniel. Su rostro tan alegre se mostraba muy apagado en esos instantes. Reforzaba mi teoría de que le gustaba—. No quería que le tocaran.
    Ada y yo nos miramos. Ada puso cara de «déjamelo a mí».
    —Quizás me la cargue por decir esto, pero todo lo que ha pasado con Carla es precisamente por eso que acabas de decir. Ferra es asexual.
    —¿Qué quieres decir? ¿No le atrae nadie?
    —Más o menos. Es complicado.
    —Es capaz de enamorarse, pero no de ver el atractivo sexual de nadie —le expliqué yo—. Hay muchos tipos de asexualidad, pero lo poco que sabemos de él es que no es capaz de tener sexo con nadie. Nunca ha querido decirnos hasta dónde alcanza.
    —Y Carla no ha sabido aceptarlo —acabó Ada por mí—. Se han estado peleando desde que Ferra le contó eso.
    Daniel pareció aterrado y atribulado durante un instante, pero luego me miró. Sus ojos castaños fueron como una flecha entre los ojos.
    —Tú sabes de estas cosas —dijo—. Estás en mi Facebook. Pásame todo lo que se te ocurra que vaya a venirme bien. Quiero entenderle.

    Asentí, muy seria, porque aquella era una situación que lo requería. Pero, si hubiera podido, hubiera saltado de alegría con corazones en los ojos y gritando lo bonito que había sido que se preocupara tanto por él.

    —Esto ya es mucho más de lo que Carla ha hecho en semanas —le dijo Ada—. Gracias. Y si le dices a Ferra algo de que es asexual, dile que te lo he dicho yo. Quizás no se enfade.

    Daniel suspiró, asintió y se fue por su cuenta. No volvimos a hablar con él hasta que Ferra se presentó el lunes siguiente con una cara desolada. Mi corazón se encogió. Ada casi rompió a llorar, lo que casi me hace llorar a mí también. Esos dos eran realmente buenos amigos.

    Lo que necesitó Ferra durante un tiempo fue hacer vida normal. Daniel y yo volvimos a nuestra situación habitual. Ada se preocupó por distraer a Ferra cuando no estuviéramos trabajando y yo… hacía lo que podía. Lo que mejor se me daba era estudiar y dar lecciones breves sobre banderas o sobre la comunidad LGBTI+. De esa forma, Ferra mejoró muy rápido.

    Aunque parezca frío por mi parte, no quiero entretenerme con eso. Es una parte tensa y triste de la vida de Ferra que, si leyera esto, preferiría no recordar mucho. Probablemente sí que le interese saber que yo me daba cuenta de la actitud de Ada: siempre había sido la observadora distante en las bromas, o la persona que da apoyo con una de esas sonrisas preciosas que tenía (y que se multiplicaron durante ese tiempo complicado) y… en fin, me fijaba en eso de ella. Y a pesar de lo que me costaba a mí centrarme cuando me subían las vergüenzas, me daba cuenta de que algunas de esas sonrisas eran para mí. Solía ocultar con efectividad mis crecientes emociones al respecto.

    Supongo que pequé de ingenua. Me gustaban esas sonrisas y esa calidez, aunque sabía que no iban exclusivamente para mí. Sabía lo que me estaba pasando, y no me sorprendió mucho descubrir mi bisexualidad, aunque siempre había tenido esa intuición de que lo era sin experimentarlo. Pero pequé de ingenua pensando que iba a resultar sencillo, o simple. Ada había dado cero señales sobre si le gustaban las chicas.

    Es más, ni yo ni Ferra sabíamos mucho de su vida privada, la tenía cerrada a cal y canto. Cuando intentábamos probar las aguas y saber algo más, ella siempre se mostraba recelosa. Ferra lo vio como secretismo, y yo lo vi como que no le iban bien las cosas fuera del mundo universitario. Deseaba ayudarla, quería que se aclarara un poco. En un mal día, su mirada tormentosa daba cierto miedo y me preocupaba.

    Lo tuve todo mucho más claro cuando Ferra quiso gastarle la broma de reírse de su propia cursilería con el chico que sabíamos que estaba saliendo con ella. O supusimos. Yo me apunté no por eso, sino para ver cómo reaccionaba.

    —Es divertido, pero nah, no es materia de relación —descartó Ada, cuando empezamos a decirle que queríamos saber más. Ferra quería hacer que se sonrojara.
    —A lo mejor si le conociéramos… —propuse.
    —Mm… no. No le conoceréis. No me resultaría cómodo, ¿sabes?

    Reconozco que, para ser tan avispada y enseguida poner mi mente en modo pervertido, tardé unos incómodos segundos en darme cuenta de que Ada sólo buscaba sexo con aquel chico. Aquello fue como una fugaz tormenta interna: primero enrojecí como una boba inmadura, como siempre; luego reconocí mi ingenuidad y me entristeció saber que, aunque fuera sólo sexo, estaba con alguien más; y finalmente, me di cuenta de que ella tampoco era feliz.

    Si de una cosa yo sabía, era de teoría sobre relaciones. Y reconocía esa infelicidad de alguien que se está descubriendo. Con un poco de esperanza, me puse a buscar sobre algo que quizás nos ayudaría a las dos.

    —¿Qué buscas? —me preguntó Ferra.

    Yo giré el portátil hacia el otro lado, para que no pudiera ver mucho, y le saqué la lengua, en broma.

    Por desgracia, no todo fue tan bien como Daniel y Ferra saben, en este punto. Yo quise explicarle que quizás el motivo de su infelicidad no era que no encontrara el chico adecuado para ser su pareja, sino que no era capaz de tener pareja igual que Ferra era incapaz de tener sexo. Que era arromántica (tal cual, para no darme esperanzas a mí misma). Pero no lo conseguí.

    Lo que Daniel y Ferra saben fue que aquella broma fracasó y que al día siguiente el rubiales apareció con Emmanuel. No fue lo único que pasó. Ada y yo nos vimos antes de separarnos por la tarde. Su tren salía antes esta vez.

    —Te he visto algo mosca cuando he dicho lo del chico —dijo Ada, con cautela—. ¿Te ha molestado? —No dije nada, miré al suelo. Mi boca sólo se bloqueó porque sí, porque me había molestado, pero porque tenía que digerirlo todo y tenía que contarle también lo que tenía por decirle—. ¿Lo ha hecho?

    Su voz sonó más potente. Temí que se hubiera enfadado con aquello. Me apresuré a quitarme mis tonterías de mi vista:

    —En realidad, creo que sé por qué no encuentras lo que esperas en un chico. Sé que no eres feliz tal como estás.

    Ada me miró, y esta ni felicidad ni sorpresa rezumaban de su mirada.

    —No eres quién para decirme si soy o no soy feliz.
    —Lo siento, yo no… —dije con un hilo de voz. No quería hacerla enfadar. Era lo último que deseaba.
    —Me importa un bledo si te ha molestado, ponte todo lo celosa que quieras, es mi vida. Nadie tiene por qué meter las narices en ella.
    —Tienes razón, estoy celosa, pero… —«del chico, no de ti», quise decir. Pero aquello supondría toda una nueva realidad para la que no estaba preparada. Ada tampoco me dio mucho tiempo para explicarme.
    —Pues eso. Guárdate tus teorías —soltó con desprecio. Empezó a caminar más rápido que yo.
    —¡Ada!
    —¡Déjame en paz!

    No lo gritó, lo dijo como si fuera su hermana pequeña cargante. Yo me detuve en el camino y la dejé ir. Me dolió tanto cómo me dijo aquello que no fui capaz de insistir más. Me senté en un banco cercano y me oculté detrás de un pañuelo para que mis silenciosas lágrimas se dejaran absorber.
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    Gracias por leer, y espero que esté gustando <3
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    Bienvenido a todo lector que tenga ganas de leer un buen original <3 pero antes de nada quiero dejar clara una cosa:

    Este fic es la segunda parte de "Ferra en la Universidad", yaoi publicado en la sección de originales de este foro


    La mayoría van a saber de qué va, así que no voy a poner mucha información aquí, sólo dejaros con el prólogo y el primer capítulo <3

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    0. Prólogo



    He escrito mucho a lo largo de estos dos años de carrera, pero no tengo ni idea de cómo empezar esto. Juana la sabionda no sabe qué decir, no sucede a menudo.

    La verdad es que no sé a quién le escribo.

    Hace años que tengo un diario que raramente he dejado de actualizar con todos mis acontecimientos emocionales para tener cierto control de mi mente y no agobiarme en exceso, pero siempre ha sido para sólo mí.

    Inicialmente pensé en escribir lo que quiero escribir para mis amigos Daniel y Ferra. Ellos se merecen saber qué pasó entre Ada y yo, aunque sienta que me hierven en aceite cada vez que tengo que contar algo de mí que me ponga en un aprieto. Tantos meses lejos de ellos y sólo hablando por Whatsapp habían sido mucho para mí y tenía ganas de verles. Les echaba de menos. Ahora ya volvía a estar en España, después de meses muriéndome de frío en Oslo.

    Pero luego pensé que hacía el mismo tiempo que no veía a Ada. Tenía cierta idea de lo que ella había contado a mis amigos, y sabía que había guardado respeto todo lo que pudo a aquello que pudiera afectarme negativamente a mí. Siempre llevamos lo nuestro bastante en secreto, y nunca me sentí con ganas de airear nuestros problemas, así que escribir esto no tiene sentido, es contradictorio.

    De alguna forma sé que tengo que hacerlo, sin embargo. Soy muy poco impulsiva, pero esto lo siento. Tengo que sacármelo de encima, como si fuera la última vez que hablara de ello.

    Así que… ¿quién lo leerá? No lo sé. Probablemente solo yo. Ada no leería un recopilatorio de nuestros momentos y lo que significaron para mí, pues ella fue la que salió peor parada de la separación, sería como echar sal a la herida. Daniel y Ferra lo leerían, en cambio, quizás por apoyo, quizás por curiosidad. O por ambos motivos.

    Sinceramente, tengo miedo. No sé cómo va a ser volver a ver a Ada y pasar tiempo los cuatro juntos. Me he ausentado medio curso. Me da miedo que el reencuentro distancie al grupo o lo destruya.

    Quizás mientras rememoro lo que pasó hace ya más de año y medio me decida a contarlo o no.

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    1. Mi soledad



    Me resulta fácil recordar todo lo que pasó antes de conocer a mis amigos en la universidad: estaba sola. No me importaba, no había ninguna necesidad de socializar. A diferencia de un sitio como el instituto, en la universidad es fácil abstraerse en el trabajo y simplemente dar lo mejor de ti sin tener que depender de gente que no quiere estar por la labor. Yo trabajaba y trabajaba, y hablaba con algún compañero para pasar el rato o hacer grupos de trabajo, y todo lo que no era estudiar era irme a casa a relajarme.

    Había tenido ya suficiente en el instituto de los dramas innecesarios, como el de Daniel pidiéndome salir. Dioses, no, además de no gustarme y de distraerme hubiera sido la broma permanente del lugar. La pareja de pervertidos. Ya entonces tenía mis gustos que consideraba (y sigo considerando a veces) prohibidos. Hubiera sido cuestión de tiempo que se enteraran todos.

    Supongo que debería decir que quedé muy tocada, tiempo atrás, por algunos de mis amigos dejándome de lado. A día de hoy sigo sin saber la razón, pero pasé la mitad de mis años de secundaria con apenas un par de amigos de primaria por ese motivo. Un psicólogo diría que me refugié en mi trabajo para evitar que me hirieran de nuevo. También explicaría por qué me costó tanto dejar que Daniel fuera mi amigo.

    Para colmo, mi familia era un desastre. Se peleaban constantemente con mi tío gay por motivos tontos, cuando yo estaba encantada con él. Había aprendido mucho de la diversidad y, aunque jamás lo admitiría ante nadie, el motivo de que me interesara por ello era porque descubrí el yaoi al mismo tiempo. Por eso se convirtió en algo prohibido, me negaba a aceptar que mi afición principal fuera algo que pudiera ofender a mi tío.

    Así que cuando Ferra me invitó a ser amigo suyo y de Ada, yo iba cargada de miedos: me costaba hacer amigos por si me encariñaba y desaparecían, tenía un secreto prohibido que Daniel podía airear como le diera la gana (y lo hizo, o Ferra y Ada no me hubieran conocido), mi familia estaba al borde del colapso y tenía cierta inseguridad de no rendir tan bien en la universidad como en secundaria.

    —Así que eres asexual. —Ferra asintió—. Perdón por ese chantaje el otro día.
    —Bah, no pasa nada. No lo consideré serio.

    Por mi vergüenza por el yaoi, le hice un chantaje nada creíble a Ferra en nuestra primera conversación. Me sentó fatal haber reaccionado así. Tuve miedo de haberme cargado algo, pero el chico de pelo castaño y cara de indiferencia total simplemente lo dejó pasar. Ese fue el día que lo cambió todo.

    Al principio no me fijé en Ada. Sus intervenciones eran discretas, y me impliqué mucho con Ferra porque parecía realmente atribulado con Carla. Quería esforzarme en ser buena amiga y apoyarle, todo por mi miedo. Además, tampoco sabía que me gustarían las mujeres (ni tampoco ella sabía de sí misma). Me di cuenta de que algo estaba yendo fuera de mis planes cuando…

    —Tienes. Que. Relajarte —se quejó Ferra, llamando a la puerta de mi frente para que saliera de mi cabeza.
    —¡Au! ¡Quita, bicho!

    Y entonces oí esa risita cantarina. Ada ya se había reído antes, pero no de esa forma, ni tampoco me había fijado. Me sonó a música para mis oídos.
    Me lo tragué inmediatamente y seguí con la conversación sobre Daniel.

    —Vale, que venga un día a comer con nosotros, no me des más la tabarra.

    Luego, como dijo Ada, «agüé la fiesta» y cambié de tema a Carla. Mi cabeza se agobió pensando en si aceptar a Daniel como amigo a pesar de que era el ejemplo de todo lo que no quería ser, parecer o tener cerca, además de estar haciendo resonar la risita de Ada por todo mi ser. Necesitaba no ser el centro de atención urgentemente.

    Ahora parece todo bastante racional. Yo escribo de forma muy fría y distante, en realidad. Pero juro que hasta que no cambiamos de tema, me sentí mareada de tantas cosas que tenía que descifrar. Tengo delante de mí el diario de aquel día y ocupa como tres páginas sin apenas espacios. Un abismo de diferencia comparado con un día habitual.

    La primera conversación real que tuve con Ada fue al cabo de unos días. Ferra, Ada y yo nos habíamos separado para la asignatura de Expresión Escrita. Cada uno iba a un grupo distinto, lo que de verdad que era muy engorroso. La gracia era que mi aula y la de Ada eran colindantes así que, al salir, me la encontré esperando, mirando su móvil.

    —No tienes buena cara. ¿Ocurre algo?
    —Tíos.
    —Ah, vaya. No sé si te puedo ayudar mucho con eso… —dije, algo incómoda.

    Sabía que Ada conocía a chicos para intentar salir con ellos, tener algo sólido, pero que no estaba saliendo bien. También sabía que no le gustaba hablar de ello, porque Ferra me había contado lo que sabía, y era poco más que nada.

    —No pasa nada. Llevo un tiempo hablando con este chico, pero no se implica nada. Parece que estamos en un limbo entre las citas y una relación, y no me quiere aclararlo.

    Me fijé mucho en que no quiso darle un nombre. No quería vincularnos con él. Para mí, significaba que ella tampoco quería dar ese paso.

    —¿Y qué es lo que quieres tú?

    Ada me miró a los ojos al fin. Fue brusco y me sentí algo intimidada. No era de mi incumbencia, ella irradiaba esa respuesta. Pero luego simplemente empezó a andar hacia el comedor.

    —Quiero tener una relación estable. No tengo un tipo para los chicos, todos me parecen más o menos divertidos. Soy bastante romántica pero parece que esa parte nunca acaba saliendo a la luz. Y eso me fastidia.

    Así que Ferra no era el único que estaba siendo perseguido por el fantasma de la relación ideal.

    —Yo no te puedo decir mucho. Rara vez me gusta alguien, y nunca he tenido una relación. No sé cómo es.
    —No pasa nada —repitió, con una sonrisa melancólica—. Pero te pediría que no se lo dijeses a Ferra.
    —¿Por qué?
    —Porque le preocuparía demasiado. Está emperrado en ser el mejor amigo del mundo con todo lo que está cargando, con su novia y todo eso, y se frustraría. Él no tiene la solución a mi problema, pero la buscaría.
    —Vaya, eso suena un poco como yo —dije sin pensar. Ada me miró un instante con precaución.
    —Y no es que sea indiscreto —continuó—, pero suele buscar soluciones en momentos poco indicados y no quiero que media facultad se entere de que tengo un mal día.
    —Vale, no se lo diré. Yo sé guardar un secreto.
    —Lo sé, no hay quien te tire de la lengua. Por eso te lo he contado.

    Su sonrisa fue más tranquila y genuina esa vez. Me suelen decir que me fijo demasiado en los detalles, pero valió oro para mí, por el simple hecho de estar haciendo bien algo como amiga. Me daba seguridad. Y Ada, además, transmitía mucha confianza y firmeza, como Ferra alguna vez decía. Era una lástima que su cara de póquer escondiera las mismas debilidades que su amigo.

