Posts written by Bananna

  1. .
    ¡Já! Tenía este preparado para contrarrestar mi última publicación xdd

    QUOTE
    Microrrelato.
    Pareja: Forajidos (JoycexWilson)
    Longitud: 369 palabras.
    Advertencias: No, aquí hay cosas bonitas.
    Disclaimer: Son personajes de un rol que tengo con la chica flamenco, aquí no hay ni disclaimer ni nada.

    Un pequeño desliz



    —¿Quieres casarte conmigo?

    Ocurrió en una milésima de segundo. Ni siquiera le dio tiempo a su cerebro a procesar lo que iba a decir antes de decirlo, y para cuando se quiso dar cuenta sus labios habían formulado la pregunta.

    Lo cierto es que la idea se le había venido a la cabeza en una situación de máximo estrés. Durante un atraco a un tren en marcha, había acabado en la parte superior de dicho tren, entreteniendo a un par de miembros de una banda rival que había elaborado prácticamente el mismo plan que ellos —aunque de una forma mucho menos elegante, por supuesto—.

    Wilson no había contado con que subiese un tercero por detrás de él, que lo empujase hacia las vías y que en el segundo exacto Joyce apareciese para impedir que su cuerpo quedase destrozado contra el suelo.

    Agarrándose a la mano de Brian Joyce, clavando a la vez los dos pies en el borde de la máquina, le miró a los ojos e hizo la pregunta. Antes de que le pudiese contestar, un grito indicó que los enemigos que seguían en pie se dirigían a por ellos.

    Exactamente a la vez, Wilson y Joyce cogieron con la mano que les quedaba libre sus pistolas, apuntaron y abatieron cada uno a un enemigo.

    Los cuerpos todavía no habían terminado de caer cuando el jefe de la banda subía a su segundo de nuevo. Se miraron a los ojos, ambos sonriendo, aunque la cara de Wilson cambió cuando terminó de procesar que acababa de pedirle matrimonio a Joyce.

    Quiso huir, la verdad, poner alguna excusa para irse de ahí —alguien tenía que vigilar que los otros hubiesen terminado sus tareas, ¿no?—, pero antes de empezar a hablar, Joyce lo había tomado de la cintura y pegado a su cuerpo para besarle.

    —Te lo quería pedir yo, Wilson —se quejó con una voz infantil, aunque alegre, Joyce, cuando sus bocas se separaron.

    Wilson acabó por soltar una pequeña risa y enterrar la cara en el cuello del otro hombre.

    —¿Eso es un sí?

    —¡Claro que sí, Wilson!

    Wilson sonrió con dulzura y le acarició una mejilla. No podía decir que se arrepintiese de ese pequeño desliz.
  2. .
    Sólo tengo una cosa que decir: lo siento.
    Bueno, sólo un poquito xdd

    QUOTE
    Microrrelato.
    Pareja: Thio&Lulú (más o menos).
    Longitud: 500 palabras.
    Advertencias: ANGST. Mucho angst.
    Disclaimer: Son personajes de un rol que tengo con la chica flamenco, aquí no hay ni disclaimer ni nada.

    Amarga victoria


    Estaba tal y como lo había dejado la última vez: sentado en el alféizar de la ventana, con la mirada perdida en el paisaje, y con la comida intacta.

    Tomó aire mientras reunía valor y entró en la habitación, cerrando la puerta a su espalda. Se acercó y se sentó en la silla que había junto a la ventana, pero Lulú no hizo ningún gesto de haber notado su presencia.

    Thio apretó un poco los labios y se sacó del bolsillo una cajita que puso directamente en el regazo de Lulú, sobre la manta que en su última visita le había acomodado sobre las piernas. Eso consiguió una reacción, porque el joven parpadeó y bajó la mirada a la cajita con la misma expresión de quien acaba de ser despertado de un sueño.

    Sus dedos no tenían demasiada fuerza en esos momentos, así que tardó un poco más de lo que sería normal en abrirla. Tardó incluso menos en suspirar y apartar la mirada con un velo de tristeza cubriendo su cara.

    Eso entraba en los planes de Thio, por lo que no se dejó amedrentar por ese gesto.

    —Cásate conmigo —dijo sin que le temblase la voz. Lulú respiró hondo, pero el brujo no le dejó hablar —. Sé que no me quieres. Sé que nunca lo has hecho y nunca lo harás, no de la forma en la que yo te quiero. Pero no voy a exigirte amor incondicional, ni nada que sé que no puedes darme —se tomó unos segundos para evaluar al otro, pero Lulú no se movió ni un ápice —. Tu corazón está con Ife, lo sé… Pero Ife no está, no va a volver. Yo estoy aquí, Lulú —al decir su nombre, le tomó una mano, logrando que el otro le mirase con un pequeño respingo por su brusquedad —. Y no sólo estoy aquí, sino que tengo los medios para darte todo lo que quieres.

    —No puedes darme todo lo que quiero —murmuró Lulú con la voz ronca de quien no ha hablado en mucho tiempo. El corazón de Thio se estrujó en su pecho, pero no lo mostró en su cara.

    —Quizá no. Pero puedo ofrecerte protección, a ti y a tu familia. Lleva mi apellido, Lulú, y nadie se atreverá a tocar a tus allegados. El sello de Ruogal es respetado en todo el continente…

    Eso hizo que, por fin, una luz se encendiese en esos ojos azules. Lulú le miró a la cara y después volvió a mirar el anillo. No había apartado la mano de la de Thio.

    —¿Incluso cuando muera? —susurró, consiguiendo que, por primera vez, Thio flaquease.

    —Incluso cuando mueras —consintió, acariciando suavemente los dedos de Lulú.

    —Está bien —Lulú tomó el anillo de la cajita y se lo colocó en el dedo, pero apenas lo miró antes de volver la vista a la ventana —. Me casaré contigo.

    Thio sonrió y le besó dulcemente los dedos. Qué raro, no conseguía sentir aquello como una victoria.
  3. .

    giphy


    Te he soltado un poco de amor en el chat por la mañana al leerlo, pero ahora lo he releído y he vuelto a vomitar un montón de uwus y corazones.

    POR FAVOR. QUÉ COSA MÁS BONITA.

    Es tan propio de ellos ser un desastre hasta para esto, de verdad. Por favor. Ray siendo un desvergonzado me da la vida, y es que me imagino la cara de Pasha tanto al pedirle matrimonio como al sacar el otro anillo y...

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    Lo dicho: soltando amor.

    ME ENCANTA.

    Gracias, muchas gracias, por abrir este reto con cosa tan hermosa <3

    Y perdón por lo que voy a hacer en un minuto xdd
  4. .

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    ⥅ Enir Voknaiv
    SPOILER (click to view)


    ╒═══════════════════════ ══════════════════════╕
    7XVgkbr

    Nombre: Enir Voknaiv.

    Edad: 86 años.

    Clasificación: Brujo.

    Apodos: Vok, Dragón Negro, Falso Rey.


    Le va la buena vida: música, comida, alcohol y sexo.

    Toca la flauta (y las narices); tampoco canta mal.

    Cualquiera lo tacharía de despreocupado y alegre, pero cuando se pone serio... asusta. De verdad.

    Es bastante coqueto y le gusta mostrar buenas apariencias.

    Sus ojos son de color ámbar, pero cuando usa magia se vuelven amarillos.

    Nadie sabe por qué, pero llama a su daga Nuni.



    ⥅ Kaleb Aimar
    SPOILER (click to view)


    El deber de un caballero


    profile


    ● Nombre: Kaleb Aimar.
    ● Edad: veintitrés años.
    ● Título: guardia personal del legítimo heredero al trono, el príncipe Brion.
    ● Naturaleza: humana y sin una sola gota de sangre mágica.
    ● Apodos: Kal para sus hermanas y los designados por Enir.


    Algunos datos sobre Kaleb:
    Segundo, y único varón, de los tres hijos de la familia Aimar.
    Guardia personal y fiel confidente del príncipe Brion.
    Leal como un perro y terco como burro.
    Habilidoso con la espada, decente con el arco, pero estratega de poca paciencia.
    Disfruta las apuestas y los juegos de azar.

    I - II






    || La Espada de la Diosa ||


    —¡Te digo yo que eso sólo son tonterías!

    —¡Y yo te digo que no lo son!

    —¡Que sí, que es simplemente una leyenda! Hay miles muy semejantes, ¿por qué esta es tan especial?

    —¡Pues porque es cierta!

    Con una sonrisa torcida, un tercer hombre se unió al grupo. Había estado sentado en una mesa al fondo de la taberna, pero ahora, con su jarra de cerveza tibia en la mano, caminó hasta la barra donde los dos comerciantes hablaban. Se sentó junto a ellos —más bien, se desplomó en un taburete— y les saludó con un gesto.

    —Disculpadme, me ha picado la curiosidad… ¿De qué leyenda habláis?

    Los dos comerciantes compartieron una mirada, como manteniendo una conversación silenciosa, y después se acercaron un poco más al recién llegado, como si segundos antes no hubiesen estado hablando en un tono de voz elevado y ahora les diese miedo que alguien pudiese oírles.

    —No eres de por aquí, ¿verdad? —el tercero negó con la cabeza mientras daba otro generoso trago a su jarra —Pero, ¿sabes quién es el Dragón Negro?

    —Su nombre se escucha hasta en las lejanas islas del sur —confirmó el desconocido con un encogimiento de hombros, como si le hubiesen preguntado si sabía la más típica historia de niños. Y quizá, en cierta forma, así había sido —. Un brujo tan poderoso que sólo necesitó a un puñado de hombres para derrotar a todo el ejército de Hilatio el Fuerte. Es muy sonada la traición que cometió contra su gente. Asesinó al rey, se hizo con su reino y ahí sigue.

    —Así es —dijo el primer comerciante, el incrédulo de la historia de su amigo. Cruzó los brazos sobre su oronda panza y asintió un par de veces —. Nadie ha podido arrebatarle el trono.

    —Según sé —habló el segundo —, sólo pudo escapar una hija de Hilatio. Se escabulló por algún túnel secreto y huyó con un par de damas de compañía y un guarda que la escoltó hasta una villa cercana.

    El tercero torció un poco el gesto.

    —Creía que el Dragón Negro en persona le había perdonado la vida… —comentó con tono indiferente, provocando que los otros dos prorrumpiesen en carcajadas.

    —¡¿Ese monstruo?! Si la hubiese pillado, a saber qué le habría hecho…

    —Violarla, seguramente. Y luego arrancarle la piel a tiras, o quemarla viva.

    —Un hombre como ese no se anda con mierdas. ¡Si hasta asesinó a su hermano jurado!

    —Bueno —el tercero, negándose a continuar la discusión, hizo un gesto con la mano, invitándoles a seguir hablando —. ¿Qué pasa con el Dragón Negro?

    —Ah, sí —el segundo se frotó la barbilla, pensativo, mientras le hacía un gesto al tabernero para que le pusiese otra jarra —. Ha estado ahí, encerrado en su castillo, durante, no sé, cincuenta y tantos años. Y nadie ha podido tocarle un puto pelo.

    —Exactamente —el primero contuvo una risotada —. Nadie le ha podido hacer nada. Pero viene aquí mi amigo Buton y me dice que, de la nada, ¡se ha descubierto un arma que lo matará!


    —Oh, ¿en serio? —sonrió el tercero. Dejó la jarra vacía y le pidió al tabernero que la rellenase —¿Cómo es posible que nadie lo supiese hasta ahora?

    —¡Eso digo yo!

    —¡Pues porque nadie sabía que seguía existiendo, para empezar! ¡Deja de reírte, Mido! —le dio un golpe con la mano en el brazo y miró con los ojos brillantes de emoción al desconocido —¡Es la espada de la diosa Tagdabho!

    —Oh, ¡la diosa del fuego! —suspiró el tercero, componiendo una expresión meditativa —Pero los dioses cayeron en el Sueño hace cientos de años… Me parece sospechoso que de pronto se haya localizado la espada.

    —¡Eso digo yo! —repitió el primer comerciante, esta vez acompañando sus palabras con un golpe en la barra dado con la jarra —Que no, que no me lo trago. Además, si tan localizada está, ¿por qué nadie la ha cogido aún? ¿Por qué el Dragón Negro sigue ahí, sentado en su tronito robado?

    —¡Porque no es tan fácil! —el segundo comerciante sacudió la cabeza, como si estuviese su público fuese de mollera dura —Está custodiada en el Mausoleo de la Diosa.

    —Un sitio maldito y prohibido desde hace por lo menos ochocientos años —el escéptico soltó un resoplido que podría interpretarse como un intento de contener la risa —. Sigue.

    —No, espera —el tercero, de pronto, mejoró su postura, mostrando un interés renovado en aquello —. He oído algo al respecto —chasqueó los dedos en el aire un par de veces, intentando invocar el recuerdo —. ¡Ah, sí! A unos comerciantes de las llanuras, decían que se habían descubierto unas ruinas con los signos de la diosa, pero de los que entraron a explorarlas no volvió ninguno, ¿algo así?

    —¡Sí, volvieron algunos! —el segundo comerciante parecía emocionado al ver que, por fin, alguien le seguía el juego —Pero estaban terriblemente malheridos y habían perdido el juicio. Al parecer, el Mausoleo enloquece a todo aquel que entre y no sea digno de la diosa, les hace perderse en un laberinto… Y mucha suerte si encuentras la salida.

    —Para que me aclare —el primero, al que ya se le estaban encendiendo las mejillas gracias al alcohol, sacudió una mano en el aire para llamar la atención —. Se descubren unas ruinas, entran en ellas un grupo de idiotas y los que vuelven han perdido los pocos tornillos que les quedaban. ¿Cómo podemos fiarnos de su palabra?

    —¡Oh, vamos! Había incluso menos certeza de que existían unas islas al sur del continente —volvió a la carga el segundo, buscando el apoyo del tercero, que parecía en esos momentos terminar su segunda jarra con una expresión meditativa —. Además, sé de varios que han salido ya en busca de ese Mausoleo. ¡Guerreros, brujos y aventureros!

    —La trama se complica —se rio por lo bajo el tercero. Apoyó un codo en la barra y reposó con tranquilidad la mejilla en esa mano, cruzando las piernas sobre el taburete con una elegancia casi felina —. ¿Y dónde está ese Mausoleo?

    —No puede ser que le estés haciendo caso —el primero gruñó, apretando los labios para contener un eructo.

    —No veo qué de malo puede tener escuchar historias —dijo el tercero con una sonrisa que, de nuevo, se torcía hacia un lado. Quizá no sabía sonreír derecho.

    —Al parecer, hay que atravesar el Bosque Oscuro —susurró el segundo.

    El primero, ante esto, chasqueó la lengua ruidosamente.

    —¡Bah! Quien se haya inventado esta mierda ha querido poner todo lo aterrador de a una, ¿eh? El Dragón Negro, el Bosque Oscuro, un Mausoleo maldito… Suficiente por hoy. Me voy a dormir —y dicho esto, dejó unas monedas sobre la barra y se despidió del desconocido con un gesto de cabeza.

    Su amigo le siguió con la mirada y, una vez salió de la taberna, volvió a mirar al tercero.

    —Sinceramente, creo en esta historia, pero no creo que nadie pueda conseguir la espada.

    —¿No? —el tercero seguía sonriendo, pero con una actitud calmada —Es cierto que no pinta bien. El Bosque Oscuro tiene muy mala fama y lo del Mausoleo es estremecedor… Pero, ¿qué clase de gran aventura no tiene peligros mortales?

    —Espera, ¿acaso te estás planteando ir a por la espada?

    —¿Por qué no?

    —¡Estás loco! —se rio el comerciante.

    —La locura y la genialidad suelen ir de la mano —reconoció el tercero, dejando escapar una risita.

    En ese momento, un cuarto hombre se levantó. Había escuchado toda la conversación en silencio, observando, analizando, y por fin se había decidido a acercarse. El comerciante se sorprendió, pero su acompañante no, por lo que debía haberse dado cuenta de que realmente había más orejas en esa charla informal.

    El que acababa de llegar era alto y bajo la coraza de cuero que llevaba quedaba claro que era, además, fuerte. Tenía una mirada dura, oscura, y una barba de varios días que indicaban que esta era su primera parada en un tiempo.

    Al comerciante le hizo gracia el contraste que hacía con el otro. El recién llegado parecía duro y hosco, mientras que el otro era gracioso y tenía un cierto algo que le daba elegancia. Quizá fuese su ropa, de un negro imposible para alguien que no tuviese dinero, y con una confección magnífica, o quizá sólo sus gestos y su voz.

    El mercenario —sólo podía ser un mercenario, su coraza estaba llena de rasguños de diversas armas y a su espalda cargaba una espada muy pesada— se detuvo junto a ellos. Miró de medio lado al comerciante y después de arriba abajo al rico de negro.

    —No es una aventura para alguien como tú —dijo con una voz grave y ronca.

    El rico enarcó una ceja, ensanchando un poco más su sonrisa torcida.

    —¿Te preocupo?

    El mercenario soltó un gruñidito que podría interpretarse como una risa. Se apoyó entonces en la barra, obligando al comerciante a echarse un poco hacia atrás.

    —¡Eh! —se quejó el hombre, pero la mirada que le lanzó el mercenario fue suficiente para hacerle recular.

    Resopló, murmurando la falta de educación de algunos, y después pagó sus consumiciones y se fue de la taberna.

    Quedando a solas, o todo lo a solas que se puede estar en una taberna a esas horas de la noche, el mercenario volvió a mirar al rico, esta vez de abajo arriba.

    —Es una misión muy peligrosa y tú eres demasiado bonito.

    Ante esto, el rico soltó una pequeña risa. Se echó un par de cabellos rebeldes hacia atrás con la mano, clavando sus ojos ambarinos en los oscuros del mercenario.

    —Pareces muy seguro de que me viene demasiado grande.

    —Y así es —asintió el mercenario. Lanzó una aterradora mirada al tabernero, quien rápidamente empezó a llenar dos jarras más con cerveza caliente y después ladeó la cabeza hacia el rico —. Mi hermano salió en busca de ese legendario mausoleo hace más de un mes.

    —No sé desde dónde partió, pero no creo que en un mes se pueda cruzar el Bosque Oscuro —terció el rico, acariciando con un dedo el borde de la jarra que el tabernero acababa de poner delante de él.

    —Hmn —gruñó el mercenario, al parecer con toda su atención en ese dedo —. Es cierto. Pero contactábamos cada cierto tiempo y llevo muchos días sin saber de él.

    El rico detuvo su juego con la cerámica y pasó a acariciar la jarra hasta llegar al asa. La tomó y se la llevó a los labios, conteniendo una sonrisa al ver cómo los ojos del mercenario habían seguido el movimiento de su mano casi sin pestañear.

    —Deduzco que tu hermano es un guerrero reputado.

    —Así es. Gilgar. ¿Te suena?

    —Sí… Ah, sí. Tú eres, entonces, Willins —el mercenario pareció complacido al saberse reconocido —. Dicen que sois unas mala bestias en la batalla, y que juntos sois prácticamente invencibles —el rico descruzó las piernas y las volvió a cruzar, acariciando en el proceso la cadera de Willins —. Así que me queda una duda: si sabíais de lo peligrosa de esta misión, ¿por qué no fuisteis juntos?

    —Habíamos tenido que atender asuntos separados —dijo sobriamente Willins tras beber un buen sorbo —. El plan era juntarnos a las puertas del Bosque Oscuro. Sigue siendo mi plan. Iré hasta ahí y averiguaré qué le pasó a mi hermano. El problema es que el camino al Bosque Oscuro tampoco es un sendero de vino y rosas. Hay asaltantes de caminos, algunas tribus peligrosas, pueblos que guerrean entre sí… Por no hablar de otros aventureros que buscan la gloria de Tagdabho.

    —Y nada dice que el Dragón Negro, ante estos rumores, no haya mandado él mismo a algunos hombres —el rico suspiró y miró a Willins de medio lado, con una sonrisa entre divertida y burlona —. Cada vez se pone más emocionante, ¿no crees?

    Willins, ante esta actitud tan despreocupada, no pudo contener una pequeña sonrisa.

    —Podríamos viajar juntos. Así podré… protegerte —de nuevo, sus ojos oscuros no buscaban los del otro, sino sus labios.

    —La oferta es tentadora, pero prefiero ir a mi aire. Además, si tienes que protegerte a ti mismo y a alguien más, hay más posibilidades de que ocurran desgracias. No podría permitirme ser una carga para alguien como tú —habló con una voz tan suave que sonó como un ronroneo.

    —Hmn… —el mercenario miró la taberna, que se iba vaciando poco a poco, y después volvió a mirar al rico —Quizá podríamos volver a hablarlo mañana, durante el desayuno.

    —Quizá —consintió el otro, terminándose su cerveza.

    El mercenario se lo pensó unos segundos, pero después se inclinó un poco más hacia él.

    —¿Tienes algún lugar donde pasar la noche?

    El rico sonrió otra vez y movió de nuevo las piernas. Apoyó un pie en el suelo y otro en un travesaño del taburete, resultando esto en que la rodilla flexionada había acabado contra la entrepierna del mercenario.

    —Eso parece.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Terminó de subirse la bota y miró hacia la cama. Bien, «cama» quizá era una palabra muy grande para aquello. El armazón de madera no había podido soportar los envites más pasionales de la noche y se había roto, dejando sólo un colchón con mantas y almohadas en el suelo.

    «Parece que no son sólo mala bestias en la batalla» había pensado el invitado tras soltar una risa por la situación.

    Ahora, poniéndose en pie y recuperando su chaqueta, se le escapó una sonrisita y sacudió la cabeza. Sacó del zurrón un pequeño espejo de mano y lo utilizó para comprobar un poco cómo estaba su piel. Aún quedaban algunas marcas de besos y mordiscos en su cuello, también tenía una pequeña heridita en el labio inferior… Pero no importaba, todo eso desaparecería antes del anochecer. E igualmente sólo el labio quedaba a la vista.

    Tomó su zurrón y su bolsa de viaje y miró una vez más a Willins, que dormía bocarriba, con una mano bajo la cabeza y roncando con más suavidad de la que se había esperado en un principio.

    Dulcificó un poco la expresión y se acercó al colchón. Se arrodilló y dejó un suave beso en su frente, pero cuando se iba a separar, una mano le agarraba la muñeca. La alarma le duró sólo un segundo, después volvió a mostrar una expresión tranquila.

    —Perdona, no quería despertarte —dijo, incorporándose cuando Willins le soltó.

    —¿Te vas? —gruñó, frotándose un ojo con la mano, intentando quitarse las últimas brumas del sueño —Pensaba que íbamos a desayunar juntos.

    —Se hace tarde —comentó, señalando con la cabeza la ventana.

    Era cierto, el sol estaba bastante alto. Debían rondar las diez. Ante esto, Willins soltó un improperio y empezó a levantarse, pero su último amante le puso las manos en el pecho y le empujó para que volviese a quedar tumbado.

    Con un guiño de ojo, pasó una pierna alrededor del cuerpo del mercenario, quedando de rodillas sobre él, y se inclinó para besarle, esta vez en los labios. Willins no tardó mucho en poner las manos en sus piernas, subiendo poco a poco hasta llegar a las nalgas.

    El beso terminó con un mordisco de labios y el que iba de negro se irguió, quedando sobre el mercenario. Puso las manos sobre las del otro y le dio un par de palmaditas para que le soltase.

    —Venga —le pidió, divertido, y se pudo por fin en pie cuando el otro le soltó —. Me lo he pasado maravillosamente bien, pero prefiero viajar solo. Aunque —se dio un par de golpecitos en la barbilla con un dedo índice y luego le miró con la cara de quien está pensando en una travesura —no me importaría que nuestros caminos se volviesen a cruzar.

    —¿No puedo hacer nada para convencerte de que no vayas al Bosque Oscuro? —murmuró Willins, volviendo a recostarse con un gesto perezoso.

    —Lo dudo mucho —se echó la bolsa de viaje a la espalda —. Pero no te preocupes, sé cuidar de mí mismo. Céntrate en encontrar a tu hermano, ¿hmn?

    Se dio media vuelta para irse, pero se tuvo que detener en la misma puerta cuando Willins le llamó. Se giró a mirarle, con curiosidad.

    —Ni siquiera me has dicho tu nombre —le recriminó.

    —Enir —sonrió el de negro —. Me llamo Enir.

    Con estas palabras, le lanzó un beso y se fue, cerrando la puerta tras de sí.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Hacía un día magnífico. El sol brillaba sobre un cielo tan azul que uno podría pasarse horas contemplándole, y las escasas nubes que había eran tan blancas y algodonosas que casi daba pena que la brisa las fuese deshilachando.

    Esto había puesto a Enir de muy buen humor, algo que se reflejaba no sólo en su forma de caminar, tan relajada que cualquiera diría que sólo estaba dando un paseo agradable, sino también en que iba silbando una tonadilla alegre.

    Cruzó aquella pequeña aldea así, silbando, y sólo detuvo la canción en dos ocasiones: la primera fue para comprar una manzana y la segunda para saludar a unos niños a los que había devuelto un balón.

    Bueno, quizá sería más acertado decir que detuvo la canción en tres ocasiones, con la salvedad de que a la tercera no la reanudó.

    Apenas había puesto un pie en la posada, la tonadilla se había cortado a mitad, su sonrisa había desaparecido y sus ojos se habían nublado con un ceño ligeramente fruncido y una mandíbula tensa.

    Chasqueó la lengua y apartó la mirada de ese pelirrojo lleno de pecas que había capturado su atención y había arruinado su buen humor, y rumiando varios pensamientos, se acercó a una muchacha con bandejas para pedirle mesa. Con ella habló con una sonrisa tranquila y un tono amable, pero una vez se sentó, su cara volvió a perder alegría.

    No pudo evitar volver a mirar de reojo al pelirrojo aquel. No era sólo el color del pelo, también la forma de la nariz y de la mandíbula, incluso los ojos, se parecían demasiado a…

    —¡Eh! —una voz le llamó la atención, sacándole de sus sospechas. Reconoció esa cara rellena como la del vendedor que, varios días atrás, le había hablado en una posada de la espada de Tagdabho —¡Vaya, qué sorpresa! No esperaba que nos volviésemos a encontrar.

    —El futuro es impredecible —sonrió Enir con su voz suave de siempre y una sonrisa afable y tranquila, torcida, en los labios —. ¿Cómo estás, buen amigo? —dijo mientras se echaba hacia atrás en la silla, con la comodidad y la confianza de quien está en su casa.

    —No puedo quejarme —reconoció el hombre, llevándose las manos a las caderas —. ¿Sigues con la idea de ir al Mausoleo?

    —Por supuesto —de nuevo, ensanchaba un poco su sonrisa —. Es una aventura tentadora.

    El comerciante se rio y sacudió la cabeza, claramente considerando a Enir como un loco encantador.

    —Pues estaba hablando ahora con este muchacho —dijo, señalando con el pulgar al pelirrojo. No llegó a ver el brillo afilado en los ojos de Enir, quizá porque este había durado sólo un instante, recuperando prontamente su sonrisa embaucadora —y dice que él también va a por la espada. ¡El mundo está lleno de locos!

    —Qué aburrido sería todo si no fuese así —bromeó Enir, arrancándole otra risotada al vendedor.

    —¿Por qué no te sientas con nosotros?

    —Oh, no, no quisiera molestar…

    —Insisto, insisto.

    Y tanto insistió que le agarró la muñeca y tiró de él con una fuerza que, desde luego, no aparentaba, para llevarlo a la mesa del pelirrojo. Enir contuvo un resoplido y se colocó su mejor máscara, volviendo a acomodarse, esta vez en un banco. Se repeinó con los dedos, echando el pelo hacia atrás, y miró al pecoso.

