Posts written by Bananna

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    Microrrelato.
    Pareja: Medievales (Rodrigo y Guillén).
    Longitud: 295 palabras.
    Advertencias: ¿Insinuación sexual?
    Disclaimer: Son personajes de un rol que tengo con la chica flamenco, aquí no hay ni disclaimer ni nada.

    Al caer el sol


    Arropó a la pequeña Verónica y le dio un beso en la frente, acariciando su carita dormida. No se esforzó en contener esa sonrisa de puro amor que asomó a sus labios y se permitió el lujo de mirarla un poco más antes de salir, cerrando la puerta a su espalda.

    Pasó también por la habitación de Rodríguez y apretó los labios para contener una risa enternecida al verle acurrucado con el gato. Ese chico siempre se hacía el duro, cosa de estar entrando en la adolescencia, pero al final era un trozo de pan.

    Le dio también un beso de buenas noches y se aseguró de correr las cortinas antes de salir.

    Llegó, por fin, a su dormitorio y cerró la puerta al entrar, acercándose a la cama, donde Rodrigo le esperaba desde hacía rato. Le sorprendió que todavía estuviese despierto, aunque al ver la atención con la que le miraba quitarse la ropa, Guillén no tuvo muchas dudas del motivo de su desvelo.

    Apartó las mantas de un gesto, recorriendo el cuerpo desnudo del guerrero con los ojos sin pudor alguno, y se subió a la cama, quedando sentado sobre él. Se inclinó para besarle, entrelazaron los dedos de una mano —la otra mano de Rodrigo había ido rauda y veloz a las nalgas del médico, y Guillén no había tardado mucho en acariciar el vello del pecho de su amante— y sintió el anillo de Rodrigo contra su dedo; no pudo evitar separarse para mirar el que él tenía a juego.

    —Te quiero —susurró, empezando a llenarle la cara de besos.

    —Ni la mitad de lo que yo te quiero a ti —le respondió Rodrigo.

    Guillén sonrió y decidió pasar a una de sus partes favoritas de su día a día.


    Edited by Bananna - 1/8/2020, 23:27
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    Hey. Iba a esperar unas horas antes de seguir, pero es que ya los tengo escritos, así que voy a dejar dos microrrelatos más y, espero, habré terminado por hoy.

    Ea pues.



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    Microrrelato.
    Pareja: Sufridos (Corr x Niko). Sí, es el nombre oficial de la pareja. Ya lo siento.
    Longitud: 500 palabras #al límite.
    Advertencias: Ninguna, siga circulando.
    Disclaimer: Son personajes de un rol que tengo con la chica flamenco, aquí no hay ni disclaimer ni nada.

    Día nublado


    Al salir de la cabaña, pudo ver a través de las copas de los árboles que el cielo estaba gris y totalmente cubierto, y que la fría luz del otoño apenas podía llegar al suelo. Cualquier persona habría considerado aquello un mal presagio, pero Corr sonrió y, silbando una canción, se puso manos a la obra con las tareas habituales.

    Empezó a preparar el desayuno, más que nada para ahorrar tiempo, y después barrió la casa. Por la noche, a veces entraban polvo y hojas del bosque, así que su rutina solía incluir quitar aquello del suelo.

    Fue a su alacena, mirando qué podrían almorzar ese día, más que nada por si convenía empezar a prepararlo con antelación, pero no había terminado aún de decidirse cuando escuchó la puerta del dormitorio abrirse.

    Se giró y se le escapó una sonrisa al ver a Niko frotándose un ojo en medio de un bostezo. La trenza que recogía su pelo blanco por las noches estaba medio desecha, dejando mechones aquí y allá que le daban un aspecto enternecedor. Vio después que se había vestido con una camiseta de Corr, que le quedaba grande, y al mirar sus piernas desnudas y recordar la noche anterior, su cara se tiñó de rojo.

    El elfo, al verle, contuvo una risa y se acercó para darle un beso, cogiéndole las mejillas con una mano para hacerle agacharse. A veces echaba de menos cuando Corr era más bajito que él, allá por los inicios de su amistad, pero de eso habían pasado ya muchos años.

    —Buenos días, mahro —aquella era la palabra élfica para referirse al amado, y como Corr lo sabía, sintió sus mejillas arder incluso con más intensidad.

    Tras veintidós años de amistad, haber pasado al siguiente nivel, aunque hiciese un mes ya, seguía haciéndosele extraño. Agradable, pero extraño.

    Llevó una bandeja con el desayuno al comedor, donde vio a Niko brindándole mil caricias y atenciones a la pequeña Charlotte, que gorjeaba de puro gusto con esos sonidos tan extraños que emiten los zorros.

    —Creo que hoy va a estar nublado todo el día —dijo Corr mientras le servía té con flores a Niko —. He pensado que, en vez de ir a la ciudad a buscar algún trabajillo, podríamos darnos el día libre y bajar al río. No me apetece hoy mucho ir a buscar flores de fuego o tener que hacer de mensajero entre poblados, y como no va a haber mucha luz, no tendrás que usar las gafas.

    Y es que los ojos de Niko, como los de todos los elfos lunares, eran muy sensibles a la luz del sol.

    —Ah, ya veo —Niko sonrió tras dar el primer sorbo al té —. Buscas excusas para verme desnudo. ¡Pero si sólo tienes que pedirlo! —ahí estaba otra vez el violento sonrojo de Corr, sacándole una risa al elfo —Sí, me encantaría ir hoy al río. Está bien romper de vez en cuando la rutina.

    Corr sonrió. Iba a ser un buen día.


    Edited by Bananna - 1/8/2020, 23:25
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    ¡Holas, holitas, holotas, habitantes de la red! ... Sí, otra vez.

    Voy a intentar controlarme, pero NO PROMETO NADA.



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    Microrrelato.
    Pareja: Destiel (Dean y Castiel).
    Longitud: 420 palabras.
    Advertencias: Insinuación sexual. El relato no transcurre en un momento concreto dentro de la serie.
    Disclaimer: Los personajes pertenecen a Eric Kripke. Yo no tengo ni derecho ni poder sobre ellos, sólo los manejo sin fines lucrativos en puro carácter lúdico.

    Cabello de ángel


    En la vida de un cazador, una rutina fija era algo impensable. Sí, el propio Dean había hecho varios intentos y ninguno había terminado bien. Siempre ocurría algo, un nuevo monstruo, una nueva tragedia… El pasado, que volvía para morderle el culo, y al final su cotidianeidad se rompía como una jarra en el Harvelle’s Roadhouse.

    Levantarse a una hora fija era imposible, ya que no podía predecir qué ocurriría a lo largo del día, ni siquiera si podría llegar a dormir unas sólidas cuatro horas. Lo mismo pasaba con las comidas: había días en los que el almuerzo era sustituido por una birra tomada de forma apurada o un trozo de tarta que a veces se le atragantaba por las prisas.

    Ser cazador podía ser un infierno. Y Dean había estado en el infierno, sabía de lo que hablaba.

    Pese a todo, desde hacía unos días había conseguido iniciar algo parecido a una rutina. Por la noche, cuando Sammy dormía, se deslizaba fuera de la habitación de motel en la que estuviesen y buscaba un sitio discreto. Rezaba y sonreía al ver a Castiel aparecer, y entonces, ya fuese dentro de su precioso Impala o en alguna otra habitación barata, se abrazaba a él, a veces para acabar conteniendo los gemidos de placer —eso no sería muy varonil por su parte, claro—, a veces simplemente buscando el confort de su calor.

    Y ya fuese tras echar un polvo —«hacer el amor» tampoco encajaba con su fachada de macho-man— o tras sentir su alma algo más liviana, acariciaba sus mejillas y su cuello y terminaba enredando los dedos entre los cabellos de Castiel.

    —Hoy estás muy callado. ¿Has discutido con Sam? —preguntó el ángel.

    —No —murmuró Dean con el ceño algo fruncido, jugando con su pelo —. Sólo pensaba que…

    —¿Hmn?

    —Nada, da igual.

    Castiel le puso una mano en el pecho y ladeó un poco la cabeza con esa expresión de cachorro indagador que tanta gracia le hacía a Dean. Pero el Winchester no dijo nada, no le confesó que no quería que esos momentos de paz e intimidad acabasen, que daría lo que fuese por poder tener una casita normal, un taller mecánico y una vida que no estuviese llena de sangre y ojos negros.

    No, no lo dijo. Sólo le besó y hundió la cara en su cuello, volviendo a jugar con su cabello.

    No hacía falta decirlo, porque en el fondo ambos sabían que aquello no duraría. Que un cazador no puede permitirse una rutina.
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    SPOILER (click to view)
    ¡Holas, holitas, holotas, habitantes de la red!

    Estoy MUY emocionada con esta actividad. Mi tiempo últimamente se ha visto abruptamente cortado, así que el poder dar rienda suelta a las homosexuales ideas que bullen en mi cabeza en un formato tan manejable es, desde luego, un alivio. Tengo de hecho varios microrrelatitos pensados (alguno incluso escrito) y tengo la esperanza de poder hacer algún fic en condiciones.

    Vamos, que me dejáis y yo solita cumplo el reto xdd

    Me está quedando más largo el comentario que el microrrelato, así que lo pongo en spoiler para que no moleste y ALLÁ VAMOS ~



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    Microrrelato.
    Pareja: Reed900 (Gavin Reed y RK900).
    Longitud: 135 palabras.
    Advertencias: ¿Lenguaje adulto e insinuación sexual?
    Disclaimer: Los personajes pertenecen a Quantic Dream, creo, y han sido desarrollados por David Cage y Adam Williams. Yo no tengo ni derecho ni poder sobre ellos, sólo los manejo sin fines lucrativos en puro carácter lúdico.

    Jodidos androides


    «Jodidos androides» era una frase que se escuchaba en boca del detective Reed con una frecuencia ridícula. No podía decirse que hubiese acabado un día si Gavin no había salido a correr por la mañana, si no había dejado agua y comida para los gatos del callejón, si no había gruñido al pasar por delante de la mesa de Hank Anderson, si no había estado a punto de cruzar la delicada línea de la brutalidad policial y, por supuesto, si no había maldecido a los androides al menos diez veces.

    —Jodidos androides —suspiró contra la almohada, intentando aún recuperar una respiración normal.

    —Jodidas bolsas de carne —sonrió el androide RK900 mientras le besaba la nuca y los hombros, sobre las marcas de mordiscos y los chupetones que le había dejado no hacía ni diez minutos.


    Edited by Bananna - 1/8/2020, 18:06
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    Bienvenidos al 28º Reto Literario:
    “La belleza del momento”.


    Foro-2



    ¡Se acerca la quinceañera del foro! ¡Quince años, queridos usuarios! ¿No es magnífico? ¿No se merece tan increíble fecha una celebración significativa?

    Desde la moderación así lo hemos considerado y por eso hemos decidido desplegar una nueva baraja de actividades donde, por supuesto, hemos querido incluir un reto literario, todo un clásico de esta, nuestra comunidad.

    Después de mucho deliberar y de barajar varias opciones, el tema escogido para este cumpleaños ha sido situaciones domésticas.

    Nada más y nada menos que la cotidianeidad más absoluta. Este año exploraremos la vida personal de las parejas, porque, en palabras de la inigualable Dol, «lo que (por ejemplo) Hannibal Lecter y Rick de The walking dead consideran "cotidiano" es radicalmente diferente».

    En definitiva, ¿cómo imagináis que es un día normal en la vida de vuestra pareja favorita? ¿Aburrida, emocionante? ¡Pensad en la belleza del momento y dad rienda suelta a vuestra imaginación, investigando las variantes que más os llamen la atención!

    Sin embargo, somos muy conscientes de que este no está siendo fácil para todos. La cuarentena, que sigue extendida en muchos países con control estricto, ha ocasionado muchas situaciones personales poco halagüeñas, y eso es algo que hemos tenido muy en cuenta, sobre todo porque desde la Cúpula del Trueno nombre pendiente de aprobación también muchos nos hemos visto tocados.

    Siendo esto así, hemos decidido dar una doble vía con la esperanza de facilitar y fomentar la participación, y es que este año no sólo se van a aceptar fanfics, digamos, clásicos, sino que se abre la veda para la entrada de drabbles.

    Ahora bien, puede que haya gente que no tenga claro que es un drabble o microrrelato. En esencia, es un escrito muy breve, conciso, con personajes mínimamente caracterizados y que obliga al lector a tomar un papel activo para completar de forma personal una elipsis narrativa.

    ¿No ha quedado claro del todo? ¡No pasa nada, tengo un ejemplo preparado!

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    Siento que me hundo. Me hundo, me hundo, me hundo, y ni un músculo de mi cuerpo responde, no consigo moverme o luchar contra esta asfixiante sensación.

    Él me mira con extrañeza cuando sonrío, parece confundido cuando mi cuerpo reacciona lo suficiente como para soltar una carcajada, pero se relaja al ver que es una risa de pura histeria.

    Qué ironía. Me hundo hacia un fondo de huesos, pero él dijo que flotaría. Que todos flotaríamos.

    En el caso de este microrrelato en concreto, me inspiré en It y utilicé el género de terror (o algo así), con un tono oscuro y totalmente anónimo que no es base indispensable de estos escritos. Hay muchos ejemplos distintos que son fácilmente localizables en Internet. De hecho, en este link podréis acceder a otros que, tal vez, os sirvan de inspiración.

    ¡Pasemos ahora a las bases!
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    1. La extensión del escrito debe ser de 1500 palabras mínimo, en el caso del fanfic —de ahí en adelante podéis extenderos cuanto queráis— y de 500 palabras máximo en el microrrelato.

    2. El formato del fanfic debe ser, inamoviblemente, oneshot. Es decir, que la historia se limite a un solo capítulo. Los drabbles, por definición propia, son autoconclusivos.

    3. Tal como se ha visto en retos anteriores, no habrá limitación en cuanto a las participaciones que se pueden aportar. Escribid los fanfics y/o drabbles que queráis, pero recordad que hay que publicar cada uno en un tema propio.

    4. Una vez finalizada la fecha del reto, los fanfics serán enviados al subforo correspondiente.

    Al finalizar el reto, se otorgará a los participantes un banner conmemorativo para utilizar en sus firmas, el cual estará libre de las reglas de firmas regentes en el foro. Por supuesto, ¡todo el foro está invitado a participar! También, para consideración de quienes tengan un rango de escritor, esta instancia puede propiciar que aumenten su cantidad de escritos e inherentemente su rango. Además, los participantes entrarán en un sorteo cuyo ganador será premiado con la promoción temporal de alguno de sus fics en la página principal del foro.

    ¡Y! Por si no fuese suficiente, para abrir boca hemos planeado un giveaway con motivo del aniversario. Los ganadores (sí, lo habéis leído bien, ¡en plural! Si es que me emociono escribiéndolo) serán escogidos entre los participantes de las actividades que se realizarán en el foro este mes.

    ¿Se os han afilado ya los colmillos? Vamos ahora con algunas normas:
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    1. El límite a alcanzar en este reto es de 15 participaciones. Podéis participar con más de un escrito. Los drabbles se contabilizarán en conjunto a los fanfics. Es decir, si hay tres drabbles y catorce fanfics, se considerará que el reto ha sido superado con 17 participaciones.

    2. Intentad cuidar su ortografía. Si no estáis seguros sobre cómo escribir correctamente alguna palabra, podéis apoyaros en herramientas como Word o similares para revisar cualquier eventual falta.

    3. La participación debe ser inédita. Es decir, no puede haber sido publicada con antelación en el foro.

    4. No se aceptarán fanfics por capítulos, ya que ha pasado que hay usuarios que entran a los retos con fanfics por capítulos y no los terminan.

    5. No estarán permitidos escritos cOn eStE tIpO dE eScRiTuRa. Esto incluye el título y texto.

    6. No se permiten participaciones donde todo este escrito en MAYÚSCULAS.

    7. Si optáis por utilizar un color para el texto, que no sea el default, absteneos de tonos chillantes que dificulten la lectura.

    8. Se os solicita utilizar el tamaño de la letra que viene por default del foro.

    9. No se permite el formato chat y/o script, es decir, escritos que parezcan conversaciones de MSN o con caretos para reflejar sentimientos, entiéndase ( T_T, *///*, ;_;, =) etc).

    10. Igual que en convocatorias anteriores, se admitirán igualmente escritos con temática yuri.

    IMPORTANTE:

    Cada fanfic deberá ser posteado en este subforo bajo el siguiente título:
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    28vo. Reto Literario: “La belleza del momento” – Nombre del anime o serie elegida, título del fanfic y pareja escogida.

    Plazo:
    El reto comienza el 1 de agosto y finaliza el 31 del mismo mes del presente año, a las 11:59 de la noche, hora de México (GMT-6).

    Cualquier duda o consulta será recibida y contestada en este mismo tema.

    ¡Animaos a participar!


    Edited by Bananna - 1/8/2020, 22:38
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    El elfo (I)


    Uno podía sentirse tentado a afirmar que un elfo lunar, al ser una criatura nocturna, dormiría sus ocho horitas por el día, pero basta con acercarse a una de sus ciudades a cualquier hora para que su bulliciosa actividad eche por tierra esa premisa. Ante esto, alguien que no sepa mucho sobre ellos podría pensar que son incansables, que no duermen, pero eso tampoco es cierto.

    La verdad es que ni los propios lunares lo tienen. Quizá sea por una costumbre ancestral que se ha acabado arraigando en su ADN, generaciones y generaciones de guerreros fieros, o quizá es porque los niños son educados así desde la cuna. Lo cierto es que no importa mucho el origen de su rutina de sueño.

    Un elfo lunar duerme de manera discontinua a lo largo del día. Quizá el ciclo más largo se dé al mediodía, momento en el que el sol es demasiado fuerte para sus ojos, hechos para una visión nocturna perfecta, pero igualmente este paréntesis temporal suele durar entre tres y cuatro horas, cogiendo la zona de mayor intensidad lumínica.

    A partir de ahí, dependerá de su rutina propia, de su trabajo o de sus propias necesidades del momento, pero irá descansando en periodos de entre media hora y hora y media tanto por el día como por la noche, sin llegar, de todas formas, a una suma de ocho horas.

    Los lunares son resistentes al sueño, o tal vez se hacen resistentes al sueño. La necesidad de mantenerse activos por el día podría venir por ese afán guerrero, o tal vez por razones tan sencillas como que muchos animales de granja son diurnos, o porque es difícil llevar a cabo tratos comerciales con otras razas por la noche.

    Sea cual sea el motivo, sea cual sea la rutina, Niko no era una excepción, si acaso lo contrario. Dormía durante ratos breves que le llenaban de energía y mantenía una actividad fuerte hasta unas cuantas horas más tarde, cuando se buscaba un hueco para descansar otro rato. Y quizá al final, contándolo todo, tendría una media hora de cinco o seis horas de sueño.

    En esos momentos, llevaba ya unos minutos despierto. Makra dormía tranquilamente y al ser noche cerrada no habría humanos a los que molestar, así que decidió dar un paseo por el castillo, esta vez con la comodidad de no llevar gafas.

    Era aquel lugar uno muy distinto a lo que se acostumbraba a ver en los poblados lunares. La madera había desaparecido, sustituida por el acero, y la piedra quedaba oculta con molduras de oro, enormes lienzos, nichos con estatuas, espejos… Todo un despliegue de ornamentación que, aunque curioso, era demasiado humano para el gusto sencillo y natural de Niko.

    Y había muchas puertas, ¡por todas partes! Con pomos decorados y cerrojos que impedirían el paso. Eso tampoco se veía en su ciudad, donde sólo había puertas en las entradas de los edificios. En el interior, las estancias se separaban con cortinas o, en todo caso, con paneles deslizables. Claro que si se buscaba una intimidad imperturbable bastaba con poner una barrera mágica, algo que a los humanos se les hacía difícil dada su escasa, prácticamente nula, conexión con la magia.

    Igualmente, no miraba con desagrado aquello, sino con curiosidad. Había cosas que ya conocía, y es que al construir con Corr la cabaña, había consentido amoldarla al gusto humano de Corr —con puertas, aunque la chimenea y muchos muebles tenían un toque élfico clarísimo—, pero otras le eran nuevas y sorprendentes y decidió apuntárselas por si en algún momento se veía con ganas de darle a Corr una sorpresa.

    Pensando en esto, se le escapó una sonrisa, y con ella todavía en los labios detuvo sus pies descalzos de pronto. Frunció un poco el ceño con curiosidad y retrocedió un par de pasos, quedando frente a uno de esos miles de lienzos que había por todas partes. En un principio no se había fijado en él, pero luego su mente lo había procesado mejor y había necesitado echarle un vistazo más detenido.

    En el cuadro, que de nuevo tenía un marco dorado recargado que imitaba algunos motivos vegetales, se veía a un chico de unos diez años con una sonrisa de oreja a oreja, un libro en el regazo y un zorro a su lado. Tenía toda la cara de un Faure-Demont, con el pelo rubio y los ojos azules, pero sus orejas redondeadas y cortas lo delataban como, precisamente, Corentin.

    Miró el siguiente lienzo, pero mostraba ya a Étienne, también joven, no más de doce años, aunque ya con un semblante regio que mostraba la educación seria que se le estaba dando desde niño. Estaba claro que Lux nunca pensó en darle la corona a su hijo legítimo, sino al bastardo engendrado con una solar.

    A Niko la política humana le importaba entre poco y nada, así que prefirió volver su atención a ese pequeño Corr que le sonreía en un jardín. Sonrió, enternecido, y se giró para ver la pared de enfrente. Efectivamente, ahí había otro retrato de su humano favorito, ahora con unos catorce años. Ya no mostraba esa sonrisa tan inocente, aunque seguía sin tener los ojos empañados por el dolor. Estaba erguido, bien vestido, con un rostro sereno y Charlotte sobre los hombros.

    Ese retrato le gustó más, quizá porque era así como lo había conocido hacía ya unos cuantos años —¿veintidós? Haciendo cuentas le salían veintidós, pero los números no eran importantes—. Sí, recordaba la primera vez que se vieron: ese joven Corr en plena pubertad, con las manos aún temblando por el parricidio y el exilio, mirando a su lado con una mezcla de miedo y alerta, claramente dispuesto a atacar si se veía amenazado.

    Niko había sido el primero en salir a recibirle, quizá porque se había visto identificado en él, y fue el primero en sonreírle, revolverle el pelo y tenderle una mano amiga. Le había ayudado a adaptarse al bosque, a construir una cabaña, le había enseñado a cazar y pescar, a encontrar la mejor madera para hacer fuego, a… vivir lejos de un castillo, prácticamente.

    Sus pensamientos se detuvieron brevemente al escuchar pasos acercándose. No sonaban como ninguno de los lunares que le habían acompañado, pero tampoco le importaba en lo absoluto que le pillasen vagando por los pasillos o metido en alguna habitación viendo cuadros familiares. Era un invitado, después de todo.

    Por eso no se movió ni siguió caminando, se quedó donde estaba y si apartó los ojos del cuadro fue por curiosidad al notar que los pasos que había estado oyendo se habían detenido a la entrada de la estancia donde por casualidad había entrado.

    Giró la cabeza y se encontró con la princesa Aimée, quien vestía su camisón y una cálida bata cruzada por delante y adatada a la cintura y llevaba en la mano una vela para alumbrar sus pasos.

    —¿No deberías estar durmiendo? —le preguntó en voz baja sin mirarla directamente; tras tanto rato a oscuras, la luz de la vela le resultaba molesta.

    Aimée lo notó, porque al acercarse a él, lo hizo con una mano delante de la llama para minimizar su brillo.

    —No podía —contestó con calma, como si no le molestase las confianzas de ese lunar —. Todavía estoy nerviosa por lo de antes.

    —El ataque a tu padre —asintió Niko, pero ella sonrió con tristeza y negó un par de veces.

    —Sí, pero… él está bien, así que creo que estoy más tensa por la pelea. Si no hubiese intercedido, igual ahora nuestros pueblos estarían en guerra.

    —Nah… Si hubiese estallado una guerra, ahora estarían ondeando nuestras banderas en el castillo.

    Aimée miró al elfo intentando ver algún atisbo de broma, pero su expresión era tan segura y confiada que llegó a tragar saliva con un ligero temor. Aun así, pronto se sobrepuso, enderezando la espalda y alzando un poco la barbilla.

    —Igualmente, habría sido indeseable para todos.

    —Eso sí. Pero lo hiciste bien, princesa —Niko le dirigió una sonrisa torcida, como la de un gato —. Serás una gobernante magnífica, cuando llegues al trono.

    —¡Gracias! —sonrió la bruja. Dirigió los ojos al cuadro al que Niko prestaba tanta atención —Mi tío, Corentin.

    Niko se abstuvo de decir que ya lo sabía y simplemente soltó un «hmm» ambiguo.

    —Un muchacho adorable —fue su comentario.

    —Mi hermano era clavadito a su edad —se rio Aimée —. Estoy segura de que seguirían pareciéndose, si él… —titubeó.

    —¿Siguiese vivo? —completó Niko, viéndola asentir con cierta timidez. Volvió a mirar el cuadro y recordó la cara de Maèl. Sí que había un parecido innegable, aunque la sangre solar hacía a Maèl más esbelto y menos propenso a un cuerpo musculoso que su tío —Es muy probable, sí —fue todo lo que dijo al respecto.

    Aimée guardó silencio unos segundos y después le hizo un gesto, proponiéndole silenciosamente seguir paseando por el pasillo. Niko aceptó, aunque al contrario de lo que habría hecho un humano, no le ofreció su brazo, cosa que hizo que Aimée se sonriese a sí misma.

    —Hoy he oído a sus compañeros…

    —«Tus» —corrigió Niko —. Tutéame. Las formalidades me dan mucha pereza.

    Aimée asintió.

    —He oído a tus compañeros hablar sobre ti. Te llamaban… Elviu Padur. Significa «elfo loco», ¿verdad? —el sonido afirmativo de Niko la llenó de curiosidad —No lo entiendo, no pareces estar loco.

    —Si lo pareciese, no tendría gracia —Niko se rio entre dientes ante la expresión de la princesa. Después, se encogió de hombros —. Es un mote cariñoso. Soy un renovado, pero pasé un tiempo con los arcaicos, por lo que se me acabaron pegando algunas de sus manías. Ahora supongo que estoy a medio camino: veo a los arcaicos como burdos, crueles y sanguinarios, pero los renovados muchas veces me parecen pasivos y acomodados. Me llaman loco porque saben que seré el primero en saltar a una batalla y porque no dudaré en quejarme de lo que no me guste, así sea la opinión de una reina.

    Aimée abrió la boca en una pequeña «o» y le miró de reojo, sin saber todavía qué opinión tener de él. Decidió entonces hacer otra pregunta que le rondaba la mente desde que lo había visto, unas horas antes.

    —Perdona que te pregunte… ¿Eres realmente un Kurlah? ¡Quiero decir! —se apuró a añadir —He leído que algunos elfos nacen con los ojos rojos, pero no llegan a tener los poderes de un Kurlah, sobre todo en el caso de los hombres.

    —Soy una de las pocas excepciones —sonrió Niko con cierta suficiencia —. Aunque no ocurre como con las brujas, que nacen y tienen ya sus poderes a su disposición. Los míos se despertaron cuando ya era un adulto. Sí es cierto que siempre se me había dado bastante bien la magia, pero nunca… a ese nivel.

    —Suena fascinante, ¡poder hablar con un Kurlah! —llegó a detenerse en mitad del pasillo —Me gustaría preguntarte tantas cosas sobre vuestra magia… ¡Toda la que estoy aprendiendo yo es la de las brujas de Garina! No es justo, siento que debería saber más sobre la magia élfica, sobre todo teniendo sangre solar por mis venas…

    Niko no pudo evitar arrugar la nariz con desagrado al escuchar aquello, pero se frotó la nuca y acabó por suspirar. Esa chiquilla hacía algunos gestos que le recordaban demasiado a Corr, le costaba decirle que no.

    —Si vamos a un sitio más tranquilo, puedo enseñarte alguna cosa.

    —¡Eso sería genial! ¡Gracias, Nikol’ka!


    El dragón (I)


    Dormir con Étienne se había vuelto una costumbre muy agradable. Le gustaba acurrucarse a su lado, sobre todo cuando Étienne le abrazaba o le acariciaba la espalda o la cabeza; se pegaba a su cuerpo para disfrutar de su calor natural y se hundía bajo las mantas.

    Era un poco como al principio con Cézanne, antes de que Pauline llegase a sus vidas y el rey le preparase una habitación aparte, lejos del lecho real. Ese había sido un momento extremadamente triste para Grégoire, ¡incluso se había ido un par de días al bosque para llorar bajo su viejo roble!

    Nadie le llegó a explicar nunca por qué sintió ese dolor y esa desilusión, por qué incluso llegó a sentir rechazo hacia Pauline —siempre le había parecido que sus sonrisas eran poco sinceras, pero Tilda le había dicho que eso eran «celos» y nada más—, así que se había tenido que resignar a dormir lejos de Cézanne, con quien había compartido tantas noches durante largos años.