    Nos fuimos a sentar al comedor de la facultad, con nuestras bandejas ya listas. Nos pusimos a propósito cara la puerta, para ver llegar a Ferra.

    —¿Crees que tú y Daniel seréis amigos?
    —No deberíamos. Somos opuestos —dije, aparentando aplomo. Me estaban dando los nervios típicos de cuando ves un descenso en picado en una montaña rusa.
    —Pero compartís una afición sana. Ya sé que tenéis un pasado complicado, pero…
    —Lo sé —me limité a decir.

    En el fondo, mi parte más racional quería ser su amiga desde hacía tiempo. Me decía que era sólo una afición, que me iba a venir bien, que por fin estaba teniendo amigos, y que tantas negativas podrían estropearlo todo. Por eso le solía apoyar en Facebook cuando hacía sus posts de pervertido rematado. Además de alegrarme la vista, intentaba lanzarle una indirecta, a ver si se atrevía a hacer lo que yo no podía: aceptarme. Pero siempre respondía a la defensiva y con burlas que me hacían sentir vergüenza.

    En respuesta, todo mi cuerpo se ponía en alerta, haciéndome sentir mal por la misma afición, considerando que tenía que seguir siendo uno de mis tantos secretos, que Daniel no era para tanto, que mi tío se ofendería si se enteraba, que era como darle la espalda a la comunidad LGBTI, y un largo etcétera.

    Y mi mismo cuerpo me impulsaba, sólo porque lo consideraba prohibido, a ver a Daniel y a Ferra como pareja. Daniel podía ser encantador si se lo proponía, y Ferra necesitaba a alguien que le hiciera sentir bien consigo mismo y así madurar. La fujoshi en mí (que me diría Daniel tiempo después) tomaba el control rápidamente. Lo odiaba.

    Ese día, Ferra volvió solo. Suspiré aliviada.

    —Oooh… —soltó Ada, mientras Ferra se encogía de hombros.
    —No ha podido ser —dijo Ferra.

    Me libré un día más del rubiales, pero me sentí como si estuviera retrasando lo inevitable. Y tuve toda la razón del mundo al sentirlo así. Aunque Ferra hizo propaganda de su nuevo amigo.

    —Es… ¿buen chico? —dijo. Me miró como si no pudiera hacer nada al respecto. Yo ya sabía que lo era, en el fondo, no hacía falta que otro me lo contara.
    —Lo he pillado —repliqué de mala gana. A Ferra le dio igual. Y aunque lo confirmaría un tiempo después, creí que el chaval tenía mucha curiosidad por saber qué pasaba con mis bloqueos y con Daniel.

    El tema volvió a girar al alrededor de a Carla enseguida, porque ella pasó por nuestro lado sin mirarnos. Tenía un rostro frío y distraído, con un pelo ondulado algo mal peinado. Se notaba que estaba sufriendo estrés. No era cosa mía meterme en el drama de Ferra, pero Carla parecía realmente afectada por todo aquello.

    Lo mejor fue que el tema se desvió de mí por fin. Una vez oí a Ferra usar la comparación del Ojo de Sauron alejándose de Frodo y, joder, durante mis primeros días con Ada y Ferra no podía dejar de sentirme en exactamente esa posición, pobre Frodo. Por suerte, siempre había algo que evitaba que una manada de orcos se echara encima de mí al último segundo. No habría sido capaz de aguantar las preguntas y comentarios totalmente razonables de Ferra sin ceder totalmente.

    Fue ese día que descubrí que Ada tomaba los trenes de la estación al norte de la universidad, en vez de los del sur, como Ferra.

    —Vaya, pensaba que vivíais cerca el uno del otro —comenté sin mucho interés, cuando nos descubrimos yendo a la misma dirección.
    —Ferra vive muy bien conectado. Yo tengo que dar tres mil vueltas si tomo su mismo tren, así que camino un poco y tomo el mismo que tú. Tardo un poquito, pero no tengo que hacer transbordos. ¿Y tú? Sé que Daniel toma el tren de Ferra.
    —Me he mudado este año, así que tengo que tomar otro tren. Estoy a medio camino ahora.
    —Qué suerte, puedes dormir más…

    Llegamos a la estación de tren y nos sentamos en las sillas del primer vagón. La línea empezaba allí, así que resultaba sencillo pillar buen sitio.
    Tengo que reconocer que, a pesar de ser muy pensativa y dar vueltas en mi mente como un tornado, no llegué a pensar que aquella risita mágica (y mi respuesta emocional tan agradable) significaran mucho. Me había gustado, había sido adorable, pero en ese momento estaba sentada a su lado y nada ocurría en mí. No pensé en que me gustaba (ni se me pasó por la cabeza), ni comparé con el contacto o emociones que había sentido por nadie. Bueno, hay que decir que en ese momento estaba buscando algo de lo que hablar. Yo era habladora, pero me daba la impresión de que Ada no lo era, y no quería incomodarla.

    —¿Sabes? Creo que puedo ver a Daniel y a Ferra juntos.
    —¡Entonces no soy la única! —No grité, pero respondí tan rápidamente que Ada se rio un poco de mí.
    —Vaya, no esperaba esa reacción —me dijo, mientras le entraba la risa tonta.
    —Me odio —me quejé, avergonzada.
    —Ay, pero si no pasa nada… —me consoló. No me sirvió—. Es sólo que veo que Ferra tiene una oportunidad para seguir adelante. Y no con la idiota de Carla.
    —Sí, esa chica no es muy buena para él.
    —Es que es buena persona, te lo juro —me dijo—. Fuimos amigas mucho tiempo, te lo puedes pasar genial con ella pero, joder, no le pongas un tío delante. Desde su primera ruptura que actúa de esa forma tan poco sana.
    —¿Te gustaría volver a tenerla de amiga?
    —No, ni lo intentaría. Ella me cogió manía por celos y yo le tengo manía en respuesta. Que se busque otras amistades.
    —Sí, mejor así.
    —Por cierto —empezó con un tonito sospechoso. Luego me susurró, en vez de hablar—, que sepas que yo también estoy al corriente de lo que le gusta a Daniel.

    Sentí el Ojo de Sauron abrasándome la cara.

    —Dios, tú también no…
    —No es malo, ¿sabes? Que tus gustos y tus necesidades confluyan… Y no te va a hacer daño soltarte un poco. Además, no voy a dejar que olvides la reacción que acabas de tener.
    —Qué mala leche tienes, y parecías buena persona —le repliqué, aunque no estaba molesta. Incómoda y avergonzada, pero no molesta—. ¿Y tú qué?
    —No, a mí no me dice nada. Cuando Ferra y yo nos conocimos fue porque leía un manga de fantasía que yo conocía. Era de mi infancia. Yo me quedé allí, supongo.
    —Oh… me hubiera sentido más cómoda si Daniel y tú hubierais invertido esta afición, la verdad —protesté, resignada—. Tú eres más discreta. Podría hablar del tema.
    —Bueno, eso no lo sabes —me replicó, con una sonrisa perspicaz. Pero a mí no me mentía, sí que lo era—. Tú déjate llevar. Me figuro que no lo haces a menudo.
    —No. —Y ya que estábamos puestas en hundirme en las profundidades del averno, lo solté sin más, susurrando—: Es que si fuera como Ferra, que es como un cacho de hielo ante esas escenas, pues vale, pero joder, a mí me entran todos los calores, ¿sabes? No puedo ir viendo a tíos en pleno tema sin más, y en esa clase de mangas está llenísimo.

    Por supuesto, a Ada le entró la risa floja, aunque no fue nada escandalosa. El tren empezaba a llenarse, y yo miraba a todas partes con todos los nervios de que alguien me escuchara.

    —¡Entonces el día que se te ocurra entrar en una página porno saldrás volando como un cohete! —dijo, soltando el martillazo en mi cabeza para que acabara de volverme diminuta.
    —Ni falta que me hace —dije lo poco digna que supe, estando encogida como un chimpancé en la silla—. Prefiero que haya un poco de misterio. Esos sitios tienen de todo menos eso.

    A Ada no se le cortó la risa floja, pero sí que se rio un poco menos, y asintió:

    —Mira, en eso te doy la razón.
    —Pues eso.

    Mi cara ardía como nunca. Jamás había hablado de esto con nadie, pero en el fondo me alegraba de que se pudiera tomar a broma. Que fuera Ada me ayudó. Ferra seguro que habría sido todo racional, como yo, intentando sonar convincente. Realmente, lo que necesitaba, aunque no lo sabía en ese momento, era sacarle el humor que Ada sí que tenía.

    —Te prometo que no le contaré esto a nadie —me dijo—. Has sido sincera y ahora mismo estás para echarte una foto.
    —Más te vale que no vea un móvil cerca —protesté, por el último comentario—. Pero gracias.

    Con el tiempo, Ada y yo rememoramos ese momento con ternura. Ella siempre decía que yo parecía un bebé dando sus primeros pasos abriéndome a alguien. Tengo que reconocer que tenía razón. Siempre quedó implícito en nosotras que esa clase de conversaciones eran casi necesarias, y nos unieron mucho.

    Aquella fue solo la primera.

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    Espero que os haya gustado y nos vemos dentro de dos días <3 este fic es casi nada autobiográfico excepto las emociones hacia el final de esta historia, así que nada, a meterse en la historia <3
  3. .
    ¡¡LLEGAMOS AL FINAL DEL FIC!! Hoy publico el capítulo final junto al epílogo (que se situará tres años después de la situación del fic) y, para los que no lo sepan, habrá una segunda parte de este fic que empezaré a subir en dos días. Al final de este post diré más detalles al respecto. Disfrutad del final <3

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    16. Chicas…



    Mentiría si dijera que no estuve tentado de decirles de todo sin pensar. No es que quisiera saber desesperadamente qué ocurría con ellas, pero quería quitarme ese peso de encima.

    En cuanto las vi sentadas revisando apuntes como locas antes de una clase que ni siquiera era del mismo día que ningún examen, se me pasaron las ganas. La preocupación por mis notas pasó al frente y me senté con ellas a repasar.

    —Menudo panorama —suspiró Daniel—. En fin, acabemos con esto.

    La resignación total de Daniel a que nos pusiéramos a estudiar los cuatro juntos fue la definición perfecta de la cantidad de estrés que cargábamos. A pesar de lo poco que lo he ido diciendo, yo había trabajado duro durante esas minivacaciones, y no podía ir muy feliz por la vida con las notas que estaba sacando. El drama de Carla y el monumental flechazo que estaba sufriendo (agradablemente) con Daniel me habían desconcentrado de mis estudios… tal y como Juana se temía para ella misma, realmente.

    Aunque durante los quince días siguientes de trabajo duro no olvidaría que tenía algo pendiente que solucionar, los estudios tomaron de nuevo las riendas de mi vida. Me ahorraré los detalles del sufrimiento de cientos de páginas de apuntes por resumir, pulir y repasar y la constante tensión en el estómago que me decía «aunque acabes un examen, te esperan otros cuatro, ¡muahahahaha!». Y no, nosotros no éramos incombustibles como Homer Simpson en el infierno comiéndose toda la reserva de rosquillas del Diablo.

    Cuando nos quedaba ya sólo un examen y a todos nos temblaba el pulso de escribir tanto en los exámenes y de los nervios, pasó algo que no esperaba para nada.

    —Hola, Ferra.

    Estaba tumbado en la hierba, esperando a que mis amigos volvieran de calentarse la comida (queríamos pasar una tarde repasando). Me giré de golpe hacia la voz que reconocí tan fácilmente.

    Era Carla.

    —Ho-hola… ¿Qué pasa?

    Se tomó la libertad de sentarse delante de mí. Pude ver a Daniel detrás de ella, muy al fondo, dándose cuenta de con quién estaba hablando yo.

    —¿Al final estás saliendo con él? —me preguntó directamente.
    —Sí.

    Su mirada se quebró un tanto.

    —Yo también he intentado salir con alguien, pero no ha funcionado.
    —¿Por qué me cuentas esto?
    —Quería disculparme por cómo acabó todo entre nosotros. No he sido capaz de levantar cabeza desde entonces, me he sentido culpable y que no valgo lo suficiente. ¿Cómo has sido capaz de enamorarte tan rápidamente?

    Me quedé unos instantes algo bloqueado. Yo había tenido esas mismas sensaciones cuando lo dejé con ella, y hasta entonces Daniel me había distraído bastante de ello. Ahora Carla volvía para hacernos sentir a los dos mal.

    —¿Crees que me sentí bien? Me pasé semanas intentando digerir que lo de Daniel estaba pasando. No quería creer que lo que sentí por ti hubiera sido tan fugaz.
    —¿No sientes nada ya?

    Di un respingo. Así que era eso. Intentaba volver conmigo.

    —No, nada. Y por muy romántico que yo sea, nunca daría una segunda oportunidad a nadie en una relación —dije, tajantemente—. Si no conseguimos solucionar nuestros problemas la primera vez, ¿crees que nos iría mejor en una segunda?
    —Yo sí creo en las segundas oportunidades —me replicó.
    —Sí, quizás en unos años aceptaría que alguien me dijera eso —dije, elevando mi tono—. Pero han pasado, ¿qué, dos meses?
    —¡Tiempo de sobra para enamorarte! —me espetó. Lo que faltaba ya por oír.
    —¡Pero no para que te des cuenta que necesitamos crecer cada uno por nuestro lado! ¡No quiero estar en un bucle infinito sin ninguna clase de evolución! ¡Yo estoy descubriendo cosas nuevas muy importantes de mí! ¿Qué has descubierto tú?

    Eso la hizo callar y yo me deshinché como un globo. A pesar de no creer en las segundas oportunidades sí que creía en las amistades, ni que fuera al cabo de un tiempo. Me estaba dando cuenta de que Carla, muy probablemente, no sería una de ellas.

    —No sé qué esperabas de esta conversación. ¿Te has dado cuenta de que cada vez que intentamos hablar de cualquier cosa para solucionarlo acabamos a gritos? No me pasa con nadie más. —Ella siguió en silencio, contrariada—. Deberías irte.

    Me miró un instante, sin saber qué cara poner, y luego miró atrás. Sabía perfectamente que mis amigos habían ido a calentar su comida y había aprovechado. Viendo que estaban volviendo, se levantó y se fue. Esa fue la última vez que hablamos, aunque la vi otras veces. Ella dejó la universidad sin acabar el año.

    Me dejé caer en la hierba hasta que Daniel ocupó mi vista del cielo. Le sonreí, aunque no me resultó fácil. Él me dio un beso en la frente.

    —Si quieres hablar…
    —Lo sé. Gracias.

    Me incorporé. Juana y Ada me miraban cada una con su propio rostro de preocupación.

    —Quería volver conmigo —dije.
    —Os habéis gritado… de nuevo —puntualizó Juana.
    —Por eso terminamos en primer lugar, ¿recuerdas? No hay quién hable con ella.
    —Deberías haberme hecho caso en su momento —protestó Ada, aunque no iba a malas. Sabía que no era culpa mía que me hubiera gustado.

    Mientras yo me dejaba mimar un poco por mi novio, Ada explicó a Juana sus desventuras con Carla, quien antes de conocernos ya había intentado robarle a un chico mientras fingía que eran amigas (y éste las acabó ignorando a ambas).

    —Carla es buena persona hasta que se topa con el amor. Lo quiere todo como a ella le gusta. Me figuro que Ferra seguirá pensando que es maja y todo eso, porque él es así de bueno… —No me miró, pero fue una puya y un halago al mismo tiempo—. Pero yo no me trago nada de ella.
    —Dejemos el tema, por favor —le pedí—. Comamos en paz.

    El tema no volvió a salir. Incluso cuando Daniel y yo volvimos solos, él procuró tenerme distraído y no me preguntó por ello.

    Entre el último examen y el fin de semana pasaron cinco días en los que me dediqué a jugar a videojuegos, a hablar con Daniel con cero ganas de salir de nuestras casas y a dormir mucho. No se me olvidó lo de Juana y Ada, pero lo que venía ahora eran dos semanas de calma sin nada de clases. Tenía confianza en que lo había aprobado todo, así que podía relajarme.

    —Qué pereza —me dijo Daniel un día.
    —¿Qué pasa?
    —He suspendido una. El profesor quiere que recupere con un trabajo.
    —Qué pereza —repetí.

    Así que procuré no incordiar mucho a mi novio durante mis minivacaciones. Al final, fue el único que suspendió algo. No esperaba menos de Ada y de Juana, y yo había sobrevivido a filosofía… por poco.

    Juana habló mucho conmigo durante los días sin clase, hasta que empezó el nuevo semestre. Dado que su fuente de yaoi habitual estaba martirizándose en un trabajo infernal sobre Grandes Temas de la Historia, acudía a mí cuando necesitaba algo para leer o quería comentar sobre algún personaje que le gustase.

    —Creo que voy a empezar a escribir fanfiction en mis ratos libres —me confesó—. Hay algunas series que nunca muestran ninguna clase de amor ¡y me da rabia! Con lo monos que son sus personajes. En Inazuma Eleven se puede hacer de todo, por ejemplo.
    —Hay que ver lo que has cambiado en estos últimos meses —me reí.
    —Como le digas a Daniel que tenía razón, te muelo a collejas.
    —Ya he oído eso antes —me seguí riendo—. Y siempre te digo que Daniel no es tonto.
    —Lo que sea… ¿Cómo va tu diario?
    —Lo tengo al día. Me ha ido bien tenerlo, con lo de Carla de hace unos días.

