Posts written by RavenYoru

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    Durante el trayecto, Noah guardó absoluto silencio. Las palabras del guardia todavía resonaban en su cabeza, y las advertencias que le habían dado sobre su nuevo dueño no hicieron más que incrementar el miedo que ya tenía. Llegaron a la mansión después de un rato. El lugar parecía ser un pequeño mundo, aislado del que conocía. El hombre detrás de él le dio un leve empujón para que caminara, Noah avanzó a los tropezones, mirando sus alrededores con total sorpresa. Ni siquiera conocía la cara de quien había desembolzado semejante suma de dinero por él. Le parecía de mal gusto que no haya tenido ni la delicadeza de presentarse. Entraron a la mansión, y unas cinco mujeres con uniforme de mucamas los recibieron. Marlo le entregó la chaqueta a una de ellas, y se adelantó, subiendo unas amplias escaleras mientras gritaba el nombre del que parecía ser el dueño de la casa.

    -Así que tú eres el nuevo paquete del señor Dante... -comentó una muchacha, completamente sorprendida.

    Edited by RavenYoru - 17/9/2016, 18:08
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    —Ciento cincuenta mil a la una... ciento cincuenta mil a las dos... ¿nadie más?

    El silencio volvió a reinar en la sala. Incluso el muchacho se había quedado mudo ante semejante suma de dinero.

    —Ciento cincuenta mil a las tres, ¡vendido!

    El martillo golpeó con fuerza sobre el púlpito y los hombres se retiraron con el chico, que había vuelto a su centro y volvió a patalear, con la esperanza de que aquellos hombres lo soltaran.

    —Ciento cincuenta grandes... —comentó uno de los chicos que ya había sido comprado por unos setenta y cinco mil—. ¿Se imaginan la cantidad de dinero que debe tener el tipo?

    —A saber para qué quiere a una bestia como esa. Les aseguro que todo lo que dijeron sobre él es una gran mentira.

    —Todo menos que es virgen. Con esa actitud no creo que nadie lo haya tocado en su vida.

    Los tres jóvenes rieron a carcajadas.

    Noah aguardaba en un rincón de la habitación, con los codos apoyados en las rodillas. Los hombres se habían parado frente a la única puerta, impidiéndole el paso. Sabían bien donde golpear para no dejar marcas. Le dolían los brazos y el estómago.
    La fiesta terminó cerca de las cuatro de la mañana. Los muchachos fueron levantados por sus nuevos "dueños", mientras él todavía aguardaba su destino. ¿Cómo podían estar tan felices, aún sabiendo que los habían vendido como objetos? chasqueó la lengua, limpiando rápidamente una lágrima que escapó de sus ojos grises sin su permiso. No podía llorar, no podía permitirse ser débil si quería salir vivo de esa. Debía afrontar lo que estaba sucediendo y escapar no bien tuviera oportunidad. Se le erizó la piel al imaginar las cosas que harían con él. ¿Qué clase de enfermo compraba gente para abusarla sexualmente? él sabía que nadie lo reclamaría. Nadie lloraría por él, nadie denunciaría su desaparición, estaba solo en el mundo, y si él mismo no luchaba por su vida, nadie lo haría. Se levantó bruscamente cuando escuchó tres toques bruscos en la puerta. Sentía su corazón latiéndole en las sienes al escuchar una voz del otro lado, indicando que ya habían llegado por él.

    —Escúchame, muchacho. Si quieres salir vivo de esta, debes dejar esa actitud. —Uno de los hombres se le acercó, hablandole en voz baja—. Haz todo lo que ellos te digan. Si tú eres bueno con ellos, ellos lo serán contigo, ¿lo entiendes?

    Noah entreabrió la boca, asintiendo mientras las lágrimas continuaban escapándose.

    —Deja de llorar. Vas a salir ahí afuera y afrontarás lo que suceda. Si tratas de escapar tendré que llevarte a la fuerza, ¿lo entiendes?

    Lo tomó del brazo con suavidad, mientras el otro guardia abría la puerta.

    "Vas a salir ahí afuera y afrontarás lo que suceda..." se repitió, tragando saliva.
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    Capítulo I




    La fiesta más grande del año había comenzado. Los depredadores y narcotraficantes más buscados del país esperaban con ansias el evento principal que se llevaría a cabo a la medianoche: la subasta de esclavos.

    Faltando cinco minutos para el comienzo de la subasta, los invitados tomaron asiento en los lugares asignados para cada grupo. Las elegantes mesas cubiertas con manteles blancos de seda y exagerados adornos florales, se disponían frente a una enorme tarima con un púlpito en el centro, y una pantalla detrás.

    Las luces se apagaron y la voz chillona de un presentador dio comienzo a la subasta.


    —Damas y caballeros, sean bienvenidos al evento más esperado del año. A continuación, les presentaré a los candidatos. Este año tenemos mercancía de primera calidad, así que preparen sus billeteras. ¡Comencemos!

    Un grupo de diez muchachos comenzaron a pasar en fila hacia el centro de la tarima. Todos ellos vestían túnicas de estilo romano con lazos dorados abrazando sus delgadas cinturas. Algunos de ellos lucían finos adornos en la cabeza, así como brazaletes y collares de oro y plata. Se acomodaron uno junto a otro luciendo su mejor sonrisa mientras el hombre comenzaba a presentarlos al público. Describió uno a uno su edad, su carácter, su nacionalidad, sus habilidades y por último, lo más importante, si todavía eran castos.

    Las ofertas comenzaron rápidamente cuando el primer muchacho pasó al frente. Un joven alto, con el cabello rubio hasta la mitad de la espalda. Sus ojos verdes se iluminaban con los enormes focos que lo enfocaban directamente desde arriba, haciendo brillar la joyería que adornaba sus muñecas y tobillos. La mayoría de los invitados, eran hombres en busca de un esclavo fiel y servicial que cumpliera todos sus deseos. Estaban dispuestos a pagar millones por cada muchacho, y les ofrecían una vida de reyes a cambio de que lamieran sus botas de por vida.

    Uno a uno fueron pasando, y el hombre repetía la labor de presentar todas sus características y habilidades.

    —¡Suéltame!

    —¡Estate quieto, maldita basura!

    El hombre que sostenía a uno de los chicos, gruñó cuando éste le escupió la cara mientras pataleaba.

    —¡Escuchame bien! vas a subir a esa maldita tarima y te van a vender como la puta que eres. —El hombre rió, pasándose un pañuelo por la mejilla—. Te aseguro que todos están esperando un culito virgen como el tuyo.

    —¡Vete a la mierda!

    —Di cuanto quieras, tonto, ya está hecho, nadie te buscará, nadie querrá venir por tí. No eres más que un montón de basura.

    Otros dos hombres entraron a la habitación, tomando al muchacho del brazo para arrastrarlo hasta la tarima. El silencio de la enorme sala fue interrumpido cuando el muchacho fue subido. De inmediato captó la atención de todos los presentes que aguardaban espectantes el tan mencionado broche de oro.

    —Señoras y señores, él es Noah. Dieciocho años de edad, nacido en Holanda. Ojos grises, pelo castaño. Realiza muy buenos labores domésticos, así como trabajos forzosos. Es muy buen amo de casa, y además, es virgen. Es un poco rebelde, pero aprende muy rápido y con buena disciplina puede ser uno de los mejores esclavos.

    —¡Y una mierda! —chilló el muchacho con un acento peculiar, pataleando mientras los hombres lo sostenían firmemente por ambos brazos.

    —¿Comenzamos con las ofertas?
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    Capítulo III





    Llevaba dos semanas sin saber nada de él. Había estado a punto de llamarlo en varias ocasiones, pero se había resignado cuando no volvió a verlo en el banco. Quizás había caído en cuenta de que aquello no podría funcionar. El mismo le había dicho que no era gay, pero entonces, ¿por qué lo había besado?, todavía recordaba sus ojos grises y aquella sonrisa pícara luego de algún comentario. No debió haberse ilusionado tanto, era evidente que aquel hombre era demasiado para él, otro hetero curioso que quizás quiso aclarar sus dudas, y al final se dio cuenta de que los hombres no eran lo suyo.



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    Se había agotado mentalmente. Emily no hacía más que llenarlo de trabajo y no había podido salir temprano ni un solo día. Santiago no había vuelto a escribirle y cuando llegaba al banco siempre estaba cerrado. ¿Acaso lo había espantado?, chasqueó la lengua, molesto. Le había dicho que aún no tenía su sexualidad definida, entonces no debería asustarse, ¿o quizás se había precipitado demasiado al besarlo?

    Salió de su oficina, cargando su carpeta negra repleta de papeles y su chaqueta.

    —Emi, necesito ir al banco a hacer unos depósitos.

    —No te pierdas, necesitamos terminar de revisar esos papeles antes de que termine el cuatrimestre.

    —Sí, lo que sea.

    Tomó el ascensor hasta el primer piso, saliendo a paso apresurado hasta su auto. Tenía menos de diez minutos antes de que el banco cerrara, por lo menos quería saber cuál era el motivo de la repentina ausencia del rubio.

    Llegó al lugar, y como esperaba, la gente se amontonaba en los mostradores y en los cajeros. Logró ver a Santiago detrás de un montón de personas. Se colocó detrás de la última, esperando con impaciencia a que llegara su turno.

    —Buenas t...¡Gabriel! —miró a sus costados, cubriéndose la boca al disimulo. Los colores se le habían subido al rostro—. ¿Qué estás haciendo?

    —Vengo a pagar unas cuentas —sonrió—. No es cierto, vengo a verte, mi secretaria me tiene esclavizado porque estamos a final de cuatrimestre y no salgo más temprano de las ocho, por eso no he podido venir. ¿Por qué no me has llamado...?, hace dos semanas no sé nada de tí.

    —Es que pensé que... —una sonrisa tonta se dibujó en sus labios—, no te ví más por aquí y creí que te habías arrepentido.

    —¿Arrepentido de qué?, todavía no pasó nada —le hizo una guiñada antes de continuar—, ¿estás libre después del trabajo?

    —Sí, no tengo clases hasta la semana entrante.

    —¡Genial!, ven a mi oficina cuando salgas, le diré a mi secretaria que te deje pasar. Te espero ahí.

    Sin más, salió de la cola al notar la molestia de los demás, y corrió hasta su auto, entusiasmado. Se subió, encendiendo el motor. Entonces, las dudas comenzaron a asaltarlo; ¿por qué quería verlo?, ¿es que comenzaría con dudas acerca de su sexualidad después de los treinta?, ese chico simplemente le encantaba, no podía controlar aquellos sentimientos que lo abordaban cuando pensaba en él, no le importaba que fuera un hombre, se había dejado llevar por esas cosquillas en el estómago que llevaba demasiado tiempo sin sentir; lo demás había dejado de tener importancia. Nadie podría juzgarlo porque jamás había permitido que se metieran en su vida privada, y por primera vez en tantos años, se estaba dejando llevar por sus deseos sin censurarse.

    Llegó hasta el edificio, subiendo las escaleras. Emily lo miró con sorpresa.

    —Vaya, sí volviste.

    —Oye, Emi, va a venir un chico después de las cinco de la tarde, déjalo pasar.

    —Claro.

    Se metió en su oficina, aflojándose el nudo de la corbata. Estaba más ansioso que nunca, por primera vez los nervios se habían apoderado de él. Se sirvió un vaso de agua fría del dispensador, apoyándose en el ventanal. Todo lo que estaba sucediendo era una verdadera locura, justo lo que necesitaba para salir de su monótona vida de empresario mujeriego y solterón.

    Su reloj marcaba las cinco y cuarto cuando escuchó unos toques en la puerta. Se incorporó, pasándose la mano por el pelo. La figura del muchacho se asomó tímidamente cuando escuchó la voz gruesa del hombre invitarlo a pasar, llevaba puesta la camisa blanca y el pantalón negro del uniforme.

    —Oye, no me dejaste ni tiempo de cambiarme.

    El mayor se le encimó, acorralándolo contra la pared de la oficina para asaltar su boca en un beso ávido, donde dejó salir toda la ansiedad que reprimió durante las dos semanas que estuvo sin verlo. Lo tomó de la cintura, alzándolo para llevarlo hasta su escritorio, donde lo sentó, colocándose entre sus piernas. Santiago intentaba seguir el ritmo del beso, sosteniéndose de sus hombros. Su corazón repiqueteaba contra sus costillas y las mejillas le ardían. Gabriel lo tomó de la nuca, enredando los dedos en su cabello. El rubio jadeó dentro del beso, empujándolo con suavidad cuando comenzó a faltarle el aire.

