Posts written by Mare Infinitum

  1. .
    ¡Nuevo capítulo! He tardado un poco más, pero ha valido la pena (es que tengo otros proyectos de escritura en marcha XD)

    Este capítulo trata de mentiras y verdades (como la canción indica) pero son todas buenas y tienen su significado en la historia. Realmente este capítulo es bastante crucial para la historia jeje este capítulo no va solamente de Néstor jeje fans de otras parejas se frotarán las manos ;)

    ¡Amor! Gracies pel review jeje Kilian ja morirà quan li toqui morir, de moment el tenim a la presó jaja ja ho llegiràs. També tinc bones noticies respecte a Néstor, pero prefereixo que ho llegeixis tu mateixa.

    ------------------------------------------------------------------------------------------



    7. Foreigner – White Lie



    Néstor movió la mano en el aire como si se encontrara en un sueño, aún con los ojos cerrados. Apenas fueron unos centímetros en alto. Mario oyó como llamaba su nombre. Todos lo oyeron. Mario inmediatamente le cogió la mano, pero parecía que no la sentía.

    —Néstor, estoy aquí —le dijo calmadamente, esperando que no se le hubiera notado el nerviosismo y la angustia.

    De mientras, Vera había tenido tiempo de salir fuera, avisar al resto del grupo que Néstor estaba a punto de despertar y llamar al médico. Akira y Aire, que estaban dentro en silencio, se quedaron que no sabían si admirar la velocidad y los pies de gato de la chica u observar detenidamente cada movimiento que hiciera Néstor.

    —¿Cómo está? —preguntó el médico, con prisa, nada más entrar.
    —Está soñando —dijo Mario, abstraído, observando el rostro ahora apacible y calmado de su novio. Parecía feliz.
    —Creo que deberíais salir —les dijo el médico a Vera, Akira y Aire—. Quizá se altere al ver tanta gente.

    Ellos asintieron y salieron. Se podían oír los susurros de la conversación que iniciaron con los gemelos, Fénix y Simón. Se habían reunido allí nada más saber que habían encontrado a Néstor.

    El médico retrocedió hasta el pie de la cama, donde estaba la ficha de Néstor, y se quedó observándola.

    Mario miró alternativamente los ojos de Néstor y su mano, que había dejado de moverse y estaba recostada a un lado, apresando un poco el brazo de Mario. Y entonces vio como sus párpados se alzaban. Esperó unos segundos a que el chico se acostumbrara a la luz, pero no pudo aguantar mucho:

    —Hola Néstor. ¿Cómo estás? —le susurró.
    —Me has salvado… —dijo, mirando a ninguna parte. Parecía que estaba aún en su sueño. Pero entonces ladeó la cabeza ligeramente y le miró directamente a los ojos. Los ojos marrones que él había buscado en ese ser celestial y que habían resultado ser azules—. Me has salvado…
    —Pues claro que te he salvado, tonto. ¡Aún tengo que acosarte mucho antes de que te me mueras!

    Néstor sonrió al escucharle decir esa tontuna. No podía hacer otra cosa que sonreír.

    —Nadie me había salvado… Todo va a ir bien.

    Mario iba a responder a eso, pero entonces Néstor cerró los ojos de nuevo y se durmió, igual de calmado que justo antes de despertarse.

    * * *


    Néstor tardó un día entero en despertar de nuevo. Su cuerpo estaba tan estresado que no era capaz de mantener a su dueño activo.
    El resto del mundo seguía funcionando sin él. Todo el grupo excepto Mario y Vera volvió a sus casas, más tranquilos, sabiendo que Néstor volvería pronto a la normalidad. Pero los italianos no estaban tan seguros de eso de “normalidad”.

    —¿Crees que volverá a ser el de siempre?
    —Si esas marcas dejan cicatriz, lo dudo —comentó consternado Mario, mirando la barriga de su novio—. Pero haré todo lo que esté en mi mano para que lo sea.
    —Ese es mi primo —repuso con una sonrisa Vera.

    Hacia el atardecer, apareció uno de los policías que habían ayudado al grupo a buscar. Les dijo que Kilian se iba a declarar culpable en el juicio y que entraría en prisión de inmediato.

    —Ese hombre ya no os molestará más —sentenció el policía. Mario y Vera le dieron las gracias y se fue.

    Finalmente, ese día de descanso pasó y Néstor abrió los ojos de nuevo. Era media mañana y el sol entraba por una de las ventanas del hospital. Mario corrió a coger de la mano a su novio. Vera precisamente no estaba en esos momentos, había bajado a desayunar a la cafetería.

    Esa vez no había ninguna sonrisa ni ninguna cara feliz en Néstor. Estaba despierto, respondía cuando le hablaban, pero frecuentemente tenía la mirada perdida. El doctor les dijo que deberían tener paciencia con él.

    —No te preocupes, no me iré a ninguna parte —le aseguró Mario, cuando su ojitos azules empezó a sollozar temiendo que le abandonara—. No importa lo que te hiciera, no significa nada para mí, porque tú eres el Néstor que yo conozco y del que me he enamorado y sé que no cambiarás por esto, porque eres fuerte. Y me lo has demostrado resistiendo todo un día con ese cabrón, esperando que llegáramos a salvarte.
    —Lo siento… ¡lo siento! —Y se echó a llorar, apoyándose en el abdomen de Mario, mientras él le abrazaba—. No pude hacer nada… él me… me…

    No pudo seguir. Pero Mario sabía exactamente qué le había hecho. Le había azotado, le había hecho cortes, le había violado. Ese hijo de puta nunca tendría castigo suficiente para todo lo que hizo, pero Mario sabía que odiándole con todas sus fuerzas no conseguiría nada. Tenía que ser él mismo, el Mario que su novio conocía, para que todo volviera a la normalidad.

    —Bueno, pues entonces menos mal que llegué yo justo antes para marcar territorio, ¿no? —dijo con una sonrisa pícara.

    Néstor se quedó quieto un segundo, dejó de llorar y le miró. Entonces se le escapó una pequeña risita mezclada con el llanto.

    —Eres de lo que no hay… Hasta de lo más cruel consigues sacar una broma —le replicó, sin saber si sentirse enfadado, dolido, divertido o qué. Pero de algo estaba seguro, después de oírle decir eso—. Te quiero.
    —Yo también te quiero —le contestó, mientras bajaba a su nivel y le plantaba un corto beso en los labios. Luego le removió el pelo. Néstor sonrió como pudo, aún llorando.

    Al cabo de un rato, Vera volvió con el médico. Traía buenas noticias. Podría volver a casa al día siguiente, cuando le hubieran quitado los puntos de las heridas. Eso planteó un problema que Mario y Vera no habían previsto: Néstor no había visto sus propias heridas. Y no sabían cómo podría sobrellevarlo. El propio Néstor les dio una respuesta.

    —Tarde o temprano las voy a ver —dijo, mirando al vacío de nuevo—. No vale la pena mentirme a mí mismo y pensar que no están allí.

    Entonces se levantó de la cama (que ya podía) y se fue al baño. Mario esperó al otro lado de la puerta. Mario ya había visto a Néstor quedarse delante del espejo, mirándose durante un rato, la otra vez que había ido, y había probado de decirle que no era tan grave, que le habían puesto puntos solamente en las partes más profundas y que poca marca iba a quedar.

    —Blanca mentira —simplemente contestó Néstor, sin dejar de mirarse—. Puedo notar todas mis heridas despertar de golpe como agujas clavándose de nuevo cada vez que me muevo.
    —Lo he intentado…
    —Gracias.

    Néstor no mostró emoción alguna en esas palabras, pero tanto él, como Mario y como Vera (que había presenciado la escena) sabían que sí había algo de emoción. Días atrás, Néstor sorprendió a los italianos con lo que él llamó una “white lie”, en inglés, que se traduce en una mentira piadosa o con buenas intenciones. Cuando ellos le preguntaron de dónde había sacado esa expresión, les contestó que de una canción de amor de Foreigner. Así que si en ese estado medio deprimido, Néstor era capaz de pensar en una canción de amor, es que realmente lo agradecía y que se estaba recuperando, por poco que fuera.

    Fuera como fuera, parecía que Néstor iba a afrontar sus miedos y su dolor de cara. Cuando llegó el momento, al día siguiente, un par de médicos le quitaron la bata, dejándole en calzoncillos, y pudo verse. Agarró con fuerza la mano de Mario, que no le había querido dejar solo mientras estuvieran los médicos quitando los puntos. Todas esas marcas, esos tajos, esas líneas… Casi todas esas marcas estaban cicatrizando y tenían costras bastante grandes, que habían crecido por encima de los puntos. Se podía ver bastante bien esa forma de estrella y también lo que había escrito en el centro.

    —Vamos a quitarte las costras primero, ¿vale? Te dolerá un poco —le advirtió uno de los médicos.

    Antes de rascar cada trozo de costra, la humedecían con agua y luego le ponían alcohol para que la herida no se infectara. Luego le quitaban los puntos. Fue un trabajo muy laborioso y bastante doloroso, pero cuando acabaron y Néstor pudo dejar de apretar la mano de su novio (que ya debía de estar destrozada, pobre), sus caras habían cambiado.

    —Bueno —comentó feliz el mismo médico—. Parece que los puntos y las costras han hecho su efecto. Solo hay unas pocas que podrían dejar una cicatriz visible, por su posición. El resto es cuestión de tiempo que desaparezcan.

    Los tres chicos sonrieron agradecidos y los médicos se fueron. Vera y Mario se levantaron para verlo bien. Después de toda esa limpieza y de lo graves que parecían las heridas, realmente quedaban bastante ocultas las marcas.

    —Me siento observado —dijo Néstor, con una falsa mala cara. Él también estaba feliz. Mario le plantó el enésimo beso en la mejilla como respuesta. Vera hizo el típico “Oooh” de ternura y emoción—. Eres una mirona.
    —¡No puedo evitarlo! —dijo, sonriendo, moviendo la cabeza de un lado al otro y con los brazos en el pecho. Parecía la típica escena de anime en la que un personaje se deshace ante tanta ternura.
    —¡Cómo exageras! Que es un beso… —replicó Mario, girándose hacia ella—. Tú siempre igual…

    Ella hizo una risita de perversión, enseñando los dientes, y como respuesta se llevó una colleja.

    Al cabo de un par de horas, Néstor estaba preparado para salir del hospital. Costaba de encontrarle debajo de tanta ropa. Eso era porque Néstor había pasado tanto frío allí en ese sótano, que aún sentía el frío. De hecho, en su habitación los radiadores estaban a tope para que el chico estuviera a gusto. La de veces que Mario había replicado sobre el calor que hacía allí en ese par de horas era inimaginable.

    Abajo, toda la tropa esperaba la aparición de Néstor, como sorpresa. Incluso Aire y Fénix, que ambos iban muy a la suya, se habían presentado. El grupo que se habían montado por el móvil había sido de utilidad.

    —Pero ¿a dónde vas tan cubierto de ropa? —saltó Pasi, enseguida que aparecieron los chicos—. ¡Te vas a ahogar!
    —Quita, quita, ya se lo he dicho yo y nada —replicó Mario con voz cansada.

    Todos le dieron un gran recibimiento y Néstor respondió con sonrisas débiles y algún abrazo. El primero que lo hizo fue Simón, que no dijo nada, simplemente le abrazó.

    —Ha estado mordiéndose las uñas todo este tiempo —le explicó Jari—. Se presentaba en Miklagaard tempranísimo, desaparecía por ahí dentro y llegaba de madrugada.
    —¡Gracias por nada! —replicó Simón cuando soltó a su “hermano mayor”. No le gustaba mostrarse débil—. No era necesario que lo supiera.
    —Ya claro, ahora lo vas a llamar mentira piadosa —se burló Akira. Néstor sonrió y Mario y Vera soltaron una risita. Cuando se miraron entre ellos, Akira no pudo evitarlo—. ¿Qué he dicho?
    —Nada, nada, una coincidencia solamente…

    Akira se encogió de hombros y encabezó la marcha hacia el restaurante de Miklagaard.

    —Teóricamente hoy no nos toca trabajar, pero cocinar para nuestros amigos ya es otra cosa —dijo alegre Pasi. Se notaba que algo le mantenía motivado, pese a todo.

    Todo el camino hasta allí y también mientras esperaban la cena fue bastante animado. El grupo probaba lo que fuera para distraer a Néstor, hacerle reír, pero el pobre se encontraba batallando con su cuerpo para que no desfalleciera antes de hora, para que el dolor cesara.
    Que le hubieran quitado los puntos no significaba nada. El dolor seguía ahí, persistía, no se iba. Sabía que tardaría en desaparecer. Todo lo que podía hacer era intentar distraerse con sus amigos. Porque sabía que si no lo hacía, sentiría más dolor, le consumiría, le llevaría a las pesadillas que no dejaba de tener, y éstas a Kilian de nuevo. Ahora que podía, debía aprovechar la ocasión para superarlo lo más rápido posible.

    Estuvo algo abstraído hasta que Mario le cogió de la mano y le miró. Le sonrió. Y Néstor sonrió de vuelta.

    —¡Bueno! ¡Aquí tenéis la cena! ¡Ensalada y carne con patatas para todos! —anunció Jari.

    Por una vez, también estaban haciendo de camareros, solo que cuando acabaron de servir, se sentaron ellos también. Mario le dio un toque a Vera y a Néstor (básicamente a quienes tenía al lado) para que vieran donde él estaba mirando. Pasi sirviendo la comida con mucha educación a Simón y él cogiéndolo feliz como un niño pequeño.

    —Controlad vuestras hormonas —les susurró Mario. Aquello iba más por Vera que por Néstor, que simplemente observaba la escena, como siempre hacía. Cuando Néstor la miró, parecía temblar y a punto de montar la misma escenita que en el hospital.

    Cuando pasó el momento, en algún punto la conversación se tornó rara de narices y fueron a parar al comentario de Mario:

    —Oye, ¡pues yo pensaba que el único que sabía pelear aquí era Akira! —Todos se giraron hacia él y luego hacia Akira. Aire dio un respingo—. Aquí nuestro silencioso “melena plateada” se lució el otro día.

    Mario no especificó cuándo ni cómo, pero todos incluido Néstor sabían que hablaba de Kilian. Néstor no sabía qué había pasado mientras estuvo inconsciente, pero el grupo le aplaudió por saber apañárselas en caso de emergencia. Vera incluso dijo que se sentía más protegida. Aunque sólo a uno se le pasó por la cabeza un detalle al respecto. Que supiera luchar y que apareciera con moratones. Akira miró al albino durante un segundo con una mezcla de curiosidad, ira y sentimiento de haber sido engañado. A Néstor no le pasó por alto, como era costumbre, pero no dijo nada a riesgo de romper una cena tan animada.

    * * *


    Ya habían salido del restaurante. Los gemelos habían decidido ir a descansar pronto, porque al día siguiente tenían que seguir en el restaurante. Fénix les había llamado aburridos y se fue a seguir con la fiesta a otra parte… y de paso arrastró a Simón, que en realidad quería cuidarse un poco de Néstor, por una vez. Vera, Mario y Néstor fueron directos a casa. Akira había conseguido sin querer su ocasión ideal.

    —Supongo que es hora de hablar —dijo con voz cansada Aire. Sin darse cuenta, de nuevo estaban en la puerta de Miklagaard.
    —Sí —afirmó con contundencia—. ¿Es por eso que apareces con esos cardenales? ¿Porque te peleas con gente? —Aire no contestó. No movió un músculo de su cuerpo—. Dímelo. ¿Te maltratan?
    —No. No puedo decírtelo. Sólo me peleo y ya está —contestó finalmente, de la forma más seca y corta posible. Sabía que Akira no desistiría, aunque quizás una mentira piadosa diera su efecto. No quería que nadie, ni siquiera Akira, se metiera en su mundo.
    —¿Y no te preocupa que algún día te maten? —Esperó una respuesta que no llegó—. Porque a mí sí. Cada vez que te acercas tengo miedo que aparezcas peor y… y… ¡joder! No quiero que aparezcas con tantas heridas, parece que te hayan… —No pudo aguantar más las lágrimas. Por unos instantes se quedó quieto, cabizbajo, llorando en silencio. Entonces notó el cálido abrazo de Aire. Akira se agarró a él como si fuera la última cosa que pudiera hacer en su vida, porque realmente pensaba que podría ser la última que podría hacer con Aire. Temía por su vida—. Si encuentro al hijo de puta que te hace todo esto… te juro que me lo cargo. Y me da igual que sepas luchar. Porque yo sé luchar también y lo sabes.
    —¿Por qué quieres hacer daño a alguien si ni sabes por qué me lo hacen a mí? —Era una pregunta muy acertada. Akira tenía la respuesta en su boca, pero no se atrevió a articularla. Aire se separó un poco de él para mirarle bien—. Sé que esto, nuestra relación, es especial en muchos sentidos. No sé qué esperas de mí. No sé si quieres lo que tiene Néstor. No sé si quieres que nos quedemos como amigos o si quieres seguir adelante. En realidad, probablemente me cueste mucho darte nada de esto, porque en mi mundo, nada sale como uno quiere. Por eso no quiero que entres en él. Es mejor quedarnos como estamos ahora. Es mejor una mentira piadosa por ahora. ¿Crees que lo que sientes por mí se mantendrá intacto al alrededor de esta mentira?

    Akira quedó algo paralizado y cabizbajo. Sabía cómo era Aire. Y no podía saber el porqué. Su aura de misterio le gustaba a la vez que le angustiaba. Rara vez daba una explicación tan larga, así que aprovechó el momento sin lágrimas para hablar:

    —Entiendo que seas independiente. Es una de las cosas que me gustan de ti. No entiendo por qué no puedo entrar en tu mundo pero… No sé si me dices toda la verdad. Si te estás viendo con otra persona a la vez. Si esta personalidad tuya es una fachada que usas cuando estás aquí. Ni de qué modo te pegan, si contraatacas… Todo eso, en el fondo, no me incumbe. Porque no lo puedo ver. Ni puedo saber si es cierto o no. Depende de tu sinceridad, porque es tu mundo y no me dejas entrar en él. Pero luego llegas a mi mundo con cicatrices y heridas de tu mundo y… Estás dejando que vea lo que te pasa en tu mundo. Y siento la necesidad de hacer algo. No puedo quedarme de brazos cruzados esperando que un día tu mundo no choque con el mío, que vengas a verme sin un rasguño. Quiero ayudarte para que dejes de sentirte mal por tu mundo.
    —¿Por qué? ¿Por qué quieres enfrentarte a algo que no conoces cuando te he dicho que no puedes?
    —¡Porque te quiero, pedazo de hielo egoísta! —le soltó, finalmente. De nuevo las lágrimas se le agolpaban. Nunca había llorado dos veces seguidas—. ¡Porque quiero entrar en tu mundo, liarme a mamporros con quien sea y que tú seas feliz cuando todo haya acabado! ¡Me da igual si conservas lo que sea de tu mundo mientras no me llenes de angustia cuando entras en el mío! —Entonces se calmó un poco y, en contra de todo lo que siempre había hecho cuando le gustaba alguien, abrazó a Aire como si el propio Akira estuviera desprotegido—. Porque me da igual lo que me hagas esperar, yo esperaré. Porque nunca me había sentido tan débil, tan sensible. Ni tampoco tan angustiado por el estado de alguien. Me has ganado en indiferencia e independencia y por eso me preocupo más por ti que por nadie. Arriesgas tu vida cada día y te atreves a venir aquí, a enamorarme, irte y seguir arriesgando tu vida. ¿Cómo se supone que debo aceptar eso? Ni siquiera puedes prometerme que no te pelearás.
    —No, no puedo. Pero mientras pueda andar, seguiré haciendo chocar tu mundo con el mío —No le dio tiempo a Akira a replicar, sencillamente se encontró con la cabeza en alto y con los mullidos labios de Aire apretando los suyos durante unos segundos. Se separó ligeramente—. Cuando sea el momento, podrás entrar.
    —Pero como te pases con las peleas, el que te va a dar soy yo —le dijo con tono bromista, mientras le abrazaba de nuevo. Entonces se separó de golpe—. ¡Y como te atrevas a contarle a alguien cómo me he puesto ahora morirás de verdad, ¿está claro?!

    Aire rio por el comentario y se dejó abrazar de nuevo. Ese chico le iba a volver loco.

    * * *


    —¡Bueno! ¡Ya estamos en casita! —anunció contento Mario, mientras se tumbaba en el sofá. Néstor sonrió y Vera negó con la cabeza cuando vieron que empezaba a jugar con una DS—. ¿Qué? No tengo nada que hacer hasta que vaya a dormir.
    —¿Y si por casualidad necesito ayuda para mover ropa? —se quejó ella.
    —Solamente te vas a llevar el pijama y algo de ropa interior… Y siempre estas a tiempo de pasarte por aquí.

    Vera había decidido mudarse temporalmente al piso de Néstor, y que éste durmiera con Mario, para sentirse más seguro de sí mismo. Lo había propuesto el mismo Néstor de camino a casa. Total, era solo dormir, así que Vera no movió muchos trastos de sitio. Pero por quejarse que no quedara.

    En realidad, con la cena se les había hecho un poco tarde. El propio Mario decidió irse a la cama al cabo de poco. Vera y Néstor pensaron que era una buena idea y le siguieron (en especial el chico, que estaba que no se aguantaba. Si no dormía con lo cansado que estaba, no sabía qué podría hacerle dormir). Cuando Vera les deseó buenas noches y fue al otro piso, Néstor le pidió algo a su novio:

    —Amor, ¿te importa si estos días solo dormimos? —Mario supo que era serio con lo de “amor”. Nunca le llamaba así. Néstor pensaba que era demasiado cursi para él.
    —Claro, ¿por quién me has tomado? —replicó mientras salía del baño y entraba Néstor. De camino, se tomó su tiempo para abrazarle—. Que sea alocado y un acosador de bellezas como tú no significa que me haya vuelto insensible.
    —Gracias —dijo con una sonrisa. Mario y sus salidas…
    —No me lo estás poniendo fácil ya de buen principio, si me sonríes así. —Y le besó. Néstor se dio cuenta de que Mario iba en serio con lo que acababa de decir, porque en lugar de ser un beso apasionado y voraz de esos que en cualquier momento te podrías encontrar tumbado en la cama y sin ropa, era más bien un beso dulce, cálido, taimado, el que decía en susurros que todo iba a estar bien—. No esperarías que volviera a hacer de las mías como si nada, ¿verdad? No te preocupes, ya te acosaré constantemente cuando te hayas recuperado, porque me darás mucho tiempo para eso.

    Esa voz socarrona provocó una risita en Néstor.

    —Eres incorregible.
    —También me da la impresión que te va a costar tener noches apacibles, por cómo te has levantado estos días en el hospital. Así que si pasas una mala noche, despiértame. No hay problema.

    Néstor asintió, pero para sus adentros se prometió que no le molestaría mucho. Le gustaba que hicieran tantas cosas por él, pero al final acababa sintiéndose culpable.

    Cuando se tumbaron en la cama y cerraron la luz, Néstor notó el brazo libre de su novio rodearle por la barriga. Él se acurrucó cómodamente entre las sábanas, cerquita de su novio, y ambos se quedaron dormidos enseguida.

    * * *


    Pasaron unos días tranquilos. Mario y Néstor no salieron mucho de casa en ese tiempo, principalmente porque “ojos azules” se pasaba gran parte del día tumbado en la cama, pensando, escribiendo a veces. Mario solía dejarle a su rollo, aunque no sabía si era lo que Néstor necesitaba, pero pensaba que cuando quisiera, siempre estaba a tiempo de pasar por la habitación y darle un beso, o que el propio Néstor le llamara.

    Las noches eran lo peor. Desde la primera, todas y cada una empezaban con un sueño apacible que luego se volvía pesadilla. Néstor reconocía todas y cada una de ellas, porque las había tenido infinitas veces antes. Cada noche tenía como dos o tres, se despertaba asustado, se removía un poco, se acercaba a Mario para que su calor le diera cobijo, se dormía y otra pesadilla le acosaba. Todas las noches acababan con él en el baño mirándose en el espejo de esa forma, con la mirada perdida, o como si se estuviera analizando. Algunas veces se quitaba la camiseta del pijama y observaba las marcas un buen rato, hasta que Mario despertaba y le llevaba a la cama de nuevo.

    —Los latigazos ya casi no se ven —le dijo una de esas veces Néstor. No tenía ninguna expresión en la cara. Era como si el que estaba en el espejo no fuera él. O eso pensó Mario—. Pero siguen doliendo.

    Otra de esas veces, Mario le encontró dando vueltas por la habitación, como si la observara. Su excusa esa vez fue que si se despejaba, las pesadillas tardarían más en aparecer. Pero no funcionó, claro. También dijo, sin ninguna expresión de nuevo, que tuvo suerte que la violación no había tenido mayores consecuencias. Mario no acabó de entender cómo de día era tan sensible con el tema y de noche podía hablar de ello con tal tranquilidad y frialdad.

    Serían días tranquilos, pero las noches eran arena de otro costal.

    Vera y Simón seguían con sus clases, pero siempre que podían, se quedaban con la pareja a hacerles compañía y a jugar. Era entonces cuando Néstor salía de la habitación y se comportaba de esa forma sensible, más típica de él.

    Era como si durante el día se recuperara y de noche recayera. Todos los días igual.

    Un par de veces vino Akira a visitarles. Durante la primera, los italianos no pudieron resistir la tentación:

    —¿Qué pasó con Aire? ¿Os quedasteis solos, verdad? —empezó Vera con esa cara de pervertida que ponía cuando una pareja le gustaba.
    —Seguro que aprovecharon para ir a casa de alguno para… —Y lo dejó en el aire expresamente para que Akira se cabreara y el resto rieran.
    —¡No pasó nada! Es más, esta semana no le voy a ver.
    —¿Y eso?
    —Me avisó de que no vendría. Necesitaba estar en su mundo.

    Akira no quiso contarles nada de lo de que Aire se peleaba con gente, o su pequeña disputa o… nada. En realidad no hizo falta. Mario y Vera especularon tanto que al final tuvo que admitir eso de que se peleaba.

    —Y no, por lo visto no puedo hacer nada —sentenció Akira, mientras seguía jugando a la DS. Siempre hacía como si le importara poco, pero era pura fachada y todos en esa casa, incluso Simón, lo sabían.

    Simón esos días estuvo tranquilo. Decidió y anunció que no iría a Miklagaard mientras Néstor tampoco fuera, que era una forma de solidarizarse con él, y de paso no le preocupaba. No quería causar problemas, decía. Todos sabían que no era solamente por eso. Probablemente era por Pasi, pensaban.

    —Ya visteis lo de la cena —comentó Vera, emocionada. Mario y Néstor negaban con la cabeza y rezaban para que Simón no entrara en ese momento por la puerta—. Ahí hay algo y no es ningún secreto. Lo que no entiendo ahora es por qué no va a verle.
    —Le das demasiadas vueltas —le dijo Mario.
    —Pero es que hay para darlas. Si igualmente tiene clase, ¿qué le cuesta desviarse un día e ir a verle? No hace falta que esté todos los días aquí, tampoco… Ese chico va de un lado al otro.

    Al cabo de poco de acabar el tema, cuando ya anochecía, apareció Simón. Parecía que había tenido un mal día en clase. Pasó un segundo a saludar a todos y luego se metió en su casa.

    —Voy a hablar con él —dijo Néstor.

    Néstor abandonó por un rato su papel de víctima recuperándose para ser el hermano mayor que Simón necesitaba en esos momentos. Estaban todas las puertas abiertas, así que llegó rápidamente a su habitación. Estaba tumbado en la cama mirando al techo como si hubiera un espectáculo de luces o algo así, por su mirada curiosa. Era una de las técnicas que tenía Simón para fingir un buen estado y era a la vez señal que algo seguía sin ir bien. Como buen “hermano mayor”, Néstor lo sabía.

    —¿Cómo estás?
    —Bien —dijo sin dejar de fingir.
    —¿Han ido bien las clases?
    —Sí, han sido algo aburridas por ser de primero, pero en fin. He pasado un buen rato con mis amigos de allí.
    —¿Entonces qué haces aquí? —Simón le miró falsamente desconcertado. Era muy fácil de leer—. ¿No empieza pronto la fiesta en Miklagaard?
    —No, es bastante más tarde. —Una verdad, ya era algo—. Pero de todas formas no voy a ir, no me apetece.
    —Pero no es por mí, ¿a que no? Yo ya estoy mejor, tengo a Mario y a Vera que me cuidan si lo necesito y tú podrías estar por ahí sin problemas. Pero en vez de salir, te quedas todos los días aquí.

    Simón dejó de fingir. Encontró un verdadero desperdicio que durante todo ese tiempo alejado del mundo, inocente, no hubiera encontrado una mejor manera de ocultar sus sentimientos. Con sus padres funcionaba, pero con Néstor era como un libro abierto.

    —No quiero ir.
    —¿Es por Fénix?
    —No, ella se lo pasa en grande y hace que me lo pase yo también… aunque sea a su manera.
    —Tengo hasta miedo de preguntar qué es lo que ocurre cuando estás con ella —le dijo incómodo, pero con una sonrisa.
    —No es tan malo ni tan raro —le aseguró con falta de expresión en la cara. La misma que ponía Néstor por las noches—. Sé que me juzgáis. Y sé que os enteráis de algunas cosas que no os gustaría saber. Fénix tiene una vida muy activa.
    —Pienso que ir del cero a cien por cien a la hora de descubrir estas cosas no es bueno, cierto. Porque es peligroso y pueden aprovecharse de tu inocencia.
    —Bien, ¡pues ya no soy tan inocente! —le gritó, cabreado—. Lo que yo he visto perturbaría a todos los ángeles del cielo.
    —Pero que te juzguemos nosotros no te importa, sino hubieras dejado de ir hace mucho tiempo —siguió Néstor, omitiendo ese último y escalofriante comentario. Simón probó de disimular que tenía razón—. Hay alguien que sí que te importa que te juzgue por lo que haces. ¿Me equivoco? Y además creo que no te ha gustado lo que has visto.
    —No tengo nada más que hacer en mi vida que recuperar el tiempo perdido. Quiero ver dónde están mis límites, quiero conocerme, y es lo que estoy haciendo.
    —No es la mejor forma. Pero responde.
    —Todos en Miklagaard parecen saber qué es lo que hago. Y todos se acaban enterando de una forma u otra. No dejan que me justifique. Y luego veo esas miradas…

    Si no estaba a punto de llorar, lo estaba llevando muy bien.

    —Te preocupa que se enteren los Koskinen —sentenció Néstor. Se estaba cansando de dar rodeos. En eso Simón era un experto—. Ellos son los que vigilan a todos para que se comporten y siempre lo acaban sabiendo todo y viendo todo desde ese escenario.

    Eso era medio metáfora medio verdad. Ese escenario realmente estaba alto y seguro que se podía ver el fondo de la sala desde éste si los focos no cegaban a los músicos.

    —Sí.
    —Si no quieres que te juzguen, pasa más tiempo con nosotros en Miklagaard y aprende a decir que no a Fénix. Sólo la sigues porque crees que la admiras desde su primer concierto.
    —¿Estás ciego? Ya he dejado de ir.
    —Eso es huir. Deberías hablar con él. —Que dijera “él” y no “ellos” alarmó a Simón. Se giró hacia él con cara de sorpresa—. ¿Qué te pensabas? No estamos ciegos. Aunque quizás tú sí.

    Néstor le dio un corto abrazo y le dejó solo para que pensara. El pobre Simón se quedó un buen rato ahí pasmado, sin saber qué hacer o pensar.

    * * *


    Finalmente llegó el segundo viernes después del incidente con Kilian. Las pesadillas habían remitido bastante. Néstor había salido un par de veces a la calle para pasear con Mario. Pensó que ya estaba preparado, así que le pidió a su novio que ese viernes fueran al concierto de Miklagaard.

    —¿Estás seguro? —le preguntó Mario—. ¿No es un poco pronto?
    —Estoy bien, casi no me levanto por las noches ya. Y me apetece verlos de nuevo tocar. Aunque preferiría que fuéramos todos juntos esta vez.

    Mario insistió un poco en que quizá era mejor esperar, pero no tardó en ceder, sabiendo que esta vez irían los cuatro juntos y que Néstor quería sentarse en los sofás directamente, en vez de ver el concierto desde las primeras líneas.

    Fueron todos al concierto excepto Aire. Era el segundo viernes seguido que no aparecía. Akira no le había visto desde el día de la cena, cuando Néstor salió del hospital. Intentó relajarse e intentar alejar la angustia que sentía, pero temía por él. El concierto le iría bien. Los gemelos siempre conseguían que desconectara del mundo real.