    Ahora volvía a abrazar a un rey, a uno que era muy distinto de su abuelo y que, pese a esas diferencias, también le gustaba mucho. Le parecía cálido, compasivo y sincero, le divertían sus resoplidos y cómo rodaba los ojos antes de sonreír y acariciarle y disfrutaba de su compañía, muchísimo más pausada e intelectual que la de Cézanne.

    No, no podía comparar a los dos Faure-Demont, pero sí tenía muy claro que se alegraba de haberlos podido conocer a ambos, incluso si de por medio había tenido que estar cara a cara con Lux, un hombre al que sólo podría calificar como malo, a falta de un vocabulario más extenso.

    Sus ojos dorados brillaron en la oscuridad cuando los abrió para contemplar el rostro durmiente de Étienne. Se alzó un poco sobre la cama, mirándole bien, y le acarició una mejilla con una sonrisa suave que se esfumó en el momento en el que el dormido rey susurró el nombre de su difunta esposa.

    Grégoire apartó su mano al momento, también su cuerpo, como si hubiese tocado un trozo de metal ardiendo —en el supuesto de haber sido humano, el fuego no hacía daño a los dragones—. Sintió un pinchazo extraño en el estómago, parecido a cuando había visto a Cézanne besar las manos de Pauline la primera vez que se habían visto, pero no supo cómo clasificarlo, así que simplemente suspiró y bajó de la cama.

    Se acercó a la ventana, pero no descorrió las cortinas. No lo necesitó para ver que tras la pesada tela empezaba a brillar el sol de la mañana. Volvió a mirar a la cama, donde Étienne se recolocaba inconscientemente ante la falta del cuerpo que le había acompañado por la noche, y se decidió a salir de la habitación, cuidando de no despertar tampoco a Brigitte y de cerrar bien la puerta al salir.

    El cuerpo de sirvientes se había despertado ya y había empezado su trabajo, abriendo cortinas y ventanas para ventilar las estancias y pasillos, quitando el polvo y haciendo multitud de tareas que a Grégoire tampoco le importaban demasiado. Algunos sirvientes le miraban y sonreían, otros apartaban la mirada todavía con temor, o quizá sólo respeto, y otros ni siquiera se fijaban en él, más ocupados en sus trabajos.

    Llegó así al jardín, y al salir abrió los brazos y cerró los ojos, disfrutando del sol frío de principios de invierno. El aire olía a humedad, lo que pronosticaba si no lluvia, nieve, y aunque normalmente eso habría hecho al dragón muchísimo más lento y lo habría refugiado junto a una chimenea, gracias al hechizo de Tilda no le afectaba.

    Caminó por uno de los senderos de piedra, deteniéndose, curioso, al ver a Aimée dormida en uno de los bancos, Estaba abrigada no sólo en su bata, sino también en la chaqueta de un elfo lunar —lo reconoció como Nikol’ka, el marido de la princesa Makra—. De hecho, la princesa había apoyado la cabeza en el hombro del lunar y éste la abrazaba. Tenía los ojos cerrados, pero su ritmo respiratorio indicaba que estaba despierto, así que Grégoire se acercó y se inclinó sobre él con curiosidad. Desplegó sus alas, haciendo sombra sobre elfo y princesa.

    —Buenos días —saludó, sonriendo cuando esos ojos rojos se fijaron en él —. No llevas tus gafas.

    —Pensaba que daría sólo un paseo nocturno —respondió el otro con un suspiro —, pero la princesa me atrapó y hemos hablado de magia hasta que se ha dormido. El sol me ha pillado por sorpresa.

    —¡Oh! —el dragón, todavía con forma de muchacho, ladeó un poco la cabeza, pensativo —¿Quieres que te cubra mientras vamos dentro?

    —¿Harías eso por mí? —parecía genuinamente sorprendido.

    —¡Claro! Además, los humanos son frágiles, se enfermará —añadió, señalando a Aimée.

    —¿Puedo hacerte un comentario personal? —dijo Niko, así le había pedido que le llamase, mientras caminaban ya por los pasillos del castillo. Greg mantenía su promesa de cubrirle de la luz con sus alas y, a la vez, llevaba en brazos a Aimée como si no pesase nada —No eres en lo absoluto como esperaba.

    —Me lo dicen mucho —sonrió Greg, deteniéndose frente a una puerta —. ¿Abres? —Niko asintió y abrió la puerta; era el dormitorio de Aimée y el dragón entró para dejar a la princesa en su cama. Al salir, le tendió la chaqueta a Niko, quien volvió a ponérsela mientras Greg cerraba la puerta —Los humanos suelen creer que soy miedo o que voy a comerme a sus familias, que voy a destruirlo todo, pero no es así. No soy malo.

    —Ya lo veo —sonrió Niko —. Yo no esperaba maldad, pero sí un porte regio y sabio, como el de un árbol anciano.

    —¡Como Roble! —exclamó Grégoire. Ni siquiera él mismo debía haberse dado cuenta de que no sólo le había salido la cola, sino que la estaba moviendo de lado a lado, como un perro —Roble es un árbol muy grande y viejo allá en el Bosque de los Feéricos. Pero no me parezco a él.

    —No lo jures —se rio el lunar.

    —¡Ven, ven! Ya casi llegamos a tu habitación.

    —Gracias, Greg.

    —Un placer, Niko —le respondió con una sonrisa casi tan brillante como el sol que se alzaba fuera.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    No hacía falta ser un experto en emociones humanas para saber que Tilda estaba enfadada y nerviosa. Desde un balcón, observaba con los brazos cruzados bajo el pecho uno de los caminos que salían de Acier, incluso cuando hacía ya un rato que el grupo integrado por Maèl, Adrien y Léonard había desaparecido de su vista.

    Guardián, que había sobrevolado la zona un par de veces para asegurarse de que empezasen bien su camino, había terminado por volver al castillo y había descendido hacia el balcón de Tilda, posándose a su lado. Sus garras tocaron el suelo ya en forma de pies humanos, y cuando terminaba de asentarse, sus alas desaparecían mientras sus manos se apoyaban en la baranda.

    —Estará bien —le dijo en voz baja.

    —No me fío ni un pelo de este Legaz —gruñó Tilda, a lo que Grégoire la miró con calma.

    —Estoy seguro de que le cuidará bien.

    —¿Sí? Pues la última vez que cuidó de él terminó siendo terriblemente atacado por una pandilla de ladrones. Además, ¿tú qué sabes, si no lo conoces?

    El silencio de Grégoire mosqueó a la bruja, quien miró al dragón con el ceño todavía más fruncido que antes y los dientes bien apretados.

    —No he dejado de preguntarme cómo pudo llegar hasta la habitación de Maèl sin ser detectado por el servicio o por mis gatos. Pensaba que había tenido ayuda interna, pero nadie le conocía —el dragón apartó la mirada en un gesto que intentaba ser discreto y que, sin embargo, resultó totalmente delator —. ¿Tú…? —su voz tembló de la ira.

    —Le sentí rondando por el castillo —confesó por fin Grégoire, viendo que su perfecta máscara no había funcionado —, así que le pregunté qué quería y por qué.

    —¿Le guiaste a la habitación del príncipe? —estaba claro que empezaba a haber demasiada ira dentro de aquella poderosa bruja: se formaban chispas a su alrededor y el cielo empezaba a ennegrecerse, con epicentro en aquel balcón.

    —Sondeé su mente y no vi ninguna amenaza. Sentí toda su tristeza y culpabilidad, también su sinceridad. No va a hacerle ningún daño a Maèl…

    —¡Tú! —bramó Tilda, interrumpiendo al dragón —¡Eres el último que pensaba que me traicionaría!

    —¡No te he traicionado! —se defendió Grégoire. Aquella situación no le gustaba, en su piel bailaban escamas negras que aparecían y desaparecían al ritmo de su nerviosismo —Hice lo que consideraba correcto…

    —¡Correcto! ¡Se supone que tú y yo somos amigos e hiciste justo lo contrario de lo que yo habría querido!

    —¡Porque también era lo que Étienne habría querido! Ya lo has visto, a Étienne le cae bien Adri y…

    Tilda gritó. No palabras, solo un grito desgarrado, lleno de terrible furia. Empezó a llover y ambos terminaron empapados en cuestión de segundos.

    —¡Estoy rodeada de traidores y de ineptos!

    —¡¡Tilda!! —Grégoire estaba claramente dolido por aquella afirmación —Me gustas mucho —la fórmula correcta habría sido «te quiero mucho», pero el dragón nunca había dominado las distintas escalas de afecto y amor que manejaban los humanos —, ¡pero esta vez te equivocabas!

    —¡No me toques! —volvió a bramar cuando Grégoire se acercó para cogerle una mano.

    Diciendo esto, dio un fuerte pisotón al mismo tiempo que caía un rayo y desapareció, llevándose consigo la lluvia y la tormenta, aunque dejando a un dragón con la cara más triste del mundo.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    ¡Y entonces desapareció!

    La queja de Guardián se vio acompañada de un golpe al agua que provocó salpicaduras en la pared, en el suelo y en la cara de Étienne.

    No había conseguido que Étienne le dejase meterse en la bañera con él en su forma humana, aunque bien que habría cabido, siendo aquella bañera tan grande, pero sí que le aceptase como dragón, en este caso del tamaño aproximado de un lobo de montaña. Estaba frente a Étienne, en el otro extremo de la bañera, acurrucado bajo el agua caliente, con las alas plegadas y alejadas del agua —no le gustaba mojarlas si no era en ríos o lagos, un pequeño capricho que se permitía—, y ahora apoyaba la cabeza en el borde de la bañera con un pequeño sollozo.

    Es la primera vez que me peleo con Tilda, no la había visto tan enfadada desde lo de Malisse —era curioso cómo incluso hablando de forma telepática su voz pudiese sonar con tanta emoción o con distintas intensidades. Ahora, era un susurro triste.

    Cerró los ojos, suspirando pesadamente mientras sentía las manos de Étienne acariciar sus escamas negras. A Guardián no le gustaban los confrontamientos. Podía parecer contradictorio que hubiese aceptado el cargo de cuidar de Étienne, pero lo cierto es que nunca le habían gustado las peleas.

    No le gustaba luchar, no le gustaba recibir odio ni gritos. ¿Por qué la vida entre humanos no podía ser tan sencilla como en el bosque? Ahí todos mantenían un equilibrio, no habría cientos de voluntades contrapuestas que llevasen a enfrentamientos. No tan emocionales, al menos.

    Con un nuevo sollozo se movió hasta quedar apoyado mejor en el rey, con la cabeza en su pecho y las alas saliendo por ambos lados de la bañera. No se dio cuenta de que había cambiado a su forma humana hasta que sintió el cuerpo de Étienne tensarse, pero en vez de apartarse, se abrazó a él, llorando por fin lágrimas de verdad.

    —Tilda está enfadada conmigo ¡y tú seguro que estás decepcionado! Porque no pude protegerte. Había tanta gente, tanto ruido, tantos olores… No olí a Drenia. ¡Y mira que huele mal! Apesta a muerte, tendría que haberlo notado. Y podría haber estado a tu lado para evitar que te dañase. Pero no estaba contigo, estaba con los elfos —dijo todo esto atropelladamente, con su voz vibrando entre sollozos —. No quiero que te pase nada malo, Étienne, no quiero que te vuelvan a hacer daño.

    Las caricias y susurros suaves del mestizo fueron calmando poco a poco a Grégoire, quien terminó por cerrar los ojos y mantener la cabeza en el pecho de Étienne. Escuchar su corazón era muy relajante, era como una prueba de que todo iba bien.

    Ya más tranquilo, volvió a abrir los ojos y cogió una mano de Étienne, juntando sus palmas y dedos. Soltó una pequeña risita, como si ya no estuviese triste y preocupado —aunque seguía estándolo— y apareció tras su espalda su cola, que se movió suavemente bajo el agua.

    —Me gustan muchos los cuerpos humanos. Creo que son los más interesantes —susurró —. Bueno, elfos, humanos… Ya sabes, este tipo de cuerpos —añadió, mirando sus manos juntas —. Cézanne me contó una vez que los humanos habían nacido originalmente como parejas unidas que se habían separado en dos piezas distintas, pero compatibles, y que su destino era buscar a su otra mitad, pero a mí eso no me parece probable —acarició con las puntas de sus dedos las yemas de Étienne y volvió a sonreír —. No, yo creo que estos cuerpos están hechos para ser individuales, pero también para vivir juntos y encajados. Son cuerpos completos, pero pueden juntar con otros cuerpos y encajar perfectamente —diciendo esto, entrecruzó sus dedos con los de Étienne —. ¿Ves? Son manos hechas para estar separadas, pero también para juntarse así. Ahora nuestras manos están encajadas y son como una sola, pero son dos piezas distintas. Y este abrazo es lo mismo: dos cuerpos separados que encajan uno con otro. Mi cabeza encaja en el hueco de tu cuello… Y mira, tu mejilla —sonrió, poniendo la mano libre en la mejilla de Étienne, como acunando su rostro —encaja en la palma de mi mano. Creo que es muy bonito. Es una de las cosas que más me gusta de los humanos. Podéis uniros a otros sin perder vuestra individualidad, estar completos y luego complementaros un poco más. Y lo mejor es que sirve con cualquiera, no hay una única mitad por ahí perdida con la que encajéis. Aunque sí hay cuerpos que encajan mejor unos con otros, supongo —separó sus manos y luego se fue alejando de él, quedando otra vez al otro lado de la bañera, abrazándose las piernas y apoyando la barbilla sobre las rodillas —. Sois unas criaturas increíbles, Étienne. Es una pena que no seáis totalmente conscientes de ello.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Grégoire estaba envuelto en una toalla muy suave y mullida, sentadito en el sofá de la habitación de Étienne mientras el rey en persona le secaba el pelo con una toalla algo más pequeña, pero igual de suave y mullida. Le frotaba la cabeza, seguramente con miedo de que dos cuernos saliesen de la nada y rompiesen la tela, pero no ocurrió, por suerte, y cuando se apartó Grégoire le miró con una gran sonrisa y el pelo, aún algo húmedo, totalmente revuelto.

    Mientras le agradecía, unos toques a la puerta le hicieron girarse. Se puso en pie y miró a Étienne, quien le hizo un gesto para que le diese un minuto y se metió en su vestidor. Grégoire se quedó quieto frente a la puerta hasta que escuchó la segunda llamada, momento en el que torció un poco la boca y abrió la puerta sin más.

    —¡Greg! —se quejó Amélie cubriéndose la cara con las manos —¡Haber dicho que tenías que vestirte!

    Grégoire se miró, pero no entendió la reacción de la muchacha. Sabía que a los humanos les solía dar vergüenza ver a sus congéneres desnudos, pero él estaba cubierto con una toalla, ¿cuál era el problema?

    Miró al elfo que la acompañaba y vio que Niko le miraba con una sonrisita que no acabó de entender, pero que al menos no era de rechazo.

    —Étienne aun se está vistiendo, pero adelante —y se hizo a un lado para dejarles pasar.

    Ni corto ni perezoso, cogió su túnica —le habían ofrecido ropa más moderna, pero la había rechazado diciendo que no le hacía sentirse cómodo y que prefería la moda de tiempos de Cézanne— y dejó caer la toalla, ganándose un gritito de Amélie y una risa de Niko. Se puso la tela y se giró a mirarlos, viendo cómo el lunar parecía más interesado en inspeccionar aquel gran dormitorio que en cubrirse la cara, cosa que Amélie había vuelto a hacer.

    Quiso preguntarles qué hacían ahí, pero entonces se escuchó un ruido y Brigitte salió de una habitación aledaña, acercándose con sus torpes andares a Niko. Se detuvo frente a él y pegó el pecho al suelo, moviendo su cola de lado a lado sin importarle qué golpeaba con ella.

    —Le gustas mucho —se rio Greg mientras se terminaba de ajustar aquellas ropas y se acercó después para abrazar a Brigitte.

    —Sí, está claro —sonrió Niko. Imitó a Corr, también a Étienne sin saberlo, acariciando a la tricot con mimos que subían desde la mandíbula hasta sus orejas. No supo, hasta algo tarde, que Étienne le había visto hacerlo, pero no pareció importarle y simplemente siguió acariciando la cabeza de Brigitte mientras miraba al rey con una sonrisa tranquila —. Muy buenos días.

    —¡Ah, majestad! —dijo Amélie, recordando de pronto sus nuevas funciones como chambelán —Nikol’ka ha insistido en que quería verle, así que lo he traído aquí y como Greg nos ha dado paso… ¡Pero si es mal momento…!

    —Bueno, ya estoy aquí —interrumpió Niko con un encogimiento de hombros —. No quiero importunar al rey, pero estoy seguro de que querrá oír lo que tengo que decirle —y mientras decía esto, se sacaba de un bolsillo unas bayas que Brigitte se comió la mar de contenta.

    Greg se acercó al elfo y se inclinó un poco para poder mirarle directamente a los ojos. El lunar enarcó una ceja, pero acabó sacando otro par de bayas que el dragón cogió con una risita antes de correr hacia Étienne para sentarse a su lado.

    —¡Serviré algo de té! —dijo Amélie, volviendo al carrito que había dejado a un lado —Greg, ¿quieres? —le vio asentir, todavía concentrado en comerse las bayas, y sirvió tres tazas.

    —Quizá este sea el único reino humano que tiene un té decente —valoró Niko mientras aceptaba la taza, después de haber aspirado el aroma de las hojas mezcladas con flores —. Claro que es el único reino humano con acceso a las mejores hierbas del continente.

    —Niko, ¿qué querías decirle a Étienne? —recondujo Greg la conversación, lleno de curiosidad, mientras daba un sorbo a una bebida que estaba recién hervida y que a otro le habría quemado la lengua.

    —Veo que a los dragones no os gustan los preámbulos –se rio un poco y miró entonces a Étienne. No le costaba nada reconocer rasgos de Corr en él; Corr tenía razón, todos los Faure-Demont eran iguales. Se sentó con toda la confianza del mundo frente a Étienne y cuando Amélie corrió al menos una cortina, se quitó las gafas, dejándolas colgando de su cuello —. Las reinas no están muy contentas, la verdad. Se las ha acusado de un intento de regicidio, un acto de guerra, y eso las ha cabreado por dos motivos —alzó dos dedos de una mano para remarcar sus palabras —. Por un lado —bajó el dedo corazón —, porque ellas no buscan nada parecido a un conflicto con Acier. No tenemos ningún interés en una guerra, en estos momentos, no contra los humanos, al menos. Por otro lado —bajó índice y abrió la mano en un gesto calmado, como si le ofreciese a Étienne algo —, se han ofendido porque, si hubiesen realmente querido matarte, no habría sido un intento. De hecho, y esto te lo digo precisamente porque no tenemos ninguna intención hostil, me lo habrían pedido a mí. Y yo te habría matado limpiamente.

    Aunque sus palabras podían interpretarse como una amenaza abierta, Amélie incluso había fruncido el ceño, la sonrisa que exhibió Niko cuando Brigitte le puso la cabeza en el regazo fue genuina y tranquila, nada que ver con lo que se esperaría uno de un asesino despiadado. Le brindó mimos, encantado de la vida, mientras daba por fin su primer sorbo al té, que ya se había enfriado lo suficiente.

    —Como iba diciendo —retomó la conversación con los dedos hundidos en el pelaje de la tricot —, las reinas, aunque la princesa hizo un trabajo muy bueno, están molestas, por lo que no conviene meter más leña al fuego. Mi recomendación, y es un consejo totalmente gratuito y sincero, sería una estupidez desperdiciarlo, es que no muestres ningún síntoma de debilidad. Si todavía te duele algo del ataque, mala suerte. Apechuga y preséntate ante ellas como si ayer no hubiese pasado nada. Sin debilidad, sin dolor, sin aprensión, y lo más importante: sin miedo. Sé que la bruja se ha ido, no noto su presencia en el castillo, pero tienes a Brigitte y a Grégoire, así que, si no te separas de ellos, no deberían volver a atacarte, ¿verdad? Nosotros no lo haremos, no puedo hablar por los norcanos.

    Grégoire, pese a estar escuchando la conversación, no parecía estar prestando mucha atención. Terminó el té y le dio la taza a Amélie para, después, apoyar la cabeza en el hombro de Étienne en busca de mimos y atenciones que, cuando llegaron, le hicieron sonreír. No dijo nada respecto a lo que comentaba Niko, pero Amélie sí que parecía más pensativa.

    —Perdón, pero si se me permite… —dijo, mirando con duda tanto a Étienne como a Niko. Un asentimiento de este último la llenó del valor que necesitaba —He oído que los lunares sólo se preocupan por sí mismos y sólo miran por sus intereses. No imaginaba que un príncipe fuese a darle un consejo así a un rey humano…

    —Ah —Niko se rio un poco y se encogió de hombros, bajando la mirada hacia Brigitte —. Conocí a Morgiana hace muchos años —terminó por decir, mirando a Étienne a los ojos —. Tenía las orejas puntiagudas, pero era humana. Para mí, era humana. Estaba llena de dulzura y bondad, no sé qué hacía con el imbécil de Lux. Pero bueno, ella… me salvó la vida. Supongo que esto es lo menos que puedo hacer para devolverle el favor.

    Y con esto dicho, dio un par de palmaditas en el morro de Brigitte, quien se quejó, pero se apartó de él. Se recolocó las gafas, se puso en pie y se despidió con un gesto de cabeza antes de salir del aposento real.


    El elfo (II)


    Llevaba un rato sin prestar la más mínima atención a lo que ocurría a su alrededor. Había acompañado a Makra y a las otras reinas a la sala del trono de Étienne, había saludado con una pequeña reverencia como si no hubiese ido esa mañana a los aposentos del rey y se había quedado de pie, un paso o dos detrás de su esposa, con la espalda recta y las manos cruzadas a la espalda.

    Incluso si Niko no había sido educado como soldado, había recibido, como todo elfo lunar, nociones marciales que incluían aguantar de pie en una buena posición durante el tiempo que hiciese falta, por lo que tampoco le importó demasiado quedarse allí.

    Lo único malo era que aquello era terriblemente aburrido. La política no le podía importar menos, así que cuando se dio cuenta de que la conversación ya no iba sobre criaturas arcanas, sino más bien acerca de la situación en Lanu Kah o de las tensiones dentro de Acier entre arcanos y norcanos, Niko simplemente se abstrajo en su propio mundo.

    Mientras se cantaba a sí mismo una cancioncita que le cantaba su madre tanto tiempo atrás, su oído, precisamente por no estar al tanto de las voces que se iban sucediendo a su alrededor, captó rápidamente los pasos que se acercaban desde el pasillo. Era un andar ligero, con un calzado flexible que no hacía el sonido de las suelas humanas, más rígidas —tampoco era lunar, ellos rara vez llevaban los pies cubiertos—.

    Frunció el ceño con una expresión de desagrado y se giró hacia la puerta, siendo imitado por las reinas cuando ellas también captaron los pasos, poco antes de que la puerta se abriese. Makra, la única que había mantenido la mirada sobre el rey, chasqueó la lengua cuando la sala se llenó de olor a solar.

    —Majestad —habló un elfo alto, con el pelo rubio recogido en una coleta alta y ropas cómodas de viaje. Su cara mostró el mismo asco que la de las lunares —. Solicito para mi señor una audiencia urgente.

    —El rey está reunido ahora mismo, claramente —dijo Lara, todavía de mal humor por su metedura de pata del día anterior —. Esto es un actuar muy poco respetuoso.

    —El rey —volvió a hablar el mensajero con tono impaciente —podrá reunirse con esta chusma lunar después.

    —¡Chusma! —bufó Fube, una de las reinas, cruzando los brazos bajo el pecho. Sus brazaletes chocaron con su armadura pectoral —Al menos nosotras entramos con educación.

    —Dudo enormemente que los lunares conozcáis el significado de esa palabra.

    —¡Basta! —no fue Lara, sino Aimée, quien interrumpió —Su presencia aquí, mensajero, es una falta de respeto tanto para Acier como para las reinas de Lanu Kah. Nosotros debemos decidir a quién recibir y cuándo. Esto es un atropello protocolario.

    —El asunto de mi señor, majestad —el mensajero volvía a la cara, dirigiéndose directamente a Étienne, como si la princesa no estuviera ahí —, es de índole familiar. Y le incumbe también a usted, pues mi señor era familia de Morgiana.

    Makra, que hasta entonces había guardado silencio, levantó un brazo con el puño apretado. Las otras reinas, viendo esto, tensaron la mandíbula, fruncieron los ceños o maldijeron en élfico, pero acabaron por retirarse hacia los lados del pasillo en un gesto simbólico. Makra, la única que seguía en línea con el trono —junto a Niko, que seguía a su lado—, miró al mensajero y ladeó la cabeza con sus ojos rojos brillando con cierta amenaza.

    —Mi pueblo respeta a Morgiana y su memoria. Ese es el único motivo por el que toleraré hacer un paréntesis en nuestra reunión con el Rey Humano para que tu señor venga a quejarse. Eso sí, no abandonaremos la sala del trono. Es nuestro derecho.

    El mensajero, algo amedrentado por la fuerza de su mirada, pero con una sonrisa de satisfacción por haber logrado su objetivo, esperó a tener el asentimiento de Étienne para, acto seguido, salir en busca de su señor, que esperaba fuera de la sala a ser recibido.

    Niko miró al dragón. La atmósfera debía ser extraordinariamente tensa, porque había dejado de distraerse mordisqueando una rama de cerezo y ahora miraba con el semblante serio, expectante, el desarrollo de los acontecimientos. Era la primera vez que lo veía con una expresión que no fuese despreocupada.

    Se giró, entonces, a mirar al recién llegado, pero al verle, su expresión se congeló en su rostro.

    —Majestad, gracias por recibirme —dijo el solar con una breve inclinación.

    Era más alto que su sirviente, con su cabello suelto contenido por un pasador y unos adornos en las orejas que realzaban su forma puntiaguda. Su vestimenta era impecable, una túnica muy al estilo de la corte de Nar Laris, con tonos verdes que hacían perfecto contraste con sus ojos, de ese mismo color, y adornos en oro que formaban flores y líneas sinuosas en las telas.

    Ni siquiera se dignó a mirar a las lunares, simplemente se adelantó para acercarse más al trono. Miró con curiosidad al dragón y le hizo una reverencia algo más pronunciada, un signo de respeto ante una criatura de magia pura. También miró con más dulzura a Brigitte, aunque ella no debía merecerse que le doblasen la espalda.

    —Mi nombre es Theonaer, primo en segundo grado de Morgiana —juntó entonces sus manos con los dedos extendidos y los corazones doblados, un signo de respeto que se reservaba a las máximas autoridades o a los fallecidos —, y vengo en busca de Ghilanna, hija de mi padre y de su segunda esposa.

    —Ghilanna —susurró Makra, intentando ubicar ese nombre. Lo había oído no hacía mucho, pero ¿a quién?

    —Fue exiliada de Nar Laris, pero ahora solicito su retorno. Se me ha informado de que vino aquí, a Acier, seguramente para solicitar residencia por consanguineidad.

    —Makra —se quejó Nirala, otra de las reinas —, esto es una auténtica estupidez.

    —¡Ah! —Makra le hizo un gesto a Nirala para que esperase —Ghilanna, la conozco —eso hizo que todas las miradas se centrasen en ella —. Esposo, ¿no era ella la elfa que…?

    Makra se quedó con la frase a medias al ver a Niko. Su expresión era indescriptible, destilaba tanta ira, tanta rabia, tanto dolor, que parecía a un paso de convertirse en un espectro. Sus ojos rojos brillaban de una forma para nada natural y tenía los labios tan apretados que apenas eran una línea en su cara.

    Tenía el cuerpo tan tenso que se veían los músculos de sus brazos allá donde la tela dejaba ver su piel, y apretaba los puños con tanta ira que le llegaban a temblar. Su respiración era lenta, irregular, como la de una bestia a punto de atacar.

    Y su aura. En su aura llevaba unos minutos condensándose magia. ¿Cómo nadie se había dado cuenta?

    —Niko —le llamó Makra, consiguiendo así la total atención de Theonaer, quien se giró a mirar al sacerdote lunar con los ojos abiertos como platos.

    —¿Nikol’ka? —murmuró. Parpadeó. Sí, era él. Era Nikol’ka. Con el pelo corto, con otra ropa, pero… —Es imposible… ¿Cómo sigues vivo?

    —Niko —la voz de Makra empezaba a mostrar preocupación y una cierta angustia. El aura de Niko sólo se condensaba más y más y sus ojos se estaban volviendo blancos —¡Niko, detente!

    Le agarró una muñeca, pero recibió una descarga eléctrica que la lanzó hacia atrás, derribando a tres de las cuatro reinas que la acompañaban. Lara sacó su espada, Brigitte erizó el pelaje, Aimée miró a su padre con miedo y Grégoire se puso en pie y rápidamente cubrió a padre e hija con sus alas, creando un escudo sellado.

    Y lo hizo justo a tiempo, porque apenas sus alas se cerraron una contra la otra, toda la magia de Niko se descargó.