    —Dios, Gabriel... ¿qué-qué estás haciendo?

    —Sí, sé que te dije que no te pediría para tener sexo tan rápido... —comenzó a mordisquear su cuello, entretanto sus manos iban desprendiendo los botones de su camisa al disimulo—. Me retracto.

    —¿Qué?, pero yo... —jadeó, apretándole los hombros al sentir la lengua del mayor recorrer su cuello—. G-Gabriel... estamos en tu oficina...

    —Nadie va a entrar, a las cinco y media se va mi secretaria y sabe que no tiene que interrumpirme cuando estoy en una reunión —deslizó la camisa por los delgados hombros del chico, dejándola caer sobre el escritorio. Su piel era tan suave como la de una chica, su figura era delgada pero cada músculo estaba firme—. Vamos... ¿tengo que volver a pedírtelo por favor?, no tengo ninguna duda con respecto a esto. Sé que eres un chico y no me importa, quiero hacerlo —pasó ambas manos por su espalda, en caricias atrevidas que terminaron en donde comenzaba el pantalón.

    —Es... la primera vez, ya te dije que yo nunca... estuve con un hombre. Sé gentil, por favor.

    Gabriel se mordió el labio, robándole otro beso antes de continuar.

    —Lo seré, también es mi primera vez.

    Se desprendió su propia camisa, dejando al descubierto un torso ancho y firme. Llevó las manos hasta el cinturón del muchacho, desprendiéndolo mientras volvía a asaltar su boca en un beso un poco más paciente que el primero. El menor levantó el trasero para permitir que los pantalones se deslizaran hasta el suelo. Gabriel se separó durante unos momentos solo para observar la delicada figura del chico, donde su erección se hacía notar bajo los boxers blancos. El rubio se avergonzó, desviando la mirada. Nuevamente sentía como aquellas tormentas lo devoraban.

    El morocho enganchó los dedos en el elástico del boxer, estirándolo, mientras observaba la reacción del menor con una expresión divertida en el rostro. Llevó una de sus manos hacia la erección del muchacho, acariciándola. Santiago apoyó ambas manos sobre el escritorio, dejándose hacer. Un cosquilleo le recorrió todo el cuerpo con la atrevida caricia; se sentía demasiado bien. Estiró las manos hasta el cinturón del morocho, desprendiéndolo. La erección contenida se hacía notar en los pantalones de vestir del hombre, que continuaba con las caricias atrevidas sobre la ropa interior. El rubio emitió un gemido, desprendiéndole los botones del pantalón. Gabriel lo recostó sobre el escritorio, tirando de su ropa interior para quitársela; sabía lo que debía hacer, tenía experiencia con chicas y más de una vez había practicado sexo anal, pero con Santiago era diferente, para empezar porque en ese momento no contaba con lubricante. Mojó un dedo con saliva, comenzando a masajear el esfínter del muchacho. Empujó la punta del dedo índice, recibiendo como respuesta un gemido ahogado. Continuó empujando, comenzando a moverlo despacio; Santiago se masturbaba mientras jadeaba, removiéndose sobre el escritorio. El morocho comenzaba a ponerse ansioso, cada gemido que el rubio le regalaba no hacía más que ponerlo al límite. Se bajó los pantalones hasta la cadera, enganchando su ropa interior bajo sus testículos. retiró los dedos, humedeciendo la cabeza del glande para apoyar la punta en el esfínter del rubio.

    —Despacio, por favor... —murmuró, cerrando los ojos.

    —Relájate, Santiago, no voy a lastimarte —empujó con suavidad, jadeando cuando las entrañas del rubio comenzaban a succionarlo de a poco. Le sostuvo las piernas, humedeciendo el tronco con saliva antes de hundirse con movimientos lentos y pausados. Se detuvo durante unos momentos cuando estuvo completamente dentro, permitiéndole al rubio acostumbrarse a la intromisión.

    —Muévete —susurró, ignorando el ligero ardor de los anillos mientras se ajustaban al tamaño del hombre.

    El mayor obedeció, moviendo las caderas despacio. Deslizó las manos por los muslos del muchacho, apoyándose en el escritorio para facilitar el movimiento, el delicioso cosquilleo le recorrió el cuerpo, poniéndole la piel de gallina.

    Santiago siseaba con los ojos entrecerrados. Estimulaba su miembro siguiendo el ritmo de las embestidas, relajándose cuando el ardor fue desapareciendo, dándole lugar a una mezcla de sensaciones que jamás había sentido con una mujer. Gabriel enganchó las piernas del rubio sobre los hombros, abrazándose a ellas para facilitar el ritmo de sus embestidas. Pronto la oficina se colmó de gemidos y jadeos, y en ese momento, el mayor agradeció que todos sus empleados ya se hubieran ido, de lo contrario, estaba seguro que podrían llegar a oír todo lo que estaba pasando.

    —Ahh... es muy bueno... —sacó su miembro, volviendo a meterse para juguetear con el rubio, quien gimió, arqueando la espalda.

    —No hagas eso, por favor, harás que me corra...

    —Me encantaría ver eso... —repitió el movimiento, esta vez hundiéndose hasta que sus testículos golpearon los glúteos del muchacho.

    Estaba ansioso, necesitaba correrse o acabaría volviéndose loco. Entonces, sintió como las paredes internas del rubio apretaban su hombría, y, acto seguido, un sonoro gemido que llegó junto con el orgasmo del rubio. Gabriel disfrutó de los espasmos, continuando con las estocadas hasta que el delicioso cosquilleo subió por su vientre, llevándolo también al clímax.



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    —¡Gabriel!, ¿a dónde vas? —Emily revoleaba unas carpetas mientras miraba atónita como su jefe se metía dentro del ascensor.

    —¡Tengo una cita!, luego recupero las horas perdidas, ¡lo prometo! —las últimas palabras sonaron ahogadas cuando las puertas del ascensor se cerraron. Emily golpeó las carpetas contra el escritorio, refunfuñando resignada.

    Se montó en el coche, mirando el reloj en su muñeca. Lo recogería a la salida del banco como todos los días, desde que habían comenzado una especie de relación que ya llevaba un mes y medio. Gabriel no podía explicar con exactitud qué era lo que estaba sucediendo con él. Santiago le gustaba, eso era todo lo que tenía claro. Las cosas entre ellos se dieron de forma un tanto precipitada, pero a diferencia de otros ligues, esta vez había sido él el que se había enamorado. Para su fortuna, sus sentimientos parecían ser correspondidos por el muchacho, que todas las tardes lo esperaba ansioso en la puerta del banco.

    Nada había cambiado con Gabriel, él no sentía atracción por ningún otro hombre; aprendió que existían cosas más importantes que las apariencias, el amor por ejemplo; ese tipo de sentimiento que al dejarle las puertas abiertas, podía hacer que cualquier cosa fuera posible.



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    Este es el tercer y último capítulo. Gracias por sus comentarios <3
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    ¡Hola!

    Lamento no haberlo aclarado antes, esto es un oneshot, por lo tanto, no tendrá continuación, muchas gracias por sus comentarios <3 uwu
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    Capítulo II






    <<corre... ¡corre!>> gritaba una voz en su cabeza, pero sus pies pesaban. No era dueño de su cuerpo, el miedo le había arrebatado el mando sobre sus miembros. Una sombra negra de afilados colmillos se acercaba burlándose de él. Luego todo volvía a la luz, estaba en otro lugar, ¿una tina? El agua se escurría sobre su cuerpo y entonces sentía a Evan sobre su espalda. Su pálida piel al descubierto, cada músculo amoldándose al delicado contorno de su silueta, sus brazos deslizándose sobre su cintura, tocándole íntimamente. Escuchaba algunos gritos aún, ¿era Emma?, ¿quién era?, era... ¿él?, ¿de quién eran esos desgarradores gritos?, <<que alguien los detenga>> pensó. Cerraba los ojos con fuerza, apretaba las lágrimas, volvía a abrirlos y era un niño; sus pequeñas manos se cerraban en puños cubriéndole el rostro, podía verlas, algo pesaba sobre él, ¿qué era?, una sombra de afilados colmillos cubriéndole como la noche.

    Despertó bañado en sudor, agitado; con el rostro empapado en lágrimas. No era la primera vez que lloraba... pero ésta vez no estaba en su cama.

    Notó aquellos afilados ojos grises que tanto le intimidaban observarle atentamente desde un rincón de la habitación. Se sobresaltó, incorporándose como si las sábanas le quemaran el cuerpo. ¿Estaba en su cama?

    —Vaya, pensé que no ibas a despertar jamás —la voz grave resonó en sus oídos, provocándole escalofríos.

    —¡Señor! Yo... ¿cómo llegué aquí? —se limpió el rostro con el dorso de la manga, tratando inútilmente de lucir decente frente a su príncipe.

    —¿No lo recuerdas? —Evan alzó una ceja—; te desmayaste la otra noche.

    —¿La otra noche? —Benjamín se llevó una mano al rostro, confundido.

    —Llevas tres días durmiendo —le anunció el morocho, incorporándose para salir de la habitación.

    Benjamín guardó silencio durante unos instantes. El fuerte dolor de cabeza le impedía recordar con claridad lo que había sucedido cuando perdió las energías, luego de permitirle a su dueño que se alimentara de él. Estaba confundido; no se atrevía a dudar de las palabras del mayor, pero las imágenes dentro de su cabeza se repetían una y otra vez tan reales que estaba seguro de haberlo vivido.

    Logró ponerse de pie a pesar de que el mareo le obligaba a permanecer en la cama. Se sentía mucho mejor, pero su estómago rugía hambriento, reclamando un poco de comida. De camino a la cocina encontró al morocho sentado en el sofá que daba al ventanal. Como siempre, su mirada ausente se perdía en algún punto fijo más allá de los cristales.

    —Señor... —titubeó—; ¿necesita algo?. Lamento mucho haberme quedado dormido tanto tiempo —bajó la mirada, avergonzado.

    —Come algo antes de que vuelvas a desmayarte —le miró serio—. Y por favor, haz algo con tu aspecto, pareces un indigente —volvió su vista al ventanal, regalándole un gesto de indiferencia al muchacho.

    —Como ordene...

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    Mientras su cuerpo se relajaba bajo el agua tibia, Benjamín trataba de aclarar sus pensamientos, consiguiendo únicamente un fuerte dolor de cabeza. Era evidente que Evan estaba ocultándole algo. Llevaba más de una hora encerrado en su habitación, y ni siquiera le había vuelto a dirigir la palabra. <<¿Acaso se habrá enfadado conmigo?>> pensó. Entonces, aquellas imágenes volvían a sucederse en su mente, confundiéndolo. No eran sus manos las que acariciaban su cuerpo, sino las de Evan. No lo había soñado, se sentía demasiado real para ser una simple alucinación provocada por el cansancio.

    Salió del cuarto de baño envuelto en una toalla. Se colocó una camisa blanca con mangas anchas, que acompañaba un pantalón de vestir y unos zapatos de color negro.

    Abandonó su habitación dispuesto a pedirle una explicación a su príncipe. Las rodillas le temblaban al momento en que enfrentó la puerta del mayor; abrió con suavidad cuando oyó una respuesta. Le encontró recostado en su cama con un viejo libro entre las manos.

    —¿Qué quieres? —dijo suavemente, sin apartar la vista del libro.

    —Solo quería saber si se encontraba bien —tragó saliva al notar la intensa mirada gris escrutándole.

    —No me mientas —cerró el libro, poniéndose de pie—. Ve al grano, ¿crees que no te conozco?

    Benjamín retrocedió, sintiéndose amenazado por la imponente figura del mayor que se le encimaba esperando una respuesta convincente.

    —Yo... quiero saber... que pasó la otra noche... —soltó como si no pudiera controlar sus palabras—. Siento que usted no me dijo todo lo que sucedió... hay cosas en mi cabeza... cosas extrañas...

    —No digas tonterías —se dio la vuelta, pretendiendo ignorarle.

    No sabía por qué se negaba a decirle la verdad, por qué se negaba a sí mismo a sentir lo que había estado anhelando durante tanto tiempo.

    —¡Señor! —Benjamín tomó su manga, tembloroso. Por primera vez se atrevía a tocarle—, por favor...

    Evan se sorprendió ante la insistencia del muchacho. Sacudió el brazo enérgicamente al notar un cosquilleo extenderse por todo su cuerpo gracias al contacto. ¿Qué tenía ese chico?, era como si despertara en él un sentimiento que mantenía celosamente guardado.

    — ¡Suéltame! —exclamó—. ¿Cómo te atreves a ponerme una mano encima?; ¡debería acabar contigo ahora mismo!