    Cuando se encontraron todos, ya en Miklagaard, Mario y Néstor se separaron del resto y fueron directos al sofá. Néstor se sintió mucho más cómodo allí dentro y en seguida dejó caer su cabeza en el hombro de su novio.

    El concierto empezó con Fénix en cabeza, durante un par o tres de canciones. Iba a ser un concierto de rock. Cuando ella finalmente se bajó y se perdió entre la multitud, Jari cogió el micro para hablar.

    —Sabéis, hoy en nuestra sala ha vuelto una persona muy especial para nosotros. —Néstor frunció el ceño. Eso no lo esperaba—. Ha pasado recientemente por algo horrible, traumatizante, que no muchos podrían soportar. Nuestra sorpresa y admiración fue infinita cuando alguien cercano a él nos contó que lo primero que hizo cuando se miró al espejo, fue replicar un comentario de apoyo de su novio, ojo al dato, con una referencia de una canción de amor. —Néstor se giró bruscamente para mirar a Mario, él levantó las manos como si fuera inocente y ambos no pudieron evitar reírse un poco—. Y esa canción de amor es “White Lie”, o “mentira piadosa”, de Foreigner.
    —¡Todo esto es cosa tuya! —saltó Néstor cuando empezó la canción. Prácticamente se echó encima de él, tumbándole en el sofá—. ¡Vas a morir de cosquillas!

    Pero las cosquillas rápidamente se convirtieron en besos y las risas tenían otro significado. Néstor lo pensó bien: Lo tenía todo calculado. Había tenido tiempo de todo, de pedirles la canción, de explicarles la anécdota, todo. Y él ni tan siquiera había imaginado nada cuando el día anterior Mario le dijo que tenía que bajar a comprar cuatro cosas. Qué inocente.

    —Gracias —le dijo cuando acabó la canción.

    * * *


    El concierto había terminado. Había visto a Fénix de nuevo desaparecer en uno de esos puntos de la sala donde era mejor no meterse. Los gemelos estaban hablando con el resto de la banda, riéndose. Akira y Vera habían pillado in fraganti a los tortolitos besándose en el sofá. ¿Y él? Pues él estaba solo, en el piso de arriba. Se podía tener una buena vista de la sala desde esa especie de balcón.

    ¿Por qué antes no le importaba irse de fiesta (y otras cosas que no eran fiesta) y ahora se sentía mal por ello? Era libre como siempre había deseado, estaba explorando lo que nunca le habían enseñado, debería de ser feliz por poder hacerlo, pero pese a todo, ahí estaba, mirando a la nada. Le gustaban algunas cosas que había visto con Fénix. Ella le gustaba, quizás, si es que lo que sentía era eso. Entonces, ¿a qué esperaba? No estaba haciendo nada. No podía hacer nada. Néstor tenía razón. Temía que “él” pensara que era un depravado, que la libertad se le había subido a la cabeza, o lo peor de todo, que se diera cuenta que lo hacía sin querer hacerlo.

    —¿Qué haces aquí solo? —Era Pasi. No podía ser de otra forma—. Pensaba que estarías con el grupo, o con Fénix.
    —Pues no. Ya no quiero ir con ella.
    —Pues parecía que os lo pasabais bien juntos.
    —Y me lo pasaba bien. Estaba donde debía estar. Pero ahora… no sé cómo lo has hecho, pero me lo has arruinado. Ya no sé dónde debo estar. Te has metido entre mi libertad y yo.
    —¿Así que te sientes culpable por lo que has hecho?
    —No. Esa experiencia no me la quita nadie —dijo, riéndose a desgana.
    —Ven conmigo —le indicó Pasi, suspirando como cansado.

    Le guio por uno de los pasillos del piso superior, abrió una puerta y entraron dentro.

    —Si tienes intenciones de follarme, lo llevas claro —le espetó, cuando le dijo que se sentara en la cama.
    —Nada de eso —le tranquilizó Pasi. No pudo evitar sonreír ante ese comentario tan espontáneo—. Quiero que me cuentes qué pasa.
    —¿Por qué te interesa?

    Pasi no se atrevió a responder a eso, simplemente le repitió que lo hiciera, pero Simón no quiso. Ese chico era tozudo como una mula.

    —Entonces cuéntame qué has aprendido de Fénix.
    —Ppfft, casi mejor que te apliques lo de la canción de Néstor y te quedes con que “he aprendido lo justo”.
    —Si hubieras escuchado esa canción atentamente sabrías que dice que después de todo, una mentira piadosa no es nada.
    —Lo que sea.
    —Nada de lo que hayas hecho me va a sorprender. Todos hemos sido inocentes y nos hemos desmadrado. Y para demostrártelo, voy a revelarte un secreto que no conoce nadie más que Jari y yo. Es la muestra de que, digan lo que digan, no te puedo juzgar.

    Simón se sentó, interesado. Tenía que admitirlo, Pasi era como él, solo que mayor, más maduro, con experiencia, amable. Parecía que le entendía mejor que Néstor. Siempre era tan atento con él, sus canciones, sus detalles, su preocupación. Hacía como que no le importaba, pero se lo guardaba todo. Admitirlo en voz alta le iba a costar un mundo, pero Pasi le gustaba. Eso era lo que creía. Porque sentía lo mismo que con aquel chico de hacía tanto tiempo. Tenía ganas de verle, de notar esos detalles, de ir a sus conciertos. Y después de tanto seguir a Fénix, también tenía ganas de probar algunas cosas con él. Pensar eso le enrojeció y tuvo que concentrarse en escuchar a Pasi.

    —Bueno, supongo que ya te han dicho o has dado cuenta que Jari y yo estamos muy en sintonía. Podemos sentir cuando el otro lo está pasando mal, porque nota el sentimiento como si fuera suyo. Siempre nos respaldamos el uno al otro, pelea tras pelea, pérdida tras pérdida. Cuando llegamos a la adolescencia, empezamos a crecer y dejamos de tener cerebro temporalmente —Simón le rio la gracia—, pensamos que tal unión a la fuerza debía de significar algo más… pero todo el mundo sabe que aquello era un tabú. Por eso empezamos a ser algo más que hermanos en secreto. Y llegamos hasta el final. Dejé que me lo hiciera. Pero con el tiempo nuestros cerebros volvieron a su sitio y nos dimos cuenta que aquello estaba bien por lo bien que lo pasábamos, pero que el sentimiento seguía siendo el de hermanos. Lo dejamos, un poco en contra de mi voluntad. Jari empezó a salir con gente, pero todos le acababan haciendo daño, y entonces yo me ponía muy agresivo, hasta el punto de dar palizas a la gente como venganza, porque todo lo que sentía Jari, lo sentía yo también. Siempre volvía a mis brazos. Y siempre había otra persona que le gustaba, y la historia se repetía. De hecho, ni después de tantas mudanzas dejó de pasar eso. Que te cuenten los chicos qué pasó el día que llegaste tú. Ese hijo de perra que Jari consideraba novio recibió una buena esa noche. Y yo nunca he tenido a nadie más porque estaba ocupado poniendo en orden la vida de mi hermano, a la vez que no quería que él sufriera lo que yo sufría cada vez que le hacían daño.
    —Así que incesto… —Pasi asintió—. Esto supera todo lo que había imaginado. Supongo que realmente no puedes juzgarme. Siento todo esto vuestro.
    —Tranquilo.

    Su historia le había apaciguado. Ahora todo se entendía. Y eso no hizo que le gustara menos. No tenía prejuicios. Pero se sentía con la necesidad de sincerarse.

    —Fénix se pasa las noches enrollándose con tíos, tías, todo a la vez. No entiendo como saca tantas energías. ¿Sabes esas esquinas detrás de los pilares del edificio?
    —Sé qué se cuece por ahí.
    —Esos recovecos son como lo que llamáis cuarto oscuro. Y según Fénix, son “ligeritos”. Ahí no te enteras de quién estás besando, de quien te manosea. Como son espacios reducidos, siempre hay alguien vigilando cerca para que no se llene. Lo sé porque un día Fénix se metió dentro y me arrastró con ella. Fue uno de los primeros días que salía en serio de fiesta y no sabía dónde me metía. Me gustaba que alguien me tocara y me besara de esa manera, aunque no lo supiera por mis reacciones. Pero cuando estás tan apretado, al final te acaba estresando. Cuando Fénix me hizo salir, después de intentar quitarme la camiseta y otras cosas, me dijo que ya habíamos calentado y salimos de Miklagaard. Se ve que aquello es solo el inicio, porque me llevó a un sitio bastante más pequeño, desordenado y sucio, donde conocí a gente que ya estaba acostumbrada a Fénix. Ella no tardó en desaparecer con dos tías y me quedé solo. Allí no importaba quien mirara, todos estaban desnudos o casi desnudos y se hacían de todo a la vista de todos. Y cuando la cosa llegaba al límite, se metían en una habitación y punto. Muchas veces me dejé llevar por esa locura y me quedaba en calzoncillos mientras alguna chica o un tío de poca más edad como yo probaba de seguir adelante y llevarme a la cama. Nunca me dejé. Pero lo que vi allí es suficiente para saber qué es lo que quiero y lo que no.
    —¿Y todos los días hasta lo de Néstor fueron así? —Pasi parecía molesto por todo lo que le había contado.
    —No, esos eran los días que me dejaba llevar por Fénix. Muchos días me quedaba en Miklagaard de fiesta, o escuchando música, o en ese rincón, porque allí son bastante más discretos y se contienen más.
    —Y ahora has dejado de hacerlo.
    —Sí. No quería que me vieras como un pervertido. Sé que lo has pensado. Era muy inocente. Me tenían encerrado en mi casa, y cuando pude escapar, me desmadré. Pero sigo siendo inocente, en cierto sentido. No me llamaban aguafiestas en ese sitio de mala muerte por nada.

    Eso hizo sonreír a Pasi. Probablemente a Néstor también. Ambos se comportaban de una forma parecida, solo que… bueno Pasi lo enfocaba de otra manera. Parecía celoso de esa gente.

    —Voy a dejar de seguir a Fénix, aunque ya lo sepas. Ya no me interesa. Quiero hacer todo eso, pero ni con ella, ni con esa gente. Quiero a alguien especial. ¡Y desde luego que no haya nadie más mirando!

    Se rieron un buen rato de cosas como esa. La conversación se volvió intrascendente y graciosa y al final se encontraron un punto muerto.

    —Deberíamos bajar —comentó Pasi.
    —Tienes razón. ¿Vienes?
    —Ahora bajaré, tú ve tirando.
    —Oye —le dijo, cuando ya estaba en la puerta—. No sé cómo va esto… No sé cuál es el siguiente paso. Pero te estaré esperando.
    Y cerró la puerta, dejando a Pasi totalmente congelado y con la cara enrojecida.

    -------------------------------------------------------------------------------------------------



    Y como siempre, la canción del capítulo:


    Edited by Kaiku-kun - 23/2/2016, 22:20
  2. .
    Hola de nuevo jeje he tardado muy poquito en colgar el siguiente capítulo, mi novia estaba que echaba chispas por el final de capítulo y me esclavizó para que lo acabara pronto jaja
    A los que se le hiera la sensibilidad enseguida, mejor saltarse las partes del capítulo donde aparezca Néstor (se puede leer igual) y los que no sean tolerantes, que pasen de la canción... no es para mentes débiles XD

    Amor: no importa el comentari, ja faras review d'aquest... si es que pots jaja t'estimo!

    ----------------------------------------------------------------------------------------------------------



    6. Dissection – Night’s Blood



    Néstor se removió en su sitio como si acabara de despertar de un sueño muy profundo y largo. Lo primero que oyó al hacerlo fue la lluvia. Había una tormenta justo encima de la ciudad. Rayos, truenos, viento. En particular disfrutaba de esos sonidos. Cuando afinó el oído, oyó música. Era tan rápida que era como si mil truenos se sumaran a la tormenta. No alcanzaba a oír la letra, la voz era como si viniera del fondo de una caverna.

    Entonces se dio cuenta. Tenía los oídos entumecidos. Le costaba notar sus brazos y sus piernas. Donde quiera que estuviera, hacía mucho frío y se notaba humedad. Nada le cubría, y no parecía de debajo de él hubiera ninguna manta con la que taparse, tampoco.

    —¿Dónde estoy? —balbuceó. No recordaba que la noche hubiera ido tan mal en Miklagaard.

    Abrió los ojos. Estaba todo bastante a oscuras, en la penumbra. La única luz provenía de una ventana que casi rozaba el techo. Por ahí se colaba el frío, un poco de agua y una luz de mañana gris. Parecía un sótano. Aún estaba atontado, porque no fue capaz de decir nada cuando alguien fue a cerrar las ventanas.

    La canción acabó. Un trueno hizo retumbar las paredes de la habitación, fuera la que fuera. Justo después, la canción volvió a empezar, de nuevo con esos truenos simulados. Era la tormenta perfecta.

    Tardó un buen rato en acostumbrarse a esa rara luz. La música le mantenía despierto y a la vez le costaba centrarse. Entonces se miró. No llevaba ropa encima. Había una manta raída que cubría su entre pierna y todo lo que había a su alrededor. Precisamente una parte en la que no tenía sensibilidad. Probó de taparse mejor, pero entonces descubrió lo peor. Estaba atado de manos y pies a la cama. Por eso no sentía sus extremidades. Empezó a sentir pánico.

    —¡So-socorro! —gritó, con el poco aire que tenía—. ¡Ayuda! ¿Hay alguien?

    Nadie contestó. Se había quedado sin aire.

    Algunas imágenes le vinieron a la cabeza, mientras recuperaba el aire. Recordaba haber salido de casa. Recordaba cogerse del brazo de Mario bien feliz. Recordaba ir hacia Miklagaard. Y no recordaba haber llegado. Su cara puso automáticamente una mueca de espanto. ¿Y Mario? ¿Qué le había pasado?

    —¿Mario? ¡Si esto es algún juego tuyo no me gusta! —gritó, esperando que realmente fuera eso—. ¿Qué nadie puede oírme? ¡Maldita sea!

    La canción si le oyó. Apenas hubo acabado de gritar, que sonó un verso tremendamente parecido a lo que él acababa de decir: “But can you hear my cries?”. Un verso tan perturbador en una canción tan violenta sonoramente como esa solo la podía haber descubierto una persona. Se detuvo en seco, congelado.

    —No, nadie va a poder escuchar tus gritos —contestó una voz al verso de la canción. Esa voz era inconfundible. No había otro que supiera hablar de esa manera tan tétrica. Le había encontrado—. Hola, juguetito mío. Me ha costado mucho encontrarte, no deberías escapar así.
    —Maldito cerdo hijo de… —blasfemó, revolviéndose para liberarse de sus ataduras.
    —Ahórrate el esfuerzo, no podrás escapar. —Ese demonio le estaba hablando desde la penumbra, al lado del aparato del que salía la música—. Estás en mis manos, juguetito. Pero veo que tus nuevos amiguitos te han quitado el miedo, ahora te revuelves más y te atreves a insultarme. No te preocupes, eso se puede arreglar. Nos libraremos de esa resistencia muy pronto, créeme. En el fondo todo eso es una fachada y sigues siendo igual de débil que cuando éramos niños. Por ahora, acomódate en tu nueva casa y disfruta de la música. Volveré muy pronto.

    Kilian salió de entre las sombras simplemente para meterle miedo a su presa con su sonrisa sádica y salió de la habitación, cerrando la puerta mientras oía con sumo placer los gritos e insultos de Néstor.

    * * *


    Palpó el suelo. No lo era. Era blando. Estaba reclinado en algún sitio. Había gente hablando a su alrededor. La cabeza le daba vueltas y le dolía mucho. Con los ojos cerrados, se puso a repasar lo que había pasado. Pero no le hizo falta.

    —Néstor… ¿dónde está Néstor? —preguntó, con la boca entumecida aún, pese a que lo que él quería demostrar era urgencia. Abrió los ojos. La luz le cegó, y varias sombras se congregaron a su alrededor y le decían cosas, pero no entendía nada. Solo le cabía en la cabeza Néstor—. Se lo ha llevado… ¡Se lo ha llevado!

    Intentó levantarse de esa cama blanca, pero dos manos le frenaron y le volvieron a reclinar. No se notaba con fuerzas para resistirse, pero las sacaría de la nada si hacía falta.

    —Mario, ¿estás bien? —Era la voz de Vera. Sonaba llorosa, pero de forma lejana. Le pitaban los oídos.
    —Tengo que encontrarle…
    —No estás en condiciones —le contó una voz desconocida. Recuperando mejor la vista, vio que era un médico. Estaba en el hospital—. Te tendremos aquí hasta mañana.

    Sus ojos adormilados se abrieron como platos y se encendieron de rabia. Ese bastardo de Kilian se lo había llevado. Y no podía hacer nada. Pero iba a hacer lo que fuera. De nuevo probó de levantarse, y esa vez necesitaron de dos personas para mantenerle tumbado. A la próxima no le podrían detener.

    —Hemos llamado a la policía —le informó Vera—. Le están buscando. ¿Recuerdas algo?
    —Nos atacó por la espalda, el muy cobarde —maldijo, apretando los puños—. No le vimos… Se lo ha llevado… vi como lo hacía. Iba hacia el sur de la ciudad.

    Vera asintió y salió corriendo. Fuera de la habitación había un policía, al que informó del detalle, y éste avisó al resto.

    Miró a su alrededor. Estaba solo en la habitación, a parte del médico. Era de día. Se oían truenos y lluvia. ¿Cómo había perdido tanto tiempo descansando?

    —Te has llevado un fuerte golpe en la cabeza. Te hemos tenido que coser y todo.
    —¿Tengo que estarme todo un día aquí?
    —Por lo menos hasta la noche. Si todo va bien.
    —¿No puede acelerarlo?
    —No puedo curar con las manos, hijo, lo siento.

    Mario quedó resignado a esperar unas horas, quieto, sin moverse. Le habían puesto una aguja en la vena y todo, aunque él pensaba que solo servía para que no saliera pitando de allí. Al cabo de un rato, Akira, Simón y Vera aparecieron.

    —Deberíais estar ayudando a la policía —se quejó, removiéndose en su sitio. Los puntos en la cabeza le molestaban.
    —Ya lo hemos hecho —comentó Simón, exasperado por la falta de movimiento—. Dicen que ya no podemos hacer más.
    —Eso ya lo veremos. Y no preguntéis que cómo estoy y esas chorradas. Hasta que Néstor no vuelva y ese cerdo asqueroso la haya palmado o esté en la cárcel, no voy a estar bien. ¿Y los mellizos y Fénix?
    —Ellos están buscando por los alrededores de Miklagaard. Hace un rato les hemos dicho que habías despertado.

    Mario se miró a sí mismo. Estaba sin la ropa que llevaba ayer, excepto por los calzoncillos. Estaban algo húmedos. Seguro que el resto de la ropa estaba empapada. Iba a salir de allí en cuanto tuviera ocasión.

    —Nos debe de haber visto a todos —pensó en voz alta, pero con la mirada en sus pies—. Akira. Necesitamos a Aire.

    El moreno bajó la cabeza y musitó que no tenía forma de contactar con él.

    —Entonces tarde o temprano llegará.
    —¿Cómo estás tan seguro?

    Señaló una tele. En el noticiario local precisamente daban la noticia de que Néstor había desaparecido. Tenía la esperanza que ese misterioso chico viera las noticias frecuentemente.

    * * *


    Pasaron varias horas de frío, humedad, escalofríos y de castañeo de dientes. Notaba la frente algo más caliente. Tenía fiebre. Si seguía a este paso, ese inútil de Kilian le iba a matar sin darse cuenta.

    —¡Tú, hijo de puta! ¿Me oyes? ¡Me vas a matar de frío! —Era la enésima vez que le llamaba para que le cubriera con algo, pero allí seguía, inmovilizado y desatendido.

    De vez en cuando se sacudía lo poco que podía para entrar en calor, pero de poco le servía. Todo lo que sudaba luego se enfriaba y era peor.

    Cuando pensó que ya había pasado medio día oyendo esa maldita canción una y otra vez y los truenos hubieron cesado, la puerta se abrió de nuevo.

    —Veo que has hecho unos amigos muy pesados, ¿eh? Me andan buscando por toda la ciudad. Pero da igual, para cuando me hayan encontrado ya habré acabado contigo. Aun así, te mereces un castigo ejemplar por haber huido de mí y encima enrollarte con esa basura.
    —¡Mario me encontrará y te hará picadillo!
    —Eso ya lo veremos. —Entonces se puso a pie de cama y le alzó la manta que llevaba encima de las piernas. Chistó cuando vio algo que no esperaba—. Muy mal… muy muy mal. Tanto tiempo reservándome para este momento para que tú te hayas tirado a ese debilucho. He hecho tanto por ti… y mira cómo me lo has pagado. Eso sí merece un buen castigo.

    Néstor tragó saliva. Hasta entonces Kilian sonreía, y eso significaba tiempo y menos posibilidades de sufrir. Pero estaba enfadado. Los castigos de cuando le arrinconaba y le perseguía durante la ESO fueron inclementes. Le pegaba en sitios donde no se pudiera ver. Lo azotaba con todo lo que tuviera a mano. Le tiraba al barro y luego le obligaba a abrazarle como si fuera suyo. Muchas veces le decía que si no fuera porque los besos le asqueaban, también le obligaría a eso. Al final de cada castigo llegaba a casa cubierto de barro y lleno de heridas que sus padres nunca vieron.

    Kilian se metió entre un montón de trastos y de ahí sacó un látigo. Néstor se revolvió como pudo cuando vio que era de los de verdad y tenía como cuatro o cinco extremidades.

    —Tengo un nuevo amiguito que te hará entrar en calor. Es una lástima que no te mole todo esto, tú y yo lo podríamos pasar realmente bien…

    Esas palabras las pronunció con un hilito de voz, como si realmente se lamentara.

    —¡Aunque me gustara jamás estaría contigo, sádico asqueroso!
    —Realmente te has vuelto muy rebelde… antes era mucho más dócil. No me gusta eso en lo que te has convertido.

    Y sin previo aviso vino el primer latigazo. Le despertó todo el cuerpo de golpe y gritó de dolor. Notaba el pecho, la barriga y las piernas doloridas… pero sabía que eso solo era el principio.

    —¡Y tampoco —segundo latigazo— aguantas —tercer latigazo— nada! Qué débil te has vuelto. Antes aguantabas estoicamente todo lo que te hacía, esperando que me cansara, o algo. Pero ahora estás desentrenado.

    Néstor no pudo aguantar sus lágrimas. Su cuerpo era como un volcán de dolor, la sangre salía a través de las profundas heridas que había creado el látigo. “Date prisa Mario… no sé cuánto podré aguantar…”

    Kilian se acercó al torturado chico y le quitó la manta que le cubría la entrepierna y sin decir palabra le dio el cuarto latigazo con toda su rabia.

    —¡¡Aaaggh!! ¡Hijo de puta…!
    —Quieres más, ¿eh? —Y le propinó otro latigazo. Néstor enmudeció con el dolor después de notarlo. Se sentía mareado. Notaba las cosquillas de la sangre escapando de su cuerpo, resbalando por los lados. Empezaba a no sentir algunas partes, de nuevo—. Eso ya me gusta más.

    Entonces descansó. Néstor pudo relajar la mente. Tenía que huir de ahí, aunque fuera solo pensando. Pero esa infernal canción sobre sangre, hielo y desesperación le mantenían atrapado en esa habitación. Kilian sabía hacerle sufrir. El cabrón se dio cuenta del detalle de la música y subió el volumen al máximo.

    —Esto te mantendrá vivo y cuerdo —dijo, riendo. Néstor casi no podía oírle—. ¿Sabes? El cantante de esta banda se voló los sesos con una escopeta en el centro de un ritual improvisado que hizo en su casa. Había un libro abierto de la secta en la que estaba. Dentro había una nota que decía que ya había cumplido todas sus expectativas en la vida y que no hacía falta estar más tiempo allí. Curiosamente, la última canción que tocó en concierto decía que él estaría para siempre como siervo de Maha Kali, la diosa hindú de la destrucción y la depravación. Qué ingenuo. Tantas cosas por hacer y se suicida. Esa es la diferencia entre él y yo. Yo siempre te torturaré, aunque sea en tus sueños. Nunca moriré.
    —¡Eres un monstruo! —dijo Néstor con un hilo de voz ronca.
    —Es probable. Pero lo dices porque no ves lo que yo veo. Yo te quiero. Y todo esto es por tu bien.

    Con las pocas fuerzas que le quedaban, Néstor se revolvió una vez más, pero las cuerdas seguían sin ceder. Entonces se desmayó.

    * * *


    Ya casi era de noche. Los policías seguían sin tener una guía o una idea siquiera de dónde podría estar Néstor. Mario estuvo varias veces tentado de levantarse solamente para darles dos ostias y que espabilaran. Si el tiempo era tan crucial ¿por qué estaban de brazos cruzados?
    Sus amigos tampoco le habían dicho nada nuevo desde Miklagaard. Simón, Akira y Vera seguían fuera, esperando la llegada de noticias… o de un milagro.

    Hacia las nueve, el médico entró en la habitación.

    —Te daremos el alta. No tienes nada grave, el golpe se está curando bien, pero tienes que reposar. Supongo que ya lo harás cuando encuentren a vuestro amigo.

    Ese gesto de compasión fue un bonito detalle. Mario le dio las gracias y empezó a vestirse. El médico se lo contó también a sus amigos y a los dos policías, que seguían allí, según decían, para la seguridad de Mario. Cuando éste salió, miró a los policías de mala gana, giró la cabeza y encontró una cara conocida, buscando por los pasillos.

    —¡Aire! ¡Aquí! —le llamó él. Le pareció penoso que lo viera él antes que Akira.

    El chico albino se acercó corriendo. Iba empapado y goteando, aunque hacía horas que había dejado de llover.

    —¿Qué te ha pasado? ¿Qué has hecho para ir así? —Ese fue todo el saludo de Akira.
    —Vi como se lo llevaba a cuestas —empezó, resollando. Daba la impresión que había ido corriendo hasta el hospital—. Le seguí durante toda la noche. Le perdí la pista por la mañana, entre los callejones del barrio de las afueras.
    —La zona industrial. Está más al sur de lo que pensábamos —comentó un policía. Comunicó el descubrimiento de Aire a sus compañeros y luego les habló de nuevo—: Venid con nosotros. Somos demasiado pocos para buscar en ese barrio. Necesitamos toda la ayuda posible. Os llevamos.

    Se fueron todos a paso ligero a dos coches patrulla que había aparcados a la entrada del hospital. Mario seguía mareado, eso no era precisamente reposar, pero le daba igual. Precisamente el hospital estaba justo al otro lado de la ciudad, así que aún iban a tardar un rato. Aprovechó para descansar un poco, pero no consiguió dormirse. Quería estar pendiente de cualquier detalle.

    Cuando llegaron a las afueras, había pasado media hora. Volvían a caer algunas gotas. Mario las agradeció le enfriaban la cabeza, que parecía que le estuviera a punto de estallar.

    —Nos dividiremos en dos grupos. Vosotros dos iréis conmigo y mi compañero —anunció el policía que les había propuesto acompañarles, señalando a Vera y a Simón—. El resto iréis con ellos dos. Hay más equipos buscando ya, si os encontráis con ellos, dividíos para ayudarles.

    Y empezaron a buscar, edificio por edificio. Las calles eran estrechas, pero aquellos edificios acostumbraban a ser silenciosos o estaban abandonados, así que cualquier ruido extraño destacaría. Por eso entraban discretamente en todos los edificios y registraban cada habitación. Iba a ser una noche muy larga.

    * * *


    Néstor volvió a despertar por culpa del dolor. Se había hecho de noche. La ventana estaba abierta y volvía a llover. Otra vez el frío le atenazaba, y encima reavivaba las heridas, por lo que el dolor se volvía insoportable. Ni siquiera estando inconsciente podía no sentirlo.
    La música volvía a sonar floja. Eso era un alivio. Seguro que ese sádico pensaba que la ventana abierta con música a tope no hacía buena combinación.

    Conservaba sus esperanzas de que Mario o ya quien fuera le encontrara, así que con todo el aire que pudo recoger, empezó a gritar de nuevo, a buscar ayuda, pero nadie respondió.

    Al cabo de un rato oyó pasos de nuevo. Era Kilian de nuevo. Abrió la puerta y la cerró muy fuerte. Estaba cabreado de nuevo. Cerró la ventana y dejó como única luz unas velas que había alrededor de la cama.

    —¿Sabes? Pensaba que esto iba a resultar más divertido. Como en los viejos tiempos. Pero realmente tus amiguitos se están volviendo muy pesados. Ya saben que te tengo retenido en este barrio y no dejan de buscar, no se rinden. Pero no te preocupes, les he dejado un señuelo. Nos dará el tiempo que necesito para acabar contigo. ¿Por qué tuviste que huir? Con lo fácil y divertido que resultaba antes. —Entonces sacó un cuchillo de su espalda—. Supongo que te gusta que te castiguen, porque es lo que vas a tener.

    Néstor se revolvió una vez más, pero casi no tenía fuerzas para moverse. Y menos para gritar. Entonces llegó el primer corte. Néstor gimió y se movió un poco, pero Kilian lo inmovilizó, sentándose encima de sus piernas.

    —Si te mueves no quedará bien y te dolerá más.

    No alcanzó a entender qué quería decir con eso, pero no tuvo tiempo de pensarlo porque los cortes no se detenían y eran largos y dolorosos.

    —Me encanta oírte gritar… me encanta dejarte todas esas marcas… me encantas —empezó a enumerar. Esa voz ya no sonaba psicópata, sonaba pervertida. Ese hijo de puta se estaba poniendo cachondo.

    Corte tras corte, Néstor notaba como su esperanza iba desapareciendo. Los cortes eran mucho peores cuando pasaban por encima de los latigazos, que no querían curarse. Contenía sus gritos y el dolor tanto como podía para no darle ese placer a Kilian, pero casi siempre era inevitable. Se sentía débil, atrapado, solo, indefenso, abandonado. Todo el poder lo tenía ese monstruo. Entonces los cortes fueron más cortos y agresivos, y todos rondaban el estómago y el pecho. Ya no le quedaban lágrimas en los ojos para demostrar el dolor. La sangre escapaba de su cuerpo como si le odiara. Su cuerpo le pedía la rendición. Y estaba empezando a pensar que debería hacerle caso.

    * * *


    —Atención. Hemos encontrado algo en la calle 5 de los almacenes —se oyó por el comunicador de la policía—. Necesitamos que uno de los jóvenes venga a comprobarlo.

    Al cabo de nada, todos estaban en esa casa, aunque el resto de policías seguía buscando.

    —No puedo, no puedo entrar ahí —dijo Vera, retrocediendo, con lágrimas en los ojos.
    —Vamos nosotros dos —propuso Mario, señalando a Aire.

    Entonces los policías que estaban apostados en la entrada del almacén, que era bastante pequeño en realidad, rompieron la cerradura de la puerta y entraron. Todos esperaron algún tipo de ruido, pero solamente se oía música de la radio de fondo.

    —Podéis entrar —avisó uno de los policías.
    —Hay dos hombres inconscientes, enviad ambulancias —ordenó otro.

    Mario se acercó con miedo a la puerta. Uno de los hombres estaba sentado en una silla, como dormido. El otro estaba atado en una cama, de brazos y pies, con una mordaza. Estaba desnudo y ensangrentado.

    —No son ellos —dijo Aire, simplemente, mientras Mario observaba con horror una estrella de diez puntas grabada a cuchillo en el pobre hombre. Las puntas eran unas velas que había alrededor de la cama. Así que de eso era capaz Kilian…
    —Este ha muerto. El de la silla sigue con vida —anunció el policía que les había dejado pasar.
    —Es un señuelo —dijo otro.
    —Nos está haciendo perder el tiempo para usarlo contra Néstor —musitó lleno de rabia Mario.

    Él y Aire salieron asqueados y rabiosos de la escena del crimen, pero también esperanzados. Néstor seguía vivo. En cambio, de Kilian no se podría decir lo mismo si Mario le conseguía pillar. No le quedaba tiempo de libertad, sea como fuere.

    —No eran ellos —repitió Aire para el resto del grupo. Éstos respiraron aliviados.
    —Hay que seguir buscando —dijo uno de los policías con los que iban—. Nos dividiremos de nuevo.

    “Te encontraré, ojitos azules. Lo prometo”.