    Ahora que lo tenía tan cerca, el parecido era demasiado abrumador como para ser una mera coincidencia. Incluso estando afeitado y sin cicatrices en la cara, ese aire de familia era innegable. No pudo evitar buscar en su cuello, y al ver una cuerda asomando entre la ropa, sintió el colgante que él mismo ocultaba bajo la suya quemar contra su pecho.

    —Pareces muy joven para querer embarcarte en semejante periplo —dijo, sin dejar traslucir sus auténticas emociones.

    —¡Eso le he dicho yo, sí! —exclamó el comerciante —Aunque tú tampoco pareces un aventurero experimentado…

    —Lo soy —sonrió Enir —. No es oro todo lo que reluce.

    —No lo entiendo —reconoció el vendedor, divertido con la conversación —. Dices que las apariencias engañan, pero acabas de juzgar a mi nuevo amigo sólo por su aspecto.

    —Oh, no, en lo absoluto —Enir ladeó la cabeza y alzó una mano con la clara intención de acariciar la mejilla del pelirrojo. No llegó a hacerlo, se detuvo en el aire y cerró sus dedos, largos y finos, antes de volver a bajarlos a la mesa —. Yo era bastante más joven que él cuando empecé a hacer mis pinitos en el mundo de los viajeros. La juventud de la que hablaba yo es la que se refleja en sus ojos —le miró más atentamente y esbozó ahora una sonrisa zorruna —. ¿Es tu primera vez fuera de casa, pequeño? ¡No me rehúyas la mirada! Es de mala educación.

    Detuvo la conversación cuando la muchacha de antes se acercó con una bandeja. Llevaba ahí tres servicios de comida, así que había estado pendiente del cambio de sitio de Enir.

    Precisamente fue Enir quien se puso en pie y la ayudó a dejarlo todo sobre la mesa. Cuando sonrió a la chica le susurró un «tranquila, déjame echarte una mano», ella se sonrojó y le devolvió una sonrisa tímida. Cuando la chica se retiró a atender a otro comensal, aún se giró para mirar a Enir y dedicarle una inclinación de cabeza.

    El comerciante vio esto, pero no dijo nada y prefirió coger la jarra y servir los vasos.

    —¿Se te ha comido la lengua el gato, muchacho? ¡Con lo que estábamos hablando antes! —se rio, palmeando fuertemente la espalda del pelirrojo —¡Ah, eso me recuerda! ¿Qué pasó al final con ese bruto de la taberna?

    —¿Willins? —Enir sonrió al recordar la noche que había pasado con el mercenario —Nuestros caminos se separaron. Seguramente volvamos a encontrarnos, también va al Mausoleo.

    —¡Lo sabía! Había algo en él que me decía que también querría esa aventura. ¡Si es que soy el mejor juzgando a la gente!

    Enir ocultó una risa en su bebida, miró de soslayo al pelirrojo y decidió cambiar el tema de conversación al maravilloso día que hacía y a cómo le decían los huesos que iba a mantenerse así al menos hasta finales de semana.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    La chistó con suavidad, tan cerca que sus labios acariciaron los de ella. La muchacha acalló una risita y entreabrió los labios, esperando un beso que no llegó nunca, porque de pronto el hombre se separó de ella.

    La chiquilla hizo un amago de queja, pero no pudo evitar volver a sonreír cuando él le acarició la mejilla, recogiéndole tras la oreja algún rizo que se había soltado del recogido.

    —Debo irme —susurró Enir, con sus ojos brillando como oro con la luz de las antorchas.

    —¿Qué? ¿Por qué? —protestó ella, tomándole la mano entre las suyas y llevándosela al pecho —Mis padres tienen el sueño profundo, si no hacemos ruido…

    —No sería decoroso.

    —¡Pues llévame a tu hospedaje!

    —Lo siento —Enir le hizo soltarle con suavidad y le besó la frente en un gesto más propio de un hermano que de un posible amante.

    —No lo entiendo…

    El hombre suspiró, pensativo. Entonces chasqueó los dedos, signo de que una idea había aparecido en su cabeza, y se llevó una mano a su chaqueta, sacando del bolsillo interno una flor blanca, similar a las que habían visto durante el paseo que habían dado por los hermosos alrededores de la aldea.

    Había sido un paseo largo. La había invitado pidiéndole que, si tenía tiempo, le enseñase los mejores sitios del lugar, y la joven camarera había aceptado encantada, caminando de su brazo y conversando alegremente con él.

    Incluso habían estado un rato sentados en una colina, comiendo algunas frutas e intercambiando anécdotas. Aunque ahora que lo pensaba, ella había hablado más que él, pues, aunque el hombre le había contado cosas interesantes de sus viajes… ¿Acaso le había dicho siquiera su nombre?

    Miró la flor blanca y una sonrisa enternecida cruzo su cara. Quiso tomarla, pero él se adelantó a su gesto, colocándosela tras la oreja, entrecruzada con las trenzas que le despejaban la cara.

    —Quizá no ha sido buena idea —murmuró Enir al ver el resultado —. Ahora esa pobre flor acaba de perder todo su encanto. La has opacado, ¿te parece bonito?

    Ella se rio un poco y él le guiñó un ojo. La chiquilla, sin más protestas, le vio irse y se apoyó en la puerta de su casa. Respiró hondo y entró para ir a dormir.

    Enir, por su parte, caminó hasta la posada donde había conseguido una habitación. No dormiría él solo, claro, eso sólo podía conseguirse en ciudades y si se tenía suficiente dinero. Las posadas de las aldeas como aquella tenían habitaciones con varias camas, y uno sólo podía rentar un lecho. La intimidad era algo más difícil de conseguir.

    Para él estaba bien, no le importaba. Por eso no hizo ningún ruido al abrir la puerta, aunque sí se detuvo unos segundos de más al encontrarse dos ojos que le miraban desde una de las camas. Era el pelirrojo, por supuesto.

    Quizá se había desvelado por los horribles ronquidos del comerciante, quizá por algo que enturbiaba su mente. Sinceramente, a Enir le daba igual.

    Le hizo un gesto algo aséptico de saludo, sin molestarse en fingir una amabilidad y cercanía que, en esos momentos, se le hacían imposibles, y cerró la puerta para ir a su lecho. Apenas se quitó la chaqueta y las botas y se recostó en el colchón, dándole la espalda a las otras camas.

    Miró la pared en la oscuridad de la noche y se llevó una mano al pecho, donde rozó aquel colgante incompleto. Apretó el puño y se tragó su amargura y dolor, decidiendo que lo mejor sería dejar todo aquello para el día siguiente.

    SPOILER (click to view)
    La imagen de cabecera es el templo de las ruinas de Petra, en Jordania. No sé por qué me ha dado por poner esa, no se me ocurría nada mejor xdd

    He decidido dejarlo así, un poco en el aire todavía. Digamos que Enir se está montando el show de que quiere jugar a ser aventurero y esta le parece una oportunidad de oro, al menos esa es la imagen que quiere dar.

    Ah, y sobre el nombre... Imagino que la gente no sabe cómo se llama realmente el Dragón Negro. Lo llamarán así o Voknaiv, sin el nombre. Fue un reputado brujo del ejército del rey Hilatio el Fuerte (a.K.a., el abuelo de nuestro querido heredero ~), y sobre lo que pasó o dejó de pasar durante la conquista del reino... Bueno, habrá que ir viéndolo ~
  5. .
    El sol caía cuando el grupo volvió a reunirse en la cabaña con las manos completamente vacías. En realidad, no sólo no habían conseguido nada, ni un médico ni un mago, sino que no estaban todos; Khamlar no había regresado.

    —¿Ha podido pasarle algo? —preguntó Evat con las orejas bajas y tiesas por la preocupación.

    —¿A Khamlar? Imposible —negó Hirale de forma tajante, haciendo incluso con los brazos una cruz antes de abrirlos de nuevo en un gesto rápido —. A lo mejor ha encontrado a alguien y está negociando o… No, seguro que es eso. ¿Verdad?

    Ruya sintió la mirada de la muchacha directamente sobre él, suponía que porque Hirale y Ruya eran los que conocían a Khamlar desde hacía más tiempo. El mercenario miró al todavía tembloroso Kunic, después a las mujeres del grupo, y terminó por poner una expresión grave y seria, quizá la más seria que ninguna le había visto fuera de batalla.

    —Iré a por él. Cuidad mientras tanto al conejo.

    Pudo leer el alivio en los ojos de Hirale antes de verla dirigirse hacia Kunic. Se sentó con cuidado frente a él, intentando no asustarle, y le sonrió. Ruya miró entonces a Evat y a Chin, que intercambiaban una mirada, y le puso una mano en el hombro a la lias, intentando transmitirle que traería al kaltrix de una pieza.

    Como si hubiese algo capaz de acabar con Khamlar.

    Siguió la dirección que había visto tomar al rey e intentó recrear sus pasos. Al final, tras casi una hora, dio con él, aunque ni siquiera en Leómora, sino a las afueras de la población, allí donde todavía estaban los restos de la jaula que había encerrado a Kunic entre caracolas de eco.

    Le vio sentado en el suelo, con la espalda apoyada en una roca, el sombrero cubriendo su rostro y una mano, que sujetaba una botella, apoyada en una rodilla doblada hacia arriba. Las botas estaban a un lado, junto a su cinturón.

    Por un momento, Ruya pensó que estaría dormido, pero entonces Khamlar le dio un trago a la botella y alzó la cabeza lo justo para mirarle bajo el ala del sombrero, ofreciéndosela. El soldado ladeó un poco la cabeza, pero acabó por sentarse a su lado, clavar en la tierra la antorcha con la que había alumbrado su camino, aceptar la botella y dar un trago. Estuvo a punto de escupir, y es que el alcohol de aquella botella le quemó la garganta.

    —¡¿Qué demonios es esto?! —bramó todavía entre toses, sacándole una sonrisa burlona al rey.

    —Licor puro de elfos —fue su respuesta, en un tono bastante más sosegado que el de su compañero.

    Ruya entonces se fijó mejor en él. Frunció un poco el ceño y le quitó el sombrero, encontrándose con unos ojos algo brillantes y unas mejillas ligeramente enrojecidas. Aunque quizá esa no sería la palabra correcta. La sangre de un kaltrix era negra, no roja, por lo que sus mejillas tenían un tono más grisáceo que rosado.

    —Creía que el alcohol no te afectaba. Ni siquiera el de los elfos —murmuró con preocupación al deducir que, efectivamente, el rey estaba borracho. O al menos achispado.

    —No hay organismo que resista tres botellas de estas —fue la respuesta de Khamlar con una pequeña risita antes de recuperar la botella y darle otro trago —. No habéis encontrado nada.

    A Ruya no se le pasó por alto que aquello no había sonado a pregunta, pero decidió fingir que sí.

    —Qué va. Había un par de médicos, pero todos se negaron a atender a un viera. Y no había ningún hechicero, supongo que porque estamos en temporada baja o qué sé yo.

    —Entiendo.

    El silencio se instaló entonces entre ellos. Era un silencio bastante cómodo, roto por los ruidos algo lejanos de la ciudad y por el sonido de los animales de la naturaleza que les rodeaba. Al cabo de unos minutos, Ruya decidió volver a probar el licor, aunque esta vez dio traguitos más prudentes, intentando saborear el tono afrutado. Cuando devolvió la botella, Khamlar apoyó la cabeza en la piedra, mirando hacia el cielo, y acabó Ruya por mirarle, encontrándose con unos ojos brillantes por las lágrimas.

    —Se tendría que haber quedado en el Santuario —susurró.

    Ruya se lo quedó mirando, esperando que dijese algo más, pero lo único que consiguió fue una sonrisa triste. Se recolocó con un gruñido, sintiendo un pequeño mareo y un calor en su vientre que le avisaba de que ese alcohol élfico pegaba con más fuerza de la que había esperado.

    —Todos sabemos que los viajes tienen riesgos, majestad. Sobre todo si esos viajes tienen como objetivo derrocar un imperio centenario —le vio abrir la boca para rebatirle, pero se le adelantó, poniéndole un dedo sobre los labios —. Él quería venir, y estoy seguro de que cuando recupere su oído estará más que dispuesto a seguir.

    —¿Por qué? —volvió a susurrar Khamlar, esta vez con una voz rota.

    Ruya sintió cosquillas con el roce de sus labios contra el dedo. Movió la mano, tomándole la cara con ella para así obligarle a mirarle, aunque no hacía realmente ninguna falta.

    —Porque eres un rey. Uno de verdad. Incluso sin corona y sin reino, tienes un… un algo que inspira confianza, y esa confianza hace que queramos seguirte. Porque sabemos que contigo estaremos bien y conseguiremos cualquier cosa.

    —¿En serio? —a través de las lágrimas, el kaltrix sonrió un poco y Ruya bufó.

    —Pues claro que es en serio, idiota. Hay mucha gente que se hace llamar «rey» o «reina» por ahí, serví a uno hace mucho tiempo, y no tenía nada de lo que tienes tú. Sólo dinero y una tripa enorme.

    —Kunic me dijo algo parecido antes de partir —murmuró Khamlar.

    —¿Ves? Hasta un viera lo entiende. Quizá tú no seas tan listo…

    Con este comentario consiguió que Khamlar soltase una pequeña risa, pero pronto volvió a ensombrecerse su expresión. Apoyó la cara en la mano de Ruya y le miró con ese brillo triste en sus ojos.

    —Pero ahora él está herido. No quiero que muráis, Ruya.

    —No vamos a morir. Nos cuidamos los unos a los otros. No hemos encontrado aún a quien pueda arreglar al conejo, pero lo haremos. Somos una familia, ¿no?

    Khamlar vaciló, pero asintió un par de veces y se mordió un poco el labio inferior. Ruya no pudo evitarlo y bajó los ojos a la boca del rey, a esos labios tan rojos y, en ese momento, tentadores. Siempre le había molestado encontrar a Khamlar tan atractivo, con ese punto casi irresistible, sobre todo teniendo en cuenta cómo había empezado su relación. Pero no podía evitarlo, era imposible negar que era un joven muy, muy guapo.

    Quizá fue el alcohol, quizá la atmósfera, quizá que llevaba mucho tiempo solo o quizá todo junto, pero decidió mandarlo todo a la mierda y besarle. Lo cierto es que no esperaba nada de aquello, un empujón y unos minutos de incomodidad antes de que uno de los dos se levantase y se volviese a la cabaña. Por eso él fue el primero sorprendido cuando Khamlar le echó los brazos al cuello y tiró de él hasta que sus pechos chocaron.

    Para cuando se quiso dar cuenta, estaba sobre él, jadeando contra sus labios en un intento de recuperar el aliento. Volvió a mirarle a los ojos y encontró tristeza, confusión, soledad… la necesidad de alguien en quien apoyarse, al menos durante unas horas.

    Lo sabía reconocer bien porque él había sentido lo mismo y, en cierta forma, seguía sintiéndolo.

    —No sé si esto está bien… —susurró.

    —Yo tampoco —fue la respuesta de Khamlar antes de volver a besarle.

    Ruya, a pesar de haber iniciado aquello, había querido separarse y detenerlo antes de que llegase a más, pero con ese segundo beso no pudo hacer nada para frenarse. Los labios de Khamlar, sus manos empezando a abrirle las ropas, el sonido de un suave gemido ahogado… Era simplemente demasiado para luchar contra ello.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Todo dolía. Absolutamente todo. Abrir los ojos fue un error, incorporarse fue otro. No entendía cómo la resaca podía ser tan mala, ni siquiera recordaba haberse emborrachado realmente.
    Es decir, sí que sabía que el alcohol élfico había ido haciendo su efecto, pero ¿tanto?

    Aunque cuanto más lo pensaba, más sentido tenía aquello. Recordaba haber encontrado a Khamlar, haber empezado a hablar con él… Y luego había como una gran bruma con pequeños destellos de luz. Su mano acariciando un muslo muy blanco y muy suave. El sabor de unas lágrimas en su lengua. Uñas hundiéndose en su espalda. Jadeos justo en su oído. Pero era todo fragmentario, tanto que perfectamente podrían haber sido recuerdos de distintas noches.

    Parpadeó y miró a su lado. Había tres botellas de alcohol —era extraño, no recordaba haberse fijado en esas dos— y, a su lado, su propia ropa perfectamente doblada. Fue entonces cuando se dio cuenta de que seguía completamente desnudo, sólo medio cubierto por su capa. Tardó unos segundos más en darse cuenta de que Khamlar no estaba con él.

    Necesitó casi media hora para terminar de levantarse, adecentarse y vestirse. Todo le daba vueltas y podía escuchar su corazón directamente en el oído, pero aun así se las apañó para regresar al pueblo, donde paró en el primer sitio donde servían comida.

    Para cuando llegó a la cabaña en la que se hospedaban, había pasado una hora y su cuerpo estaba mucho más asentado. Seguía doliéndole el cuerpo, sobre todo la cabeza, pero ya no se tambaleaba al caminar y eso, la verdad, era lo máximo a lo que podía aspirar en esos momentos.

    Primero vio a Evat, que se estaba haciendo la pedicura sobre unos cojines. Después vio a Khamlar, sentado frente a Kunic, quien seguía medio cubierto por la manta. Khamlar le había tomado las manos y se las acariciaba mientras le miraba con una sonrisa suave.

    —Buenos días —dijo con una voz baja, ronca y gangosa. Esperaba una sonrisa de Evat, pero recibió un ceño fruncido —. ¿Qué te pasa a ti ahora?

    —Nada —respondió ella, pero con un tono tan ácido que claramente eso era una mentira.

    Incluso Ruya pudo entender a qué venía su enfado cuando la lias miró a Khamlar con una expresión de profunda tristeza. Debía haber notado de alguna forma que habían pasado la noche juntos y con lo encoñada que estaba con el rey, imaginaba que aquello no debía haberle sentado bien.

    Ruya decidió que esa era una pelea que no estaba dispuesto a luchar y mucho menos con resaca.

    —¿Dónde están Hirale y la elfa?

    —Han ido a buscar a Ciro —esta vez habló Khamlar, girando un poco la cabeza para mirarle.

    —¿Al pirado ese? ¿En serio?

    —A mí tampoco me gusta, pero era la única solución.

    Ruya frunció el ceño, pero no había rastros de vacilación ni en su tono ni en sus ojos. Tampoco de resaca ni de los sentimientos que suelen acompañar un polvo etílico.

    —Majestad, ¿podemos hablar en privado?

    Evat chasqueó la lengua con amargura, pero siguió concentrada en las garras de sus pies. Khamlar sólo la miró unos segundos antes de mirar a Ruya y asentir. Se giró hacia Kunic y le sonrió con una ternura encomiable.

    —Ahora vuelvo —le susurró, y como sabía que Kunic no podía oírle, acompañó sus palabras de unos gestos de sus manos, confiando que fuesen suficientemente elocuentes.

    Debieron serlo, porque la expresión de Kunic volvió a teñirse de angustia y sus manos buscaron otra vez las de Khamlar. El kaltrix, con paciencia y suavidad, se soltó de su agarre y después se inclinó sobre él, dejando un largo y cálido beso en su frente y una caricia en sus mejillas. Le besó la nariz, le acarició con cariño una oreja y después se puso en pie.

    No salieron de la cabaña, sino que Ruya lo llevó a la cocina y cerró la puerta.

    —Evat sigue pudiendo oírnos desde aquí —le advirtió a Ruya, quien gruñó un poco por lo bajo.

    —Peor para ella —fue su respuesta. Miró fijamente a los ojos de Khamlar, quien simplemente se apoyó en la encimera y cruzó los brazos sobre el pecho —. Anoche… echamos una cana al aire —la cara de confusión de Khamlar le hizo poner los ojos en blanco —. Sexo, majestad. Tuvimos sexo.

    —Ah, sí. Lo sé, lo recuerdo —asintió un par de veces —. ¿Quieres discutir cómo unos orgasmos pueden modificar nuestra relación?

    —Espera… ¿En plural? —ahora era Khamlar quien enarcaba una ceja —No me juzgues, ¡apenas recuerdo nada!

    —Bueno, tampoco importa mucho. Anoche estábamos vulnerables. Los dos. Estoy seguro de que en otras circunstancias esto jamás habría ocurrido.

    —¿Jamás? —Ruya frunció el ceño.

    Khamlar suspiró y se encogió un poco de hombros, apartando la mirada. No parecía incómodo con la conversación, pero sí pensativo, y volvía a tener como un aura triste a su alrededor.

    Ruya apretó los labios y se acercó a él, poniéndole las manos en los hombros. Khamlar le miró, parpadeó y ladeó un poco la cabeza. Fue descruzando sus brazos y los llevó al cuello de Ruya, abrazándose a él con cierta lentitud, como dándole la oportunidad al otro de deshacer el gesto en cualquier momento. Ruya no lo detuvo, concentrado en los labios de Khamlar y en un beso que no llegó nunca, pero el rey prefirió apoyarse en su hombro.

    Rodó los ojos y bajó las manos hasta su cintura, apretándolo un poco contra su cuerpo. Cerró entonces los ojos y bajó un poco la cabeza, sintiendo un cosquilleo en la nariz por un rizo del otro.

    —Seguimos siendo amigos, ¿verdad? —musitó Khamlar contra su cuello.

    Su tono sonó casi infantil, frágil. Ruya destensó el ceño y le frotó un poco la espalda.

    —Por supuesto. No tenemos por qué volver a mencionarlo nunca, si no quieres.

    Khamlar asintió entre sus brazos y después se fue separando de él con la misma lentitud con la que le había abrazado.

    —Aunque no sabía que era tan malo como para hacerte llorar —quiso bromear, y debió conseguirlo, porque Khamlar soltó una pequeña risa mientras se limpiaba una lágrima.

    —Últimamente estoy llorando mucho.

    —Ah, ¿realmente se me da mal?

    —Idiota —Khamlar le dio un golpecito en el brazo. Esta vez Ruya también rio —. Estuvo muy bien.

    Dándose por satisfecho, Ruya volvió a separarse, sin poder evitar una sonrisita que hizo que Khamlar se riese un poco más a boca cerrada. Volvieron a su posición inicial, con Khamlar apoyado en la encima con los brazos cruzados y Ruya a un par de pasos de distancia.

    —Así que… Ciro.

    —El mismo —suspiró Khamlar.

    —No pareces contento con la idea.

    —¿Tú lo estás?

    —Para nada. ¿Seguro que no hay otra solución? ¿Los kaltrix no tenéis como capacidades regenerativas o algo así?

    —Sí, pero sólo con nuestros propios cuerpos —Khamlar giró la cabeza y se rascó el cuello. Ruya no pudo evitar mirarle antes de parpadear y apartar un poco los ojos de su piel —. Si pudiese compartirlo, lo habría hecho desde un principio.

    —¿Quieres volver con él? —preguntó al ver cómo miraba hacia la puerta. Khamlar asintió y Ruya suspiró, llevándose las manos a la cintura —Supongo que no tenemos mucho más de qué hablar, entonces.

    —Supongo que no.

    —Pero quiero que sepas que como ese lunático intente hacerle daño a alguien, lo mataré.

    Khamlar se detuvo en la puerta y se giró a mirarle. Su expresión entera estaba calmada, pero Ruya notó en sus ojos una chispa peligrosa.

    —No te dará tiempo a coger tu hacha.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Habían sido unos días llenos de tensión para Ciro. Esa elfa era imponente y aterradora, y aunque Hirale siempre le había parecido una personita inteligente, curiosa y llena de dulzura, definitivamente era Chin’nesstre quien se había llevado toda su atención durante aquel viaje.

    Quizá tenía algo que ver que, tras negarse a ir con ellas, la elfa le hubiese soltado una imaginativa amenaza que incluía su nuevo brazo mecánico bien metido por un orificio de su cuerpo por el que nunca se debería meter un brazo mecánico.

    Todavía tenso, vio cómo la puerta se abría, apareciendo tras ella Ruya. El guerrero le miró con un gesto duro, pero apretó la mandíbula y se hizo a un lado para dejarle pasar. Ciro alzó la barbilla con cierta altanería y cruzó el umbral. Vio a Evat, quien alzó las orejas con una emoción mal contenida, pero no se detuvo en ella ni un segundo entero, sino que prefirió buscar con los ojos al otro viera.

    Lo encontró en un rincón, cubierto en mantas, con esa dichosa oveja tumbada a un lado. Entre sus piernas, y apoyado en su pecho, estaba Khamlar, quien miró a Ciro con una frialdad que parecía fuera de personaje.

    Hirale, que entró detrás de él, lo primero que vio fue cómo Evat bajaba las orejas con un puchero al ser ignorada por Ciro. La lias se puso en pie y salió de ahí, golpeando con el hombro a Chin, quien la siguió con los ojos antes de suspirar y entrar también.

    —Ahí lo tienes —dijo, fijándose también en que Kunic no parecía demasiado contento con esa visita. De hecho, parecía asustado, viendo cómo intentaba refugiarse detrás de Khamlar.

    —Me niego a hacer nada mientras ellos dos estén aquí —dijo Ciro con calma.

    No hacían falta los nombres. Ruya y Khamlar se dieron por enterados al momento, y mientras uno se iba moviendo para levantarse, el otro se tensó y se puso justo delante de Ciro, golpeándole el pecho con un dedo.

    —¿Realmente te crees que vamos a dejarte a solas con él? ¡Pervertido!

    —Veo que ni tu repertorio ni tu aliento han cambiado lo más mínimo —dijo Ciro con toda su dignidad intacta —. Quítame tu mano de encima, por favor. No quiero saber qué has hecho con ella.

    —Puedo decirte qué voy a hacer con ella —gruñó Ruya, preparándose para lanzar un puñetazo.

    —Quieto —la voz de Khamlar consiguió que Ruya bajase la mano con una ira burbujeante —. Nos iremos.

    —¡Pero!

    —Pero nada —interrumpió, alzando una mano. La otra sujetaba las manos de Kunic, pero ni tener a un hombre conejo colgando de su brazo le quitó autoridad —. Pero es cierto que no vamos a dejarte solo. Chin y Hirale se quedarán contigo.

    —¿Eh? ¿En serio? —preguntó Hirale, señalándose a sí misma.

    —Sé que podrás confortar a Kunic —le dijo con una voz suave. Volvió a mirar a Ciro —. ¿Estás conforme con eso, Ciro?

    —Claro. Mientras nadie me arranque el otro brazo —dijo con una sonrisa claramente sarcástica.

    —No te lo ganes —fue lo último que le dijo Khamlar. Después, se arrodilló frente a Kunic y le sonrió, palmeándole los dedos antes de soltarle —. Lo siento —le susurró.

    Tras pensárselo unos segundos, se quitó el colgante, aquel que le había regalado el propio Kunic en Leporidae, y se lo puso alrededor del cuello. Después le dio un tierno beso en los labios, otro en la mejilla y otro en la frente, y le hizo un gesto con las manos para indicarle que estaría cerca de él, que confiase en Chin y Hirale.

    Terminó por acariciarle una mejilla con el pulgar, se puso en pie y le dirigió a Ciro una mirada de clara amenaza antes de salir de la cabaña.

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    Cerró la puerta a su espalda y, terminando de colocarse el sombrero, fue hasta Evat, quien se había sentado con la espalda contra una pared de la cabaña y hundía la cara entre sus rodillas. Se sentó a su lado con un suspiro, dejando unos centímetros de distancia entre ambos.

    —Ni siquiera me ha mirado —sollozó ella sin levantar la mirada.

    —Lo sé —murmuró Khamlar. Ahora sí, sabiendo que su presencia no era rechazada, se acercó un poco más y le rodeó los hombros con un brazo. La chica no tardó ni medio segundo en abrazarse a él, llorando contra su pecho.