    —¡Castígueme si realmente estoy en un error! —dio un paso al frente—; acabe conmigo ahora mismo si así lo desea, pero al menos dígame la verdad...

    El mayor se precipitó sobre el muchacho, tomándolo bruscamente de sus ropas. Su espalda chocó brutalmente contra la fría pared, cortándole el aire. Estaba aterrado, las fuertes manos del morocho apretaban sus muñecas, haciéndole daño.

    —Te has vuelto muy rebelde últimamente, muchacho.

    —Señor...me lastima... —ladeó el rostro, moviendo sus muñecas.

    Notó entonces como la imponente figura del vampiro se alejaba, liberándolo. Por primera vez en tanto tiempo, pudo notar inquietud, nerviosismo; miedo en los ojos de su amo. Era como si un destello de su pasado hubiera brillado en sus tormentas, esperanzándolo.

    —Es increíble la capacidad que tienes para agotarme —gruñó, pasándose la mano por el cabello—. Necesito descansar, ponme la ropa de dormir y lárgate de mi vista.

    El muchacho obedeció de inmediato, acercándose. Sabía que Evan era capaz de acabar con él cuando se le antojara, pero entonces... ¿por qué no lo hacía?. Deshizo el moño que adornaba su cuello, bajo la mirada atenta del mayor. Podía sentir su penetrante mirada escrutándolo. Era como si estuviera metido en sus pensamientos, sabiendo de antemano cada cosa que iba a decirle. Le desprendió la camisa, quitándosela con suavidad. Fue entonces cuando volvió a sentir aquellas manos haciendo presión en una de sus muñecas. La apartó de su cuerpo, entretanto avanzaba para acorralar al chico sobre su cama. Benjamín no omitió ningún sonido, se limitó a seguir los movimientos de su amo sin oponer ningún tipo de resistencia. Tenía miedo, sin embargo, algo le decía que esta vez, Evan no quería hacerle daño.

    — ¿Qué es lo que te detiene, Benjamín?

    El aludido levantó la vista, sorprendido por la suavidad de sus palabras.

    —¿De qué habla...?

    —¿Por qué quieres seguir estando a mi lado? No soy más que un monstruo que lo único que ha hecho es hacerte daño... Podrías haberte marchado hace mucho tiempo y aun sabiendo lo que hice... sigues aquí.

    —Porque quiero hacerlo... —bajó las manos temblorosas hasta el enganche de su pantalón, sintiendo como su corazón se disparaba—. Usted siempre será mi señor, y mi elección fue permanecer a su lado pase lo que pase —levantó la mirada, dedicándole una cálida sonrisa que consiguió quebrar la barrera escondida en los ojos de su vampiro. Recibió una mirada repleta de melancolía.

    Evan se inclinó sobre su delicado rostro, posando sus fríos labios sobre aquellos pétalos cándidos, suaves como el terciopelo, y fue como probar la más dulce de las gotas de sangre que alguna vez surcaron su boca. Se había reencontrado con la alegría que de niño le fue arrebatada en los caprichos de un demonio, en un beso tan puro que hasta creyó no merecer. Aquel inocente contacto consiguió que Benjamín se sonrojara sorprendido. Jamás imaginó que Evan sería quién le arrebatara su primer beso.

    —Benjamín... yo... —el chico notó por primera vez la inseguridad en su voz—; lo siento... —fue lo único que salió de su boca.

    Era incapaz de expresar todo lo que estaba sintiendo en ese momento; no encontraba las palabras adecuadas para decir cuan arrepentido estaba de haberle causado tanto daño a la persona que más amaba. Pero necesitaba que Benjamín supiera que estaba dispuesto a enmendar sus errores.

    —Nunca fui bueno para expresarme por medio de palabras... —deslizó una mano traviesa por debajo de su camisa—; quiero demostrártelo con gestos, con caricias, quiero curar esas heridas que abrí deseando que me detestaras... —besó su cuello disfrutando de la tersura de su piel—, deseando que te alejaras de mí... qué estúpido fui...

    —Entonces volvamos a empezar... —rodeó su cuello con ambos brazos—; todo lo que quiero es estar a su lado por el resto de mi vida, ya no importa lo demás. Siempre he sido suyo, mi señor.

    Evan atrapó sus labios en un beso, que a diferencia del primero carecía de inocencia.

    Las prendas que Benjamín había escogido cuidadosamente para él, pronto quedaban olvidadas a un lado de la cama, exponiendo cada palmo de su juventud. Sintió las manos de su vampiro adueñarse de su piel en caricias invasivas que se llevaron consigo los gemidos más dulces que había oído en vida. Cada punto débil que tocaba le hacía estremecer. Deslizó las manos por la ancha espalda de Evan, mientras sus labios fríos como el acero iban quemando en cada beso que dejaba grabado. Se extasiaba oyendo el jadear pesado del mayor, mientras marcaba el recorrido haciéndolo parecer un ritual. Aquellas manos lo inquietaron cuando se acercaron a su zona más íntima, pero confiaba en que él sabía lo que hacía y cerró los ojos, avergonzado. El molesto dolor al principio tardó en encontrarse con aquel punto que lo hizo soltar sus primeros elevados gemidos de placer; fueron interminables las sensaciones que le abordaban con tan sólo el estímulo de sus fríos y alargados dedos, hasta que se halló vacío de repente, observando como el mayor tomaba lugar entre sus piernas. Se aferró a las sábanas, sintiéndole hundirse lentamente en sus entrañas. Evan esperó antes de efectuar el primer movimiento, sabía que era su primera vez y no quería lastimarlo. Besó sus labios, con la intención de distraerlo para alejarlo de las molestas sensaciones y se hundió suavemente, comenzando un vaivén lento y pausado.

    La madrugada encontró ambos cuerpos, apenas iluminados por la luz de una vela que llameaba sobre la mesa de noche, moviéndose al compás de un sinfín de gemidos delirantes. Benjamín le había permitido moverse a libertad sobre su cuerpo sediento de placer. Evan le abrazaba sobre la espalda brillante por las gotas saladas que se escurrían sobre el canal de su espina dorsal. Sujetaba su cintura con fuerza mientras embestía febril sin medirse. Benjamín apoyó la nuca sobre su hombro, pegándose contra su pecho, aferrándose de sus manos para no perderse en su propio delirio; estaba mareado y la garganta se le había secado de tanto jadear. No sabía cuánto más resistiría el ritmo incontrolable de su amante. Evan rozó su cuello con la nariz, aspirando el dulce aroma del muchacho y sintió la palpitante vena bajo sus labios, tan apetitosa que era imposible resistir probarla.

    — Muerde... —susurró Benjamín—; invítame a tu eternidad.

    Fueron palabras suficientes para que sus colmillos se clavaran en la carne del chico, trayendo con aquel punzante dolor y el sabor metálico, exquisito de su sangre, el orgasmo de ambos.

    Evan sostuvo el cuerpo de Benjamín, en tanto su propio peso lo llevaba sobre el colchón a medida que las fuerzas le abandonaban. No era diferente de una frágil muñeca de trapo que se ofrecía manejable entre sus fuertes brazos. Su respiración era débil, y casi no lograba escuchar los latidos de su corazón. Se mordió la muñeca buscando atención en los ojos perdidos del menor, llevándola rápidamente a su boca cuando el líquido carmesí comenzó a brotar. Benjamín se aferró con ambas manos, succionando con las pocas fuerzas que le quedaban. Un palpitar perturbador retumbó en su cabeza, como si aquel veneno comenzara a tomar cada célula de su cuerpo, transformándolas a su entera voluntad. Evan se apartó bruscamente, alejándose de él; y lo próximo que escuchó fue un gemido ahogado. Benjamín se retorcía, arañándose la garganta en un intento desesperado por obtener un poco de oxígeno. Sentía como si algo estuviera devorándole por dentro; su interior iba quemándose de a poco; su corazón comenzaba a detenerse lentamente, alargándole la agonía. Solo deseaba que su sufrimiento terminara. Quería morir, morir y dejar de sentir aquel dolor insoportable. Había olvidado cada cosa que le rodeaba, su cuerpo entumecido abandonaba toda sensación, sus ojos buscaban el mundo que alguna vez conoció, y terminó por perderse en un silencio placentero.

    . . .

    La luna se alzaba en su apogeo, una figura esbelta se revelaba bajo la tenue luz que se filtraba por el ventanal donde alguna vez se reflejó la melancolía. Sus ojos grises brillaban hechizados ante el espectáculo de luces que se cernía frente a él.

    —Es una noche hermosa —comentó, mirando a su sirviente—, me has dejado casi sin energías...

    —Mis disculpas, señor —alzó la vista, revelando un brillo dorado en sus ojos—, para mí tampoco fue suficiente.

    —Siempre fuiste un chiquillo exigente —se giró sobre sus talones, descubriendo su cuello—. Supongo que por eso me gustas tanto.



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    Ahora sí, les dejo el segundo capítulo como corresponde, gracias por leerme y por sus comentarios :D
  7. .

    Capítulo II




    Volvía a estar en su oficina, tomando su café de un tirón mientras escuchaba la perorata interminable de su secretaria. Era su culpa atrasarse en su trabajo y contratar gente responsable que tuviera que decirle qué hacer. La chica terminó por resoplar, dejando caer bruscamente un par de pesadas carpetas sobre el escritorio.

    —Gabriel, te estoy hablando.

    —Sí, te escuché. ¿Hay que ir al banco?

    —¿Qué?, no, ya fuiste al banco la semana pasada, tengo entendido que no hay más cheques para depositar, a menos que se te haya olvidado algo.

    —No, ya hice todo mi trabajo, no como otras... —sonrió ampliamente al notar como la muchacha comenzaba a enojarse—, es broma, no seas tan arisca.

    —Algún día encontraré un trabajo mejor y quiero ver como te arreglas. Con la bola de inútiles que tienes detrás de esas oficinas de seguro entras en quiebra.

    —Qué ruda —se dejó caer en la silla, abriendo las carpetas.

    Lo cierto es que no había dejado de pensar en la chica del banco desde que se la encontró. A juzgar por su reacción, estaba seguro de que le llamaría para quedar, pero ni siquiera se había dignado a enviar un mensaje. Se había aburrido de conocer siempre a las mismas mujeres. Parecían estar hechas todas con el mismo molde, y al final, una noche de sexo y ahí se terminaba todo. Pero esa chica... parecía ser diferente a todo lo que había conocido; cualquier otra chica le hubiera llamado de inmediato al toparse con un hombre adinerado y con buen porte, por eso, le gustaba aún más pensar que las cosas no habían resultado como él se lo esperaba. Terminó de revisar las carpetas, preparando un sobre con algunos documentos que deberían ser entregados a la escribana.

    —¡Emi! —llamó a su secretaria, mirando su reloj al tiempo que tomaba su chaqueta

    —¿Y ahora qué?

    —Preciosa, necesito que lleves este sobre a la escribanía, tengo que irme. Ya hice mis deberes, no puedes quejarte esta vez.

    La chica resopló, tomando el sobre entre sus manos. Ni siquiera le dio tiempo de negarse.

    Se encontraba estacionado frente a la puerta del banco, Ya habían cerrado y los empleados comenzaban a salir de a poco. Entonces, volvió a verla y un cosquilleo se hizo presente en su estómago. Bajó del auto, pasándose la mano por su cabello oscuro. Sus ojos grises se pasearon por el pequeño cuerpo de la muchacha, que caminaba a zancadas hasta una moto pequeña, estacionada justo delante de su auto.

    —Oye... —llamó su atención—. Hola, yo de nuevo. ¿Me recuerdas?

    La chica retrocedió, abriendo los ojos como platos.

    —Uh...¡Hola! —saludó con el casco puesto, evitando aquellas tormentas que parecían desnudarla.

    Lo cierto es que no había tenido las agallas para escribirle y contarle lo que en realidad estaba sucediendo. No era la primera vez que pasaba por una situación como esta, los hombres parecían estar bastante interesados hasta que se enteraban de que en realidad aquella hermosa y delicada chica era en realidad... un hombre.

    —No pienses que soy un acosador sexual ni nada por el estilo... —comenzó de nuevo el hombre, cruzándose de brazos —es que de verdad me gustaste, y me desilucioné un poco cuando no recibí ningún mensaje tuyo. Si ya estás una relación o algo así lo entenderé, solo quería...

    —Espera... —apretó el manojo de llaves, tragando saliva—. Yo no... no es que tú... quiero decir... no es que esté saliendo con alguien, el problema es otro en realidad —las palabras no le salían como las había ordenado en su cabeza, y el no encontrar la manera adecuada de decirle la verdad estaba comenzando a ponerlo nervioso—. El problema es que yo soy...