    * * *


    —Ha quedado perfecto —se dijo Kilian, orgulloso. Néstor casi no le podía oír, su dolor y su sufrimiento ahogaban casi todo hecho externo a él. Sintió como si mil agujas se clavaran de golpe cuando su secuestrador le pasó la manta por encima para secarle un poco de la sangre que sobraba. Entonces se levantó y se puso como si mirara su obra de arte desde la distancia—. Ahora queda más bonito.

    Néstor hubiera protestado, le habría insultado, amenazado, se habría removido, pero ya no era capaz de nada. Solamente podía esperar. Y como más esperaba, más tenía por seguro que su lugar era lejos de ese mundo y la muerte no le parecía tan mala idea. Volvió a caer en picado hacia la tierra cuando se dio cuenta de que Kilian se estaba quitando toda la ropa.

    —Ahora ya estás listo. Recordarás bien este día como la sangre de la noche.

    Sintió de nuevo ese millar de agujas clavadas, todas esparcidas por las heridas que tenía por la barriga, pero esta vez entraban todas por su trasero. Hizo una mueca de dolor que ya no desaparecería, porque con cada embestida brutal, todas sus heridas latían con fuerza y le gritaban a la vez que las dejara sangrar con libertad. Kilian era un salvaje, se mirara por donde se mirara. Solamente se podía sentir dolor, ningún sentimiento existía a parte de la sensación de querer desaparecer. Nunca le había torturado de tal forma y sabía que no aguantaría mucho más así que… ¿por qué no morir de una forma tranquila? Por eso sintió su cuerpo abandonar toda la resistencia que le quedaba, ya languidecía. Néstor sintió cómo se alejaba de ese mundo, nunca sin abandonar el dolor y menos esa música infernal y torturada. Él solamente quería dormir tranquilo…

    * * *


    Ya era noche cerrada. Apenas quedaban edificios para registrar cuando Mario y Aire detectaron a lo lejos el sonido de una música estridente. No se oía nada más en toda la manzana, así que corrieron incluso por delante de los policías hacia dónde provenía el sonido. Cuando estuvieron delante de la puerta del edificio, los policías decidieron dividir fuerzas:

    —Vosotros, chicos, buscad una entrada alternativa. Nosotros aguardaremos un par de minutos y entraremos por aquí.

    Mario y Aire asintieron y rodearon el edificio buscando alguna ventana o una puerta, pero lo único que encontraron fue una ventana cerrada pegada al suelo. Aquello era la ventana de un sótano. Estaba cerrada, pero se oía perfectamente la música salir de esa habitación. Entonces ambos miraron dentro y vieron un cuerpo tumbado y otro de pie, observando. Aire apartó a Mario de la ventana porque sabía que era capaz de lanzarse ciegamente a por su novio, se lo veía en sus ojos.

    —Entraré yo primero y romperé el cristal y luego entras tú a por Néstor—le dijo para hacer que se centrara—. Esperaremos a oír a la policía entrar.

    Esperaron algo impacientes a que sonara el “crack” que indicaba la entrada de la policía. Fueron los dos minutos más largos de sus vidas. En cuanto se oyó, la figura que estaba de pie se alteró, y fue entonces cuando Aire entró arrollando con el cristal, después de darse impulso a la carrera. Aire cayó dentro, seguro, y cuando se hubo levantado, entró Mario, que fue directo hacia Néstor.

    —¡Dios! ¡Néstor! ¡Despierta!
    —Ya os lo podéis llevar, ya he acabado con él. —Pero en vez de rendirse, el que supusieron que era Kilian, un animal tan alto como Mario y de voz ronca, se lanzó a Aire para atacarle, con el puño en alto.
    —Patético —simplemente replicó Aire.

    Y no lo dijo por nada, pues agarró a Kilian por el mismo brazo y, con la misma inercia, lo lanzó de vuelta de manera que el secuestrador quedó estampado contra la pared. Aire saltó sobre él con el puño en alto y él sí que acertó. Le giró totalmente la cara, seguido de una patada en las costillas que acabaron de hacer ceder la puerta. Kilian estaba en el suelo, gimiendo de dolor, justo cuando la policía aparecía para acorralarle.

    —¿Cómo está? —preguntó Aire, seguido de uno de los policías.
    —¡Necesitamos una ambulancia! —ordenó el policía.

    Mario no era capaz de decir nada más que no fuera llamar a Néstor con desesperación, pero no recibía respuesta. Estaba llorando, algo que casi nunca había hecho.

    Mientras le rogaba que volviera en él, le quitó sus ataduras y lo cargó en brazos hasta la salida del almacén. La ambulancia ya estaba allí, pero al resto del grupo le dio tiempo de ver qué era lo que Kilian le había hecho a Néstor. La estrella de diez puntas incompleta, de nuevo. En el centro de la misma, con cortes más profundos, había gravado un espeluznante “ERES MÍO”. Vera rompió a llorar y Simón estaba a punto. Akira abrazó a sus amigos, animándoles, diciéndoles que todo había acabado.

    —Nos vemos en el hospital —musitó Mario, manchado de sangre de su novio, después de descargarlo en la camilla, ya en la ambulancia.

    El resto del grupo le dijo adiós con la mano, acongojado.

    * * *


    Estaba todo negro. Abría los ojos y era como si no los tuviera. Movía los brazos y no los veía. Notaba que estaba sentado en algún sitio, pero no sabía dónde.

    “¿Estoy muerto?”, pensó Néstor. Le daba miedo que le oyera alguien.

    Entonces se oyó un estruendo, como si fuera un terremoto encerrado en una cueva. Era como si su pensamiento lo hubiera provocado.

    —¿Hola? ¿Hay alguien? —llamó al vacío.

    El eco de su llamada se expandió hasta muy lejos. Sin respuesta. Entonces se levantó, aunque no había nada visible que pisar. ¿Y qué pasaba si encontraba un agujero? ¿Y si se caía y era un pozo sin fondo?

    Un nuevo estruendo resonó por la supuesta cueva. Entonces una luz roja, a lo lejos, le indicó a Néstor una dirección. Empezó a caminar rápidamente, pero la luz no se acercaba. De hecho, se expandía por los lados y probaba de rodearlo. Al final, la luz subió al techo e iluminó de una forma siniestra toda la cueva. Un nuevo estruendo sacudió el lugar, pero esta vez Néstor lo percibió de manera más nítida. Era un sonido de percusión muy potente. Le sonaba mucho.

    Al cabo de pocos pasos, encontró algo brillante en el suelo. Era lo único que se podía ver a parte de la luz del techo. Cuando se acercó, brilló con más fuerza. Ponía “La sangre de la noche ha sido vertida”, pero de una forma que parecía que alguien hubiera hecho cortes en la tierra con un enorme cuchillo.

    Néstor recordó al instante todo lo que Kilian le había hecho y quiso llorar, pero no podía, no le salían lágrimas. En lugar de eso, notó algo húmedo descendiendo por su pecho y su barriga. Con la luz que emanaba de esa tétrica frase grabada en el suelo, se miró a sí mismo y vio todas esas horribles marcas. Sangraban, formaban líneas y dibujos horribles, era como tener una cascada de sangre en su cuerpo. Entre toda esa sangre pudo leer perfectamente “ERES MÍO” bien grande, en el centro de las marcas. Cayó al suelo, gritó de dolor y de terror, no quería oír sus propios pensamientos, quería desaparecer y, con él, las marcas, pero por más que gritara, no se iban.

    Cuando se quedó sin aire, empezó a oír gemidos y sollozos y voces tétricas y fantasmales. Venían de todas partes, unas eran más potentes y otras más suaves, unas llamaban a la violencia y la masacre y otras llamaban a una muerte rápida y sin dolor. Néstor se encogió allí en el suelo, se tapó los oídos y llamó a Mario lo más fuerte que pudo, pero nadie respondía a parte de esas voces fantasmales.

    El estruendo volvió. La percusión era mucho más clara esta vez. Era el inicio de la canción con la que Kilian le había atormentado ese horrible día. Pero esa vez, la percusión se repitió muchas veces, creando un estruendo aún más potente. Los quejidos y gemidos fantasmales quedaron ahogados. La luz del techo se hizo más potente mientras el estruendo seguía ensordeciendo a Néstor, y ello reveló un horror como nunca había visto ni en sus peores pesadillas. Todas esas voces no estaban en su cabeza, eran de verdad le rodeaban y formaban un pasillo de tierra roja. Había cabezas enormes, anchas y altas como edificios de dos o tres plantas. Eran informes, estaban hechas de una masa viscosa que no dejaba de desmoronarse, y de su boca salían muchos de esos seres más pequeños, que agonizaban de dolor y pena, al aparecer sin partes de su cuerpo. Y como esas cabezas y los seres que salían de ellas, había todo un pasillo lleno.
    La percusión de la canción se apagó un instante y luego volvió a aparecer con mucha más fuerza. Pero esta vez la canción empezó de verdad, con esa velocidad digna de un río de rápidos. La frase en el suelo se apagó de golpe y toda la tierra roja de debajo se derrumbó en un río de sangre. Néstor probó de huir en dirección contraria, pero la tierra desaparecía más rápido y acabó sumergido en sangre y partes humanas destrozadas. El río adquirió la velocidad de la canción. Néstor probaba de mantenerse a flote, pero una fuerza extraña le empujaba al fondo, aunque siempre le liberaba a tiempo. Mientras la voz cavernosa del cantante rugía a su alrededor, Néstor se esforzó por evitar unas rocas que había en medio del río, en el que más seres hechos de esa sustancia pegajosa intentaban agarrarlo.

    —¡Néstor…! —le llamó una voz grave y muy distorsionada—. ¡Hoy te unirás a nosotros! ¡Vas a morir engullido por tu propia sangre!

    Cuando salió a la superficie, buscó de dónde venía esa voz. Era una cara mucho más grande que el resto. Tenía la forma de la de Kilian, y estaba sonriente, con miles de esos seres saliendo de su boca, esperando atrapar su presa. Néstor nadó con ansia hacia el otro lado, pero era inútil.

    —Néstor… —le llamaban las voces agonizantes— ven con nosotros…

    Uno de los brazos le agarró por una pierna. Horrorizado, pegó un grito, en el que tragó algo de ese río, y nada más intentar liberarse, le agarraron de un brazo. La voz distorsionada de Kilian se convirtió en una risa constante. Pero esa voz no le llegaba al pensamiento. No le invadía. Mientras probaba de liberarse de todos los seres que le agarraban y que le llevaban a ser tragado, una voz más suave irrumpió en sus pensamientos, como si n formara parte de ese infierno.

    —Néstor… vuelve… —le decía. Como más veces repetía su nombre, más se intuía esa voz y más convencido estaba de que se trataba de la voz de Mario, su rubito que siempre le había protegido—. ¡Néstor!
    —¡Mario! ¡Ayúdame! —le llamó, mientras probaba de liberarse de una montaña de esos bichos—. ¡Mario!
    —¡Néstor!

    La risa de Kilian se intensificó mientras su víctima perdía su voz y prácticamente solo se le veía un brazo.

    —¡NÉSTOR!

    La voz había salido de su mente para entrar en ese infierno de sangre. Y con ese grito, un rayo de luz blanca vertical se cargó la parte más alta de la cueva, impactó contra el río de sangre y engulló toda la caverna.

    Néstor se notó liberado entonces. Nada le empujaba. Estaba volando. La luz le cegaba, así que no podía abrir los ojos, pero notaba una cálida sensación de paz que se apoderaba de su mente. La voz de Mario se repitió una última vez. Sonaba tan cerca que podía coger esa voz con la mano. Con un esfuerzo, abrió los ojos. La luz ya no era tan potente y vio con claridad lo que a él le pareció un milagro, el cielo, o un ser celestial. Emanaba luz blanca él mismo, a través de su cuerpo desnudo y tenía el pelo rubio. Lo que distorsionaba esa visión eran sus ojos, de un azul profundo, marino, una mirada penetrante pero a la vez amable. Y le estaba diciendo que abriera los ojos. Pero él los cerró.

    —Mario…

    Y la luz desapareció. Y pudo abrir los ojos de nuevo sin cegarse.

    ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------



    Capítulo duro requiere canción dura. Para la estrella de diez puntas, buscad "Reinkaos" en google. Es el nombre de un disco, y os aparecerá una imagen en fondo negro con la estrella blanca.


    Edited by Kaiku-kun - 23/2/2016, 22:13
  3. .
    Hola amor! jo ja et vaig fer un petit review, ho saps jeje pero per comentar que no quedi :) i ja ho veuràs quan puguis (i de pas penjaré el odiat capítol 6 ara XD)
    D'entrada, com ja vam comentar... es molt difícil fer lemon d'algú conegut... seria molt estrany.
    M'encanta com portes l'estil de parla dels personatges... jo veig clarament les converses, es llenguatge de carrer molt típic d'aquest parell (sobretot de Mark jaja). La veritat es que es molt divertit de llegir i fer comparacions jaja tot el rollo de la biblioteca es un senyor puntàs, perquè em se d'un que ni de casualitat s'acostaria a una voluntàriament jaja
    En fi, ja et deixo, que tinc mes feineta jeje ànims pel seguent capítol, que se que et costarà!
  4. .
    ¡Nuevo capítulo! Ya tenemos a todos los personajes en juego, ahora falta ver qué pasa con todos ellos. Este capítulo es especial y tiene bastante chicha de nuevo. No ocupa tanto como los capítulos 2 o 3 pero estoy muy orgulloso de él jeje Este capítulo está dedicado a Mario y Néstor, pero también reaparecerá Aire para seguir con la intriga.

    Amor moltes gràcies pel review altre cop, es llarguissim jaja i m'ha donat algunes idees per aquest capítol, sobretot lo que vas dir de la intervenció de Simón entre Néstor i Mario. Hi ha moltes coses que queden per respondre, així que no puc dirte gran cosa de moment jeje

    ¡Disfrutad de la lectura! Más abajo dejaré la canción, como siempre jeje

    ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------



    5. Mest – I Melt With You



    Hacía casi dos semanas que Simón había pisado por primera vez Miklagaard. Desde entonces muchas cosas habían pasado. De entrada, el propio Simón estaba casi desaparecido. Cada noche, de madrugada, el ya no tan inocente chico volvía algo contentillo, y siempre algo sordo por estar demasiado cerca de la música. Néstor, a la quinta vez que apareció así, ya le avisó:

    —Una sobredosis de novedad nunca puede acabar bien.
    —¿Y quién eres tú para decírmelo? Eres prácticamente igual de novato en esto que yo. Y no eres mi pa…

    Simón cayó entonces en la cuenta que Néstor había sido la persona que más le había cuidado. Ni sus padres hicieron ese esfuerzo. No le podía reprochar ese respeto y ese cuidado. Por eso se disculpó.

    —No pasa nada —respondió Néstor, con una sonrisa—. Has estado mucho tiempo encerrado y atrapado. Te entiendo muy bien. Por eso ahora buscas justo lo contrario, libertad extrema. Pero eso puede ser un peligro. Si no te controlas… mejor no lo pienso.
    —Te prometo que sabré medir mis esfuerzos. No me pasaré —dijo, después de estar unos segundos en silencio.

    Obviamente, siguió yendo cada noche, pero llegaba algo más sereno, aunque apestaba a muchas cosas entre las que se contaba sudor. Era mejor no imaginar qué era el resto. Mario y Néstor hablaron con los mellizos al respecto, pero ellos no sabían nada, porque no solían trabajar en la sala entre semana.

    Akira, que durante esos días estuvo mucho en casa de los italianos, acabó explicando, por presión de éstos, lo que había ocurrido entre él y Aire, a quien no se le había vuelto a ver.

    —Nos besamos, pesado —le soltó a Mario, como si fuera una carga, mostrando esa indiferencia que le caracterizaba.
    —¿Y ya está? ¿Y ya no le has vuelto a ver?
    —¿Qué esperabas, un festival de sexo en plena calle? —le espetó, cada vez más estresado, mientras se concentraba en mirar la pantalla de su 3DS mientras le daba una a alguien, a algún juego que Néstor no conocía (el vecino de los italianos se metía hasta en la sopa siempre y cuando su rubito anduviera cerca). Ese alguien resultó siendo el propio Mario, que renegó falsamente al perder. Sabía encajar la derrota.
    —¿Y no le has vuelto a ver? —le repitió Vera. Ella jugaba al mismo juego. Era una tarde de vicio en toda regla.
    —No. Después de la bronca que le metí por meterse en problemas dudo que se acerque durante un tiempo.

    Mario levantó la cabeza y miró a Néstor. Su cara era parecida a la de “pero tú no me lo hagas, ¿vale?”. Y Néstor, después de intentar ocultar mal su timidez ante tal mirada, observó que Akira había bajado el ritmo con el juego… se movía más lento. A Akira le preocupaba que no volviera a verle. Y todos sabían lo que le había costado al joven de pelo negro acercarse a él.

    Y, al final de todo, estaba él. Néstor, un chico que con apenas unas semanas se había echado novio y hermano pequeño. Vera estaba al corriente de todos sus avances.

    —No te preocupes, no le digo nada de esto a mi primo… —le aseguró Vera—. Con el amor nunca nos hemos entendido, ya sabes, tiene un pensamiento distinto. Es más alocado.
    —Por lo menos ya no hace esos comentarios directos sobre todo el que pasaba por la calle.
    —Cierto, es que le ha echado el ojo a alguien —replicó, guiñándole un ojo. Como toda respuesta, recibió un cojinazo y un reniego muy propio de Néstor que Vera rio enseguida—. Vamos ¡está coladito por ti! Estoy seguro que ya está maquinando cómo va a llevarte a la cama…

    Néstor cambió la cara rápidamente y se detuvo a pensar. ¿Realmente iba a pedirle eso? No sabía nada, seguía siendo un novato, como Simón le había asegurado días atrás. Estaba algo asustado. Consiguió exteriorizarlo rápidamente.

    —Perdona por haberte dicho eso —se disculpó Vera. Había metido el dedo en la llaga—. Mario sabrá esperar si se lo pides.
    —Bueno pero… en algún momento va a tocar, ¿no? —Estaba temeroso de decir las palabras exactas, porque solo de pensarlas la vergüenza le controlaba sus pensamientos… y no el miedo—. No me da miedo. Pero no tengo ni idea… apenas hemos avanzado y…
    —No te presiones. Él sí sabe. Créeme. —Pronunció esa palabra con un desdén que debería haber hecho sentir escalofríos a Mario—. Tendrás que dejarte llevar. Lo importante es si tú quieres.

    No supo responder, en ese momento, a lo Vera sonrió de forma maliciosa.

    —¡No me jodas! ¿Te lo estás imaginando? ¡Eres una pervertida! —Segundo cojinazo.
    —¿Qué pasa? Son mis pensamientos —se quejó, riéndose con ganas—. Y se me hace muy jugosa la idea de que os acostéis juntos…
    —¡Eres igual que tu primo! —le gritó, más por la vergüenza que por otra cosa—. Te tenía por más decente.
    —Y lo soy, pero no hay nada de malo en imaginarse a dos hombres en pleno tema, ¿no? —Entonces Néstor se detuvo un instante, pensándolo por su cuenta. La cara que puso dio pie a más guerra—. ¡Lo estás deseando! Quieres que te lo haga, ¿verdad? Dios, me encanta veros, es como calcular los días que quedan a base de miradas cuando la cama se va a mover. —Y le guiñó una última vez antes de que Mario apareciera por la puerta del piso de Néstor.
    —¿Qué pasa, ojos azules? —preguntó Mario, inocentemente. Era el mote cariñoso que le había puesto, para no ser empalagoso.
    —Na-nada —dijo, ocultando parte de su cara en el cojín, que había vuelto a sus manos por tercera vez.

    Vera se tronchó de risa y se dijo que no podía haber escena más graciosa que esa. Uno que no se entera y el otro que sabe demasiado. Era digno de ver. Akira hubiera reído en ese momento, si hubiera estado. Ese tipo de escenas eran las que le gustaban.

    —Vera, ¿qué le has hecho?
    —¿Yo? Nada… Ha sido él, en realidad —dijo con sorna, sin dejar de reírse.

    Néstor se ocultaba detrás del cojín pero porque no tenía nada más grande en lo que esconderse. Y lo malo era que estaban en su piso, huir no era factible. Y tampoco quería despertar a Simón, que estaba durmiendo antes de ir a Miklagaard.

    * * *


    Estaban de camino a Miklagaard. Simón y Akira iban delante del todo. Eran los que estaban más ansiosos de llegar. Néstor y Mario iban juntitos pero sin cogerse la mano, y Vera les supervisaba desde el lado de Néstor.

    Cuando llegaron, Akira se llevó una decepción. Aire no estaba.

    —No os preocupéis, lo esperaba —aclaró, con aparente indiferencia.
    —Bueno, tranquilo, la semana que viene. O quizás el fin de semana —le animó Vera. Aunque ni ella misma esperaba que apareciera otro día que no fuera el viernes.

    Simón no esperó a que los otros entraran, simplemente salió disparado cuando Akira y el resto se detuvieron un instante por lo de Aire. Ya dentro, corrió a primera fila. No pensaba que tuviera tantas ganas por ver el concierto, después de irse de fiesta cada noche. Pero allí estaba. Mientras sus amigos y compañeros de piso le alcanzaban tuvo tiempo de ver a varios conocidos con los que había compartido algunos momentos “curiosos”. Simplemente pasó de ellos.

    El concierto empezó. Era una noche de rock. Y Fénix no tenía pinta de querer salir a cantar, a juzgar por lo ocupada que estaba con un chico que no conocía. En cambio, parecía que los mellizos daban lo mejor de sí mismos. Simón había aprendido a reconocer los detalles que los distinguían y sabía que la guitarra de Pasi era roja con una única pegatina de una banda que conocía. Por eso sabía que le tenía delante. También había descubierto que los mellizos eran el fenómeno de la ciudad y que conocían a prácticamente a todos los que estaban en la sala, así que no era normal que Pasi se dedicara casi en exclusivo a él y sus amigos.

    Un par de filas atrás, Mario y Néstor estaban abrazados viendo el concierto. Néstor se había pasado la tarde pensando en si quería o no quería dar ese paso. Odiaba tener que tomar decisiones, pero eso estaba en sus manos.

    —¿Estás bien? —le interrumpió Mario mientras estaba entre sus pensamientos. Entonces le miró, vio esa sonrisa y esa mirada y se perdió en ella. Antes de que se diera cuenta, se encontró besándole como si fuera la última cosa que fuera a hacer antes de morir—. Supongo que eso es un sí.

    Entonces Mario le devolvió el ataque a la vez que atravesaban las filas hasta llegar a la primera, pero a la derecha, donde había un pilar que hacía de frontera con el escenario. Allí, como ya tantas veces durante esas dos semanas, el italiano rubito que le había robado el corazón a Néstor se empleó a fondo para intentar dejar sin respiración a su “ojitos azules”. Las manos acariciando su cuerpo, su abdomen, su espalda, su trasero Interminables oleadas de besos dejaban indefenso a Néstor, en los labios, en la mejilla, en el cuello. Mario no se cansaba de atacar. De vez en cuando, una lengua traviesa se colaba entre los besos y eso hacía que el corazón de Néstor diera un bote y luego le hiciera sonreír. Al final, la fiera frenó unos instantes.

    —¿Oyes lo que dicen los mellizos? Es su última canción —dijo, cerca de la oreja, mientras le abrazaba. Néstor notó los bóxers húmedos—. Les he dicho que toquen una canción en concreto. Se llama “Me fundo contigo”, de Mest. Es un pequeño regalo que te hago. Porque quiero que te fundas conmigo.
    —Entonces no me podrás hacer el amor —le replicó mordazmente, pero con nervios y algo de vergüenza de soltarlo así. Mario rio de buena gana su broma.
    —Me alegro de que te guste mi regalo —le agradeció Mario, mientras paraba de reír y empezaba a besarle de nuevo.

    Néstor se acomodó para recibir esos besos y a la vez escuchar la canción. Los mellizos dijeron que estaba dedicada a una pareja algo tímida de la que eran muy amigos. Fue un detalle. Mario entendió que también quería escuchar la canción y bajó el ritmo, para ser más delicado y poder moverse con su chico. La letra de la canción estaba dedicada a dos enamorados que se abandonaban a la pasión y olvidaban el resto del mundo. “Pararé el mundo y me fundiré contigo” era su frase principal. Néstor no pudo estar más de acuerdo con la canción y se sintió relmente feliz de que Mario la hubiera elegido para él.

    —Quiero que sea nuestra canción —le pidió Néstor cuando acabó la canción—. Y quiero más de ti.

    Aquello ruborizó a Mario, aunque lo disimuló, porque solo había una forma de querer más de alguien… y Néstor se lo había pedido.

    —Pues será nuestra canción —le aseguró, con una sonrisa, mientras le volvía a abrazar.

    * * *


    El concierto había acabado. Vera y Akira se habían quedado solos. Simón había desaparecido durante la última canción, Néstor y Mario… bueno, ellos eran otro mundo. Después de cómo se estaban besando, Vera ya preveía que correrían de vuelta a casa.

    Nada más sentarse en los sofás, los mellizos aparecieron de entre la gente. Traían a Fénix con ellos, que parecía más bien aburrida. Y al cabo de nada también apareció Simón, algo nervioso de haber perdido de vista a sus amigos.

    —¿Y la parejita? —preguntaron los mellizos cuando estuvieron todos.
    —¿Dónde creéis? —replicó Akira. No estaba de buen humor. A Jari y Vera les hizo gracia. Simón no lo acabó de entender.
    —Supongo que Aire vendrá la semana que viene. Espero que venga, teníamos preparada una nueva canción para él… —Un buen intento de Pasi para apaciguar a Akira, pero no funcionó.
    —Quizás le gritaste demasiado —soltó sin pensar Simón. Eso cabreó más a Akira, pero él no entendió por qué—. Supongo que esto de hablar no se me da bien.

    Hubo un silencio incómodo durante unos segundos hasta que Vera se puso a hablar con Akira y Jari sobre videojuegos y Simón y Pasi se pusieron a hablar entre ellos.

    —Me han dicho que vienes cada noche —empezó Pasi—. Nosotros solo estamos por la sala durante el fin de semana y los viernes de concierto. El resto del tiempo trabajamos en el restaurante. ¿Para qué vienes todos los días? Ya habrás comprobado que entre semana es más bien aburrido.
    —Ya, pero es que tiene una pequeña crisis —intervino mordazmente Vera—. Ha descubierto que el mundo es enorme, misterioso y muy pervertido y está recuperando el tiempo perdido.
    —Si es lo que quieres creer… —replicó Simón, sin molestarse a responder a la puya.
    —Pues cuidado. Esta sala no es tan inocente como tú. Al final te pasará factura. No todos los que vienen son buena gente.
    —¿Y tú qué?
    —¿Yo qué de qué?
    —¿No te sumas a la fiesta? ¿Acaso te preocupa lo que me puedan hacer? Néstor ya me ha avisado, a su manera, no me hacen falta más hermanos mayores.
    —No, al contrario, haz como tu veas. No hay mejor manera de aprender y olvidar la inocencia que cagarla. Por experiencia.

    Simón observó cómo se desentendía de él y le supo mal… en realidad le iba bien recibir esa atención. Le gustaba. Durante esas dos semanas había visto algunas cosas que no sabía cómo tomarse, sobretodo siguiendo a Fénix. Era mejor no acercarse según qué rincones del edificio. Pasaba de todo a la vista de todos. Y Simón ya sabía que por ciertas cosas no iba a pasar. Había tenido suerte de caer en un grupo sensato. Eso del mundo desconocido ya no servía. Miró un segundo a Pasi, recordando cuando tocaron su canción, él también le miró le sonrió y Simón simplemente desvió la mirada. “Qué pillada…”, pensó.

    * * *


    La puerta del piso de Mario se cerró tan rápido como se había abierto. Hizo aún más ruido cuando la espalda de Néstor chocó contra ella, y una tercera vez cuando el cuerpo de Mario se sumó a la fiesta.

    —Si llega Vera y no puede abrir la puerta se va a cabrear —le propuso Néstor con una sonrisa de placer, mientras Mario intentaba quitarle la camiseta. Cuando lo consiguió, hizo de la camiseta un látigo y le azotó en la pierna—. ¡Capullo, ven aquí!

    Se persiguieron entre risas hasta la habitación, casi sin darse cuenta, y acabaron tumbados en la cama.

    —Eh, igualdad de condiciones, fuera esa camiseta —casi le ordenó Néstor, sentándose encima de él. Entonces notó un bulto duro justo debajo de donde se había sentado y se puso rojo como un tomate. Mario aprovechó la distracción para tumbar a Néstor, ponerse él encima y quitarse la camiseta—. Casi prefiero quedarme yo encima y que conserves la camiseta.
    —Vamos, te quejas pero no te revuelves… —replicó, mientras deslizaba sus manos desde el abdomen hasta su cara y sus labios iban detrás, dando besos a todo lo que se encontraba en su camino. Al final le habló flojito a su oreja—: Y también te dejas besar… qué obediente.

    Néstor respondió con una bofetada amistosa en el brazo y con un beso que obligó a retroceder a Mario para acomodarse a éste.

    —Te quiero —dijo Mario, muy serio, cuando se separaron—. No me da miedo decírtelo. Pero necesito saber si sientes lo mismo. Si vamos a hacerlo… tiene que ser especial.
    —Yo también te quiero —le correspondió, aunque algo intimidado por la situación. Había pensado horas cómo decírselo sin que resultara incómodo, pero al final su rubito se le avanzó.

    Mario besó delicadamente varias veces a su novio hasta que dejaron de ser delicados para convertirse en una batalla para el beso más fiero. Poco a poco, Néstor fue consiguiendo echar a Mario de encima.

    —No te gusta quedarte atrapado ¿eh? ¿Ni siquiera por mi abrazo?
    —No te lo creas tanto, listillo —bromeó Néstor.

    Sí, no le gustaba, pero tenía que reconocer que Mario era delicado cuando se lo proponía. Le gustaba abandonarse entre sus brazos y olvidarlo todo. Era una cosa que había descubierto hacía poco y le encantaba. Así que poco a poco se dejó hacer un poco más. Mario dejó su boca y fue bajando por el cuello hasta llegar a su pecho. Los ojos de Néstor se cerraron solos cuando los besos se convirtieron en pequeños mordiscos y chupetones que dejaban marcas. Aquella sensación electrizante y tan breve era nueva y no sabía cómo reaccionar a ella, pero le encantaba. La lengua de Mario se desplazaba lentamente por su pecho cuando una mano traviesa se metió por los pantalones de Néstor. Él dio un respingo, pero a la vez su corazón dio un bote de placer. Antes de que se pudiera dar cuenta, ambos estaban ya sin pantalones.

    —Te prometo que iré con cuidado —le susurró Mario, adivinando los pensamientos de su ojitos azules, que parecía algo asustado.

    Le besó de nuevo de forma delicada mientras pasaba la mano por encima sus bóxers, que ya estaban más que apretados y mojados. Esas caricias distrajeron a Néstor de los besos. Empezaba a notar un calorcito muy agradable y su respiración quería hacérselo notar a Mario, en contra de su voluntad. Le dio vergüenza y no ayudó nada cuando Mario le quitó los bóxers. No sabía si él estaba igual de desnudo, porque un largo y caliente lametón en su miembro le obligó a cerrar los ojos de nuevo.

    —Aaah… —se le escapó, cuando notó la boca de su novio masturbándole. Tuvo miedo de que no pudiera aguantarse—. No te… estés mucho rato que… mmm… no sé si aguantaré…

    Mario no hizo ninguna señal de haberlo entendido, pero al cabo de un rato, cuando Néstor ya apretaba las sábanas en sus puños, dio un último lametón y se acercó a él para besarle.

    —¿Preparado? —le preguntó Mario, lamiéndose los labios con picardía.
    —Sí.

    Mientras le besaba, para distraerle, metió dos dedos casi uno detrás del otro y esperó a que se acomodara. Néstor gimió un poco, pero enseguida se acostumbró. Notó como Mario movía los dedos por dentro, creando más espacio, mientras sus labios atacaban su pecho. Entonces se levantó, Néstor tragó saliva y notó de nuevo esa incomodidad, entrando bastante dentro de él. Mario se detuvo, para que Néstor recuperara un poco el aire y se acostumbrara, y cuando él le miró asintiendo, Mario empezó a embestir poco a poco. Al principio Néstor estaba en silencio, porque aún le dolía, pero con cada embestida el placer se abría paso y los pequeños gemidos con él. Se abrazó a Mario y empezó a corresponder sus movimientos para que el placer fuera a la dirección que él quería.

