Posts written by Bananna

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    ¡Holas, holitas, holitas, habitantes de la red!

    Qué difícil es publicar desde el móvil. Ya me disculpo por posibles fallos e irregularidades, lo corregiré en cuanto pille el ordenador xdd

    Podéis sentiros tentados de pensar que tengo esto preparado desde que en moderación se decidió cómo sería el reto, pero en realidad se me han ocurrido las primeras ideas hace... ¿20 minutos? Y he escrito esto en mis notas del móvil mientras la cena se acababa de gratinar.

    TOTAL. Que soy un culo inquieto y no he podido aguantarme a publicar YA MISMO y sin revisar ni nada. ¿Lo siento?

    Espero que os guste ¡y que participéis muchos con muchas entradas! Porque yo, desde luego, tengo pensado hacerlo <3


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    Microrrelato.
    Pareja: Furros (Khamlar/Kunic).
    Longitud: 240 palabras.
    Advertencias: ¿Sangre? ¿Muerte?
    Disclaimer: Son personajes de un rol que tengo con la chica flamenco, aquí no hay ni disclaimer ni nada.

    Por amor


    Agachado en el suelo, con la respiración empezando a normalizarse, sintió una gota resbalarse por su nariz, colgar unos segundos y acabar cayendo a un charco que se estaba formando en el suelo desde que había terminado la pelea. Si la gota era de sudor o de sangre era algo que Khamlar no podía saber, pues el charco era de un rojo espeso y escuro y el hedor de la sangre inundaba sus fosas nasales, tan sensibles como las de un animal.

    Acabó por enderezar la espalda y se echó el pelo hacia atrás, torciendo la boca al sentirlo empapado en ese fluido vital. Imaginó que el rubio se habría teñido, por lo menos, de un tono rosado, pero daba igual: en cuanto saliese de esa habitación, se hundiría en una bañera con ropa y todo.

    Se puso en pie, sacudió un poco su cimitarra y la guardó en la funda. Acto seguido, se llevó las manos a la cadera y observó su alrededor, lleno de cadáveres despedazados por sus garras, colmillos y arma.

    Unas horas después, nadie podría decir que ese encantador joven de rostro angelical que tenía a una oveja como mascota podría ser autor de tamaña masacre, una bárbara hecatombe que había pintado de sangriento rojo paredes, suelo y hasta techo.

    Pero Khamlar no se arrepentía. Y si para proteger a Kunic, el ser más querido de su vida, debía volver a vestirse de sangre... Así sería.
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    ¡Hola! Puedes hacer una historia totalmente original siempre que cumpla las normas que se explican en el post. Sólo debes marcar en el título que es original.
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    Non, yo no veo nada de fealdad en esa foto. Y tienes razón, tu pelo es divino ★

    Alguna vez había pasado por aquí, pero nunca había posteado nada. En fin. Es una foto de mayo, pero allá va.

    SPOILER (click to view)

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    SUvdO1o




    Megacles {Flam}
    SPOILER (click to view)
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    Nombre: Megacles (Μεγακλῆς)
    Edad: 47 años
    Ciudad de origen: Atenas
    Estado civil: exiliado y divorciado
    Orientación sexual: bisexual
    Ocupación: mercenario a sueldo

    Son ya dos años desde el escándalo que le marcaría de por vida, pero el nombre de Megacles todavía resuena con fuerza por todo el Ática. Ha pasado de ser uno de los polemarcas atenienses más prósperos a, prácticamente, vivir de las limosnas de la gente. Lejos quedan los lujos de Atenas (simposios, fiestas, banquetes en su honor...), ahora da las gracias a Apolo por cada plato caliente que se lleva a la boca.

    Pero, empecemos por el principio.
    La familia de Megacles tiene una profunda herencia militar, siendo su padre —y su abuelo antes que él— importantes generales del ejército. Defendieron el pueblo griego de invasores tan terribles como los persas, dieron buena cuenta también a los bárbaros y piratas que llegaron por el mar y, en los últimos años, defendieron los intereses de Atenas contra los espartanos. Fue en una de las tantísimas intentonas de Esparta de invadir los muros de Atenas donde falleció el general Teomestros. Su hijo, Megacles, fue ascendido de inmediato para ocupar su lugar, ganándose el odio de otros militares que doblaban su edad y se creían merecedores de aquel puesto. Por suerte, Megacles pudo demostrar, y muy pronto, que el cargo no le iba grande a pesar de su juventud. Empezó por pequeñas batallas que se fueron convirtiendo en conquistas de mayor o menor importancia, garantizando algo más de terreno para Atenas.

    Los recelos quedaron atrás y dijeron aquellos militares que los pasos de Megacles los guiaba la mismísima Atenea, pero Megacles sospechaba que fuera Afrodita, porque nunca olvidaría el día que conoció a Filiso, general espartano. Hasta entonces estaba seguro de que sólo tenía ojos para Ifianasa, su esposa, pero quizá su ausencia por tanto tiempo —larguísimas eran las campañas lejos de Atenas— le hiciera mirar a los hombres de otra manera, o quizá siempre había tenido aquella forma de mirarlos... la verdad, nunca pensó demasiado en eso. El caso es que, como a cualquier militar enemigo de cierto rango, mandaron capturar a Filiso para, tras las debidas torturas y humillaciones, sacar toda información posible.
    Megacles estaba tan seguro de que su destino lo marcaba Afrodita porque no sólo liberó al prisionero, sino que le ayudó a escapar y cuando Filiso, al despedirse entre los matorrales, le pidió volver a verse, asintió sin ninguna duda.
    Comenzó entonces una relación teñida de romance desde el primer encuentro, «si los olivos del camino pudieran hablar contarían historias tan interesantes», solía pensar Megacles al ir o venir de aquellas citas prohibidas donde se entregaba a los brazos del supuesto enemigo.

    No fueron pocas las veces en las que los hombres de uno tuvieron que enfrentarse a los del otro y, aunque habían bajas, nunca se llevaban los capitanes más de un corte. Lo más curioso del asunto es que se lamían las heridas la misma noche del enfrentamiento, comentando entre risas las decisiones tomadas en la batalla. Era una rutina tan extraña como agradable. Y puede que ni Megacles ni Filiso tuvieran el seso de los filósofos, pero sabían bien que aquello podría durar toda la vida, incluso estando ambos casados (les gustaba comparar a sus esposas, y si una tenía un carácter de mil demonios, la otra resolvía los problemas sandalia en mano): hasta llegaron a pensar en abandonar la vida militar para buscar su propio camino lejos de Atenas, lejos de Esparta. Filiso propuso echarse a la mar, convencido de que podrían hacerse con un buen barco si ahorraban lo suficiente y sabiendo que Megacles nunca podría negarle nada. De pedírselo, sabía que Megacles le entregaría la vida, pero Filiso prefería sus besos; siempre había tenido alma de ladrón y disfrutaba de robarle alguno cuando le pillaba con la guardia baja.

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    El ascenso de Megacles a polemarca fue recibido como un regalo de los dioses, por cada campaña que realizara recibiría más del doble de dracmas, que dedicaba casi enteramente al ahorro. Ifianasa fardaba en Atenas de lo previsor que era su marido con los gastos, aunque aquello le diera más de un quebradero de cabeza para mantener a los hijos y tampoco pudiera ni sospechar el verdadero motivo por el que Megacles no derrochaba ni una sola moneda.
    Fue la mejor época de Megacles como militar, se le reconocía como un héroe en Atenas y se le temía en Esparta (a excepción de un solo capitán, que tenía una opinión bien distinta de él). Los poetas dedicaban versos a su habilidad con espada y escudo, y los dramaturgos se atrevían a escribir pequeñas obras que ensalzaban las virtudes del militar ateniense, poniendo a Megacles como ejemplo.

    La burbuja en la que vivían estalló un día cualquiera, sin que ni una sola señal de alarma les advirtiera. Los dioses debían estar despistados aquella tarde, o a lo mejor fuera el castigo que merecían por encamarse con el enemigo de sus respectivas naciones. Fuera lo que fuera, se descubrió en la tienda de Filiso un guantelete con telas azules y adornos propios de Atenas. Se tuvo que hurgar en sus posesiones más íntimas para descubrir una serie de objetos que poco o nada tenían que ver con Esparta: hojas secas de olivo, papiros con lo que parecían palabras de amor y, lo más preocupante, el anillo que actuaba como firma y sello de cierto polemarca ateniense.
    Para explicar por qué Filiso tenía tantas cosas en su poder había que volver a su alma de ladrón. Su propio instinto le decía que robara algunas de las posesiones de Megacles sin que éste se diera cuenta, y se mostraba de lo más orgulloso de haberlo conseguido o, cuando Megacles le pillaba, aceptaba con el mismo orgullo el castigo (un castigo demasiado parecido a un premio como para poder considerarlo un castigo).

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    Para cuando la noticia llegó a Atenas, Filiso había sido sentenciado a muerte como traidor de Esparta. Y que Megacles fuera a recoger su cuerpo sólo confirmaba la naturaleza de la relación entre los dos hombres, se confirmó como algo más que un capricho cuando sus lágrimas inundaron el funeral al que sólo él asistió. Decían los hombres que su general había llorado tanto que a Caronte ni le haría falta la barca. Si aquello fue real o una exageración no importaba.

    Sus antiguos logros consiguieron librarle de la pena de muerte, en su lugar, a Megacles le esperaba un juicio de ostracismo a su vuelta a Atenas, fue mera formalidad, su resultado se sabía incluso antes de las votaciones (puede que sólo a unos pocos no les hiciera gracia que Megacles suspirara el nombre de otro hombre y no el de una mujer, pero a ninguno le gustó que ese hombre fuera capitán espartano). Se le declaró enemigo de Atenas y un peligro para la democracia al haber confabulado con el enemigo.
    Realmente, hizo «otras cosas» con el enemigo, pero un juicio donde su familia estaba presente no era el lugar para proclamarlas a los cuatro vientos. De esto se encargaron los poetas y dramaturgos que, no hacía mucho, comparaban a Megacles con antiguos héroes. Se escribieron comedias y tragedias de su vida, y tampoco faltaron las sátiras que siguen siendo tan populares.

    El divorcio no tomó por sorpresa a nadie, y eso que Ifianasa no esperó a que su padre hablara por ella. Ella solita presentó su propuesta y fue aceptaba por mayoría, si bien Megacles fue considerado un traidor, su mujer pasó a ser la heroína de una tragedia. No le faltaron los candidatos a esposo, quién sabe si seducidos por los arrestos de la mujer o por la fortuna en dracmas que dejaba Megacles en Atenas, todo a disposición de su mujer e hijos.

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    Actualmente, y tras unos años lejos de Atenas, Megacles ha puesto su espada al servicio del mejor postor. No le interesa amasar una gran fortuna, tampoco disfruta matando, pero tiene que comer y de esta forma consigue dinero muy rápido y casi a diario.

    Acepta trabajos por aquí y por allá, y es tan bueno en ello (dudoso honor el de segar vidas) que se ha ido creando una cierta fama y reconocimiento. Tiene que admitir que esto es más cómodo: el cliente se acerca a él y pregunta, con miedo y cautela, cuánto debe pagarle para que acabe con algún objetivo. Lo prefiere antes que ir él mendigando de puerta en puerta; los restos de su dignidad agradecen ahorrarse tal bochorno.
    Puede que no lleve su antiguo uniforme —de hecho, no recuerda la última vez que se colocó la armadura entera—, pero se le reconoce fácilmente por el llamativo anillo que lleva en su anular, dedo propio a los hombres casados y anillo digno a un polemarca.



    Algunos gustos:
    -Las aceitunas. No es raro que se desvíe del camino para robar algunas.
    -Visitar los Santuarios, siente que en suelo sagrado nadie podrá juzgarle o, por lo menos, ningún mortal.
    -Seguir siendo diestro con la espada, aunque también sabe manejarse con la lanza y el arco.


    Unos cuantos disgustos:
    -La política.
    -Ese aire elitista que se respira en Atenas, casi se alegra de no poder volver.
    -El mar le recuerda a una felicidad imposible junto a Filiso. Ni hablemos de los barcos.


    Y un poco de información extra:
    -En su larga lista de apodos se incluyen joyitas como: traga-espadas, lanza desviada y roba-maridos. Otros no tan elegantes son La deshonra de Atenas o La zorra de Esparta.
    -Conoce tácticas de guerra espartanas, desde su estilo de lucha hasta el cifrado de los mensajes entre generales. Es capaz de interceptar muchas de las comunicaciones.
    -Decían, él y Filiso, que su árbol era el olivo. Un tronco que se dividía y retorcía sólo para poder abrazarse eternamente.
    -Guarda su antigua armadura militar en un lugar secreto (a semejanza del tesoro de un pirata), bien resguardada en cierta cueva.
    -Lleva la espada de Filiso. No quiere otra arma y morirá antes que entregarle la hoja a nadie.
    -Tiene cinco hijos, todos viven en Atenas y se posicionaron a favor del ostracismo.
    -Ha cumplido dos de los diez años que debe cumplir como exiliado de Atenas aunque, a estas alturas, duda que vuelva a la ciudad. Ifianasa se ha vuelto a casar y sabe que hace tiempo que ha perdido el amor de sus hijos.
    -Aún posee el cuerpo fuerte y robusto de los guerreros; mide 1'83m y pesa algo más de 80kg.
    -Siguiendo con su aspecto físico, su pelo oscuro y sus ojos claros crean una mezcla irresistible para muchos.

    Apariencia:

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    I - II - III




    * Armadura de polemarca (a la izquierda)


    Khnum {Ban}
    SPOILER (click to view)
    Nombre: Khnum (x), hijo de Hipólito de Argos.
    Apodos: Egipcio.
    Edad: 27 años.
    Lugar de origen: Menfis.
    Residencia actual: ---
    Ocupación: Antes escriba, ahora se podría considerar un aedo.

    Hipólito de Argos había llegado a Menfis con la sencilla misión de comerciar y regresar a su tierra natal. No contaba, claro, con enamorarse perdidamente de una egipcia, con la que se casaría y acabaría teniendo dos hijos, el mayor Khnum Adonis y la menor Achly Hathor —fue un acuerdo que los dos niños tuviesen un nombre egipcio y uno griego para satisfacer a ambos progenitores—.

    Menfis era una ciudad triplemente milenaria y había sido capital de Egipto durante gran parte de su historia. Ahora, más o menos un siglo antes de que Alejandro Magno se lanzase a la conquista el mundo conocido, estaba en decadencia, pero seguía siendo admirada y considerada como parte fundamental del imperio.

    En ella había grandes e importantes templos, tierras fértiles y testimonios de piedra de eras lejanas, como las cercanas pirámides de Guiza y otras necrópolis imponentes.

    Para bien o para mal, Khnum no tuvo mucho tiempo para dedicarse a corretear por las calles de su ciudad natal, y es que su padre tenía muy claro lo que quería para su primogénito: un trabajo estable y de gran prestigio social. Así, ser escriba le proporcionaría al joven Khnum una llave para prácticamente todas las puertas de la burocracia estatal.

    La formación de un escriba, realizada entre los cinco y los diecisiete años, era indudablemente concienzuda. Egipto dominaba tres escrituras diferentes —la hierática, la demótica y la sagrada, es decir, la jeroglífica—, por lo que los estudiantes debían aprender los tres sistemas y manejarlos con gran precisión, pudiendo reproducir al dictado cualquier texto sin el más mínimo error o vacilación.

    A la gramática, la ortografía y las matemáticas se añadían materias necesarias por el carácter figurativo de la escritura egipcia, es decir, el dibujo y la pintura. También aprendían lenguas extranjeras —era imprescindible conocer el acadio y, por tanto, la escritura cuneiforme—, debido a que las fronteras de Egipto lindaban con pueblos de diversos troncos lingüísticos.

    Natación, equitación, tiro con arco y autodefensa, por extraño que pudiesen parecer, eran tomadas también muy en serio; para mantener una mente sana hay que mantener un cuerpo sano, decían algunos expertos, así que el ejercicio físico entraba en la agenda de las escuelas, igual que una férrea educación sobre el comportamiento.

    La educación en la escuela era dura, pero para Khnum no había descanso al llegar a casa. Hipólito le obligaba no sólo a repetir la lección aprendida, sino a traducirla al griego y a escribirla en el alfabeto de la Hélade; además, le enseñaba los modales y la cultura de su tierra, esperando así que su hijo tuviese perfecta constancia de los dos mundos, tan distintos, de la Grecia y el Egipto.

    Los niveles de exigencia a los que Khnum estaba sometido eran astronómicos. Daba todo de sí por ser un alumno aventajado tanto fuera como dentro de casa, llegando a deformarse sus dedos de sostener los instrumentos del escriba.

    Las ampollas crecían, sangraban, se curaban y volvían a crecer una y otra vez, por lo que siempre tenía vendas en las manos, aunque no eran las únicas marcas: las cicatrices en sus hombros y muslos eran la dura prueba de los castigos físicos aplicados en la escuela a fin de conseguir la perfección más absoluta.

    La perfección más absoluta. Sí, eso era a lo que aspiraba Khnum en un deseo constante de satisfacer a su padre, un deseo que pareció agravarse cuando su madre enfermó e Hipólito empezó a consumirse al mismo ritmo que su esposa, bajándose sus hombros y hundiéndose sus pómulos.

    Irónicamente, a medida que Hipólito iba aislándose del mundo y despreocupándose de su casa y familia, Khnum y su hermana parecían esforzarse cada vez más por cumplir unas expectativas irreales. Ambos practicaban sus artes —Achly la danza y el canto, principalmente, y Khnum la escritura— hasta que los calambres no les permitían seguir; incluso durante un tiempo consiguieron algo de dinero, cantando Achly canciones que le había escrito su hermano.

    Si semejante situación fue soportable fue gracias a Imhotep. Amigo de Khnum desde el primer día en la escuela, habían acabado trabajando codo con codo en la administración de un templo, lo que garantizaba no sólo la continuidad de una amistad fuerte y asentada, sino momentos de tranquilidad y descanso para el mestizo.

    Juntos comían y descansaban, hablando de todo y de nada, riéndose y jugando. Compartían anécdotas, cotilleos, comida e incluso los instrumentos, en caso de necesidad, y su amistad y complicidad les llevó incluso a medio adoptar un gato callejero: cada día le llevaron restos de pescado y mil caricias, al menos hasta que el gato fue muerto por unos perros. Aquella fue la primera vez que Khnum, que por entonces tenía diez años, se aferró a Imhotep y lloró contra su hombro.

    Esta escena se repitió doce años después. Su madre había, finalmente, fallecido, y una vez su padre y su hermana dormían, Khnum huyó de casa por la noche y fue hasta la de Imhotep, buscando consuelo en su abrazo.

    Aquella noche, Khnum había perdido a su madre y sabía que eso significaba que había perdido también a su padre. Lo que no esperaba era perder también a su mejor amigo. Quizá fuese el dolor, quizá fuese la copa de vino que habían compartido, quizá fuese que llevaba muchos años reprimiendo aquellos sentimientos o quizá fue por todo junto, su corazón explotó y sus labios buscaron desesperadamente los de Imhotep, sin importarle que hubiese otras personas alrededor —en este caso, los hermanos de su amigo—.

    El empujón le pilló por sorpresa, el puñetazo le quitó la ebriedad y lo llenó de miedo. Al luto se sumó el rechazo, y con la nariz sangrando, consiguió ponerse en pie y salir corriendo, teniendo en claro únicamente que esa noche marcaría un antes y un después en su vida.

    Su desdicha continuó sin darle tiempo a reponerse. Su padre no podía aportar ganancias a la casa y su hermana Achly se estaba cansando de desvivirse sin obtener resultados; sin madre, sin marido, ahora sin padre, sus posibilidades se iban cerrando y sentía que se ahogaba en esa asfixiante situación.

    Khnum tuvo entonces el que sería uno de sus últimos grandes actos altruistas, dándole a su hermana dinero suficiente para irse a la Hélade, donde podría vivir su propia vida. Se fundieron en un fuerte abrazo en el puerto fluvial, se besaron cariñosamente y sacudieron las manos en una despedida que se alargó incluso después de que el barco se hubiese alejado demasiado de la ciudad.

    Y todavía despidiéndose de su hermana, Khnum sufrió su primer desvanecimiento.

    Llevaba un tiempo sufriendo dolores de cabeza, pero el médico aseguraba que se trataba de estrés y sobreesfuerzo. Llevar una casa con una moribunda y un hombre hundido, mantener su trabajo como escriba, velar por su hermana, todo aquello debía estar generándole mucho estrés.

    Al trabajo también se atribuyó que cada vez le costase enfocar más; muchos escribas parecían ir perdiendo vista de tanto forzar los ojos y eso, a su vez, agravaba los dolores de cabeza. Pero el desmayo pilló a todos por sorpresa.

    Estando en cama fue cuando más solo se sintió. Su padre parecía una sombra que vagaba por la casa, su hermana se había ido y no tenía la sonrisa amable de Imhotep. «Un día, tú también huirás de Menfis», le había dicho Achly mientras se apretaban el uno al otro en el puerto. «Cuando eso ocurra, ven a verme.»

    Pero ¿cómo iba a abandonar a su padre en ese estado? ¿Y qué pasaba con su trabajo en el templo? ¿Acaso en la Hélade habría médicos tan competentes como los que conseguían aliviarle los dolores según las enseñanzas de Thot? Eran demasiadas preguntas sin respuesta, demasiados miedos para un joven que había vivido siempre por y para complacer a su padre y a sus maestros.

    Tendría que esperar a que sucediese el gran incidente para decidirse a salir de la ciudad.

    Nunca nadie habló de cómo había ocurrido, exactamente. No hubo testigos que pudiesen explicar lo sucedido. Lo único que quedaba claro es que Khnum se recuperaba de una de sus crisis cuando se le acercaron tres compañeros con los que Imhotep había estado juntándose desde su ruptura con el que había sido su mejor amigo, refiriéndose a él como «griego» y «degenerado» en términos muy poco amistosos.

    Khnum consiguió llegar a casa tiempo después de la puesta de sol, con la ropa tan rota como la piel. Su padre levantó la vista, parpadeó con un brillo de alarma… y volvió a bajar los ojos. Y el escriba simplemente se metió en un barril lleno de agua, con la esperanza de retirar de su piel no sólo la sangre, la arena, el sudor… sino también la sensación de esas manos y bocas hiriendo su cuerpo.

    Cuando a la mañana siguiente Imhotep se presentó en la puerta de su casa, el rostro plagado de temor y arrepentimientos, no encontró ni rastro de Khnum. Hipólito yacía en la cama, con una expresión calmada y el vientre inmóvil. Restos de vino en su boca podrían haber contenido trazas de veneno, y sobre sus ojos y en su lengua había un total de tres monedas de plata.

    Sin dinero para una embarcación, Khnum tuvo que salir de Menfis caminando. Sus heridas aún sin curar le obligaron a ir despacio, deteniéndose en cada población por la que pasaba en busca de un trabajo. Claro que nadie quería a un escriba al que cada vez le costaba más enfocar la vista.

    Tardó tres años en reunir suficiente dinero para conseguir un pasaje a Creta, y lo consiguió de la misma forma que había sobrevivido tiempo atrás: componiendo canciones que contaban historias fantasiosas.

    Para cuando pisó la tierra de su padre, su visión era prácticamente nula. Apenas pudo contemplar las azules aguas, ver las verdes llanuras, admirar las grandes construcciones, antes de que sus ojos se apagasen y su vida se sumiese en una perpetua oscuridad.

    Dos años después, sigue sin encontrar a su hermana. Ya no está muy seguro de si lo conseguirá algún día, por lo que se centra simplemente en sobrevivir un día más, consiguiendo comida para pasar el día y refugio para pasar la noche, recorriendo los agrestes paisajes de la Hélade con un bastón en la mano y una venda sobre los ojos.

    Ya qué más da. Ojos que no ven, corazón que no siente. ¿No?

    Normas básicas para tratar con él:
    —No hacer referencia a su origen griego. Reniega totalmente de él, incluso omite siempre su segundo nombre. Prefiere ser tratado como un extranjero antes que ser llamado aqueo. Ser griego nunca le ha traído nada bueno, después de todo.

    —No tocarle. No soporta que le toquen salvo que sea extremadamente imprescindible, e incluso en esos casos se tensa y cuenta los segundos para volver a quedar libre. Sólo admite el toque de Astilo, un niño griego al que tiene de lazarillo.

    —No burlarse de su acento, de sus costumbres o de sus dioses. Sí admite chistes sobre su ceguera, él mismo los hace. Tomárselo con humor, aunque sea uno oscuro y sarcástico, le ayuda a sobrellevarlo.

    —No infravalorarle. Ser ciego no le impide ser funcional. Su oído, su olfato y su tacto se han desarrollado mucho en este tiempo, por lo que puede desenvolverse bastante bien por su cuenta y no tiene miedo de luchar si es necesario. Además, sigue pudiendo escribir, aunque no dibujar, claro.

    —Nada de darle órdenes. Ahora que no vive bajo el yugo de su padre ni de la escuela, no soporta la idea de volver a sentirse sometido a los deseos de otros. Simplemente, no puede.

    Datos importantes:
    —Con el tiempo se ha amargado y ha ido desarrollando una mala hostia considerable. Insultar es algo que se le da bien, lo hace incluso improvisando canciones a veces realmente hirientes, y tampoco dudará en golpear. Definitivamente, meterse con él es entrar en una zona pantanosa.

    —No duda en decir que las frutas nacidas del Nilo son mil veces más dulces y exquisitas que las griegas, pero eh, nunca le dirá que no a una buena manzana, a un higo maduro o a un racimo de uvas.

    —Tardó seis meses en dejar de vestir a la egipcia para adoptar el himation griego. De todas formas, si tiene la ocasión de acudir a un evento formal, se pondrá el faldellín de los escribas egipcios y se adornará como hacía en su Menfis natal.

    —No le gusta destaparse los ojos. Llevar la venda o no es algo que no cambiará vivir entre sombras, pero no le gusta la idea de que la gente los vea. Heredó los ojos grises de su padre, en vez de los ojos almendrados que cuadrarían más con su piel oscura y su pelo negro, y siempre han sido una cualidad muy destacada de su físico. Ahora, en fin, los odia tanto como su origen aqueo.

    —Muestra un desagrado profundo ante la idea de las relaciones entre hombres, incluso si él sabe que jamás podrá sentirse atraído por una mujer. Prefiere estar solo a repetir lo de Imhotep.

    Apariencia física:

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    Referencia de colores (X)
    De adolescente (X)
    El escriba en Egipto (X) (20 páginas)



    || Pu(n)to ciego ||



    —¿Podemos parar? —se quejó Astilo. Su voz demostraba que realmente estaba cansado y que, además, eso le estaba poniendo de mal humor.

    Khnum torció el morro y giró la cabeza hacia su izquierda, donde estaba el lazarillo.

    —No —dijo con cierta contundencia. Él también estaba cansado y no le apetecía discutir —. No nos queda mucho para llegar.

    Dio por terminada la conversación y siguió caminando. El viento que soplaba y movía las hojas de los árboles estaba siendo cada vez más frío y los rayos del sol prácticamente no le proporcionaban ya ningún calor; no hacía falta ser un experto para saber que se estaba haciendo de noche. Y por la noche los caminos se volvían incluso más peligrosos.

    Tomó entonces uno de los extremos del quitón, que por ahora habían estado colgando sobre la falda, doblados por el cinturón, debido al calor del día, y lo alzó hasta la altura del hombro. Había dejado la fíbula engarzada, por lo que sólo tuvo que pasar el brazo por el hueco para, así, protegerse un poco más del aire.

    —¡Eres un amo horrible! —volvió a la carga Astilo.

    El egipcio dejó de escuchar los pasos del chiquillo, así que se detuvo y se giró un poco, sin estar del todo seguro dónde estaba en esos momentos. Con la cabeza algo inclinada hacia un lado, apretó un poco los labios.

    —Si eso piensas, eres libre de irte —le dijo con el ceño fruncido, gesto que de todas formas no podía verse bien al quedar la parte superior de su rostro cubierta con una tela —. Te deseo mucha suerte encontrando a un amo que no te golpee, que no te toque de formas indebidas y que se preocupe de darte comida y techo cada noche. Un placer conocerte.

    Dicho esto, volvió a caminar. Las piedras del sendero se clavaban en sus pies desnudos y le hacían daño, pero no podían detenerse. Por eso, aunque no lo expresó, agradeció volver a escuchar los pasos de Astilo a su lado.

    El resto del trayecto fue en total silencio, hasta que llegaron ante las puertas de la muralla y el muchacho le llamó en voz baja. Khnum extendió su mano y pronto sintió los dedos de Astilo tomársela. Se dejó guiar así, tanteando con su bastón y respondiendo a los sutiles apretones o tirones de Astilo.

    Por eso, cuando el dedo gordo de su pie derecho golpeó un pequeño murete, soltó una larga maldición que sólo otro egipcio podría haber entendido. Tiró entonces de Astilo, que se estaba conteniendo la risa, y lo tomó de un hombro con la mano del cayado, midiendo así las distancias para darle una colleja que hizo que el chico se quejase y se alejase, seguramente para frotarse la cabeza.

    —¡No aguantas ni una broma! —se quejó el lazarillo.