    Pop.

    No hubo gritos, no hubo exclamaciones, no hubo nada. Sólo un pop que parecía incluso decepcionante para la expectación que se había creado.

    Grégoire despegó las alas, sintiéndolas cubiertas de algo pegajoso. Se giró y vio el salón del trono cubierto de un líquido rojo. Sólo líquido. No había huesos, no había pieles, no había órganos. Sólo un líquido que se esparcía de forma radial desde el punto en el que Theonaer había estado en pie, salpicándolo todo, a todos.

    El hedor a sangre no se hizo de rogar. Aimée, que se había puesto en pie totalmente en shock, se desmayó. Lara, que había visto auténticas barbaridades en la guerra, vomitó. Y Niko cayó de rodillas, mirándose a su alrededor sin él mismo entender qué había pasado, qué había hecho.

    Buscó la confianza de Makra, pero ella misma estaba totalmente atónica y conmocionada. Sus ojos iban de un lado a otro, intentando buscar una explicación a lo que acababa de presenciar. Y cuando Niko quiso acercarse a ella, Makra retrocedió, asustada, rehuyéndole.

    Y si Makra, que era la Kurlah más fuerte conocida, tenía miedo de él, ¿qué debían pensar las demás?

    —Lo… Lo siento… —balbuceó, poniéndose en pie y trastabillando hacia atrás. Empezó a caminar de espaldas hacia la puerta, lentamente, dejando huellas en negativo en la alfombra —Lo siento. Yo… Lo… Lo s- lo siento…

    Parecía que era lo único que podía decir. Lo siento. Lo siento. Se disculpó incluso cuando estuvo ya fuera del palacio. La gente le miraba con asco, miedo y confusión, y es que ver a un elfo con toda la parte frontal cubierta de rojo y hediendo a sangre no era lo más normal.

    Caminó a paso de autómata hasta salir de Acier, sin importarle quien le mirase, ignorando miradas y comentarios, y una vez estuvo en el bosque, una vez estuvo solo… Entonces, y sólo entonces, se permitió el lujo de gritar con todas las fuerzas que le quedaban.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —Creo que tienes el cabello más bonito del mundo entero —se rio el hombre, peinando con los dedos a su acompañante.

    —Pues es bien posible. Es de un blanco perfecto, claramente bendecido por la luna —aseguró él con una risita que no dejaba claro si aquello era una broma o una muestra de su autoestima.

    Fuese una cosa o la otra, solar y lunar se rieron y compartieron un dulce beso bajo aquel árbol. No podían verse en cualquier sitio, debían siempre estar escondidos, a salvo de miradas indiscretas. La típica historia de amor prohibido: dos hombres pertenecientes a razas enfrentadas que habían encontrado el amor.

    Además, había sido de casualidad, un día que habían coincidido en una fuente… Pero eso daba igual.

    Todavía desnudos, se abrazaron sobre la hierba. El solar le acarició una mejilla al otro y le dio un pellizquito en la nariz.

    —Te quiero, Nikol’ka —dijo, arrancándole una sonrisa de pura felicidad.


    —Y yo a ti, Theo —susurró Niko, volviendo al presente.

    Salió del río ya sin una gota roja encima. No podía decirse que fuese sangre, era en realidad todo Theonaer triturado en un batido perfecto. Todos sus tejidos, huesos, pelo… Incluso su ropa. Niko ni siquiera sabía que se podía hacer algo así. ¿Cómo iba a saberlo? Estaba claro que nadie antes que él lo había hecho.

    Chasqueó la lengua con asco cuando sintió que volvía a llorar. Pero no era por la muerte de Theonaer. No, para él ese solar había muerto hacía treinta años, si no más, cuando lo había entregado a los arcaicos, olvidando cualquier promesa de amor susurrada en una tarde de verano, cualquier beso compartido o cualquier caricia regalada.

    No, no lloraba por Theonaer, sino por miedo. No lo quería admitir, pero tenía miedo. Miedo de qué haría Makra cuando se recuperase de la sorpresa, de cómo los humanos interpretarían aquello, de sí mismo y sus propias capacidades. Se miró las manos, le temblaban los dedos.

    Sacudió la cabeza y recuperó su ropa, vistiéndose sin importarle que tanto la tela como su propia piel siguiesen mojadas. Simplemente invocó algo de fuego en sus manos y lo usó para secarse más rápido mientras iba avanzando por el bosque.

    Detuvo sus pasos al darse cuenta de algo. Estaba todo muy… ¿Tranquilo? No, no era la palabra adecuada. Había silencio, pero no tranquilidad. Se acercó a un árbol y puso una mano en la corteza, cerrando los ojos. Rápidamente, parte de la corteza cubrió su mano, permitiéndole acceder a la memoria de ese árbol.

    Vio una bestia, un monstruo terrible avanzar hacia…

    —¡Corr…! —susurró antes de echarse a correr.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Con la respiración jadeante, observó la pared rocosa que se alzaba frente a él. Buscaba alguna grieta, alguna entrada, pero no veía ninguna, por lo que se decidió a abrir una por su propia cuenta.

    Al llegar a la cabaña, se había encontrado la casa destrozada y vacía. No había sangre ni cadáveres, por lo que Corr y Charlotte debían estar bien. Siguió, entonces, el rastro de la destrucción hasta dar, ahora sí, con un grupo de hombres totalmente destrozados por una fuerza antinatural que debía corresponder con el monstruo que había visto antes a través del árbol.

    Corr seguía sin estar entre esos restos, aunque habría sido difícil reconocerlo, igualmente. El rastro se perdía tras un río, pero una vez Niko lo hubo cruzado, volvió a dar con pisadas y las siguió hasta una gruta. No podía entrar en ella, salía humo que indicaba la existencia de un incendio, así que rodeó el lugar hasta dar con esa pared.

    El problema de hacer un agujero era que, si Corr estaba al otro lado, podía salir herido. Al darse cuenta de esto, soltó una maldición en élfico y trepó por la pared hasta llegar a la altura que, consideraba, debía tener la gruta.

    Fue excavando poco a poco un agujero con la esperanza de, así, poder ver el interior. Lo que no esperaba era que empezase a salir humo. Eso le animó a utilizar el pequeño agujero para abrir por completo la pared, rompiéndola y liberando todo el humo acumulado.

    Al hacerlo, pudo ver que Corr estaba ahí, en una zona suficientemente elevada como para que el fuego no le alcanzase, pero que igualmente se había ido llenando de humo. No sabía cómo había terminado en esa situación, pero al ver que intentaba cubrir con su cuerpo a Ghilanna…

    No, no era momento para pensar en ello. Cogió primero a Charlotte y la bajó de un par de saltos al suelo. Después, una vez se hubo asegurado de que aún estaba viva, aunque por poco volvió a subir para cagar a Corr sobre sus hombros. Lo bajó y lo dejó bocarriba junto a Charlotte. Tenía pulso, pero no respiraba.

    Quiso solucionarlo, pero miró otra vez hacia arriba, donde todavía estaba Ghilanna. Quería dejarla ahí y que se ahogase. «Llegué tarde para ella, lo siento», sonaba convincente, ¿verdad? Pero…

    La mirada de rechazo y miedo de Makra volvió a él, junto a recuerdos entremezclados de un pasado lejano que se había esforzado por sepultar. Y mientras maceraba todo esto, terminó por regresar para salvar a la dichosa solar.

    La dejó a un lado, con menos cuidado que a los otros dos, y se esforzó en sacar el humo de los pulmones primero de Corr, luego de Charlotte, insuflándoles a ambos aire limpio mediante un boca a boca. Acarició la mejilla del hombre y el pelaje de su acompañante cuando consiguió hacerles toser y después fue a por Ghilanna. A ella simplemente la dejó de medio lado.

    Mientras hacía las maniobras de resucitación, esta vez sin magia de por medio, había empezado a nevar. Por ese motivo, con un par de movimientos de manos consiguió que un árbol cercano estirase sus raíces para formar un techo sobre ellos. A cubierto de la nieve, hizo una hoguera y puso a sus dos amigos cerca, sin preocuparse por Ghilanna.

    Charlotte fue la primera en despertar, quizá por ser mágica o quizá porque el olor de la carne que Niko estaba asando al fuego la había motivado más que otra cosa en el mundo a salir de su inconsciencia. Lamió la cara de Corr y se acercó a Niko, quien la llenó de mimos, dejando que se acurrucase en su regazo y premiándola con un trozo de carne a medio hacer.

    —¿Cómo habéis terminado en semejante situación, si puede saberse? —le preguntó en un tono cariñoso, hundiendo los dedos en su pelaje para darle unas caricias que arrancaron en la royalet gorjeos agudos —Charlie, ¿por qué no despiertas a Corr? —sugirió.

    El animal, como si le hubiese entendido perfectamente, frotó la cabeza en su pecho y después fue a por Corr, despertándole con lametazos en la cara. Niko le saludó con una sonrisa y media fruta de leche —al estilo de los cocos, se llamaba así porque su interior estaba lleno de un líquido dulce parecido a la leche—.

    Ghilanna no tardó mucho más en despertar, recibiendo la otra mitad de la fruta. A partir de ahí, pudieron comerse la liebre asada mientras le contaban cómo habían llegado a ese punto.

    Niko escuchó atentamente sobre esos miembros de la Estrella Roja, las monardas, la explosión, y luego cómo Corr y Charlotte habían conseguido excavarse una ruta hasta el fondo de la gruta, donde habían dado con un callejón sin salida.

    —El fuego nos seguía —dijo Ghilanna —, pero no llegó a donde estábamos. Y supongo que nos desmayamos.

    —Sí, ese sitio estaba lleno de humo —dijo Niko —. No llego a tiempo y estaríais muertos. ¡Ah, hablando de eso! —miró a Ghilanna y ladeó un poco la cabeza —He coincidido con tu primo Theonaer en Acier.

    La solar le miró, incrédula.

    —¿En serio…? ¿Qué hacía él ahí?

    —Buscarte —se comió su último trozo de carne y se limpió la boca con una manga —. Creía que estabas en Acier y quería llevarte de vuelta a Nar Laris.

    —No… No lo entiendo… ¿Por qué? ¿Te dijo por qué me han revocado el exilio?

    Niko se encogió de hombros y se echó hacia atrás, apoyando las manos en la tierra.

    —No lo sé, no llegó a decirlo.

    —¿Cómo que no llegó a decirlo? Es algo importante como para callárselo.

    —Sí, supongo que lo iba a decir, pero lo maté antes de que hablase.

    El silencio en el campamento improvisado fue sepulcral. Ghilanna parpadeó varias veces, intentando ver si aquello era una de las crueles bromas de Niko, pero el lunar se hurgaba entre los dientes con la uña del meñique con toda la calma del mundo.

    —¿Lo has… matado? ¿Por qué…?

    —El por qué no importa mucho —contestó Niko, mirando la nieve que se amontonaba a los lados de la cubierta de ramas —. Lo importante es que Theonaer está muerto y tú puedes volver a Nar Laris. No está mal, la verdad.

    Ghilanna clavó los ojos en el fuego, todavía intentando procesar toda esa información. Niko la miró, pero no se inmutó ni siquiera cuando la vio echarse a llorar. Ni siquiera sonrió, sólo la miró con aburrimiento y después giró los ojos hacia Corr, que se acercaba a Ghilanna para ofrecerle un abrazo de consuelo.

    La solar sollozó y enterró la cara en el pecho de Corr, quien le dirigió una mirada de reproche a Niko. Y entonces Niko comprendió que su primera impresión de que la relación de esos dos se estaba estrechando había sido correcta.

    Después de haberle drogado, esperaba que Corr rechazase a Ghilanna. Tendría que haber visto lo que Niko le había repetido durante años y años: los solares eran criaturas perversas a las que no les importaba destruir vidas ajenas con tal de conseguir sus objetivos. Ni siquiera tenían el código de los lunares, que al menos respetaban a familiares, amigos o gente con la que tuviesen deudas.

    Pero, bien mirado, quizá era lo mejor. Quizá Corr y Ghilanna estuviesen destinados a ser algo. Amigos, amantes, a saber qué. Y Corr iba a necesitar a alguien a su lado, al menos un amigo. Porque Niko acababa de tomar una decisión que consideraba irrevocable.

    —Por cierto, tu sobrino está bien —le dijo a Corr, como si Ghilanna no estuviese entrando en el duelo por la muerte de un familiar —. Y tu sobrina, Aimée, es una muchacha extraordinaria. Es inteligente y muy bonita, tiene dotes de mando y es buena con la magia. Le enseñé incluso un par de cosas anoche. Acier estará en buenas manos cuando sea reina, porque su hermano, que por cierto es igualito a ti, no tiene mucha pinta de querer la corona… El dragón me parece muy curioso, me ha caído bien. Y tu hermano —se lamió los labios, ahora llegaba el punto de no retorno —, tenías razón en que tú eres más guapo. Pero él besa mejor —ya está, lo había dicho. Vio la cara de incomprensión de Corr y soltó una risa corta —. Sí, lo sé, yo tampoco me lo esperaba. Pero bebimos, hablamos, reímos y en algún momento nos besamos y… Bueno, ¿qué quieres que te diga? Fuimos discretamente a su habitación. Es un dormitorio enorme, por cierto, todo azul y con ese gusto tan humano por los adornos… Pero tenía unas vistas bonitas —eran datos que no importaban para aquella mentira, sólo los soltaba para demostrarle a Corr que había estado en el dormitorio de Étienne —. Quiso quitarme la ropa, pero ya sabes que yo no me desnudo ante nadie. Y bueno… Lo que sí que le dejé fue montarme. No por nada, me pareció muy excitante tener a un rey jadeando contra mi nuca. Fue una experiencia enriquecedora. Y muy satisfactoria. Estoy pensando que volveré a Acier, a ver si repetimos experiencia. Étienne también quedó contento con mi rendimiento, porque claro, tú ya sabes de lo que son capaces mis manos… —se hizo el pensativo y luego sonrió, poniéndose en pie —. De hecho, ¿sabes qué? Voy a ir a casa para solucionar unas cosas y luego volveré a Acier. Después de todo, yo sólo venía buscando a la solar para darle la buena noticia —Dio un paso fuera, pisando con sus pies desnudos la nieve, y se giró otra vez a Corr —. Ah, por cierto. Igual se me escapó que sigues vivo mientras compartíamos una copa tras follar como animales… Sé que fue lo único que me dijiste que no hiciera, pero de todas formas a Étienne no pareció importarle lo más mínimo. Quizá hagas bien en no volver por ahí. ¡Hasta luego, Charlie!

    Y con esta despedida tan extraña, forzada y dolorosa, Niko salió definitivamente a la nieve y desapareció entre los árboles.


    El dragón (II)


    Había sido una tarde horrible. Niko había hecho lo imposible haciendo explotar a ese solar y tras aquello nadie había sabido qué hacer o decir. Si alguien había querido culpar a las reinas de un atentado terrorista, se les había quitado las ganas al ver sus caras, tan horrorizadas como las del resto de los presentes. Grégoire en sus 450 años de existencia no había visto nunca nada igual, por lo que no fue una excepción a aquello.

    Ni siquiera ellas, guerreras sanguinarias que no dudaban en cortar cabezas o torturar prisioneros, parecían capaces de digerir semejante escena, semejante horror.

    El silencio y la estupefacción habían durado largos minutos. Después alguien había conseguido reaccionar, pero todo se había mantenido en una línea confusa y extraña. Al final, las lunares se habían retirado a descansar, menos Makra, quien prometió ayudar con su magia a limpiar aquel desastre sin siquiera dejar que nadie viese las quemaduras en las palmas de sus manos.

    La princesa había sido llevada a sus aposentos, los soldados habían iniciado una búsqueda inútil de Niko —inútil, entre otras cosas, porque a ellos mismos les aterraba encontrárselo y que les hiciese explotar también— y, finalmente, Grégoire había tomado a Étienne de la mano para ir al dormitorio.

    El dragón se había dado su segundo baño del día. Había dejado que Amélie se llevase su ropa y había accedido a ponerse una camisa y unos pantalones más al estilo de la moda actual. Después, limpito y sin olor a vísceras y sangre, se había subido a la cama, donde Étienne permanecía con expresión meditabunda.

    —Él no quería hacerlo —fueron sus primeras palabras en más de una hora —. Seguramente no sabe ni cómo lo hizo —añadió en un susurro.

    Miró a Étienne, pero no sabía ni si le había escuchado, así que le cogió la cara con las manos y le hizo mirarle. Le sonrió y le besó la frente al conseguir que le devolviese la sonrisa. Le animó entonces a recostarse y empezó a acariciarle el pelo, tarareando una vieja nana que Cézanne le había enseñado. No conseguía recordar la letra, pero sí la melodía, así que se conformó con ello.

    Vio que Étienne se iba relajando, pero quizá no lo suficiente. Era normal, lo que había sucedido en el salón del trono no era, ni de lejos, algo fácil de procesar, y Grégoire pudo incluso imaginarse que estaría pensando también en Aimée, en cómo estaría.

    Tenía que quitarle todo de la cabeza. Étienne necesitaba dormir, necesitaba descansar para recuperarse del todo de sus heridas y también para enfrentarse al día siguiente con fuerzas y energías renovadas.

    Y, visto que la nana y las caricias no bastaban, sólo se le ocurría otro método. Dudó, pensando en Cézanne, ¿pero no había sido el propio Cézanne quien le había dicho que eso era algo que se le hacía sólo a gente que te importase, gente con la que tuvieses un vínculo especial? ¿Qué vínculo podía ser más especial que el de un dragón y su protegido?

    Algo nervioso, y preguntándose también por qué estaba nervioso, siguió canturreándole, pero a la vez una de sus manos se metió bajo las mantas para acariciar la zona más íntima del cuerpo de Étienne. Sus labios, a la vez, rozaron los del rey, pero fueron sólo eso, roces. No llegó la cosa a más simple y llanamente porque Étienne le apartó.

    Grégoire, que no se esperaba aquello, terminó sentado al otro lado de la cama, mirándole y encontrándose con una cara que no acababa de entender, pero que dejaba claro un mensaje: a Étienne no le había gustado ese acercamiento tan privado.

    ¿Era posible? En un mismo día había conseguido enfadar a Tilda y a Étienne. ¿Realmente era tan inútil? ¿Tanto había olvidado de tratar con humanos?

    Convertido en un pequeño dragón, salió corriendo de la habitación. No podía soportar que Étienne le siguiese mirando así. Se sentía inseguro, triste y solo. Necesitaba un lugar seguro, pero cuando llegó a la que había sido su habitación encontró una pared lisa cubierta con un tapiz.

    Volvió a su forma humana frunció el ceño y levantó el tapiz, tocando la pared. Aquello no podía estar pasando…

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Arala tenía la costumbre de cantar mientras llevaba a cabo las tareas domésticas. Quizá porque solía estar sola y el sonido de una voz, aunque fuese la suya propia, hacía que la casa pareciese más cálida, o quizá sólo porque así no se aburría tanto.

    O, tal vez, fuese una costumbre que tenía de antes de vivir sola, algo que había aprendido de su madre y que se le había quedado como algo totalmente normal y rutinario.

    En fin, Arala estaba cantando, en esos momentos quitando el polvo de las estanterías. Lo que no se esperaba que alguien le aplaudiese al terminar la canción. Dio un respingo y se giró a mirar a quien había logrado no sólo sortear el hechizo de aturdimiento que había alrededor de su casa, sino entrar en su casa sin que ella se diese cuenta.

    Cachorro parecía también sorprendido, se había puesto en pie de golpe y había empezado a gruñir, con el pelaje erizado y las orejas hacia atrás, mostrándole los dientes a esa bruja vestida de violeta.

    —Odio a los perros —escupió Tilda, mirando después a Arala, quien parecía lista para atacarla —. Debería matarte. Lo sabes, ¿no?

    —Eres tú la que ha entrado en mi casa sin permiso.

    Tilda no pudo evitar sonreír al ver la mirada fiera de Arala. No parecía amedrentada por tener a la bruja Cattalis en su contra y eso… Lo cierto es que le gustaba.

    —No podrías dañarme ni aunque lo intentases —la retó llevándose las manos a la cadera —. No sin hacer trampas con monarda, claro.

    Arala bufó en respuesta y se ajustó un poco mejor la coleta que recogía su largo cabello rojo.

    —¿Te gustó mi regalo? Lo hice con todo mi amor —dijo Arala, aunque con el ceño fruncido y no la sonrisa que parecía tener que acompañar esas palabras.

    —Pues tu amor da asco, querida. Aunque no tanto como el mensajero. ¿Puedes hacer que ese maldito chucho pare? Me está poniendo del hígado.

    Arala afiló la mirada, pero acabó por poner una mano en la cabeza de Cachorro, acariciándole entre las orejas suavemente. El perro entendió esto como que no había necesidad de amenazar y dejó de gruñir, sentándose al lado de Arala, tenso y dispuesto a atacar si lo veía necesario.

    —Gracias —dijo Tilda, sacudiéndose un poco la ropa. Miró con desagrado a su alrededor y desapareció, apareciendo en una silla de la cocina —. ¿Me vas a servir té o qué?

    Arala se lo pensó un par de veces, pero movió la mano y, al momento, la tetera voló para ir a llenarse de agua limpia. Caminó hacia la cocina, encendiendo el fuego con otro gesto y poniendo el agua a hervir.

    —¿Vas a decirme qué haces aquí o tengo que usar algún hechizo para sonsacártelo?

    Tilda soltó una risa corta y amarga.

    —Veo que no me equivocaba: eres una luchadora. Eso me gusta —le bufó al perro-lobo, que se había acercado para quedarse al lado de Arala —. Ninguna bruja de Garina habría logrado lo que tú hiciste. Elaborar una pastilla con monarda… digamos que no entra en el recetario habitual.

    —Vaya, ¿en serio? Bueno, esto es una teoría un poco loca, pero a lo mejor tiene algo que ver con que, no sé, ¿no he ido a Garina?

    —Veo que tu sarcasmo no está ni la mitad de refinado que tu magia. Te lo perdono porque tienes buen culo.

    —¡Gracias! —dijo Arala con un tono de fingida alegría para luego bufar y servir el té —¿Sólo has venido para decirme cosas obvias y mirarme el culo o hay algo más?

    —Tu… novio o lo sea —puso otra vez cara de desagrado —ha conseguido, no sé cómo, salir exitoso de su misión. Maèl ha recuperado la memoria y hoy ha reiniciado su viaje… con ese imbécil de ojos bicolor.

    —Uf, ha debido sentarte como una patada en la boca del estómago —sonrió Arala, dándole un sorbo a su té.

    Tilda le devolvió una sonrisa fría y añadió miel a su infusión.

    —Ya que yo no puedo acompañarle, quiero que lo hagas tú.

    —¿Perdona? —estaba claro que Arala no se esperaba eso.

    —No me fío ni un pelo de tu amigo, tampoco del soldado que los acompaña. Tú eres una bruja bastante decente, pese a ser asalvajada, totalmente falta de estilo y elegancia, con vacíos en tus conocimientos que avergonzarían a una estudiante de primer grado en Garina…

    —Para, por favor, me voy a sonrojar.

    —… pero eres prometedora. Tienes fuerza y, aunque seas más tosca que un molino de agua, puedes actuar bajo presión. El príncipe va a necesitar magia y no sé por qué, le caes bien. Ve con él, cuídale y —alzó un índice —mantenme informada.

    —¿Y por qué iba yo a hacer nada que tú me digas? —inquirió Arala —No es que seamos precisamente amigas del alma, Cattalis.

    —Es cierto —concedió Tilda, terminándose el té —. Pero yo tengo algo que tú no: experiencia y conocimientos que puedo transmitirte. Ayuda al príncipe y yo te enseñaré cosas que ni siquiera en Garina se aprenden. A excepción, claro, de que prefieras seguir siendo una bruja mediocre atascada en una casa fea en un bosque salvaje.

    Arala frunció el ceño y se puso en pie cuando Tilda se levantó para ir a la puerta.

    —Por cierto —la bruja de Acier se detuvo en la entrada y se giró a mirar a Arala, guiñándole un ojo —, es el té más asqueroso que he probado nunca.

    —A lo mejor tendrías que haberle echado miel en vez de cera líquida.

    Tilda parpadeó, sorprendida. ¿Había hecho un hechizo de cambio sin que ella se diese cuenta? Se le escapó una nueva risa, esta vez bastante sincera, y desapareció.

    Apareció otra vez en Acier. Más calmada, dispuesta a incluso disculparse con Grégoire. Su amistad era demasiado vieja como para que una decisión tomada a las bravas —por parte del dragón, claro—, acabase con ella. No, tenía que decirle que seguía queriéndole, pero también dejarle claro que debían hablar de esas cosas antes de hacerlas.

    Se encontró, sin embargo, un panorama lúgubre que no le dio ninguna buena espina. Caminó por los pasillos, pero nadie a quien le preguntase sabía decir con exactitud qué había ocurrido. Las lunares seguían por el castillo y había habido un incidente, pero nadie estaba seguro de cuál había sido.

    Decidió ir directamente a por Étienne, pero resultaba que había un problema añadido.

    —¿No sabes dónde está Grégoire?

    —Nadie lo ha visto en todo el día —afirmó Aimée, quien más recuperada había ido a desayunar con su padre, buscando la seguridad y el consuelo que sólo la familia sabe dar.

    Tilda se frotó la barbilla, pero terminó por asentir.

    —Creo que sé dónde puede estar.

    Padre e hija siguieron entonces a la bruja, explicándole de paso qué era eso tan horrible que había ocurrido la noche anterior con las lunares. Tilda no daba crédito, no podía creerse que nadie hubiese hecho explotar de esa forma a otro ser vivo. Porque una cosa era, en fin, hacerlo explotar, ¿pero licuarlo? Ni siquiera había oído leyendas al respecto.

    Decidió que lo mejor sería enfrentar un problema tras otro, así que se detuvo frente a un tapiz que no dudó en arrancar, dejándolo caer al suelo. Tras él, había una pared con un agujero suficientemente grande como para que cupiese un humano.

    —Por el santo acero —susurró Aimée.

    Fue la propia princesa la que hizo aparecer un fuego fatuo para poder asomarse en ese hueco. Se sorprendió al encontrar una habitación entera, además una llena de cosas. Había cántaros, vasijas, armas, muebles, espejos, libros… todo tipo de objetos, todos amontonados en lo que parecía ser algún tipo de orden que ella no sabía seguir.

    Y, en un rincón, acurrucado en un sillón y envuelto en una tela, estaba Grégoire, quien al parecer dormía tranquilamente.

    —Esta era su guarida —dijo Tilda —. Lux debió tapiar la habitación después de… bueno, da igual —suspiró y se asomó ella también —. Pobre… Debió sentarle fatal que discutiésemos —dijo sin tener ni idea de lo que había ocurrido con Étienne la noche anterior —. Le dejaré una taza de chocolate al lado. Cuando despierte, la verá y vendrá a hablar con nosotros. A veces es como un niño —dijo con una sonrisa llena de afecto.

    Después, con un gesto de la mano, recolocó el tapiz para darle intimidad.


    El rastreador


    Adrien estaba enfadado. Estaba molesto cuando habían salido de Acier, pero ahora estaba simple y llanamente enfadado, y todo era culpa de ese estúpido Léonard.

    —Hasta su nombre suena ridículo —le había gruñido a Arala mientras cenaban. Solos, claro, porque Léonard había convencido a Maèl de pasar la noche ellos dos en el bosque.

    Le caía fatal. No le veía necesidad. Su cara le ponía de los nervios. Y, encima, para añadir algo más de caldo al cocido, ¡Maèl se había echo super amiguito de él! Le reía las gracias, le tocaba el brazo, le hacía caso en todo y le ponía ojitos. ¡A Léonard!

    —Eso se llaman celos —se había reído Arala, consiguiendo que Adri refunfuñase toda la noche.

    Al menos durante los días que les había llevado llegar a la casa de Arala Adri había podido ignorar su presencia dedicándose a tallar su nuevo arco. De donde él venía, un cazador debía hacerse su propia arma, debía cuidarla, y las cicatrices que tuviesen tanto el arma como el cazador eran un orgullo que mostraba su valía y lucha.

    Perder el arma, el arco en este caso, era motivo de deshonra, pero podía suplirse si se repetía el proceso. Y a eso se había dedicado Adri. Ahora que tenía un carcaj mágico —algo que ni siquiera había pedido, pero el rey no le había dado tampoco opciones y él no se iba a quejar, para qué mentir—, sólo tuvo que seleccionar la madera adecuada y aprovechar los ratos libres para ir tallando el nuevo arco.

    Fue tarea de Arala darle una cuerda resistente, y una vez lo tuvo listo, a buena hora de la mañana, decidió salir a practicar un poco. Supo que había hecho un buen trabajo cuando la flecha siguió el camino marcado a la perfección, girando en el aire en el sentido de las agujas del reloj y cortando limpiamente la rama de la que colgaba esa manzana que cayó al suelo.

