Posts written by Bananna

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    Le había gustado el paseo. Había podido despejarse un poco, ayudar a Ferre a decidirse con respecto a un regalo para Isabel, ver a Rodrigo dándole una lección de futuro al romaní, comprar hierbas… y pasar un rato agradable con esa otra familia que poco tenía que ver con la sangre, pero a la que quería con tanta fuerza.

    Y aunque se había fijado en que, al volver a la residencia de los Jiménez-Castán, Rodrigo llevaba las manos a la espalda, como si ocultase algo, nunca se habría imaginado que aquello que ocultaba fuese una maceta con bonitas flores invernales. La tomó casi con reverencia y observó las dos flores que se mecían aún por el movimiento.

    No alzó la mirada de las plantas hasta que Rodrigo terminó de hablar, momento en el que posó los ojos en los del templario, con un brillo acuoso que mostraba la emoción del momento. Sus labios temblaron un poco y, después, se curvaron en una sonrisa, una muy amplia que mostraba incluso la línea superior de los dientes.

    —No es nada tonto, Rorro. Es perfecto, es… —respiró hondo y se acercó un paso, apoyando la frente contra el hombro del templario —Eres perfecto —terminó por susurrar, alzando la cabeza para buscar sus labios.

    *****


    La noche había sido insuperable, como todas las que pasaba con Rodrigo —una parte de él se sorprendía, incluso, de que la cama hubiese resistido los envites sin ceder—, y las despedidas habían sido emotivas. Aceptó sin rechistar la comida que sus hermanas le ofrecieron, así como los abrazos y los besos, especialmente a los más pequeños, y más pronto que tarde estaban poniéndose en marcha, con vistos de llegar a Zaragoza a la tarde del día siguiente.

    Guillén caminaba con tranquilidad, tirando de las riendas de Nieve, pero había algo que le escamaba, una sospecha que se confirmó tras varias horas de viaje, cuando pararon a aliviar vejigas y descansar un poco. No, no le sorprendió demasiado escuchar el llanto de Serafina, tampoco descubrir que Rocío estaba allí. Las conversaciones que había tenido con ella sumada a la que había escuchado que tenía con Rodrigo —sabía el médico que escuchar tras la puerta era de mala educación, pero esta vez la curiosidad había ganado a lo demás—, así como el hecho de que su sobrina se hubiese retirado tan pronto por la mañana le habían dejado una mosca tras la oreja que indicaba que algo así podría ocurrir.

    Con todo, sí le sorprendió que, finalmente, Rocío hubiese tenido el valor de hacerlo.

    Cruzó los brazos sobre el pecho, mirando hacia el carromato mientras escuchaba hablar a Rodrigo, en silencio, apenas haciendo algún gesto con la cabeza o los hombros, hasta que le vio agitar la mano en el aire. Entonces se la tomó y le miró con más atención los arañazos, acariciando con suavidad y besándole la palma de la mano con afecto.

    —Tú no tienes la culpa de esto, osito —musitó, continuando las caricias en su mano —. Bien has dicho que no sabías lo que pretendía, así que no vale la pena flagelarse —respiró hondo y miró a Rodrigo a la cara, tomándole la mano mientras, con su diestra, le acariciaba una mejilla, tirándole después de la barba suavemente, en un gesto cariñoso que vino acompañado de una sonrisa —. Voy a hablar con ella.

    Y eso hizo. Soltó a Rodrigo tras un pequeño apretón más y fue hacia el carro, al cual entró, consiguiendo que Rocío se apretujase contra el fondo, manteniendo a su bebé contra el pecho en un afán protector. Sus ojos parecían brillar en un verde sobrenatural, casi peligroso, por lo que Guillén alzó las manos y se sentó en el centro del carro, dejando cierta distancia entre ellos y cruzando las piernas.

    —Tendrás que arrastrarme si quieres que vuelva a Zaragoza —dijo la chica con decisión.

    —Nadie va a arrastrar a nadie —respondió Guillén con su tono calmado y pacífico de siempre —. Pero la felicidad que buscas no está en Monzón.

    —¡Tío! —exclamó ella con enfado, pero después negó con la cabeza y acarició la cabecita de su niña al escucharla emitir sonidos de queja por los ruidos y movimientos bruscos —No voy a volver. No quiero volver.

    —No vuelvas, entonces —resolvió Guillén, consiguiendo que Rocío le mirase con sorpresa manifiesta. Antes de que ella hablase, su tío alzó la mano para pedirle silencio —. Pero tendrás que decirle algo a tus padres. Te quieren mucho y van a estar muy preocupados al ver que no…

    —¡Si me quisieran…! —le interrumpió Rocío, quien se calló a su vez al hacer llorar a Serafina. La acunó casi con desesperación, todavía no tenía muy resuelto esto de ser madre, y finalmente accedió a tendérsela a Guillén, quien la meció con más suavidad, tranquilizándola poco a poco hasta que se quedó dormida. Rocío respiró hondo y se pasó una mano por la cara —Si me quisieran tanto, no me habrían hecho casarme con Sergio.

    —Oh —el médico cerró los ojos y tomó aire, soltándolo en un suspiro —. Lamento que estuvieses en un matrimonio sin amor, pequeña. Y, la verdad, no me gusta cómo se está portando ese hombre. Abandonándote recién parida y en tus momentos bajos…

    —Una vez me forzó —soltó la chica de golpe y porrazo, tapándose luego la boca con las manos, dejando la mirada perdida. Agradeció que su tío no la presionara para seguir hablando, pero aun así sintió que tenía que explicarse, así que se acarició la boca y sintió un par de lágrimas resbalar por sus mejillas mientras tomaba fuerzas para seguir —. Vino a casa borracho y me quiso levantar la falda. Yo no quería estando él así, pero me… dio una bofetada, me llevó a la cama y… —lo dejó allí y negó con la cabeza, mirando a Guillén con cierta rabia en los ojos —Debía cumplir por ser su esposa. Me lo dije yo y me lo dijo él, pero aun así…

    —Oh, Rocío…

    Guillén suspiró y se acercó a la mujer, sentándose a su lado y rodeándole los hombros con un brazo mientras, en el otro, seguía meciendo a Serafina. Le besó la sien apoyó luego la mejilla en su cabeza, frotándole el brazo con dulzura.

    Cuando salió del carromato, un buen rato después, Ferre y Rodríguez no sólo habían vuelto ya, sino que habían hecho un fuego y Rodrigo estaba preparando algo para comer, o más bien para cenar, visto cómo el cielo empezaba a oscurecerse.

    —Está dormida —dijo, acercándose a Rodrigo con una venda que olía a flores en la mano; la había untado con un poco de ungüento para prevenir infecciones, y con ella envolvió la mano llena de arañazos del templario.

    —¿Qué hacemos ahora? —preguntó Ferreruela, viendo a Guillén acercarse a su yegua para darle un par de palmadas en el cuello.

    —Seguimos nuestro camino a Monzón —comentó Guillén, empezando a deshacer los anclajes que ataban a Nieve al carromato. La tomó de las bridas y la hizo separarse, rodeando el fuego para encaminarse en la senda que habían recorrido hasta ahora —. Lo haremos mañana. Voy a ir a Zaragoza para hablar con mi hermana.

    —¡Te acompaño! —exclamó Rodríguez, pero Guillén negó con la cabeza, subiéndose a la silla de Nieve, lo que hizo que el gitano ladease la cabeza y frunciese el ceño —Pero, médico, si vas en esa yegua ¡no volverás hasta pasado mañana!

    —No te preocupes por eso —suspiró el galeno, volviendo a acariciar el cuello de su montura —. Estaré aquí para la cena.

    —Lo veo difícil —se mostró también escéptico el joven escudero.

    Guillén, haciéndoles caso omiso, agarró las riendas y soltó una orden firme en francés. Como azotada, Nieve relinchó, haciendo que el propio Bravo se removiese en su sitio, y se lanzó al galope por el camino, dejando a más de uno boquiabierto al ver a ese animal, siempre tan calmado y lento, dejar una humareda blanca tras sus cascos.

    *****


    Pese a los nefastos pronósticos de los dos más jóvenes, Guillén volvió cuando apenas habían empezado a comer. Bajó de la yegua quien, sin necesidad de ninguna indicación, se movió hasta el frente del carro, donde solía estar atacada, y relinchó con cansancio, moviendo un poco el terreno con una pezuña para luego echarse ahí mismo. Fue hasta entrañable ver a Bravo acercarse para darle como un golpecito en la cabeza con el morro, que fue recibido con una especie de caricia de caballo antes de que la yegua recibiese de su dueño una jugosa manzana como recompensa por el esfuerzo que había hecho, manzana que aceptó, no sin antes hacerse la dura, obligando al médico a regalarle hermosas palabras en francés para ablandar un poco su orgullo.

    Cuando fue junto al fuego, se dejó caer a un lado de Rocío, que había bajado del carro motivada por el delicioso olor de la carne haciéndose al fuego. Había dejado a su bebé justo a su lado, en una cama improvisada por varias mantas y telas, de forma que podía atenderla sin problemas, pero teniendo los brazos libres para comer y beber.

    —¿Cómo ha ido? —se atrevió a preguntar mientras su tío aceptaba la pata de conejo que Rodrigo, con la boca llena de comida, le ofrecía. No se le pasó por alto cómo el médico limpiaba algo de salsa de la boca del templario con un pulgar, en un gesto más propio de una pareja que de dos amigos, pero tampoco quiso indagar en el tema.

    Guillén, sin embargo, no contestó. No con palabras, al menos. En su lugar, se abrió la capa y sacó de su zurrón un rollo de pergamino que entregó a la muchacha. Ella se chupó los dedos y se limpió las manos contra la ropa antes de coger la carta, desenrollarla y leerla, moviendo los labios, como si aún le costase leer en silencio.

    —¿Y bien? —apuró Rodríguez tras un rato donde sólo se oían dientes masticar, caballos moverse y el fuego crepitar.

    —¿Cómo lo has…? —preguntó Rocío, en su lugar, mirando con sorpresa a su tío.

    —Hablando —dijo él con un pequeño encogimiento de hombros —. Le he explicado la situación, lo que opinaba yo del asunto… Y le he prometido que te haría enviarle una carta semanal, como poco. Y no te sorprendas si aparece por tu puerta sin previo aviso, ya sabes cómo es.

    Quiso dar otro bocado a su cena, pero un abrazo sorpresivo de su sobrina no sólo se lo impidió, sino que le hizo caer al suelo. Suspiró y quedó bocarriba, tendiéndole la pata de conejo a Rodrigo para poder abrazar a Rocío con las dos manos, acariciando su espalda y su cabeza mientras la chica lloraba contra su pecho. Esta vez, lágrimas de alegría.

    —¡¡Tío, eres el mejor!!

    —Qué va, qué va… —sonrió un poco Guillén, mirando a Rodrigo con cierto orgullo en los ojos. Al menos hasta que le vio llevarse a la boca ese trozo de carne que le había pedido que le custodiase, entonces le dio un manotazo en la pierna, sin moverse aún del suelo —¡Rodri! —se quejó, haciendo que su sobrina alzase la cabeza y, al ver el panorama, se uniese a las risas de Rodríguez y Ferreruela.

    Se incorporó ella y ayudó a su tío a incorporarse, tendiéndole otro trozo de uno de los conejos que se hacían al fuego. Guillén lo aceptó y le guiñó un ojo a la chica, besándole la frente y cenando en un ambiente mucho más distendido.

    *****


    El agua estaba muy fría, pero eso no le impidió hundirse totalmente en ella, frotándose la piel para quitarse los restos de tierra y barro. Miró hacia atrás, hacia su ropa sucia, que se estaba secando al sol sobre unas rocas, y luego comprobó que la ropa limpia y seca estuviese en su sitio antes de suspirar y seguir, limpiándose ahora el pelo.

    Se había levantado prontísimo, como siempre, acurrucado sobre el regazo de Rodrigo, al que había mandado a dormir o, al menos, descansar un rato. Había hecho sus ejercicios, había desayunado un poco de fruta y, luego, se había sorprendido al saludar a Rodríguez, que despertaba en ese momento, aferrado a su espada, como si esta se fuese a desvanecer de un momento a otro.

    —Está bien tener una hoja, pero de nada te sirve si no la sabes usar —le había dicho cuando, un rato después, le había visto practicar contra un pobre algo unos movimientos algo torpes.

    Así pues, se había ofrecido a enseñarle, sacando su daga. Habían estado bastante tiempo fingiendo luchas, enseñándole movimientos de ataque y, sobre todo, de defensa. Ferre se había unido al rato como público, pidiendo participar ocasionalmente para quedarse con algún movimiento, y también Rocío, mientras amamantaba al bebé —al parecer no le daba tanta vergüenza como había dicho hacerlo en público—, les estuvo observando.

    Era curioso que ninguna de esas prácticas fuese la que había hecho que el doctor cayese en el barro, sino un golpe de Nieve, quien al parecer debía seguir molesta por la carrera que la había obligado a tomar el día anterior.

    Incluso habría jurado que el animal se había reído entre relinchos, junto a Bravo y a Benigna, pero eso ya era otra historia.

    Por suerte para él, iban siguiendo el curso del Cinca, por lo que podía limpiarse sin demasiado problema. Quitando el hecho ya mencionado: todavía era invierno y el agua estaba muy fría. Claro que tras un rato en ella, la sensación no era tan cortante. Y mucho menos lo fue cuando escuchó pasos acercársele o, más bien, cuando vio a Rodrigo en la orilla, mirándole con una sonrisa en la boca y esa mirada depredadora en los ojos, recorriéndole de arriba abajo.

    Alzó un poco la barbilla, con una media sonrisa, y se levantó, habiendo estado con las rodillas en el lecho del río mientras se lavaba. Se dio ahora media vuelta, mostrándole la espalda, y suspiró.

    —Rorro… ¿Por qué no entras? Hace frío y no quiero enfermarme… —comentó en un tono casual.

    Sonrió al escuchar el trajín de la ropa al caer el suelo, también el chapoteo de Rodri al hacerse paso hasta él y se mordió el labio al sentir ese par de manos rodear sus nalgas. No fue ya un suspiro, sino un gemido en toda regla, lo que se le escapó con ese mordisco en la nuca, y volvió a gemir, de forma mucho más suave y discreta, con los nuevos mordiscos en su cuello.

    No tardó mucho más en darse la vuelta, mirando a Rodri y quedando totalmente pegado a su pecho. Le rodeó el cuello con los brazos y devoró sus labios con ganas, como si no los hubiese probado en años. Y, al sentir los dedos de Rodrigo hundirse en su trasero, tomó impulso en un movimiento acordado sin palabras, rodeándole ahora la cintura con las piernas.

    Tomó aire con un jadeo contra sus labios y se los mordió justo después, lamiéndole una mejilla para luego mirarle a los ojos con deseo manifiesto.

    —Ya no hace tanto frío —murmuró, tirando luego un poco de su pelo para indicarle que apartase la cara, quedando así cancha libre para morderle el cuello.

    Suspiró al volver a sentir el agua mojar su piel ahora que Rodrigo se acomodaba en el Cinca, sentándose en el suelo del río, y frotó su nariz con la del templario. Abrió la boca en un nuevo gemido, esta vez silencioso, al sentirle abriéndose camino en su carne, y una vez terminó sentado sobre él, le miró a los ojos con placer y deseo.

    —Te quiero, Rorro —le susurró, besándole otra vez mientras empezaba a moverse sobre él, ayudado por el agua, que hacía las cosas más fluidas, y por las manos de Rodrigo, bien asentadas en su parte favorita del doctor.

    *****


    Si bien en un origen la predicción era de llegar a Monzón a media tarde, nadie pudo mostrarse realmente sorprendido de atravesar las puertas de la ciudad cuando ya anochecía. Ferreruela saltó de su burrita, dejándole las riendas a Rodríguez para que se encargase mientras él corría a la casa de su padre para ver a Isabel, pero los demás se dirigieron a la posada de la Dolores, donde Guillén pidió a Rodri que fuese a alquilar una habitación y pidiese la cena mientras él terminaba de acomodar a los caballos.

    —No, deja el baúl —le indicó a Rocío, quien le miró con extrañeza —. Pasaremos la noche aquí, pero mañana por la mañana nos iremos.

    —¿Qué…? ¿No habíamos quedado en que…?

    —Rocío —la interrumpió Guillén, poniéndole una mano en el hombro con suavidad —. Te dije que tu felicidad no estaba aquí.

    —¿Y dónde se supone que está? —preguntó ella con cierta rabia, a punto de estallar en una nueva rabieta.

    —En Sástago —respondió el médico, tranquilizándola de golpe —. Juan Blasco volvió allí con sus padres hace ya un tiempo. Por eso vamos a descansar y mañana saldremos hacia Sástago.

    Rocío se calló, seria, pero pronto sonrió y asintió, bajando del carro con ayuda de su tío. Tomó en brazos a su bebé y se dejó guiar por Guillén al interior de la posada, donde pronto vio rostros conocidos abrazando a Rodrigo, esto es, las tres niñas de Juana, quien se acercaba ahora a ellos dos.

    —¡Rocío, niña! —exclamó al verla, fijándose inmediatamente en la criatura que tenía en sus brazos —¡Ay, qué belleza! ¿Puedo…?

    —Claro.

    Con el bebé en brazos, Juana sonrió y miró a Guillén, sonriéndole y besándole una mejilla para luego abrazar a la madre primeriza.

    —Ahora me estaba contando Rodrigo… ¿Cómo se te ocurre meterte en un carro estando recién parida? —suspiró y negó con la cabeza, volviendo a embobarse con el bebé —Pero es precioso. ¿Cómo se llama?

    —Serafina —dijo Rocío, mirando a la niña con más amor del que Guillén le había visto mostrar hasta ahora. Deducía que era por la perspectiva de estar por fin a salvo, lejos de su marido impuesto.

    Guillén suspiró y dejó a las mujeres ponerse al día. Revolvió el pelo de las pequeñas cuando pasó por su lado y se asomó a la cocina, donde pronto recibió el abrazo demoledor de Cristina. Fue liberado en cuanto la rubia vio a Rodríguez, pues corrió a reírse por sus gestos y esquives mientras ella intentaba atraparlo en un abrazo.

    —¿Ha ido bien el viaje? —preguntó la Dolores con una sonrisa, apoyándose en el marco de la puerta que llevaba a las cocinas.

    —Sí, la verdad es que sí —respondió Guillén con calma —. ¿Qué tal está Lucas?

    —Bastante animado, si te soy sincera —comentó, rascándose la barbilla —. También ha estado pasando bastante tiempo con Alberto, estos días —negó con la cabeza con una sonrisa y le dio una sonora palmada en el trasero —. ¡Pero basta de cháchara! Id a sentaros, ahora os voy sirviendo la cena. ¡Estaréis hambrientos!

    Guillén asintió y fue a ocupar sitio en la mesa donde Rocío se había acomodado para dar de mamar a su bebé. No pasó mucho rato hasta que Rodrigo y el gitano se acomodaron también, pero más sorpresa fue cuando la puerta se abrió y entraron Ferre e Isabelita, ambos con una sonrisa de oreja a oreja y las mejillas teñidas de rojo, nerviosos por tener las manos entrelazadas.

    Isabel saludó a todos con gran alegría y se presentó a Rocío, sentándose junto a Ferre para cenar con ellos.

    —Don Rodrigo, ¡mire qué collar más bonito me ha comprado José Manuel! —exclamó con alegría cuando el templario le preguntó por esa gran sonrisa.

    —Me alegra mucho que te guste —respondió el escudero con la vergüenza en la voz.

    —Claro que me gusta… Aunque no tanto como tú —se atrevió a decir ella con una sonrisa temblorosa, dándole después un piquito.

    —¡Qué bonito es el amor! —suspiró Cristina, las manos sobre los hombros de Guillén y Rodrigo —Aunque qué os voy a contar a vosotros —se rio, pellizcándole una mejilla a cada uno antes de volver a las cocinas.

    Roció les miró con una risa mal contenida, sacudió la cabeza y dejó a Serafina en brazos de Juana para poder empezar a cenar.

    *****


    No sin mala gana, terminó por ponerse en pie en cuanto sintió sus piernas dejar de temblar. Miró a Rodrigo, rascándose la tripa con una sonrisa satisfecha tras una sesión matinal de sexo, y sonrió, cediendo al impulso de acercarse para besar sus labios. Tuvo que apartarse bien pronto bajo riesgo de dejarse llevar y terminar ensuciando más las sábanas en una segunda (¿o sería la tercera?) demostración de amor, y cogió agua para asearse un poco, apartando a Gato cuando se acercó para pedirle mimos ahora que no tenía a un oso encima devorándole.

    Una vez limpio y fresco, se vistió pese a la queja de Rodrigo y le tiró con una sonrisa ropa al templario, alejándose de un salto cuando las manos del valenciano volaron para atraparle y arrastrarle de nuevo a la cama.

    —Venga, Rorro —le dijo en un tono divertido —. Si quieres venir conmigo a ver a tu buen amigo Blasco, será mejor que te vayas arreglando —le dijo, soltando un bufido que equivaldría a una risa cuando Rodrigo se puso en pie y consiguió atraparle en un abrazo que rápidamente se vio acompañado de besos.

    Le era difícil resistirse a esos ataques, y en realidad las pocas ganas que tenía de hacerlo le llevaron a rodear el cuello de su caballero favorito, correspondiendo a los besos y soltando algún mordisquito, al menos hasta que se le escapó el primer jadeo. Ahí tuvo que frenar la situación, dándole un último mordisco en la nariz para luego apartarle con un empujón suave, un claro mensaje de que nada de volver a enredarse entre sus piernas ahora que estaba recién limpio y vestido.

    —Te espero en la posada, amor —se despidió, lanzándole un beso al aire.

    Se sentía bien, de muy buen humor, lo que hizo que saludase a Ferrando con una sonrisa que dejó al cura al traspuesto.

    —Veo que don Rodrigo te cuida… —comentó, señalándose el cuello, a lo que Guillén se llevó la mano, notando el calor de un chupetón contra los dedos.

    —Sí… Él está más o menos igual —respondió en voz baja, a lo que Ferrando se rio levemente, sacudiendo la cabeza.

    —Me alegra verte feliz —dijo con sinceridad —. Lo único que me apena es no ser yo el causante de tu sonrisa —añadió con un suspiro, haciendo luego un gesto de negación con la mano, como para espantar aquello —. No está el carromato. ¿Vuelves a irte?

    —Eso me temo —suspiró Guillén, frotándose la nuca con una mano —. Voy a llevar a mi sobrina a Sástago, con los duques Heredia, y luego regresaré de verdad —pareció entonces encendérsele una bombilla, por cómo le brillaron los ojos —. ¿Puedo pedirte un favor?

    —¿Oh? Claro, lo que necesites.

    *****


    Angüés estaba maravillado con Rocío. No sólo porque fuese una joven indudablemente hermosa, sino porque sus ojos eran muy parecidos a los de su tío. Pensó que si todos los Castán tenían esos ojos, entonces la Tierra no podía ser un Infierno, sino un fragmento del Paraíso.

    Y ahora que los veía a uno al lado del otro se podían notar semejanzas. La forma de la nariz debía ser cosa de la familia, igual que ese tipo de cabello, oscuro, brillante y con una ondulación que no llegaba al rizo puro, pero que se le acercaba bastante.

    El mayor de los Castán besó la frente de su sobrina y salió de la iglesia para terminar de preparar a Nieve, mientras que Rocío soltaba un larguísimo suspiro, admirando el templo de Monzón en silencio, con su bebé en brazos. Posó entonces los ojos en Ferrando y le sonrió.

    —Muchas gracias por bautizarla.

    —¿Eh? —había tardado unos segundos en responder, ahora volvía a sonreír —Qué va, qué va. Debe usted agradecer a su tío, por pedírmelo, y al padre Félix por dejarme oficiar el sacramento en su iglesia.

    —También se lo agradezco a usted —se reafirmó Rocío —. El padre Juan Francisco, de mi parroquia, no habría bautizado a la niña sin la presencia de su padre.

    —Oh, eso… Guillén ya me ha dicho que su padre está en Sástago —dijo, quitándole importancia al asunto con un gesto de mano.

    La sonrisa iluminó todo el rostro de Rocío con esas palabras. Imaginar a Juan Blasco como el padre de Serafina… Se puso muy nerviosa de pronto al pensar que esa misma tarde podría estar entre sus brazos.

    Se despidió del cura con un nuevo agradecimiento y un abrazo que dejó al hombre algo descolocado y salió de la iglesia, diciéndole palabras bonitas a Serafina mientras se dirigía al carromato de su tío, a quien pilló separándose de Rodrigo de lo que a ella le parecía un beso. No dijo nada al respecto, no era quién para juzgar a alguien que sólo quería ser feliz, así que simplemente le miró, les dedicó una sonrisa cómplice y subió a la parte trasera del carro, acomodándose con la niña bien sujeta.

    —Tío —llamó, sonriendo otra vez al ver a Guillén asomarse —. ¿Cuánto crees que tardaremos en llegar?

    —Unas cuantas horas. Llegaremos ya de noche, seguramente.

    Rocío asintió y Guillén se alejó, dejándola sola, escuchando desde la tranquilidad del carro los exabruptos de ese gracioso muchacho, Rodríguez, la estentórea y grave voz de Rodrigo y el tono más calmado de su tío, que terminaba de prepararlo todo.

    Un día. Sólo tendría que esperar un día más para verle.

    *****


    El castillo de la comarca sastaguina se recortaba contra la noche estrellada, quedando alumbrado por algunas antorchas que mostraban la actividad de la guardia de la familia ducal que habitaba allí. Guillén miró hacia atrás, al interior del carro, viendo a Rocío totalmente dormida, e intercambió una mirada con Rodrigo, haciéndole un gesto de silencio que no le impidió acercarse a él para besarle.

    Rodríguez había querido ir con ellos, pero Guillén no lo había visto buena idea. ¿Llevarle al castillo del hombre por el cual había muerto su madre? No le parecía buena idea, así que le había pedido que se quedase para que cuidase de sus campanillas de invierno, misión que el gitano parecía haberse tomado como algo de vida o muerte por la seriedad con la que se había aprendido las instrucciones de uso.

    Una media hora después estaban terminando de subir la pendiente que conducía a la entrada. Y, aunque había enviado una carta para avisar de la visita, no se esperaba encontrar al propio Blasco esperándoles en la puerta, vestido como sólo su rango podía permitir y con una sonrisa de gran alegría en el rostro.

    —¡Amigo Aguilar! —exclamó, extendiendo su único brazo para rodear con él al caballero —¡Amigo Castán! —dijo después, reservándole el mismo destino a Guillén —¡Pasad, pasad, por favor! Llevaremos ese viejo carro bajo techo, también. ¡He mandado preparar para vosotros, mis grandes amigos, la mejor habitación de invitados de toda la casa! Porque imagino que seguís durmiendo juntos, ¿no? Ya veréis, el lecho es enorme, las sábanas son suaves y la estructura es muy resistente —se rio con tono pícaro, haciendo que las orejas de Guillén se enrojeciesen antes de que carraspease un poco.

    —Deme un momento, por favor. Voy a despertar a mi sobrina.

    —¡Oh, claro, claro! ¡La dulce Rocío! Tengo muchas ganas de conocerla, Juanbla me dijo que se alojó en casa de tu hermana, ¿no?

    Guillén asintió y, tras una caricia discreta a la mano de Rodrigo, se acercó a la parte trasera, despertando con suavidad a Rocío, quien le miró con ojos adormilados.

    —¿Ya hemos llegado? —preguntó en voz baja, ahogando un bostezo contra su mano.

    —Ven, deja que te ayude —susurró Guillén.

    Cogió en brazos a la chica y la dejó en el suelo, abrigándola bien tanto a ella como a la bebé, antes de guiarla alrededor del carro hasta Blasco, quien soltó un silbido apreciativo mientras la miraba de arriba abajo.

    —Qué hermosa eres —soltó con todo el desparpajo del mundo —. ¡Incluso recién levantada! Qué suerte la de aquel que ha podido contemplarte en todo tu esplendor.

    —Perdone… ¿Usted es…?

    —¡Oh, querida! —el duque se rio y se acercó, tomándole una mano con galantería —Mi nombre es Blasco Martín de Alagón y Fernández de Heredia, Ricohombre y Gran Camarlengo del Reino de Aragón… Además de Duque de Sástago. Sé bienvenida a mi humilde morada.

    A Rocío aquel castillo le parecía de todo menos humilde, y más se acrecentó esta primera impresión cuando puso un pie en el interior, viendo pinturas y esculturas antiguas decorando simplemente la entrada. Grandes cortinajes, tapices, columnas esculpidas… El lujo lo cubría todo, resultando realmente abrumador para una mujer sencilla como ella.

    Sus pasos resonaban sobre el suelo de piedra mientras Blasco en persona los iba guiando hasta el gran salón, donde les servirían la cena. Si no hubiese tenido la mano de su tío en la cintura, dándole calor y protección, y la promesa de ver pronto a Juan Blasco, habría terminado por salir corriendo de los puros nervios.

    Sin embargo, toda esta vertiginosa sensación se terminó en el momento en el que le vio a él, de pie en el salón, hablando con una mujer que debía ser su madre. Se quedó de pie, quieta, en la puerta, y sólo reaccionó cuando una sirvienta quiso quitarle a la bebé de los brazos.

    —Tranquila, querida —le dijo Blasco con tono conciliador —. Van a llevarla con la nodriza, que la cuidará junto a mi hija durante la noche.

    —Pero… Yo puedo cuidarla… —se defendió Rocío, muy confusa ante la idea de dejar a su bebé en manos extrañas, cosa totalmente normal para una familia noble, por otra parte.

    —¡Padre! —intervino Juan Blasco, saliendo también de su propio embrujo —Creo que… se sentirá más cómoda con el bebé cerca —propuso, mirando en todo momento a Rocío.

    Luisa pareció ver algo que a su marido se le escapaba, pues enarcó una ceja y repasó de arriba abajo a Rocío antes de hacerle un gesto a Blasco, quien suspiró y asintió.

    —Está bien, está bien. Milagros, puedes retirarte —dijo a la sirvienta, quien hizo una reverencia y se fue.

    Juan Blasco se acercó entonces a Rocío y respiró hondo, mirándola con una sonrisa enorme y mirando luego a la criatura.

    —¿Puedo…?

    —Sí, claro, por supuesto —tartamudeó ella, dejándole coger a Serafina, quien hizo algún sonido al despertar y abrió sus ojazos, moviendo luego las manos hacia la cara de Juan Blasco, como si intentase atraparle la nariz.

    —Es… Es preciosa…

    —Juanbla, cariño, ¿no nos presentas? —preguntó entonces Luisa.

    Guillén, junto a Rodrigo, se sentía un poco como un intruso, así que compartió una mirada con el templario antes de ver cómo Juan Blasco carraspeaba y le devolvía el bebé a Rocío, poniéndose junto a ella para enfrentarse a su madre.

    —Doña Luisa Fernández de Heredia, le presento a Rocío Jiménez y Castán. Rocío, ella es mi madre, la duquesa de Sástago.

    —¡Es todo un honor! —se apuró en decir Rocío, haciendo una inclinación algo aparatosa que hizo que Blasco se riese.

    —¡Querida niña! Estás en familia, no te preocupes.

    —¿En familia? —preguntó ella, sus mejillas tiñéndose de rojo.

    —¡Claro! Eres la sobrina de mi amigo Castán, y él es como de la familia desde que salvó a mi esposa y a mi hija de la muerte.

    Roció miró entonces a su tío, quien carraspeó y se dirigió a la mesa, siendo autorizado y acompañado por Blasco.

    —Les envié a los duques una carta explicándoles que mi sobrina y su hija recién nacida necesitaban alojamiento y protección. Me llena de dicha saber que mi humilde petición ha sido bien aceptada.

    —Por supuesto —sonrió Luisa, callándose que sentía gran curiosidad por ver a la mujer que había hecho que su hijo se quedase una semana entera en una casa de campesinos en Zaragoza. Le había sorprendido su belleza, también que vistiese con ropas de la moda franca, pero fijándose bien, ese vestido no era suyo, así que se lo habrían prestado. Recordó que Guillén había comentado haber enviudado de una franca y no tardó en relacionar conceptos. De todas formas, no podía decir que esos colores azules le quedasen mal, pues realzaban la palidez de su piel, algo más oscura de lo que la moda marcaba por el sol, así como el intenso verde de sus ojos, que sin embargo era algo más parco que los de su tío. —. Para nosotros es un placer poder ayudar, doctor, ya lo sabes. Ahora, ¿por qué no nos sentamos y disfrutamos del faisán a la naranja que ha preparado nuestro cocinero?