    —¿Qué más te da? —dijo Ruya, caminando cerca de ellos y mirando la cabaña de vez en cuando —Ese imbécil quiso utilizarte para crear su propia especie de conejos.

    —Ruya —le regañó Khamlar.

    —No, tiene… tiene razón —sollozó Evat —. Me usó y fui yo quien lo dejó… Pero no puedo evitarlo. Durante toda mi vida, él estuvo a mi lado y… Y yo…

    Su voz se quebró con una nueva oleada de llanto. Khamlar le acarició la cabeza y la acunó suavemente bajo la mirada de Ruya, quien había detenido sus paseos y les miraba con los brazos cruzados bajo el pecho.

    El soldado acabó por resoplar y se sentó frente a ellos, con las piernas cruzadas. Estuvo en silencio un rato, simplemente pensando, y entonces dio una palmadita que hizo que las orejas de Evat se alzasen por la sorpresa.

    —Voy a contarte una historia —resolvió Ruya. Evat, bien acomodada contra Khamlar, le miró todavía con los ojos brillantes —. ¿Has oído hablar del caballero Garra de Dragón y la Princesa de Oro? —al ver cómo Evat negaba, Ruya sonrió un poco —Es una historia que mi abuelo me contaba cuando era pequeño. Hace mucho, mucho tiempo, un caballero, conocido como Garra de Dragón porque en una aventura había matado a un dragón y se había hecho una espada con la garra, pues eso, de un dragón, llegó a un reino en guerra. Al parecer, ese reino estaba siendo atacado por varias naciones… Bueno. Entró en el castillo del reino y conoció ahí a la princesa, una muchacha con el cabello de oro y la piel de marfil.

    Hizo una pausa para crear expectación, y pareció lograrlo, porque una oreja de Evat seguía alzada y Khamlar también le miraba en silencio.

    —Aquella princesa era tan hermosa como la tristeza de sus ojos. Aquello conmovió tanto al caballero que se prometió que no descansaría hasta poder hacerla sonreír. Así que le prometió que sometería a aquellos reinos atacantes. Ella, sin embargo, le dijo que jamás aceptaría esa victoria si se producía mediante derramamiento de sangre. El caballero, entonces, le dio su espada y le prometió cumplir su deseo.

    —Está claro que es un cuento. Ninguna guerra se gana sin derramar sangre. Salvo que… ¿Los ahogó a todos? —Evat contuvo el aliento, pero Ruya negó.

    —No. Simplemente habló con todos ellos, diciéndole a cada uno que los otros reinos habían aceptado un trato con el de la princesa de oro. Eso hizo que cada rey capitulase, diciendo que no quería ser el blanco de todos los demás. El caballero regresó al castillo con todas las capitulaciones y la princesa, al enterarse, sonrió.

    —Oh, eso es bonito —consintió Evat en un susurro. Seguía apoyada en Khamlar, pero parecía más tranquila, distraída por la historia.

    —Aún no acaba, porque la princesa le devolvió la espada y el caballero, en vez de cogerla, le pidió que se la quedase. «Mi mayor victoria ha sido devolverte la alegría y no he necesitado mi espada para ello. Así pues, sería una vergüenza para mí necesitarla para conseguir cosas de menos importancia». Y bueno, supongo que al final se casan y comen muchas perdices, no sé, no me acuerdo de eso —Evat le sacó la lengua y Ruya sonrió —. La lección aquí es que a veces da igual lo fuerte que seas, las victorias más dulces no siempre están en el campo de batalla.

    —¿Y cuál ha sido tu victoria más dulce? —preguntó Evat, acariciando dos dedos de Khamlar de forma distraída. El kaltrix simplemente había dejado que le cogiese la mano, como si fuese una niña pequeña.

    —Ah, conseguir la sonrisa de mi propia Princesa de Oro —Ruya suspiró y se encogió de hombros —. Pero de eso hace ya mucho tiempo.

    —No sabía que habías tenido tu propia princesa —comentó Khamlar, a lo que Ruya hizo un gesto para indicar que no quería hablar de ello. El rey entonces suspiró y bajó la mirada al suelo —. Pagro, mi… marido —carraspeó un poco cuando le tembló la voz —, él tenía una espada hecha con una garra de dragón. Pero no mató a ninguno, al dragón se le cayó la uña de forma natural.

    —¿En serio? —Evat no parecía creérselo, pero Ruya frunció el ceño, claramente recordando aquel esqueleto de R’Lash —¿Y también ganó guerras de palabra?

    —Ah, eso es más complicado… Aunque sí que resolvimos muchos conflictos sin llenar un campo de cadáveres. Siempre he preferido la vía diplomática.

    —No me gusta la relación de ideas que estoy haciendo —murmuró Ruya, viendo los cabellos de oro de Khamlar y su piel de marfil.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    La puerta de la cabaña no volvió a abrirse hasta que el sol empezaba a ocultarse por el oeste. Hirale apareció y se estremeció cuando un soplo de aire frío la golpeó. Se envolvió en su abrigo y salió, buscando con los ojos al grupo. No tardó en encontrarlos a un lado de la cabaña y tuvo que contener una risa al ver el panorama.

    Khamlar estaba sentado con las piernas cruzadas. Uno de sus muslos era usado de almohada por Ruya, mientras que Evat se había acomodado en su hombro. Ambos se habían dormido con las caricias de Khamlar en sus cabezas, pero el kaltrix seguía bien despierto y lo demostró mirando a Hirale e invitándola a acercarse.

    —Ha estado dormido casi todo el tiempo y ahora sigue estándolo —le dijo en voz baja —. Ciro lo ha hecho todo bien, muy profesional. ¿Qué tal vosotros?

    —Bien. Hemos hablado de varias cosas. Ruya incluso nos ha contado un cuento —sonrió un poco —. El caballero Garra de Dragón y la Princesa de Oro.

    —Ooh… Conozco esa historia, mi padre me la contó alguna vez —Hirale intentaba hablar en susurros, pero Evat estaba alzando las orejas y empezaba a abrir poco a poco los ojos —. El final era tan triste…

    —¿Sí? —Hirale asintió.

    —Aunque la Princesa de Oro es sólo el final. La historia es mucho más larga. Al principio, una mujer lo maldice conque morirá cuando su corazón se estremezca de auténtico amor, y después de hacer sonreír a la princesa, el caballero siente que su hora ha llegado y muere poco después.

    —Qué depresión —gruñó Ruya con la voz de quienes no se han acabado de despertar —. Gracias por joderme la historia.

    —Lo siento —se rio suavemente Hirale —. No sabemos exactamente cuándo despertará Kunic, pero ya podéis entrar. Aquí fuera hace mucho frío… Oh, ¡y nuestro anfitrión ha hecho un guiso para la cena!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Kunic seguía durmiendo en su rincón, cubierto con las mantas y custodiado por Ica. Al parecer, Ciro había tenido que sedarle para que la operación fuese más fácil. De cualquier forma, ahora sólo les quedaba esperar a que despertase, comprobar que todo estuviese bien, y el experto en vieras podría regresar a Seraporte.

    Khamlar observaba al viera desde la mesa, que hacía un rato había sido ya recogida. Los demás se estaban preparando para dormir, todos salvo Ciro, quien se acercó a Khamlar y se sentó a su lado.

    —Aún no hemos discutido el precio —le dijo en un susurro quedo que Evat, ocupada ayudando con los platos, no pudo oír.

    —¿Qué quieres? —preguntó Khamlar con el ceño fruncido, pero sin mirar a Ciro.

    El hombre se tomó unos minutos, pero finalmente sonrió con calma.

    —Un día, te pediré algo y tú, sea lo que sea, me lo concederás.

    —No me gustan los tratos a ciegas.

    —En ese caso, la próxima vez que necesites ayuda con tus conejitos, tendrás que llamar a otro. Ah, y ya que no quieres pactar, supongo que tampoco querrás un ungüento para prevenir infecciones en los oídos de Kunic, algo que podría ocurrir en los próximos siete días…

    Khamlar tensó la mandíbula y, finalmente, miró a Ciro. Sus ojos eran del color de la sangre y su sonrisa amenazaba con quebrarse en cualquier momento en una mueca de horrendos y afilados dientes. Pero no llegó a ocurrir.

    —Acudirás siempre que te llamemos.

    —Y tú harás lo que te pida sin negarte ni quejarte.

    Khamlar afiló la mirada, pero acabó por tenderle una mano. Ciro se la estrechó con una sonrisa cargada de falsa amabilidad. Después se levantó y fue a preparar su propio catre.

    —¿Qué te ha dicho? —preguntó Chin’nesstre al cabo de un rato, acercándose a Khamlar, que seguía en la misma silla —Os he visto hablar, pero no he conseguido oír nada, con el alboroto que arma Ruya.

    —Hablábamos del pago —dijo Khamlar con voz tranquila, sonriendo a la elfa —. Lo sacaré de mi bolsillo y a cambio ya me invitáis a comer y cenar un par de días.

    —Suena bien —sonrió ella, aunque cuando Khamlar volvió a su rostro serio mientras vigilaba a Kunic de nuevo se preguntó cuánto de cierto habría en esas palabras.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    La noche estaba siendo muy tranquila. Ruya roncaba a un lado, Chin’nesstre había acabado usando el pecho de Evat como almohada, Ciro ni se había movido de su sitio y Hirale abrazaba a Ica, que se había movido, por fin, del lado de Kunic cuando Khamlar había decidido ocupar su lugar.

    Acariciaba el largo pelo blanco del viera en silencio, pero cuando le vio empezar a abrir los ojos, apartó la mano y se alejó un poco, queriendo dejarle suficiente espacio. Kunic parpadeó y movió las orejas a los lados, al parecer captando los sonidos nocturnos del bosque y de la ciudad. Miró a Khamlar y movió la nariz en un gesto adorable, y al rey se le escapó una suave risa antes de abrazarle con fuerza.

    —Bienvenido, Kunic —le susurró, sin poder dejar de sonreír cuando el viera lo apretó, claramente contento —. ¿Estás bien, te duele algo? —le preguntó mirándole a los ojos, y cuando el otro negó, sonrió incluso con más ganas y le llenó la cara de besos —Gracias por confiar en nosotros —acabó por susurrar, juntando sus frentes y frotando un poco sus narices en un gesto que, por un momento, se le antojó increíblemente íntimo.


    SPOILER (click to view)
    Estoy solo medio contenta con esta respuesta, pero no sé, quería al menos sentir que he hecho algo hoy.
  6. .
    ¡Holas, holitas, holotas, habitantes de la red! No hace falta, pero os voy a contar la génesis de este desastre.

    Me vi durante la cuarentena la película Spies in Disguise —muy recomendada, por cierto— y la amé. Quise en ese momento hacer un fic, pero la vida me apretaba las tuercas y, en fin xdd ¡Pero! Ayer me la volví a ver con mi querida chica flamenco y me dije «ahora sí que sí».

    Así que nada, lo he escrito a lo largo de todo hoy y, para variar, no lo he revisado. Las viejas costumbres no mueren xdd

    Os dejo ya en paz. ¡Ojalá os guste!




    QUOTE
    Pareja: Walance (Walter Becket y Lance Sterling).
    Longitud: 4383 palabras.
    Advertencias: Angst con final feliz.
    Disclaimer: Los personajes pertenecen a Blue Sky Studios. Yo no tengo ni derecho ni poder sobre ellos, sólo los manejo sin fines lucrativos en puro carácter lúdico.

    El espía que me amó


    Con cuidado, cogió la ficha del caballo y la acarició con el pulgar, disfrutando del relieve de la figurita. Con la delicadeza adecuada podía sentir hasta los ojos y los ollares, así como cada crin, todo cuidadosamente tallado en el material blanco.

    Su oponente carraspeó, apurándole, y sus ojos azules se dirigieron al reloj que cronometraba la jugada. Volvió a su rival, quien sonreía como un zorro, totalmente confiado de que ya había ganado la partida. No había ningún movimiento posible que pudiese sacarle de la trampa en la que, estúpidamente, había caído.

    Pero entonces el caballo blanco se situó en la casilla 2D y, con un golpecito, derribó al rey de las negras.

    —Bum —sonrió el joven —. Jaque mate —se echó hacia atrás en la silla, golpeando el reloj para parar la cuenta, y cruzó los brazos bajo el pecho con un gesto de satisfacción —. ¿No te cansas de perder, Killian?

    El hombre soltó un bufido y, con la elegancia que caracterizaba cada uno de sus movimientos, aplaudió brevemente.

    —Bravo —dijo con una pequeña sonrisa —. Ha sido una jugada interesante. Me has distraído con ese juego entre la reina y el alfil —se inclinó sobre el tablero, analizando mejor la disposición final de las piezas —. ¿Quién iba a decir que el joven Becket, capaz de sacrificar su vida para salvar a un malvado asesino, sería tan cruel y despiadado en el ajedrez?

    —Si hubiese realmente vidas en juego, mi estrategia sería muy distinta —fue la respuesta de Walter.

    —No lo dudo —dijo Killian con una pequeña risa que se fue desvaneciendo lentamente. Miró entonces el reloj que colgaba de la pared y suspiró —. Bueno, parece que la visita está acabando.

    —Eso parece —corroboró Walter, mirando también el reloj de la pared como si no llevase uno en la muñeca. Miró a Killian y le dedicó una sonrisa dulce —. Al menos me da tiempo a ver el estreno del nuevo capítulo de La estrella más brillante. ¡Espero que no tenga un final tan polémico como Corazones de Seúl!

    —¡Ojalá! —Killian lo dijo con auténtica emoción —Aún no puedo creer que Ha-neul dejase a Taeyang para casarse con Yoon.

    —¡Lo sé, es una locura! —gesticuló Walter —Al menos Dong y Chin-hwa tuvieron su final soñado pese a los deseos del padre de Dong.

    —Ese hombre se mereció el quiebre —asintió un poco Killian.

    —Eso es cierto, pero… ¿Sabes? S3xFr3ak42069 (un nombre horrible, por cierto) me llamó «idiota» —hizo las comillas con los dedos y burló la voz al decir el insulto —por opinar que Chin-hwa hizo bien en ofrecerle un nuevo empleo.

    —¡Intentó matarlo para que no se casase con Dong!

    —¡Lo sé! Pero todos merecemos una segunda oportunidad, ¿no crees? —sonrió un poco, logrando que Killian apartase la mirada.

    El guardia se acercó un par de pasos con un discreto aviso de que el tiempo se había acabado. Ante esto, Walter suspiró y asintió con una sonrisa de agradecimiento antes de guardar cuidadosamente el ajedrez en su estuche portátil.

    —La semana que viene te contaré qué ocurre —prometió Walter, ya de pie frente a Killian —. Y quizá debería traer otro juego, está claro que el ajedrez no se te da demasiado bien…

    —El ajedrez se me da de miedo —sonrió el otro —. Simplemente resulta que a ti se te da un poco mejor.

    —¿Un poco? ¡Te he machacado, colega! —volvió a gesticular exageradamente, sacándole a Killian una de esas risas suaves y graves a boca cerrada.

    —A lo mejor resulta que te estoy dejando ganar.

    —Qué va. Te machaco. ¡Inmisericordemente! —añadió desde la salida, girándose para señalarle con ambas manos —¡Hasta la semana que viene!

    Killian, con su postura recta, hizo un saludo con la cabeza y sacudió un poco su mano derecha, al menos hasta que la puerta se cerró.

    —Gracias por dejarle estar sin esposas, Jack —dijo Walter en voz baja.

    —Era lo menos que podía hacer después de que salvases a mi sobrina en aquel ataque —aseguró el guardia, ganándose una sonrisa cómplice de Walter.

    Pocos minutos después, el joven científico había salido definitivamente de la prisión gubernamental de máxima seguridad donde Killian había terminado encerrado y se dirigió a su coche, un discreto Audi de un color gris «paloma», tal y como había dicho Marcy entre risas cuando le había dado las llaves.

    Subió y suspiró, encendiendo el motor para, rápidamente, ponerse a trastear con la pantalla de mandos.

    Dirección: fijada. Piloto automático: activado. —dijo la agradable voz computarizada antes de dar paso a una emisora de radio aleatoria.

    Walter se relajó en el asiento mientras terminaba de abrocharse el cinturón y entonces volvió a mover los dedos sobre la pantalla táctil. Podría haber dado la orden de forma oral, pero le estaba gustando la canción y no quería que el ordenador la interrumpiese, sobre todo para la decepción que acabó siendo aquello.

    Todas sus bandejas de entrada estaban vacías, salvo por alguna notificación en redes sociales y un bono descuento para su tienda de electrónicos favorita, y tampoco había una sola llamada perdida esperando ser encontrada.

    «¿Qué se le va a hacer?» pensó, mirando por la ventana.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —¿En serio vas a ir a ver Mano Robótica? —preguntó Lance con el ceño fruncido. Ni siquiera se giró a ver qué había empezado a picotear ahora Ojos Locos.

    —Se llama Killian —corrigió con paciencia Walter, aunque su atención estaba puesta en dos chaquetas amarillas. Una era de un tono más mostaza, la otra era más tostada.

    Si se le preguntase a Lance, diría que ambas eran exactamente iguales.

    Walter acabó cogiendo la mostaza.

    —¡El propio nombre lo dice! ¡Kill! ¡Eso es matar! ¡Como lo que intentó hacernos a nosotros, por cierto!

    La forma en la que Walter pasó por su lado sin dirigirle la mirada dejaba perfectamente claro, incluso a ojos extraños, que estaba ya acostumbrado a los berrinches y a las escenitas que Lance Sterling hacía esporádicamente.

    —Se disculpó por eso y ha aceptado sin rechistar la condena impuesta —afirmó el joven genio mientras se ponía la chaqueta. El arrullo de una paloma le hizo girarse a su reloj —. Gracias, Lovey —sonrió, atándose el reloj en la muñeca.

    —¿Cómo puedes ser tan ingenuo? —volvió Lance a la carga, caminando a su lado mientras Lance iba a un armario. Le ayudó a coger algo de un estante alto y volvió a acompañarle sobre sus pasos —¡Que se ha disculpado, dices! ¡Oh, pues ya está, todo solucionado! ¡Llevémoslo a tomar chocolate caliente y vamos a cantar y bailar por las montañas!

    —Tu cinismo es agotador —respondió el joven, girándose de pronto hacia Lance y poniéndole un dedo en el pecho —. ¿Debería llevar algo de comer?

    —¿A la penitenciaria de la HTUV? No hace falta, suelen regalar fruta a los visitantes. Es parte de una nueva política de concienciación o no sé qué rollos…

    —Cierto, lo había olvidado. El otro día me dieron una manzana increíblemente dulce. ¡Tendría que haberla multiplicado!

    —Oh, por favor —Lance bufó, cruzando los brazos sobre el pecho y enarcando una ceja con una sonrisa burlona —. La última vez que multiplicaste comida con ese cacharro, casi me haces un agujero en el estómago.

    —¡Ya te dije que era un prototipo! —los ojos de Walter se iluminaron —Sé que aún es un proyecto en perfeccionamiento, pero cuando esté totalmente finalizado… —sacudió la cabeza y se dio la vuelta para terminar de hacerse la mochila —Quizá sea la clave para acabar con el hambre en el mundo.

    Durante unos segundos, Lance simplemente miró la espalda del joven. Acabó por soltar un suspiro y se acercó a él, poniéndole las manos en los hombros y, gentilmente, haciéndole girarse para poder mirarle.

    —Ese hombre es muy peligroso.

    —Ven conmigo, entonces —propuso Walter, aparentemente sin queja alguna ante la corta distancia que los separaba en esos momentos —. Puede haber dos visitas y…

    —No —le interrumpió Lance, volviendo a fruncir un poco el ceño y afianzando las manos en los hombros del científico —. No quiero volver a verle. Y, de verdad, no entiendo por qué tú sí.

    —Pues yo… —buscó las palabras adecuadas, pero durante ese lapso, Lance aprovechó para ponerle una mano en la mejilla, haciéndole alzar otra vez el mentón para que sus miradas volviesen a encontrarse.

    —Tienes un corazón que no te cabe en el pecho, Walter. Estás lleno de amor, más del que este mundo merece, y esa es una de las razones por las que me gustas tanto, pero eres demasiado idealista. Salvar todas las vidas, acabar con el hambre en el mundo, redimir a un psicópata… No te das cuenta de que hay muchas fuerzas muy poderosas en el tablero, gente poderosa para quienes eres una mosca pesada que, como te descuides, intentarán aplastar.

    —¡Oh! ¡Dato divertido! El cerebro humano procesa unas 60 imágenes por segundo, pero el de las moscas pueden procesar alrededor de 250 por segundo. Eso les da una capacidad de análisis y reacción absurdamente rápidos, ¡por eso es tan difícil pescarlas! Además, sus ojos compuestos les dan una visión de 360º.

    Hubo un breve y silencioso cruce de miradas durante el cual Walter mostró su fascinación por los animales en una emocionada sonrisa mientras que Lance intentaba ver la forma menos dura de devolverle a la realidad.

    —Lo diré muy claro: no quiero que sigas viendo a Mano Robótica.

    —¡Pero Lance!

    —¡No me vengas con peros, Walter! No me gusta nada que inviertas tanto tiempo en ese hombre después de todo el daño que ha causado, ¡y del que nos ha causado a nosotros!

    —Ah, ¿prefieres que invierta ese tiempo en ti? —se rio en un tono de inocente jugueteo, como si fuese una de sus peleas llenas de complicidad y confianza —No tienes que ponerte celoso, ¡te quiero a ti!

    Quizá el cerebro humano procesase unas 60 imágenes por segundo, pero tanto Walter como Lance necesitaron cerca de un minuto para digerir la frase que acababa de salir de la boca de Walter sin que el propio chico, por muy superdotado que fuese, lo hubiese podido prevenir.

    Era la primera vez que uno decía «te quiero» y claramente ninguno estaba preparado para aquello. El pánico empezó a invadirlos, aunque de formas distintas. Walter se fue poniendo cada vez más nervioso, Lance por su parte prefirió retroceder un paso, consternado.

    —Tengo que irme —dijo en voz grave y, con una mirada que indicaba que todavía estaba intentando reponerse de aquello, salió de la casa a paso rápido.

    Jeff y Ojos Locos ulularon antes de revolotear para seguirle, dándose de cabeza contra los cristales de la puerta. Mientras ambas palomas resbalaban al suelo, Lovey voló con mucha más elegancia hacia Walter para posarse en su hombro y ofrecerle confort en forma de suaves caricias y arrullos.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Con un gruñido, Walter apagó la tele y abrazó a Unity, acurrucándose entre los cojines del sofá, con las piernas recogidas bajo una manta.

    El nuevo capítulo de La estrella más brillante había estado lleno de suspense, aventura y romance, todo ello salpicado con gotas de comedia perfectamente equilibradas, tal y como solía ocurrir con los doramas de este director, pero ni siquiera las gloriosas aventuras de Sun Hee y Min Ho pudieron distraerle tanto como en un principio había anticipado.

    Lovey, que dormitaba a un lado desde hacía un rato, entreabrió un ojo y acabó por desperezarse con un gracioso movimiento de plumas para acercarse a Walter y acariciarle una mejilla con su pico.

    —Estoy bien, Lovey —susurró Walter, pero al ver la cabeza de la paloma girarse un poco, acabó por romper a llorar y abrazó con más fuerza a Unity, quien soltó su frasecita de siempre con el mismo tono alegre de siempre —. ¿Por qué no me ha llamado? ¡Nada! ¡Ha pasado una semana entera y yo…! No sé nada de él —añadió en un susurro, hundiendo la cara en Unity.

    Si una paloma puede poner cara de tristeza, esa era definitivamente la cara que tenía Lovey en esos momentos.

    Le había dicho que le quería hacía una semana entera. Siete días, 168 horas, 10.080 minutos, 604.800 segundos. En realidad, había sido algo más de tiempo, pero pensarlo era incluso más deprimente.

    Lance se había ido de la casa de los Becket y Walter había ido a ver a Killian. Y, una semana después, había vuelto a ir a verle. Y planeaba ir a verle a la semana siguiente, dentro de otros 604.800 segundos. Se lo había prometido, después de todo, y además no sería su tercera visita, sino la décima. Simplemente antes iba a verle a su celda provisional, pero ahora lo habían trasladado a otro centro menos subterráneo, aunque igualmente secreto y bien protegido.

    Suponía que Lance se había esperado que las visitas parasen tras el nuevo alojamiento y por eso había reaccionado así al verle prepararse, pero igualmente Walter seguía sin entender qué había de malo en aquello.

    ¿Podía ser aquel el motivo por el que se había ido y no había vuelto a contactarle? Walter ya no sabía qué pensar, ni qué opción prefería. Un cociente intelectual tan alto y se veía incapaz de pensar una sola salida halagüeña de aquella situación.

    —Quizá sea mejor ir a dormir —acabó por decir cuando su llanto se calmó lo suficiente.

    Se secó las lágrimas en la manga, le dio un besito a Lovey y se puso en pie. Ya recogería al día siguiente los restos de pizza fría de la mesa.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    No le despertó el motor del coche —era inaudible incluso en el silencio de la noche—, tampoco la ventana al abrirse —el intruso fue extremadamente cuidadoso— ni los pasos que se acercaban por el pasillo a su dormitorio —la moqueta amortiguaba el ya de por sí reducido sonido de aquellos zapatos negros—. No, lo que le despertó fue…

    —¡¡Mierda!!

    Sí, ese grito.

    Incorporándose en la cama como movido por un resorte invisible, quiso protegerse con Unity mientras su mano tanteaba a ciegas a un lado, buscando el interruptor de la luz y tirando en el proceso el despertador, el móvil y su boli multiusos, que al golpear contra el suelo se activó y lanzó su rayo gelificante.

    —¡No, no, no, no! —gritaba el intruso mientras su cuerpo se iba derritiendo, cayendo al suelo como si sus huesos hubiesen perdido toda solidez. Que era, por cierto, lo que había ocurrido.

    Walter consiguió encender la luz, por fin, y se encontró con Lance Sterling, el mejor espía del mundo, convertido en un pegote en el suelo de su dormitorio mientras Lovey inflaba elegantemente las plumas de su cuello, como si fuese una dama y, definitivamente, como si no hubiese saltado a atacar a Lance.

    —¡Lance! —exclamó Walter, saltando de la cama.

    —Ayúdame —fue el comentario de Lance, amortiguado por el suelo.

    Con mucho esfuerzo y la ayuda de su parvada favorita consiguió subir a Lance a la cama, dejándolo bocarriba. Le quitó los zapatos y se sentó a su lado, mirándole un par de segundos antes de abrazarle, apoyando la cara en su pecho.

    —Yo también te he echado de menos —murmuró el espía tras unos momentos de simplemente disfrutar del contacto.

    —¡Idiota! —sollozó Walter. Lance se sorprendió, no se había dado cuenta de que el chiquillo estaba lleno de emociones hasta que había oído su voz rota. Ahora, además, contaba con un primer plano de su cara, con el ceño fruncido en reprimenda, los labios apretados y los ojos brillantes —¿Dónde has estado todo este tiempo?

    —Singapur —respondió Lance tras recuperarse de la sorpresa inicial. Quiso acariciarle una mejilla, pero no pudo ni levantar el brazo dos centímetros. Bufó con cierta frustración —. Joy me envió a una misión ultra secreta apenas salí de aquí la semana pasada.

    —¿Por qué no me lo dijiste? ¡Somos un equipo!

    —Equipo Rarito, lo sé —suspiró Lance con un tono conciliador —. Era una misión para un solo hombre. Además, tú ya tenías planes y yo…

    —¿Tú qué?