    —Tímida. Veo que eres demasiado tímida. Mira, lo que más me preocupaba era que estuvieras saliendo con alguien, pero como veo que estás disponible, no tengo de qué preocuparme. Deja tu moto aquí y salgamos a tomar algo, ¿qué te parece?

    —¿¡Qué!? —chilló. Admiraba la rapidez que tenía el hombre para desviar el tema sin quererlo—. ¡Pero es que no soy lo que tú crees!

    —No te menosprecies de esa manera, eres hermosa de verdad —se acercó al coche, abriendo la puerta del lado del acompañante—. No te quitaré más de una hora. Me tienes en la puerta del banco, pidiendote por favor que salgas conmigo, ¿qué más debo hacer?, podría dejarte un ramo de flores todos los días.

    —¡No!, por Dios... —miró hacia ambos lados antes de caminar a zancadas hacia el auto.

    Afortunadamente sus compañeros de trabajo ya se habían marchado, de lo contrario volvería a ser víctima de las burlas de todos. Se montó en el vehículo, abrazándose a su mochila. ¿por qué estaba montado en el auto de un extraño que encima creía que era mujer?, suspiró, poniéndose tenso cuando el mayor entró.

    —Hay algo que debes saber antes de continuar, y te aseguro que cuando lo sepas, no querrás saber más de mí —soltó, mirando sus pies con las mejillas tan coloradas como la señalización que se mostraba frente a ellos.

    —Eres demasiado dura contigo misma. Mira, relájate, ¿si?, no te pediré que tengamos sexo en la primera cita, y si realmente sucede algo grave, creo que seré yo quien deberá decidir si quiere o no volver a verte, ¿no crees?, de todas maneras, me gustaría que habláramos de ello en un lugar más tranquilo. Muero de hambre y supongo que tú también, acabas de salir del trabajo.

    El chico entreabrió la boca para decir algo, pero el motor del Alfa Romeo C6 ya había arrancado cuando la luz del semáforo cambió a verde.

    Llegaron a un café, y luego de estacionarse, ambos bajaron. El rubio caminaba con la vista fija en el suelo, apretando su mochila contra el pecho. Estaba aterrado, ¿y si le daba una paliza?, de seguro se encabronaría al enterarse de la verdad, aquel hombre no tenía pinta de ser homosexual, ni siquiera bi. Y él, bueno... él apenas estaba definiendo su sexualidad, pero no era responsable de su aspecto andrógino.

    El mayor eligió una mesa alejada, ubicada junto a uno de los ventanales. Ambos se sentaron y en ese momento, el menor se atrevió a soltar la mochila y dejarla apoyada junto a su banco.

    —¿Estás bien?, ¿quieres tomar algo fresco?, tal vez un jugo de naranja o algo así.

    El chico asintió sin abrir la boca.

    —Por favor, tráeme un jugo grande de naranja para la señorita y un café doble con crema. ¿Quieres comer algo?

    —Estoy bien, gracias —respondió como si tuviera un globo en la garganta.

    —Entonces solo eso.

    La camarera se fue y el mayor apoyó ambos codos sobre la mesa, mirándolo con una amplia sonrisa en los labios. Incluso mostrando aquella actitud tímida y asustada era encantador.

    —Lo que yo quería decirte es que...

    —¿Cómo te llamas?

    En ese momento sintió como los músculos de su espalda se endurecieron como una roca.

    —E-ese es el problema. Yo no soy... una chica. Mucha gente suele confundirse y en varias ocasiones me han invitado a salir creyendo que soy una chica, pero cuando saben la verdad... se espantan.

    El hombre frunció el ceño, mostrando ahora una sonrisa incrédula. No terminaba de creer lo que estaba escuchando.

    —O sea que...¿eres travesti?

    —¡No!, soy un hombre con facciones delicadas, me llamo Santiago. No tengo intención de parecer una mujer, y llevo uniforme de hombre, ¿no te diste cuenta que todas las chicas del banco usan falda?

    —Sí, bueno... pero creía que eras una chica rebelde y por eso usabas pantalón.

    El chico chasqueó la lengua, suspirando al mismo tiempo.

    —Bueno, ahora que sabes la verdad, supongo que ya se acabó la magia, así que me marcho. Te pido disculpas por hacerte pasar este momento, yo pagaré mi jugo —tomó su mochila, cuando la mano del hombre agarró su muñeca con suavidad.

    —Yo nunca dije que estaba molesto ni decepcionado.

    No terminaba de entender por qué aquella persona le seguía gustando. Aquel rostro angelical le seguía resultando encantador y extrañamente no se había molestado al enterarse de que su <<chica ideal>> era en realidad un hombre. Él nunca había sentido dudas sobre su sexualidad, le encantaban las mujeres y tampoco tenía nada en contra de los homosexuales, entonces, ¿qué estaba sucediendo?, ¿continuaría teniendo una cita con aquel chico?

    —¿Eres gay?

    —No, no soy gay —soltó su muñeca cuando la camarera llegó con el pedido —, me gustaste porque creía que eras una chica, y te traje hasta aquí sin escuchar lo que tenías para decirme, fue mi error. ¿Qué pretendías?, ¿que saliera corriendo al enterarme de que tienes pene?, no soy ese tipo de hombre.

    —Déjame decirte que eres el primero. De todas formas no es necesario que te quedes aquí por compromiso, quiero decir, tampoco es tu culpa.

    —¿Quién dijo que es por compromiso?, quiero quedarme, al final tú eres quien quiere salir corriendo. Ya te dije que no soy gay, por si tienes algún problema con eso.

    —¡No tengo ningún problema!, yo... aún no me defino, pero nunca estuve con un hombre.

    —Hm, entiendo.

    . . .

    La tarde los atrapó dentro de la cafetería. Santiago había terminado accediendo a quedarse y se había generado un ambiente ameno entre ambos. Gabriel le contó sobre su vida, recibiendo un reproche por parte del rubio cuando supo que en realidad era dueño de la empresa donde trabajaba. El chico había cambiado su actitud y había compartido detalles de su vida. A sus veintitrés años, tenía que trabajar en el banco en sus días libres para poder pagar su carrera en la universidad. Iba en segundo año de abogacía y le encantaba esa profesión. Lamentablemente, debía lidiar con un padre que, si bien era un buen hombre, se había vuelto adicto al juego y al alcohol cuando su madre falleció, y gracias a eso, el dinero que entraba en la casa gracias a su trabajo, apenas alcanzaba para pagar las cuentas y sobrevivir. Santiago tenía la esperanza de que el tiempo curara la herida abierta en el corazón de su padre, y que volviera a ser el hombre atento y dedicado que solía ser cuando su madre aún estaba con vida. La echaba de menos, pero sabía que estaba en un lugar mejor y se sentía bien con la idea de que su madre finalmente estaba descansando en paz después de haber luchado durante tanto tiempo con el cáncer. Gabriel se había conmovido. Jamás hubiera imaginado que un chico de tan corta edad hubiera tenido tantas vivencias. Él, a sus treinta y dos años de edad, se sentía un niño inexperto comparado con el chico que ahora sonreía frente a él.

    —Vaya, se nos hizo tarde —miró el reloj en su muñeca, que marcaba las ocho y cuarto de la noche—. Te llevaré hasta el estacionamiento para que vayas por tu moto.

    —Gracias.

    Pagaron la cuenta y salieron del café, montándose de nuevo en la bestia negra de Gabriel. Llegaron hasta el estacionamiento y durante unos momentos solo se escuchó el rugir del motor, que fue silenciado cuando el hombre giró las llaves, apagándolo.

    —Bueno, estamos aquí.

    —Sí, gracias por traerme y realmente lamento toda la confusión —se encogió de hombros, mirándolo con timidez. Todavía le costaba sostenerle la mirada, a pesar de todo, aquellos ojos grises aún parecían desearlo. Se sentía indefenso ante el aspecto imponente del morocho.

    —Oye, todo esto fue muy loco, ¿sabes?, quiero decir, te ví y estuve una semana pensando en tí y esperando a que me llamaras. Y a pesar de que ahora sé la verdad, todavía me sigues gustando —apretó el volante, haciendo crujir el cuero que lo envolvía —. Sí, suena muy gay, lo sé, pero quiero volver a verte.

    —¿Es en serio? —el muchacho pestañeó, sintiendo como los colores volvían a subírsele al rostro.

    —Joder... —miró a ambos lados, antes de abalanzarse sobre el muchacho para robarle un beso—. Estoy hablándote muy en serio, ¿qué más quieres que te diga?

    Santiago se llevó una mano a la boca, mirándolo con sorpresa. No sabía que decir, los nervios se habían hecho presentes de nuevo.

    —Yo...

    —Tienes mi número, ya sabes donde trabajo, y seguramente nos veremos de nuevo más pronto de lo que crees. Estaré esperando tu respuesta, Santiago.



    __________

    Gracias a los que me dejaron comentarios, lo prometido es deuda, acá les dejo el segundo capítulo.
  8. .
    —¡Vete a la mierda!—Kate pateó la puerta del auto para que Avriel y Lucke bajaran. Lucke corrió hacia la izquierda mientras Avriel se escabullía entre unos escombros. Los cristales cayendo entre medio de las balas les impedía hacer algo más. Debían escapar hasta que estuvieran en una zona segura donde pudieran defenderse. Kate bajó del auto cuando consiguió quitarse al intruso de encima, había logrado localizar al francotirador pero le era imposible usar su arma en movimiento. Aprovechó que el hombre continuaba persiguiéndola para darle un poco de chance a sus compañeros. Avriel era quien tenía el chip, Lucke y ella actuarían de señuelos hasta conseguir algo de ventaja. La zona había quedado completamente desierta, se escuchaban las sirenas de los patrulleros acercándose, y unas cuántas alarmas de los autos destruídos sonando al mismo tiempo. Todo se había vuelto un caos en cuestión de segundos, Kate no había alcanzado a ver si el conductor de la furgoneta aun permanecía con vida—. Necesitamos refuerzos, ahora. Hasta ahora tenemos tres intrusos detrás de nosotros, están fuertemente armados—anunció por el intercomunicador. Escuchó otra explosión, más vidrios quebrándose y las risotadas de quien la estaba persiguiendo. Miró a su alrededor, tratando de localizar a sus compañeros. Las risas se acercaban, sacó su arma, ocultándose detrás de un container de basura.

    —Los refuerzos están en camino—escuchó a través del intercomunicador.
  9. .
    Se encontraban parados en la puerta del edificio. Llevaban más de una hora esperando recibir el "objeto" que debían entrgarle a su jefe. Si había algo que detestaran más que esperar, era que ni siquiera se dignaran a decirles de qué se trataba. Siempre era de la misma manera. Sus misiones eran casi como un rompecabezas que debían ir armando a medida que avanzaban. Ellos habían elegido ese tipo de vida, no conocían nada que no fuera la organización, y sabían que sería demasiado complicado incertarse en la sociedad después de haber visto las cosas que vieron. Esa era su realidad, y de alguna manera estaban cómodos con eso. Habían sido entrenados para matar a sangre fría si era necesario, eran conscientes del peligro que significaba abrir la boca con quien no debían.
    Avriel era el más habilidoso cuando se trataba de jugar a las escondidas. Era bastante rápido y sabía pelear muy bien, sus compañeros solían llamarlo el bufón del equipo, siempre tenía algún comentario sarcástico o un chiste en el momento menos indicado, pero no podían quejarse, hacía muy bien su trabajo. Kate era la mente del equipo, ella siempre los sacaba de un apuro con sus planes de último momento. Era una excelente tiradora, su tutor comenzó a entrenarla a los once años de edad, y a los dieciseis asesinó a sangre fría a su primera víctima. No solían hablar mucho del tema, a ella no parecía gustarle recordar su pasado, sus compañeros respetaban eso. Lucke los complementaba con su increíble fuerza. Una masa de músculo de un metro ochenta a la que nadie se atrevía a enfrentar. Los tres comenzaron siendo contratados para diferentes misiones en las que recibían muy buena paga, nunca supieron como terminaron en una organización secreta.
    Las puertas del edificio se abrieron y su compañero salió con su típica sonrisa, esa que hacía desesperar hasta al más paciente.

    —¿Nos vamos?

    —Y una mierda, llevamos más de una hora esperándote, Avriel, ¿qué carajo estabas haciendo?—se quejó Lucke.

    —¿Cómo que qué estaba haciendo? —levantó la mano, revelando un pequeño tubo negro, similar al estuche de los rollos viejos de fotografías—, la misión, ¿recuerdas?