    —Estoy a punto de llegar… —anunció Mario, al cabo de un rato. Néstor no respondió, simplemente besó a su novio con la boca totalmente seca por su respiración y sus gemidos y no tardó en desengancharse de sus labios cuando el propio Mario cerró los ojos y soltó aire a la vez que Néstor notaba su ardiente esencia en su interior—. Aaah…

    Mario aminoró su ritmo rápidamente hasta que se separó de Néstor. Y mientras su cuerpo no empezara a relajarse, masturbó rápidamente a su novio, que tardó nada y menos en correrse en el cuerpo de Mario.

    —Lo… lo siento —se disculpó recuperando el aliento.

    Entonces Mario hizo chocar su cuerpo con el de Néstor, quedando ambos empapados y le dijo mientras le guiñaba un ojo:

    —Bueno, supongo que tendremos que pasar por la ducha. ¿Vienes conmigo?
    —No te voy a dejar solo después de esto —le replicó con voz algo acosadora, mientras le besaba.

    * * *


    Vera ya estaba en el comedor viendo la tele cuando Néstor se levantó. El pobre se había olvidado que no estaba en su casa.

    —Vaya, ya veo que fue bien. —Esos fueron los buenos días de Vera, acompañados de una pequeña risa algo pervertida.

    Avergonzado, Néstor salió disparado al lavabo, pese a que aún le dolía un poco el trasero, después de tanta acción la otra noche. Se estuvo un buen rato hasta que puso sus pensamientos en orden (y aprovechó para usar el váter por enésima vez desde que se durmió). Cuando salió, Vera le esperaba, mirándole con cara algo preocupada.

    —Todo bien —le dijo para calmarla—. No me acordaba de que no estaba en mi piso.

    Caminó con el poquito de dolor que quedaba hasta el sofá y se sentó al lado de Vera.

    —No había acabado el concierto y ya habíais desaparecido, ¿eh? ¡Para ser que tenías dudas, menudas prisas! —bromeó ella, cuando vio que Néstor recuperaba la compostura.
    —Bueno, yo, nosotros… Supongo que era algo inevitable. Espero que no nos oyeras…
    —No, cuando llegué ya estabais durmiendo. Y qué, ¿te gustó? Espero que por lo menos fuera delicado.
    —¡Eres una chafardera pervertida! —le replicó, riéndose de la actitud de su amiga, mientras la empujaba—. Sí, fue muy amable…

    Entonces se oyó la puerta de la habitación y la del baño. Mario se había despertado. Cuando se presentó en el comedor parecía como si hubiera rejuvenecido años, a juzgar por la cara de felicidad que traía. Los milagros de un buen polvo…

    —¿Qué tal? ¿Cómo os fue? Perdón por dejaros tirados. —La presentación de Mario también era para recordar. El rubiales se sentó al lado de Néstor y éste reclinó la cabeza en su hombro.

    Vera les contó que la fiesta decayó bastante esa noche. Hubo bastantes momentos incómodos. Simón no se pudo estar mucho rato quieto. Al ver que la cosa no mejoraba, desapareció y Vera y Akira tuvieron que volver solos a casa.

    —Hubo un par de momentos que sí que os perdisteis. Uno de ellos fue la atención que le prestaba Pasi al inocentón de Simón.
    —Oh, no, allá va… —le advirtió Mario a su novio—. La loca de las parejas.
    —¡Está claro que hay algo! Solo recuerda como estaba antes de que apareciera Simón, con todo lo del novio de Jari y todo eso. ¡Ha cambiado totalmente de personalidad! Ahora que Jari está solo, tiene tiempo para él y mira, ya no se nos pone tan rebelde… ¡ya verás!
    —Cree lo que quieras, pero no la líes. Que casi siempre acabas entrometiéndote. ¿Y lo otro?
    —Fénix. Esa chica está loca. Se tira a lo primero que se mueve. Me apuesto lo que quieras a que ya le ha dado un buen repaso a uno de los mellizos. Se largó a la que vio un par de chicas solas en la barra.
    —Eso ya no me interesa, no pudiste verlo —le recriminó, con una sonrisa de las que buscan pelea.

    Se pasaron el resto de la mañana discutiendo sobre qué pareja era adecuada para ella… o parejas, por el rumbo que estaba tomando la impresión que tenían de Fénix.

    * * *


    Simón llegó a casa poco antes del amanecer. Había prometido a Néstor que se controlaría, pero la fiesta se desmadró un poco hacia las dos de la madrugada y ya estaba sufriendo las consecuencias. El dolor de cabeza le atenazaba. Y no quería dar una mala impresión a su amigo y protector.

    —Espera… —pensó, en voz alta, como si detuviera a miles de voces en su cabeza—. Néstor y Mario se fueron antes… seguro que la cosa no acabó en mi casa…

    Esperanzado de encontrar la casa vacía, la abrió, sonrió por ese silencio sepulcral y se fue directo a la habitación. Con el alba ya presente, Simón se dejó caer en su cama.

    —Maldita Fénix… ¿cómo puede aguantar esto cada noche?

    Y se quedó frito.

    * * *


    El resto del fin de semana fue más tranquilo. El sábado, que normalmente iban de nuevo a Miklagaard, en vez de estar bailando o cerca del escenario, lo pasaron sentados.

    Aire siguió sin aparecer, por lo que Akira se aburría como una ostra. Pero como los mellizos rondaban por ahí, podía distraerse con ellos. Y eso que Jari parecía que iba a subir en cualquier momento a su habitación, por lo que detectó Pasi. Había algo que le cabreaba.
    Fénix no apareció esa noche. El primero en darse cuenta fue Simón, que había decidido tener una velada tranquila, después de que Néstor se diera cuenta que se había pasado de nuevo.

    Mario y Néstor estaban tan empalagosos que ni Vera, la aficionada a las parejitas, podía aguantarlo. Al final, ellos dos hablaron por un lado y el resto por otro.

    * * *


    —Hermano, ¿estás mejor? —le preguntó Pasi, al día siguiente.
    —Supongo —dijo sin más, con los ojos medio cerrados aún. Estaba cansado y su hermano había irrumpido en su sueño (y en su habitación) como si se quemara su cuarto.
    —¿Te acuerdas que hablamos de esto?
    —¿De qué?
    —Tienes que decirle algo. Proponerle algo. No puedes quedarte mirando.
    —Ya.
    —¿Qué hay de ese Jari que acosaba chicos y chicas por igual?
    —Era joven.
    —Y atrevido.
    —Y estúpido.
    —Bueno, yo solo te digo que deberías coger algo de esa estupidez y entrarle. Está claro que te gusta.
    —Bah —bufó Jari. Eso era un fin de conversación en toda regla.

    En el fondo, Pasi y Jari no eran tan diferentes, pensó el primero. Él estaba más o menos en la misma posición.

    * * *


    Néstor salió de clase algo dormido. No había tenido a Vera para distraerle con sus payasadas y las clases no habían sido de laboratorio, así que no estaba muy lúcido de mente. Por suerte, era la hora de irse a casa ya, así que se dirigió a la salida.

    De lejos vio a Akira, en la planta baja, pero estaba ocupado jugando con amigos que no conocía a la 3DS, así que no le interrumpió. Ni ganas que tenía. Ya solo pensaba en dormir.

    Entonces un escalofrío muy conocido le recorrió la espalda. Le despertó de golpe. Disimulando su repentino estrés, salió del edificio con prisa, por la puerta que daba al jardín. Miró a todas partes con relativa calma. Buscaba gente de pelo negro, cortado como de militar, pero algo más largo. No vio nada. Pero seguía con esa incomodidad que le mantenía en alerta.

    Caminó hacia la salida del recinto de nuevo, rodeando el edificio principal. Cuando llegó a la puerta, se encontró con Vera. Ella le saludó, alegre como siempre, pero enseguida vio que su amigo no estaba bien.

    —¿Qué ocurre?
    —Está aquí.
    —¿Qué? ¿Quién?

    Entonces Néstor, de lejos, vio a alguien caminar deprisa hacia el interior del edificio. Fue un segundo, solamente. Empezó a caminar rápido, con su amiga detrás preguntándole qué estaba ocurriendo, hasta que llegaron a casa. Mario estaba dentro con Simón.

    —¿Qué pasa? —preguntó Mario. Inmediatamente supo que algo no andaba bien.
    —Le he visto.
    —¿Kilian? —se avanzó Vera. Néstor asintió, asustado.
    —Néstor, ya hablamos de esto —repuso Mario—. A veces vemos u oímos cosas que no son. Recuerda cómo estuviste los primeros días en la ciudad. No es la primera vez que te ocurre.

    Néstor se tranquilizó un poco. Era verdad. Pero hacía casi un mes que no recaía en esos pensamientos y estaba intranquilo.

    —¿Alguien me quiere contar qué ocurre? —exigió Simón.

    * * *


    Néstor tuvo esa angustia en el cuerpo hasta el final del día siguiente de universidad. Había decidido no huir y comprobar si realmente había visto lo que creía.

    Para asegurarse de que nada pasaba, montaron un grupo de WhatsApp que incluía a los mellizos y a Fénix y todos recibieron la descripción más detallada del intruso. Mario aseguró que no había de qué preocuparse, pero que era buena idea, por lo menos, estar conectados por lo que fuera. Pasi juró y perjuró que “se cargaría a ese hijo de puta” si le veía, pero luego se rio de sus palabras porque igualmente no le conocía de cara.

    El grupo se calmó cuando se encontró explicación a lo que Néstor vio: resultó que durante un par de días, los de Historia Contemporánea recibían visitas de soldados que estaban de permiso en la ciudad para contarles de primera mano cosas que ocurrían en la guerra. Simón fue el que se enteró, básicamente porque a él le tocaba hacer esa asignatura en primero de Antropología Social, como materia base. Cuando Néstor le oyó contar que todos iban casi rapados y que todos iban de negro u otros colores oscuros de ropa, consiguió calmarse. Se anunció todo por el grupo y quedó todo en un susto.

    —¿Lo ves? No pasa nada, ojitos azules —le dijo Mario con una sonrisa. Luego le abrazó y Néstor se acurrucó en su pecho un buen rato. Le preguntó si se podía quedar a dormir en su casa, que no quería separarse de él—. Pues claro, amor, no me puedo negar a eso.
    —¿Serás capaz de mantener tus manos quietas? —bromeó Néstor.
    —¿Por quién me has tomado?
    —Bueno, considerando tu historial… —le siguió el juego Vera. Akira y Simón, que estaban en casa también, le rieron la gracia.

    El resto de la tarde lo pasaron jugando, pero poco a poco todos se fueron o acomodando o yendo a casa. En particular, Mario y Néstor fueron los primeros en irse a la cama, justo después de cenar.

    —¿Mejor? —le preguntó en cuanto se estiraron en la cama.
    —Desde luego. Me he llevado un buen susto.
    —Ven aquí —le instó, mientras le agarraba por la espalda para abrazarle.

    Se quedaron un buen rato así, de lado. Néstor casi se durmió y todo, pero se desveló cuando tuvo que ir al lavabo. Mario no había pegado ojo en todo el rato. No tenía esa facilidad para dormir que sí tenía su ojitos azules. Cuando volvió Néstor, se quedó acariciándolo un poco como si fuera un gato y sonrió como un tonto mientras le veía quedarse dormido, calmado y relajado de nuevo.

    —Te quiero —le susurró. Néstor sonrió entre sueños. Mario no supo si le oyó o era su sueño lo que le hacía sonreír.

    * * *


    El resto de la semana fue más calmado. Simón mantuvo al corriente de lo que ocurría en su clase al grupo, pero nada parecía indicar peligro. Néstor tampoco vio nada. Vera iba siempre con él, por si las moscas, y ella prefirió avisar a algunos de los profesores de que se había podido ver al acosador recientemente, pero solo como advertencia.

    Néstor decidió por voluntad propia ir a Miklagaard el viernes, más por tranquilizar a los mellizos que por el concierto.

    —Dicen que va a llover —se quejó Vera—. ¿Seguro que queréis ir?
    —Bueno, que yo sepa Miklagaard no tiene ningún boquete en el techo —replicó Mario—. Y, si eso, nos llevamos un paraguas, tampoco pesa tanto. Además, como ya se acerca el invierno conviene llevar abrigo, y ya sabes que el mío tiene bolsillos por todas partes, no va a molestar.

    Vera desistió. Era la única del grupo que estaba poniendo excusas para no ir, pero al final fue de las primeras en decidirse:

    —Simón está impaciente por llegar, hace dos o tres días que no va, porque estaba preocupado por su hermanito mayor —dijo con voz socarrona.
    —¡Eh, tú! Que no he ido porque no me apetecía. Fénix se está desmadrando mucho y no me gusta tanto ir por ahí con ella…
    —Excusas. Estabas preocupado por tu protector. ¡Qué mono!

    Simón chistó y soltó un par de rebuznos y empezó a bajar las escaleras. Vera dijo adiós a la pareja. Habían quedado con Akira, que también estaba impaciente, por si Aire iba esa vez o no.

    —Nosotros ya llegaremos, el concierto aún tardará en empezar —le dijo Mario, haciendo señales para que fueran tirando. Se quedaron él y Néstor solos en casa—. Bueno, vamos a prepararnos. ¿Vienes conmigo a la ducha?

    Néstor se sonrojó, no se lo esperaba, pero pese a su repentina tartamudez no se negó.

    * * *


    Akira encontró a Vera y Simón un poco antes de lo esperado. Estaba impaciente, intranquilo, quería llegar cuanto antes, quería ver que Aire estaba bien aunque no dijera ni mu en toda la noche. Eso le daba igual. Pero estaba preocupado.

    —Cálmate, o no aguantarás toda la noche —le recomendó Vera. En realidad era como si ella llevara dos perros hiperactivos sin correa por la calle, porque Simón tampoco se estaba quieto—. ¿Y a ti que te pica? No tienes motivos para correr tanto.
    —Oye, yo también tengo ganas de ver el concierto—replicó Simón. Pensó que la frase había quedado mal o algo, por la sonrisa de su amiga, y rectificó—: Me siento cómodo allí dentro.

    Entonces empezaron a caer unas cuantas gotas. Era solo llovizna, pero hacía algo de viento y era realmente molesto.
    —Creo que los tendremos que esperar dentro de Miklagaard.

    Akira protestó y dijo que se quedaría fuera y Simón protestó la protesta y quiso entrar inmediatamente. Vera se había quedado en medio de la discusión.

    —¡Niños, calmaos! Que habrá tiempo para todo…

    Esa pequeña puya les calmó un poco, hasta que llegaron a Miklagaard. Allí no llovía, pero la calle era la misma y acababa allí, así que las corrientes eran más fuertes.

    —¿Esperas aquí? —le preguntó Vera a Akira. Éste asintió. El chico había enmudecido al ver la repisa de la ventana vacía por segundo viernes consecutivo—. Piensa que aún queda un buen rato para el concierto, ten fe.

    Akira respiró hondo, se sentó en la barandilla y esperó un buen rato, pacientemente.

    * * *


    —Vamos, deprisa, vamos a llegar tarde —metió prisa Néstor. La ducha se había retrasado.
    —¿Y qué? Si ya sabes que siempre tardan un poco en empezar. Además, ¿de quién ha sido culpa?
    —¡Tuya! Me has tocado el culo mientras me enjabonaba tranquilamente.
    —Bah, en este mundo, personas como yo estamos eternamente provocadas por personas como tú… no me eches la culpa a mí de que seas tan adorable —acabó, guiñándole un ojo.
    —¡Pero si no he hecho nada! —protestó, más rojo de la vergüenza que de enfado.
    —No es eso lo que me decía tu cuerpo allí dentro… a la que te he empezado a acariciar tu amiguito se ha levantado enseguida…
    —¿Y q-qué querías que hiciera? —tartamudeó, recordando la escena. Su novio abrazándolo por detrás, apenas rozando sus manos el pecho, deslizándose con el agua… — E-esas caricias no eran nada inocentes. Y no te has detenido, tampoco. ¡Pervertido!
    —No recuerdo que me hayas dicho que parase… —respondió, con una sonrisa triunfal, mientras veía a su ojitos azules girarse cara la puerta de casa—. Ni tampoco tus gemidos me decían lo contrario.
    —¡Deja de poner esa voz tan sensual! —le espetó, avergonzado de sí mismo. Pensaba que sus jadeos habrían quedado ocultos con el ruido del agua chocando con el suelo, pero ahora se daba cuenta que los había oído todos—. Tenemos que irnos.
    —Es que tu cuerpo me parece tan irresistible… no he podido resistir la tentación… no he tenido tiempo ni de girarte —le susurró en la oreja, poniendo de nuevo esa voz pervertida y abrazándolo por detrás.
    —Te-tenemos que irnos… —El tacto del agua resbalando sobre sus cuerpos, el jabón cubriendo algunas partes, las pervertidas manos de Mario situándose en su cintura y acariciando el miembro de Néstor… El chico sentía como se encendía de nuevo recordando cómo al final notaba como su novio le penetraba con fuerza y pasión, y cómo sus nalgas chocaban sonoramente contra su cintura. Necesitó de toda su voluntad para mantenerse en pie, reclinado contra la pared de la ducha, cuando notó como ambos se corrían a la vez… Y necesitaba ahora su voluntad para seguir caminando hacia la puerta, pero no podía. Se giró de nuevo, chocando con Mario—: No me puedes hacer esto…
    —Míralo por el lado bueno, no nos hemos puesto guarros, nos hemos limpiado enseguida… aunque me encanta sentir que salgo más sucio de la ducha de lo que he entrado. —Entonces levantó a Néstor por el mentón y le dio un beso largo y delicado—. Hemos detenido el mundo y nos hemos fundido… de nuevo.

    Néstor enrojeció, pero esta vez fue por lo bonito que le había quedado el comentario. No pudo evitar sonreír y le devolvió el beso.

    —Tenemos que irnos… —le repitió, sin abandonar la sonrisa, mientras posaba su frente contra la de Mario—. Llegaremos tarde.
    —Tienes razón.

    * * *


    Akira llevaba ya un buen rato esperando. Ahora, además de llegar tarde Aire, también llegaban tarde Mario y Néstor.

    —A estos dos les ha dado un calentón en el último momento, seguro —rebuznó. Aunque le gustaría que le pasara eso a él. Tenía que ser mágico a la fuerza. Pero dudaba que a corto plazo le ocurriera algo así.
    —Akira.

    Se giró inmediatamente. Allí estaba. Con su sudadera y con la capucha puesta. Apenas se veía su pelo blanco como la nieve y parte de su cara.

    —¿Por qué no viniste? —preguntó, aparentando toda la indiferencia que pudo.
    —No quería que me vieras. —Akira iba a preguntar de nuevo, pero entonces Aire se quitó la capucha y vio un montón de cardenales curándose. Y cojeaba un poco—. Hoy tampoco quería venir, pero pensaba que estarías preocupado.
    —Entonces te vas de nuevo.
    —Sí.
    —¿Por qué siempre tienes que llegar así? Lleno de golpes… ¿Es que no sabes defenderte?
    —Pues claro.
    —¡Entonces hazlo! ¡Odio que te presentes con todas esas marcas! ¡Defiéndete! O buscaré a quienquiera que te haga esto y le daré la paliza de su vida.
    —¿Crees que es tan fácil?
    —Tengo experiencia en artes marciales, no puede ser tan duro.

    Aire le miró con una cara parecida a la sorpresa, pero no dijo nada al respecto, más bien probó de calmarlo:

    —Tienes que dejar que haga esto a mi manera. Me halaga tu postura. Sé que te importo. Pero es cosa mía.
    —¡Desde el momento que decidiste besarme tu salud ha dejado de ser algo “solo tuyo”! —bramó, acercándose a zancadas hasta él—. Porque me importas, me preocupo y soy incapaz de mantenerme indiferente ante lo que veo. Tengo que hacer algo al respecto. ¡Lo necesito!

    Hasta que no hubo acabado de hablar no se percató de todo lo que le había dicho. No era su especialidad revelar sentimientos y no le gustaba hacerlo, pero algo en Aire le obligaba a decirle todo eso sin pensarlo. Intentó recomponer su expresión, pero seguía molesto. No iba a mostrarse débil. Entonces Aire sonrió. Una sonrisa simple, pero angelical en esos labios que destacaban tanto en esa tez blanca. Le desarmó completamente. No pudo evitar quedarse embobado. No pudo evitar que Aire se le acercara más. No pudo evitar que le subiera el mentón y le besara suavemente. Le pareció que en ese beso, Aire perdía parte de su esencia para entregársela a él. Sonaba a un beso de despedida.

    —Prométeme que la próxima vez que vuelvas no llegarás… así —le rogó Akira. Sabía que se estaba a punto de ir.
    —Lo prometo.

    Tampoco pudo impedir que se pusiera la capucha, que se diera media vuelta y que se alejara de él.

    * * *


    Ya estaban bajando la calle que llevaba a Miklagaard. El edificio se podía ver a lo lejos. Mario y Néstor caminaban a un ritmo pausado, paseando, sonriendo los dos. Akira y Vera les recriminarían tanta “pegajosidad”, pero era para estarlo. Había sido un momento íntimo que sobrepasaba lo normal.

    —¿Crees que nos esperarán fuera? —le preguntó Néstor, sin ningún tipo de prisa.
    —Dúdalo. No creo ni que lleguemos al principio del concierto.

    Néstor rio brevemente. ¿Cómo las prisas para llegar se podían transformar tan rápidamente en ganas de pasar un tiempo a solas con Néstor? Ese ojitos azules era formidable en atraer su atención. Le bloqueaba sus pensamientos, si se esforzaba. Seguro que su novio estaba pensando lo mismo de él.

    Entonces se oyó a alguien gritar, a lo lejos. Parecía venir de Miklagaard.

    —¿Qué pasa? ¿Ves algo? —preguntó Néstor.

    No pudo responder. Un golpe seco y muy fuerte en la cabeza obligó a Mario a desplomarse. No tuvo tiempo ni de llamar a su novio mientras veía como una figura oscura, tan alta como él, dejaba inconsciente a Néstor y se lo llevaba. Y él se quedaba allí, inmóvil, notando las primeras gotas de la lluvia.

    ---------------------------------------------------------------------------------------------



    La canción de hoy! Una curiosa canción punk de amor jeje



    Edited by Kaiku-kun - 23/2/2016, 22:08
  5. .
    Perdón por la tardanza, aquí tenéis el próximo capítulo :) Es un capítulo de paso, por tanto es más cortito (más o menos como el primero).

    Amor, moltes gracies pel review :) a tu et semblarà poc, però em va agradar molt jeje ja et vaig comentar què en pensava tot plegat jeje

    Por fin Mario y Néstor han tenido su momento. Por fin Jari se ha librado de su novio. Ahora lo que queda es: ¿Quién demonios es ese tal Simón? ¿Y qué pasa con las heridas de Aire?

    ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

    4. Katana – Phoenix On Fire



    Simón Barrera. Dieciocho años recién cumplidos. Proveniente de familia rica. Pelo suficientemente liso para podérselo ordenar con comodidad. Ojos de un verde claro muy característico con los que podía enamorar con una sola mirada. De cuerpo más pequeño de lo habitual en su edad y cara de niño.

    ¿Por qué todo el mundo veía eso? ¿Por qué todos habían decidido guiarse por eso? Sus amigos hasta entonces habían sido todos ricos. Ricos de verdad. De los que crispaban los nervios a cualquiera que se acercaba. Pero él los quería. Ellos nunca se aventuraban a conocer sus sentimientos, sus emociones, su personalidad, jamás tuvieron el mínimo interés. Simplemente estaba ahí, como un bulto, distrayéndose en silencio con sus supuestos amigos. Era lo que necesitaba, creyó. Y entonces todos se fueron. Todo su grupo se dispersó por el mundo y se quedó solo.

    Solo a merced de sus padres. Se supone que los padres son los que mejor conocen a una persona. Pero los padres de Simón no eran así. Eran opulentos, educados y refinados, ricos repelentes que obligaban a su hijo a hacer todo lo que él no quería hacer y, cuando al fin encontraba algo de su gusto, se lo prohibían. No había diversión para él. No había piedad para él. Ni amores de verano. A decir verdad, amores, en general. Ni música que le desconcentrara de su tarea de dirigir una empresa que aún no existía. Ni hobbies. Nada. Su habitación a lo largo de todos esos años había sido siempre un lugar vacío, pragmático, un autómata inerte, sin otro color que unas paredes amarillentas con un escritorio blanco.

    El único capricho que le habían dejado tener eran esos amigos ricos a los que tanto quería. Porque eran de familias influyentes y bla, bla, bla. Eran su escapatoria. Ellos no eran muy buenas personas, pero se podía convivir con ellos y le habían enseñado lo bonito de tener una relación, tu propio mp3, un móvil que no estuviera eternamente acechado por dos diablos disfrazados de padres. Cuando Simón aún no acababa de entender su posición en su familia, les habló muy bien a sus padres de un artista, joven, de un par de años más grande que él, que quizás le podría ayudar con la tediosa asignatura de música clásica que le impartía un profesor particular. Sus padres se horrorizaron y le cayó la bronca del siglo. Ellos se ocuparan que ese chico en particular, y ninguno más, desapareciera de la vida de Simón. El pobre chico esperó en vano días y días a que reapareciera, pero nunca sucedió.

    Desde entonces aprendió a ocultar todo de sus padres. Se guardaba todo lo emocionante para él y había aprendido muy bien, desde pequeño, a ocultar sus emociones a ellos y a todo el que les pudiera comunicar cosas de Simón. Al final, solamente él, en su habitación, encerrado, sabía qué era lo que le pasaba por la cabeza. Tenía curiosidad sobre cosas que le estaban prohibidas. ¿Qué era tener novio o novia? Ni siquiera sabía qué le apetecía más. Ni siquiera sabía en qué consistía el amor, o el sexo, o el tener un amigo que no te tuviera como un mueble más en su casa. Y quería saber. Y, en secreto, en su mente, donde nadie podía acceder nunca, lo imaginaba. ¿Sería jugar a videojuegos todo el día? ¿Sería besarse? Sus padres nunca se habían besado delante de él. Eran fríos, distantes, pero eso no iba con él, Simón quería explorar, imaginar colores, formas, personas, un mundo, pero todo quedaba en su mente.

    Pero no importaba. Nada de eso importaba. Porque tenía un plan. Nada más cumplir los dieciocho, se iría. Huiría. Y nadie lo sospechaba. Nadie podía acceder a su mente para que luego se lo chivara a sus tiranos, o padres, como se los llamaba legalmente. Y todo eso fue mucho más fácil gracias a ellos, sus tiranos, que cometieron errores que ellos considerarían muy graves. Simón sabía que tenía una cuenta corriente en un banco desde muy pequeño, que estaba olvidada. Y llena de dinero. Suficiente dinero para, por lo menos, cursar la carrera que él quisiera. Y como tendría dieciocho años, lo podría hacer a su antojo. El otro error fundamental fue enseñarle a llevar una empresa… empezando por una sola cuenta de banco. Y se las había apañado durante todo este tiempo para ocultar y descifrar todo lo que ocurría en la suya. Descubrió que sus padres no tenían control directo sobre ella, lo que era extremadamente raro, con la obsesión que tenían ellos con el control. Así que, a los dieciocho, el título de “tutor legal” en esa cuenta desaparecería y ese dinero sería suyo.

    Y empezaría una nueva vida. Adiós a esa pesadilla eterna, adiós a los llantos continuos por su abandono, adiós a las ataduras. Iba a explorar el mundo que le estaba prohibido y lo iba a hacer a su manera.

    Tiempo atrás, escuchó una canción de las que tenía prohibidas que decía justo lo que necesitaba: “No te estoy pidiendo permiso; no necesito tu consentimiento firmado en papel; no te digo que me sigas a todas partes, solo quiero que sepas que cuando tengo esa sensación, me lleva lejos y bien alto; vivo para renacer como un fénix envuelto en llamas”. Desde entonces, esas llamas no le abandonaron. Impulsaron su huida. Iba a renacer.

    * * *


    Cuando el día llegó, cogió una bolsa con algo de ropa, se fue al cajero a por dinero, dejó una nota de despedida en su habitación y simplemente, se fue, sin móvil, sin nada que le localizara.

    Un bus. Luego autostop. Acabó en una ciudad que no conocía, no muy grande, cerca de un valle, con un castillo en lo alto de la montaña y unas corrientes de aire que parecían que le ayudaran a volar.

    Después de unos días en un hotel, encontró una universidad que aún admitía matrículas y se lanzó a la piscina para antropología social. Estudiar las relaciones de más de cuatro o cinco personas era como explorar el mundo, y le gustaba explorar.

    Y como no podía vivir siempre en un hotel, buscó una residencia para estudiantes. Seguro que allí haría amigos.

    Pero cuando ya hubo empezado el curso y se acaba de establecer en su nueva casa, su pesadilla entró arrollando a través de un teléfono que se suponía que no conocía.

    —¡Hijo! —le gritó su padre—. ¡Vuelve a casa ahora mismo!
    —¿Para qué? —respondió muy tranquilo.
    —¿Cómo te atreves a dejarnos así? ¡Tienes trabajo y mucho que aprender!
    —No te equivoques, padre. Yo ya sé qué quiero aprender. Y está lejos de vosotros.
    —¡Desagradecido! ¡Te hemos dado todas las comodidades posibles!
    —¿Desagradecido? ¿Comodidades? —Su paciencia se agotó rápido—. ¡Y una mierda! ¡Me habéis retenido toda la vida contra mi voluntad eliminando todo lo que me gustaba para ser vuestro experimento! Me da igual el dinero que tengáis, yo lo que quiero es explorar el mundo y la vida que me habéis negado. No había sentimientos para mí, era todo trabajar. ¡No he tenido infancia! ¿Pero sabéis qué? La habéis cagado. ¡Porque ahora no me podéis controlar! ¡Tengo dieciocho años y soy libre!

    Tiró el móvil al suelo, haciéndolo rebotar, y se lo cargó de una patada. Tendría que comprar uno nuevo. Mientras sacaba la tarjeta con el número del aparato y también la partía, se fijó en que tenía visita. En particular, un chico de pelo castaño algo alborotado y ondulado iba escoltado por dos rubios que tenían pinta de ser familia. El castaño debía de ser su nuevo compañero de piso, porque tenía la llave en la mano.

    —Oh, hola… lo siento, mis padres, ya se sabe… —dijo, disimulando la discusión lo mejor que pudo, dirigiéndose al castaño—. Me llamo Simón. Soy tu nuevo compañero de piso.

    * * *


    Para Néstor, tener a Simón de compañero de habitación suponía un reto. No tenía hermanos, había tenido pocos amigos, con ninguno había compartido habitación hasta entonces. Esperaba no tener problemas, no quería darle una mala impresión.

    Simón, por suerte, no tardó en contarles su historia, lo que tranquilizó a su compañero de habitación. Según él, lo del pasado daba totalmente igual y no tenía por qué traumatizarle, así que no tenía reparos en contarle con todo detalle cómo sus padres le tuvieron esclavizado y controlado en todo momento.

    —¡Es indignante! —saltó Vera, a la mínima de cambio, cuando descubrió solamente la presión a la que tuvieron sometido a Simón—. ¿Cómo pudiste aguantarles?
    —¿Y qué iba a decir? —contestó, despreocupado, el pequeño pero rebelde joven—. Son mis padres, hacían lo que ellos querían, legalmente estaban en su derecho.

    Durante toda la explicación, que no fue muy larga, a los italianos le subieron los colores a la cara, de todos los posibles, ira, pena, angustia. Seguramente Pasi saltaría cabreado ante tan flagrante sumisión, pensó Néstor, pero él simplemente lo comprendía. Aunque su dolor venía de otro sitio, era un control conocido.

    —Yo te entiendo —le dijo finalmente, mientras Mario se iba a por un refresco para relajarse—. Estamos en el mismo barco.
    —Bueno, sí, pero ahora no me hace falta compasión —dijo, tajante, con una gran sonrisa—. ¡Ahora ya soy libre y podré hacer lo que me plazca! Pero necesitaré ayuda… no sé si es muy normal contar tu vida a extraños, por ejemplo… ¿Podríais ser mis amigos? Así podré hacer las cosas bien.
    —Cuenta con nosotros —afirmó Vera, en nombre de los que estaban y los que no estaban allí.

    A partir de entonces, Néstor hizo de hermano mayor a Simón para que fuera aprendiendo como manejarse solo con la universidad. No iban a la misma carrera, así que se entretuvo en contarle que en esa universidad los grupos acostumbraban a rechazar a los nuevos (como le había pasado a él) y que él, Mario, Vera y los demás ya le enseñarían un buen sitio donde sí haría buenos amigos.