    Estuve tentado de hablarle de lo que oímos un mes atrás, antes de Navidad, pero yo quería que Ada estuviera allí también. Era mi mejor amiga, y si tenían un problema…

    Cuando nos reencontramos todos el primer día del semestre, aproveché que se acercaban juntas por el pasillo (vacío) después de una pausa para atacar… Estaban cuchicheando y no traían buena cara.

    —Necesito contaros una cosa —dije, sin decir hola ni nada. Juana y Ada me miraron, sorprendidas—. Daniel y yo os oímos antes de vacaciones. Bueno, yo me escondí cuando hablabais de veros en año nuevo. ¡Lo siento, no quería! También arrastré a Daniel sin querer… ¡Pero quiero que sepáis que haré lo necesario para arreglarlo!

    Ada y Juana se miraron un instante, y pasaron de sorprendidas a tristes.

    —Hemos tenido unos meses duros —confesó Ada—. Desde lo de Emmanuel, especialmente. Era todo problema mío, así que no quería chafaros lo vuestro.
    —¡Es que simplemente estabais tan adorables que no podíamos sencillamente ignorarlo! —se justificó Juana, en plan fujoshi total. Pareció una niña, por un instante—. Estando los cuatro estábamos bien, simplemente, así que decidimos ocultarlo todo.
    —Descubrí, entre otras cosas, que me gustaba Juana. Hacía muchísimo que no me pasaba algo así y lo llevé fatal. Especialmente porque es una mujer. —Ada la miró, y Juana solo le sostuvo la mirada un segundo y luego la desvió, algo afectada—. Ahora estamos trabajando en ello. Tendríamos que pediros disculpas nosotras por haberlo ocultado.
    —Y ahora ¿qué pasará? —musité. Me había costado tanto encontrar un grupo en el que me sintiera cómodo que tenía ganas de llorar sólo de pensar que se desintegraría. Daniel lo notó, porque me puso una mano en un hombro, con cuidado.

    Ada y Juana se miraron de nuevo.

    —Bueno…

    Entrelazaron sus manos con cuidado. Juana miraba fijamente al suelo, aguantando las ganas de salir corriendo. Ada también nos miraba con menos confianza de lo habitual, pero sonrió.

    —¡¡Os voy a matar!! —grité, y me lancé a abrazarlas. Oí a Daniel reírse a mi espalda, mientras se me escapaban algunas lágrimas por pura tensión. Apreté a Juana contra mi pecho y creo que aplasté un poco la espalda de Ada—. ¡Me habéis hecho sufrir mucho! Todas las vacaciones atormentándome, ¡esta me la pagáis!

    Noté los brazos de Juana y Ada acomodarse a mi espalda con cariño. Daniel también se sumó al abrazo. Quizás no tanto, pero también lo había sufrido, y me figuré que tampoco sabía nada. Aunque era listo, quizás se había dado cuenta de más cosas que yo.

    Me deshice de tantos brazos pegados a mí y miré algo mosqueado a otro lado, para que no se notara que estaba a punto de llorar.

    —A ver si os expresáis un poco más, leche —me quejé.
    —En eso estamos —contestó Ada.

    Fui derechito a sentarme a mi sitio en clase y me tumbé encima del pupitre. Juana y Ada se sentaron juntas y nos sonreímos los tres. Ada me rascó la mejilla con una de sus sonrisas angelicales, justo por donde una lágrima se había escurrido, fuera de mi control. Daniel puso una mano entre mi cuero cabelludo de forma cariñosa. No le podía ver, estaba tumbado hacia el lado opuesto.

    —Menudo inicio de semestre —dijo Daniel.
    —Y que lo digas.

    Quizás por la misma tensión, Juana se inclinó un poco hacia Ada, con cara de cansada. Así era como estaría nuestro grupo por un tiempo: descansando.

    No puedo mentir: esperé que Ada y Juana fueran como nosotros. Aunque vigilábamos por si las moscas, solíamos ser cariñosetes delante de ellas.
    Pero ellas no. Daniel y yo esperamos con paciencia algunos días para que se atrevieran a mostrarnos un poco de lo que sentían, pero eran más reservadas de lo que pensaba. Nos decían que estaban felices, y que tenían citas bastante parecidas a las nuestras, y que volvían en tren juntas si Ada podía (como yo ya me pensé aquella vez antes de Navidad), pero nunca nos daban material para ser unas fangirls locas como Juana lo era con nosotros dos.

    —¡No es justo! —me quejé un día, haciendo broma, al cabo de un tiempo. Daniel empezó a reírse inmediatamente cuando Juana me miró con recelo—. Nosotros te dimos un regalazo antes de vacaciones, y en cambio no os hemos visto ser adorables.
    —Ah, amigo, pero es que nosotras lo disfrutamos más ocultándolo —explicó Ada, con ese tonito provocador que ponía siempre que quería burlarse de mi ñoñería—. Somos más de pasarnos notitas en secreto, o de tirarnos un beso cuando nadie mira. ¡Es mucho más bonito! Y excitante.
    —¡Estás tonta, pero no lo digas, que ahora empezará a fijarse! —le replicó Juana, girando la cabeza de golpe más de noventa grados. Juraría que se hizo daño y todo. Lo que me hizo reír más es que en ningún momento siquiera pensó en negar lo que Ada había dicho.
    —Deberías haberla visto una vez que sin querer dejamos que todo el mundo saliera de clase antes que nosotras —me siguió contando Ada—. Ella aún guardaba su ordenador, me puse delante de ella como si espiara su mochila, ella levantó la cabeza y…

    E hizo como si algo estallara, gesticulando con sus manos. Ella sonrió tan feliz, como si una lluvia de su comida favorita hubiera empezado a caer del cielo. Juana escondió la cabeza entre sus manos, no sin antes darle un manotazo en el brazo a su novia.

    Obviamente todo aquello fue por hacer la broma y hacer sonrojar a Juana, como siempre. Pero lo que enseguida notamos fue que sí había más miradas cómplices y se sonreían más entre ellas (aunque, quizás por mi propio enamoramiento, nunca noté malas caras entre ellas anteriormente). A la larga, nos fueron contando algunas cosas que habían sucedido entre ellas.

    —Bueno, que acompañara a Juana el día que ella y Daniel empezaron a hacerse amigos ahí en la tienda de manga no fue casualidad —contó Ada. Ella era la que solía hablar de esas cosas—. Y sí que quedamos en Nochevieja. Y también fue muy importante que me apoyara durante mi desastre con Emmanuel. Se dedicó a buscar razones racionales por las que no tenía novio y acabó encontrando y enseñándome quién era. Un poco como con Ferra, realmente.
    —Yo creo que Juana sería una persona estupenda como orientadora —comentó de pasada Daniel—. Muchas personas necesitan una charla a ese nivel, que se ve cada desastre que…
    —Sólo hago eso con la gente que me importa —dijo Juana, muy seria—. No me dedicaría a ello como trabajo ni de coña.
    —Una pena —suspiró Daniel.
    —Gracias —dijimos Ada y yo a la vez a Juana. Ella sonrió un poquito y nosotros dos nos reímos por la casualidad.

    Y creo que fue a partir de allí que sentí que realmente éramos un grupo unido.

    _______________________________________________________________



    17. Epílogo



    Así que este fue el drama de mi primer semestre en la universidad. Hubo mucha acción, pero luego empezó a calmarse, a lo largo de la carrera. Estamos a último año de carrera ya, y pronto hará tres años que Daniel y yo estamos juntos. Hemos tenido nuestros retos y nuestras disputas, porque no todo puede ser amor, dulces y colores pastel, pero siempre lo hemos superado.

    Me da mucha pena tener que decir que Ada y Juana ya no están juntas. Nunca nos mostraron un montonazo de su relación, más allá de lo que nos contaban por casualidad, pero sé que después de los problemas iniciales fueron felices hasta final de curso y durante parte de ese verano. Hacia inicio de curso, Daniel y yo notamos que las cosas no iban ya tan bien, aunque nunca hemos sabido qué pasó exactamente. Y, en cuanto se presentó la ocasión, Juana decidió irse de Erasmus a Noruega, a estudiar la cultura Sami del norte del país (aunque siempre se quedó en Oslo). Ese Erasmus fue demasiado para la relación antes siquiera de que se produjera, así que Juana se fue todo el semestre estando soltera y yo me volqué con Ada para que saliera de su visión en túnel en la que había entrado. Entonces sí que me contó cosas de ella que había sufrido, pero es obviamente privado.

    Daniel siempre me ha dicho sobre ellas dos que ninguna estaba preparada para aquello, porque para ambas era algo muy nuevo, y que el verano, una época con tan poco que hacer, fue demasiado para dos personas tan obsesionadas con el trabajo como Ada y Juana. Yo sigo sin poder entender que fuera un motivo para dejarlo, pero tampoco puedo cambiarlo.

    Además, ahora son amigas. Seguimos siendo el mismo grupo de cuatro. Cuando Juana volvió ya era verano y Ada estaba lejos, de vacaciones, así que para cuando se reencontraron en tercer curso, tuvieron una charla (me lo comentó Ada, pero, de nuevo, nunca me dijo exactamente qué se dijeron aparte de que ella no había sabido ser la pareja que Juana esperaba) y acabaron siendo amigas de nuevo. Todo volvió a la normalidad.

    En cuanto a mí, me costó mucho superar el bloqueo que me creé con el sexo, incluso sabiendo que tenía el apoyo de mi novio. Pasé una buena temporada a cero de libido por puro miedo. Intenté que nunca nos afectara contándole todo a Daniel, siendo transparente. Él obviamente lo pasó mal, esperando, porque en cuanto empezamos a bajar de la nube del amor se le fueron despertando los instintos y a mí no. Me tomó hasta finales de verano de ese año para compartir un momento íntimo con él, y fue tenso y no hubo demasiado contacto, pero a partir de ese día establecimos el famoso pacto que ambos deseábamos, qué era lo que me sentía bien haciendo y qué no. Simplemente hemos ido añadiendo algunas cosillas, aunque sé que sigue siendo menos que lo que una pareja normal haría. Tengo la suerte que Daniel queda contento haciendo alguna cochinadita romántica juntos. De vez en cuando nos revelamos alguna fantasía, pero hasta ahora no hemos coincidido en la posibilidad de que se haga realidad.

    Ya lo dije, pero nunca he vuelto a hablar con Carla desde aquella última discusión. Solo sé de algún conocido común que ahora tiene novio y que dejó la universidad sin acabar el primer año. No tengo intención alguna de recuperar esa amistad.

    La razón de que todo esto exista por escrito es culpa de Juana. Me metió en la cabeza la idea del diario, y luego ella misma se puso a escribir sus propios fanfiction a mediados de primer año (la maldita tiene un montón de seguidores por internet, yo creo que acabará publicando una novela) y me inspiró mucho, así que me puse a escribir esto.

    Y esto, lo que es, es un regalo para Daniel, para nuestros tres años. He volcado mis pocas capacidades para escribir, todos mis recuerdos y todo lo que escribí en el diario aquí, y le rogué hace unos días a Juana que le diera un repaso para que no pareciera sacado de una adolescente en la edad del pavo. Soy muy perfeccionista. También lo ha leído Ada, porque ella tiene mucho más memoria que yo y añadió algunos detalles que yo, como embobado que soy, no vi en su momento, especialmente entre ella y Juana o con Carla. No descarto publicarlo alguna vez, ya que todos los nombres son falsos, así que por eso parece que hable a mucha gente, no sólo a mi novio.

    Así que, Daniel, si lees esto (más te vale, con la de tiempo que me he tirado currando como un poseso), he hecho todo lo que he podido para mostrarte todo lo que pasó sin tapujos y con todas mis emociones. ¡Felices tres años juntos!

    FIN



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    Y hasta aquí hemos llegado, sip. Como supondréis ya, la segunda parte tratará a modo de flashback y un relleno extra de 9 meses la relación entre Ada y Juana. Me hacía mucha ilusión escribir sobre ellas y no me lo pensé haha lo podréis encontrar dentro de dos días en la sección yuri que tiene este foro (creo que se situa justo encima de la sección de roles en la página principal). Espero veros allí también <3
  4. .
    Bueno, pues hablando de momentos dulces... aquí va otro <3

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    15. La paz de una noche



    Mi contacto con Daniel, Ada y Juana se redujo al mínimo durante unos cuantos días. La suerte de que la familia estuviera toda unida y viviendo en una sola ciudad hacía de las Navidades mi peor pesadilla. Muchas veces deseaba sólo tener unas fiestas sólo con mis padres y ya. Pero no. Éramos siempre demasiadas personas. Nosotros tres, mis dos abuelos y abuelas y mis tíos con mi primo, que era mayor que yo y ya trabajaba desde hacía años.

    Lo gracioso es que aún me podía considerar afortunado de que mis padres no tuvieran familias extensas, ni que invitaran a montones de gente. En el pasado, cuando era pequeño, mis abuelos solían reunir a todos sus hermanos y hermanas, y no había manera de caber en casa. Conforme fui creciendo, ellos pudieron moverse menos y el número fue reduciéndose en las comidas familiares.

    También podía agradecer que mi familia no era propensa a hacerse regalos. La familia de mi madre había sido muy humilde cuando ella era pequeña, y lo que consideraban que era el mejor regalo posible era poder llenar una mesa gigante con comida, lo que en otros tiempos no habían tenido en una semana. Solíamos reservar los regalos para aniversarios, o en todo caso mis padres y yo preparábamos algún detallito entre nosotros.

    No es muy interesante hablar de festividades en la que no aparezca mi novio. Cuento esto porque el día de Navidad, en la primera comida multitudinaria, apareció la clásica pregunta:

    —¿Tienes novia?

    Miré a mis padres en busca de ayuda. Ellos parecían decir con la mirada «es tu novio, no el nuestro». Yo no sabía cómo se lo iban a tomar mis abuelos. Me lancé. Ya para qué mentirles, a estas alturas:

    —Tengo novio, en realidad. Llevamos un tiempo saliendo.

    Mi pensamiento de «hala, he dicho que somos novios, creo que Daniel y yo nunca hemos acabado de concretar eso» quedó opacado por el silencio sepulcral que se formó en la mesa. Mi abuela más comprensiva, que siempre tenía una sonrisa en su rostro, dijo:

    —Bueno, ya nos lo presentarás algún día, ¿no?
    —Claro.

    Y el foco tremendamente luminoso que me apuntaba se desvió, tal fuera el Ojo de Sauron pasando de Frodo y concentrándose en lo que pasaba en la Puerta Negra al final de El Retorno del Rey.

    Juro que pensé en esa referencia. Podía sentir mi cara quemar por las miradas ácidas que sentí.

    Cuando volvimos a casa, mis padres y yo nos sentamos en el sofá a hablar.

    —Quizás les tome un tiempo, pero lo entenderán.
    —O no —repuse.
    —Bueno, pero queremos que sepas que nosotros te apoyamos al cien por cien, ¿vale?
    —Lo sé.

    Les abracé con buena energía. Ojalá les resultara tan fácil al resto.

    Pero incluso mis padres tenían sus propias concepciones poco agraciadas. Desde que supieron que me gustaba Daniel que noté que había algo distinto: mientras que con Carla las vibraciones que recibía eran de «pórtate bien con ella, sed felices», con Daniel eran «esperamos que no te haga daño, sed felices… si te deja». Nunca les dije nada, porque para Navidades aquella sensación ya se había deshecho bastante, pero me resultó desagradable.

    También cuento esto porque vi parte de esa precaución en Nochevieja. Tanto mis padres como Daniel dijeron que querían conocerse, así que Daniel llegó antes de hora sólo para que tuviera unos diez minutitos estando los cuatro.

    —Él es Daniel. Daniel, mis padres.

    Daniel les saludó con su alegría despreocupada habitual, como si no supiera dónde se metía (aunque yo consideraba que era seguro). Además, su aspecto de chico bueno, con mejillitas y pelo rubio sacado de alguno de los chicos de Junjou Romantica, así en mechones, le daba un aire más infantil y afable a la vista.

    Sólo hablamos de que habíamos estado el último mes y pocos días juntos, y que sólo ahora empezaba a ser algo oficial, y de cómo nos habíamos conocido en clase, poco más. Consideré que mis padres se habían relajado cuando les vi cerrar la puerta.

    —Uf…
    —Creo que ha ido bien, ¿no?
    —Eso creo. Con el resto de mi familia no fue tan bien.
    —Me lo contaste.

    Daniel estuvo advertido desde el momento uno de lo que había pasado durante esa comida. Quería que estuviera alerta.

    —Bueno, pero ahora es hora de pasarlo bien. No te quiero oír hablar de dramas esta noche. —Me dio un fugaz beso en los labios—. ¿Vale?
    —Vale —le correspondí, dejando caer mis brazos encima de sus hombros. Me di el lujo de tomar sus labios como míos durante unos minutos, antes de aterrizar—. Bueno, vamos a preparar la peli, ¿no?
    —Vamos.