    Decidió usar ese método para recoger unas cuantas y llevárselas a Maèl para el desayuno, pero se encontró con que esos dos habían recogido el campamento y se habían ido. Sin él. Le habían abandonado como a un perro indeseado.

    —¡Estoy más que enfadado! —era cierto, estaba muy enfadado —¡Que me han dejado atrás, Arala! ¿Qué pasa, les hacía mal tercio? ¿No les dejaba suficiente intimidad para desarrollar su parejita perfecta de buenos modales y anécdotas cortesanas? “Jijiji, ¿recuerdas esa vez en la que la dama Fulanita se tropezó por las escaleras por querer llevar un vestido demasiado largo? ¡Qué gracioso!”

    —Adri, por favor —a Arala le estaba costando no reírse, pero a la vez estaba preocupada —. Cálmate, ¿quieres? No pueden llevar mucho recorrido. ¿No dices siempre que eres el mejor rastreador? Encuéntralos.

    —Sí, eso voy a hacer. Les voy a encontrar y les voy a pinchar su burbujita perfecta. Ya verás, apareceré y les diré que soy como un mal herpes: no se van a librar jamás de mí.

    —¿Hablas por experiencia o…?

    —¡Arala! ¡Deja de meterte conmigo y ayúdame a coger provisiones!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Había tardado tres días en localizarles. No habría sido tanto tiempo si Léonard, porque estaba claro que había sido cosa de Léonard, no hubiese cambiado de pronto el itinerario de viaje, tomando lo que debía haber considerado un atajo por el bosque en vez de la ruta segura que había marcado Adri al salir de Acier.

    Cachorro fue el primero en dar el aviso de que estaban cerca, alzando las orejas y moviendo la cola con emoción al saberse a pocos segundos de recibir mimos del príncipe. Esperó un gesto de Adri, pero este le negó con la cabeza, haciéndole agachar las orejas y bostezar con un quejidito.

    No, Adri no quería correr, no en esa zona. Miró a Arala —no sabía por qué la bruja se había empeñado en acompañarle, pero tampoco le había negado la posibilidad— y le hizo un gesto para que avanzase con cuidado.

    Se adelantó, entonces, caminando sin hacer ruido hasta ellos, que reían despreocupadamente, acercándose por sus espaldas. En un gesto rápido, le tapó la boca a Maèl con una mano y le hizo un gesto a Léonard de silencio al ver que éste le iba a gritar.

    —¡No voy a callarme porque tú me lo digas! —se quejó Léonard.

    No hubo posibilidad para una respuesta cuando dos ojos rojos se abrieron justo detrás del caballero y un resoplido caliente y agrio removió el pelo de los tres hombres.

    —Mierda —fue todo lo que dijo Adri.

    Para aligerar, se cargó a Maèl a la espalda y salió corriendo, comprobando que no había hecho falta decirle nada a Léonard para que corriese con él. Tampoco hizo falta girar la cabeza para saber que aquella criatura les estaba persiguiendo y que se acercaba a ellos a una velocidad alarmante.

    Por suerte, consiguieron llegar a la zona donde estaba Arala, quien, gracias a las indicaciones de Adri, estaba ya preparada para aquello. Apenas los dos hombres pasaron por su lado, lanzó un hechizo. Se escuchó un gimoteo más propio de un perrito que de una criatura del bosque, y después el monstruo desapareció.

    Jadeando por el esfuerzo ya no sólo de correr a tales velocidades, sino de hacerlo con un peso extra, Adrien dejó a Maèl en el suelo y le tocó un poco el torso y la cara, buscando heridas.

    —¿Estás bien? —dijo cuando consiguió suficiente aliento. Le vio asentir y respiró hondo, abrazándole afectuosamente.

    —¿Cómo nos has encontrado? —preguntó Léonard, apoyando un brazo en un árbol para recuperarse.

    —Soy el mejor rastreador del continente, capullo —soltó Adri con una sonrisa de orgullo que pronto pasó a ser un ceño fruncido —. ¡Y vosotros sois unos inconscientes! ¡Os dije que esta no era una buena ruta!

    —¡La que tú proponías era demasiado larga! Por este camino acortaremos cinco días enteros.

    —Lo que acortaréis será vuestras vidas, imbécil.

    —¡Eh! —esta vez fue Arala la que alzó la voz, poniéndose en medio —¿Vais a seguir midiéndoos las pollas a ver quién la tiene más grande o vamos a salir de este sitio?

    Adri gruñó, pero recogió su arco y carcaj —los había dejado contra unos matorrales, bien custodiados por su lobo— y tomó también la bolsa con provisiones. Vio cómo Maèl saludaba cariñosamente a Cachorro y se le escapó una pequeña sonrisa antes de soltar un silbido para llamar la atención de los dos y empezar a caminar de vuelta al sendero principal.

    —Si os dije de no venir por aquí es porque es territorio de gurrales, como nuestro amiguito de antes. Son unas bestias capaces de partir a un hombre adulto por la mitad de un bocado —explicó Adri.

    Léonard suspiró, caminando con su compostura totalmente recobrada.

    —Quizá podrías habernos explicado eso antes.

    —No pensé que fueses tan estúpido como para irte sin tu guía.

    —Estabas claramente ocupado —se sonrió, mirando a Arala de reojo —, aunque veo que te atreves a diversificar.

    —Diverfis… ¿Arala?

    —Hacer varias cosas a la vez —tradujo con un suspiro, sonriéndole a Maèl. No entendió por qué el chico no le devolvió la sonrisa.

    —Sigo sin entender qué demonios quieres decir con eso.

    —Bueno, te has traído a tu chica. Así que supongo que Maèl y yo tendremos que dormir algo alejados, ya sabes, para no perturbar vuestra intimidad.

    —Vale, a ver —Adrien se detuvo, ya en el camino previsto, y se enfrentó a Léonard —. No sé a qué estás jugando, pero uno, Arala no es mi chica, y dos, deberías dejar de hablar de cosas que ni conoces ni entiendes. Si tan importante es para ti, puedes estar tranquilo, porque Arala y yo somos amigos y nada más. Antes teníamos sexo ocasional, pero el principito ni siquiera vomitaba fuego cuando decidimos dejarlo.

    —Podrías haber señalado otro evento clave… —suspiró la bruja, pero Adri no hizo nada para indicar que la hubiese oído.

    —Vamos, que no tienes que preocuparte por perturbar «nuestra intimidad» porque Arala ha venido única y exclusivamente para salvarnos el culo cuando por tu culpa estemos a punto de morir.

    —Porque contigo estaríamos perfectamente a salvo —respondió Léonard con el ceño fruncido.

    —No sé si tanto como perfectamente a salvo, ¡pero al menos no habríamos tenido que huir de un gurral!

    —Por la Madre Naturaleza, hay demasiada testosterona en el aire —Arala miró a Maèl y le puso una mano en el hombro —. Vamos a necesitar mucha paciencia para aguantar a estos dos.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Arala no tenía ni idea de la razón que iba a tener, y es que durante los siguientes dos días Adri y Léonard se portaron como gallos de pelea incansables. Todo era motivo de discusión, todo generaba desavenencias, y si uno decía blanco, el otro decía negro, y si uno decía de ir por la derecha, el otro decía de ir por la izquierda.

    La mitad de los conflictos terminaban con los dos hombres mirando a Maèl para que decidiese, y el hecho de que casi siempre optase por lo que decía Léonard sólo conseguía que Adri se fuese poniendo de peor humor.

    —No —aquella era una palabra bastante recurrente en las conversaciones de esos dos —. No vamos a ir por ahí.

    —Claro que sí —Léonard alzó la barbilla, altivo como siempre —. No haces más que proponer rutas largas y tortuosas. Si queremos llegar a algún lado, vamos a tener que tomar atajos.

    —No por aquí —insistió Adri, golpeando con dos mapas el dedo para demostrar la mala hostia que arrastraba.

    —¿Por qué? —suspiró Léonard con exasperación —¿Qué hay esta vez? ¿Más gurrales? ¿Algún pájaro que nos vaya a confundir con la cena, tal vez?

    —Arenas movedizas.

    Léonard le miró unos segundos, evaluando lo en serio que iba ese tío, y después soltó una risa condescendiente. Cruzó los brazos sobre el pecho y sacudió la cabeza un par de veces, echándose después el pelo hacia atrás con una mano en un gesto que sabía que le robaba algún suspiro al príncipe.

    —¿Ese es el gran peligro de hoy? ¿Arenas movedizas?

    —Las arenas movedizas no son para tomárselas a broma —dijo Adri, frunciendo tanto el ceño que parecía que sus cejas iban a darse un abrazo sobre su nariz —. Parecen terreno firme hasta que las pisas y empiezas a hundirte. Al principio te hundes rápido, y luego vas cayendo más lentamente. Si te mueves, te tragan más deprisa.

    —¿Y cómo te matan las arenas movedizas? —se burló Léonard —¿Hay por casualidad un monstruo bajo ellas?

    —No. La arena te aplasta la caja torácica y mueres ahogado.

    Eso consiguió cortar un poco la sonrisa de Léonard, pero el caballero rápidamente volvió a la carga.

    —No pasa nada. Si tan buen rastreador eres, podrás localizarlas y esquivarlas.

    —¡Esto no es tan fácil!

    —Maèl —Léonard se dispuso a zanjar la discusión. Se acercó al príncipe y le tomó el mentón con suavidad, mirándole a los ojos —. ¿Qué prefieres tú? ¿Tomamos un pequeño riesgo y acortamos unos días o mejor vamos por seguro y alargamos innecesariamente este viaje? —sonrió y miró de nuevo a Adri —O, mejor dicho… ¿Nos fiamos de las habilidades de este hombre o vamos por la ruta fácil y segura?

    Unas horas después, Adri seguía gruñendo por lo bajo, haciéndole burlas a ese caballero y gesticulando por puro enfado. Soñaba con romperle la cara de un puñetazo o dos, de arrojarlo a la guarida de un gurral o de meterlo de cabeza en un foso de arenas movedizas. Cualquier cosa que le borrase su estúpida sonrisa de Don Perfecto le parecía bien.

    Y cada vez que Maèl reía con uno de sus comentarios, cada vez que le tocaba el brazo o que le sonreía, se sentía un poco peor. Porque parecía que sólo le sonreía a Léonard. Que se había olvidado de Adri, del hombre que había arriesgado su vida para devolverle la memoria y darle la oportunidad de hacer ese viaje.

    Mientras pensaba en esto, ya más triste que enfadado, miró a su alrededor y notó que algo no iba bien. Se detuvo y se acercó a los bordes del camino, miró hacia el frente y…

    —¡Alto! —gritó, corriendo hacia caballero y príncipe.

    Los empujó con fuerza hacia un lado, pero él no pudo frenar a tiempo y acabó cayendo de lleno precisamente en una de esas zonas que tanto esfuerzo había puesto por evitar. En cuestión de segundos tenía las caderas hundidas en arenas movedizas.

    Cachorro lanzó un par de ladridos, bordeando el foso a saltos, y Arala soltó una exclamación, buscando rápidamente una cuerda o algo que pudiese servirle.

    —¡No, no te acerques! —le dijo Adri a Maèl al ver que el príncipe intentaba alcanzar su mano —¡Ara! En la bolsa negra guardo quince metros de cuerda.

    —¿Por qué guardas quince metros de cuerda? —dijo Arala mientras abría la bolsa en cuestión.

    —Amn, no sé, deja que piense… ¿Para situaciones como esta?

    Arala detuvo la búsqueda y se giró a mirarle, apartándose un rizo de los ojos con un resoplido.

    —¿Crees de verdad que el sarcasmo ayuda?

    —¿No sería un mundo maravilloso si lo hiciese?

    La bruja puso los ojos en blanco, pero le pasó la cuerda a Léonard, que rápidamente ató un extremo a un árbol fuerte, lanzándole el otro a Adri. El rastreador se agarró a la cuerda con fuerza y tanto Léonard como Arala tiraron de ella hasta conseguir sacarle, tarea que resultó más difícil de lo esperado.

    —Gracias —boqueó Adri, tumbado bocarriba en suelo firme.

    —A ti —respondió Léonard, también intentando normalizar su respiración —. Si no nos hubieses empujado, habríamos sido Maèl y yo los que nos habríamos hundido…

    —¡Que os sirva de lección! —exclamó Arala, llevándose las manos a la cadera —Adri, deja de rechazar de plano toda idea de Léonard. Y Léonard, hazle más caso a Adri. ¿Por qué no, en vez de pasaros el día peleando en ver quién escupe más lejos, intentáis trabajar juntos? Igual hasta avanzamos y todo.

    —No prometo nada —dijo Adri, incorporándose —, pero lo intentaré.

    —Puedo darle una oportunidad al mejor rastreador del continente —concedió Léonard.


    EXTRA


    Lo que originalmente iba a ser una visita tranquila y corta se había vuelto una pesadilla. El rey había sido atacado, después Niko había asesinado a un elfo de una forma imposible, el dragón había tenido problemas con la bruja y a saber con quién más…

    Makra pasó varios días con dolor de cabeza, intentando hacer uso de su corta paciencia y de sus escasas dotes diplomáticas para evitar que se armase ahí un enredo demasiado grande. Consiguió que las reinas se fuesen de Acier sin declararle la guerra a nadie y sin que el recuento de cadáveres aumentase y pasó dos días más en el reino humano como muestra de buena fe por parte tanto de ella misma como de su marido, a quien por cierto no había vuelto a ver tras el incidente.

    —¿Pensabas irte sin despedirte?

    Makra se terminó de vestir antes de girarse. Tilda, desnuda en la cama, la miraba bocabajo, con la mejilla apoyada en una mano. Habían pasado las últimas noches juntas por el simple hecho de que se habían visto, se habían gustado y ambas necesitaban echar un polvo o dos para liberar tensiones y molestias externas.

    La verdad es que el plan había funcionado y ninguna tenía quejas sobre el modo de la otra de llevar esa terapia de choque.

    —Es noche cerrada, no quería despertarte —fue la respuesta de Makra mientras guardaba su última daga entre sus ropas.

    —Hmn… ¿Y uno rapidito de despedida?

    Makra bufó, pero sonrió y se acercó a la bruja. Tilda se puso bocarriba, dejando que Makra quedase sobre ella, a cuatro patas. El beso fue húmedo y asalvajado, como sólo parecía que la lunar sabía darlos, y al separarse, un poco de saliva unía aún sus bocas.

    —Estoy ya vestida y no me parece justo que sólo una se beneficie. Tendrá que ser en nuestro siguiente encuentro.

    —Qué pena —se quejó Tilda, pero la dejó ir y se incorporó entre las sábanas para verla terminar de empaquetar sus cosas —. ¿Qué vas a hacer con tu esposo?

    —No lo sé. Tendré que evaluar si es un peligro o no.

    —¿Y si lo es?

    Makra frunció un poco el ceño y se giró a mirar a la bruja.

    —Eso no es de tu incumbencia, Tilda.

    —Creo que sí, teniendo en cuenta que puede afectar al reino.

    —Cattalis es un nombre conocido hasta en Lanu Kah. Si no puedes proteger tu reino, quizá no te merezcas tu fama.

    Ahora fue Tilda quien frunció el ceño, pero tuvo que darle la razón. Con un bostezo, se puso en pie y chasqueó los dedos, haciendo que el vestido volase del suelo a sus manos.

    —Te acompaño a la salida.

    Lo cierto es que no hubo beso de despedida, sólo un apretón de manos y una sonrisa cómplice. Makra, que no había llevado sirvientes propios —¿para qué? No necesitaba esas comodidades—, sólo cargaba una bolsa a la espalda y sus armas, por lo que avanzó bastante rápido por el bosque.

    Tuvo que hacer una parada para dormitar y después utilizar las gafas para proteger sus ojos del sol, pero llegó hasta la cabaña de Corr antes del mediodía. O, al menos, a lo que quedaba de la cabaña.

    Vio a Corr trabajando en una pared, intentando reconstruirla, y vio a Ghilanna doblando ropa limpia en otra parte. Makra no entendía qué hacían esos dos juntos, pero todavía le mosqueó más no ver a Niko haciendo el tercio en la escena.

    —Por la diosa, ¿ha pasado un tifón o qué?

    —Pues prácticamente —murmuró la solar.

    —Oye, ¿sabes que puedes volver a Nar Laris? —preguntó Makra, mirando directamente a la rubia.

    —Sí, eso me dijo tu esposo el otro día. Junto a un montón de cosas horribles —añadió, apartando la mirada para respirar hondo y no volver a llorar —. ¿Qué? ¿Vienes a regodearte tú también?

    —¿Regodearme? Vengo a buscar a Niko. Corr, ¿lo has mandado a cazar la comida?

    Vio cómo el humano fruncía el ceño con incomprensión, pero la solar no le dejó hablar, interrumpiéndole con ese afán de protagonismo tan típico de los de su abolengo.

    —Dijo que iba a ir a casa a arreglar unos asuntos y que luego volvería a Acier a seguir revolcándose con el rey.

    Makra alzó las cejas. No entendía absolutamente nada.

    —Acabo de hablar con mi gente y Niko no está en la ciudad. Y a Acier no creo que vuelva jamás, después de lo que hizo. ¿Qué es eso de revolcarse con el rey? ¿Os ha dicho que se ha acostado con Étienne? —frunció el ceño, pero al ver la expresión desolada de Corr, empezó a juntar piezas —Corr, hablemos.

    No lo preguntó ni dio pie a asentimientos o negativas. Se alejó de Ghilanna y se llevó las manos a la cadera, mirando a Corr con seriedad incluso bajo sus gafas.

    —Esto —señaló la cabaña —, ¿lo ha hecho Niko? —Corr negó, claramente sin entender la pregunta, y Makra respiró hondo —No sé cómo lo hizo, pero empezó a acumular energía y, de pronto, en un segundo, el primito de tu nueva puta estaba esparcido por toda la habitación hecho puré de solar. Fue desagradable y horrible —alzó las manos, mostrando quemaduras cicatrizadas gracias a la magia de la bruja —. Me hizo daño por accidente y algo me dice que le da miedo hacértelo a ti también. Corr, entiéndeme, lo que ocurrió fue traumático hasta para mí. Creo que Niko está… aterrado. Por eso te ha dicho que se acostó con tu hermano, ¿me sigues? No lo ha hecho. Y ahora… no sé dónde está. Creía que estaría contigo, pero te ha empujado de su vida y eso no llevará a nada bueno. Sé que tú le conoces incluso mejor que yo, así que, dime… ¿Tienes alguna idea de a dónde podría haber ido?


    SPOILER (click to view)
    No tengo fuerzas para esto XD
  7. .
    ¡Holas, holitas, holotas, habitantes de la red!

    De nuevo, yo no debería estar aquí, sino estudiando, pero ¡estoy saturadísima! Y no me podía sacar esta idea de la cabeza desde que se me ocurrió por la mañana, así que xdd

    Es un one-shot super sencillito, softie y con poca trama, pero no por motivos pecaminosos, que nos conocemos ( ͡~ ͜ʖ ͡°) No, aquí no hay sexo. De hecho, no sé qué clasificación tendría que darle. ¿+16, por el diálogo final? Don't know, plus don't care cos I'm baby.

    No tengo mucho que decir, la verdad. Aún no he terminado el juego, ya me disculpáis xdd Pero lo adoro y desde antes incluso de jugarlo estaba enamorada de estos dos. El hecho de que no haya una ruta romántica con ellos me parece homofobia pura y dura, pERO BUENO. Al menos puedo escribir el final que yo quiera xdd

    ¡Espero que os guste! He vomitado todas las palabras en algo más de dos horas porque soy un #disaster y todavía ni lo he revisado, así que puede que haya faltas o palabras raras. Lo modificaré más adelante, lo prometo xdd




    QUOTE
    Pareja: Sarkus (Markus y Simon)
    Longitud: 3138 palabras.
    Advertencias: El fic transcurre tras el juego, habiendo seguido la vía pacífica. No ha habido romance con North. Simon, lógicamente, ha sobrevivido de alguna manera milagrosa hasta el final.
    Disclaimer: Los personajes pertenecen a Quantic Dream, creo, y han sido desarrollados por David Cage y Adam Williams. Yo no tengo ni derecho ni poder sobre ellos, sólo los manejo sin fines lucrativos en puro carácter lúdico.

    La promesa


    Un androide, sea divergente o no, no necesita respirar. Pese a esta premisa, Markus sentía que se estaba asfixiando: tenía que salir a tomar el aire, por decirlo de alguna forma.

    Accedió a la parte alta de aquel desvencijado edificio, pero cuando sus dedos tocaron el picaporte de la puerta escuchó un sonido tenue que venía del otro lado. Sorprendido y curioso, abrió la puerta para encontrarse a Simon sentado frente a ese piano que alguna vez Markus había tocado mientras contemplaba la ciudad desde esa especie de azotea en ruinas.

    El rubio dio un pequeño respingo y se levantó de un salto, retrocediendo un par de pasos, al menos hasta que reconoció a Markus y se relajó con esa sonrisa suave que le caracterizaba, la misma que le había dedicado al líder de la rebelión cuando no era más que un divergente recién salido de un centro de desechos.

    —Perdona, no esperaba que nadie fuese a venir aquí —se disculpó, cruzando los brazos de tal forma que sus codos se apoyaban en la mano contraria

    —Puedo decir lo mismo —se rio un poco Markus mientras avanzaba —. Vengo aquí a veces, cuando necesito pensar o sentir el sol en mi piel, y sólo North me ha hecho compañía.

    Simon bajó la mirada brevemente al escuchar el nombre de su compañera. Después, se rascó una ceja en un gesto rápido y volvió a la posición anterior. Igual que un androide no necesita respirar, tampoco necesita rascarse, por lo que quedaba claro que había sido un tic nervioso.

    —Querrás estar a solas… Me marcho, entonces.

    —Espera —la voz de Markus hizo que Simon se detuviese cuando ya estaba en la puerta —. No te vayas, quédate conmigo un rato. Si quieres —se apuró en añadir.

    Simon le miró, volvió a esbozar esa pequeña sonrisa y asintió un par de veces, caminando hacia Markus, quien se había sentado en la banqueta frente al piano.

    —¿Sabes tocar?

    —No —respondió Simon, cruzando ahora las manos tras la espalda —. Un androide de servicio doméstico no necesita saber tocar.

    —Cierto, pero puede ser muy agradable —Markus ladeó la cabeza, mirándole con una sonrisa, y después empezó a deslizar los dedos por el teclado, arrancando notas de las desgastadas cuerdas —. Dentro de la música, incluso de la improvisada, se pueden encontrar algoritmos y esquemas repetitivos que resultan fascinantes. Al menos, eso pensaba antes.

    —¿Y ahora? —se atrevió a preguntar el rubio. Había estado mirando los dedos de Markus moverse hábilmente por las teclas, pero ahora sus ojos se habían posado en su rostro, en sus ojos cerrados y su ceño ligeramente fruncido por la concentración.

    —No lo sé… Desde que me liberé, o quizá incluso antes, la música mueve en mí algo. Es difícil de explicar —detuvo la canción y alzó la cabeza hacia Simon —. Puede cambiar mi estado de ánimo, incluso provocarme una especie de ansia de… No lo sé, algo que no termino de entender —volvió a tocar, dirigiendo otra vez la vista al piano —. ¿Sientes tú también este deseo indeterminado, Simon?

    Simon permaneció unos segundos en silencio, pensativo. La canción de Markus terminó y Simon apoyó una mano en la espalda del otro, asintiendo un par de veces.

    —Sí, creo que sé a qué te refieres. Es como una sensación extraña en el vientre, ¿no? Y se acrecienta cuando intentas rastrear su origen o significado.

    —¡Sí, eso es! —sonrió Markus.

    Su sonrisa, sin embargo, no duró mucho, sustituyéndose por una expresión más seria, como si le diese vueltas a algo. Se puso en pie de nuevo y paseo un poco por el lugar, sintiendo los ojos de Simon sobre él. El más antiguo miembro de Jericho se apoyó en la estructura del piano y cruzó los brazos sobre el pecho mientras que el otro daba un par de vueltas, con los ojos fijos en los desperdicios que había ahí.

    —Soy muy egoísta, ¿verdad? Has debido venir aquí para estar un rato a solas con tus pensamientos y te estoy molestando.

    —En lo absoluto —lo tranquilizó Simon —. Es cierto que esperaba estar solo, pero tu compañía nunca me ha molestado, Markus.

    —¿Nunca?

    Simon sonrió, esta vez de forma más amplia, y sacudió la cabeza. Markus sonrió y después se acercó al borde, hacia el abismo, mirando la ciudad extendida frente a él. El cielo se estaba llenando de los naranjas propios del atardecer y la temperatura estaba descendiendo, pero eso era algo que a un androide, divergente o no, no le afectaba.

    —De hecho —la voz de Simon rompió el silencio y Markus se giró un poco para mirarle sobre el hombro —, ha habido veces en las que sólo he deseado tu compañía.

    Markus parpadeó un par de veces y se giró de nuevo, ladeando la cabeza en un gesto de curiosidad.

    —¿En serio? ¿Por ejemplo?

    —Ah… —Simon apartó la mirada; su sonrisa se había vuelto algo triste —Perdona, no tendría que haber dicho nada. No te preocupes.

    —¿Eh? No, ¡Simon! Ahora no puedes dejarme así —se rio Markus, intentando animar un poco el ambiente, pero Simon no rio con él.

    —No quiero arruinar el momento con una conversación desagradable.

    Ahora Markus frunció el ceño y volvió junto a él. Le puso una mano en el hombro, consiguiendo que le mirase a los ojos.

    —Por favor, Simon. Eres mi mejor amigo, háblame.

    Los ojos azules miraron los ojos heterocromos antes de bajar al suelo, hacia sus zapatos.

    —¿Recuerdas cuando hiciste el gran anuncio? Nos colamos en la torre de comunicaciones y…

    —… te dejé en la azotea —terminó Markus en un susurro ensombrecido por un recuerdo del que claramente no se sentía orgulloso —. Es algo que me reconcome incluso ahora, que estás vivo y a salvo. Si hubiese podido sacarte de ahí…

    —Lo sé —le interrumpió Simon. Hizo, a la vez, algo un tanto extraño, y es que tomó los dedos de Markus entre los suyos, de forma breve. Le soltó pronto y se frotó con esa misma mano un brazo, volviendo a desviar la mirada —. Si te hubieses quedado conmigo, la posibilidad de ser descubiertos y atrapados habría sido mucho mayor, y si hubieses intentado cargarme, el paracaídas no habría soportado el peso extra y ambos habríamos caído. Teniendo en cuenta que me sacaste a la azotea en vez de dejarme en esa habitación para que los SWAT me encontrasen, y que no me asesinaste cuando North te lo sugirió, tomaste la mejor decisión.

    Markus, pese a no poder sentir frío, se estremeció. Simon había dicho «asesinar», en vez de «matar» o «disparar». «Asesinar» tenía más fuerza, era una palabra mucho más pesada y sonora. Mucho más cruel y fría.

    —Aun así —Simon volvió a hablar, aprovechando el momento de silencio otorgado por su interlocutor —, cuando estaba ahí, agarrando esa pistola y rezando a RA9 para que el cazador no entrase en la azotea, rezando para que se fuesen sin percibirme y así poder escapar… —apartó de nuevo la cara, apretando los párpados —Me sentí tan solo, Markus —al decir esto, su voz se rompió en un sollozo y una lágrima resbaló por su mejilla —. Tan, tan solo… Jamás me había sentido así. Ni siquiera cuando entré en divergencia y escapé de casa. Nunca había tenido tanto miedo de morir, ni siquiera cuando aquellos policías nos encañonaron, porque al menos ahí habría muerto con mi gente, y no abandonado en una maldita azotea, sin apenas poder mover las piernas, sin nadie que me sostuviese la mano. Markus, por un momento incluso te maldije por dejarme ahí, por no haber intentado llevarme contigo, y después por no haberte quedado conmigo, por no estar ahí para abrazarme, para cuidarme, para decirme que todo saldría bien… No estabas y yo…

    No pudo continuar, pero tampoco hizo falta. Markus, que hasta ese momento había sabido qué hacer, lo abrazó con firmeza y suavidad contra su pecho. Simon rápidamente encontró un hueco en su cuello, hundiendo en él la cabeza mientras sus manos, ahora temblorosas, se agarraban a la ropa del líder revolucionario.

    —Estabas perdido —susurró Markus, acariciando con una mano el pelo de Simon mientras con la otra le frotaba suavemente la espalda.

    —Sí… Perdido… —asintió Simon, pegándose un poco más a Markus.