    —¡Broma la que te voy a dar con el bastón como vuelvas a hacer eso! —amenazó Khnum, alzando el cayado.

    Sin embargo, al momento lo volvió a bajar al suelo y respiró hondo, esperando a que Astilo le tomase la mano de nuevo para continuar en busca de un sitio donde pasar la noche. No bien habían dado dos pasos, Khnum escuchó a alguien acercarse a ellos a gran velocidad. Se giró en esa dirección, pero no le dio tiempo a apartarse cuando una mano lo empujó hacia un lado, haciéndole caer al suelo de culo.

    —¡Puto ciego de mierda! ¡Quita de mi camino! —le gritó un hombre que claramente había bebido unas copas de más.

    Khnum no dijo nada, se quedó quieto donde estaba mientras le oía alejarse echando pestes sobre los ciegos y otras personas con defectos físicos. Escuchó también algún murmullo a su alrededor, incluso la risita de una mujer, pero nada más.

    Decepcionado, aunque en lo absoluto sorprendido de que nadie le defendiese o, al menos, ayudase, agradeció en un susurro cuando Astilo se agachó frente a él para tomarle las manos y ayudarle a levantarse.

    —Te has hecho raspones en los brazos —dijo el muchacho.

    Por toda respuesta, el egipcio se recolocó el quitón y aceptó el cayado que Astilo le había rozado contra los dedos. Le tomó de nuevo la mano y giró la cabeza en la dirección que estaban siguiendo antes de la interrupción.

    —Vamos.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Con mucho cuidado, apartó de encima suyo el brazo de Astilo, quien se había agarrado a él en algún punto de la noche. Se puso de rodillas y tanteó con las manos hasta encontrar la pared y de ahí no tuvo problemas en llegar a sus escasos enseres personales, apenas una bolsa que se ataba al cinturón para llevar algún objeto pequeño.

    Khnum la abrió y sacó con cuidado la fíbula metálica. Prefería no dormir con ella simplemente por si acaso, no le gustaría despertarse por haberse pinchado accidentalmente durante el sueño. Con un suspiro, acarició las formas; este broche representaba un escarabajo, y sabía que tenía hermosos tonos azules, verdes y rojos porque había pertenecido a su padre, siendo un regalo de su madre.

    Abrió los ojos, como si eso fuese a cambiar algo, y se vistió, colocándose la ropa con cuidado. Para ello, sujetó la fíbula con los labios mientras, con las manos, tomaba dos puntas del quitón y las alzaba hasta el hombro. Una vez logrado esto, pasó los dedos por el lino hasta que dio con una pequeña costura que señalaba dónde iba la fíbula.

    La enganchó y pasó las manos a su cinturón, también traído de Egipto, que se había aflojado para dormir, simplemente procurando que sujetase lo mínimo la ropa sobre su cuerpo. Ahora lo ajustó más, dejando que los pliegues del quitón lo cubriesen.

    No pudo entonces evitar acariciar el hombro que quedaba desnudo. Pese a que habían pasado años desde que la última de aquellas heridas se cerró, las cicatrices seguían marcándose sobre su piel en un tono algo más blanquecino, latigazos que al tacto eran algo más rugosos que el resto de la piel.

    No quiso detenerse a pensar en el pasado y, en su lugar, prefirió tomar la última prenda, un largo rectángulo de tela que también había metido en la bolsa, y atársela sobre el rostro, ocultando así sus ojos inútiles. Ajustó los pliegues para que no le molestasen ni en la nariz ni en las orejas y tocó ahora sus alrededores hasta que dio con el cayado. Ahora sí, pudo ponerse en pie y, con una mano acariciando la pared y la otra manejando el bastón, alejarse de allí.

    Habían pasado la noche en un albergue de los muchos que había por toda la Hélade. Eran edificios sencillos que daban cobijo a los viajeros durante la noche o cuando llovía. Había algunas zonas separadas por cortinas, pero realmente no existían habitaciones como tales: la gente buscaba un hueco y se acomodaba allí para descansar.

    Iba contando los pasos —los había memorizado la noche anterior—, y de esa forma pudo llegar sin tropiezos hasta un río. Con cuidado, se arrodilló allí y se inclinó sobre el agua para limpiarse las manos y los brazos. Chasqueó la lengua al sentir el ligero ardor de una herida reciente, los arañazos que se había hecho la noche anterior al caer, y terminó por negar con la cabeza y meterse por completo en el agua.

    Aprovechó entonces para frotar la ropa, quitándole el polvo del camino y el sudor, y al salir la escurrió bien con las manos. De todas formas, el sol ya empezaba a caer con fuerza y en poco tiempo estaría totalmente seco.

    Escuchó pasos acercándose, así que inclinó la cabeza un poco en esa dirección mientras se apoyaba en el cayado con ambas manos.

    —Tengo hambre.

    —Buenos días a ti también —gruñó Khnum.

    —Buenos días. ¿Comemos algo o qué?

    —¿Vas a hacer algo que no sea quejarte y exigir?

    —Veo que hoy te has levantado de buen humor —murmuró Astilo.

    —Mucho. Y si sigues así, no harás más que mejorarlo —se lamió los labios y estiró un brazo hacia el frente —. Venga, vamos a buscar dónde conseguir comida, a ver si al menos mientras comes te quedas calladito un rato.

    Astilo intentó contener la risa, pero se le acabó escapando un bufido divertido. Después, sus manitas agarraron el brazo de Khnum y empezaron a tirar de él de vuelta a la ciudad.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Tenía una resaca importante de la noche anterior. Se había escapado de casa hacía casi una semana tras una fortísima pelea con su madre —ella quería que entrase al negocio familiar, él tenía otras ambiciones— y había llegado a la vecina Orneas, donde pronto se había enredado en una fiesta en la que corría el vino en cantidades generosas con sólo una mezcla de un tercio de agua.

    Lo cierto es que no recordaba mucho de lo que había pasado tras la segunda copa, pero se había despertado hacía apenas una media hora y lo único que quería era algo que comer.

    Y, bueno, saber por qué ese hombre le estaba siguiendo.

    Al principio había pensado que eran imaginaciones suyas, pero entonces se dio cuenta de que no, aquel hombre de mirada imponente le estaba siguiendo, y algo le decía que lo había enviado su madre. Menuda era esa mujer cuando se ponía de malas.

    Así que, al final, se echó a correr. Por mucho que le doliese la cabeza, más le dolía la idea de tener que pasarse el resto de su vida entre tripas de animales, haciendo embutidos, así que tenía, al menos, que intentar escapar.

    Dio un giro brusco y se arrepintió al momento, no sólo por la arcada que le provocó ese mareo, sino porque vio en la calle a un corro de niños con un par de mujeres cuidándolos, escuchando atentamente la historia que cantaba un ciego. Y ese hombre, con la piel oscura y el rostro cubierto, le sonaba ligeramente.

    No pudo reconocerlo como el hombre al que había empujado e insultado la noche anterior, tampoco le dio la cabeza para ver que uno de los niños le murmuraba algo al ciego. Lo que sí vio, y con dolorosa claridad, fue cómo el ciego agarraba su cayado y lo levantaba.

    Aun así, no se esperó el golpe, quizá porque realmente pensaba que un ciego no podría atinar con semejante precisión. Aun así, recibió el bastonazo en pleno vientre, y lo recibió con tal fuerza que cayó hacia atrás, quedando en el suelo.

    Levantarse no fue una opción, no cuando uno de los pies descalzos del ciego se clavó en su pecho de manera inmisericorde. Y, para más deshonra, el hombre no había dejado de cantar la historia. ¡Incluso había escenificado con él un golpe dado por el protagonista del cuento a un villano!

    Abrió los ojos y vio que las mujeres le miraban con extrañeza, pero los niños se reían y aplaudían mientras el ciego, todavía pisándole, hacía reverencias y su lazarillo ponía las manos para recibir algunas monedas en pago por el entretenimiento.

    —Voy a vomitar —consiguió balbucear.

    El ciego ladeó un poco la cabeza hacia él, pero no respondió. En vez de eso, deslizó el pie hacia arriba, hasta llegar a su cara, y lo puso contra una de sus mejillas, obligándole a girar la cabeza.

    —¿Oh? —el ciego ladeó la cabeza hacia el otro lado y empezó a girarse —¿Quién es?

    —Un ateniense —respondió su lazarillo mientras contaba las monedas. Era un chiquillo joven, no tendría más de catorce años, pero parecía estar acostumbrado a ser los ojos del otro —. Y parece enfadado. ¡Eh, ateniense! ¿Querías a este idiota para algo?

    —Dices que tiene unos dieciséis, ¿no? —el lazarillo hizo un sonido afirmativo y el ciego chasqueó la lengua con claro desagrado —Siendo de Atenas, ya puedes imaginar para qué lo querrá —mientras su lazarillo se reía, el ciego giró otra vez la cabeza en la dirección aproximada del mercenario —. Dame un momento, ahora te lo devuelvo.

    Le quitó el pie de la cara, momento en el que el derribado pudo ver mejor que las plantas de los pies del ciego estaban llenas de duricias y heridas mal curadas. Pensó que debía dolerle caminar, pero tampoco pudo recrearse en ese pensamiento, no cuando precisamente ese pie le golpeó el estómago en una patada que le hizo girarse, rodando de medio lado.

    El ciego dijo algo en un idioma que ni entendió ni reconoció y aún le dio otra patada antes de despedirse con un gesto y buscar la mano de su lazarillo para irse de ahí.

    El adolescente respiró hondo, pero entonces le dio una arcada y acabó vomitando, con tan mala suerte que parte cayó sobre los pies del mercenario. Quiso disculparse, pero le dolía demasiado todo, así que simplemente se quedó tumbado en el suelo unos minutos.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Antes incluso de cruzar la puerta, una fuerte mezcla de olores había saturado su nariz, pero también había hecho que su estómago rugiese. No había comido nada en mucho tiempo, apenas un poco de pan, y es que por la mañana sólo habían tenido dinero para un plato. Le había asegurado a Astilo que él en realidad se había levantado muy pronto y ya había comido, para que el chiquillo pudiese disfrutar de su desayuno sin sentir culpas, pero realmente tenía hambre.

    Y ahora tenían algunos calcos, incluso un par de óbolos que Khnum no quería saber de dónde habían salido —porque dudaba que las mujeres de antes se los hubiesen dado y sabía que Astilo tenía la mano larga—, así que podrían disfrutar los dos de un buen plato.

    Unos pasos tímidos se acercaron a ellos entre las risas de los comensales y escuchó un suave carraspeo que le permitió girar la cabeza en esa dirección.

    —¿Os acompaño a una mesa? —preguntó una voz femenina.

    —No, creo que hoy me apetece más comer en el suelo como un animal —gruñó Khnum, recibiendo un codazo en el costillar.

    —¡No le hagas caso! —dijo Astilo con una voz que hizo que Khnum frunciese el ceño. Parecía nervioso, y eso no era normal en él —Es un gruñón. Sí, por favor, llévanos a una mesa.

    Khnum no supo cómo reaccionó la muchacha, pero Astilo pronto tiró de su muñeca de una forma menos delicada de lo habitual, y una vez llegaron a la mesa, le ayudó a sentarse en un banco de madera poco pulida.

    —¿Qué coño ha sido eso? —preguntó el ciego en voz baja, pero molesta.

    —Es muy bonita —respondió Astilo en un susurro. A Khnum le habría encantado poder decir si estaba sonrojándose o no —. Y tú has sido muy borde con ella.

    —Que yo sea o no borde con ella no afectará tanto a que puedas encamártela.

    —¡No voy a…! —se hizo el silencio por unos segundos y entonces Astilo volvió a hablar en un tono incluso más bajo que antes. Parecía que incluso se había inclinado hacia el egipcio —Sólo no quiero que la hagas sentir mal. Ha puesto una carita de susto muy triste, ¿vale?

    —Intentaré portarme —terminó por ceder con un suspiro.

    Más pronto que tarde tenían delante un par de escudillas de barro llenas de un opson compuesto por garbanzos y cordero estofados con vino y otras verduras, bastante especiado. A Khnum le sorprendió la calidad de la carne, quizá porque en la última ciudad estaba correosa y llevaba especias demasiado fuertes hasta para el gusto aqueo.

    Comió con ganas, usando los dedos y un trozo de pan, y sólo relajó el ritmo cuando llevaba la mitad de la escudilla vaciada. Poco después, Astilo le dio una patadita y Khnum enderezó la espalda, tensándose por completo al sentir el aire moverse tras él.

    El calor de un cuerpo humano, su olor a sudor y tierra del camino y un pequeño roce en uno de los brazos del egipcio fue suficiente para confirmarle que había un hombre no sólo junto a él, sino inclinado sobre él, con una mano apoyada en la pared, justo tras la espalda o cabeza del propio Khnum.

    Lejos de sentirse intimidado, Khnum simplemente torció la boca con desagrado, arrugó la nariz y se alejó un poco de ese hombre, evitando así que su ropa le tocase la piel.

    —¿Sabes lo que son los aceites perfumados? —preguntó, sacudiendo con una mano el aire frente a su nariz —Igual te vendrían bien para no ir arruinándole la comida a la gente.

    —Egipcio —le llamó Astilo con un suspiro —, es el ateniense de esta mañana.

    —¿Oh? ¿El del adolescente al que he pateado el culo? —ante el sonido de afirmación de Astilo, Khnum suspiró y apoyó un codo en la mesa, dejando la barbilla sobre sus nudillos —Pues si buscas una disculpa, lo llevas claro.

    Y dicho esto, apuró la comida, llevándose el cuenco a los labios para sorber el resto del guiso. Se limpió las manos en un cuenquecito con agua y se secó sobre el propio quitón, poniéndose ahora en pie. Cogió el trozo de pan que le quedaba y el bastón, pero al girarse para salir se encontró que el ateniense seguía ahí, impidiéndole avanzar.

    —Tiene cara de cabreo —le comentó Astilo.

    —Pues ya somos dos. ¿Vas a apartarte de mi camino o… —movió el cayado para mostrar que la parte inferior, la que apoyaba contra el suelo, estaba tallada de tal forma que formaba un pico afilado —te muevo yo?

    El ateniense respondió, pero la verdad es que Khnum no le prestó mucha atención a lo que decía, al menos no tanta como a su voz. Era… No se esperaba que fuese así. Grave y atractiva. Fuerte. Con un tono autoritario que le gustó más de lo que le gustaría reconocer. Aunque eso no cambiaba nada, claro.

    —Hazle un favor al mundo y báñate —fue lo último que respondió el egipcio.

    No usó la parte afilada del cayado, pero sí el bastón para apartar al ateniense. Pudo de esta manera salir del local, con Astilo a su lado.

    —Me habría gustado quedarme un poco más —le comentó su lazarillo.

    —Déjame en una plaza. Cantaré algunas canciones, conseguiré algo más de dinero… Tienes hasta que anochezca para volver a por mí.

    —¿Toda la tarde? —preguntó el chico con una voz claramente emocionada.

    —Aprovéchala bien —dijo Khnum con una sonrisa de medio lado.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    De pronto, Astilo quería ir a Corinto. Se lo había dicho el día anterior mientras lo llevaba de vuelta al albergue, pero no había dicho por qué esa ciudad en concreto. Sólo había comentado que tenía un buen presentimiento, pero nada más.

    También había dicho que lo mejor sería llegar cuanto antes, por lo que ir andando no era una opción. De Orneas a Corinto había una larguísima jornada de viaje, así que tendrían que parar a medio camino y, decía Astilo, eso haría que perdiesen lo que fuese que les estuviese esperando allí.

    Esto a Khnum le parecían gilipolleces y tenía claro que Astilo ocultaba algo, pero lo cierto es que no le gustaba el aire de Orneas y Corinto era tan buena opción como cualquier otra. Además, cuando Astilo pidió alquilar pasaje en una diligencia, terminó por acceder con un gruñidito, y es que los pies le estaban matando.

    Hacía unos meses se le habían roto las sandalias, pero no había podido reponerlas, ya que siempre iban con el dinero justo para sobrevivir. Cuando consiguió unos óbolos extra, tampoco pudo gastarlos en calzado nuevo, y es que por esa época Astilo había caído enfermo y había tenido que pagar los servicios de un galeno, así como sus medicinas.

    No se arrepentía, le alegraba que el niño estuviese bien, pero tampoco iba a decirle que no a un recorrido más liviano. Además, pagar el precio de dos pasajes le dejaría suficiente dinero como para comprarse por fin unas sandalias nuevas en Corinto, así que el trato no estaba tan mal.

    El carromato estaba listo a primera hora de la mañana. Era de un mercader que había estado haciendo negocios por la zona y ahora, con el carro vacío y el bolsillo lleno, deseaba volver a casa. Eso no le impedía alquilar la parte trasera del carro, claro.

    —Somos los primeros en llegar —dijo Astilo, soltando la mano de Khnum —. Espera, subo y te ayudo.

    El egipcio se quedó quieto donde el chico le había dejado. Escuchó la madera crujir ligeramente con el nuevo peso y el resoplido de los dos caballos. Cascos contra el suelo cuando los animales se removieron. Después, Astilo le llamó y él tendió primero el bastón, luego las manos. Pronto sintió las de su lazarillo sujetarle y, siguiendo sus indicaciones, pudo subir sin problema.

    Gateó hasta el fondo del carro y se acurrucó en una esquina con un suspiro, dejando el cayado a su lado en el suelo.

    —¿Cuántos más seremos?

    —El señor dijo que había hablado con una familia y un mercenario.

    —Vamos a estar apretados, entonces.

    —Nos pondremos de tal forma que sólo yo te tocaré —prometió Astilo, apretándole un poco un hombro a Khnum, quien sólo asintió con la cabeza —. Voy a estirar un poco las piernas.

    El egipcio le dejó salir y simplemente apoyó la cabeza en la pared del carro. Una de sus manos acarició distraídamente la madera del cayado mientras empezaba a canturrear una de sus canciones en su lengua natal.

    No se detuvo ni siquiera cuando sintió que alguien se acercaba al carro. Un niño se quejaba de que tenía sueño y su madre le decía con tono cariñoso que podía dormir en cuanto subiese al carro. Alguien subió, pero no era parte de esa familia, que todavía hablaban fuera, y se acercó a él con arrastrar de telas.

    —Son la familia que te decía antes —comentó la voz de Astilo en un susurro —. Madre, padre, un niño de siete u ocho años y un bebé.

    —Espero que no nos den el viaje —murmuró Khnum, a lo que Astilo se rio un poco antes de volver a alejarse.

    No le gustó que se fuese otra vez de su lado, pero sólo apretó los labios y se quedó donde estaba, abrazándose las rodillas en silencio.

    Volvió a canturrear una canción mientras hacía tiempo, aunque eso no le impidió escuchar al padre de familia saludar a un recién llegado. Quizá sería el mercenario que Astilo le había dicho. Lo cierto es que no tuvo ningún interés en él hasta que le escuchó hablar. Esa voz, grave y varonil, le provocó un pequeño estremecimiento. Era el ateniense.

    Normalmente, ese hombre le habría importado entre poco y nada, pero no le había gustado en lo absoluto la forma en la que se había acercado a él en la posada, como arrinconándole entre la mesa y la pared. Se había acercado mucho a él y lo había tenido que apartar, y eso era algo que a Khnum no le gustaba y, de hecho, la idea le ponía nervioso.

    No quería sentirse atrapado. No quería sentirse impotente. Y ahora no podía evitar pensar en ese hombre como una potencial amenaza.

    Le escuchó maldecir desde la entrada del carro, lo cual primero le sobresaltó, pero luego le arrancó una sonrisa petulante mientras giraba un poco la cabeza hacia allí.

    —Ah, así que ese hedor no era cosa de los caballos y una dieta inadecuada, sino de un ateniense que no sabe encontrar un río —fue su saludo mientras el mercenario subía al carro entre gruñidos —. Parece que será un viaje largo, después de todo.

    No dijo nada más mientras escuchaba al mercenario acomodarse frente a él. ¿Por qué tenía que ser justamente frente a él? Suspiró y volvió a apoyar la cabeza en la madera, alzándola un poco en el proceso. Se dio entonces cuenta que si el ateniense se había sorprendido al verle era porque no había visto a Astilo fuera. ¿Dónde estaba ese mocoso?

    La familia no tardó en entrar: el padre aupó primero al niño, después a su esposa con el bebé en brazos. Finalmente subió él y saludó, algo falto de aliento.

    —¿Estamos todos ya o qué? —preguntó el comerciante.

    Khnum se tensó y se echó un poco hacia adelante, girándose hacia el exterior.

    —Falta mi lazarillo.

    —No voy a esperar todo el día.

    —Por Ra te juro que como no le esperes me encargaré de que…

    Su amenaza quedó en el aire cuando escuchó a Astilo gritar «¡esperad!» mientras corría de vuelta al carro. La estructura se sacudió dos veces, como si hubiesen entrado dos personas en vez de una, pero pronto su lazarillo se arrastró en el reducido espacio para quedar junto al ciego.

    —¿Dónde hostias estabas? —gruñó Khnum mientras el comerciante cerraba la tabla para que nadie se cayese. No esperó a que el chico recuperase el aliento, olfateó el aire y le soltó una colleja —¿La chica de la posada, en serio?

    —¡Damalis! —dijo la tímida voz de la chiquilla que les había atendido el día anterior —¡Me llamo Damalis!

    —¡No podía dejarla ahí, egipcio! —se quejó Astilo —¡Su tío la golpeaba!

    —¡Ay, pobre! —dijo la voz de la madre. Por los movimientos de madera, Khnum imaginaba que se había inclinado hacia la chiquilla para tomar una de sus manos o apretarle una rodilla o un hombro afectuosamente —Yo soy Euphemia… Este es mi marido, Rhodes, nuestro hijo mayor, Soterios… Y la pequeña Isadora.

    —Mami —dijo Soterios entonces, claramente poco interesado en Damalis —, ¿por qué ese señor lleva la cara cubierta así?

    —El egipcio es ciego —dijo Astilo, todavía tenso, pero algo más tranquilo. Khnum no había dicho nada más sobre la muchacha, así que no la iba a devolver con su familia.

    —¡Ciego! —repitió Solterios —¿Eso significa que no tienes ojos, egipcio?

    —¡Solterios! —se quejó su madre —No seas tan maleducado.

    —Escucha a tu madre —se rio Rhodes —. Si no te portas bien, este hombre te quitará los ojos.

    El pequeño soltó una exclamación entre fascinada y aterrada. Khnum escuchó un golpe, seguramente de Euphemia al brazo de su marido.

    —No digas esas cosas tú también.

    —No pasa nada, pequeño —intervino Khnum —. Yo jamás le podría quitar los ojos a un niño —y aunque estas palabras parecían sonar conciliadoras, de pronto su boca se deformó en una sonrisa inquietante —. Son demasiado pequeños, así que prefiero los de sus padres.

    Con este comentario, se extendió un silencio bastante incómodo, roto sólo por el sonido del traqueteo de las ruedas, los caballos y algún animalito que correteaba cerca del camino.

    —Bueno, Damalis —volvió a hablar Euphemia al cabo de un rato —. ¿Qué esperas hacer en Corinto?

    —No lo sé. Supongo que… buscaré un trabajo en cocinas. Se me da bastante bien cocinar.

    —Corinto no es una ciudad apropiada para una joven soltera, y menos ahora que hay guerras por todas partes —comentó Rhodes —. ¿Por qué no te quedas con nosotros un tiempo? No sería de gratis, claro, tendrías que ayudarnos con los niños y demás…

    —Yo… ¡Me encantaría! ¡Astilo! ¿Lo has oído?

    —Te dije que tenías que venir conmigo.

    La voz de Astilo sonaba a sonrisa sincera. Khnum suspiró.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Tenía doce años cuando había visto al último miembro de su familia morir. No había sido por fiebres, como una de sus hermanas, ni por la peste, como sus padres, sino por un bandido que les había asaltado con el cuchillo por delante.

    Su hermano mayor, Bemus, había conseguido despistar a ese hombre, dándole a Astilo tiempo suficiente para correr. Astilo, aun así, no había huido al momento, primero tuvo que ver cómo el cuchillo rasgaba de abajo arriba el vientre de su hermano, y cómo sus tripas se desparramaban por el suelo.

    Se dirigían a una ciudad donde, se suponía, tenían familia, pero Astilo no conocía a nadie por allí. Sin su hermano, estaba solo, perdido y aterrado.

    Durante unos meses estuvo viviendo de lo que robaba, y en realidad se terminó haciendo bastante bueno. Conseguía sustraer monedas y comida sin que los dueños legítimos se diesen cuenta, y como era pequeño y delgado podía colarse por sitios que los adultos, en caso de pillarle y perseguirle, veían como imposibles.

    Esto había sido así hasta que se había encontrado con el egipcio. Era un hombre extraño, vestido con un faldellín y armado con un cayado de madera. Lo vio por primera vez en un ágora, acercándose a la cara una manzana y dándole vueltas en una mano, haciendo un auténtico esfuerzo por verla.

    Por aquel entonces no era ciego del todo, pero no le faltaba mucho.

    Parecía una víctima fácil, así que decidió intentar suerte. Lo que no esperaba era que ese ciego le oyese, que sintiese el cambio de viento y que tuviese incluso la certeza de agarrarle la muñeca en pleno proceso de sustracción. Había sido como el ataque de un escorpión, rápido y certero, y Astilo se había quedado paralizado.

    Cuando el casi-ciego le dio la manzana y un óbolo, el huérfano no supo muy bien qué hacer salvo salir corriendo.

    Lo volvió a ver al día siguiente y, tras mucho meditarlo, se acercó y le ayudó recuperar su cayado, que se le había caído después de que un hombre le golpease con el hombro al pasar a su lado. Y así, como quien no quiere la cosa, terminó ayudándole a hacer cosas aparentemente sencillas, como vestirse, cruzar la calle, conseguir comida en buen estado.

    Se convirtió en sus ojos. «Justo a tiempo, los míos están para tirar», había comentado una noche el egipcio mientras cenaban.

    No podía pronunciar su nombre y le hacía gracia su acento. No entendía muchas de las historias que contaba y no sabía a qué dioses mentaba cuando se golpeaba contra algo, pero le había acabado cogiendo mucho cariño. Y, para qué negarlo, era muchísimo mejor vivir acompañado y ayudando a ese ciego gruñón que robar y huir sin nadie con quien siquiera compartir las victorias.

    En dos años, su relación se había vuelto familiar. O eso quería pensar Astilo.

    Por eso le daba tanto miedo que el egipcio se hubiese enfadado con él por lo de Damalis, pero no parecía ser el caso. No había dicho absolutamente nada en el viaje, pero tampoco le había rechazado cuando se había apoyado en él. Se anotó esa victoria, pero se dijo a sí mismo que la próxima vez lo hablaría con él.

    No le gustaba guardarle secretos ni mentirle, incluso si no había recibido gritos ni refunfuños por ello.

    Damalis había estado hablando con Euphemia y Rhodes, y el propio Astilo, incluso el mercenario, habían entrado también en la conversación, pero poco a poco se habían ido callando. Quizá todos estaban cansados. Lo cierto es que ahora Damalis dormitaba, acurrucada sobre el himation con el que había salido de casa, y Euphemia daba de mamar a la pequeña Isadora mientras Rhodes, con los ojos cerrados, acariciaba cariñosamente la mano de su hijo, que parecía también dormitar.

    Astilo los miró a todos y sonrió. Se alegraba de haber podido salvar a Damalis. La muchacha debía tener su edad, más o menos, y había aceptado encantada ir a dar un paseo con él una vez no hubo comidas que servir.

    Precisamente mientras paseaban, Astilo había visto unas marcas rojas en sus brazos, marcas de agarre, y tras presionar un poco, con cuidado y suavidad, Damalis había acabado por confesarlo: su padre había muerto en la guerra y ahora estaba bajo el cuidado de su tío, que no luchaba porque había quedado muy herido en una batalla, y que no dudaba en alzar la mano ante el más mínimo error, que podía ser desde un plato roto a una mirada que considerase maleducada.

    Damalis había llorado y Astilo, nervioso como cualquier chico de catorce años estaría ante una chica bonita, la había abrazado en un intento de reconfortarla. Después, le había prometido que la salvaría y juntos habían urdido un plan que sólo funcionaría si el egipcio accedía a ir a Corinto en carro.

    Miró al ciego, preguntándose cuánto había sospechado de él, pero no pudo preguntar nada, no cuando el pequeño Solterios empezó a sollozar por una pesadilla. Su padre lo chistó suavemente, rodeándolo con un brazo para reconfortarlo, pero no parecía hacer efecto.

    Entonces, el egipcio empezó a cantar una nana en su extraño idioma natal. Su voz era aterciopelada, algo más grave de lo que su aspecto podía dar a pensar, y se mecía con suavidad entre notas.

    Astilo conocía esa canción, se la había oído cantar alguna vez. Siempre le había gustado. Había algo en ella, no sabía qué, que parecía irradiar amor. Por eso sonrió inconscientemente y agradeció que todo el carro se quedase en silencio para oírle.

    Vio a Damalis abrir los ojos y, desorientada, girarse hacia el ciego, frotándose un ojo. Sus miradas se encontraron y la muchacha sonrió, haciendo que Astilo sonriese más ampliamente y apartase los ojos, algo sonrojado.