    Al ver que Lance se callaba, Walter dio un golpecito con la mano en la cama y saltó al suelo. Cogió el bolígrafo multiusos —justo antes de que Ojos Locos se lo tragase por quinta vez ese mes— y lanzó directamente a la cara de Lance un chorrito con olor a lavanda.

    —¡Eh, el suero de la verdad no es jugar limpio! —se quejó el espía tras las toses pertinentes.

    —¡Si es la única forma de que me hables con franqueza, me da igual! —repuso Walter sin al parecer darse cuenta de que había terminado con las rodillas clavadas en el colchón, una a cada lado de la cadera de Lance —Continúa.

    Lance se mordió el labio inferior, claramente intentando contenerse, pero aquel maldito chico era un maldito genio y su maldito trasto funcionaba malditamente bien. Maldita sea.

    —¡Necesitaba tiempo para pensar! —reconoció por fin, respirando hondo como si hubiese contenido el aliento durante un minuto entero.

    —¿Para pensar? —insistió Walter, claramente no satisfecho con esa respuesta.

    —Nunca nadie me había dicho que me quería, necesitaba asimilarlo y ordenar mis propios pensamientos —dijo en voz baja, mirándole directamente a los ojos.

    Walter relajó la expresión, también la postura. Sus hombros bajaron y acabó por acomodarse al lado de Lance, con la cabeza sobre su hombro, mirando las constelaciones que había pintado en el techo cuando era un niño.

    —También fue la primera vez que yo le decía a alguien que le quería. Salvo a mi madre y abuela, claro —reconoció en voz baja.

    —¿En serio? —Lance consiguió mover la cabeza para mirarle y se encontró con el perfil de Walter y una sonrisa entristecida en sus labios.

    —Antes de ti, yo no tenía amigos, ya lo sabes. Sólo Lovey —la paloma soltó un arrullo, claramente entendiendo su nombre, pero captando que, por una vez, era mejor que no interrumpiese el ambiente —y Unity —se rio esta vez mientras cogía el unicornio de peluche. Acabó abrazándolo contra su pecho y respiró hondo —. Ahora tengo muchos amigos, la gente me mira no como si fuese un rarito, sino como alguien con buenas ideas. Pero tú eres la única persona a la que realmente quiero impresionar y complacer. Y, aunque lo dije sin pensar, lo dije en serio. Te quiero, Lance. Pero entiendo que tú no me quieras a mí —añadió rápidamente.

    No se atrevió a mirarle, pero si lo hubiese hecho se habría encontrado con una mirada cargada de cariño.

    —Cuando Killian me capturó —empezó Lance tras un rato de estar sumidos en un silencio relativamente cómodo —, cuando disparó al submarino, pensé que te había matado. Te creí muerto, Walter. Y durante ese tiempo, lo único que podía pensar era en que no volvería a ver tu sonrisa, ni a escuchar tus terribles chistes o tus inacabables datos sobre palomas… No volvería a pincharte, ni a huir contigo, ni a pelear contigo. No habíamos pasado tanto tiempo juntos, pero habías cambiado por completo mi vida. No quería perderte, y por eso perderte fue tan doloroso y aterrador. Siempre volaba solo porque si no tienes a nadie, no puedes perder a nadie.

    Walter no se atrevía a moverse. Había acabado por clavar los ojos en Orión, escuchando en silencio. Casi ni respiraba, y su labio inferior temblaba ligeramente por la emoción que le iba embargando poco a poco.

    Lance se dio cuenta de esto, claro, pero de nuevo se vio incapaz de alzar una mano para ofrecerle cierto consuelo. Estúpido rayo gelificante.

    —Killian te mató. Sí, ya sé —le interrumpió al ver que Walter iba a hablar —que realmente no moriste, pero aún tengo pesadillas con eso, ¿sabes? ¿Y si no hubieses salido a tiempo? ¿Y si el abrazo inflado no se hubiese activado correctamente? ¿Y si…? —ahora fue su voz la que se rompió, haciendo que Walter girase la cabeza hacia él —¿Y si nuestro último momento hubiese sido ese? ¿Cómo podría perdonar a Mano Robótica por eso? ¿Cómo podría perdonarme a mí mismo…?

    Walter se movió, quedando de medio lado, un poco sobre Lance. Le tomó las mejillas con las manos e insistió hasta que por fin abrió los ojos para mirarle. Un par de gotas saladas cayeron en picado a las mejillas de Lance y rodaron hasta juntarse con las que el propio espía empezaba a soltar.

    —Yo también he pensado en eso. En eso y en mucho más. ¿Y si no hubiese desactivado el Asesino a tiempo? ¿Y si te hubiesen matado a ti? ¿Y si no hubiese sobrevivido? Pero no vale la pena pensar en lo que pudo haber sido y no fue, ¡sobre todo cuando hubo un final feliz! Lance, estamos vivos. ¡Todos estamos vivos! ¿No es mejor centrarse en eso?

    —Pero ¿y si la próxima vez te pierdo de verdad? —acabó por ladrar Lance.

    —No me perderás.

    —¿Cómo puedes estar tan seguro?

    —Porque eres el mejor espía del mundo —susurró Walter con una sonrisa llena de ternura.

    Ante esa respuesta, Lance se quedó primero en silencio. Después, demostrando una gran fuerza de voluntad —y que había pasado más rato del que ninguno de los dos esperaba—, alzó una mano para agarrar el cuello del pijama de Walter y tiró de él hasta que sus labios se encontraron.

    —Te quiero, Walter Becket —acabó por decir.

    La sonrisa de Walter nunca había sido tan amplia.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Lance metió la mano en la bolsa de palomitas, sacó un puñado y se lo metió sin contemplaciones en la boca, quejándose con el golpe que recibió de Walter en la pierna.

    —¡Te las vas a acabar todas!

    —Come, entonces —fue la respuesta con la que se ganó un bufido divertido.

    Walter acabó por coger el bol de palomitas y ponérselo en el regazo, pero entonces Lance cogió a Walter y, como si no pesase nada, lo levantó y lo subió a su propio regazo. Walter no tuvo ninguna queja al respecto y simplemente encendió la tele para buscar una película que ver esa noche.

    —¿Mañana irás a ver a Mano Robótica?

    —¡Sabes perfectamente que se llama Killian! —refunfuñó Walter —Y sí, iré.

    —¿Qué hacéis exactamente?

    —Bueno, no sé… Hablamos de La estrella más brillante y echamos una partida de ajedrez.

    —¿En serio? ¿Al jodido Mano Robótica le gustan los dramas coreanos? —Lance era, cuanto menos, escéptico.

    —Son arte —afirmó Walter —. Le conté toda la trama de Corazones de Seúl y se enamoró por completo. Seguro que si tú le dieses una oportunidad…

    —Paso —replicó Lance con un gesto de mano —. Así que jugáis al ajedrez… ¿Por qué no juegas al ajedrez conmigo?

    —Porque eres malísimo. ¡Ni siquiera te sabes el nombre de las piezas!

    —¡Eso no es cierto! Simplemente me sé los nombres que les puse yo —sonrió Lance —. Sólo espero que no esté intentando seducirte con chorradas como compartir intereses y hablar de ellos…

    —¿Seducirme? ¿Killian? —Walter soltó una risita mientras sacudía la cabeza —¡Podría ser mi padre!

    —¿En serio?

    —No lo sé, nunca conocí a mi padre —comió un par de palomitas y luego se encogió de hombros —. Pero realmente es muy mayor para mí.

    Lance enarcó una ceja, apoyando una mejilla en su mano.

    —Sabes que sólo tiene dos días más que yo, ¿verdad?

    —¿Eh? —claramente, Walter no lo sabía.

    —Literalmente nació dos días antes que yo. Él el dos, yo el cuatro, ambos en enero de 1980.

    —No aparentas tener 40 años —reconoció Walter tras unos instantes de procesamiento de la nueva información.

    —No pareces preocupado.

    —¿Por qué iba a preocuparme?

    —Tú tienes 20 años. He mirado tu historial —Lance empezaba a parecer genuinamente divertido con la conversación o, más bien, con la tranquilidad de Walter ante ese abismo cronológico que se abría entre ellos.

    —No veo el problema. Además, aunque hubiese realmente uno, ya daría igual —acercó su cara a la de Lance y le dio un besito suave en los labios —. Las palomas se emparejan para siempre.

    Lance sonrió y buscó besarle de nuevo, de una forma un poco más larga, aunque en un gesto lleno aún de cariño. Le gustó que Walter se abrazase a él y no dudó en corresponder de la misma forma. Al terminar el beso, apoyó su frente en la del chiquillo y le miró con una sonrisa aún en la boca.

    —Tienes que renovar el repertorio, Becket. Ese dato ya me lo habías dicho.

    —¡Oh! ¡No pasa nada, tengo muchísimos más!

    —No, déjalo, mejor sigue buscando una película, por favor.

    —¿Sabías que las palomas son las únicas aves que no levantan su cabeza para tragar agua?

    —Walter…

    —¡Ven hasta 42 kilómetros de distancia!

    —Por el amor de…

    —¡Y pueden producir dos sonidos: vocales y no vocales!

    Si iba a haber un nuevo dato, no llegó a pronunciarse, no cuando Lance decidió utilizar su nueva táctica favorita para callar a Walter. Era bastante sencillo, simplemente tenía que sellar los labios del muchacho con los suyos. El efecto era instantáneo.

    Se fue separando muy poco a poco, todavía con un fino hilo de saliva uniendo sus bocas. Le miró a los ojos, disfrutando de ese rubor casi adolescente en las mejillas de su reciente pareja —reciente porque llevaban juntos seis días, 144 horas, 8.640 minutos y 518.400 segundos—, y le dedicó su mejor y más seductora sonrisa.

    Walter suspiró, acariciando la mejilla de Lance, pero entonces parpadeó y sus ojos volvieron a brillar como siempre que se enfrascaba en un tema que realmente le apasionase.

    —Solo las palomas adultas hacen sonidos vocales.

    —¡Me voy!

    —¡No, espera! ¡Me callo, de verdad!

    —¿Seguro?

    —Sí. ¡Y ya sé qué película podemos ver!

    Lance suspiró y lo abrazó contra su pecho.

    —¿Y bien?

    Walter recuperó el mando —se debía haber caído entre besos— y pulsó un botón, apareciendo la carátula de una película de animación en la pantalla.

    Valiant.

    —¿De verdad hay una película sobre palomas?

    —A Lovey le encanta.

    Y Lovey interpretó eso como la excusa perfecta para revolotear hasta sentarse sobre la tripa de Walter, entre el pecho de su mejor amigo y el bol de palomitas, teniendo además acceso al pecho de Lance.

    El espía, por su parte, puso los ojos en blanco y se acomodó mejor en el sillón.

    —Está bien —dijo sin ninguna emoción.

    Quién le diría que, un par de horas más tarde, se iría a dormir con una nueva película en su lista de favoritos.



    Notas finales.

    SPOILER (click to view)
    ★Sí, el título es de una película de James Bond. 1977, protagonizada por Roger Moore, para más señas.

    ★Sí, Lance y Killian se llevan dos días. Y sí, Walter nació el 11 de febrero de 1999. No me miréis a mí, lo pone en su ficha en la wiki xdd

    ★Sí, he buscado datos sobre palomas y moscas sólo para esto.

    ★Originalmente había planeado un fic más largo y complejo. Tras la pelea, Lance se va a la misión ultra secreta en Singapur a investigar a un magnate que parece haber metido las narices en archivos secretos. Por estar pensando en Walter y en sus tequiero es capturado y Walter se autoimpone la misión de liberarlo. Para ello contaría con la ayuda de Killian, conocido criminal del magnate, y bueno, descubrirían que dicho magnate quería desvelar la fórmula secreta de recodificación del genoma de Walter para crear un ejército de soldados transformables en distintos y peligrosos animales.

    Sin embargo, tras escribir la primera escena me he dado cuenta de que eso sería demasiado trabajo y he decidido ir al angst y a las charlas del corazón, que son igualmente efectistas.

    Más corto, más rápido, más simple, más predecible. Pero bueno, cosas que pasan, yo qué sé xdd

    También ha cambiado durante la escritura que Walter se iba a reencontrar con Lance en el hospital del HTUV porque, durante la misión, por estar pensando en Walter y en sus tequiero había bajado la guardia —sí, idea reutilizada, denúnciame— y había acabado herido. Tras la #charla, acordarían tomarse unos días libres e irse juntos de viaje a Corea.

    Pero los personajes se han movido solos y ha pasado lo que ha pasado. ¿Upsie?


    Edited by Bananna - 10/11/2020, 22:27
  7. .

    QUOTE
    Microrrelato.
    Pareja: Sufridos (Corr/Niko)
    Longitud: 459 palabras.
    Advertencias: Angst sin final feliz
    Disclaimer: Son personajes de un rol que tengo con la chica flamenco, aquí no hay ni disclaimer ni nada.

    La boda


    La imagen que reflejaba aquella lámina de metal pulido era la de unos ojos tristes, pero eso no impidió a Niko seguir dibujando líneas y puntos en su rostro con aquella pintura blanca y azul. Cada forma tenía un sentido concreto según su posición y dirección, y los tres puntos que acababa de imprimir con el pulgar sobre su ceja izquierda lo marcaban como familia de Makra.

    El espejo, entonces, le dejó ver una nueva figura acercándose que provocó que la tristeza de sus ojos se viese sustituida por una sonrisa despreocupada, bien ensayada, y un brillo de esperanza.

    Lo había conocido cuando Corr tenía catorce años, pero ahora que tenía veintidós no quedaba ni rastro de aquel joven tembloroso e iracundo salvo, quizá, la forma de su mandíbula y esa línea en sus labios.

    La pubertad había jugado bien sus cartas con el prófugo. Niko se dio cuenta el año pasado, cuando se encontró suspirando por una musculatura cada vez más desarrollada y una cara adulta de innegable atractivo.

    Claro que no era el físico lo único que le hacía suspirar: Corr se había vuelto un hombre bondadoso, lleno de cariño y preocupación, de amor por la naturaleza y respeto por los elfos que lo habían acogido. Tenía un humor agudo y la capacidad de distraer a Niko de cualquier recuerdo amargo o inconveniencia en su día a día.

    En cierta forma, era culpa de Corr. Siempre tan atento, siempre tan dulce, tan fácil de chinchar y con respuestas capaces de hacer reír al elfo. Era difícil no enamorarse de alguien así, y menos tras pasar tantísimo tiempo juntos.

    —¿Y si —empezó Niko mientras se terminaba de dibujar gotas sobre la clavícula —coges mi mano y me llevas lejos de aquí?

    El reflejo de Corr sonrió ante la idea. Niko pudo leer en su expresión cómo se lo pensaba, cómo se imaginaba aquello, una vida juntos lejos de Ukam’ga… y cómo se llenaba de tristeza al desecharlo.

    —Makra nos matará si la dejas plantada en el altar —respondió mientras cruzaba los brazos sobre el pecho.

    Aquella mentira hizo que Niko perdiese su sonrisa y se centrase otra vez en su propia cara.

    —Tienes razón —mintió también, pintándose el labio superior —. Vamos.

    Lo último que vio en el espejo fue la decepción tanto en sus ojos como en los de Corr. Y sabía por qué el humano se había echado para atrás —creía que aquello era lo mejor para Niko—, pero eso sólo hacía que el corazón del elfo doliese más.

    El dolor, sin embargo, se quedó en el espejo, porque cuando se dio la vuelta volvía a sonreír.

    Y con esa sonrisa, falsa y ensayada, palmeó el hombro de Corr antes de dirigirse a su boda.
  8. .
    Si la historia se va a centrar en la transformación y en sus consecuencias, ese sería el mejor prompt. Si consideras que el bosque o la brujería van a tener un peso más significativo en la historia, entonces tendrás que sopesarlos.

    Lo importante aquí es que el eje articulador sea el descrito en el tema. La elección final es del autor.
  9. .
    Supongo que en este caso dependerá del enfoque que le vas a dar. ¿Te centrarás en la parte más mágica o en la transformación en sí?
  10. .

    QUOTE
    Microrrelato.
    Pareja: Lou/Dani.
    Longitud: 500 palabras.
    Advertencias: Drogas y angst.
    Disclaimer: Son personajes de un rol que tengo con mi marido , aquí no hay ni disclaimer ni nada.

    Salvación


    Ahogó un gemido mientras hundía la cara entre las rodillas y se agarraba el pelo con las manos. Apretó con fuerza los ojos e hizo un auténtico esfuerzo por respirar hondo, controlando bien cómo el aire entraba y salía de su cuerpo.

    —Uno… Dos… Uno… Dos… —iba diciendo en un susurro trémulo, al menos hasta que la voz se le rompió y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.

    Lou se había ido esa noche, algo de trabajo, lo que significaba que Daniel se había quedado en casa totalmente solo. Odiaba eso, porque implicaba que había habitación de sobra para sus fantasmas, y Dios sabía que había gran cantidad de fantasmas en ese chico.

    Ahora, en la oscuridad de la habitación, todos desfilaban por delante de sus ojos, fantasmas del pasado más lejano y del más reciente, insultándole, odiándole, riéndose de él, compadeciéndose de él, recordándole lo patético y miserable que era, lo triste que era su vida, lo triste que era él, que no podía ni siquiera pasar una noche solo.

    En un momento de desesperación, saltó de la esquina en la que se había acurrucado y apartó fantasmas etéreos para abrir un cajón de su mesilla. Con manos temblorosas, quitó el falso fondo y sacó el estuche, pero se le cayó al suelo.

    Con un grito frustrado, comprobó en la oscuridad que la jeringuilla no se hubiese roto y la aferró contra su pecho, respirando hondo. Un pinchazo, un pequeño chute, eso haría que los fantasmas desapareciesen.

    Pero haría que apareciesen otros. De hecho, ahí estaban, empezando a tomar forma en la habitación: su hermano Samuel, su amado Louis, ambos mirándole con desaprobación, tristeza y un tono de dolor por traición.

    Volvió a mirar la jeringuilla. La aguja metálica brillaba por la luz que entraba a través de las persianas, incitándole a hundirla en su piel.

    Bueno, Sam y Lou no tenían por qué saberlo, ¿verdad? No sería la primera vez que ocultaría la marca, y si se iba a quedar a solas en la habitación, tampoco habría testigos de su decadentismo más absoluto. Podía poner un disco en el gramófono, abrir una botella y dejarse caer en los dulces brazos de la droga. Disipar los fantasmas, relajar cuerpo y mente, quizá incluso inspirarse para componer otra canción.

    Sólo un pinchazo y todos sus remordimientos, todos los cadáveres y heridos que había dejado a su paso, se esfumarían.

    La sola idea le consoló tanto que llegó a sonreír a través de las lágrimas.

    Y, entre lágrimas, volvió a guardar la jeringuilla en su estuche, en el cajón, bajo el falso fondo, y pasó a esconderse en el armario. Sobrio, canturreando una canción, acabó por dormirse allí, y entre abrigos y vestidos lo encontraría Lou al día siguiente.

    Con suerte, algún día los fantasmas dejarían de atormentarle. Pero mientras tanto debía intentar no ser un cobarde, ser más fuerte, para dejar de crear nuevos fantasmas.

    A lo mejor esa era la clave de su salvación, después de todo.
  11. .

    QUOTE
    Microrrelato.
    Pareja: Medievales (Rodrigo/Guillén).
    Longitud: 487 palabras.
    Advertencias: ¿Insinuación sexual?
    Disclaimer: Son personajes de un rol que tengo con la chica flamenco, aquí no hay ni disclaimer ni nada.

    Nacido para pecar



    La sociedad de su tiempo se dividía entre los que luchaban, los que rezaban y los que trabajaban. A Rodrigo Aguilar le había tocado estar entre dos ocupaciones, siendo un monje guerrero, lo que implicaba que debía matar, pero también rezar por las almas de aquellos a los que había matado y de aquellos a los que había protegido.

    Era una contradicción horrible. Las Tablas de la Ley decían que no había que matar, y Jesucristo decía que había que amar al prójimo, pero el papado y, peor aún, su padre y su comendador, decían que debía acabar con aquellos que rezaban de forma distinta —y también aquellos que se interponían en sus intereses personales, pero eso era otro tema—.

    Esta no era la única paradoja con la que se había encontrado en su vida. Aunque el concepto de las Escrituras decía una cosa, luego la sociedad que aseguraba vivir según esas Escrituras decía otra, y al final llegaba un momento en el que nadie sabía exactamente qué estaba bien, qué estaba mal, qué decían las Escrituras y qué las contravenían.

    Pero además de las contradicciones, estaban las estupideces. Por ejemplo, siempre le habían dicho que el amor era ciego, pero luego resultaba que ese amor ciego sólo era bueno si se producía entre un hombre y una mujer. De hecho, se llegaba a la hipérbole afirmando que los hombres que estaban con hombres iban al infierno, y a veces parecía que ese era uno de los peores pecados que se pudiese cometer, incluso peor que matar.

    Entonces, ¿iría al infierno por amar a Guillén, pero no por sesgar el pescuezo de cincuenta hombres en el campo de batalla? ¿Quién ponía realmente los límites? O, peor aún, dado que llevaba años matando, ¿acaso importaba un pecado más?

    Con estos pensamientos se acercó a la enfermería del castillo, pero no entró. Prefirió quedarse en el marco de la puerta, apoyándose en la jamba con los brazos cruzados y observando a su querido canturrear distraídamente mientras iba inventariando sus potingues y cosas de médico.

    Guillén no tardó en darse cuenta de su presencia, porque se giró a él con una de esas sonrisas pequeñas, pero cargadas de amor. No se acercó, sino que apoyó la espalda en un armario y siguió con la mirada al templario cuando éste entró en la enfermería, cerrando la puerta a su espalda.

    Sólo una mirada bastó para que Guillén echase los brazos a su cuello, recibiendo y correspondiendo sus besos, aceptando cada una de sus caricias y lanzando sus propios ataques al cuerpo de su amado.

    Bien mirado, aquellos labios cálidos, esos ojos verdes como gemas y ese maldito culo parecía que habían caído en su camino para tentarle, y Rodrigo no se había resistido demasiado a la tentación.

    Pero si Guillén era algún tipo de pecado encarnado, Rodrigo juraría ante Dios y toda su cohorte emplumada que él había nacido para pecar.
  12. .
    Ya creía que no podría escribir nada más, pero entre apuntes y trabajo, igual puedo sacar otro ratito ~



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    Microrrelato.
    Pareja: Viudos (Étienne/Gregóire).
    Longitud: 500 palabras.
    Advertencias: ¿Ligera insinuación sexual?
    Disclaimer: Son personajes de un rol que tengo con la chica flamenco., aquí no hay ni disclaimer ni nada.

    Mordiscos de dragón



    Cuando uno miraba a Gregóire, veía en un primer momento a un muchacho adorable, no mucho mayor que el príncipe, aunque vestido con una moda de dos generaciones atrás. Una vista un poco más cercana empezaba a revelar otras irregularidades: sus uñas eran, en realidad, garras afiladas y negras, y sus ojos eran los de un reptil, dorados y de pupila alargada, aunque con un brillo demasiado inquisitivo e inocente para que pudiese suponer un peligro.

    Pero había otro rasgo en Gregóire que escapaba a la vista y que, sin embargo, estaba ahí, y ese «algo» eran sus dientes.

    En realidad, sus dientes parecían normales. Quizá los colmillos eran un poco más afilados, pero nadie que no lo conociese podría esperar que sus dientes fuesen auténticas armas de destrucción, capaces de atravesar todo, o algo menos todo lo que había en el castillo de Acier.

    A esta habilidad, que sólo un dragón como Gregóire podría esgrimir, se sumaban dos hechos más: su estómago era un horno que procesaba cualquier material y su curiosidad innata le llevaba a querer probar todos los límites existentes y algunos que no existían… hasta que llegaba él y había que establecerlos, claro.

    Acier, como su nombre indica, se basaba en el acero, tanto en comercio como en su propia estructura, pero a Gregóire el sabor metálico no le entusiasmaba tanto como el de la madera. Por eso, eran pocos los muebles que no tenían al menos alguna marca de que el dragón había pasado por ahí, marcas que muchas veces se reducían a unas muescas en una pata, aunque en el peor de los casos eran auténticos huecos con la forma irregular de su mordida.

    Y aunque el metal no era su alimento favorito, la mariscala había suspirado más de una vez al encontrar algún escudo trágicamente abandonado entre matorrales con las marcas de los dientes del dragón, y cuando una cuchilla se rompía, en vez de tirarse, era entregada a Gregóire, quien le daba un buen uso.

    Así, muchos dirían que los dientes de un dragón eran algo aterrador con los que había que guardar una cierta distancia. Incluso siendo Greg cariñoso y pacífico, pocos se atreverían a acercar su mano a su boca, por si acaso una fuerza mal calculada podía terminar en sangre o, incluso, amputación.

    Pero Étienne no tenía miedo de los dientes de Greg. Quizá algo principio sí, había visto con sus ojos lo que esos huesecitos de su boca podían hacer, pero también había aprendido empíricamente que aquel dragón controlaba su fuerza cuando realmente importaba.

    Así que cuando esos dientes paseaban por su cuello, no se quejaba, sino que suspiraba, y cuando presionaban sobre la cara interna de sus muslos, el monarca no gritaba, pero sí podía llegar a gemir.

    En momentos como aquel, con Greg mordisqueando su muñeca con dulzura, Étienne deseó que el resto del mundo pudiese ver a Gregóire como él lo veía.

    Aunque también agradecería que dejase de mordisquear su maldita capa, para qué mentir.
  13. .

    El elfo


    Niko esperó con la espalda apoyada en la puerta a que tanto Étienne como el dragón desapareciesen en el horizonte. Entonces se agachó para coger el papel que el rey había dejado caer y lo leyó con curiosidad, alzando un poco las cejas con sorpresa.

    Lo cierto es que siempre se había preguntado cómo Étienne, que según Corr era tan maravilloso y estupendo, no había hecho nada respecto a las sangrientas políticas de Lux. Comprendió ahora que era porque, por algún motivo que a él se la soplaba enormemente al tratarse de política humana, no había conocido los detalles más escabrosos. Y, al parecer, había sido saber y ponerse manos a la obra para remediarlo.

    ¡Incluso invitaba a Corr a regresar a Acier! ¡Y hablaba de la tumba de su madre, que por fin tendría el lugar que le correspondía en el panteón real! Niko no lo reconocería nunca, pero él mismo sintió la emoción bullendo en su vientre.

    —Ah —musitó al recordar qué acababa de pasar, qué le había pedido Corr.

    Respiró hondo y se giró al ver a su humano favorito salir de su dormitorio de forma cauta. Niko cerró la puerta de la cabaña y le hizo un gesto para que se acercase, y en el momento en el que lo tuvo suficientemente cerca, le agarró el pelo con una mano y le estampó la cabeza contra una pared.

    No contento con eso, lo empujó para que cayese al suelo, tumbado de espaldas. Le pasó una pierna por encima y se acuclilló sobre su vientre, inclinándose para quedar más cerca de su rostro. Le miró a los ojos con expresión seria, incluso con el ceño un poco fruncido.

    —Eres un hipócrita, Corentin —susurró —. Ni se te ocurra volver a montarme un pollo como el del Lago de la Tortuga si luego tú vas a hacer exactamente lo mismo —al ver su cara de incomprensión, gruñó un poco y le tiró de la nariz con dos dedos —. Romperle el corazón a alguien para protegerle, pedazo de idiota.

    Suavizó entonces su expresión y le sopló a la cara, sonriendo al verle arrugar el gesto como un gato. Dejó sobre su pecho la carta y se levantó, cogiendo la cesta de frutas que Ghilanna había traído para llevarla a la cocina, donde empezó a lavarlas para lo que fuese a cocinar luego Corr.