    —Ah, vaya... —se esuchó la voz de Kate que se asomaba detrás del corpulento hombre que inició la conversación—, ¿me estás diciendo que tenemos que custodiar un rollo de fotos?

    El chico rió, acercándose al auto oscuro que llegaba por ellos.

    —No, no es un rollo de fotos —subieron todos al vehículo, y una vez allí, Avriel reveló el verdadero contenido del estuche—. Es un chip, que parece tener información muy valiosa que muchos están buscando. Según me dijeron, hay rumores de que incluso puede tener la cura para un mutágeno que los del otro bando llevan estudiando durante años. Claro, es solo un rumor... —observó el pequeño chip entre sus dedos antes de guardarlo nuevamente en el tubo.

    —Bueno, eso puede llegar a tener más sentido.

    —Sí, claro. Otra misión de mierda. Estoy harta de que siempre nos tomen por tontos, somos mejores que esto.

    —Kate... —Avriel se sentó junto a su compañera, enseñándole el tubo— ¿sabes la cantidad de gente que se mataría por obtener esta cosa?, estamos hablando de millones y millones de dólares invertidos en información y experimentos, y toda esa información está guardada aquí, en este trocito de plástico que no parece valer nada —cruzó una pierna, apoyando la espalda en en respaldo del asiento— si conseguimos que esto llegue sano y salvo a la organización, será fantástico.

    —No parecen haber demasiadas complicaciones hasta ahora... —Lucke intervino una vez más, cruzándose de brazos.

    —Todavía tenemos un avión que tomar y un largo recorrido, y seguramente los del otro bando ya están enterados de que esto está en nuestras manos.

    —Que alguien les cuente que los vamos a estar esperando.
  10. .

    Capítulo I





    Siempre se sentaba en el mismo lugar, al fondo, cerca de la ventana. Solía llegar un rato antes, con la capucha puesta y los auriculares hasta que llegaba el profesor. Conocía su rutina, porque yo era su espectador número uno.

    Su expresión era seria la mayor parte del tiempo; miraba hacia afuera con aquellos ojos grises que me recordaban las tardes de tormenta que tanto me gustaban; tanto como él.

    La profesora de arte llegó junto con el resto de nuestros compañeros. Todos se acomodaron en sus lugares y yo me cambié a uno de los asientos del medio cuando un grupito se sentó justo en medio de ambos.

    -Gabriel, quítate la capucha, por favor -dijo la profesora.

    Logré escuchar un leve chasquido justo en el momento en que la prenda se deslizó, revelando una melena castaña rebajada. A veces temía que alguien me descubriera mirándolo, pero había algo en él que parecía hechizarme hasta el punto en que ni yo mismo me daba cuenta cuando el tiempo comenzaba a pasar.

    La profesora nos dio un par de indicaciones; debíamos terminar una lámina que habíamos empezado la clase pasada. Lo bueno de la clase de arte era que podíamos distendernos, escuchar música mientras dibujábamos. Era mi clase favorita porque podía ver su expresión cuando se concentraba, su flequillo cayendo hacia adelante cuando se inclinaba para afinar detalles; aquel perfil tan atractivo que tanto me gustaba. Su nariz respingada, sus labios carnosos, el mentón con algo de vello delineando el contorno de su mandíbula, y la nuez de adán que subía y bajaba cada vez que tragaba saliva. Entonces, giró la cabeza y sus dos tormentas se clavaron en mis ojos amielados. Todo pareció suceder en cámara lenta, nuestras miradas se sostuvieron durante lo que para mí fueron largos minutos. Creí haber visto una media sonrisa apenas visible dibujarse en sus labios antes de bajar la mirada, y me sobresalté cuando la punta de mi lápiz se quebró debido a la presión que estaba ejerciendo sobre la hoja. <<¡Soy un idiota!>> pensé, tratando de calmar los latidos que martillaban mis costillas.

    El timbre sonó anunciando el final de la hora, volví a sobresaltarme. No había vuelto a levantar la vista desde aquello, todavía podía sentir la fuerza de aquella mirada clavándose sobre la mía, y de solo recordarlo se me ponía la piel de gallina.

    Todos los estudiantes salieron rápidamente. Esta vez no me quedé esperando hasta que él saliera, guardé mis cosas lo más rápido que pude y salí de allí, directo al baño. ¿Cómo era posible que tan solo un cruce de miradas pudiera provocarme tantas cosas? Me mojé la cara, mirando mi reflejo.



    . . .



    Otro día más de dulce tortura. Llegué al salón y ahí estaba él, con la capucha gris y los auriculares puestos, mirando por la ventana. Me senté en la otra punta del salón, dejando mi mochila en el suelo. Al principio temía que nuestras miradas volvieran a cruzarse, pero al ver que no había notado mi presencia, me dediqué nuevamente a mirarlo. Tenía el mentón apoyado en la palma de la mano derecha, mientras que los dedos de la izquierda marcaban el ritmo de la canción que reproducía su celular, repiqueteando suavemente contra el pupitre. ¿Qué pasaría si en algún momento me atreviera a decirle algo?, no se llevaba mal con los demás, pero tampoco tenía amigos. Jamás lo había visto con nadie en los recesos, se sentaba bajo uno de los árboles, cerca de la cancha de fútbol con sus auriculares. No parecía necesitar más compañía. Nuevamente el hechizo se rompió cuando el profesor entró a la clase, acompañado del barullo de los demás estudiantes. En ese momento, volvió a girarse hacia donde yo estaba, y de nuevo pude ver esa media sonrisa cuando nuestras miradas se cruzaron. Tragué saliva, revolviendo frenéticamente dentro de mi mochila. Ni siquiera sabía exactamente qué era lo que estaba buscando, los nervios habían vuelto a acelerar los latidos de mi corazón. La clase comenzó y su expresión volvía a ser la misma de siempre. Esta vez no fue necesario que el profesor le llamara la atención, se quitó la capucha y guardó los auriculares en el bolsillo delantero de su canguro gris.

    El timbre tocó justo cuando el profesor terminaba de dictar las tareas. Los demás guardaron sus cosas con el entusiasmo característico de cada viernes a la tarde. Sin embargo, algo fue diferente esta vez. Terminaba de guardar mis cuadernolas cuando lo ví pasar justo a mi lado, con la capucha y los auriculares puestos. Todavía quedaban algunos estudiantes en el salón, el profesor no había terminado de guardar sus carpetas. Nadie pudo notar cuando sus dedos golpearon suavemente mi pupitre. Dos golpes suaves sobre la superficie de formica y su espalda desapareció por la puerta.

    Los estudiantes terminaron de retirarse y el profesor tuvo que llamarme la atención para que yo también saliera. Me colgué la mochila al hombro y arrastré los pies hacia la salida. Me parecía increíble la rapidez con la que los estudiantes abandonaban el colegio. Era cuestión de minutos para que el lugar quedara completamente desierto. Bajé las escaleras, aún con el corazón acelerado y esa sensación que te da cuando sucede algo demasiado bueno. Me dirigía hacia la salida cuando escuché un chistar que parecía venir del hueco que se formaba bajo la escalera. Fruncí el ceño pensando que se trataba de alguna broma, fue entonces cuando mi corazón se detuvo; aquellos ojos grises se asomaron, y esa media sonrisa que solía ponerme tan nervioso se había dibujado de nuevo en aquellos labios carnosos. Me hizo un gesto con la cabeza, indicándome que lo siguiera. De pronto parecía tener una pesa de cien kilos en cada pierna, las manos me sudaban y mi corazón había vuelto a latir, esta vez más fuerte que nunca.

    Llegamos bajo el hueco de la escalera, no hubo una sola palabra de por medio. Dejó la mochila en el suelo y todo lo que sentí después fue su boca contra la mía; la sensación de que el mundo daba vueltas a nuestro alrededor. Tomó mi nuca de manera un tanto brusca, llevándome contra la pared mientras sus labios se movían sobre los míos en un beso que parecía haber sido minuciosamente planeado. Respondí con ganas, un tanto confundido, un tanto más excitado por la situación. Pasé la mano por su cuello, bajo la capucha, disfrutando de su sabor. Deslizó sus manos por mi espalda, calzando los dedos en los bolsillos traseros de mis jeans mientras su lengua comenzaba a explorar mi boca con suaves caricias. Me sostuve de sus hombros cuando comencé a sentir que me faltaba el aire. Aquello parecía ser uno de los tantos sueños que había tenido, pero esta vez era real, estaba sucediéndo y yo todavía no terminaba de creérmelo. Deslizó sus labios hacia mi cuello, mordiendo suavemente mi piel. El vello de su mentón me hacía cosquillas cada vez que rozaba mi garganta. Dejé escapar un gemido que inmediatamente fue callado por otro de sus besos, quizá más hambriento que el primero. Su lengua ahora acariciaba mis dientes y chocaba de vez en cuando con la mía, que parecía ser invitada a bailar al ritmo de sus movimientos. Me apretó contra su cuerpo, levantándome la camiseta hasta la cintura. Sus manos ahora acariciaban mi espalda y las mías se habían escurrido hacia sus caderas. ¿Cuánto tiempo había pasado? Escuchamos las llaves del sereno golpeteando unas contra otras y sus pasos haciendo eco por los anchos pasillos del instituto. Un último beso y se alejó de mí, tomando su mochila. Se la colgó al hombro, mordiéndose el labio, como si quisiera probar un poco más de mi sabor.

    -Nos vemos el lunes, rubio -dijo con su característica voz ronca, dibujando nuevamente la media sonrisa.

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  11. .

    Capítulo I




    Observaba la tarde caer desde el inmenso ventanal de su oficina. La taza de café humeaba sobre el posa vasos, encima del escritorio de madera lustrada. Trasnochar durante el fin de semana no le hacía bien cuando al otro día se tenía que levantar a las siete de la mañana. Se tomó el café de un sorbo, mirando el reloj con un toque de impaciencia. Faltaban cinco minutos para las cuatro de la tarde. Había tenido que quedarse un poco más para organizar unos papeles que llevaba días prometiendo mirar, pero por una cosa u otra siempre terminaba dejándolos amontonados sobre su escritorio. Habían contratos que firmar, incluso depósitos que hacer y cuentas que pagar. Chasqueó la lengua, masajeándose el puente de la nariz. Estaba aburrido.

    Tomó su chaqueta y la montonera de papeles mal acomodados dentro de una carpeta negra y salió, cerrando la oficina con llave.

    —¿Ya te vas? —preguntó la secretaria en tono de reproche.

    El hombre se giró sobre sus talones, dedicándole una sonrisa de lado.

    —Sí, ¿por qué?, ¿tengo que marcar mi salida en algún lado o rendirle cuentas a alguien?, oh, no, es cierto, soy el dueño, nosotros no hacemos ese tipo de cosas.

    —Qué gracioso —chasqueó la lengua— no olvides que tienes que depositar estos cheques en el banco, y tienes esta factura para pagar, señor <<sabelotodo>>.

    —Sí, sí. Ya sé todo lo que tengo que hacer, si me lo dices una vez más me va a terminar estallando la cabeza, por eso me voy ahora, digo, por si quieres descontármelo del sueldo o algo. El banco cierra en una hora.

    La mujer lo miró con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Hacía varios años que trabajaba con él, ya estaba más que acostumbrada a sus continuos sarcasmos, pero siempre conseguía molestarla.

    Salió del edificio, haciendo girar las llaves del coche sobre su dedo índice, mientras sostenía la carpeta negra bajo el brazo. Pasaría por el banco de camino a su casa y terminaría de acomodar los papeles que le quedaran cuando estuviera en la comodidad de su ostentoso apartamento de soltero. Se subió al coche, dejando la carpeta en el asiento del acompañante. Salió del estacionamiento y emprendió marcha, deteniéndose en el banco.

    Rodó los ojos cuando se encontró con la cola interminable en el cajero automático, detestaba a la gente que se amontonaba a hacer sus cosas último momento, aunque él fuera uno de esos tantos. Miró su reloj, faltaba media hora para que cerrara el banco y a juzgar por la mala cara de todos los empleados y la cantidad de gente que había, seguramente se quedarían un rato más. Cuando por fin llegó su turno, se acercó a la ventanilla con un par de recibos en las manos. Escuchó una voz suave saludarlo con un "buenas tardes", y al levantar la vista, una jovencita rubia de cabello corto y grandes ojos acaramelados lo cautivó. Pasó los recibos junto al importe total de ambas cuentas bajo la vitrina, dedicándole una seductora sonrisa de lado.

    —Buenas tardes —respondió, observando cómo la muchacha ingresaba los pagos, fijando la vista en la pantalla de la computadora.