    *****


    —¿Te gusta? ¿Estás cómoda? ¿Necesitas algo? —Rocío soltó una risa y negó con la cabeza, a lo que Juanbla respiró hondo y sonrió —Perdona, es que… quiero que estés… estéis —rectificó, apoyando una mano en la cuna donde dormía Serafina —en perfectas condiciones.

    —Gracias, Juanbla —susurró Roció. Sentada al borde de la cama que utilizaría durante sus estancia (una cama enorme, con unas sábanas de tela exquisita y hasta doseles de seda sobre columnas torsas, más propias del iconostasio de la iglesia que de la cama de una plebeya), se puso más seria y se mordió el labio, pensativa —. ¿Y ahora qué?

    —¿A qué te refieres? —preguntó él, acercándose a la cama.

    —Bueno, yo… He venido hasta aquí, pero… No creo que tus padres acepten que nosotros… Quiero decir… Yo sólo soy la hija de una comerciante, ¡tú eres el heredero de un ducado! ¡Con estudios y mil títulos! No estoy a tu altura.

    —Eso a mí no me importa —susurró Juan Blasco, arrodillándose frente a la cama y tomándole las manos a la muchacha —. Me da igual que tu cuna haya sido humilde y la mía no, sólo quiero estar contigo, hacerte muy feliz, a ti, a Serafina y… a nuestros hijos —añadió con una sonrisa, besando los nudillos de la Castán —. Hablaré con mis padres, y si no me aceptan, ¡que me deshereden!

    —¡Juanbla!

    —¡Lo digo en serio! Prefiero vivir junto a ti debajo de un puente que no poder tocarte.

    Rocío, con los ojos humedecidos por la emoción, suspiró y se inclinó para besar los labios de Juan Blasco, teniendo que apartarse cuando la pequeña empezó a llorar.

    —Perdona… Sólo come, duerme y…

    —Lo sé, lo sé. Es lo que hacen los bebés —se rio Juanbla, poniéndose en pie para coger a la pequeña de la cuna y acercársela a la madre —. Mi hermana es igual.

    —Tu hermana… ¿Crees que se llevará bien con Serafina? —preguntó con una sonrisa soñadora mientras acomodaba a la bebé y se iba deshaciendo el nudo del camisón, liberando así uno de sus pechos.

    Juanbla por un momento se perdió en la imagen. Se lamió los labios y se volvió a acercar.

    —Sí, yo diría que sí… Estoy segura de que se harán grandes amigas —volvió a arrodillarse y, mientras hablaba, fue desatando con suavidad el lazo del otro hombro, acariciando la piel de la mujer —. Jugarán juntas, también se pelearán, como hacen las niñas, pero siempre podrán contar la una con la otra. Ya lo verás.

    Le dirigió una última sonrisa y, después, cumplió con aquello que llevaba tanto tiempo soñando, cerrando los labios alrededor del pecho de Rocío, el que quedaba libre. Así, mientras la bebé se alimentaba por un lado, él podía probar esa leche tibia por el otro, añadiendo a la vez algún mordisquito que hacía que Rocío tuviese que contener los gemidos.

    Cuando se sintió complacido, subió para besarle la boca y se dedicó a acariciar su piel cariñosamente hasta que Serafina pareció satisfacerse. Apenas Rocío la volvió a dormir, la cogió en brazos y la dejó en su cuna, regresando por tercera vez al suelo, donde miró los ojos verdes de la Castán antes de, con un solo movimiento, meterse bajo sus faldas, abriéndole las piernas y empezando a pasar la lengua por su parte más íntima, húmeda y caliente a esas alturas.

    —¡Juanbla…! —susurró Rocío, pero terminó por dejarse caer sobre la cama, tapándose la boca con una mano y cerrando los ojos para disfrutar de unas atenciones que, hasta ahora, ni siquiera imaginaba que existían.

    Mucho menos que podían ser tan placenteras.


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    ¿Lo siento? xD
  2. .
    Me gustaría aclarar que mi error no ha sido juzgarla por su gremio, sino por… bueno, por su hijo, que desde luego no parece provenir de una familia literata. Una falta igual de inexcusable, pero más entendible, creo yo.

    Esas habían sido las primeras palabras que, con una sonrisa educada, le había dirigido a Madame Joyce, consiguiendo por parte de la mujer un resoplido divertido antes de empezar a caminar hacia Lupanar —título que, por cierto, había hecho sonreír a Wilson, ganándose una mirada apreciativa de Lorraine—.

    Por suerte, el resto de conversaciones que había tenido con ella, si bien escasas, habían sido menos comprometidas. Hablar de alguna novela, intercambiar opiniones sobre tal o cual escritor, compartir un periódico; eran actividades mucho más livianas, tanto que parecían irreales dentro de esa atmósfera tan animada del burdel y de los miembros de la banda de Joyce, quienes parecían incapaces de estar quietos, especialmente en lo que respectaba a los Symon.

    Dejando eso de lado, Wilson seguía maravillado por aquel pueblecito. No por el pueblo en sí, era una población que le parecía aburrida y extremadamente simplona, sino porque se sentía como si conociese aquellas calles y aquellos rostros a la perfección, todo gracias a las detalladísimas descripciones que le había dado Brian Joyce durante ese largo viaje en tren.

    Mediante anécdotas y caóticos relatos, el forajido había podido hacerle un mapa mental no sólo del trazado urbano, sino también de los habitantes. Y, lo más triste, es que seguramente el propio Joyce no sería consciente de esto.

    Igual que no debía ser consciente del apuro en el que acababa de meter a Wilson al proponerlo, sin consultarlo primero con él, como profesor suplente de unos niños. De hecho, la sorpresa casi le hacía atragantarse con el té, y la escena protagonizada por Murdoc y los Symon no le sacó ni media sonrisa.

    Con la taza todavía en la mano, bajó la mirada al suelo, frunciendo un poco el ceño, y miró después a Joyce, quien sonreía y miraba a los gemelos siendo perseguidos por Murdoc. No duró mucho así, pronto volvió a apartar la mirada con un discreto suspiro. Se terminó el té de un trago y, tras dejar la taza en su platito, sobre la mesa, se puso en pie.

    ¿Oh? ¿Vas a alguna parte, Wilson? —preguntó Jeremy, viendo a su compatriota alisarse el traje con las manos.

    A hablar con Lorraine —al ver las miradas de incomprensión que recibió de algún par de ojos, volvió a suspirar y se acarició el bigote —. Estoy seguro de que me podrá orientar en la estrategia y los libros más adecuados para los niños.

    Denisse se llevó las manos al pecho al escuchar esto, acercándose después a Wilson para tomarle las manos. El inglés hizo un breve gesto con la nariz, como si la arrugase con desagrado ante el contacto inesperado, pero en menos de un segundo se había vuelto a colocar una máscara perfecta.

    Entonces, ¿lo harás? ¿De verdad lo harás?

    ¿Qué remedio me queda? —medio bromeó Wilson, apretando suavemente las manos de la prostituta, lo que hizo que Murdoc, quien se había recuperado ya de la carrera, frunciese el ceño, mirando con una reticencia más que latente a ese autoproclamado nuevo integrante de la banda —Nunca he dado clases, no a niños, pero… Haré todo lo que pueda.

    ¡No podemos pedirte más! —dijo Denisse con una enorme sonrisa, lanzándose después a abrazar a Wilson, quien suspiró por tercera vez consecutiva y dio un par de palmaditas a la mujer en la espalda antes de apartarse de ella con suavidad.

    Voy a ver si no está ocupada, entonces.

    Diciendo esto, recuperó la chaqueta del respaldo de la silla que había ocupado y se la puso. Hizo un gesto general de despedida —mirando un poco más de la cuenta a Joyce— y se dio media vuelta para ir al Lupanar.

    *****


    Linda —Frank-Ronald Poirier, realmente— había tenido que irse de Tombstone apenas había puesto un pie en el burdel, por lo que no había llegado a enterarse de la llegada de la banda al pueblo. Al menos, no hasta ahora, que regresaba tras un par de días en una ciudad vecina, con todo lo que Lorraine le había pedido y algo más del dinero que tenía al partir.

    Había pasado toda la mañana repartiendo abrazos y poniéndose al día con sus compañeras y con los hombres de Joyce. Bueno, con todos menos con uno, el cual era, precisamente, centro de su atención en esos momentos.

    Con su bonito vestido rojo, el mismo que Joyce le había regalado en su último encuentro, apoyaba las manos en la barandilla del porche del Lupanar y mantenía la vista fija en ese hombre que, sentado en el suelo sobre una manta, leía un libro a siete boquiabiertos niños, incluso si dos de ellos tenían casi veinte años.

    Hacía mucho que no veía a mi niña tan interesada en algo —comentó Jules, una de las chicas del burdel, apoyando su cabeza rubia en el hombro de Linda, quien sonrió y le rodeó la cintura con un brazo en un gesto de afectuoso compañerismo —. ¡Mírala! ¡Está encantada con ese hombre! Claro, el otro profesor no quería darle clase porque, ¿para qué, si iba a terminar como su madre?

    Aún tendremos que agradecer que esté enfermo —dijo Linda con una risilla discreta. Ladeó un poco la cabeza y achinó los ojos, intentando enfocar cuando vio a Wilson darle la vuelta al libro para mostrarle a su público unas ilustraciones, pero no conseguía adivinar qué formas eran esas, así que suspiró y tamborileó sobre la madera con la mano libre —. ¿Y cómo es en la cama?

    ¿Ah? —Jules parpadeó y negó con la cabeza —No lo sé. La verdad es que es bastante extraño, ¿sabes? Lleva casi una semana aquí y todavía no ha subido a las habitaciones con ninguna de las chicas.

    A lo mejor no está interesado en las mujeres —suspiró Linda, pero Jules volvió a negar.

    No creo que sea eso. Quiero decir… A veces se le van los ojos a los escotes, ya sabes.

    Pues sí que es raro. Ningún hombre pasa tanto tiempo rodeado de prostitutas y resiste la tentación —chasqueó los dedos, como si acabase de tener una idea —. ¡No será religioso!

    No lo creo. Le he oído hablar con Lorraine de… esto… ¿Filosofía? —la cara dubitativa de Jules se vio sustituida por una gran sonrisa cuando vio a su pequeña Nicole ponerse en pie y acercarse corriendo hacia ellas —Perdona, ¡el deber me llama!

    Con la risa de Linda de fondo, Jules cogió a Nicole entre sus brazos y frotó sus narices en un beso de esquimal, bajándola luego al suelo para tomarle la mano y llevársela a tomar algo de merienda mientras la niña le contaba con toda la ilusión del mundo todo lo que había aprendido ese día con Wilson.

    ¡Me ha dicho que soy muy lista, mamá! —fue lo último que Linda oyó decir a la emocionada criatura antes de que las puertas se cerrasen.

    Volvió la vista al grupo, donde los otros niños se estaban dispersando también para empezar a jugar. Los Symon localizaron a Linda, pues apenas se pusieron en pie, corriendo hacia ella, estrujándola en uno de sus demoledores abrazos.

    ¡Frank! —Exclamaron a la vez —¿Vas a decirnos ya cómo meas?

    Por el amor de… —empezó a decir Linda, intentando librarse de la presa, pero más pronto que tarde la atención de los gemelos se centró en otra persona, Wilson, quien se acercaba al prostíbulo con un libro del que sobresalían varias hojas en un brazo y, en el otro, la manta, mientras sostenía en la mano varios lápices.

    Al momento, los Symon soltaron a Frank y se encararon a Wilson, quien respiró hondo, echando la vista al cielo, al temerse un nuevo ataque, ya fuese verbal o afectuoso. Por suerte, fue lo primero.

    ¡Wilson, Wilson! ¡Queremos saber qué le va a pasar ahora a Alicia!

    Ya os lo he dicho —dijo el hombre con cierto deje británico en la voz —. Seguiremos el cuento mañana, ¡pero sólo si os portáis bien!

    ¡No es justo, Wilson! —se quejó uno de ellos, haciendo un puchero.

    ¡Queremos saberlo ahora!

    Tomad, entonces —dijo, ofreciéndoles el libro —. ¿Queréis leerlo por vuestra cuenta? Aquí tenéis.

    ¡¡No!! ¡¡Queremos que nos lo leas tú!! —dijeron en un tono ensordecedor que hizo a Wilson cerrar los ojos y enarcar una ceja, la otra fruncida.

    En ese caso, tendréis que esperar a mañana —respondió Wilson en una muestra de paciencia —. ¿Por qué no vais a decirle a Joyce lo que hemos dado hoy?

    Esto pareció ser suficiente para cambiar el objetivo de los Symon, quienes ni siquiera tuvieron que intercambiar miradas antes de ir corriendo, saltando y dando voces a por Joyce mientras Wilson suspiraba y se frotaba los párpados.

    Son agotadores, ¿verdad? —sonrió Linda, consiguiendo por fin toda la atención de Wilson.

    Efectivamente —respondió el hombre, apoyando el libro en la balaustrada. Ahora que estaban más cerca, Linda podía leer el título, Alicia en el País de las Maravillas, y veía que las hojas que sobresalían del libro eran ejercicios matemáticos escritos con letras infantiles —. Pero supongo que ya sabía en lo que me metía cuando acepté esto. Soy Wilson, por cierto —añadió, tendiéndole una mano.

    Linda —sonrió la prostituta, estrechándole la mano delicadamente —. Me alegra poder conocerte por fin, Wilson. He oído hablar mucho de ti.

    ¿En serio? —Wilson alzó un poco las cejas, con cierta sorpresa.

    Así es. Brai y yo somos amigos desde siempre, ¿sabes? Así que cuando nos cruzamos en Tucson, no dudó en hablarme de un tal Wilson, que le había echado una injustificada bronca por gustarle el alcohol…

    Oh… —Wilson suspiró y se encogió de hombros —No voy a disculparme.

    Ni yo te lo he pedido —se rio Linda, tomándole del brazo para invitarle a entrar en el Lupanar —. He oído también que eres miembro de la banda. ¿Es eso cierto?

    Bueno… Honestamente, no estoy seguro —al ver la cara de incomprensión de Linda, sonrió un poco —. Es complicado.

    Siempre lo es, ¿no? —Se sentó, haciéndole un gesto al ladrón para que la acompañase, y sonrió, coqueta —Bien, dime, ¿qué tal la clase? ¿Llevas mucho tiempo siendo profesor?

    Sólo un par de días —dijo él con una pequeña sonrisa —. Pero está siendo más agradable de lo que esperaba. Los niños son despiertos y, con la estrategia adecuada, incluso disfrutan de las lecciones.

    Incluso Nicole.

    Sobre todo Nicole —corrigió Wilson, atusándose el bigote con un par de dedos en un gesto rápido —. Es muy despierta, a veces me hace preguntas que no sé bien cómo responder. Así que se podría decir que los dos nos nutrimos mutuamente.

    Linda sonrió y le hizo un pequeño gesto de disculpa, levantándose después para acercarse a la barra. Pronto volvió a la mesa con dos vasos que dejó frente a los asientos, riéndose al captar una discreta mirada de Wilson que intentaba averiguar el contenido del vaso.

    Es zarzaparrilla, tranquilo. Me imagino que no te gusta mucho el alcohol, ¿no?

    Sólo bebo en ocasiones especiales… o cuando no hay nada más —confesó con un movimiento de mano que le quitaba hierro al asunto.

    Dime, ¿cómo termina un hombre como tú en una banda como la de Joyce? —volvió a su interrogatorio Linda, apoyando la mejilla en una mano y encodada en la mesa. Tuvo que contener la risa al ver la cara de circunstancias que ponía Wilson.

    Es una historia larga.

    Tengo tiempo.

    Wilson sonrió de medio lado y se acomodó en su asiento, dando el primer trago a la bebida.

    Había un joyero, Jonathan Breeden, que le regaló hace un par de meses a su esposa un collar lleno de piedras preciosas —empezó a contar.

    Si algo se podía decir de Wilson es que era todo un cuentacuentos. No importaba si era una anécdota, un libro que estaba leyendo o una enrevesada mentira que se acabase de inventar, su forma de narrarla, las inflexiones que hacía con la voz, las pausas dramáticas, algún gesto con las manos, capturaban al oyente, como con un conjuro, y lo metían en la historia como si la hubiesen vivido ellos mismos.

    Algo así le pasó a Linda mientras escuchaba las peripecias de Wilson con esa locura de gente, si bien tal vez Wilson sólo contó lo importante, guardándose para sí tanto sus cavilaciones personales como los giros que no tenía intención alguna de revelar.

    Con esto sobre la mesa, no era tampoco de extrañar que la prostituta, al regresar a su habitación tras hora y media de conversación, risas y anécdotas con Wilson, ni siquiera recordase cuál había sido su objetivo original cuando se había acercado a hablar con el inglés, esto es, descubrir por qué no se había acostado con ninguna de las chicas.

    Y, a decir verdad, tras todo lo hablado, estaba tan cerca de saberlo como al principio.

    *****


    Jeremy alzó los ojos de la taza que sostenía en la mano para dirigirlos a Wilson quien, sentado frente a él, disfrutaba del periódico, al menos de las secciones que Jeremy había terminado y le había dejado. Compartir el periódico junto a un té se estaba volviendo una rutina la mar de agradable, sobre todo porque luego tenía a alguien con criterio e interés con quien discutir lo leído.

    El silencio también era importante, y es que Wilson no parecía necesitar llenar los segundos con conversaciones vacías o ruidos molestos, como los gemelos o incluso Joyce. Y aunque Zynn tampoco era de hablar mucho, sus silencios eran distintos, como más tensos, tal vez.

    Al escuchar risas femeninas, se giró, viendo a Barbo y Tessie intercambiar besos y juegos de manos mientras hablaban por lo bajo, sentadas en los taburetes de la barra. Volvió a mirar a Wilson al sentir el peso de su mirada sobre él.

    ¿Ocurre algo?

    No, en lo absoluto —a Jeremy le hacía gracia que el acento inglés de Wilson se hubiese ido marcando durante esos días que llevaban en Tombstone, como si al hablar con él su lengua recordase su origen. Porque era inglés, ¿no? —. Simplemente acabo de caer en la cuenta de que nunca te he visto con ninguna de las chicas.

    Yo a ti tampoco —apuntilló Jeremy con una sonrisa ligera.

    Es cierto —respondió Wilson son simpleza, volviendo la vista al periódico.

    Normalmente, eso habría sido todo, pero esa pequeña conversación movió algo en Jeremy, una duda que tenía desde hacía un tiempo.

    Perdona que te preguntes, y no tienes por qué contestar, pero, ¿qué clase de relación tenías con la mujer de Tucson?

    ¿Con Irene? —Wilson alzó una ceja y bajó el periódico, pensativo —Trabajamos juntos alguna vez.

    Así que es una ladrona.

    Sí, podría decirse que sí.

    ¿Y te sueles acostar con tus compañeros?

    Esta pregunta hizo que Wilson contuviese una risa y mirase a Jeremy con las cejas alzadas.

    ¿Es eso una insinuación indiscreta?

    Jeremy, dándose cuenta de lo que Wilson decía, enrojeció enormemente, carraspeando más de dos y de tres veces mientras se recolocaba en el sillón que prácticamente había hecho de su pertenencia.

    ¡No! Era una… Déjalo, no importa.

    ¿No quieres acostarte conmigo? —volvió a preguntar Wilson, al parecer divertido con aquello, aunque al notar el apuro de Jeremy, decidió dejarlo estar —Era una broma.

    Lo sé —Jeremy respiró hondo —. Nunca me he acostado con un hombre —soltó de pronto, haciendo que Wilson dejase el periódico por tercera vez consecutiva —. Es raro, porque tengo la curiosidad, pero nunca… no sé, supongo que nunca he tenido el valor de intentarlo. Quizá por miedo a que no me guste o… a que me guste.

    En ese caso, si en algún momento te decides, puedes probar conmigo —añadió Wilson con un gesto que parecía quitarle todo peso a la conversación, dándole luego un trago a su segunda taza de té —. Y, si no, tampoco es algo importante.

    Jeremy le miró y asintió, volviendo la vista a Tessie y Barbo, tan en su mundo como siempre.

    No me siento cómodo pagando por los servicios de una mujer —reconoció, respondiendo así a la primera pregunta de Wilson.

    Eso tampoco tiene nada de malo —sonrió Wilson —. ¿Me alcanzas, por favor, la página de noticias extranjeras?

    *****


    Tenía el ceño fruncido, el cuerpo tenso y un gruñido en los labios cuando salió del Lupanar. Había estado hablando con Joyce, intentando entender por qué cojones se empeñaba en confiar ciegamente en un hombre que no les había dado ni un solo motivo para ello, pero lo único que había logrado era esa sonrisa de idiota que solía poner, junto con comentarios sobre que le había salvado la vida y comprado un sombrero. ¡Como si con eso se olvidase de que lo habían conocido precisamente porque les había entrado a robar!

    No le gustaba Wilson, si es que ese era su nombre, cosa que dudaba enormemente. No le gustaba ni un pelo. Y no le gustaba tampoco nada el cariño que los gemelos parecían estar cogiéndole, que hablase tan animadamente con Jeremy y que hasta Zynn pareciese estar reconsiderando su relación con él.

    ¿Es que nadie lo veía? ¿Nadie veía que tenía algo que espigaba? Porque había algo, pero Murdoc no conseguía entender qué era exactamente. ¿Un brillo en sus ojos? ¿Su forma de moverse, de hablar? ¿Qué tenía que le impedía confiar en él? Tal vez era que parecía demasiado amigable o… pulcro. No en el sentido de que en su ropa no había ni una jodida mota de polvo, sino como que no dejaba huella. De hecho, si no se hubiesen topado como lo habían hecho, no sabía si siquiera recordaría haberse cruzado con él alguna vez.

    Y volvía a la frustración. ¿Por qué le gustaba al resto de la banda? A Joyce le podía gustar porque tenía una cara bonita y le había comprado un dichoso sombrero, pero ¿los gemelos, que sólo les gustaba un grupo muy selecto de personas? ¿Zynn, que era el más listo? ¿Jeremy, con toda su cultura? ¡Incluso las chicas de Lorraine estaban encantadas con él! Incluso Denisse le había reñido por ser tan gruñón.

    Tal vez la única forma de lograr respuestas era encararse a él, directamente. Acorralarle, golpearle de ser necesario, preguntarle qué coño pretendía al unirse a esa banda. ¿Era parte de algún plan retorcido a gran escala o era algo más inmediato? ¿Quería que los hombres de Joyce le ayudasen? ¿O acaso trabajaba para los federales? ¿Quería información sobre ellos? ¿Y si era de una banda rival y buscaba sus puntos débiles y fuertes para luego acabar con todos? ¿Por qué nadie más había pensado en algo de todo esto?

    Decidido —refunfuñó para sí mismo, soltando un escupitajo al suelo antes de reafirmarse los pantalones y el sombrero. Iría a por Wilson.

    Lo cierto es que no fue nada difícil localizarlo. Sólo tuvo que preguntarle a una de las chicas, quien le dijo haberlo visto con los Symon y una gallina. Eso le escamó enormemente, así que recorrió la distancia en zancadas hasta llegar al lugar señalado por la mujer.

    Claro que no esperaba ver semejante escena.

    Wilson estaba arrodillado en el suelo, con los Symon sentados a su lado mirándole muy atentamente. Frente a ellos, en el suelo, había un cuerpo, una gallina totalmente inmóvil con la tripa abierta. Había plumas alrededor y sangre, y Tim (o Tom, le era difícil distinguirlos) acercaba una mano al cadáver, señalando algo que Wilson, al parecer, estaba mostrándoles, ayudado por el cuchillo usado durante el asesinato.

    Se le cayó el alma a los pies. A la ira y el dolor le cegaron enormemente, tanto que ni siquiera vio que esas plumas no eran del color de las de Rita. Su odio a Wilson creció y estalló, y de un salto estaba sobre él, estampando un puño cerrado en el ojo izquierdo del ladrón, quien tenía aún el cuchillo en la mano, manchado de sangre.

    ¡Murdoc! —jadeó Wilson antes de recibir otro golpe.

    ¡¡Cabrón de mierda!! ¡¡Voy a matarte, hijo de puta!! —exclamó Alan con la voz desgarrada, golpeándole una tercera vez.

    No llegó a haber una cuarta, no porque el hombre no quisiera, sino porque uno de los Symon se colgó de su brazo cuando lo alzó.

    ¡No, quieto! —le dijo.

    ¿Qué haces? —respondió su hermano, al otro lado de la escena —¡Ahora era el turno de Wilson!

    No, ¡eso no está bien! —habló Tim, bajando al suelo y acercándose a su hermano, quien se ponía en pie con cara de incomprensión.

    ¿Por qué no? ¡Es divertido! ¡Jugar a las peleas es divertido!

    ¡Pero no así!

    ¿Qué demonios…? —musitó Murdoc, olvidando su drama personal al ver, por primera vez en su vida, a los Symon chocar en algo.

    Wilson, aprovechando esto, se escurrió de debajo del gigantón, alejándose de él todo lo rápido que pudo y llevándose una mano a la cara, donde su ojo se hinchaba, su mandíbula se amorataba y la sangre salía de su nariz y de un par de heridas en el labio y la ceja. Miró, ahora sí, a los gemelos, quienes se habían quedado estáticos, mirándose el uno al otro sin terminar de entender el punto de vista de su hermano.

    Al final, ambos se echaron a llorar y salieron corriendo en la misma dirección, hacia el Lupanar, llamando a Joyce a gritos. Con tanto alboroto, Jeremy salió de la posada de Hilda con Rita en brazos, y al verla, Murdoc se giró hacia Wilson y luego hacia el cadáver de la gallina, volviendo a mirar al ladrón.

    ¿Qué coño significa esto? ¡¡Contesta, me cago en Dios!! —gritó al ver que Wilson apretaba los labios.

    Tim y Tom querían saber qué había dentro de Rita, de dónde salían los huevos y todo eso —empezó a hablar el otro, tocándose el labio y luego el ojo con un gesto de dolor —. Obviamente no les iba a dejar hacerlo con Rita, así que he comprado una gallina para abrirla en canal y explicárselo.

    Murdoc abrió la boca para hablar, sorprendido por la declaración, pero la volvió a cerrar y se dio media vuelta mientras Jeremy, al ver sangre, dejaba a Rita en el suelo y corría hacia Wilson para socorrerle.

    *****


    La mirada que le devolvía el espejo no era, desde luego, la mejor del mundo. Era cierto que una actuación rápida había impedido que su ojo terminase totalmente hinchado, pero la piel había adquirido de todas formas ese extraño color violáceo oscuro del puñetazo. Su labio ya no sangraba, al menos no si no sonreía o hablaba, pero se veía la herida. Algo parecido ocurría con su ceja.

    Por un momento había temido, a riesgo de sonar exagerado, morir bajo los puños de Murdoc. La fuerza, la rabia, el odio con el que le había pegado… Un par de golpes más así y su nariz se habría roto, o su mandíbula, o directamente su cráneo, que la superficie sobre la que había dado a parar no era precisamente suave o blanda, era piedra y tierra.

    Había sido todo confuso y extraño, las cosas se habían salido de control demasiado rápido y le dolía demasiado la cabeza como para poder pararse a pensar bien en todo. Lo único que tenía claro era que si Tim no hubiese frenado a Murdoc…

    Terminó de atarse la camisa —había tenido que cambiarse, viendo que la otra ropa había terminado manchada de sangre y polvo— y se echó un poco más de agua en la cara y el pelo antes de salir de la habitación.

    Asomó un momento por la habitación donde los niños dormían, echándoles un vistazo rápido, para luego cerrar la puerta y abrir otra. Pese a que ya era tarde, sabía que los Symon no solían irse a dormir pronto, pero esa vez no le sorprendió encontrarlos durmiendo ya a pierna suelta, bien abrazados el uno al otro. Les dejó dormir en paz y bajó.

    El silencio se hizo en la cantina cuando Murdoc alzó la mirada hacia él, una jarra de cerveza en la mano y, en la cara, una mirada que distaba mucho de una disculpa. Apartó la vista de él, fijándose en Jeremy y Zynn, en Joyce y en la propia Hilda.

    Y, pese a no haber captado miradas particularmente hostiles, sentirse el centro de atención no le gustó, así que sin decir nada salió al porche, tomando una honda bocanada de aire mientras apoyaba las manos en la barandilla y cerraba los ojos.

    Supo sin necesidad de abrirlos a quién pertenecían los pasos que escuchaba acercarse a él, y de alguna manera eso le hizo tensarse un poco más. Se apartó de la barandilla y se dejó caer en un banco cubierto con mullidos cojines que había allí, soltando un largo suspiro y mirando a Joyce sentarse a su lado con un vaso con whiskey en la mano.

    Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, con tan pocas ganas de moverse que ni siquiera apartó la pierna cuando su muslo chocó con el de Joyce. Y no habló, no en un primer momento, quedándose en completo silencio hasta que se decidió a abrir los ojos. Se recolocó en el banco, con la espalda recta y la mirada al frente, y se lamió los labios al notar el regusto metálico de la sangre.

    Creo que lo mejor será que me vaya —le hizo un gesto para que no hablase y respiró hondo, cerrando momentáneamente los ojos antes de mirarle de reojo —. Vuestro equipo es fuerte, una piña. No puedo ser un elemento de discordia —sonrió con cierta acritud al darse cuenta de que Joyce a lo mejor no le entendería —. Quiero decir que no quiero provocar peleas, pero es lo que estoy haciendo. Murdoc no me soporta y ahora los chicos se han peleado por eso. No quiero destruir vuestra banda.

    Volvió a guardar silencio y, por fin, se giró a mirar a Joyce, cambiando cualquier sonrisa por un gesto algo triste.

    No entiendo qué tienes, pero me gusta estar contigo. Por eso, no creas que me voy porque no quiera tu compañía. No pongas esa cara… —se echó el cabello hacia atrás con la mano y volvió a suspirar, negando con la cabeza —Vale, mira, hagamos una cosa… Me quedaré con vosotros y os ayudaré con esa… misión de la empresa esclavista. Queréis encontrar a alguien, ¿no? Tengo algún que otro contacto que tal vez nos venga bien —se limpió la sangre de la boca para seguir hablando —. Cuando terminemos eso, decidiremos juntos si es mejor que me vaya o que me quede. ¿Te parece bien? —terminó con una pequeña sonrisa.

    Hizo entonces algo extraño, algo que le salió totalmente del alma, pues ni lo había pensado siquiera, llevando una mano al sombrero de Joyce para coger el ala y bajársela un poco, en un gesto cariñoso.


    SPOILER (click to view)
    **Se me ocurre que la empresa esclavista sea tipo una fundación familiar, creada por un hombre y con sucursales dirigidas por sus hijos. Wilson se habría acostado con uno de esos hijos para conseguir algún tipo de información, por lo que tendrían esa vía abierta para acercarse a la verdad (?
  3. .
    Esbozando una sonrisa, acarició el pie de la copa con suavidad, mirando mientras tanto al pelirrojo que había sentado en el asiento de en frente. Se le hacía extrañamente tierno ese suave sonrojo en las mejillas, la risa tímida, algún gesto nervioso que hacía al hablar o, más concretamente, al mirar a los ojos a la supuesta saxofonista.

    No conseguía entenderlo, igual que no entendía por qué seguía quedando con él. Esta duda nos alía porque su compañía le disgustase, nada más lejos de la verdad, sino porque, normalmente, no quedaba con nadie si no tenía en mente un plan o el asomo de un plan que le pudiese resultar provechoso al Graham.

    Sí, al principio se había dicho que ese hombre podría serle útil, un gracioso peón de pelo rojo al que podría mover a placer. Ahora, que habían quedado un par de veces, que se había sorprendido pensando en él o incluso molestándose porque Louis no pudiese quedar en un momento concreto, se daba cuenta de que no había nada a corto o medio plazo, salvo que surgiesen imprevistos repentinos, que le fuese a permitir sacar al tablero esa pieza.