    Quitando eso, la quietud pareció ser la tónica del momento, y cuando el egipcio terminó la nana, el pequeño Solterios volvía a dormir plácidamente.

    —Gracias —susurró una claramente cansada Euphemia. Sus ojeras eran las típicas de una madre con un bebe, y ahora acomodaba a Isadora entre sus ropas y cerraba los ojos para intentar dormitar un poco.

    —A nadie le gustan las pesadillas —fue la respuesta del ciego, quizá algo seca, antes de volver a acomodarse en su rincón.

    Astilo suspiró y se apoyó en su hombro.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Khnum despertó con un pequeño sobresalto. Su primer instinto fue sujetar el bastón, pero entonces recordó dónde estaba. Sí, el carro… Pero Astilo no estaba a su lado. De hecho, no parecía haber nadie a su alrededor y el carro ni siquiera se movía.

    Guardó el aliento unos segundos, escuchando entonces voces fuera. No necesitó mucho más tiempo para comprender que habían hecho una parada para estirar las piernas y, quizá, comer algo. Lo que no entendía era cuándo se había quedado dormido.

    Se puso a cuatro patas y, con cuidado, consiguió arrastrarse hasta el borde del carro. Sintió en ese momento una mano empezar a cerrarse sobre su hombro y reaccionó de forma algo exagerada, echándose hacia atrás y poniendo el bastón por delante de su cuerpo a modo de defensa.

    —¡No me toques! —siseó.

    Escuchó el bufido y la queja del ateniense —Khnum ni sabía que se trataba de él hasta ese momento—, pero nadie volvió a intentar tocarle, así que se sentó en el borde del carro y, con cuidado, bajó, sintiendo hierba húmeda contra las plantas de sus pies.

    —¡Egipcio! —era la voz de Damalis, que se acercaba a él, algo apurada. Quiso tomarle la mano y, de nuevo, Khnum respondió apartándose como si la chica fuese de fuego —Astilo no se encuentra bien…

    —¿Hemos parado por eso? —preguntó mientras empezaba a caminar.

    —No, pero al bajar ha vomitado y… no tiene buena cara. Espera, es aquí, más a la derecha.

    Khnum se dejó guiar por la chica y terminó arrodillándose en el suelo, con el bastón en el suelo contra la pierna. Estiró las manos y tanteó hasta poder tomar la cara de Astilo, y entonces le besó la frente.

    —No tienes fiebre. ¿Cómo estás?

    —Estoy encontrándome mejor —respondió el chico con el aliento agrio de quien ha vomitado y la voz todavía algo débil —. Me he mareado en las últimas curvas.

    —Está bien, no te preocupes. Túmbate un poco —metió la mano en la bolsa y sacó de ahí una pequeña cantimplora metálica —. Queda agua, bebe.

    Sintió los dedos de Astilo acariciar su mano mientras tomaba la cantimplora y después llevó las manos a sus propias rodillas, quedándose quieto y esperando.

    Los caballos estaban relativamente callados, por lo que debían estar siendo alimentados, y el niño, Solterios, parecía estar cogiendo fruta de un árbol con su padre. No sabía qué hacían ni Euphemia, ni el ateniense ni el comerciante; en realidad, ni siquiera sabía bien qué hacía Damalis, que estaba todavía con ellos. Tampoco le importaba mucho.

    Recogió la cantimplora y se tensó al escuchar pasos acercándose. Era el comerciante, aunque no llegó junto a ellos, se quedó a unos metros.

    —¡Nos vamos! —bramó para ser escuchado por todos.

    —¿Estás bien para seguir? —preguntó Khnum en un susurro.

    —El camino luego es más tortuoso —avisó Damalis.

    Khnum asintió. Cogió el bastón y se puso en pie, girándose más o menos hacia donde estaba el comerciante.

    —Mi lazarillo y yo seguiremos andando.

    —¿Ah? —el comerciante soltó una carcajada —¿Por estos caminos?

    —Él no puede seguir ahora y tú estarás deseando llegar a Corinto a que te quiten el palo que te has metido por el culo, así que sí, seguiremos andando por estos caminos.

    Su respuesta no pareció gustar al hombre, quien se acercó a él con pasos fuertes y un aura poco agradable. Khnum simplemente apoyó las dos manos en el bastón y ladeó un poco la cabeza hacia la izquierda.

    —Reza a Hermes para que no os degüellen los bandidos —fue, sin embargo, lo que dijo el comerciante —. Tienes que pagarme por la chica.

    —¿La chica? —ahora Khnum giró la cabeza hacia Damalis.

    —Sí, la chica. Se ha subido en el último momento, pero todavía no he visto ni un triste calcos.

    —Saca su peaje de lo que me tendrías que devolver por haber hecho sólo medio viaje.

    El comerciante entonces le agarró del quitón, consiguiendo que Khnum se tensase y apretase con las uñas el cayado.

    —Esto no funciona así, lisiado de mierda —le gruñó en voz baja —. Lo que has pagado, pagado está. Ahora tienes que apoquinar más. ¿Ha quedado claro?

    —Suéltame ahora mismo o lo que quedará claro será la marca de mi bastón en tu espalda —fue la respuesta hostil del egipcio.

    Eso debió sonar convincente, o quizá simplemente al otro no le interesaba pelear, porque le soltó y se alejó un paso.

    —No perderé más tiempo. Si no pagas, la venderé en cualquier burdel. Y créeme, en Corinto no faltan los sitios donde se acojan a muchachas bonitas como esa.

    Khnum masculló entre dientes algo en egipcio, pero acabó por meterla mano en la bolsa y sacó de allí las monedas que tenía. Intentaba ver por el tamaño cuáles debía darle, pero el comerciante se adelantó y las cogió todas.

    —¡Eh!

    —¿Qué? Es el precio, ¿o acaso no puedes verlo? —Khnum sintió que esa broma venía acompañada de una sonrisa cruel.

    El egipcio, claramente cabreado, dibujó algo en el aire, frente al comerciante, y al terminar puso la mano sobre el dibujo imaginario, con los dedos juntos, empujando ese símbolo inexistente contra el hombre.

    —Sekhmet la invencible se encargará de que pases tus últimos días solo y en la oscuridad, con cuervos devorando tus ojos.

    No sabía qué efecto habrían causado esas palabras en el comerciante, pero no recibió respuesta, así que quería pensar que lo había asustado, al menos un poco. Lo cierto es que sí que había escrito en el aire el nombre de Sekhmet, y en el fondo sí que esperaba que aquella diosa pudiese ejercer su influencia sobre ese hombre, pero tampoco tenía muchas esperanzas en ello.

    Los dioses no solían cumplir las peticiones de los humanos, de todas formas.

    —Niña —habló de nuevo.

    —Soy… Soy Damalis…

    —No te molestes, no voy a aprenderme tu nombre. Sube al carro, yo cuidaré del chico.

    —No voy a hacerlo —Khnum no sabía qué le había sorprendido más, si que la chica rehusase o que fuese la primera vez que su voz sonaba tranquila, y no tímida o nerviosa —. Me quedaré con vosotros. Un lazarillo mareado no puede ser buenos ojos para un ciego.

    Khnum frunció el ceño, pero no le apetecía continuar con las discusiones.

    —¿Te quedas, entonces? —era la voz de Euphemia, que se había acercado a ellos. Sonaba como una madre preocupada. Como Damalis no respondió, al ciego sólo le quedó pensar que había asentido o hecho algún gesto —Cuando lleguéis a Corinto, buscadnos, ¿vale? No olvido que te hemos prometido trabajo —se rio un poco.

    Khnum sintió ahora cómo unas manos femeninas, aunque algo ásperas por el trabajo continuo, tomaban una de sus manos. Se tensó y quiso apartarse, pero no lo hizo y, como recompensa, sintió unas pocas monedas contra su palma.

    —¿Limosna?

    —Un pago por cantarnos en el viaje —fue la respuesta —. Tienes una voz bonita. Me gustaría volver a oírte en Corinto.

    —Gracias.

    Euphemia le dio una palmadita en los dedos y le soltó, empezando a alejarse. Khnum fue escuchando cómo iban entrando en el carro, hubo algunas despedidas a la distancia y después el traqueteo de las ruedas se alejó de ellos.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Astilo estaba considerablemente mejor. No hacía falta tener ojos para saberlo, bastaba con escuchar cómo su voz se había ido animando a medida que pasaba el rato. Definitivamente sólo necesitaba descansar y que le diese algo de aire.

    Khnum suspiró. Le gustaba escuchar a esos dos parlotear, pero había algo en el aire que no le gustaba nada. Era como si el aire fuese más denso, por estúpido que pudiese sonar.

    —Niño —llamó, deteniendo la conversación al momento —, ¿ves algo raro?

    —¿Eh? Pues no, ¿por…?

    La pregunta quedó incompleta cuando los matorrales se movieron y la tierra fue pisada por nuevas sandalias.

    Lo siguiente pasó muy rápido. Escuchó a Damalis y a Astilo gritar, a dos hombres compartiendo indicaciones, pero no podía prestarles atención, no cuando él mismo estaba luchando contra dos manos que intentaban inmovilizarle.

    Durante la pelea acabó recibiendo un puñetazo en el estómago, y cuando se quiso dar cuenta estaba tumbado en el suelo bocarriba con un hombre sobre él, sujetándole las muñecas sobre la cabeza y manteniéndose las piernas quietas con sus propios pies.

    Astilo y Damalis ya no gritaban, tampoco se oía más forcejeo, sólo el jadeo de los atacantes.

    —Son muy monos —dijo uno de ellos con un acento bastante cerrado, del este de la Hélade —. Pagarán bien por ellos.

    Y mientras tanto, el tercero le quitó la venda de la cara a Khnum y se rio.

    —¡Pues el ciego tampoco está mal! Es… Muy guapo, de hecho —dijo mientras le sujetaba con una mano la mandíbula para hacerle girar el rostro —. ¿Qué te parece si te convierto en mi puta privada?

    Como respuesta, Khnum gruñó y se revolvió hasta conseguir por una parte morderle la mano con todas sus fuerzas y, por otra, soltarse del agarre para arañarle lo que pudo—la cara, estaba seguro cuando sus dedos rozaron lo que parecía una nariz—, enterrando las uñas todo lo profundo que el movimiento le permitió.

    El atacante gritó e intentó soltar un mano, pero lo único que consiguió fue que Khnum apretase incluso más hasta que sonó un horrible chasquido. La cabeza de Khnum, por el efecto rebote, dio contra el suelo mientras el hombre salía de encima suyo, gritando. El egipcio escupió lo que se le había quedado en la boca, una falange con uña y todo, y se giró para ponerse en pie, pero otro de los hombres le pisó la espalda, cortando todo movimiento y, de peso, dejándole sin respiración.

    Con una patada lo giró otra vez, y acto seguido Khnum tuvo que contener un grito al sentir un horrible dolor en un hombro, provocado por una daga enterrándose en su piel. Se llevó una mano ahí, boqueando de forma profunda y girando sobre ese lado para intentar frenar la hemorragia.

    —Es realmente una pena. Podríamos haber sacado unas cuantas dracmas por esa cara, pero esa actitud de mierda no valía nada. ¿Estás bien, hermano? Por Zeus, te ha destrozado la cara…

    Khnum quiso ponerse en pie e ir a por ellos, matarlos a golpes, pero no podía moverse y, de hecho, ni siquiera pudo mantenerse consciente.

    Cuando volvió a despertarse hacía frío y no sentía los rayos de sol. Además, sonaba el ulular de un búho, por lo que debía ser ya de noche. El dolor seguía siendo intenso, pero peor aún fue encontrarse totalmente solo en la más absoluta oscuridad.

    Se echó a llorar, desconsolado, pero tras unos minutos así sacudió la cabeza y se obligó a recomponerse. Llorando no conseguiría nada, tenía que actuar.

    Buscó por el suelo de su alrededor hasta que fue encontrando cosas. Primero tocó un trozo de carne cubierto de hormigas que le dio bastante asco, así que lo arrojó todo lo lejos que pudo. Aún tenía el sabor de la sangre en la boca. Después consiguió dar con el cayado y lo movió para dejarlo a su lado, contra su pierna. Finalmente, y casi de milagro, dio con la venda que solía cubrir su rostro. De alguna forma que había enredado en una piedra.

    Pudo ponérsela otra vez en la cara, en parte quería cubrirse por vergüenza, y después se puso en pie con cuidado. Se imaginaba que debía tener moratones, y estaría lleno de tierra y sangre, pero no podía pararse a limpiarse. No si quería encontrarlos a tiempo.

    En el último momento se le ocurrió llevarse la mano al hombro. No al herido, sino al otro. Sintió un ligero alivio al ver que durante la refriega los atacantes no se habían percatado de su fíbula. Tampoco le habían cogido la bolsa, al parecer. Al darse cuenta de esto, metió la mano y hurgó hasta encontrar otra tela bien doblada.

    La usó para, de una manera algo torpe, cubrirse el hombro herido, al menos lo suficiente para inmovilizarlo un poco, o al menos para que no sangrase tanto.

    Hecho esto, empezó a caminar, rezando para que fuese la dirección que estaban siguiendo, y no de la que venían.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Corinto le recibió sucio, sudado y agotado. Caminaba cada vez con más dificultad, cojeando —estaba seguro de que si los pies le dolían de esa forma era porque se le habían abierto nuevas ampollas—, y además de manera muy lenta, porque no tenía a un lazarillo que le avisase de si había piedras u otros objetos peligrosos por el camino.

    Eso sí, Khnum tuvo que agradecer a todos los dioses la ley de la hospitalidad griega. En la Hélade no se rechazaba a los viajeros que pedían cobijo o comida, de hecho, se creía que hacerlo era una afrenta contra los dioses. Aunque, en este caso, Khnum ni siquiera tuvo que llamar a una puerta.

    Una muchacha se acercó corriendo a él apenas entró en una calle algo transitada, saludándole con voz suave al ver cómo el hombre se tensaba ante su cercanía.

    —Estás… Pareces muy herido. Tienes sangre por todas partes. Por favor, ven conmigo. Te prepararé un baño y te daré comida.

    Por supuesto, a Khnum no le gustaba la idea de confiar en una absoluta desconocida, sobre todo sin tener la opinión de Astilo a su lado, pero realmente le dolía cada centímetro de su ser y estaba agotado y hambriento, por lo que asintió y aceptó, a regañadientes, que la chica apoyase una mano en su brazo para guiarle.

    —Me llamo Axelia —se presentó mientras caminaban —. ¿Cómo puedo llamarte?

    —Egipcio está bien. No podrías pronunciar mi nombre.

    —Oh… Bueno, egipcio —carraspeó —, mi marido está atendiendo a otro invitado que llegó anoche, pero no te molestaremos mientras descansas.

    —No puedo descansar —dijo de pronto el ciego —. Tengo que encontrar a quienes me atacaron. Se llevaron a… —dudó cómo denominar a esos chiquillos —mis compañeros de viaje.

    —¡Eso es horrible! —la voz de Axelia parecía genuinamente consternada —Estos tiempos de guerra son terribles. Nadie está a salvo y los esclavistas campan a sus anchas… Por eso mi marido y yo decidimos hacer lo contrario y ayudar a todo aquel que lo necesitase. Si la gente buena actúa, el mal deberá retroceder, ¿no?

    Khnum no quiso decirle que nunca nadie podría hacer suficiente bien como para remediar todo el mal, pero prefirió simplemente callar y seguir caminando.

    Una vez estuvieron bajo techo, en la casa del joven matrimonio, siguió las indicaciones de la mujer, quitándose la ropa y entrando en una especie de bañera de madera. Se resistió a desnudar también su rostro, pero acabó por hacerlo —Axelia insistió, dijo que le lavaría la ropa— y suspiró con auténtico alivio cuando la mujer empezó a verterle agua tibia por la espalda.

    —Tienes muchas cicatrices —aventuró la mujer. Khnum no pudo evitar llevarse una mano a un hombro, aunque su cabeza bajó hacia sus muslos, donde también había latigazos blancos —. ¿Eres un… liberado?

    —Nunca he sido esclavo —fue la respuesta de Khnum.

    —¡Axelia! —dijo otro hombre con voz alegre, acercándose a donde ellos estaban —¡Qué bien que has vuel-¡ Uy, ¿y este?

    —Demetrio —la voz de la mujer irradió amor en esa sola palabra. Khnum sólo pudo pensar que eran un matrimonio joven —. Este pobre hombre vagaba cerca de la entrada. Tiene una herida muy fea en el hombro, ¿puedes mirársela?

    —¡Ahora mismo! ¿Cómo te llamas, forastero?

    —Egipcio.

    —Es un nombre un poco raro.

    —Es un apodo para facilitaros la vida a vosotros.

    La risa de Demetrio le pilló por sorpresa.

    —Perdón, perdón —empezó a disculparse el hombre —. ¿Te han atacado por el camino? —Khnum asintió y Demetrio suspiró, esta vez con pesadez —Lo lamento enormemente.

    —Me ha dicho que han secuestrado a sus compañeros.

    —¡Eso es horrible! ¡Ah! —chasqueó los dedos en el aire —Pero nuestro otro invitado, Megacles, es un mercenario. Quizá pueda ayudarte a encontrarlos.

    —Bueno, pero por ahora vamos a curarte y a darte algo de comer, ¡debes estar hambriento! —añadió Axelia, empezando a alejarse de la bañera —Voy a por vino caliente y algo de pan y queso.

    —Yo voy a por aguja e hilo, porque esta herida del hombro es demasiado profunda. Tengo que dejarte solo un momento, ¿estarás bien?

    Khnum, de nuevo, simplemente asintió, pero cuando dejó de escuchar ruido a su alrededor, sólo pudo abrazarse a sí mismo y apretar los labios para contener un sollozo.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    La verdad es que se sentía mejor. Las heridas seguían doliendo una barbaridad, pero al menos ahora estaban limpias y mejor vendadas. Su ropa ya no estaba cubierta de tierra y sangre —intuía, aunque no se atrevía a preguntar, que en realidad le habían dado un quitón nuevo, porque bien sabía Khnum lo difícil que era sacar la sangre de una tela sin teñir— y su rostro volvía a cubrirse con una tela.

    En esos momentos estaba comiendo algo mientras esperaba a que el tal Megacles regresase de a saber dónde. Lo habían sentado en un banco y le habían puesto delante algo de comida. Podía escuchar a Axelia canturrear mientras hacía alguna tarea cerca de él, aunque de pronto el canto se interrumpió por una exclamación de sorpresa.

    Khnum se tensó y se puso en pie, cayado en mano, pero ella rio un poco.

    —Estoy bien —contestó, acercándose a él y sentándose a su lado —. El bebé me ha dado una patada. ¿Quieres sentirlo?

    El egipcio no entendía de qué hablaba la mujer, pero dejó que le tomase la mano y se la guiase hasta una superficie caliente y redondeada. No se había dado cuenta hasta ese momento de que Axelia estaba embarazada, y de al menos siete meses, por el tamaño de su vientre.

    —¿Es el primero? —preguntó, sobresaltándose otra vez al notar cómo algo se movía bajo la piel. Se le escapó una sonrisa cuando notó una patada contra los dedos.

    —Sí… Y viene fuerte —se rio Axelia —. Aunque me da bastante miedo… Muchas mujeres no sobreviven al parto.

    —La gran mayoría lo hacen —comentó Khnum, atreviéndose a acariciarle un poco el vientre —. Y serás una madre estupenda. Estás llena de amor, tu hijo lo debe notar incluso ahora.

    Axelia no respondió, pero Khnum se la imaginaba sonriendo, sobre todo cuando le puso una mano sobre la de él.

    Entonces, la puerta se abrió y el ciego giró la cabeza en esa dirección. El sonido de una espada moviéndose, esos pasos firmes como los de un militar…

    —Bienvenido de nuevo, Megacles —dijo Axelia —. Egipcio, te presento a nuestro primer invitado. Es el hombre del que te habló antes Demetrio.

    Khnum frunció el ceño y enderezó la espalda, dando un sorbo al vino aguado.

    —Megacles, ¿cómo el famoso tragaespadas que traicionó a su polis por un espartano? —el gruñido le confirmó sus sospechas: era el mismo ateniense que había conocido en Orneas —Diría que nos conocemos de vista, pero sería una afirmación bastante unilateral.

    —Oh, ¿ya se habían cruzado vuestros caminos? ¡Pero eso debe ser el destino! ¡Entonces podrá ayudarte!

    Khnum apretó un poco los labios. La idea no le gustaba nada. Ya ese hombre le caía mal de antes, pero saber que encima era el protagonista de canciones que no lo dejaban en muy buena posición…

    Pero, claro, ¿qué otra opción tenía? Acabó por suspirarle a sus dioses por consejo y paciencia, pero debían estar ocupados con sus cosas, o quizá su reino se limitaba exclusivamente a Egipto y Khnum estaba demasiado lejos de ellos para ser escuchado.

    Terminó por gruñir y, de mala gana, meter la mano en su bolsa, sacando las dos monedas que Euphemia le había pagado cuando se habían despedido. Las puso sobre la mesa y las empujó hacia adelante, donde creía que estaba ese Megacles.

    —Astilo y Damalis —siempre decía que no se aprendería sus nombres, pero por supuesto que lo había hecho —fueron secuestrados ayer. Eran tres hombres, al menos dos eran hermanos. A uno le falta parte de un dedo y tiene la cara arañada.

    —¿Cómo… sabes eso? —preguntó Axelia en voz baja, entre preocupada e inquieta.

    —Fui yo quien le mordió y arañó.

    —Eso explica… la sangre en tu cara… —murmuró ella, pero contrario a lo que Khnum esperaba no se alejó de su lado. Sí que sintió movimiento, así que suponía que se había llevado las manos al vientre.

    —Encuéntralos —fue una orden clara, pero la recalcó con un golpe contra la mesa con la mano —. Encuéntralos —repitió, esta vez con la voz menos firme —. Por favor —añadió mientras agachaba la cabeza y apretaba los puños.


    SPOILER (click to view)
    Pues como ya hay confianza, te digo que no tengo imágenes de los personajes XD Lo más parecido que te puedo ofrecer por ahora es una imagen de Dafnis y Cloe para aproximarnos a Astilo y Damalis. Pues no sé, por poner algo xdd

    Lo que sí que tengo es información. Empezamos con una imagen de ropita; Khnum lleva el quitón atado sólo sobre un hombro con su fíbula. Y va descalzo por pobre, efectivamente xdd Astilo la llevará con dos botones, uno en cada hombro, seguramente.

    La página de wikipedia sobre la ropa griega está bastante bien, completita y bien documentada, así que te la dejo aquí por si la quieres cotillear.

    Igual te sorprende lo del albergue al aire libre. En realidad fue una práctica común incluso en la Europa medieval: los peregrinos podían quedarse en una zona concreta de la iglesia por la noche para dormir antes de retomar su camino. En la Grecia antigua, había estructuras preparadas para albergar gente pues eso, cuando llovía o por la noche. Como no quedan muchos restos xdd me he inventado un poco eso de que hay algunos ambientes separados con cortinas, pero eh, tampoco es tan descabellado, que lo de las cortinas sí que se usaba. En fin, un poquito sobre la hostelería griega en este enlace.

    ¡La comida! La comida en la antigua Grecia era tan importante como ahora. Aquí explican un poco su importancia, PERO esta es la buena mierda. Ahí te hablan del opson y del pan. El opson, antes que nada, es simplemente la comida que acompaña al pan, que era la base de la dieta. Igualmente, es probable que me lo preguntes mientras lees, antes de llegar aquí, o que lo hayas visto en el AC, así que bueno, yo lo digo por si acaso xdd

    Economía, vamos a ver. Como ya sabes, la dracma era la moneda base, pero había también óbolos y calcos, de menor valor, así como tetradracmas, minas y talentos, de muchísimo más valor. Como es imposible, sobre todo con mis conocimientos, aproximar el valor de las cosas y tal, yo dejo a Khnum el Pobre con óbolos y calcos y, de vez en cuando, alguna dracma xdd No sé cómo de correcto será eso, pero bueno, ahí estamos.

    Por último, dos extras. El mapa que te prometí y esta imagen de la señora poniéndose el quitón. Porque me hace gracia.

    Cualquier cosa, ya sabes dónde encontrarme xdd
  5. .
    Nuluha, con los brazos cruzados bajo el pecho y la espalda apoyada en un árbol, miraba al grupo, reunido alrededor de una hoguera. El ambiente era silencioso y algo tenso, nada que ver con la algarabía normal que traían consigo las charlas de Lulú y Jullen o las intervenciones de Atro.

    Incluso Kitá parecía haberlo notado, sobre se había sentado —de una forma muy graciosa, sobre los cuartos traseros—, y mascaba con la cabeza algo gacha, medio apoyada en la espalda de Lulú.

    Fue precisamente éste último quien se giró a mirarla, y Nuluha se encontró maldiciendo. Sus ojos eran terriblemente expresivos, e incluso a unos metros de distancia sabía por dónde iba a ir la conversación. Aun así, esperó quieta y en silencio mientras el chico se acercaba, con un aire alicaído que le estrujó el corazón.

    —Debemos ir a por ellas —fue lo primero que dijo tras tomar aire hondamente. Estaba claro que los dos intuían la posición del otro y ni siquiera el muchacho había querido andarse con rodeos —. Están… todas encerradas en carros de esclavos y…

    —No sigas —le interrumpió Nuluha con la voz algo ronca. Carraspeó y se obligó a enderezar la espalda —. No vamos a ir a por ellas.

    Los ojos de Lulú, normalmente tan azules y tan vivos, mostraron cierta sorpresa, pero sobre todo dolor. Nu apretó un poco los labios.

    —No podemos abandonarlas… —estaba claro que, por mucho que intuyese que esa iba a ser la respuesta de Nuluha, Lulú no acababa de creérsela —Son nuestra familia. Somos una familia. No sabemos qué van a hacer con ellas o a dónde las llevan.

    —¿Y no has pensado que pueden ser un cebo? —Nuluha intentó usar una voz suave, pero la tensión de los últimos días le estaba haciendo mella y sonó más dura de lo que esperaba —A lo mejor eso es justamente lo que quiere Cárrigan: atraerte para que las liberes y atraparte.

    —¡Pero! Aunque fuese una trampa, ¿cómo vamos a dejarlas? ¡Todas ellas nos quieren y confían en nosotras! —lo había dicho en femenino por costumbre; en el santuario él era el único chico, por lo que había aceptado con mucha naturalidad que lo englobasen con las mujeres —Se han pasado la vida huyendo y ahora que tenían una familia en la que apoyarse, ¿vamos a abandonarlas?

    —No vuelvas a hacer eso —siseó ella, con todo el cuerpo en tensión y la voz algo más grave de lo normal —. Tú siempre has vivido en el santuario, no te atrevas a sacarme su pasado en cara. Tu madre me dijo claramente que debíamos seguir, pasase lo que pasase, ¿lo entiendes? Incluso si las atrapaban, incluso si las mataban, tú y yo debíamos seguir. Eso es lo que ella quería y estoy segura de que eso es lo que sigue queriendo. ¿Crees que a mí me hace gracia la idea? ¿Crees que no daría lo que fuera por estar con ellas ahora mismo, en vez de haciendo de niñera de un grupo de desarropados? ¡Huyendo sin siquiera saber por qué! ¡Sin saber qué nos espera o sin tener claro a dónde cojones nos dirigimos! ¡Pero lo hago, puñetas, porque tu madre me lo pidió! —golpeó el tronco del árbol con el puño cerrado, haciendo que Lulú retrocediese un paso —¡Nada me habría gustado más que morir defendiendo el santuario! ¡Pero aquí estoy, peleando por cada mínima decisión que tomamos!

    —¡No tendríamos que pelear si confiases en mí! —se atrevió a contratacar Lulú, y aunque lo había exclamado, habría sido con un tono bastante más suave que el de Nuluha —¡Dijiste que lo harías, que confiarías en mis decisiones! ¡Pero no lo haces, Nu!

    —¡Por el amor de todo lo sagrado! —se apretó el puente de la nariz en un intento de calmarse. No funcionó —¡A tu madre no le discutirías nada! ¡Ella jamás habría permitido esto! —y señaló al grupo, claramente atento a la discusión; Jullen incluso estaba en pie, dispuesto a intervenir —Con ella no habría ningún problema. ¿Por qué conmigo es distinto? ¿Es que no tengo autoridad alguna?

    —No es… no eso… —intentó Lulú, algo apabullado por la explosión de sentimientos de la mujer. Todos negativos, todos fuertes, muy confusos y, hasta cierto punto, aterradores.

    —¿Entonces qué es, Lulú? ¡Dímelo! —avanzó un par de pasos, casi cerniéndose sobre él de una forma algo agresiva —Porque debes saber algo: ¡yo jamás pedí cargar contigo!

    Se dio cuenta al momento de haberlo dicho, pero si no, la mirada de Lulú se lo habría dicho todo. Sus ojos eran terriblemente expresivos. Siempre lo habían sido, desde la primera vez que lo había visto. Y ahora ya no reflejaban duda e inquietud, sino miedo, dolor y auténtica inseguridad.