    Aunque habíamos dicho anime, durante las pocas conversaciones que aparecieron durante las vacaciones, descubrimos que a ambos nos gustaba la saga de Harry Potter y nos entraron ganas de ver a nuestro común personaje favorito: Luna Lovegood, ese curioso ángel de pelo rubio y ojos saltones por la que tantos fans perdían la cabeza.

    —La he visto cincuenta veces, y me sigue encantando —dijo cuando empezó la parte de la Sala de los Menesteres—. Dioses, lo que se podría hacer con esa sala, ya me entiendes.
    —Mira que eres tonto —le dije, tirándole uno de mis cojines de cama.

    Una de las cosas que siempre me gustaba ver en Daniel era su simpleza en cada situación: peli, manta en la cama, pizza de pavo con queso de cabra a un lado, y ya era feliz. Era algo que agradecía, porque siempre he sido malísimo para las fechas señaladas.

    Sólo pausamos la película cuando empezaron las campanadas. Nos fuimos al comedor, encendimos mi antigualla de tele y nos reímos un rato de los discursos sudadísimos y las dudas que ya hacía décadas que no eran graciosas sobre cuándo empezaban las campanas que siempre tiraban todos los malditos canales.

    —¿Cómo sabrían nuestros abuelos que el año nuevo empezaba sin estos pelmazos dando la vara durante media hora? —se rio Daniel.
    —Ni idea.

    Tampoco éramos de uvas. Daniel usó pistachos que se había traído. Yo aceitunas negras. En cuanto empezaron a sonar las campanadas y la carrera por seguirlas empezó, Daniel jugó su papel de bromista y empezó a pellizcarme en el estómago o pincharme en las mejillas para que escupiera por accidente las aceitunas, pobrecillas. Yo contraataqué, pero con los pistachos no era lo mismo, la comida seca se podía guardar mucho mejor: Daniel parecía una ardilla con una nuez en cada mejilla, intentando hacer que disparara las aceitunas como semillas de una sandía.

    Cuando acabamos, algunas cáscaras de pistacho y trozos de aceituna estaban por el suelo y nosotros compartíamos un sencillo pero divertido beso de año nuevo.

    En nada empezaron a llegar las llamadas y los mensajes, genial manera de romper el momento. Todos mis abuelos llamaron. A Daniel, creí, le llamó su madre, que estaba con la familia. Luego hicimos un descarado spam de mensajes copiados y pegados por todos nuestros contactos. Nosotros queríamos volver a la cama a acabar de ver la peli.

    Cuando enviamos los primeros, nos dimos cuenta de que había un elefante enorme en la sala:

    —¿Estarán juntas Ada y Juana ahora mismo? —me pregunté, en voz alta.
    —No lo sé. Y no podemos saberlo, ¿recuerdas? No deberíamos pensar en ello. Ya las veremos.
    —Lo sé…

    Después de las comidas familiares empecé a pensar en ellas. Me atormenté mucho hasta ese momento sobre si debería haber simplemente salido, en vez de ocultarme, y cortar la conversación antes de que pudiera oír nada más. Podría haber oído simplemente que la broma/regalo de Daniel salió bien para todos, pero no, me escondí. Ahora los cuatro cargábamos con un secreto parecido que no sabía cómo destapar.

    Daniel y yo lo habíamos hablado bastante, y sabía que él estaba igual que yo, sólo que no sentía esa inmensa cantidad de culpa. Definitivamente, nosotros no éramos los avispados del grupo.

    Con tanto mensaje, no me percaté de que tanto Ada como Juana habían respondido ya, e hice caso a mi novio y nos tumbamos a ver la peli. No quería más paranoias en mi cerebro sobre si habían respondido casi a la vez o con más distancia temporal para cubrir su encuentro.

    Cuando la peli ya estaba en su dramático final, se me ocurrió que había algo más alegre de lo que hablar.

    —Oye, nunca hemos dicho nada, pero… ¿no es flipante? Somos pareja.
    —¡Totalmente! No sé, nunca creí que hubiera la necesidad que sale en todas partes de hacer el teatrillo de «¿entonces ahora somos novios?». Es como que simplemente ha ido sucediendo.
    —Ha resultado fácil saberlo —dije, recordando una cita de Marshall de Cómo Conocí a Vuestra Madre. Daniel no había visto la serie, así que no lo nombré—. Los hechos están ahí. Nunca he necesitado tan pocas palabras.

    Me acurruqué un poco más con Daniel para ver el final de la peli. Casi me quedé dormido, porque me la sabía de memoria, y por la comodidad de estar con mi pareja.

    Era algo tarde ya cuando se acabó. Daniel y yo ya acordamos que se quedaría a dormir aquí, y advertimos a sus padres y a los míos. Mis padres solían irse con sus amigos, a casa de uno de ellos, y siempre volvían casi al amanecer, así que para entonces nosotros ya estaríamos durmiendo.

    —¿Sabes que mis padres me dijeron dónde había preservativos en la casa?

    Pillé a Daniel por sorpresa. Se quedó un segundo inmóvil y luego se echó a reír de buena gana.

    —¿Saben que eres asexual?
    —No, nunca me he atrevido —resumí—. Hoy me han dicho que nunca está de más tener protección cerca.
    —Dioses, qué incómodo.
    —Horrible, pero también es un detalle. —Luego hice un silencio tenso—. Espero que no esperaras…
    —¡Oh, no! —respondió inmediatamente—. No, no. ¿Fechas señaladas? Todos los números de que algo salga mal. No, hoy he venido para estar con mi novio, ver una peli y reírnos de los presentadores de televisión. Nada de sexo.
    —Qué mono —le dije, mientras le daba un beso—. Pero ¿no tienes necesidades?
    —Claro que sí, pero, que yo sepa, aún no me he quedado sin éstas —dijo, señalando sus manos. Yo me reí, negando con la cabeza—. Y, en todo caso, ya habrá un tiempo para eso. Ahora estoy demasiado de rosita para pensar en ello.

    Entendí totalmente eso. El amor le estaba nublando el juicio a él también. Era agradable saber que andábamos como ciegos juntos.

    Y, en resumen, eso fue lo que pasó en mi primera Nochevieja en pareja. Nos fuimos a dormir al cabo de un rato, no nos enteramos de nada, y Daniel se fue con toda la calma por la mañana mientras mis padres dormían como dos troncos en su cama. Supusimos que habían vuelto tan tarde como de costumbre.

    Ada y Juana, obviamente, no dijeron nada. No quise preguntar tampoco, pero me estaba haciendo a la idea de que no podía guardar mi secreto por mucho más tiempo. Al final, Daniel y yo decidimos que yo se lo diría en cuanto hubiera una ocasión.

    Para evitar que mi cabeza estallara, me hundí en una piscina de trabajos y apuntes hasta el día nueve de enero, el primer día que un profesor decidía hacer clase (pues enero era normalmente sólo para los exámenes semestrales y recuperaciones). También aproveché para avanzar a tope con mi diario. Me puse al día hasta fin de año, y se notaba que recordaba muchas más cosas recientes, aunque fueran mucho menos relevantes. Tuve que ordenar bien mis ideas… dando pie a algo nuevo que tendría que esperar un tiempo a realizar: podía escribirlo no sólo para mí.

    Antes de que me diera cuenta, Daniel y yo esperábamos el tren para volver a la universidad.

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    ¡El próximo día se lanzan los dos últimos capítulos del fic a la vez!
  5. .
    Hai! La imagen es parte de una serie de 4, creo, hice un post en la página unos meses atrás, y en el post de wattpad están 3 de las 4 (porque la cuarta me parecía demasiado subida de tono para la ternura de la escena), por si quieres buscar :3

    Es que, no es que lea la mente, es que esa imagen transmite <3 fijo que muchos imaginarian lo mismo. Y concuerdo, Tomoyo es todo secretos y a Sakura se la ve venir :V también me iría bien una costurera a mí :V

    La verdad es que no he llegado a pensar más allá del drabble. La imagen lo era todo y ahí se ha quedado, es de esas ideas que se materializan... y se acaban. Lo he releído como tres veces y siempre me digo "así queda perfecto".

    Gracias por comentar, sí que me ha alegrado <3
  6. .
    Puntualísima como siempre, actualización de Ferra, y este capítulo es muuuuy revelador! :D

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    14. El diario



    A pesar de la presión de las clases, pude decir que todo estaba en orden, que todo era perfecto. Daniel y yo empezamos a mostrar afecto delante de los demás. Normalmente nos dábamos la mano cuando queríamos caminar, y de vez en cuando se nos escapaba un beso. Siempre en la universidad, eso sí.

    Algunas veces Juana nos veía y desviaba la vista, como si estuviera invadiendo nuestra privacidad, y nosotros nos reíamos con ternura. Estábamos en un momento tan dulce que los cuatro flotábamos en la misma nube, porque Ada solía tener mucho mejor humor si estaba cerca de nosotros, y más de una vez hasta nos lo confesó.

    Quizás era porque estábamos enamorados hasta las trancas el uno del otro y podíamos dedicarnos el tiempo que quisiéramos. También quizás era por eso que los dos podíamos tener una conversación como la de hacía unos días como si tuviéramos el doble de la edad que teníamos: no dejábamos de ser unos chavales que acababan de cumplir la mayoría de edad, irracionales, emocionales, de todo menos equilibrados. Y sin embargo, estábamos siendo equilibrados. No recuerdo un tiempo en mi vida que lo fuera más que en aquel momento.

    Era un poco que todos teníamos qué hacer en aquel grupito. Daniel y yo dijimos que éramos abiertamente pareja a quienes preguntaban. Ada y Juana cultivaban su amistad mientras nosotros íbamos a lo nuestro. Cuando Daniel hablaba con Juana para chillar como niñas histéricas sobre mangas yaoi (con sexo o sin), Ada y yo conversábamos sobre cosas como el tiempo y cómo cambiaban las cosas, o sobre conocernos (siempre habíamos sido raritos en eso), o solamente observábamos a ese par de tontitos irradiar emociones hacia nosotros. Cuando Juana y yo teníamos una idea fija para un trabajo en grupo y nos volvíamos un par de berserkers sin control, Ada y Daniel, que eran mucho menos obsesivos a la hora de trabajar, aprovechaban para reírse un poco de nosotros y conocerse entre ellos (pues entre ellos habían tenido pocas ocasiones).

    Tengo que reconocer que fui bastante ingenuo. Pensaba que aquel microclima mágico perduraría para siempre. Me daba miedo hacer algo que lo rompiera o, peor, olvidar alguno de esos momentos.

    —Escribe un diario —me propuso Juana—. Yo lo hago.
    —Suena…
    —Muy cursi —terminó por mí—. Pero no tienes que ser tan relamido, como dice el estereotipo. Haz un diario emocional, haz memoria de todo lo que sientes. A veces va bien para desestresarse. A mí me funciona. Quizás hasta te sirva algún día. ¿No dijo Daniel que estabas pensando en escribir fanfiction?
    —Es un chivato —dije, falsamente irritado. Juana se rio de mí—. También dijimos que tú serías del tipo también.
    —La verdad es que me apetece… —dijo con algo menos de voz. Ya todos sabíamos que significaba «vergüenza»—. Pero no encuentro el momento.
    —Yo te leería. Daniel no lo sé, pero yo sí.
    —Gracias —dijo con una cálida sonrisa.

    Así que empecé a escribir mi diario desde que Carla, Ada y yo nos conocimos. Fue cuando las cosas empezaron a ir bien en mi vida, y no tenía muchas ganas de contar qué había sido de mi aislamiento durante mis años de secundaria por el estigma de no saber qué decir a los machitos de clase. Pasé muchos ratos libres escribiendo a tope para llegar cuanto antes a mi parte favorita: la parte en la que conocía a Daniel. Incluso con el mal recuerdo del agrio final con Carla de por medio.

    En Navidades tuve que dejar de escribir, porque el final de semestre se acercaba y lo insufrible de una festividad llena de ardores estomacales me dejaba sin ganas de escribir. Y además, también implicaba recibir preguntas sobre mi nueva pareja, lo que me irritaba bastante.

    El último día antes de vacaciones fue de lo más estimulante:

    —Eh, Ferra, quiero darle un regalo de Navidad a Juana —me dijo Daniel—. Pero necesito tu ayuda.
    —Vas a chincharla.
    —¡Claro que no! —respondió enseguida—. Bueno, un poco, ¡pero le gustará!
    —Está bien, cuéntame —dije, arrastrando las vocales con pesadez. Daniel me susurró en el oído al más puro estilo plan secreto—. Joder, ¿de verdad me vas a hacer pasar vergüenza de esa manera?
    —Veeeeenga, sólo será una vez. ¡Por favor! Valdrá la pena.

    Bufé porque sí. La idea me parecía divertida, pero lo iba a sufrir. Daniel me aseguró que lo haría en un momento en el que no lo esperara, para que no me pudiera poner nervioso, pero en aquel momento ya lo estaba.

    —Tú hazlo cuando estemos relajados y ya. No me tengas con nervios.
    —Vale.

    Esperamos a tener un descanso. Aunque hacía ya bastante fresquito, con el sol de mediodía daban ganas de sentarse en los céspedes al alrededor de la facultad para hablar. Allí nos sentamos los cuatro, lamentándonos de nuestras horribles vacaciones y lo mucho que tendríamos que trabajar y estudiar. Yo intentaba poner mi mejor cara. Por suerte, sólo Ada se dio cuenta de que algo me ocurría antes de que Daniel saltara de la nada y dijera:

    —¡Eh, Juana, mira esto!

    Daniel atacó mis labios como un poseso, y no pidió el mínimo permiso para su lengua. Luego hicimos lo que me daba más vergüenza de todo. Miramos a Juana serios sin dejar de besarnos, para ver qué cara ponía, lo que daba una imagen extremadamente visual de lo que pasaba en nuestras bocas. Como si lo hubieran sacado de un vídeo porno.

    —Feliz Navidad —le deseó Daniel en un susurro, cortando el contacto.

    Yo intenté mirar al infinito a un lado y desaparecer. Pero si realmente lo hubiera hecho, me hubiera perdido lo mejor:

    —Dios… —soltó Juana de una forma un tanto sugerente. Inmediatamente se tapó la boca, poniendo ojos de loca. Los tres nos echamos a reír con todas las ganas mientras ella intentaba ocultar su cara detrás de sus flexionadas piernas.
    —¡Ay, que me muero! —dijo sin dejar de reír Daniel. Él y yo nos estábamos quedando sin aire—. Creo que le hemos dado una magnífica imagen mental.

    Ada, que también se estaba riendo bastante (lo suficiente para empezar a lagrimear), dejó caer una mano en el hombro de Juana y le dijo:

    —Hija, es que así no puedo defenderte, te has expuesto.
    —¡Eso ha sido muy cruel, no se hace! —gritó a Daniel, saliendo de su escondite, aunque sonreía.
    —Eh, eh, en mi defensa diré que de verdad quería que fuera un regalo de Navidad, no me estaba riendo de ti. Agradéceselo a Ferra, que lo ha pasado fatal hasta ahora.
    —Sabía que algo pasaba —dijo Ada, sonriéndome como si hubiera sido cómplice. Estaba a poco de poner esa cara horrenda de Joey Wheeler de Yu-Gi-Oh cuando aparecía en escena algo como lo que acababa de pasar.
    —Creo que necesito que me tiren un cubo de agua helada, porque creo que mi cara se fundirá de vergüenza —confesó Juana.
    —Ya claro, «la cara» —se burló Daniel.
    —Anda, no seas malo —dije, y le empujé con una risita.

    Necesitamos unos minutos para recuperar la compostura. Juana había ido riendo y parando durante ese rato. Yo me tumbé boca arriba en la hierba, de lado respecto a las dos chicas, así podía ver a todos bien.

    —Bueno, creo que ha sido una manera genial de acabar el año los cuatro juntos —declaró Daniel. Todos concordamos, aunque Juana protestó igualmente—. No creo que la última clase sea mejor que esto.
    —Lo dudo —dijo Ada con una buena sonrisa.

    Los cuatro nos levantamos para ir tirando hacia esa horrible última clase. Daniel ayudó a Juana a levantarse y ella se dejó hacer. Me hacía verdadera ilusión ver que ahora eran tan amigos, las bromas tenían un tono muy distinto a cuando Daniel insinuaba cosas delante de nosotros a mitad de semestre.

    —Uh, quizás pasamos por el baño primero —propuse.
    —Vale.

    Tanta risa me solía provocar ganas de mear. Daniel también aprovechó para ir, así que aparcamos en el lavabo más cercano al aula.

    Salí el primero de los dos y de verdad, de verdad que no quise hacer lo que hice, ni oír lo que oí cuando salí:

    —Espero que la broma de Daniel no te haya dolido —le dijo Ada a Juana. Yo me escondí inmediatamente detrás del muro de salida del baño. En el fondo me preocupaba que a Juana le hubiera afectado y ofendido la broma. Justo entonces salió Daniel y le hice a un lado también y le dije que no hiciera ruido—. Lo hacía con buena intención.
    —No, claro que no. Me avergonzaré toda la vida de ello, pero es de esas cosas que luego lo miras atrás y es un buen recuerdo del que reírse. ¿Y a ti?
    —Sorprendentemente no. Ha resultado ser una buena broma.

    «Espera, ¿qué?», fue todo lo que pude pensar.