    La cocina era, quizá, una de las zonas de la casa que más había cambiado con la remodelación. La había hecho algo más grande, con más espacio de almacenaje —no era lo mismo una cocina para uno que para dos, o tres—, y había modernizado algunas partes.

    La verdad es que rehacer la cabaña le había costado toda la noche y una buena cantidad de energía. Cierto era que Corr había avanzado durante esos días, pero había mucho que hacer y, aunque no lo pareciese, la cosa no consistía simplemente en dar palmaditas y sentarse a esperar, había que cuidar cada parte.

    Ahora estaba cansado, pero había valido la pena por ver la expresión de Corr, esa sonrisa emocionada y agradecida. Sonrió un poco al recordarlo, después ensanchó la sonrisa cuando Charlotte apareció a su lado, haciendo ruiditos para recibir alguna baya. Niko le ofreció una fresa y se comió otra, acariciando después la cabeza de Charlotte.

    Todavía escuchaba los gorjeos felices de la royalet cuando escuchó a Corr llamándole. Al girarse, se lo encontró con la carta en la mano y una mirada que parecía ir de la sorpresa a la felicidad, de ahí al temor, de ahí a… a saber qué más, pero desde luego parecía un cúmulo de emociones enorme.

    Por eso, no se revolvió cuando llegó el abrazo, y de hecho apretó a Corr con cierta fuerza contra su cuerpo mientras le palmeaba suavemente la espalda.

    —¿Primero os golpeáis y ahora os abrazáis? —la voz de Ghilanna hizo que Niko se tensase y se apartase de Corr con el ceño fruncido —No hay quién os entienda.

    —Difícilmente puedes entender la amistad si nunca has tenido amigos —escupió Niko, apoyando la espalda en la encimera y aceptando a Charlotte en sus brazos para llenarla de mimos.

    Ghilanna, en la puerta de la cocina, primero miró a Corr con cierta duda, después dio un paso al frente.

    —Creía que empezábamos a llevarnos bien.

    Niko enarcó una ceja, la miró de arriba abajo y acabó soltando una corta carcajada.

    —¿Tú y yo? Jamás.

    —¡Pero! —Ghilanna mostró su confusión en su gesto y señaló hacia fuera de la cocina con una mano —¡Me has hecho un dormitorio!

    —No confundas, solar —dijo Niko con tono aburrido —. He hecho ese dormitorio porque claramente te has aferrado a la única persona que ha mostrado un mínimo de compasión por ti y no lo soltarás ni con un chorro de agua caliente. Así que, si vas a seguir aprovechándote de que la bondad de Corr lo vuelve idiota, al menos déjale dormir en su propia cama.

    Ignoró el inicio de regañina de Corr y salió de la cocina empujando a Ghilanna con el hombro para hacerse paso. Ahogó un bostezo contra el pelaje de Charlotte y aprovechó para darle besitos en la cabeza, pero cuando sintió una mano en el brazo, se apartó bruscamente, mirando a la elfa con un gruñido bastante animalesco.

    —¡No lo entiendo! —se quejó ella —¡Lo estoy intentando! ¡Estoy intentando ser buena contigo, incluso cuando has reconocido haber asesinado a mi primo!

    —¿Asesinado? —de nuevo, Niko soltó una carcajada, totalmente teñida de asco, incluso odio. Sintió la inquietud de Charlotte y la dejó ir, lo cual le liberó los brazos para poder gesticular —¡He eliminado a una peste, un insecto asqueroso! Deberíais agradecérmelo, de hecho.

    —¡Theonaer era un hombre bueno! —exclamó ella, con los ojos llenándosele de lágrimas —¿Qué demonios te hizo?

    La respuesta de Niko fue golpear con el puño la pared, con tal fuerza que la estructura pareció temblar. Quizá ni él mismo se dio cuenta de sus ojos estaban empezando a parpadear en blanco, como si no terminase de arrancar su magia.

    —¡Theo era un monstruo y un hijo de puta! ¡Su mera existencia era una afrenta contra las diosas!

    —¿Contra las diosas o contra ti? —volvió Ghilanna a la carga.

    Niko apretó los puños con fuerza, se obligó a respirar hondo y relajó las manos. Había empezado a sentir de nuevo la magia acumularse en su cuerpo y le aterraba la idea de poder hacer daño a Corr o a Charlotte. ¿Y si volvía a perder el control como en Acier? No, no podía permitirlo.

    Así que apretó los labios y recompuso su postura, alzando un poco la barbilla.

    —Theo está muerto. Saber o no el por qué no va a cambiar ese hecho. Ahora, si me disculpáis, tengo cosas que hacer. Y no te preocupes, Corr. Esta vez sí iré a casa; tengo que hablar con Makra con urgencia.

    —Espera —Ghilanna volvió a hablar —. Dices que era una peste, pero… Eres el único que le llama «Theo». Hasta yo, que era su prima favorita, uso el nombre entero…

    —Escucha, solar —la voz de Niko sonó tan fría y cortante que hasta Charlotte soltó un chirridito contra el cuello de Corr —. ¿Cuántos años tienes? ¿Treinta?

    —Treinta y dos —murmuró Ghilanna.

    —No eres más que una niña. Y una bastante estúpida. Podría intentar explicarte cómo eran las cosas antes de la Pla’ja y cómo solares como tu primo nos jodieron la vida a cientos de lunares, pero no tengo ni ganas ni paciencia.

    —Pero… La Pla’ja fue un salvavidas. ¡Si no fuese por los solares, los lunares renovados habríais sido aniquilados por los arcaicos!

    —¿Eso os enseñan? —chasqueó la lengua con disgusto —Quédate con esa versión. Piensa en Theo como un héroe de guerra o la imagen divinizada que tengas de él. De todas formas, como ya he dicho, su muerte no va a cambiar, así que…

    No dijo más. Se dio media vuelta y salió de la cabaña, haciendo apenas un gesto de despedida con una mano antes de desaparecer entre los árboles.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Con el mentón alto y la mirada al frente, caminaba con su seguridad habitual, como si no sintiese las miradas de su gente, como si no escuchase los murmullos, como si no supiese perfectamente de esa atmósfera cargada de una especie de temor.

    Entró en la residencia real, ignorando también cómo nobles y sirvientes por igual se apartaban de su camino. No lo hacían por respeto, como podría haber ocurrido unos días atrás, pero saberlo no lo hacía extraño. En realidad, Niko esperaba esa clase de reacciones.

    No le costó encontrar a Makra. Estaba en sus aposentos, acomodada sobre mullidos cojines y leyendo unos documentos con una copa de vino y un cuenco de frutas al alcance de la mano. Al escuchar el suave carraspeo en la puerta, levantó la mirada y sonrió al reconocer a su esposo. Palmeó los cojines, invitándole a sentarse con ella, pero Niko cruzó los brazos sobre el pecho, quedándose de pie, y Makra frunció el ceño, levantándose.

    —Me alegra que Corr pudiese encontrarte —empezó a decir, tanteando el terreno.

    —Supongo que no se lo puse tan difícil —fue la aséptica respuesta de Niko. Makra ladeó un poco la cabeza, apoyando una mano en su cadera.

    —Sois inseparables desde hace más de veinte años, así que lo raro sería que no conociese tus escondrijos. ¿Vas a decirme qué ocurre, esposo, o me vas a obligar a sacártelo? —dijo con una sonrisa suave, aunque preocupada.

    Niko paseó entonces sus ojos por la habitación, claramente pensando en la mejor forma de empezar. Al final, alzó un poco una ceja, apretó más los brazos contra su cuerpo y miró a Makra directamente a los ojos.

    —Quiero anular nuestro matrimonio.

    Makra se quedó en completo silencio, evaluándole con la mirada. Esperaba una sonrisa, una broma, pero no, parecía que Niko iba muy en serio con aquello. La mujer tomó aire por la nariz con un pequeño suspiro y apoyó todo el peso de su cuerpo en una pierna.

    —Vas a tener que darme algún motivo, cielo.

    —Creo que es el momento de iniciar una nueva fase en mi vida.

    —Que quieres iniciar u- ¿Te has vuelto loco? —estaba claro que a Makra la idea no le gustaba mucho —¡El divorcio para ti sería un suicidio social!

    —Sólo aquí —Niko se encogió un poco de hombros —. He pensado irme a Bluka.

    Bluka era un reino que había tras las montañas en las que se encajaba Acier. Ahí no había una gran población élfica, sólo algunos comerciantes que se habían ido moviendo hacia la zona y habían terminado haciendo un par de asentamientos en las zonas boscosas de Bluka. Quizá había incluso alguna pequeña comunidad dentro de la capital, como ocurría en Acier, donde había al menos tres familias lunares ahí asentadas que servían de nexo con los comerciantes itinerantes.

    —¿Qué coño harías tú en Bluka? —preguntó Makra tras varios segundos de silencio, de simplemente mirarle boquiabierta.

    —Tengo opciones —enarcó un poco la ceja al hablar, como si hubiese esperado algún tipo de apoyo de parte de su todavía esposa —. Puedo abrir una herrería, puedo montar un negocio entre Acier o Lanu Kah y Bluka… Incluso podría enseñar magia.

    Makra frunció tanto el ceño que hasta su nariz se arrugó.

    —Veo que lo tienes bastante meditado —acabó por cruzar también los brazos —. ¿Y qué pasa con tu vida aquí, qué pasa con Corr? ¿Vas a irte sin él?

    —¡No me necesita! Y menos ahora que tiene a esa solar —dijo con auténtico asco en la voz, haciendo que Makra alzase un poco las cejas.

    —Ah. ¿Es eso? ¿Te vas por celos? Porque tu humano no te va a sustituir, si es lo que te preocupa.

    —No es eso —se quejó Niko con un tono tajante. Era su turno de fruncir el ceño.

    —¿Entonces qué es? ¿Por qué quieres…? ¡Estás huyendo!

    —¡No estoy huyendo! ¡Yo no tengo miedo de enfrentarme a quien sea! ¡Lo que quiero es protegeros! —nada más decir esto, se mordió la lengua y llegó incluso a retroceder un paso.

    —Protegiéndonos. ¿Tienes acaso motivos para sospechar que necesitamos protección?

    —Tengo varios, sí —Niko volvió a enarcar un poco la ceja al hablar —. Puedes salir conmigo al pasillo y ver cómo me mira todo el mundo. O podemos salir a la calle y escuchar los cuchicheos. Pregúntale si no a las otras reinas, a ver qué les parezco.

    —Dices que quieres separarte de Corr y de mí porque la gente te tiene miedo —dijo Makra con voz calmada, ladeando un poco la cabeza.

    —La gente reacciona mal cuando tiene miedo, esposa —Niko no sonrió, pero tampoco mostró tristeza. Parecía que tenía aquello bastante pensado —. Además, no son sólo los lunares. Acier, la Estrella Roja, me han visto hacer algo imposible. Es más que probable que acaban viniendo a por mí, y tú, como mi esposa, estarías en medio. Y Corr, como mi amigo, estaría en medio.

    —Qué dulce por tu parte, qué considerado estás siendo —dijo ella con un claro tono de sorna que hizo que Niko frunciese el ceño.

    —¿A ti qué más te da? Nos casamos porque era conveniente para los dos. Ahora no lo es. A ti esto no te costará nada, no vas a perder nada.

    —¡Pero tú lo vas a perder todo! Tus títulos, tus posesiones, tu casa, tu trabajo… ¡Tu apellido! Como te he dicho antes, es un suicidio social. Pasarás a ser nadie. Nikol’ka, hijo de una aldea de mierda que lleva más de veinte años extinta.

    —¿Y no es esa la mejor forma de volver a empezar?

    Makra soltó un pequeño gruñido y dio un pisotón.

    —¡Esto es una estupidez! Me niego a concederte el divorcio.

    —Si no me lo concedes, perderás mi respeto —respondió Niko con una voz tan áspera y ácida que Makra llegó a sentir un aguijonazo en el pecho.

    Si había algo que Niko valorase por encima de todo era el respeto, y Makra lo sabía bien. Por eso aquello fue una amenaza realmente contundente.

    —Creo que estás sacando las cosas de quicio —volvió a intentarlo con un enfoque algo distinto.

    —Esposa —Niko respiró hondo, pasándose una mano por la cara. En ese momento, Makra lo vio terriblemente cansado. ¿Había llegado al palacio con esas ojeras tan marcadas? —. No quiero perder nuestra amistad. Pero creo sinceramente que lo mejor es que me vaya.

    Makra le miró fijamente durante un largo silencio. Lo cierto es que desvincularse sería beneficioso en el caso de que la Estrella Roja decidiese apresarlo; esa gente no se detendría ante nada, ni siquiera ante un posible conflicto internacional e interracial. Pero también creía que, si seguían juntos, podía desplegar mayores armas para protegerle. De forma física y política.

    Claro que Niko siempre se había caracterizado por ser más tozudo que una mula. Una vez se le metía algo entre ceja y ceja, era imposible sacárselo. Y también tenía razón en que la gente le había cogido miedo, la propia Makra sentía un nuevo tipo de respeto por él. ¿Qué pasaría si volvía a explotar? ¿Y si mataba por accidente a alguien? Eran dudas legítimas, después de todo, viendo sus precedentes inmediatos.

    Acabó por suspirar, se acercó a él y lo rodeó con sus brazos. Niko al principio dudó, pero terminó abrazándola por la cintura y ella lo apretó contra su cuerpo.

    —Tú ganas, Niko —susurró, llamándole por su nombre por primera vez desde la boda.

    El dragón


    La amistad de Tilda y Greg se contaba por décadas. Con una relación tan larga, era de esperarse que algunos límites físicos hubiesen desaparecido por completo. El hecho de que una parte de la pareja no fuese humana contribuía a esto.

    Por eso, no era raro encontrarles apoyados el uno en el otro, a veces incluso compartiendo un baño humeante. Muchos hombres del castillo darían lo que fuese por tener los privilegios que tenía Greg, quien podía tranquilamente apoyar la cabeza en el escote de la bruja y encima recibir caricias.

    En esta ocasión, el dragón usaba el vientre de Tilda como almohada. Ella estaba recostada en un sofá y él estaba tumbado entre sus piernas, rodeándole la cintura con un brazo. Su mano libre jugaba con los dedos de la bruja de forma distraída mientras la mujer le acariciaba el pelo con calma.

    —Así que el príncipe Corentin sigue vivo… ¿y ha convencido a Étienne de lo contrario? —murmuró la mujer. La respuesta de Greg fue una mezcla entre ronroneo y gruñidito —No lo entiendo… ¿Por qué no decírselo? Nadie le obliga a volver a Acier si no quiere.

    —Me dijo que no quería causarle problemas —musitó el dragón.

    Ante esto, a la bruja se le escapó una risita. El movimiento de su vientre hizo que Greg alzase un poco la cabeza y la mirase con curiosidad.

    —Está claro que son hermanos, ¿no te parece?

    Greg ladeó la cabeza, pero ante el gesto de Tilda de que lo dejase correr, asintió y volvió a acomodarse sobre ella, cerrando los ojos al recibir una nueva tanda de mimos.

    Un gato de tilda saltó sobre la espalda del dragón y se la masajeó con sus patitas antes de acomodarse sobre él. No pareció que esto molestase de ninguna forma a Grégorie, quien no hizo absolutamente nada para evitarlo.

    Tras unos segundos más de pensativo silencio, Tilda suspiró y le acarició una mejilla.

    —Quitando lo de Corentin… ¿Qué te parece lo que ha hecho Étienne?

    —¿Hmn?

    —Despojar a Lux de todo prestigio y revelar la verdad ante su pueblo.

    —Étienne cree que con eso la situación intramuros mejorará.

    Tilda frunció un poco el ceño ante esto.

    —¿No coincides con él?

    —Sí —fue casi un susurro contra la tripa de la bruja —. Pero… —se mordió el labio y se movió hasta quedar arrodillado frente ella, entre sus piernas. El gato se deslizó con un maullido de queja hasta unos cojines, pero entonces Greg lo cogió en brazos y empezó a acariciarlo, haciéndolo ronronear —Yo nunca he entendido bien a los humanos y sus políticas, pero… Creo que para lograr lo que quiere Étienne, que todos seamos amigos, debería echar a los que huelen a muerte.

    —¿A la Estrella Roja? —Greg asintió enérgicamente y Tilda suspiró —Sí, yo opino lo mismo. ¿Se lo has comentado a Étienne? —ahora Greg negó con mucha menos energía y bajó la mirada al gatito.

    —Está muy triste por lo de su hermano. Y lo de su padre.

    Tilda ahora se mordió el labio inferior y le dio un pellizquito en la nariz al dragón.

    —¿Por qué no vas con él?

    —No creo que quiera que vaya. Está con Aimée —dijo, bajando un poco más los hombros con cierta tristeza —. ¿Crees que sigue molesto conmigo?

    —Oh, Greg… ¡Él ya te dijo que las cosas estaban bien entre vosotros!

    —Lo sé, pero… —pareció encogerse sobre sí mismo y, de pronto, se encogió de forma literal, pasando a ser un dragoncito del mismo tamaño que el gato que antes acariciaba y contra el que ahora se acurrucaba.

    Tilda suspiró de nuevo y sacudió la cabeza, acariciando entre las escamas negras.

    —Le das demasiadas vueltas. Étienne es mucho más franco que todo eso, ¿no te has dado cuenta aún? Si él dice que todo está bien, es que todo está bien. Además, nunca llegó a enfadarse contigo —sacudió la cabeza —. Volviendo a lo de la Estrella Roja… Me temo que Étienne no los echará sin más. Ha construido su reinado en torno a la democracia, así que hará una votación y acatará lo que la mayoría decida.

    No me gusta eso, dijo la voz del dragón directamente en la cabeza de Tilda.

    La mujer se quedó unos segundos en silencio, pensativa, y terminó por apoyar la cabeza en unas almohadas y cerrar los ojos.

    —A mí tampoco.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Marinette Rapace se despertó en mitad de la noche. No fue por una pesadilla, ni siquiera por un gran estrépito, sino simplemente porque Lara había entrado en el dormitorio y se había tropezado con la cama, provocando no tanto ruido, sino una sacudida que había recorrido todo el colchón.

    La artista se incorporó y, guiándose por la luz de la luna que entraba en la habitación a través de las ventanas cerradas, acogió entre sus brazos a la general, quien se deshacía en disculpas susurradas.

    —Tranquila —respondió Marinette, besándole la frente —. ¿Estás bien? Te noto fría.

    —Sí, sí… No podía dormir y he salido a dar un paseo —fue la respuesta de Lara, pero una vocecita en la cabeza de Marinette le dijo que había algo que no le contaba. De todas formas, no la quiso presionar, así que simplemente la cubrió con las mantas y se recostó con ella —. Sabes que te quiero un montón, ¿verdad?

    Esta frase hizo que esa alarma sonase con más claridad. Marinette acarició la mejilla de Lara y le sonrió con dulzura.

    —Claro que lo sé. Y yo también te quiero con locura a ti —le susurró.

    Las manos de Lara se afianzaron en su cintura, presionando sus cuerpos con suavidad.

    —Y sabes que haría lo que fuese por ti, para mantenerte a salvo.

    —Me estás asustando, cariño —reconoció Marinette, a lo que el gesto de Lara se suavizó con una sonrisa.

    —Lo siento, mi amor. No tienes nada de lo que preocuparte. De verdad —aseguró, llenándole la cara de besos —. Duerme, mi pequeño ruiseñor. Y perdona por asustarte. Ya sabes que llevo unos días algo tensa.

    Eso no acabo de tranquilizar a Marinette, pero prefirió simplemente besar sus labios y abrazarse a ella de nuevo. Al día siguiente se tendría que recriminar no haber ahondado un poco más en la actitud atípica de su amada.

    La Corte de Acier estaba reunida, incluyendo al rey, a la princesa, a la bruja y al dragón. Todos sabían qué iba a ocurrir y eso hacía que la tensión se notase en el aire. Nina de Pierre repiqueteaba los dedos contra la mesa, los hermanos Loup se habían acomodado en sus sitios intentando fingir calma, Violaine Arceneaux jugaba con su collar y el inexperto Côme Vaillancourt miraba a todas partes, intentando encontrar algo que le tranquilizase sin lograrlo.

    —El asunto más acuciante de hoy —dijo Tilda tras los protocolos habituales —concierte a la Estrella Roja —ni se molestó en ocultar su desagrado mientras miraba a Drenia —. A la luz de los acontecimientos recientemente descubiertos por nuestro rey, se ha hallado pertinente votar el cese de las actividades de la secta, así como la expulsión de sus miembros del reino, incluso Drenia.

    El silencio era tenso e incómodo. A Marinette no se le pasó por alto cómo Grégoire, ese adorable muchacho que en realidad era un dragón, tomaba la mano de la bruja a la vez que se agarraba a una manga del rey.

    —Empecemos la votación —tomó ahora la palabra la joven princesa, quien tenía ya todo el aplomo y la presencia de una mujer adulta —. ¿Quién se opone a la moción de censura?

    Por supuesto, Drenia fue el primero en alzar la mano. Eso no sorprendió a nadie. Lo que dejó a todos boquiabiertos fue ver cómo Lara Reverdin, tras unos segundos, levantaba su brazo para marcar su voto.

    En ese momento, la tensión estalló en pura incomprensión y miedo. Los miembros de la Corte se miraban los unos a los otros, y viajaban sus ojos del rey a la general. Claramente no deseaban enfrentarse al rey, Étienne siempre había sido justo, incluso en los peores momentos, y estaba dirigiendo el reino a buen puerto, pero Lara… Lara dirigía el ejército. Lara tenía el poder efectivo.

    Y Tilda, aunque quizá era más poderosa que Lara, quedaba sometida a las exigencias de la ley democrática de Étienne, por lo que no podría tomar represalias en caso de que la situación no fuese como ella esperaba.

    Marinette no quedó exenta del caos. ¿Qué debía hacer? ¿Seguía sus ideales, lo que su corazón gritaba, o mostraba su apoyo a la mujer a la que juraba amar de forma incondicional? ¿Sacrificaba su relación o su dignidad?

    Côte fue el primero en ceder a la presión, alzando también la mano. Ante esto, Andrè Loup se unió a la votación, aunque no su hermano Louis, lo que generó que intercambiasen miradas de confusión entre sí, casi como comunicándose telepáticamente sus inquietudes y devaneos mentales. Violaine, que siempre había tenido una relación estrecha con Lara, terminó por suspirar y alzar la mano, dejando la situación a un voto del empate.

    Marinette miró a Lara y vio tal súplica en sus ojos que, pese a que todo le gritaba que no lo hiciese, terminó por alzar la mano, quedando la votación seis a seis.

    —Bueno —dijo Drenia con clara satisfacción —. Parece que la Estrella Roja mantendrá sus funciones en Acier.

    —¡No tan rápido! —soltó Tilda, claramente enfadada —Ha habido un empate.

    —¿En serio? —Drenia alzó una ceja y clavó entonces sus ojos en Greg —¿Acaso el dragón es ciudadano de Acier? ¿Es miembro de la Corte? ¿Tiene derecho a voto?

    —Es… una buena pregunta —murmuró Louis, cruzando los brazos sobre el pecho.

    —Grégoire salvó las minas de Abarda —dijo Nina con el ceño fruncido, descontenta con cómo se estaba terciando la reunión —. Y lo hizo sin esperar nada a cambio. Yo creo que eso le da pleno derecho a votar.

    —¿Seguro? —volvió a hablar Drenia —Porque no lo hizo por voluntad propia, sino porque el rey se lo pidió. Podría decirse que fue más un favor a un amigo que un acto de heroísmo.

    Las miradas se volvieron hacia Greg, quien claramente estaba cohibido y confundido por toda esa conversación.

    —Esto es una estupidez —Tilda gruñó —. Greg ha estado del lado de este reino desde tiempos de Cézanne.

    —Y, sin embargo, no estuvo con Lux —intervino otra vez Drenia con voz calmada y petulante. Tilda tuvo que hacer un esfuerzo para no saltar sobre él y romperle la cara.

    —Todos sabemos perfectamente por qué no estuvo durante el reinado de Lux —siseó Tilda.

    —Eso es cierto —añadió Aimée, quien por ahora sólo había escuchado y callado —. Mi abuelo, padre de mi padre, forzó el exilio de Grégoire.

    —¿Seguro que lo forzó? He leído atentamente los informes que nuestro rey amablemente ha puesto a nuestra disposición y en ninguna parte había una orden de exilio, ni tampoco de captura del dragón.

    —¡Hubo una clara campaña de desprestigio! —dijo Tilda.

    —¿Y por qué no se defendió? ¿Por qué no dio un paso al frente y aclaró la situación en vez de huir? ¿Cómo sabemos que las acusaciones de que el dragón mató a Cézanne no son reales?

    —Esto es una estupidez —repitió Tilda.

    —Creo que son preguntas legítimas.

    —Greg, por el acero, dile a este fantoche que no mataste a Cézanne.

    Pero cuando Tilda se giró, se encontró con que Greg tenía el rostro totalmente descompuesto, como un niño que está siendo humillado por un profesor. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos, como si no terminasen de decidirse a salir, y su labio inferior temblaba en un sollozo mudo.

    —No lo hice… —susurró con la voz tan rota que a nadie le sorprendió que empezase a llorar de forma definitiva —Cézanne me gustaba mucho. Tilda, me gustaba mucho —repitió, asintiendo con la cabeza como para darle más fuerza a sus palabras.

    —Esto se está saliendo de la cuestión —dijo Violaine, totalmente conmovida —. Grégoire ha ayudado a este reino en más de una ocasión. Puedo recordarlo de cuando era joven, siempre jugando con los niños. Confío en su inocencia y también en su capacidad para emitir un juicio válido que le permita votar.

    —¿En serio? ¿Crees que tiene un juicio válido cuando se echa a llorar por un par de acusaciones? —preguntó Drenia.

    —¡Es un dragón, no una persona! —dijo Nina.

    —Igual por eso no debería votar —se aventuró Andrè —. Héroe o no, residente o no, sólo tiene forma humana, después de todo.

    Marinette miró a Lara, intentando acuciarla a que dijese algo, cualquier cosa, pero la general se había quedado con la mirada gacha y los puños apretados y no parecía dispuesta a intervenir.

    —Si Grégoire no puede votar por no ser humano, entonces mi padre y yo tampoco podríamos, ya que tenemos sangre élfica —dijo Aimée, consiguiendo acallar los cuchicheos y atraer de nuevo la atención de todos —. Y habría que discutir si Tilda y Drenia pueden votar también.

    —Entonces… ¿Queda en un empate? —murmuró casi con miedo Côme.

    —Empate —fue la trémula aportación de Lara.

    A Marinette no se le escapó la dura mirada que Drenia le dirigió a Lara. Por eso, cuando la reunión se disipó y quedaron sólo la familia real junto a la bruja y al dragón en la sala, se acercó a ellos.

    —¡¿A qué coño ha venido eso?! —le espetó Tilda, consiguiendo que Marinette retrocediese un paso y se encogiese sobre sí misma —¡Tu novia se ha vuelto loca!

    —De… de eso quería hablaros… —respiró hondo y buscó consuelo en la mirada más calmada de los Faure-Demont —Ha estado rara desde anoche y creo que… Creo que su voto ha sido motivado por amenazas. Temo que Drenia le haya dicho que, si no votaba a su favor, quizá yo podría… pagarlo.

    —Esto pasa de castaño oscuro —siseó Tilda.

    —Quieta. Necesitamos evidencias. Marinette —Aimée la miró directamente a los ojos —, no desconfío de tu palabra, pero no podemos emprender acciones sólo por una corazonada. Es una acusación muy grave.