    Empezó a balbucear una disculpa al verle bajar la mirada, acercó una mano para acariciarle una mejilla, pero él la rechazó echándose de nuevo hacia atrás. Parpadeó, negó con la cabeza y la miró con una sonrisa que no conseguía ocultar las lágrimas que se agolpaban en sus ojos.

    —Lo siento mucho, Nu. De verdad.

    Y dicho esto, empezó a caminar a paso bastante apurado no hacia la hoguera, sino hacia el interior del bosque. Nuluha hizo el amago de ir hacia él, pero Jullen, que lo estaba empezando a seguir, le cortó el paso.

    —No. Ya me encargo yo —dijo antes de echarse a correr tras Lulú.

    La mujer, por su parte, bajó los ojos y miró al grupo. Atro soltó un silbido que expresaba perfectamente el ambiente, Farai sacudió la cabeza e Ife simplemente frunció el ceño. Joder, hasta Kitá pareció mirarla con desaprobación.

    —Idos a la mierda —gruñó, empezando a recoger sus cosas.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    No sabía muy bien qué decir, así que no decía nada. Se había sentado a su lado sobre unas rocas cubiertas de musgo, y le había ofrecido su hombro para desahogarse. Ahora simplemente le frotaba un poco la espalda con una mano mientras con la otra le rodeaba por delante en un abrazo algo torcido. Besó su cabeza y se separó un poco para darle espacio.

    Lulú se empezó a secar las lágrimas con las mangas, pero Jullen rápidamente se sacó un pañuelo de un bolsillo interior y se lo ofreció, asintiendo ante el agradecimiento susurrado. Siguió acariciándole la espalda mientras le miraba recomponerse, y entonces sus miradas se encontraron y Lulú soltó una suave risa avergonzada.

    —Perdón, no ha sido un espectáculo agradable.

    —No digas tonterías —murmuró Jullen, sonriéndole un poco —. Esto tenía que pasar antes o después. Nuluha está… sometida a mucha presión. Lo que lamento es que haya explotado contigo.

    —Supongo que yo tampoco se lo pongo fácil —musitó Lulú, abrazándose a sus rodillas.

    Jullen suspiró y volvió a abrazarle.

    —¿Estás mejor? —al verle asentir, respiró hondo —¿Quieres que nos quedemos aquí un poco más?

    —No… Es mejor que volvamos.

    El artista sólo pudo acceder. Se levantó y le ayudó a ponerse en pie también, y cuando Lulú le tomó la mano, le miró unos segundos con sorpresa antes de acariciarle el dorso con el pulgar. Le sonrió y le besó la frente, y así, de la mano, se dirigieron de nuevo hacia el campamento.

    Sin embargo, cuando estaban a sólo unos arbustos, Lulú se quedó paralizado en el sitio y miró a Jullen, una mirada que le hizo saltar todas las alarmas. Por si acaso, se agacharon y se acercaron en silencio, pudiendo ver a través de la maleza todo un espectáculo para nada esperanzador.

    Dos hombres, todos enmascarados y uniformados, cargaban en la parte trasera de un carro a los dos mutuwas mediante magia. Parecían dormidos y tenían las manos y los pies atados. Un tercero estaba sentado con las riendas en las manos y las dos guadañas aseguradas tras él, y un cuarto hombre, el cabecilla, tomaba en brazos a Nuluha, también atada y amordazada, para meterla de forma manual. Desde donde estaban no podían ver a Atro, pero Jullen y Lulú se miraron y compartieron la idea de que ya estaba en el carro.

    Se quedaron agazapados, quietos, incluso conteniendo el aliento cuando el cabecilla se giró hacia ellos, pero al cabo de unos minutos quedaron a solas. Esperaron a que el carro no se oyese y entonces salieron de su escondite, comprobando que los secuestradores habían dejado todos sus objetos personales tirados alrededor de la hoguera.

    Ni siquiera parecía haber habido una pelea, simplemente los habían dormido para llevárselos.

    —¿Qué clase de…? —empezó Jullen, pero se vio interrumpido por Lulú.

    —¿Kitá? ¡Kitá!

    Dándose cuenta de que faltaba la vaca, Jullen también miró por los alrededores, viendo por fin aparecer al ternero, todo lleno de hojas, tierra y flores. La vaca corrió hacia Lulú, empujándolo al suelo, y le lamoteó la cara.

    —Lo has hecho muy bien, has sido muy valiente —le decía Lulú entre caricias, abrazándola desde el suelo.

    Cuando el cachorro se hubo tranquilizado un poco, Lulú miró a Jullen, devastado y sin saber qué hacer. Sólo con esa mirada, el Bise sabía que le pedía guía y consuelo, pero no sabía qué podía hacer. Aunque…

    —Creo que… creo que he reconocido el escudo del carro —dijo entonces.

    Una parte de él esperaba no estar en lo cierto.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Dejar las cosas en una posada había sido una sabia decisión. Con Nuluha, e incluso Atro, los pesos se repartían mejor, pero siendo sólo dos, y encima los más débiles del grupo, para qué mentirlo, Lulú y Jullen habían tenido ciertos problemas para cargar con el equipaje hasta el poblado más cercano.

    Jullen suspiró al recordar cómo Lulú se había despedido de Kitá, llenándola de besos y de mimos y dándole indicaciones a la paciente posadera sobre qué comidas le gustaban más. Estaba seguro de que, de no haber sido por la carita de Lulú el escudo de la familia Bise, los habrían mandado a la mierda, pero contra todo pronóstico habían logrado asegurar el equipaje y a la vaca bajo los cuidados directos de la buena mujer.

    Se giró al notar que Lulú ya no estaba a su lado y lo vio apoyando una mano en un árbol, mirando hacia arriba. Se acercó y le acarició una mejilla, recibiendo un gesto que se le hizo muy parecido al de un niño cansado tras todo el día jugando.

    —Queda poco. ¿Seguimos un poco más?

    —Sí… Sí, vamos.

    Jullen le ofreció su brazo y retomó el camino con Lulú abrazado. Era normal que estuviese agotado; no sólo la pelea con Nuluha había sido emocionalmente devastadora, también la tensión del secuestro… por no hablar de la larga caminata que estaban haciendo. De hecho, apenas habían parado para reponer el agua de las cantimploras desde que habían salido de la posada. Era incluso sorprendente que ambos hubiesen aguantado el ritmo tanto tiempo.

    Por suerte, Jullen no había mentido, y al cabo de algo menos de una hora aparecía ante ellos una villa con un cuidado jardín rodeado por una muralla de piedra.

    Lulú abrió la boca, apretándose contra el brazo de Jullen, y señaló los edificios, de nuevo asemejándose mucho a un niño pequeño.

    —¿Es eso? ¿Es ahí a donde vamos? —preguntó en un susurro, como si le diese miedo decirlo muy alto.

    —Es ahí, sí —suspiró Jullen.

    El último tramo se hizo más liviano, quizá porque las temperaturas habían bajado considerablemente con la caída de la noche, quizá porque la esperanza de poder descansar pronto había aliviado sus piernas. Como fuese, antes de lo previsto estaban frente a la muralla y Jullen sacaba sus sellos para que les permitiesen la entrada.

    Una vez dentro, todo pasó muy rápido, al menos para la mente agotada de Lulú. Una mujer los llevó a unas habitaciones, se dio un baño y después se metió en la cama más suave y de mejor olor en la que había estado en semanas. No había tardado ni diez segundos en caer profundamente dormido.

    Quizá eso fue lo que provocó que por la mañana se sintiese desorientado y perdido. Miraba a su alrededor, pero no reconocía esa habitación como una en la que hubiese estado jamás. Las paredes eran blancas y tenían bonitas molduras florales, los muebles eran de caoba pulida con algunos detalles pintados en colores suaves y agradables y había un jarrón con flores.

    Se levantó de la cama —era la cama más grande que había visto nunca, ¡ahí cabían dos personas o más!— y se dirigió a la ventana. Corrió con cuidado las cortinas y se encontró con unos jardines verdes y llenos de flores. Había árboles y arbustos, bancos, fuentes, alguna escultura… ¡Y eso era sólo lo que alcanzaba a ver desde ahí!

    La emoción le duró poco, el tiempo que tardó en recordar por qué estaba donde estaba. Con un profundo suspiro, miró a su alrededor y vio sobre la cómoda algo de ropa limpia. Cierto, había dejado la suya en una cesta para que se la lavasen. Estaba llena de tierra, sudor y polvo, después de todo.

    Al tomar la ropa, vio que se trataba de una túnica —o quizá fuese un vestido, ahora que veía la forma del cuello— de manga corta, una tela fina y fresca de color crudo. Seguramente, el ama de llaves había pensado que era una chica y por eso le había dejado esa prenda. A Lulú no le molestaba en lo absoluto la confusión, así que no tuvo problemas en ponérselo.

    Se miró en un espejo y se giró ver cómo le quedaba por detrás. Lo cierto es que le gustaba. Se parecía a alguna ropa que había llevado en el santuario y eso le hizo sentirse un poco más como en casa.

    Eso le llevó a pensar en su madre, y de ahí al resto de mujeres del santuario. Su familia. Una familia a la que había dejado atrás para huir con Nuluha, a la que ahora también había perdido.

    Cerró los ojos y respiró hondo, sacudiendo un poco la cabeza. Regodearse en ello no iba a servir de nada. No debía lamentarse, sino actuar. Jullen no le había llegado a explicar por qué habían ido ahí, pero si había tomado ese rumbo era porque eso les llevaría a reunirse con los demás.

    Con esa convicción, se cepilló un poco el pelo con un peine que le habían dejado sobre la cómoda y se ajustó los lazos del vestido a la cintura, haciendo un lazo con manos acostumbradas a ese tipo de cosas. Después se calzó, unas sandalias que le habían dejado al lado de la puerta y que le iban un poco grandes, y salió de la habitación.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Magrisse Tohut había nacido en una familia acomodada, pero no había caído en la dulce tentación de los placeres más hedonistas, como la rama Bise con la que estaba emparentada por parte de madre, sino que se había dedicado a construirse a sí misma como una mujer fuerte, capaz de proteger su territorio y a las gentes bajo su dominio con la fuerza de su espada y de su ejército.

    Teniendo en cuenta que la guerra de Cárrigan podía llegar a sus puertas en cualquier momento, era algo que tener en cuenta.

    Con todo, era cierto que le gustaba divertirse. Le encantaba exhibir sus habilidades en concursos y torneos, y eran famosas las fiestas que realizaba junto a su vecino cada mes: un mes en su casa, al mes siguiente en la de él. También había colaborado a patrocinar ciertas artes, pero no se parecían a las de Fadmella; tenían el toque austero y naturalista que tanto gustaba a la casta militar a la que orgullosamente pertenecía.

    Consideraba que no había problema en los entretenimientos de ese tipo siempre y cuando no desviasen toda su atención. Siempre estaba atenta a los movimientos del ejército de Cárrigan, no se perdía un entrenamiento y si se convocaba un Cónclave entre los altos dirigentes militares de la Unión, acudía sin demora. Y allí, pese a ser la única mujer, conseguía hacerse escuchar, ya fuese con argumentos razonables o retando a duelos personales a sus detractores.

    Tenía un carácter fuerte y autoritario, totalmente opuesto al de su primo Jullen, que era un Bise en toda regla, con sus dotes artísticas y sus aspiraciones de una vida tranquila en una burbuja relajada ajena totalmente al dolor del pueblo. Al menos así lo veía ella.

    Igualmente, no podía negar que lo quería con locura. De niños habían vivido juntos, y siendo ella algo mayor y él tan… Jullen, pues se había dedicado a cuidarlo más como una hermana que como una prima. Su relación siempre había sido buena, incluso cuando se habían ido distanciando con la edad. Y el hecho de que Jullen hubiese decidido irse de la casa de su padre para buscar su propio camino sólo la había llenado de orgullo.

    Y aunque le quería enormemente y se carteaban a menudo, su visita la había pillado totalmente por sorpresa. Por supuesto, Jullen siempre sería bien recibido en su casa, pero eso no quitaba que una pequeña alarma sonase en su cabeza.

    Había recibido la noticia de la extraña muerte de Lon —a ella le sorprendía que hubiese tardado tanto en palmarla, viendo la vida que llevaba—, el propio Jullen se lo había contado, confesándole que no deseaba heredar la ciudad y que prefería ir a Haflán. Pero su casa no estaba en el camino de Fadmella a Haflán.

    Le miró tomar asiento en la mesa del desayuno. El saludo no tenía mucha fuerza, así que le preocupaba algo. Le vio servirse un poco de té y coger algo de fruta.

    —Sabes que me encanta tenerte por aquí, pero… ¿A qué se debe el placer?

    —Hmn, bueno…

    No llegó a decir nada más, y es que entonces la puerta se abrió y los ojos de ambos se dirigieron al intruso.

    Pudo ver cómo Jullen se sonrojaba y abría un poco la boca, claramente sorprendido, pero no se fijó mucho más en él, prefiriendo mirar a la jovencita de pelo negro y ojos de un profundo azul que acababa de irrumpir en el comedor. Se puso en pie, sin poder contener una sonrisa, y se acercó para tomar una de sus manitas.

    —¡Jullen! No me habías dicho que tenías una novia tan bonita —tanteó, besando los dedos de la invitada, quien sólo soltó una pequeña risa.

    —¿Eh? ¡No, no es mi…! No es mi novia —Jullen suspiró con cierta resignación mientras se levantaba también y se acercaba a la parejita —. Lulú, esta es mi prima Magrisse.

    —Es un auténtico placer conocerte por fin —dijo la chiquilla con una voz dulce y una sonrisa amable que hizo que Magrisse sintiese la ternura llenarla —. Jullen me ha hablado mucho de ti.

    —Cosas buenas, espero —sonrió Magrisse todavía más cuando su invitada volvió a reír —. Lulú… Es un nombre tan adorable como tu carita —el carraspeo de Jullen evitó que los dedos de Magrisse acariciasen la mejilla de Lulú —. Así que ¿no eres su pareja?

    —No, somos amigos —dijo Lulú, echándose un mechón tras la oreja.

    —Es mi ayudante y… modelo —mintió entonces Jullen, quien había mirado a Lulú de arriba abajo un par de veces —. ¿De dónde has sacado ese vestido?

    —Estaba en mi habitación cuando me he despertado. ¿No me queda bien? —sonrió Lulú, alzando un poco la falda con una mano.

    —No, en realidad… Estás… radiante —reconoció Jullen —. ¿No te importa llevarlo?

    —¿Por qué iba a importarme? Es bonito, es cómodo… Muchas gracias, Magrisse —añadió, mirando a la mujer, quien sólo pudo sonreír y negar con la cabeza.

    —No me las des a mí. Si hubiese sabido que iba a tener a tan radiante flor bajo mi techo, te habría hecho llegar algo mejor que este sencillo vestido.

    —¡Magrisse! —suspiró Jullen, a lo que su prima soltó una risa y le tendió una mano a Lulú.

    —Ven, debes tener hambre. Hay té con flores del jardín, pastel, fruta fresca, pan… Come lo que quieras, y si te apetece otra cosa, no dudes en pedirlo.

    —¡Muchas gracias!

    Magrisse en persona apartó una silla para que Lulú se sentase y se la acercó a la mesa. Después, retomó su asiento y cogió una naranja, viendo los ojos azules de la invitada ir de un lado a otro de la mesa, aparentemente fascinada por todas las opciones a su disposición.

    Miró a su primo y le pilló observando también a Lulú. Parecía que el vestido le había descolocado, pero no sabía si era porque sólo la había visto con ropas de trabajo o por algo más. Aun así, le pareció encantadora la forma en la que le sirvió el té y le acercó un trozo de pastel.

    Ella misma cogió una naranja y empezó a pelarla con una daga, esperando a que sus invitados se llenasen un poco la tripa antes de hablar.

    —Bueno, ¿puedo saber ya qué os ha traído por aquí?

    Jullen se puso entonces serio y empezó a hablar. Le habló de Mutuwas, nigromantes, guerreras y vacas, de un viaje, de un secuestro repentino y de un escudo familiar que, definitivamente, Magrisse conocía muy bien.

    Pero no creía que él estuviese envuelto en algo así. Se conocían bien desde hacía años, tenían una relación profunda, y aunque había cosas que todavía no había descubierto… Secuestrar Mutuwas no entraba en su descripción.

    Con el ceño fruncido, se inclinó sobre la mesa, mirando la carita entristecida de Lulú —incluso había dejado el trozo de pastel a medias, pese a lo mucho que había parecido gustarle— y después la de Jullen, también llena de pesadumbre.

    —Creo que sé cómo ayudaros.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Thio Ruogal era el último de un largo linaje de brujos. No eran, quizá, los más poderosos del mundo, pero tampoco eran una fuerza que desdeñar, sobre todo por su intenso conocimiento de artes olvidadas que eran transmitidas de generación en generación, con un código bastante cerrado que no era conocido fuera de la familia.

    Quitando el detalle de su familia, si por algo destacaba Thio era por su carácter aparentemente alegre y despreocupado. Quienes le conociesen bien sabrían que, en realidad, se mantenía alerta de posibles amenazas, pero con un vistazo en superficie daba la impresión de ser un hombre juerguista, amante de ciertos juegos y competiciones.

    Las más destacadas las tenía con su vecina, Magrisse. Cada mes, coincidiendo con la luna nueva, celebraban una fiesta donde, además de bailes y banquetes, había una competición entre ambos. A veces, esa competición era pública. En una ocasión, apostaron quién lanzaría más lejos unas pepitas de melón usando sólo la boca. Otras veces, la competición era un secreto entre ambos y al final de la noche se revelaba al ganador.

    Aquella curiosa tradición había empezado por una pelea. Al conocerse, se habían odiado, y es que eran en un principio terriblemente distintos: el aire bohemio de él chocaba con la marcialidad de ella y eso les había llevado a pelearse por cualquier pequeño detalle, empezando por quién conseguía los jardines más hermosos y terminando por quién vestía la ropa más elegante.

    Con el tiempo, el odio se había convertido en una amistad firme y afectiva, con una confianza que se había ido afianzando con los años y que les había hecho apostar sobre cosas cada vez más estrafalarias.

    Bueno, había dos detalles importantes en estas competiciones, y es que con los años las habían ido tipificando. Por un lado, Thio tenía totalmente prohibido usar la magia. Magrisse era humana, por lo que no sería justo que tuviese esa ventaja de su parte, lo cual añadía un componente de diversión para él, que a veces encontraba retos interesantes en estar desprovisto de sus poderes.

    Por otro lado, estaban los notables. Un sirviente de Magrisse supervisaba a Thio y viceversa, llevando una cuenta rigurosa de los ganadores de cada mes. En ocasiones repetían la misma competición y los resultados se anotaban en libretas guardadas celosamente por estos notables. Así, por ejemplo, Thio había ganado dos veces y había perdido tres en las carreras de natación por el estanque, pero le llevaba la delantera a la mujer siete a cuatro en la captura de ratones.

    Esa noche, la fiesta tocaba en su casa y los jardines habían sido perfectamente decorados para ello, con guirnaldas llenas de luces y cintas y mesas situadas con deliciosos manjares y bebidas de todo tipo para quienes deseasen. Sonaba, además, música, con su orquesta de cámara deleitando los oídos de los invitados.

    Thio sonrió tras su reunión con Magrisse. La mujer había aparecido con su mejor traje y habían acordado la temática de la noche, que en esta ocasión sería secreta: caza de faldas. Se moverían entre los invitados e irían desarrollando sus estrategias para, al final, compartir resultados.

    Con una sonrisa de suficiencia, convencido de que no tendría ningún problema en ganar esta apuesta, salió al jardín junto a Magrisse. Pronto se les acercaron dos personajes: uno era Jullen, vestido con un traje de gala sobrio y elegante, al gusto de Fadmella, pero la otra…

    —Thio —saludó Jullen con un gesto educado —, ¿conoces a mi acompañante, Lulú?

    —Lulú… —murmuró Thio, tomando la mano de la chica e inclinándose (y bastante, le sacaba una cabeza) para besarle los dedos cubiertos por guantes —Es un auténtico placer. ¿Es tu prometida, Jullen?

    —Mi mejor modelo.

    —Lamento decírtelo, Jullen, pero, aunque eres un buen artista, no creo que tus obras puedan hacerle nunca justicia a semejante belleza —dijo sin apartar los ojos de esa mirada azul —. No creo que mano humana pueda igualar el claro toque de los dioses.

    Sin soltar la mano de Lulú, la miró de arriba abajo con el mismo cuidado con quien acaricia una fina placa de hielo en una mañana de primavera. Llevaba un vestido azul que se ajustaba a su cintura y que después caía en pliegues verticales casi hasta el suelo. Tenía además lazos y cintas que adornaban la tela y le daban un aspecto de cuento de hadas.

    De todas formas, por bonito que fuese el vestido no habría valido de nada de no ser por esos ojos que le miraban con curiosidad y pureza, o por esas pecas que se repartían por su piel.

    Tan concentrado estaba en valorar a Lulú que no notó la mirada que compartieron los primos, aunque el carraspeó le hizo soltar la mano de la chiquilla y mirar a Magrisse, quien cruzaba los brazos bajo el pecho con una sonrisa burlona. Con un gesto de cabeza, su coleta alta pasó de caer sobre su hombro a caer por su espalda.

    —Sería todo un detalle que me devolvieses a mi invitada —dijo la mujer.

    Esta frase hizo que Thio sonriese de medio lado. Estaba claro que el objetivo había sido fijado, ¡y tan pronto! Eso no ocurría a menudo. Miró a Lulú, después a Magrisse.

    —De hecho, como estamos en mi propiedad, es mi invitada —dijo, regodeándose en el ceño fruncido de Magrisse. Le tendió un brazo a Lulú y le sonrió con galantería —. Si me lo permites, para mí sería un honor mostrarte el lugar.

    Lulú miró entonces con duda a Jullen y a Magrisse, pero al ver el suspiro de uno y los ojos en blanco de la otra, aceptó el brazo de Thio.

    —Encantada.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El hechizo había afectado muchísimo más a Nuluha que a los otros, quizá porque ella no tenía magia en su cuerpo. Por eso, había tardado dos días enteros en despertar, pero lo había hecho… para encontrarse en una celda, con grilletes que la ataban por cadenas a la pared. Gruñó e intentó soltarse, pero fue inútil, y así se lo hizo saber la voz de Atro.

    Nuluha miró a su alrededor y finalmente se acercó a las rejas que la mantenían cautiva, viendo que en la celda de enfrente estaba Atro. Sus ataduras eran distintas, mucho más estrictas: mantenían sus manos juntas y ancladas al suelo, totalmente envueltas en metal. Esa posición le obligaba a estar arrodillado o sentado, difícilmente tumbado, y a esto se le sumaba un círculo mágico a su alrededor, que lo contenía por completo.

    —Buenos días —dijo en su tono burlón de siempre, como si no fuesen prisioneros de a saber quién.

    —¿Qué demonios ha ocurrido? ¿Dónde están los demás? ¿Y Lulú?

    —Cálmate. Estresarte no te va a servir de nada —resopló, apartándose un mechón de pelo —Lulú y Jullen no están aquí. No estaban cuando nos atacaron, ¿recuerdas? Ya sabes, se alejaron después de que le gritases esas cosas horribles al chico…

    —Gracias por recordármelo —gruñó Nuluha, terminando por sentarse con la espalda apoyada en una pared —. ¿Dónde estamos? ¿Sabes quién nos retiene?

    —No. Pero ha separado a mi Mutuwa y al otro. Están en otras celdas… y algo me dice que ellos eran los objetivos reales.

    —¿Para qué querría nadie a un Mutuwa? O peor, a dos —cuestionó Nuluha, cerrando los ojos y apoyando la frente en las rodillas.

    —Poder, querida. ¿No sabes acaso la fuerza mágica que encierra un Mutuwa? Imagínate que te haces con una guadaña… Y que incluso aprendes a desentrañar sus secretos —su tono era tan soñador que Nuluha lo tuvo que mirar a través de los barrotes —. Tener el poder de un Mutuwa es tener el poder de la muerte.

    —Suena peligroso y disparatado.

    —Suena a Cárrigan —se rio Atro —. No sé quién nos tiene, pero seguro que trabaja para él. O para esa bruja amiga suya, que para el caso es lo mismo. Es difícil saber dónde empieza y acaba cada uno de ellos.

    —¿De qué demonios hablas ahora?

    Atro suspiró y ladeó un poco la cabeza, moviendo los hombros para destensar el cuello.

    —Necesitarán un plan B por si no consiguen a Lulú. O un plan complementario, tal vez.

    —Ah… ¿Sabes para qué lo quieren? ¿Por qué no lo has dicho antes?

    —No estaba seguro —el bufido de la mujer le hizo sonreír —. Lulú es muy especial.

    —Eso ya lo sé.

    —No, no lo sabes. No creo que entiendas hasta qué punto es especial. ¿Sabes? Creo que, ahora mismo, es único en su especie. Los que son como él no suelen vivir más allá de los treinta… —Nuluha le miró con una clara pregunta en los ojos, y eso hizo que Atro esbozase un puchero de lástima —Oh, no tienes ni idea de nada, ¿verdad? Bueno, por suerte para ti, llevo dos días mirándote dormir y me apetece hablar, así que ponte cómoda, que el tío Atro te va a contar una historia.

    —Ugh —se quejó Nuluha, pero lo cierto es que le miró con genuina curiosidad —. Te escucho.

    —Existe un tipo de brujos, muy raro, llamados «empáticos», capaces de sentir y transmitir emociones. ¿Te suena eso? —Nuluha frunció el ceño, pero no dijo nada —La gracia está en que, con entrenamiento, puedes modificar las emociones ajenas. Pueden hacer que odien, que amen, que teman… Así que Cárrigan los empezó a coleccionar, si quieres llamarlo así. Los buscaba, los capturaba y se los llevaba a su castillo. No sé exactamente por qué, pero ninguno debió dar la talla, o quizá no superaron alguna prueba… Es difícil saberlo, no es una parte visible del negocio. Como sea —hizo un gesto con la cabeza que, normalmente, habría hecho con las manos —, ya te he dicho que es un tipo de magia muy rara. Normalmente hay pocos, y encima no viven mucho. ¿Te imaginas estar constantemente sintiendo lo que siente la gente a tu alrededor, el miedo, la desesperación, el dolor? Es hasta lógico que acabe suicidándose de jóvenes.

    —¡Pero Lulú…!

    —Lulú —la interrumpió Atro, enarcando una ceja con un gesto grave —ha pasado toda su vida en un entorno estable. Es cierto que el santuario está lleno de almas heridas, pero lo que imperaba, claramente, era el amor. Y cuando el amor es la tónica dominante, el dolor es más llevadero. Tú deberías saberlo mejor que nadie —esperó unos segundos, pero Nuluha se quedó en silencio —. En fin, ahora está en el mundo exterior, y el mundo exterior es mucho menos bonito. ¿No has visto que siempre está tomándole la mano a alguien? A ti, a Jullen o a Ife. Porque tenéis sentimientos neutros o positivos, y eso le ayuda cuando hay un desequilibrio negativo. ¿Entiendes lo que digo?

    —No soy idiota —se quejó ella —. Pero… El colgante que lleva… ¿No dijiste que lo contenía? Debería paliar un poco esa, uh, empatía, ¿no?

    —Eso creía yo, pero no estoy tan seguro —Atro suspiró, alzando la vista —. Creo que el colgante no sólo reduce su empatía, sino que debe contener algo más. Algo fuerte, quizá algo decisivo para Cárrigan. De todas formas, precisamente como lo contiene, no puedo saber de qué se trata.

    —No entiendo por qué Neri no me dijo nada al respecto.

    —¿Neri? Oh, ¿la madre de Lulú? Me gustaría conocerla, debe ser una bruja poderosa para haber hecho semejante hechizo.

    —¡Neri no es una bruja!

    —¡Claro que lo es, estúpida! Los empáticos no nacen de humanos, ¿sabes? Y ese colgante no ha salido por generación espontánea, claramente lo ha hecho una bruja poderosa. Se lo dio su madre, así que blanco y en botella, no sé.

    —Ella no… No es una bruja. Nunca ha… Ella no…

    Atro resopló, viendo a Nuluha bajar la mirada con el ceño fruncido. Decidió dejarla reposar la nueva información e intentar dormir un poco. Total, no podía hacer mucho más en esa situación.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Thio suspiró. No fue un suspiro de desagrado o de cansancio, sino una simple expresión de un sentimiento difícil de expresar con palabras o gestos. Y había soltado varios de esos suspiros en la última hora, mientras paseaba con Lulú.

    Quizá el más fuerte había sido cuando la chiquilla le había pedido parar de pronto, evitando así que Thio pisase un caracol. O tal vez este había sido el más fuerte, al verla inclinarse para oler unas flores para luego mirarle con una sonrisa llena de pureza y dulzura.

    —Voy a enseñarte mi rincón favorito —dijo de pronto, viendo esos ojos azules iluminarse con emoción.

    Lulú se dio media vuelta y Thio volvió a suspirar, aunque esta vez el suspiro tenía un cierto velo más, digamos, físico. El vestido se abría en la espalda, dejándola prácticamente toda al aire, y el brujo debía decir que la tentación de acariciar esa piel suave era enorme, tanto que incluso alargó la mano hacia ella. Se detuvo a tiempo, cuando Lulú volvió a mirarle, y se sintió pillado en plena travesura, pero Lulú no interpretó esa mano alzada como un intento de robar una caricia, sino como un ofrecimiento, porque le cogió los dedos con una risita que hizo que Thio se derritiese un poco.