    —Oye, quiero pedirte algo.
    —Me das miedo —respondió Ada.
    —¿Podemos quedar por Año Nuevo? Mi familia tiene planes y me voy a quedar sola, y nunca lo he estado para esa noche. Ya sé que es mucho pedir…

    Oí el suspiro tenso de Ada. ¿Qué narices estaba pasando ahí? Inmediatamente gesticulé para que Daniel hiciera que la puerta del baño hiciera ruido, cortara el momento y pudiéramos entrar. Él obedeció al instante.

    —Buenas —dije, como si nada, cuando salimos del escondite después del pequeño portazo—. ¿Vamos?
    —Venga —dijo Ada.

    Juana se distrajo con el móvil. Ada se mantuvo a mi lado, pero ella era experta en poner su cara de póquer. Era una persona muy difícil de leer si no tenías pistas como la que yo tenía.

    Fue en ese momento que me di cuenta que había sido un ingenuo, como dije hace un rato. Mi cabeza empezó a atar cabos muy rápido, a encontrar escenas en mi mente que me habían resultado algo extrañas o sorprendentes y también yo tuve que fingir que algo muy turbulento aparecía en mi pantalla de Facebook. Deseé no haber oído nada, vivir en la inopia y tener mi eterna cara de Derp, de los Rage Memes y de Cuánto Cabrón.

    Comprendía a la perfección por qué Daniel y yo no supimos nada. Dos personas propensas al secretismo como Ada y Juana que no querían chafar el momento más acaramelado de una relación como la que estaba viviendo. No me atreví a decirles nada en todo el día, pero tuve que fingir mucho mi alegría.

    Al final de la clase, cuando estábamos por desearnos feliz año nuevo y todo eso, no pude resistir y fui por algo que, por suerte, solía ver y preguntar a menudo:

    —¿Volvéis juntas hoy? —le pregunté a Ada, aunque iba por las dos—. Nunca acabo de pillar tu sistema de trenes para volver a casa. Vives en el culo de la ciudad.
    —Pues no lo sé, si perdemos el tren que sale en unos minutos, pues tendré que coger otro.
    —Ah, bueno, entonces os libero —me reí.

    Por suerte, con Ada no teníamos costumbre de abrazarnos mucho cuando se trataba de despedidas de esa clase. Hubiera notado enseguida que estaba más tenso que la cuerda de una guitarra. Nos deseamos todo lo deseable y nos separamos.

    No fue hasta que llegamos a nuestra estación que Daniel y yo hablamos del tema:

    —No vamos a decir nada. Esto no ha ocurrido —le dije muy serio—. Me siento fatal por haber oído esa conversación.
    —Creo que lo tendrán que saber en algún momento —repuso Daniel.

    Me quedé unos instantes pensando, pero tenía razón.

    —Vale, pero déjamelo a mí —le pedí.
    —Oh, yo encantado de la vida, qué necesidad de meterme en ese fregado.

    No fui capaz de decirle nada más del tema. Ada y Juana no parecían muy contentas la una con la otra. ¿Cómo se me había podido pasar algo así? De nuevo, aquella parte de «no eres tan buen amigo como te piensas» que mi mente me gritaba salía de nuevo a la luz.

    Tuve que distraerme con algo más alegre para sacármelo de la cabeza. Dejé que mi cabeza quedara apoyada en el hombro de Daniel, mientras esperábamos sentados en el andén (que estaba bastante vacío).

    —Es mi primera Nochevieja con alguien que no sea de la familia o amigo de la familia. Me alegro de que sea contigo.
    —Yo también. Una noche de anime y un beso para acabar y empezar dos años distintos suena muy bien.

    No confirmaré ni desmentiré que nos pasamos diez minutos besándonos en el portal de casa de Daniel pensando en más futuros momentos románticos.

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    ¿Qué? ¿Bien? ;)
  7. .
    He tardado bien poco en encontrar una razón por la que expresar amor hacia una de mis OTP yuriescas. Ya tenía un fic que encajaba con esta temática, pero como que quedaba feo Ponerlo aquí sin más. Afortunadamente, el maravilloso fanart que viene a continuación y un par de horas de escritura han llevado a este drabble <3 No me he atrevido a meter mi nombre y el título del drabble en el fanart, como siempre hago, me parece demasiado bonito como para hacerle una chapuza de edit de los míos. Espero que os guste <3
    QUOTE
    Título: En su justa medida
    Pareja: Sakura x Tomoyo
    Rating: K
    Género: Drabble, fluff.
    Longitud: 366 palabras
    Disclaimer: Estos personajes pertenecen a CLAMP, no a mí.

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    En su justa medida


    La cinta métrica acariciaba la superficie de su ropa con cuidado. Los dedos de Tomoyo lo sostenían cerca de su cuerpo prestando atención a cada milímetro que la ropa de Sakura pudiera desviarle del cálculo real. Su próximo vestido para ella sería perfecto. Como todos los anteriores.

    El equilibrio perfecto de su modelo hacía de ese silencio un momento de paz infinita para Tomoyo: su momento favorito.

    —Has vuelto a crecer, Sakura —le dijo con un toque alegre, cuando le midió la cintura.
    —Si dejara de hacerlo a mi edad sería extraño.

    Tomoyo reconoció la intención oculta de aquellas palabras innecesarias y sonrió apaciblemente. No le hizo falta alzar su mirada para saber que se atisbaba una dulce timidez en el rostro de su amada.

    Sakura mantuvo sus ojos en la pared detrás de la rica costurera mientras le medía por debajo de sus brazos alzados. Sólo la miró de reojo un instante para ver de cerca su oscura melena ondulada que tanto le gustaba y tanta elegancia le otorgaba. Su gran respeto por la delicadeza de Tomoyo le hizo querer corresponderla con un abrazo, pero prefirió dejar que hiciera ese trabajo por el que tanta pasión sentía.

    —Ya estoy —anunció Tomoyo.

    Sakura bajó los brazos y se topó con la sonrisa de Tomoyo. Ella la cazó instantáneamente y lo tomó como una señal para tomar sus labios durante un segundo.

    —Gracias por tu paciencia.

    Sakura no contestó. En su lugar, se dejó abrazar por aquella maravillosa chica durante un instante en el que su sonrisa brilló en secreto. Luego, en un arranque muy propio de ella, la tomó de una mano y todo fluyó: Sakura la alzó y Tomoyo giró sobre sí misma con diversión y elegancia, recordando una de sus clases de vals en el instituto. En vez de volver a la postura básica del baile, sus brazos quedaron bajados, con las manos tomadas y unas sonrisas infantiles.

    El tiempo contado en un beso. Cada centímetro medido en la quietud y el silencio del hogar. El amor profesado con el más tranquilo de los abrazos. Una pequeña danza para agradecer aquella vida. Un equilibrio perfecto, todo en su justa medida.

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    Esta es una de aquellas parejas que saca lo mejor y más dulce de mí. Espero tener tiempo de escribir más para este reto <3
  8. .
    Seh, más me vale que sí XD gracias <3
  9. .
    Tengo una pregunta: hay un fic que encaja en el reto pero anda publicado en otras plataformas, pero no aquí. Sigue siendo válido o mejor me busco otro? XD
  10. .
    En día de publicaciones de retos de foros tenemos aquí actualización, y sólo faltan 4 capítulos para acabar esta primera parte!

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    13. El temido momento romántico



    No creo muy interesante explicar lo que pasó durante los siguientes días: todos tuvimos exámenes parciales. El humor estaba al mínimo; los besos, inexistentes; el autoconocimiento, aparcado. Todo lo que había era apuntes. Me alegra poder decir que Daniel se unió a nosotros, aunque se agobiaba más de lo que conseguía estudiar. No estaba hecho de la misma pasta que nosotros, claramente. Y nunca comentamos entre Ada, Juana y yo lo que había descubierto la primera. Todo lo que puedo decir es que todos quedamos dos días atontados después de aquella semana infernal.

    Yo siempre me he vuelto muy insensible en momentos de estrés. Todo en lo que pienso es en acabar y descansar. Estoy por lo que hay que estar. Por eso, el pobre Daniel casi no sacaba ningún provecho de estar en nuestro grupo cuando tocaba estudiar. Ni siquiera me ponía un poquito cursi.

    Y por eso mismo, en cuanto el infierno se acabó (temporalmente, claro), me reaparecieron todas las ganas de estar con quien ya tenía asumido que era mi novio. Aprovechando un día en el que acababa temprano las clases, le traje a mi casa.

    —No hay nadie en casa. Mis padres salen en unas horas de trabajar.
    —¿Saben ellos que estamos juntos? —dijo. Me sorprendió que lo dijera con tal tranquilidad, yo aún no sabía cómo llamarnos.
    —Saben que estoy enamorado de ti. Nada oficial.

    Daniel asintió y dejó que le enseñara la casa. Flipó cuando vio la biblioteca de mi madre y vio dos biblias distintas.

    —Madre mía, esa no es la de toda la vida.
    —No, no lo es. Mi madre tiene especial interés en los textos religiosos. Eso incluye la Bíblia Satánica de Anton LaVey.

    Me acuerdo que al principio de este drama la nombré haciendo broma y luego la olvidé. Pero es cierto, ahí está. Mi madre tiene una copia. Pero también tiene el libro sobre las bases del Taoísmo, que no tiene absolutamente nada que ver.

    —Ya entiendo entonces tu interés por la antropología social que estudiamos.
    —Sí, es cosa de familia.

    No había gran cosa más que le llamara la atención hasta que llegamos a mi cuarto. Daniel se rio de buena gana:

    —Vaya, hemos retrocedido en el tiempo.
    —Creo que no me creíste lo suficiente cuando te dije que me encanta la estética retro del anime de los noventa.

    Mi habitación no era especialmente grande, así que estaba toda cubierta de grandes impresiones y dibujos del estilo que había ido encontrando en forma de puzles, pósters, incluso de imágenes que había decidido imprimir yo sacadas de redes sociales. También había capturas específicas de Sailor Moon, especialmente, y de animes de ese momento.

    —Me gusta, la verdad.

    Le dije que podíamos ver anime. Tenía uno siempre en la recámara para poner de fondo que estaba en youtube y nadie se dedicaba a perseguir y eliminar: Sargento Keroro. Más modernillo, pero de parodia y muy divertido. A Daniel le pareció bien y nos sentamos en la cama a verlo, con nuestras espaldas contra la pared.

    —Sólo me has engatusado con anime para llevarme a la cama.
    —Mira que eres… —le dije, con una sonrisita y un manotazo en el pecho de regalo. Luego me recliné sobre su hombro. Me quedé viendo Keroro en horizontal—. Me gusta que haya ruido de fondo cuando me pongo tonto. Las pocas veces que no lo ha habido han sido un desastre.

    No entré en detalles, pero entre el día que le revelé a Carla que era asexual y otros momentos en los que empezábamos a oír conversaciones ajenas o incluso gritos mientras ella y yo nos besábamos… corta el rollo.

    —Lo que a ti te venga mejor, entonces.

    Le miré y alcancé sus labios por un segundo, estirándome un poco. Fue breve, y ni siquiera lo pensé. Su voz había sonado suave y comprensiva y todo yo reaccionó para recompensárselo.

    —Al final lo has hecho —susurró, muy cerca de mí.
    —Pues claro que sí, ¿qué te creías?

    Soltó un bufido gracioso y me besó de vuelta, con una mano en mi mejilla. Quise decirle que no me hiciera eso, que nos podríamos pasar horas simplemente besándonos, pero ya no había vuelta atrás, simplemente le pasé una mano por el pelo, rocé de nuevo sus labios con los míos y el tiempo se volvió intrascendente. Docenas de besos, más divertidos, más apasionados, más delicados, con lengua, sin lengua, todo por sentir su calor de cerca, todo por esa felicidad efímera de su cariño, por su sonrisa cuando nos separábamos lo justo, por el amor que mi corazón le insuflaba a todos ellos…

    No alcancé a calcular cuánto tiempo había pasado exactamente cuando me di cuenta de que nos habíamos quedado tumbados en mi cama, descansando de lado. Ambos nos mirábamos de vez en cuando y echábamos un ojo de forma distraída a la pantalla de mi ordenador, donde la lista de reproducción de capítulos había seguido adelante sin nosotros.

    Me sentí en el cielo. No supe explicármelo en aquel momento.

    —¿Puedo preguntarte algo? Podría resultarte incómodo —dijo Daniel entonces. Yo asentí, aunque me imaginaba de qué se trataba—. Me gustaría saber más de tu asexualidad. Quiero saber qué y qué no hacer o decir.
    —Soy tan novato como tú en el tema —me reí. Me sentía especialmente cómodo con él hablando de aquello, aunque me causara inseguridad. Había escogido muy bien el momento—. Pero no quiero cometer el mismo error dos veces y acabar cargado de ansiedad. Pregúntame.
    —¿Te sientes incómodo por el sexo?
    —No —respondí, mirándole a los ojos—. Pero debo reconocer que temía nuestro primer encuentro, como el de ahora. No sabía hasta dónde llegarías, queriendo o sin querer. Aunque… cuando me has dado el primer beso, simplemente no he podido pensar en nada.

    Daniel me sonrió con calma y yo sentí algo que no pude expresar. Placer romántico y miedo a la vez. Estaba hablando de mis peores temores con alguien con quien había intimado y a la vez no conocía tanto, y eso me hizo sentir que era más pequeño e inmaduro de lo que realmente era: me estaba sintiendo vulnerable, mucho. Me dio la sensación de que era la primera vez que bajaba totalmente la guardia con alguien.

    —Por mucho que me digan, no puedo simplemente empezar a toquetear al primero que pase —se quejó y burló al mismo tiempo—. Y ya sabía que eras asexual, más razón aún.

    Estuve un minuto callado, en el que me hundí en su pecho, buscando protección. Él me abrazó con cuidado. ¿Sería eso lo que todas las parejas normales hacían después del sexo? Me daba la sensación de que sí.

    Pensé en que nada de cómo lo había llevado esta vez se parecía a mi experiencia con Carla. A ella nunca le conté nada, o nunca sentí que podía hacerlo. Con Daniel sí. O quizás era que estaba realmente enamorado. Quizás fue por eso que fui capaz de revelar algo que solamente él sabría:

    —He leído sobre muchos prejuicios sobre la gente asexual. Que son amargados, frígidos, que necesitan un buen polvo, que son de hielo, que es una fase… De todo, y especialmente sobre las mujeres. Incluso pensé que interiorizaba eso yo mismo. —Me di una pausa—. No sé los demás, pero yo sí soy capaz de excitarme. Tu cuerpo no me dice absolutamente nada, pero por cómo me tomas del cuello, cómo me besas… Aunque sea, quizás, menos de lo que el mundo espera, me excita. Mi cuerpo lo nota y lo siente. —Suspiré un segundo. Él me pasó una mano por mi pelo—. Creo que lo más duro de todo para mí es notar que esta excitación no me hace pensar en tener sexo de ningún tipo. Ni un segundo. Es como que es completamente distinto, dos cosas cien por cien separadas.
    —Creo que eso era justamente lo que quería entender. Yo lo veo como un camino lógico. Y nuestros amigos y tu exnovia lo ven así. Es como que simplemente seguimos las líneas luminosas pintadas en el suelo. Pero para ti no.
    —No. Lo peor es que me sentí mal por Carla por no poder darle lo que ella quería, de la forma en que lo quería. Yo no veía esas líneas.
    —Sé que no servirá de mucho, pero aquello ya pasó, y no estás forzándote a nada ahora. Estamos juntos. Lo estamos hablando. Eso es lo más importante.
    —Tienes razón.

    Alcé mi mirada lo justo para encontrar sus labios y le di un beso cariñoso como agradecimiento. Aunque aún no podía pensar en ello en profundidad, mi parte más propensa a complacer a los demás me hizo pensar en que podría darle ni que fuera un poco de esa intimidad que tanta gente deseaba y yo no.

    —También he descubierto que hay muchas clases de asexualidad. Hay personas que se sienten muy incómodas simplemente de pensar en ello. Que no tienen ningún tipo de respuesta física ni estando ellas solas. Hay personas que son como yo, que sí tienen respuesta. Otras ven porno, o lo leen, y se excitan, y se tocan, pero luego en pareja no tienen esa reacción. Y hasta hay personas que pueden tener sexo en pareja, pero no para su propio placer (su cuerpo les seguirá diciendo que le da igual) sino para el placer de su pareja.
    —Tú estás en medio, ¿entonces?
    —Algo así. No veo porno. Me incomoda —le confesé—. Lo leo en mangas porque sé que no están en nuestro mundo, y la estética y el romanticismo sí me gustan, pero tampoco me excita.
    —Y ¿entonces…?

    Le miré y vi que sonreía y hacía gestos en los ojos. Sabía a qué estaba aludiendo, lo que me hizo sentir mucha vergüenza, así de golpe.

    —Sí, lo hago —le dije, sin mirarle—. Pero me cuesta incluso cuando tengo ganas.
    —Entiendo. La fantasía tiene que ser muy buena entonces, ¿eh?
    —¡Oh, cállate! —Y le di un cojinazo, al más puro estilo Juana. Él se puso a reír sonoramente y le di un par de veces más.
    —¡Vale, vale!, ya paro.