    Porque lo único que estaba sacando con esas charlas era la promesa de una cena concreta para un día específico. Nada más. No habría sexo, no habría planes elaborados.

    Puedo entenderlo —comentó Daniela con una sonrisa calmada, todavía paseando el dedo, suavemente, por el cristal de la copa —. Si le soy sincera —no pudo evitar ensanchar la sonrisa al pronunciar esa palabra, sincera, como si lo hubiese sido en algún momento —mis días tampoco tienen mucho misterio. Las noches son agotadoras, tocando hasta las tantas de la madrugada; las mañanas son cortas, levantándonos tarde, y entre que despiertas y que tienes que volver al escenario, tampoco hay mucho por hacer —suspiró, dando un pequeño trago a la copa —. También agradezco mucho estos ratos con usted, son muy agradables e, incluso, estimulantes. Pero yo tampoco los veo como un distractor. Uno mata el aburrimiento leyendo o bañándose en la playa, no disfrutando de una magnífica compañía —sonrió.

    Al terminar de decir esto, se dio cuenta de la veracidad de sus palabras. Ese chef no era un elemento distractor, no era un alto en el camino del día a día. ¿Qué era, entonces? ¿Por qué se empeñaba en seguir quedando con él, visto el panorama con perspectiva?

    No lo sabía y, de alguna forma, eso le encantaba.

    Estoy convencida, Louis —pronunciando su nombre en voz baja, colocó su mano libre sobre la mano del pelirrojo, inclinándose un poco sobre la mesa mientras le miraba directamente a los ojos —, de que me va a gustar tanto o más que el resto de menús que he podido disfrutar aquí.

    Tuvo que contener una risa al ver esas mejillas aproximarse al color del pelo del hombre, y tras una fugaz caricia en la mano del inglés, retiró los dedos para volver a erguirse en la silla, dando otro sorbo a la copa.

    Limpió con un pulgar la marca de pintalabios que había quedado en la boca de la copa, soltando después una pequeña risita.

    ¿Sabe? Tengo mucha curiosidad por ver cómo prepara usted la lasaña. Y no pensaba decírselo, pero creo que merece saber a lo que se enfrenta —tras otro trago y un pequeño carraspeo, pausa hecha a modo de redoble de tambores, apoyó un codo en la mesa y reposó la barbilla sobre esa mano, volviendo a clavar los ojos, como dagas de jade, en los iris de Louis —. Voy a comparar su lasaña con la de mi abuela.

    Dicho esto, volvió a reír, como un niño que acaba de hacer una trastada. Fue, además, una risa sincera, de estas que iluminan los ojos y enrojecen las mejillas, aunque esto último apenas se podía apreciar por el maquillaje con el que cubría sus pecas.

    Tampoco paró a pensar en que hablar de su familia era algo que no entraba en sus planes y que no podía achacar al alcohol que tenía en sangre y que no iba a dejar de aumentar próximamente. Porque otras veces se había emborrachado hasta la inconsciencia, de una forma demasiado literal para la salud mental de Sammy, y no había salido del personaje impuesto, ni había abierto la conversación a auténticos viajes por el baúl de los recuerdos.

    Algo tenía ese Paget, algo que no había descifrado todavía, que le hacía bajar las defensas, al menos un poco.

    Mi abuela era la mejor cocinera del mundo —siguió hablando, y es que una vez empezada la conversación, había que terminarla —. Tenía en su casa, una de estas antiguas que hay por los alrededores de Londres, un jardín que más bien era un huerto. Tenía plantados allí tomates, patatas, puerros, nabos… También había un manzano enorme donde me rompí por primera vez el brazo, pero esa es otra historia —arrugó un poquito la nariz, un gesto que era más habitual de Samuel que de él, y negó con la cabeza —. Tenía además un amigo carnicero que le daba carne fresca de buena calidad a cambio de hortalizas, verduras… o de su famosísima tarta de manzana, que era, y hasta Sammy coincidirá conmigo, gloria bendita.

    Bajó la mirada a la copa, viendo el cada vez más escaso líquido rojo que había en el cristal, y suspiró.

    Cuando era una criaturita —alzó una mano a su lado, como para medir la altura de un niño de pie en el suelo —la ayudaba a preparar la pasta para la lasaña, jugando con el rodillo y dejándolo todo perdido de harina —contuvo una nueva risita tras la copa —, y luego la veía picar carne de vaca, cerdo y pollo, todo a la vez. La dejaba macerar durante horas con mil especias y luego la cocinaba otras tantas horas con vino. Y cuando lo metía todo al horno, me daba un pellizco en la nariz y me decía: «cuando seas mayor, te daré la receta, para que tengas un matrimonio inquebrantable.» La mujer consideraba que la comida es lo que mantiene a una pareja unida —aclaro con una nueva risa, aunque luego su mirada se volvió un poco más triste —. Nunca llegó a darme la receta. Se le olvidó, igual que se le olvidó quién era yo, ya sabe —sacudió la cabeza y recuperó la sonrisa, o tal vez la estaba fingiendo con esa naturalidad tan suya —. Pero conservo intacto el recuerdo de esa lasaña, su sabor y su olor. Así que cada vez que me encuentro con un chef de calidad reseñable, le pido que me prepare una lasaña. Si se acerca un mínimo a la que hacía mi abuelita, bueno… Lo cierto es que no ha pasado nunca. ¡Pero tengo esperanzas con usted! —añadió, como a modo de juego, broma o reto, quizá una mezcla de las tres, guiñándole un ojo al cocinero —Mañana será la prueba final, así que iré pensando qué recompensa darle si lo consigue. No pasa nada si no lo logra, claro —suspiró de forma teatral, mirándose las uñas con aparente interés —. Simplemente mantendrá a mi abuela en un elevadísimo puesto —añadió, mirándole de soslayo con una sonrisa torcida.

    Lo que había empezado con un tono íntimo, casi confesional, había terminado con un aire más desenfadado y bromista, mucho más propio de Daniel, que además cortó cualquier posible deje de tristeza o empatía. Por si acaso, igualmente, Dani cambió el tema mientras volvía a llenar las copas, permitiéndose disfrutar de las distintas conversaciones a pesar del calor que iba sintiendo en el cuerpo.

    Era fácil dejarse llevar con Lou, quizá demasiado. Cuando lo pensaba, se sentía un poco incómodo y con ganas de detener aquello, pero entonces Louis le sonreía o hacía algún gesto, preguntaba algo y se le olvidaba.

    Fue curioso, por esto mismo, que le preguntase por Samuel, porque se superpusieron la preocupación por su inhibición alcohólica, ese atontamiento extraño que le provocaba su compatriota y un pinchacito al pensar en Samuel.

    Ah, Sammy… Está bien —sonrió, acariciando ahora el borde de la copa —. La sangre es muy escandalosa, pero la herida no fue nada. El problema fue el susto —se aclaró la garganta con un poco más de vino —. Las chicas quisieron meter a Sam en el mar sin saber que casi se ahogó cuando tenía… ¿Cuántos? —Ladeó la cabeza con aire pensativo, mirando hacia un lado —¿Cinco? ¿Seis años? La pobre criatura, todavía recuerdo cómo se agarraba a mí cuando la saqué del agua. Después de aquello, teníamos que bañarnos juntos —cerró los ojos, enarcando una ceja, y soltó una pequeña risa —. Perdona, quería decir juntas. Le daba tanto miedo el agua que ni a la bañera entraba si no era conmigo, por supuesto al mar ni acercarse. Ahora puede mojar los pies en el agua, pero…

    Fue bajando la voz gradualmente hasta quedarse totalmente callado, con la mirada perdida en la mesa y, de nuevo, un aire pensativo.

    Se mordió el pulgar, parpadeó y volvió a alzar la mirada hacia Louis, dedicándole una pequeña sonrisa de disculpa. Cogió entonces la botella para servir las copas, pero apenas había caído un dedito de vino en la copa de Louis, dejó de caer vino.

    Daniel, mostrándose un poco fuera de sus capacidades normales, se acercó la botella para mirar por su boca, negando luego con la cabeza con un suspiro y un encogimiento de hombros mientras dejaba la botella sobre la mesa.

    Parece que nos hemos quedado sin valor líquido —dijo con una pequeña risa, fijándose después en el reloj que había en el comedor —. ¡Ostras! Y casi que mejor, ¡mire la hora! —y mientras Lou se giraba, le cogió la copa para beberse ese dedito de vino, subiendo y bajando las cejas cuando el pelirrojo lo pilló in fraganti, cosa que no le impidió dar el trago —En una media horita tenéis que abrir el servicio de cenas, ¿no? Y yo debería dormir un poco antes de la actuación, porque he… bebido bastante más de lo que nadie debería.

    Lo dijo a sabiendas de que su tolerancia al alcohol estaba por encima de la media, pero también era verdad que ya había compartido copas con Évariste, ¿y ahora media botella con Lou? Mal asunto, desde luego.

    Se puso en pie, riéndose al notar que las piernas le fallaban un poco, lo que le obligó a apoyarse en la mesa. Miró a Louis y se mordió el labio como con cierta vergüenza.

    Lo siento, no quiero abusar, pero… ¿Me podría acompañar a mi habitación? No me interesa hoy terminar en un cuarto que no sea el mío.

    *****


    Adorable había sido el rubor que había subido por el cuello de Sam, haciéndole incluso apartar la mirada, cuando Massimiliano le había dicho directamente que le había extrañado. Eso podría dejar la pregunta de por qué no había ido a la representación, si al parecer quería, pero le vino la imagen de Vito a la cabeza, quitándole las ganas de ahondar más en el tema.

    Es cierto, te eché en falta —reconoció en un susurro, volviendo a mirarle todavía con las mejillas encendidas —. Supongo que me he acostumbrado a verte entre el público… ¡Ah! ¡Pero no te estoy intentando hacer ir ni nada, de verdad! —aclaró, con tono apurado, gesticulando con las manos una negación —Que tienes tu vida y lo entiendo, además es un espectáculo que empieza y acaba muy tarde…

    Se obligó a calmarse y callarse al ver la mirada divertida de Massimiliano y carraspeó, frotándose el cuello con una mano mientras respiraba hondo y sacaba una sonrisa tímida, y es que el italiano tampoco había dado muestras de molestia, precisamente.

    Iba a comentar algo respecto a esa copa que el mayor le sugería, pero cuando Massimiliano se inclinó hacia él, su boca simplemente quedó entreabierta y mientras soltaba el aire de sus pulmones, con una extraña sensación en el estómago, simultáneamente pesada y ligera, con un cosquilleo de nerviosismo, quizá.

    La atenta mirada del hombre no ayudó más que a intensificar esa sensación, la cual no llegó a desaparecer del todo ni cuando Massimiliano se apartó con un pequeño suspiro.

    Eh… —Miró a su alrededor y le hizo un gesto con la cabeza para que se acercase a una mesa pequeña con dos sillas. Apoyó las manos en el respaldo de una silla y le sonrió —Ya pido yo, dime qué quieres de beber.

    No pasó mucho rato hasta que ambos estuvieron acomodados en la mesa, Massimiliano con una copa con alcohol, Samuel con zumo de mango.

    Ya me disculparás, es que el alcohol y yo no nos mezclamos mucho —dijo como con tono de disculpa —. De hecho, un par de copas de vino y me tienes durmiendo toda la noche —añadió en voz baja, con una pequeña risita.

    Dicho esto, se le pasó por la cabeza aclararle que, aunque le encantaría, no creía realmente que fuese a ir a Italia con él. A fin de cuentas, en cuanto tuviesen suficiente dinero, Daniel y él se irían a Inglaterra, quizá a la casa de su abuela, recuperando los antiguos contactos de Dani para garantizar protección y volviendo a buscarse la vida entre garitos de mala reputación.

    La verdad es que no tenía muy claro qué harían realmente cuando huyesen de la mafia de Chicago, pero imaginaba que sería algo así. No era algo que le entusiasmase, precisamente, pero imaginaba que poco más podrían hacer.

    He oído cosas maravillosas sobre tu tierra —comentó, moviendo la pajita dentro de su vaso de forma distraída —, pero la verdad es que no sé demasiado. Un poco de la historia política, los mayores monumentos… Campos de trigo que parecen de oro cuando los baña la luz del sol y fuentes de aguas purísimas, ¿no? —con el miedo de decir alguna tontería, soltó otra risita nerviosa y dio un sorbo a su zumo, volviendo a jugar luego con la pajita —Estoy deseando aprender más. Dime… ¿De dónde eres, exactamente? ¿Cómo es aquello? —le preguntó, dedicándole una sonrisa con algo más de confianza y muchas ganas de escuchar y aprender.

    *****


    El agente Gironella, neoyorkino de padre italiano y madre estadounidense, no pudo evitar quedar sin respiración al ver la monumental entrada al hotel. Agradeciendo una y mil veces que el gobierno le pagaba los gastos, y es que su sueldo de policía no le daba ni para un zumo en semejante lugar, entró para coger las llaves de una habitación que llevaba reservada tres días, desde que había salido de su ciudad para bajar a Florida.

    Frederick Giornella había decidido entrar en el cuerpo policial desde que era un niño pequeño, teniendo como único propósito administrar justicia, proteger a los indefensos y detener a los maleantes. Menudo chasco se había llevado al ver que la policía de ese país estaba más podrida que la comida que uno podía encontrar en el vertedero, y antes de darse cuenta, más de una y de dos personas lo tenían bien cogido por los huevos, vigilando cada uno de sus movimientos y, de vez en cuando, obligándole a hacer trabajos que él no quería hacer.

    Claro que era difícil negarse cuando una pistola se apoyaba contra la sien de su madre.

    Así que, ahí estaba, un idealista menudo en chanchullos que ni deseaba ni podía evitar, subiendo a un ascensor con una fotografía en el bolsillo y la orden de encontrar y liquidar a un testigo.

    Rumiar esto no le impidió, sin embargo, alzar la mano para mantener la puerta del ascensor abierta cuando vio a una pareja acercarse. La mujer, una belleza de pelo negro y ojos verdes, se apoyaba en un hombre vestido de chef, con el andar de alguien que ha bebido demasiado.

    Saludó con una sonrisa y un gesto educado y les marcó el piso al que iban, sin poder evitar mirar de nuevo a la mujer. Al principio lo hacía porque le sonaba de algo, pero no conseguía ubicarla. Después, quedó prendado de sus labios pintados de rojo y sus ojos increíblemente verdes.

    Cuando estos ojos se posaron en él, sintió su corazón pararse por el miedo.

    Disculpe, no pretendía… quedarme mirando —dijo rápidamente mientras la mujer sonreía —. Es sólo que… ¿Nos hemos visto en alguna parte?

    Es posible —respondió la mujer, con acento de Chicago algo arrastrado por el alcohol —. Tendrá que perdonar que no le aclare la duda. Veo a mucha gente diariamente…

    No, no se preocupe. Si nos hubiésemos conocido, no creo que la hubiese podido olvidar —sonrió el hombre, abriendo la puerta.

    Embobado, no se había dado cuenta de que se había saltado su planta, así que había subido al cuarto piso con la pareja, quien ahora salía, todavía del brazo. Vio a la mujer hacerle con la mano un coqueto gesto de despedida, pero entonces cambió su mirada al acompañante, el pelirrojo, y se decidió a probar suerte.

    ¡Esperen! —pidió, saliendo del ascensor. Les vio detenerse y se apuró en llegar ante ellos rápidamente —Es usted cocinero aquí, ¿verdad?

    Chef —respondió la mujer en su lugar, apoyando la mejilla en el hombro del pelirrojo —. Es una maravilla lo que puede hacer con sus manos —añadió en un tono más bajo, dándole un doble sentido a sus palabras con la sonrisa que usó para acompañarlas.

    Frederick, algo sorprendido por esto, simplemente respiró hondo y miró directamente a la cara de ese serio y callado inglés.

    Espero que no le moleste, pero… —sacó de su bolsillo la fotografía de un tal John Conan Holmes, aunque su auténtico nombre, desconocido para el policía, era Daniel Graham —¿Ha visto a este hombre en el hotel?

    La mujer, con aparente curiosidad, miró la fotografía y suspiró, negando con la cabeza.

    ¿Ha hecho algo? —Abrió mucho los ojos y se tapó la boca con una mano —¡No será peligroso!

    No, no… Se le busca por un genocidio, pero yo le conozco, ¿sabe, señorita? Soy el detective Frederick Gironella, por cierto —se presentó, estrechando la mano del chef y besando los dedos de la mujer —. Le detuve hace un par de años, y aunque no es el mejor hombre del mundo, no creo que haya matado a nadie —vio a la mujer quedar algo más tranquila y sonrió un poco —. Quiero ayudarle, simplemente eso. Les pido que, por favor, mantengan la discreción sobre el asunto. Voy a investigarlo a fondo, pero sin revuelo. Y si en algún momento averiguan algo, por favor, comuníquenmelo.

    Por supuesto, detective Gironella.

    Gracias y… pasen una buena noche —añadió, sonriendo a la pareja.

    Se guardó la foto, se dio media vuelta y regresó al ascensor para ir a su habitación.

    *****


    Con un largo suspiro, Daniel apoyó la espalda en la puerta de su dormitorio y cerró los ojos unos segundos, todavía agarrando el brazo de Lou.

    Gironella. Sí, lo recordaba. Lo había pillado en una habitación de hotel, con dos prostitutas, una botella de ron robado y algún resto de cocaína tanto en su cara como en el vientre de una de las chicas. No había sido la mejor primera impresión que se podía dar, desde luego, pero tampoco era la peor que había dado.

    Ese hombre le consideraba inocente y decía que no quería hacerle daño, pero la confianza de Daniel no era, precisamente, fácil de conseguir.

    Abrió los ojos, miró a Lou y sintió como si el mundo se agitase. Quizá era fácil para según qué persona.

    Louis —le llamó con un hilo de voz —. Esto me ha hecho pensar que… la vida, bueno, es impredecible, ¿no? —tragó saliva, mordiéndose el labio inferior —¿Puedo pedirle un favor?

    Mientras formulaba esta pregunta, tiró un poco del brazo del cocinero, haciéndole acercarse a su cuerpo. Le rodeó entonces el cuello con los brazos y le miró a los ojos, con una expresión preocupada e indecisa, nada propia de él. Realmente tenía muchísimas cosas en la cabeza en esos momentos.

    Si, por lo que fuese, no puedo cuidar de Sammy mientras estemos aquí… Yo… ¿Puedo encargarte a ti su bienestar? Por favor —añadió en un tono casi de súplica.

    Acto seguido, le miró los labios y luego sus ojos, viéndose reflejado en sus pupilas. Tragó saliva y, por fin, se decidió. Se alzó un poco sobre la punta de sus pies y besó los labios de Louis.

    No fue un beso largo, en realidad. No llegó a abrir la boca para humedecerlo, no hundió los dedos en ese pelo rojo ni se pegó a él, lo que, por cierto, habría desvelado su secreto. Y no hizo nada de esto porque le faltasen ganas, sino precisamente porque tenía demasiadas ganas.

    Se apartó, entonces, acariciándose los labios. Miró la boca de Louis, con restos de pintalabios en la piel, y abrió la puerta de dormitorio, entrando con un pequeño tambaleo.

    Lo… lo siento —se disculpó en voz baja.

    Le miró otra vez, agachó la cabeza y cerró finalmente la puerta, no de portazo ni rápidamente, pero cuando la hubo cerrado, sólo pudo soltar todo el aire de sus pulmones mientras se quitaba la peluca, respirando después hondamente.

    ¿Qué coño acababa de hacer?

    Sintiendo los latidos de su corazón, dejó caer peluca y vestido al suelo y fue hacia el baño mientras se quitaba también las medias. Entró entonces en la bañera y se frotó con agua y algo de jabón la cara para quitarse el maquillaje, sintiendo su cuerpo tenso pese al agua tibia que caía sobre él.

    No podía dejar de pensar en ese beso, en el sabor de los labios de Louis, en las ganas que había tenido de arrastrarle a la habitación, mandándolo todo a la mierda.

    Y pensando en ello, sin pensar en nada más, se acarició los labios, deslizando después los dedos por su garganta, su pecho, su abdomen… hasta llegar a su entrepierna, donde una erección reclamaba atención urgente.

    Apoyó el antebrazo izquierdo en la pared y juntó contra este su frente mientras la mano derecha acariciaba un poco más abajo, haciendo su respiración cada vez más jadeante y las imágenes de su mente cada vez más salidas de tono hasta que, al cabo de unos minutos, se descargó, dejando que el agua se llevase cualquier evidencia de su piel y de los azulejos del baño.

    Respirando de manera agitada, se quedó inmóvil unos segundos, simplemente dejando el agua correr. Cuando consiguió que su cuerpo se moviese, salió de la bañera, se secó lo suficiente para no dejarlo todo empapado y se dejó caer en una cama, donde no tardó demasiado en quedar totalmente dormido.

    Antes, sin embargo, le dio tiempo para pensar en todo aquello. Quizá debía probar a alejarse un poco de Louis. Quizá tendría que entrar en las sábanas de otra persona para dejarse de tanta tontería.

    *****


    Todavía tenía una cancioncilla en los labios cuando la respiración de Samuel se relajó por completo, mostrando que había caído entre los brazos de Morfeo de forma definitiva. Aun así, Daniel siguió acariciándole el pelo un rato más, observando su carita durmiente, aún con restos de alguna lágrima de pura angustia.

    El detective Gironella había acudido a la representación de esa noche y, al parecer, Samuel le había reconocido con más rapidez que su hermano, lo que casi le provoca un ataque de pánico en el escenario que Dani había sabido controlar con un par de palabras suaves y dulces.

    Claro que eso sólo había aplazado la tormenta hasta que volvieron a la intimidad del dormitorio. La conversación había sido más de lo mismo, pero bien, Daniel sabía cómo tranquilizar a su hermano pequeño, mostrarle el lado más brillante de la situación y llenarle de promesas que cumpliría a como diera lugar.

    Gironella no tenía por qué reconocerles. Había hablado con Daniela, le había besado la mano y le había mirado directamente a los ojos sin siquiera sospechar realmente que ese vestido escondía a un pandillero. No había realmente de qué preocuparse, ¿no? Poco más de una semana y su contrato se terminaría, cogerían el dinero y volverían a casa. No había por qué preocuparse.

    No, claro que no.

    Se puso en pie y se acercó a la ventana, con un cigarro en los labios y el mechero en la mano, y mientras empezaba a fumar, contempló desde allí cómo el cielo se iba iluminando poco a poco. Al apreciar los primeros tonos azules, bajó las persianas y corrió las cortinas, vistiéndose con la ropa masculina que había llevado a Florida para salir a dar un paseo.

    No podía negar que tenía en mente a una persona en concreto, Marcia, aunque no era de extrañar, siendo que había pasado las últimas dos madrugadas entre sus piernas. Quizá por eso sintió un pinchazo de decepción al encontrarse el porche vacío, si no contamos a esa gaviota que se había posado en la barandilla.

    Suspiró largamente y tiró la colilla, apoyándose en la barandilla —tras espantar a la gaviota, por supuesto— para contemplar el calmado océano, escuchando cómo las olas rompían contra la playa.

    No tardó mucho en encender otro cigarrillo, pero cuando lo tenía por la mitad, escuchó pasos cerca. Por poco no provocó un incendio al reconocer al dichoso Frederick Gironella, por suerte antes de que este terminase de salir al porche. Como si nada, se dio media vuelta y entró en el hotel por otra puerta, maldiciendo al escuchar a Gironella llamarle.

    Cruzó el vestíbulo a grandes zancadas, apenas saludando a un adormilado recepcionista, y entró en el ascensor, marcando en un momento de distracción el tercer piso, aunque después, con una nueva maldición en la boca, pulsó repetidamente el botón del 4, después el de cerrar las puertas.

    Joder, joder, joder, date prisa… —le susurraba al ascensor, con más apuro cuando vio al detective al otro lado del vestíbulo.

    Cuando Gironella llegó al ascensor, este estaba empezando a subir, así que al poli no le quedaba más que ir por las escaleras. Daniel consiguió mantener la calma. Bien, a esas horas, el servicio de limpieza estaría fregando los pasillos, como todos los días, y es que pocos eran los clientes que se ponían en marcha antes de las siete de la mañana. Así que Gironella se toparía con un par de suelos mojados y mujeres mosqueadas porque alguien les fuese a pisar lo fregado, lo cual le retrasaría el tiempo necesario para llegar a la habitación y, con suerte, despistarle.

    Pero las puertas se abrieron en el tercer piso y luego el ascensor se quedó quieto. Daniel volvió a pulsar el botón que ordenaba cerrar las puertas, pero al parecer no respondía, así que mordiéndose la lengua, salió del ascensor. Curiosamente, apenas dio unos pasos, las puertas se cerraron y la cabina se movió hasta el cuarto piso.

    Increíble —murmuró, dando una calada a su casi olvidado cigarro —. Vale, no pasa nada —se dijo a sí mismo, respirando hondo.

    Visto lo visto, sólo tenía que ir a la habitación que quedaba debajo de la suya, entrar y salir por la ventana para subir. Se las había visto en peores situaciones, desde luego.

    Recorrió el pasillo hasta llegar a la habitación correspondiente y apoyó la mejilla contra la puerta. No escuchó nada, ni ronquidos ni ruido de agua al correr, ni actividad alguna, así que imaginaba que el ocupante estaría dormido… si es que había algún ocupante, que esa era otra.

    Sacó de su calcetín derecho una ganzúa con la que, en menos de un minuto, tenía la cerradura desbloqueada. Lo que no se esperaba, y es que estando tan ocupado con Gironella tampoco había tenido mucha ocasión de pensar, era que el ocupante de la habitación estuviese despierto. Y que fuese un rostro conocido.

    Vaya, hola (*) —saludó con una sonrisa encantadora, como si aquello no fuese un imprevisto, o como si ver la cara de Massimiliano Belmonte no le hubiese supuesto un jarro de agua helada.

    Entró en la habitación como si fuese la suya propia y cerró la puerta, volviendo a guardarse la ganzúa para luego alzar las manos en señal de indefensión y petición de paz. Abrió la boca para decir algo, pero entonces escuchó una puerta abrirse al otro lado del pasillo y voces hablar, después la puerta cerrarse.

    Frunció el ceño, respiró hondo y volvió a sonreír a Massimiliano.

    Mire, caballero, voy a serle totalmente sincero: estoy jodido —dijo con desenfado, encogiéndose de hombros —. Dentro de muy poquito, un policía va a llamar a la puerta y le va a preguntar por mí. Si le dice la verdad, lo más probable es que decida pasar de la presunción de inocencia, me meta en un yate y me mande a nadar con los peces, y a mí no me gustan demasiado los peces, como comprenderá. Además, los zapatos de hormigón no pegan con esta ropa —rio por lo bajo, como si su vida no dependiese de ese momento —. Por otra parte, entiendo que usted no tiene motivos para mentirle a la policía, así que le propongo un trato: déjeme esconderme en su bañera, miéntale al detective y, cuando se vaya, le daré el mejor sexo que habrá probado nunca. Después, saldré por la ventana y, con suerte, no me tendrá que volver a ver —bajó las manos y esbozó una nueva sonrisa, esta ladeada, la típica de un pillo acostumbrado a conseguir cosas simplemente por su cara bonita —. ¿Qué le parece?


    SPOILER (click to view)
    (*) Imagínate el hello, there ~ más inglés que puedas xd

    Y ni formato, ni spoiler ni nada. Estoy agotadica, así que publico esto y mañana edito <3



    Hola ~

    Me he levantado con una migraña de las buenas, así que no esperes mucho de este off topic, que parece que no voy a mejorar próximamente xD ¡Pero! No podía dejar esto así, como estaba, nonononono ~

    QUOTE
    Me muero imaginando lo precioso que va a ser que Dan de a poquito vaya cayendo en esta dinámica de amor estable y cálido que el pelirrojo conoce como único método para querer alguien, ay.

    Pues aquí tienes esos inicios. Claro que siendo Dani como es, va a negarlo todo escudándose en el alcohol y en el deseo físico, sin más, y se mantendrá en sus trece incluso cuando sea ya totalmente imposible ocultar la realidad xD Irá teniendo detalles super soft con Lou, pero negará ninguna implicación emocional.

    Eso sí, todo tiene su por qué, sólo hay que tener paciencia para que el muchacho se vaya abriendo y vaya exponiendo poco a poco trozos de su pasado. Bueno, ya lo has visto, ¡se ha puesto a hablar de su abuela! Tú dirás tal vez que es una pincelada nimia, no ha contado apenas nada, pero es un paso enoooorme para esta hermética ostra, porque Dani no habla de su familia... ni con Samuel, prácticamente. ¡Así que ya puede Lou bailar de alegría! (?)

    Y hablando de Lou, pobrecico mío xD Sé que lo comentamos ayer, pero es que menuda tarea hercúlea le ha encomendado Daniel, ¿eh? Seguro que se lo pasa bien dándole su veredicto final a un pelirrojo convertido en un manojito de nervios xD

    Tengo que comentar también un poco sobre Frederick Gironella (¿qué tal algo así?), y es que ha salido por generación espontánea. ¡No lo tenía planeado para nada! I mean, iban a aparecer policías en la respuesta, pero de pronto me di cuenta de que le había dado nombre, un poco de pasado, motivación y una misión que choca directamente con los intereses de Dani (es decir, sobrevivir xd). Y por esto mismo de que haya aparecido de la nada, también ha salido de la nada ese flirteo con Daniela, que ya puede Lou ir acostumbrándose a que su Graham tontee con otros delante de sus narices, que le viene de fábrica y no es algo que vaya a cambiar pronto xD

    Eso sí, como vea a Lou tontear con otra persona, sacará las uñas, como ya ha podido ver Eyleen sin que siquiera hubiese flirteo de por medio. Un doble rasero interesante, ¿eh?

    Bueno, pues eso.

    Y de Sammy no comento nada porque el pobrecico ha quedado esta vez relegado a un segundo plano. Debo decir en mi defensa que en parte ha sido porque, como tiene esa conversación con Massi y ALGUIEN, no miro a nadie..., no me ha querido dar detalles... xD pues no tenía muy en claro cómo estaría emocionalmente hablando, así que lo dejo todo muy en el aire y ya lo concretaré en la siguiente respuesta.

    Sin mucho más que añadir y con mi chat siempre a tu disposición, dejo esto aquí.

    Hasta luego, querido ~


    Edited by Bananna - 23/4/2019, 13:32
  4. .
    Dobló la túnica, llena de polvo, sudor y alguna mancha de sangre, y la dejó a un lado, girándose para ver el torso de Rodrigo. Se apreciaban hematomas y alguna herida hecha por rozadura, tenía una herida en el labio y otro golpe en la mandíbula. Estaba claro que había recibido golpes muy contundentes, aunque lo que más le preocupaba en esos momentos no era su cuerpo, tampoco ese hombro que parecía casi esguinzado, sino sus ojos, unos ojos que mostraban una culpa y un pesar tan grandes que a Guillén le costaba respirar al mirarlos, como si se ahogase en ese mar de tristeza.

    Apartó la mirada y se acercó a la mesa para darle un par de vueltas a la mezcla que había preparado unos minutos atrás y que había dejado macerando mientras esperaba a que Rodríguez trajese el agua que le había pedido. No tardó mucho en ocurrir, el romaní entró con una sonrisa de satisfacción, mezcla de haber realizado bien el pedido de Guillén, mezcla de la muerte del templario.

    ¡Médico! ¿Qué hago con esto?

    Déjalo ahí, junto a la cama —le pidió con un gesto de mano, cogiendo después uno de los tarros que había en los estantes de una pared, sobre su escritorio —. Es Lucas quien está en la cocina, ¿no? Ve y dile que infusione dos cucharadas de esto. Que lo endulce con miel, ¿vale?

    Rodríguez puso los ojos en blanco con cara de fastidio, como si le aburriese hacer de recadero o ayudante de Castán, pero terminó por asentir y se dio media vuelta para volver a las cocinas.

    Guillén suspiró y tomó una tela que mojó en el cubo de agua fresca para empezar a pasarla con suavidad por la piel de Rodrigo. De vez en cuando le acariciaba el rostro y le daba algún beso, o rozaba dulcemente su nariz contra la mejilla del templario.