    La llevó entonces a una zona algo apartada, donde ya no había guirnaldas ni luces. De hecho, tuvo que convocar un pequeño fuego fatuo para iluminar el camino. Aun así, se seguía escuchando la música, algo alejada. Era una zona de hierba y flores, con un bonito manzano en plena floración y, a unos pasos, una de las orillas del lago artificial de la villa.

    —¡Es precioso! —dijo Lulú, juntando las manos mientras lo miraba todo a la luz del fuego fatuo.

    —Me gusta mucho venir aquí para leer o simplemente descansar de las obligaciones diarias —confesó Thio.

    Se quitó la chaqueta y la puso en el suelo, invitando a Lulú a sentarse sobre ella. No tardó en sentarse a su lado, viéndole acariciar con suavidad los pétalos de una gran flor blanca.

    —Es tan tranquilo y agradable…

    —Es mucho más agradable ahora que estás tú conmigo. ¿Sabes? Las muchachas normalmente no se cortan así el pelo. Sobre todo, teniéndolo tan bonito… Quiero decir. Te queda muy bien ese corte, pero no es habitual.

    Lulú le miró con sorpresa y se tocó un mechón.

    —La verdad es que antes lo tenía largo, muy largo. Un día me dio por coger las tijeras. A veces lo echo de menos —reconoció con una risita.

    —Oh, ¿te gustaría volver a tenerlo largo? —Lulú se encogió de hombros y Thio sonrió, tomándole un mechón entre dos dedos —¿Así de largo? —susurró, deslizando la mano hacia abajo; a la vez, el mechón se estiró hasta llegar a los hombros de Lulú, quien miró a Thio totalmente maravillada —¿Un poco más?

    —Un poco más —consintió, dejando que la mano del brujo llegase hasta su pecho.

    Thio se acercó entonces, tomando con la mano libre una mano de Lulú, y con la otra repitió el proceso, peinándole y acariciándole, alargando a la vez sus cabellos. Sus ojos miraban los de Lulú, quien no parecía a disgusto con la nueva cercanía, y eso le animó a acercarse un poco más.

    —No te conozco, y eso es algo que no me gusta. Siento que necesito saberlo todo de ti —confesó Thio en un susurro. No hacía falta hablar más alto, no cuando sus rostros se distanciaban por unos centímetros —. Me gustaría… —se detuvo, entonces, y bajó la mirada un poco, hacia el colgante que se escondía bajo el escote del vestido.

    Lulú se separó en ese momento, llevándose las dos manos al colgante como para protegerlo, pero estaba claro que Thio ya lo había sentido.

    —Es un regalo de mi madre —murmuró, apartando la mirada.

    Thio le puso entonces dos dedos bajo la barbilla, haciéndole, con mucha suavidad, girar el rostro para mirarle. Le sonrió con cierta dulzura y se inclinó sobre ella.

    —No tienes por qué temer. No pienso hacer nada que te ponga en peligro.

    Tras este susurro, pareció acercarse con la promesa de un beso que no llegó a ocurrir, no cuando unas ramas se apartaron de pronto, haciendo que Thio, por la sorpresa, cayese a un lado, sobre el suelo. Alzó la cabeza y se encontró a Magrisse, quien soltó un bufido divertido mientras se llevaba las manos a la cintura.

    —¿Así que para esto querías a mi invitada? —remarcó bastante las dos últimas palabras, con cierto retintín —¿Para arrastrarla a tu zona de ligue? Menos mal que he llegado o le habrías arrebatado la honra a otra hermosa doncella. ¿Cuántas habrían caído bajo tus redes con el numerito del lago y las flores? ¿Veinte?

    —¡Magrisse! —gruñó Thio, claramente enfadado por la interrupción.

    —Lulú, ven conmigo. Jullen te estaba… ¿Desde cuándo tienes el pelo tan largo?

    Lulú, por toda respuesta, se acarició el cabello, recogiéndolo sobre un hombro, lo que dejaba su espalda de nuevo libre, algo que a Thio no se le pasó por alto, a juzgar por la mirada que le dedicó. Magrisse puso los ojos en blanco y le tendió una mano para ayudarla a levantarse.

    —¿Podremos hablar luego otra vez? —preguntó Thio, a lo que Lulú le sonrió.

    —Me encantaría. Me ha gustado mucho el paseo.

    —¿En serio? —Magrisse bufó, cumpliendo el sueño de Thio al apoyar la mano en la espalda desnuda de Lulú para acercarla a su cuerpo —Este pervertido intentaba meterse bajo tu falda, ¿y quieres volver a hablar con él?

    La respuesta de Lulú fue un suspiro y una pequeña sonrisa, y Magrisse puso los ojos en blanco, pero luego acarició una mejilla de la chica, echándole un mechón tras la oreja. Cogió entonces una flor y se la enganchó en el pelo, sonriendo y dándole un golpecito suave en el mentón.

    —Mucho mejor —murmuró Magrisse, ofreciéndole el brazo.

    Mientras se alejaban, se giró para mirar a Thio y le guiñó un ojo con una sonrisa maliciosa.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Lulú estaba algo confundido. Magrisse le había dicho a Jullen lo que había visto y el escultor también le había regañado, ¡pero no iba a dejar que pasase nada! De hecho, Lulú estaba totalmente preparado para alejarse desde que Thio se había empezado a acercar.

    Sabía que todos lo consideraban inocente e indefenso, pero no era idiota. Tenía, al menos, el suficiente sentido común para poder decidir si quería que un desconocido le besase o no. Es decir… Sí que le había gustado el paseo con Thio, pero tampoco quería llegar a ese nivel.

    —Tenía que distraerlo y lo he hecho —fue, sin embargo, su única defensa, en una voz baja que hizo que Jullen suspirase con cierto arrepentimiento.

    —Perdona. Lo has hecho muy bien —reconoció, dándole un golpecito en el hombro —. Y has ganado un peinado nuevo.

    Lulú se rio un poco y luego se puso algo más serio, mirando a Magrisse.

    —¿Has averiguado algo?

    —Sí. Una chica del servicio me ha dicho que vio a dos esbirros de Conn, el mayordomo de Thio, salir de las mazmorras hace un rato. Al parecer, no es normal que haya gente por esa zona, así que estoy segura de que tienen a vuestros amigos allí.

    —Están en la casa, entonces —Jullen frunció el ceño —. ¿Podemos llegar a ellos?

    —No sin las llaves —Magrisse se pasó un pulgar por el labio, pensativa —. Sólo hay dos juegos que incluyan las mazmorras: uno lo tiene Thio y el otro lo tiene Conn. Como no sabemos dónde está ese mayordomo, debemos conseguir el de Thio.

    —¿Y dónde lo tiene? —preguntó Lulú.

    —En su dormitorio.

    Se hizo el silencio en el corrillo que habían formado los tres.

    —Conseguiré las llaves —dijo entonces Lulú.

    —Ni hablar —bufó Magrisse —. Si Thio está detrás de esto, a saber qué hará contigo.

    —No creo que me haga nada —dijo el chiquillo con el ceño un poco fruncido y la mirada en el suelo —. No me ha dado la impresión de que quisiera hacerme daño de ningún tipo.

    —Sí, bueno, que no quiera clavarte un cuchillo no significa que no quiera clavarte otra cosa.

    —¡Magrisse!

    —¡Es la verdad! Deberías haber visto cómo devoraba a tu amiga con los ojos.

    —¡Magrisse! —Jullen se giró, entonces, hacia el otro chico, quien estaba empezando a alejarse de ellos —¡Lulú!

    —Voy a conseguir las llaves. Llegad a las mazmorras y localizadlos a todos, ¿vale? Nos reuniremos allí en, no lo sé, ¿una hora?

    —¡De eso nada! —dijeron los dos primos a la vez.

    —¿Se os ocurre otro plan? —esperó unos segundos, pero al no obtener respuesta, asintió y retomó su camino —Nos vemos, entonces.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —Me sorprende que hayas querido venir aquí, después de lo que… bueno, te ha dicho Magrisse.

    Lulú sonrió un poco, sin mirarle directamente a los ojos.

    —No voy a acostarme contigo, pero eso no significa que no podamos pasar un rato juntos, ¿verdad?

    Thio parpadeó, algo sorprendido por tanta franqueza, pero luego sonrió y asintió.

    —Perdona si antes me he sobrepasado. Creo que me he dejado llevar.

    —Está bien. Yo tampoco he puesto límites muy claros.

    Thio suspiró, pero no dijo nada al respecto, y simplemente abrió la puerta de su dormitorio. Lulú le había dicho que le interesaba ver su colección privada de estampas, algo que era, en realidad, verídico; sentía curiosidad por el arte que coleccionaba Thio. Esa colección estaba guardada en su habitación personal, así que había sido la excusa perfecta para entrar.

    —Toma asiento. ¿Te gustaría tomar algo?

    —Una infusión sería fantástico. ¿Seguro que tus invitados no te echarán de menos? —preguntó, jugando con uno de sus rizos mientras miraba a su alrededor.

    —¿Hmn? Qué va. Están bebiendo, riendo y disfrutando de la música. Notarán mi ausencia tanto como mi presencia, es decir, nada.

    —Eso… suena bastante triste —comentó Lulú con sinceridad —. ¿No te sientes solo?

    Thio le miró, abriendo un poco la boca, pero terminó por cerrarla y volver a su labor de abrir una caja. Lo hizo con un manojo lleno de llaves que después dejó sobre una repisa. Le acercó un gran portafolios a Lulú y le hizo un gesto para que esperase un segundo mientras iba a pedir que les trajesen una infusión.

    Lulú, mientras tanto, abrió el portafolios, empezando a ver las estampas. Empezaba con algunas flores con animales, algún edificio, y luego reproducciones de cuadros o esculturas que había por el continente. Había retratos, había alguna estampa que ilustraba cuentos…

    Sus mejillas se sonrojaron ligeramente cuando llegó a otro tipo de estampas muchísimo más íntimas, que reflejaban a parejas totalmente entregadas a actividades bastante privadas. Sin embargo, no dejó de mirar, sino que mostró gran curiosidad, y así lo encontró Thio, viendo escenas pornográficas.

    —¡Ay, no! —exclamó con una risa, dejando la bandeja con dos tazas y una tetera a un lado —No esperaba que fueses a llegar tan rápido a esas.

    Lulú sacudió la cabeza y le tendió el portafolio.

    —Yo no esperaba encontrar ese material —reconoció, apartando la mirada.

    —¿Sabes? La mayoría de chicas habrían gritado y habrían soltado del libro, pero tú… te lo has tomado con calma.

    —Mi madre siempre me ha hablado del sexo con mucha naturalidad. Es un proceso natural, parte de la vida.

    —Ojalá hubiese más gente como tu madre y como tú —dijo Thio, ganándose una sonrisa cargada de dulzura que hizo que él mismo sonriese, enternecido —. Bueno, como te decía antes, aquí hay algunas estampas muy antiguas y raras…

    Mientras Thio empezaba a hablar, Lulú añadió a la tetera unas flores que había cogido del jardín. Cuando el brujo lo miró con curiosidad, el chico simplemente sonrió y le animó a seguir hablando. Unos minutos después, vertía el té en las tazas, mirando con atención la imagen que le señalaba Thio en esos momentos.

    Su anfitrión dio un par de sorbos al té, pero al tercero frunció el ceño y olfateó la taza con más atención.

    —Las flores de antes… ¿eran besos de sueño? —parpadeó —¿Me has intentado drogar? —se fijó entonces en que la taza de Lulú estaba intacta y se puso en pie, sintiéndose algo mareado. El chiquillo rápidamente lo sostuvo y le ayudó a sentarse de nuevo —No lo entiendo… ¿Por qué…?

    —Necesito las llaves de las mazmorras —reconoció Lulú con tono de disculpa, aprovechando que estaba de pie para ir a por el manojo de llaves —. No sé por qué has secuestrado a mis amigos, pero voy a liberarlos.

    —¿Secuestrar…? Yo no he cogido a nadie —sacudió la cabeza, intentando despejarse del sueño que empezaba a invadirle.

    —Dos Mutuwa, un nigromante y una guerrera —enumeró Lulú mientras miraba las llaves, intentando ver si había algún sistema que las identificase. No lo encontró, así que se acercó otra vez a Thio —. ¿Cuáles son las de las mazmorras? Por favor, sólo quiero recuperar a mis amigos.

    —De verdad, no he secuestrado a… ¿Dos Mutuwa? —Thio se frotó los párpados con dos dedos —No tiene sentido, ¿por qué nadie querría…? —abrió entonces los ojos y volvió a intentar levantarse —¡Conn…!

    De nuevo, si no cayó fue gracias a Lulú, aunque esta vez no consiguió volver a sentarlo en la silla, mucho menos cuando Thio apoyó una mano en un mueble para quedar de pie.

    —¿Tu mayordomo?

    —Ese viejo zorro… Siempre le molestó no saber los secretos de mi familia, ha debido… hurgar en la biblioteca… Querrá extraer el poder de los Mutuwa, no podemos consentirlo.

    —¡Y yo te he drogado! —exclamó Lulú, claramente apurado —No sé cómo despejarte. ¡Thio!

    Le tomó la cara con las manos y le dio un par de palmadas, pero sólo pareció funcionar a medias.

    —Tengo una idea —contestó Thio —, pero no te va a gustar.

    —¿Eh?

    —¿Recuerdas lo que hemos hablado antes de los límites?

    Lulú asintió, pero no le dio tiempo a preguntar por qué Thio se disculpaba. De pronto tenía una mano del hombre en la barbilla, la otra en la espalda y sus bocas pegadas. Abrió los ojos al sentir una lengua extranjera acariciar la suya, pero esa fue la menor de sus preocupaciones cuando sintió parte de su propia fuerza abandonar su cuerpo.

    El beso terminó con un jadeo y un hilo de saliva uniendo aún a los dos brujos. Thio parpadeó, claramente más despierto, y acarició la mejilla de Lulú.

    —Gracias por prestarme un poco de tu fuerza —le susurró, dándole un beso rápido antes de separarse e ir hacia la puerta —. ¡Vamos, tus amigos no se liberarán solos!

    Lulú, todavía algo aturdido, carraspeó y se acarició los labios. Respiró hondo, apretó las llaves contra su vientre y se sacudió el cansancio antes de seguirle.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —Odio ese plan —gruñó Nuluha.

    —A mí tampoco me hace mucha gracia —reconoció Jullen en voz baja, sacudiendo la cabeza —. Pero no hemos podido pararle.

    —Parece que esa es una constante en este grupo —se rio Atro, ganándose un ceño fruncido de Jullen —. Oh, no me mires así, precioso, si sabes que es verdad…

    —Como sea. ¿Sabes si va a tardar mucho?

    —Dijo que tardaría más o menos una hora, así que estará al caer.

    —En una hora se pueden hacer muchas cosas. Sobre todo si es con alguien que está motivado a ello —metió cizaña Atro.

    —Eres insufrible —gruñó Nuluha.

    —Ah, Nu —Jullen carraspeó y se inclinó un poco más hacia la guerrera —. Es una pregunta un poco tonta, pero… ¿Lulú es realmente…?

    —¡Los tengo! —interrumpió Magrisse —Están en dos celdas separadas. El que tiene más cara de mala hostia está al final del pasillo y el otro está sólo a cuatro celdas.

    —Así que sólo falta Lulú —dijo Jullen —. Espero que esté bien.

    —¡Estoy bien! —dijo precisamente Lulú. Apareció bajando las escaleras, levantándose la falda para no tropezarse.

    —¡¿Qué hace ese ahí?! —exclamó Magrisse, señalando a Thio, quien resollaba detrás de Lulú. Claramente, los pétalos seguían afectándole, aunque hubiese aliviado el efecto.

    —Yo también me alegro de verte —bufó el brujo, mirando las celdas ocupadas —. No sabéis cuánto lamento esto. No sabía que Conn había… Os sacaremos de aquí en menos que canta un gallo.

    —Genial, pero ¿no os olvidáis de algo? —preguntó Atro mientras esperaba a que Jullen encontrase la llave de sus grilletes —Ya sabéis, las guadañas de nuestros amigos…

    —Thio, ¿hay algún sitio donde puedan estar?

    —Hay una cámara para contener objetos mágicos. ¡Voy ahora mismo!

    —¡Espera! —le interrumpió Nuluha —¿Te crees que voy a dejarte ir solo sin ninguna garantía? Nada dice que no vayas a tendernos una trampa. Iré contigo.

    —Como sea, pero vamos. La fiesta está por acabar y no sé cuándo vendrá Conn.

    —Iré a por Ife y Farai —dijo entonces Lulú, yendo a por ellos con la llave general de las celdas.

    Nuluha asintió y miró a Lulú, fijándose por primera vez en su pelo largo. Se abstuvo de comentar nada y simplemente siguió a Thio al exterior.

    —Vaya, parece de armas tomar —comentó Magrisse, siguiendo con la mirada a Nuluha cuando subió las escaleras.

    —Pareces un perro en celo —se quejó Jullen, sacudiendo la cabeza. Consiguió abrir las ataduras de Atro, quien se frotó las muñecas con cierto alivio.

    Mientras tanto, Lulú encontró primero a Ife. Se acercó a la celda y le dio unos golpecitos a los barrotes para llamar su atención, sonriendo enormemente al verle bien.

    —Hola —saludó con voz suave —. ¿Listo para irnos? —al ver cómo le miraba, bajó la vista y soltó una risita —¿Te gusta el vestido? Jullen dice que me resalta los ojos —comentó mientras abría el candado de la celda.

    Una vez la puerta estuvo abierta, abrazó a Ife con fuerza, o con todas las fuerzas que tenía en ese momento, y tiró de su ropa para hacer que se inclinase. Le besó la frente y las mejillas y le guiñó un ojo, poniéndole la flor que tenía en el pelo tras la oreja.

    —Sólo queda Farai.

    Aceptó que Ife le acompañase, de hecho, incluso le tomó la mano, pero una vez frente a la puerta encontraron un problema: aunque podían abrir el candado, las manos de Farai estaban sujetas por los mismos grilletes que habían atado a Atro.

    —No pasa nada —dijo Lulú tras el primer pinchazo de pánico —. Tenemos la llave. Voy a por ella y vuelvo —vio cómo Farai apartaba la mirada y le dio un golpecito en la cabeza con la mano —. Lo digo en serio. Voy a volver a por ti.

    Dicho esto, le hizo un gesto a Ife para regresar con los demás. Encontró que Nuluha y Thio ya habían vuelto con las guadañas, así que Ife pudo coger la suya mientras Lulú le pedía la llave a Jullen. Sin embargo, apenas la tuvo, la puerta de la mazmorra se cerró de golpe y un hombre bajó las escaleras.

    —Conn —Thio frunció el ceño, poniéndose por delante de Jullen y Lulú —. ¿Cuánto tiempo llevas planeando esto?

    —Tenemos que irnos —susurró Nuluha, tirando de la falda de Lulú al ver que Thio y Magrisse estaban por enfrentarse al mayordomo.

    —No sin Farai —Lulú miró a Ife —. Idos. Farai me llevará con vosotros.

    —¿Estás loco? Sus portales son inestables —fue esta vez Atro quien habló.

    —No voy a abandonar a nadie. ¡Idos!

    Con esto, Lulú cogió la guadaña restante y echó a correr. Sólo se giró para comprobar cómo los demás entraban en el portal de Ife, pero eso le valió también para ver cómo Magrisse era arrojada contra una pared, quedando inconsciente, y como Thio se giraba para correr hacia Lulú.

    —¡Vamos, vamos! —exclamó al llegar a su altura.

    Le ayudó a protegerse de los ataques de Conn hasta que llegaron a la celda de Farai, quien no sabía si sorprenderse porque Lulú realmente había vuelto a por él o preocuparse por las descargas mágicas que había en el ambiente.

    Lulú se arrodilló frente a él, dejando la guadaña en el suelo, y abrió los grilletes. Se giró a mirar a Thio, quien tenía la respiración algo agitada y la frente perlada de sudor, pero miró a Lulú con una sonrisa.

    —Puedo con él. Soy un Ruogal y él no es nadie.

    —Ten cuidado —le pidió Lulú en un susurro.

    —¡Ah, te preocupas por mí! —Thio se rio un poco y le guiñó un ojo —Quiero que sepas que, un día, serás mi esposa.

    Y dicho esto, se lanzó a por Conn con una sucesión de ataques rápidos que hicieron al mayordomo recular por el pasillo. Aprovechando la relativa calma, Lulú miró a Farai, quien tenía los ojos puestos en la guadaña con cierta duda.

    —Entiendo que te dé miedo. Tus portales no son perfectos, pero… —se mordió el labio y le puso una mano en el pecho, sobre el corazón —Mi madre siempre me ha dicho que la magia es equilibrio. Si tú no tienes equilibrio en tu interior, tu magia será defectuosa. Y en tu interior hay mucha ira, Farai. Tienes que calmarte. Respira hondo, por favor. Piensa en algún lugar agradable, en alguna sensación agradable. Cierra los ojos y cálmate —le pidió en voz suave.

    La mano del Mutuwa se puso sobre la del chico mientras obedecía, cerrando los ojos. Tomó aire, aunque no le hiciese falta respirar, y lo soltó lentamente. Sujetó la guadaña y abrió un portal, al otro lado del cual Lulú pudo ver primero a Ife y a Atro, después a los demás.

    Sonrió, pero no se atrevió a cantar victoria. Miró a Farai y entrelazó sus dedos con los de él.

    —Lo estás haciendo muy bien. Céntrate en mi voz, sólo un poco más…

    Farai entonces abrió los ojos, pegó a Lulú contra su cuerpo y atravesó el portal.

    Cuando el propio Mutuwa se atrevió a abrir los ojos de nuevo, vio que no le faltaba ningún miembro, pero Lulú… ¿dónde estaba?

    Lo encontró en seguida, entre los brazos de Nuluha, quien le daba palmaditas en las mejillas hasta que, por fin, abrió los ojos y sonrió, recibiendo un abrazo y una lluvia de besos de la mujer.

    —Lo has logrado —sonrió Lulú desde el hombro de Nuluha, tendiéndole una mano a Farai, quien se la tomó con una sonrisa, quizá la primera sonrisa sincera que esbozaba en siglos.

    —Gracias a ti —murmuró.

    —¡No puede ser! —exclamó Atro al escucharle hablar así, de la nada.

    El propio Farai se sintió sorprendido de esto, porque se llevó las manos a la garganta mientras Lulú se reía suavemente.

    —Ay, Nu, me haces daño…

    —¡Es que el amor duele!


    SPOILER (click to view)
    La Magrisse (x)

    El bueno de Thio (x).Tengo pensado que salga más, por cierto xdd

    Y tengo la idea de que Magrisse (y Thio) hayan pactado con Lulú ir a por las mujeres del santuario. Así, nuestro grupo puede seguir su itinerario hacia Haflán mientras una guerrera experimentada y el brujo que quiere casarse con Lulú xdd buscan a las otras.

    Más, por whatssapp.
  6. .
    Sí, pueden ser personajes originales sin problema alguno. En donde se señalaría el nombre de la serie o lo que sea, puedes poner simplemente «original».

    ¡Un saludo!
  7. .
    Durante una semana entera no había sabido nada de Shay. No habían podido hablar, ni verse, y aunque consiguió enviarle una carta, lo único que podía hacer era esperar a que se solucionasen los problemas de la red eléctrica. Lo tenía muy claro, lo primero que haría sería llamarle.

    En eso pensaba mientras daba sus largos diarios, pero antes de poder darse cuenta tenía al propio Shay Bennet en sus brazos, con el pelo pegado a la cara y la ropa pegada al cuerpo, todo culpa del agua de la piscina.

    Le estaba costando un poco entender la situación. ¿Realmente aquello estaba pasando o era sólo un sueño? Había tenido un par de sueños con Shay —aunque no habían sido el tipo de sueños que la gente podría pensar, simplemente estaban juntos dando un paseo por un paraje mezcla de Londres, Salónica y Sídney—, pero esto era muchísimo más intenso.

    Su cerebro, apabullado por tanto estímulo, necesitó unos segundos para acabar de asimilar que aquello no era un sueño, que realmente estaba abrazando a Shay, y que Shay le estaba diciendo que quería pasar tiempo a solas con él.

    Tomando aire hondamente, le apartó el pelo empapado de la cara para despejársela y después, en un movimiento rápido, lo tomó de la cintura y lo volvió a subir, esta vez para besarle. Uno de sus brazos se puso bajo el inglés, sirviéndole de asiento, mientras con la otra mano lo sujetaba contra su pecho, apoyando los dedos en su espalda.

    —Al cuerno si se enfadan. Un poco de egoísmo no le hace daño a nadie —le susurró cuando la falta de aire en los pulmones le obligó a separarse. Le miró, frotando suavemente sus narices en una caricia, y soltó una risa mientras lo abrazaba con más fuerza —. Te he echado tantísimo de menos…

    Y dicho esto volvió a besarle, y los besos continuaron durante unos minutos más allí mismo, de pie junto a la piscina, y más adelante cuando llegaron a la habitación —había sido muy gracioso ver la estampa de Gav en bañador por la base llevando en brazos a Shay, con un dingo y un caimán correteando entre sus pies— y, todavía con las rojas mojadas, terminaron sobre la cama.

    Bueno, las ropas pronto dejaron de ser un problema.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Con la respiración acelerada y el cuerpo cubierto de sudor, abrió los ojos, encontrándose sumido en una oscuridad que se fue aliviando a medida que su vista se iba acostumbrado a la falta de luz. Empezó a reconocer formas, las formas de su dormitorio, y suspiró, girando la cabeza para ver a Shay, todavía dormido, a su lado.

    Aunque decir que estaba a su lado era una forma de verlo. Parte del cuerpo del inglés estaba sobre Gavril, medio enroscado a él, y de alguna forma había terminado con la cabeza en su almohada.

    Gav sonrió, acariciándole una mejilla, y con mucho cuidado lo movió, sin despertarle, hasta que quedó cómodamente tumbado en el colchón. El griego pudo entonces levantarse y le chistó a Cerbero cuando le escuchó soltar un gemido de incomprensión. Le acarició entre las orejas y le vio volver a acurrucarse junto a Victoria en una camita que se les estaba quedando pequeña a pasos agigantados.

    Se puso una camiseta y las deportivas, cogió el móvil y la cajetilla de la mesilla de noche y, tras una última caricia a Shay, salió de la base. Una vez en el helipuerto, se encendió un cigarrillo y contempló las estrellas.

    Hacía una semana que había vuelto la luz —es decir, hacía dos semanas que Shay había regresado a la base—, y lo cierto es que Gav sólo echaba de menos aquello, poder ver las estrellas sin una pizca de contaminación. Era cierto que la vista nocturna desde la base era privilegia, al estar en medio de la nada, pero aun así la propia luz de la base bastaba para enturbiar un poco el firmamento. Ya no era ese negro vacío salpicado de millones de puntos de luz que había podido ver tanto cuando echaba de menos a Shay como cuando ya lo tenía a su lado.

    Igualmente, no valía la pena lamentarse por ello. Era mejor pensar que seguía siendo un afortunado por ver el cielo nocturno tal y como lo veía en esos momentos.

    Daba la cuarta calada cuando sintió el móvil vibrar en su bolsillo. Algo sorprendido, pero sobre todo preocupado dadas las horas, contestó sin siquiera mirar.

    —Kasdovassilis —dijo, intentando mostrarse calmado, dispuesto a recibir la noticia que fuera.

    Lo que recibió fue unos segundos de silencio y un carraspeo.

    —Gavril —era la voz de Theo —, ¿qué haces con el teléfono de mi hijo?

    Gav, algo confundido, se apartó el teléfono de la oreja para mirarlo y contuvo una risa mientras daba otra calada.

    —Perdona, creía que era el mío. He salido a dar un paseo y… —sacudió la cabeza —¿Va todo bien?

    —¿Eh? Sí, sí, todo bien.

    Frunció el ceño. Le había parecido que la voz de Theo sonaba algo afectada.

    —¿Seguro? ¿Quieres que despierte a Shay?

    —¿Desper…? ¡Oh, rayos! No recordaba la diferencia horaria. Debe ser de madrugada, ¿no? No lo despiertes, por favor, no es nada importante ni urgente —casi le parecía verle negar con la cabeza mientras hablaba —. ¡Oye! Pero si tan tarde es, ¿qué haces saliendo a pasear?

    Gavril se tomó un poco de tiempo en contestar, disfrutando del sabor del cigarrillo.

    —Tengo pesadillas —contestó con sencillez —. Las tengo desde hace años, y aunque tener a Shay a mi lado las alivia bastante, bueno, no desaparecen.

    —Oh —Theo suspiró tras el teléfono y Gavril aprovechó para dar la última calada —. ¿De qué son esas pesadillas?

    Aquella pregunta pareció sorprender a ambos hombres, a uno por recibirla, al otro por haberse atrevido a formularla. Gavril se rascó la nuca y apoyó la espalda en un muro del edificio.