    —Lo sé, yo… Me sentía igual. Todos te daban por muerto y yo, aunque algo dentro de mí me decía que no, que habrías podido escapar, también me lo empecé a creer. Y esa certeza de saber que no volvería a verte, que no volvería a escuchar tus sabios consejos, a tenerte a mi lado mediando cuando las discusiones de North y Josh subiesen de tono… —se le escapó una risa triste y sacudió la cabeza —En un momento, mientras pensábamos en el siguiente movimiento, fui a esa columna en la que siempre te apoyabas y acaricié el metal herrumbrado, como si de esa forma pudiese convocarte ahí. Fue una tontería, pero el no verte ahí, el que no me acogieses con tu calma y silencio… Me hizo sentirme desamparado. Me di cuenta de que eres y siempre has sido mi refugio. Desde que te conocí, has sido el único punto de referencia en mi vida que me ha podido tranquilizar y guiar. Y no tenerte me hizo incluso querer abandonarlo todo. Si no hubiese tenido la causa, no sé si incluso me habría desactivado yo mismo…

    Markus se movió un poco, obligando a Simon a separarse lo suficiente como para poder tomar su mentón con una mano y hacerle alzar el rostro. Le miró a los ojos, ahora totalmente anegados de lágrimas —Markus también estaba llorando, aunque intentaba controlarse—, y soltó un pequeño suspiro.

    —Cuando te vi aparecer otra vez en Jericho, fue como si el mundo hubiese pasado de un aburrido blanco y negro a un saturado Technicolor. Todo volvió a brillar, ¿sabes? Volvió la luz. Volvió la esperanza. Volvió la vida. Volví a dejar de ser una máquina por segunda vez en mi existencia.

    —No volverás a dejarme atrás, ¿verdad? —fue el débil balbuceo de Simon. Cerró un ojo cuando Markus le quitó las lágrimas con los dedos y llegó a sonreír con esa caricia —No volveremos a separarnos.

    —No. Te lo prometo.

    Dicho esto, Markus decidió seguir uno de los impulsos más humanos que había tenido nunca: se inclinó y besó los labios de Simon.

    Al principio, los dos sintieron una mezcla de sorpresa y vergüenza, pero el contacto resultó ser terriblemente agradable, mucho más de lo que ningún humano les pudiese haber explicado con palabras. Sus lenguas se rozaron de forma tímida e inexperta y después ambos compartieron una pequeña risa antes de volver a besarse.

    En este nuevo contacto, sus pieles se retiraron, permitiendo un contacto mucho más íntimo que, además, fomentó una conexión distinta. Antes de poder darse cuenta, sus mentes se habían encontrado, bailando juntas, empezando a combinarse poco a poco, a fundirse la una en la otra.

    Markus nunca había presionado a Simon para que le contase su pasado. Sabía que era un modelo doméstico, pero nunca le había preguntado qué le había llevado a la divergencia ni cómo había encontrado Jericho. Ahora lo vio con total claridad, y decidió que era una información que debía guardarse sólo para sí hasta que Simon decidiese compartirla con otros.

    Y Simon también pudo echar una ojeada en la memoria de Markus. Vio a Carl y a Leo, los cuadros, el olor a pintura, el sonido del piano, sintió el peso del anciano al sacarlo de la cama y notó la confusión, la ira, la incomprensión, el miedo y el asco de Markus.

    Así con todo. Mientras se iban metiendo más en la mente del otro podían ver y sentir todo lo que habían visto y sentido. Cómo habían percibido la revolución —aunque habían sido siempre muy honestos, ahora no había ninguna traba, sólo sentimientos desnudos—, la alegría, el alivio y la realización una vez salieron vencedores, la incertidumbre al verse libres de un objetivo al que se habían aferrado con tantas fuerzas durante tanto tiempo.

    Y, entonces, dejaron de ser dos individuos. Ambos pudieron sentir el cuerpo del otro a la perfección, cómo los biocomponentes se movían, cómo percibían los labios del contrario. Ya no eran dos personas besándose, eran una sola personalidad fluyendo y fluctuando entre dos cuerpos distintos, estando en ambos a la vez.

    Por eso, fue a la vez que alzaron las manos y juntaron sus palmas, fue a la vez que entrecruzaron sus dedos, ahora desnudos de piel, y fue a la vez que se movieron en un intento de fundir sus cuerpos de la misma forma que habían fundido sus almas.

    Era aquello una intimidad, un nivel de compromiso, una unión muchísimo más íntima, profunda y fuerte que la que ningún humano podría alcanzar y que la que muchos androides se atreverían a llevar a cabo. Ese pensamiento empezó en uno de ellos, pero decir en cuál sería algo imposible, incluso para Markus y Simon.

    Entonces, poco a poco, fueron desenlazándose, volviendo cada uno a su cuerpo original. Sus labios se separaron, aunque sus cuerpos permanecieron juntos. Se miraron a los ojos, abrumados y a la vez totalmente cómodos con lo que acababan de experimentar.

    Los dedos de Simon acariciaron la mano de Markus, todavía sujetando la del otro, y Markus, por su parte, acarició con su mano libre la mejilla de Simon. Sonrieron y juntaron sus frentes, todavía buscando los ojos del otro, como si se negasen aún a romper ese contacto mágico que había surgido entre ellos prácticamente por accidente.

    —Te quiero.

    Simon no pudo evitar pensar que esa frase dicha por Markus era totalmente innecesaria. Ya lo sabía, lo había sentido perfectamente. Aun así, le pareció tan dulce que sus mejillas se tiñeron de azul ante el cúmulo de sangre bajo ellas.

    —Yo también te quiero, Markus —respondió, rozando con sus labios los labios de su compañero.

    Estuvieron un rato más así, acariciándose las manos y compartiendo sonrisas y pequeños besos, y después, cuando la noche se estableció de forma definitiva, se sentaron en el suelo, con la espalda contra la pared, abrazándose y mirando las luces de la ciudad.

    —Cuando me liberé —habló Markus en un susurro. Simon, con la cabeza sobre su hombro, le apretó la mano que sujetaba para indicarle que le escuchaba —, pensé que la rabia que sentía era la prueba definitiva de que había alcanzado la humanidad. Pensé que el dolor definía la línea que separa a la máquina del hombre. Pero ¿ahora? —se rio suavemente, negando con la cabeza antes de apoyar la mejilla en la cabeza de Simon —Ahora veo que lo que realmente me hace humano es que, pese a todo lo malo que me pase, pese a todo lo malo que sienta y que piense, siempre podré escoger el lado bueno, lo agradable, lo bonito, lo placentero, como estar aquí, sentado a tu lado, abrazándote así.

    —Odio lo bien que se te da la oratoria —bromeó Simon —. Es imposible no enamorarse de ti cuando sueltas esos discursos.

    —Bueno, por eso fui yo el líder de la revolución.

    Simon respondió pellizcándole un costado, a lo que Markus se quejó con una pequeña risa, como si realmente le hubiese dolido.

    —Deberías escribir un libro —volvió a decir Simon mientras recuperaba su cómodo lugar en el hombro de Markus —. Sería útil para los nuevos androides, pero también para los divergentes antiguos e incluso para los humanos. Explica cómo es despertar, cómo fue la revolución, cómo es el inicio de la paz. Habla de sentimientos y de humanidad, de odio, rabia, dolor, pérdida, alegría, amor… Seguro que eso convencerá a muchos escépticos.

    Markus alzó una ceja, pensativo, y después besó la frente de Simon.

    —Lo haré, pero con una condición: quiero que me ayudes.

    —¿Yo? ¿Cómo voy a ayudarte? —se rio el rubio —No se me dan tan bien como a ti las palabras.

    —No, pero sé que me serás totalmente sincero si te pido tu opinión. Siempre lo has sido, y si te sientes tentado de mentir… —desnudó su mano, la que tenía los dedos entrelazados a los de Simon, generando en el rubio una pequeña descarga intrusiva; por un segundo, habían vuelto a conectarse —Podré saber la verdad.

    —Ah, usarás tan burda estrategia conmigo, ¿hmn? —dijo en tono divertido mientras se separaba un poco para mirarle.

    —Si me obligas, sí.

    Simon le miró los labios y los ojos, después soltó una risita entre dientes.

    —¿Qué? —preguntó Markus —¿Tengo algo en la cara?

    —No… Sólo pensaba que no podemos llamarnos humanos. Nos falta algo importante.

    —¿El qué? No te sigo. ¡Simon! —se quejó al ver que no obtenía respuesta.

    —¿Cuál es el motor que ha movido a la humanidad desde tiempos inmemoriales? Más allá del dinero, más allá del poder, más allá incluso del amor…

    Markus arrugó la nariz, divertido.

    —¿El sexo?

    Simon se puso en pie de un salto, consiguiendo sorprender a Markus, que incluso tuvo que apoyar una mano en el suelo para no caerse de espaldas.

    —Seguro que puedo encontrar recambios de HR400 para nosotros.

    —No necesitamos nada de eso —dijo Markus, mirando desde abajo a Simon, quien se llevó las manos a las caderas con una sonrisa torcida.

    —¿Qué pasa, Markus? ¿No quieres sentirte totalmente humano? ¿No sientes curiosidad por cómo es el sexo? —se acuclilló entonces, acercándose al rostro del otro con una sonrisa de suficiencia —¿No quieres follarme?

    Sorprendido, Markus se unió a la risa de Simon. Le sujetó las mejillas y tiró de él para besarle, dejándose caer hacia atrás para que el rubio quedase sobre él. Se abrazaron y se miraron, volviendo a quedar encajados uno contra el otro cuando Simon recuperó su posición en su nuevo sitio favorito, el cuello de Markus.

    —Y a parte de besarnos y buscar piezas para poder empotrarnos como hacen los humanos… ¿Qué vamos a hacer ahora?

    —No lo sé, Markus, tú eres el líder. ¿O ya se te ha olvidado?

    —Yo seré el líder, pero tú eres mi fiel consejero, mi mano derecha, mi brújula, mi ancla…

    —¡Oh, cállate! —se rio Simon, tapándole la boca con una mano. Pronto, esa mano acabó en el pecho de Markus —Pronto, Nueva Jericho estará concluida y lista para recibir a todos los divergentes que necesiten refugio. Mientras tanto, deberíamos seguir con la labor de acogida y guía: recibir a los nuevos, ayudarles en el trauma del tránsito… Y después ayudarles a encontrar su lugar.

    —Me has leído la mente.

    Simon sonrió y cerró los ojos, acción que Markus imitó al poco.

    Un androide, sea divergente o no, no necesita dormir. Pese a esta premisa, ambos prefirieron fingir un sueño reparador en esa desvencijada azotea, con la ciudad a sus pies y un brillante futuro por delante que irían recorriendo juntos.

    Siempre juntos.

    Es una promesa.


    SPOILER (click to view)
    ★Notitas post fic.

    ➤Los modelos HR400 son los "Traci" masculinos, androides sexuales. Más información, aquí mismito.

    ➤No lo he consultado con mi chica flamenco, pero creo que este fic podría ser una precuela no-oficial del magnífico Reed900 que ella está escribiendo y que os recomiendo encarecidamente. En serio, echadle un vistazo, porque escribe super bonito y se merece todo el amor del mundo uwu
  8. .

    akrM0Ho


    Dramatis personae

    Robert Turner [Blut.]
    SPOILER (click to view)


    h9mxoXu



    ROBERT TURNER
    ▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔



    DATOS

    EDAD:
    34 años.

    FECHA DE NACIMIENTO: noviembre 14

    NACIONALIDAD: estadounidense.

    LUGAR DE ORIGEN:
    algún rincón de Texas.

    OCUPACIÓN: hombre de letras.

    OS:
    bisexual.

    RS:
    versátil.
    APARIENCIA
    ▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔

    TAKE MY HANDS THEY'LL UNDERSTAND. TAKE MY HEART, PULL IT APART

    _______________________________


    Con 1,91 m separándole del suelo y una complexión medianamente musculada, Robert sabe que resulta atractivo y, desde luego, saca ventaja de ello.

    Oh, pero no lo hace con mala intención. O al menos eso dice él. Lo cierto es que más que cualquier plan enrevesado, es la vida la que le ha enseñado que muchas veces lo que entra por la vista juega con más peso que cualquier otro detalle que pudiese demostrarse más tarde. Por lo mismo, sí, ha decidido cultivar una apariencia impecable y llamativa para, una vez obtenida la atención de su interlocutor, poder moverse a sus anchas.

    En términos generales tiende a no optar por ropa demasiado formal, aunque cuando no hay de otra pues eso: no hay de otra. Si es que el atuendo del día depende totalmente de él, se le verá usando prendas bien cuidadas, pero cómodas. De esas con las que se pueden pasar horas leyendo en posiciones imposibles o echar a correr en cualquier segundo.

    Necesita, y eso es un punto tal vez incluso más vital que lucir guapo, el saber que no va a ser traicionado por algo tan tonto como su propia ropa. Y es que más allá que nutrir su intelecto, está convencido de que su trabajo requiere ser un hombre de acción y esa idea no se la ha podido sacar nadie de la cabeza.

    Así como el que los trajes y corbatas no pueden ser compatibles con alguien que sepa lidiar con una pelear. Pero en fin.


    TGVk5fq

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    « Take my lungs, take them and run. Take my tongue, oh have some fun. »
    ● Playlist.

    > Hey lover
    > Hate you
    > I'm not your dream
    > Was it something I said
    > Sex with a ghost

    Now Playing...
    Sex with a ghost
    00:15 ─●─────── 03:50


    LA CLAVE DEL ÉXITO

    ▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔
    ES NO PERDER EL HUMOR



    Cualquier cosa que se pueda teorizar sobre Robert, suele morir en la curva encantadora de su sonrisa.

    Eso es así, casi está científicamente probado. Y es que entre sus talentos, que pueden ser muchos o pocos, el desviar las situaciones a su conveniencia es uno de los que con más fuerza destaca.

    Oh, sí. El mencionado puede haber estado una hora entera hablando contigo, sacarte media historia de vida y dejarte a ti con un dato, a medias, que puede o no ser algo que se inventó en el momento.

    ¿Le gusta que la gente se acerque a sus murallas? No, por Dios.

    Pero no repele las relaciones verdaderas o profundas a base de hostilidad, no. Por lo contrario, ofrece la ilusión de que hay confianza y cuando tiene lo que busca, pues a otra cosa. Si te he visto, quizá ya no me acuerdo.

    Con treinta y tantos años, su fórmula ha demostrado funcionar bastante bien. No se ha metido en (demasiados) problemas y con eso le vale.

    Pocas personas tienen mucho qué decir del Turner. No por ser un personaje desconocido, si acaso es lo contrario, sino porque a pesar de este detalle es lo que se puede denominar lobo solitario.

    Trabajar en equipo se le da muy mal. Y eso mismo le da problemas en el trabajo, cómo no, pues eso de tener a más gente alrededor parecer ser parte del contrato. La letra chica, de la que no le avisaron hasta que se le estrelló en las narices.

    Y fue un detalle que le puso de malas, evidentemente.

    Para él, si bien sabe aprovecharse de las situaciones, eso de ir con compañía no significa más que un dolor de cabeza adicional. Sí. Un dolor de cabeza. Porque implica tener que mantener a salvo más que su propia vida y eso le resulta un asunto bastante complicado.

    Con lo visceral que suele ser en momentos de tensión, la probabilidad de olvidarse que no está solo es importante. ¡Pero nadie le escucha cuando menciona eso! No, no, tienes que aprender a trabajar en equipo, Robert. Una mierda.

    Menos ganas el quedan de entablar relaciones relevantes, con estos antecedentes.

    Bajo tantas capas y verdades a medias, ¿es buena persona? Ni él lo tiene del todo claro.

    Es decir, sí, intenta serlo. Pero no siempre intentando se consiguen las cosas, esa es otra cosa que a golpes aprendió muy bien. Aun así, una vez más, con lo poco que deja ver de sí mismo le resulta al entorno mucho más fácil inventarse los datos más interesantes.

    Que si es un cabrón sonriente o realmente tiene un corazón de oro, que si huye de un pasado oscuro o simplemente está siguiendo la tradición familiar al dedicarse a los asuntos de los Hombres de Letras, que…, en fin, mil y un cosillas para alimentar mil y un teorías.

    Si no estuviese probado ya sobradamente, incluso se pensaría que es alguna de las criaturas que con tanto dedicación estudian. O intentan estudiar, cómo sea.

    Más instintivo que intelectual, Robert posee una inteligencia que no está en los libros. Y por lo mismo es estupendo en las artes de la sobrevivencia, pero todavía debe consultar volúmenes empolvados incluso para las cosas más básicas.

    Un poco porque no es muy estudioso, pero también porque su retención respecto a datos que no considera vitales es un completo fiasco. Alguno lo ha llamado déficit atencional, pero el Turner tiene claro que es más bien desinterés.

    Además, todo sea dicho, es más fácil dejar que todos se crean la estampa de cara bonita, aire en la cabeza. Así le subestiman y, en fin, le dejan a lo suyo.

    Oh, eso también. En los años que lleva en estos asuntos laborales, ha aprendido a internalizar los rasgos más característicos de sus compañeros. Y gracias a esto ha podido jugar las cartas a su favor para inflarles el ego y quedar él como el menos brillante de la lista.

    ¿Otra forma de evitar que le manden a alguna misión con compañía? Sí, por qué no.

    diciembre 24, 19xx
    OH, SORPRESA

    - -, Estados Unidos.

    Tenía la respiración agitada, el aire le cortaba como cuchillas camino a sus pulmones ya exhaustos. No tenía claro cuánto había corrido, tampoco si había logrado realmente tomar alguna distancia que considerar segura o prudente. No tenía claro nada.

    Además de la pulsión que le obligaba a salir de allí cuanto antes.

    « Hay sangre en tu camisa »

    Se diluían algunas voces entre recuerdos y el ruido ensordecedor que le rodeaba, pero tampoco tenía tiempo o la suficiente claridad mental como para prestarle demasiada atención.

    No entendía nada. Todo había comenzado demasiado bien, viento en popa, ¿cómo de un segundo al otro se había jodido tanto?

    Sabía que su trabajo era peligroso, a pesar de todavía no tener demasiada experiencia eso le había quedado claro gracias a su padre (y a su abuelo), pero eso era un giro a los acontecimientos ridículo incluso para los estándares amplios con los que contaba.

    Se sentía horrible, mareado, muy cansado. Pero también enfadado, ¿frustrado? Una mezcla de emociones, cada una más perniciosa que la anterior, decantándose por un peso opresivo en el centro del pecho.

    Que tal vez, o tal vez no, tenía relación con la frenética carrera.

    « Sangre, demasiada sangre. »

    Luego de haber conseguido refugiarse en algún lugar, que por el momento le parecía más seguro que cualquier otro rincón del mundo, tuvo unos minutos para respirar un par de veces e intentar calmarse. Pudo, también, aprovechar para deshacerse de su camisa maltrecha y caminar por las calles dando una estampa un poco… tonta, a decir verdad.

    Pero también bastante conveniente, pues cualquiera que viese su ropa desarreglada y rostro sucio, pensaría que iba borracho y sólo necesitaba tumbarse para dormir la mona.

    Ojalá así se solucionase mi problema, pensó tantas veces luego de que esa noche concluyese en algún punto. Por desgracia ese milagro estaba lejos de un punto de alcance y durante más noches de las que está dispuesto a admitir soñó en carmesí, despertando con una desesperación que le calaba hasta los huesos.

    « Estúpido rojo. No se quita. »



    Quienes le conocen desde hace más tiempo suelen coincidir en que Robert ha cambiado bastante de un tiempo a esta parte.

    Aunque es una percepción extraña, pues no tiene claro el qué exactamente atribuir a la afirmación, Simplemente es como si algo se hubiese transformado dentro suyo, gatillando sutilezas que le dan inexplicables matices nuevos.

    De todos modos puede que la respuesta sea mucho más simple, una vez más, y sólo tenga que ver con el hecho de notar que su proceder anterior no era adecuado o funcional y debía darle algún giro de tuerca a su vida.

    Lo único constante es el cambio, después de todo, y eso debiese extrapolarse a cada aspecto aplicable de la afirmación.

    En otro orden de cosas, ¿qué tal va eso del corazón?

    Fatal.

    Horrible.

    Siguiente pregunta.

    Hay muchos vicios en el mundo, tantos como personas probablemente, pero el de este sujeto es sin duda alguna el café y la cerveza.

    No puede pasar un día sin un poco de lo uno o lo otro, ojalá de ambos. Cuando no le es posible consentirse ese capricho, sea por el motivo que sea, su humor se resiente casi al instante. Todo el aire positivo y desenfadado muta en una especie de monstruo insoportable que no gruñe, no, pasa directo a la mordida.

    Oh, por cierto, el té le da muchísimo asco. Mala idea intentar calmarle ofreciendo aquella bebida como ofrenda de paz.

    El humo del cigarro le desagrada bastante.

    A veces no le queda más remedio que aguantarlo, claro, pero si no fuera por mantener las buenas apariencias en según qué situación, arrugaría la nariz con auténtico desagrado y ninguna sutileza.

    Detesta el hecho de que, además de joderse los pulmones, le obliguen a ser parte del penoso espectáculo de mierda.

    A pesar de no parecer alguien de confianza, de acuerdo a los ojos que le estén mirando, puede convertirse en un aliado excepcional si considera que la otra parte merece la pena. O que la causa puesta sobre la mesa lo merece, eso también vale.

    Que ese detalle no va a cambiar de la nada sus reticencias ya bien expuestas, pero sí le hará al menos conciliar el pasar algo de tiempo con otra persona de copiloto en su coche y, quizá, considerar una invitación a beber más tarde. Aunque eso queda por verse.

    El caso. Cuando realmente se esfuerza en ello incluso los libros, que revisa por encima casi siempre, se vuelven un arma letal en sus manos bien entrenadas.

    Porque siempre está muy bien quedar como la cara bonita con aire en la cabeza, por supuesto.

    Doctor K. A. Murray [Bananna]
    SPOILER (click to view)


    DHT2Zkg



    DOCTOR K. A. MURRAY
    ▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔




    DATOS

    EDAD:
    24 años.

    FECHA DE NACIMIENTO:
    28 de octubre

    NACIONALIDAD: Inglesa.

    LUGAR DE ORIGEN:
    Inverness, Escocia.

    RESIDENCIA ACTUAL:
    Lebanon, Kansas (EEUU).

    OCUPACIÓN: Hombre de Letras

    OS:
    Homosexual.
    APARIENCIA
    ▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔

    Si no tienes ambiciones, muérete y deja de gastar oxígeno.

    _______________________________


    Cuando la gente le ve por primera vez, sólo puede pensar que es un muchacho adorable, con una mirada dulce y clara y una sonrisa delicada e incluso tierna que se ven acompañadas de un cuerpo esbelto y de altura relativamente reducida (1.73 m). El hecho de que esta imagen sea una de las mentiras mejor montadas de la historia de la humanidad es irrelevante.

    Quizá esta primera impresión se vea apoyada por cientos de años de pintores dibujando ángeles de cabelleras rubias, pieles pálidas y ojos claros como símbolo de pureza y bondad, algo que a cualquiera venido de la Pérfida Albión viene como anillo al dedo. Aunque los cabellos de Murray son cobrizos y, si les da el sol, brillan con el rojo más propio de Escocia, y sus ojos son verdes, color que durante mucho tiempo se asoció también al mal y la brujería, en vez de azules.

    Resumiendo un poco su estilo, quizá la mejor forma de describirlo sería serio y formal. Le gusta estar impecable, sin una mancha ni en su piel ni en su ropa, con el pelo perfectamente peinado y un atuendo de caballero de la época, con su camisa, su chaleco y su chaqueta.

    Las corbatas son lo único donde pone la línea: le hacen sentirse un condenado a muerte con la soga al cuello.

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    Thorn apple and lily of the valley
    Quite unusual, quite uncanny
    Thorny roses and Nerium
    Such a beautiful delirium

    ● Playlist

    > These Lions Inside
    > Show You What I’m Made Of
    > In My Zone
    > Beautiful Delirium


    MOVE OUT

    ▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔▔
    GET OUT THE WAY




    HECHOS

    ★ A los 18 años tenía dos doctorados —sobre la relación entre la iconografía y el simbolismo de las imágenes paganas y religiosas y acerca de cómo la mitología afecta a una sociedad creyente—, había escrito una novela de moderado éxito y era miembro de pleno derecho de los Hombres de Letras.

    ★ Además de inglés, habla fluidamente latín, griego clásico, alemán, italiano, copto y la llamada «lengua mágica», y utiliza sin problemas las tres escrituras del Antiguo Egipto y la escritura cuneiforme mesopotámica.

    ★ Lleva años fingiendo un acento británico. Sólo se le escapa su deje original cuando la emoción, ya sea negativa o positiva, le gana.

    ★ Tiene una memoria eidética, por lo que aprender cosas es algo que le cuesta, como mucho, horas. De hecho, su forma de leer muchas veces consiste en simplemente pasar los ojos por las páginas y saltar de una página a la siguiente sin apenas pararse a respirar.

    ★ Cuando se concentra mucho en algún proyecto, es capaz de aislarse del mundo entero durante días, y eso significa que incluso se olvida de comer, dormir y beber. Entrar en la Madriguera, como lo llama él mismo, es algo peligroso que es mejor evitar a toda costa, porque un día entrará y no podrá salir jamás.

    ★ Su sentido de la limpieza y el orden es prácticamente una quemadura en su cerebro. Es capaz de notar que un objeto ha sido movido medio grado a la derecha y eso hará que se ponga nervioso hasta que vuelva a colocarlo en su sitio. Por otra parte, quizá porque confía ciegamente en su memoria, si algo no está donde él lo ha dejado, le costará buscarlo hasta el punto de perder los nervios. Y no queremos que pierda los nervios.

    ★ Si alguna vez ha tenido amigos, desde luego eso es algo que no aparece en ningún registro. Tampoco ha tenido parejas conocidas, aunque sí puede contar algunos puñados de amantes pasajeros. ¿Qué decir? Si se le pregunta, dirá que la gente tiene una utilidad limitada y que la idea de emparejarse con pretensiones de que esa relación dure por siempre es estúpida e ilógica. Además, la gente le suele estorbar, por lo que prefiere estar solo.

    ★ No es un borracho, pero no hay ni una semana en la que no se tome al menos un par de copas de whisky. Le gusta, además, que sea escocés y de una calidad alta, no va a aceptar cualquier bebida.

    ★ Antes fumaba muchísimo, pero dejó ese vicio tras una pulmonía. Actualmente, no es raro verle morder su pluma, y si está realmente estresado, terminará con un cigarrillo en los labios.

    ★ Se llama Kermichil Abel Murray, pero su nombre de pila es tan extraño y su segundo nombre le desagrada tanto que sólo acepta ser llamado Murray, Doctor o, mejor aún, Doctor Murray. De hecho, en su expediente de los Hombres de Letras aparece como D. K. A. Murray, sin nombres.

    02 de noviembre, 19??

    Londres, Inglaterra.

    Normalmente sólo había días malos y días peores y, por desgracia, desde que había abierto los ojos por la mañana había sabido que aquel sería uno de los peores.

    Ahora, sujetándose el abdomen e intentando recuperar la respiración, tenía claro que su intuición había sido cierta. Tenía náuseas, pero no sabía si era por los golpes, por el olor a carne quemada, por el dolor o por una mezcla de todo.

    Ni siquiera consiguió arrastrarse lejos de allí. Se quedó quieto, impotente, mirando esos puños cerrados por los que caían algunas gotas de sangre mezcladas con sudor.

    Su sangre, pero no su sudor.

    Sabía lo que tenía que hacer. Agachar la cabeza, disculparse y rogar piedad. Pero su lengua tenía otros planes, porque una risa salió de su garganta y un nuevo comentario punzante escapó entre sus labios.

    Con el siguiente golpe, su cuerpo cayó sobre el suelo, de medio lado, e incapaz de moverse y sin fuerzas para seguir hablando, cerró los ojos.



    RUMOROLOGÍA


    ➤ He oído decir que, en realidad, no es humano, sino una especie de androide y que por eso resulta tan cuadriculado y aparentemente perfecto. La verdad es que podría ser cierto. ¿Le has visto alguna vez sangrar? Yo tampoco.

    ➤ Se dice por ahí que tiene un humor del demonio y que, incluso, puede ser violento. ¡Hasta se dice que ha llegado a matar a gente a golpes! Da un poco de miedo, la verdad…

    ➤ Me han comentado que si los conjuros de la Orden se le dan tan bien no es tanto que tenga un talento nato como que nació por un pacto con un demonio, lo cual explicaría también que parezca un ángel y luego resulte ser frío, prepotente, calculador y sarcástico.

    ➤ ¿Has oído ese rumor que corre por ahí de que lo han trasladado a Estados Unidos porque en Inglaterra no querían ni verle después de que prefiriese dejar morir a su compañero por un experimento, cuando bien podría haberle ayudado? Con todo lo que sé de él, lo cierto es que resulta perfectamente creíble, sí.


    TRES MENTIRAS Y TRES VERDADES


    ⇄ Pese a lo que pueda parecer, sabe boxear y, además, tiene un cuerpo ágil y rápido que le permiten esquivar sin recibir un golpe y colocarse en el sitio idóneo para lanzar un derechazo a los riñones del oponente.

    ⇄ Es el peor bailarín que se ha visto en este mundo.

    ⇄ Nació zurdo, pero como eso estaba mal visto en la época, tuvo que aprender a escribir con la mano derecha. Gracias a esto, actualmente se le puede considerar ambidiestro, pues nunca dejó de escribir con la izquierda, realmente.