    Al cabo de un par de días de llegar, Akira se presentó en el piso de Mario, donde estaba reunido el resto del grupo, y le presentaron a Simón. Él estuvo más callado, pero saludó, amistoso, y le contó que vivía en con Néstor. Luego, Akira habló de Aire, Mario intervino con un comentario picante y el grupo se topó con una situación graciosa:

    —Ah, ¿entonces tú eres…? —Interrumpió la frase pensándose la última palabra.
    —¿Gay? Bueno, en realidad bisexual.
    —Eso, gracias. Es que realmente no sabía cómo llamarlo.
    —¿Qué quieres decir con que no sabías? —intervino Mario, curioso.
    —Bueno, sabía que había gente que gustaba de todo tipo de gente, pero no se me los nombres…
    —¿Que ni tus amigos ni tu familia te enseñaron nada de eso? —Simón iba a responder, pero Mario se adelantó—. Espera, ¿sabes siquiera si te gustan hombres o mujeres?

    Néstor volvió a sentirse identificado. Akira miró asombrado a ese chico flacucho de ojos verdes.

    —Mis padres me educaron pero solo en economía, ¿recuerdas? Estaba encerrado, y cuando no, estaban con críos que solo pensaban en drogas o en dinero… y mis padres se procuraban el alejarme de ellos cuando se iban de fiesta y cosas así. La única persona que realmente parecía ser amigo de verdad desapareció al cabo de darme tres o cuatro clases de música porque quiso verme fuera de clase. Mis padres tuvieron la culpa, claro.
    —Entonces… —habló Vera, con una sonrisa de asombro en la cara— ¿No sabes qué es el sexo? ¿Ni cómo se tienen niños? ¿Ni conoces tu cuerpo en ese sentido?
    —Todo lo sé o lo he probado de imaginar o han sido vagas descripciones de mis padres, seguidas de quejas sobre en lo que debía concentrarme o de preguntar chorradas que no iba a necesitar.

    Todos se quedaron con la boca abierta. Incluso Néstor estaba algo aturdido por la revelación. Ese chico no sabía nada, para ser un adulto… apenas le cabía en la cabeza por dónde empezar a contarle cosas.

    —Pero bueno, no os alteréis, nunca he tenido ningún impulso sobre… eso. Nunca me he tocado porque no sé cómo hacerlo ni qué me va a aportar… aunque tengo curiosidad.
    —Bueno, a raíz de estas revelaciones —habló Mario, mientras recuperaba sus colores. Su mirada le dio a entender a Néstor que a él le encantaría enseñarle todo lo que no sabía, y eso no le gustó, aunque se lo calló—, tenemos que advertirte. Que no salga de aquí que eres virgen y que no sabes cómo va todo esto.
    —¿Por qué? ¿Qué tiene de malo?
    —Bueno, no queremos que nadie se aproveche de ti para hacer cosas que no quieras, no es legal —comentó Néstor, con un tono algo agresivo como indirecta a Mario—. Espera a saber qué es el amor, primero. Y ya te contaremos Vera y yo cosas del sexo.
    —Del amor sí que se cosas, he leído cuentos, pero ninguno me acaba de convencer… tampoco sé qué se siente.
    —Madre mía, será como tener un hijo —se rio Mario. Néstor le echó una mirada divertida y Simón chistó con desgana.

    * * *


    Pasi se pasó esos dos días vigilándome. Cada dos por tres me sentía angustiado por todo lo que había pasado, y entonces entraba, me miraba, me abrazaba y entendía que todo había pasado porque tenía que pasar. Que era para bien. Que no podía ser tan permisivo.

    —Tienes razón —le dije al cabo de dos o tres días, aunque no me había dicho nada—. No puedo ir ciego por la vida, siendo tan dedicado. Tengo que elegir mejor a quién me dedico con mis esfuerzos… lo probaré, ¿vale?

    Realmente me estaba costando muy poco olvidar a ese aprovechado. Solamente me sentía mal por haber sido tan tonto de no ver lo que me hacía. Además, como me hizo caso y no volvió a aparecer por el restaurante, estaba resultando fácil.

    Ese jueves salí antes para dar una vuelta y me sorprendió encontrarme con Aire, en el callejón de detrás de Miklagaard. Estaba sentado en su sitio habitual. Pasi y Akira me habían dicho que era albino y que siempre iba tapado, por lo que verle de día era muy raro.

    —¿Qué haces aquí? ¿No es peligroso? —Idiota. Buena manera de presentarte.
    —Se te ve con mejor cara —dijo, simplemente, pasando de mis preguntas toscas, sin mirarme—. Ese chico salió a paso rápido y parecía enfadado. Por fin lo habéis dejado.
    —¿Y tú qué sabes sobre mí? —le dije, con voz curiosa, no tosca, esta vez—. Quiero decir… apenas me conoces, ¿cómo sabes todo eso?
    —Bueno, se podía ver a simple vista. No me gustaba lo que estaba viendo. Pasi estaba sufriendo mucho. Siente algo por ti distinto a todo lo demás.
    —Lo sé —le confirmé, sin pararme a pensar cómo lo sabía—. Es una parte de nuestro pasado que decidimos cerrar. Nuestra conexión especial impide que lo superemos. Sabemos lo que el otro siente en caso de apuro casi al instante. Por eso Pasi casi no ha tenido a nadie desde que decidimos ser lo que somos, hermanos.
    —Entiendo. Creo que me he pasado hablando. No diré nada a nadie, es un tema muy delicado.
    —Gracias. ¿Tú estás mejor de los golpes?
    —Sí, pero me temo que no van a ser los últimos.
    —¿Qué? ¿Por qué?
    —Es otro tema delicado. Nos vemos.

    No debí preguntar. Aire escaló por la tubería de nuevo y se alejó caminando por el callejón. Ya me habían advertido que no sacaría nada en claro si se cerraba. Pero por lo menos había podido entender algo de lo que me decía. Necesitaba encontrar a alguien a quien Pasi no tuviera necesidad de pegar.

    * * *


    La música ya había empezado. No era viernes, pero lo parecía, porque estaba bastante lleno. Yo estaba en mi cama, tumbado. Jari se había ido hacía horas y no sabía muy bien qué hacer. Menos mal que ya estaba mejor, estaba bastante preocupado.

    Al cabo de un rato, Jari entró por la puerta bastante animado.

    —He tenido una conversación de lo más rara con Aire.
    —Solamente con que lo menciones antes de que se haga de noche ya es raro —bromeé.
    —Ese chico es misterioso y pilla las cosas al vuelo. Sabe que tuvimos algo hace tiempo.
    —¿En serio? —me quedé sentado en la cama, escuchando seriamente.
    —No pareció importarle. También me ha dicho que se me ve mejor.
    —Pues tiene razón —le dije con una sonrisa amable.

    Entonces llamaron a la puerta. La voz del propietario del bar les reclamaba. Cuando le abrí la puerta, nos encontramos con él y una chica más alta que Néstor, pelirroja, de mirada penetrante y con una sonrisa.

    —Esta chica dice que quiere subir al escenario con vosotros mañana. Os dejo solos, supongo que esto no me afecta a mí.
    —Me llamo Clara Portal —se presentó, dando la mano a Jari, de forma enérgica, y luego a mí. Me sorprendió un poco—. Me he mudado hace poco y nada más llegar oí hablar de vosotros y lo potentes que sois en concierto. Soy cantante, y me gustaría entrar en vuestra banda temporalmente, para estrenarme en concierto.

    Jari y yo nos miramos. Estábamos sorprendidos, nunca nos habían pedido nada igual, pero estuvimos de acuerdo en probar. Solo había algunas cosas que chirriaban.

    —Vale, nos parece bien. ¿Te pagarán? —pregunté.
    —Oh, no —dijo, riendo—. Solamente tengo una cena el día que cante… total, solo cantaré una canción este primer día, y como no sé si volveré… pero no os preocupéis, mi padre es productor y tiene bastante dinero, no es problema. De hecho, para mí esto es una prueba, quiero que vea como lo hago. Y quizás le podríais interesar y todo.
    —Bueno, nosotros no tenemos nada original, tocamos lo que nos gusta —explicó Jari—, así que… bueno, o eliges una canción de las nuestras o nos adaptamos a una que nos digas.

    Clara pasó totalmente de mi hermano, con toda la cara.

    —Oye ¿tenéis seudónimos o algo?
    —Pues no. Ser finlandeses en España ya es algo raro de ver, nuestros nombres dan el pego.
    —¡Vaya, cómo mola! —dijo mientras daba vueltas, pensando algo—. Yo me quería poner uno, pero no sé si gustará.
    —Prueba. ¿Qué tienes?
    —Fénix.
    —¿Fénix? Bueno, desde luego ese mote te pega, con ese pelo ardiente que tienes.

    Y ya me estaba preguntando de dónde salió ese cumplido de mi hermano.

    —¡Gracias! Bueno, pues lo usaré.

    Estuvimos un rato hablando sobre cosas que realmente a mí no me interesaban. La historia de Fénix (como dijo que la llamáramos) y sus padres ricos y aventureros, sus pequeños desvaríos discotequeros con chicos y chicas a la vez, el hecho de que nos escuchaba desde hacía un tiempo a la par que aprendía a cantar… al final volvimos al tema de la canción. En vez de a Jari, después de dar tanto la vara con el mote se me ocurrió a mí la canción apropiada para que cantara.

    —Mira, creo que tengo una canción apropiada para ti. Te pega con esa especie de espíritu rebelde que tienes —dije, algo incómodo por esas explicaciones de rollos de una noche.
    —¿Cuál es?
    —“Phoenix on Fire”, de Katana. Espero que sepas cantar en inglés.
    —Ningún problema, me he pasado media vida en Estados Unidos.
    —Y tan aventurera —añadió Jari. ¿Qué le estaba dando ya?

    * * *


    Néstor, en los días de clase que quedaban hasta ver a los Koskinen en Miklagaard, comprendió que Simón era realmente muy inocente. Por lo que le contó, para las clases era un prodigio, pero a la hora de pillar las cosas al vuelo con los comentarios sarcásticos o bromas, la verdad es que no tenía ni idea. Se notaba que pocos amigos había tenido. Pero realmente le parecía una buena persona, siempre sonriente, siempre activo, pero con menos experiencia que un Ratatta a nivel dos cuando se trataba de relaciones. Es que lo decía todo tal cual lo pensaba, no se guardaba nada. La palabra secreto, a no ser que tuviera de mucho más ocultos, no existía para él. Decía que había decidido cambiar de vida totalmente, pero al final tuvo que decirle que se guardara unos detalles y probara de entender las bromas (que según él le daban igual). Demasiado inocente para su gusto.

    Al final, llegó el momento de presentar a Simón ese maravilloso sitio que había descubierto. Los Koskinen habían enviado un mensaje diciendo que esa noche había sorpresa para todos.

    —Ni se la imaginan —comentó Mario, mirando de reojo a Simón—. Cada día traemos gente nueva.
    —Sí, y Aire va a volver a venir hoy —añadió Akira.
    —¿Quién es Aire? —le preguntó Simón a Néstor.
    —Es mejor que le veas tú mismo. Es todo un personaje.

    Al cabo de poco de empezar a caminar, Néstor le recomendó a Simón que no usara prejuicios contra Miklagaard, que él había cometido el mismo error. Simón afirmó que estaba dispuesto a explorar lo que fuera, que para eso estaba ahí con ellos.

    —Néstor, ven un segundo —le avisó Vera. Cuando éste estuvo escuchando a su lado, ella siguió, en voz baja—. ¿Pero tú y Mario no estabais juntos?

    Eso le dejó algo estupefacto. Se dio cuenta de lo que pasaba. O más bien de lo que no pasaba. Desde que le contó su historia y se besaron (y desde la llegada de Simón, se permitió añadir en sus pensamientos), Mario no había vuelto a ser cariñoso con él. Y ni tan siquiera se había dado cuenta… Había estado tan ocupado con las clases y con tener a su inesperado “hermano” en su casa, que sus sentimientos habían quedado ocultos y con el comentario de Vera saltaban todos a la vez. ¿Y Mario? ¿Sentiría algo Mario, o fue algo del momento?

    —Pero no es el momento —le aconsejó ella, leyendo sus pensamientos.
    —¿Por qué no?
    —Porque estamos todos aquí… busca un momento en el que estemos distraídos. Sería muy incómodo tener que presenciarlo.

    Néstor se contuvo las ganas de preguntar a Mario qué había pasado durante la semana, que casi ni se habían dado la mano.

    —Allí está Aire —señaló con la mirada Mario, precisamente, mientras se lo presentaba a Simón. El chico no parecía muy impresionado, para ser que estaba explorando el “mundo”—. Es albino. Y habla poco. Es un misterio.

    Akira ya se estaba avanzando al grupo para preguntarle a Aire si entraría. El chico no llevaba la capucha de su sudadera puesta, pero se le podía ver un cardenal en la mejilla derecha. Seguro que ocultaba más por todo el cuerpo. Mientras tanto, éste ya había bajado y estaba aguantando las quejas de Akira sobre su cardenal.

    —¿Dónde coño te metes para acabar así? Algún día te pasará algo grave —se quejaba. Aire simplemente pasaba de él, mientras se dejaba guiar al interior de la sala.
    —Vamos a primera fila —propuso Akira, inmediatamente más animado por poder ver a sus amigos tocar y presentar esa sorpresa.

    Néstor acompañaba a Simón para que no se perdiera. El pobre estaba que no cabía de nerviosismo. Desde que le ocurrió aquello con ese profesor de música que desapareció que tenía ganas de meterse de lleno en un concierto y no se aguantaba las ganas. Cuando al fin llegaron a primera fila, Néstor le presentó a los Koskinen, que estaban afinando sus guitarras.

    —¿Ellos son vuestros amigos de los que me habéis hablado? Quién pudiera ser como ellos… —dijo con admiración.
    —Ya verás, sus conciertos son muy buenos —le guiñó un ojo Mario.

    Entonces Pasi se giró cara el público y vio a Akira, a Néstor, a Mario a su lado y al final un chico que no conocía, pequeñito, hecho un fideo al que el foco casi no le iluminaba. Parecía emocionado.

    —¿Otro nuevo? —preguntó Pasi, acercándose al grupo, con una sonrisa. Entonces vio a Aire y a Vera—. Me alegro de que hayas vuelto, Aire, nos hizo ilusión que nos vieras tocar.
    —El otro día solamente entré por él —dijo señalando a Akira. Néstor no estaba seguro de si Aire conocía el nombre de su amigo más cercano—, pero sois buenos y me apetecía distraerme un rato.
    —Me alegro, me alegro —le sonrió. Entonces Jari se acercó a su hermano y éste le comentó sobre Simón—. Mira, el grupo se hace cada vez más grande.
    —Vaya, al final nos llenaréis la sala solo con amigos vuestros —bromeó Jari.
    —Se llama Simón —le presentó Néstor, como si fuera un pobre desvalido—. Es mi nuevo compañero de habitación. Llegó el otro domingo, cuando volvimos al piso nos lo encontramos allí.
    —Encantado —dijeron los mellizos al unísono.

    Al cabo de nada, empezó el concierto. Tocaron un par de canciones de heavy metal bastante animadas y luego detuvieron el concierto.

    —Muchas gracias por venir a Miklagaard otra vez, compañeros —empezó a hablar Jari—. Hoy, por primera vez, tenemos a una invitada especial que cantará la siguiente canción. ¡Un aplauso para Fénix!

    Una chica más alta que Néstor y con el pelo rojo bien brillante que daba pie a su nombre se puso al micro y dio las gracias por dejarla cantar y la música empezó a sonar. Cuando Fénix puso su voz, todos se quedaron alucinando. Era una voz espectacular, era impresionante, impactante. Todos los pelos de Néstor se pusieron como escarpias. Mario y Aire sonrieron, Vera y Akira la animaron, pero el que destacó más fue Simón. Tan pequeñito que era y la energía que tenía para saltar y cantar a la vez. Suerte que nunca le habían dejado escuchar música, se dijo algo molesto Néstor.

    * * *


    Era mi canción. La canción que había encendido mi fuego interno. Y esa tal Fénix era la mejor para representar lo que yo sentía. Canté la canción todo lo fuerte que pude, aunque no podía ni oírme mis pensamientos. Toda la canción estaba en su sitio y sabía que era para mí. Mi canción. La única que había podido escuchar entera que no fuera música clásica. Mi espíritu rebelde estaba ahí dentro, comprimido en esa letra. Necesitaba conocer esa voz.

    * * *


    Nada más terminar la canción, Simón desapareció del grupo. Néstor se dio cuenta dos canciones más tarde, cuando Fénix ya se había despedido de todos y ya estaba entre el público. Pensó que ya les encontraría. Seguramente estaba tan emocionado por esa canción que quería conocer a Fénix, y entonces sí que no era cosa de nadie más.

    —He visto a Simón irse a la primera canción —le comentó Mario, cuando el concierto acabó, mientras se iban a los sofás—. ¿Crees que se habrá ido a casa?
    —Nah, estará buscando a Fénix.
    —Sí que parecía animado con la canción.
    —Pues suerte que no le dejaban escuchar…
    —Todo debe de tener su explicación.

    Néstor pensó para sus adentros que también la debía de tener que no se hubieran besado más. Mario le leyó la mente, se retrasó un poco de sus compañeros y arrastró a Néstor entre la multitud y empezó a besarle con pasión y desenfreno. Néstor acabó contra una pared, algo sorprendido, pero deseoso de más besos y caricias. “No pares”, pensó Néstor, sin valor para pedírselo. Mario no se detuvo. De hecho lo tenía tan acorralado que aprovechó para meterle la mano por debajo de la camiseta. Mario sonrió cuando oyó a su chico sorprenderse.

    —¿Quieres que pare? —le preguntó, de forma perspicaz.
    —No… no quiero pero… no te pases tampoco —le respondió, entre besos.

    * * *


    Simón llevaba un buen rato buscando a Fénix. Apenas había estado unos minutos en el escenario y ya quería conocerla. Quería saber si la canción había sido idea suya. Nadie excepto él sabía que esa canción era la suya, esa coincidencia no podía ser por nada. Pero ya había acabado el concierto y había perdido de vista a sus amigos. Se encontró algo perdido en ese instante y recordó con algo de alivio esos momentos en los que estaba solo. No estaba acostumbrado a tanta gente.

    —¿Tú eres Simón, no? ¿El nuevo en el grupo de Akira? —Simón se giró, algo asustado. Delante de él se alzaba uno de los mellizos. Le sacaba una cabeza entera—. Me llamo Pasi. ¿Cómo es que no estás con ellos? Yo iba hacia allá con mi hermano, ¿te apuntas?

    Su hermano no estaba cerca, o no le veía. No supo que responder. Optó por ser como siempre.

    —Busco a Fénix. Ha cantado la única canción que conozco que me defina tan bien. Necesito conocerla.

    Simón vio como Pasi se pensaba algo, pero en vez de esperar respuesta, oteó como pudo su alrededor a ver si encontraba a su heroína. Entonces entre el público se hizo un hueco y se vio a Fénix rodeada por un chico y una chica. Simón aprendió a la fuerza qué era besar con pasión a alguien. Fénix lo estaba demostrando a esos dos.

    —Lo siento chico… —le arropó Pasi, con su brazo en el hombro—. Si te sirve de consuelo, creo que mi hermano está en la misma posición que tú.

    Jari apareció también de entre el público cabizbajo, balbuceó algo que Simón no entendió y se fueron los tres a los sofás. Allí encontraron a todo el grupo. Néstor y Mario se miraban de forma pícara, y parecían sudados. Simón no entendió por qué los mellizos rieron la escena.

    —Oh, es que han estado un rato dándose un repaso con los labios —le comentó, divertida, Vera, para hacérselo entender. Simón dio un respingo. Podría haber pasado eso con él y Fénix. Aunque realmente no le llamaba la atención eso de ella—. ¿Te lo has pasado bien? Todos los viernes Jari y Pasi tocan, ¿vendrás?
    —¡Claro! A ver si volvéis a tocar esa del fénix, es mi canción.
    —¿No decías que no te dejaban escuchar música?
    —Bueno, mi profesor de música que desapareció me enseñó esa canción y nunca la he olvidado. Es la única que me gusta de todo lo que he escuchado a lo largo de mi cautiverio.
    —Caray… qué dramático… —comentó Pasi.
    —No, no, lo dice en serio —le aclaró Vera—. Ha estado alejado del mundo por culpa de sus padres. Ha huido de ellos en cuanto ha tenido ocasión.
    —Oh… vaya, lo siento. No quería tener poco tacto. Por cierto puedo tocarte esa canción cuando quieras. La escogí yo porque le pegaba a Fénix. En realidad normalmente la canto yo.

    Así que había sido ese chico. Pasi le sonrió mientras le revolvía el pelo y se sintió como halagado de que un músico le dijera que podía tocar su canción. Era como volver a encontrarse con ese profesor olvidado a la fuerza.

    * * *


    —¿Cómo te has hecho eso?
    —En mi mundo solo existe una opción. Sobrevivir.

    Akira y Aire estaban algo separados del grupo. Akira quería estar por su invitado. Sabía que si no le atendía, no volvería a entrar, y no le gustaba tener que pensarlo. Pero le preocupaba el estado de su amigo, y aun más después de esa respuesta.

    —¿Que no te importa lo que te pase?
    —Sobrevivo, ¿no? Estoy bien. Siempre me retiro a tiempo.
    —¿Y si le importas a alguien?
    —Yo ya sé a quién le importo. No te creas que me arriesgo por nada.
    —¿Y a mí me cuentas?

    Aire echó la espalda para atrás mientras miraba la cara molesta de Akira. Ninguno de los dos cambió su cara ni dio su brazo a torcer. Entonces Aire se levantó, dijo adiós a todos, y se fue. Esperaba que Akira se diera cuenta de lo que le estaba diciendo mientras se iba.

    —Akira, ¿qué pasa? —le preguntó Vera.
    —Dadme un segundo. —Y corrió detrás de Aire, esquivando la gente.

    Aire le estaba esperando fuera de la sala, en la barandilla cerca de la entrada. Hacía fresco, tenía las manos puestas en el bolsillo de la sudadera. Miraba con cara seria al final de la calle. A Akira le dio algo de respeto acercarse a Aire. Pero él le miró y atisbó una sonrisa.

    —¿Me… me cuentas? —repitió.
    —¿Por qué te cuidas tanto de mí? —le preguntó, mientras se acercaba a Akira—. ¿Por qué te pones tan protector? No me conoces. Y casi todas las veces que me has hablado, me has replicado.
    —¡Y yo que sé! —le soltó. Parecía que Aire se divertía y todo—. ¡Pero si cada vez que apareces vas cubierto de marcas ya no hace falta que…!

    Tuvo que detener su frase. Aire había querido dejar de hablar. Unos labios extremadamente suaves (para alguien que llegaba cada día con cardenales) le estaban robando el aire que debía usar para hablar. Akira se dejó llevar. Pero duró poco. Con agilidad y delicadeza, Aire se soltó, se giró contra Akira, se puso la capucha y echó a andar.

    —¡Esto no ha acabado! ¡Con esto no lo vas a solucionar! ¡Maldito descarado! —Como respuesta, Aire levantó la mano diciendo adiós—. ¡Aún no he dicho mi última palabra!

    Se giró él también y con paso fuerte volvió a entrar a Miklagaard. Cuando se cerró la puerta, se quedó reclinado en una de las paredes y sonrió.

    ---------------------------------------------------------------------------------------------------------

    La canción de hoy!



    Edited by Kaiku-kun - 23/2/2016, 22:00
  6. .
    Hola amor! ja m'he acabat física jeje
    Andrés em sembla adorable! jeje i m'encanta aquesta aura de misteri que el rodeja, es el que m'ha atret més d'aquest personatge jeje i pobre, com fuig per la vergonya... em recorda a un pokemon de la zona safari XD
    Sergi té una mica de tu en el sentit que amb una presència amable i disposada a ajudar ja en té prou per posar-se ell mateix a solucionar les coses jeje i també és prou directe, encara que això ja em sembla bastant més normal en un seme :)
    A veure quina serà la seguent assignatura!
  7. .
    Amor! ha estat molt bé aquest one-shot! jeje
    He de dir que la gran majoria dels acudits t'han sortit be i han estat molt divertits jaja només hi havia algun que potser no l'acabava d'entendre, pero ja et vaig dir que el de la gitana i el del pavo em van encantar jaja l'humor t'ha sortit be jeje
    Realment sempre tinc problemes amb la parella XD sempre inverteixo el seme i el uke, i després em trobo amb la sorpresa XD com Kitami es tan tímid... Realment m'agrada molt aquesta parella, llàstima que no se n'escrigui més d'ella (en general)
    Ens veiem després amor! :)
  8. .
    ¡Nuevo capítulo! Es de la misma extensión que el anterior, quizá un poco menos largo.
    Muchas gracias a todos los que lo han leído, espero que sigáis enganchados y comentéis :)

    ¿Qué mantiene a Néstor distraído para no querer nada con Vera? ¿Va a actuar Pasi ante esa esclavitud que ve en la relación de su hermano Jari? ¿Y dónde encaja Aire en todo esto? Todo lo que sucede en Miklagaard, se queda en Miklagaard.

    --------------------------------------------------------------------------------------



    3. America – A Horse With No Name



    Cosas importantes pasaron esa misma noche. Después de que Akira tirara hacia su propia casa, y sabiendo que Mario se había quedado Miklagaard, Néstor pidió a Vera una última cosa. Que le escuchara. Se sentía con la suficiente confianza con ella para contarle su pasado, su gran problema con Kilian. Le resultó complicado contarlo todo sin ahogarse con lágrimas o volverse a asustar como hacía un tiempo pero lo logró. Vera se quedó muda ante la explicación. Lo único que se le ocurrió fue abrazar a su amigo, un abrazo protector que lo salvara de esa oscuridad.

    —Me sentía como si estuviera en un desierto y mi sombra fuera un ser ajeno a mí que me acosaba y perseguía —acabó Néstor, ya abrazado—. ¿Me dejarás que se lo cuente yo a Mario cuando estemos solos? Vosotros dos, de momento, sois en los que más confío, sois muy buena gente. Y quiero demostrarle a Mario que es importante para mí.
    —Claro que sí, lo que necesites. Cuando quieras y cuando Mario aparezca, os dejo solos.

    Después de eso, Néstor necesitó estar un rato solo. A decir verdad, era de madrugada y estaba agotado, así que la cama le llamaba, prácticamente. Pero le costó dormirse, porque estaba pensando. Pensaba que era la primera vez que tenía amigos que le escuchaban, que no se apartaban, amigos de los que no tenía que temer que les pasara nada por estar con ellos. Porque Kilian había quedado atrás. No estaba.

    Antes de dormirse, tuvo tiempo de mirarse la lista de canciones una vez más y recordó lo bien que lo había pasado en el concierto. Recordó esa pelea de broma a lo que llamaban mosh-pit. Y recordó que todo lo había empujado (a veces literalmente) Mario. Mario, ese rubiales que tanto le tocaba las narices a veces. De verdad que a veces era para darle un puñetazo. Pero en el fondo era bueno como su hermana.

    Cuando Akira les dijo que Mario se quedaba, quedó algo decepcionado. Y cuando entendió que se estaba acostando con uno de los hermanos y que había roto con Tania, sintió pena y tuvo la impresión que había sido culpa suya, de un simple chico nuevo y que tuvo la suerte (o la mala pata) de encontrarse con él. Se durmió pensando en lo que podía haber visto.

    No volvieron a saber de Mario hasta el día siguiente hacia el mediodía, que volvió a casa. Su cara era pensativa y parecía no haber dormido muy bien. Aun así, quiso mantener su semblante y su ánimo de siempre.

    —¿Cómo te encuentras? —preguntó Vera, mientras Mario pasaba al salón. Néstor observaba desde el sofá.
    —Bien. Bueno, podría seguir teniendo novia y que no fuese una traidora, pero aparte de eso…

    En el camino de la puerta hasta su habitación, pasó por delante de Néstor. Le miró discretamente, pero el joven de ojos azules le pilló y vio que cara ponía Mario. Estaba como decepcionado, más que malhumorado. Y era por su culpa. Antes de que Mario acabara de pasar, Néstor bajó la cabeza para que no pudiera mirarle a los ojos y echarle las culpas en silencio.

    —Voy a descansar un rato, hoy no he dormido bien —dijo, justo antes de cerrar la puerta. Néstor esperaba un portazo, algo típico de él, pero no ocurrió.
    —Creo que lo vio —le dijo Néstor a Vera, susurrando.
    —¿Lo nuestro? Es probable.
    —No sabe que fue algo…
    —¿…de una noche?
    —Sí.
    —¿Por qué te preocupa tanto que lo sepa?

    Néstor giró la cara hacia Vera, que estaba sentado a su lado, mirándole directamente. En lugar de una cara normal, inocente (como se suponía que era la pregunta), se encontró una cara sonriente con una mirada de certeza.

    —¿Por qué me miras así? —le preguntó el chico. Ella sonrió aún más y se dio cuenta de lo que ella había preguntado—. ¿No estarás diciendo que… que me gusta?
    —Eso depende de ti —le dijo, sin dejar su sonrisa.
    —¿Cómo sé que me gusta? ¿Qué es que me guste alguien? ¿Qué significa?
    —Eso tampoco lo puedo responder, porque para cada uno es distinto. Pero si te preocupa que nos haya visto liándonos aun cuando sabes que él es el primero que hace estas cosas y le importa poco que le vean… Bueno, es una señal. Y tampoco me ha pasado desapercibido como le miras a veces. Ni lo que acaba de pasar hace un momento. Piensas que se quedó en Miklagaard por tu culpa, ¿verdad?
    Néstor asintió en silencio, empezando a hacer conexiones entre lo que acababa de decirle Vera con sus recuerdos de esos días.

    * * *


    Hacía un buen rato que Mario se había ido. Prácticamente le había echado de su habitación porque por un segundo Pasi se asustó y pensó que era viernes, no sábado, lo que significaba turno de mediodía en el restaurante. Para cuando se dio cuenta de su error, Mario ya había salido de la sala.

    Se puso a pensar, mientras se recuperaba del susto, que su hermano y él vivían muy bien en esa ciudad. Tenían un trabajo permanente: Miklagaard. Muchos de los que iban a la sala no sabían que al otro lado de la sala, pero en el mismo edificio, el dueño de Miklagaard tenía un restaurante apodado de la misma manera. De hecho, mucha gente se preguntaba a dónde conducía esa puerta de al lado del bar, y era ni más ni menos que al almacén de la sala y a las neveras y cocinas del restaurante. Pasi se rio de ese hecho. Le encantaba tener esa pequeña aura de misterio a su alrededor.

    Y después de estar entre semana en las cocinas, Jari y Pasi se encargaban de abrir el fin de semana con un concierto. Acostumbraban a tocar los viernes, solamente, porque algún descanso debían tener ellos. A veces, si se animaban, tocaban también el sábado, pero ocurría poco. Normalmente simplemente se estaban en la sala con sus amigos.

    Amigos y novios. Entonces recordó al novio de Jari, ese cerdo tirano… Al principio parecía buen chico, pero entonces, cuando Jari mostró verdadero interés, el muy cabrón se aprovechó de él para sacarle dinero y tiempo de donde podía.

    Una vez, Pasi hasta oyó gritos que venían de la habitación de su hermano. Y pudo oír claramente como Jari recibía una bofetada simplemente porque tenía que ir a trabajar un día más de la cuenta. Eso le hinchó la yugular y tuvo que contener su ira para no irrumpir en la discusión y cargarse ese hijo de puta que había tocado de esa manera a su hermano.

    Cuando Jari volvió, Pasi le avisó. Le dijo exactamente lo que pensaba. Que se lo cargaría si le volvía a ostiar. Jari no quiso saber nada y le dijo que no se metiera, que estaba enamorado. Pese a todo, Pasi le hizo caso y, desde entonces, cada vez que ese tío estaba cerca de Jari con una actitud que no era la adecuada, Pasi probaba de distraerse, porque aunque no quisiera, acababa metiéndose donde no le llamaban por culpa de esa conexión sobrenatural con su hermano.

    —No sé qué le ve Jari —dijo en voz alta, en finlandés, tumbado en la cama.

    A esas horas, Jari aún debía de estar con su novio, tumbado en la cama. No quería alterar su buen rato, así que procuró pensar en otra cosa. Pero nada más empezar, una angustia conocida en el pecho le distrajo. Esa angustia surgía como un escalofrío en la columna y se convertía en un calor y un peso justo detrás de su corazón. Esa era la señal de la conexión con Jari. Su hermano lo estaba pasando mal. Antes de hacer nada descabellado, como solía hacer, se quedó callado, con la oreja atenta. Se oían voces, primero casi inaudibles, pero se fueron intensificando:

    —¡… y yo te digo que es lo que quiero y soy tu novio, así que hazme caso! —Era la voz de ese imbécil.