    —Son recuerdos. Normalmente son del ataque a Grecia, también de cuando perdí a mi hermano —había susurrado esto, seguía doliendo demasiado para decirlo en voz alta —. No sé. Son pesadillas, nada agradable. ¿Seguro que está todo bien, Theo?

    —¿Eh? Sí, sí… —de nuevo, se lo imaginaba frotándose los ojos mientras decía esto —Connie y yo hemos llegado hace un rato de la India.

    —Oh, ¿qué tal ha ido el viaje?

    —¿Has estado en la India? —el sonido negativo de Gav hizo que Theo sonriese al otro lado de la línea —Es un sitio increíble. He aprendido mucho. Y, en fin, el regreso ha sido largo, pero también echaba de menos estar en casa. Como sea… Ahora Connie se ha puesto a deshacer las maletas mientras yo revisaba el correo y he visto que le enviaste a mi hijo una carta…

    Gav se tensó y se separó de la pared, sacando y encendiendo otro cigarrillo; tuvo que sujetar el teléfono con un hombro para lograrlo.

    —Ya ni me acordaba de ella —era cierto, si no le habría dicho a Connie que la escondiese o algo.

    —Siempre he respetado la privacidad del correo, pero he pensado que volver a enviarla sería perder un par de semanas más, así que la he abierto para enviarle a Shay unas fotos y no he podido leer un par de líneas. He acabado leyendo el resto y…

    —Pero tampoco había un contenido que justificase una llamada tan repentina, ¿no? —estaba algo nervioso. No recordaba haber escrito nada demasiado comprometido, pero conociendo su historial con ese hombre, no sabía qué esperar.

    —¡Claro que sí! —Theo carraspeó —Claro que sí —repitió en un tono más bajo —. Necesitaba hablar con él y disculparme otra vez por… por haber sido tan duro.

    —¿Eh? —Gav estaba, desde luego, sorprendido.

    —Esta carta —el sonido de papel le indicó que Theo la estaba agitando —es uno de los textos más bonitos que he leído nunca, Gavril. Alguien que se toma la molestia ya no sólo de pensar estas palabras, sino de escribirlas y enviarlas por correo físico… —hizo una pausa y soltó un suspiro —Supongo que te juzgué mal. Lo siento.

    —No, Theo, no tienes por qué disculparte —Gav también suspiró —. Seguramente yo habría reaccionado igual en tu situación. ¡O incluso peor! Pero, eh, de verdad te lo digo… Nunca me interpondré entre vosotros.

    —Gracias. Dios —se rio —, ¿por qué no puedes ser un monstruo? Todo sería mucho más fácil.

    —Lo siento —sonrió Gavril —. Me ha tocado ser de los que matan a los monstruos —compartieron una pequeña risa y luego Gavril soltó el humo del cigarro mientras se frotaba la barba —. Antes de que colguemos… El cumple de Shay es en mes y medio y he pensado en algo.

    —Soy todo oídos.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Carol soltó una risa, apoyando un codo en el hombro de Gav, quien se había agachado para poner las manos en las rodillas, recuperando el aliento. Cerbero también jadeaba, pero estaba tirado de medio lado en el suelo, con una gran sonrisa y la lengua sobre la gravilla.

    —¡Das guerra para lo viejo que eres! —dijo ella, también algo jadeante.

    —Y tú no lo haces mal… para ser italiana —sonrió Gav, quejándose del golpe que ella le propinó en el brazo.

    Acabaron sentados a la sombra, compartiendo una botella de agua fría mientras veían los últimos colores de la noche desaparecer.

    Se habían encontrado de madrugada, cuando el sol empezaba a alzarse, y habían decidido hacer algo de entrenamiento antes del entrenamiento propiamente dicho, dando un par de vueltas a la base. Aquello había terminado en una competición, una carrera a la que se les había unido el dingo —todo el mundo había aceptado ya verle paseando libremente por allí— y que había terminado en un empate.

    Carol se echó los restos de agua por encima y giró la cabeza para ver a su compañero extender una pierna y masajearse un muslo de forma distraída.

    —¿Todavía te da guerra? —tuvo que señalarle la pierna, Gavril no la había entendido a la primera.

    —Siempre —respondió Gav con un tono resignado —. Normalmente no mucho, a veces hasta olvido que me duele, pero cuando la fuerzo… Bueno.

    —Y aun así sigues entrenando a los reclutas y dedicando horas para nadar. ¿Acaso eres masoquista?

    —Puede —dijo él con una risa entre dientes —. No lo sé, Carol. Quizá el dolor sea una forma de recordar.

    —¿Recordar qué? ¿A Kyriacos? —Gavril no contestó y la italiana suspiró, apoyando la cabeza en la pared y cerrando los ojos —No sé qué haría yo si perdiese a Ali de esa forma, Gav, así que no puedo ni siquiera imaginarme cómo te sientes por ello. Pero, escucha… El dolor no es una buena forma de recordar. Hay que recordar la felicidad, no la tristeza.

    —Lo sé, lo sé —hizo un gesto vago con la mano y sólo sonrió de nuevo cuando el dingo se acercó a pedir una ración de mimos —. Supongo que llevo tanto tiempo con esto que me da miedo dejar de sentirlo.

    —Eso puedo entenderlo —Carol suspiró, llevándose una mano al cuello para jugar con un colgante. Había cuatro placas militares ahí, con su nombre en unas y el de Bianca en las otras. Terminó por ponerse en pie y dio un par de saltos —. ¡Bueno! Vamos a sacudirnos la tristeza. ¿Qué tal si hoy practicamos lucha con los chicos? Podemos darles tú y yo una buena lección. ¿Qué me dices, grandullón?

    —Suena bien. Pero aún queda más de una hora —dijo tras consultar el reloj —. Voy a despertar a Bennet, ¿nos vemos en el comedor?

    —Tú mandas —sonrió ella, guiñándole el ojo en un saludo militar informal.

    Gavril sonrió y le dio un par de palmaditas a Cerbero, quien rápidamente se puso en pie y dio un par de vueltas, moviendo la cola. Entraron los tres en la base y se separaron para ir a los dormitorios correspondientes. Carol seguía usando el de Gav, le gustaba la privacidad, y Gav estaba cada vez más instalado en el de Shay. De todas formas, la mayoría de su ropa estaba ahí y no porque él la hubiese llevado.

    —Hola —saludó con dulzura a Shay al verle ya despierto. Le tendió el móvil y cerró la puerta —. Perdona, he ido a dar una vuelta y me he llevado el tuyo por error. Verás una llamada de tu padre… Está todo bien, he hablado un poco con él. Han llegado ya de la India y dicen que ha sido toda una experiencia.

    Mientras iba diciendo esto, se quitó las zapatillas y la camiseta, empapada en sudor. Vio cómo Shay le miraba, entre embobado y totalmente sonrojado, y sonrió con cierta ternura. Llevaban ya juntos un tiempo largo y eso parecía que no iba a cambiar nunca.

    Su plan era irse a la ducha, pero entonces vio cómo la atención de Shay se iba al teléfono y pudo medio ver que abría unas fotos a… Sí, era su carta.

    Le arrojó una chuche a Cerbero, quien se quedó en un rincón royéndola, y se subió a la cama para ponerse detrás de Shay, abrazándolo por la cintura y mirando por sobre su hombro la pantalla.

    —«Los días son más largos ahora que no estás» —empezó a leer, susurrándole al oído. Le encantó ver cómo se estremecía al escuchar así su voz —«. Las noches son incluso peores y la cama, que siempre decimos que es muy pequeña, ahora parece demasiado grande para mí solo. Echo de menos despertar contigo a mi lado, pasear juntos con los bichos, escuchar tus conversaciones con Eugene y los colegas. Salgo de la piscina y me decepciona no verte leyendo en un lado, me giro durante los entrenamientos y extraño no verte esforzándote con los demás. A veces he bajado al laboratorio, pero no estás trasteando entre chapas y papeles. Tu risa, tus miradas, tus besos, tus abrazos… Lo echo todo de menos cada día. Tu ausencia se ha convertido en un doloroso silencio que ni siquiera los ruidosos sonidos de la base pueden acallar. Pero no desespero, porque sé que es temporal y que pronto podré volver a estrecharte entre mis brazos. Y, hasta entonces, estarás bien cuidado con tus padres, que te adoran con cada centímetro de tu ser. Es algo que puedo entender, porque yo también lo hago. Te echo de menos, Shay, y cuento los días, las horas, los minutos, para poder volver a verte, aunque sea a través de una pantalla. Con todo el cariño de mi corazón…»

    Fue Shay quien completó esa frase, suspirando su nombre. Gavril sonrió, apoyando una mano en su mejilla. Sintió sus dedos llenarse de lágrimas, pero no las limpió de inmediato, sino que prefirió sumergirse en un beso largo y cálido.

    Ahora sí, al separarse le limpió las lágrimas y dejó besos más suaves por toda su cara, consiguiendo sacarle alguna risita al hacerle cosquillas con la nariz o la barba. Besó otra vez sus labios y le miró a los ojos.

    —Me haces feliz, Shay Bennet. Espero que lo sepas.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Llevaban mucho tiempo sin hacer una deriva. Gavril decía que sus niveles eran todavía demasiado dispares y eso sólo empeoraría el entrenamiento de Shay, así que las veces que le había mandado a hacer combates simulados, había sido con Sandy, un cerebro de compatibilidad neutra que tenían en la base para los reclutas o pilotos que querían practicar sin su pareja por el motivo que fuese.

    La excusa que Gavril daba era cierta, en parte al menos. Aunque Shay estaba mejorando, sus tiempos de respuesta y su condición física dejaban mucho que desear. Gav imaginaba que eso era algo que se compensaría cuando sus cerebros se juntasen. Ahora bien, ¿por qué no entrenaba con él?

    Bueno, es muy difícil guardarle secretos a tu pareja cuando vuestras mentes, recuerdos, pensamientos, todo queda compartido. Y no es que Gav fuese un hombre que guardase secretos habitualmente, pero quería guardar esta sorpresa.

    Aunque se la iba a revelar hoy. Mientras se desperezaba en la cama pensó que, tal vez, la siguiente sesión de combate simulado la podrían hacer juntos, por probar cómo iba la cosa.

    Miró el reloj y sonrió; aún les quedaba un rato para la hora que había acordado con los demás. Dirigió entonces los ojos a la puerta cerrada del baño y se mordió el labio, escuchando el agua correr. Acabó por sucumbir a la tentación, se quitó toda la ropa y entró en el baño completamente desnudo.

    Shay dio un pequeño bote en la ducha cuando Gavril abrió la mampara, pero no gritó. Sólo le miró de arriba abajo, anonadado y cada vez más rojo, y… No le dio tiempo a mucho más. Sin palabras, sólo un pequeño gruñido asalvajado, Gav entró en la ducha, lo levantó en brazos y lo estampó contra las baldosas de una pared, besándole la boca, o más bien comiéndosela, bajo el agua.

    Ni siquiera el propio griego se esperaba que escuchar los suspiros, los jadeos y más adelante los gemidos de Shay con la reverberación de ese espacio puede ser tan excitante para él. Sentía sus manos resbalar contra la piel de su espalda, al menos hasta que las uñas pudieron clavarse, y aunque esto en otro momento le habría hecho quejarse, en esa ocasión le animó a hundirse con algo más de fuerza en su interior, sacándole auténticos gritos que si se acallaban eran por la hambrienta lengua de Gav.

    No pareció contentarse con hacerlo en la ducha. Mientras se empezaban a preparar para salir, acabó por coger la mano de Shay y tiró de él para pegarlo contra su pecho, aún desnudo, y besarle. Este beso fue más calmado que los que habían compartido antes, pero estaba claro que escondían las mismas intenciones.

    Shay se quejó de la hora, pero Gav sólo sonrió y lo empujó contra la cama. Le quitó la ropa interior, todavía estaba fría del poco rato que la había llevado, y le acarició el abdomen y las piernas mientras le contemplaba con la cara de un depredador frente a un festín.

    Le hizo girarse, y una vez lo tuvo bocabajo, cogió sus caderas y las levantó, haciéndole quedar de rodillas y con el pecho contra el colchón. Se inclinó sobre él y le lamió toda la espalda, mordiéndole la nuca en el momento en el que un par de dedos entraban en él en busca de sus suspiros.

    Volvió a lamer su espalda, esta vez en sentido descendente, y cuando llegó al final, su lengua se unió a sus dedos en un festival de atenciones que se complementaban con lo que su otra mano hacía un poco más al frente.

    Quiso llevarle hasta el borde del final, pero no le dejó disfrutar aún de los fuegos artificiales. Se alzó y, sujetándole bien las caderas, volvió a entrar en él, jadeando una sonrisa al verle arquear la espalda y agarrarse así a las sábanas. Tampoco le gustó mucho aquello, pronto le había vuelto a girar para poder mirarle y besarle, y cuando terminaron, se dejó caer en parte sobre él, llenándole todavía de besos y caricias.

    —¿Te parece bonito, Bennet? —le dijo con una risa, obviamente bromeando —Ahora vamos a tener que ducharnos de nuevo…

    Sonrió más ampliamente al verle sonrojarse y le dio un par de besitos llenos de ternura. Lo abrazó y enterró la cara en su cuello, queriendo disfrutar de ese momento sólo unos segundos más.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —Buenos días, Bennet —saludó Gav con una risita cuando le vio abrir los ojos. Le acarició el pelo y volvió a mirar por la ventana.

    Estaban en los últimos asientos de un coche de siete plazas. Conducía Carol, teniendo a Eugene de copiloto, y Daly, Haze, Jack y Ali se repartían en los tres restantes —Ali había terminado en el regazo de Jack, rezando todos para que no les pillase nadie—.

    —¡Por fin despiertas, coleguita! —exclamó Jack, girándose lo suficiente para verles. Estaban abrazados, con Shay cómodamente apoyado sobre Gav —Te dormiste nada más entrar al coche…

    —¿Una noche dura? —preguntó Haze.

    —Más bien una mañana animada —dijo Carol con una carcajada que sólo aumentó al ver cómo Shay se ponía rojo como un tomate.

    No tardaron mucho más en detener el coche. El viaje de Sídney a Victoria era de 666 kilómetros, pero ellos habían tenido que hacer unos pocos más. No se detuvieron en Victoria, sino en un complejo lleno de globos, guirnaldas y carteles que hablaban de una inauguración.

    Los colegas y Alice salieron del coche los primeros, cuando el vehículo apenas se había detenido, dando saltos y gritos de alegría. Haze, Eugene y Carol fueron más pausados, y a los otros dos les tocó salir los últimos por la disposición de asientos. Una vez fuera, Gav sonrió al ver la emoción en los ojos de Shay.

    Estaban frente a un nuevo parque de atracciones con temática kaiju. Había exposiciones con algunas piezas de kaiju prestadas de laboratorios, también algún Jaeger en desuso, una galería donde se hablaba de los grandes héroes de Oceanía… y, por supuesto, un sinfín de atracciones con formas grotescas.

    Shay había señalado que se estaba construyendo ese sitio hacía unos meses, pero toda su ilusión parecía haberse disuelto cuando Gav se mostró frontalmente en contra. Y seguía estando en contra de ese circo, él sabía perfectamente que los kaiju no eran algo con lo que se debiese bromear ni comerciar de esa forma, pero… En fin.

    Le puso una mano en la cintura y se agachó para besarle, suspirando contra sus labios al sentir los brazos del muchacho alrededor de su cuello.

    —Feliz cumpleaños, Shay —le sonrió cuando se separaron. Vio la sorpresa en su cara y sonrió un poco más, con satisfacción —. ¿Creías que me había olvidado? —ese era su plan, de hecho —Claro que no. Y lo de esta mañana sólo ha sido un pequeño extra. Ven, vamos a la taquilla, estarás deseando entrar…

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cualquiera que los viera pensaría que eran un matrimonio asentado. Carol tomaba el brazo de Gav mientras paseaban, pero aquello no era síntoma de romance, sino de la comodidad con el contacto físico que sólo los mediterráneos parecían tener.

    Los otros no habían tardado en correr a las atracciones, arrastrando a Haze en el proceso —Eugene había conseguido evitarlo y se había ido a una exposición que le interesaba mucho—, y los otros dos, Gavril y Caroline, había preferido mantenerse cerca de ellos, pero en el suelo. Compartían la misma opinión respecto a esas atracciones, así que preferían dejar que los otros disfrutasen.

    Lo gracioso era que precisamente su negativa a subirse a las atracciones los hacía más visibles entre el público, por lo que ya habían firmado varios autógrafos y aceptados varias fotos de gente que afirmaba idolatrarles.

    El mejor momento, sin duda alguna, había sido cuando una niña les había abrazado, primero a Carol y luego a Gav, agradeciéndoles por protegerles a todos. Gav, que se había arrodillado para hablar con ella —prefería estar en la medida de lo posible a la altura de los ojos de la gente con la que hablaba—, la había vuelto a abrazar y le había besado la frente antes de dejarla irse con sus padres.

    —¡Oh, un bar! —dijo Carol de pronto, señalando una terracita.

    —Ya era hora…

    —¿La pierna?

    Gav bufó un poco y Carol le dio unas palmaditas a modo de ánimo. Una vez ambos sentados, la italiana vio con sorpresa cómo Gavril empezaba a beber una Coca-Cola, en vez de una cerveza.

    —¿Y eso? —preguntó, divertida, mientras abría por completo la bolsa de patatas para que ambos pudiesen ir picando —Creía que eras de los que vivían con una petaca en la mano…

    —Sí, bueno —Gav se encogió un poco de hombros —. No sé, ya no tengo tantas ganas de beber.

    —Ah, el amor —sonrió Carol, mirando con dulzura cómo Gav también sonreía —. Es tan bonito verte así.

    —Hacía mucho que no me sentía feliz —reconoció Gav, frotándose la nuca —. Incluso estoy con más energías. Esta mañana… —se inclinó sobre la mesa, para darle más confidencialidad a aquello, y habló en susurros —Esta mañana lo hemos hecho dos veces seguidas. ¡Dos! ¡Seguidas! —volvió a enderezar la espalda y sacudió la cabeza —No podía hacer algo así desde antes de entrar a los Cuerpos Panpacíficos. Ya tengo una edad, no pensaba que… me quedase esa resistencia.

    —Yo creo que siempre has tenido mucho aguante —dijo Carol, conteniendo una risa —. Igual ahora que tu hígado no llora, tu cuerpo entero te lo agradece permitiéndote agotar a ese chiquillo. A todo esto, ¿cómo podéis…? —hizo un gesto muy elocuente, metiendo el índice de una mano en el hueco formado por el índice y el pulgar de la otra al juntarse —O sea, te he visto desnudo y él parece pequeñito, ¿no?

    —No te voy a mentir, al principio me aterraba, bueno…

    —Romperlo —dijo ella con rotundidad, a lo que él le respondió con una sonrisa desdeñosa.

    —Sí, eso mismo. Sigue dándome miedo hacerle daño si soy muy brusco, pero la verdad es que nos las apañamos bien —su cara entera se iluminó en una sonrisa cuando vio al grupo acercarse a ellos —. Y el sexo es sólo un extra, la verdad. Uno muy bueno, pero aun así.

    —Me van a salir caries —se quejó ella en broma —. ¿Qué pasa, tropa? ¿Os estáis divirtiendo? —preguntó cuando el grupo se acercó más a ellos.

    —¡Este sitio es genial! —exclamó Alice dando un par de palmadas.

    —La verdad es que es más divertido de lo que esperaba —reconoció Haze entre dientes, dando un brinco y poniéndose rojo cuando Daly le dio una palmada en el trasero con una risotada.

    —Hemos subido a casi todo, pero ahora estábamos pensando en pasar por la galería de héroes. Eugene dice que nos espera ahí —dijo el mismo Daly, mirando un momento su móvil —. ¡Seguro que estamos nosotros, colega!

    —¡Es verdad, colega! ¡Ay, y también estará Hades!

    —¡Tenemos que ir pero que ya!

    —¡Vamos, coleguita, vamos!

    Y así, ni cortos ni perezosos, Jack se subió a Shay a la espalda, Daly cogió la mano de Haze y salieron corriendo hacia la galería. Ali, que se había quedado rezagada, cogió unas patatas y se sentó en el regazo de su hermana.

    —Esta excursión es genial, gracias —dijo, besándole la mejilla.

    —No me las des a mí, dáselas al griego —sonrió Carol, señalando a Gavril —. Él ha pagado los billetes.

    —¡Gracias, Plutón!

    —¡Que no me llames así!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    La galería de héroes era un edificio prefabricado sencillo, pero bien señalizado. Nada más entrar había un pasillo en cuyas paredes aparecían fotografías de los pilotos de jaeger que habían combatido en Oceanía junto a una placa que rezaba su nombre y el nombre de su jaeger. Más adelante había varias salas expositivas con más fotografías, grabaciones de los ataques, entrevistas en reproducción, recortes de prensa, también los trajes que habían quedado en desuso.

    La sala en la que Gav se había quedado era la llamada Salón de la Gloria. Había allí dedicatorias a los grandes héroes, los que habían luchado con más fuerza o durante más tiempo. Por supuesto, había un lugar para los pilotos de Ares.

    Gavril miraba la imagen de su hermano, con esa sonrisa tímida que siempre había tenido. Abajo había un cartel donde se leía «Fallecido en combate», y se incluía una breve biografía de él, de sus logros y de sus méritos de guerra.

    El propio Gavril estaba al lado, pero en esos momentos no reconocía al hombre de la imagen. Era más joven, estaba lleno de esperanzas y fuerzas. «Herido en combate», decía el cartel, aunque al final de sus notas biográficas se añadía que iba a volver a la acción con un nuevo proyecto de los Cuerpos.

    Suspiró y ladeó la cabeza. Sintió los dedos de Shay rozar los suyos y pronto le tomó la mano, girándose para sonreírle. Le beso el nacimiento del pelo y le acarició una mejilla con la mano libre.

    —Estoy bien —le susurró —. ¿Sabes? Creo que os habríais llevado muy bien —sonrió un poco y miró a su alrededor. En esos momentos no había nadie, así que se atrevió a besar sus labios y, después, a llenarle la cara de besos.

    No se había olvidado de los temores de Shay de que su relación pudiese acarrearles problemas, así que había procurado mantener un perfil bajo durante todo el día. Los abrazos y los besos se habían reducido a momentos de soledad como aquel, y bueno, sí habían podido disfrutar de algo más de intimidad en la noria, única atracción a la que Gavril había subido, pero por lo general Shay había estado yendo de aquí para allá con los otros, así que tampoco había sido tan difícil.

    Gav volvía a besarle cuando, de pronto, el suelo tembló y las luces parpadearon. Con el ceño fruncido, tomó la mano de Shay y lo sacó rápidamente de ahí para buscar a los demás. Tuvieron que pasar por la tienda de regalos —ver su cara en una camiseta le pareció excesivo, la verdad—, y vieron sólo a Daly y Eugene.

    —¿Y los otros? —preguntó Gavril mientras otro temblor sacudía la tierra y la alarma antikaijus empezaba a sonar, causando el pánico a su alrededor.

    —Han ido a ver otras cosas —dijo Eugene entre el ruido.

    —¡Colega! —exclamó Daly señalando en dirección sur, hacia el mar. Incluso a la distancia podía verse asomar una cabeza monstruosa.

    —Los de la base no llegarán a tiempo —gimió Eugene.

    Gavril miró a su alrededor y tiró de las camisetas de los otros dos para acercarlos, formando un círculo en medio de una muchedumbre que intentaba alcanzar la salida lo antes posible en medio del pánico.

    —Eugene, Bennet, id inmediatamente a la sala de computación. Piratead lo que haga falta y conectaros a Ares.

    —¿Ares? —repitió Eugene, a lo que Gav sonrió con tristeza e ironía.

    —Lo parchearon y lo tienen expuesto con otros trastos. Ares es el modelo más avanzado de ahí y es el único que conozco bien. Daly, no sabemos siquiera dónde está Jack, así que tendremos que luchar tú y yo. En cinco minutos tenemos que estar listos, ¿vale?

    Vio a los tres asentir, todavía dubitativos, y respiró hondo.

    —Podemos hacerlo, colegas —dijo Daly, llenándose de confianza ahora que iba asimilando mejor el plan.

    —Contamos con vosotros dos, seréis nuestro control —dijo Gav mirando a Eugene y Shay. Puso una mano en el centro del círculo y los otros pusieron las suyas —. Volveremos o con el escudo o sobre él. ¡Vamos!

    Se separaron, pero Gav entonces tomó de la muñeca a Shay y le besó, un beso breve y agridulce dada la situación.

    —Te quiero.

    Era la primera vez que se lo decía. Había planeado decírselo durante la cena, pero… Quién sabía si habría cena. Le sonrió y le besó una vez más. Al separarse, miró a Daly, quien de pronto parecía dudar otra vez. Miró a Eugene, soltó una imaginativa maldición y le tomó de la pechera de la camisa, tirando de él para besarle también.

    —Eso no me lo esperaba —confesó Gavril mientras se echaban ambos a correr hacia la galería de héroes.

    —¡Oh, cállate! —bufó Daly totalmente rojo.

    Lo primero que hicieron los dos fue romper las vitrinas con los trajes de los pilotos de Ares —Daly era algo más alto que los Kasdovassilis, pero el traje era adaptable por algo—, y con ellos puestos, corrieron ahora sí hacia los jaegers. Ver cómo Ares se encendía mientras trepaban por una escalerilla a la cabeza demostraba que Eugene y Shay habían conseguido llegar a los ordenadores y hacer su magia.

    Una vez en la cabeza de Ares, la conexión fue en un principio tortuosamente lenta, pero cuando la máquina empezó a calentarse, todo empezó a ir mucho más fluido.

    —Han hecho un buen trabajo con este mark —comentó Daly mientras comprobaba rápidamente los sistemas desde su pantalla holográfica.

    —Sí, bueno. Ni una sombra de lo que fue, pero tendrá que servirnos —suspiró Gavril.

    —¿Estáis listos? —era la voz de Eugene, sonando por los altavoces de Ares.

    —No, pero no nos queda de otra —dijeron los dos pilotos exactamente a la vez.

    Ahora que la deriva se había establecido, pensaban como uno. Y como uno se enfrentarían al kaiju.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuando recuperó la consciencia, tuvo que cerrar los ojos ante el mareo que le generaba esa luz roja parpadeante. Los volvió a abrir despacito y miró a su alrededor, viendo cómo la cabina de mandos había quedado destrozada.

    Pero estaban vivos. Milagrosamente estaban vivos.

    Intentó moverse, pero un horrible dolor en la pierna le hizo soltar un alarido y detenerse. Se comprobó rápidamente el muslo, pero no vio nada. No había ninguna herida ahí. Tardó un poco en darse cuenta de que el dolor no era suyo, y sólo al quitarse el casco y desconectar la deriva pudo ponerse en pie. ¿Cómo podía vivir Gavril con aquello? Ahora le dolía todo el cuerpo, pero de una forma soportable.

    Consiguió llegar a Gavril y le quitó el casco, viendo que estaba consciente, pero sudando y tenso por el dolor.

    —Lo hemos hecho —susurró Daly, sintiéndose increíblemente afortunado cuando el griego le revolvió el pelo —. Hemos vencido.

    Y ahora que la adrenalina abandonaba su cuerpo, también lo hacían sus fuerzas. Se acomodó al lado de Gavril, en el suelo, y respiró hondo.

    A través de la pantalla, ahora rota, que formaba, digamos, los ojos de Ares, se podía ver el kaiju muerto. Ares tenía una espada y un escudo al más puro hoplita, y gracias a eso habían podido vencer ellos solos a un categoría 4. Lo habían alejado de la ciudad, llevándolo a la costa, y allí habían logrado acabar con él, abriéndolo en canal y, después, rompiéndole la cabeza con el escudo. De hecho, podían ver desde allí el escudo aún clavado entre los ojos del monstruo.

    Las sirenas no se hicieron de rogar y pronto un equipo abrió el jaeger y pudo sacar a los pilotos en camilla. Gavril, extenuado y nublado por el dolor, se desmayó cuando las puertas de la ambulancia se cerraron, teniendo el tiempo justo para poder ver una última vez su primer y más querido jaeger, ahora totalmente destrozado.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Gavril despertó en una habitación completamente blanca. Había un ramo de flores a su lado, dos abrigos sobre una silla… y Shay dormía a su lado, en un sillón. El griego suspiró con puro alivio de verlo sin un rasguño y empezó a incorporarse con mucho cuidado.

    —¡Quieto! —le gruñó Connie en un susurro. Gav ni se había dado cuenta de que la mujer estaba allí —Estás todo lleno de costuras y vendas, intenta no moverte tanto.

    —¿Cuánto tiempo llevo…? —murmuró al tocarse la barba, más poblada de lo que recordaba.

    —Tres días. Ya hasta han limpiado la playa, no queda ni un resto de kaiju ni de jaeger —afirmó con un asentimiento de cabeza.

    —Oh, me duele todo… —suspiró Gav, recolocándose un poco mejor —¿Llegasteis bien? Tuvo que ser un infierno con el kaiju por ahí.