    ⇄ Su cocina es increíblemente buena. Lástima que se niegue a compartir sus dones con los que le rodean.

    ⇄ Tuvo que nacionalizarse inglés como forma de huir de crímenes en su Escocia natal. Es posible que dejase hasta dos docenas de cadáveres mal enterrados por las Highlands.

    ⇄ Se centra tanto en la lógica y en los hechos demostrables que el miedo es algo que no existe en su vocabulario. ¿Cómo puedes tener miedo si tienes tal control de tu cabeza y a la Diosa Razón de tu parte?



    DEATH IS IN THE AIR
    separador


    Tuvo que parpadear un par de veces al entrar en aquel local para permitir que sus ojos se hiciesen a la nueva iluminación. Fuera era noche cerrada, sólo algunas farolas puestas a intervalos regulares evitaban que las calles se sumiesen en la más absoluta oscuridad, pero aquel interior era tan luminoso que bien podría haber un sol de justicia y tendría el mismo ambiente.

    Esa era una de las ventajas de estar en un subterráneo sin ventanas.

    Volvió a mirar la nota que le habían enviado y después paseó los ojos por el lugar, buscando a algún hombre que encajase en la descripción proporcionada. No debía ser muy difícil; en un bar como aquel, la mayoría de los clientes eran brutos, fuertes y ariscos y solían estar desaliñados, por lo que un inglés pijo y pequeñito debería resaltar como una piedra negra en un camino nevado.

    Irónicamente, no fue su físico lo que lo hizo sobresalir.

    Como dicta la psicología más básica, sus ojos se vieron atraídos por un grupo de hombres que se habían reunido en corrillo en el momento en el que empezaron a hacer ruido: algunos riéndose, otros quejándose, ese estallido sonoro llamó su atención, sorprendiéndose al ver que, en el centro del círculo, estaba justamente el hombre al que buscaba.

    Se acercó a la barra para pedir una cerveza y después, con la botella en la mano, se dirigió al grupo, que ya empezaba a disolverse. Su objetivo contaba dinero de forma distraída mientras un par de hombres le increpaban que había hecho trampas.

    —¿Es que ni siquiera vas a contestar? —gruñó uno de ellos, tomando al chico por la pechera de su ropa. No le costó mucho esfuerzo hacer que sus pies se alzasen del suelo lo suficiente para que sólo se apoyase en las puntas —No voy a consentir que un mocoso me saque dinero engañándome.

    Alfred, al ver esto, decidió que lo mejor sería intervenir. No había forma de que un joven con una apariencia tan dulce pudiese hacer frente a una mala bestia como aquella, sobre todo si dicha mala bestia tenía dos amigos que estaban tan cabreados y borrachos como él e incluso estaban empezando a sacar sus cuchillos de caza.

    Sin embargo, no llegó a hacer nada, no cuando su objetivo movió ficha.

    —No te he engañado —dijo el chico con un tono de voz tan calmado que nadie diría que lo estaban amenazando poco menos que de muerte. Puso sus manos sobre las de su atacante y le miró a los ojos con una expresión que, como mucho, podría considerarse aburrida —. Me estás arrugando la ropa. Por favor, suéltame.

    —¡¿De qué coño vas?! —bramó uno de los compinches, acercándole un cuchillo al cuello, aunque siguió sin haber una reacción notable.

    —No me malentiendas, podría haber jugado con vosotros con mucha facilidad, pero no me hacía falta para esto.

    —Danos el dinero —dijo el primer hombre, el que seguía sujetándole la ropa, aunque ahora intentando hablar con un tono negociador —y te dejaremos irte sin un rasguño.

    —He ganado el dinero limpiamente. No veo por qué habría de devolvéroslo.

    El primero puñetazo hizo que Alfred torciese la boca en un gesto de dolor empático. Vio un chorro de sangre salir de la nariz del chico, pero prefirió terminarse su cerveza antes de hacer nada y ver si el muchacho se las podía apañar o no.

    Le sorprendió ver que lo único que hacía, al menos al principio, era retirarse la sangre con el dorso de la mano.

    —Ahora no sólo me preocupa que mi camisa se arrugue, sino que se manche de sangre. Te vuelvo a pedir, por favor, que me sueltes.

    —¿O qué? —bufó el tercer hombre.

    El chico no cambió su expresión, pero sí posó sus ojos en el rostro de su nuevo interlocutor. Alfred, desde su privilegiada posición, pudo ver cómo el verde amarillento de esos ojos se iba volviendo de un azul grisáceo brillante muy extraño. Y quizá los hechiceros no eran su punto fuerte, pero sí reconocía la magia cuando la veía.

    —¡Amigos! —saludó, acercándose por fin para cortar de cuajo aquella escenita —Lamento interrumpir, pero necesito al niño —dijo, señalando al inglés con un gesto vago.

    —No hasta que no nos devuelva el dinero.

    Alfred suspiró, pero como no tenía muchas ganas de pelear, decidió sacar su cartera.

    —¿Cuánto os ha ganado?

    —Quinientos dólares en total —dijo el hombre que todavía jugaba con su cuchillo.

    —¿Quinie…? ¿Cómo?

    —Estos lumbreras apostaron a que no podía responder a todas sus preguntas, incluyendo recitar las primeras escenas de Cantando bajo la lluvia —dijo la supuesta víctima, aprovechando que el agarre en su ropa se había relajado para soltarse y alisar las telas con las manos —. Ahora aseguran que he hecho trampas, pero no es cierto, salvo que tener un cerebro mejor desarrollado que el suyo pueda considerarse un engaño, cosa que no debería ocurrir, porque eso ampliaría el listado de gente engañosa exponencialmente.

    —¡Voy a matarlo! —gritó el primer hombre, volviendo a levantar su puño.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —Con eso debería bastar —aseguró Murray, terminando de vendar la mano de Alfred.

    —Hmn —fue la primera respuesta del cazador —. Gracias.

    Murray sólo se encogió de hombros antes de levantarse para guardar el botiquín.

    Alfred todavía no tenía muy claro cómo era posible que la situación hubiese escalado tan rápido. El segundo puñetazo de su colega de profesión había dado contra la pared gracias al esquive del inglés, y eso había desencadenado una pelea que, al final, había terminado involucrando a medio bar.

    Nada peor que un montón de hombres con más testosterona que neuronas, encima alcoholizados.

    Se había llevado varios golpes y había podido dar otros tantos, pero tenía claro que de no ser por el plan de huida de Murray habría perdido algún diente y quizá ahora estaría en el hospital con más de un hueso roto, en vez de en la habitación de motel donde se alojaba.

    Murray tampoco había salido indemne. Tenía algún pequeño corte en las manos y los brazos de defenderse del cuchillo de otro de los cazadores, había terminado con un ojo morado y el labio partido y a veces había un gesto de molestia al moverse.

    Aun así, no había emitido una queja, apena había variado su expresión de aburrimiento, y eso tenía a Alfred con la mosca tras la oreja.

    —¿Cómo estás tú? —se atrevió a preguntarle.

    —Estoy bien —fue la parca respuesta.

    El cazador soltó un resoplido y cruzó los brazos bajo el pecho mientras veía ahora al joven inglés acercarse a una pared. Alfred había dedicado los últimos días a llenarla con recortes de periódico, anotaciones y alguna fotografía borrosa sobre su último caso, aquel que le había llevado hasta Kansas.

    —¿Te hago un resumen?

    Murray no le miró, pero hizo un sonido de afirmación algo vago. Alfred se levantó entonces de la cama y se puso al lado del otro, mirando también la pared.

    —Cuatro cuerpos, todos vacíos. Sólo hay dos pequeñas punciones. La teoría es que el monstruo en cuestión diluye sus órganos, tejidos, incluso los huesos, y después los sorbe.

    —Todos varones y con signos de haber mantenido relaciones sexuales inmediatamente antes de la muerte —completó Murray, ganándose un gesto ligeramente admirado de Alfred.

    —Así es. ¿Has leído ya el informe del forense?

    —He leído todo lo que había ahí —dijo sin ningún ápice de modestia, alejándose de la pared.

    Volvió con un bolígrafo y se detuvo frente al mapa de la ciudad que Alfred había colocado a un lado, señalando dónde se habían encontrado a las víctimas. Hizo un círculo prácticamente perfecto alrededor de las marcas, mostrando así un área muy concreta de actuación.

    Alfred le miró, expectante, esperando a que empezase a hablar, pero parecía que todo su proceso mental era un diálogo interno, lo cual le estaba empezando a crispar los nervios.

    —¿Algo que compartir con la clase? —preguntó, al final, llevándose las manos a la cadera.

    Latrodectus mactans —al ver la expresión del cazador, Murray puso los ojos en blanco, como si tuviese que explicar algo terriblemente obvio —. La viuda negra. Unas arañas muy hermosas e interesantes. Se alimentan de insectos, suelen enfrentarse entre sí… Y, bien, lo más famoso de su comportamiento es que la hembra se alimenta del macho justo después de la reproducción.

    —Dices que hay por ahí una viuda negra gigante comiendo gente.

    —Digo que esta fascinante criatura responde a las características de la viuda negra, al menos en parte. Por el espaciamiento de los casos, o tiene un ciclo reproductivo aceleradísimo, lo cual sería un problema, o se conforma con alimentarse tras el orgasmo, y no tras la fecundación. Está claro que tiene forma humana, o al menos puede adoptar una forma humana.

    —Pero no sabes lo que es —tanteó Alfred con cuidado, ganándose una mirada hastiada de Murray.

    —No he leído nada al respecto. Dame un par de días para que pueda-

    —¡En un par de días volverá a matar! —le interrumpió abruptamente Alfred —Caza una vez a la semana, ¡y ya casi se ha cumplido el plazo! Debo acabar con esta viuda negra cuanto antes.

    Murray le miró un par de segundos en silencio, después suspiró y se encogió de hombros.

    —No podrás salvar a nadie si te mata a ti también, pero adelante. Prueba con el fuego, eso debería bastar. Y que no te muerda. Si su veneno es como el de la viuda negra, será neurotóxico.

    —Ya, ¿puedes traducírmelo?

    —¿De verdad…? —el suspiro que soltó ahora mostraba cierto fastidio —Significa que bloquea la transmisión e impulsos nerviosos. Paraliza el sistema nervioso central y produce dolores musculares intensos. En otras palabras, la víctima no sólo no puede moverse, sino que además sufre un dolor terrible.

    —¿Y no podías decirlo así desde el principio? —masculló Alfred, apoyándose en la pared —¿Algo más que deba saber de estas arañas?

    —Puedo contarte muchos datos sobre las viudas negras, pero no puedo garantizar que vayan a servirte de nada, ya que no me dejas realizar mi labor de investigación extensa —al ver cómo Alfred tensaba la mandíbula y fruncía el ceño, Murray soltó el milésimo suspiro de la noche y se acercó de nuevo al mapa. Inspeccionó el círculo que había trazado y enarcó ligeramente una ceja antes de trazar una X —. Es muy probable que su guarida se encuentre aquí.

    —¿Qué hay ahí? —preguntó Alfred con interés renovado, acercándose otra vez a Murray. Puso una mano en su hombro, un gesto natural que provocó que el inglés se retrajera ligeramente y se apartase un poco.

    —Un puente subterráneo. Las viudas negras construyen sus redes en lugares abrigados y oscuros, en contacto con la tierra. Son muy sensibles a las vibraciones, así que, si mi suposición es correcta, sabrá por dónde te mueves desde el momento en el que pongas un pie en el círculo. Aunque… son nocturnas. Si la atacas por el día, tendrás un mayor porcentaje de éxito.

    —Me encanta este trabajo —gruñó con marcado sarcasmo Alfred, pero después asintió un par de veces —. Bien. Mañana iré a cazar a Charlotte.

    —¿Charlotte? —Murray frunció el ceño con cierta confusión.

    —¿No lo has leído? ¿La telaraña de Charlotte? Es una novela muy mona, igual podrías darle una ojeada.

    —No prometo nada.

    Alfred suspiró, terminando por sonreír un poco, y negó con la cabeza, frotándose el pelo con una mano.

    —¿Te llevo a tu guarida?

    –¿El Faro? —Murray, masajeándose un hombro, paseó los ojos por la habitación —Estaba pensando que a lo mejor podríamos hacer algo antes.

    —¿Algo? —fue el turno de Alfred de enarcar una ceja —¿Algo como qué?

    La duda quedó resuelta cuando Murray, sin comentar más, empezó a quitarse la ropa delante de él.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Se le escapó una gran sonrisa cuando entró en la habitación y le vio todavía desnudo, tumbado bocabajo en la cama leyendo alguno de sus antiguos libros. Era una visión interesante, sobre todo después de una más que satisfactoria sesión para adultos y una ducha en el mejor baño de todo Estados Unidos.

    Le gustaba aquel búnker al que Murray llamaba Faro. Estaba lleno de símbolos de protección, muchos de ellos totalmente desconocidos para Alfred, y tenía armas de todas las clases, libros para aburrir, equipamientos de última tecnología…

    Y estaba Murray. Había pasado algo más de una semana desde que se conocieron en aquel bar para cazadores y todavía no tenía una opinión clara sobre él. Era serio, malhumorado —le había llegado a gritar por coger un adorno y no dejarlo exactamente en el mismo sitio en el que estaba antes—, bastante raro, prepotente… Y en la cama era silencioso y autoritario. Lo máximo que le había arrancado habían sido jadeos y un par de gemidos al final.

    Al principio eso le había hecho dudar de sus capacidades, pero cuando le ofreció una segunda ronda, optó por pensar que simplemente no era del tipo ruidoso.

    Se ajustó la ropa interior, única prenda con la que se había vestido tras la ducha, y subió a la cama. Se inclinó para besar las piernas de Murray y fue subiendo, dejando un mordisco en una de sus nalgas y después acariciando con los labios algunas cicatrices que había en su piel. Le había preguntado directamente de qué eran y no había obtenido respuesta alguna, siquiera después de compartir él mismo alguna anécdota sobre sus marcas físicas.

    Hablando de marcas, lamió un mordisco que le había hecho la noche anterior en un hombro y le dio media vuelta de forma brusca, permitiéndose relamerse al ver los chupetones que le había ido dejando por el pecho y el cuello.

    Por desgracia, si la visión del desnudo de su compañero estaba volviendo a excitarle, su cara de enfado le hizo apartarse un poco, quedando de rodillas junto a él.

    —¿No tienes más casos? —murmuró Murray, quedándose bocarriba, pero elevando el libro para seguir leyendo.

    La pregunta hizo que Alfred ladease un poco la cabeza.

    —Seguramente pronto aparecerá otro por la zona. ¿Por qué? ¿Te parezco ocioso?

    —Me pareces empalagoso —contestó Murray sin siquiera mirarle —. No tienes por qué quedarte en Lebanon, estoy seguro de que podrás encontrar buenos trabajos en Oregón o en alguna Dakota…

    Alfred frunció el ceño y le quitó el libro, ganándose una patada en el pecho que le hizo tambalearse, pero no caer.

    —Oregón y Dakota son dos de los estados más alejados de Kansas.

    —Lo sé. Dame el libro.

    —¡No! —se negó Alfred.

    Fue el turno de Murray de fruncir el ceño y apretar los labios. Se incorporó, quedando sentado, y se acercó para recuperar su libro, pero Alfred extendió el brazo, alejándolo del inglés. Como respuesta, Murray gruñó y le empujó con fuerza para sacarlo de la cama, aprovechando el momento para recuperar el libro.

    O esa era la idea, Alfred tiró el libro, agarró a Murray y lo apretó contra el suelo, sujetándole las muñecas. El chico se revolvió bajo su cuerpo como una fierecilla acorralada, incluso intentó lanzar algún mordisco, pero al ver que era imposible librarse así del agarre simplemente se relajó, recuperando su expresión vacía habitual.

    Esto no engañó a Alfred, quien no alivió el agarre ni un poquito.

    —¿Cuál es tu problema? —dijo el cazador —Durante estos días no has tenido ningún problema en mangonearme de lado a lado y quitarme los pantalones cuando te ha dado la gana. ¿Qué pasa, te has cansado de mí?

    —Exactamente —dijo Murray —. Los cazadores como tú sois brutos y pasionales, con un corte militarista que os hace peones perfectos, salvo que tengáis una vena tozuda y creáis que vuestro método es el único que funciona… Me gustan los hombres fuertes, pero una vez cumplís vuestro propósito… ¿Para qué seguir? —ladeó un poco la cabeza, evaluando las reacciones de Alfred, pero no entendió bien su mirada —Seguiste mis indicaciones con la viuda negra y no sólo viviste, sino que me trajiste el cuerpo para que lo investigase. Eso es muy bueno, porque con lo que averigüe del espécimen podré escribir algún tratado que evite muertes en un futuro. Me has hecho la compra para que no tuviese que interrumpir mis investigaciones y me has saciado sexualmente. Pero ya han pasado muchos días y tenerte a mi alrededor empieza a ser agobiante. Además, tus constantes intentos de acercarte a mí me hacen pensar que estás intentando desarrollar un vínculo afectivo conmigo. Duermes en mi cama, me abrazas, me acaricias incluso sin pretensiones sexuales. Creo que lo mejor será que te vayas.

    Alfred lo miró. Intentaba ver alguna grieta en esa fachada imperturbable, pero no había visto ninguna. ¿Acaso realmente a ese chico no le importaba en lo absoluto? Era una táctica de distanciamiento para evitar un compromiso romántico, pero ¿lo hacía porque estaba empezando a sentir algo y se había asustado o porque, tal y como él decía, simplemente no le interesaba aquello?

    Se inclinó con la idea de besar sus labios, pero, tal y como había ocurrido en cualquiera de sus intentos anteriores, Murray apartó el rostro, negándole el capricho. Era extraño. No le había importado que pasease la lengua por sus zonas más íntimas, pero se negaba de manera absoluta a que le besase la boca.

    —Está bien —acabó por claudicar, soltándole y poniéndose en pie. Abrió su maleta (Murray ni siquiera le había cedido un cajón, lo cual, ahora que lo pensaba, ya era bastante sintomático) y sacó un pantalón y una camisa para ir vistiéndose —. No te molesto más.

    Murray se levantó también. Se miró las muñecas, donde había marcas rojas debido al fuerte y prolongado agarre de Alfred, y suspiró, volviendo a subirse a la cama con su preciado libro.

    —Si vuelves a Lebanon o alrededores, puedes venir a verme.

    —Ya. No sé si lo haré —fue la respuesta de Alfred.

    Miró una última vez al inglés, con la esperanza de que fuese a cambiar de idea e invitarle a quedarse un poco más, pero ni siquiera vio un atisbo de esta idea. Gruñó y terminó por irse.

    En el momento en el que escuchó la puerta del búnker cerrarse y el sistema de seguridad activarse automáticamente, Murray miró su libro. Un par de hojas se habían arrugado durante el forcejeo, así que lo cerró con cuidado y lo dejó en la mesilla de noche, colocando encima un pesado volumen que ayudaría a las hojas a volver a aplanarse.

    Se volvió a mirar las muñecas y después dirigió la mirada al lado de la cama donde Alfred había estado durmiendo esas noches. Se inclinó hasta que su nariz rozó la almohada y aspiró, llenándose sus fosas nasales del olor del cazador, una mezcla de su colonia y su sudor.

    Apoyó la mejilla en esa almohada y se hizo un ovillo sobre el colchón.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El teléfono tuvo que sonar cuatro veces enteras antes de que Murray siquiera se diese cuenta de que tenía un teléfono cerca. Parpadeó, sacudió la cabeza y cogió el auricular. No contestó, esperó a escuchar una contraseña al otro lado.

    Hay algo podrido en el estado de Dinamarca. —dijo la voz al otro lado del auricular.

    Hamlet, primer acto, escena cuarta —respondió Murray.

    Colgó el teléfono y se acercó al panel de control, pulsando un par de botones. La puerta principal emitió un ruidito al ponerse en marcha y poco a poco se fue abriendo. Murray se giró en esa dirección, viendo cómo entraban dos hombres: uno, ya en la cincuentena, era Allistair Brown, un miembro de alto rango de los Hombres de Letras; el otro rondaría los treinta, era alto y apuesto y… Lo cierto es que Murray no le prestó suficiente atención para un análisis más detallado.

    —Señor Brown —saludó, acercándose cuando Allistair le tendió una mano. Se la estrechó con poca gana, ni siquiera se molestó en ocultarlo.

    —Doctor Murray —sonrió un poco Allistair —. Le presento al señor Robert Turner, un apreciado miembro de nuestra organización.

    —¿En qué estudios debo ayudarle? —preguntó Murray cruzando las manos a la espalda. Miró con desaprobación cómo el tal Turner se acercaba a una de sus estanterías, pero se obligó a volver a mirar a Allistair, sobre todo al escuchar su risa.

    —No, no, no hemos venido aquí por eso. El señor Turner se quedará con usted aquí, en el Faro. El trabajo que desempeñamos aquí no es para un solo hombre, pensaba que usted ya lo sabía, doctor…

    La nariz de Murray se arrugó en un curioso gesto que sólo se podía catalogar como asco. Era como si en vez de tener delante a un potencial compañero de piso le hubiesen plantado una bolsa de excrementos particularmente hediondos.

    —En estas últimas semanas no he tenido el más mínimo problema, señor Brown —dijo, intentando mantener un tono de voz profesional y calmado —. He colaborado en tres casos y he iniciado una fascinante investigación sobre…

    —Sí, la mujer araña —le interrumpió Allistair, alzando una mano para acallar sus protestas —. He recibido sus informes, doctor, pero esta decisión fue tomada desde el momento en el que se construyó el búnker, antes incluso de que usted llegase al país. El Faro necesita dos guardianes. Si el sistema fallase o se reiniciase, necesitaría de dos tripulantes para reestablecerse, y sólo una persona, de todas formas, no puede ocuparse de manera óptima de todas las tareas. Durante cuatro semanas, doctor, ha estado solo porque no teníamos aún un compañero para usted, lo cual le ha puesto en riesgo, incluso si se niega a reconocerlo. Si el sistema se hubiese cerrado, habría quedado atrapado en el Faro.

    —Con todos mis respetos, señor Brown, tengo dos doctorados…

    —En letras, no en ciencias —volvió a interrumpirle. Estaba claro que había entre ambos alguna tensión que estaba empezando a salir a la luz. Era difícil ver cuál sonrisa era más falsa en esos momentos —. Que usted sea un hombre inteligente y un valiosísimo miembro de los Hombres de Letras es tan indiscutible como que el señor Turner será su compañero en el Faro. ¿Ha quedado claro?

    —Prístino —afirmó Murray con los dientes apretados.

    Allistair asintió, medianamente complacido, y evaluó con los ojos el estado del lugar.

    —Volveré el mes que viene para comprobar el grado de simbiosis al que ha llegado su relación. Mientras tanto, doctor Murray… absténgase de volver a traer furcias al Faro. Este es un lugar de estudio, no de recreo. Y procure cubrirse las marcas. No dan una imagen profesional.

    Con esta despedida, Allistair salió del Faro. La puerta se cerró y la postura de Murray se relajó. Ignorando estupendamente a Robert Turner, se acercó a un espejo, viendo que, efectivamente, las marcas que Alfred le había dejado en el cuello seguían siendo visibles, igual que las de sus muñecas, aunque ya estaban tomando un tono amarillento, con el centro violáceo, y no eran tan grandes como en origen.

    Dejó el espejo en su sitio y, ahora sí, miró al gigante que le habían impuesto como compañero. Había algo en él que no le gustaba, quizá un brillo en sus ojos que parecía ocultar algo, o quizá simplemente la idea de tener que convivir con él.

    —He invertido tiempo y esfuerzo en conseguir un ambiente idóneo para mis actividades, por lo que te aconsejo encarecidamente que no toques nada. Hay una habitación libre por ahí —señaló el pasillo que llevaba a la zona de dormitorios. Sólo había dos, en realidad, uno al lado del otro, y uno ni siquiera había sido abierto en un tiempo, por lo que apenas tenía una cama desnuda, un escritorio polvoriento y un armario vacío —, puedes ocuparla mientras pienso cómo sacarte de mi vida. No hagas ruido, no cambies nada de sitio, trata los libros como si fuesen a deshacerse al tacto, porque algunos están a un paso de eso, y bajo ningún concepto me molestes con tus tonterías. Tengo mucho que hacer y no tengo ni tiempo ni ganas de cuidar de ti.

    Y tras decir todo esto —además dicho todo bastante rápido, prácticamente sin respirar entre frase y frase—, se dio media vuelta y fue a la cocina para prepararse un té. Necesitaba respirar hondo y calmarse, pensar en la mejor estrategia para volver a quedar solo.

    Seguramente, sólo necesitaría un par de días.


    SPOILER (click to view)
    Cantando bajo la lluvia y Charlotte's web nacieron en 1952, por lo que eso fecharía el rol a partir de ese año. Si prefieres algo un poco más temprano, yo cambio datos sin problema xdd

    ★ No me he inventado nada sobre las viudas negras. De hecho, eso de que el veneno de una de estas bichas pueda causar priapismo es algo que me reservo para, tal vez, utilizarlo más adelante ( ͡° ͜ʖ ͡°)

    El bueno de Alfred igual puede salir en otras ocasiones, por cierto, como ya ves que hará el señor Brown.

    Ah, y ✡︎ es lo más cercano que he podido encontrar al hexagrama unicursal que utilizan los hombres de letras como símbolo, que no deja de ser una estrella de David modificada para poder dibujarse de un solo trazo xdd Pero bien, si encontramos algo mejor, yo lo cambio en un pispás.

    Creo que no me quedan más imágenes ni datos que poner, pero cualquier cosa ya sabes dónde encontrarme ~


    Edited by Bananna - 16/7/2020, 11:58
  9. .
    No levantó los ojos del papel hasta que no sintió esa suave caricia en su mejilla. No podía decir que estuviese leyendo una y otra vez aquellas líneas, en realidad se había quedado abstraído hasta el punto de que ni había sido capaz de distinguir aquellos trazos hechos a pluma con una caligrafía impecable.

    Alzó los ojos, encontrándose con una mirada cargada de sincera preocupación. Vio cómo se mordía el labio antes de inclinarse y cerró los ojos para corresponder a ese beso. Mientras sus bocas seguían unidas, alzó los brazos para abrazarse a su cuello y, al terminar el beso, enterró la cara en el cuello de su amante poco antes de que éste le levantase de la silla, como si fuese el bebé más grande del imperio.

    Se le escapó un resoplido muy parecido a una risa ante este pensamiento, gracias al cual se ganó una mirada de extrañeza del otro, pero en vez de explicarse sólo sacudió la cabeza y volvió a besarle, acariciando ese pelo negro rizado que tanto le gustaba.

    Khamlar y Pagro siempre habían sido muy distintos, físicamente hablando. Mientras que uno era esbelto y delgado, con la piel tan blanca como el mármol, el pelo rubio y los ojos broncíneos, el otro tenía un pecho ancho y un cuerpo musculoso de piel oscura, con ojos castaños llenos de bondad.

    A Khamlar le gustaba el contraste que hacían sus manos cuando acariciaban la piel de Pagro, y también cuando era al revés y Pagro se dedicaba a llenarle de mimos. Podría parecer infantil, pero le producía la misma sensación que una taza de porcelana sobre una mesa de madera o un árbol en mitad de un suelo nevado.

    Pagro se sentó sobre la cama, estirando las piernas en las mantas y apoyando la espalda contra el cabecero. Khamlar, ahora sentado en su regazo, se dejó caer sobre su pecho, quedando algo encogido, aunque firmemente rodeado por los brazos de su mejor amigo.

    —¿Cómo te encuentras? —le preguntó en un susurro que Khamlar recibió con los ojos cerrados.

    —Fatal —apenas murmuró el kaltrix. El silencio duró unos segundos en los que Pagro se dedicó a dejar suaves besos por la cara y cabeza del rubio —. ¿No me tienes miedo?

    —¿Miedo? —parecía que la pregunta le había hecho gracia —¿Por qué iba a tenerte miedo?

    —Ayer… viste en lo que me convertí… Viste cómo mataba a mi…

    Se le atragantaron las palabras y sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. Retomó su posición en el cuello de Pagro, sintiendo sus manos acariciarle la espalda y la cabeza. Sollozó hasta que las lágrimas se detuvieron por su propia cuenta y entonces se agarró a Pagro con algo más de fuerza.

    —Es cierto que me diste un poco de miedo… Vale, mucho miedo —corrigió con una risita, apartando algunos mechones rubios de la cara del otro —. Pero no, no te tengo miedo. No ahora. Sé quién eres, Kham. Sé cómo eres. Sé que tienes un corazón, o dos corazones, llenos de amor y compasión, y que buscas hacer el bien para la gran mayoría, incluso si eso te lleva a discutir con tus generales o a pasar algún periodo algo menos bueno de lo normal. Eres un hombre dulce y valiente, un guerrero incansable y un amante magnífico —añadió agarrándole una nalga, lo que consiguió que Khamlar se riese un poco —. Te quiero tanto que no puedo tenerte miedo. Y confío en que jamás me harás daño.