    —Está listo, aquí tiene su comprobante.

    —Disculpa... es la primera vez que vengo, mi jefe me mandó a hacer unos depósitos y no tengo idea de como usar el cajero, ¿podrías ayudarme? —acompañó la mentira con una expresión inocente en su rostro. Notó como la chica miraba hacia ambos lados, insegura, buscando a algunos de sus compañeros, pero todos estaban atendiendo a la horda de gente que realizaba sus trámites a lo loco.

    —Claro —se levantó de la butaca, buscando las llaves de la puerta blindada, Gabriel pudo ver la delgada figura que se ajustaba a los pantalones de vestir, aunque le parecía curioso que todas las chicas usaran falda menos ella.

    <<es independiente, me gusta>> pensó.

    Se encontraron del otro lado de la puerta, la muchacha apenas le llegaba a los hombros.

    —Disculpa, sé que debes estar con mucho trabajo...—se encogió de hombros, mientras la observaba caminar hacia el cajero automático.

    Era simplemente hermosa.

    —No te preocupes, estamos para ayudar. Coloca el cheque dentro del sobre y completa los datos... —buscó en sus bolsillos un bolígrafo y se lo entregó—. Luego sigue los pasos completando la información que te pide y estará listo. No es muy complicado, se aprende rápido.

    Gabriel levantó las cejas, volviendo a sonreír, siguió los pasos, fingiendo que era la primera vez que realizaba la transacción, sin quitarle la vista de encima a la muchacha, que sonreía tímida ante la mirada atrevida del mayor.

    —Gracias, me salvaste la vida —le devolvió el bolígrafo.

    —Es un placer, que tengas un buen día.

    —Espera— dio un paso al frente, revolviendo en su bolsillo— me...pareciste una chica hermosa, me encantaría que saliéramos a tomar algo un día de estos, de verdad...me encantaste. Te dejo mi tarjeta por si en algún momento tienes ganas. No necesitas responderme de inmediato, no quiero interrumpir tu trabajo.

    —¿Qué...? —titubeó, sonrojándose hasta las orejas—, pero yo no...

    Sus palabras quedaron perdidas entre el bullicio y solo pudo ver la espalda del hombre perderse entre la multitud de gente.

    —¡Santiago!, ¡hay gente esperando!



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    Esta historia tiene dos capítulos más. Espero comentarios para la continuación :D
  12. .

    Capítulo II






    La luna luna se alzaba en su apogeo, bañando con su luz perlada la habitación donde un joven príncipe descansaba imitando la paz que traía consigo un ángel. Despertó del letargo revelando con pereza la grisácea mirada que pronto se llenaba de nostalgia al contemplar aquella esfera plateada que parecía observarlo desde su grandeza. ¿Cuánto había quemado la luz del sol sin que él pudiera disfrutar del calor de su haz?; cien años tal vez. Había dejado de contar los días aquella noche, cuando al despertar, su corazón había dejado de latir.

    —¡Benjamín! —gritó al notar que su sirviente no se encontraba en la habitación.

    Se sintieron los pasos apresurados del muchacho atravesando el pasillo.

    —Señor —se inclinó—. Buenas noches.

    —Sabes que no me gusta despertar y que no estés aquí. Parece que te esfuerzas en desobedecerme.

    —Lo siento —se limitó a decir, desviando la mirada.

    El muchacho chasqueó la lengua, haciéndole un lado para seguir su camino. Bajó las inmensas escaleras, atravesando un enorme salón donde alguna vez se celebraron fiestas y banquetes de lujo, aquellos recuerdos que Evan prefería evitar.

    Se dejó caer sobre el mullido sofá de terciopelo rojo, apoyando ambos brazos sobre los soportes de madera labrada. A donde iba, la inmensa luna parecía perseguirlo, recordándole que era preso de la noche, trasladándolo hasta aquella tarde donde vio el sol por última vez. Debería haber muerto, no se explicaba por qué había quedado con vida, por qué había sido condenado a vivir el resto de la eternidad escondiéndose entre las sombras. Apretó los ojos, obligándose a sí mismo a no derramar más lágrimas.

    —¡Benjamín! —gruñó de nuevo, llamando a su sirviente. Su única compañía.

    —Señor... —el muchacho de cabello castaño se encontraba a unos pasos de su amo, observándole con preocupación—. ¿En qué puedo servirle?

    —Necesito alimentarme... —susurró, clavando sus orbes grises sobre los ámbares del muchacho.

    Benjamín tragó saliva, dando un paso al frente. Se quitó el pañuelo de seda azul que cubría su cuello, dejando al descubierto una innumerable cantidad de marcas y moretones. Se incorporó con lentitud, caminando suavemente hasta el chico que ofrecía su cuello con ambos ojos fuertemente apretados. Evan parecía castigarlo por su dolor, culparlo por algo que él no había hecho.

    Un dolor agudo le atravesó, obligándole a caer de rodillas. Esta vez había sido demasiado; no había terminado de recuperarse desde la última vez. Evan tomó incluso más de lo necesario, deleitándose con el sabor dulce y metálico que llenaba su boca. Una vez satisfecho, apartó su cuerpo del chico, dejándole caer. Limpió los restos de sangre que habían quedado sobre sus labios con el antebrazo, observándole espantado. Se veía enfermo.

    —¡Levántate! —ordenó enfurecido consigo mismo, tomando al muchacho del brazo —. Inútil, ¡no sirves ni para serme de alimento!

    Benjamín flaqueó, esforzándose por mantenerse de pie a pesar de que sus piernas apenas podían soportar su propio peso. Necesitaba descansar, debía recuperarse antes de que el joven príncipe decidiera beber de él de nuevo.

    —Lo...lo siento... —murmuró, sosteniéndose de las pesadas cortinas que hacían juego con el terciopelo rojo del sofá.

    –Chst... tus disculpas no me sirven. ¡Fuera de mi vista!

    Y de nuevo reinó el silencio.

    ¿Cuándo había sido la última vez que lo había visto sonreír? Casi no recordaba aquella expresión, había desaparecido del rostro de su príncipe desde hacía años.

    Venía a su memoria aquel día lluvioso; los guardias reales llevaban una incesante búsqueda desde hacía tres días, sin suerte. Evan había desaparecido. La preocupación aumentó cuando los cuerpos de los guardias fueron hallados sin vida dentro de los predios del reino; parecía como si un monstruo hubiera succionado hasta la última gota de su sangre, dejando solo piel y huesos. Benjamín recordaba a la reina llorando desconsolada frente al ventanal, esperando ansiosa que su hijo regresara.

    Hasta esa noche, cuando le vio entrar. Sus ojos brillaban de una manera distinta. Lucía pálido, demacrado. No era el Evan que él conocía. Fue un momento... aún después de tantos años las imágenes se sucedían una y otra vez, erizándole la piel. Apenas unos instantes y un espectáculo de rojos se cernía torno a él. Los desesperantes alaridos le robaban el aliento, aterrándole. Sólo era un niño, ¿qué podía hacer?, tal vez por ello le odiaba tanto, por ser el espectador de tal tragedia e incluso vivir para llevarla en su conciencia. Recordaba aquellos afilados ojos brillando hambrientos, como un animal en el auge de su caza, justo cuando las presas se desarman bajo sus garras. A todos les había vestido de blanco: desde los guardias reales hasta su amada familia, todos caían sin aliento sobre la entintada alfombra, teñida de un carmesí más intenso que el de sus labios. Un monstruo... Evan no era un monstruo. Emma había sido la última, rogó por su vida tanto cuanto pudo, pero su puño se cerró sobre su cuello y en un beso sobre su pecho, bebió hasta la última gota de su juventud. Su hermana yacía entonces bajo una mirada perdida, de quién es víctima de un trance. Luego caminó hacia con parsimonia, ya satisfecho, ya derrotado, no sabía que leer en la brillante mirada que parecía adivinar cada uno de sus movimientos. Retrocedió unos pasos, pero entre la pared y el cuerpo del príncipe, sólo había desesperación. Dos pequeñas marcas en su cuello, fue todo lo que vio cuando Evan se inclinó a morder la delicada piel de su garganta. Cerró los ojos y el dolor, el miedo y la angustia, fueron motivos suficientes para lograr que perdiera la conciencia.

    Al despertar esa misma noche, le vio llorar. Lloraba desconsoladamente sobre el cuerpo de sus padres, de su pequeña hermana, de sus sirvientes. Desde ese momento jamás volvió a demostrar sus sentimientos. Se volvió un hombre frío, cruel. Sin embargo, Benjamín había decidido quedarse con él.

    Pasaron cinco, diez, incluso cien años desde ese trágico día. Benjamín aún tenía una parte humana. Su corazón seguía latiendo a pesar de que los años ya no pasaban para él, Evan le mantenía vivo. Jamás se atrevió a preguntarle qué sucedió durante esos tres días que estuvo ausente, quién había sido capaz de apagar su corazón para siempre. Temía remover recuerdos que seguramente Evan había escondido en lo más profundo de su interior.

    Salió de la cocina apartando aquellas desagradables imágenes de su mente. Se sentía cansado, sus energías apenas le alcanzaron para subir las escaleras y llegar hasta la habitación de su amo.

    —Señor... —esperó unos instantes antes de continuar—. ¿Se le ofrece algo?

    Un escalofrío recorrió su espalda al escuchar un "entra". Abrió la puerta con suavidad, encontrándose con el cuerpo desnudo del muchacho, de espaldas a la puerta. Su piel brillaba, pálida como el mismísimo marfil. Su cabello, negro como el ébano, caía en puntas disparejas hasta su fino cuello. Era como una obra de arte que había cobrado vida únicamente para deleitarlo con su hermosura.

    Entró en la habitación, cerrando la puerta. Esperó en silencio las órdenes del morocho. Sus piernas temblaban, se sentía pequeño delante de él, indefenso como una liebre a punto de ser atacada por una bestia.

    —Báñame.

    Siguió al morocho hasta el inmenso cuarto de baño, donde una tina de bronce les esperaba llena de agua caliente. Evan dejó caer la toalla que cubría su intimidad, entrando con cuidado. Recostó su espalda con los ojos cerrados, esperando a que su sirviente comenzara. Notaba el nerviosismo del muchacho aunque no lo estuviera viendo. Podía incluso leer sus pensamientos: estaba aterrado. Abrió los ojos, mirándole serio

    —No tienes por qué tenerme miedo, Benjamín. No voy a hacerte nada.

    El muchacho asintió avergonzado. Era la primera vez que su amo le hablaba con tanta suavidad en sus palabras. Se acercó a la tina, tomando la esponja para comenzar a frotarlo. Su piel lucía tan delicada que incluso tenía miedo de hacerle daño. Evan miraba al frente con la mirada ausente. Era como si su mente hubiera viajado en el tiempo, jamás entendía qué era lo que estaba pensando.

    —Señor...

    —Benjamín... —le interrumpió—, lo estás haciendo mal —tomó su mano, pasándola suavemente por su cuello—; ¿ves?, hazlo así —continuó su recorrido, "sus manos están frías" pensó.

    Evan continuó bajando, hasta que su mano y la de Benjamín se perdieron bajo el agua.

    —S...señor... —tartamudeó con sus mangas húmedas—, permítame...

    —Entra —Ordenó.

    El menor parpadeó, comenzando a quitarse la ropa con lentitud, bajo la mirada atenta del mayor, quien parecía deleitarse con los torpes movimientos de su sirviente. Se acercó al borde de la tina, metiéndose con cuidado hasta quedar con la espalda pegada al pecho del morocho. Se sentía extraño para él tener tanta cercanía con aquel hombre que siempre le había parecido tan distante. No comprendía su repentina reacción, pero conocía su carácter lo suficiente como para obedecerle sin poner objeción alguna.

    —Señor, no... —abrió la boca al sentir los finos dedos del mayor deslizarse por la línea de su espina dorsal, pero se detuvo de inmediato al sentir el bajo sonido de desaprobación en su oído.

    —Benjamín... —murmuró, con la voz grave.

    Sus manos se desplazaron hasta el cuello del castaño, donde varias marcas dejaban en evidencia las tantas veces que había sido mordido. Se detuvo en la más reciente, ubicada cerca de su garganta. Recordó el dulce sabor de la sangre del menor goteando sobre su lengua; recorriendo su garganta, y la delicada piel desgarrándose bajo sus colmillos. Acercó su boca a la herida, donde dos pequeñas gotas de sangre aún se asomaban a la superficie. Benjamín se estremeció al sentir el cálido aliento del morocho chocando contra su cuello.