    —Tuvieron a nuestro avión dando vueltas por sobre la isla hasta que acabasteis con él definitivamente y nos dieron pista para aterrizar. ¡Apenas pudimos disfrutar con Shay unos minutos de su cumpleaños! Una pena, con todo lo que habíais preparado Theo y tú…

    —Si te sirve de algo, hasta el ataque se lo pasó muy bien —sonrió Gav, mirando ahora con dulzura al durmiente —. Prácticamente emitía luz de lo feliz que estaba.

    Connie suspiró, sonriendo, y alzó los ojos al ver a Theo entrar con un par de cafés.

    —Oh, buenos días, bella durmiente —sonrió, acercándose a su esposa para darle su taza —. ¿Cómo estás?

    —Hecho una mierda.

    —Normal, prácticamente te cayó un edificio encima. Por no hablar de lo de la pierna.

    —¿La pierna?

    Gav frunció el ceño al ver cómo Connie golpeaba el brazo de su marido. Le había empezado a hacer gestos para que se callase, pero Theo había seguido hablando y…

    Ahora que se fijaba, no le dolía la pierna. Ni un ápice. Nada de nada. Era algo tan extraño que le sorprendía no haberse dado cuenta, pero quizá como le dolía todo lo demás, había dado por hecho que también le dolía la pierna.

    Lo más raro era que recordaba perfectamente el dolor punzante y desgarrador que había sentido durante la lucha, bueno, sobre todo tras la lucha. Ni siquiera había podido mantener la consciencia, ¿y ahora no le dolía?

    Retiró la sábana que le cubría con miedo, pero no, allí había dos piernas. Aunque…

    Se levantó entonces un poco la bata de hospital, viendo cómo en una zona muy alta de su muslo había una especie de cinta metálica. Al tocarla, sintió sus dedos. ¿Cómo podía sentir sus dedos sobre el metal? Miró mejor la piel de debajo y vio que no era realmente piel, sino una especie de recubrimiento sintético. De hecho, pudo levantar un poco y ver que debajo había…

    —Una pierna mecánica —susurró, consternado.

    Sintió una mano sobre la suya y, al girarse, vio la cara de preocupación de Shay. Connie le hizo un gesto a su marido y ambos salieron de la habitación diciendo que iban a avisar a algún médico. Gav, por su parte, miró a Shay sintiendo cómo sus ojos se llenaban de lágrimas.

    ¿Le habían amputado la pierna? En realidad, tampoco le sorprendía. Ya hacía cuatro años le habían explicado que un sobreesfuerzo causaría, por muy buena que fuese la abrazadera, que el veneno de kaiju, imposible de extraer, se expandiese por su cuerpo. Por eso no había podido moverse, porque había llegado al límite y el veneno se había ido expandiendo por su torrente sanguíneo. Cortar la pierna habría sido la única opción, y, en fin, ahora no le dolía nada. Así que había salido ganando con el cambio, ¿no?

    Entonces, ¿por qué no podía dejar de llorar mientras abrazaba a Shay?

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —¡Colega! —Daly saltó a abrazar a Gav, ganándose regaños de la enfermera que estaba terminando de comprobar su evolución.

    —Daly —sonrió Gavril, acariciándole el pelo y dándole palmaditas suaves en la espalda —. Te veo bien.

    —Mejor que tú seguro que está —se rio Eugene, entrando también —. Y al menos a él le dejan llevar pantalones, veo que a ti te han revocado ese derecho. Aunque no es algo de lo que me queje…

    Gav se rio un poco y sacudió la cabeza mientras conseguía que el australiano se apartase. Él también tenía su buen número de golpes, costuras y vendas, pero parecía moverse bastante bien, sobre todo en comparación al griego, que sólo podía levantarse de la cama para ir al baño o cuando se acercaba a la ventana, harto ya de la cama. Claro que Daly no tenía una costura de quince centímetros en el costado, fruto de una pieza metálica de la cabina, rota durante la batalla.

    —Jack, Ali y Carol están fuera, hablando con tus padres, coleguita. ¡Son muy simpáticos! ¡Ah, y Falana dice que llegará esta tarde!

    —Siento que me va a caer una bronca —bromeó Gavril. Ahora que había tenido un día y medio para asimilarlo todo, se encontraba mucho mejor.

    —¡Y Cinthia George, colega! Seguramente quiera hacernos alguna entrevista. ¡Que hemos salvado Australia entre los dos!

    —Pareces muy emocionado con la idea de haber estado en la cabeza del griego —se rio Eugene entre dientes.

    —¡Claro que sí! Es la primera vez que derivo con alguien que no sea Jack. Es super raro, y… —su mirada se ensombreció, pero volvió a animarse un poco cuando Gav le apretó el brazo con cierto cariño.

    —Mi cabeza no es un buen lugar para pasear, pero… creo que se nos dio bastante bien, ¿no?

    —Hicisteis un trabajo magnífico, sobre todo teniendo en cuenta que era vuestra primera misión juntos, que el jaeger estaba en las últimas y que Bennet y yo lo tuvimos que coordinar todo desde unos ordenadores de hace al menos diez años.

    —Supongo que somos un buen equipo —sonrió Gavril —. Y hablando de equipos… ¿Qué hay de ese beso que os disteis?

    Al ver lo rápido que se tiñeron de rojo los dos y cómo apartaron la mirada con patente incomodidad, quedaba claro que no habían hablado de ello en esos días. Y, de hecho, Gav apostaría a que habían evitado el tema a toda costa.

    Gav tuvo que contener una risa cuando Eugene dijo que quería ir a comprobar cómo iba el acondicionamiento de los restos de Kraken —así habían llamado al kaiju— en su laboratorio de Sídney y salía corriendo. Daly, por su parte, suspiró viéndole irse, sacudió la cabeza y decidió volver con el grupo, que no tardaría en pasar por la habitación.

    —Vaya huracán son —sonrió Gav con cariño, acariciando los dedos de Shay mientras tanto. Entonces le tomó la mano y se la llevó a los labios, dándole un beso mientras le miraba a los ojos –. Estoy orgulloso de ti, Shay. Y creo que te quiero incluso un poquito más que antes. Aunque… te querría incluso más si me pudieses traer un refresco frío. ¡Y un beso! ¡Dame un beso, antes de que me invadan la habitación y no podamos! —dijo con una sonrisa de oreja a oreja que pareció agrandarse cuando recibió el beso pedido.
  8. .
    Holas, holitas, holotas ~

    El otro día me vi La vieja guardia y, en fin, me enamoré de estos dos. Actualmente estoy leyendo el cómic, pero sólo he conseguido enamorarme más y más. Son mis padres. Los adoro. Los dibujaré en cuanto las musas me soplen un poco de polvo mágico.

    EA PUES.




    QUOTE
    Microrrelato.
    Pareja: Joe (Yusuf Al-Kaysani) y Nicky (Nicolo di Genova)
    Longitud: 498 palabras.
    Advertencias: ¿Insinuación sexual? La historia no refiere a ningún hecho concreto descrito en los cómics o en la película.
    Disclaimer: Los personajes originales pertenecen a Greg Rucka y Leandro Fernández. Yo no tengo ni derecho ni poder sobre ellos, sólo los manejo sin fines lucrativos en puro carácter lúdico.

    Tras un milenio


    Se pasó una manga por la cara, queriendo ya no tanto limpiarse como conseguir simplemente que la sangre y el sudor no empañasen su campo de visión. Miró los cadáveres que se apilaban a su alrededor, pero pasó sobre todos ellos sin ningún interés. Al menos hasta que vio a su compañero.

    Con un gesto de preocupación, se agachó junto a él y le tocó una mejilla, no pudiendo evitar suspirar con alivio al ver cómo la bala salía de su frente, la herida se cerraba y sus preciosos ojos de un apabullante verde grisáceo se abrían para mirarle.

    —Buon giorno, Nicolo —susurró mientras compartían una sonrisa y juntaban sus frentes en un gesto del más puro amor.

    Le ofreció una mano y le ayudó a ponerse en pie. Volvió a mirar la masacre y suspiró, rodeándole la cintura con una mano.

    —Si nos ponemos ya en marcha, llegaremos a Florencia a tiempo para la cena —dijo Nicky, sacándole a Joe una risa.

    —Tenemos plan, entonces.

    Volvieron a sonreírse y salieron del lugar, preocupándose simplemente por tirar una cerilla que limpiase el desastre que dejaban atrás.

    Unas horas después, a solas en su habitación tras una exquisita cena en un pequeño local medio escondido entre el entramado medieval de Florencia, Joe apenas pudo quitarse los zapatos antes de que Nicky acaparase toda su atención. Le vio quitarse la camisa y acercarse a él para subirse a su regazo, y sus manos no tardaron en tomar su cintura mientras sus labios se juntaban en un beso.

    Ese hombre siempre había conseguido acelerarle el corazón. Cierto que al principio era por un odio ciego provocado por fes enfrentadas, cuando Nicolo portaba el blasón templario sobre su pecho y Yusuf blandía su afilado chafarote, pero más pronto que tarde ese odio se había ido convirtiendo en otra cosa.

    ¿Cómo podía ser que tras mil años el simple roce de sus labios pudiese hacerle suspirar? ¿Cómo podía ser que, incluso conociendo cada milímetro de su cuerpo de memoria, disfrutase tantísimo de pasear dedos, ojos y lengua por su piel? ¿Cómo podía ser que su amor jamás se hubiese adulterado, jamás se hubiese apagado?

    Tomó con sus manos el rostro de Nicky y le contempló durante unos segundos. Ese hombre era lo más preciado que jamás podría desear. Lo era todo. Su sol en el día, su luna en la noche, el aire de sus pulmones.

    —Te amo —le susurró, repitiéndoselo después en todos los idiomas que compartían mientras iba dejando besos por su cara.

    —Te amo —respondió Nicolo con ese brillo especial de sus ojos.

    Sus dedos se entrelazaron y pronto sus cuerpos siguieron el ejemplo.

    Había pasado un milenio, pero podrían pasar mil más sin que su corazón dejase de acelerarse lo más mínimo al verle.

    Aquello era lo cotidiano para él. No los viajes, no las misiones, no las muertes ni los salvamentos. No. La parte fundamental de su día a día era Nicky. Su Nicky.

    Y siempre lo sería.
  9. .
    QUOTE
    Microrrelato.
    Pareja: Desequilibrados (Ray y Pável).
    Longitud: 422 palabras.
    Advertencias: Nada de nada.
    Disclaimer: Son personajes de un rol que tengo con la chica flamenco, aquí no hay ni disclaimer ni nada.

    Adiós, rutina, adiós



    Si de algo sabía Pável era de rutinas. Su madre le había hecho desde muy pequeño adoptar un horario fijo donde hasta los descansos eran contados prácticamente al segundo, y que sólo se había ido relajando cuando el chico había entrado en la adolescencia.

    Tras eso, el ejército sólo le había afirmado una agenda extraordinariamente estricta, por lo que se podría decir que tenía la rutina de tener una rutina.
    Ahora, su trabajo era un caos en lo que a horarios respecta. Aunque fichaba cada día de nueve de la mañana a cinco de la tarde, podía recibir una llamada en cualquier momento que le obligase a acudir al escenario de un nuevo asesinato.

    Pero, en fin, salvo por ese detalle, se seguía esforzando en tener unas rutinas: se levantaba —en caso de haber dormido— a las seis de la mañana para salir a correr, desayunaba y comía en las mismas horas, ayudaba a su sobrina con los deberes y jugaba con ella en tiempos siempre parecidos… Incluso tenía un horario relativo para sus correrías nocturnas como justiciero enmascarado.

    Luego estaba Ray Morrison. Ese hombre era, desde el punto de vista de Pável, un desastre. Con suerte respetaba los horarios de la universidad, pero hasta estos parecían hechos para poner nervioso a un maniático de la agenda como era el ruso, habiendo clases un día por la mañana, otro por la tarde, de nuevo por la mañana…

    No entendía cómo nadie podía vivir así. Y no entendía cómo podía estar dejándose arrastrar por él. Cómo cada vez se iba relajando un poco más para adecuarse a Ray Morrison, quien parecía simplemente dejar que la vida fluyese a su propio ritmo.

    Llegó a preguntarse cómo afectaría eso al desarrollo de su vida normal, aunque su vida nunca había sido muy normal. Si el día a día era de por sí caótico y ya no tenía ni siquiera unas balizas temporales a las que aferrarse, ¿qué podía hacer para no volverse totalmente loco?

    Con estos pensamientos en mente, se giró un poco para mirar precisamente al causante de su desajuste. Ray, vestido con su pijama y su bata, sentado de cualquier forma en el sofá, había terminado por quedarse dormido y su cabeza despeinada se apoyaba en el hombro del ruso.
    Pável sonrió y le pasó un brazo por la cintura, volviendo los ojos a la película que estaban viendo.

    Vale, quizá estaba perdiendo toda rutina, pero ¿realmente era tan malo cuando podía disfrutar de la compañía del hombre del que se estaba enamorando?
  10. .
    Ya iba tocando escribir algo de estos muchachos xdd Yo confío en que serán felices algún día...
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    Microrrelato.
    Pareja: Massi y Sammy.
    Longitud: 465 palabras.
    Advertencias: Hoy no, Satán.
    Disclaimer: Son personajes de un rol que tengo con mi maridín xdd, aquí no hay ni disclaimer ni nada.

    Viejas costumbres



    Daniel era impredecible. Era una fuerza avasalladora que arrasaba todo a su paso, muchas veces incluso sin realmente pretenderlo. Parecía que actuaba según le soplaba el viento sin importarle qué desastre causaría su próxima acción, y después tomaba una decisión que podía arreglar o empeorar todo aquello, por lo que se podía decir que su vida era una improvisación constante sumida en el más absoluto caos.

    Samuel había aprendido a vivir con ello. Había aprendido a ser despertado en mitad de la noche con la maleta hecha a prisas, había aprendido a no preguntar cómo había conseguido Dani una habitación si no tenían apenas dinero para una comida y había aprendido a esperar lo inesperado siempre, en todo momento.

    Es difícil quitarse una costumbre tan arraigada como esa, incluso si hacía ya un mes que su situación había cambiado. Sí, ahora que vivía con Massi no tenía que estar constantemente preocupado por dónde pasaría la siguiente noche y siempre había comida en la despensa suficiente para dos platos —porque Sammy sabía, por mucho que Dani lo negase, que su hermano se había quedado muchas veces sin comer para que a él no le faltase alimento—; podía sonar triste, pero había llorado a mares al colocar su ropa en un armario y guardar la maleta bajo la cama.

    Ahora tenía objetos propios, más allá de los imprescindibles para la vida. Tenía su sitio favorito en un sofá. Tenía una vista constante tras la ventana del salón.

    Pero le costaba relajarse y disfrutar de todo aquello. Abrirse a sus nuevos vecinos y compañeros de trabajo para formar lazos amistosos, empezar un libro de mil páginas, hacerse al piano que Massi había comprado para él… ¡Incluso Massi! Hacerse a Massi también se le resistía, aun cuando llevaba un mes preparándole el café por las mañanas, masajeándole los hombros, contándole anécdotas, dejándole dirigir sus noches entre besos y caricias.

    Las viejas costumbres no se iban, y Samuel no podía evitar preguntarse cuánto tardaría Daniel en irrumpir en su vida, cogerle de la muñeca y arrastrarle en un nuevo tren con destino desconocido. No conseguía relajarse, se veía incapaz de sumirse en la cotidianeidad.

    —Estás muy serio, ángel —le susurró ese acento italiano al oído mientras las grandes manos de Massi le rodeaban la cintura desde la espalda —. ¿Va todo bien?

    —Sí, perdona… Estaba pensando que mañana deberíamos hacer la compra —no era mentira, exactamente, pero no era toda la verdad, y supo en el suspiro de Massi que su amante lo tenía bien calado.

    —Podemos aprovechar y comer fuera.

    Samuel se giró entre sus brazos y le sonrió con su dulzura habitual.

    Mientras estuviese con Massi, podría lograr cualquier objetivo, por difícil que fuese, y aunque le llevaría un tiempo… Sí, se acostumbraría a esa nueva vida.
  11. .
    ¡Hey! ¿Me he ido un poco del tema con este microrrelato? ¡Espero que no! Tendría delito habiendo redactado yo la convocatoria xdd

    En fin, cualquier cosa, un toque de atención y corrijo. O algo.



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    Microrrelato.
    Pareja: Forajidos (Joyce y Wilson).
    Longitud: 389 palabras.
    Advertencias: Referencias arcaicas xdd
    Disclaimer: Son personajes de un rol que tengo con la chica flamenco, aquí no hay ni disclaimer ni nada.

    Esos tiempos


    Desde que tenía dieciséis años, había ido por libre, viajando por dónde quería, haciendo los trabajos que le apeteciesen —es decir, los que le pudiesen dar más dinero— y disfrutando con quien le diese la gana. Si quería sexo, lo buscaba. Si quería comida, la conseguía. Si quería soledad, se alejaba de todo unas horas o un par de días o lo que hiciese falta.

    Huelga decir que establecerse no entraba en sus planes. La única atadura que siempre había conservado era su tía, a la que iba a visitar periódicamente, pero jamás se imaginó teniendo una casa propia con un porche en el que poder sentarse a leer mientras vigilaba a los niños corretear por el jardín.

    Pero, claro, la vida da muchas vueltas y eso era exactamente lo que había acabado teniendo. Aunque los niños tenían ya diecinueve años cuando los conoció y eran dos miembros peligrosos de una banda tan temida como conocida. Pero bueno, correteaban por el jardín, que es lo importante ahora.

    Wilson bajó su libro y sonrió al sentir dos brazos rodeándole desde la espalda. No necesitó alzar la cabeza para saber que se trataba de Brian Joyce, líder de la banda en cuestión.

    Ese idiota, porque era un idiota, era la causa de que hubiese terminado allí, asentándose cada día más en una rutina que incluía evitar que los gemelos —sí, los de casi veinte años— se llevasen cristales a la boca, que Denisse hiciese sobreesfuerzos ahora que su vientre se hinchaba semana a semana con el latido de una nueva vida o que Susan tuviese un ataque de nervios cuando se atascaba en algún párrafo de su nueva novela.

    Giró la cabeza para besarle en los labios y le acarició una mejilla, soltando una pequeña risa cuando Joyce decidió frotar sus narices antes de atacarle el cuello con mordisqueos cariñosos.

    —¡Maldita sea! —se levantó de golpe, acercándose a la baranda que daba al jardín —¡Symon, dejad a la maldita gallina en paz!

    Joyce le volvió a abrazar por la espalda, arrastrándolo hacia atrás hasta que terminó sentado en el regazo de su amante con un nuevo suspiro.

    Desde que tenía dieciséis años, había ido por libre, pero ya no tenía dieciséis años. Y, la verdad, en momentos como aquel, acurrucado contra el hombro de Joyce, apenas echaba de menos esos tiempos.
  12. .
    Holas, holitas, holotas. ¿Me echabais de menos? xdd

    Iré publicando alguna cosilla más a medida que las musas me soplen al oído ~



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    Microrrelato.
    Pareja: Hannor (Hank y Connor).
    Longitud: 499 palabras #casi
    Advertencias: Referencias arcaicas xdd
    Disclaimer: Los personajes pertenecen a Quantic Dream, creo, y han sido desarrollados por David Cage y Adam Williams. Yo no tengo ni derecho ni poder sobre ellos, sólo los manejo sin fines lucrativos en puro carácter lúdico.

    El Día de la Marmota


    Desde que había entrado en divergencia, se había visto obligado a buscar su sitio. Al principio intentó ayudar a Markus con la organización de la nueva y creciente sociedad androide, pero, quizá porque era lo único que conocía, pronto se dio cuenta que, en realidad, quería volver al departamento de policía.

    Teniendo en cuenta que saber qué quieres cuando no tienes una programación dictando cada uno de tus pasos es todo un logro, no se lo pensó mucho y decidió seguir su corazón, presentándose en casa del teniente Anderson, quien le recibió con los brazos abiertos tras un par de semanas sin apenas verse.

    Pasear a Sumo a primera hora de la mañana, preparar el desayuno para Hank, ir juntos a la comisaría, volver juntos a casa, a veces incluso parar a tomar una copa —bueno, Hank tomaba una copa, Connor simplemente procuraba que no se excediese con la bebida—, fueron pequeños detalles que empezaron a introducirse en su vida de una forma tan natural que apenas se dio cuenta de que cada día, quitando los imprevistos de su trabajo, empezaban a ser iguales.

    Sí, la vida empezaba a ser maquinal, pero para Connor eso no tenía nada de malo. Después de todo, él era una máquina, por muy vivo que hubiese descubierto estar. Quizá había cosas que la divergencia no podía cambiar.

    —Me aburro —gruñó Hank de pronto un día. Al ver la cara de sorpresa de Connor, movió las manos en el aire, intentando encontrar las palabras correctas —. ¿No te sientes en El Día de la Marmota? No, claro que no, ni siquiera sabrás de qué hablo…

    —Hablas de la película de 1993, dirigida por Harold Ramis y protagonizada por Bill Mur-

    —Sí, sí, esa misma —Hank se frotó los ojos con los dedos. Después, apoyó la mejilla en una mano y jugó un poco con la comida que tenía en el plato —. Es muy cansino que cada día sea igual.

    Esa noche, con Hank roncando sobre su hombro, bien abrazado a él, Connor se permitió reflexionar sobre esa conversación y se dio cuenta de que, por muy máquina que fuese, ahora que empatizaba con Hank se sentía también algo cansado de aquello.

    A la mañana siguiente, paseó a Sumo, preparó el desayuno para el teniente y fueron juntos a la comisaría, pero al terminar el trabajo, Connor le puso las manos sobre los hombros y le miró, muy serio, directamente a los ojos.

    —Teniente —sólo le tuteaba cuando estaban en casa —, vamos al cine.

    —¿Ah? —Hank no daba crédito a lo que oía —¿Al cine?

    —Puedo leerle la cartelera en el coche, si lo desea, o podemos ver ahí qué ofertas hay. A usted le gusta el cine y he pensado que…

    El beso de Hank le pilló por sorpresa, pero no dudó a la hora de corresponderlo, incluso si algunos compañeros les miraban con sonrisitas y cuchicheos.

    Sí, quizá cambiar la rutina de vez en cuando pudiese ser interesante. Para ambos.
  13. .
    «Es sólo cuestión de tiempo que averigüemos quién se esconde tras la máscara, cielo.»

    Había sido la voz de Ray quien había pronunciado esas palabras, pero con un tono casi afeminado y con una nota cruel que contrastaba mucho con el Ray real. Porque eso no era Ray. Era su cuerpo, era su cara, su voz… Pero ¿sus ojos? No eran el castaño oscuro de siempre, sino que parecían cambiar de manera rítmica a colores psicodélicos que le daban un aspecto horrible e irreal.

    Ahora bien, el hecho de que aquel no fuese Ray no implicaba que no fuese su cuerpo. Ray les había llamado diciendo que no tenía el control, así que eso tiraba por tierra la idea de que fuese alguna nueva suerte de Camaleón o doppelgänger. No, lo que más sentido tenía era el control mental, por loco que sonase.

    Fue todo un reto reducir al Otro. No quería hacer daño al cuerpo de Ray, pero tampoco podía permitir que Wendy o él mismo terminasen muertos o, peor aún, descubiertos por aquel marionetista misterioso.

    Que la casa hubiese quedado arrasada parecía ser el menor de los males, teniendo en cuenta que había conseguido inmovilizarle sin que nadie resultase herido. O no mucho, al menos.

    No hacía ni dos días que le habían quitado la escayola y aún tenía el brazo y las costillas algo delicadas —le habían dicho que no hiciese grandes esfuerzos, pero bueno, todos saben que lo que dicen los médicos son recomendaciones—; además, el Otro se las había apañado para darle un golpe en los riñones, lo cual le sirvió de recordatorio de que debía proteger de alguna forma esa zona.

    Wendy tampoco había salido totalmente indemne, pero al parecer su habilidad para endurecer su piel le había sacado del paso, aunque había provocado al menos un dedo roto en el cuerpo de Ray, quien además tenía algunos moratones producidos, principalmente, por la defensa de XIII.

    Igualmente, lo importante ahora era que el Otro estaba atado y estaba dando paso a Ray. O al menos eso sugería que sus ojos volviesen a ser marrones.

    —Morrison —le llamó con una voz firme, pero serena —. Voy a hacerte algo extremadamente desagradable. ¿Podrás aguantarlo?

    Vio el miedo en sus ojos, pero al ver su gesto afirmativo, asintió un poco y suspiró, poniéndose detrás de él para coger la silla. Empezó a arrastrarlo hacia el baño, pero Wendy le puso una mano en la muñeca, deteniéndole.

    —¿Qué vas a hacer?

    —Apártate, niña.

    Aunque la máscara no dejaba verlo, la boca de Wendy se había abierto un poco. El tono de XIII, quizá en parte gracias a la distorsión, había sonado tan frío, tan autoritario, tan seco, que la chica no había podido hacer más que obedecer, agachando la mirada y apartándose medio paso.

    XIII no dijo nada más, sólo arrastró la silla de Ray hasta el baño, donde se había dedicado a llenar la bañera de agua y hielos. Se quitó un guante y metió la mano en el agua, removiéndola un poco para después secarla en una toalla. Se quitó el otro guante y dejó ambas prendas sobre el lavabo.

    —Ahora viene la parte difícil. ¡Niña! —vio a Wendy asomar por el baño y soltó un gruñidito complacido —Ayúdame, tenemos que desatarlo y meterlo en el agua.

    —Pero… ¿De qué demonios va a servir eso?

    —¿Vas a cuestionar absolutamente todo lo que haga o diga? Porque si es así, nuestra relación puede darse por acabada ya mismo.

    —¡No, no! Yo… —apretó los puños y respiró hondo, pero acabó por asentir —Te ayudo.

    XIII repitió el gruñido y desató a Ray. Muy atento a que sus ojos no volviesen a cambiar de color, pero a la vez cuidando que la cuerda con la que había ahora atado sus muñecas estuviese bien asegurada, le hicieron entrar en la bañera vestido y todo.

    —Sujétalo bien —le dijo a la chica, quien hizo un gesto con la cabeza para luego mantener las piernas de Ray dentro del agua —. Sé que el agua está muy fría y, créeme, va a ir a peor —le advirtió a Ray en voz baja —. Toma aire.

    Esperó a que obedeciese y entonces, sin dilación, hundió a Ray en el agua. Fue interesante ver cómo prácticamente al instante no sólo empezó a revolverse con más fuerza de la que debería tener el cuerpo de un profesor alcohólico deprimido que no habría hecho ejercicio en años, sino que, al abrir los ojos bajo el agua, estos volvían a cambiar de color.

    —¡Es muy fuerte!

    —Está luchando con todas sus fuerzas. No desistas —ordenó XIII.

    Esperó unos segundos y entonces, manteniendo el pecho de Ray contra el fondo de la bañera con una mano, le agarró del pelo para sacarle la cabeza, permitiéndole así respirar.

    —Cielo, te prometo que mataré todo lo que amas y después te mataré a ti —escupió el Otro con una sonrisa sádica y cruel.

    —Ya lo veremos, cielo —murmuró XIII antes de volver a hundir la cabeza de Ray.

    Tuvo que sacarle y volver a hundirle un par de veces, y no fue fácil ni entre dos mantenerlo sumergido, pero el proceso daba resultado: al cabo de unos minutos de inmersión helada, empezaron a salir de la boca de Ray una especie de gusanos negros que se disolvían en el agua, dejando manchas putrefactas que hicieron que Wendy estuviese a punto de retirar las manos por puro asco.

    Las amenazas del Otro continuaron a cada pausa que XIII le daba para respirar, pero sus movimientos tenían cada vez menos fuerza, y llegó un momento en el que un gusano más largo salió y se disolvió también. Los ojos de Ray volvieron a la normalidad y fue entonces cuando XIII lo sacó del agua, dejándolo sentado de nuevo en la silla.

    —Tenemos que evitar que le dé una hipotermia —dijo mientras abría y cerraba los puños. Tenía las manos blancas y las uñas azules por el frío, a juego con las de Wendy y la cara de Ray, pálida y de labios amoratados.

    —Voy a por toallas —dijo Wendy rápidamente, quizá porque era la excusa ideal para darse unos segundos de soledad que le permitiesen digerir lo que acababa de ocurrir.

    Mientras tanto, XIII desató a Ray y empezó a quitarle la ropa, que iba dejando directamente en la bañera. Ray tampoco podía revolverse mucho, así que el trabajo fue fácil, incluso pese a lo degradante que era la sola idea. No dejó a Ray desnudo mucho rato, pronto lo envolvió en la toalla que colgaba de una percha y empezó a frotarle los brazos y las piernas para secarle y, a la vez, ayudarle a generar calor.

    Al ver que estaba más o menos seco, lo cogió en brazos, apoyándolo contra su pecho e inclinando la espalda hacia atrás para poder soportar bien su peso. Casi tropezó con la silla, que acabó volcada en medio del baño, pero lo llevó así al salón, donde lo dejó en el suelo un momento mientras recolocaba el sofá y lo adecentaba para que sirviese como asiento.

    Wendy, que había encontrado mantas nórdicas, fue a su encuentro justo para ver cómo XIII se quitaba la parte superior del traje. Por suerte, su máscara impidió que se viese lo roja que se había puesto o cómo sus ojos iban de un músculo a otro y de una cicatriz a otra.