    En su lugar, otra persona habría soltado un «os lo dije», o la igualmente válida versión extendida del «os dije que no era buena idea». Porque Guillén lo había hecho. Les había dicho que eso de las peleas no le parecía buena idea. También había suspirado, como dando a entender que eran lo suficientemente mayores como para tomar sus propias decisiones y que, pasase lo que pasase, ahí estaría para ellos. Claro que ni el propio Guillén se habría imaginado que habría una muerte, menos aún que Rodrigo sería el responsable de ésta.

    De todas formas, el doctor no era de los que decían «te lo dije», ni de los que reprochaban con retintín, echando sal a la herida. Simplemente había abrazado a Rodrigo con fuerza, le había acariciado esos espesos bucles castaños y había intentado reconfortarle, sin estar muy seguro de haberlo logrado del todo.

    Ahora prefirió dedicarse a limpiarlo bien, quitarle toda la tierra y sudor, también los restos de sangre seca. Al menos, las heridas no eran profundas, no había huesos rotos ni nada realmente preocupante. Si eso, los músculos del brazo derecho estarían doloridos un día o dos, pero esperaba poder minimizar las molestias al máximo.

    Para eso, mojó ahora la tela en el agua hervida, ya suficientemente tibia como para tocarla sin quemarse, y la enroscó en el brazo de Rodrigo, esperando que el calor le aliviase un poco. Volvió a besarle y regresó a la mesa para coger el cuenco con la mezcla, una cantidad pequeña de ungüento de hierba de San Juan con el que esperaba reducir la hinchazón de los cardenales. Así, la esparció con los dedos en dichas zonas, girándose hacia la puerta cuando Rodríguez regresó con la infusión.

    ¿Tengo que volver a las cocinas?

    No será necesario —murmuró Guillén mientras terminaba de masajear con toda la delicadeza del mundo la mandíbula de Rodrigo, ayudándole así a absorber la pomada —. Gracias.

    Rodríguez asintió y se sentó en una camilla, viendo ahora cómo el médico desenrollaba esa tela mojada del brazo de Rodrigo. Le secó la piel con su propia túnica y le puso una fina capa de ungüento en el hombro, besándole después la clavícula, a lo que el romaní sacó la lengua y arrugó la nariz como si hubiese visto algo desagradable.

    Guillén entonces tomó la infusión y la acercó a los labios de Rodrigo, acariciándole la cabeza mientras le ayudaba a beber inclinándole el cuenco con lentitud. Era una bebida dulce, sobre todo por la miel, que haría que más pronto que tarde, el templario se adormeciese. Una forma de ayudarle a dormir. Y con esta premisa en mente, Guillén le ayudó a tumbarse en la cama que había usado de asiento y cubrió su cuerpo medio desnudo con una manta. Se sentó a su lado y siguió llenándolo de caricias.

    No me moveré de aquí hasta que te duermas —le susurró con voz cariñosa, sonriéndole levemente —. Mañana lo hablaremos todo con más calma, ¿hmn? Por ahora, sólo preocúpate por descansar y recuperar fuerzas —dijo, inclinándose para darle un nuevo beso.

    *****


    Alberto alzó la cabeza, encontrándose con un Guillén sorprendido. Con la espalda apoyada en la pared, cruzó los brazos sobre el pecho, como queriendo cubrir alguna vergüenza, y apartó la mirada con una sonrisa temblorosa.

    ¿Cómo está?

    Dormido. Rodríguez le está echando un ojo —Castán se detuvo frente a Alberto y apoyó el peso de su cuerpo en una pierna, ladeando un poco la cabeza con cierta preocupación —. ¿Cómo ha ido?

    Alberto resopló, mirando ahora hacia la puerta cerrada del despacho-dormitorio de Augusto. Se encogió de hombros.

    Mejor de lo que esperaba. Se ha quedado con todo el dinero y me ha ordenado guardar ayuno dos días.

    ¿Nada más?

    A mí también me ha sorprendido. La verdad es que no ha parecido muy molesto cuando le he dicho que Luciano ha muerto —Tras varios segundos de silencio, miró a Guillén, encontrándoselo con el ceño fruncido y la mirada perdida en el suelo —. ¿En qué piensas?

    El médico sacudió la cabeza e hizo un gesto con la mano para quitarle importancia al asunto.

    Vete a dormir, Alberto. Mañana necesitarás todas las energías posibles.

    El pecoso no se resistió mucho. Asintió y palmeó el hombro de su amigo, como dándole ánimos, antes de irse por el pasillo como un alma en pena. Guillén no pudo evitar pensar que, si hubiese andad así por el castillo cuando todos creían que había un fantasma, habría cundido el pánico.

    Volvió a mirar la puerta de Augusto, respiró hondo para envalentonarse y se decidió, por fin, a llamar.

    *****


    ¡Médico!

    Guillén alzó las cejas y se giró, haciéndole un gesto a Rodríguez para que esperase un momento. Volvió a mirar hacia el interior del carro y terminó de recolocar las sujeciones de las arquetas y los baúles.

    ¿Qué ocurre? —le preguntó mientras terminaba de asegurar que nada fuese a salirse de su sitio.

    ¡Tu hermana me ha vuelto a tirar de las mejillas!

    El médico sonrió brevemente antes de salir definitivamente del carro, revolviendo el pelo del romaní en un gesto bastante familiar que hizo que el chico sonriese con las mejillas ligeramente enrojecidas. En ese mes que Rodri había estado fuera, ambos habían unido lazos bastante rápido, así que no era ya tan extraño verles tener acercamientos cálidos.

    Pero le has dado el mensaje.

    ¡Claro que le he dado el mensaje! —se quejó Rodríguez, como si la duda le hubiese ofendido profundamente —Ha dicho que ya lo tiene todo listo.

    Perfecto. ¿Y tú? ¿Lo tienes todo listo?

    ¿Eh? —el niño se señaló a sí mismo —¿Quieres que vaya con vosotros?

    ¿Por qué no? Es decir… Ni Rodrigo ni yo estaremos. Claro que si quieres quedarte…

    ¡No! ¡No, no, no! Iré. Voy a… ¡Voy a por mis cosas!

    Dicho esto, salió como una exhalación al interior del castillo, aunque Guillén sabía que pocas eran las cosas que tendría que empaquetar. Quedándose solo, el doctor se llevó las manos a la cintura. Miró el carro, después miró hacia el castillo y asintió un par de veces.

    Bien… Sólo me queda una cosa más que hacer —se dijo a sí mismo antes de ponerse en marcha.

    *****


    Sentado en un borde de la cama, llenó de besos y palabras dulces a Rodrigo hasta que le vio despertar, momento en el que le dedicó una sonrisa, todavía inclinado sobre él.

    Buenos días, osito —murmuró, acariciándole los labios con los suyos propios al hablar, tan cerca seguía de él —. ¿Has dormido bien? —le preguntó en voz baja, despejándole la frente con una caricia.

    Con cuidado, le palmó el brazo y miró luego los hematomas, viendo con un pequeño gesto de aprobación que la hinchazón general había bajado considerablemente. El hombro también parecía estar mejor, si no bien del todo, casi a punto.

    Parpadeó y agachó la mirada al sentir a Gato frotarse contra su pierna con un ronroneo. Todos en el castillo, quizá en el pueblo, se habían acostumbrado ya a que el animal rondase libremente por allí, pidiendo de vez en cuando mimos o comida, y el propio Guillén había dejado de preocuparse por él al ver que acudía a la enfermería al menos una vez al día. La verdad es que no había habido avistamientos de ratas desde que trajeron al felino, así que a lo mejor por eso Augusto no lo había ahogado en el río con sus propias manos.

    Alargó una mano para coger al animal, quien no tardó mucho en caminar por su regazo, frotando ahora la cabeza contra el pecho y el cuello del médico, sin dejar de ronronear, más intensamente ahora que el hombre le acariciaba.

    Te he traído el desayuno —añadió, señalando con un gesto de cabeza la bandeja que había a un lado de la cama —. Aunque hoy no voy a poder comer contigo —suspiró, pasando los dedos por el lomo del gato —. Mientras desayunas, voy a ir preparando a los caballos. Y, cuando termines, saldremos hacia Zaragoza —sonrió un poco, ladeando ligeramente la cabeza hacia un lado, y le dio un toquecito en la nariz —. Sí, te vienes conmigo. Anoche hablé con Augusto y no puso ningún problema —se inclinó un poco hacia Rodrigo, apoyando frente contra frente —. Parece ser que él…

    Se vio interrumpido por la puerta abriéndose de par en par, lo cual le hizo apartarse tan rápidamente que Gato cayó al suelo con un maullido de sorpresa. Guillén pudo relajarse al ver que el intruso era Rodríguez, y con un suspiro volvió a sentarse.

    ¡Médico! He puesto mi bolsa en el carro, ¿está bien?

    Por supuesto.

    Rodríguez miró entonces a Rodrigo y lo señaló acusatoriamente.

    ¡No vas a librarte de mí, templario! ¡Voy a ser tu sombra como le prometí al médico!

    ¿Puedes avisar a Ferre? —preguntó Guillén, aprovechando el pequeño silencio que se había formado tras la contundente declaración e Rodríguez.

    ¡Voooooy! —proclamó en tono cantarín.

    Se despidió con un gesto de la mano y se fue de la habitación a buena velocidad, prácticamente dando saltitos. Guillén sonrió, mirando unos segundos más en esa dirección, y luego volvió a posar sus ojos verdes en los ojos castaños de Rodrigo.

    Te espero fuera, ¿vale?

    Olvidando por completo que había dejado una frase a medias, besó a Rodrigo, se puso en pie y salió de la habitación, cerrando la puerta cuando Gato salió para darle mayor intimidad al templario.

    *****


    Mordiéndose el labio, no podía dejar de jugar con el bajo de su capa, obviamente nerviosa. Apoyaba la espalda en una pared de la casa del doctor, viendo a unos metros frente a ella cómo Guillén ayudaba a su hermana a subir al carromato, habiendo atado al caballo de la Castán a las riendas de Nieve. Bravo removía la tierra y Beni comía unas zanahorias mientras recibía atenciones de José Manuel hijo.

    Éste se dio cuenta de que era punto de atención de un par de ojos, así que se giró, encontrándose con Isabelita, quien sonrió y le saludó con los dedos. Miró a Rodrigo y a Guillén, asegurándose de que podía tomarse un par de minutos mientras se despedían de Juana y Cristina, y se acercó a la joven.

    Eh… ¿Qué tal?

    Bien… —Isabel se recolocó un mechón de pelo tras la oreja. Guillén en persona se lo había recortado la semana pasada, así que ya no podía hacerse el recogido al que se había acostumbrado en los últimos tiempos —Así que te vas con ellos.

    Soy el escudero de don Rodrigo. Es hora de que me porte como tal —se quedó callado un par de segundos y luego tomó aire, hablando en voz más bajita —. ¿Te parece bien?

    ¿A mí? —La chica no pudo contener la risa —¡Claro que me parece bien! Es tu trabajo, después de todo. Y además así me quedo tranquila sabiendo que no vas a volver a atravesarte el pie con una espada más grande que tú.

    Sí, sobre eso…

    En serio, ¿en qué demonios estabas pensando? Yendo a esa misión tú solo…

    Pensaba en ti —reconoció Ferreruela, dejando a la chica sin hablar. Sintió su rostro enrojecer y apartó la mirada —. Quería impresionarte, pero sólo hice algo patético y peligroso —respiró hondo y se armó de valor para volver a mirarla —. ¡Por eso quiero hacerlo bien! ¡Me convertiré en un caballero digno de pedirte la mano en matrimonio!

    El silencio que se hizo entre ellos fue pesado y más que notorio. Se miraban el uno al otro, ambos intentando procesar lo que Ferre acababa de decir, intentando averiguar qué responder o añadir. Ferre empezó a boquear, como si intentase hablar y no le saliesen las palabras, y llegó a retroceder un paso, momento en el que Isabel le puso una mano en el antebrazo, tirando un poco de él para que no se alejase.

    No, oye… Eso es una tontería. No necesitas ser un caballero o tener tierras y riquezas para conquistarme, ¿sabes? Basta con que seas tú —le sonrió, las mejillas rojas y una sonrisa tímida en los labios.

    Mientras esto ocurría, a unos pocos metros Cristina achuchaba a Guillén y a Rodrigo alternativamente, besándoles las mejillas y deseándoles buena suerte. Las niñas de Juana se habían despedido regalándole a su tío una margarita cada una y luego se habían ido a jugar.

    ¡Tened muchísimo cuidado en el camino! Y Guillén, no dejes que este belulo haga tonterías, ¿eh? —decía Cristina, con las risas de Soledad de fondo.

    Cuidaré de él —prometió Guillén, mirando ahora a Juana —. Lo prometo.

    La menor de los Aguilar asintió, solemne, antes de abrazar a Guillén, quien correspondió el abrazo con un suspiro. Acarició su espalda y besó su mejilla, dedicándole luego una pequeña sonrisa que Juana terminó por corresponder. La mujer se apartó del médico y se lanzó ahora a los brazos de su hermano.

    Más te vale no tardar otro mes en volver —le dijo medio en broma, separándose después con un largo suspiro —. Dadles recuerdos a la Merche y a su tropa de mi parte.

    ¡¡Lo haremos!! —aseguró Soledad desde el carro, refugiándose en su capa con una enorme sonrisa.

    Guillén hizo un último gesto con la cabeza y se acercó a Nieve, a quien acarició la cabeza, susurrándole algo en francés, antes de empezar a tirar de las riendas. El carro no tardó en ponerse en marcha, y Ferre, que ya había vuelto con Beni —Benigna se había quedado en los establos bajo el cuidado de Lucas— azuzó a la joven burrita para que empezase a moverse también.

    Soledad miró a muchacho, después a Isabelita, quien se despedía de ellos con la mano. Torció el gesto y llamó la atención de José Manuel, que por suerte iba bastante cerca del carro, porque de otra forma Soledad habría alzado más la voz y la vergüenza habría acabado con el escudero.

    Bésala —le dijo la de ojos verdes.

    Ferreruela se quedó sin habla unos segundos, pero lo cierto es que no tuvo que pensárselo mucho. Se había alejado de Isabel con una atmósfera extraña, tensa y algo incómoda, y la verdad es que se le había pasado por la cabeza hacerlo, pero… Las dudas se lo habían impedido. Ahora que se lo sugería una voz exterior, y que había visto a Guillén cabecear, no tuvo más incógnitas revoloteando por la cabeza.

    Bajó de un salto de la burra y corrió hasta Isabel, a la que cogió por la cintura. La chica, que parecía haberse preparado mentalmente para esto, rodeó el cuello de Ferreruela y giró con él mientras correspondía ese beso tan dulce como inexperto —Rodríguez, sentado sobre Nieve, torció la boca y apartó la mirada ante esto—.

    Has tardado… —susurró Isabel, las mejillas tan rojas como las de José Manuel, quien pegando su frente a la de ella soltó una pequeña risita.

    También podrías haberlo hecho tú.

    Bueno, lo has hecho tú —fue ahora Isabelita quien juntó sus bocas, tras lo cual se separó de él, palmeándole el pecho —. Vuelve de una pieza.

    ¡Lo haré!

    *****


    Rodrigo parecía estar algo mejor. Guillén no sabría decir si era porque estaba empezando a poner distancia con el asesinato de Luciano, porque estaba intentando aparentar entereza o porque Soledad era mágica, pero por ahora se conformaba con escucharle hablar animadamente con su hermana.

    Y cuánto hablaban. Él, que era de naturaleza callada, acostumbraba a escuchar a los demás hablar, pero le maravillaba la capacidad que tenían esos dos, Rodrigo y Soledad, de hilar conversaciones sin parar. Ferreruela y Rodríguez también tenían sus charlas, pero no eran como las de los adultos. Y, de vez en cuando, los cuatro coincidían en alguna pequeña conversación. Guillén, por su parte, observaba y callaba.

    Era agradable ver que su hermana y su amante se llevaban tan bien. Mucho mejor que con Merche, aunque eso no era algo que le sorprendiese demasiado.

    Frunció el ceño, sin poder evitarlo, cuando le vino a la cabeza un pensamiento que había intentado controlar durante mucho tiempo. «¿Cómo se habrían llevado con Aalis?» Era horrible, una astilla bajo la piel. Suspiró y sacudió la cabeza. No, no quería pensar en ello, de verdad que no. Pero sabía que era normal que le surgiesen esas dudas, ahora que estaban tan cerca del aniversario de… de su muerte.

    Prefirió abstraerse en la conversación que esos dos estaban manteniendo y simplemente dejar pasar el rato mientras caminaba junto a su yegua. Se iban alternando, para no estar todo el tiempo andando o montando, y ahora le había tocado a Rodríguez caminar al lado de la burra de Ferreruela, aunque no parecía estar particularmente molesto por ello.

    Como fuese, las horas se sucedieron y terminaron por acampar. Tras comer la cena que Cristina les había empaquetado, y tras un buen rato de charla, Soledad terminó por retirarse a la intimidad que le brindaba el carromato de su hermano, y al poco Rodríguez y Ferreruela se habían quedado dormidos sobre sus jergones, junto a los animales.

    Guillén se movió para poder sentarse junto a Rodrigo, cada uno con su capa, pero ahora uniendo las manos bajo la ropa y juntando los muslos. Le miró mientras le acariciaba los dedos con el pulgar, su perfil recortándose gracias a la hoguera, y le apretó un poco la mano.

    Oye, Rorro… —le llamó en un susurro, mordiéndose el labio, pero después guardó silencio.

    ¿Iba a servir realmente de algo decirle lo que había hablado con Augusto la noche anterior? Que el comendador tenía pensado ordenar a Rodrigo que eliminase a Luciano, pues se había extralimitado —no había dicho exactamente en qué, pero el doctor entendió que había forzado a alguna mujer— y que daba mala imagen de la Orden, por lo que sus propios superiores, de las encomiendas del sur, no llorarían su muerte, precisamente.

    Pero ¿para qué iba a decírselo? Al menos ahora. ¿No sería incluso peor, al recordarle su papel de verdugo del castillo? Y, además, ¿para qué remover esas arenas ahora que la situación parecía un poco más calmada? No creía que Rodrigo estuviese bien, pero al menos un poco más despejado sí. No quería amargarle de nuevo.

    No, no valía la pena.

    Te quiero, Rorro —dijo, por fin, sonriéndole un poco. Era la primera vez que se lo decía, que se lo decía de verdad y no en una escena hipotética, y la verdad es que le gustó la sensación. Apretó un poco más su mano y apoyó la mejilla en el hombro del templario —. Y me alegra muchísimo tenerte por fin a mi lado.

    Dicho esto, se acurrucó contra él y cerró los ojos. Sabía que Rodrigo no aceptaría turnarse para las guardias, tampoco era como si el caballero pudiese dormir a cielo abierto, así que se decidió a, al menos, descansar un poco él.

    Con suerte, al día siguiente llegarían a Zaragoza, así que era mejor descansar bien para soportar el viaje que les quedaba por hacer.

    *****


    Del sobresalto, se le cayeron al suelo los dos trozos de manzana y a punto estuvo de golpear a Lucas, dejando su entrenamiento como templario actuar por su cuenta. Por suerte, se detuvo a tiempo y respiró hondo, agachándose para recoger la fruta.

    ¡Qué susto me has dado!

    ¡Tú sí que me has asustado a mí! —se quejó Lucas, todavía con una mano en el pecho.

    El joven suspiró y se apartó algunos mechones de la cara, mirando cómo Alberto limpiaba la fruta de heno y polvo antes de darle una mitad a Estrella.

    ¿Qué haces por aquí? —preguntó el pecoso.

    ¿Mi trabajo? —Lucas se rio y sacudió la cabeza, entrando en uno de los establos para cepillar al caballo de Fulgencio —¿Estás huyendo de don Augusto?

    Supongo. Si me ve ocioso, me mandará a entrenar a los novatos.

    ¿Y darle golosinas a tu yegua es una ocupación real? —volvió a reírse el moreno, haciendo que Alberto se enrojeciese levemente.

    Tú lo sabes todo, ¿no? Dime, pues, ¿qué hago, si no?

    No lo sé. Pero al menos coge un cepillo y péinala, que no se note que sólo la estás mimando porque sí.

    Alberto resopló, pero con una sonrisa entró y se puso a cuidar a Estrella, quien parecía más que encantada con las atenciones.

    Oye… —habló Lucas tras casi cinco minutos de absoluto silencio, carraspeando —¿Vamos a hablar?

    ¿De qué?

    Lucas dejó el cepillo y salió del establo, poniéndose frente a Alberto, tras la valla que encarcelaba a la yegua.

    Del beso, Alberto. Quiero que hablemos del beso.

    El caballero se puso completamente serio al escuchar esto. Terminó de cepilla la crin de Estrella y dejó el cepillo en su sitio, respirando hondo y pasándose una mano por la cara. Se echó el pelo hacia atrás con los dedos y se acercó a Lucas.

    No sé muy bien cómo hay que hablar de estas cosas. Le pedí consejo a Rodrigo, pero él… —bufó, medio divertido —Está a otro nivel, ¿sabes?

    No entiendo lo que dices. Sólo quiero saber… en qué punto estamos.

    ¿En qué punto de qué? —Alberto negó con la cabeza —No lo sé. ¡No sé lo que estoy haciendo! Lo único que sé es que me encantó besarte.

    ¿Y por qué no lo vuelves a hacer?

    Alberto se quedó pasmado, incapaz de responder a aquello. Era lo que Rodri le había dicho, ¿no? Que simplemente lo hiciese, ¿verdad? Claro que no esperaba que Lucas prácticamente le escupiese esas mismas palabras a la cara.

    Tampoco tuvo mucho tiempo a decidirse, el propio sirviente fue el que cogió la túnica de Alberto a la altura de la pechera y tiró de él, haciéndole así inclinarse para poder besarle. Tan torpe como el primer beso, esta vez con un choque de narices incluido, lo cierto es que no fue el mejor beso de la historia de los besos, pero cuando ambos se miraron a los ojos al separarse, se sintieron bien.

    Quizá demasiado bien. Alberto abrió la valla y tiró de Lucas para hacerle entrar, ocasionando que Estrella soltase un pequeño relincho y se moviese un poco. Ignorando esto, Alberto apoyó la espalda de Lucas en una pared del establo y abrazó su cintura, volviendo a besarle. Se atrevió esta vez a intentar meter lengua, como había visto hacer a otras parejas más avezadas. Le sorprendió lo caliente que estaba la boca de Lucas, también lo extraña que era la sensación de sus lenguas tocándose, pero no se apartó, no hasta que sus pulmones realmente lo requirieron.

    Me gustas —susurró, a lo que Lucas simplemente suspiró, colgando de su cuello con los tobillos temblándole ligeramente.

    Tú también me gustas.

    Alberto se quedó maravillado al volver a ver esa sonrisa, esa misma sonrisa de la que le había hablado a Rodrigo. Esta vez no le costó ningún esfuerzo decidirse a volver a besarle.

    *****


    ¡¡Esposo!! —gritó Puri en susurros, golpeando en brazo de Cástulo de forma rápida y repetitiva —¡Mira quiénes están ahí! —pero apenas dejó que el hombre echase un vistazo antes de volver a hablar —¡Son ese templario, el hermano de la Juana, y su médico! Ay, ¡y qué guapos que son!

    ¿Quieres relajarte, mujer? —preguntó el posadero con un suspiro —Ve a atenderles, ¡pero sin hacer mucho ruido!

    Sí, sí, sí, lo que tú digas. Viejo amargado —le dijo, sacándole la lengua antes de plantarle un beso en la mejilla.

    Se acercó después a saltitos hasta ellos con una enorme sonrisa.

    ¡Buenas noches, caballeros! ¡Qué alegría volver a tenerlos por aquí!

    Aunque rápido se le fue el impulso cuando vio a los dos muchachos que entraron ahora en la posada —habían dejado a Soledad en la casa de la Merche, para que pudiese reunirse ya con sus hijos y marido—. O, más bien, a uno de ellos, con la piel oscura y la mirada furtiva de los gitanos. Guillén, captando la mirada de la mujer e intuyendo la que se avecinaba, puso una mano en el hombro de Rodríguez.

    Viene conmigo.

    ¡Pero…! ¡Si es…! ¡Es un gitano! —silabeó esta última palabra en un susurro muy vocalizado, como si de esa forma el niño no fuese a oírla, aunque su resoplido indicaba lo contrario, claro.

    Lo sé, pero es mi ayudante. Me hago totalmente responsable de él, y si es necesario pagar un extra para que se pueda alojar con nosotros…

    Al oír esto, la Puri se azoró y se recolocó algunos mechones sueltos bajo el velo.

    No, no, si usted se hace cargo… —Carraspeó, intentando dejar ese incidente atrás —¿Cuántas habitaciones quieren? En esta ocasión tenemos más huecos…

    Dos habitaciones estarán bien.

    ¡De acuerdo! Dos habitaciones, entonces. ¿Cómo están la Juana y sus niñas, por cierto? —parloteó mientras guiaba al grupo a la zona de recepción para coger las llaves de los dormitorios.

    Se encuentran bien —contestó Guillén con sencillez.

    Pobres almas… Oímos lo de Miguel. De buena se han librado ahora que ese cerdo no está entre nosotros. Uy, Dios me perdone —dijo mientras se santiguaba —. Sé que no es muy cristiano por mi parte decir esas cosas, ¡pero ay, menuda era la familia Pardo! Unos gañanes y unos rufianes todos ellos. Bien, parece que está libre la habitación en la que se hospedaron la última vez. ¿Les doy esa o prefieren dormir en camas separadas?

    Esa estará bien —comentó Guillén, sorprendido de que la mujer recordase qué habitación habían tenido tras más de un mes de aquello.

    Ya hemos cerrado las cocinas, pero si quieren algo…

    No es necesario. Muchas gracias.

    Entonces, ¡buenas noches!

    La mujer se despidió con una sonrisa y Guillén suspiró, mirando las llaves que tenía en las manos. Le dio una a Ferreruela, revolviendo después el pelo de Rodríguez.

    Vamos al carro a por las cosas —dijo casi como si hablase con sus hijos, aunque ellos no parecieron molestos, precisamente, pues allá que fueron, abriendo la marcha.

    Quince minutos después, Guillén estaba sentado en la cama, masajeando las piernas y los pies de Rodrigo. Sus músculos no estaban tan cargados como cuando llevaba la armadura, pero desde luego se notaba la tensión del viaje y, sobre todo, quería ayudarle a conciliar el sueño.

    Al terminar, se limpió los restos de aceite de las manos y se tumbó junto al templario, apagando la vela que les iluminaba con un soplido. Rodeó la espalda del hombre con un brazo y sonrió cuando Rodrigo se giró para poder acogerle en un abrazo.

    En otra ocasión, habría buscado algo más pasional, sobre todo sabiendo que esa sería la tercera noche sin intimar, pero no, en esos momentos ni siquiera lo insinuó. Besó a Rodrigo, se acomodó bien entre sus brazos y entrelazó sus piernas bajo las mantas, cerrando los ojos.

    Quizá al día siguiente.

    *****


    La primera vez que había ido a su casa de infancia, nada más regresar de su larguísimo viaje de aprendizaje, la había encontrado totalmente vacía y silenciosa, ya que había coincidido conque Merche y su familia estaban visitando a Soledad en Huesca, detalle del que Guillén se enteró años más tarde, pues en su momento una vecina simplemente le dijo que los Castán «se habían ido».

    Al margen de esto, la segunda visita, ya del brazo de Rodrigo, le mostró una casa llena de vida, con las risas y los juegos de los más pequeños, la voz de Mercedes sobresaliendo por encima de todo para echar la bronca, los deliciosos olores que salían de la cocina.

    Era curioso cómo esa tercera visita parecía mezclar las dos experiencias anteriores. Sí, los pequeños, tanto de Soledad como de Mercedes, jugaban, siendo vigilados por Carlos, el tercero de los hijos de Merche, pero incluso desde la calle se notaba que había cierta atmósfera tensa dentro de la casa.

    ¡Tío Guillén! —saludó Carlos al verle, cambiando su cara de aburrimiento por una pequeña sonrisa.

    ¡Es el tío Guillén! —bramaron los cuatro niños, tres de Merche, uno de Soledad, antes de lanzarse a por el doctor, quien tuvo que echar una pierna atrás para no caer al suelo.

    Hola, pequeños —saludó, revolviendo pelos y devolviendo abrazos —. Uy, a ti no te conozco. ¿Cómo te llamas?

    ¡Soy Jaime! ¿Vas a jugar con nosotros?

    Luego, ¿vale? Ahora tengo que ir a ver a tu prima —le sonrió un poco, afable, y miró a Carlos con algo más de seriedad —. ¿Cómo está?

    Oh, bueno, ella… —El chico se frotó la nuca, sin saber muy bien cómo organizar sus pensamientos —Está como triste desde hace unos días.

    ¿Ha parido ya? —preguntó Guillén, dejando a Rosicler en el suelo (había cogido a la pequeña para besarle la mejilla y la niña se había abrazado a su cuello ese rato).

    Su pregunta se vio respondida por el fortísimo llanto de un bebé, procedente de la casa. Miró a Rodrigo con preocupación y entró en el edificio, dejando que los niños volviesen a jugar y sin preocuparse mucho de que esta vez atrapasen a Rodríguez y Ferreruela, a quienes no les quedó más remedio que quedarse fuera. En el salón vio a Soledad, sentada junto a su marido, a quien tomaba una mano, con sus dos hijos mayores hablando en voz baja con Joaquín y Sergio.

    Oh, Guillén… —saludó su habitualmente dicharachera hermana, ahora con una sonrisa algo tensa.

    Su marido se puso en pie al reconocer a Guillén, mirándole a los ojos unos segundos antes de acercarse a él para darle un abrazo de oso. Juan el Mayor —conocido así para distinguirlo de su primo, Juan el Pequeño, que había sido el mejor amigo de Guillén durante su infancia— no era un hombre alto, lo cierto es que su esposa le sacaba varios centímetros, pero era fuerte, con un pecho ancho y unos brazos que no tenían nada que envidiar a los guerreros. Así, no fue extraño ver que conseguía en ese abrazo que los pies de Guillén se separasen un poco del suelo antes de volver a él.

    Qué alegría verte vivo —le dijo con su voz grave, no tanto como la de Rodrigo, pero notoria —. ¿Te acuerdas de Sofía y Gregorio? —preguntó entonces, señalando a sus hijos, quienes se acercaron entonces.

    De Gregorio sí me acuerdo —dijo Guillén, apretando la mano del joven, quien parecía haber heredado la altura de su madre, pero la cara de su padre, ¡eran muy parecidos! No como Sofía, que podría ser la hija de Guillén tranquilamente, lo cual resolvía cualquier duda que pudiese haber sobre su relación familiar —. Pero tú todavía estabas en el vientre de tu madre cuando me fui —añadió mirando a la chica, quien sonrió un poco, besando las mejillas de su tío —. Es un placer conoceros. Él es don Rodrigo, viene a ayudar con lo que haga falta.

    Es muy amable por su parte, Rodrigo —dijo la conocida voz de Merche, quien salía de la cocina para saludar a su hermano y cuñado. A Guillén le sorprendió no notar ningún sarcasmo en su voz, sólo agotamiento.

    ¿Vais a explicarme ya qué ocurre?

    Merche miró a Soledad, quien se encogió un poco de hombros, y suspiró pesadamente, recogiendo algún mechón rebelde antes de hablar.

    Rocío dio a luz hace unos días. Ahora está… mustia. No quiere coger al bebé, se pasa el día llorando, ni siquiera quiere estar con sus hermanos. Y yo ya no sé qué hacer —volvió a suspirar, poniéndose las manos en la cintura.

    Hemos probado varias cosas —habló esta vez Sofía, mirando a su tío con unos ojos igual de verdes que los del galeno —, pero no ha querido salir a pasear ni tampoco que durmiésemos con ella. La matrona tampoco sabe bien qué hacer, pero… Madre dice que eres muy buen médico. Quizá…

    Voy a verla —asintió Guillén, mirando un momento a Rodrigo y luego al resto de la familia —. Sergio y Jimeno están con ella, supongo.

    Sergio no está —contestó Gregorio, cruzándose de brazos con un gesto que mostraba cierto cabreo, quizá por hablar del marido de su prima —. Rocío le gritó que no quería ni verle, y él no tuvo ningún impedimento en obedecer e irse.