    —¿Cómo puedes estar tan seguro? Cuando me transformé ayer… yo… sentí que me perdía a mí mismo. No podía pensar, apenas recuerdo qué ocurrió… Sólo sentía una rabia roja y cegadora.

    —Y, pese a eso, te controlaste.

    —¿Eh? —apoyó las manos en los hombros de Pagro y se separó un poco de él, mirándole a los ojos con sorpresa —¿Qué quieres decir?

    —Durante la pelea, conseguiste mantener a tu padre contra el suelo, pero no le atacaste de inmediato. Primero dudaste, incluso vi tus ojos volver a la normalidad un momento —al decir esto, le acarició la mejilla, pasando el pulgar bajo uno de sus ojos —. No acabaste con él hasta que él no se revolvió contra ti.

    Khamlar le miró sin terminar de entender lo que aquello implicaba. Después, sus hombros cayeron y soltó todo el aire de sus pulmones en un gran suspiro. Se dejó caer hacia atrás en la cama, tapándose los ojos con las manos, y así se quedó, apenas moviendo un poco las piernas para dejar a Pagro recolocarse.

    —Si dudé a la hora de matar a un kaltrix… —musitó apenas sin voz. La frase quedó interrumpida por un pequeño jadeo al sentir la lengua de Pagro por sobre su túnica, justo en su entrepierna —¡Eh! —se quejó, apartando las manos para mirarle.

    Pagro sonrió y reptó por la cama para besarle, volviendo a abrazarle firme y cariñosamente.

    —¿Qué decía la nota? —preguntó el militar, siendo ahora él quien apoyaba la cabeza en el hombro de su amante.

    —Hmn… —Khamlar suspiró, volviendo a enredar los dedos en el pelo de Pagro —Que me quería. Que le recordase sólo como padre y no como kaltrix. Que estaba muy orgulloso de mí y confiaba en que sería uno de los mejores reyes de toda la historia de R’Lash.

    —No le faltaba razón —Pagro le besó los párpados y luego la punta de la nariz —. Mañana serás coronado como Khamlar V el Grande. Y sé que serás grande.

    —Sí, si la profecía no se interpone…

    —¡Al cuerno la profecía! —exclamó Pagro, saltando hasta quedar de rodillas sobre la cama. Miró desde arriba a Khamlar y sonrió —Somos mucho más que aquello que el destino dice. Mírame a mí: me enfermé apenas nacer y nadie pensaba que sobreviviría, pero aquí estoy, veinticinco años después, fuerte, sano, vencedor de mil batallas, amando y siendo amado por el hombre más guapo del imperio… Así que el destino puede irse a la mierda. Mañana serás coronado y tendrás un reinado tan largo como el de tu padre, pero incluso más próspero. Y yo estaré a tu lado. O sobre ti. O debajo de ti. O detrás…

    Khamlar rio y lo apartó un poco cuando Pagro empezó a mordisquearle una pierna, bajando hacia zonas íntimas. Se miraron, compartiendo una gran sonrisa, y volvieron a besarse, aunque esta acción se vio interrumpida por una llamada apurada en la puerta seguida de una voz jadeante que requería la presencia expresa de Khamlar.

    El príncipe suspiró, acariciando los labios de Pagro, y volvió a sonreír, claramente de mejores ánimos y con más esperanza.

    —Seguro que es por Ka-lab —dijo con una sonrisa divertida, empujando un poco a su amante, quien cayó al otro lado de la cama de forma dramática, como si el empujón hubiese sido fuerte —. Mi instinto me dice que ha vuelto a meterse en algún sitio y está asustando gente.

    —Es culpa tuya, por mimarla tanto.

    —¡Mía! —se hizo el ofendido, ya de pie, mientras se recolocaba la túnica frente al espejo —¿Y quién se dedica a dejarla entrar en el castillo así esté toda sucia?

    —¡Es tu tigresa, mi amor! —se rio Pagro, todavía desde la cama —¡Ah, Kham, antes de que te vayas! —saltó al suelo y corrió a él, empujándole contra la puerta para besarle apasionadamente —Te veo en el templo a media noche, ¿vale? —le susurró contra los labios con una sonrisa y un guiño.

    Y aunque Khamlar no sabía para qué querría ir al templo a media noche, sonrió y asintió antes de soltarle un pellizco para que le dejase ir a por Ka-lab.


    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —¡Maldita sea, conejita! —gruñó Ruya, consiguiendo así que Khamlar volviese al presente. Sujetaba la muñeca de Evat, quien había quedado en una peligrosa diagonal hacia el suelo; si no se había caído de cara, había sido por el agarre del hombre —¿No puedes mirar por dónde vas?

    —¡Prueba tú a caminar por este suelo con estos zapatos! Bruto —se quejó ella, masajeándose la muñeca una vez recuperó su estabilidad.

    —De nada —gruñó de nuevo Ruya, sacándole la lengua, gesto al que Evat respondió alzando la barbilla.

    En un par de saltitos, la lias se puso al lado de Khamlar y se colgó de su brazo, dispuesta a usar como excusa que así no se volvería a tropezar, aunque en realidad sólo era un pretexto para estar cerca de él y, además, hacerle notar contra su brazo las curvas femeninas que se escondían bajo su vestido.

    Hirale, por su parte, estaba algo más adelante, anotando cuidadosamente algunos datos sobre la habitación en la que se encontraban. Habían salido de la galería central, adentrándose un poco más en la edificación en sí, y ahora estaban en una sala amplia en cuyas paredes se alternaban bustos y pinturas oscurecidas por el tiempo.

    —¡Khamlar! —le llamó la muchacha, consiguiendo que el rey dejase de pasear la mirada para centrar los ojos en su cara —No has dicho ni una palabra desde que hemos llegado. ¿Por qué no nos cuentas algo del edificio?

    Khamlar suspiró, pensativo, y terminó por asentir con una sonrisa de disculpa hacia Evat. Se desembarazó de su abrazo y dio un par de pasos por la habitación, mirando los bustos tallados en mármol. Eran todos hombres jóvenes, muy guapos, e incluso se podía ver cierto parecido con Khamlar. Se notaba además cómo los artistas habían ido depurando la técnica, aunque sólo había unos pocos bustos, pues desde algún retrato algo mediocre se llegaba a un busto exquisitamente realista en cuya base se leía «ADEMO VIII EL SABIO».

    Fue en este retrato frente al que Khamlar se detuvo, mirándolo con una sonrisa nostálgica.

    —Esta historia ya se la conté a Kunic —comentó, mirando al viera, que parecía mostrar un interés bastante relativo a todo aquello —. Básicamente, las tierras donde vivían los viera se empezaron a secar, así que mi padre, Ademo —señaló el busto —, propuso una solución extraña y poco ortodoxa: reunir a todos los vieras del desierto en un solo oasis que palpitaría al ritmo de un corazón de kaltrix.

    —Kaltrix —repitió Evat, incrédula —. Pero los kaltrix son…

    —Ah, claro, la conejita va rezagada —se mofó Ruya —. Mira, los kaltrix existen y aquí su majestad es un kaltrix de tres mil años. Y si ese es su padre, supongo que estamos en una reunión familiar. Venga, rey, continúa.

    Khamlar contuvo un gruñido, con el ceño fruncido, y chasqueó la lengua. Miró a Evat, que ahora observaba los bustos como si hubiesen aparecido de la nada, y decidió dejarla tranquila para que fuese asimilando la noticia.

    —Pero —interrumpió Hirale con mirada pensativa —el kaltrix que apareció cuando Nim’poh abrió el orbe no se parecía en nada a este retrato de tu padre…

    —Es que no usó su propio corazón. Asesinó a un kaltrix para ello —viendo que Ruya tomaba aire para decir algo, Khamlar levantó una mano para exigir silencio —. Mi familia se erigió como reyes, gobernantes de humanos, pero otras familias kaltrix optaron por jurarse dioses encarnados, llegando a formarse auténticos cultos sectarios que amenazaban un equilibrio altamente frágil. Acabar con el líder de una secta ayudó además a fomentar un periodo de paz. A veces, un acto aparentemente cruel es lo mejor.

    —¿Me sermoneas con la ley del bien común? ¡Yo luché por la ley del bien común! ¿Y sabes qué? ¡Era todo mentira!

    —Chicos, por favor —se quejó Evat, todavía procesando la gran revelación de que los monstruos de su infancia eran reales y, además, se estaba enamorando de uno —. Un poco menos de testosterona vendría muy bien.

    Khamlar respiró hondo y asintió mientras Ruya cruzaba los brazos sobre el pecho y resoplaba.

    —Hacía falta un lugar para mantener el corazón protegido y cuidado, así que decidió construir una embajada dentro del Santuario. Territorio de R’Lash, con todas las características de una residencia-fortaleza, equipada con lujo y comodidades para los viajes que haríamos aquí en pro de controlar que no hubiese fallas.

    —Pero esta es la primera vez que vienes al Santuario —comentó Hirale, a lo que Khamlar asintió —. ¿No se concluyó en tu tiempo?

    —Oh, al contrario. Se terminó dos semanas antes de mi coronación —dijo, acariciando ahora la hornacina vacía donde debería ir su busto —. Se suponía que tendría que haberlo visitado… —bajó la mirada, haciendo cuentas rápidas, y soltó una risita algo triste —Pues por estas fechas, sí. Pero hace tres milenios —se echó el pelo hacia atrás con una mano y palmeó la hornacina —. En el templo hay una escultura mía, pero supongo que la Revuelta detuvo la llegada del busto.

    —¿La Revuelta…?

    Esta vez, Khamlar no respondió a la pregunta de Hirale, simplemente se acuclilló para acariciar a Ica y siguió después caminando.

    Durante un buen rato —el suficiente para que Evat se quejase varias veces de que le dolían los pies y les obligase a parar hasta que Ruya le quitó los zapatos—, les estuvo guiando por pasadizos y habitaciones, explicando de forma resumida qué se hacía —o qué se tendría que haber hecho— en cada sitio. Fue, sin duda alguna, la vez que más habló de su tiempo, algo que Hirale no pensaba desaprovechar, y es que en los meses que llevaban viajando juntos, Khamlar siempre se había mostrado terriblemente hermético y apenas le había dado un par de pinceladas.

    Seguía habiendo muchísimas preguntas sin respuesta, pero se había decidido a no presionarlo más, esperando a que él mismo fuese contándole lo que considerase oportuno. A fin de cuenta, todo aquello era una oportunidad más para aprender cosas fascinantes de mundos desaparecidos.

    Bien, esta era la idea. Lo cierto es que ahora que estaban dirigiéndose de nuevo a la salida se le había quedado una espina clavada que no conseguía sacarse de la cabeza. Tomó, entonces, la manga de Khamlar y tiró de él, señalándole una puerta que acababan de pasar.

    —Hemos pasado por delante un par de veces y es el único sitio en donde no has querido entrar. ¡Incluso nos has mostrado el que iba a ser tu dormitorio! ¿Qué hay ahí dentro?

    Khamlar miró la puerta y bajó la mirada. Ante este gesto, Ruya resopló y empujó las puertas con fuerza, consiguiendo abrirlas tras un par de golpes. Khamlar cerró los ojos mientras Evat y Ruya asomaban. Hirale, aunque estuvo mirando al kaltrix unos segundos, terminó por ceder y asomarse también.

    Era una habitación espaciosa, dominada por una mesa ovalada alrededor de la cual se disponían seis butacas que debían haber sido increíblemente cómodas. Tras cada sillón, contra la pared, había un retrato que mostraba a un hombre o a una mujer con armadura sosteniendo un arma. Cuatro eran mayores, de entre cuarenta y cinco y sesenta años. Destacaba, entonces, el quinto, un joven de piel y cabellos oscuros, pero fuerte y con una mirada firme. La última silla tenía detrás un mapa, en vez de un retrato.

    —Parece una sala de guerra —comentó Ruya, mirando el mapa tridimensional que se desplegaba sobre la mesa, con algunas figuritas perfectamente colocadas esperando a ser movidas.

    —Lo es —susurró Khamlar. Se había acercado, pero no había cruzado el umbral.

    —¿Son tus generales? —inquirió Hirale.

    —¡Este es muy guapo! —añadió Evat.

    Khamlar no pudo evitarlo, alzó la vista para ver que Evat se había detenido frente al retrato del hombre más joven. Se llevó una mano al pecho, sintiendo cómo sus corazones se habían desincronizado momentáneamente: uno había latido demasiado fuerte, el otro directamente se había detenido medio segundo. Respiró hondo, dejando que volviesen a su cauce normal, y miró a Kunic, quien se había dado cuenta de esto, apartando rápidamente la mirada con una mezcla de vergüenza, dolor y preocupación.

    —Cada embajada tiene una sala de guerra —dijo con la voz algo estrangulada —. Tenía —rectificó, sacudiendo la cabeza un par de veces. Se presionó un ojo con la almohadilla de la mano, como si de pronto le doliese mucho la cabeza —. En cada sala de guerra se ponían los retratos de los Cinco Guerreros, los generales del imperio. Machaón —señaló el retrato de un hombre que llevaba una ridícula barba de chivo —y Golar —ahora su dedo se dirigió al cuadro de al lado, donde había una mujer de pelo negro surcado de canas y unos ojos aterradoramente fieros —pertenecían a una facción violenta. Consideraban que la mejor forma para asegurar el imperio era dar ejemplo destruyendo a los disidentes. Me peleaba constantemente con ellos, pero contaba con el apoyo de Lusaf —señaló a una pelirroja de gesto algo más dulce —y de Danen —mostraba a otro hombre mayor de rostro barbado —, bastante más razonables y abiertos a mis sugerencias.

    —¿Y este chico tan guapo? —insistió Evat, acercando una mano para tocar el lienzo.

    No llegó a hacerlo, y es que Khamlar de pronto había aparecido a su lado y le sujetaba la muñeca con tanta fuerza que a la lias se le escapó un gemido de dolor. Ante esto, el kaltrix la soltó y retrocedió, viendo la marca de sus dedos volverse rojiza mientras la chica se frotaba la muchacha.

    —Lo… Lo siento… No pretendía…

    Al ver la sorpresa de Hirale y de Ruya, la preocupación de Kunic, la mirada asustada de Evat, sumándose esto al peso de sus emociones y al arrollador curso de sus pensamientos, Khamlar empezó a hiperventilar. Lleno de ansiedad, en pleno ataque de pánico, lo único que pudo hacer fue salir corriendo de la sala.

    Hirale, que se había acercado a Evat para mirar su muñeca, alzó los ojos hacia el retrato y miró después a Ruya.

    —¿Recuerdas el esqueleto que encontramos en la cámara de Khamlar?

    Ruya asintió, sin entender muy bien a dónde quería llegar, pero entonces miró de nuevo el cuadro y se dio cuenta de lo que Hirale había visto.

    Era la misma armadura que la del esqueleto que Khamlar había abrazado con desconsuelo al recuperar la cordura.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Durante la visita guiada que les había dado, había visto que el auditorio tenía algunos instrumentos equipados que, seguramente, jamás habían sido tocados, salvo que durante las obras o la posterior limpieza alguien hubiese querido probar la acústica de la sala.

    Entre esos instrumentos había una caja que tenía una pieza extensible, un mástil que se podía deslizar hacia arriba, liberando un hueco en el centro del cuerpo del instrumento. Se añadían seis cuerdas que, perfectamente tensas, hacían un sonido armónico excepcional.

    Más adelante, Hirale le diría que esa guitarra había evolucionado con el tiempo, perdiendo y ganando cuerdas para terminar siendo prácticamente igual al diseño original, y eso le sacaría una sonrisa, pero en esos momentos Khamlar se veía incapaz de sonreír.

    Con la guitarra en la mano, subió a lo más alto de todo y se sentó en el borde de la galería, dejando que sus pies, ahora desnudos, se hundiesen en el agua de ese extraño estanque suspendido a tantos metros de altura. Algunos pececillos primeros se asustaron por la intrusión y luego se acercaron, curiosos, para terminar por seguir su vida como si nada.

    Con calma, ajustó el instrumento, colocando todo tal y como debía estar. Probó un par de acordes y después cerró los ojos y empezó a tocar, cantando una canción triste sobre pérdida y duelo. A mitad de canción, abrió los ojos para mirar a Kunic, que no habían tardado mucho en llegar hasta él y ahora mantenía las orejas bien altas, escuchando las notas que se iban deslizando de los dedos y la garganta del kaltrix.

    —Esta canción la compuso un soldado de mi guarnición cuando su capitán murió en una batalla. Era como un padre para él, así que volcó todo su dolor en estos versos. La acabamos cantando en cada funeral, todos juntos, como un coro inmenso —dijo en voz baja, con los ojos ahora fijos en el agua y una sonrisa triste revoloteando por su rostro.

    Acabó por sacarlos y moverse hasta quedar con la espalda contra una columna, justo cara a cara con Kunic. Dejó la guitarra en el suelo y se abrazó a sus piernas, apoyando la barbilla contra sus rodillas.

    —Tenía la esperanza de que esos retratos se hubiesen perdido por el camino, como mi busto, pero me daba mucho miedo entrar y comprobarlo. Por eso, cuando he visto que él estaba ahí… —respiró hondo y relajó la postura. Se miró la muñeca derecha, donde tenía un brazalete —Pagro, el hombre de aquel retrato, era mi mejor amigo. Era un par de años mayor y estuvo literalmente toda mi vida conmigo. Aprendíamos juntos, jugábamos juntos, incluso dormíamos y nos bañábamos juntos. Muchos dijeron que sólo se convirtió en el general más joven de la historia de R’Lash por su relación conmigo, pero lo hizo por méritos propios —sonrió, jugando con el brazalete —. Era fuerte, valiente, hábil… Y también era bueno. Era muy bueno. Y yo le quiero tanto… —se le partió otra vez la voz, pero esta vez no consiguió llorar, quizá porque estaba demasiado cansado —…que cuando me pidió casarse conmigo, ni lo dudé y salté a sus brazos. Fue la noche antes de mi coronación, en el templo del palacio. Y unos días después… —hizo un gesto con las manos, como soltando polvo al viento —Desperté rodeado de huesos y polvo. Tal y como decía la profecía. Soy Khamlar V el Grande, rey de las Cenizas.

    Se le escapó una risa temblorosa que se vio súbitamente cortada ante el abrazo de Kunic. Cerró los ojos y se agarró a él, enterrando la cara en su pecho. Pudo escuchar pasos acercarse, un suave sollozo proveniente de Evat y una respiración algo perturbada que mostraba tristeza y que debía corresponder a Hirale.

    Se apartó poco a poco del abrazo de Kunic, acariciando sus mejillas con ambas manos y dándole un pequeño beso en la frente, después se puso en pie, no sin antes haber hundido momentáneamente la cara en la lana de Ica —la oveja se había lanzado hacia él en busca de mimos que pudiesen reconfortar al rubio— y se giró a mirar a Evat, quien efectivamente estaba llorando. El grupo se había quedado a unos pasos de la pareja, quizá para no romper el ambiente.

    —Lo siento mucho, Evat.

    —Idiota —fue lo que ella susurró antes de lanzarse a abrazarle —. Si lo hubiese sabido, yo…

    Khamlar suspiró y la apretó un poco contra su pecho para luego soltarla. Ella respiró hondo y volvió a alejarse mientras era ahora Hirale quien se acercaba, sólo un par de pasos.

    —¿Por qué no salimos ya de aquí? —propuso en tono calmado.

    Khamlar asintió. Recogió la guitarra el suelo y empezó a caminar a la salida, pero al cabo de unos pocos pasos miró a Kunic y le cogió la mano. Sin decir nada, les guio fuera del edificio.

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    —Intenté decírtelo —se quejó Chin’nesstre, mirando a Evat comerse unas galletas de Onoga.

    En esos momentos, sin maquillaje, vestida con un camisón, con las orejas caídas a los lados de la cabeza y moviendo sus mofletes mientras comía galletas, parecía realmente una viera cualquiera del santuario. Una adorable, todo hay que decirlo.

    —Todavía no puedo creer que estuviese casado… con otro hombre, además. Aunque eso me alivia —añadió, cogiendo una nueva tanda de galletas. Se le iban a acabar en seguida —. Significa que no he perdido mi toque, simplemente él es naturalmente inmune a mis encantos.

    —Al menos parece que te lo estás tomando bastante bien —valoró la elfa con una sonrisa divertida.

    —¿Y qué otra cosa puedo hacer? ¿Quedarme llorando porque no me corresponde? —Evat suspiró —Es cierto que me gusta mucho, muchísimo… incluso había soñado con él y me había imaginado teniendo una casita juntos, pero… Supongo que debo intentar ser una buena amiga para él, ¿no? Es decir… ahora está de luto, así que me quedaré a su lado para apoyarlo todo lo posible.

    —Claro, por si mágicamente se enamora de ti en el proceso, ¿no? —preguntó Chin’nesstre, viendo las mejillas de Evat teñirse de rojo.

    —¡No!

    —Ah, perdona, quieres callarlo para no gafarlo, culpa mía…

    —¡Que no es eso!

    —No te lo crees ni tú, conejita.

    —¡Chin!

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    Kanát, al reconocer a Khamlar, dio un par de saltos para terminar a su lado, o más bien frente a él.

    —¿Dónde estabas? Kunic te ha estado buscando —frunció el ceño y se acercó para olfatearle un poco mejor —. ¿A qué hueles?

    —¿Hmn? —Khamlar se hizo el desentendido, apartándose un poco de la viera.

    —Hueles distinto —insistió Kanát, volviendo a acercarse para apoyar la nariz contra su piel.

    Khamlar, con suavidad, la tomó de los hombros y la alejó un poco. La miró y le dedicó una sonrisa, guiñándole un ojo.

    —He estado otra vez en el Mundo Antiguo, se me habrá pegado algún olor de ahí.

    Kanát volvió a fruncir el ceño, confundida.

    —Pero… Dijisteis que no volveríais a ir… Y llevas dos días muy raro… ¿Seguro que va todo bien?

    —Por supuesto. Pero guárdame el secreto —Khamlar cogió entonces la mano de Kanát y le dio un par de golpecitos sobre el tatuaje —. Yo ya estoy guardando el tuyo.

    Kanát, sin hablar, terminó por dejar que el kaltrix retomase su camino. Era extraño. Después de aquella excursión al Mundo Antiguo, todos habían estado callados y taciturnos. Lo máximo que había hecho Khamlar en ese par de días había sido jugar un poco con las pequeñas y tocar alguna canción en un idioma incomprensible con esa guitarra suya extraña.

    Y ahora de pronto había desaparecido y volvía con una expresión calmada, una sonrisa en la cara y un olor algo distinto. Se estremeció ante el misterio, con las orejas algo caídas, pero terminó por suspirar y seguir su camino en dirección, precisamente, a la casa de Val.

    Luego hablaría con Kunic, a ver si su hermano podía sacar algo en claro de esto.

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    Cuando Khamlar entró en la sala, se hizo el silencio, al menos unos segundos. Los elfos ancianos volvieron a retomar pronto sus actividades, ya totalmente convencidos de que ese joven, aunque fuese un kaltrix, no representaba una amenaza, y por otra parte su grupo —Ruya, Hirale, Evat, Kunic e Ica— le esperaron en silencio, expectantes.

    —¿Dónde te habías metido? —gruñó Ruya.

    —He ido a dar un paseo —dijo Khamlar con simpleza.

    —Tienes mejor cara que estos días —comentó Evat con una sonrisa suave. Vio a lo lejos a Chin’nesstre, que estaba sentada con su padre, mirarla y dedicarle una sonrisita cargada de malas intenciones, y eso hizo que la lias se sonrojase y se apartase un poco de Khamlar.

    —Me encuentro mejor, sí —confirmó el rey —. Creo que sólo necesitaba algo de tiempo para cerrar definitivamente ese capítulo de mi vida.

    —Entonces… ¿Tienes algún plan? —preguntó Hirale con cautela. Le parecía que había algo raro en Khamlar, pero no estaba muy segura de qué era.

    —Sí, así es —confirmó el kaltrix —. He decidido que voy a conquistar Lagur-Tolen.

    Primero, se hizo el silencio otra vez. Después, Ruya se echó a reír, lo que contrastaba con las caras de preocupación y sorpresa de Hirale, de Evat y de los elfos que habían estado escuchando.

    Khamlar, sin embargo, ni se inmutó. Igual que había ocurrido cuando los elfos se habían reído de él al decir que los kaltrix existían, simplemente esperó a que Ruya dejase de reírse, hundiendo los dedos en la lana de la mimosa Ica.

    —No te pediré que vengas, si no quieres.

    —¡Pero bueno! —Ruya aún se rio un poco más —Es que creo que no te das cuenta de lo que dices, majestad. ¡Lagur-Tolen es un monstruo devorador de mundos! Ha conquistado tierras por todo el continente, ¡incluso a los enanos! ¿Cómo vas a hacerlo? ¿Qué clase de ejército vas a reunir?

    —Ninguno —dijo Khamlar con simpleza. Sacó de su cinturón lo que parecía una empuñadura, y al apretar un botón se extendió una enorme hoja curva, conformando así una cimitarra muy similar a la que aparecía en su escultura, allá en el templo. Elevó la hoja para no hacer daño a nadie del grupo y sonrió —. Conquistaré la capital y ofreceré tratos a los cabecillas que intenten desbancarme.

    —Estás totalmente loco —dijo Ruya tras unos segundos de silencio.

    Khamlar volvió a retraer la hoja y guardó la empuñadura de nuevo en su cinturón, mirando a Ruya a los ojos con mucha seriedad y una calma que, al guerrero, le pareció aterradora. Si se le preguntase, diría que era la mirada de quien no tiene nada que perder, un suicida, en definitiva.

    —Como te he dicho, puedes quedarte aquí. Podéis quedaros todos aquí, de hecho —dijo, dejando que Ica se sentase ahora en su regazo para acariciarle la cabeza —. Hirale, tú estás deseando seguir buceando entre libros. Además, un campo de batalla no es lugar para ti. Ruya, tú has luchado ya otras guerras, y aunque tu experiencia me sería de gran utilidad, creo que te mereces retirarte a una zona tranquila y vivir una vida placentera. Evat… Eres joven, eres hermosa y eres una niña malcriada, no pintas nada en la guerra. Y tú, Kunic… ¿Qué decir? Estás en casa. Tienes a tu familia, campos de cultivo…

    —¿Y tú qué? —se le escapó a Evat, quien ni siquiera se había molestado cuando la había llamado niña malcriada —¿Acaso tú no tienes nada aquí? ¿No te mereces también descansar?

    Khamlar le puso una mano en la mejilla, consiguiendo que Evat perdiese un poco de su impulso inicial, y le dedicó una sonrisa cálida.

    —Quizá vuelva cuando haya terminado.

    —¡No vas a volver! ¡Te matarán antes de que te acerques a la reina!

    —Ruya, creo que olvidar que no soy un humano normal y corriente. Puedo resistir. Puedo hacerlo. Además, ya tengo a alguien infiltrado —suspiró entonces con cierto fastidio —. Lo único que el viaje de aquí hasta allí me llevará un tiempo largo. No voy a volver a usar el truco de la carreta, es demasiado agotador e incluso me duele un poco. Y como no tengo tampoco a mi grifo, tendré que ir andando. Pero bien, quizá pueda aprovechar el viaje para ir estableciendo nodos…

    —¡Hirale, dile algo! —se quejó Ruya, dándole un pequeño golpecito a Hirale, quien parecía haberse abstraído durante toda aquella conversación.

    —¿Por qué quieres hacerlo? —fue lo único que preguntó, ganándose un gruñido de Ruya.

    —Cuando estuve allí con Kunic, vi a un dragón enjaulado en los subterráneos. Le prometí que volvería a por él. Además, esa mujer, la reina… Todo lo que me habéis dicho de ella me hace pensar que es una tirana, y cuando acepté mi corona, juré que lucharía contra la tiranía.

    —¡Pero ya no tienes corona! —volvió a quejarse Ruya.

    —Me haré otra —dicho esto, Khamlar se puso en pie, cogiendo a Ica en brazos, y se volvió a poner el sombrero, haciéndoles un gesto con él —. Voy a iniciar los preparativos. Disculpadme.

    —¡No, no te disculpo! —Pero la voz de Ruya no impidió que Khamlar saliese de la Biblioteca. Miró a los demás, frustrado y confundido —¡Tenemos que hacer algo! ¿Cómo se le ocurre semejante locura?

    —No es tan locura. Yo creo que, si se lo propone de verdad, podría conseguirlo —murmuró Hirale.

    —¡Pero no le des la razón, cojones!

    Evat alzó la mirada al ver que Chin’nesstre se acercaba a ellos. Creía que diría algo tranquilizador, pero en su lugar sólo tiró del pelo de Kunic para llamar su atención, sin mucha delicadeza.

    —¿Y tú qué? ¿No tienes nada que decir? ¡Ve a ver si puedes hacerle entrar en razón!

    SPOILER (click to view)
    Te dejo, POR FIN, una imagen de Pagro.