    XIII, ajeno a esto —o ignorándolo a propósito, el resultado era el mismo—, dejó su ropa en el suelo, cerca de donde había estado la mesita de cristal, y se sentó en el sofá. Lo cogió de nuevo en brazos y se lo sentó en su regazo, abriendo la toalla y abrazándolo de nuevo contra su cuerpo, de tal forma que sus torsos se juntaban. Cogió la manta que le tendía Wendy y envolvió a ambos con ella, momento en el que tiró la toalla húmeda al suelo.

    Sintió las manos heladas de Ray contra su espalda, intentando aferrarse a una fuente de calor viva como era XIII, y lo abrazó con un poco más de fuerza, frotándole la espalda bajo la manta y dejándole apoyarse en su hombro.

    Pensó en ese momento que esa debía ser la primera vez en toda su vida que Ray podía abrazar a alguien así, tocando con sus manos otra piel —o alguna piel, porque ni a sí mismo se podría tocar—. Eso hizo que XIII no pudiese evitar subir una mano para acariciarle la nuca con suavidad.

    —Dos cuerpos juntos generan y concentran más calor que sólo las mantas —explicó, quizá para ambos —. ¿Estás mejor? —esta vez, la pregunta iba directamente a Ray. Al verle asentir, se giró a Wendy —Prepara café, anda. A ti también te vendrá bien.

    —XIII —le llamó Wendy, volviendo con una bandeja con tres tazas humeantes. Miró dónde podía sentarse y acabó al lado de la extraña pareja, dejando la bandeja en su regazo —. ¿Qué ha pasado, exactamente? Quiero decir… ¿Cómo sabías que eso iba a funcionar?

    —Bueno —XIII suspiró contra la oreja de Ray; al sentirle estremecerse, volvió a frotarle la espalda, convencido de que era por el frío —. Cuando estuve en Oriente Medio, luchando, había rumores acerca de un tal Titiritero. De alguna forma, podía meterse en alguien, llevarlo a donde fuera, hacerle hacer cualquier cosa. Recogía información delicada y si el huésped moría, se lavaba las manos. Normalmente cogía a chiquillos que pasasen desapercibos.

    Tomó aire y tocó el brazo y el pecho de Ray. Ahora que estaba recuperando la temperatura, le miró a los ojos, pasándole un pulgar por la mejilla. Acto seguido le tocó la frente y el cuello con el dorso de la mano y asintió, conforme.

    —Cuando mi grupo fue capturado, uno de mis compañeros, el único que hablaba árabe fluido, dijo que nos iban a «purificar». Tenían que asegurarse que no fuésemos el Titiritero, así que nos metieron en tanques con agua helada.

    —Suena horrible.

    —No, en realidad la parte del agua helada fue la más agradable de todo aquel episodio —XIII se quitó entonces la parte inferior de la máscara y se bebió toda su taza en dos tragos, sin importarle que aún estuviese humeando o que no llevase ni leche ni azúcar, algo que dejó a Wendy, de nuevo, boquiabierta —. Voy a llevarte a la habitación para que te vistas y luego la niña y yo nos iremos —miró a su alrededor y apretó los labios —. No, primero arreglaremos un poco esto.

    —Eso nos llevará toda la noche —se quejó Wendy —. Además, no fuimos nosotros quiénes empezamos la pelea.

    —Él tampoco la empezó, niña —resopló XIII mientras se volvía a poner la parte inferior de la máscara —. No podemos comprarte muebles nuevos, pero al menos quitaremos los cristales y las astillas y veremos qué puedes seguir utilizando. Y tú —señaló a Wendy —, ni una queja. Ya te advertí que venir conmigo no sería plato de buen gusto.

    Wendy soltó un pequeño gruñido, pero acabó por asentir. Miró entonces la taza humeante de café que tenía en las manos y se dio cuenta de que no podía beberla, su máscara no tenía dos partes como la de XIII.

    —Vaya pesadilla de noche —suspiró mientras dejaba la taza en la bandeja con resignación.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Rosie se ahuecó con las manos los rizos rojos y sonrió, mirando a Pável cuando salió del baño. Se frotaba el pelo con una toalla y sólo se había puesto los pantalones, dejando que la mujer pudiese ver sin ningún problema no sólo sus músculos, que siempre estaba bien, sino también sus cicatrices, tanto las viejas como las más nuevas. ¿Cómo se habría hecho los últimos hematomas? Ni siquiera sabía si quería saberlo.

    Le ofreció una taza de café, que fue aceptada con una sonrisa algo tenue, y le siguió con la mirada mientras se sentaba en el sofá, en el sitio que siempre ocupaba cuando estaba por allí. Una costumbre arraigada, se imaginaba Rosie.

    No tardó mucho en acercarse y sentarse no a su lado, sino en su regazo, apoyando la cabeza en su pecho para escuchar el latido de su corazón. Siempre le tranquilizaba escucharlo, quizá porque sonaba rítmico y fuerte o quizá porque estar tan cerca le permitía oler bien al ruso.

    Ahora, sin embargo, le molestaba un poco que ese bombeo fuese lo único que escuchase. El silencio estaba durando mucho…

    —Ha sido incluso mejor de lo que recordaba —dijo para romper un poco el hielo, acariciándole una cicatriz muy nueva en el costado. Debía ser del accidente con aquel monstruo de Frankenstein del mes pasado —. ¿Acaso has estado practicando?

    —No —reconoció Pável con la voz algo ronca, dándole otro trago al café —. No me había acostado con nadie desde que rompimos.

    —¿En serio? —Rosie le miró, perpleja, pero el ruso estaba totalmente serio, así que lo decía de verdad —Yo… debo reconocer que sí he tenido algún lío.

    —No tienes por qué contármelo —respondió Pável con una sonrisa suave. Le acarició la mejilla con una de sus manos (qué grandes parecían sus manos cuando le acunaban así la cara) y le besó la punta de la nariz —. Habíamos roto, no tenías ninguna atadura para conmigo.

    —Sí, pero aun así…

    Pável hizo un gesto con la mano para dejar el tema estar y Rosie se mordió el labio inferior, acariciándole ahora el pecho.

    Igual aquello se sentía un poco raro porque había hecho trampas. Había llamado a Pável para pedirle que le mirase unos armarios que no cerraban bien, pero cuando el policía había llegado, ella le había abierto la puerta vestida únicamente con lencería negra —y no cualquier lencería, la favorita de Pável—, y había contoneado un poco las caderas hasta que el otro se había abalanzado sobre ella.

    Bueno, no se había abalanzado exactamente. Le había puesto una mano en la cintura y la otra en la barbilla y la había mirado bien antes de darle un beso apasionado. La había pegado contra su cuerpo y entonces, y sólo entonces, la había levantado, sujetándola por los muslos y llevándola hasta la habitación.

    Su mano subió por el cuello de Pável, jugó con sus chapas y siguió después acariciando su barba y terminando en su mejilla. Le hizo girar la cara y le besó los labios suavemente, y él sonrió y dejó la taza medio vacía en la mesa para poder dedicar la mano libre a repartir caricias por esa piel blanca apenas cubierta ahora con una camiseta grande que muchas veces usaba de pijama.

    —Novi, quiero… Quiero que esta vez empecemos bien —se atrevió a decir, aunque le tembló un poco la voz al empezar. Se movió, quedando en su regazo, pero con las rodillas a ambos lados de la cadera del ruso, las manos en su pecho y mirándole a los ojos —. Tengo que confesarte un secreto.

    Pável ladeó un poco a cabeza y asintió.

    —Está bien. Soy todo oídos.

    Rosie frunció el ceño. Su reacción había sido muy tranquila. No mostraba la ansiedad de quien está a punto de descubrir algo nuevo de su pareja que se le ha mantenido en secreto durante más de un año, sino que parecía haber estado esperando ese momento, paciente.

    Sacudió un poco la cabeza y tomó aire. Pável era un buen detective, demasiado bueno a veces; quizá lo había averiguado hacía tiempo, cuando estaban empezando a salir, y no había querido decirlo para dejar que ella fuese a su ritmo. ¿Podía ser? Sí, claro, sería eso.

    —Aunque me licencié en Derecho y actualmente actúo como abogada, tal y como ya sabes… Eso no es lo único que hago —volvió a tomar aire, sintiéndose un poco nerviosa. Las manos de Pável en la cintura la tranquilizaron un poco —. Soy también una agente de la CIA.

    La cara de Pável cambió radicalmente. Había empezado a mostrar una sonrisa comprensiva, pero de pronto se le había congelado la expresión y se había desvanecido, quedando una mirada de confusión. ¿No era eso lo que había averiguado sobre ella? Los nervios volvieron con redobladas fuerzas.

    —¿Cómo dices?

    —CIA. Pertenezco a una división… especial —carraspeó. ¿Hacía calor? De pronto sentía calor. Y la garganta muy seca —. Mi… mis jefes sospechaban que tú podías ser… Bueno, el justiciero XIII, así que me acerqué a ti para confirmar esas sospechas y…

    —¿Qué? —Estaba claro que Pável no daba crédito a lo que oía.

    Cogió a Rosie de la cintura, la levantó y la dejó en el sofá, a un lado, poniéndose en pie para empezar a pasear por el salón. Ella se recogió un poco sobre sí misma, mirándole con muchas dudas. Quizá no había sido correcto decírselo… No, no. Si quería empezar una nueva relación con él, tenía que ser sin secretos. ¿No? Aunque ahora que había visto su cara, empezaba a dudar que fuese a haber una nueva relación.

    —Escucha, Novi —le llamó, intentando mantener una voz serena —. Es lo único que no te he contado. Todas mis anécdotas, mis gestos, mis… sentimientos. Todo era cierto. Me enamoré de ti y seguí contigo incluso después de haberte descartado como sospechoso. ¿No lo entiendes? Te quiero. Te quiero de verdad y…

    —¡Rosamund! —le interrumpió él, girándose a mirarla con una expresión que sólo se podría identificar con el dolor de la traición —¡Yo era un objetivo!

    —¡Pero! —ahora ella también se puso en pie, intentando acercarse, pero al verle retroceder, se detuvo —¡Eso no cambia nada!

    —¿Cómo que no? ¡Lo cambia todo! Nuestra relación se basaba en una mentira. ¿Es por eso por lo que cortaste conmigo?

    —Yo… Me asusté —reconoció ella —. Y lo que te dije era cierto, me dolía que no me dejases entrar en tu corazón. Pero te lo dije el otro día: ambos estamos cambiando. Podemos volver a intentarlo.

    —¿Y cómo puedo saber —Pável empezó a buscar en sus pantalones sus cigarrillos, pero no los encontró, así que sólo gruñó con frustración —que no hay otro motivo oculto?

    —Supongo que… ¿tendrás que confiar en mí? —No era una pregunta, pero había sonado como una.

    Pável negó con la cabeza un par de veces y caminó a grandes zancadas hasta el dormitorio. Cuando volvió, estaba calzado y se estaba terminando de poner la camiseta.

    —No puedo, Rosie. No puedo —se detuvo con la chaqueta en la mano y la miró —. Creía que ibas a decirme, por fin, que tienes poderes eléctricos. Eso era algo que no me importaba. Mucha gente teme hablar de su mutación, o se avergüenza de ella… Así que estaba preparado para tener esa conversación. ¿Pero que seas de la CIA? ¿Que te acercases a mí para espiarme? Incluso si me creo que tus sentimientos sean reales… —negó con la cabeza y terminó de vestirse —Lo siento, no puedo.

    Y Rosamund se quedó sola, mirando la puerta cerrarse y escuchando los pasos alejarse. Se dejó caer sobre el sofá y hundió la cara en las manos, dejando salir sus lágrimas.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    En el momento en el que la puerta se abrió, Pasha olvidó el discurso que había estado desarrollando en su cabeza. Era algo que le solía pasar: buscaba cuidadosamente las palabras más adecuadas, las repasaba una y otra vez, las ensayaba consigo mismo, pero a la hora de la verdad se quedaba en blanco.

    Al menos en lo que respecta a asuntos sentimentales.

    Por eso, cuando vio la cara ojerosa de Ray, tardó unos segundos en esbozar una sonrisa. Alzó una mano a modo de saludo y agradeció cuando el profesor le invitó a entrar en su apartamento. Entonces tuvo otro momento en blanco, aunque este sí que había sido cuidadosamente ensayado.

    —¿Te han entrado a robar? —preguntó viendo el estado de la casa.

    Wendy y él —o XIII, más bien— habían hecho un trabajo bastante bueno, teniendo en cuenta que estaban golpeados y cansados y que el apartamento estaba completamente patas arriba. Habían limpiado los cristales, habían recolocado los muebles como habían podido… Pero claro, había un límite de lo que se podía hacer en esa situación, así que se notaba que había ocurrido algo. Faltaban cosas, había bolsas con restos de otras cosas, las ventanas estaban rotas…

    —Sé que la gente piensa normalmente que no vale la pena denunciar porque la policía no es demasiado… digamos, tenaz —torció la boca al decir esto —, pero puedo presentarte a buenos —inspectores que, como poco, se asegurarán de que recibas el dinero del seguro… Si tenías seguro, claro —añadió, mirando con preocupación el sitio.

    Sus ojos volvieron a Ray y entonces frunció un poco el ceño. Lo cogió del brazo y tiró un poco de él para hacerle acercarse, tocándole la frente con la mano. Su preocupación, claramente, había cambiado de objetivo, y esta vez era mucho más sincera.

    —Creo que tienes fiebre —murmuró.

    Al principio no se había fijado porque ese hombre solía tener una imagen desastrosa, pero mirándolo bien había visto que estaba algo más pálido y que parecía sudar. Además, las manos le habían temblado un poco.

    Lo tomó de los hombros con las manos y se alzó sobre sus pies para alcanzar su frente, besándole para calibrar mejor la temperatura. La forma en la que torció la boca daba a entender que sus sospechas se habían confirmado.

    —No es mucha, pero aun así… Deja que te cuide un poco. Ya bastante tienes con esto —dijo, señalando con un gesto amplio la casa —. Siéntate y voy a ver qué tienes en la nevera. Ah, toma, al entrar he visto esto medio colgando de tu buzón y he decidido traértelo antes de que alguien se lo llevase.

    Le entregó entonces un paquete sin más dirección que la de Ray, sin nombres ni notas. En realidad, no la había encontrado en el buzón, la había llevado él mismo desde casa, pero no podía decirle eso, ya que dentro Ray encontraría tres pares de guantes —negros, blancos y marrones— y la treceava carta del tarot.

    Pasha fue a la cocina y volvió casi al segundo, cruzando los brazos sobre el pecho con el ceño aún más fruncido.

    —¿Cómo puedes vivir con la nevera vacía? Vale, escucha, porque tengo un plan: voy a ir a comprar, te hago una sopa, te digo lo que te quería decir y luego te dejo en paz, ¿vale?

    Le dirigió una sonrisa deslumbrante, cogió las llaves que vio colgadas en una pared y salió de la casa.

    Si hubiese tardado un minuto más, si hubiese esperado al ascensor en vez de bajar por las escaleras, se habría encontrado con Rosie, quien llamaba a la puerta de Ray apenas Pasha llegaba a la calle.

    Como no sabía esto, simplemente hizo lo que había dicho que haría; fue al super más cercano —literalmente había uno en la calle de enfrente— e hizo una compra algo sumaria, lo suficiente para llenar dos bolsas. Esta vez sí que tomó el ascensor, pero no abrió la puerta nada más llegar al piso de Ray.

    —¿Rosie? —murmuró al reconocer la voz que escuchaba al otro lado de la puerta. No, no podía ser. ¿Verdad?

    Abrió la puerta y vio que, efectivamente, ahí estaba Rosie, vestida con una de sus elegantes faldas de tubo, chaqueta a juego, hablando con Ray en términos que no parecían muy amistosos. La pelirroja se giró con cara de espanto hacia Pasha; claramente no esperaba que estuviese allí.

    —¿Novi? —balbuceó.

    Pável la miró a ella, después a Ray. Cerró los ojos, se masajeó el puente de la nariz y metió las bolsas en la casa. En silencio, las dejó en la cocina, sintiendo la tensión de una y la incomprensión del otro. Respiró hondo y volvió al salón —o sea, rodeó la barra de la cocina— para enfrentarse a la mujer.

    —Así que fuiste tú.

    —¿De qué hablas? —preguntó ella con una sonrisa hecha sólo a medias, claramente nerviosa y preocupada por cómo pudiese terminar esa conversación.

    —Tú moviste tus puñeteros hilos para borrar todo su historial —dijo, señalando con la mano a Ray.

    —No puedo hablar de eso, Novi.

    —Ya.

    El tono del policía era tan frío que hasta un oso polar se estremecería. Al menos, esa fue la impresión que le dio a Rosie, quien incluso retrocedió un paso. Había entrado con su fachada poderosa y exigente de siempre, la fiera abogada, la inquebrantable agente gubernamental, pero ahora parecía una niña que había defraudado a su profe favorito.

    —¿Qué haces aquí?

    —Perdona, pero ¿qué haces tú aquí? ¿Has venido para meterle en algún lío secreto de los tuyos? Porque ¡no me da la gana! —Rosie abrió la boca para hablar, pero Pasha dio un paso al frente y ella retrocedió de nuevo —Déjale en paz. Déjanos en paz. No quiero que vuelvas a acercarte a mi círculo. Sabes que es pequeño, así que no debería serte difícil.

    Aquí Rosie hinchó pecho e intentó mostrar valentía, alzando un poco el mentón.

    —¿O qué?

    Pasha, sin embargo, al escuchar esto relajó la expresión y suspiró pesadamente, como si aquella hubiese sido la peor respuesta posible.

    —¿Después de tanto tiempo crees realmente que voy a amenazarte sólo porque me hayas roto el corazón? Pensaba que tenías mejor opinión de mí. Sólo… Déjanos en paz.

    Rosie, viendo que había metido aún más la pata, dio otro paso al frente, llevándose una mano al pecho.

    —Piénsalo bien: el siguiente puede ser peor que yo.

    —Al menos el siguiente no se meterá en mi cama con mentiras, eso te lo puedo asegurar.

    Eso pareció ofender a Rosie, quien apretó los puños. Miró a Ray, una mirada que parecía prometer que aquello no había acabado, y después agachó la mirada, saliendo de la casa a paso rápido. Pasha se la quedó mirando y, cuando la puerta se cerró, bajó los ojos al suelo. Respiró hondo y fue a la cocina para empezar a sacar los productos que había comprado.

    —Siento mucho esto —dijo Pasha, aunque sin mirar hacia Ray. Tenía la mandíbula tensa y el ceño fruncido, quizá pensativo —. Te recriminaría que no me hubieses dicho que esa mujer era de la CIA, pero… La verdad, no te habría creído.

    Suspiró y guardó silencio, empezando a cocinar. Al cabo de unos veinte minutos, había dejado una olla hirviendo y se acercó al salón, donde vio al hombre acariciando su extrañamente cariñosa birmana.

    —Bueno… Ray —le llamó con un carraspeo, intentando fingir que no había ocurrido nada, que Rosie no había aparecido por ahí —. He venido porque últimamente has estado un poco esquivo conmigo y, en fin, necesito decirte esto cara a cara —notó que se estaba poniendo nervioso, así que sonrió con afabilidad en un intento de tranquilizarle —. No vengo a reprocharte que me hayas dado excusas tontas, en realidad… Vengo a disculparme. El otro día, en el restaurante, me excedí. Sé que fue por trabajo, pero ese numerito que monté ha debido darte problemas. Hay un vídeo rondando por ahí y yo mismo he recibido en comisaría algunos comentarios… —hizo un gesto vago con las manos y suspiró, apoyando un codo en la barra de la cocina —A mí no me molesta que la gente piense que soy gay, pero no quiero que tengas problemas en tu trabajo por esto. Por eso, si quieres que lo niegue todo públicamente… lo haré.

    Tomó aire y repiqueteó un poco con los dedos sobre la barra. Le mosqueaba un poco el haberse tomado tantas molestias para ordenarse el discurso, siendo que ahora tenía la cabeza en mil cosas y ese pequeño monólogo era sólo una de ellas.

    —Me caes bien y me gustaría que fuésemos amigos, pero entendería si no quisieses seguir viéndote conmigo. Aunque el beso no estuvo nada mal —quiso bromear, pero estaba claro que no estaba en su mejor momento, así que negó con la cabeza —. Creo que básicamente era eso —empezó a enumerar con los dedos—: disculparme por pedirte matrimonio en público y meterte lengua, ofrecerte mi amistad… Me olvido de algo.

    Giró la cabeza hacia la cocina al escuchar el borboteo en la olla y se levantó para remover lo que fuese que estaba preparando.

    —¡Ah! —exclamó de pronto, asomándose por la barra que separaba un ambiente de otro —Mañana es Halloween y Tanya quiere que vengas a pedir dulces. Eres la primera persona, aparte de Kate, a la que invita, así que yo me lo pensaría. No tienes que ir disfrazado y si quieres que yo no vaya… Dímelo y cogeré turno en la comisaría. Es una locura la de cosas que pasan en estas fechas, parece que todos los psicópatas y satánicos de Los Ángeles afilan sus cuchillos sólo para Samhain. Así que, bueno, puedo decir que andaban muy faltos de personal y me necesitaban. Tanya irá de dragón, últimamente está muy metida en esas historias.

    Apoyando los codos en la barra, hundió la cara en las manos y tomó un hondo suspiro, echándose después el pelo hacia atrás con los dedos. Intentaba no pensar en Rosie, pero no podía evitarlo. Y aquello dolía más que la paliza del doctor monstruoso.

    Sacudió la cabeza y se dio un par de palmaditas para centrarse, volviendo a la cocina. Apagó el fuego y sirvió un cuenco con una sopa de color rojo intenso. Metió una cuchara y se lo acercó a Ray, acariciando un poco las escamas de Pársel, quien sacó la lengua y cerró los ojos, claramente contenta con todas las atenciones que estaba recibiendo.

    —Esto es borsch, una sopa con remolacha, tomate, zanahoria… Mi madre nos la hacía muchas veces cuando estábamos malos y creo sinceramente que es más efectiva que la sopa de pollo que coméis los yanquis —dijo esto último con un acento ruso bastante forzado, soltando luego una risita por lo bajo —. Igual me he pasado un poco, que hay para dos platos más, pero si no te gusta, dásela a Lena, que le encanta.

    Se quedó callado un par de minutos, sin saber muy bien qué más decir. Sabía que era el momento de irse, pero le sabía mal dejar a Ray solo en esa casa destrozada, con fiebre provocada por su culpa y encima con el ambiente raro de su pelea con Rosie. Sentía que, en esos momentos, cualquier incomodidad que pudiese tener su «prometido» se debía a él, o a XIII, que para el caso era lo mismo.

    Le miró y le apartó algo de pelo de la cara, aprovechando luego para tocarle la frente, comprobando que la fiebre no hubiese aumentado. Bien, esta era la intención, lo cierto es que al hacerlo recordó cómo la noche anterior lo había abrazado contra su pecho, piel contra piel, y cómo se había estremecido entre sus brazos.

    Parpadeó, algo confundido, y terminó por dar una palmada al aire, sonriendo mientras se incorporaba de nuevo.

    —Toma la sopa, date una ducha calentita, vete a dormir pronto. Descansa, recupérate y… Mañana dile a Lena, si no quieres hablar conmigo, si vas a ir o no con ellas a por chuches, ¿vale? Te dejo a tus cosas. Ah —señaló la casa con un dedo —, y si necesitas una mano para arreglar esto, soy el manitas oficial de todos mis conocidos.

    Le guiñó un ojo, le dio un par de palmaditas a la serpiente y, por fin, le dejó en paz. Al cerrar la puerta, apoyó un momento la espalda en la balda y tomó aire hondamente. Todavía algo confuso por cómo se había desarrollado la tarde, suspiró y se puso en marcha para volver a casa.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Lena terminaba de colocarle el disfraz de dragón a Tanya cuando escuchó una llamada a la puerta. Besó la frente de la pequeña y se levantó, alisándose la falda de su vestido de princesa antes de ir a abrir. Sonrió enormemente al ver a Ray y le dio un pequeño abrazo.

    —¡Qué bien que al final hayas venido!

    —¡Ray, Ray, mira! ¡Soy un dragón! —dijo Tanya, abriendo sus brazitos para extender las alas y soltando un gruñido supuestamente aterrador antes de acercarse a él para que la cogiese en brazos.

    Se abrió entonces la puerta de enfrente, la de la casa de Pasha, y salió precisamente el detective… con un vestido igualito al de Lena, aunque lógicamente más grande. Se le ajustaba al torso y caía desde su cintura la falda, e incluso se había puesto una tiara de princesa, aunque no una peluca, lo cual hacía todo el conjunto aún más interesante.

    —¡Pero bueno! —se quejó Lena, que claramente no estaba al tanto de esto.

    —Oh, vaya —Pável la miró de arriba abajo y enarco una ceja —. Parece que uno de los dos se va a tener que cambiar…

    —¡Pasha! —volvió a quejarse Lena —¡Se suponía que tú debías ser un caballero!

    —¡Abajo los estereotipos de género! —dijo Pasha mientras cogía al dragón en brazos y le llenaba la carita de besos. Miró a Ray y le guiñó un ojo —Gracias por venir.

    —¡Pasha!

    —¡No, no voy a cambiarme! Estoy sorprendentemente cómodo con esta falda y, además, el color me queda mejor que a ti.

    Lena entonces dijo algo en ruso que hizo que Pasha soltase una carcajada.

    —¡Gerónimo también se ha disfrazado! —dijo entonces Tanya señalando al suelo.

    Pável había dejado la puerta de su apartamento abierta, lo que había permitido que la tortuga se acercase al ruido, con un precioso lazo rosa sobre el caparazón. Pasha se agachó, ocultando que aún le dolían un poco las costillas, y cogió a Tanya con una mano, levantando con la otra a la tortuga.

    —El mejor Halloween posible, ¿eh?

    —¡El mejor Halloween! —exclamó Tanya, alzando las manos entre risitas.

    —No voy a ir por la calle contigo así vestido.

    —¿Y qué quieres que haga? ¿Me pongo el uniforme o qué?

    —Es una opción.

    —¿Tú qué opinas, Tanya? ¿Me pongo mi uniforme o voy con vestido?

    —Me gusta cómo te queda el vestido.

    —Amo a esta niña —sonrió Pável, besando su cabeza.

    Lena gruñó y dio un pequeño pisotón.

    —¡Está bien! Voy a cambiarme yo. Pero la tortuga se queda en casa, eh.

    —Tu madre a veces es muy aburrida —suspiró dramáticamente Pasha, a lo que Tanya asintió un poco.

    Lena puso los ojos en blanco y, conteniendo una sonrisa, entró en su dormitorio para quitarse el maldito vestido. Al menos así podría ir con vaqueros.

    Pável, por su parte, dejó a Gerónimo en casa y cerró la puerta, acercándose luego a Ray. Con la mano libre, mientras Tanya le quitaba la tiara para jugar con ella, volvió a tomarle la temperatura.

    —¿Ves? Te dije que el borsch es mejor que la sopa de pollo.

    —No me gusta el borsch, puag —dijo Tanya sacando la lengua.

    —¡Con lo bueno que está!

    —¡No! ¡Sabe mal!

    —Está delicioso —protestó Pável sin ocultar la sonrisa.

    —No sé quién es peor —dijo Lena. Se había puesto sus vaqueros negros y una camiseta cualquiera, y ahora cogía su bolso —. A veces parecéis dos críos.

    —Eso es porque tú eres muy vieja —dijo Pável, haciendo que Tanya se riese.

    Lena volvió a poner los ojos en blanco y tomó el brazo de Ray.

    —¿Vamos o qué?

    —¡Vamos, vamos! ¡Quiero un montón de caramelos!

    —¡Yo también! ¡Pero Pasha, no te los comas todos!

    —Ya veremos.

    —¡Mamá, dile al tío que no se coma todos los caramelos!

    —Qué noche más larga me espera.


    SPOILER (click to view)
    ¿Tanya como dragón? Sí, señor -> X

    Y algo así para Pasha xddd -> X

    ¿Me dejo cosas que comentar? Pues seguramente porque he escrito esta respuesta a lo largo de varios días y ya no sé qué hay aquí. Ya me dirás qué te parece y cualquier cosa, pues ya sabes dónde encontrarme xdd
  14. .
    Cortito, pero qué cosita más mona. Si es que estos dos son amor, joder <3

    Si es que imaginarse a Adri embobado con Maèl es fácil, ya sea por verle jugar con Cachorro o por estar emocionado contándole alguna de esas historias, o por estar escribiendo concentrado en su diario. Que en unos pocos párrafos me has resumido al muchacho, vaya xdd

    Nada, que vamos a llenar el reto con nuestros muchachos Y SIN REMORDIMIENTOS.


    Gif de David Tennat porque todo es mejor con este hombre

  15. .
    ¡Sabía que se me olvidaba algo! Mea culpa, sí que se admiten participaciones de temática yuri. Ahora lo corrijo, gracias por el recordatorio.

    ¡Mucho ánimo con las oposiciones! Ojalá puedas escribir algo para el reto <3
8719 replies since 27/7/2011
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