    Su madre también está enferma —dijo Joaquín, ganándose un resoplido de su primo, al parecer bastante escéptico a ese respecto —. Va y viene de una casa a otra.

    Un marido debería cuidar de su esposa. La madre de Sergio está bien atendida por su propio marido, digo yo.

    Gregorio, basta —le cortó su padre con un gesto de mano —. Soltando sapos y culebras no vas a cambiar la situación. Don Rodrigo, deme su capa y acérquese al fuego, que hace frío fuera. Voy a ver cómo están los chicos.

    Voy a traer algo de beber —suspiró Merche, al parecer sin querer quedarse quieta mucho rato —. Guillén, ¿quieres algo?

    Luego, quizá.

    Dijo, haciendo un gesto de despedida general antes de acercarse a las escaleras que le llevarían a la habitación de Rocío. La puerta estaba abierta, así que simplemente dio un par de toques a la madera antes de entrar, viendo a Jimeno, el marido de Merche, acunando a su nietecito mientras Rocío, tumbada en la cama, le daba la espalda, agarrando las mantas con fuerza.

    Guillén —dijo Jimeno, consiguiendo que su hija girase un poco la cabeza con curiosidad antes de volver a dejarse caer sobre las almohadas —. Ven, entra —le invitó, mirando la carita del bebé con una sonrisa —. Te presento a la más pequeña de la familia.

    El médico se asomó, viendo la carita de la criatura, al parecer niña, quien bien cubierta por telas que la mantenían calentita sujetaba un dedo de su abuelo. Jimeno, al ver cómo los ojos de Guillén hacían chiribitas, le tendió a la bebé para que la cogiese, sonriendo al ver a su cuñado derretirse mientras mecía a ese pequeño fardito.

    Es preciosa. ¿Tiene ya nombre?

    ¿Para qué ponerle nombre? —sonó la voz gangosa de Rocío, quien si no estaba llorando, había estado haciéndolo hasta hacía muy poco —No sobrevivirá al invierno.

    ¿Por qué dices eso, Rocío? —preguntó Guillén tras intercambiar una mirada con un pesaroso Jimeno. Carraspeó un poco y se sentó al borde de la cama de su sobrina, acariciando la boquita de la bebé, quien empezó a hacer succión hacia el dedo, mostrando que tenía hambre —Yo veo a una niña muy sana.

    Es muy pequeña.

    Todos los bebés son pequeños.

    No. Ella es muy pequeña. ¿Cómo va a aguantar el frío siendo tan pequeña?

    Rocío… —empezó su padre, pero Guillén le hizo un gesto para cortarlo.

    El calor de tu cuerpo la hará aguantar.

    No lo creo —susurró Rocío, hundiendo la cara en la almohada —. Soy una madre horrible, así que mi calor sólo la hará daño.

    Guillén miró otra vez a Jimeno, quien reconoció la mirada como una silenciosa petición. Puso una pequeña excusa, besó la cabeza de su hija y salió del dormitorio. Guillén suspiró suavemente y se movió por el borde de la cama, acercándose un poco más a Rocío.

    ¿Por qué dices que eres una madre horrible?

    Porque… no deja de llorar y no puedo hacer que pare.

    Ahora no está llorando.

    Porque no la tengo yo en brazos.

    La chica se quedó en silencio unos segundos, pero después empezó a incorporarse hasta quedar sentada en la cama, mostrando una cara algo más delgada de lo que Guillén había visto la otra vez, con el pelo totalmente desastroso, profundas ojeras y los ojos enrojecidos y algo hinchados de llorar.

    Miró a su tío, luego a la criatura y contuvo un sollozo, abrazándose a sí misma y alzando las rodillas para acercarlas a su pecho.

    Llévatela —vio la expresión de sorpresa de Guillén y apretó los dientes —. ¡Llévatela! Contigo estará bien, ¿no? Puedes… puedes darle leche de burra o de cabra. Sabrás cuidarla y la querrás mucho. Llévatela, que se vaya a Monzón contigo. Ahí… Ahí ella… —su voz empezó a temblar, rompiéndose finalmente mientras las lágrimas empezaban a bañar sus mejillas —Ella estará bien contigo. Estará mucho mejor que aquí, conmigo.

    ¿Por qué dices eso, Rocío? —preguntó con un tono dulce y comprensivo.

    ¡Porque soy una mujer horrible! —estalló a llorar, haciendo que su bebé llorase también. Guillén tomó a la criaturita con un brazo, rodeando a la madre con el otro —No pude mantener mis votos, ¿cómo voy a cuidar a esa niña?

    Rocío… —respiró hondo, acariciando su espalda mientras mecía a la criaturita, intentando calmar el llanto de las dos —Escúchame. Ninguna madre puede ser horrible si quiere a su hija tanto como tú.

    ¡No la quiero!

    Si no la quisieses, no te importaría su bienestar. Pero me has dicho que me la lleve porque conmigo estará bien. Te preocupas por ella, así que la quieres. Venga, alza la cabeza —ayudó a Rocío a incorporarse y puso al bebé entre sus brazos —. No hay un manual para cuidar a un bebé. Pero tienes a tu madre, que tiene mucha experiencia, y también a tu tía, que también ha sido madre. Tienes a mucha gente a tu alrededor, que te quiere y que te ayudará.

    Sergio no…

    Olvídate de Sergio —Guillén respiró hondo y acarició ese fino cabello negro que crecía en la cabecita de la bebé mientras ésta buscaba entre las telas de su madre su pecho para comer —. No le necesitas para esto.

    Rocío miró a su tío, después a su niña. Se desató un tirante del camisón, liberando uno de sus pechos para poder por fin alimentar a su hija y respiró hondo, todavía llorando.

    Serafina —murmuró en voz baja —. Quiero llamarla Serafina.

    *****


    El día había sido agotador, no tanto a nivel físico como emocional. Guillén había dejado a Rocío descansar y se había bajado con su familia, llevando a Serafina en brazos. Puso a los demás al corriente de la situación, guardándose para sí la confesión de adulterio de su sobrina, por supuesto.

    A veces sólo hace falta alguien externo para poder hablar —había comentado cuando Merche le agradecía con lágrimas en los ojos.

    No consideraba haber solucionado nada de forma definitiva, siendo honestos. Sólo esperaba haber puesto a Rocío en un camino correcto que, desde luego, tendría que andar ella, aunque esperaba que ahora acogiese mejor la ayuda de su familia.

    Fue aquel un día extraño. En otra situación, quizá Guillén podría haberse sentido como cuando era niño, con su hermana más mayor gruñendo y bufando y la otra hablando alegremente hasta por los codos. Podría, sino, haberse sentido como en la visita que había hecho pocas semanas antes, contando historias a sus sobrinos cuando éstos no estaban jugando con Rodrigo, Ferreruela y Rodríguez.

    No pudo hacer nada de esto, sin embargo. Y no por los esfuerzos de su familia, quienes intentaban comportarse como si todo fuese bien, sobre todo cuando Rocío se decidió a bajar a comer con ellos, accediendo incluso a sujetar a su bebé en brazos —todo un logro, visto lo visto—.

    Quizá Gregorio, Sofía y Joaquín, así como los más pequeños, interpretarían los largos silencios de Guillén como una parte de su personalidad. Sabían, por lo que les habían contado sus padres, que el tío Guillén era un hombre serio y callado. Pero tal vez sus hermanas, sus cuñados y el propio Rodrigo podrían notar algo más en él, una tristeza o una tensión que perturbaba la calma de sus ojos.

    Fue de regreso a la posada de la Puri cuando Rodríguez sacó el tema a colación.

    ¡Médico! —le llamó, cruzando los brazos sobre el pecho —¿Qué te ocurre?

    ¿Hmn? Nada, nada… Sólo estoy cansado —sonrió, revolviéndole el pelo —. Vamos a dormir.

    El gitano dudó, pero cuando Ferreruela tiró de su manga, simplemente se rindió y se fue a su dormitorio. Guillén, por su parte, entró en la habitación que compartía con Rodrigo y, ya a puerta cerrada, se empezó a desnudar, quedando al final vestido con la camisa interior, que caía hasta algo debajo de sus rodillas.

    Sin mirar realmente a Rodrigo, se lavó las manos y la cara con un poco de agua de una jofaina y, con un largo suspiro, esperó a que el templario se acomodase en la cama para entrar él también, aunque no se sentó a su lado, sino en su regazo, acurrucándose contra su pecho como un niño pequeño.

    Fue entonces cuando su respiración se agitó, un pequeño jadeo que preludiaba un suave llanto que tardó en llegar.

    Era tan bonita… —empezó a decir, sintiendo los brazos de Rodrigo arroparle como la mejor de las mantas —Cuando… Cuando me ha dicho que me la llevase… He estado tan cerca de hacerlo… Habría sido tan fácil… Simplemente salir de la casa, venir aquí, coger el carro y volver a Monzón. Sin ruido, sin problemas. Incluso he pensado que Juana podría cuidarla, ser algo así como su niñera, que podría vivir con ella, ya que Augusto no quiere bebés en el castillo. He pensado en lo bonito que sería cuidarla, ¿sabes? Verla crecer, enseñarle…

    El galeno tomó aire hondamente, agarrándose a la ropa de Rodrigo como si fuese lo único que le impidiese precipitarse a un abismo insondable. Apretó la cabeza contra su hombro y tomó aire para volver a hablar, en susurros, con la voz rota por la emoción.

    Mi niño... se había asfixiado con el cordón umbilical, así que tenía la cara algo azulada y una horrible marca en su cuellecito. Además, los dedos de manos y pies estaban apretados, pero incluso así se me hizo la cosa más bonita de este mundo. Era pequeñito, con su boquita entreabierta y sus ojitos cerrados. Sus orejas eran tan finas que la luz las transparentaba y tenía una... pequeña espiral de pelo negro sobre la cabeza. Era hermoso, ¿sabes? Y estaba tan frío... Ay, Rodrigo, ¡estaban los dos tan fríos...! Los sostuve contra mi pecho, estuve toda la noche abrazándolos. Puse al bebé entre los brazos de ella y soñé con una vida juntos, los tres. Por la mañana, vinieron los vecinos. Yo estaba... Teníamos una mecedora. A veces, tras un largo día, me sentaba en ella, frente al fuego, o al entrar en casa veía a Aalis sentada allí, tejiendo o preparando algún ungüento, o simplemente dormitando, con las manos sobre su abultado vientre. Me encantaba esa mecedora. Y yo estaba allí, acunando a mi bebé. Se lo enseñé a mis vecinos, todo un padre orgulloso de su creación, y ellos sonrieron y me pidieron cogerlo en brazos. Sabía que no lo volvería a abrazar, pero se lo di. También les di a Aalis. Más tarde hablé con el cura del pueblo, un amigo mío, germano, llamado Dagoberto, como los reyes merovingios. Le pedí que lo bautizase, y él dijo que no se puede bautizar a un muerto, pero yo le supliqué. No podía permitir que mi bebé acabase en una tumba anónima, fuera del cementerio. Tenía que estar con su madre, ¿no? Debí darle mucha pena, porque lo hizo y los enterraron juntos, el pequeño Adrièn Castán entre los brazos de Aalis, a la que pusieron el vestido con el que se casó conmigo. No recuerdo cómo fue el funeral, sólo que no pude volver a casa. Y por la noche me dio un ataque de locura y empecé a cavar con las manos desnudas, quité toda la tierra y arranqué la tapa del ataúd para abrazarlos otra vez. Fue Dagoberto quien me sacó de allí. Me llevó a su casa y me cuidó hasta que recuperé la cordura. O algo parecido. Lo cierto es que estar allí se volvió una tortura. No era sólo el lacerante recuerdo de su ausencia. La gente me miraba con una mezcla de asco y lástima, también de miedo. Algunos habían oído que desenterré a mi familia para devolverles la vida mediante un pacto con el diablo. Hubo momentos en los que deseé que así hubiese ocurrido. Terminé por abandonar Sion; cogí la yegua de Aalis y cargué mi viejo carro con lo que consideré imprescindible. No tendría que haberme llevado su ropa, ni algunos de sus utensilios, pero Dios sabe que no los podía dejar allí. Recorrí el reino de los francos hasta las montañas, y allí me quedé atascado un tiempo, más de un año, hasta que entré en el reino de Aragón. Era un muerto viviente, ¿sabes? Caminaba, comía y dormía como un acto reflejo, cuidaba a los enfermos como si fuese un sueño. Pensé que mi corazón había muerto y estaba enterrado en Sion. Al menos hasta que te conocí y volvió a latir. Me devolviste la vida, Rorro. No puedo llamarte asesino cuando lo que has hecho ha sido revivirme.

    Terminó de hablar mirando a los ojos del templario. Estaba cansado, agotado. No sólo por haber soltado en esos minutos su discurso más largo en años, sino también por el peso de las lágrimas y de las emociones que, ahora, por fin, parecían ir desinflándose un poco, permitiéndole respirar con más calma.

    Hablar había sido liberador, desde luego. Poder por fin contarle a alguien todo aquello, después de tanto años, había soltado un peso que, a veces más notorio, a veces más discreto, le había acompañado durante demasiado tiempo.

    Gracias por estar conmigo —añadió al cabo de un rato, tirando suavemente de la barba de Rodrigo para pedirle un beso.

    *****


    José Manuel no estaba al tanto, realmente, de lo que había ocurrido en esa casa. Tampoco consideraba necesario saberlo, no era de su incumbencia, después de todo. Aun con todo, sí fue consciente de que se había producido un cambio radical en la casa de los Jiménez-Castán entre el día anterior y ese.

    Los adultos parecían más tranquilos, hablaban con los hombros menos tensos y se reían más. Soledad volvía a ser la mujer alegre que había conocido en el pueblo, y ahora veía mejor que ayer que su marido era igual de charlatán. Habían establecido con Rodrigo una conversación que parecía impenetrable, y que hacía parecer que se conocían de toda la vida.

    Por otra parte estaba Mercedes, una mujer realmente aterradora que sólo parecía suavizarse de verdad cuando su marido la abrazaba o besaba, cosa que ocurría pocas veces y en momentos discretos, como si les diese vergüenza que alguien les viese.

    Gregorio, que parecía tener el carácter de su tía, aunque algo templado, hablaba con Joaquín y Jimeno en un tono contundente, pero distendido. Sofía, por su parte, parecía cómoda con los silencios de su tío, quien en esos momentos acunaba a la nueva incorporación de la familia mientras Rocío descansaba.

    Los niños, por su parte, parecían tener energías inagotables, y al parecer, por edad o por descarte, Carlos y él se encargaban de que no se hiciesen daño, participando por consecuencia en algunos de sus juegos.

    Y, mientras, pensaba en Isabel, en la sonrisa que había puesto cuando la había besado y en las ganas que tenía de volver a casa para poder besarla otra vez. Se giró, mirando a Guillén, y suspiró levemente, apartando rápidamente la vista al notar que le devolvía la mirada.

    No pudo, por tanto, ver la sonrisa del médico, quien al cabo de un rato se puso en pie, cediéndole a Merche un bebé totalmente dormido. Se acercó entonces a Rodrigo, disculpándose por interrumpir la conversación, y le puso una mano en la espalda.

    No han cerrado el mercado, ¿verdad?

    No, no —dijo Juan, sacudiendo la cabeza un par de veces —. Ya sabes cómo somos los comerciantes. Cerraron las tiendas cuando cayó la nieve hace tres o cuatro días, pero ya han vuelto a montar los tenderetes. ¿Vas a comprar algo?

    Puede —se irguió, todavía con la mano en el hombro de Rodrigo (detalle que, por cierto, no le pasó desapercibido a Soledad, quien alzó un poco las cejas con una sonrisita) —. Voy a dar un paseo, quizá compre algunas hierbas o alguna merienda para los pequeños.

    Suena genial. Oye, Rodrigo, ¿por qué no vas con él? —sugirió Sole, dándole un par de golpecitos en la pierna al templario —Así te aseguras que no se quede buscando musarañas, ¡con lo distraído que ha sido siempre mi hermanito! ¿A que sí? Claro que sí, que de pequeño, como no lo llevases de la mano, ¡podía quedarse viendo una flor o un pájaro y hala, hasta aquí hemos llegado!

    Ya no soy un niño —suspiró Guillén, aunque luego sonrió un poco —. Pero no te diré que no si quieres acompañarme.

    ¿Vais a dar un paseo? —exclamó Rodríguez, apareciendo prácticamente de la nada —¡Voy con vosotros!

    Me encanta este niño. ¡Es tan resuelto!

    ¡Señora, que no soy un niño! —se quejó Rodríguez mientras la Sole le pellizcaba las mejillas.


    SPOILER (click to view)
    HAY MUCHA GENTE EN ESTA CASA, ME CAGÜENDIÓS. Vamos a aclarar un poco nombres y tal xD

    Merche (44) está casada con Jimeno (46) y tiene nada más y nada menos que seis hijos: Rocío (20), Joaquín (18), Carlos (15), Cosme (12), Damián (11) y Rosicler (8).

    Sole (37) está casada con Juan (35) y tiene tres hijos: Gregorio (19), Sofía (15) y Jaime (9). Jaime es lo que aquí se conoce como tardano, porque hay mucha diferencia de edad con sus hermanos.

    Luego está Guillén (30), casado con su osito, al que ya conocemos xd

    Y no sé si decir algo más, pero si eso ya hablamos por privado ~


    Edited by Bananna - 7/4/2019, 14:41
  5. .
    Te lo he ido diciendo por privado, te lo repito ahora: ME HA PUTOENCANTADO.

    O sea. Qué maravilla ????

    Que yo ya sabía que me iba a gustar porque, en fin, lo has escrito tú y tal, PERO WOW NENA, TE HAS SALIDO.

    He explorado todas las opciones, curiosamente me he comido primero los finales malos (que, por cierto, con lo del Despacito yo sólo considero un final bueno, porque eso es tortura y nada me va a hacer cambiar de opinión), y ¿sabes qué? Me he quedado con ganas de más.

    Te lo has currado muchísimo, pero cada segundo de esfuerzo ha valido totalmente la pena. En serio. Sigo fangirleando. Ay.
  6. .
    Los galtora podían alimentarse íntegramente de sangre, una vez al mes como hacían algunos vampiros, o cada cierto tiempo si vaciaban el contenedor. O podían ingerir sustancias cárnicas y vegetales, indistintamente crudas o cocinadas; podían comer sin cesar desde que se ponía el sol hasta que volvía a salir, o darse atracones cada pocas horas. Sin embargo, la naturaleza del galtora era hematófaga, es decir, requería de sangre, aunque fuese en menores cantidades que las que necesitase un vampiro puro.

    Aquel galtora que rehusase el consumo de sangre sufriría un hambre constante y voraz, así como una debilidad progresiva, al menos hasta que su instinto se impusiese a su raciocinio, causando auténticos desastres. Esto no ocurría a menudo, eran casi nulos los casos de vampiros, independientemente de su raza, que evadían la sangre, pues todos acababan sucumbiendo al deseo de ese líquido rojo vital.

    Y eso le estaba pasando a Carmen.

    Arrodillada en el suelo, sosteniendo a Kat entre sus brazos, sentía su corazón palpitando con más fuerza, hasta asemejarse al corazón de un humano vivo. Su boca estaba ligeramente entreabierta, salivando, y respiraba de forma pausada y profunda, como si hubiese corrido una maratón. Por no hablar de sus ojos, ahora totalmente rojos, o de la largura que habían adquirido sus uñas, con especial preeminencia de los pulgares, auténticas garras de varios centímetros de longitud.

    Las palabras de la pelirroja le llegaban amortiguadas, pese a la distancia, pues todo sonido externo tenía que pasar por el neblinoso manto que formaban su corazón y su respiración. Las aletas de su nariz se agitaban ante el hedor de la sangre y sus ojos estaban fijos en el cadáver mutilado del cazador, sin ser capaz de siquiera reconocerlo como un humano.

    Esto cambió cuando Kat gritó contra su hombro el nombre de la joven vampiresa de Japón. Fue una llamada de atención, una bofetada que hizo que reaccionase por fin.

    Movió a la húngara para que se girase entre sus brazos, tumbándola bocarriba con la cabeza apoyada en su pecho, y viendo rápidamente esos agujeros cada vez más grandes que había en su torso, así como ese en su frente, sangrante, con las venas ennegreciéndose por momentos, no dudó mucho a la hora de introducir la uña pulgar en la herida, atravesando la bala y extrayéndola así.

    Se deshizo de la ponzoñosa plata y dejó a Kat en el suelo, cerrando sus heridas. Se levantó, tambaleándose ligeramente, y avanzó para dejarse caer junto al cadáver de uno de sus excompañeros. Se lamió los labios y gimió con auténtico deseo, inclinándose para, sin mucha dilación, empezar a sorber la sangre que manaba, ya sin tanta fuerza, de esa enorme herida.

    ¿Por qué aquello sabía tan jodidamente bien? ¿Por qué ahora que había empezado no podía parar? En el bar había conseguido mantenerse a raya, pero esa sangre estaba tan caliente, tan limpia al haberse mantenido en circulación hasta hacía pocos segundos…

    La cordura fue volviendo a su mente poco a poco, y al darse cuenta de lo que estaba haciendo empezó a llorar, acallando sus sollozos contra esa piel cada vez más fría y pálida. Apartó la boca de la herida y soltó un quejido de puro horror antes de coger con las manos parte de la sangre desparramada por el suelo y llevársela a la boca, tragando con auténtica sed, sin importarle en primera instancia estar manchándose ya no sólo la cara y las manos, sino también la ropa que, por suerte, era tan negra que ocultaba las manchas.

    Se detuvo, sin embargo, cuando su olfato captó algo además de la sangre, el olor de un vampiro y la pólvora que aún flotaba en el aire y su oído identificó pasos. Sin poder parar de llorar, se puso en pie y se giró para mirar hacia la puerta, donde pronto apareció una figura totalmente envuelta en telas, con una máscara cubriendo su rostro y un arma en las manos. Y a juzgar por cómo la sostenía y por cómo le temblaba el cuerpo al ver el panorama, cómo se había quedado paralizado, ese cazador no debía ser ni mayor ni experto.

    ¿Era tu mentor? —preguntó Carmen con la voz rota, carraspeando al darse cuenta de esto. El cazador no respondió y Carmen alzó la voz, gritando de forma desgarrada: —¡¿Era tu jodido mentor o no?!

    Ahora sí, el cazador asintió y Carmen se limpió la cara con el antebrazo, o al menos lo intentó, pues lo cierto es que aún le quedaba rojo en la boca y la barbilla, las mejillas, la nariz y parte del cuello. Sorbió con fuerza en un intento de dejar de moquear y señaló el cadáver.

    No tenía motivos para atacarnos. Él disparó primero. ¿Me entiendes? —Sí, había oído perfectamente todo lo que ocurría desde la sala en la que había escondido a Nana. Dio un paso al frente, viendo cómo el muchacho retrocedía por inercia —¿Desde cuándo los cazadores matan sin haber asegurado que el objetivo es una auténtica amenaza?

    Tú… —el chico tartamudeó varias veces hasta conseguir formar la primera palabra. Después golpeó con el puño cerrado el marco de la puerta y cogió el arma con más firmeza, apuntando directamente a Carmen —¿Tú qué sabes de los cazadores? ¡Eres un monstruo! ¡¡Un monstruo!!

    El gesto de la alemana se descompuso ante esta afirmación. Se miró las manos, temblorosas y manchadas de sangre, y luego miró a Kat, que terminaba de recuperarse, pero seguía obviamente débil por la pérdida de sangre. Volvió a mirar a la figura cubierta y tragó saliva.

    Puede que sea un monstruo, pero no te he matado.

    Lo cual ha sido un terrible error.

    Con estas palabras, el joven cazador apretó el gatillo. Sin embargo, Carmen fue más rápida, no tuvo problemas para esquivar la bala y, de hecho, en un parpadeo estaba saltando sobre el cazador, atravesando en un instante una distancia de más de dos metros. Tiró al chico al suelo y le arrebató la metralleta, agarrando los extremos del cañón. Sentada sobre su adversario, hizo fuerza hasta conseguir doblar el metal; una vez conseguida la primera curva, no fue tan difícil hacer una especie de nudo. Arrojó el arma hacia atrás, escuchando el cristal de una ventana romperse y el mover de las hojas y ramas de unos arbustos al acoger la pieza inservible de metal, y golpeó el suelo con el puño, justo al lado de la cabeza del chico, agrietando la baldosa.

    Vete a casa —siseó —. Date una ducha caliente, come algo y vete a dormir. Y mañana a primera hora, antes de las siete, a poder ser, ve al cementerio de Green-wood. Dejaré el cuerpo de tu mentor en la puerta norte.

    ¿Por… por qué harías algo así?

    Carmen posó sus ojos sobre los cristales opacos de aquella máscara retro en una especie de duelo de miradas que duró unos segundos. Después, sin responder a su pregunta, se puso en pie y le dejó irse, regresando junto a Kat. Se arrodilló a su lado y, mientras escuchaba los pasos de aquel cazador alejarse a la carrera —como si temiese que la galtora cambiase de opinión—, sacó la uña derecha y se hizo una larga herida en el antebrazo izquierdo, ayudando luego a Kat a incorporarse y ofreciéndole la sangre para que bebiese de ella.

    Ah… —murmuró, como si acabase de acordarse de un pequeño detalle —Nana está bien. La he encerrado antes de venir aquí. Cuando puedas ponerte en pie, iremos a por ella —dijo en voz baja, casi susurros, cerrando después los ojos.

    *****


    Carumen.

    La alemana parpadeó y miró a esa lolita. Le hacía gracia la forma que tenía de pronunciar su nombre, era adorable.

    ¿Qué ocurre?

    ¿Por qué te lo has llevado? —preguntó la nipona con voz aflautada, señalando tímidamente el cadáver que Carmen cargaba a la espalda con la facilidad de quien lleva una mochila.

    Bueno… No podía dejarlo ahí —comentó, mirando brevemente a Katryna, a quien servía de bastón al haberle prestado un brazo para que se apoyase en ella —la herida había cerrado por completo hacía rato, sin dejar ni marca—, antes de volver la mirada al frente —. Igual que no podía dejar las balas y la sangre. Sino, cuando la gente llegase mañana, iba a fliparlo a lo grande y se armaría la gorda.

    La boquita de Nanako formó una «o» antes de bajar los ojos al suelo, cruzando las manos a la espalda, lo que sumado a esos andares tan concretos le daba un perfecto aspecto infantil.

    Así, volviendo a instaurarse cierto silencio entre las tres, roto sólo por sus pasos sobre el asfalto nevado. Estaba claro que aquel no era el desenlace que ninguna había esperado para aquella velada que prometía ser divertida y provechosa para esa «cruzada del amor», como la llamaba Kat.

    Sabía que no debía hacerlo, que era contraproducente, pero Carmen no podía evitar pensar en lo cerca que había estado de no ir a esa excursión, o de irse de allí con Basil y Austin. De hecho, si se había quedado era en parte porque Kat le causaba gran curiosidad desde ese «eres guapísima» que le había dedicado como primeras palabras, pero también porque le había dado en la nariz que esas dos vampiresas podían causar, sin quererlo, algún desperfecto.

    «Pues menos mal que me he quedado», pensó para sus adentros, intentando alejar de su cabeza lo cerca que había estado Kat de morir o qué podría haber llegado a pasar con Nana si no la hubiese metido en un laboratorio y le hubiese ordenado ocultarse bajo la mesa del profesor.

    Tampoco pudo evitar preguntarse qué habría ocurrido si hubiese ido antes al gimnasio. ¿Podría haber impedido la muerte de ese cazador? ¿O sólo habría conseguido que las dos, Kat y ella misma, terminasen malheridas?

    No servía de nada darle vueltas a esas cuestiones, intentaba decírselo a sí misma, pero estaba resultando un tanto inútil.

    Sirvió de apoyo a Kat hasta que llegaron al edificio en el que esas dos vivían. Una vez allí, Carmen suspiró y simplemente sostuvo la puerta para que pasasen una vez Nana la abrió, quedándose fuera. Sonrió un poco y señaló con la cabeza el cadáver.

    Voy a encargarme de esto. Nos vemos mañana en el bar —se despidió y se dio media vuelta, pero antes de llegar a dar un paso más, volvió a girarse hacia Kat con una sonrisa torcida —. Y tú procura descansar. El mundo ama a las pelirrojas, ¡pero es mejor cuando están sanas!

    *****


    Daba igual lo dura o agotadora que hubiese sido la noche; cuando llegaba a casa, escuchar las patitas de los perros corriendo a recibirla siempre hacían que una sonrisa se abriese camino en la boca de Carmen, aligerando un poco el peso de sus hombros.

    Apoyó una rodilla en el suelo y abrió los brazos para recibir a los tres perros que fueron a lamotearle la cara y buscar cariño, aunque en esta ocasión también pasearon los hocicos por su ropa, con una mezcla de extrañeza y curiosidad al oler el potente olor de la sangre.

    Les dejó hacer un poco y luego se puso en pie, llevándose una mano a la cabeza, pero… ¿Y su sombrero? Pensándolo bien, ¿lo había llevado al instituto? Y ahora que se daba cuenta, tampoco llevaba el abrigo. Al caer en que se los había dejado en el bar, cerró los ojos para masajearse los párpados, sacudiendo la cabeza antes de quitarse la camiseta, que tiró sobre el fregadero para limpiarla bien luego.

    Su casa no podía considerarse muy grande. No lo era. Se componía de tres ámbitos diferenciados, pero no separados. Es decir, nada más entrar en ese ático se podía ver todo: el salón con una mesita rodeada por un sillón, un sofá de tres plazas y un mueble donde estaba la tele, con varios discos y algún VHS abajo; tras el sillón, justo enfrente de la puerta pero al otro lado del apartamento, una cocina pequeña que por poco ni tenía vitro y luego, a la derecha de la puerta, tras el sofá, tres escalones que llevaban al dormitorio y a la puerta del baño.

    La cama era muy grande, una exigencia de Carmen, que nunca había podido disfrutar de un colchón de matrimonio, y justo sobre el cabecero se abrían dos grandes ventanales, cubiertos la mayor parte del tiempo por dos lienzos que mostraban la vista que se veía desde ahí, pero bajo la luz del sol, algo que Carmen ya no podía ver en directo. Completando la sobra decoración, había sobre la mesita de noche, junto a un flexo, una foto vieja en la que se veía a un algo más joven Aniquilador y a una sonriente Carmen de doce o trece años. Había también un armario con cajones y zapatero, pero poco más.

    La alemana era la sobriedad hecha persona, con pocos bienes propios, quizá por el estilo de vida itinerante que había llevado buena parte de su vida, quizá porque había llegado a Nueva York sin estar segura de que fuese a convertirse en su hogar y aún ahora seguía sin querer echar raíces.

    Todo esto, por supuesto, eran consideraciones menores. Por lo pronto, Carmen se preocupó únicamente por desnudarse y entrar en la ducha para quitarse ya no sólo el olor de la sangre, sino también la mala sensación que tenía en el cuerpo por haber bebido de un antiguo compañero, incluso si no conocía su nombre.

    Era cierto que había tenido que beber sangre, pero también que, salvo en contadísimas ocasiones, no había recurrido a humanos, sino a animales. Al parecer, un filete de cerdo totalmente crudo asemejaba bastante a unos tragos de sangre humana, así que había ido combinando la comida chatarra con eso. Pero, tal vez, no era suficiente.

    Con el pelo mojado y vestida ahora con su pijama —una camiseta del Bayern de Múnich que le iba enorme y estaba muy desgastada y un pantalón que debía haber pertenecido a un juego de pijama en otro momento pasado—, pasó por la cocina para coger una botella de cerveza y se dejó caer en el sofá con un resoplido, recibiendo a Vivaldi y Traviata mientras Bach, acomodado en el sillón, simplemente miraba con un suspiro perruno.

    Puso la tele con la esperanza de encontrar una película que la distrajese un rato, lo poco que quedaba para el amanecer.

    Unas horas después, sobre las siete de la mañana, Temperance la encontró ahí, tumbada en el sofá con la tele puesta, una botella vacía en la mesita y abrazando a Vivaldi. Con un suspiro de resignación, la veterinaria dejó que su amiga durmiese tranquila y se dedicó a lo que había ido a hacer: sacar a pasear a los perros.