    Jari respondió, pero de forma calmada y amable, como solía hacer siempre, por eso no lo pudo oír. Aunque pareciera mentira, Pasi también sabía reaccionar así. Era solo con su hermano y sus problemas, que se le hinchaba la yugular.

    —Ya te dejo que trabajes tantos días y nos veamos solo los fines de semana ¿y no me puedes cumplir un simple deseo? ¿Qué hay de mí?

    Pasi notó un nuevo escalofrío y un nuevo calor angustioso. Jari se estaba cabreando. Se estaba dando cuenta de que era injusto. De hecho, volvió a decir algo, otra vez inaudible.

    —No me quieres. Está claro. Quieres perderme de vista. Y yo te he dado todo lo que tengo. Pero esto no quedará así, me debes un favor, y te va a salir caro.

    El novio salió dando un portazo y, cuando ya estuvo fuera del alcance de sus orejas, Jari maldijo en finlandés lo suficientemente fuerte para que lo oyera su hermano. Por una vez, Jari era como Pasi.

    —Hola. Lo has oído todo, ¿verdad? —dijo Jari, entrando en la habitación de su hermano y cerrando de un portazo.
    —Sí. Estás muy cabreado, hermano —contestó, en finlandés, con la mano en el pecho, para indicar que lo había notado a través de la conexión.
    —Tú también. Y a noche también lo estuviste.
    —¡Pues claro que lo estoy! ¡Estás saliendo un novio que se aprovecha de ti! Te obliga a que le compres cosas, a que te saltes parte de tu tiempo en el trabajo para estar con él, aunque diga lo contrario, te persigue allá donde vas para asegurarse de que no haces nada sin su consentimiento y si haces algo mal amenaza con dejarte o peor, te pega, porque sé que lo hace cuando no está cerca de mí, incluso cuando no noto tus emociones a distancia. Porque ese cerdo es así.
    —No hables así de él —replicó, triste y apagado, pero calmado.
    —¿Cuándo abrirás los ojos, hermano? Eres su esclavo. A saber qué te debe de obligar a hacer en la cama, no quiero ni pensarlo. Eres demasiado bueno con él. Mejor dicho. Eres demasiado bueno PARA él.
    —Pero le quiero…
    —¿En serio? ¿Quieres a un manipulador y estafador? Debe de ser la bomba en la cama para que te quedes con él, en serio. ¿Qué te ha dado con este tío? Tus otros ex nunca te causaron los problemas que te causa este. Está tirando a la basura todo lo que te ha costado conseguir. Mira, no te puedo decir nada más porque es cosa tuya, pero la próxima vez que te exija algo o te amenace con algo, piensa si eso es lo que quieres el resto de tu vida. Y más le vale que no lo haga cerca de mí, ¡o yo sí me atreveré a decirle cuatro cosas!

    * * *


    Por la noche decidieron dar una visita a los Koskinen yendo a Miklagaard. De camino quedaron con Akira. Cuando éste vio a Mario con relativamente buena cara, miró a Vera y ella no se estuvo de preguntar:

    —Para nuestra información y no sentirnos muy incómodos: ¿con quién estuviste, con Pasi?
    —Sí. Follamos un buen rato —dijo, con indiferencia.
    —¿Puedes tener algo más de tacto? —se quejó Vera, molesta por su repentino vocabulario brusco. No era típico de él. Y lo peor es que lo hizo expresamente. Néstor bajó algo la mirada, apenado.
    —¿Qué pasa? Es para demostrar que no significó nada —dijo, en defensa. Luego miró a Néstor—. De hecho, justo después de hacerlo, Pasi me dijo que le habías caído bien. Fue un comentario algo raro, pero supongo que él es así.
    —Y oye, ¿quién acabó encima? —preguntó Akira, dando pie al momento incómodo.
    —¡Tío! —le gritó Vera. Akira se ganó una colleja por eso.
    —¿Y tú quién crees? —le vaciló Mario, con una sonrisa de superioridad.

    Néstor no se sentía cómodo escuchando las aventuras sexuales de su amigo… supuso que ya no tan amigo. No se sentía cómodo pero quería saber qué le pasaba. No era el chico amable, algo alocado simplemente para picar. Estaba demasiado serio. Y también parecía dolido.
    Cuando llegaron a ese intento de puerta secreta hundida por escaleras que pasaba por entrada a Miklagaard, se encontraron a Aire. Estaba exactamente en el mismo sitio que el día anterior, sentado, con las piernas colgado. Esa vez no llevaba la capucha. Néstor tuvo oportunidad de ver esa extraña mezcla de colores de pelo entre el blanco de un albino con un plateado misterioso que solamente se notaba cuando se movía y se reflejaba en alguna luz. Era algo realmente inusual y le gustó verlo.

    Vera le dijo a Néstor, en modo cotilla, que Aire nunca se había presentado dos días seguidos. Que algo o alguien debía de ser muy importante en aquel momento, porque a veces pasaban días y días antes de verle de nuevo. Por ese motivo, Akira, que normalmente era el que más hablaba con él, se avanzó.

    —¿Entrarás hoy y dejarás de hacer como que te suicidas? —preguntó, toscamente. Su tono de voz era algo más agudo de lo habitual, pero su semblante permanecía inexpresivo.
    —Aún no.
    —¿Qué te hace falta para que entres y nos conozcas? —intervino Vera.

    Aire se encogió de hombros, miró un reloj digital y se puso a mirar las pocas estrellas que se veían.

    Néstor percibió algo que se había desvanecido en el momento que Vera habló. Conocía muy bien la sensación de estar solo y sabía distinguir muy bien quién era persona adecuada para que te hablara y cuál no. A veces sentía que no todo el mundo debía hablarle. Y eso era lo que había percibido en Aire. Akira era quién debía hablarle, no Vera. Cuando estuvieron dentro y Akira pudo distraerse con sus ídolos mellizos en los sofás, se lo dijo, tal cual lo había pensado.

    —¿En serio? Vaya… Siempre he tenido fama de cortar el rollo, pero… Cuéntame más. Tú crees que… —se acercó a Néstor y susurró—: ¿Que podría haber algo?
    —No lo sé, francamente. Pero entiendo a Aire. Sé lo que es estar solo. Sé que, cuando lo necesité, tu acudiste a mí, porque eras quien necesitaba. Y Aire necesita de alguna manera a Akira.
    —Bah, eso es teoría y cotilleo, en el fondo —descartó ella.
    —Es posible. Pero había dos conversaciones en acción mientras ellos se miraban. La que oíamos y la de sus miradas.
    —No te acabo de entender…
    —Cuando le has hablado, Aire ha perdido interés, ha dejado de hablar y de mirarnos. Seamos espectadores la próxima vez, ya verás —acabó, con una sonrisa de cotilleo.
    —¿Desde cuando eres un experto en el amor?
    —Tampoco lo soy —dijo, divertido por las quejas de su amiga—. Pero mientras pude estar solo en mis otros cursos, decidí aprender de lo que veía.
    —Chico, eres una caja de sorpresas.

    Néstor le guiñó un ojo. Entretanto, Mario y Akira hablaban con Pasi sobre Aire, también. Néstor y Vera pudieron comprobar que nada había cambiado. Todo seguía igual. Néstor se sintió algo aliviado viendo como Mario recuperaba su estado habitual.

    —¿…y si le preparamos algo para cuando se decida a entrar? —propuso Pasi.
    —Ya lo hablamos, no sé si le haría gracia —respondió Akira.

    Todo el grupo se reunió alrededor del trío de chicos. Jari y su novio se sentaron cerca de Pasi, quién los miró de mala gana por un instante. “Algo no va bien con ese novio”, pensó Néstor. De hecho, le dio un codazo a Vera, mientras echaba un trago de su chupito de aguardiente, y ella también lo vio.

    —Una canción —intervino Jari—. En un concierto de viernes. Se sentirá bienvenido. Pero tienes que hacer que entre, o algo.
    —¿Yo? —preguntó, inocentemente, Akira.
    —Claro. Nadie mejor para ello. Eres el que más interés pone en él, y se ha dado cuenta —añadió Mario. Por lo visto él también había estado pendiente.

    Mario le echó una breve mirada a Néstor. El chico se mostró sorprendido por un segundo y el rubio le sonrió de forma sincera. Eso reconfortó a ambos. Todo estaba volviendo a la normalidad.

    Estuvieron un rato charlando, todos, en grupo. Néstor disfrutaba más hablando con Pasi y con Vera. Eran los más activos en esos momentos en todo y sabían echar unas buenas risas. Jari era el más distante de todos, pero daba la impresión de que lo era forzadamente, porque ponía cara de perrito abandonado. Akira y Mario se estaban dando cuenta de la presión que ejercía el novio de Jari sobre él y procuraban distraerle para que Jari pudiera ser más libre. “A eso se le llama trabajo en equipo”, pensó Néstor.

    Al cabo de un rato, Néstor necesitó un poco de aire. El ambiente en la sala era animado, con la música y todo eso, pero hacía algo de calor y lo que él quería era frío.

    —¿Me acompañas? —le preguntó a Vera.
    —No, creo que ahora estoy bien —le dijo, de forma perspicaz. Néstor no había caído que era un buen momento para contarle a Mario su pasado, ahora que parecía que las cosas volvían a ser como la semana pasada.
    —Yo sí que vengo —le confirmó Mario. Néstor no estaba seguro de si lo había orquestado Vera o era una reacción genuina.

    Los dos salieron de la sala y suspiraron por lo apagada que se oía la música desde fuera. Era de agradecer un mínimo de silencio, para no tener que hablar a voces.

    —No está —fue lo primero que dijo Néstor. Mario le vio mirar a la ventana ya apodada “de Aire”.
    —Siempre se va una vez que entramos. Juraría que solo aparece para vernos entrar. Viene porque tiene curiosidad por alguno de nosotros.
    —¿Akira? Es el único con el que parece estar cómodo.
    —¿Cómo lo sabes?
    —Vamos a dejarlo en lenguaje corporal. ¿Por qué has querido venir aquí fuera?
    —Quería disculparme. Bueno, vi lo que pasó entre tú y Vera y… por eso pasó lo que pasó ayer.
    —¿Cómo se supone que superas esto en un día? Yo estaría destrozado después de una ruptura y lo último que me interesaría es…

    De repente, Néstor se quedó sin palabras al notar los brazos de Mario obligándole a sentir su abrazo. Sus ojos podían ver los labios del rubio de tan de cerca que tuvo un momento instintivo de querer probarlos. El calor del abrazo le embriagó unos segundos, hasta que Mario habló de nuevo.

    —Lo siento.
    —No, lo siento yo —respondió casi al instante—. Vera y yo… no somos nada. Igual que tú y Pasi. Sucedió porque quería saber algunas cosas. No notaba la diferencia entre un beso y algo más.

    Mario se separó de él un poco. Estaba algo sorprendido.

    —Me siento como un idiota —dijo, riéndose de sí mismo.
    —A veces lo eres —se burló Néstor, con una sonrisa amable en la cara.
    —¿Volvemos dentro? —propuso Mario.
    —Yo… antes quiero contarte algo.
    —Sobre tu pasado, ¿verdad?
    —¿Cómo lo sabes?
    —Te oí decir esta mañana que me lo querías contar. Pero creo que no es el mejor momento. Hay muchas emociones que hay que digerir.

    Tenía razón. Estaba alterado por el abrazo de Mario. Había notado una sensación en algo parecida al beso de Vera, pero era mucho más sincero tanto el abrazo como el sentimiento y estaba hecho un lío. Quería ver hacia dónde iba eso antes de contarle nada más.

    —Gracias —musitó, antes de volver adentro.

    * * *


    Tuvo que pasar casi una semana antes que la mente de Néstor se adaptara a lo que le estaba pasando.

    Mientras estaba con Mario, se comportaba como siempre. A veces había una especie de mirada cómplice y a la vez incómoda entre los dos. A veces uno de los dos se acercaba demasiado al otro y Néstor tenía que desviar la mirada. Y no sabía por qué lo hacía.

    En cambio, cuando estaba en clase con Vera o en casa solo, le daba a todo tres mil vueltas. Cosas que podría haberle dicho de más en Miklagaard. Cosas que podrían haber pasado en las pocas veces que se veían en la universidad. A veces su imaginación iba aún más lejos, cuando estaba solo, y recordaba ese reconfortante abrazo e imaginaba que él se soltaba un poco y le abrazaba bien también, o le ponía una mano en el corazón para oírle palpitar… pero era solo imaginación. Y luego se arrepentía de no haberlo hecho. Y luego se ponía a pensar que para qué se arrepentía, qué le ocurría.

    Al final, al cabo de unos días, comprendió que Vera tenía razón. Le gustaba Mario. Y aún no sabía por qué. ¿Sería por su cuerpo? ¿Por su mirada? ¿Por las tonterías que decía? ¿O lo bien que le soportaba? ¿O simplemente sería por la confianza que tenía en él? ¿O era todo a la vez? Después de hacerse tantas preguntas acabó hecho un lío. ¿Qué importaba todo eso, si le gustaba? Se ilusionó de nuevo en recordar el abrazo. Quizá era mutuo. Y si lo fuera… ¿cómo debía reaccionar? Se dio cuenta de lo poco que sabía sobre el amor, necesitaba ayuda, pero no sabía si la quería. Quería descubrirlo por él mismo.

    Para el jueves, ya se había planteado todo eso y más. Pero necesitaba una muestra de confianza más, por parte de Mario. Quería asegurarse que no era ningún truco de su mente, como lo había sido lo de Vera.

    Su oportunidad llegó ese mismo día. Acababan antes sus clases y tuvieron tiempo de pasear los cuatro juntos. Era media tarde, lo que significaba que los mellizos podrían acompañarlos.

    —Les he dicho que quedaríamos cerca de Miklagaard. Deben de estar saliendo de trabajar ahora —anunció Mario al grupo.
    —¿Trabajan entre semana? —preguntó Néstor—. Pensaba que solo tocaban.
    —Muy poca gente lo sabe, pero son cocineros en un restaurante que lleva el mismo nombre. De hecho, está en el mismo edificio. ¿Te acuerdas de esa puerta entre la barra y el escenario, dentro de la sala? Lleva a las cocinas, creo.
    —Caray, metaleros, artistas, cocineros… ¿qué más se les puede pedir?
    —Sí, son buen partido —le rio la gracia Mario, y detrás, Vera y Akira.

    * * *


    Jari y Pasi estaban acabando su turno en el restaurante. Había sido un día de poca gente, como lo solían ser los mediodías entre semana. Eso les permitía estar frescos para los conciertos. La verdad es que tampoco les exigían mucho en el restaurante, solo que lo tuvieran bajo control, porque realmente el tercer cocinero no pegaba sello.

    Pasi estaba dejando su atuendo de cocinero en el almacén, mientras Jari acababa de limpiar un poco el comedor antes del cambio de turno. Se ponía a limpiar justo entonces porque su novio le podía ver y saber que le faltaba poco para salir. Precisamente estaba allí, a fuera, saludándole. Jari le saludó también y le hizo señas de que esperara. Por una vez, el chico no se quejó por la espera. Normal, le acababa de regalar un nuevo conjunto de ropa.

    —¿Has pensado en lo que te dije? —le preguntó Pasi, cuando Jari volvió a las cocinas. Llevaba todo el día aguantándose esa pregunta. Jari bajó la mirada, con cara triste—. No me jodas, ¿lo has vuelto a hacer? Te has dejado otra vez, ¿a que sí?
    —No quería hacerle daño… Le compré algo.
    —Mierda tío —se quejó en su idioma—. Te está utilizando. Incluso sufres para que él esté contento. Eres demasiado bueno. Ya sé que es tu naturaleza, pero no puedes seguir haciéndole caso así… por lo menos ponle límites.

    Al final, Pasi dejó de insistir. Jari era la persona más amable y complaciente que había conocido en su vida y sabía que no cambiaría. En cambio, esperaba que su novio consiguiera cabrearlo. Aquello de que las personas más calmadas, amables y agradecidas tienen los peores cabreos cuando se les acaba su casi infinita paciencia era verdad. Una sola vez Jari se había cabreado de esa manera y Pasi le tuvo algo de miedo y todo. Aunque ya no recordaba porqué se había cabreado, Jari juró no volver a perder los estribos como esa vez.

    —Eres incorregible —susurró, mientras veía a Jari ir a recibir a su novio.

    Casualmente, el grupo de Akira llegaba. Ya estaban todos. Y cada vez que se reunían con el novio de Jari, un ambiente incómodo tomaba posesión del grupo.

    * * *


    Se encontraron con el novio de Jari en la puerta del restaurante. El grupo casi no tuvo tiempo de decirle hola, que los mellizos salieron ya preparados para dar una vuelta. Mario propuso ir caminando hasta el césped de la universidad, allí se estaba muy cómodo y por la tarde solía estar vacío.

    Por el camino estuvieron hablando de nuevo de Aire. Ese chico hacía mucho tiempo que estaba en las mentes del grupo, en especial de Akira y los mellizos, que estaban convencidos de que conseguirían hacerle entrar en Miklagaard. Néstor consiguió sacar en claro que el misterioso chico tenía una vida que no estaba dispuesto a compartir con nadie… excepto con el grupo de Akira. Internamente, después de observar a ese chico lleno de indiferencia y falta de sensibilidad hablar con Aire esos días en la sala, Néstor jugó divertido con la idea de una relación entre Aire y Akira.

    En parte, Aire le recordaba a él. Ambos habían sido como personas sin nombre ni vida presente (aparentemente), con una parte sin revelar en su vida, algo que ocultar o algo de lo que protegerse ellos mismos. No sabía qué escondía Aire, obviamente, pero algo le decía que Akira era la persona adecuada para saberlo.

    Mientras pensaba en el misterioso chico albino, llegaron al césped de la universidad y se sentaron. Sin querer, oyó al novio de Jari quejarse y al finlandés quejarse un poco de la queja. Sabiendo lo de la conexión entre mellizos, miró a Pasi y éste lanzó una mirada asesina a la pareja.

    —Oye, estamos aquí —le llamó Vera. Mario y ella le estaban hablando sobre alguna cosa de la universidad.
    —Lo siento, estoy distraído.

    Todo le había parecido algo nuevo y puro, y que él era el que no iba bien, pero poco a poco las cosas no tan perfectas se iban revelando a su alrededor. Y eso era lo que le distraía. ¿Por qué no podría ser todo más fácil? Pero eso le ayudaba a ser sincero con sus nuevos amigos. Necesitaba contarte ya a Mario qué le ocurría.

    —Néstor, ven, caminemos —le sugirió oportunamente Mario.

    Cruzaron el césped, rodeando el edificio, hasta llegar a la parte de atrás de la universidad, la que daba a la montaña. Se sentaron bajo el mismo árbol en el que unos días atrás Vera había besado a Néstor.

    —¿Qué te ocurre? —le preguntó Mario, preocupado—. No pareces estar en este mundo. ¿Es por mi culpa?
    —No, no, estoy distraído… —se le cortó la frase. No sabía qué debía de decir. Si era porque le gustaba, si era porque le quería contar su pasado con Kilian, o si era porque veía como un nuevo mundo no era tan bueno como pensaba—. Pensaba que aquí las cosas irían rodadas. No es que no vayan bien, pero… no parecía que tuvierais tantos problemas.
    —Y no los tenemos —dijo con una sonrisa—. Tania y el novio de Jari es lo único malo que nos ha pasado en meses, sinceramente. ¿Por qué buscas oscuridad donde no la hay?

    En eso no había caído. Había un misterio (personificado) listo para ser descubierto. Tenía nuevos amigos que le hacían sentir genial y un chico que le gustaba y que empezaba a distraerle físicamente. ¿Para qué buscar lo malo? Conocía la respuesta.

    —Porque… hay algo que debo contarte. Esperaba hacerlo el otro día durante ese descanso que nos tomamos, pero… bueno, me distrajiste —acabó, enrojeciéndose un poco, sin dejar de mirarle. Tampoco quería mostrarse débil ante lo que quería contarle.
    —Bueno, lo siento —dijo, con una sonrisa de picardía, pero amable—. ¿Es sobre tu pasado?
    —Sí.
    —Soy todo oídos. Por lo menos conseguiré comprenderte algo mejor, que mira que cuesta a veces —dijo con sorna.

    Néstor le lanzó una mirada burlona y empezó:

    —Bueno, primero quiero disculparme. Por los primeros días, sobre todo cuando nos conocimos, que estaba que saltaba si me hablaban del tema. Aún me sentía solo y atrapado. —Para desviar su incomodidad, miró al suelo y arrancó una hierba para juguetear con ella.
    —No pasa nada, ya te lo dije.
    —Ya. Bueno, todo eso tiene una explicación también… Me dijiste que era imposible que no supiera si me gustaban chicos o chicas y es por… bueno, en parte es porque tenía miedo y en parte porque realmente no lo sabía. Y todo es por culpa de Kilian. Kilian es… podría decirse que es mi acosador. —Mario dio un respingo y se echó un poco hacia atrás, con respeto—. Sí, todos reaccionan igual. Es el efecto que causa Kilian. Que todos se alejen. Kilian es un chico muy celoso y muy violento, cree que soy suyo. Una vez… una vez una chica me besó. Él lo vio. En solo dos días consiguió que esa chica cambiara de colegio. Y tenía diez años. Kilian me ha perseguido desde los ocho años hasta el año pasado.
    —¿Cómo puede ser? ¿Nadie se dio cuenta?
    —No, decían que yo era muy asocial, que me alejaba de todos. Y lo hacía. Porque si me hacía amigo de alguien, correríamos ambos peligro. Si tenía que torturar a alguien, que fuera a mí. Además, Kilian es un excelente mentiroso y sabe mantener las apariencias. A ojos de todo el mundo, sobre todo en primaria, él era un santo y me cuidaba. Humilló públicamente a esa chica y todo el mundo hizo la vista gorda.
    —¿Y tus padres?
    —Hicieron lo que pudieron. Pero era nuestra palabra contra la de Kilian y sus padres. Y sus padres tienen un fortunón, así que con un poco de dinero lo solucionaban todo. Se mantuvo así hasta el bachillerato. Con la llegada a la universidad, sus mentiras no se aguantaron y consiguieron una orden de alejamiento. Aun así no me sentía a salvo. En cualquier momento podía aparecer. Por eso procuraba no tener amigos, mantenerle sereno. Por eso tampoco tenía novios o novias. Realmente me había prohibido pensar en ello por miedo. Y como de forma automática me separaban del resto de gente… No quería problemas.
    —Siento que te presionara ese día… ¿Alguna vez te hizo algo?
    —Sí. Tengo muchas pesadillas al respecto. —Tuvo que respirar hondo. Esa parte con Vera se la había saltado—. Pero contarlo me irá bien. Por ejemplo, la primera vez fue con lo de esa chica, en primaria. Cuando los ánimos se calmaron, me acorraló un día en un baño, me llamó… “putita” y me dio un cachete, para que no dejara marca. A partir de entonces, solo hizo que empeorar, porque le gustó. Buscaba cualquier excusa para acorralarme en algún sitio y descargar su ira sobre mí, diciéndome que era suyo y que no podía ir solo por ahí. Y cuando llegó a la adolescencia, la revolución de sus hormonas lo empeoró… mucho.
    —¿Estás seguro de que quieres seguir?
    —No, pero tengo que hacerlo. No se lo conté nunca a nadie. Por eso creo que me irá bien contarlo… ahora que él está lejos. ¿Tú estás bien? ¿podrás aguantar?
    —Eso creo.
    —Bueno pues… espero que hayas pensado muy mal de eso de las hormonas, porque irás por el buen camino. —Se encogió, agarrándose sus piernas con los brazos, y puso su barbilla encima de las rodillas, como si intentara protegerse. Probaba de mantener la compostura porque sabía que en cualquier momento se echaría a llorar y no quería que Mario le viera llorar—. Te voy a contar la peor de todas, para quitármelo de encima y que las otras veces parezcan menos importantes. Fue cuando teníamos quince años. Imagina unas colonias en una casa grande, entre la playa y el bosque. Cada día se hacían actividades, excursiones, cosas de deberes con los profesores siempre cerca, y normalmente la última de ellas era al atardecer. Uno de esos días, nos metieron en el bosque, que hacía un poco de pendiente porque estaba en una colina. Hicimos la actividad, pero íbamos desperdigados en grupos, y Kilian y yo nos separamos. Cuando la actividad acabó, me vino a buscar, aún en el bosque, y me echó las culpas de que nos separaran. Le supliqué que no me hiciera nada pero… —Empezó a notar esa angustia en el cuello que daba paso a sus lágrimas—. Pero me pegó, haciéndome un rasguño en la cara. Caí en el suelo. Me gritó. Nadie nos podía oír, así que no se contuvo. Prácticamente me arrancó la ropa, me resistí, pero él siempre ha sido muy fuerte para mí. Me dejó los calcetines puestos, por alguna razón. Nada más. Me dijo que le había desobedecido, cogió una rama de encina, que tiene hojas afiladas y… vamos a dejarlo con que acabé lleno de rasguños por todo el cuerpo. Conseguí huir, sin mi ropa, y acabé cayendo al río que había por ahí. Allí él me atrapó, se quitó él también la ropa y empezó a restregarse contra mí mientras me mantenía sujeto. Me dijo que le gustaban mis heridas. Me dijo que estaba satisfecho conmigo, así que no me hizo nada más. Cuando volvimos, yo estaba helado, él estaba casi seco, porque tenía una toalla, y les dijo a todos que me había caído al río y me había hecho muchas heridas. Esa fue la peor. Porque todo el mundo lo supo y todo el mundo se lo creyó. Otras veces probaba de atarme, me pegaba simplemente, o me arrinconaba porque le gustaba el cuerpo a cuerpo. Conseguía librarme como podía. Por suerte, nunca se le ocurrió… violarme. Siempre tenía suficiente con lo que me pegaba. Eso es… todo. Más o menos.

    Mario estaba temblando de rabia. Pero en vez de desahogarse, se puso al lado de Néstor y lo abrazó mientras él se quedaba en silencio por un rato.

    —Sigo sin sentirme seguro aquí —le confesó—. Pero os tengo a vosotros y sé que me creéis. Y que me ayudaréis si lo necesito. ¿Me protegerás?
    —Pues claro que sí —dijo, con una sonrisa amable de las suyas, mientras le abrazaba más fuerte y le daba un beso en la frente—. Estaré aquí siempre.
    —Me sentía como un sin nombre —dijo, al cabo de un rato, Néstor, más sereno gracias a ese abrazo y ese beso—. Estaba en un desierto. Nunca había nadie para mí, pese a que estaba rodeado de gente. El único que estaba conmigo me tenía dominado contra mi voluntad. Y nunca me soltaba.
    —No puedo hacer nada por ti…
    —Sí que puedes —le dijo mirándole a los ojos—. Puedes apoyarme, puedes distraerme, puedes ayudarme ahora.

    Esos ojos azules le imploraban compañía a Mario. Le imploraban que estuviera con él. Desde su hombro, con los ojos llorosos y la cara de susto, Néstor se estaba mostrando más vulnerable que nunca. Mario era demasiado bueno para aprovecharse de ese momento. Pero Néstor lo deseaba. Se acercó un poco más a él. Era una señal que esperaba que notara.

    —¿Estás seguro? —le preguntó Mario.

    Néstor asintió levemente. Mario fue con todo el cuidado y la delicadeza del mundo para no asustarle. Se acercó, le levantó la barbilla ligeramente y ambos se acercaron hasta notar sus labios húmedos rozarse, pero solo un poco, levemente, como si fuera una caricia. Y fue breve. Pero Néstor se sintió como nunca. Nuevo. Renovado.

    —Tengo la canción para Aire —dijo, al cabo de un rato, Mario, con una sonrisa divertida—. Me la has recordado tú. "A Horse With No Name”. ¿la conoces?
    —¡Es perfecta! Y también encaja conmigo, ¿no? —le apoyó, haciendo broma con su metáfora del desierto. Al fin y al cabo, Mario era exactamente lo que necesitaba y no tenía miedo estando con él.

    * * *


    Néstor iba a recordar para siempre ese jueves. El jueves en el que Vera tuvo razón: Un beso de la persona que realmente te gusta desencadena tantas emociones que a veces es difícil saber de dónde vienen, hacia dónde van y cómo controlarlas. Esa noche, Néstor soñó con el beso… y con muchos más que iban a venir. Soñó en que abrazaba a Mario y acariciaba su cuerpo y también se dejaba acariciar él y le gustaba.

    Cuando despertó, enrojeció de inmediato. Sonrió y se rozó los labios recordando su beso.

    Durante el día casi no vio a Mario. Pero Vera supo enseguida qué pasó y cotilleó un poco con Néstor sobre ese momento asolas.
    Por la noche, todo el grupo excepto los mellizos se reunió unas calles antes de llegar a Miklagaard. Néstor y Mario mantuvieron las apariencias y se centraron más en Akira. Era él el encargado de hablar con Aire.

    —¿Qué, nervioso, campeón? —le empujó Mario.
    —¿Por qué iba a estarlo? —Si fingía, lo estaba haciendo muy bien.

    Cuando llegaron, Aire estaba en su ventana, esperando. Llevaba la capucha puesta y casi no se le veían los ojos. La sombra cubría su cara.

    —Te vas a hacer daño, al final —se presentó Akira. Realmente su forma de hablar y presentarse era de lo más peculiar—. ¿Bajas?
    —Estoy bien aquí arriba. —La voz de Aire, escuchada de cerca, era suave y nada rasposa. Era muy bonita. Era como de un cantante realmente bueno.
    —Tengo algo para ti. Pero tienes que entrar.
    —¿Un regalo?
    —Sí. Lo han preparado mis amigos guitarristas. Todos mis amigos quieren conocerte. —Ese final de frase sonó muy insensible y falto de emoción, pero tal como lo vio Néstor, su mirada decía otra cosa. Y esa frase ocultaba que Akira también quería conocerle.

    Entonces Aire se calló, miró fijamente a Akira por unos segundos y todos averiguaron como subía ahí arriba: Se agarró a una tubería y puso los pies en algunos huecos donde faltaban ladrillos. Bajó de esa ventana que estaba a varios metros de altura en unos pocos segundos. Caminó hasta Akira y todos se dieron cuenta de lo alto que era. Era más alto que Mario, que ya era decir. La sudadera ocultaba un cuerpo bien fibrado.

    —Yo no tengo claro si quiero que me conozcáis —dijo seriamente, mientras se quitaba la capucha. Dejó ver muchas cosas. Sin duda era un hombre. Dejó ver su pelo blanco y plateado, su pálida cara sin pecas, unos ojos azules del color del cielo y unos cardenales en las mejillas, en una ceja y en el cuello que asustaban—. ¿Aún queréis que entre?

    Todo el grupo se quedó algo conmocionado al verle, a medias entre su albinismo y los golpes que había recibido.

    —Voy a suponer que esos cardenales son de que te has caído haciendo el mono —dijo, tajante, Akira. Pero era algo raro que se preocupara por un desconocido.

    Aire no respondió, simplemente se puso mejor su sudadera gris y se dejó guiar por Akira. Detrás, el resto del grupo admiraba a Aire, pensaba en que le sacaba una cabeza entera a Akira y especulaba sobre cómo se habría hecho esos moretones. Realmente Aire era un misterio viviente.

    Cuando llegaron dentro, Mario y Vera hicieron brazadas en el aire a los gemelos, que ya estaban tocando, y les dieron a entender que Aire al fin estaba con ellos.

    —Hoy tenemos una canción especial para un nuevo miembro de la guardia de Miklagaard —habló Pasi, sumido en el rol de vikingo—. Nos ha costado año y medio que se decidiera, pero por fin lo tenemos dentro de la sala. No vamos a decir quién es, que tampoco queremos asustarlo, pero esta canción va por él.

    Jari y Pasi se sentaron en unos taburetes, bajaron los micros y empezaron a tocar. Néstor no conocía la canción, pero era acústica, podría gustarle. Al cabo de poco de empezar, el grupo empezó a tirar hacia delante (no había tanto público) y cuando se encontraron en primera fila delante de Jari, que era el que cantaba, Mario puso los brazos alrededor de Néstor en recuerdo de la conversación del día interior.

    —¿Puedo?
    —Claro —le contestó Néstor, ocultando su sonrisa.

    Mario le dio un beso en la cabeza para agradecérselo y se quedaron el resto de la canción así. Néstor no tuvo claro si había escuchado la canción, porque estaba más concentrado en mantener la compostura ante el calor agradable que sentía en su corazón y el que irradiaba del cuerpo de Mario.