    Nos volvimos a quedar medio abrazados. De repente, a pesar de sentirme tan vulnerable, sentí que me había quitado un peso enorme de encima de mi pecho.

    —Gracias por escucharme. Tenía miedo…
    —Me alegro que hayas podido hablar de ello. ¿Lo has ensayado?

    Me quedé mudo unos instantes.

    —¿Se ha notado mucho?
    —Un poco —se rio—. Pero significa que era muy importante. Tenía que saberlo. Y quería saberlo.

    ¿Qué le había hecho de bueno al mundo para acabar con alguien como él como recompensa?

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    Un poco de profundidad sobre la asexualidad de Ferra que os dice cómo van a ir las cosas con él y Daniel. No esperen mucho más :V Lo de la madre me lo he sacado totalmente de la manga, aunque sí que es igual que hijos heredaron el hobby de las madres en cuanto a estudios. Mi madre tiene una enciclopedia toda de arqueología y yo soy arqueóloga así que :V
  11. .
    PERFECT!! A expandir brutalmente mi abanico de fics en el foro, a ver si llego a esos deseados 70 para el rango máster <3 (aunque voy por los 50 y pico hahaha aunque en 2017 publiqué 7 participaciones para el reto de las flores, así que :V). Gracias por la suerte, la voy a necesitar. Geografía, historia, arte y sociedad actual es densísimo.
  12. .
    Ay porras. Todos mis fics (incluso mis propios retos) pecan de lo mismo: tienen cero cotidianidad, porque me aburre mortalmente si se hace algo largo el fic... así que esto sí que va a ser un reto para mí. Tengo algunas ideas, a ver si mis oposiciones a profesorado me dejan un huequito para publicar cosillas.

    Me figuro que como no lo habéis dicho, es que no se puede publicar yuri en este reto. No es problema, pero para asegurarme <3
  13. .
    Gran capítulo esperado <3

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    12. Pues toma, por indeciso


    Juana y yo pasamos unos días algo tensos. Y antes de que nadie diga nada, no, no era por celos.

    Juana permitió que Daniel se uniera a nosotros y que le contara cosas de su mundillo, pero se mantenía precavida. Siempre me tenía a mí entre los dos, y solía pasarle mensajitos a Ada que no quería que yo viera (quizás porque pensaba que heriría mi concepción de Daniel). Daniel se mantenía animado, pese a todo: tenía a dos personas a las que enseñar sus manga y personajes favoritos ahora, podía pasarnos de todo. Estaba más sonriente que nunca y me lo contagiaba a mí, el muy condenado.

    En cambio, yo estaba tenso porque tenía algo absurdo metido en la cabeza: nunca he sido especialmente atrevido, pero con Carla siempre era yo quién daba primero los besos, así que creía que tenía que seguir de esa manera. Pero…

    —Hazlo —me susurró Daniel. No me estaba desafiando, estaba sorprendido. Me lo estaba pidiendo.

    Le tenía a diez centímetros. Nos habíamos tumbado en la hierba a descansar de clases y la situación había acabado, sin quererlo, de esa manera. Nos habíamos dicho algunas cursiladas que me daría vergüenza admitir ante cualquier otra persona y ahí estábamos, mirándonos a los ojos. Sus iris marrones me llamaban.

    Pero me acabé apoyando en su hombro y los dos soltamos aire. Me regañé a mí mismo. ¿Por qué con otra persona sí y con él no? Me despertaba una timidez que, aunque sabía que tenía de siempre, no acababa de comprender.

    Me sentó bien que él tampoco se atreviera. También tenía algo de tímido. Muchas veces había visto parejas en el instituto en el que uno de los dos nunca tenía el más mínimo reparo en darle un repaso a la cara a su pareja. Nunca me gustó esa clase de impulsividad desvergonzada.

    —Habrá más ocasiones —me susurró.

    Su voz resonó por su pecho, que también rebotó en el mío. La vibración de su voz tranquila me hizo sentir mucho mejor. Nos quedamos medio abrazados así un buen rato.

    Al cabo de un rato, cuando ya nos levantábamos para otra clase, vimos que se acercaban Ada y Juana, que venían de la biblioteca.

    —¿Estudiando?
    —No, preparando un trabajo de la asignatura en la que no coincidimos contigo —explicó Ada. Ella sonreía con esa clase de sonrisa contenida antes de reírse porque, seguro, me debía de ver apurado por lo que me acababa de pasar.
    —Qué palo, os habéis portado bien —se quejó Daniel—. Yo pensaba que Juana aprovecharía para echar un ojo a las imágenes que le he enviado esta mañana…
    —Yo no soy como tú, no soy una indiscreta. —Creo que todos nos dimos cuenta de que no dijo «pervertido» lo que, por lo menos a mí, me hizo mucha ilusión. Luego añadió con menos ímpetu—: Las he mirado antes de salir de casa.

    Ada y yo nos reímos de su vergüenza con ganas y Daniel le revolvió el pelo desde la coronilla con fuerza.

    —¡Así me gusta, la aprendiz de pervertida leyendo instantáneamente mis mensajes!
    —¡Pero serás…! —le chilló, intentando sacudirse la mano de Daniel de encima—. ¡Quita, coño!

    A pesar de sus gritos, de mal humor no estaba. Sólo se estaba habituando a su nueva amistad. Lo que se llama, en el mundillo del manga, «tsundere». Pero mucho, ¿eh? Me pregunté si sería de esa misma manera con una posible pareja, pero luego pensé que aquello era sólo por Daniel. Si no tuviera a un tocapelotas de novio, me figuré que, sí, tímida, pero ya está.

    Es más, antes de clase se pusieron a hablar de los manga que Daniel le había prestado y estaban hablando con buen humor, curiosidad y cotilleando sobre la trama. Me pareció realmente tierno ver cómo Juana cambiaba a mejor con cada conversación. Ada y yo nos mirábamos contentos, como si nuestros hijos pequeños por fin empezaran a compartir los juguetes.

    Y, por suerte para mí, no sentí celos. Eso era muy importante. Mi nueva inseguridad era algo que quería hacer desaparecer lo antes posible.
    Empecé a tomar la costumbre de volver con Daniel. Ada, aunque vivía relativamente cerca de mí, tomaba un tren distinto porque le salía más a cuenta por el tiempo. Juana ni siquiera sabía dónde vivía, pero tampoco solía tomar el tren que yo tomaba. Tener varias líneas conectadas a la universidad me ayudó mucho en ese aspecto, así que resultaba muy fácil.

    Un día que ya habíamos salido del tren estuvimos hablando de escribir, en términos de fanfiction:

    —No sé —me decía Daniel—. Me conformo con leer o ver anime. Nunca he tenido mucho arte para las palabras. Me agota mucho esto de las monografías en la carrera.
    —Hombre, no compares una historieta con meter la bíblia de una cultura en un trabajito de quince páginas de la uni. Es mortalmente aburrido por mucho que te guste la carrera. Yo quizás estaría dispuesto a escribir algo, aunque nunca lo he probado.
    —¿Sabes quién sí sabe?
    —¿Quién?
    —Juana. Bueno, nunca la he visto escribir, pero recuerdo que en secundaria sus trabajos de clase ya eran impecables.
    —Oh, bueno, entonces le pido que escriba una historia sobre nosotros —solté sin pensar—. Seguro que estaría encantada, si quería que acabáramos juntos desde que nos conocimos.

    Daniel se tronchó de la risa con una cara bastante graciosa y asintió con la cabeza, como yo si le hubiera leído la mente.

    —¿Te imaginas la cara que pondría escribiendo sobre besos?
    —Tendría que parar constantemente para que se le bajara un poco la sangre de la cabeza —me reí con él.

    Daniel intentó controlarse y luego puso una cara malévola.

    —Vale, ahora has dado miedo —le dije.
    —No, nada, tengo una jugarreta para ella, para un día de estos.
    —Bueno, va, no nos pasemos, pobrecita.
    —Ay, es que es tan fácil chincharla…

    Nuestra caminata acabó alargándose. Normalmente Daniel y yo nos separamos a medio camino, pero decidí acompañarle un trozo más… que acabó siendo hasta su portal.

    —Bueno, gracias por acompañarme hasta casa.
    —Ni me he dado cuenta. Me lo estaba pasando demasiado bien. —Nos miramos un segundo, y aparté la mirada, compungido. Me fijé que tenía el zapato desabrochado, así que pensé que lo había fingido bien—. Bueno, iré tirando ya para…

    Alcé la mirada de nuevo hacia él y de repente ya no le veía: ahora estaba en el cielo, con los ojos cerrados, disfrutando el par de segundos que su beso duró y que encendió mi corazón como si hasta ahora hubiera intentado parar un incendio con el pie. En cuanto se separó de ese beso de despedida, no pude resistir, mi cuerpo se lanzó en piloto automático a por más de esa droga que habíamos estado cultivando con tantas tentativas. Dos besos con toda la pasión que pude concentrar acribillaron sus labios húmedos y algo cortados por el frío que empezaba a hacer. Luego me separé un poco.

    —Creo que… bueno, es más que un beso de despedida —balbuceó él.
    —P-pues… ¡nos vemos mañana!
    —Eso.

    Daniel abrió su puerta y se metió ahí, solo diciéndome adiós con la mano y no girándose una sola vez. Estaba igual de tenso que yo, estaba clarísimo. Caminaba como un robot. Esperé solo un par de segundos y yo me fui con el mismo paso atontado hacia casa, sin decir nada.
    A medio camino, me habló por Whatsapp:

    —Ha sido genial. No esperaba que fueras tan… apasionado.
    —Me ha salido del alma, no sé ni cómo lo he hecho.
    —Ha sido genial —repitió. Parecía tan atontado como yo.
    —¡Pero la próxima vez te beso primero, es una promesa!
    —Eso espero, no quiero estar tomando iniciativa yo todo el tiempo, ¿eh?

    Le saqué la lengua con emoticonos.

    —Me he pasado un rato tumbado en la cama incapaz de hacer nada —me confesó—. No pensaba que fuera tan tímido contigo.
    —Así que no había visto visiones. Yo estoy igual.
    —Mañana nos vemos, tengo órdenes maternas a la espera de ser cumplidas.
    —Buf, te compadezco. ¡Ya hablaremos!

    Guardé el móvil. Anduve unos metros en las nubes, porque aún no había bajado de ellas desde los besos. Torcí la esquina que llevaba hasta mi casa y volví a sacar el móvil. No pude evitar ponerme en modo fangirl con Ada, a contarle todo el proceso y lo maravilloso que había sido. Tuve que controlarme, porque tuve la sensación de que Ada aún no se había recuperado de lo de Emmanuel, aunque ya hacía un par de semanas de aquello. Sabía que su peor enemigo era ella misma, igual que en mi caso: se sentiría decepcionada por seguir sin encontrar lo que esperaba. Lo veía en su mirada.

    Bajé tanto a la tierra dándome cuenta de ese hecho, que no pude evitar preguntarle sobre ello:

    —Oye, ¿cómo te encuentras tú? Sé que con todo lo de Daniel hemos estado hablando casi exclusivamente de mí, y también de Juana, por su nueva amistad y tal. ¿Te estás recuperando? Quiero poder ayudarte.

    Ada tardó un poco en responderme, y lo que me dijo no era lo que esperaba:

    —La verdad es que estoy casi recuperada. Ya sabes que siempre me espabilo sola, pero esta vez he escogido estar con vosotros. No quería lidiar conmigo misma cuando todos estabais tan felices, así que he optado por olvidarme del tema una temporada.
    —Ah… bueno, ¡me alegro! —dije rápidamente, para darle todo el apoyo que pudiera. Ella siguió escribiendo.
    —Además, Juana descubrió algo por mí que me está ayudando a entenderme.
    —Ah, sí, me dijo que quería contarte algo, cuando lo dejaste con ese chico. Ahora tengo curiosidad…
    —Me explicó que quizás la razón por la que no consigo tener novio es que no quiero tener novio. Que sólo me interesan por el sexo, y le estoy buscando tres pies al gato. Lo llamó ser arromántico.
    —Oh vaya, menudo par. Yo asexual, y tú arromántica. ¿Quieres decir que somos literalmente opuestos en cuanto a relaciones se trata?
    —Eso me hizo entender ella. Aunque no estoy del todo segura de que eso sea todo.
    —¿Qué quieres decir?
    —Que no me puedo creer que en el fondo no quiera una relación con alguien. Me hace ilusión tener algo como lo que tenéis tú y Daniel.
    —Pero no surge.
    —Pues no.

    Aunque no se podía expresar mucho en esos mensajes, me di cuenta de que estaba más atribulada de lo que yo esperaba, quizás de lo que Juana esperaba. Se me ocurrió tirarme a la piscina, aunque ni yo supe qué significaba lo que escribí en ese momento:

    —Quizás estás buscando donde no toca. Siempre me dijiste que le encuentras pegas a todos los tíos que conoces. ¿Dónde encuentras esas pegas?
    —No lo sé… —dijo. Dejó pasar un minuto. Yo ya había entrado por la puerta de casa y había dicho hola a mis padres cuando contestó—: Quizás es que siempre me guío por su aspecto primero. A lo mejor voy en plan príncipe azul.
    —Oh, conozco eso. No sé cómo puedo guiarte con eso, siendo como soy y tal pero… ¿quizás te estoy haciendo reflexionar?
    —¡La verdad es que sí! Tengo cosas por pensar ahora. ¡Gracias, Ferra!
    —¡De nada!

    Ada siempre me había parecido ese ser que, aunque no estuviera del todo feliz, sabía dónde iba en todo momento. Siempre parecía segura, preparada, se cabreara o se riera. Me di cuenta de que no la conocía tanto que pensaba (a pesar de mi fortuito consejo) y, peor, alguien que la conocía de hacía mucho menos tiempo había cazado algo que a mí nunca se me habría pasado por la cabeza buscar, aunque yo estuviera en desventaja en ese tema. No me hizo sentir especialmente bien, pero tenía que buscarle un punto positivo, y era que yo también la había podido ayudar, a mi manera.

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    Hay cosas aquí que son autobiográficas, peeeero ya estamos en esa parte del fic tirando al final en la que ya casi nada lo es. Mis personajes cobraron vida propia a partir del pasado capítulo, como diría mi ex haha
  14. .
    Pues me vais a odiar más en este capítulo, pero yo lo amo hahahaha

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    11. Una intensa y particular cita… de cuatro personas


    Como siempre me pasa, viví el momento y, cuando ya estuve lejos de Daniel, empecé a hacerme las preguntas cargantes. ¿Estábamos en una relación? ¿O estábamos tonteando? Con Carla había sido todo muy rápido y no recordaba exactamente cómo pasó, porque fue acabar unos exámenes muy estresantes a mitad de curso y de la tensión simplemente nos metimos de lleno en la relación. En cierto modo, el inicio de esa relación fue como la liberación.

    No quise preguntarle a Daniel, no sabía cómo reaccionaría. Tampoco se lo dije a Ada, que me había respondido el mensaje nada más llegar a casa diciendo que realmente necesitaba ese descanso. Sólo me quedaba una persona.

    —No soy la más indicada para hablar, nunca he tenido pareja —dijo Juana inmediatamente—. Además, Daniel y yo somos muy diferentes.

    «Demasiado», me dije, recordando que le había rechazado en el pasado.

    —Pero creo que tú y yo nos parecemos. Tenemos que tenerlo siempre bien atado.
    —Eso es verdad, pero quizás razón de más para dejar que Daniel haga el tonto contigo a su aire. Sé que no debería decirlo yo, pero relájate y disfrútalo.
    —Creo que no somos muy expertos en eso…
    —Sí, me temo que no —dijo, dejando caer unos cuantos emoticonos de risa.

    Quizás porque la situación era tan particular y circulaban tantas cosas por mi cabeza, me lancé también con ella:

    —¿Por qué le rechazaste?

    Juana tardó unos minutos en responder. Pasó dos de ellos con su Whatsapp diciendo «escribiendo…» y parando. Me sentí mal haciéndola dudar pero, siendo que nos parecíamos tanto…

    —Estaba muy centrada en el trabajo —empezó diciendo, aunque pensé que eso no había cambiado nada—. Para tenerlo de pareja, su modo de vida despreocupado sería más un impedimento que otra cosa, acabaría cargando yo con la responsabilidad. Además, me suelen gustar mayores que yo. Me costó muy poco decirle que no.
    —Ya veo… ¿Le tendrías de amigo entonces?
    —Es posible.
    —No mientas —dije con un emoticono de picardía. Ahora ya me lo estaba pasando bien—. Nos has emparejado desde lo de Carla. Sé cómo funciona.

    De nuevo, tardó un poco, pero como medio minuto, en responder. Supongo que se sintió más segura detrás de una pantalla, porque me contestó, y no pensé que lo hiciera:

    —Si se lo dices, te mato.
    —No creo que haga falta que se lo diga, fijo que lo sabe ya —me reí.
    —Sois insoportables, de verdad. Vaya par se han juntado en mi contra. —Yo me seguí riendo, hasta en voz alta—. Pero me alegra que estéis juntos. Se te ve muy feliz.
    —Gracias, de verdad.

    Juana me mandó una sonrisa adorable y dejamos de hablar. Quizás no era la clase de conversación que había pensado inicialmente, pero me había quedado muy relajado.