    *****


    El silencio en The Ancient fue sepulcral cuando la puerta se abrió para dar paso a la figura de un humano que fue por todos identificado como un cazador. No era por su aspecto, más bien corriente —era un mocoso de unos veinte años, vestido con vaqueros y una camiseta que mostraba el logo de Falling in Reverse—, sino por el olor que desprendía, en el que se podía captar perfectamente restos de plata y de pólvora, por no hablar del metal de las armas.

    Los nostálgicos que estaban esa noche en el bar, ataviados al más puro estilo de los cincuenta, se tensaron y sacaron los colmillos en un claro gesto agresivo, pero el cazador alzó las manos para demostrar que iba desarmado. Esto no pareció tranquilizar a los distintos vampiros allí reunidos tanto como el hecho de que la galtora que había empezado a trabajar en ese local el día anterior se acercase al cazador, reconociendo su olor. Sin embargo, todos esperaban que lo echase de allí, no que lo llevase a la sala de personal, aunque al ver que Robert no decía nada al respecto, la clientela, o al menos la clientela que se quedó, mayoría, pues un par de personas se fueron echando pestes, intentó retomar sus conversaciones.

    ¿Cómo se te ocurre venir aquí, cretino? —gruñó Carmen en voz baja una vez cerró la puerta —¿Y cómo hostias me has encontrado?

    Quería agradecerte que… —el chico parpadeó cuando la galtora le tapó la boca con la mano, pero tras parpadear y asentir a su gesto de bajar la voz, pudo volver a hablar —Quería agradecerte que me devolvieses el cuerpo de mi tío… pese a haber bebido su sangre.

    Tenía hambre y él ya no la iba a necesitar —resopló ella, cruzando los brazos bajo el pecho.

    Pero lloraste. ¿Verdad? He estado pensando en ello y me pareció verte llorar.

    Carmen alzó la barbilla en un gesto de orgullo, también para mostrar que el hecho de que ese niño le sacase una cabeza no le importaba en lo absoluto.

    Eso no es de tu incumbencia. Cómo me has encontrado —no lo formuló como una pregunta, sino como una exigencia.

    Tengo mis contactos. ¿Cómo conoces el código de los cazadores?

    Creo que la pregunta real es por qué cojones no cumplisteis vosotros el código de los cazadores.

    El chico tomó aire hondamente y lo soltó con un suspiro, apoyándose en la mesa que había por allí, con los pulgares en las tiras que servían para sujetar el cinturón.

    Kevin… Mi tío —se apuró a concretar —, él decía que las normas de los cazadores son ineficaces. Atacar sólo en respuesta a un ataque previo supone dejar víctimas que pueden evitarse con ataques preventivos.

    Qué típico de los yanquis, ¿no? Disparar y luego preguntar. En Europa las cosas no se hacen así. Y no siempre hay víctimas. Hay señales previas, leyendas y rumores muchas veces, providencias y predicciones otras tantas, a veces incluso signos que al común de los mortales se les pasa por alto como variaciones en el campo magnético de una zona concreta o la proliferación o disminución de insectos o…

    Dios mío —la interrumpió el chico —. ¿Eres una cazadora?

    ¿Qué? —Carmen frunció el ceño, todo su cuerpo tenso —No digas gilipolleces. Soy una galtora.

    Pero, mientras decía esto, sacó su teléfono para escribir en el bloc de notas «Schattig/Umbría de Alemania, hija de Aniquilador». Le enseñó la pantalla y se llevó un dedo a los labios para indicar silencio, haciéndole luego un gesto para que siguiese hablando mientras ella volvía a escribir.

    Claro, perdona… Supongo que un galtora también puede conocer sobre los códigos de cazadores. Bien, yo… La verdad es que no me he decidido aún por una corriente o por otra. Verte llorar, el hecho de que me dejases huir… Me ha hecho replantearme muchas cosas, ¿sabes? Sabía que había sociedades de inhumanos que conviven en paz con los mortales, pero no esperaba que los vampiros pudiesen entrar en esa denominación, o que mostrasen tanta humanidad. Mi tío decía que había que exterminar a todos los, perdona por la expresión, monstruos antes de que ellos, o vosotros, vaya, nos exterminaseis a nosotros —fue diciendo en voz baja, leyendo ahora el nuevo mensaje de Carmen: «Estoy retirada y no quiero que ellos sepan que fui cazadora. Ya no lo soy, soy una de ellos.»

    Muy bien. Entonces vete de aquí y diles a tus puñeteros compañeros que no queremos problemas. Porque supongo que habrá más gente como tu tío —el cazador asintió y Carmen puso los ojos en blanco —. Típico. Demasiada testosterona y chauvinismo tenéis los estadounidenses. Vampiros y humanos llevamos conviviendo desde el principio y no nos hemos masacrado unos a los otros, así que dejaos de gilipolleces y dejadnos en paz de una puta vez.

    Diciendo esto, abrió la puerta y le hizo un gesto para que saliese, acompañándole hasta la mismísima puerta, donde el chico se detuvo y la miró de nuevo.

    Soy James, por cierto.

    Y yo me llamo «me importa una mierda» —relajó entonces el gesto y suspiró —. Pero algunos me llaman Carmen. De todas formas, no deberías dar tu nombre tan a la ligera, Jimmy. Nunca sabes quién va a utilizarlo en tu contra.

    Qué curioso que no prediques con el ejemplo.

    ¿Quién ha dicho que no lo he hecho? —le respondió con una sonrisa enigmática.

    James medio sonrió y volvió a agradecer, girándose para salir de allí antes de que la tensión entre los vampiros siguiese creciendo. Lo primero que vio al darle la espalda al The Ancient fue la preciosa cara, maquillada y enmarcada por bucles de una peluca, de una japonesa lolita a la que miró durante tres largos segundos antes de alzar la vista a la mujer que había a su lado, una pelirroja a la que reconoció inmediatamente como la otra vampiresa que había en el instituto la noche anterior.

    Apartó la mirada rápidamente, un gesto instintivo que quería demostrar que no buscaba pelea, y se alejó de allí rápidamente. Carmen tomó una muñeca de Kat al ver que lo seguía con la mirada y negó un par de veces.

    Déjalo. Ha venido en son de paz, respetemos eso.

    Es muy guapo —murmuró Nana, mirando también la espalda del joven —. Me esperaba que un cazador fuese mucho más feo.

    La belleza exterior no es sinónimo de belleza interior —simplificó Carmen con un encogimiento de hombros, invitándolas luego a entrar —. Tomad asiento, en seguida estaré con vosotras.

    Le hizo un gesto a su compañero, un ghoul que en esos momentos atendía la barra, para que les tomase nota mientras ella volvía a la sala de personal. Mientras había estado hablando con James, había escuchado la ligera vibración de su móvil, y ese número sólo lo tenían un grupo muy reducido de personas que incluía exclusivamente a Basil, Temperance, Robert y, por supuesto, su padre.

    Sacó de su abrigo rojo el teléfono y contuvo el aliento mientras lo desbloqueaba, sintiendo una lágrima de emoción caer por su mejilla y un peso soltarse de su pecho al ver que la notificación era de un correo de su padre.

    Querida niña, perdona por no haber contactado antes contigo. El trabajo se complicó, pero ya está todo resuelto. Por desgracia, J.H. ha perdido una mano, pero ya está en espera de conseguir una artificial. Bromea con que ha cumplido su sueño de ser un pirata con garfio, así que está bien.

    Espero poder llamarte pronto.

    Te quiero.


    Carmen respiró hondo y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, volviendo a guardar el teléfono. Su padre estaba bien, estaba vivo. Y ella ya no se sentía tan apática.

    Con una nueva sonrisa en la cara, salió de allí, saludando con una mano a Basil y Austin al verles tomar asiento en la mesa de Kat y Nana, pero antes de llegar, una mano la agarró por la tira del delantal, impidiéndole avanzar.

    Preciosa… —dijo el hombre en cuestión, un vampiro con el cabello impecablemente peinado y una ropa que hizo que Carmen pensase inmediatamente en John Travolta en su papel en Grease¿Se puede saber qué relación tiene una chica tan bonita como tú con un cazador que todavía va en pañales? —El vampiro olfateó entonces el aire y se acercó peligrosamente a la entrepierna de Carmen, lamiéndole los labios —Aunque podría pasar del interrogatorio si me dieses un… servicio especial…

    Ni voy a responder a tus preguntas ni voy a darte nada —contestó Carmen, soltándose de un manotazo y retrocediendo un par de pasos.

    Oh, la gatita saca sus garras —comentó Travolta, como Carmen había decidido llamarlo mentalmente, consiguiendo un par de risas de sus compañeros —. Me gusta que las mujeres tengan carácter. Las chicas fáciles no gritan lo suficiente en la cama, ¿sabes?

    Qué asco me das —escupió Carmen, dándose media vuelta para alejarse de él. Travolta, por supuesto, no lo consintió, poniéndose en pie y rodeándole la cintura con un brazo para empujarla y hacerla caer en la silla que él acababa de abandonar.

    Venga, no te pongas así, preciosa. Tú y yo podríamos pasárnoslo muy bien, ¿sabes?

    Mira, colega, como no me dejes en paz, se va a liar y no me apetece que se líe, así que déjame hacer mi trabajo y termínate tu Bloody Mary en silencio —pidió ella aunando paciencia, volviendo a ponerse en pie.

    Déjalo, Danny, parece que esta chica no sabe divertirse —se rio una de las hienas que tenía ese vampiro como camarilla.

    «¿Danny? ¿No era ese el personaje de Travolta?» pensó Carmen, sonriéndose por la ironía de la situación.

    Entonces le enseñaré cómo hacerlo —dijo Danny con simpleza, agarrando el antebrazo de Carmen.

    Craso error —dijo ella en un susurro.

    Lo siguiente pasó bastante rápido, incluso para los ojos expertos de los vampiros que, ya fuese con las bocas torcidas o con sonrisas expectantes, observaban el espectáculo. Primero se escuchó el hueso de Danny romperse, acompañado por supuesto de una maldición gritada. Después, el puño de Carmen contra su nariz. Como clausura ideal, Danny dio con su espalda en la mesa, rompiéndola y obligando a sus amigos a levantarse a riesgo de salir también malparados.

    Mientras las heridas del vampiro se regeneraban, Carmen le pegó una patada en la cabeza y se sacudió las manos, aprovechando para soltarle un escupitajo.

    A ver si aprendes que las mujeres no somos objetos a tu disposición, gilipollas.

    Por segunda vez consecutiva en una misma noche, The Ancient quedó en absoluto silencio. Dándose cuenta de esto, Carmen empezó a darse cuenta de lo que había hecho. Primero miró a Basil, quien se cubría la cara con una mano en una actitud catastrófica, después buscó a su jefe con la mirada, esperando encontrarlo lleno de ira. En su lugar, sólo había sorpresa antes de que estallase en carcajadas, siendo poco a poco secundado por el resto de clientela.

    ¡Así se hace, Carmen! —dijo Robert, acercándose para plantarse frente a Danny, a quien sus dos amigos ayudaban a incorporarse —Te aconsejo que no vuelvas por aquí hasta que aprendas a tratar al servicio, Danny —dicho esto, palmeó la espalda de Carmen y le guiñó un ojo —. Y tú sigue así. Aunque la mesa y la porcelana van a salir de tu sueldo.

    Claro… Claro, jefe —consiguió balbucear.

    Era la primera vez que reaccionaba de forma violenta en el trabajo y no era despedida con efecto inmediato. Vio a Danny irse con sus amigos y, cuando la puerta se cerró, el ambiente del local volvió a la normalidad. Estaba claro que no era la primera pelea de bar que veían esos vampiros, pero sí una que comentarían durante un tiempo.

    Todavía algo sorprendida por cómo se había desarrollado todo, se acercó a la mesa de sus amigos.

    Parece que la fortuna te sonríe, por fin —bromeó Basil, también sorprendido por el desenlace de la escena.

    Sí… Por fin —repitió Carmen, mostrando una enorme sonrisa, la más grande que Basil había visto en la galtora hasta el momento.


    SPOILER (click to view)
    Carmen es una camorrista. ¿Lo siento?

    Vale, a ver... Primer apunte: Temperance. Mi niña y ella se hicieron amigas por su amor común a los animales, claro está, y al poco Temperance accedió a pasear por el día a los perretes de Carmen, pero no de gratis, por supuesto. Carmen se encarga de arreglarle el coche o cualquier trasto que se escacharre y, además, invita cuando salen juntas a beber. Así que, sí, tiene llaves del apartamento de Carmen, pero sólo entra una o dos veces al día para coger al perros e irse a pasear xD Hay mucha confianza, pero no sabe que Carmen no es humana.

    Segundo apunte: James. ¿Posible romance a lo Romeo y Julieta con Nana? Habrá que verlo, hmn. Lo he pensado como un muchachito inexperto y con poco rodaje no sólo como cazador, sino en la vida en general xD Algo confiado, quizá, o tal vez sólo abierto a nuevas posibilidades. Una nueva generación de cazadores, a ver qué ocurre con esto.

    Y sí, el apodo "internacional" de Carmen es Umbría, que queda más bonito que Sombra. Esto es porque siempre va de negro y, además, es bajita y rápida. Se mueve como una sombra, vaya.

    Aniquilador y Umbría. Suena poderoso (?)

    No sé si me dejo algo, pero si eso ya edito luego o lo comentamos por privado uvu

    PD: He cogido este rol con mucho ánimo lol

    PD2: Si me acuerdo, mañana busco imágenes de James, Temperance y Basil, que siempre queda bien (?



    Edito ~

    Casita de Carmen ejemplo 1 (X),
    ejemplo 2 (X)

    Y una de Basil (X) y una de James (https://ih0.redbubble.net/image.313389321....f8.lite-1u1.jpg)

    Temperance tendrá que esperar.


    Edited by Bananna - 6/4/2019, 18:08
  7. .
    No entendía nada. Estaba todavía demasiado dormido como para poder computar correctamente la información. Sí, vale, poco a poco se iba centrando. Había dejado la casa de Rosalía y Carlos tras jugar un rato con las niñas, había vuelto al barco y había regado la cena con media botella de ron antes de irse a dormir.

    Esa parte estaba clara. Lo que todavía se le complicaba era por qué estaba abrazando al inglés y, sobre todo, por qué este prácticamente le suplicaba que no se fuese. ¿Que no se fuese? Estaba en su barco, ¿a dónde se iba a ir?

    Terminando de asentarse su cabeza, se separó un poco del otro capitán, o al menos lo intentó. Quería mirarle a la cara, pero se había aferrado a él de tal forma que parecía una lapa. Una lapa temblorosa, ahora que se fijaba.

    —Plookie… —le llamó sin obtener respuesta. Se mordió el labio inferior y enredó los dedos en el cabello suave y negro del otro, tirando muy suavemente de él —Plookie, mírame. Mírame, Arno.

    Arno. Debía reconocer que, al principio, había creído que esa palabra era más bien un apodo que le había dado el francés. Pero luego se la había oído decir a Rosalía y a Carlos, cada uno con su acento, así que había terminado por deducir que ese era su nombre. Arno Williams. La confirmación llegó cuando el susodicho por fin accedió a mirarle, con cierta sorpresa en la cara que Angus pasó por alto mientras le tomaba las mejillas con dulzura.

    —Estoy aquí. Estoy contigo —susurraba con dulzura.

    Al ver cómo por fin se relajaba un poco, lo suficiente para que ese abrazo no fuese casi asfixiante. Angus bajó las manos por la espalda de Arno hasta llegar a sus nalgas. Le sorprendió notar una ausencia total de telas, pero en esos momentos no importaba, así que simplemente se inclinó un poco y levantó a Arno a pulso, manteniéndolo sujeto por el trasero y apoyándolo en su propio pecho.

    Tras los primeros dos o tres segundos, uno de los brazos del escocés cruzó tras los muslos de Arno para hacerle de asiento mientras el otro se apoyaba en su espalda, y así lo llevó hasta la cama, importándole bastante poco que sus propios pantalones, mal abrochados, quedasen por el camino.

    Tumbó al inglés sobre las sábanas revueltas y se acercó para darle un beso bastante casto, acomodándose casi a cuatro patas sobre él, todavía abrazándole, por lo que realmente lo que estaba sobre el colchón eran la cabeza y los hombros de Arno y las rodillas y un brazo de Angus, al menos hasta que el pelirrojo forzó a Arno a desenredar las piernas y quedar totalmente tumbado.

    —Te prometo, Arno Williams, que no voy a irme a ningún lado —susurró, mirándole a los ojos con la escasa iluminación que daba la luna.

    Paseó entonces los ojos por el cuerpo del inglés. ¿Había ido hasta ahí con ese cortísimo camisón y una manta, totalmente descalzo, desde la casa de los Adánez? ¿Para qué? ¿Sólo para verle? No, no era sólo por eso. Ahora que miraba bien los ojos de Arno, su miedo y nerviosismo, la forma en la que se mordía el labio inferior, empezaba a tener claros los auténticos motivos de esa visita.

    ¿Qué hacer? No podía negar que le deseaba, y que esa ropa tan indecente ponía en marcha los motores más primitivos de su cuerpo. Además, llevaban tres días sin hacerlo, una abstinencia incluso mayor que cuando él mismo había estado herido, pues durante su convalecencia se las había apañado para echar mano de otros tipos de sexo. Ahora, no. Ahora había dejado descansar a Arno por completo, dedicándose únicamente a mimarlo y cuidarlo.

    ¿Estaría bien romper con ese celibato autoimpuesto? Lo último que quería era hacerle daño —un daño incontrolado, porque bien sabía Angus que un poco de dolor podía llegar a ser increíblemente excitante—, pero también era cierto que la mirada de Arno parecía suplicarle que lo hiciesen.

    —Dame un segundo —le pidió en voz baja, inclinándose entonces para besar sus labios, un beso breve tras el que se levantó.

    Desnudo como estaba, caminó hasta ese escritorio que Arno le había proporcionado de a saber dónde cuando limpió y ordenó aquel desastre de camarote y cogió del tablero un frasquito de cristal. Con él en la mano, regresó a la cama y se sentó en el borde del colchón, dejando el frasquito por ahí y mirando a Arno con una pequeña sonrisa.

    Acarició su mejilla y de ahí sus dedos pasaron a sus labios entreabiertos, repasándolos como si los estuviese pintando. Entornó ligeramente los párpados y tomó impulso para, de un pequeño salto, quedar de rodillas en la cama. Abrió las piernas de Arno con suavidad y le subió el camisón hasta dejar libre su vientre, pero sin quitarle la prenda.

    Observó su blanca desnudez y se inclinó para morder sin fuerza su abdomen, subiendo después a su boca para iniciar uno de esos besos interminables. Se recostó sobre Arno, encajando sus cuerpos con la calma de quien no tiene ninguna prisa, y acarició lengua contra lengua mientras sus manos se encargaban de recorrer la piel del inglés, haciéndole despertar lentamente.

    Con un pequeño gemido, se separó de sus labios para mirarle a los ojos y rio por lo bajo, negando con la cabeza.

    —Lástima no tener espejos aquí. Así podrías ver cómo te estás derritiendo —le susurró, volviendo a reír a boca cerrada al ver el gesto de reproche del otro.

    Aprovechó ese descanso para lamerse la mano, y también este gesto para hacerlo lo más provocativo posible, mirando directamente a Arno con una media sonrisa mientras paseaba la lengua por sus dedos. Tras eso, esa mano fue directa a las intimidades de ambos, acariciándolas conjuntamente.

    Aquello estaba bien. Era una sensación curiosamente placentera, quizá porque a su propio placer se le sumaban los suaves jadeos de Arno, su cuerpo moviéndose de forma consciente o inconsciente ante las caricias y ante los nuevos besos que Angus le procuraba.

    Normalmente, esa masturbación habría sido un juego previo, algo que simplemente habría hecho para calentar motores antes de pasar a una acción más contundente, pero en este caso no fue así, sino que mantuvo las caricias, haciéndolas más rápidas y apretadas al final, hasta que ambos se derramaron, sin importarle las protestas de Arno, que rápidamente acallaba con besos y mordiscos a sus labios.

    Con la respiración acelerada, empezó ahora a bajar por su cuerpo, dejando un suave beso en todas las heridas que Hubard le había hecho con ensañe, como si de esa forma intentase borrarlas o curar el dolor que le habían causado al inglés.

    Fuera como fuese, lo cierto es que dedicó a esta nueva tarea largos minutos, yendo de marca a marca, volviendo sobre sus pasos para besar a Arno, luego empezando a usar su boca en otra parte de su anatomía, pero en este caso, retomando la costumbre, sí fue simplemente por jugar, haciéndole endurecerse antes de volver a situarse sobre él, bien afincado entre sus piernas.

    —Shhh… No aún —le chistó en voz baja al ver que abría la boca, seguramente para pedirle que entrase en él.

    Manteniendo esa calma y lentitud de antes, recuperó el frasquito y lo abrió, esparciéndose por la habitación un fresco olor a lavanda. Angus se pringó un par de dedos con el líquido del frasco y bajó luego esa mano para acariciar con suavidad la entrada de Arno.

    —Me lo dio Doc cuando estaba con las heridas recientes, para aliviar un poco el dolor —explicó en voz baja mientras iba tanteando la zona —. También parece un buen lubricante.

    Aunque no era por su función resbaladiza por lo que había cogido el frasco, sino por la calmante. Quería que si Arno tenía molestias, la lavanda las aplacase antes de pasar a mayores.

    Dejó que fuese el cuerpo del inglés el que acogiese sus dedos, acariciando y ejerciendo poco a poco mayor presión hasta que su mano se movía con libertad, entrando y saliendo de su cuerpo en delicados círculos.

    Lo siguiente que entró fue algo un tanto más grande, tras lo cual Angus gimió suavemente sobre los labios de Arno. Sus manos, todavía pringosas, rodearon el cuerpo del inglés mientras sus rodillas se clavaban en el colchón, alzándose para obtener un ángulo descendiente que le permitiese marcar un buen ritmo en las embestidas que seguirían.

    —Abrázate a mí —le ordenó al oído, apoyando la barbilla en su hombro —. Y si te hago daño, por pequeño que sea, dímelo —añadió con un leve mordisco al lóbulo de la oreja.

    Después, empezó a moverse.

    *****


    ¿Cómo puedes ser tan hermoso?

    Respiró hondo, mordiéndose el labio mientras, con una caricia, retiraba algunos cabellos negros del rostro de Arno. Rozó su mejilla con el dorso de los dedos y luego deslizó su mano por el cuello del inglés, acariciando su hombro y, más adelante, su brazo.

    Había amanecido hacía poco, una mañana algo gris que no tardaría en despejarse, pero que por el momento dejaba entrar por la ventana del camarote una luz cetrina que se movía por el cuerpo de Arno, haciendo que la palidez de su piel se asemejase a una de esas esculturas antiguas y que su rostro, ahora sereno, pareciese el de la más hermosa pintura italiana de los últimos siglos. Que su cabello pareciese finamente hilado con los filamentos de las plumas de un cuervo y que su respiración pareciese dada directamente por el mismísimo Dios.

    Angus casi ni se atrevía a pestañear mientras lo observaba, embelesado. Había despertado hacía no mucho, y al ver a Arno a su lado no había podido por más que acomodarse sobre la cama para poder recorrer su cuerpo desnudo con los ojos una y mil veces más, hasta que esto dejó de ser suficiente y sintió la necesidad de que su mano interviniese también.

    ¿Eres humano? —Volvió a hablar en susurros, en esa extraña lengua traída de sus lejanas tierras —¿No serás alguna clase de demonio… una sirena, un hada, que ha decidido ponerse en mi camino para encandilarme con esos ojos llenos de mar y arrastrarme a las oscuras profundidades…? ¿O eres un siervo de la misma Muerte, que me pone a prueba para comprobar si esta segunda oportunidad que me dio es bien aprovechada? ¿Qué eres, Arno Williams? ¿Quién eres? ¿Por qué tus labios entreabiertos me tientan más que cualquier escote pronunciado? ¿Por qué la sola mención de tu nombre hace que mi corazón se acelere de esta forma? ¿Por qué con saber que no estás bien siento una ira demencial estallar en mi pecho? —Guardó silencio y dejó que sus dedos ahora vagasen por uno de los muslos del otro hombre, rozándolo con el mismo cariño con el que antes tocaba su mejilla —¿Me estoy enamorando de ti, inglés? ¿Me estás devolviendo una humanidad que creía perdida… o estás intentando arrancar la que quedaba adherida a mis huesos? ¿Y cómo es posible que sienta que nada de eso importa, que consentiré que hagas conmigo lo que quieras, siempre y cuando eso haga que una sonrisa ilumine tu rostro? ¿Me he perdido por completo? ¿Me he ahogado en el mar de tu mirada? ¿Es esto amor? No se parece al primer amor que sentí. O quizá sí, pero ya lo había olvidado. ¿Siempre se ha sentido así? Un fuego… un fuego que parece que me va a hacer arder en cualquier momento hasta reducirme a cenizas.

    Cerró la boca al verle despertar. Miró sus ojos y, sin dejar de acariciarle, se inclinó sobre él, cubriéndole así de la luz que pudiese molestarle mientras se habituaba a ella. No sonrió, siguió mirándole casi con devoción, y tomó aire como si le costase por culpa de la emoción.

    Oh, inglés… ¿Qué estás haciendo conmigo?

    Ignoró la cara de extrañeza de Arno, tampoco se molestó en traducirle lo que acababa de decir. Sin mediar más palabras, acercó su boca no a la del moreno, tampoco a su mejilla, sino directamente a su pecho, posando sus labios con extrema delicadeza, como quien besa una santa reliquia, en el centro mismo de pecho.

    Dejando un reguero de besos, todo ellos secos, sin añadir mordiscos ni lamidas por primera vez desde que se conocían, fue moviéndose por su torso, yendo hacia abajo por su vientre y cadera hasta llegar a los muslos. Una vez allí, deslizó la mano por la pierna de Arno hasta rodear con ella su pie. Le hizo doblar la rodilla y, tras recorrer su pantorrilla, besó su empeine y sus dedos, abriendo luego los ojos para mirarle desde esa extraña posición.

    Sintió su corazón detenerse durante un segundo, luego latir con más fuerza, aunque el ritmo acostumbrado. Con la respiración ligeramente entrecortada, casi nervioso, volvió a subir, poniéndose esta vez sobre Arno, en vez de a su lado. Apoyado en las manos, le miró como si no terminase de decidirse, hasta que, finalmente, tomó sus labios con los propios e inició un beso que no tardó en dejar de ser dulce a ser apasionado.

    Sin siquiera planteárselo, se fue recolocando entre sus piernas y juntó sus cuerpos, empezando a frotarse contra el inglés mientras prácticamente devoraba su boca. Desde el exterior, pocos dudarían de que se trataba de algún tipo de bestia en el cuerpo de un hombre atacando inmisericordemente al capitán del Sugary, aunque todo se detuvo de pronto cuando unos golpes llamaron a la puerta.

    Angus jadeó un poco, recuperando el aliento, y se alzó de nuevo sobre sus brazos, girando la cabeza hacia la puerta.

    ¿Qué pasa? —su voz sonó algo ronca, en una especie de gruñido. No parecía haberle gustado mucho la interrupción.

    Tenemos que hablar —sonó la voz de Moira, dulce en comparación.

    Luego.

    No hizo falta mucho más. Moira suspiró al otro lado del camarote y se alejó, hablando seguramente con el mono, a juzgar por el tono que usaba.

    Angus, ignorando esto, volvió a girarse hacia Arno, ahora con el ceño fruncido y la mandíbula algo tensa, aunque este gesto se desvaneció apenas volvió a ver sus ojos. Apoyó su frente sobre la del inglés y cerró los ojos, tomando aire para, acto seguido, volver a rozar labio contra labio, recuperando la calma que antes parecía haber abandonado.

    Jugó un poco, alejándose para hacer que Arno se acercase a él, arrastrando su lengua fuera de la boca para poder darle un mordisco o un lametón, mordiendo de pronto, sin previo aviso. Y, mientras tanto, volvió a mecerse sobre él, volviendo a calentar su propio cuerpo, el cual no tardó mucho en estar más que dispuesto a continuar lo que había empezado poco antes.

    *****


    Moira alzó las cejas con cierta sorpresa cuando, al regresar al barco tras hacer unos recados —esto era, encargar ron para una semana más— encontró a la parejita fuera, en la plataforma del castillo de popa.

    Angus había dispuesto un cojín para que Arno pudiese sentarse sobre algo blando, y detrás del inglés, el pelirrojo estaba de rodillas, canturreando alguna canción gaélica mientras cepillaba el cabello negro de Arno y lo iba trenzando con un mimo y una destreza que podían sorprender a más de uno, Moira incluida, pese a que Angus se había autoproclamado su peluquero particular muchos años atrás.

    —¿Ha llegado ya Brodie? —preguntó, sonriendo cuando el mono, al escuchar su nombre, saltó de la espalda de Angus, donde estaba mordisqueando alguna fruta, para corretear y trepar hasta ser abrazado por la mujer.

    —No, no le he… Ah, mira, ahí viene —señaló Angus con un gesto de cabeza, enarcando la ceja un poco —. Y trae compañía.

    Efectivamente, Brodie subió a la cubierta acompañado del matrimonio Adánez y de Jerome, quien saludó a la contramaestre con un par de besos antes de alzar las cejas, mirando a su amigo británico.

    Este escocés es toda una caja de sorpresas, ¿no, mon ami? —comentó en su idioma con una pequeña risita.

    ¿Terminas ya? —preguntó entonces Rosalía, haciendo que Angus pusiese un gesto de pura incomprensión. La cubana dio un par de palmadas al aire, apremiándole —¡Arnito, dile que se apure, que nos vamos a comprar!

    —Quiere que te des prisa —tradujo su marido, a lo que Angus bufó, divertido.

    —Ya está, ya está —de hecho, mientras decía eso, culminaba la última trenza, cerrando así una especie de corona alrededor de la cabeza de Arno. Besó el cuello del inglés y se levantó, tendiéndole las manos para ayudarle a ponerse en pie —. Pásatelo bien, sea lo que sea que vayáis a hacer.

    Rosalía no esperó mucho más: cogió la mano de Arno y hablando en ese idioma tan extraño a oídos de Angus y de Moira, se lo fue llevando al mercado. Una vez quedaron los demás a solas, Angus cruzó los brazos sobre el pecho y los miró a todos inquisitivamente.

    —¿Y bien?

    —Sí… Mejor vamos dentro —Sugirió Brodie, señalando hacia el camarote-despacho del barco.

    *****


    —No puedo creer que estés de su lado —Arthur se lo pensó unos segundos y negó levemente, alzando un poco las manos y los hombros —. No, lo que no puedo creer es que se me haya pasado por la cabeza que estuvieses del mío, siendo como eres una pirata.

    —Mmn… No sé por qué, pero eso me ofende un poco —medio sonrió Moira, en lo absoluto ofendida.

    Tras la pequeña reunión en el camarote de Angus, mucho más corta de lo que había esperado —y es que en el escenario que se había armado en la cabeza, Angus se iba a resistir muchísimo más al veredicto, pero al final lo había aceptado y hasta les había dado la razón a los demás—, había ido al Sugary para hablar directamente con Arthur y Ed, esperando tener de primera mano una versión de lo que había ocurrido con el barco de Hubard.

    Curiosamente, no era esto lo único de lo que se había enterado, sino también de la pelea que habían tenido esos dos. Y, claro, tras su incrédulo «¿vosotros, enfadados?», Arthur la había invitado a sentarse frente a una taza de té, aprovechando que Ed estaba revisando algunos papeles, para contarle toda la historia: los antecedentes de Burguess, su llegada al Sugary a través del Emeraulde y, finalmente, esa discusión que era, en realidad, réplica de otras similares.

    Y Moira había dictaminado que era Ed el que tenía razón en aquel asunto.

    —Es simplemente que no puedo entenderlo. ¿Cómo puede nadie sentirse orgulloso de un apellido que conlleva tanta negatividad?

    —Oh, querido —suspiró Moira, jugando con el mechón final de su trenza —. No creo que para Ed suponga ningún atributo negativo.

    —¡Pero eso es lo malo! Es decir, todos creen que…

    —¿Qué más da lo que opinen «todos»? —hizo las comillas con una mano mientras la otra seguía jugando con los mechones negros —¿Sabes? Yo también me siento orgullosa de mi apellido.