    —Presta atención, Benjamín —susurró sobre su oído, escurriendo sus manos hasta la entrepierna del muchacho—. No quiero tener que volver a enseñarte cómo debes hacer tu trabajo —rodeó el miembro del menor con ambas manos, deslizando la piel hacia abajo. Benjamín dejó escapar un gemido ahogado, apretando las piernas.

    —¡N...no! —chilló, inclinándose hacia adelante.

    Pero las manos del mayor continuaron moviéndose sobre su hombría, en un vaivén desenfrenado que lo acercaba cada vez más al éxtasis. Era la primera vez que Benjamín era tocado de esa manera, jamás había sentido las manos de otro hombre sobre su cuerpo, se sentía asustado, confundido. Temía dejarse llevar más de lo que su amo le permitiera

    —¡Por favor...!

    —Hazlo, Benjamín... quiero que termines para mí —el mayor ronroneaba, apretando su erección contra la espalda del muchacho.

    Benjamín comenzó a mover sus caderas, penetrando el puño de su dueño una y otra vez, entregándose al placer que el morocho le estaba regalando.

    —¡S...señor...! yo... —echó la cabeza hacia atrás, anunciando con un gemido ronco el inminente orgasmo que sacudió su cuerpo, acabando con las pocas energías que le quedaban.

    —Buen chico...



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    Buenas, primero quiero agradecerles a todos por sus comentarios. Acabo de darme cuenta de que subí la segunda parte como si fuera la primera, soy idiota XD ya arreglé el error, y les dejo la segunda parte, mis disculpas <3

    Edited by RavenYoru - 17/5/2016, 03:03
  13. .



    Un mes volvió a transcurrir desde la última visita. La actitud de Santiago comenzó a cambiar radicalmente, preocupando sobremanera a su madre, quien incluso llegó a recurrir a un psicólogo al no encontrar una solución. Su trabajo le ocupaba casi todo el día por lo que su hijo pasaba mucho tiempo solo en su casa. Además de eso la comunicación entre ambos prácticamente ya no existía.



    –Mamá, voy a salir.



    – ¿Otra vez con Lucas? –La mujer le miró con preocupación –Santi, hijo… Hace tiempo no hablamos, ¿hay algo que quieras contarme?, últimamente estás muy unido a ese chico… ¿ustedes…?



    – ¿Qué estás insinuando? –El rubio se alteró de inmediato, como cada vez que su madre trataba de sacar el tema– Ya te lo dije, somos amigos. Además mis asuntos no te conciernen. ¡Ocúpate de tus cosas, mamá!



    –Escúchame bien, Santiago. Puede que no tengas un padre que te diga que hacer y que no, pero me tienes a mí, y cada día de mi vida desde que naciste me preocupé por criarte correctamente, ¡jamás te faltó nada! – Se pasó la mano por la frente, corriéndose los mechones oscuros que caían sobre su rostro – No merezco que me trates de esa forma.



    El menor hizo silencio, bajando la mirada. Su madre tenía razón. Pero ni el mismo sabía que era lo que estaba sucediéndole. Desde aquel encuentro con su tío algo dentro de él comenzó a cambiar. Era cierto que tenia algo con Lucas, su compañero de secundaria. Él era algo así como un amigo con derecho. Pero no se atrevía a decírselo a su madre.



    –Yo…tengo que irme… –El rubio salió rápidamente de la casa, ocultando su rostro bajo la capucha de su abrigo.



    Leticia suspiró. Tenía que hacer algo. Sabia que su hijo no estaba pasándola bien por más que ocultara sus sentimientos, y ella sola no podía lidiar con este asunto. Tomó el teléfono, marcando el número de su hermano mayor. Sonó un par de veces hasta que la voz del hombre finalmente se hizo escuchar del otro lado de la línea.



    – ¡Leticia! –El mayor se entusiasmó. – ¿Cómo has estado?, ¡Ya casi no me llamas!



    –Lo siento, Gabriel. Este mes estuve bastante ausente. Tengo un problema y necesito de tu ayuda. Las cosas no andan bien con Santiago. Ya no se que hacer… –Su voz se quebró y de inmediato rompió en llanto.



    –Cuéntamelo todo…–Gabriel se puso serio, esperando ansioso saber que era aquello que angustiaba tanto a su hermana. La última vez que la escuchó llorar de esa forma fue cuando su esposo falleció; se vio sola con Santiago siendo un niño y él fue quien la ayudó a salir adelante. Él y su hijo eran las únicas personas que ella tenía.



    Leticia respiró profundo comenzando a contarle con detalles todo lo sucedido en aquel mes, de allí también el porqué no habían ido a visitarle como antes.



    Luego de un buen rato de desahogarse, Leticia logró calmarse. Le tranquilizaba saber que podía contar con su hermano mayor.



    –Vengan este fin de semana, estaré libre ya que acabé el proyecto del que te hablé la última vez. Te hará bien despejarte y además... hay cosas que tengo que resolver con Santiago.



    –Bien… –Leticia se limpió las lágrimas, respirando profundo. –Gracias una vez más. Necesitaba hablar contigo. Nos veremos este viernes entonces, veré que arreglo en el trabajo. Te quiero, Gabo. Hasta entonces.



    –Hasta entonces, cuídate mucho.



    Ambos cortaron. Leticia se fue a la cocina dispuesta a preparar la cena, cuando escuchó la puerta. Su hijo entró acompañado de su amigo, quien luego de saludar a la morocha subió con el rubio a la habitación.







    Cierto morocho se paseó por su casa luego de cortar la llamada. Se dejó caer en el sofá, con un almohadón cubriéndole el rostro. Se sentía extremadamente culpable de solo pensar que él había causado ese cambio en su sobrino, y al mismo tiempo se llenó de rabia cuando su hermana le contó lo de su amiguito de la secundaria. Él le había abierto las puertas al mundo de los adultos, le arrebató su inocencia y ahora las consecuencias estaban a la vista. Su sobrino estaba en plena adolescencia y era obvio que quería experimentar. Bufó molesto, odiaba la idea de que un chiquillo estuviera ocupando su lugar.

    Se levantó de su mullido sofá blanco luego de meditar unos momentos. No tendría más opción que esperar hasta el viernes para aclarar las cosas con su sobrino. Esta vez tendría que dejar sus propios sentimientos de lado y hacerlo entrar en razón, tampoco quería ver sufrir a su hermana por culpa de los caprichos de un chico de dieciséis años con las hormonas alteradas.



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    – ¡Santiago!, ¡La cena estará lista en quince minutos!

    El muchacho se encontraba con la espalda recostada a la pared, cubriéndose la boca con el dorso de la mano mientras su amigo devoraba su miembro con maestría.



    – ¡Si…!–Respondió, tratando de que la voz no le temblara. –De acuerdo…



    Lucas continuó con las atenciones, succionando la hombría del rubio mientras apretaba su trasero con ambas manos. Santiago enredó sus dedos en los cabellos castaños del chico, golpeando su garganta. Le encantaba aquel sonido que hacía al atorarse; a veces recibía algún reproche por su poca delicadeza, pero no le importaba, sabía que a su amigo le gustaba que fuera rudo. Cerró sus ojos, echando la cabeza hacia atrás cuando sintió que el orgasmo estaba cerca. Su imaginación comenzó a volar, trayéndole imágenes de aquella noche, cuando su tío se apoderó de su cuerpo. Las manos del mayor recorriéndolo, sus cuerpos moviéndose con frenesí, sus deliciosos labios rosándole cuello. Le echaba muchísimo de menos, No quería pensar que aquello no volvería suceder, ya que fue algo prohibido, algo que debía olvidar.

    El placer lo envolvió, haciéndole contraer los músculos. Su semilla llenó la boca de su amigo, quien tragaba extasiado aquel líquido que comenzaba a escurrir por sus comisuras.



    – ¡Hn~!…Gabo…



    Lucas levantó la cabeza, mirándole con reproche.



    – ¿Qué has dicho…?



    Santiago lo miró, frunciendo el seño en notable señal de fastidio.



    –Nada. – Tomó una bocanada de aire, limpiándose el sudor de la frente para luego acomodarse los pantalones. – Vamos a cenar. Mi madre se va a poner pesada.



    –Oye…–El castaño lo agarró de la muñeca, golpeándole la espalda contra la pared – No te hagas el tonto. ¿Quién es Gabo? No es la primera vez que gimes su nombre mientras te la estoy chupando. Ni siquiera dejas que yo te folle, ¿Crees que soy idiota?



    –Suéltame, Lucas... Te dije que aun no estoy listo para eso. –Santiago se removió molesto, empujando a su amigo, quien volvió a acorralarlo contra la pared.



    –No juegues conmigo, Santiago. No toleraré que me uses para olvidarte de otro, ¡y no me vengas esa mierda de que aun no estás listo! –El castaño tomó al rubio de ambos brazos, arrastrándolo hacia la cama.



    – ¿Qué mierda crees que haces, imbécil! –El de ojos ámbar comenzó a forcejear para tratar de quitárselo de encima – ¡Suéltame!



    Lucas comenzó a desprenderse el jean mientras sostenía ambos brazos del rubio con sus piernas, iba a hacerlo suyo aunque fuera por la fuerza, estaba harto de ser rechazado una y otra vez.



    –Si yo fuera ese tal Gabo si te dejarías follar, ¿no es así?



    El rubio continuó removiéndose debajo del cuerpo de su amigo, quien comenzó a manosearlo por debajo de la ropa. Se sintió asqueado de inmediato, no quería que nadie más lo tocara. Logró zafar una de sus manos y aprovechó esta ventaja para quitárselo de encima. Lucas se levantó, dispuesto a atacarlo nuevamente pero esta vez el rubio lo detuvo, golpeando de lleno su rostro con el puño cerrado.



    –No vuelvas a hacer eso jamás. – Chasqueó la lengua – Te falta mucho para llegar a ser como él. Mejor lárgate… – Sin más, salió de la habitación, acomodándose la ropa.



    Su madre, quien les esperaba en la mesa, observó la situación confusa. Lucas bajó las escaleras, detrás de su hijo, agarrándose la mejilla que se notaba roja incluso aunque la cubriera con su mano.



    –Mamá, Lucas ya se va. –Le dedicó una mirada furiosa al chico, quien solo se limitó a levantar la mano en señal de saludo antes de salir de la casa.



    – ¿Pasó algo?



    –No, recordó que tenía un compromiso.



    –Hum…– Leticia comenzó a servir la comida, unos tallarines con salsa de tomate. –Este viernes iremos a lo de tu tío.



    Santiago abrió sus ojos de par en par. Tragó saliva recibiendo su plato. Su corazón comenzó a latir rápido haciendo que sus manos temblaran. ¿Cómo se enfrentaría a él después de todo lo que había sucedido?



    –Bien… –Bajó la mirada comenzando a engullir su cena.



    –Te noto tenso…–Su madre rompió el silencio, observándole con preocupación. – ¿Peleaste con Lucas?



    –Si, algo así. No es nada grave… seguro nos arreglaremos.



    –Ya entiendo…



    El silencio se hizo presente nuevamente, Santiago terminó de cenar y se apresuró a levantar la mesa para luego irse a la habitación. Se libraba de las preguntas de su madre cuando estaba allí. Se recostó en su cama, cerrando sus ojos. Se frotó las sienes tratando de relajarse, debía estar listo para enfrentar a su tío si llegaban a quedarse solos. Luego de media hora de dar vueltas en la cama, logró quedarse profundamente dormido.



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    El viernes finalmente llegó. Santiago bajó con su mochila colgada al hombro como de costumbre, bostezando con el cabello un poco revuelto. Su madre terminó de preparar las provisiones, tomó sus pertenencias y ambos emprendieron rumbo hacia la casa de Gabriel.





    Por otro lado, el morocho los esperaba más tenso de lo normal. Se encontraba sentado al borde del ventanal observando la gran ciudad mientras tomaba su segundo café del día. Por más difícil que fuera la situación debía hablar con su sobrino como era debido. La curiosidad lo carcomía; necesitaba saber qué papel tenía ese “amiguito de la secundaria”. Miró su reloj, faltaba un poco más de media hora para que llegaran, por lo que decidió ponerse manos a la obra para preparar un almuerzo decente. No solía cocinarse a símismo, pero de vez en cuando le gustaba darle un mimo a su hermana.

    El tiempo pasó demasiado rápido para su gusto. El timbre sonó cuando apenas iba por la mitad de su almuerzo. Abrió la puerta llevando un delantal negro en el que resaltaban algunas manchas de harina. Su hermana sonrió ampliamente, abrazándole.