    Cuando me desperté al día siguiente inmediatamente pensé que nunca me había levantado con tal cantidad de energía y ganas. No tuve ningún tipo de presión, sólo me moría de ganas de ver qué pasaba durante el día.

    El azar estuvo totalmente de mi lado ya de buena mañana. Daniel y yo nos encontramos en el andén. Él tenía una cara de sueño increíble.

    —¡Hola! —le saludé.
    —¡Oh, vaya! —Pegó un bostezo que me hizo sonreír, pareció un hipopótamo—. ¿Qué tal?
    —Todo bien, me he levantado bien hoy.
    —Ojalá tuviera esa energía, yo soy un zombi hasta que no llego a la universidad.

    Tuve un momento de despiste: mi mente acostumbrada a Carla estuvo a punto de tomarle de la mano, porque eso es lo que solía hacer. Luego pensé que ¿y si nos veía alguien que tenía su cerebro en un tarro desde el siglo XVII y nos arruinaba la mañana? Mi mano quedó colgando en el aire de la duda, y tuve que hacer el esfuerzo consciente de rascarme en un costado para justificarlo.

    —Tranquilo —dijo Daniel, resignado—. Tendremos más momentos. Agradezco el gesto.
    —¿Te ha pasado antes?
    —Una vez. Tonteé en medio de la calle con mi ligue de aquel entonces y tuvimos entrar en una tienda para despistar a un tipo enfadado.
    —Lo siento… —dije, suspirando. Subimos al tren y nos quedamos algo apretados entre tanta gente. Ni queriendo podría mirarle a la cara—. Aún estoy acostumbrado a estar como con mi ex.

    Daniel se tomó aquella confesión a su manera y, aprovechando que nadie miraba a los pies de nadie, encontró mi mano y la entrelazó con la suya. Me figuré que sonreí como un tonto enamorado, porque Daniel se rio un poco. Fue un detallito que hizo que mi corazón quisiera empezar una fiesta. Por suerte, la fase de ultramegatimidez que pasé con Carla ya la tenía algo superada, y fui capaz de mantener una conversación decente con él mientras disfrutaba del cariño y el contacto.

    Todo volvió a la normalidad cuando llegamos a la universidad, aunque dimos gracias por poder respirar por fin. Esos trenes tempranos siempre iban demasiado cargados de gente. Y justo al salir, nos encontramos a Ada.

    —Hola chicos.
    —¿Qué tal te encuentras? —le pregunté inmediatamente.
    —Mucho mejor, la verdad —contestó, sin entrar en detalle. Luego sonrió de una manera que me conocía demasiado bien—. Enhorabuena, parejita.
    —¿Te lo ha dicho Juana?
    —Qué va. Es que se os ve en la cara —dijo, señalándonos alternativamente.

    Daniel empezó a reír con ganas y asintiendo, y yo le pinché el estómago poniendo morritos con una sonrisa. Cuando Juana vio que todos llegábamos a clase con cara de haber reído durante un buen rato, dejó sus apuntes y nos prestó atención a los tres. De alguna manera, nuestras tonterías acabaron llegando a esta conversación:

    —Vale, vale, te propongo algo —le dijo Daniel a Juana—. Un día. Quedamos un solo día y vamos a la tienda de manga. Allí no voy a asustar a nadie, todos están curados en salud. No se sorprenderán.
    —Bueno, excepto ella —se rio Ada. Juana le sacó la lengua en respuesta con una carota burlona.
    —Si no te lo pasas bien, pues vale, ya te buscarás la vida, seremos amigos de amigos y punto.
    —Pues vale. ¿Hoy mismo? —le desafió Juana.
    —Vale. Que vengan ellos dos también —dijo, señalándonos a Ada y a mí—. Les quiero de testigos.

    Juana asintió, aunque no sin antes fruncir el ceño un poco y poner morritos antes.

    —Vale, pero ahora siéntate, que va a empezar la clase.
    —Tú y el trabajo… —se quejó Daniel, aunque me sonrió.
    —Eh, ¿dónde vas? —saltó Juana al instante, al ver que Daniel se iba a las filas de atrás. Luego se giró hacia mí. Yo ya estaba emparedado entre las dos chicas, como siempre—. Cámbiame el sitio, Ferra. Y que el ceporro se quede aquí.

    Ada y yo nos miramos. Ella ponía la cara de sorpresa y diversión más graciosa que le había visto hacer desde que nos conocíamos. Juana se levantó, yo la seguí, cambiamos nuestras cosas de sitio y volvió a meterse para ocupar su sitio al lado de mi mejor amiga.

    —Vaya, gracias… —dije, sin saber muy bien qué decir.
    —Cachis, no podré leer mi… —Le di un codazo para que se dejara de bromas—. Digo, gracias.
    —Las sillas no son de mi propiedad —dijo, antes de sumirse en la clase.

    El shock inicial fue bastante importante, pero Ada y yo supusimos que era lo normal que Juana empezara a tolerar a Daniel. Si acabábamos siendo una pareja estable le iba a tener que soportar mucho, pobrecilla.

    Fue interesante ver cómo pasamos las clases los cuatro juntos por primera vez. Yo le iba comentando como en secreto a Ada que aquello me hacía ilusión, que era como un pequeño grupito que estábamos creando, y me sentía muy cómodo. Y que por fin Juana daba esos pasitos. Ada también parecía bastante ilusionada, y no parecía quedar mucho rastro de su reciente desastre.

    Por los particulares grupos de clase que escogió, Daniel acababa dos horas antes la clase. Nosotros tres teníamos una hora colgada sin hacer nada en el medio.

    —Nos encontraremos en la tienda de manga a las seis, ¿vale? Tengo que volver a casa, le prometí a mi madre que volvería para comer. Tengo que ayudarla.
    —Vale, ningún problema. Nos vemos allí —le aseguré. Juana no dijo nada.

    Nosotros nos quedamos solos con Juana durante las siguientes tres horas, incluida la hora de la comida. Aunque nos burlamos un poco de sus reacciones durante esa especie de duelo que había tenido con Daniel, generalmente no hablamos mucho del tema. Estuvimos más concentrados pensando en nuestros proyectos y monografías y bibliografías que nos obligaban a tener o preparar en clase. Nuestra preocupación por el trabajo bien hecho era algo que compartíamos los tres. A Daniel le hubiera dado algo si nos hubiera escuchado todo el rato despotricar de trabajos.

    Cuando acabamos de comer fuimos directamente hacia la tienda. Juana me dijo que hacía años que no había estado allí. Ada, que a pesar de haber coincidido conmigo en el instituto no vivía en el mismo barrio, ni siquiera había estado, porque era un drama a la hora de tomar transporte público. Dejó claro que iba porque íbamos los cuatro.

    Daniel ya estaba allí cuando nos presentamos delante de la tienda. Aquello, más que una quedada amistosa para compartir un hobby parecía un campo de batalla, porque nos pusimos todos tensos. Daniel fue el que habló, después de un saludo:

    —He estado ojeando ya, hay algunos mangas nuevos chulos. Y han repuesto otros de interesantes. ¿Vamos?

    Entrar en la tienda fue otra sensación. El olor de las revistas y los libros me relajó de inmediato. Además, era la primera vez en mucho tiempo que iba con amigos. Allí no sólo había manga, los cómics también eran grandes protagonistas, había merchandising variado y algunas estanterías de novela fantástica. Era un sitio magnífico para comprar de todo.

    —Vaya, hacía tiempo que no reconocía ese olor —dijo Ada.
    —¿A ti también te gusta? —Ella asintió—. Somos un par de flipados.
    —Aunque hace mucho que no estoy por el tema —admitió—. Creo que solo recuerdo cosas de mi infancia, no tengo ni idea de nada reciente, a no ser que lo haya visto por la tele.

    Ahí se produjo cierta división. Mientras que yo me llevé a Ada a dar un paseo nostálgico por las series que habíamos visto de pequeños, o de aquella estética que tanto adoraba yo de los años noventa, Daniel guio a Juana directamente a las secciones de actualidad en romance. Estaban todos los subgéneros de romance juntos, y, tenía que admitirlo, alguna vez había espiado a clientes despistados que abrieron el manga equivocado por la página que no debía y me reía mentalmente de sus reacciones. Aunque esta vez lo harían a propósito.

    —¿Crees que saldrá algo bueno de esto? —preguntó Ada.

    No contesté inmediatamente. Oí a Daniel hacer cierto interrogatorio inicial a Juana sobre qué había leído con bastante delicadeza. Me resultó bastante tierno y sonreí.

    —Yo creo que sí.

    Se notaba las ganas que tenía Daniel de guiar a Juana por su mundillo favorito. Me daban ganas de pasarle una mano por ese pelo rubio frondoso que tenía y decirle «mira que eres mono».

    —Eh, Ferra —me susurró Ada, dándome un pequeño tirón en la manga del brazo. Podía llegar a ser muy discreta.
    —¿Qué? ¿Qué pasa? —dije, mirándola de golpe. Me había asustado.
    —Que le miras mucho —me respondió. Sonreía como si hubiera visto algo adorable. Sospeché que ese algo era yo.
    —Bueno, no hay nada de malo, ¿no? Me gusta, tal como me dijiste.

    Ada soltó una risita de las suyas.

    —Sí, pero llevas con ese manga en la mano sin mirarlo ya un minuto largo.
    —Oh… Es la curiosidad, supongo.

    Procuré ser más discreto durante un rato. Ada también miraba a ese par con la misma curiosidad, pero ella parecía más concentrada en fijarse en las reacciones de Juana. De vez en cuando me daba un codazo y me encontraba con nuestra amiga con la cara roja o soltando un «¡Qué adorable!». Me figuré que, a pesar de las buenas intenciones de Daniel, también aprovecharía para jugarle alguna que otra mala pasada señalando un manga que estuviera cargadito de sexo.

    Quizás pasamos una media hora de esa forma. Yo finalmente encontré un manga que me podría interesar, y como era un solo tomo, me lo compré. Cuando yo acababa de pagar, Daniel se acercaba con Juana. Él llevaba un par de mangas yaoi que ya me conocía. Eran relativamente ligeritos para lo que Daniel solía tirar a la cara a la gente en clase.

    —No hay que tener prisa, ¿sabes? Tú empieza con algo que te guste y me cuentas.
    —¿Todo bien? —pregunté.
    —¡Oh, sí! Me compro estos, que siempre dudaba de si llevármelos o no, y se los presto. Tienen de todo un poco.

    Al acabar me guiñó un ojo (no supe si por mí o por el contenido de los manga) y se fue a pagarlos. Juana se quedó a nuestro lado. Con la cara atribulada que tenía y su estatura, algo más baja que la de Ada o la mía, me dieron ganas de abrazarla.

    —¿Todo bien? —le repetí a ella.
    —Sí. Ha sido menos descarado de lo que pensaba —admitió a regañadientes.
    —Bueno, te hemos visto en apuros un par de veces —comentó Ada con la risa floja.
    —He dicho «menos descarado», no que fuera un santo.
    —¿Santos descarados? ¿Ya estáis hablando mal de mí otra vez? —dijo Daniel, volviendo con su bolsita con los volúmenes. Inmediatamente se la dio a Juana, quien la tomó como si lo quisiera esconder de la vista de todo el mundo y la metió en su bolso—. Espero que te gusten. Hay un personaje que adoro ahí, a ver si adivinas cuál es.

    Nos dirigimos a la salida. Con la broma, en total pasamos una hora ahí dentro, una pequeña zona neutral a mi parecer. En cuanto salimos, el ambiente tenso se volvió a sentir. Quizás era porque no hacía una tarde agradable.

    —Bueno, creo que podemos decir que el día ha acabado bien —dije. Al instante tuve la sensación de que no debería haber abierto la boca.
    —Mira que ya me esperaba montañas de perversiones, pero resulta que es majo y todo —bromeó Juana… No sonó como tal.

    A pesar del buen rato que habían pasado ahí dentro, por ese comentario me sentí mal por Daniel. Juana estaba siendo bastante inflexible. Daniel tuvo todo el derecho de contestar:

    —No sé por qué me tienes miedo, la verdad. Me llamas pervertido y todo eso cuando conoces exactamente el tema, no eres como todos esos prejuiciosos de nuestra clase. No me juzgas por eso, te juzgas a ti misma —le soltó, algo irritado. Luego se creció, con toda la razón, cuando Juana le echó una mirada negativa, pero no fue capaz de decir nada—. ¡No pasa nada por tener un hobby, si sabes cuándo tocar de pies en el suelo! Llevo tiempo intentando decirte esto y tú me rehúyes la conversación. ¿Con quién tengo que ser una fangirl loca? ¿Con éste, —me señaló—, que me reirá la reacción por compasión porque es un ladrillo…?
    —Eh, oye, ¿cómo que «éste»? Se supone que soy importante para ti, no te pases tampoco, ¿eh? —protesté. Ada se rio un poco y me puso una mano en el hombro.
    —¿…O con Ada, que pasa totalmente del tema? Y no me hagas hablar de mis pocos amigos fuera de aquí. Y yo sé que te lo has pasado bien.
    —¿Y por qué yo? Será que no hay personas que no compartan tus gustos —respondió Juana, algo agobiada.
    —Porque me fastidia que me mires mal la mitad de las veces que me acerco a Ferra para cualquier cosa, cuando yo no tengo ningún problema contigo. Porque me fastidia tener que contener mi gusto por algo que me apasiona sólo porque tú vives en tu cabeza. Si fueras cualquier otro de los de clase ya te habría largado. —Juana fue cambiando de mueca. Estaba claro que no sabía cómo sentirse. O quizás pensaba que exageraba—. ¡No tramo ningún complot contra ti! Por Dios, te lo voy a pedir directamente: ¡Déjame ser tu amigo!

    Juana abrió mucho los ojos. Me recordó un poco a cuando nos conocimos los tres, y entonces sentí que Ada y yo sobrábamos mucho allí, en esos momentos, aunque nos hubiera invitado Daniel mismo. Al mismo tiempo, podía sentir lo herido que se sentía mi chico por la manera que todo se había desarrollado entre los dos.

    —Tienes razón, supongo —dijo Juana por fin. Parecía un poco conmovida—. Sí que me lo he pasado bien. Quizás podría aprender un poco de mí con todo esto…

    Todos suspiramos de alivio.

    —Por fin entras en razón —soltó Daniel, con una sonrisa—. Sí que Ferra tenía razón, que si se te pregunta directamente no dices que no…

    Se me congeló la sonrisa.

    —T-tío, ahora no…
    —¿Qué…? —se defendió. Juana le dio un manotazo en el brazo—. ¡Au!
    —¡Ya os vale! —nos gritó a los dos. Yo empecé a reírme de buena gana y también recibí el manotazo—. Bueno, yo me voy, demasiadas emociones por hoy. Me voy a pensar en todo esto antes de que os hinche a ostias. Hasta mañana.

    Yo la saludé con calma y dejé que se fuera. No quería quedarme sin futuro novio, aunque aquello hubiera salido bien.

    —Si no os importa, voy a acompañarla, ¿os parece? —dijo Ada.
    —Claro, claro. Nos vemos mañana —reaccioné.

    Nos quedamos solos. Ada sabía leer muy bien las situaciones, aunque usara simplemente su intuición. Estaba aprovechando para dar su apoyo a su amiga y, de paso, nos dejó solos.

    —Qué presión esa chica, tú —se quejó Daniel.
    —Eh, que eres tú el que ha insistido —me burlé.
    —Bueno, sí. ¿Paseamos un rato? Relajarme con contigo parece buena manera de terminar con esta curiosa quedada.

    Yo asentí y empezamos a andar por el mismo paseo por el que caminamos Carla y yo el día que precisamente nos topamos con él al salir. De nuevo, tuve que controlar la necesidad de tomarle de la mano. Era uno de los gestos más sentidos que podía mostrar con total confianza.

    Ahora que estábamos solos, me asaltó algo que tenía que resolver: una parte de mí se sentía algo celosa porque Daniel estaba poniendo una cantidad enorme de pasión y de tiempo en esa amistad, casi tanta como la que había puesto en mí. Tuve que forzarme a recordar que había tenido muchos más detalles y momentos críticos conmigo que con Juana en tan poco tiempo, aunque mi inseguridad me impidiera olvidar esa antigua propuesta para salir juntos. Tuve que decírselo.

    —Oye, tengo que confesarte algo…
    —Has sentido celos de Juana.
    —¡Joder! ¿Tanto se me nota todo? —me quejé.
    —No, no lo hubiera adivinado —repuso—. Es que he pensado mucho en que quizás mi insistencia heriría tus sentimientos. Ya pensé que tendría que darte una explicación.
    —Me siento horrible sintiendo celos —pensé en voz alta—. Quizás ha sido por toda esta situación con Carla, porque Juana no es tan de piedra como yo y todo eso…
    —Eso me figuré. Aunque no sé si te servirá de mucho, no siento nada por Juana parecido a lo que siento por ti. En cuanto tuve ocasión de acercarme a ella antes de la universidad, y a pesar de mi propuesta, ya vi que no era para mí. El coraje que me ha dado lo mal que me ha tratado simplemente me resultaba injusto y la única forma de solucionarlo era ser su amigo —me dijo. Se saltó todas las precauciones, me acercó a él con un brazo y me plantó un beso en la sien. Definitivamente esa combinación de hechos y palabras me hizo sentir mejor. Él lo notó y se puso a reír—. ¿Te imaginas? Nos mataríamos el uno al otro en menos que canta un gallo. Ella siempre es «trabajo, trabajo, trabajo», se pasa la vida organizándose. Suficiente me ha costado que se avenga a comentar cosas de yaoi conmigo de vez en cuando, tantas neuras que tiene. Pero es buena persona, y nunca hubiera conseguido nada si no fuera porque Ada y tú os decidisteis a ser sus amigos.