    Greg, que hasta entonces había estado abrazado a Tilda, se separó de la bruja. Frunció el ceño y arrugó la nariz en un gesto que la propia Tilda no le había visto hacer más que una o dos veces. Era una mezcla de enfado y de decepción, aunque también había confusión.

    —Había olvidado que los humanos hacen trampas. Se mienten, se amenazan, se hacen daño. Y no sólo a los de su especie, sino a otros también —sacudió la cabeza —. Drenia huele a muerte. Apesta a muerte. No es puro. Hace trampas y la magia se lo comerá. Cuando no quede nada de él salvo el cuerpo, nos comerá a nosotros.

    Y con tan apocalípticas palabras, Greg se dirigió a la ventana y saltó por ella. Un par de segundos después, la silueta del dragón se alzaba, dirigiéndose a otra parte del castillo y dejando un silencio tenso e incómodo en la sala de la Corte.

    —Encontraremos la forma de solucionar esto —prometió Tilda, callándose que Greg tenía razón.

    Pero la seguridad de Tilda no acabó de tranquilizar a Marinette.

    El rastreador


    Al abrir los ojos, se encontró con el rostro sereno de Maèl. Tras haber impedido que se matase la noche anterior al tirarse por la ventana, había acabado tumbándose con él y abrazándole, en parte para que no se congelase —había mantas de sobra, pero el frío de las noches podía ser terrible—, en parte para que no volviese a intentar escapar.

    Con lo que no había contado era con encontrar esa imagen tan… Bueno… Indescriptible. A esa distancia podía ver sus pestañas, largas y con una curva perfecta, tan claras que algunas eran incluso blancas. También podía apreciar sin problemas la forma de sus orejas, con todas sus dobleces y esa terminación alargada y picuda, y podía ver los cabellos más finos que se habían soltado de la trenza lo suficiente para caer por su rostro.

    Quizá lo peor eran sus labios. Rosados, entreabiertos, tentándole para…

    Se incorporó, frotándose los ojos con una mano, y se giró hacia el lobo para acariciarle entre las orejas, diciéndole así que todo estaba bien. ¿Qué demonios hacía pensando en besar al principito? Debía ser cosa de la tensión del viaje. Sí, eso era. Así que tendría que distraerse haciendo otra cosa, como preparando el itinerario del día.

    Eso mismo se dispuso a hacer, cogiendo un mapa que había conseguido de las montañas y acercándose a una ventana para tener la mejor luz posible. A decir verdad, la montaña no era su fuerte, y no le gustaba la nieve. Era traicionera, borraba las huellas, y una tormenta podía ser la perdición del más experto montañista. Por no hablar de las avalanchas y de los animales salvajes, auténticas bestias capaces de destrozar a un hombre de un zarpazo.

    Había que tener en cuenta muchos factores, pero el más importante era el horrible azar. Por eso quería trazar la ruta más segura posible, para que, dentro de lo malo y dentro de lo imprevisible, pudiesen tener cierto campo de actuación.

    Todavía miraba el mapa, trazando con el dedo caminos, cuando un movimiento a su lado le hizo alzar la cabeza. Frunció el ceño al reconocer a Léonard, pero aceptó la taza humeante que le pasaba y volvió, con un pequeño gruñido, al mapa.

    —Bueno, ya vale —se quejó el soldado, intentando no alzar mucho la voz; no era cosa de despertar a los demás de forma innecesaria —. Desde lo del jabalí estáis todos enfadados conmigo y no entiendo por qué.

    —Hay algo que se llama «honor», soldadito —le dijo Adri sin alzar la mirada del mapa —. No matarías a una embarazada, pero sí cazaste a ese animal con todas sus crías dentro.

    —No puedes comparar a una mujer con un animal —volvió a quejarse Léonard.

    Adri apretó la mandíbula y dejó la infusión sobre la mesa, procurando no manchar el mapa, para luego volver a mirar al otro hombre.

    —Sé que soy el más tonto del grupo, pero hasta yo entiendo que hay un ciclo que debe ser respetado. No matas crías, salvo que la producción esté muy bien controlada, y no matas madres preñadas, salvo que haya una plaga que pueda ser un auténtico problema para el ecosistema. Además, el príncipe no soporta la carne y me parece increíble que no te dieses cuenta tras tantos días viajando juntos.

    Léo abrió la boca para quejarse, pero la cerró sin pronunciar palabra y decidió volver junto al fuego que había avivado para cocinar algo de desayuno. Adri le siguió con los ojos, suspiró y volvió al mapa.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Adrien estaba comprobando que nadie se hubiese dejado nada por empaquetar cuando Arala se acercó a él. Sus pasos eran ligeros sobre la nieve, pero el hombre no se sobresaltó al sentir su mano en el brazo. Se giró y pronto ese pequeño ceño fruncido por la concentración se volvió una sonrisa cariñosa, la típica de quien ve a un ser querido.

    —¿Lo tienes todo? —y al ver cómo Arala asentía y dirigía sus ojos a la ventana, se llevó las manos a la cintura —¿Pasa algo?

    —¿No tienes la impresión de que alguien, o algo, nos observa? —preguntó en un susurro, inclinándose un poco hacia Adri con los brazos cruzados bajo el pecho.

    El hombre enarcó una ceja, algo sorprendido por esta declaración, pero no pudo evitar mirar un poco por la ventana. Se rascó después la barbilla y se encogió de hombros.

    —Hay mucha gente en este campamento, no sería raro que hubiese alguien cotilleando. Es normal estar tenso en un sitio así.

    —No, no me refiero a eso —Arala suspiró, apretó un poco los labios y volvió a mirar a Adri a la cara —. Lo siento de antes, ¿sabes? Desde que empezamos a subir por la montaña.

    —La verdad es que he estado tan ocupado de que el principito no se cayese ni perdiese que no he podido fijarme en nada más —reconoció Adri.

    —Ya me he dado cuenta de que no le quitas los ojos de encima.

    —¿Eh? ¿Perdón? ¿Qué significa eso? —dijo Adri con un tono divertido.

    Arala alzó las cejas, medio sonrió y sacudió la cabeza, descruzando los brazos.

    —Quizá sean imaginaciones mías. Pero si resulta que alguien nos sigue, que conste que lo dije yo primero.

    Adri soltó una pequeña risa sacudiendo la cabeza y después volvió a su tarea de comprobar hasta el último rincón. Se puso por fin la última capa de ropa y salió de la cabaña que habían ocupado esa noche.

    Léo les esperaba fuera, frotándose los brazos y ocultando la mitad inferior de su rostro en una bufanda, y Cachorro olfateaba la base cubierta de nieve de un árbol. Adrien vio a Arala cerrando la puerta y miró un poco a su alrededor. Frunció el ceño, intentando acallar la sensación de ansiedad que empezaba a burbujear en su estómago.

    —¿Dónde está el principito? —le preguntó a Leónard, quien frunció también el ceño, mirándole como si fuese imbécil.

    —¿No estaba con vosotros?

    —¡Puta mierda! —exclamó Adri, dándole una patada a un montón de nieve. Cachorro, sin entender la situación, creyó que era una invitación a jugar y dio un par de saltos alrededor de Adri, pero luego leyó la atmósfera y se sentó en el suelo —Revisemos el asentamiento. Nos vemos aquí en una hora.

    Y, por una vez, nadie discutió la orden.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Después de dividirse y hablar con los comerciantes que había por la zona, habían llegado a dos conclusiones: la primera era que Maèl había conseguido salir del asentamiento y la segunda que no podía haber ido muy lejos, no con la nevada que había empezado hacía un rato.

    Adrien, entonces, les había recomendado quedarse en el asentamiento y estar a salvo mientras él, junto a su lobo, iba a buscar al principito. El caballero se había mostrado contrario a la idea, diciendo que si alguien debía ir a buscar a Maèl era él, ya que pertenecía a la orden de caballería de Acier y Adri no.

    —Si me puedes decir por qué camino se ha marchado, la misión es tuya —había respondido Adri. Cinco minutos después, Léo seguía refunfuñando en el campamento mientras el rastreador se aventuraba a la montaña.

    Y cómo odiaba las montañas altas, sobre todo cuando, como en esos momentos, estaba nevando. Era tan malo como perderse en el desierto, y lo sabía por experiencia propia. Pero bueno, no estaba solo, y aunque las huellas se estaban borrando, Cachorro no había perdido el rastro y le indicaba cuando girar o seguir recto.

    No habría sabido decir cuánto tiempo habían estado caminando. El cielo estaba gris y las nubes no dejaban ver la trayectoria del sol, pero juraría que se habían alejado mucho del campamento cuando, por fin, discernió la trenza rubia de Maèl.

    Corrió hacia él y lo agarró del brazo, obligándole a girarse para mirarle a los ojos con una expresión que debió ser aterradora, a juzgar por cómo Maèl tembló.

    —¡¿Eres idiota o qué te pasa?! —le gritó, cogiéndolo por los dos brazos con cierta fuerza —¡¿Cómo se te ocurre irte de esa manera?! ¡¿Es que acaso no piensas?! ¡¡Si no llego a encontrarte, te habrías perdido y seguramente habrías muerto antes del anochecer congelado, o por caerte por un barranco o por el ataque de algún…!!

    No dejó de gritar porque Maèl se hubiese puesto a llorar —cosa que había acabado por suceder—, sino porque Cachorro había empezado a ladrar. Adri se giró y pudo ver cómo sus gritos habían atraído a lo que parecía ser un oso muy, muy grande y con mucha hambre.

    —Mierda, mierda, mierda… —se puso a murmurar Adri mientras echaba mano a su arco. No llegó a cogerlo, porque en cuanto se fijó mejor en la criatura, se dio cuenta de que ninguna flecha podría detenerla —Corre. ¡Corre!

    Y dando esta orden, agarró la muñeca de Maèl y empezó a tirar de él. No necesitaba girarse para saber que el monstruo gigantesco los estaba persiguiendo, tampoco quería perder tiempo en hacer algo así, así que simplemente se aseguró de que Cachorro estuviese corriendo con ellos.

    No veía dónde podrían esconderse y no se atrevía a trepar a ninguno de los árboles cubiertos de nieve que había ahí. Las garras de ese bicho podrían partir cualquier tronco, así que siguió buscando con los ojos hasta que vio algo a la izquierda, lo que parecía la entrada a una cueva. Era muy pequeña para que el oso, si realmente era un oso, pasase, así que no se lo pensó mucho y empujó a Maèl dentro.

    Él fue el siguiente, encontrándose con un túnel que se deslizaba hacia las entrañas de la tierra. Consiguió deslizarse más rápido, lo suficiente para alcanzar al príncipe, y entonces lo abrazó con fuerza poco antes de que el túnel se acabase y los expulsase a una bolsa de aire. Adri giró, recibiendo él todo el golpe no sólo de su propio cuerpo, sino del de Maèl, que terminó sobre él. Lo dejó a su lado y abrió los brazos para recibir con un quejido a Cachorro, que los había seguido.

    Cuando pudo incorporarse, ignorando el dolor de todo su cuerpo, se aseguró de que los dos estuviesen bien y respiró hondo. Sacó de su abrigo algo de yesca y le prendió fuego a una de sus flechas, pudiendo iluminar la gruta a la que habían ido a parar.

    Desde arriba se escuchaban los gruñidos de la bestia, pero efectivamente no podía ir a por ellos, así que acabó por rendirse, darse media vuelta y volver al infierno del que había salido.

    Adri, por su parte, vio que en las paredes de la gruta había al menos una antorcha. Al prenderle fuego, la iluminación aumentó y vio que no era una gruta natural, sino que tanto el túnel como esa pequeña estancia habían sido excavados exprofeso por alguien. Y al lado opuesto de por donde habían entrado había otro túnel del cual llegaba algo de brisa.

    —Vamos —dijo, empezando a caminar hacia ahí. Al no escuchar pasos siguiéndole, se giró para ver a Maèl sollozando. Apretó los labios y le hizo ponerse en pie, tirando otra vez de su muñeca, aunque esta vez con mucha más suavidad —. Venga, vamos. No podemos quedarnos aquí —esta vez intentó que su tono fuese más tranquilo.

    El túnel, por suerte, no era muy largo, y al estar escalonado resultó más fácil subir. Llegaron hasta una trampilla de madera, momento en el que Adri pegó la oreja. No escuchó nada, ni una respiración, por lo que, con un cuchillo en la mano, la abrió, encontrándose en un espacio totalmente oscuro.

    Una vuelta de reconocimiento le hizo ver que aquello era una cabaña, ¡y tenía chimenea! Corrió a comprobar que el tiro estuviese seco y miró hacia arriba, comprobando que sobre la boca de la chimenea había alguna chapa metálica que impedía que el agua y la nieve entrasen, pero dejaba espacio para la salida de humo.

    No sabía quién o qué podría ver el humo y decidirse a comprobar la cabaña, pero pensó que valía la pena arriesgarse a cambio de conseguir suficiente calor para no morir congelados, que era lo que ocurriría si no encendía el fuego, porque por culpa de la persecución en la nieve habían acabado totalmente mojados de sudor y de la propia nieve.

    Encontró un montón enorme de leña y, agradeciendo a todos los dioses que conocía, encendió el fuego, aprovechando para prender también algunas lámparas que había repartidas por la sala de estar. Subió entonces las persianas, pero las ventanas estaban tapiadas por lo que parecía una gruesa capa de nieve, y lo mismo ocurría con la puerta.

    —Bien, veremos cómo salir de aquí más tarde. Por ahora voy a ver qué tenemos. Cachorro, vigila.

    Con esta orden, el lobo se sentó frente a Maèl, con las orejas tiesas, aunque movió la cola y sacó la lengua al recibir las primeras caricias. Adri suspiró y se dedicó a ver las dos habitaciones que había en la cabaña. Vio algo de comida en la despensa, totalmente congelada, junto a algunos instrumentos de cocina. En lo que supuso era el dormitorio encontró un arcón repleto de ropa.

    Regresó con Maèl y dejó sobre un sillón (aunque primero tuvo que sacudirlo para quitarle el polvo) algo de ropa.

    —Necesito que te desnudes por completo. Sécate con esto —le tendió una tela —y luego vístete con esto —añadió, señalando la ropa del sillón —. Si sigues con esa ropa, cogerás una pulmonía.

    Y para darle algo de intimidad volvió al dormitorio, donde dejó la puerta sólo entornada para proceder a hacer lo mismo que le había pedido a Maèl. Primero fueron los guantes y después el abrigo. Hacía un frío horrible, y encima le dolía mucho la espalda, pero consiguió quitarse la chaqueta. No llegó a quitarse más, no al verla manchada de sangre. Intentó mirarse la espalda, pero aquello era imposible así que simplemente tocó, conteniendo una nueva maldición.

    Miró sus escasas pertenencias, pensativo, pero entonces se fijó en la bolsa que siempre llevaba a la cintura. Al abrirla encontró un saquito con algunas hierbas curativas de Arala y suspiró. Se quitó la camisa con un gruñidito —la tela se había pegado a la piel sangrante, así que aquello había escocido bastante— y así, descamisado, volvió junto a Maèl, quien no había terminado aún de vestirse.

    —¿Me podrías hacer un favor? —preguntó, apartando los ojos de sus piernas desnudas. Se acercó rápidamente al fuego, no soportaba más estar lejos, y se frotó las manos —Al caer me he hecho daño en la espalda, ¿puedes ponerme estas hierbas en la herida? Voy a disolverlas en un poco de nieve derretida, antes de nada. Ah, y dime cómo de mala pinta tiene, el frío no me deja sentirlo bien.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Había necesitado algo así como una hora, pero la cabaña por fin se había caldeado lo suficiente como para que Adri pudiese moverse lejos de la chimenea sin que los dientes le castañeteasen. También ayudaba estar ya completamente vestido, por supuesto.

    Una vez Maèl le había ayudado con el emplasto, se había vendado él mismo el torso y se había vuelto a la habitación para quitarse los pantalones, secarse del todo y ponerse nuevas capas. La ropa era vieja y no les iba del todo bien; debía haber pertenecido a un hombre con una buena circunferencia, porque hasta a Adri le iban holgadas, lo que hacía que Maèl se viese diminuto, pero al menos estaba cómodo y calentito.

    De todas formas, Adrien no se había quedado quieto mientras esperaba a que la cabaña fuese subiendo de temperatura. Había cogido sus ropas mojadas y las había puesto en un tendal improvisado cerca de la antorcha que les había guiado hasta ahí. Después, había vuelto a la despensa para coger ingredientes suficientes para hacer la cena.

    Por suerte, había muchas verduras congeladas y algunos huevos en salazón, también congelados, así que lo puso todo en una olla y dejó la olla en la chimenea para que se fuese descongelando todo. Acto seguido, había ido al dormitorio y había cogido mantas para hacer una cama improvisada. No había sofá, sólo un par de sillones individuales, pero las mantas eran tan mullidas que, junto a unos cojines, estaban haciendo bastante bien el apaño.

    Ahora todo estaba bajo control. Bueno, quizá todo no. Maèl no le había dirigido la palabra, ni siquiera durante las curas, y Adrien se hacía a la idea de por qué.

    Lo vio sentado sobre cojines, acariciando a Cachorro, y se arrodilló a su lado, tocándole un hombro y dirigiéndole una sonrisa suave cuando le miró. No debió gustarle al muchacho, porque apartó la mirada con un mohín que a Adri se le hizo adorable, aunque también le hizo sentirse mal.

    —Aún tienes el pelo mojado. Deja que te lo seque bien —se ofreció.

    Maèl no dijo nada, así que Adri lo tomó como un permiso para tocarle. Se puso detrás de él y le deshizo la trenza, tomando una tela seca que acababa de coger de la habitación para ir secándole esa larguísima melena.

    Tomó un mechón entre los dedos y suspiró. Con la luz del fuego parecía oro, quizá incluso cobre. Era, desde luego, un color muy bonito. Y le gustó lo suave que era, incluso después de haber estado tantos días recorriendo caminos. Se notaba que se lo cuidaba, eso estaba claro.

    Le envolvió la melena en la tela y se la dejó sobre el hombro mientras se levantaba, conteniendo un quejido. Con el cuerpo ahora relajado y entrando en calor, el dolor hacía acto de presencia, pero tampoco quería ser un quejica, así que simplemente caminó y buscó hasta dar con un cepillo.

    De nuevo tras Maèl, le separó el pelo en varios mechones y se los fue desenredando mientras los secaba con más cuidado. Notó cómo el propio principito se iba relajando y eso le hizo sonreír un poco y decidirse a romper el silencio.

    —Había una chica en mi pueblo, Élodie, que tenía también el pelo muy largo. No se parecía nada al tuyo, ella lo tenía negro y rizado, pero le llegaba hasta la cadera. Nos pasábamos la vida juntos, éramos como hermanos, así que muchas veces se lo peinaba yo. Nunca se me dio muy bien hacer recogidos ni nada por el estilo, pero durante ese rato hablábamos y reíamos y, no sé, nos lo pasábamos bien.

    Hizo una pausa en su relato, recordando a Élodie con una sonrisa cargada de cariño. Después suspiró y pasó al siguiente mechón.

    —Élodie tenía un hermano pequeño, Raoul, que era un auténtico trasto. Quería venir siempre con los mayores, incluso cuando íbamos a trabajar, no a jugar, y a veces se metía sólo en cada berenjenal que nadie entendía cómo lo había conseguido, pero teníamos que sacarlo de ahí antes de que se hiciese auténtico daño.

    Volvió a pausar al terminar con el mechón. Vio el cuello de Maèl y acarició con suavidad allí donde no hacía tanto había habido un sello. Se sintió tentado de besarle la nuca, pero se contuvo y simplemente cogió el siguiente mechón.

    —Un invierno, Raoul quiso venir con nosotros a pescar. Solíamos ir al río y hacíamos agujeros en el hielo para coger algunos peces. No le dejamos venir, era algo realmente peligroso, pero se escapó de casa y acabó viniendo de todas formas. Por supuesto, no lo supinos hasta que era tarde. Nosotros sabíamos que debíamos ir por ciertas zonas donde el hielo era más grueso, pero Raoul era pequeño y… Bueno, el hielo se rompió bajo sus pies y cayó al agua. Lo veíamos a través del hielo, siendo arrastrado por la corriendo y luchando por salir, sin conseguirlo —tomó aire y lo soltó despacito —. Conseguí romper una placa de hielo y entrar en el agua tras él, y lo cogí a tiempo, antes de que la corriente lo volviese a arrastrar. Al sacarlo, no respiraba y los dos estábamos con hipotermia severa. Imagínate, un río helado en mitad del invierno.

    Sacudió la cabeza y dejó el cepillo a un lado. Rodeó entonces la cintura de Maèl y apoyó la frente en su hombro, apretando los ojos con fuerza, pero procurando que el abrazo fuese suave. Ahora los recuerdos de aquello lo estaban arrollando, pero quiso terminar el relato, aunque fuese de manera incompleta.

    —Raoul no sobrevivió a aquello. Y cuando he visto antes que te habías escapado, sólo podía acordarme de él, golpeando el hielo desde el agua. Y te he imaginado a ti ahogado en un río, o congelado bajo un árbol, o abierto en dos por culpa de un bicho como el que nos ha perseguido antes. Me he asustado muchísimo, principito. Por eso te he gritado, porque estaba aterrado. Siento haber perdido los papeles, pero necesito que lo entiendas —se apartó un poco de él y se movió para quedar cara a cara con Maèl. De hecho, puso una mano en su mejilla —. El mundo exterior es peligroso incluso cuando sabes por dónde ir. Y tú no lo sabes. Sé que estás impaciente por conocer a tu compañera, sé que te mueres por ver el mundo, pero… ¡No mueras! No vale la pena. Por favor, ten más fe en nosotros. Por favor —su mano libre cogió una mano de Maèl y se la llevó al pecho —, por favor, ten más fe en mí. Te acompañaré hasta donde haga falta y te protegeré de todo mal, te ayudaré a encontrarla nos lleve el tiempo que sea, pero no puedo hacerlo si te alejas de mí de esa forma. No puedo hacerlo si huyes como lo has hecho hoy.

    Tomó aire hondamente y se inclinó sobre él para besarle la frente, un beso largo y cálido. Después, le sonrió y le dio una palmadita suave en la mejilla, volviendo acto seguido a su espalda para terminar de secarle el pelo.

    Por un momento juraría que el ambiente se había vuelto repentinamente más cálido y acogedor.

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    La sensación de deja vù fue enorme cuando, al abrir los ojos, se encontró a Maèl acurrucado entre sus brazos. Cachorro estaba apoyado contra la espalda del muchacho, haciendo así un bocadillo de príncipe que había ayudado a mantener bastante el calor, sobre todo cuando el fuego se había ido apagando.

    Sí, una mirada rápida permitió a Adri ver que en la chimenea sólo quedaban un par de tímidas llamas.

    Ahogó un bostezo y acarició con una sonrisa suave la mejilla de Maèl. Tras la conversación de la noche anterior, habían cenado el potaje con huevos y habían terminado abrazándose para dormir al amor del fuego. Si se hubiese tratado de otra persona o de otra situación, Adri no habría dudado ni un momento a la hora de desnudarle bajo las mantas, pero no podía permitirse ese tipo de licencias con Maèl. Aunque la idea fuese tentadora.

    Se conformó con dejar un pequeño beso en su mejilla y, con cuidado, desenlazó el abrazo. Ante la falta de calor, Maèl se removió y acabó girándose para abrazar a Cachorro, lo que para Adri fue una imagen tan adorable y hogareña que se llevó una mano al pecho, como si le hubiese dolido el corazón.

    Se obligó a alejarse y aprovechar que ahora entraba más luz para comprobar mejor las posibles salidas. Abrió la puerta, comprobando que había un muro de nieve, pero también vio con alivio que no cubría la totalidad de la altura de la entrada. Había al menos cinco centímetros por arriba a través de los que se podía ver el cielo, todavía rosado por los colores del amanecer, y eso le llenó de esperanzas.

    Cerró la puerta y despertó con cuidado a muchacho y lobo. Reavivó el fuego y calentó las sobras del puchero, dejándoselas casi por entero a Maèl. Tuvo que insistirle para que comiese, pero al verle vaciar su cuenco, asintió con conformidad y fue a por sus auténticas ropas.

    —Creo que podemos llevarnos algo por si acaso, pero será mejor que volvamos a vestirnos con lo nuestro. Para no tropezar, más que nada —medio bromeó, pero era cierto que ambos iban arrastrando los bajos de los pantalones.

    Una vez vestidos y con todo recogido, Adri empezó a trabajar en la puerta, echando al interior nieve que luego Maèl iba apartando con un recogedor metálico. Una vez Adri hubo quitado suficiente nieve, se agarró al marco de la puerta y se impulsó para salir, felicitándose a sí mismo al encontrarse en el exterior.

    Con cuidado, se agachó y tendió una mano a Maèl. Lo agarró por el antebrazo y lo subió a la fuerza hasta que el chico se pudo agarrar al marco de madera de la puerta. En ese momento, lo cogió de la cintura y tiró de él. El último fue Cachorro, quien saltó y también fue ayudado por Adri, que lo cogió de las patas para arrastrarlo fuera.

    Una vez los tres estuvieron a cielo descubierto, Adri abrazó a Maèl, movido por la emoción y la felicidad, y le dejó un par de besos en cada mejilla.

    —Vale, ahora tenemos que ver cómo volver al campamento —dijo con las manos en la cintura, dispuesto a buscar algún rastro.

    —Eso no será necesario —intervino una voz totalmente desconocida salida de la nada.

    La reacción de Adri fue ponerse por delante de Maél y sacar el arco, con una flecha lista para disparar al hombre que le había hablado. No era muy alto, pero sí claramente fuerte, aunque esa impresión podía deberse a la ropa que envolvía su cuerpo. Tenía la piel oscura, el pelo negro y los ojos ligeramente rasgados, todo señas de que era uno de los habitantes originales de Abarda.

    Alzó una mano para pedir calma y Adri, tras un análisis preliminar, asintió y volvió a guardar el arco. Tomó la mano de Maèl y, aún sobre los guantes, le apretó un poco los dedos antes de empezar a seguir al hombre.

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    El abrazo de Arala fue demoledor. La mujer saltó sobre Adri y le apretó con tanta fuerza que el hombre tuvo que soltar un quejido. Esto alertó a la bruja, quien le tocó la espalda con más calma y frunció el ceño en un gesto que claramente implicaba una futura regañina. Si no se la dio en el momento fue porque prefirió achuchar y besuquear también a Maèl.

    —En esta montaña no hay ninguna criatura mágica —aseguró su improvisado guía mientras los acompañaba a través de un camino oculto por la nieve —. Menos una royalet para un Faure-Demont —añadió, mirando con una diminuta sonrisa a Maèl.

    —¿Cómo sabes que es…? —empezó Léo, pero el hombre se encogió de hombros.

    —No hay que ser muy listo para distinguir a un miembro de la realeza de Acier. Me temo que vuestro camino no está cerca de concluir —añadió, mirando a Maèl y a Adri, después a Arala —. Os dejaré a los pies de la montaña, pero después tendréis que buscar por vuestra cuenta vuestra nueva dirección.

    Una vez el hombre se fue y el grupo quedó de nuevo en una zona boscosa y mucho más cálida, Arala suspiró y cruzó los brazos bajo el pecho.

    —Te dije que alguien nos seguía.

    —Ya, ya…

    —Ese hombre nos estuvo observando desde que entramos en la montaña. ¡Menos mal que no era hostil!

    —Vale, tenías razón. ¿Podemos ahora ver el mapa? Tenemos que ver por dónde seguir —sugirió Adri, a lo que Arala puso los ojos en blanco.