    “Ese caballo perdido en el desierto ya tiene nombre”, pensó Néstor, para sus adentros.

    Cuando la canción cambió, siguiendo con su modelo acústico, el grupo estuvo atento a Akira y Aire.

    —Es una buena canción —dijo el misterioso albino—. Me ha gustado. De vez en cuando podría entrar aquí.

    Eso fue todo lo que dijo en presencia de todo el grupo. Incluso después del concierto, cuando estuvieron con los mellizos (y novio tirano incluido) hablando sobre las canciones, el concierto y otras cosas, Aire no intervenía. Era como un observador que de vez en cuando reía discretamente las bromas. Y realmente la situación de estar rodeado de gente le mantenía alerta de algo que Néstor no alcanzaba a comprender. Solamente cuando le preguntaban si vivía por la zona o estudiaba habló, diciendo que vivía algo lejos de Miklagaard y que tenía un trabajo.

    —Creo que es hora de irme —dijo Aire al cabo de un rato, mirando su reloj digital.

    Los mellizos preguntaron por qué, pero Aire no contestó. Akira le comprendió y le acompañó a fuera de la sala.

    Mientras ellos dos pasaban un rato asolas bien merecido (pensaron Vera y Néstor), Jari y su novio se fueron al piso de arriba por sugerencia de este último. Pasi no puso buena cara al respecto, pero no les dijo nada.

    —¿Y qué, vosotros? —jugó él mismo, para distraerse, mirando a Néstor y a Mario—. ¿Ya sois pareja?

    Néstor se puso rojo y no articuló palabra. Mario chistó algo incómodo, pero sí que habló:

    —Bueno danos tiempo. No es algo que hacer deprisa y corriendo.

    Vera se rio de su comentario, no era frecuente ver a Mario incómodo y disfrutó del momento.

    —Y sí que tarda Akira en volver, ¿no? —comentó divertida Vera, para darle un respiro a su primo.
    —Creo que hoy tenemos más de un afortunado en el grupo —le siguió el rollo Pasi.

    Entonces el finlandés cambió de cara súbitamente.

    —¿Qué ocurre?
    —Jari. Tenéis que subir conmigo.

    * * *


    Akira y Aire estaban fuera, delante de la puerta de la sala.

    —Ha estado bien. Nos vemos —dijo con pocos ánimos Aire. Parecía cansado.
    —Espera —le detuvo. No sabía que estaba haciendo, pero la indiferencia de Aire superaba la suya y se sentía obligado a… no lo sabía muy bien a qué—. ¿Volverás a entrar?

    Aire se giró para mirarlo y asintió.

    —¿Puedo acompañarte a tu casa? —¿Qué demonios hacía?¿Por qué se preocupaba por él, si ni le conocía?
    —Es… mejor que no. Probablemente solo me veas aquí. No es nada personal.
    —Bueno, por lo menos hablas, ya es algo —replicó con sorna, contento por la actitud del albino. Aire le sonrió, le dijo adiós con la mano y desapareció entre las sombras mientras se ponía la capucha—. Soy idiota. Me he vuelto un plasta.

    * * *


    Subieron con prisas por las escaleras, todos detrás de Pasi. El chico les había dejado desconcertado, pero si estaban al tanto de lo que pasaba a su alrededor sabrían que el novio de Pasi había vuelto a hacer de las suyas. Conforme iban acercándose a la habitación de Jari, Pasi notaba más presión. Eso significaba que Jari estaba peor y tenía miedo de que se enfadara. Al final había decidido enfadarse él por su hermano.

    —¿Qué pasa?¿Qué problema hay? —preguntó Vera.
    —Es un tirano explotador y me lo voy a cargar —amenazó Pasi, como si no fuera nada del otro mundo.

    Cuando ya se podían oír los gritos de la discusión, Pasi entendió que quizás no era buena meterse en esa discusión. Jari le estaba poniendo límites a su novio.

    —Te acabo de comprar toda esta ropa para hacer las paces, me he quedado sin toda la paga del concierto por ti, y a ti lo único que se te ocurre es pedir más y más, como siempre. ¡Eso no es forma de demostrar una mierda!

    Pasi frenó a sus amigos y les metió en su habitación, con sigilo. La puerta que conectaba las dos habitaciones estaba cerrada, por suerte. Oyeron una retahíla de insultos, palabras sin sentido y decir que Jari no le quería y que estaba perdiendo el tiempo, cosas típicas de ese cerdo inmaduro. Mario y compañía parecían entre asustados e indignados por semejante sarta de estupideces, y no era para menos.

    —Puedes hacer que funcione —le dijo Jari, mucho más calmado. Era una señal de ultimátum y de que se sentía herido—. Pero tienes que cambiar.
    —¿Cambiar yo? ¡Si no cumples mis deseos eso es difícil! ¡No me dejas hacer nada!
    —¡Yo también tengo vida!
    —Solo eres un aprovechado como todos los demás —se quejó, irónicamente, su novio—. ¡Te odio!

    Entonces se oyó a alguien caer. No podía ser que se hubiera atrevido. ¡Ese cerdo hijo de puta!

    —¡Tú! —gritó Pasi, rompiendo la puerta de una patada y entrando como una estampida. Jari estaba en el suelo con una marca en la cara. Se lanzó encima del tío ese, le agarró de la camisa y le dio un soberano puñetazo en el ojo que hizo que cayera al suelo, al lado de la puerta—. ¿Te acuerdas de lo que te dije la primera vez que os peleasteis? ¿Te acuerdas, vitun paska de los huevos?

    El novio puso cara de susto y se dio cuenta de lo que acababa de hacer. El hermano de Jari, igual de melenudo que él pero mucho más temible a sus ojos, le había advertido de lo bueno y paciente que era Jari, y que fuese con cuidado, porque Pasi no tenía tanta.

    —¡Has pegado a mi hermano!
    —Pasi —simplemente dijo el aludido.
    —¡Y te atreves a llamarle aprovechado aun cuando te ha dado otra oportunidad después de gastarse todo su dinero por tu puñetero capricho!
    —Pasi, hyvä. —Era un por favor casi de súplica. Sabía lo que se iba a ganar su novio.

    Pasi levantó al atemorizado chico del suelo y lo miró muy de cerca.

    —¿Qué tienes que decir en tu defensa? ¿Te has dado cuenta de lo que has hecho?
    —Yo… lo siento… solo quería que me entendiera…
    —¡Que te entendiera! ¡Y sigue en sus trece!

    Entonces abrió la puerta principal de la habitación, agarró de un brazo a ese arrogante y lo echó, haciéndole trastabillar y chocar contra la puerta de enfrente.

    —¡No mereces el respeto de nadie! —le gritó mientras se disponía a molerle a ostias.
    —¡Pasi, ole hyvä! —le gritó Jari, desde la puerta. Justo detrás estaba todo el grupo, excepto Akira. Pasi le miró, con tristeza. Era lo que Jari sentía, tristeza—. Es suficiente.

    Por un segundo paró, pensó y le soltó.

    —¡Vittusaatana! —juró. Pasó de todo el mundo y se metió al lavabo del principio del pasillo.
    —¿Qué ha dicho? —preguntó inocentemente Néstor a Mario, que se reía.
    —Literalmente, “coño de Satán”. Estos finlandeses tienen unos rebuznos cojonudos.

    Entonces mientras Jari se acercaba a su dolorido novio, Akira apareció discretamente y se puso con el resto en la puerta.

    —Te has pasado —le dijo—. Te lo he dado todo. Mi tiempo, mi amor, mi paciencia y mi dinero. He cumplido con prácticamente todo lo que me has dicho, y lo que no he hecho ha sido porque te pasabas. Y tú sigues sin valorarme. Pasi tiene razón. Te he dado oportunidades y me has fallado. Me has llegado a pegar. No mereces mi respeto. Vete. No te quiero volver a ver por aquí.

    El chico se aguantó las ganas de llorar, intentó conseguir algo de tiempo para cambiar, pero Jari se negó. Empujó levemente a sus amigos dentro de su habitación y cerró la puerta.

    —Pensaréis que he sido un idiota —fue lo primero que dijo al cerrar la puerta. Aún se oían pasos indignados yéndose del pasillo.
    —No, no lo eres. Creías que podías hacerle entrar en razón porque le querías —le consoló Vera—. Crees en el amor. Eres la persona más amable que conozco. Él es el idiota por no haberse dado cuenta.
    —Supongo —dijo, ausente, bajando la cabeza.

    * * *


    Había sido un día muy cansado. Y con muchos nervios. La pelea entre los mellizos y el chico ese les había dejado hechos caldo. Néstor solo tenía ganas de llegar y tumbarse en la cama.

    Cuando llegaron al pasillo de su piso, la puerta del piso de Néstor estaba abierta. Su tío se alejaba de ella.

    —Tienes compañía —simplemente le dijo.

    Los tres le miraron extrañado, mientras oían de lejos una nueva discusión, esta vez a través de un móvil.

    —¡…Ahora ya no me podéis controlar! ¡Tengo dieciocho años y soy libre!

    Y colgó el teléfono, justo cuando se giraba hacia la puerta y se encontraba a Néstor, Mario y Vera mirando dentro.

    —Oh, hola… lo siento, mis padres, ya se sabe… Me llamo Simón. Soy tu nuevo compañero de piso.

    --------------------------------------------------------------------------------



    Para el siguiente capítulo voy a tardar más, porque voy a estar fuera, en un festival de Heavy Metal (Leyendas del Rock), así que quizás algunas ideas apunte, pero estaré ausente.

    La canción de hoy es un clásico del Folk Rock, "A Horse With No Name", de America:


    Edited by Kaiku-kun - 24/3/2016, 02:59
  9. .
    Tem-chan, la traumada amb aquesta assignatura XD
    M'encanta la personalitat del seme jaja es torracollons com tu! :P Encara que es bastant més descarat i tot XD I m'agrada la forma que té de portar les coses... només obre la boca (com aquell qui diu) per tocar la pera, pero quan es tracta d'accions... es un home basat en accions jeje demostra el seu amor aixi, i m'agrada :)
    L'Eloi em recorda una mica a mi, crec. Molt tímid, li agrada negarse les coses per gust i quan està sol perd una mica el cap pel seu seme... doncs si, una miqueta sí que s'hi assembla XD
    He de reconeixer que m'ha agradat més Francés, pero aquesta historia té molt d'atractiu per mi principalment per la forma d'actuar del seme... que m'encanta!
  10. .
    Wo! Debe de ser muy complicado hacerlo via celular (y entonces es casi imposible lo del corrector) pero al parecer no te sale nada nada mal! :) Supongo que las posibilidades están más reducidas.

    Esto parece el prólogo a una pelea jeje Tengo ganas de saber que se ingenian esos dos. Y también qué pasa con la cita con el "príncipe", claro!

    Hasta la próxima! :)
  11. .
    Madre mía, me he leído los dos capítulos y eso si que es ir al grano! Es un poco surrealista que pasen esas cosas en pleno metro, pero bueno, puestos a ser imaginativo... En serio, me ha encantado, es un puntazo de historia!
  12. .
    Hola Yuki-chan! Soy kaiku-kun! He decidido hacerte review porque... bueno, pues porque tengo mucha debilidad con la gente que empieza, tengo el impulso de ayudar como pueda y animarlos (sobretodo en este caso, porque yo también he empezado mi primer yaoi, está apenas unas entradas de forum más abajo que la tuya, buscala si quieres :) ).
    En primer lugar me he asustado, pensaba que ibas a centrar tu atención siempre en Rikane, pero ha sido solo eso, un susto :) me gusta como planteas el problema es rápido y conciso. Parece que va a ser un fic de capítulos cortos, y eso se agradece a la vista (no como yo, que son quilométricos XD) y también es más fácil que aprendas y que te hagan reviews.
    Yo no soy ningún crack que digamos en el yaoi, solo hace unos meses que empecé a leer y ayer publiqué mi primer fic, que tampoco sé como me habrá salido... Pero si estás dispuesta, puedo ayudarte en lo que yo sé de escritura (porque de eso sí tengo algunos años de experiencia) :)
    De momento solo te voy a recomendar que uses algo como Microsoft Word o Open Office (que es gratis, creo), porque así el corrector automático puede ayudarte y de paso no pierdes tu progreso.
    No quiero extenderme más. Me gusta como empieza, y espero tu siguiente capítulo pronto :) (entonces ya te aconsejaré de más cosas, que de momento no puedo decir mucha cosa jeje).
    Si quieres ver como escribo yo, puedes mirar "Monuments and Melodies", mi fic. Te ayudaré en lo que pueda :)
    Solo contesta este review cuando vayas a escribir tu siguiente capítulo, en la misma respuesta, que no queremos muchos mensajes sin capítulos, que nos podría borrar todo si lo hacemos.
  13. .
    *-* Nena! M'ha agradat molt! Es super tendre... de moment Francés guanya la resta jeje
    Em perd Javier, en serio, m'encanta quan es queda a la falda de Pierre esperant les caricies i es fa boleta... es adorable! Pero es un pel dependent... Un pel XD Per això em fa molta gracia la cabronada (positiva) que li fa Pierre quan el seu nen coneix aquella noia jaja Pierre el pobre ha d'estar anant-lo convencent tota l'estona que no deixarà sol a Javier i això en el fons té una mica de mi, per la inseguretat, pero aquest es passa XD
    Com sempre, ole tu per la manera com crees els personatges, amb cabells de color més raro posible (i aquesta vegada ulls i tot XD)
    Només hi ha una cosa que em "chirria" d'aquesta historia.
    QUOTE
    ―Gracias ―le dijo apoyándose en su pecho mientras lo abrazaba.
    ―No hay de qué.

    ¿No hay de qué? No entenc la resposta XD No em queda clar, ¿Pierre li ha assegurat que no marxarà mai o li ha donat una chuche a Javier perquè ell s'ha quedat sense? XD (nótese ironía). Ha sorgit el teu punt fred i es algo que casualment dius molt. Si algú et dona les gracies per algo tan... enorme, o important, sobretot tractant-se d'amor, contestar un gracies acostuma a quedar fred o com un gràcies menyspreat o diluit.
    Però ja saps que m'ha molat molt amor :) En serio, va de camí als preferits jeje
  14. .
    ¡Nuevo capítulo! Este es aún más largo, pero tiene más chicha para empezar a divertirse ;) ¡Aparecen nuevos personajes y nuevos problemas para nuestros protagonistas!

    Recordad, toda crítica constructiva es bien recibida :)

    -----------------------------------------------------------------------------------------------------

    2. Turisas - Miklagard Overture



    —¿Así que le besaste?
    —Pues sí. ¿Por qué te cuesta tanto de entender?
    —Bueno, no se besa a un chico por las buenas, sin motivo…
    —Pero ya le viste… El pobre está traumatizado por algo. Ni siquiera recordaba su primer beso. Y eso nunca se olvida.
    —Ah, tu complejo de salvadora… “Tenías que hacer algo”. Menuda prima me he agenciado.
    —Pero mira lo que ha mejorado. Ya no tiene esas reacciones violentas. Le he dado un motivo para empezar de nuevo.
    —Además eres una romántica perdida… Menos mal que al final Akira no se presentó a clase ese día. Quizás se nos habría agobiado de nuevo —le dijo a Vera, para cambiar de tema.
    —Pues sí. ¿Por qué no está aquí aún?
    —Llega unos días más tarde, el cabrón seguía de vacaciones hasta esta mañana.

    Eso pasó cuando volvieron a casa la misma tarde que Vera le besó. Ella siempre hacía estas cosas. Besaba a gente al azar pensando que eso ayudaba y luego siempre se las cargaba Mario.

    Por una vez, eso no pasó. Al contrario. Cuando él vio a ese par de tortolitos besándose, pensaba que Néstor se pondría hecho una furia y les odiaría o algo, pero qué va…

    Por una vez, Vera tenía razón. Seguía siendo algo difícil tratar con él, dependiendo de cómo se levantaba, pero era más agradable y parecía que se estaba olvidando de su pasado. Y sólo era su tercer día. Necesitaba un empujón así.

    Por una vez, no Mario dejaba de pensar en ello. Ni de coña se lo iba a decir a alguien, pero aunque al final resultó ser la respuesta correcta, le crispó los nervios que Vera besara al nuevo. Y eso que era lo normal en ella… no lo entendía. ¿Por qué le tendría que importar? Vera estaba soltera, él estaba con Tania y…

    —Mierda.

    Mario siempre había tenido facilidad para detectar cuando tenía que cambiar de pareja. Se conocía muy bien. Sus relaciones digamos que no eran de lo más duraderas, pero al menos hacía las cosas bien. Y nunca le había pasado eso. Sabía cuándo empezar una relación y cuándo terminarla. Y en ese momento no se veía capaz de terminar la que tenía.

    * * *



    Desde ese día, Néstor no había sido capaz de despegarse de Vera. Había olvidado lo que era besar y quería más. Quería más de ella. Pero no tenía narices de decirle nada. Por eso prefirió pasar todo el tiempo que pudiera con ella. Y eso implicaba estar también con Mario. Ese par no se separaban excepto por las clases.

    —Akira ya ha llegado —anunció Mario, mirando su móvil, mientras salían del edificio donde vivían.
    —¿Quién?
    —Akira. Bueno, se llama Andrés, pero le gusta que le llamen Akira. Ya verás porqué.

    Néstor caminó algo impaciente. No era por conocer a alguien más, sino porque como más gente, más difícil sería poder insistirle a Vera… o por lo menos estar con ella.

    Cuando ya estaban dentro del recinto, la pareja italiana frenó en seco, a unos metros de distancia de un chico y una chica que parecía que se estaban peleando. Mario le puso el brazo al hombro a Néstor para indicarle que se fueran todos a sentar a un lado del camino, donde había bancos y un bonito césped.

    De la pelea casi no oyeron nada, solo algunos gritos de la chica. Curiosamente, ella era más alta. Néstor pensó que era demasiada mujer para aquél chico, que intuyó que sería Akira. La cosa acabó uno por cada lado, pero la chica casi quería romper el suelo con sus pies, de tan fuerte que pisaba. El supuesto Akira se acercó al pequeño grupo.

    —Siento que lo hayáis tenido que ver… —Ese fue su saludo. Prácticamente sin emoción.
    —¿Qué ha pasado? —preguntó Mario, aunque era bastante evidente.
    —Dice que soy muy frío, que esperaba algo más de mí, que está harta de darme oportunidades, que no la mimo suficiente… Lo de siempre. Y hemos cortado.
    —Lo siento —dijeron Vera y Mario al unísono.

    Parecía que el recién llegado no se había percatado de la presencia de Néstor. Así que mientras los tres amigos hablaban, el nuevo tuvo tiempo de echarle un buen vistazo a Akira. Tenía el pelo muy oscuro, casi negro, muy liso, los ojos igual de oscuros y algo hundidos. Visto desde ahí abajo, Néstor no podía comparar bien, pero creía que él era más alto que Akira.

    —Pero es que no me quieren entender a mí —siguió contando, con palabras de indignación pero sin el tono ni la emoción—. Nadie lo consigue. Ni yo tampoco me entiendo. A mí me gusta estar de mimos como a las chicas con las que he estado, pero no siempre… algunos días me va bien, otros me estresa demasiado. Y siempre me piden más y más y no suelen tener en cuenta qué quiero yo. Y eso me estresa más. Y al final me aburro de siempre lo mismo.
    —Tú siempre te aburres —indicó Mario.
    —Me falta encontrar algo o alguien que no me aburra. Pero es casi imposible. Estudio informática y videojuegos porque me gusta y porque se me da bien, pero me sigue aburriendo al fin y al cabo. Todo lo acabo aburriendo. Así que mejor disfrutarlo antes de que se me vaya la ilusión, ¿no? Por alguna razón la gente sigue queriendo tener algo conmigo.
    —Pero con esta te has estado… ¿Cuánto? ¿Dos meses?
    —Dos y medio.
    —¡Con tan poco tiempo no debes haber tenido ocasión ni de magrearla un poco! —expresó bien alto Mario, como si fuera el transmisor de emociones de Akira.
    —Pues sí, no hemos follado. ¿Y qué?
    —Pues que te aburres antes de llegar al plato principal… Conmigo hiciste lo mismo.
    —¿Mario y él estuvieron juntos? —le preguntó en un aparte, Néstor, a Vera.
    —Nada más conocernos —dijo Mario, uniéndose—. Iba todo bien hasta empezó a aburrirse de todo lo que hacíamos.
    —¿Y este quién coño es? —quiso saber Akira.
    —¡Hombre! ¡Pero si siente emociones! Ya estabas tardando, pensábamos que no te darías cuenta.
    —Es nuestro nuevo vecino de enfrente, Néstor —les presentó Vera—. Néstor, él es Andrés, pero todos le llamamos Akira. Aunque supongo que ya te habías dado cuenta de quién es.
    —Encantado —dijeron ambas partes, sin mucho entusiasmo.

    Estuvieron un rato hablando en la hierba. Mario encontró más interesante hablar de su pasado con Akira que no la situación actual del pobre chico, aunque al insensible pelinegro no pareció importarle. Más bien le parecía un hecho de la vida cotidiana romper con alguien.

    —Pues Akira y yo estuvimos juntos… no sé, dos o tres meses. Yo fui todo lo amable que pude y le di lo que él necesitaba y aun así se aburrió. No sé qué le hace falta a este chico para pasarlo bien.
    —¿Y seguís siendo amigos? —preguntó Néstor. Era un poco raro eso de tener a un ex delante y hablar tal cual de él.
    —Claro, ¿no ves que este pedazo de tronco no se inmuta por nada? Siempre hemos sido buenos compañeros de juegos y de fiesta. Es un buen amigo porque realmente no le importa nada más que probar de pasarlo bien. —Entonces se dirigió a Akira—. En serio tío, ¿qué tiene que tener un ser humano para que atraiga más de unos meses tu atención? Como poco, no ser humano…
    —Hablando de fiesta —interrumpió Akira, ignorando la pregunta—. Miklagaard abre mañana. ¿Vamos, no?
    —¡Miklagaard! ¡Por fin! Casi un mes esperando, llevo. ¿Cómo tienen las pelotas de cerrar en agosto? Yo flipo con ellos.
    —Porque saben que en agosto no hay nadie aquí, están todos en la playa.
    —¿Qué es Miklagaard? —preguntó Néstor a Vera, de nuevo. Cualquier excusa bastaba para hablarle. Era mucho mejor que no quedarse callado y que su mente volviera al pasado.
    —Si te gusta la música, te va a encantar —le contestó, emocionada como Mario—. Es un… es algo difícil de describir. Es a la vez bar de copas, sala de conciertos, cervecería… hasta tiene habitaciones en un piso superior por si alguien se coge una turca de las que no te puedes ni levantar del suelo.
    —Bueno, de momento no suena como mi lugar predilecto…
    —Sí, ya sé, prefieres poca gente a la que puedas controlar visualmente. Pero créeme. No has visto nunca nada como ese sitio.
    —¡Es el mejor de toda la ciudad! —anunció Mario.
    —Hasta yo tengo muchas ganas de que reabran —añadió Akira. Y esta vez sí que se le notaba tono emocionado.
    —Él más que ninguno de nosotros, ¡seguro!
    —¿Por qué?
    —Sus dos mejores amigos trabajan allí. Pero debes conocerlos, Néstor, en serio, vas a flipar, ¡son la caña!
    —Vera, espera a que los vea. Que sea una sorpresa —le aconsejó Mario, guiñando un ojo. Akira, que se le veía renovado y emocionado, le rio la gracia. Néstor se sintió algo desplazado en ese momento, pero no le importó. Al fin y al cabo, la sorpresa era para él.
    —¿Los nombres, por lo menos? —Mario se encogió de hombros y Vera casi salta encima a Néstor—. Se llaman Jari y Pasi Koskinen, son mellizos prácticamente idénticos, de Finlandia, tienen un año más que tú y… bueno sí, como ya es una tónica en nuestro grupo, son bisexuales.
    —¿No van a la universidad?
    —Se podría decir que “no suena como su lugar predilecto”. —El guiño hizo sonreír a Néstor, pero él pensó que o se le había ido la pinza con esos misteriosos mellizos, o que los idolatraba—. También creemos que por ser mellizos, tienen una conexión extremadamente agudizada. Aunque es difícil de probar.
    —Hablando de Miklagaard —comentó Akira, para intentar mantener callada a Vera—. Espero que te guste gran variedad de música. Allí nunca sabes qué te va a aparecer. Prepara tus orejas para algo muy ruidoso. ¡Y épico!
    —¡Y épico! —gritaron los dos italianos, al unísono. De nuevo, algo se había perdido Néstor.
    —¿Y de dónde viene el nombre? —dijo el chico, por intentar saber algo más.
    —Miklagaard es como llamaban los vikingos a Bizancio, de hecho un grupo de ellos, llamado la Guardia Varenga, fue a defenderla de sus enemigos porque resultaban grandes comerciantes. ¿Bizancio sí te suena? —Néstor asintió y Akira puso una sonrisa de pena— ¿Por qué soy el único pringado al que tuvieron que decir que era Istambul para aclararse?
    —¿No dijiste que suspendiste historia? Pues ahí lo tienes —se burló amistosamente Mario.
    —Que te den.

    * * *



    Cuando al fin se despidió de sus amigos, Néstor cerró la puerta de su piso, se quitó los zapatos, dejó todos los trastos y cayó rendido a la cama.

    No estaba acostumbrado a tanta acción. Nunca hubiera dicho que tener amigos con los que estar desgastara tanto el cuerpo. Y que hiciera olvidar tantas cosas.

    Kilian estaba lejos en su mente. Aparecía, pero era todo distinto al primer día. Sus amigos bloqueaban el miedo, por lo menos una parte. Después de que Vera lo besara, cuando volvió a la realidad, tuvo mucho miedo. Porque había sentido la presencia de Kilian en la sala de actos y temía que se presentara y le hiciera algo a Vera mientras él no podía estar para impedirlo. Pero no ocurrió nada. No estaba. Lo había intuido mal. El amor no le estaba prohibido, como le había ido demostrando su peor pesadilla durante años. Era posible. Y por eso estaba de mejor humor.

    Con Vera fue dándose cuenta de pequeños detalles, después del beso. Con la poca experiencia que tenía con el amor, no estaba seguro si lo que quería era el cariño y los besos, o a Vera. Pero necesitaba comprobarlo, porque solo necesitaba estar con ella cuando la veía cerca. Cuando estaba solo, no pensaba en nadie. Y era eso lo que sembraba la duda. Porque no necesitaba a nadie.

    Miklagaard era la novedad. Tenía ganas de saber cómo era, o si le daría algo de cosa estar ahí dentro, metido, con tanta gente y ruido, y amigos nuevos y… A decir verdad, le estresaba un poco la idea. Pero parecía realmente importante para sus nuevos amigos que estuviera allí con ellos. Pero pensó que entre tanta gente… quizás podría probar como iban las cosas con Vera esa noche. Ese era un buen plan.
    No cenó. Tal cual se tiró en la cama, se quedó frito. Se había prometido escuchar música para preparar un poco sus oídos, nunca había estado en una discoteca o nada por el estilo (aunque sí a conciertos al aire libre, con su familia) y sabía que no iba a estar preparado, pero igualmente el sueño pudo con él.

    * * *



    Ya estaban de camino a Miklagaard. Por el camino, la novia de Mario, Tania, se les había unido. Y por alguna razón, a Néstor ya no le caía demasiado bien. Era demasiado… todo. Alborotadora, chillona, pesada… Y parecida a la vez a Mario. Pero se le hacía una carga. Aunque ¿quién era él para juzgar tan rápidamente? ¿Y por qué le caía mal siquiera?

    Cuando ya se podía vislumbrar el rótulo con el nombre del edificio, el grupo se encontró una sorpresa.

    —Mirad, ¡es Aire! —señaló, como una cría, Vera—. ¡Hola Aire! ¿Qué tal va todo?
    —¿Cómo demonios ha llegado allí arriba? —quiso saber Mario, pero para que le oyera solamente su grupo.

    Aire estaba sentado, con las piernas colgando, en la repisa de una antigua ventana tapiada del propio Miklagaard. De hecho, estaba casi encima de la entrada. Llevaba la misma sudadera gris de días atrás, que le cubría toda la cabeza y la frente, así que la pregunta de si era albino aún quedaba en el aire… nunca mejor dicho.

    —Si se cae, se va a matar —comentó casi sin voz, Akira. Néstor fue el único que le oyó, pero no le dio mayor importancia.

    Cuando ya tenían que casi desnucarse para verle, Vera le preguntó a Aire si entraría, pero se le oyó perfectamente decir que no, pero lo dijo con una voz suave y amable. Néstor no se esperaba eso de una cara tan seria y sin sonrisa. Porque realmente el “no” parecía haberlo dicho sonriendo.

    —¡Cuando te animes a entrar un día de estos, búscanos! —le invitó Vera. Mientras bajaban las escaleras de la entrada, fuera del campo visual de Aire, ella le dijo a Néstor—: Es majo… o maja. Pero no se hace mucho con la gente. Y nunca ha entrado a Miklagaard, pero siempre que hay un acontecimiento importante como el de hoy, está cerca del edificio. O encima de él.
    —¿Y vuestros amigos mellizos?
    —Oh, siempre nos encontramos con ellos dentro —comentó Akira. Vera y Mario intercambiaron una mirada misteriosa.

    Mientras tanto, estaban recorriendo un pasadizo algo oscuro y lleno de pegatinas que brillaban en la oscuridad. Al fondo se podía ver la sala, o por menos una parte. Se podía ver la barra, un par de columnas y entre ellas unas escaleras que guiaban al piso superior. Y se podía ver gente encarada mirando a la derecha de los chicos. Estaban todos apelotonados. Cuando llegaron al final del pasillo, el portero les puso un sello en la mano a todos, aunque por la manera que hablaron Mario y éste, parecía que se conocieran de toda la vida.

    —¡Bienvenidos de nuevo a Miklagaard! —anunció una voz joven pero firme—. Ya sabéis como celebramos aquí nuestras aperturas, ¿verdad?
    —¡Mierda, que nos perdemos lo mejor! ¡Rápido! —exclamó estresado Mario.

    Todo el grupo corrió hacia la derecha. Había como trescientas personas aglomeradas delante del escenario, todas aclamando a la banda, así que fue difícil meterse entre medio.

    A Néstor no le gustaba demasiado aquello, pero si iba a ser un concierto aún podría pasarlo bien. Cuando se detuvieron en medio de la aglomeración, Néstor miró al escenario, que estaba suficientemente alto para que se viera a toda la banda desde cualquier punto de la sala. Las luces eran solo focos y no iluminaban mucho, sino que mantenían un ambiente oscuro, como si se prepararan para algo enorme.

    —¡Sí! ¡”Miklagard Overture”!

    Justo en el momento que reconoció a los dos guitarristas, la música empezó a sonar y las luces llenaron de rojo el escenario. Una orquestra de fondo dio la bienvenida a toda la sala y a los guitarristas, que empezaron a tocar, a la vez que toda la combinación chocaba como una ola contra las orejas de Néstor. Todos los pelos se le pusieron de punta de golpe. Nunca había escuchado nada igual. Nada tan potente. Nada tan… épico. Y entendió la broma de sus amigos. Entonces vino una parte acústica. Uno de los guitarristas cantó, y el otro solo tocó.

    —¿Son ellos, verdad? —preguntó Néstor, sin darse cuenta que gritaba más de la cuenta ni de la cara de sorpresa que ponía—. Son los mellizos los que tocan.
    —¡Te presento a Jari y Pasi Koskinen, los guitarristas más molones que te puedas echar a la cara en esta ciudad!

    Y la energía de la música volvió a crear una oleada de pelos de punta, a la vez que Néstor se daba cuenta de lo que le gustaba esa música i de que, como detalle extra, esta vez quien cantaba (o algo así) era el otro. Estaban muy sincronizados. Se pasó toda la larga canción (calculó unos ocho minutos) simplemente admirando aquella música que por tantos años le había pasado desaparecida. Cuando aquel torrente de energía hubo acabado, uno de los dos mellizos les volvió a dar la bienvenida y presentó a ambos, el batería, el bajista y a un violinista que acababa de subir al escenario, aunque dijeron que les acompañaría más tarde.

    —¡Seguimos! ¡”The March of the Varangian Guard”!

    Y otra vez reapareció la energía. Era inacabable, no sabía qué hacer con tanto impulso, no sabía redirigirlo, simplemente se quedaba quieto, y escuchaba maravillado. De vez en cuando, una voz de coro de fondo irrumpía en la canción y todo el público se ponía a cantar con ellos. Era como una señal. Todos debían cantar. Y cantaban unidos con una sola voz. Nadie se equivocaba. Ni una nota fuera de sitio. Todos eran uno. Néstor se juró que nunca olvidaría aquel momento de unión.