    Me plantó otro beso, por encima de la oreja, esta vez. Que tuviéramos casi la misma altura me ayudó mucho a fijarme en sus ojos en cuanto lo hizo. Derramaban gratitud por sus iris. Y yo sabía que no era sólo por una amistad acabada de lograr. Podía tomar cierto orgullo de que todo lo que le había pasado en las últimas semanas era culpa mía, en la mejor de las culpas.

    Un pensamiento irrumpió en mí: «quiero besarle». Él aguardó un segundo, algo sorprendido, y entonces sonrió con calma y desvió la mirada al frente. Quizás me había adivinado el pensamiento y había decidido que no era el momento. Y yo, aunque tenía muchas ganas de darle ese primer beso, también sonreí y seguimos caminando.

    —Que sepas que lo haré —le dije, sin detallar nada.
    —A ver si es verdad. Te estaré esperando.
    —Te lo digo en serio.
    —Me lo creo, me lo creo —se rio—. Lo harás.
    —Que no soy tan tímido como te crees.
    —Vale —siguió riéndose.

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    Me encantó escribir ese capítulo, porque me enamoré de Juana cuando escribía estos dos fics y porque me recordaba a mí misma en la posición de Ferra observando a la persona que me gustaba... aunque no tenía a una Ada que me dijera que babeaba hahaha
  15. .
    El capítulo de hoy tiene un poco de todo, drama, humor, romance... Creo que os lo vais a pasar bien <3 además, tiene a Aragorn.

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    10. Pelea de bancos


    Antes de que Daniel y su colega pudieran acercarse, no se me ocurrió mejor cosa que decir que:

    —¿Te estás…? —«Dioses, no digas eso», y mi cerebro reformuló muy rápidamente esa pregunta—. ¿Te has enrollado con la copia española de Aragorn?

    Ada bufó. Miré a Juana, que tenía ojos como platos, alternando entre el chico y su amiga. Yo también me fijé en Ada y, por muy asexual que uno sea, tiene que saber reconocer cuando un cuerpo puede resultar atractivo, y Ada definitivamente era atractiva. Me resultó tremendamente extraño fijarme en ella de esa manera después de todo ese tiempo conociéndonos, en realidad, pero también me había alucinado la clase de ligue que se había conseguido. Tenía que haber una razón muy buena por la que Ada no quisiera salir con él en serio y, en su lugar, querer desaparecer.

    El tiempo de Ada para elaborar un plan de huida se esfumó pronto. Para darle tiempo de reaccionar de forma más elocuente, abrí la conversación:

    —¡Hola, Daniel! ¿De qué os conocéis?
    —Emmanuel y yo nos conocimos este pasado verano cuando quise ponerme un poco en forma haciendo natación. Él me dio buenos consejos sobre cómo diversificar mi rutina en el gimnasio.
    —No te tenía por un fan del ejercicio.
    —Y no lo soy, pero ya sabes, el cosplay no queda tan bien si me paso todo el día leyendo, hay que estar en forma.

    Fue curioso cómo no añadió lo que leía al final de la frase. Hasta ahora siempre había hecho gala de su perversión con su entorno, lo que me llevó a pensar que se tenían cierta confianza. O quizás que también se sentía incómodo.

    Por otro lado, el tal Emmanuel, a pesar de la alegría con la que había saludado a Ada, no se había lanzado a por ninguna muestra de cariño, lo que hasta a mí me alivió. Parecía saber perfectamente qué clase de relación tenía con mi amiga (por lo menos de momento). Se mostraba cordial y respetuoso.

    —Ya te dije que tirarte al agua y nadar hasta ahogarte no iba a servirte de nada —repuso él, para dar cuerda a la conversación.

    Me dio la sensación de que intentaba impresionar a mi amiga y fue entonces que yo también tuve ganas de desaparecer. Juana tendría que arrancar por sí sola el banco y matarnos a los dos.

    Fueron dos segundos muy intensos.

    —Creo que todos tenemos clase ahora —dijo Juana. Seguía prefiriendo un banco incrustado en la cabeza, pero nos salvó igual—. Tendríamos que ir tirando.
    —Vale. Id tirando, ya os pillo —nos dijo Ada, con una sonrisa falsa bastante bien pulida. Yo sabía hacerlas también—. Tengo que hablar un segundín con Emmanuel.

    No hacía falta conocer en exceso a mi amiga para saber que aquello era una alerta roja. Además, yo sí la conocía. Los cabreos de Ada empezaban con la mejor de las sonrisas. Su paciencia casi infinita desembocaba en un puñetero huracán si tensabas demasiado la cuerda. Carla se pasó con Ada una vez, en una de sus rabietas de celos. Sólo supe que mi exnovia volvió llorando a mí y que luego la bronca me cayó a mí. «La cadena de los gritos», lo llamaban en Cómo Conocí a Vuestra Madre.

    Pero de vuelta al presente, Juana fue tirando casi sola, saludando a Aragorn I de España de pasada, y Daniel y yo la seguimos. No me atreví a mirar atrás. Tardé unos segundos en darme cuenta de que Juana había desaparecido de nuestro horizonte también.

    —¿Tú sabías nada de esto? —me preguntó Daniel.
    —No. Ayer mismo nos contaba que tenía un ligue, pero poco más. Nunca me quiere contar esas cosas con detalle. ¿Y tú?
    —Me dijo que salía con alguien de la universidad, nada serio, pero que… en fin. —Daniel se cortó a propósito. Tragué en seco pensando que casi me contaba por accidente algo de la vida sexual de mi mejor amiga—. Qué incómodo.
    —Tranquilo, no va a volver a pasar —dije, suspirando.
    —¿Por?
    —Conozco a Ada. Lo suyo se acaba ahí detrás.
    —Ah, mierda, me la voy a cargar. —Le miré con curiosidad—. Yo le dije que me acompañara a buscarte para la siguiente, ya que estábamos cerca tomando algo y que él tenía su clase relativamente cerca.
    —Bueno, no sabías nada… —Y me corté. Siempre me he preguntado por qué mi cerebro es tan lento—. ¿Cómo que a buscarme?

    No sé qué cara debí de poner, porque Daniel se sorprendió por un segundo y luego se echó a reír en mi cara.

    —¡Ay, madre…!
    —¡No te rías de mí!
    —¡Pues claro que te vengo a buscar! —exclamó, alegre, estampándome sus manos en mis mejillas para menearlas como si quisiera hacer formas con plastilina—. En clase eres un maldito muro, tú y trabajo. ¿Cuándo me entero sino de si estás bien o no? Es que hay que pillarte con la guardia baja, que sino no hablas.
    —¡Guita dus manazas de mi gara…! —balbuceé. Daniel me hizo caso, aún riéndose un poco, pero me froté las mejillas con cara de ofendidito. En secreto saltaba de alegría como un salmón en un río—. No hacía falta, estoy bien. Pero quizás quieras correr ahora, o te hago llegar con un tirón de calzoncillos a clase.
    —Sí, para acabar de escandalizar a nuestros compañeros —se rio.

    Anduvimos unos metros. Daniel echó un vistazo a su espalda con cierta discreción, mientras mi cuerpo absorbía agradablemente el detalle del rubio.

    —Gracias —dije en voz baja. Daniel me oyó y yo miré al frente con todo el aplomo que encontré en mi destrozada barriga—. Estoy mucho mejor.
    —Me alegro —contestó, de forma más suave—. Para una persona que me habla con sinceridad y sin prejuicios, pues hay que cuidarla, ¿no?

    Aquello se estaba empezando a parecer a uno de aquellos romances sudados de los manga que Daniel y yo solíamos leer, tan empalagosamente dulces. No supe si vomitar arcoíris con purpurina o simplemente abandonarme y flotar en dopamina para el resto del curso. Estaba deseando hacer lo segundo.

    Esta parte no había sucedido con la misma intensidad con Carla. Y estaba siendo maravilloso.

    Por suerte, el mundo volvió a la normalidad gris de clases una vez más. Daniel en su sitio, Juana y yo en los nuestros, y una Ada con especial mala cara, entrando al cabo de un cuarto de hora de haber empezado la siguiente clase. También por suerte, los restos de purpurina de colorines que había vomitado me impidieron cometer el fatal error de preguntarle directamente a Ada qué había pasado exactamente, y Juana estaba demasiado enfrascada ya en sus apuntes para torcer el cuello dos sillas a su izquierda.

    Fue una sensación un tanto extraña tener todas aquellas emociones tan cercanas. Yo recuperándome de lo de Carla, Ada con lo de Emmanuel, Juana renegando inútilmente de Daniel… Y curiosamente había un brote de felicidad esperando para ser regado. Quizás fue el momento menos indicado para sentir que nunca nos dábamos del todo cuenta de lo que realmente pasaba a nuestro alrededor.

    Ada me contó esa misma tarde lo que ocurrió con ese chico, para que no me preocupara. Me llamó, a pesar de que yo odiaba profundamente no ver a una persona cuando le estaba hablando, y me contó muchos despotriques, pero también fue capaz de resumírmelo para que no me perdiera.

    —Le dije al cabo de unas citas que no nos veía juntos en pareja —dijo con voz de decepción—. Pareció triste, pero también le dije que para algo pasajero que nos distrajera estaría bien. Y precisamente por eso le dije que no tuviéramos contacto fuera de nuestros «momentazos», no quería que se complicaran las cosas y mi vida privada era sólo cosa mía. Y bueno, ya has visto.
    —Supongo que tenía cierta esperanza, y nos saludó sin pensar.
    —Ya —soltó contrariada. Bien podría haber sido un escupitajo al suelo—. Me ha dicho que se le escapó, porque él es así de alegre con todos.
    —Lo siento… —dije, recordando mi propio secreto—. Quizás es mejor así. Podrías pasar un tiempo lejos de los tíos. Siempre te veo desilusionada sobre el tema.
    —Eso he pensado. No sé qué me pasa, que no le encuentro el punto a ninguno desde hace tiempo.
    —¿Tuviste pareja estable en el pasado? —deduje.
    —Una vez. Estuvimos un curso juntos en secundaria. Fue apasionado y tormentoso al mismo tiempo. Al final, me causaba más problemas que alegrías y lo dejé.
    —Lo dices como si te hubiera resultado fácil.
    —No sé, no he pensado mucho en ello —dijo, suspirando. Luego cambió su tono—. Bueno, ¿y tú qué, con Daniel?
    —Pues nada nuevo —fingí.

    Entre que no quería hacerme muchas ilusiones y que mi amiga estaba en un estado tan negativo, no quise volverme un sol abrasador hablando de mis tonterías y le di algunos mínimos detalles, como que habíamos andado juntos hasta clase y poco más.

    Cuando la llamada acabó, me tumbé en la cama pensando en que debería ser más capaz de lo que era de animar a alguien a quien quería, especialmente si era mi mejor amiga. Me parecía que también estaba decepcionado consigo misma y no tenía (bueno, ambos teníamos) idea de por qué. Ella solía tomarse todo bastante a la ligera y que circulara por si solo, pero me daba la impresión de que no quería ponerse a pensar las cosas, no que fuera tan despreocupada como decía.

    Mi móvil vibró en mi mano derecha y lo alcé delante de mis ojos. Un mensaje de Daniel que me hizo sonreír: me pasaba un fanart de personajes que no conocía tumbados juntos en la cama y parecía que se hablaban dulcemente, aunque no se veía el diálogo. Nos tiramos como una hora y media hablando de personajes de manga famosos que nos gustaban y luego fuimos saltando de tema en tema. Era como el tercer día seguido que sucedía algo así.

    —Ay, estoy bien jodido —dije en voz alta, sin dejar de sonreír.

    Mis padres no tardaron mucho en deducir qué me pasaba cuando salí a cenar.

    Aparecí en clase la mañana siguiente casi el primero. Juana me había robado ese logro. Pese a que yo bostezaba como un león después de tener en su barriga a su bien lograda comida a base de gacela, tenía que tener mucha cara de enamorado o algo así, porque mi amiga lo vio enseguida:

    —Vaya, ¿de buen humor? —dijo, sonriendo.
    —No sé, ¡supongo!

    Ella sonrió un poco más, como si se aguantara la risa por un chiste. Me imaginaba sus pensamientos sobre que le resultaba adorable que estuviera así (aunque me figuré que no lo diría en voz alta, porque ella era así de correcta) pero a mí me dio absolutamente igual. Sí, estaba feliz. Sí, estaba enamorado. Y tenía la sensación de que me iba bien así, a pesar de todas mis dudas y la inseguridad.

    Que Ada no apareciera ese día por clase no me desanimó. Le dejé un mensaje diciendo que podía hablarme cuando ella quisiera, en cualquier momento. Yo me acababa de saltar un viernes después de lo de Carla, me figuré que estaría en una situación parecida.

    —¿Tanto la ha afectado? —me preguntó Juana—. ¿Te dijo algo?
    —Sí, bueno, me lo contó todo. Creo que sólo necesita su tiempo.
    —Bueno, supongo que tendré que esperar a mañana…
    —¿Eh? ¿Para qué? —pregunté, con toda mi curiosidad.
    —Quería hablarle de algo que se me ocurrió buscar ayer, quizás la animaría un poco.
    —Ah, ¿lo que no quisiste contarme?
    —Sí, y seguirá siendo así —replicó, para pincharme—. Me gustaría que me diera su opinión, y delante de otras personas quizás no sería tan sincera.

    No acabé de entenderlo del todo, pero parecía que ella había encontrado algo que yo no había conseguido ver. Me sabría mal si resultaba que Juana la había ayudado más que yo en todo aquello. ¿Qué clase de amigo sería?

    Cuando salimos de la última clase del día, Daniel estaba esperando fuera. Juana instantáneamente se puso en modo gruñona y solamente le dijo esto, antes de irse:

    —Más te vale tener cuidado.

    Daniel no dijo nada, simplemente mostró la misma sorpresa que yo, e intercambiamos miradas. Juana no dijo nada más y se fue, dejándonos solos.

    —¿Qué ha sido eso? —le pregunté.
    —Tu amiga es protectora, ¿eh?

    Caminamos por los pasillos descendentes de la facultad, hacia el lado opuesto por donde se había ido Juana. Salimos por un camino que cruzaba el césped recién cortado.

    —¿Protectora de qué o de quién?
    —Pues de ti —dijo, riéndose de mi inocencia—. Supongo que no quiere que te haga daño ahora que pareces tan feliz.

    Caminé unos metros en silencio, digiriendo esa contundente frase. ¿Tanto se me notaba, que lo cazaban todos al vuelo?

    —¿Daño por qué? —me atreví a preguntar, con el corazón latiendo a mil por hora esperando oír la respuesta. Me ardía la cara.
    —Bueno, creo que se ha dado cuenta de que me gustas, y no se fía de mí.

    Podría haberme desmayado en ese instante si no supiera que rompería el momento de una forma tan dramática. Le miré a los ojos, aunque él miraba al frente. Aparentaba ligereza y tranquilidad, pero no era capaz de mirarme y tenía la mejilla que podía ver algo tensa. ¿Sería esa su manera de decir las cosas importantes que yo tomaba siglos en revelar?

    Pensé que tenía que decir algo que no nos dejara en un silencio sepulcral. Sólo tenía en mi cabeza unas pocas palabras, y se estaban peleando muy fuertemente con mi mente para salir.

    —Yo… A mí… A mí también me gustas… —balbuceé, mirando al suelo. ¿Cómo podía seguir andando?
    —Eso ya lo sé, atontado, por eso te lo he dicho —se rio.
    —¡No me llames atontado! —chillé. Ni siquiera estaba enfadado de verdad—. ¡Me ha costado mucho decirlo…!

    Daniel finalmente me miró, aunque yo no pude mirar más arriba del suelo que pisaba en ese momento. Pensé que iba a hacer alguna barbaridad delante de todos, pero en su lugar, dio un paso hacia mí, sin que nos detuviera de volver al transporte público, y me frotó el pelo con ganas.

    —Lo tendré en cuenta. Has estado muy mono —susurró.
    —«Mono», dice… podría haberme convertido en el Hades de Disney si no lo hubiera dicho.

    Daniel se rio con ganas y se me contagió… Y de alguna forma se rompió el momento. Llegamos hasta el tren rodeados de gente en un tenso pero alegre silencio, con mi nueva pequeña astilla clavada en el corazón, que recordaba que con Carla la escena había acabado de forma muy distinta y mucho más romántica.

    Pero miré de nuevo a Daniel. Él me sonrió como si le hubiera pasado una montaña de fanart adorable. No, todo estaba bien. Mi corazón me lo chilló a todo volumen desde el estómago. Todo estaba mejor que nunca.

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    Espero que os haya gustado <3 el fic está teniendo buenas atenciones en general, más de lo que cabría esperar de un original <3
796 replies since 28/7/2015
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