    —Ajá, pero dime… ¿Vas a explicarme lo de la espalda?

    —¿Qué quieres que explique? —preguntó Adri de forma desinteresada, buscando una superficie donde apoyar el mapa.

    —Pasáis todo un día y toda una noche fuera, solos, y vuelves con la espalda herida…

    —¡Pero bueno! —se quejó Léo al hacer la misma conexión mental que Arala.

    Adri, dándose cuenta de lo que estaban pensando, alzó las manos y las sacudió en el aire para indicar negación.

    —¡No es nada de eso! ¡Me caí y me hice unos rasguños algo profundos, nada más!

    —¡Y yo voy y me lo creo!

    —¡Que lo digo en serio!

    —¡Quítate la ropa ahora mismo!

    —¡No me voy a desnudar aquí, que aún hace frío!

    —Como si eso te lo hubiese impedido alguna vez…

    —¡Arala, no ayudas!

    El elfo (II)


    Era raro que Makra hiciese tantos viajes seguidos fuera de la ciudad, incluso si era para ver a un amigo como Corr, pero la situación era rara, así que había que apechugar con ello. Además, había cosas que no se podían encargar a terceros.

    Iba montada en una yegua que no hacía mucho había sido pertenencia de esa estúpida solar, Ghilanna, protegida del sol con la capucha y sus gafas. Esto le permitió llegar bastante más rápido que si hubiese ido a pie, sobre todo por un par de fardos que cargaba en la grupa del animal.

    Desmontó de un salto digno de una amazona experta, acarició un poco a la yegua y caminó hacia la cabaña. No entró, sino que la rodeó, sonriendo un poco al ver a Corr trabajando en un huerto que, Makra estaba segura, no existía antes de que la casa quedase destrozada unas noches antes.

    —Pero mírate, si estás hecho todo un agricultor —se rio, quitándose la capucha y las gafas ahora que estaba bajo la sombra del porche trasero de la cabaña. Vio a Corr acercarse y le estrechó la mano, cruzando después los brazos sobre el pecho —. He venido a traerle algunas cosas a Niko.

    —¿Niko? —Ghilanna salía en esos momentos de la cabaña con una taza caliente que tendió a Corr, no sin antes haberle mirado bien de arriba abajo (y es que, aunque hiciese frío, trabajar la tierra había provocado que el humano sudase y la ropa se le pegase al cuerpo) —Se me hace raro que no lo llames «esposo».

    —No voy a llamarlo algo que no es —se rio Makra, aunque al ver las caras de confusión, ladeó la cabeza —. ¿No te lo ha dicho? Pensaba que serías el primero en saberlo.

    Pero Corr le dijo que Niko no había vuelto, y eso hizo que Makra frunciese el ceño con una mezcla de preocupación y sospecha.

    Aquello no le cuadraba. Tras formalizar la separación, Niko había dicho que iría a casa de Corr a despedirse y recoger alguna cosa, y de hecho le había pedido que le llevase las pertenencias que pudiese quedarse a la cabaña del humano para, así, poder despedirse de los dos antes de partir a Bluka.

    Makra estaba segura de que esta vez no había huido. Estaba muy calmado y, de haber querido desaparecer otra vez, no le habría pedido que hiciese todo el camino hasta la cabaña de Corr. Simplemente, no tenía ningún sentido, y así tal cual se lo dijo a Corr.

    Volvió a cubrirse y se acercó al árbol más cercano. Cerró los ojos y apoyó las palmas y la frente en la corteza, quedándose quieta unos segundos para después volver a mirar a su forzado anfitrión.

    —Hay una zona del bosque llena de inquietud —comentó en voz baja y grave, como si temiese que los oídos equivocados la oyesen, aunque claramente no había nadie cerca —. Pulsos fuertes de energía… Quizá Niko no estaba tan errado al creer que alguien iba a ir a por él.

    —¡Por la diosa! —exclamó Ghilanna, llevándose una mano al pecho —¿Qué hacemos? Vamos a por él, ¿no?

    Makra apretó los labios, pero luego miró el cielo, lo alto que todavía estaba el sol, y acabó por posar sus ojos rojos en Corr.

    —Enhorabuena, Corentin Faure-Demont, porque vas a ser testigo de lo nunca visto: una lunar trabajando con una solar.

    —¡Sí! —Ghilanna incluso dio un par de saltitos —¿Significa eso que somos amigas?

    —No vuelvas a insinuar algo así de grotesco nunca más —exigió la princesa con un gesto de desagrado.

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    Su garganta ardía como si hubiese tragado fuego, tanto que llegó incluso a preguntarse si realmente había ocurrido, pero no, sólo había gritado. Mucho, muy fuerte, durante demasiado rato.

    Y su garganta no era lo único que se quejaba. En realidad, estaba seguro de que no había ni una sola parte de su cuerpo que no doliese como el infierno. Su piel estaba cubierta de sudor y sangre y sus músculos quemaban como si hubiese corrido durante días sin parar.

    Su pecho subía y bajaba de forma lenta y pesada, pero honda, y en cuanto tuvo fuerzas alzó la cabeza e intentó enfocar sus ojos. Su visión estaba borrosa, pero poco a poco se fue aclarando hasta que pudo fijarse en los objetos más cercanos, que en este caso eran partes de su propio cuerpo.

    Sus muñecas estaban llenas de rozaduras sangrantes provocadas por los grilletes con los que lo habían sujetado, y lo mismo ocurría con sus tobillos. Lo habían atado para que formase un aspa, con brazos y piernas separadas, pero el metal no se habría clavado en su carne si su espalda no se hubiese arqueado hasta el límite y su cuerpo no se hubiese tensado con cada corriente eléctrica que era forzada a recorrerlo.

    También tenía cortes de por el pecho de distintas profundidades allí donde esos hijos de puta habían ido clavando cuchillas en sus enfermizos experimentos.

    Y por si la mezcla de sudor y sangre no fuese ya de por sí suficientemente engorrosa, su pelo había ido creciendo a medida que la magia salía de su cuerpo a borbotones, y se había ido pegando a su cara, a su piel y a sus heridas. Calculaba que ahora lo tendría por medio brazo; hacía al menos veinte años que no lo llevaba tan largo y por ahora la experiencia no le estaba gustando mucho.

    Esos hijos de puta lo habían pillado desprevenido una hora después de dejar su ciudad. Los había olido, pero sólo unos segundos antes de que una bomba de luz lo cegase y aturdiese lo suficiente como para que pudiesen dejarlo inconsciente de un golpe en la cabeza.

    Se había despertado atado, rodeado de tres hombres que vestían túnicas y cubrían sus rostros con máscaras. Eran sectarios de la Estrella Roja, y tenían a mano un arsenal de lo más curioso, con algunos afiladísimos cuchillos y otro tipo de objetos mágicos que a Niko le provocaron un escalofrío.

    Lo habían desnudado, algo que ya de por sí era motivo suficiente para matarlos a todos, pero después empezó la auténtica fiesta.

    Había intentado contenerse, impedir que lograsen lo que fuese que intentasen lograr, pero no había sido capaz de hacer nada más que sentir cómo le iban robando magia de una forma dolorosa y cruel, humillante y terriblemente cosificante.

    ¿Cuántas veces se habían iluminado sus ojos? ¿Cuántas veces su cuerpo se había sacudido en pequeñas convulsiones? ¿Cuántas veces lo habían acuchillado, medido su temperatura, comprobado sus constantes?

    El colmo había llegado cuando, poco después de vomitar sangre —aunque eso lo recordaba de forma muy confusa, sólo tenía el sabor de la sangre y la bilis en la boca y una terrible mancha encima para verificar que no había sido un sueño febril—, había llegado un elfo solar. ¡Un solar! Por supuesto, no podía ser de otra forma.

    Les había preguntado a esos merluzos sectarios si «el espécimen» seguía vivo y cómo estaba yendo el experimento. Al parecer, los resultados debían ser satisfactorios, porque el lunar había superado el asco para acercarse a Niko y mirar bien su cara. Para eso, su mano perfectamente enguantada le había cogido el mentón y se lo había levantado.

    Claramente, el solar no esperaba que Niko tuviese energías suficientes para revolverse y morderle la nariz, tan fuerte que le había arrancado un trozo de piel. Y ver al solar sangrando frente a él y repleto de incredulidad había sido el fuelle que había necesitado para liberar todas las energías que le quedaban en un único y concentrado ataque.

    Bueno, aquello quizá no era del todo cierto. No tenía suficientes fuerzas para desencadenar la magia que había invocado, así que, muy a su pesar, había tenido que sustraer energía de la naturaleza de alrededor.

    Pero había valido la pena. Sus grilletes se habían roto y los cuatro torturadores habían muerto, no como Theo, pero sí de forma irrevocable: afiladas rocas se habían alzado de los muros de la cueva en la que estaban y los habían empalado, por lo que sus cuerpos estaban flácidos y colgando de entre las rocas hacia el suelo.

    Niko los miró y no pudo evitar reírse un poco. No fue una risa muy alegre, más bien amarga, pero de victoria, al fin y al cabo. Apoyó la espalda en una pared y suspiró, sintiendo que no podría moverse en un rato. De hecho, no quería hacerlo. Prefirió cerrar los ojos y dejar que el agotamiento extremo hiciese su parte.

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    Makra sintió la muerte antes de verla, pero ni siquiera así estaba preparada. Un círculo de negrura se extendía alrededor de la entrada de una cueva, hierba, árboles, arbustos, e incluso alguna pobre ardilla, drenados de toda vida hasta convertirse en simples cascarones resecos.

    Le hizo un gesto a Corr para que se quedase atrás y luego otro a Ghilanna para que avanzase con ella. El sol aún brillaba con suficiente fuerza como para que la magia de Ghilanna fuese fuerte, y aunque Makra tenía más capacidad incluso en pleno mediodía, la estrategia más acertada le hacía ir con la compañía de la rubia.

    Para bien o para mal, no tuvieron que adentrarse mucho en la cueva para encontrarse con la masacre. Cuatro cadáveres empalados en rocas y un quinto cuerpo apoyado en la pared. Ghilanna no pudo contener su gritito de consternación y a Makra hasta le sorprendió que no saliese corriendo.

    —¿Está…? —empezó a preguntar con un hilo de voz.

    —Está vivo —respondió rápidamente Makra, sintiéndose ella misma aliviada al ver la tripa de Niko subir y bajar al ritmo acompasado de su respiración.

    Se acercó a él y le apartó ese pelo sucio y ensangrentado de la cara, tocándole para comprobar rápidamente que tenía fiebre. No pudo evitar mirar su cuerpo, y al instante entendió por qué nunca se desnudaba ante nadie: en su costado izquierdo había un tatuaje, una marca de propiedad de los arcaicos. Estaba surcada por un arañazo que, por la dirección ascendente que tenía, se había hecho el propio Niko.

    Además, parecía haber recibido latigazos, quemaduras y cortes por parte de sus anteriores dueños, lo que no dejaba lugar a dudas del trabajo que había tenido en la ciudad subterránea a la que había ido a parar.

    Bien, eso explicaba sus reticencias a hablar de ese terrible episodio de su vida.

    Escuchó a Corr acercarse, pero esta vez no lo detuvo. En lugar de eso, prefirió simplemente quitarse la capa y cubrir con ella un poco a Niko antes de alejarse. Sólo miró brevemente cómo Corr se arrodillaba junto a él y comprobaba su respiración antes de dirigirse hacia la mesa.

    Los cuadernos estaban escritos en un código, pero había algunos dibujos que dejaban claro de lo que hablaban. Esos monstruos buscaban grandes fuentes de magia para sus abominaciones, y al parecer habían ido tanteando la magia de elfos, particularmente lunares. No era de extrañar, los solares cada vez se habían ido alejando más de su conexión natural con la naturaleza; bastaba con comprar los nacimientos Kurlah en ambos pueblos.

    Guardó en su bolsa algunos cuadernos, prometiéndose que nada más llegar a casa enviaría una petición formal de reunión con Étienne para informarle de esto, y después se giró otra vez a sus acompañantes.

    —¿Lo llevas tú o me encargo yo? —Corr no tuvo ni que hablar, su cara lo dijo todo, así que Makra asintió un poco —Entonces será mejor que nos vayamos. Salid ya, voy a limpiar esto, no vaya a ser que vengan compañeros suyos y encuentren algo que nosotros no vemos y que no queremos que tengan.

    —¿Cómo el qué? —susurró Ghilanna, todavía muy afectada por lo que estaba viendo: cadenas, sangre, instrumentos de tortura, cadáveres…

    —No quiero ni saberlo.

    Una vez los cuatro estuvieron fuera, Makra se aseguró de prender fuego al interior y, por si acaso, provocó un derrumbe para sepultar cualquier evidencia. Después, cerró la marcha de regreso a la cabaña.

    EXTRA


    Auguste Renoir estaba de muy buen humor aquel día, quizá en buena medida gracias al comunicado que el rey en persona había pronunciado en la plaza central. Saber que por fin la verdad había salido a la luz y que se estaban tomando medidas al respecto era algo que había aliviado su envejecido corazón, por lo que silbaba mientras comprobaba el inventario de su tienda.

    Acariciaba con cariño un falso cuerno de unicornio —el valor residía en que un príncipe elfo, Nikol’ka, lo había formado con magia— cuando las campanillas de la puerta le avisaron de un posible cliente y le hicieron girarse.

    Se encontró con una persona alta y de hombros anchos que se cubría con una capucha y portaba una espada tan grande que la llevaba a la espalda y no al cinto. Esa persona en cuestión retiró la capucha, revelando ser una mujer de gesto duro y con alguna cicatriz surcando su rostro.

    Auguste habría jurado que tenía muchas más cicatrices, pero la ropa de invierno impedía asegurar esta hipótesis. Bueno, también habría apostado a que llevaba algún tatuaje del gremio de los Cazadores.

    —¿Eres Auguste Renoir? —preguntó la mujer con una voz grave que encajaba perfectamente con su aspecto —El mayor experto en arcanos de Acier…

    —Así es —reconoció; no veía el sentido en escurrir el bulto o mentir —. ¿Y usted es…?

    —Babette Lachenaud —respondió, mirando los artefactos que había en la tienda —. Tutéame, por favor.

    Auguste se contuvo de decir que le parecía muy bien tutearse, pero que habría esperado que ella le pidiese también permiso para tomarse esas formalidades. De todas formas, prefirió no decir nada y simplemente sonreír un poco.

    —¿En qué puedo ayudarte, Babette?

    —He oído que el Dragón Negro de Cézanne volvió a Acier no hace mucho. ¿Es eso correcto?

    Auguste se tensó al escuchar esa pregunta. Miró la enorme hoja que colgaba a la espalda de la mujer, también cómo ella pasaba un dedo por una vieja daga lunar ahí expuesta. Ella se dio cuenta de su mirada, porque clavó sus ojos claros en él, enarcó una ceja y alzó las manos con una sonrisa torcida.

    —¡No quiero hacerle daño! En realidad, lo único que pretendo es aprender de él.

    —¿Aprender?

    —¡Sí! ¡Los dragones son criaturas fascinantes! —y lo decía en serio, porque sus ojos se iluminaron al decirlo. Carraspeó y se obligó a recuperar la compostura —He dedicado los últimos cinco años de mi vida a investigar sobre los dragones, pero son escasos y no apenas información sobre ellos. No se relacionan con la gente, por lo general, por lo que es casi imposible distinguir realidad de ficción. Deseo conocer al Dragón Negro, presentarle mis respetos y, con su beneplácito, observarlo y hacerle algunas preguntas que compartir con el Gremio —hablaba de los cazadores, por supuesto.

    Auguste miró mejor a la mujer. De pronto le pareció menos dura y muy joven, de unos 25 años, quizá. Y parecía tener un interés genuino por los dragones.

    —Ahora el castillo se encuentra en una situación tensa —terminó por decir con una sonrisa amable —. Ha habido mucha agitación últimamente. Mi recomendación sería esperar unos días a que las cosas se calmen. Mientras tanto, puedo ofrecerte mi compañía y mi conversación; podemos intercambiar conocimientos y, bueno, quizá te cuente alguna anécdota de mi infancia con el Dragón Negro. Aunque lo llamamos Greg…

    —¡Tiene nombre! Es fascinante, realmente fascinante. ¿Cómo os comunicáis con él?

    —Hablando, por supuesto.

    —¡Hablando! ¡No sabía que los dragones hablasen!

    —Hablan cuando tienen forma humana.

    —¡Forma humana!

    Auguste vio a Babette sacar un cuaderno y empezar a apuntar apresuradamente. Enviaría más tarde a su hijo a solicitar una audiencia especial. Definitivamente, quería estar presente durante el primer encuentro entre Greg y Babette.

    SPOILER (click to view)
    Espero que esto tenga sentido, porque al final he ordenado las partes un poco como he podido en el momento xdd Estoy muy casnada, me duele la cabeza y he escrito esto a lo largo de varios días, así que a saber la coherencia del conjunto.

    En fin, para Bab he pensado en una mujer grandota, pero dulce, que se porte como una cría cuando esté con Greg. ¿Una Hirale guerrera? Una Hirale guerrera. Y con una apariencia así. Imagino que, como los dos son del Gremio de Cazadores, Adri y Bab o se conocen o al menos han oído hablar el uno del otro. Porque ambos tienen familla en el mundo, así que no sé, es algo que ya se verá xDD

    Su escena iba a ser más larga, pero ya te he dicho que la dejo en el aire porque, en fin, estoy cansada xdd Y sé que Greg tiene muy poco protagonismo, pero no pasa nada, se compensará en un futuro. TOTAL, que lo dejo aquí y ya hablamos con más calma por el chat <3
  14. .
    Saludos también desde España, jajaja

    No hace falta que sea de terror. ¡Basta con que el escrito esté dominado por un tópico de la lista!
  15. .
    Astilo miró al ciego con cierta inquietud. El egipcio no había dicho absolutamente nada ni durante ni tras la discusión que había terminado con Damalis abandonando la casa de Axelia y Demetrio. Se había sentado a su lado, pero nada más.

    Ahora que estaban preparándose para dormir —compartirían además habitación, durmiendo uno junto al otro—, el egipcio se sentó y se quitó la venda de los ojos para doblarla y dejarla sobre su bolsa. Hizo una pausa de sus movimientos y suspiró, llamando así la atención de Astilo, quien se tensó, pensando que, por fin, iban a hablar del tema.

    —Mañana tendré que preguntarle a estos dos cuál es el mejor sitio donde colocarnos para cantar.

    Astilo parpadeó, confuso, e incluso ladeó la cabeza. Buscó esos ojos vacíos, de un color que siempre le había llamado la atención —era como un aceituna grisáceo, extraño, pero muy bonito—, pero no vio ni rastro de broma en su expresión.

    —¿Y qué pasa con Damalis y el ateniense?

    Ahora sí, el egipcio alzó una ceja con cierta sorpresa.

    —¿Qué quieres decir?

    —¿No vas a decir nada sobre que se hayan ido? —intentó Astilo mientras tomaba la fíbula del ciego para colocarla sobre la venda, en la bolsa.

    —¿Y qué voy a decir? Pensaba que estabas contento. De hecho, antes has dicho que esperabas no volver a verlos.

    —Ya, pero…

    El egipcio esperó, expectante, pero la respuesta no llegaba, y es que Astilo estaba gesticulando vagamente, intentando dar con las palabras adecuadas. Como el ciego no se caracterizaba precisamente por su paciencia, pronto resopló y se acomodó mejor sobre el colchón, tumbándose.

    Astilo suspiró y se tumbó a su lado, mirando su perfil recortado por la cada vez más escasa luz de la palmatoria.

    —Es mucho mejor así —dijo por fin el egipcio, a lo que Astilo, como si esas palabras le hubiesen quemado, se volvió a incorporar, quedando sentado a su lado y mirándole patidifuso. Aunque esto, por razones obvias, su amo no lo podía saber —. Te distraía y encima ha sido una desagradecida. Contigo, que como bien dices la has salvado de su tío, y conmigo, que le he pagado el pasaje hasta aquí. Así que estaremos mejor sin ella. Sólo tú y yo, como debe ser.

    —Bueno, eso tampoco es justo —empezó a articular el lazarillo, claramente cohibido por la contundencia del otro.

    —¿No? Son tus palabras, no las mías —el egipcio todavía tenía los ojos abiertos; los movía por el techo como con un leve temblor, como si no acabase de controlar muy bien dónde los fijaba. Ahora entrecerró un poco los párpados, pero no se giró —. Aclara tu corazón, niño. Piensa bien qué quieres. ¿Prefieres intentar hacer las paces con ella o continuar con tu vida dejando ese asunto sin resolver?

    —Yo… No lo sé —musitó Astilo, agachando un poco la cabeza. Se miró sus manos, que descansaban sobre sus rodillas, y apretó los labios para intentar contener unas lágrimas que querían escapar.

    —Toma la decisión de la que menos te vayas a arrepentir. Y ahora haz el favor de tumbarte y estarte quieto o no podré dormir.

    Astilo le vio cerrar por fin los ojos y darse media vuelta, quedando de lado y de espaldas a él. Le observó unos segundos, acabó por suspirar y se tumbó, soplando la vela para sumir la habitación en la oscuridad de la noche.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —La gente de Corinto es mucho más generosa que la de Orneas —exclamó Astilo alegremente. Por el sonido de metal y cuero, deducía que estaba guardando las monedas que acababa de contar.

    —Bueno, los de Orneas tampoco tienen dónde caerse muertos —fue la respuesta del ciego, provocando una pequeña risa en su joven lazarillo.

    Astilo se había levantado esa mañana de mejor humor. Canturreaba mientras se lavaba y había estado haciendo parloteando en el desayuno. Axelia le había preguntado en voz baja a Khnum a qué se debía ese cambio con respecto a la noche anterior, pero el egipcio sólo se había encogido de hombros.

    Aunque, si tuviese que apostar, diría que el buen humor era debido a la resolución que había tomado con respecto a aquella chiquilla, Damalis.

    Lo cierto es que Khnum también estaba de buen humor, o al menos con un humor algo mejor a lo usual. Axelia le había llevado del brazo a una zona de descanso dentro de una bulliciosa ágora, y allí Khnum había estado cantando diversas historias, algunas traídas de otras ciudades, algunas inventadas por él mismo.

    Su voz, clara y bien modulada, acompañada por los golpes rítmicos de su bastón y la siringa que Demetrio le había dejado a Astilo, había atraído pronto a curiosos viandantes, niños, mujeres, también hombres e incluso trabajadores que hacían un alto en sus tareas para comer algo y escuchar alguna canción.

    Hacía meses que no recolectaban tanto dinero y aplausos. Quizá podrían quedarse allí un par de semanas, moviéndose por distintos puntos de la ciudad cada pocos días, hasta agotar al público y tener que cambiar de población.

    En ello pensaba Khnum, haciendo sus cálculos, cuando Astilo le hizo detenerse. Habían estado caminando en busca de un lugar donde comer antes de hacerla ronda de la tarde, pero el egipcio bien sabía que no sería cualquier sitio: Astilo, en realidad, estaba buscando a Damalis. Y parecía haberla encontrado, a juzgar por las prisas con las que tiró del brazo de su amo.

    —¡Pero bueno! —sonó la voz de la chica, con un tono de irritación y molestia algo suavizado con respecto al día anterior —¿Acaso nos estáis siguiendo?

    —Efectivamente —respondió Khnum, sonriendo con malicia al escuchar el jadeo sorprendido de Astilo por su honestidad —. El niño ha estado lloriqueando toda la noche…

    —¡Eso no es cierto!

    —… quejándose de haber sido tan borde —completó el ciego como si no hubiese escuchado sus quejas.

    —Oh… —la voz de Damalis pareció algo más dulce.

    —¿Por qué no os sentáis en otra mesa, coméis juntos y habláis un poco? Yo puedo quedarme con… —soltó un dramático suspiro antes de mover la mano de forma vaga en la dirección en la que imaginaba que estaba Megacles —Él.

    Ambos chiquillos aceptaron el acuerdo, y Astilo pareció tan entusiasmado que hasta se le olvidó ayudar a Khnum a sentarse. Con un gruñido, el ciego tuvo que tantear con bastón y mano hasta dar con la mesa, y después bordearse con cuidado. Agradeció con un gesto la ayuda de Megacles, pero en cuanto el ateniense soltó su mano, se la frotó contra el quitón, como para limpiarse.

    Al darse cuenta, pues lo había hecho de forma inconsciente, apretó el puño y alzó un poco la mano, todavía dirigiendo su cara hacia el frente y un poco hacia abajo, hacia la mesa.

    —No es personal —dijo en voz baja, escuchando el resoplido del mercenario —. Igual que cuando me cargaste al hombro —suspiró, llevándose una mano a su propio hombro, todavía vendado. Había recordado cómo le había dolido el día anterior por revolverse como un animal —. Odio sentirme inmovilizado y no me gusta que me toquen. Así que cuando me levantaste, yo… Bueno, entré en pánico —acabó por reconocer con la voz con la que diría que hacía un buen día —. Habría mordido y golpeado a cualquiera.

    No llegó a añadirlo, pero sí se le pasó por la cabeza que cuando alguien le cogía de esa forma, no solía ser para aligerar el paso. Cierto es que desde que iba con Astilo no había recibido más ataques de ese tipo, en parte porque Astilo podía avisarle, en parte porque ir en grupo siempre era más seguro, pese a todo, pero había pasado mucho tiempo solo.

    Se le torció un poco el morro al recordarlo, pero acabó por apretarse el puente de la nariz sobre las vendas con un nuevo suspiro, respirando hondo. Alzó un poco la cabeza al escuchar pasos acercándose y la ladeó hacia un lado cuando un chico le preguntó por su comida.

    Una vez el joven se fue, Khnum se acomodó mejor en el banco, apoyando bien la espalda en la pared que le servía de respaldo. Podía oír las conversaciones de la gente, el trasiego de personas yendo y viniendo, incluso el ruido de la calle —por lo que dedujo que estaba cerca de una ventana—. Prestó algo más de atención a la mesa más cercana, donde estaban Damalis y Astilo, y relajó los hombros al escuchar que la cosa parecía estar yendo bien.

    Le había aconsejado a su lazarillo que fuese humilde, que se tragase su orgullo y pidiese disculpas mil veces si hacía falta. Él mismo entendía la ironía de aquello, siendo que su disculpa hacia Megacles había sido bastante vaga.

    —Supongo que no te han vuelto a atacar —comentó, aunque cuando Megacles le dijo que había un par de atenienses comiendo en otra esquina del local, se le escapó un resoplido mientras cruzaba los brazos sobre el pecho —. La gente tiene muy poquita cosa que hacer, ¿eh? Ir por ahí persiguiendo a un excompañero… ¿No deberían estar luchando por esa ciudad a la que tanto aman? Hasta donde yo sé, seguís en guerra.

    Guardó silencio cuando le trajeron su comida. Le sorprendió un poco lo corta que había sido la espera, pero luego supuso que eso se debía, simplemente, a que Corinto era bastante populosa y los ritmos eran algo más acelerados que en ciudades más pequeñas.

    Se inclinó un poco sobre la escudilla y aspiró el olor del potaje. Su estómago se quejó con impaciencia, ya que llevaba horas sin probar bocado, pero el vaho que golpeaba su cara le decía que era mejor esperar a que se enfriase.

    —He oído muchas canciones sobre ti, y no lo negaré, también he cantado algunas. Supongo que ya lo sabes, pero hay como dos grandes versiones: la de un soldado lujurioso, casi un sátiro, que se encama con el enemigo por morbo y hedonismo, y la de un hombre enamorado que compone poemas y ramos de flores para su ser amado. Me da igual —dijo rápidamente, alzando una mano —qué versión sea más acertada. No voy a hablar contigo del tema, sólo quería decirte admiro ese arrojo. Aunque creo que las relaciones entre dos hombres sólo traen problemas para todos, entiendo lo que es hacer sacrificios por las personas a las que quieres. Y sé que no hay sacrificio más difícil que dejar a esa persona irse —añadió en voz más baja, con el ceño un poco fruncido.