    Las canciones se fueron sucediendo, una tras otra, un torrente tras otro, hasta que el violinista volvió a subir y una energía muy distinta, más fiestera, empezó a inundar la sala. Tanta energía acumulada era difícil de desviar o de contener. Pero tenía que hacer algo, saltar, correr, gritar, algo. Entonces un brazo firme le agarró por un brazo y le arrastró entre la multitud, hasta llegar a un hueco formado por el público donde parecía que unos pocos se embestían (cuidadosamente) entre ellos, como si jugaran a rugby o algo así.

    —¡A dentro! —Era Mario, que le estaba señalando el círculo creado. Allí dentro, Akira ya estaba empujando gente rebotando enérgicamente contra los que chocaba. Era una forma brutal de descargar energía, y le tenía algo de miedo, pero no parecía que nadie se hiciera daño. Pero Mario le arrastró.
    —¡Estáis locos!
    —¡Es posible!

    Lo cierto es que la música acompañaba, y entre guitarras, batería, golpes y rebotes, Néstor empezó a sentir el agotamiento. Al final, cuando la canción acabó, Mario y Akira saludaron a todos los que se habían metido dentro del círculo y Mario volvió a arrastrar a Néstor hacia donde Vera y Tania esperaban.

    —¡Menudo mosh-pit! —gritó, como pudo, Mario. Otra canción había empezado a sonar ya.

    Néstor notaba los brazos doloridos por los golpes, pero había sido muy efectivo, tenía mucha menos energía, y ya no desbordaba, aunque la música seguía proporcionando esa sensación de piel de gallina.

    Pasaron canciones, una detrás de otra, todas parecidas, todas hechas para que el público hiciera un poco el loco. Néstor perdió la cuenta de cuantas canciones habían pasado, o cuánto rato llevaban de concierto, pero la energía no se acababa y no tenía intención de desaparecer. Tenía que conocer esas canciones bien. La próxima vez que las tocaran, quería saberse la letra. Quería formar parte de ese “uno” que cantaba.

    —¡Para cerrar el concierto, vamos a por una divertida! —anunció uno de los mellizos. Era imposible distinguir cuál era de los dos, con esa luz roja y blanca que apenas iluminaba el suelo y las primeras líneas de público—. “Rasputin”.

    El ritmo de esa canción, que de algo le sonaba de antes, era de nuevo fiestero, pero con una potencia particular que daban ganas de saltar. De hecho, Néstor se había quedado atrás, porque a los pocos segundos todo el público saltaba como podía. Fueron cuatro minutos de frenesí metalero que nunca hubiera pensado que le gustarían.

    —¡Eso es todo amigos! ¡Hasta la próxima!

    Las luces se volvieron blancas y el escenario se iluminó un poco más. Mario levantó los brazos y llamó a los mellizos. Les hizo una señal como formando un rectángulo y entonces se acercó a uno de ellos, que le dio un papel, y volvió al lado de Néstor.

    —Sé que te ha encantado, no lo niegues. Toma. Son todas las canciones que han tocado por este orden. Son todas de la misma banda, Turisas. Su temática suele ser de los vikingos y Miklagaard, así que por eso siempre empiezan tocando canciones de esta banda. ¡Y mira! Nos hemos metido en el mosh-pit en esta.
    —Emm… Sahti-Waari… ¿Se pronuncia así? —dijo algo perdido, Néstor, leyendo allí donde señalaba su amigo.
    —Turisas es una banda finlandesa, como los mellizos. Es normal no acabar de pillarle el truco a los nombres.

    Todo el público se dispersó un poco. Algunos se fueron a la barra, otros se sentaron, algunos se fueron al piso de arriba, otros al lavabo. Entonces Néstor pudo ver el resto de la sala. Las escaleras estaban justo en medio de la sala. Había una pasarela metálica que conectaba con el piso de arriba, que básicamente era un balcón, para poder ver el escenario desde arriba. Justo al otro lado del escenario había sitio para sentarse, un billar y un futbolín. Y muy cerca estaba la barra del bar, que prácticamente ocupaba toda esa pared hasta casi el escenario. Los lavabos estaban entre la barra y el escenario. De hecho, la banda desapareció por esa puerta, instrumentos incluidos. Debían de tener algún almacén por ahí.

    El grupo se dirigió a las sillas y sofás. Néstor agradeció poder encontrar un lugar blando y cómodo en el que sentarse.

    —Te ha gustado, ¿a que sí? —preguntó Vera, mientras Mario, Tania y Akira discutían el concierto.
    —Nunca me hubiera imaginado que me gustara tanto… ¡son muy buenos! Ahora entiendo vuestra emoción.
    —Miklagaard suele tener ese efecto —comentó, riendo, feliz y relajada.
    —¿Y ellos ya no salen más?
    —Por hoy no. Ahora simplemente los dueños pondrán música de fondo para bailar. En eso sí que son imprevisibles. Los mellizos pasarán a vernos cuando se hayan refrescado.
    —¿Se dedican a esto?
    —Sí, bueno, sin ellos el local se iría a pique, sinceramente. Por eso es el mejor de la ciudad. Y les vale para sobrevivir, es como su casa.

    Qué vida tan fácil le parecía a Néstor. Ojalá fuera así para él. Pero estaba seguro que no todo era como en ese momento. Seguro que les había costado lo suyo llegar allí. Como por ejemplo, bajar de Finlandia a España.

    Estuvieron un rato descansando en los sofás. Mario, Tania y Akira desaparecieron para buscar algo de beber. Néstor iba a decir algo, pero entonces Akira volvió seguido por los mellizos. Realmente el chico tenía un algo especial con ellos, porque no tenía nada que ver el Akira del día que lo conoció con el Akira del Miklagaard.

    —Son sus mejores amigos, que no te extrañe —le dijo Vera a Néstor, leyéndole el pensamiento.
    —… ¿Otra vez? Tus rollos no te duran nada.
    —Tampoco es que puedas decir mucho tú, Pasi.

    Hasta que no les vio de cerca, Néstor no se dio cuenta de lo altos que eran los mellizos. Tenían el pelo negro, más largo que el de Vera incluso, liso, en ese caso atado con una goma, pero en el concierto lo llevaban suelto. No alcanzaba a ver bien, pero juraría que tenían un poco de perilla, o algunos pelos juntitos, y que tenían ojos claros. En la penumbra era difícil de decir.

    —Vaya, nuevo miembro a nuestra tropa, ¿eh? —preguntó el otro mellizo, Jari. Iba a tener que distinguirlos porque Jari llevaba una camiseta sin mangas negra y Pasi una con mangas y blanca.
    —Sí, se llama Néstor, se ha mudado esta semana a nuestro bloque de apartamentos. Y esperamos otro compañero para su habitación.

    Los tres se saludaron. Ambos mellizos le dieron la mano a Néstor con una sonrisa encantadora que le dejó algo incómodo. La verdad era que, mirados de más de cerca, vaya figuras que tenían.

    Los mellizos y Akira se sentaron todos en el sofá (que era más o menos semicircular) y estuvieron un rato hablando. Quien diría que después de poderlos ver en una pose amenazadora y firme en el escenario, los mellizos fueran personas tan amables y tranquilas. Néstor no se abstuvo de preguntar cosas sobre la banda de la que tocaron canciones y del local mismo. Descubrió que Turisas es una de las bandas favoritas de los mellizos, pero que luego sus gustos musicales iban de un lado al otro del rock y el heavy metal. También descubrió donde estaban las misteriosas habitaciones (donde vivían los mellizos). Estaban detrás de los balcones, justo encima de donde estaban sentados.

    Entonces los mellizos levantaron simultáneamente la cabeza.

    —Al tanto —le susurró Vera a Néstor—. Vas a presenciar lo que te hemos dicho de esa conexión especial.

    Los mellizos se miraron e hicieron como que buscaban a alguien. Entonces, desde la barra, alguien saludó a los mellizos, como diciendo que vinieran. Ellos se levantaron y fueron. Y de camino, Tania se les cruzó para saludarles y darles las gracias por el concierto. Saludó a los chicos del sofá, y se fue de la sala. Resultó algo raro.

    —¿Has visto? —comentó Akira—. Jari ha detectado que alguien lo llamaba y Pasi ha sido el primero de levantar la cabeza aun cuando él no lo había oído. En serio, son sobrenaturales. ¡Este par…!

    En el proceso, se dieron cuenta que faltaba Mario. Akira se fue a buscarle. Néstor no encontraría mejor oportunidad para hablar con Vera, pero no sabía que decirle.

    —¿Cómo te encuentras? —Vera se le había avanzado—. Hoy se te ve algo más apagado.
    —Bueno… —No sabía cómo reunir el valor para pedirle tal cosa, pero sino nunca sabría si ella era lo que necesitaba o no—. Necesito más de ti.

    * * *



    Un rato antes

    —Vamos a por bebida, ¿no? ¡Que nos enfriamos! —propuso Mario a Tania y Akira.

    Dejaron allí a los tortolitos hablando solos. Mario pensó que les convendría. Quizás por fin su prima estaría con alguien, que siempre se la veía sola. Aunque ella dijera que ya le iba bien, le daba un poco de pena. Y aunque fuera a su costa, podrían ser felices. Estuvo unos minutos pensando cómo serían Néstor y Vera juntos, pero acabó desechando la idea. Se estaba poniendo demasiado sensible y no le gustaba.

    —Voy a buscar a nuestros guitarristas —dijo Akira, con un toque de fanatismo, cuando ya tenían las bebidas. Él se llevó la suya.

    A los pocos segundos de irse, Tania puso una cara más bien triste, que Mario detectó en seguida, y le habló:

    —Mario, tengo que contarte una cosa.
    —¿Si? —Hizo como que no lo había notado, pero no iba por buen camino si empezaba así. Se lo estaba oliendo.
    —No podemos seguir juntos.

    Entonces se giró de cara a ella. Procuraba no cambiar de cara para que ella se explicara mejor y por lo menos lo supiera todo.

    —¿Por qué?
    —Me ha encantado este tiempo que hemos pasado juntos, pero siento que he perdido el rumbo en nuestra relación y…
    —Bueno, me alegro de no haber sido el único en darse cuenta —replicó, sin pensar, volviendo a encararse a la barra del bar. Estaba dolido, pero por lo menos no era algo nuevo. Sabía que tarde o temprano iba a suceder.
    —Lo cierto es que he hecho las cosas mal. —Hizo una pausa en la que Mario miró de reojo, algo sorprendido—. Me gusta otro chico desde hace un tiempo, y realmente conectamos desde el primer momento y…
    —Te lo has tirado. —Puestos a romper una relación, ¿por qué no hacerlo de la peor manera posible?—. Y conmigo apenas te has atrevido a nada.
    —Lo siento, pero no podía… Él es distinto…
    —¿Distinto de quién?¿De mí? —replicó, fuera de sus cabales, de cara a su ya exnovia—. ¡Apenas me has dado la oportunidad de demostrarte nada! ¡Fuiste tú la que dijiste que querías esperar! Nunca has estado segura de esto, ¿verdad?

    Ella se quedó callada unos segundos, aguantando la reprimenda.

    —Lo siento… Pero te conozco, tu habrías…
    —¡Oh, no! ¡Eso sí que no! ¡Tú NO me conoces! Ibas a decir que yo también me hubiera tirado a quien fuera si me hubiera gustado más que tú, ¿verdad? Pues te equivocas de cabo a rabo. —No iba a darle el gusto a Tania de saber que a él también le gustaba a otro, pero por lo menos la razón la tenía. Se giró otra vez, con los ojos puestos en las botellas de los estantes, para no tener que ver esa cara llena de mentiras—. Yo soy inofensivo. Yo solo juego porque me parece divertido. Pero jamás me atrevería a hacer semejante cerdada a alguien que me importa mínimamente. Largo de mi vista. Tú y yo no tenemos nada más de qué hablar.

    Ella dudó un instante, decirle algo o no, pero se fue dando un melenazo al aire. Al cabo de unos pocos segundos, vio pasar a los mellizos, que iban de nuevo a la zona de los almacenes. Él simplemente se quedó allí, mirando su vaso de ginebra, hasta que se cansó de verlo lleno y lo vació de un trago. Ardía como los demonios, pero así su garganta iría a la par con el resto de su cuerpo.

    —¿Dónde estabas? Te hemos estado buscando. —Era Akira. Cuando vio que su amigo no respondía, encajó todas las piezas—. Ya hemos visto a Tania irse. Vamos, tienes que distraerte un poco, volvamos con Néstor y… o mejor no.

    Mario se giró un poco. Néstor y Vera se estaban casi morreando. Por lo menos eso era algo que él ya esperaba y no le dolió tanto. Se puso de lado, para ver bien a Akira, y pensó que su amigo tenía razón. Tenía que hacer algo. Tenía que distraerse.

    —Oye, si puedo hacer algo para ayudarte… Somos amigos, ¿recuerdas?
    —¿Sabes por dónde para Pasi?
    —Bueno, se ha ido hace un rato con su hermano, pero… Ah, no ahí está. Pero no veo a Jari.
    —Debe ser porque Jari está con su ligue —pensó en voz alta Mario—. Quizás Pasi también debería estar con un ligue.
    —¿Quieres decir que es buena idea? La ginebra se te ha subido a la cabeza —le aconsejó, mientras Mario se levantaba, dispuesto a seguir a Pasi.
    —Quita, era solo un vaso.

    Y allí que se fue, hacia las escaleras, que era hacia donde Pasi se dirigía.

    —¿Y ahora yo qué? —le replicó Akira, mientras veía como Mario desaparecía entre la gente—. Genial. Todos están ocupados y bien acompañados menos yo.
    —¿Y me lo cuentas a mí? —dijo el barman.
    —Sabes qué, voy a hacerte compañía un rato.

    * * *



    Vera se separó de los labios de Néstor, definitivamente. El chico estaba algo embriagado por el placer de besar a alguien pero no debía olvidar por qué se habían besado.

    —¿Lo has notado? —se avanzó Vera.
    —No lo sé… ¿qué debería notar? Tenía las ideas muy claras cuando lo pensaba, pero ahora…
    —No pasa nada —le tranquilizó, con una sonrisa. “Bueno, es comprensiva, por lo menos…”—. Sentías el beso, pero no a mí.
    —¿Qué quieres decir?
    —Le faltaba pasión. Te encantan mis besos, pero son solo besos. Y no eres solo tú, yo tampoco tenía muy claro esto, pero he pensado que para pasarlo un rato bien no estaría mal.

    En otras circunstancias, esa revelación le habría sentado mal a Néstor. Pero estaba de acuerdo con ella. Y era un experimento, al fin y al cabo.

    —¿Qué debería sentir?
    —No lo sé, es distinto para cada uno, supongo. Cuando un beso mío es para la persona por la que siento algo, el corazón me calienta por unos segundos el pecho. Es una emoción muy difícil de describir. Lo notas enseguida, además. ¿A que no has sentido nada especial?
    —Pues… no. —Esa conversación ya la habían tenido, aunque esta vez estaba algo decepcionado, quería saber qué era esa emoción de la que hablaba Vera—. Supongo que no me gustas.
    —¡Pero no te me deprimas! Esto es bueno. Imagina si no nos correspondiéramos… Sería mucho peor, ¿a que sí? —Eso le hizo sonreír. Era una chica muy enérgica y sin duda una buena amiga, aunque a otros no les pareciera igual, porque seguro que alguien había visto lo que acababa de pasar—. Además, no es por nada, pero yo diría que no estás tan lejos de encontrar ese beso que buscas.
    —¿Tú crees?
    —Pero no te voy a decir más, sino pierde la gracia…

    * * *



    No quería tener que pensar en nada. No quería tener en mente a esa traidora de Tania. No quería ver pasear por su mente a ese chico de pelo desorganizado y de ojos azules, ni tampoco esos labios suaves y apetecibles (que habían besado a su prima, pero eso no le importaba). Quería a Pasi tumbado en la cama y estar concentrado solamente en él.

    El chico no había dudado mucho en aceptar su propuesta. Mario pensaba que tendría a alguien, pero no era así. Era un tanto extraño ver a Jari con pareja y su hermano sin. Pese a eso, el mellizo solitario empezó a recalcar cosas en las que Mario no había contado al proponérselo:

    —Sabes que tú y yo no somos del todo compatibles —empezó, cuando ya estaban en el piso de arriba.
    —¿Y qué? —Sabía qué iba a decir, pero estaba convencido que un rato de desenfreno con Pasi le iba a ayudar.
    —Bueno, me encanta como nos tratamos mutuamente, pero sabes que al final acaba habiendo pelea por la preferencia de paso.
    —¿Por qué eres tan meticuloso y rebuscado con las palabras? Dilo llanamente. Hay peleas por ver quién penetra a quién.
    —Se supone que soy artista, practico a todas horas.
    —¿El sexo?

    Pasi le rio la broma. Eso relajó algo a Mario, que estaba bastante tenso, y le dejó pensar con más claridad. Seguía queriendo hacerlo, pero su amigo con derecho a roce tenía razón.

    En una esquina del balcón interno, encima de la zona de sofás, se abría un pasillo corto con varias habitaciones. Pasi abrió una de las primeras e invitó a Mario a pasar. Ya se conocía esa habitación. Era bastante pequeña y con una sola ventana, y además estaba conectada a la de al lado, la de Jari. Pasi fue a cerrar la puerta que conectaba las habitaciones, que estaba medio abierta y con trastos y ropa obstaculizando.

    —Antes de que digas nada, no, no hemos cambiado de hábitos, volvemos de vacaciones, lo dejamos todo tirado y bajamos a tocar.

    Mario se escabulló hasta esconderse detrás de Pasi y lo atacó al cuello justo cuando la puerta se cerró y su víctima se irguió de nuevo. Menos mal que medían más o menos lo mismo, así llegaba bien. El chico se revolvió del mordisco, se dio la vuelta y empezó a atacar a besos a Mario, empujándolo con cada uno hasta llegar a la cama.

    Iba a ser una pelea de besos y ataques por sorpresa.

    Ambos se quitaron la camiseta como si quemara y la tiraron por ahí. Mario tomó la iniciativa y fue directo a los pezones de su víctima. Empezó con pellizcos suaves, pero para cuando Pasi se pudo dar cuenta, Mario se había sentado encima de su abdomen i los pellizcos ya habían subido de categoría.

    —Ríndete —le aconsejó Mario, al ver la cara enrojecida de Pasi y al empezar a notar un bultito cerca de su espalda.
    —Nunca. Estás en mala posición, es imposible no aprovecharme —se rebeló Pasi, con una sonrisa desafiante.

    Entonces su duro abdomen se ablandó por un segundo y con el impulso de volverlo endurecer, vino todo el cuerpo de Pasi detrás. Pasi besó con voracidad los labios de Mario, le mordió el labio de abajo y se lo llevó succionándolo. Había sido muy productivo haber descubierto ese punto débil en el chico. Mario se quedó sorprendido un segundo, segundo que aprovechó el atacante para bajar las manos al trasero de Mario, ir a por su cuello (en venganza) y poco a poco empujarle para quedar Pasi encima.

    Mario pensó que estaba perdiendo. Ese crío iba a conseguirlo, por una vez. Pasi se había quedado en el sitio adecuado para que se notaran el miembro del uno y del otro casi en contacto directo, solo separados por los pantalones. Pasi jugaba sucio. A base de tanto esforzarse y perder había descubierto muchos puntos débiles en Mario y sabía que el contacto físico le encantaba, notar sus cuerpos entrechocar, quedarse pegados, casi sin espacio.

    —Sabes demasiado —se quejó Mario. Pasi sonrió descaradamente y aprovechó para quitarse los pantalones y los calzoncillos y ayudar a Mario con los suyos. Estaba a punto de rendirse, pero la verdad es que se lo estaba pasando bien, que era el propósito de todo. Aun así, probó de quedarse sentado y seguir con el pulso, mientras Pasi estuviera distraído—. No me voy a rendir.

    Mario volvió a poner sus manos en el pecho del guitarrista, le besó apasionadamente, todo iba por el buen camino, pero dado un momento, Pasi dejó de responder. Se quedó quieto.

    —¿Qué pasa? ¿Te has cansado de jugar? —preguntó, sinceramente, Mario. En el fondo, si los dos no lo pasaban bien, no le valía de nada.

    Pasi no le contestó, pero vio que su cara cambió. Entonces se oyó la voz de Jari y la de su novio, supuso, porque no le conocía. Estaban entrando a la habitación de al lado.

    —Te voy a dejar encima. Pero tienes que distraerme bien ¿vale? —le concedió Pasi, suavizando un poco la cara, mientras se quitaba lo que le quedaba de ropa y se tumbaba boca arriba.

    Mario se reservaba las preguntas para después. Sabía que si se dejaba, algo no iba bien. Pero por eso estaba allí, porque las cosas no iban bien.

    * * *



    —¿Y Mario? —preguntó Vera a Akira, cuando éste se acercó.
    —Aprendiendo a tocar la guitarra —comentó, con desdén pronunciado—. ¿Nos vamos? Este tío no se va a mover de aquí en toda la noche.
    —¿Entonces Tania y Mario…? —preguntó inocentemente Néstor.
    —Sí. Se ha ido con otro.

    No tuvieron inconveniente en irse. Néstor había venido para cosas que ya habían sucedido, y estaba algo cansado, así que no le importaba irse sin Mario. Aunque le preocupó como estaría después de lo de Tania.

    Cuando salieron de Miklagaard, Akira volvió el rostro hacia la pared del edificio. Vera no lo vio. Néstor sí, pero no sabía por qué miraba una pared vacía.

    Por suerte, la calle que llevaba a su casa era la misma que la de la entrada a Miklagaard. De hecho, Néstor creyó poder ver el final de esa calle y el edificio donde vivía, y eso que estaba algo lejos.

    Sacó la lista de canciones del concierto del enorme bolsillo de su chaqueta. Habían tocado bastantes canciones y ninguna le sonaba. No podía creer que Turisas, como se llamaba la banda, le hubiera pasado desapercibida todo este tiempo. Empezó a leer por orden las primeras canciones: “Miklagard Overture”; “The March of the Varangian Guard”; “To Holmgard and Beyond”; “We Ride Together”… y la lista seguía hasta la undécima canción. Pues sí que habían tocado canciones.

    —Ya verás, te vas a enganchar a ese grupo —comentó Akira, sonriendo, cuando le vio con la hoja—. Todos hemos pasado por lo mismo. Y con cada nueva apertura, nos reenganchamos.

    Miklagaard ya era “su tipo de sitio”, pensó Néstor.

    * * *



    Mario se acabó de quitar toda la ropa y se estiró encima de Pasi.

    Le estaba dejando hacer por su hermano. Siempre que su hermano estaba con alguien, Pasi cambiaba sutilmente su actitud. Pero esa vez lo había pedido expresamente, no era nada sutil, así que tuvo curiosidad. Pensó que si le distraía bien como él le había pedido, le diría que pasaba. Pasi siempre funcionaba a base de intercambios.

    Primero le devolvió esos besos y mordiscos que le había robado antes, pero sus manos ya se estaban avanzando a lo que vendría: habían pasado totalmente de su pecho, una le estaba acariciando suavemente el miembro y la otra estaba debajo de su trasero, como si se acomodara ahí.

    —Mmm… —Fue un suspiro suave, seguido de una respiración de placer.

    Mario miró como Pasi cerraba los ojos suavemente y se le quedaba la boca entreabierta por su respiración. Su melena dispersa por la cama y su cara de placer le dieron ganas a Mario de devorarle enterito, y era eso a lo que iba. Se hizo espacio entre las piernas de Pasi y le dio un largo lametón, de abajo a arriba a su miembro erecto. Una respiración súbita de Pasi le dio a entender que era eso o que le pedía su cuerpo. El chico siempre procuraba ser silencioso, pero a veces no lo podía evitar, Mario ya se lo conocía. Solo para tentarle, Mario jugueteó con su lengua en el glande, para que Pasi tuviera que pedirlo. El chico, que estaba ya ansioso para que siguiera, no tuvo otro remedio:

    —Hazlo ya.
    —¿Hacer qué? —preguntó inocentemente, mientras su lengua daba vueltas por la punta.
    —Perkele —maldijo el finlandés, en su idioma.
    —¿Quieres decir esto? —Y metió su boca lo justo para que cubriera el glande y lo succionó levemente.
    —Ah… —gimió, después de cortársele la respiración por un segundo—. Sigue… No pares.

    Mario decidió que ya había jugado suficiente con el pobre chico. Hundió todo lo que pudo el miembro de su víctima en su boca una vez y volvió a sacarlo, muy despacio, acompasando con la respiración de Pasi. Volvió a bajar, pero esta vez no tanto, y lo compensó haciendo un poco de presión para que la piel del miembro se moviera un poco con su boca. Ese detalle tan particular era el que le había hecho famoso entre los chicos, porque lo sabía hacer muy bien.

    —Aah… Ya no recordaba esto… —gimió, casi susurrando, Pasi.

    Mario sonrió para sus adentros, pero no se distrajo. Le encantaba esto, de los chicos, eran tan fáciles de complacer que era una tentación muy grande y era difícil evitarla. Su boca fue acelerando y abandonando la presión, hasta que notó que Pasi empezaba a temblar. Esa era la señal. Bajó el ritmo, para que no se corriera tan temprano, y un dedo penetró en su trasero sin aviso, para empezar a hacer hueco.

    —¡Ah! Cabrón, no has avisado…

    “Claro que no”, pensó Mario, mientras succionaba de nuevo el glande del chico, suavemente para que pudiera aguantar un rato más. Para los dedos, la gracia era no hacerlo, así veía la cara que ponía Pasi al notarlo. Le encantaban sus reacciones, con ese mal vocabulario que tenía. Así que cuando ya tuvo espacio suficiente, metió el segundo dedo. La lástima fue que Pasi ya se había preparado. Mario miró al finlandés mientras se pasaba a los lametones. Se había cubierto la cara con el brazo y se esforzaba para respirar profundamente. Entonces no podría ver que el tercer dedo se sumaba a la fiesta. La respiración forzada se entrecortó y el brazo cayó a un lado.

    —¿Estás listo? —le preguntó Mario. Para él, en ese momento no había sorpresas que valieran. Había que ser cuidadoso y amable. Y con Pasi eso siempre ayudaba, con lo que le costaba quedarse quieto para dejarse penetrar.
    —Adelante —dijo con una sonrisa leve. Pronto se tornó un poco en una mueca de dolor, pero se relajó cuando notó que el miembro de Mario ya no entraba más.

    Cuando vio que ya se hubo adaptado, Mario empezó a moverse con precaución. Pero tenía que tenerse en cuenta a sí mismo, siempre se le olvidaba de que la presión ahí dentro ayudaba mucho a correrse más rápido. En eso, Pasi le leyó la mente:

    —Acelera… —dijo, entre respiraciones rápidas. Mario le hizo caso enseguida y casi al momento tocó su punto mágico—. Mmh… Aah… Cabrón, como te lo sabes… Aah…

    Mario no se podía contener más, Pasi estaba en el clímax ya, y él estaba llegando. Tuvo que mantener la compostura y controlar sus espasmos mientras se corría dentro del chico para seguir embistiendo y seguir oyendo como el finlandés gemía como a él le gustaba. Cuando pudo controlar su cuerpo de nuevo, bajó un poco el ritmo y ayudó a Pasi a correrse también. Le resultó gracioso que la primera gota le saltara al pecho, justo donde Pasi no había podido atacar.

    —Aaah… —Ese largo suspiro indicaba el fin. Pasi sonrió—. Me has distraído muy bien.
    —Sabes que siempre lo consigo —replicó Mario, mientras se desenganchaba de Pasi y le daba un beso corto en los labios. Luego se puso a su lado, estirado.

    No se oía nada a la habitación de al lado. La propia acción de los dos había cubierto cualquier sonido ajeno, a parte de la música de fondo de Miklagaard.

    Se quedaron un rato en silencio. Pasi tenía tendencia a enñoñarse después del sexo, pero luego se despertaba para ir al baño, sí que dejó que descansara y su cuerpo se normalizara para preguntar.

    Al cabo de media hora, Pasi, que al final se había acomodado sobre el brazo de Mario, se levantó y se estuvo un rato encerrado ahí. Mientras tanto, Mario tuvo tiempo de pensar. Se había olvidado del resto del grupo. Probablemente estuvieran en casa ya.

    —Qué se le va a hacer… Pasaré la noche aquí y me iré pronto.

    Entonces Pasi salió y se tumbó de nuevo al lado de Mario, pero de frente. Parecía que quería hablar.

    —Mi hermano es un idiota —empezó, con media sonrisa—. Está con ese tío, empanado como si no se enterara de lo que pasa a su alrededor.
    —Bueno, debe de estar enamorado…
    —Puede, pero no es la persona correcta. El molopää de su novio es un jodido tirano… —En vista que Mario no pilló el insulto, pese a su risita, se lo tradujo—: Es “cabezapolla” en finlandés. Pues el tío le obliga a hacer lo que él quiera sabiendo que Jari es buena persona y se lo va a conceder, pero a mí… Me hierve la sangre solo de pensar como le esclaviza.

    —¿Y Jari quiere que le esclavicen? —preguntó, inocentemente, Mario.
    —¡Pues claro que no! —exclamó, recuperando su mal humor, finalmente. Luego se dio cuenta de que hablaban de temas distintos—. Y no hablo de sexo. Te digo que le obliga a hacer todo lo que a esa paska se le antoje, lavar, comprarle cosas... Lo que sea.
    —Quería decir “mierda”, ¿no? —le preguntó, por si acaso. Pasi asintió—. ¿Por eso querías que te distrajera?
    —No exactamente… Si yo me enfado, luego se me pasa, pero lo que pasa es que Jari lo nota enseguida.
    —¡Por fin vuestros poderes misteriosos se manifiestan! —dijo, intentando animarle, pero funcionó a medias… por lo menos tendría que hablar de ese tema y no del novio de Jari.
    —No es exactamente eso, capullo, es una conexión que tenemos desde que nacimos. Podemos detectar cuando al otro algo no le va bien. Por eso yo sé que le esclaviza, porque no le gusta, y por eso él podría saber que he estado de mal humor por culpa de su novio.
    —Bueno, es comprensible, pero él estaba a lo suyo, ¿no?
    —No sería la primera vez que Jari lo deja todo para intentar animarme y tampoco quería estropearle la noche… Es demasiado bueno, él lo haría. Por eso lo he prevenido. En el fondo deseo que sea feliz, y si esta noche lo es, pues me alegro. Pero mañana ese pedazo de paska de su novio se las verá conmigo si le pillo obligando a Jari a hacer lo que sea.
    —Siempre me ha fascinado vuestra relación —dijo Mario, sinceramente, con una sonrisa serena pero emocionada.
    Se quedaron unos segundos en silencio, mirando al techo.
    —Supongo que no ha sido buena noche para ninguno de los dos, pese a todo.
    —¿Y eso?
    —Mi novia me ha puesto los cuernos, la he dejado, y mi prima se ha enrollado con el nuevo.
    —No pierdes el tiempo buscando a alguien para ti, ¿eh?... Es tímido, pero parece majo, me ha caído bien. Néstor… es la primera vez que oigo ese nombre —comentó, medio abstraído ya, Pasi. Se estaba relajando.

    A Mario se le repitió la imagen de Néstor chocando y rebotando en el mosh-pit. Era la primera vez que le veía reír y sonreír de esa forma y había sido como un tornado en su interior. Sabía que le gustaría. Néstor sabía pasarlo bien, si se lo proponía.

    Le pareció un poco raro estar pensando en ese chico justo cuando se acababa de acostar con Pasi, pero al parecer el guitarrista hasta parecía emocionado con la idea de que a Mario le gustara. ¿Y si sí que podía ser? Ese chico bajito de pelo revoltoso le estaba haciendo demasiada mella. No era normal. “Maldito crío…”, pensó, mientras cerraba la luz, a punto de quedarse dormido.

    ------------------------------------------------------------------------------------------------------

    Notas Finales:

    La banda que se cita hoy en este capítulo es Turisas, Folk metal simfónico procedente de Finlandia. Un link a esta maravilla:

    Edited by Kaiku-kun - 23/2/2016, 21:38
  15. .
    Ha sido maravilloso. Es dificil no soltar una lagrimilla con esto. Ojalá yo tuviera la suerte de morir al mismo tiempo y al lado de la persona que amo. Creo que todos lo deseamos, en el fondo. Es realista, es auténtico y es emotivo. Lo tiene todo. Y no hacen falta largos capítulos para demostrarlo. Un ole tú!!
796 replies since 28/7/2015
.