    —Pero «Swinbrook» no tiene connotación negativa, ¿no?

    —Uff… —La escocesa se rio suavemente —Mi padre era… Umn… Un borracho —convino finalmente —. Un borracho y un ludópata. Además, cuando llegaba a casa hasta el culo de alcohol y con menos dinero del que tenía al irse, solía sacarse el cinturón y descargarse con nuestra madre o con nosotros. Al menos hasta que nuestra madre murió, pero esa es otra historia —Se lamió los labios, escogiendo las palabras con las que continuar —. Una vez perdió tantísimo dinero que decidió que, para saldar las deudas, debía vendernos. Y así lo hizo. Nos entregó a un noble inglés y nos puso a su servicio.

    —Creo que sé por dónde vas —murmuró Arthur, pero Moira había cogido carrerilla y pensaba terminar de hablar.

    —Muchos en nuestro lugar habrían repudiado su apellido. Es un nombre que evoca épocas malas, en la infancia en casa y en la primera adolescencia al servicio de ese hombre. Pero para Brodie y para mí es algo más, es una muestra de que, incluso viniendo de una mierda de sitio como ese, hemos salido adelante. No somos como nuestro padre, al menos no creo que lo seamos. Nos hemos convertido en unos piratas fieros y temidos, cuando muchos esperaban que muriésemos antes de los veinte por hambre o por alguna paliza mal dada. No digo que esa sea la motivación de Ed, sólo que cada persona tiene su forma de ver las cosas. Y a mí me parece estupendo que le guste su apellido. Lo que no me parece tan bien es que tú, sabiéndolo, le insistas tanto.

    Arthur frunció el ceño con los ojos en el mantel, mascando estas palabras para luego rodar los ojos.

    —Quizá tengas razón.

    —Por supuesto que tengo razón. Las mujeres solemos tenerla. Otra cosa es que los hombres seáis demasiado estúpidos para verlo…

    —Au. Ahora voy a ser yo el que se ofenda.

    —Uno no ofende a quien quiere, sino a quien puede —medio sonrió Moira.

    *****


    Con un larguísimo suspiro, Angus se frotó la cabeza, revolviendo así esos rizos rojos que empezaban a formarse. Había decidido, tras tanto tiempo llevando el pelo corto, que volver a dejárselo largo no sería mala idea, aunque quizá se hartase antes de llegar a la longitud que tenía cuando huyó de Escocia, momento en el que sus bucles bajaban más allá de sus hombros.

    Pero no era una cuestión tan trivial la que le hacía suspirar, ni mucho menos.

    Miró a Arno, sentado en la cama del camarote pirata, y volvió a suspirar, torciendo el morro con un aire pensativo. Finalmente, se dejó caer a su lado de forma descuidada, apoyando la espalda en la pared y clavando el talón de un pie en el borde del colchón mientras el otro se mantenía en el suelo.

    —Escucha, plookie, he estado hablando con los otros —no creía que hiciese falta aclarar a qué otros se refería —y la verdad es que me han dicho algo que me había pasado por la cabeza, pero que tampoco había decidido.

    Se incorporó un poco y rodeó la espalda de Arno con un brazo, entallando así su cintura y besándole una sien con suavidad.

    —Para encontrarte, desplegamos a todos nuestros hombres. Los de Carlos, los de Jerome y los míos. Los tuyos, mientras, perseguían el barco de ese hotten-blaugh. Fue un esfuerzo de muchas personas que podría haberse evitado si hubieses hecho caso a Moira o si hubieses… creído un poco más en mí —negó con la cabeza y le tomó la barbilla, apretándole un poco la mandíbula para que no hablase —. Te lo agradezco enormemente. El sacrificio que hiciste por mí. De verdad que sí. Y sé que tampoco era tu intención mosquear a Moira, o al menos eso espero —medio bromeó, besándole los morritos antes de soltarle —, pero debes entender que lo que hiciste no te puso en riesgo sólo a ti. Y, la verdad, el hecho de que tú corrieses peligro ya me parece bastante razón para castigarte —se rio un poco y sacudió la cabeza al ver la cara que ponía Arno —. Moira ha dicho que si puedes follar, puedes ser castigado. Ya lo siento por la parte que me toca. Igualmente, he dicho que lo haría yo, que era mi responsabilidad. Así que agradece que no lo haga Moira. Ahora, quítate los pantalones, voy a darte unos azotes.

    Tampoco le dio muchas alternativas, pues apenas dijo esto, lo tumbó en la cama con un gesto algo animalesco y le fue desabotonando la ropa, ayudándole con relativo cuidado a quedar desnudo de cintura para abajo. Una vez hecho eso, se palmeó el regazo y le miró.

    —No lo hagas difícil. Simplemente, túmbate. Cinco azotes y terminamos con esto, te lo prometo.


    SPOILER (click to view)
    Te voy a ser sincera. No le he dado todo el formato simple y llanamente porque me da mogollón de pereza xD

    ¿Qué comentar? Bueno, hablamos de azotes, y ahí te los he dejado, en bandeja de plata ~ Decir también que ese era un castigo más que habitual en la época y no sólo a los niños: las esposas solían recibirlo de sus maridos, y a saber si algún marido lo recibió de su mujer...

    Y el recogido que le hace Angus a su inglés, pues algo como esto X
    Qué apañadico es el nene, oye xD

    Lo demás, pos lo vamos hablando por privado ~
  8. .

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    PURE BLOOD




    Katryna de Báthory
    SPOILER (click to view)
    Nombre: Katryna de Báthory [Kat]
    Edad: unos eternos diecinueve años
    Especie: vampiro
    Lugar de nacimiento: Trenčín, Hungría
    Residencia actual: -- (el país de tu personaje, supongo)
    Profesión: desempleada
    Orientación sexual / rol: homosexual, versátil

    Hay dos cosas que siempre le han gustado a Kat: la sangre y las mujeres. Así que la sangre que sólo pueden producir las mujeres la vuelve especialmente loca.
    Pero hablemos de esto más tarde, comencemos por los orígenes de Kat.

    Katryna nació en Hungría, en algún mes de 1590 (no consigue recordar cuál). Su familia era demasiado pobre como para mantenerla, a ella y a sus muchos hermanos, así que estuvo obligada desde muy niña a trabajar en el campo y llevar algo de dinero a casa. Fue todo un golpe de suerte que a los diez años entrara a trabajar como sirvienta en el castillo de Erzsébet Báthory, mejor conocida como la Condesa Sangrienta por sus crímenes, se le atribuyen más de 600 asesinatos.

    Demasiado pequeña para creer en los rumores e historias de brujería y magia roja que envolvían a la condesa, Kat se dedicaba a hacer su trabajo sin inmiscuirse en asuntos que no le correspondían. Si Erzsébet le pedía que fregara los suelos de una u otra habitación, no iba a preguntar de dónde había salido toda aquella sangre y mucho menos iba a preguntar qué había pasado en esas cuatro paredes. Quizá fue esto lo que la salvó de la muerte. Y es que los terribles crímenes de Erzsébet fueron denunciados y llevados a juicio, acusada por su propia familia. Habían sido muchas las jóvenes asesinadas en el castillo, se decía que la condesa se bañaba en su sangre para mantenerse joven y bella, y quién sabe si esto le servía, porque sus diarios personales, al igual que su retrato original, se hallan en paradero desconocido. ¿Se mantuvo Erzsébet siempre hermosa? Sólo una persona podría contestar a esto, la única superviviente.

    El juicio terminó con el encarcelamiento de la condesa (dado su título, no podía ser ejecutada. Le esperó un final más agónico en una mazmorra) y la muerte de todos sus siervos al ser considerados cómplices de sus atrocidades. Katryna, con catorce años por aquel entonces, era la más joven de las ayudantes de la señora, salvó la vida por petición expresa de una superviviente, puede que la encontraran demasiado joven para morir.

    Pudo salvar su vida, aunque recibió cien latigazos en el cuerpo y pasó a vivir bajo el techo de aquella superviviente, Helena era su nombre. Pasó con Helena cinco años bastante tranquilos, lejos de la vida de sierva. Aquella buena mujer la enseñó a leer, a escribir, a manejarse en la cocina o entre libros… y una noche la mordió, poniendo fin a su vida mortal.

    Tuvo que hacerse entonces a la vida de vampiro con una insaciable sed de sangre, acostumbrarse a un buen oído y mejor olfato (la lluvia, por ejemplo, se le hacía terriblemente ruidosa) y aprender a vivir lejos del sol. Sería más fácil acostumbrarse a sus nuevas habilidades si tuviera una mano amiga a su lado, pero aquella mujer, la buena de Helena que le abrió las puertas de la inmortalidad después de salvarla de una ejecución pública, fue quemada viva en el pueblo, desmembrada y arrojados sus restos a las fieras del bosque. El siglo XVII era una época terrible para ser una mujer independiente. En el caso de Helena, se negó a casarse con un joven barón recién llegado de la guerra con las tierras alemanas, el mismo hombre que decía idolatrarla la condenó por bruja.

    La imagen que tenía Kat de los hombres sólo pudo ir a peor después de eso, y decidió ignorar su presencia en el mundo. Cosa que no se le hacía especialmente difícil porque siempre había preferido la compañía de mujeres, mucho más ahora que había pasado a alimentarse exclusivamente de ellas.

    Para explicar esto, será mejor hablar de los hábitos alimentarios de los vampiros con más detalle: partimos de la base de que la sangre humana se mantiene en el cuerpo de un vampiro el mismo tiempo que aguanta en el cuerpo humano, así, los vampiros sólo necesitarían beber sangre 3 o 4 veces al año (los glóbulos rojos viven, de media, 110 días).
    Esto ocurriría si bebieran toda la sangre de sus víctimas, pero el cuerpo de un ser humano puede sobrevivir con un 40% de sangre total, lo que significa que si un vampiro no mata al humano, sino que lo lleva a este límite, tendría que alimentarse 12 veces al año, o sea, una vez al mes.
    A Kat, y a cualquier vampiro realmente, no le hace falta comer a diario. Claro que puede beber sangre las veces que quiera, pero con una vez al mes le basta para sobrevivir. Kat se alimenta siguiendo ese cálculo mensual. ¿Sangre una vez al mes? Hay un fenómeno que ocurre desde el principio de los tiempos, un fenómeno puramente femenino que hace salivar a cualquier criatura que se alimenta de sangre.

    A ojos de cualquiera puede resultar extraño que una vampiro tan longeva como Kat haya sobrevivido bebiendo casi únicamente un solo tipo de sangre, pero la sangre menstrual es, en comparación a la sangre que recorre ciertas venas y arterias, una sangre purísima. Una sangre fresca que viene del mismo útero sin pasar por ningún otro lugar. Un fluido que rezuma feminidad en cada gota, ¿y cómo no cuando está compuesta de hormonas, restos del endometrio e, incluso, células madre? La sangre menstrual es todo un manjar para Kat, la prefiere a cualquier otra.

    Por último, y cambiando radicalmente de tema, hablemos de la personalidad de Kat para que puedas hacerte una idea de cómo es. La encontrarás sonriendo la mayor parte del tiempo, y es que es feliz, lleva una vida despreocupada sin ningún tipo de responsabilidad, puede pasarse días en el sofá viendo una película tras otra, o echarse a andar hasta que se aburra. Las opciones de ocio para un vampiro son casi ilimitadas.
    Uno de sus pasatiempos favoritos es sentarse en algún lugar de buena visibilidad y ver a la gente pasar, imaginar sus vidas y formar películas en su cabeza. Te sorprendería saber la de veces que acierta.

    Puede parecer maleducada, y en parte lo es, porque disfruta del humor más ácido e irónico, siendo el sarcasmo una estupenda vía de escape a situaciones más serias. Se desenvuelve muy bien con las bromas, las risas y los chistes, pero no tanto con diálogos más formales. No es buena manejando el estrés, por eso prefiere una vida relajada y sin complicaciones, aunque eso signifique vivir sin ambición alguna.
    En cuanto a las relaciones, es una seductora nata, ¡es un vampiro!


    Le gusta:
    -El color rojo, ya sea en ropa, maquillaje, accesorios… le gusta el rojo.
    -Bailar, cantar, moverse; en general, sentirse viva.
    -Las uñas pintadas.
    -Morder, no puede evitarlo.


    No le gusta:
    -Olvidar las cosas, apunta lo que considera más importante en notas de teléfono o pedazos de papel.
    -Los días soleados. El sol, al igual que la plata, daña su piel.
    -El ajo. No le hace daño, pero no soporta el olor.
    -Se siente incómoda con las cruces.


    Información extra:
    -Su espalda sigue marcada con los cien latigazos que recibió a cambio de salvar su vida.
    -Cuando bebe sangre sus ojos se tiñen de rojo.
    -Ha tenido problemas para ocultar la forma de sus orejas, algo más puntiagudas que las humanas.
    -Presume de ser vegetariana (y es que no come carne, sólo bebe sangre).
    -Su animal favorito es la jirafa, tienen un cuello precioso.
    -Dada su preferencia por la sangre menstrual, sobra decir que Kat es muy buena con la lengua.
    -No se refleja en los espejos ni en ninguna superficie reflejante.
    -Adoptó el apellido «de Báthory» porque trabajó para su señora, ¿llevar el apellido de la apodada Condesa Sangrienta? Por supuesto.
    -De sus habilidades como vampiro destacan su fuerza y sentidos superdesarrollados.
    -Conoce a otros vampiros, de hecho, tienen hasta su propio grupo de Whatsapp y quedan de vez en cuando.


    Apariencia:
    Es una mujer de piel muy pálida (no podía ser de otra manera, lleva muchos años «muerta»). Su rostro está decorado con pecas y, en su boca, dientes afilados diseñados para morder y enterrarse en la piel. En cuanto a su pelo, es largo, liso y pelirrojo. Tiene más de trescientos años y no se ha teñido ni una sola vez; le encanta su color natural.

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    Carmen Bizet
    SPOILER (click to view)
    Nombre: Carmen Bizet.
    Edad: Desde hace poco, 25 años para siempre.
    Especie: Galtora.
    Lugar de nacimiento: Colonia, Alemania.
    Residencia actual: Nueva York, EEUU.
    Profesión: ex cazadora de vampiros, actualmente en el paro.
    Orientación sexual/rol: Pansexual, versátil.

    PEQUEÑA, PERO MATONA


    A lo mejor sería conveniente empezar respondiendo una pregunta importantísima: ¿qué cojones es un galtora? Resumiendo mucho, podría decirse que es un vampiro o, más bien, que tiene un claro parentesco con la rama troncal de los vampiros, pese a tener diferencias claras con ellos.

    La principal diferencia es que los galtora no se forman por “contagio”, sino por herencia genética. El gen inhumano es transmitido por los padres —puede ser sólo uno de los progenitores o ambos, se sabe que el resultado será el mismo— a un bebé que nace perfectamente sano y que crece y se desarrolla como un humano normal. Para alcanzar su máximo potencial, el corazón del individuo debe detenerse, normalmente en una ceremonia que se realiza mediante la ingesta de un veneno, y es que cualquier daño que sufra antes de la transición marcará su piel para siempre, mientras que tras convertirse sólo quedarán cicatrices de heridas realizadas por otros vampiros o galtora.

    Otra diferencia es que, tras la transición, el corazón del galtora vuelve a latir, aunque a un ritmo imposible, con una media de seis pulsaciones por minuto en reposo. Esto hace que su sangre siga fluyendo, su piel conserve algo de color y su aliento se manifieste en vaho en los días más fríos.

    Importante es también comentar que la sangre no es su único sustento. Al latir su corazón, aunque sea a un ritmo tan bajo, sólo necesitan refrescar el flujo ocasionalmente, pero mientras la sangre circule, pueden ingerir cualquier otro alimento, especialmente los cárnicos. Eso sí, el valor nutricional que le aporta la comida humana no se iguala al de la sangre, así que cada galtora elige el menú que más le plazca.

    Otro apunte a considerar es que no son sus colmillos los que se alargan cuando van a darse un sangriento festín, sino la uña de sus pulgares, las cuales se volverán afiladas garras capaces de atravesar piel, carne, hueso e incluso metal sin dañarse lo más mínimo.

    Coinciden con los vampiros normales aparte de en su gusto por la sangre, en sus hábitos nocturnos, la debilidad por la plata, el afinamiento de sus sentidos e instintos y ciertas capacidades antinaturales como una fuerza sobrehumana o una gran velocidad.

    Ahora que hemos desgranado la especie, vamos a hablar de la galtora que nos incumbe en estos momentos.

    Carmen Bizet no es, desde luego, su nombre real, sino un apodo que adoptó por su gusto por la ópera Carmen, del compositor George Bizet, estrenada en 1875. En realidad, ha cambiado su nombre varias veces, guardando para sí misma su auténtico nombre.

    Esto es una costumbre muy habitual en su familia. Al dedicarse a algo tan peligroso como la caza de criaturas sobrenaturales, una identidad revelada a la persona equivocada puede suponer una catástrofe.

    Pero ¿cómo termina una galtora siendo una cazadora? Habría que remontarse al invierno de 1986, cuando un hombre conocido habitualmente como Aniquilador encontró en la cabaña que iba a quemar tras asesinar a los vampiros que la ocupaban un pequeño bebé humano, perfectamente sano, que lloraba en una bonita cuna de madera.

    Conmovido, Aniquilador abrazó y adoptó a ese bebé, quien tuvo la mejor de las infancias, creciendo como una niña sana y muy feliz que pronto pudo ser introducida en el mundillo de los cazadores debido, en buena parte, a su propia curiosidad.

    Registros de criaturas con sus puntos fuertes y débiles, todo tipo de armas blancas y de fuego, artes marciales, mecánica básica, supervivencia en distintos entornos, cocina y conocimientos dignos de un militar fueron absorbidos por la cabeza de la muchacha, quien a los 22 años estaba totalmente preparada para iniciar misiones en solitario.

    ¿Cómo iba a poder imaginarse que esos vampiros a los que Aniquilador había cortado la cabeza eran en realidad galtora y que el bebé que rescató no era un humano secuestrado que iba a terminar siendo un esclavo de la pareja, sino su hijo? ¿Cómo iba a siquiera poder pensar que moriría a los 25 años, empalada contra un árbol, y que despertaría tres días después cuando unos leñadores le arrancasen la enorme púa que se había clavado en su pecho?

    Desorientada por los nuevos estímulos que recibía, aterrada por las sospechas que crecían en su corazón, consiguió encontrar a su padre, Aniquilador, y explicarle lo ocurrido. Fue un momento muy duro para los dos, quienes lloraron y se abrazaron durante mucho rato. Finalmente, Aniquilador decidió que lo mejor sería que se fuese de Europa; él la seguía queriendo y jamás le haría daño, pero había otros cazadores que no tenían la misma opinión indulgente respecto a los “monstruos”, y cuanto más lejos estuviese de ellos, mejor para todos.

    Así que cogió su equipaje y se mudó a Estados Unidos, donde cambió su nombre con la esperanza de encontrar un nuevo trabajo y vivir una vida relativamente tranquila. ¿Pero cómo es una vida normal fuera del gremio de los cazadores siendo, además, un galtora?

    Le está costando mucho encontrar un trabajo que le dure más de tres meses, y es que su carácter brusco y explosivo no la ayuda mucho a lograr ambientes laborales adecuados. Pero, bien, ha sido entrenada para ser una superviviente, y con el dinero que Aniquilador le va enviando mensualmente ha alquilado un ático no muy grande, pero sí cómodo, donde vivir sin molestias.

    Le gusta:
    –La comida chatarra. No es extraño verla por algún Burger King o Telepizza, sobre todo si hay promociones especiales, y ahora que su dieta le exige mayor alimentación, vive prácticamente de ella.
    –La música, especialmente heavy metal, rock clásico, ópera y ballet.
    –La cerveza. Y viendo que ahora no se emborracha —o, al menos, no ha conseguido emborracharse aún—, prácticamente es lo único que hay en su nevera.
    –Su coche, un precioso Rolls-Royce silver shadow negro de 1980 (X) que compró Aniquilador y con el que ella aprendió las maravillas de los motores.
    –El sexo, con hombres, mujeres o cualquier otra identidad sexual.

    No le gusta:
    –Los monstruos. Aunque, bueno, su concepción de ellos está cambiando ahora que va conociendo a otros. Poco a poco, está muy dogmatizada a ese respecto.
    –El sol. Antes le encantaba, pero ahora no sólo daña su piel, sino que le produce unas jaquecas interesantes que no hacen más que agriar su humor.
    –El machismo y, peor aún, la misoginia. Es una feminista nata que lucha por la equidad entre hombres y mujeres, y si tiene que partir bocas o, incluso, cuellos, lo hace y punto.

    Información extra:
    –En su pecho, con una correspondencia en la espalda, se puede ver la cicatriz estrellada de la púa que acabó con su vida humana. No es la única marca, claro; para ella, sus cicatrices son medallas de guerra, pues todas se las hizo entrenando o luchando. No se avergüenza en lo absoluto de ellas.
    –De niña quiso estudiar ballet, y aunque su padre se hace llamar Aniquilador, jamás tuvo problemas en cumplir sus caprichos. Esto luego la ayudó durante su entrenamiento, pues ya tenía fuerza en las piernas y en los brazos, sentido del ritmo y del equilibrio y una postura magnífica.
    –Actualmente, su postura sólo es buena cuando la situación lo requiere. En la intimidad, se espatarra en el sofá de una forma bastante masculina. ¿Pero a quién le importa?
    –Pese a esto, es bastante femenina. Sus uñas siempre están perfectamente cuidadas, igual que su pelo.
    –Aún no tiene muy claro hasta dónde puede llegar, pero ha descubierto que puede levantar un coche sin sudar demasiado y que si se tira desde lo alto del Empire State, sobrevivirá a la caída.
    –Le encantan los perros. De hecho, ha adoptado dos que encontró en las calles, hurgando en la basura. Una es la preciosísima Traviata, tuerta (X) y otro es el pequeño Vivaldi, (X), super juguetón pese a faltarle una pata.
    –No lleva muy bien eso de tener que beber sangre. De hecho, sólo lo ha hecho una vez, y fue tras una fortísima pelea que terminó con la vida de su contrincante. Se excusa diciendo que fue defensa propia, ¡ese hombre la iba a violar!
    –Todavía no tiene muy asumido eso de no ser humana, pero ahora que han pasado unos años desde la transformación, lo empieza a llevar mejor. ¡Hasta ha hecho un amigo no-humano! Bueno, quizá «amigo» sea mucho decir, sólo se conocen desde hace un mes, pero ya no le da arcadas pensar que va a quedar con él.
    –Mantiene una estrecha relación con Aniquilador, aunque ahora es telefónicamente y por e-mail.
    –Suele vestir de negro (vestido, falda, blusa, camiseta, pantalones… da igual), pero también acostumbra a llevar un sombrero y un abrigo de un rojo intenso (*). Es una forma de llamar la atención, tal vez, y sólo se los quitaba cuando cazaba, precisamente para mantener un perfil bajo.

    Apariencia:
    Siempre ha tenido la piel pálida, así que tras el cambio apenas se nota la diferencia. Su cabello es ondulado, castaño claro casi rubio, y sus enormes ojos son de un bonito azul verdoso.

    Su cuerpo es de bailarina. No es muy alta, pero sí delgada y esbelta, con piernas firmes y fuertes y brazos finos que dan una falsa sensación de fragilidad. Además, es muy flexible, ¡algo del ballet se le tenía que haber quedado!

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    Extra I // Extra II

    (*) Como Carmen Sandiego el nombre no es coincidencia xd (X)




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    Mi querida niña:

    Esta tarde emprenderé un viaje hacia Wetzlar. Allí me reuniré con J. H., dice que hay un problema de tuberías. Como también sospecha que hay alguna infestación en la zona, estaré allí un par de semanas, como poco.

    En cuanto termine, me pondré en contacto contigo, pero hasta entonces no podré hacer nada. Tampoco enviarte el dinero de este mes, espero que puedas arreglarte con lo que tienes ahorrado y con lo que vas ganando en tu nuevo empleo.

    Estoy muy orgulloso de ti.

    Con amor, papá.


    *****


    Carmen releyó esas líneas por millonésima vez. Aquello, abrir cada poco tiempo el correo para leer el e-mail de su padre, se estaba convirtiendo en una costumbre que no le gustaba, sobre todo porque cuanto más lo leía, más se preocupaba, y es que el viejo Aniquilador había enviado este mensaje hacía más de un mes y todavía no había dado señales de vida.

    Entendía, por el código secreto que Aniquilador había utilizado en el mensaje, que la caza que iba a realizar no revestía, en principio, gran peligrosidad. Ese «problema de tuberías» se refería a unas criaturas que se deslizaban precisamente por los sistemas de cañerías de una localidad y, al encontrar un punto de salida, se escurrían al exterior y atacaban al ocupante de la vivienda en cuestión, aunque esto no se daba muy a menudo; por otra parte, las «infestaciones» eran, simplemente, problemas de fantasmas, espíritus que al no poder descansar en paz, se manifestaban, a veces de forma consciente, a veces no, pudiendo llegar a dejar víctimas mortales.

    Ella había tratado con ambos casos, con el segundo mucho más recurrentemente que con el primero, y sabía que lo máximo que solía ocurrir eran heridas de baja gravedad, especialmente en el caso de un cazador tan experimentado como lo era Aniquilador.

    Entonces, ¿qué le había pasado? ¿Por qué no había enviado nada más? Un e-mail, un mensaje al móvil, una llamada perdida, una carta, cualquier cosa estaba bien.

    El hocico húmedo de Vivaldi golpeando su mano la obligó a salir de sus cada vez más oscuros pensamientos. Sonrió y acogió al cachorro en su regazo, acariciándole entre las orejas y soltando una pequeña risa cuando Traviata, celosa por las atenciones que su hermano recibía, se acercó también para su sesión de mimos.

    ¡Calma, calma! Tengo amor de sobra para los dos —sonrió la galtora, besando las cabezas de uno y de otra.

    No, su padre no había muerto. Seguramente el asunto estaba llevando más tiempo del que había pensado en un principio, quizá porque había más infestaciones de las que había esperado o porque se había encontrado con una tormenta de nieve que le había impedido continuar. Lo más probable era eso.

    Pero, antes o después, recibiría un mensaje suyo diciéndole que todo estaba bien.

    Era el gran Aniquilador, después de todo. Nada ni nadie podría con él.

    *****


    Hacía frío. No le afectaba como cuando estaba totalmente viva, ya no tiritaba ni sentía la necesidad de cubrirse con alguna capa de abrigo extra, pero seguía notándolo. De hecho, hacía tanto frío que estaba nevando, esa nieve tan típica de Nueva York que se iba acumulando en las calles y que el gobierno se encargaría de arreglar con camiones cargados de sal para impedir que nadie se rompiese la crisma por culpa de una mala placa de hielo.

    Pero ella estaba acostumbrada a caminar sobre la nieve. En su Alemania natal no era precisamente extraño el frío blancor del agua helada, por lo que sus pasos, largos —o todo lo largos que sus piernas le permitían—, eran firmes y seguros, manteniendo la espalda erguida y la cabeza alta.

    Al menos, hasta que le llegó ese sonido, como un suave gimoteo.

    En sus inicios, la ciudad se le hacía ensordecedora. Todo se le hacía ensordecedor desde que su oído se había afinado, y el tema del olfato era mejor no tocarlo, sobre todo cuando entraba en una urbe tan contaminada como aquella. Llegó a pensar que jamás podría distinguir un sonido sobre otro, que todo sería siempre un apabullante ruido que la dejaría totalmente inutilizada, rezando por la extinción del planeta entero.

    Por suerte, a todo se acostumbra uno, y con el tiempo había ido aprendiendo a ignorar ciertos sonidos, a focalizarse en lo que le interesaba y dejar que lo restante se convirtiese en un ruido lejano. Le había costado, claro, había necesitado muchísimo tiempo de práctica, pero a estas alturas le había cogido totalmente el ritmo, dándose cuenta, incluso, que aquello no era tan distinto a lo que hacía como humana, acostumbrada al sonido de coches y conversaciones ajenas. Todo era cosa de aclimatarse.

    El sonido que sintió ahora, sin embargo, no se trataba de algo que fuese a ignorar. Con más seguridad de la que unos años atrás habría siquiera esperado, se acercó a ese callejón que había a unos metros de su posición original y entró, olfateando entre las emanaciones pestilentes de la basura hasta que dio con el animal, un perro de un año o dos de edad que, con una pata rota y heridas hecha seguramente por algún gato callejero, tiritaba entre la basura, esperando su muerte.

    Carmen se acercó y se agachó frente a él, tendiéndole su mano. También había esperado que los animales la temiesen ahora que su olor había cambiado, pero se había sorprendido gratamente al ver que no era así, sino al contrario; parecía entenderse mejor con ellos, como si hubiese algún tipo de conexión animal. Al menos, cuando ella estaba calmada, porque recordaba el día en el que despertó y cómo hasta los lobos del bosque la rehuían con miedo.

    El perro que tenía frente a ella en esos momentos la miró con desconfianza, incluso le mostró los colmillos con el morro arrugado, pero Carmen le acercó un poco más la mano, sonriendo al ver que el perro le olisqueaba los dedos y terminaba por darle un par de lametones antes de apoyar de nuevo la cabeza en el suelo de cemento.

    Ven, pequeño… Voy a llevarte a que te vean esas heridas tan feas —le dijo en voz baja, tomando al perro entre sus brazos.

    Necesitó unas cuantas caricias y palabras tranquilizadoras para que el animal dejase de gruñir y se relajase en sus brazos, y cuando lo logró, lo cubrió como pudo con su abrigo rojo y se levantó para salir de aquel lugar.

    Su plan al salir de casa había sido dar un paseo hasta un Burger y comprarse un menú para ir comiéndolo mientras iba al trabajo, pero parecía que aquello iba a tener que esperar un poco. «Menos mal que siempre vas con tiempo», se dijo a sí misma con una pequeña sonrisa mientras se encaminaba hacia un centro veterinario de urgencia que habría las veinticuatro horas del día.

    ¡Carmen! —le saludó la mujer que había tras la barra de recepción, mirando las orejitas que sobresalían por el abrigo rojo de la alemana —Ya decía yo que hacía demasiado tiempo que no me traías a un nuevo paciente.

    ¡Totalmente de acuerdo! —sonrió un poco, dejando al perro sobre recepción para que la mujer, Temperance, le hiciese un examen preliminar —Este pobrecito estaba a punto de morir de hambre, de frío o de las dos cosas.

    Ya lo veo, sí —murmuró Temperance, con Carmen acariciando la cabeza del animal —. ¿Has oído, pequeño? Tienes suerte de que Carmen te haya encontrado. ¿Lo llevas a la sala?

    Por supuesto —respondió mientras lo volvía a coger en brazos, ante lo que la veterinaria soltó un silbido de apreciación.

    Nunca entenderé cómo puedes coger animales tan grandes como si fuesen pollitos de feria.

    Las apariencias engañas, Tempie, las apariencias engañan. ¿Crees que podrás encontrarle una casa?

    No lo sé —suspiró Temperance, abriendo la luz de la sala antes de ir a ponerse guantes para poder tratar con calma las heridas del animal —. Por ahora, lo tendré aquí, al menos hasta que se cure o hasta que llegue algún caso más urgente y no pueda tenerlos juntos.

    Claro… Bueno, supongo que en mi casa hay hueco para uno más, de ser necesario —comentó en voz baja, sin dejar de acariciar al animal que, poco a poco, se iba durmiendo gracias a la anestesia que Temperance le acababa de inyectar.

    No me digas que ya le has puesto nombre…

    Claro que sí —sonrió, recolocándose un cabello tras la oreja —. Se llamará Bach.

    *****


    Estoy hasta los mismísimos ovarios de esto —se quejó en voz baja, frunciendo el ceño al escuchar la risotada del otro.

    ¡Oh, Carmen! ¡Si acabas de empezar!

    Cállate, Basil —le gruñó, inclinándose para pasar un trapo por la mesa del hombre al ver que su jefe le echaba un ojo, en esperas de que hiciese su trabajo.

    Qué mala eres conmigo —se quejó Basil de forma dramática —. ¿No hablabas de este trabajo?