    Era cierto. Él había dejado Egipto en busca de su hermana, pero no había tardado mucho en darse cuenta de que era una misión estúpida y que no valía la pena. ¿Qué iba a hacer, convertirse en una carga para ella? ¿Y si estaba casada y con hijos? ¿Y si estaba soltera y viviendo su mejor vida al no tener que cuidar a un padre deprimido y a un hermano ciego? Hablando de eso, Achly ni siquiera sabía que Khnum había perdido la vista.

    En definitiva, había abandonado aquella idea. Achly estaría mejor sin él, no había mucho más que añadir al respecto. Así que sí, había decidido liberarla de su anterior familia, con la esperanza de que tuviese una nueva.

    Empezó a comer, por fin, sorprendiéndose cuando el primer bocado le llenó la boca de un delicioso sabor a cerdo, bien jugoso y magníficamente combinado con el resto de ingredientes. Se le escapó una especie de gemido de puro placer gastronómico y siguió comiendo con ganas redobladas, casi olvidando al hombre que tenía al lado.

    Sólo frenó el ritmo, aunque sin detenerse, cuando escuchó dos pares de pisadas acercarse.

    —¿Os habéis arreglado? —preguntó aún con la boca medio llena, ganándose un nuevo resoplido del ateniense.

    —Creo que sí —comentó Damalis con voz dulce, como tímida, recuperando así su tono habitual.

    —Nos gustaría seguir caminando juntos un tiempo —añadió Astilo, haciendo después una pausa —. Pero ella no quiere irse del lado del ateniense, así que iremos con ellos.

    Ante esta resolución, Khnum, que había empezado a tomar un trago de vino diluido, se atragantó y empezó a toser, dándose golpecitos en el pecho. Terminó inclinado hacia adelante, tomando una amplia bocanada de aire, para después enderezar la espalda. Su cabeza se giró un poco demasiado a la izquierda, como si les mirase de medio lado, y alzó las manos en una gesticulación propia de los mercados egipcios.

    —¡No puedes tomar esas decisiones por tu cuenta!

    —¡No tienes que venir si no quieres! —respondió Astilo en un nuevo arranque de rebeldía adolescente —Seguro que encuentras a otro lazarillo.

    —¡Pero…! —tomó aire, pero no salieron palabras de su boca abierta, y acabó soltando un gruñido mientras se frotaba de nuevo el puente de la nariz sobre las telas —¿Por qué no puedes volver a ser un niño en vez de este tocapelotas en el que te has convertido?

    —Oh, venga, ¡no será tan malo! —empezó Damalis.

    —Os recuerdo —interrumpió Khnum —que este hombre es perseguido por soldados bien entrenados. Él mismo quiere separarse de nosotros, ¿se os ha ocurrido preguntarle si le apetece formar una caravana? —nunca un silencio había sido tan claro —Eso me parecía a mí.

    —Ah, ¡pero podría ser beneficioso para todos! —volvió a la carga Damalis —Seremos más ojos vigilando los caminos…

    —Más gente de la que él tendrá que estar pendiente.

    —¡Podemos repartirnos todas las tareas!

    —Acabará habiendo discusiones.

    —¿No volveremos a sentirnos solos?

    —El niño y yo somos dos, por lo tanto, no estamos solos. ¿Tú te sientes solo?

    —¿Eh? Yo…

    —¡Pero bueno! —Khnum enderezó la espalda con el pisotón que dio Damalis. Se la imaginó llevándose las manos a la cintura, o tal vez cruzando los brazos bajo el pecho —¿Por qué eres siempre tan negativo?

    —No soy negativo, soy realista.

    —¡Venga, egipcio! —habló ahora Astilo —La compañía tampoco está tan mal…

    Khnum apretó los labios y torció la boca. ¿Astilo estaba proponiendo una tregua en esa pelea unilateral con Megacles? ¿Sólo por estar más tiempo con Damalis? Soltó un pequeño gruñido mientras repiqueteaba los dedos contra la mesa.

    —Hoy ha sido nuestro primer día en Corinto y hemos recibido más dinero que en las últimas dos semanas juntas. No podemos irnos ya, no si tenemos la posibilidad de ahorrar por una vez.

    —¡Pero…!

    —Ni peros ni mierdas —interrumpió a su lazarillo con voz tajante —. Y ahora, si me disculpáis, me gustaría terminar la comida antes de que se enfríe del todo.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Khnum aceptó con un gruñido la cantimplora que Astilo le pasó y dio un largo trago, sin importarle mucho que parte del agua cayese de sus comisuras y resbalase por su mentón y cuello. Al terminar, se secó un poco con el brazo y le devolvió la cantimplora. Estaban junto a una Fuente de agua natural, así que imaginó que Astilo la estaba rellenando de nuevo, por el sonido metálico que escuchaba.

    Suspiró, dejando uno de sus brazos sobre la pierna que tenía doblada, y se tensó cuando Damalis, que estaba a su lado, se puso en pie de golpe.

    —¡Por ahí viene Megacles! ¡Hola! —saludó alegremente, y Khnum juraría que estaba dando saltitos y moviendo al menos una mano en el aire.

    —No armes tanto escándalo, pareces una cría —pidió Astilo con un tono que parecía clamarle paciencia a los dioses —. Ah, mira, hablando de crías. Se acercan tres niños, egipcio.

    —Hmn —fue la respuesta del ciego, una forma de pedir más información que Astilo entendió al instante.

    —Se han detenido a unos cinco metros —dijo en voz baja, inclinado sobre su oído —y cuchichean, mirándonos de vez en cuando. La mayor tendrá diez años y lleva a uno de cuatro o así en brazos. La mediana tendrá siete y… Oh, espera, ahora la de siete coge al niño. La mayor se acerca.

    Khnum ladeó la cabeza primero hacia Megacles, que acababa de llegar junto a ellos, hacienda un pequeño asentimiento a modo de saludo, y después se giró hacia la niña, que se había detenido a una distancia que, seguramente, consideraba prudencial.

    —¿Qué ocurre, pequeña? —preguntó con una voz bastante más suave a la que solía emplear.

    —Oh, hmmn… —la pequeña parecía claramente nerviosa, pero Khnum, contra su naturaleza impaciente, no la apuró —Mis… mis hermanos y yo te hemos oído cantar antes y… ¡Nos han gustado mucho tus canciones!

    —¿En serio? —su sonrisa pareció genuine —¿Cuál ha sido vuestra favorita?

    —¡La del guerrero de piel de cocodrilo! —dijo ella, claramente más relajada ahora que había comprobado que el ciego no la iba a echar a gritos o golpes.

    —También es mi favorita de las que he cantado hoy.

    —Y, hmmn… —la chiquilla volvió a su estado nervioso, aunque seguía teniendo más fuerza en la voz —Nos preguntábamos… ¿Por qué te vendas los ojos? Quiero decir, todos los ciegos que hemos visto hasta ahora tenían la cara descubierta…

    —Oh, ¿era eso? —Khnum rio suavemente, su primera risa sincera en un largo tiempo —Dile a tus hermanos que se acerquen y os lo dire a lost res.

    —¿Cómo sabes que somos tres? —preguntó ella, maravillada.

    —Venid y os lo digo.

    La niña llamó a sus hermanos, y una vez Khnum consider que había prolongado suficiente el silencio para crear una auténtica atmósfera de expectación, sonrió y alzó un poco el mentón.

    —En realidad, no soy ciego —al escuchar los jadeos de sorpresa, su sonrisa se ensanchó un poco —. Mi problema es que puedo ver más que la gente normal.

    —¿De verdad? —preguntaron las dos niñas a tiempos distintos. Khnum asintió y se echo un poco hacia adelante, acercándose a ellas.

    —¿Sabéis todos esos espíritus de la naturaleza que se ocultan del ojo humano? Las ninfas, los sátiros… Bueno, yo puedo verlos incluso cuando son invisibles para los demás. Y resulta que un día, sin querer, vi a una ninfa que se estaba bañando. Yo no quería violar su intimidad, así que rápidamente aparté la vista, pero su padre, que era el espíritu de un río, no opinaba lo mismo y creía que tenía malas intenciones con su hija —hizo una pequeña pausa, sintiendo la tensión de las niñas —. La ninfa, que sí me creía, salió en mi defensa y consiguió que su padre no me matase, pero a cambio tuve que prometerles que siempre cubriría mis ojos para que algo así no volviese a pasar nunca.

    —Hala…

    —¡Es increíble! —dijo una nueva voz, la niña de siete años —¿Y cómo era la ninfa? —preguntó, ahora en voz más baja, como si le diese miedo que el río la oyese?

    —¿Ves a la chica que me acompaña? —preguntó, haciendo referencia a Damalis —Se parecía bastante a ella. Con la piel clara como la nieve y el pelo rubio como el oro.

    La conversación no duró mucho más, y una vez las niñas se habían ido —correteando, como cualquier niño de su edad—, la sonrisa de Khnum se borró de golpe. Apoyado en su bastón y en una mano de Astilo, se levantó con un pequeño gruñidito y movió el pie que se le había dormido por estar demasiado rato sentado en el suelo.

    —¿Los has atraído? —preguntó en voz baja. Al escuchar la confirmación de Megacles, el egipcio asintió un poco —Perfecto.

    —¡Espera! —Damalis no sólo gritó, sino que se puso frente a él, con las manos en su pecho. La reacción de Khnum fue agriar la expression y retroceder un paso y medio, alejándose así de ese toque inesperado —Lo que les has dicho a esos niños… ¿Es verdad?

    —¿Cómo va a ser verdad? ¿Tienes acaso la cabeza rellena de paja o qué?

    —¡Podría serlo! Yo he visto a alguna ninfa por el bosque cercano a Orneas…

    —Lo que has visto ha sido alguna joven que estaba con su amante entre árboles y arbustos.

    —¡Pero! ¡Me has descrito!

    —El niño me describe a toda la gente que considera relevante. Así puedo hacerme una imagen mental de con quién estoy hablando.

    —Oh… ¿Y cómo visualizes a Megacles? —dijo Damalis con pura curiosidad, hacienda que Astilo escupiese el agua que había empezado a beber.

    —He dicho que describe a la gente que considera relevante. Por lo que a mí respecta, el ateniense es como un gran montón de nada con una higiene deficiente y trocitos de metal adheridos al cuerpo —antes de que se montase una nueva pelea entre adolescentes, decidió volver a tomar la palabra —. Pero a veces puedo ver como… pequeñas luces de colores, sobre todo de tonos brillantes, como azules, rojos, verdes…

    —Un momento —Damalis parecía pensativa por su voz —. ¿Cómo sabes qué colores son?

    —Porque no nací ciego —fue la única respuesta que la chica obtuvo —. Ahora, si me disculpas, tengo que hablar con unos soldados sanguinarios. Niño.

    —Sí, eh… —las manos de Astilo le ayudaron a orientarse, girandole un poco hacia la derecha —Todo recto, unos noventa pasos.

    —Gracias —dijo Khnum, revolviéndole el pelo antes de echar a andar.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —Esto es una idea terrible —suspiró Astilo.

    —Últimamente, todas mis ideas os parecen terribles —gruñó Khnum.

    —Sinceramente, puede que esta sea la peor idea que has tenido jamás.

    —Nah —el egipcio se ajustó mejor la venda de los ojos y respiró hondo —. Créeme.

    —¿Y cómo sigues vivo? —preguntó Damalis con auténtica preocupación.

    —Es una buena pregunta. Supongo que los dioses se divierten viéndome ir de un lado para otro.

    —Ay, por los dioses —suspiró otra vez Damalis —. Megacles, por favor, déjame agarrarme a tu brazo porque me tiemblan los tobillos.

    Khnum soltó un resoplido divertido al escuchar los dientes de Astilo rechinar.

    —Todo irá bien —gruñó el chiquillo.

    —¡Oh! No lo sé, no lo tengo claro. Tu amo ha apostado nuestra libertad. ¡No quiero ser esclava de uno de esos brutos!

    —No lo serás —dijo Khnum —. Si pierdo, huiremos. Y si no podemos huir, nos mataré a los tres y ya está. Nadie será esclavo de nadie.

    —¿Lo dice en serio, Astilo? —nunca la voz de Damalis había sonado tan aterrada.

    —¿Sinceramente? Yo… ya no lo tengo claro —respondió un inseguro Astilo, consiguiendo que Khnum soltase una carcajada corta.

    —Confiad un poquito en mí, joder.

    —Cuesta confiar en un ciego con una herida grave en un hombro y los pies destrozados que va a enfrentarse a un soldado ateniense perfectamente sano y entrenado.

    —Hablando de, ¿aún no llegan?

    —Le dijiste de quedar al anochecer —dijo Astilo con un suspiro —. No deberían tardar mucho en llegar, el cielo ya se está cubriendo de naranjas.

    —Lo que no encuentro es la luna —añadió Damalis.

    —Hoy no la verás —susurró Khnum.

    Efectivamente, la espera no duró mucho más y al cabo de unos cinco o diez minutos llegaron tres personas, los tres hombres que habían estado siguiendo a Megacles y con los que Khnum había hablado unas horas antes en el ágora.

    —No son horas para que los niños estén despiertos —fue la forma de saludar del cabecilla del grupo —. No si no están lavando mi ropa o haciendo pan para mañana, claro.

    —O preparándose para calentar mi cama… —comentó otro del grupo, consiguiendo las risas de sus dos compañeros.

    Khnum también rio, pero de una forma tan falsa y ruidosa que acalló las risas de los atenienses.

    —¡Soy tan graciosos, chicos! Ojalá pudiera veros las caras, seguro que cualquiera os confundiría con cómicos por la calle. ¿Habéis escrito los chistes o se os han ocurrido ahora? ¡Porque menudo trabajo!

    —Ya veremos si hablas tanto cuando seas mi esclavo personal y tengas la boca llena de mi polla —habló el cabecilla, esta vez en un tono molesto.

    —Pues estoy seguro de que podré seguir hablando con tu polla en la boca. No es que tenga la boca muy grande, pero… Ya sabes.

    —Córtale la lengua —le dijo el tercer hombre —. Y luego se la metes por el culo.

    —Quitarme la lengua sólo hará que su polla parezca incluso más pequeña cuando me la meta en la boca.

    —Odio esta conversación —esa era Damalis, quien parecía a punto de echarse a llorar. Khnum no lo sabía, pero se estaba refugiando tras Megacles.

    —Venga, acabemos con esto de una vez —otra vez, el cabecilla —. ¿Repasamos las normas con los testigos delante?

    —Claro —sonrió Khnum —. Nada de armaduras ni de armas —diciendo esto, soltó su bastón. No llegó a caer al suelo, así que imaginó que Astilo lo había cogido al vuelo —. El primero que quede inconsciente, pierde. El primero que grite «me rindo», pierde.

    —¿Por qué has dicho eso con acento ateniense? —musitó Astilo.

    —Si uno termina en el suelo durante diez segundos enteros, pierde.

    —Suena bien. ¿Empezamos?

    —Alto, alto. Hay que repasar primero las condiciones de la apuesta —dijo Khnum, quien claramente no tenía ninguna prisa por ponerse a dar golpes. Notó la inquietud en el aire en forma de sonidos que indicaban que los atenienses se estaban removiendo en su sitio. Pero eso era lo que quería, así que tuvo que contener una sonrisa —. Si yo pierdo, podéis hacer lo que queráis con el tragaespadas y los chicos y yo pasaremos a ser vuestros sirvientes. Si tú pierdes, juraréis por Ares, por Atenea y por vuestros dioses domésticos dejar en paz a este señor… y a nosotros, claro.

    —Vale, pero, eh… ¿Y si luchamos mejor mañana al alba? —preguntó el cabecilla.

    —¿Hmn?

    —Prácticamente no queda sol y hoy no hay luna y las estrellas apenas brillan.

    —¿Cuál es el problema?

    —¡Que dentro de unos minutos no vamos a poder ver ni a un palmo de distancia!

    —Entonces tendrás que vencerme rápido, ¿no? ¡Pero eso debería ser fácil! Como mi lazarillo no ha parado de recordarme en toda la tarde, yo sólo soy un ciego con una herida grave en el hombro y los pies destrozados y tú… tú eres un soldado bien entrenado, ¿no? Salvo… Que tengas miedo, claro. ¿Es eso? ¿Eres un cobarde? Porque eso explicaría que vayas acompañado de dos hombres para matar a un vejestorio retirado. Vaya —suspiró dramáticamente —. Así que estoy hablando con un niño asustadizo.

    Aquella provocación, dicha con una sonrisa petulante, fue suficiente para que el ateniense se terminase de decidir.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —¡Lo odio! —gruñó Damalis, dándole una patada a un mueble. Resultó que, en vez de darle con la sandalia, le dio con el dedo gordo del pie, haciéndola soltar una exclamación y dar un par de saltitos para luego sentarse frente al fuego.

    Habían vuelto todos a la casa de Axelia y Demetrio, quienes estaban encargándose de la cena entre besos y risitas. Megacles estaba a un lado, bebiendo algo de vino, y Astilo limpiaba un pequeño cuchillo que solía llevar al cinto.

    —¿Qué ha ocurrido? —preguntó el lazarillo.

    —¡Tu amo es un desagradable!

    —Sí, eso me cuadra —se rio Astilo, sacudiendo un poco la cabeza de lado a lado.

    —Le he limpiado los golpes y las heridas y hasta le he ayudado a entrar en la bañera. Pero en vez de darme las gracias, como una persona normal…

    —Sí, me lo imagino —el chico suspiró y la miró, ofreciéndole después una tela para que se cubriese los hombros.

    —Gracias —susurró ella, mirando después a Megacles, lo que hizo que Astilo pusiese los ojos en blanco y volviese a su tarea de limpieza —. ¿Siempre ha sido así?

    —No —Astilo se rascó una sien antes de seguir —. Cuando lo conocí era peor.

    —¡Imposible!

    —Lo juro —volvió a reírse por lo bajo —. Lo conocí hace algo más de dos años. Todavía no había perdido la vista del todo, ¿sabes?

    —¿En serio? Creía que la habría perdido de joven… —con la negación de Astilo, la cara de Damalis se tiñó de tristeza por empatía.

    —Aunque cuando nos encontramos apenas veía sombras. Estaba siempre de muchísimo peor humor que ahora, nunca reía, ni siquiera para burlarse de otros. Sólo buscaba pelea. Al menos hasta que…

    El chico se había callado de pronto, consiguiendo toda la atención de Damalis, que le miraba con los ojos bien abiertos, envuelta en la tela.

    —¿Hasta que…? ¡No me dejes así, por favor!

    Astilo suspiró.

    —Me matará a golpes si sabe que te lo he contado.

    —¡No se lo diré a nadie! —prometió ella, trazando una cruz sobre su pecho con la mano.

    El lazarillo la miró, luego miró a Megacles, pidiéndole con los ojos que también guardara el secreto, y cuando obtuvo un mudo asentimiento, suspiró de nuevo y se lamió los labios.

    —Una noche lo vi muy callado y, no sé, triste, y le pregunté qué le pasaba. Él olía a vino, así que supongo que estaba borracho. Me miró y me acarició la mejilla, y después se rio un poco y me dijo que apenas recordaba «su cara».

    —¿De quién? —claramente, Damalis estaba completamente sumergida en la historia.

    —No lo sé —dijo Astilo, encogiéndose de hombros —. Nunca me lo dijo. Lo máximo que le saqué fue que era una mujer que había venido a la Hélade hacía años y que la echaba mucho de menos. Luego comentó que él había venido aquí por ella, pero que lo mejor sería dejarla libre y no obligarla a cargar con un ciego cascarrabias. No me dijo mucho más, se puso a llorar y acabó durmiéndose abrazo a mí. No hemos vuelto a hablar del tema y creo que lo más sensato es dejarlo estar.

    Damalis, con los ojos brillantes por lágrimas acumuladas y la nariz enrojecida, asintió y se pasó una mano por la cara.

    —Sabía que en el fondo tenía un corazón tierno —dijo en voz baja.

    —Acabar de decir que le odias y que es un desagradable…

    —¡Es como una cebolla, con capas y capas de misterio! —se defendió ella.

    —¿Quién es como una cebolla? —interrumpió la voz del ciego. Acababa de terminar de secarse y vestirse, aunque aún tenía el pelo algo húmedo y el quitón no estaba bien alisado; Astilo se anotó solucionar ambos problemas en seguida —Ah, debe ser Megacles. ¿Por qué no aprovechar que el agua todavía no se ha enfriado del todo y te bañas? Es mejor un agua algo sucia que nada en lo absoluto.

    —Puedes ser una persona horrible, egipcio, pero estoy segura de que hay alguna parte de ti llena de amor y cariño.

    El ciego se quedó callado unos segundos, incluso estático en el aire, con la cabeza algo ladeada y una mano medio abierta, pero terminó por llevarse la mano a la cara con un largo suspiro.

    —Ni siquiera voy a contestarte. Niño, ayúdame —añadió, tendiendo una mano al aire.

    Astilo rápidamente se puso en pie y le tomó la mano para guiarle a un asiento. En el proceso, cruzó una mirada con Damalis, quien le sonrió y le guiñó un ojo, haciendo que su corazón palpitase más rápido y sus mejillas se enrojeciesen.

    Una vez acomodado, el egipcio dejó su cayado a un lado y suspiró. Tenía un corte en el labio y algunos moratones aparecían en su piel oscura; también tenía los nudillos y las rodillas llenas de heridas… Era de esperar, después de haber peleado con un hombre que era puro músculo y le sacaba media cabeza.

    Aunque había que admitir que su plan había sido bueno. El solsticio de invierno era la noche más larga del calendario, y se había sumado una luna nueva, por lo que una vez el sol había desaparecido, la visión había sido prácticamente nula. Pero ese era el terreno en el que el egipcio se movía, por lo que la oscuridad no había vuelto sus movimientos lentos y vacilantes, al contrario que al ateniense.

    Y para cuando los otros dos soldados consiguieron encender un fuego que alumbrase la escena, el ciego estaba sentado sobre el ateniense, retorciéndole los brazos a la espalda y pegándolo contra el suelo. Astilo además estaba seguro de que le estaba clavando una rodilla justo en el espinazo.

    Como fuese, esos hombres se habían ido y ahora estaba en una casa cómoda que olía a deliciosa comida. De hecho, Axelia y Demetrio no tardaron en llegar con la cena, y una vez tenían las tripas llenas, el egipcio aceptó, por petición popular, cantar una canción.

    Astilo, sentado a su lado, sonreía escuchándole, y es que aquella era su canción favorita de todas las que le había oído al egipcio. Era cierto que el ritmo no era para nada como el de las canciones griegas, pero la letra era entendible a sus oídos y la historia era bonita.

    Hablaba sobre un comerciante de Argos que llegaba a las costas del Nilo y caía profundamente enamorado de una hermosa muchacha egipcia. Noche tras noche, se acercaba al balcón de la casa de la joven, le regalaba una flor de loto y le cantaba historias sobre su bella Hélade.

    Pero el padre de la chica, cuando descubrió esas reuniones, decidió tenderle una trampa, secuestrando a su propia hija y enfrentándose al aqueo, quien, en vez de luchar, se arrodillaba frente a él, ofreciéndole su espada. «Prefiero morir ahora sabiendo que he amado con todo mi corazón de forma honesta antes que perder los afectos de mi amada o huir y vivir en la deshonra», era la respuesta del comerciante.

    La canción terminaba, por supuesto, con un final feliz donde el aqueo y la egipcia se casaban y bailaban entre pétalos de loto.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —Épsilon —dijo el egipcio, consiguiendo que Axelia, que sólo pasaba frente a la puerta de esa habitación, se detuviese y asomase.

    Algo extrañada, vio al joven ciego con un brazo extendido. Su lazarillo estaba sentado a un lado, dibujando con el dedo una letra. Damalis les observaba atentamente y Megacles parecía también entretenido viendo la lección, aunque quizá era por las caras que ponía Astilo cuando no estaba seguro de cómo escribir la letra que el otro le pidiese.

    —Psi —fue la siguiente petición, haciendo que Astilo soltase un gruñidito.

    —¡Pero ahora vendría la eta! ¿No? —preguntó, buscando la aprobación del público.

    —No, idiota —el egipcio no dudó en darle una colleja, haciendo que Axelia tuviese que contener una risa —. Después de épsilon va dseta, y después de dseta va eta. Además, si te las pregunto siempre en orden, es imposible que te las aprendas bien. ¡Las palabras no están escritas por orden alfabético!

    —¡Ya, pero…!

    —Venga, no es tan difícil —el ciego soltó un pequeño resoplido y le cogió la mano, haciéndole ponerla hacia arriba para dibujar sobre su dedo —. Psi es como el tridente de Poseidón. ¿Ves?

    —Oh… Vale, lo entiendo.

    —Venga. Ahora lambda.

    —¡Esto es muy difícil!

    —¡Eres tú quien quería aprender a leer y escribir!

    —Egipcio —interrumpió la mujer con una sonrisa suave, consiguiendo que el hombre girase un poco la cabeza hacia ella —, ¿cómo es que sabes escribir en griego?

    —Yo era escriba antes de… —movió rápidamente una mano frente a su cara, como si la venda no fuese suficientemente elocuente —En egipcio hay tres escrituras oficiales, pero también aprendemos cuneiforme. El griego era un paso lógico.

    —¡Es increíble! ¿Tres sistemas de escritura? ¿Cómo podéis diferenciarlas?

    —¡En realidad es fácil! —la sonrisa que se abrió en el rostro del hombre mostraba que el tema realmente le interesaba —La escritura jeroglífica es sagrada, por lo que se usa para cosas muy concretas, como tumbas y templos. Además, es ideográfica, es decir, la forman símbolos como halcones, serpientes, ojos… Hay que saber dibujar para poder escribirla. La hierática es como una versión abreviada y se usa en un ámbito sacerdotal, y la demótica se utiliza para los asuntos cotidianos. Cuando trabajaba en el templo…

    Toda la emoción de su voz desapareció en ese momento. Parecía que un mal recuerdo le había golpeado, porque de pronto su rostro —o la parte de su rostro que se podía ver— perdió toda alegría, volvió a sentarse con la espalda recta y bajó la cabeza de nuevo, tendiendo otra vez el brazo.

    —Lambda, Astilo.

    Astilo miró primero a su amo y después a la mujer, con un tono de disculpa en la cara, para finalmente dibujar algo sobre el brazo del ciego. Damalis, contagiada por el cambio de atmósfera, se puso en pie y se acercó a ella, ofreciéndose para ayudarla con la colada, y Axelia le rodeó los hombros con un brazo mientras se alejaba de la lección.


    SPOILER (click to view)
    No me apetece comentar mucho, así que simplemente diré que esto es escritura demótica (x), esto es escritura hierática (x) y, aunque todos la conocemos, esta es la jeroglífica (x).

    Khnum puede escribir, aunque necesita ayuda para saber cuándo cambiar de línea, y quizá su caligrafía no es tan bonita como antes, pero bueno. Ya no puede dibujar, pero se me ha ocurrido que tuviese un retrato de su hermana (obviamente, la misteriosa mujer equisdé) en su bolsa. Esto es, en realidad, arte de época romana, ya en el "d.C.", pero eh, me gusta pensar que su dibujo más personal podría ser algo como los retratos de El Fayum (X).

    A ver qué te parece esto xdd
8719 replies since 27/7/2011
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