    –Vas a ensuciarte, Leti… –El morocho correspondió el abrazo, observando a su sobrino por encima del hombro de la chica.



    –No me importa. ¡Te extrañe! –la mujer estrujó a su hermano, ensanchando la sonrisa.



    Santiago pasó de largo, ignorando aquella exagerada bienvenida. Dejó su mochila junto con el bolso de su madre encima de la mesa, observando la espalda de su tío desde la sala. Se recostó en el sofá, entrecerrando sus ojos; estaba cansado, realmente odiaba tener que levantarse temprano. Se adormeció sintiendo la agradable brisa que entraba por el ventanal abierto, acariciándole el rostro. Llevaba unos cuantos días descansando mal, así que no le costó demasiado caer en brazos de Morfeo.

    Gabriel y su hermana se encontraban en la cocina. Mientras el morocho terminaba de ordenar el desastre que quedó en la cocina, Leticia le contaba todo lo sucedido en ese mes que prácticamente estuvieron incomunicados. Desde sus problemas laborales hasta lo sucedido con su hijo.



    –Realmente me preocupa, Gabo. No es por el hecho de que pueda ser…bueno, homosexual. ¿Y si se mete en cosas peores? –La morocha se cubrió la boca con una mano– Entonces habré fallado como madre…



    –No te angusties, ya te lo dije, hablaré con él. No creo que sea tan idiota como para meterse en problemas. Simplemente debe ser una crisis de la adolescencia, tú y yo también pasamos por eso.



    –Si, tienes razón…



    –Déjamelo a mí…–el hombre acarició el cabello de su hermana, dedicándole una sonrisa sincera. A decir verdad aún no estaba del todo seguro como iba a manejar la situación, pero haría lo posible para que su sobrino entrara en razón, después de todo, su cambio había sido culpa de él.





    Siete de la tarde.





    El rubio se despertó, sentándose de golpe sobre el sofá. Las cortinas cerradas se movían al compás de la brisa que entraba con más fuerza por los ventanales aun abiertos. La sala estaba únicamente iluminada por la luz del atardecer que iba muriendo lentamente. Un silencio sepulcral rondaba en la casa, Santiago se levantó dispuesto a buscar a su madre cuando la figura de su tío lo hizo pegar un salto. Se encontraba recostado sobre la mesa con los brazos cruzados, observándolo detenidamente.



    –Me… me asustaste… – El muchacho retrocedió, mirando a su alrededor. Su corazón se disparó de tan solo imaginar que se habían quedado solos. – ¿Dónde está mi madre?



    –Salió hace un poco más de media hora…–El morocho recorrió al menor con la mirada. –Tengo que hablar contigo, Santiago.



    Santiago se estremeció al escuchar su nombre en aquel tono tan seco que su tío había empleado. Le miró con desconfianza.



    – ¿Qué pasa?



    –Tu madre me contó que últimamente estabas un poco…diferente…



    Santiago bufó, recostándose en la pared con los brazos cruzados.



    –Eso no es de tu incumbencia…



    – ¿Qué rayos pasa contigo? Tu madre esta angustiada por culpa de tus tontos caprichos, estás siendo injusto con ella y lo sabes, deberías pensar las cosas detenidamente antes de actuar. Además… –apretó los dientes– ¿Quién rayos es Lucas?



    El menor abrió los ojos de par en par, su madre había hablado demasiado.



    – ¡Eso no te importa! –Chilló – Tu no vives con nosotros, los problemas con mi madre los resolveré con ella, ¡no necesito de tus estúpidos sermones!



    Gabriel se incorporó, acorralando al rubio contra la pared. Lo había sacado de quicio.



    –Responde la maldita pregunta, ¿quién es ese pendejo con el que te pasas tanto tiempo encerrado en tu habitación? No me veas la cara de idiota, Santiago. ¿Tienes algo con él?



    El aludido tragó saliva, sosteniéndole la mirada.



    – ¿Y…qué si así es?



    Gabriel tomó su mentón, clavando su felina mirada parda sobre los orbes ámbar de su sobrino. Los celos le abordaron de solo imaginarse que aquel chico lo había tocado.



    – ¿Te acostaste con él?



    –No necesito darte ese tipo de explicaciones. – El rubio apoyó ambas manos sobre el pecho del mayor, con la firme intención de alejarlo.



    – ¡Responde!



    Santiago sonrió de lado, dedicándole una mirada desafiante al morocho, el cual estaba al borde de un ataque.



    –Si, me acosté con él. –Mintió– no imaginas lo bien que lo hace, creo que sabe follarme mejor que tú.



    El mayor sonrió de lado, negando con la cabeza. No se creía que ese chico realmente había estado con su sobrino de la misma forma que estuvo él, no quería aceptarlo. Por un momento pensó que debía acostumbrarse a la idea de que Santiago tuviera novia en algún momento, él mismo le dejó en claro que aquello había sido un error, y que no debía volver a repetirse. De alguna manera le había dejado el camino libre para que él hiciera lo que quisiera, con quien quisiera. Al menos eso fue lo que pensó hasta que Lucas apareció en escena, rompiéndole todos los esquemas.



    –Vamos, Santiago… Ya estoy grande para estas cosas, dime la verdad…



    –Cree lo que quieras, tú mismo me lo dijiste. ¿Perdiste la memoria, tío Gabo? Dijiste que debíamos olvidarlo, que sería un problema si mamá se enteraba… –Bajó la vista, tratando de aflojar el nudo que se había formado en su garganta, no podía mostrarse débil ante su tío, necesitaba hacerle saber que las cosas realmente habían cambiado. – Eso fue lo que hice, estoy olvidándolo…



    – ¡Esa no es la forma de hacerlo! – Gabriel alzó la voz, haciendo que el menor retrocediera– ¿Crees que acostándote con cualquiera vas a olvidarlo? Estás equivocado, no eres más que un niñato caprichoso que solo busca volverme loco.



    Santiago apretó los dientes. ¿Cómo era capaz de decirle tal cosa después de haberlo rechazado de aquella forma tan brutal? Él podía ser un niñato, pero estaba seguro de sus sentimientos.



    – ¿Volverte loco?, ¡tú me hiciste así, por tu culpa soy como soy ahora! –El rubio le empujó, alejándose de él cuando las lágrimas finalmente se escaparon, empapándole las mejillas. – ¡No tienes derecho de decirme ese tipo de cosas!, ya no soy un niño, Gabriel. Estaré con quien quiera, ¡y me importa una mierda si no te gusta!



    Aquellas tajantes palabras hicieron que el mayor cayera en cuenta del daño que había causado. Cada lágrima que su sobrino dejaba caer consumido por la rabia, eran como miles de agujas clavándose en su pecho. Jamás pensó en hacerle daño, le amaba de verdad, pero se negaba a admitirlo. Se acercó al chico, extendiendo su mano izquierda para tocar su rostro. El menor lo rechazó, dándole un golpe brusco. Sentía que cualquier cosa que hiciera solo serviría para hacerle más daño. El mayor intentó a nueva cuenta acercarse a él, esta vez rodeándole con ambos brazos. Santiago continuó forcejeando hasta que el pecho de su tío le brindó esa paz interna que había estado buscando por tanto tiempo. Se refugió en él, aspirando el dulce aroma de aquel hombre que conseguía enloquecerlo con solo mirarlo a los ojos.



    –Santiago…– el morocho llamó su atención, susurrándole suave al oído. Se acercó a su rostro, depositándole un suave beso en los labios; el de ojos ámbar correspondió, deslizando sus manos por la fuerte espalda del morocho. –Vayamos arriba… –Gabriel se separó, tomando la mano del de ojos ámbar para guiarlo a la habitación. Sería peligroso que se quedaran ahí, Leticia podría llegar en cualquier momento.



    Los besos continuaron; la habitación fue el refugio de aquellos hombres que consumidos por el deseo comenzaron con aquel ritual que solo ellos sabían como llevar a cabo. Gabriel se encargó de quitarle la ropa al rubio, quien sin separarse de sus labios recorría el cuerpo de su amante con sus curiosas manos. Ambos cayeron a la cama, esta vez el menor era quien tomaba el control en el asunto. Se colocó detrás de su tío, dejando besos húmedos por su espalda, entretanto iba estimulando su hombría. El mayor abrió las piernas, apoyando la mejilla contra el colchón cuando su sobrino comenzó a prepararlo. Jamás pensó que las cosas tomarían ese giro tan inesperado, poco importaba quien tomaba el control en ese momento; además, se la debía por haberle hecho pasar aquel mal rato.



    –Solo… ve con cuidado, ¿vale? –Gabriel cerró los ojos, tratando de relajarse.



    –Tranquilo, tío Gabo… iré despacio… –Santiago se acomodó, sujetándole las caderas. Apoyó la punta de su hombría en la entrada del morocho, sintiendo como esta iba tragándose su miembro. Echó la cabeza hacia atrás, deleitándose con la estrechez del mayor, quien ahogaba los gemidos con el almohadón que ahora cubría su rostro.



    Las embestidas comenzaron. Santiago movía sus caderas con maestría, golpeando en lo más profundo del interior del de ojos pardos, el cual disfrutaba de todas y cada una de las atenciones. Se removió, separándose del de ojos ámbar para cambiar posiciones: Apoyó una pierna sobre el hombro del menor, acomodándose de lado para facilitarle las cosas. Santiago continuó con su trabajo, arremetiendo con ganas contra el morocho.



    El chico se esmeró en masturbarlo, moviendo su mano de arriba a bajo al compás de cada embestida. Quería ver como su tío se corría, le encantaban sus expresiones, incluso cuando se aferraba a las sábanas y apretaba los músculos internos en un intento por no llegar. Él también estaba en su límite, un par de estocadas más y de seguro terminaría.



    –Santiago…¡Hn..! –Gabriel dejó escapar un gemido, llenándose el vientre con su propio esperma. El aludido sonrió satisfecho, dejándose ir dentro de su tío.



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    –De nuevo, gracias por todo, Gabo.



    –Te dije que solo eran tonterías, hermana. No tenías que preocuparte tanto.



    –Lo sé, lo siento…–La morocha besó la mejilla de su hermano, metiéndose en la camioneta. –Te llamo al llegar, ¿si? trataré de venir el próximo fin de semana.



    –Estaré esperándolos… -Gabriel levantó la mano, agitándola en señal de saludo. El rubio lo miró a través del espejo retrovisor, sacando la mano por la ventanilla para responderle. Esta vez una amplia sonrisa se dibujaba en su rostro.



    Tener a su tío de amante seguramente sería algo difícil de llevar. Más cuando, luego de aquella reconciliación el de ojos ámbar terminó escupiéndole toda la verdad. Que no se había acostado con Lucas, que no quería estar con nadie más porque él era el único dueño de su cuerpo y de sus sentimientos. Chasqueó la lengua. Tal vez decirle aquellas cosas había sido un error, su tío era bastante presuntuoso cuando se lo proponía. Se acomodó en su lugar, ajustándose el cinturón. Un largo viaje le esperaba de vuelta a su casa, la noche se le hizo larga, por lo que no pudo dormir demasiado bien. Aquel hombre realmente no sabía cuando detenerse.



    –Nos veremos, tío Gabo…– se dijo a si mismo, cerrando sus ojos hasta quedar profundamente dormido.



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    Bueno, ahi tienen la segunda parte. Gracias a las personas que comentaron. Espero les guste.


    Saludos~

  14. .
    NOOOOOOOOOOO!!!!!!!!

    Me mataste!! xDDD ¡estuvo geeeniaaaaaal! creo que este si fue uno de los mejores lemons que hiciste. ¿Te re copaste, eh? Pobre Noah, espero que no le hagas nada de lo que escribís, también espero que no sea un mutante o algo así, no importa... La cosa es que te quedo demasiado genial, el final me mató! Habló y todo XD la verdad, me saco el sombrero una vez más. Admito que a pesar de que odio con una pasión inmensa el shota con este te la rifaste. ¡Seguí así, novio!

    I ♥ U ~
  15. .
    asdasdasadsadsasdsads!!! me gusto!! *w* igual de la otra forma también me había gustado, solo que soy medio bobo y al principio no me terminó de cerrar uwu
    y no digas tonterías! Sabes bien que escribís excelente, tenes un don que muchísimos quisieran tener, al menos ami me encantan todos tus trabajos, y me encanta ver como vas progresando cada vez un poco más. Se notan tus logros con cara fic o oneshot nuevo que subís.

    Ya te lo dije, pero te lo repito: me gustó muchísimo, novio. Espero pronto algo nuevo, y si es de vampiros, mejor *w*

    Te amo ♥ ~ fighting!
81 replies since 27/7/2011
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