    También, también —Carmen se irguió y se llevó las manos a la cadera —. Pero no me refería a eso, exactamente. Es más bien que estoy harta de… de todo, supongo.

    Humn… Mi diagnóstico es que necesitas echar un buen polvo.

    Ya, muy buena esa —bufó la mujer, mirando a la puerta cuando la escuchó abrirse —. Dame un momento, voy a ver qué quiere esa de ahí.

    El tiempo que necesites, querida —la despidió con una sonrisa, apoyando un codo en la mesa y dejando la mejilla en esa mano mientras, con la otra.

    Basil era originario del sur de Inglaterra, aunque había viajado a Estados Unidos en las migraciones de finales del siglo XIX, en busca de mejor trabajo y todas esas patrañas que tantísimas personas se habían tragado sin siquiera dudarlo un momento. Para bien o para mal, no tuvo que esperar a pisar tierra para que su fortuna cambiase, pues en el mismo barco fue mordido por un vampiro, convirtiéndose en, bueno, lo que era ahora.

    Solía decir, quién sabe si en broma o si en serio, que el vampirismo había sido de lo mejor que le había pasado, pues había perdido las rojeces que tanto le molestaban a nivel estético, pasando a lucir una piel perfecta y totalmente nívea que tan bien casaba con su cabello negro.

    Le encantaba llevar ropa llamativa que, sin embargo, resultaba extremadamente elegante. Con el correr de los años, había ido desarrollando y refinando un gusto que resultaba exquisito para una gran mayoría, con combinaciones que en un inicio podían parecer catastróficas pero que él, de alguna manera, sabía lucir para sacarle el mayor provecho posible.

    Vio a la alemana volver con una cara de suplicio y la saludó con un movimiento de dedos, sonriendo después.

    Como iba diciendo, creo que en cuanto encuentres a alguien que te deje incapaz de cerrar las piernas, verás el mundo con mejores ojos.

    Mi vida sexual está bien, Basil, muchas gracias.

    ¿Seguro?

    Por supuesto. Hace apenas dos días conocí a un tío que estaba impresionante, además con un… —movió los índices de ambas manos para señalar un tamaño, haciendo que Basil alzase las cejas y se mordiese los labios.

    Suena realmente prometedor.

    Sí… Supongo —añadió con cierta reticencia.

    ¿Supones? Ay, querida, ¿no te terminó de satisfacer?

    Últimamente nada me satisface —se quejó ella, dejándose caer en la silla frente a la de Basil. No había mucha gente en esos momentos y todos estaban atendidos, no veía por qué no tomarse un pequeño descanso y, ya que estaba, comerse esas patatas que el vampiro no iba ni a probar, pero que había pedido por ayudar a su amiga.

    Ya sabes lo que opino al respecto.

    ¡No es tan fácil!

    No, no es tan difícil —sonrió él, guiñándole un ojo a la vez que le daba un golpecito en la nariz —. Tienes que conocer a más gente como tú, eso es todo. Encamarte con un vampiro… o con un galtora, lo que sea, te permitirá desestresarte sin miedo alguno a hacerle daño a tu pareja. Y no sabes lo divertido que es poder liberar todo tu potencial en la cama.

    Que no es por el sexo, joder… —frunciendo el ceño, cruzó los brazos bajo el pecho y soltó un gruñido. Sabía que, en parte, su apatía se debía a la enorme preocupación que tenía por su padre, pero había algo más, y cuando cayó en la cuenta, puso los ojos en blanco y se masajeó una sien —Creo que me tiene que bajar la regla.

    Oh, querida…

    ¡Es una lata! ¿De qué me sirve haber muerto y renacido como un puñetero monstruo inmortal si sigo teniendo que lidiar con esa mierda?

    Mn, no me gusta que uses esa palabra —suspiró el vampiro, rodando los ojos por la mesa.

    Perdona, Basil…

    El inglés le hizo un gesto para que se despreocupase, y apenas bajaba la mano, ambos se giraron hacia una pareja cuando escucharon un golpe dado a una mesa. Habían estado discutiendo en voz baja, pero parecía que la cosa estaba yendo a más. De hecho, el hombre empezó a insultar en un volumen cada vez más alto a la chica, quien hacía lo imposible por pedirle que esperase a salir de ese bar.

    ¡Eh, tú! —Dijo Carmen, poniéndose en pie y acercándose —¿Hay algún problema?

    Ninguno que te importe —le ladró el hombre.

    Estamos bien, de verdad —añadió la mujer con voz apurada y los ojos cargados de lágrimas.

    ¡Tú cállate, zorra! —le espetó su pareja.

    ¡Eh! Ni se te ocurra volver a hablarle así —ordenó Carmen.

    El tipo se puso en pie, mostrando una altura considerable, sobre todo en comparación a Carmen, que era más bien bajita.

    Por favor, no… —suplicó la mujer, ya llorando sin poder evitarlo.

    ¿O qué? —Aventuró el hombre en un gesto agresivo, mirando directamente los ojos de la camarera.

    *****


    Basil observó en silencio cómo Carmen devoraba su segundo doble whopper con extra de queso en silencio, con el ceño fruncido y un aura de mal humor a su alrededor.

    Tienes kétchup en la mejilla —le indicó, recibiendo un gruñido en respuesta antes de que la alemana se limpiase con el dorso de la mano.

    No puedo creer que me hayan despedido.

    Lo cierto es que a mí me sorprendía que tardasen tanto —Se rio ante la mirada asesina de la mujer y se encogió de hombros —. ¿Cuánto hace que nos conocemos ya, cinco meses? Este es el tercer trabajo del que te despiden desde entonces.

    No me lo recuerdes —suspiró y apoyó la frente en la mesa con un pequeño golpecito —. Creía que este me duraría un tiempo… ¡Yo ahora no puedo permitirme estar sin trabajo, Basil! ¡Tengo que alimentar a mis pequeños!

    Quizá tendrías que haber pensado en tus pequeños antes de romperle la muñeca a ese hombre —sonrió Basil, al parecer bastante divertido con la situación.

    Carmen volvió a gruñir y se terminó la hamburguesa, vertiendo entonces una salsa de queso fundido sobre la docena de aritos de cebolla que quedaban sobre la mesa.

    No sé qué hacer —terminó por decir una vez hubo vaciado la cajetilla, echándose el cabello hacia atrás con los dedos antes de enterrar la cara en sus manos —. Mis estudios no pasan del bachillerato, no puedo cursar algún grado medio porque si me da el sol me muero y… tampoco puedo estudiar una carrera ni a distancia, porque aunque lograse aprenderme el temario, tendría que presentarme al examen. Pero está claro que como camarera soy un cero a la izquierda.

    ¿Has probado a ser guardaespaldas? —se rio al ver la mirada que le lanzó Carmen, una que parecía decirle «¿tú eres tonto o te lo haces?» —¡No me mires así, lo digo en serio!

    Nadie me contrataría. Quiero decir… Mido poco más de 1.60 y no sé si peso 54 kilos o así. ¿Quién me va a tomar en serio?

    El hombre al que has tenido que llamar una ambulancia antes de que te hiciesen dar el delantal —comentó Basil con un leve encogimiento de hombros, pero la alemana empezó a negar.

    Esa es otra. Incluso si alguien me contratase, seguramente me excedería y enviaría a más de uno a urgencias o a la morgue.

    Mira que eres especialita… —refunfuñó Basil con un gesto de fastidio, jugando con la pajita del refresco de la chica —¿Y el sector de la limpieza?

    Eso fue lo primero que hice —sacudió la cabeza —. Créeme, no voy a volver a limpiar la mierda de nadie. Bastante tengo con la mía.

    ¿Y como traductora? Hablas varios idiomas, ¿no? Alemán, inglés…

    Y francés, pero no tengo titulaciones oficiales y no quiero gastar dinero en ellas.

    Carmen, querida, me estás haciendo muy difícil ayudarte —medio sonrió al ver cómo ella bajaba los hombros en un claro signo de derrota antes de desparramarse sobre la mesa. Es decir, la galtora apoyó el pecho y la barbilla en la mesa, jugando con los cartones, imagen que al vampiro inglés se le hizo extremadamente tierna, recordándole a una niña, más que a una mujer hecha y derecha —. Venga, venga, no desesperes… ¿Qué te parece si nos vamos a algún bar y nos tomamos unas cervezas?

    La alemana alzó sus enormes ojitos de cachorro, haciendo un pequeño puchero con el labio inferior que resultaba, desde luego, irresistible.

    ¿Invitas tú? —preguntó a media voz.

    No sé, no sé… La última vez que invité, el dichoso recibo tenía tres cifras.

    Porfa… ¡Que me acaban de despedir! Tengo que tragarme el disgusto —insistió ella, juntando las palmas de las manos frente a su rostro y mirándole con un ojo cerrado.

    Basil soltó un largo suspiro, de esos tan dramáticos que parecía tener ensayados al milímetro, y rodó los ojos en otro gesto totalmente suyo. Carmen sonrió y se levantó para ponerse el abrigo y el sombrero.

    *****


    Sonrió ampliamente mientras veía a Vivaldi y Traviata correr con toda la velocidad que les permitían sus patas tras el palo que les acababa de lanzar, observándoles alejarse hasta que se perdieron tras la arboleda, y es que ahora que tenía tanta fuerza, podía tirar realmente lejos los juguetes, lo que volvía locos de alegría a sus dos perros, todo sea dicho.

    Escuchándoles jadear y ladrar pese a la distancia, se llevó una mano al bolsillo y sacó su móvil para comprobar que, efectivamente, seguía sin tener ningún correo o mensaje nuevo. Al menos, no de su padre, tampoco de J. H., aunque sí de otro cazador, uno que había conocido en Francia mucho antes de convertirse en galtora.

    ¿Cuánto hacía de eso? A veces el tiempo pasaba de una forma tan extraña para ella… Se perdía entre días y semanas, y de no ser porque su teléfono tenía calendario, seguramente no sabría en qué año vivía. Respecto a su transformación, lo cierto es que había pasado algo más de cuatro años en una depresión bastante severa, sin salir de casa más que cuando alguien la obligaba, normalmente para cambiar de ciudad con la esperanza de que un cambio de aires le sentase bien, viendo series y películas, a veces ni eso.

    No, no le había sido nada fácil aceptar que se había convertido precisamente en una de esas criaturas a las que le habían enseñado desde pequeña que debía exterminar. Vampiros, espíritus, hombres lobo, demonios… Llevaba toda su vida cazándolos o, al menos, escuchando las historias que le contaba su padre sobre cómo él los asesinaba. Lo tenía grabado a fuego en el alma. Había estudiado sus puntos débiles y sus puntos fuertes, sus hábitats, sus costumbres. ¿Y ahora de pronto era una de ellos? Era un trago muy difícil de tomar.

    Y no era sólo eso. También había tenido que aceptar que ya no envejecería más, que no moriría, no sin ayuda, que enterraría a su padre, a sus amigos, a todos los humanos a los que apreciaba. Vale, sí, ser cazador implicaba el riesgo inherente de una muerte próxima, pero no era lo mismo que tener la certeza absoluta de que les iba a sobrevivir.

    También estaba el detalle de que precisamente esos amigos, esa familia que tenía en el viejo continente, no dudarían ni un instante en cortarle la cabeza si se enterasen de su nueva condición. Todos ellos consideraban que la muerte era más apetecible que una vida de monstruo, y de hecho ya había ocurrido, una vez que un licántropo mordió a uno de sus compañeros. El bueno de Huber fue quien suplicó que lo matasen, y no había sonreído con tanta paz como cuando la bala de plata atravesó su corazón.

    Carmen también había querido morir. Le había pedido a Aniquilador que la matase, que terminase con aquello, pero él se había negado en redondo. «Soy demasiado egoísta para eso», le había dicho, «No podría matar a mi más preciado tesoro.»

    Su padre le había hecho prometer que viviría, que lo intentaría. Le había dicho que ser un galtora no debía estar tan mal y que no todo era como el resto de cazadores decían siempre. Que también existían los inhumanos buenos. Después de todo, ellos conocían la cara menos amable de ese mundo sobrenatural, aquellas criaturas que causaban el caos, que mataban. Pero la sociedad, incluso la de los seres inhumanos, evolucionaba, y Aniquilador le había asegurado, en voz baja, que sabía que había vampiros, sin ir más lejos, que habían aprendido a alimentarse y vivir entre los humanos sin apilar cadáveres.

    Carmen no lo había entendido bien. Si eso era cierto, ¿por qué no era de dominio público? Claro que pronto comprendió que la respuesta era la misma de siempre: no interesaba. Los cazadores eran un grupo muy tradicionalista, con un estricto código ético y profesional, y su trabajo era acabar con cualquier ente que pusiese en peligro la vida humana. Si había vampiros que vivían en paz, no entraban en su radar. Así de simple.

    Pero, de todas formas, no pudo pensar en todo esto hasta que conoció a Basil. Fue el primer vampiro con el que tuvo contacto, al menos el primer vampiro al que no reventó la cabeza, y ese dichoso inglés le demostró que era cierto lo que Aniquilador le había dicho.

    Ocho años —susurró con cierta tristeza, agachándose en la nieve cuando escuchó a los perros regresar.

    Sí, ocho años llevaba siendo una galtora. No, no era cierto. Siempre había sido una galtora. Pero lo sabía desde hacía ocho años.

    Cuando consiguió salir de casa, gracias en gran parte a Aniquilador —le costó mucho, pero finalmente la convenció para salir a probar cientos de cervecerías distintas, diciéndole que si no se animaba, al menos pillaría tal cogorza que lo demás le dejaría de importar—, empezó a buscar trabajos nocturnos, pero era difícil. Seguía siendo difícil.

    Forcejeó con Traviata hasta conseguir recoger el palo y se puso en pie, volviendo a lanzarlo. Sonrió de nuevo al ver a los perros salir tras él y se metió las manos en los bolsillos, empezando a caminar un poco, un pequeño paseo por el parque.

    Se decidió por fin a contestar el mensaje de Martillo, un sobrenombre dado a un cazador poco mayor que ella con quien había retomado el contacto.

    Martillo y Carmen habían sido amigos desde siempre, a decir verdad. Se veían cuando Aniquilador viajaba al oeste del país, donde estaba afincada la familia de Martillo —cuyo auténtico nombre era Osmar— y los dos aspirantes a cazadores entrenaban juntos o se dedicaban a tareas más propias de niños, al menos hasta que el paso de la niñez a la madurez les hizo probar otro tipo de juegos más adultos, algo que nunca había sido serio para ninguno de los dos, pero que tampoco había enrarecido su relación.

    De todas formas, tras el «despertar» de Carmen, no habían vuelto a verse. Ella se había mudado de continente con la excusa de que quería despejarse y probar a trabajar en Estados Unidos, donde había otros grupos de cazadores, y él se había quedado en Europa.

    El mensaje en cuestión era una foto de Osmar sujetando a su bebé recién nacido. Se había casado hacía poco, y con esa foto y su mejor cara de cachorrito le pedía a su amiga de infancia que volviese a Europa, al menos para conocer al bebé y convertirse en su madrina.

    «Será mejor que busques a otra persona, M. No sé si volveré alguna vez» le envió en perfecto alemán, aunque con cierta tristeza. Pero Osmar no sabía lo que ella era y no sabía cómo reaccionaría si se lo contaba. Prefería dejar aquello tal y como estaba.

    ¡Travi, no hagas trampas! —riñó a la perra en tono divertido al ver que traía entre sus dientes un palo que no era el que Carmen le había lanzado —Vivaldi, ¿tú también, hijo mío? —bromeó al ver que el otro animal le traía una piña —Vale… Pero es la última vez, ¿eh? Luego, nos volvemos a casa.

    Cogió palo y piña y los lanzó a la vez, esta vez echándose a correr ella también con los animales con una pequeña risotada al ver a los dos saltar a su alrededor.

    *****


    ¿Qué pasa? ¿Por qué arrugas así la nariz?

    Le falta un trozo de oreja y está lleno de cicatrices.

    No veo el inconveniente.

    Carmen, querida… Este perro es muy feo.

    Vuelve a decir algo así y te juro que te meto un palo por el culo y te clavo en un campo de cara al este.

    Lo del palo te lo acepto, pero lo otro me parece excesivo —sonrió Basil —. No me puedes negar que no es precisamente un samoyedo.

    Claro que no —bufó Carmen, acariciando a Bach, quien recibía los mimos encantado de la vida, con la lengua fuera y las orejas altas —. Es un perro mestizo, un luchador y un superviviente. Y con amor y cariño, se convertirá en un perro precioso.

    No entiendo cómo puedes estar tan segura…

    Porque todos son así. Cuando los ves abandonados en la calle, llenos de marcas de mordiscos y con quemazones y zonas despellejadas, parecen bichos salidos de un bestiario medieval, pero cuando los cuidas y tratas sus heridas, se vuelven preciosos y demuestran todo el amor que tienen dentro. Dame unas semanas y verás cómo el pequeño Bach empieza a robar suspiros.

    Eres un caso perdido… Pero hablando de robar suspiros, ¿te he contado ya sobre el fotógrafo?

    Carmen sonrió, obviamente interesada, y se puso en pie, colocándose el abrigo para luego colgarse del brazo de Basil, con quien salió de su apartamento. Habían quedado para tomar una cerveza o dos y, de paso, que el inglés conociese al nuevo miembro de la manada, quien por cierto ya se había adueñado de un cojín y no dejaba que nadie se acercase a riesgo de sufrir una buena sesión de gruñidos.

    Pues no, no me has hablado del fotógrafo.

    ¡Oh! Querida, ese hombre está buenísimo —habló Basil mientras bajaban del ático a la calle, mordiéndose el labio con auténtico deseo —. Y no veas qué forma tiene de agarrarme el pelo y empotrarme contra la cama. ¡Si es que me pongo cachondo de recordarlo!

    Oye, Basil, no te emociones tanto, que al final me voy a sentir violenta —bromeó ella, recolocándose el sombrero.

    Tendrías que verlo, querida. Bueno, mejor no, no vaya a ser que lo vuelvas hetero y se quiera ir contigo. ¡Quiero que me siga calentando las sábanas un tiempo más!

    Jamás pensé que un inglés pudiese hablar con tanta indecencia —rio Carmen con un pequeño gesto de cabeza.

    Soy muy viejo para preocuparme por esos detalles. Sobre todo con semejante hombre haciéndome morder la almohada.

    Basta, por favor, que me estoy poniendo celosa.

    ¿Oh? ¿No decías que tu vida sexual estaba muy bien? —sonrió malicioso el vampiro, haciendo que su amiga le diese un golpecito en el brazo a modo de reprimenda.

    Pues es que hace dos semanas iba muy bien. Pero…

    Sí, ya lo huelo, querida.

    Lo haces sonar sucio…

    Nada más lejos de la verdad. Es un proceso natural, ¿no?

    Carmen detuvo sus pasos, obligando a Basil a pararse también en mitad de la calle. La mujer miró al inglés con una seriedad que daba miedo antes de que cierta emoción empañase sus ojos y saltase para darle un fuerte abrazo. ¿Cuántos hombres, vampiros, humanos o lo que fuese, mostraban esa clase de consideración hacia la naturaleza más arraigada del género femenino?

    ¡Si no fueses gay, te pediría matrimonio!

    Si no fuese gay, es probable que ahora tuvieses los tobillos en mis hombros y las bragas en el techo —se rio él, correspondiendo el abrazo, separándose tras apretarla un poco contra su cuerpo —. Pero no, lo que ocultáis las mujeres entre las piernas es un misterio que no tengo la más mínima intención de resolver. Ni siquiera cuando sangráis.

    Una lástima —sonrió, retomando la caminata —. Por cierto, ¿a dónde me llevas?

    Ah… Bueno, no te enfades conmigo —dijo en voz baja, haciendo que ella pusiese cara de pánico.

    Oh, no.

    Oh, sí. Te he conseguido trabajo, querida. ¡En un bar para vampiros! En vez de servir refrescos y alcohol, ahora podrás dedicarte al apasionante mundo de la sangre. Y, si te portas, bien, seguro que el jefe te deja llevarte alguna bolsa a casa.

    Basil, no sé si es buena idea…

    ¿Por qué no? Tanto el servicio como la clientela es vampírica. ¡Y de todos los tipos! Hay vampiros como yo, galtora como tú, he visto algún ghoul, devoradores de energía… Todas las ramas, al menos las que hay en la ciudad. Y el sueldo no está nada mal.

    Pero, ¡Basil! —se acercó a él para susurrar, un gesto muy humano por su parte, pues ambos tenían el oído increíblemente desarrollado —¿Olvidas que soy cazadora?

    ¿Eres? Creía que lo habías dejado —el inglés negó con la cabeza y rodeó la cintura de su amiga con un brazo —. Pero será mejor que no lo comentes mucho. De hecho, a mi amigo sólo le he dicho que te adoptaron unos humanos y no supiste qué eras hasta que moriste. Así que tendrán paciencia contigo.

    Joder, Basil…

    Tranquila, todo irá bien. ¿Qué es lo peor que puede pasar?

    Se me ocurren unas cuantas cosas, la verdad…

    No me seas agorera, querida, te lo pido por favor.

    *****


    Carmen, con la nariz arrugada en un gesto extraño, terminó de alisarse la camiseta y miró a Basil a través del espejo.

    ¿Qué te parece?

    Me parece que el rojo te favorece —respondió el otro con una expresión calmada.

    El dueño del local, un vampiro “puro” llamado Robert, le había hecho una pequeña entrevista, «simple formalidad» según sus propias palabras, y luego le había ofrecido un uniforme para que se cambiase y empezase a trabajar ya.

    Dicho uniforme consistía en una camiseta roja de manga a tres cuartos con un escote en pico que no era pronunciado, algo que había agradado a Carmen, pues no le gustaba trabajar con ropa provocativa —aquello la hacía sentir más como un producto que como una vendedora— y unos pantalones negros largos que, al menos a Carmen, le hacían un culo estupendo. No necesitaba preguntar para saber que ese tono en la ropa era para camuflar manchas de sangre en caso de que se le derramase algún pedido encima o cualquier cosa similar.

    ¿Estás lista?

    No mucho.

    Bueno, pues me temo que no te queda más remedio que estarlo —resolvió Basil con una palmada. Puso las manos en los hombros de Carmen y la obligó a dar media vuelta, empujándola fuera del baño que había usado de vestidor —. Tú tranquila, recuerda que hoy es tu primer día y nadie te va a exigir imposibles.

    ¿Te vas a quedar aquí?

    Por supuesto —sonrió él, guiñándole un ojo —. He quedado con una amiga, así que me voy a afincar en esa mesa de ahí. Mucha suerte, querida —se despidió en un tono cantarín antes de ir a acomodarse en la mesa que acababa de señalar.

    Gracias —susurró ella, conteniendo una risa al ver que Basil se daba media vuelta con el signo de la paz en una mano.

    Respiró hondo y se encaminó a la cocina, donde se sorprendió un poco al ver bolsas llenas de sangre, como las que se usaban para las transfusiones, pero también carne que identificó por el olor como animal y otros productos complementarios.

    Sintió su estómago gruñir ligeramente y se acarició el pulgar al sentir esa pequeña pulsación bajo la piel que ocurría cuando la uña se alargaba. No lo iba a negar, le estaba dando hambre. Podía comer todas las hamburguesas y pizzas del mundo, pero la sangre seguiría llamando a su auténtica naturaleza. Por suerte, tenía mucho autocontrol, podría soportarlo.

    Se anudó el delantal con el logo del local alrededor de su estrecha cintura y se lamió los labios, empezando a familiarizarse con los armarios y cajones.

    Bien. Quizá aquello no estaría tan mal.

    ¿No?


    SPOILER (click to view)
    ¡Bueno, bueno, bueno! Le he dado formato y todo, pa' que veas xd

    Cosillas que comentar. Empiezo recuperando las fotitos de Bach recién rescatado X y cuando lleve un tiempecito con Carmen xD X Es realmente el mismo perro, un caso real de abandono y recuperación, y ahora es super feliz, por cierto uvu

    ¿Qué más? Carmen no tiene en mente acostarse con ningún inhumano. De hecho, hasta que Basil la ha arrastrado a conocer a Robert, pues ni se ha relacionado con otros vampiros o criaturas xD Tiene las cosas mucho más asumidas que cuando empezó todo, pero aún le chirrían un poco. Eso sí, en cuanto vaya conociendo a otros inhumanos, se irá soltando.

    También Basil comentaba que había varios tipos de vampiros. Se me ha ocurrido que sea algo así como las razas de perros: había una criatura original que se fue desarrollando en distintas ramas: galtora, ghouls, etc., y una de esas ramas sería en realidad una enfermedad, el vampirismo de toda la vida xD Como se alimentan únicamente de sangre, se llamarían "vampiros puros". Kat, Basil, el dueño del bar... Son vampiros "puros".

    Y eso xD

    Oh, el segundo gif es de una película desternillante, Lo que hacemos en las sombras o What we do in the shadows, una comedia vampírica fantástica que te recomiendo fervientemente ~


    Edited by Bananna - 6/4/2019, 18:05
  9. .

    gif

    Pero aquí estoy.


    Ay, que no sé ni por dónde empezar xD A

    Flamingori. Me encantan las anotaciones xDDD Las comentaría una a una, pero es que eso nos eternizaría, así que a ver cómo lo hago.

    ¿Lamento haber matado al asesino adorable? No, la verdad es que eso es algo que tenía clarísimo desde antes de empezar a escribir xD Peeero sí me alegra que te haya gustado el muchachito :0 Y la historia, por ende, claro xD No sé, a lo mejor algún día hago bocetillos de David, Riaño y de alguna "escultura", aunque sea por soltar mano ~

    En otro orden de cosas, me halaga enormemente tu opinión final de la historia. Y me pongo #awkward y no sé qué más decirte que no sepas de haber hablado ya conmigo, pero vamos, que muchísimas gracias por dejarme mensajes tan bonitos <3

    AshleyChan ¡A ti también te tengo que dar las gracias por ponerme cositas bonitas en el mensaje! Que por aquí la autoestima a veces es bajita y estos detalles me hacen sonreír siempre <3

    Sobre lo de Zaragoza, pues me sorprendió mucho leer ese nombre en tu comentario, porque, wow, no creía haber puesto ninguna pista real en el texto (sobre todo porque me inventé el nombre de la iglesia), pero efectivamente yo iba con la mente puesta en Zaragoza, no por esa novela, que ahora me ha dado mucha curiosidad, sino porque la conozco de primera mano.

    Por lo demás, ¿qué decir que no se resuma en un efusivo «gracias»?


    *A las dos, perdonad si el mensaje ha quedado algo escaso o repetitivo, pero no estoy en mis mejores momentos xD ¡Muchísimas gracias por venir a leer mi pequeño escrito! <3
  10. .

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    esta soy yo lanzándote todo mi amor, que ya ves que la cosa va de Starfire xd


    Mejor tarde que nunca, dice el refranero, así que aquí estoy yo ~

    No conozco a los muchachos, pero no hace falta en lo absoluto para enamorarse de ellos. Aunque con pinceladas sutiles, los has retratado de tal forma que tengo una imagen mental de ellos sorprendentemente completa, aunque llena de lagunas por los motivos obvios, así que ya un 10/10 con eso xD

    La historia también me ha encantado. Esos amor-odio, las rivalidades inacabables que terminan provocando las pasiones más viscerales. Un tipo de historia que me fascina y que espero llegar a explorar algún día con personajes propios, pero que no puedo evitar que me traigan a la mente a Batman y Joker, o a Shio y Auguste, de la saga musical de Dasu Vocaloid, tampoco me hagas mucho caso con eso xD

    AY. ¿Qué más decir? A ver, que es que yo lo iba leyendo ¡y no tenía ni idea de qué iba a ocurrir! ¿Se matarían el uno al otro? ¿Harvey acabaría con Bernie o sería al revés? ¿Terminarían ahogando la tensión entre las sábanas? Hasta el mismo final, no podía respirar pensando en que esa cita pudiese terminar con una cabeza más completando el ramo.

    Y hablando de eso, que me ha encantado el detalle de los regalos/pistas del asesino a su objetivo... Cosa que ya pudiste comprobar en mi propio fic, que es que es un recurso que me fascina ~ Y lo manejaste maravillosamente bien.

    ¿Mi valoración global? 15/10. Vale, que sí, que tú partías con ventaja porque ya me tienes enganchada, pero bueno, ahí lo dejo, con sus parcialidades y todo.

    Muchas gracias por compartir tu historia con nosotros <3 ¡Y un beso enorme!
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    giphy


    Me alegra TANTÍSIMO que te haya gustado. I mean, ya me dijiste que el boceto te gustaba, pero aquí las inseguridades no tienen reparo alguno en atacarme cruelmente a cada rato xD

    Y sí, estos dos son la cosita mejor complementada de este mundo. A ver si se besan de una vez, joder a ver si puedo responder, más bien xd.

    No sé muy bien qué más decirte, porque todo sería redundar en lo mismo: los preciosos gestitos que, a veces sin darse ni cuenta, tienen el uno con el otro, buscando siempre hacer que su mejor amigo sea feliz, o que sonría en los momentos más difíciles, que vea que siempre, siempre, pase lo que pase, llueva, nieve o haga sol, van a tener al otro apoyándole, animándole, sosteniéndole en lo malo y bailando con él en lo bueno. Pequeños gestitos como un beso en la mano o prepararle chocolate para que se lleve al trabajo <3

    Me alegra haber podido captar la esencia en el dibujo, que a veces no es cosa fácil xD Pero ahora que lo tengo, no voy a cerrar la puerta a la idea de atacarte el móvil con algún bocetillo más en algún momento indeterminado del futuro (?
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    A ver, que yo sabía que si participabas, me iba a encantar lo que hicieses, que tu estética me parece SUPER bonita, pero omg ese Stony <3<3<3<3

    Me encanta el giro que le has dado a la escena del cómic aunque creo que no eres la única a la que se le pasó algo así por la cabeza xd y me gustan los colores, la tipografía... En fin. Que sí. Que me gusta todo xD

    Un comentario algo escueto, ya lo siento xD



    PD. Más tarde te respondo a mi retito literario, que ahora voy algo justa pa variar :0
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    ¡Hola de nuevo, habitantes de la red ~!

    Aunque me ahogo un poquitín con la uni, hace un par de semanas boceté un dibujito con los increíblemente dulces muchachos que tengo en una de las historias con el también increíblemente dulce Vinny., en parte con los ojos puestos en este reto que hoy nos reúne aquí.

    Mi idea original era digitalizar el dibujo, por supuesto. Pasarlo a limpio, quizá incluso pintarlo, aunque fuese de una forma tan vaga como el otro dibujo que hice y que podéis encontrar aquí (X)

    Peeeeeeeeeeeero como ya digo, el tiempo no juega a mi favor últimamente, y no sé qué estoy haciendo, que encima de escasearme, lo estoy gestionando fatal xd

    A lo mejor veis este dibujo y os preguntáis cómo he tenido la poca vergüenza de presentar un dibujo A) a lápiz B) con marcas de boceto C) con la hoja algo arrugada. Pues bueno, queridos míos, es que se me facilita trabajar a lápiz antes que, por ejemplo, a tinta (y no tenía tiempo para la acuarela, que también me gusta mucho xd), me parece encantador el aire abocetado yyyyyyy la hoja se arrugó accidentalmente hace un par de días, pero tampoco mucho, ¿no? ¿No? Uh. Estas cosas pasan cuando eres un desastre como yo ~

    Y bueno, creo que no tengo más consideraciones que añadir. Así que espero que os guste, al menos un poquito, y me voy yendo a hacer cositas xD

    ¡Un beso! <3


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    Nunca es tarde si la dicha es buena, dice el refranero (?

    ¿Y qué decirte que no sepas ya? Supongo que sólo puedo comentar que, mientras hacía el brazo de Angus, pensaba justamente en cómo su basurita inglesa ronronea al toquetear esos músculos xd Sólo puedo imaginármelo agarrándose al escocés como si su vida dependiese de ello, pero también disfrutando de sentir los brazos del pelirrojo tensándose al levantarle a pulso...

    Nada, que no hay remedio, que estoy enamorada de nuestros personajes XD

    Y, ¡sí! Aunque sea a lápiz, espero poder subir un dibujito más ~¿quizá de nuestros medievales?~ <3
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    ¡¡Muchas gracias!! <3
8719 replies since 27/7/2011
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