    Y aquí... La canción de Khamlar
    .
  10. .
    El plan de Ray era irse de la habitación, pero apenas se puso en pie, Pável le agarró una manga. Cuando tuvo su atención, tiró un poco de él con su brazo sano —relativamente sano, había cortes y hematomas por todas partes—, indicándole que se sentase en la cama. Por su parte, le soltó y hundió la mano en el colchón para incorporarse mejor contra las almohadas.

    Cogió una caja de pañuelos de la mesilla de noche y se la ofreció para que cogiese uno. Después, abrió la boca como para hablar, pero se lo pensó mejor y la cerró. Le dio un par de vueltas a lo que tenía por la cabeza y terminó por sacar las chapas que llevaba al cuello, las que le identificaban como militar. No se las enseñó a Ray, simplemente empezó a jugar con ellas de forma distraída.

    —Me he enfrentado a muchos monstruos a lo largo de mi vida. El último casi me mata —dijo con una risa que intentaba aliviar la atmósfera, aunque seguramente sin conseguirlo —. Los monstruos son aterradores, pero ¿sabes por qué? —hizo que las dos chapas chocasen un par de veces y después ladeó un poco la cabeza —Sólo hacen lo que hacen porque no tienen corazón. No tienen arrepentimientos ni empatía, no les importa el daño que causen con tal de que ellos salgan bien parados. Tú no eres un monstruo, Ray, porque tú sí sientes. Eso sí, no te mentiré: me encantaría esposarte, llevarte ante un juez y que te diesen una condena justa por homicidio involuntario. Es la ley, y nadie está por encima de la ley —volvió a hacer chocar las chapas y luego siguió dándoles vueltas con dos dedos —. Sin embargo, si hubieses estado en prisión o en arresto domiciliario o lo que fuese… No habría podido dejar a las chicas a tu cargo. Así que intento pensar en lo bueno. Oye, ayúdame a levantarme, si paso un segundo más en esta cama, acabaré gritando.

    Despacito, y es que la costilla fisurada dolía como un demonio ante el mínimo movimiento, Pasha pudo por fin ponerse en pie. Puso la mano no enyesada en la mejilla de Ray y le miró a los ojos.

    —Escucha, esto te lo dice alguien que ha acabado también con unas cuantas vidas —bajó la voz y se acercó un poco más a él para que el contacto visual fuese más directo —. Busca a alguien que te escuche. No tendría que ser un psicólogo, aunque sería lo mejor, creo que por ahora estaría bien si simplemente pudieses desahogarte con alguien de confianza, alguien que pueda entender por lo que estás pasando. Es difícil hablar, pero al final es lo mejor. Es como una herida; si no dejas que el pus salga, se infecta y te acaba matando. Yo he tardado mucho en darme cuenta de eso, así que te paso mi consejo para que hagas con él lo que prefieras.

    Dicho esto, le dio un par de palmaditas suaves en la mejilla y, sujetándose el abdomen, salió de la habitación medio cojeando. Se apoyó con el hombro mejor parado en las paredes y fue hasta la cocina, donde preparó café y sirvió dos tazas. Le ofreció una a Ray y salió con él a la terraza, donde le pidió un cigarrillo mientras se apoyaba contra la barandilla.

    El viento fresco de octubre le golpeó el pelo, haciéndole soltar un pequeño resoplido mientras se lo apartaba de la cara. Miró entonces a Ray y le sonrió, agradeciendo el cigarrillo que le ofrecía. Se lo puso entre los labios y, cuando Ray abrió el mechero, se inclinó hasta que la punta del tubito de cáncer rozó la llama.

    Soltó el humo por la nariz y miró hacia la calle. El tráfico se reducía enormemente por las noches, pero Los Ángeles seguía siendo una locura de ciudad.

    —Por cierto… Estás muy guapo con ese traje —dijo mientras soltaba otra bocanada de humo, sin apartar la mirada del tráfico.

    Cuando Lena llegó a casa, unas horas después, encontró a su hermano dormido, pero no en la cama, sino en el sofá. No costaba mucho imaginar qué había pasado: unos platos vacíos llenos de migas indicaban bocadillos, la tele encendida, con Netflix colgado, señalaba que habían estado viendo una película. Y, en algún punto, Pasha había apoyado la cabeza en el hombro de Ray y ahí se había dormido.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Wendy —todavía no se había decidido por una buena identidad secreta— no tuvo ningún problema en colarse en aquel apartamento. Ya lo había hecho, un par de semanas atrás, para instalar algunas cámaras, pero igualmente debía agradecer la facilidad para entrar como si nada por una ventana situada a tanta altura a la insistencia de su madre porque hiciese gimnasia artística de niña. Quizá manejar aros y cintas no era lo que más feliz la hacía en el mundo, pero sí le habían dado bastante flexibilidad y fuerza en las piernas.

    Seguramente, si supiese que con XIII había ocurrido algo parecido, se pasaría horas gritando de la emoción por tener tanto en común con su ídolo.

    De todas formas, en esta ocasión no había entrado para colocar cámaras. Escuchó el agua de la ducha, así que se decidió a esperar como imaginaba que haría XIII: se sentó en un sillón, a oscuras, y cruzó una pierna. Cuando Ray Morrison salió del baño, Wendy encendió la lamparita de lectura, rebelando su posición.

    —No grites ni llames a la policía —le indicó con un tono calmado, aunque salvo por un pequeño bote, no parecía que ese hombre fuese a escandalizarse mucho. Debía estar acostumbrado a que la gente entrase y saliese de su apartamento como Pedro por su casa —. Soy una ayud-… amig-… —carraspeó, intentando recobrar una postura que, sentía, acababa de perder —Conozco a XIII. Me ha pedido que te dé un mensaje y, en cuanto lo haga, me iré.

    Giró la cabeza al sentir un movimiento a su lado y se dispuso a atacar, pero al ver que sólo era la birmana que Ray tenía como mascota, se relajó y acercó una mano para que el animal la olfatease antes de seguir su camino, ajeno a la visita.

    Wendy respiró hondo y volvió a mirar a ese extraño personaje. Aunque se estaba preparando un café con toda la calma del mundo, la chica creyó ver cierta preocupación en sus ojos, o al menos curiosidad, ahora que había nombrado al otro vigilante.

    Se puso en pie y se acercó a la cocina, apoyando las manos enguantadas en la barra que separaba un ámbito de otro.

    —Hace unas noches murieron once hombres, todos de muerte esporádica. Sin signos de violencia, ni reacciones alérgicas, ni rastros de veneno. Sus corazones se detuvieron sin más. La policía archivó los casos apenas los recibió, por lo que jamás pasaron al departamento de homicidios. No se han investigado, no han llegado a las noticias. Nadie, salvo algunos agentes policiales, tienen ni idea de que esto ha ocurrido. Bueno… Tú lo sabes, yo lo sé y XIII lo sabe. Y los tres sabemos, además, que tú tienes mucho que ver con esto —Wendy sacó una daga y la dejó sobre la mesa, aunque acariciando la empuñadura —. Ahora bien, XIII, aunque sabe que tú eres el arma, ni se plantea que seas la mano ejecutora. Dice que alguien te tuvo que ayudar a entrar y me ha dicho con mucha convicción que ese alguien te puso una pistola en la espalda… o apuntó a gente que te importa para obligarte a hacerlo. En cualquier caso, no te considera responsable, sino coaccionado. Yo tengo mis reservas.

    Les había costado unos días averiguar lo de los asesinatos. De hecho, Wendy sabía que si no hubiese avisado a XIII de que su extraño amigo depresivo había estado a nada de suicidarse una noche de nada jamás se habrían puesto a buscar patrones anómalos en la ciudad.

    Fue D., el misterioso informático de XIII, quien había encontrado algunos archivos, si bien todavía no estaban seguros en lo absoluto de por qué habían sido escogidos. No parecía haber una relación entre aquellos once hombres, pero D. y XIII seguían trabajando en ello incansablemente.

    En cuanto a las supuestas reservas de Wendy, eran un simple farol. Había visto suficientes series y películas para saber que siempre debía haber un poli bueno y uno malo, y teniendo en cuenta cuál era el mensaje de XIII, estaba claro que a ella le tocaba hacer de poli malo. Lo intentaba, pero tenía sus dudas de estar haciendo una actuación convincente. Esperaba que la máscara, su nuevo distorsionador de voz y la daga ayudasen.

    —XIII quiere ayudarte, pero para ello necesita más información. Si no vas a darle nombres de la gente que te ha metido en esta situación, tendrás que darle algo más, un punto en común entre los hombres a los que asesinaste. Mi colega cree que puedes redimirte, salvarte a ti, a tu familia y a posibles objetivos futuros, pero para eso tendrás que ayudarnos. Piensa bien qué vas a decir. Si esta gente es tan peligrosa como parece, tendrás que ir con cuidado. Ah, sobre eso —se rascó la nuca por sobre la capucha, un gesto que, aunque igual no lo había pensado, tiraba por tierra su actuación hasta el momento —. Hace un par de semanas deshabilité varios micrófonos que tenías escondidos por casa. Yo que tú no dejaría que nadie hiciese reformas o arreglos si no es de confianza, no vaya a ser que la próxima vez añadan cámaras a la ecuación.

    Una vez dijo esto, recuperó su daga y se la guardó en su cinto. Dejó sobre la barra un teléfono antiguo de prepago, con sólo un número en la agenda —el de XIII—. Le hizo un gesto de despedida, llevándose dos dedos a la frente y bajándolos en un movimiento rápido, y salió del apartamento por donde había entrado, sin hacer ningún ruido y desapareciendo como una sombra.

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    Cuando Ray abrió la puerta, se encontró a Pasha con una rodilla en el suelo, peinado, la barba recortada y un traje gris con rayas sobre el que el cabestrillo de su brazo destacaba bastante. Pável le miró, le sonrió y alzó la mano, tendiéndole… un teléfono móvil.

    —Apunta tu número, anda. Me parece ridículo que todavía no hayamos intercambiado teléfonos. Buenos días, por cierto —añadió con una risa.

    Se agarró a la jama de la puerta y se impulsó con su brazo sano para volver a ponerse en pie, sujetándose las costillas con un resoplido. Recuperó su teléfono, comprobó el número y le hizo a Ray una perdida, guardándose después el teléfono.

    Se echó el pelo hacia atrás y apoyó el hombro en el marco de la puerta, dedicándole una sonrisa torcida.

    —¿Te suena el caso de las hermanas De Santos? ¿No? Salió en todas las noticias. Bueno, da igual. Eran dos chiquillas que fueron asesinadas hace un par de meses. Hoy se va a procesar a su asesino. Hay una confesión, pero basta con que se eche atrás en el último momento para que todo se complique enormemente, porque tenemos sobre todo pruebas circunstanciales, una grabación borrosa y dos testigos oculares, uno de ellos no demasiado fiable —se repeinó la barba con la mano, en un gesto nervioso o quizá sólo pensativo —. Por eso, te voy a invitar a cenar, en vez de a comer. No sé cuándo saldré del juzgado y no quiero dar plantón por mala previsión. Eso sí, te llevaré al mejor sitio de Los Ángeles —aseguró, guiñándole un ojo —. No acepto un no por respuesta, por cierto. Esta tarde te envío punto de reunión y hora.

    Hizo el típico gesto de disparar una pistola con los dedos, dedicándole una última amplia sonrisa, y después se fue.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Dio un pequeño respingo al sentir una mano en el hombro, pero en cuanto giró la cabeza y vio la bonita cara de Rosie, todo su cuerpo se relajó y una sonrisa se abrió camino en su rostro. La pelirroja hizo un gesto y Pável asintió, haciéndole sitio a su lado.

    —Me he encontrado con Harv a la salida —dijo Rosie mientras dejaba el bolso en el taburete de al lado. Le hizo un gesto al camarero para que le pusiese lo mismo que a Pasha, una cerveza —. Me ha comentado que te han tenido el doble de lo normal en el estrado.

    —Sí, bueno… Morales era el abogado defensor.

    —El Pitbull… —susurró Rosie, negando con la cabeza —Ha ido a por ti porque eres el único que no está en plena forma. Pero ¡eh!, Harv dice que has aguantado sin temblar.

    —Claro que he aguantado sin temblar. He recibido entrenamiento para soportar torturas, un interrogatorio no es nada —le dio un sorbo a su cerveza y suspiro, arrugando un poco la nariz al momento. Sintió la mirada preocupada de Rosie, pero no dijo nada —. Estoy agotado, pero hemos ganado, así que eso es lo importante. Un hijo de puta menos en las calles.

    Rosie sonrió y le apretó suavemente un hombro a modo de felicitación.

    —Harv es el mejor fiscal de distrito que he conocido, pero no habría podido hacer nada si Kate y tú no fueseis los mejores detectives de homicidios de la ciudad.

    —Sí, la verdad es que somos bastante buenos —se rio Pasha en voz baja, a boca cerrada.

    —Oye… Cuando terminemos esta cerveza, te llevo a casa, ¿vale?

    —Todo lo que sea ahorrar y no tener que bajar al metro me parece estupendo.

    Compartieron una sonrisa y, al cabo de un rato, compartieron también el coche. Rosie subió con él al apartamento y, tras esquivar a Gerónimo, que estaba por algún motivo desconocido comiendo lechuga en mitad del pasillo, y fue hasta la cocina, donde revisó la nevera.

    No le sorprendió ver que los táperes estaban perfectamente organizados, con notitas que indicaban el contenido, la cantidad y el tiempo que llevaban en refrigeración. Era una de las costumbres más útiles de ese hombre, y una de las menos molestas, también.

    Cogió un táper de macarrones y lo calentó en el microondas mientras Pável se acomodaba en el sofá. Cuando fue al salón con una bandeja donde estaban los dos platos, agua, vasos y cubiertos, lo encontró dormido, así que se sentó a su lado y le acarició una mejilla con suavidad, viéndole abrir los ojos con el ceño algo fruncido en cierta confusión.

    —Realmente estás agotado, ¿hmn?

    —No, no, estoy bien —insistió él, reincorporándose con ayuda de su mano sana —. Ha sido sólo un momento, pero aguantaré bien —miró el reloj y sonrió de medio lado —. Un poco tarde para comer, ¿no?

    —No has podido comer por el juicio. Y, bueno, son las cuatro de la tarde, no es para tanto. Venga, deja que te ayude con esto.

    «Esto» venía a ser colocar el plato en una posición que pudiese facilitarle a Pável comer con una sola mano. Para bien o para mal, no era la primera vez que se rompía un hueso, ni era la primera vez que Rosie tenía que ayudarle a desenvolverse con una escayola.

    La mujer puso la televisión, dejando un programa cualquiera de fondo mientras comían, y después se encargó de recoger y lavar los platos. Cuando volvió al sofá, Pasha le agradeció con un gesto silencio y ella se sentó de nuevo junto a él, aunque un poco ladeada en su dirección, en la típica postura de quien quiere decir algo.

    —¿Te importa si la apago? —preguntó, señalando el mando de la tele.

    —Ni siquiera le estoy prestando atención.

    Rosie asintió y cerró el televisor, cruzando luego las manos en el regazo.

    —Cuando Lena me llamó para decirme que estabas en el hospital… tuve un ataque de ansiedad —confesó Rosie, haciéndole un gesto a Pasha para que no hablase —. Tuve que ir al baño del bufete y vomité la comida, me eché a llorar y luego me serené, me volví a maquillar y fui al hospital todo lo rápido posible.

    —Lo…

    —No, no, déjame acabar, por favor —le pidió con una sonrisa —. La cosa está en que he estado pensando mucho estos días. En… ti, en mí, en nosotros… Cuando rompí la relación, tenía mis motivos y no los he olvidado, pero te he visto últimamente… Cómo estás ayudando a Ray, el hecho de que sigas yendo a ver a esa psicóloga, aunque ya te haya dado su visto bueno… Siento que estás haciendo un esfuerzo por abrirte un poco más. ¿Me equivoco? Por favor, dime si mi impresión es errónea —Pável negó levemente y Rosie respiró hondo —. Entonces… Si tú te estás esforzando, yo también podría hacerlo, ¿no?

    —¿A qué te refieres?

    Lo había preguntado con cierto titubeo, pero en realidad no hacía falta ser un gran detective para entender por dónde estaban yendo los tiros, especialmente cuando Rosie se movió para sentarse en su regazo y le tomó la cara con las manos en una caricia suave.

    —Te echo de menos, Novi —fue lo que susurró antes de besarle.

    Pável cerró los ojos y apoyó su mano en la espalda de Rosie, subiendo poco a poco hasta hundir los dedos en su cabello rojo. Al separarse, suspiró contra sus labios y la miró.

    —Yo también te echo de menos —susurró de vuelta para, acto seguido, devolverle el beso.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Pasha esperaba a Ray en la puerta de un local. Llevaba el mismo traje que esa mañana —no se lo había llegado a quitar— y tenía los ojos en el móvil, jugando al Solitario de forma algo distraída. Aun así, levantó la mirada cuando le pareció verle por el rabillo del ojo y le saludó con la mano nada más hubo guardado el móvil en un bolsillo.

    —Buenas noches —sonrió, abriendo la puerta del local para invitarle a entrar.

    Lo cierto es que el sitio no era ni muy grande ni muy glamuroso. Debía tener la misma decoración desde los años 50, y quizá todo el mobiliario fuese de esa época, a juzgar por el estado de algunas sillas. Había fotos antiguas de la ciudad y de algunos famosos que habían pasado por allí y se habían tomado la molestia de firmar, y la carta principal aparecía algo desteñida, pero perfectamente legible.

    En cuanto al olor del sitio, era como el de cualquier hamburguesería: una mezcla de aromas a grasa, carne, panes y salsas que se mezclaba con el de los comensales.

    Un camarero de veintipocos años se acercó a ellos con una sonrisa algo cansada. Les dio la bienvenida, les preguntó si querían mesa y miró con cierta extrañeza al ruso cuando éste le pidió una en concreto, llamándola por el número y no por la localización. Los llevó hasta ella y les dejó un par de cartas tras tomar el pedido de bebidas —«agua para los dos, gracias» —; después, les dejó a solas.

    —Ni mires la carta, ya sé qué vamos a pedir —dijo Pável, quitándole el menú de la mano —. Hubo un tiempo en el que venía aquí con una frecuencia terrible. Creo que no cerraron gracias a mí —se rio entre dientes y dio un golpecito en la mesa —. Siempre me siento aquí. Te da una vista estupenda de todo el local, así puedo analizar a la gente. Es un ejercicio divertido. Mira, esa pareja de ahí —dijo, señalando una mesa —. Jóvenes, clase media… Pero intentan aparentar más dinero del que tienen. Se ve por la calidad de sus zapatos y de las joyas de ella. Estoy bastante seguro de que se ponen los cuernos mutuamente, pero bueno, allá ellos —le señaló con la cabeza otra mesa —. A esos dos los conozco, vinieron aquí en su primera cita. El chico está nervioso, supongo que va a pedirle matrimonio a su novia. Eso o va a cortar con ella. No, mira cómo se palpa el bolsillo. Está esperando el momento para darle el anillo. Espero que no lo haga aquí, nunca me ha gustado eso de que se pida matrimonio en un sitio público. Es prácticamente ejercer presión social para obligar a la otra parte a aceptar.

    —¿Ya saben qué van a pedir? —preguntó el camarero de antes tras un carraspeo educado.

    —Una Super Bob. ¡Ah! ¿Le puedes explicar a mi amigo qué es, por favor?

    —Claro —sonrió un poco el camarero —. Una Super Bob es una hamburguesa de gran tamaño. Está hecha con un kilo de carne de vacuno de alta calidad, un pan horneado artesanalmente en nuestro restaurante, tomates, cebolla caramelizada, rúcula, queso de cabra, mermelada de arándanos y nuestra combinación secreta de salsas. Es un plato para cuatro, ¿seguro que quieren ese pedido?

    —Sí, sin problema —esperó a que el chico se fuese y volvió a mirar a Ray con una sonrisa tranquila —. De verdad, un bocado de esa hamburguesa es mejor que el sexo. Y no te preocupes por el tamaño. He venido muchas veces con Kate y ella sólo se come un cuarto. El resto… —se palmeó la tripa con una risita.

    Mientras esperaban la Super Bob, Pasha habló un poco del juicio de esa mañana, quizá por llenar el silencio, quizá porque le venía bien compartir con alguien ajeno al caso sus impresiones sobre cómo había ido todo. Después, le preguntó por sus clases, escuchándole atentamente.

    El Gran Gatsby —murmuró, rascándose una sien —. Nunca me acabó de gustar ese libro. Es decir… Entiendo el reflejo que hace de la descomposición de las clases sociales tradicionales y de los cambios producidos en la economía y la sociedad en los años 20’s con la llegada masiva de inmigrantes tras la Primera Guerra Mundial, y cómo muestra el limitado papel de la mujer, pero… No sé. Supongo que nunca le cogí el gustillo.

    Cortó de golpe la conversación cuando sus ojos se fueron hacia la puerta. Acto seguido miró por la ventana, como intentando ocultar su rostro de un hombre que acababa de entrar. Le siguió con la mirada de forma discreta y después frunció el ceño y se mordió el labio en un gesto pensativo.

    —Ese de ahí —susurró —, el que acaba de entrar en las cocinas, es Patrick O’Hara, más conocido como el Leprechaun. Porque es bajito y tiene la cartera llena de oro. Es un mafioso irlandés muy escurridizo; la fiscalía lleva años acumulando testigos y pruebas, pero no pueden procesarlo porque es imposible encontrarle —se echó hacia atrás con un gemidito —. Y va y tiene que aparecer en mi puñetero restaurante favorito. Encima, si ha ido a las cocinas, será porque tiene aquí una base de operaciones… ¿Por qué? ¿Por qué en mi restaurante? ¿Por qué no en el de Kate, que tiene los peores aritos de cebolla del mundo?

    Pasha apoyó el codo de la mano sana en la mesa, después enterró la cara en esa mano. Respiró hondo, pensativo, y luego recuperó la postura.

    —A ver. Ahora estoy de baja, no puedo hacer una detención. Tendría que llamar a Kate, que avisaría a la centralita, y —hizo unos cálculos mentales —eso nos daría diez minutos hasta que llegase el coche patrulla. Si llamo, no sólo no podremos cenar, sino que cerrarán el local, pero si no lo hago y se escapa…

    Se mordió el puño, ahogando un grito de rabia y frustración. Debía realmente gustarle la comida de ese sitio, se le escapó incluso una lágrima cuando sacó el teléfono.

    —¿Por qué mi restaurante favorito? —volvió a quejarse en voz baja —Eh, Kate. Hola, sí, estamos en el Super Bob… Tengo al Leprechaun a tiro. Uh. Vale, está bien —colgó y miró a Ray con manifiesto fastidio —. Efectivamente, unos diez minutos. Si veo que se va, tendré que distraerle.

    Respiró hondo al ver a un camarero salir con un pedido, pero no era el suyo. No, conocía los tiempos de ese restaurante y no iban a poder probar la hamburguesa.

    Miró el reloj varias veces en los siguientes cincos minutos, claramente empezando a impacientarse. Sin embargo, cuando vio a Patrick O’Hara salir de las cocinas, se dio cuenta de que tenía que hacer algo para retenerle o la policía no llegaría a tiempo. La idea de iniciar una persecución de un tipo como ese, al que no le importaría atropellar civiles o algo peor, no era una opción.

    —Rápido, Pável, piensa… Piensa, ¿qué puede hacer que un hombre como él se quede cinco minutos más? —se murmuró, inclinado sobre la mesa, de forma que Ray podría haberle oído.

    Miró a su alrededor, buscando algo, y entonces sus ojos se detuvieron en la pareja joven. Miró a Ray, miró a O’Hara, y se puso en pie para caer sobre una rodilla frente al asiento de Ray. Se escuchó un gritito emocionado de una chica y al momento todos los ojos del restaurante, incluidos los del Leprechaun, estaban sobre ellos.

    —¡Ray Morrison! —inició Pasha, sacando de un bolsillo interno una cajita —El tiempo que he pasado contigo ha sido el mejor de mi vida —peleó un poco con la caja, intentando abrirla. Claramente no podía con una mano, pero rápidamente la chiquilla que había gritado antes se acercó para ayudarle, soltando otro gritito emocionado al ver el anillo de pedida que había dentro, un aro sencillo con un diamante pequeño, pero bonito, engarzado —. No puedo prometerte una vida de lujos y comodidades, pero sí que daré cada centavo de mi sueldo para intentar que tu vida tenga la mayor calidad posible. No puedo prometerte una vida sin sobresaltos, pero sí que haré todo lo que esté en mi mano para que seas al menos la mitad de feliz que soy yo cuando te veo, porque si consigo eso, entonces ninguna pena será demasiado grande. Permíteme compartir nuestras vidas exactamente igual que una Super Bob de este, nuestro restaurante favorito. Ray, por favor… Cásate conmigo.

    Hubo vítores y aplausos, sobre todo cuando Pasha consiguió que Ray asintiese. El ruso se levantó, entonces, y tiró un poco de la mano de Ray —había conseguido ponerle el anillo en el meñique— para hacerle ponerse en pie. Le tomó la barbilla y le besó, entonces, haciendo que los aplausos aumentasen su intensidad.

    Una vez inició el beso, le resultó más difícil de lo esperado cortarlo. Por suerte, entraba en su plan alargarlo un poco, así que se centró en eso, rodeando la cintura de Ray con su brazo y pegándole a él mientras su lengua entraba en la boca ajena.

    Al separarse, le sonrió y le acarició una mejilla, y se giró hacia la gente, levantando la mano de Ray. Vio al pobre chico al que le había robado la idea quedarse de morros, después se fijó en O’Hara, que se había quedado ahí y ahora le mandaba a un camarero que trajese un par de copas de champán para la feliz pareja.

    Apenas estaba saliendo el camarero con las copas cuando la policía llegó, y Pasha llegó a olvidar sus sentimientos encontrados mientras veía a Patrick O’Hara ser esposado y conducido a un coche patrulla.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —No me puedo creer que le hayas pedido matrimonio para detener a un mafioso —se rio Kate mientras veía a Pável guardar el anillo de nuevo en la caja —. Y ¿se puede saber por qué llevas contigo ese anillo?

    —Eh, mi sueldo sólo da para dos trajes —se defendió Pável con un resoplido —. Guardé el anillo en este y como apenas me lo pongo, no me acuerdo de él hasta que golpeo la caja o lo que sea.

    —Pobre Ray —volvió a reírse Kate, dándole palmaditas en la espalda al profesor —. Encima ha tenido que soportar que le besases.

    —¡No beso tan mal!

    Kate hizo un gesto bastante vago con la mano y después sacudió la cabeza y les pidió un momento para ir a hablar con algún agente de por ahí.

    —Perdona por el espectáculo —le dijo Pasha a Ray, aprovechando ese pequeño momento a solas —. Necesitaba detenerlo unos minutos más y esto fue lo único que se me ocurrió. Espero que eso no impida que sigamos siendo amigos. Es decir… Sólo ha sido un beso.

    Kate volvió con ellos, llevándose las manos a la cintura.

    —Tengo buenas noticias. Al parecer, O’Hara forzó al dueño a cederle la trastienda, por lo que el restaurante sólo cerrará de forma temporal.

    —¡Eso es genial!

    —Espera, Novi, porque aún tengo otra noticia aún mejor: la científica dice que tardará al menos una hora más por ahí, pero he conseguido que os den permiso para quedaros en esta zona.

    —¿Eso significa…?

    Kate se giró hacia la cocina y de allí salió uno de los oficiales de uniforme llevando una Super Bob hacia ellos.

    —¡Kate! ¡No me lo puedo creer, eres la mejor compañera del mundo! —exclamó Pasha, abrazándola con un brazo entre las risas de la mujer.

    —Sí, lo sé, pero no sé si decir lo mismo de ti… ¡Pides matrimonio y yo me tengo que enterar a toro pasado!

    —¡Kate!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Fani ladeó un poco la cabeza, mirando a su paciente con atención.

    —Novi —le llamó con voz suave —. Hay algo que te ronda por la cabeza, ¿quieres contármelo?

    Pável respiró hondo y se pasó una mano por la cara, asintiendo un par de veces. Modificó su postura en el sillón, sujetándose las aún adoloridas costillas en el proceso, y apoyó el codo en el reposabrazos, dejando la barbilla sobre esa mano.

    —Ayer, Rosie me besó. Dijo que me echaba de menos y que quería que volviésemos a intentarlo.

    —No pareces del todo complacido con esto —insinuó Fani con cuidado.

    —Sí, es que… —el hombre frunció el ceño, con los ojos fijos en el pavimento del suelo —Fue todo extraño.

    —¿En qué sentido te pareció extraño?

    —No lo sé. Igual llevo tanto tiempo fuera de las calles que busco pistas donde no las hay, pero me pareció que intentaba… Ella quería que nos acostásemos y creo que me presionó más de lo normal hasta que vio que no iba a ceder.

    —Dices que rechazaste a una mujer por la que aún tienes sentimientos. ¿Ese es tu conflicto?

    —No —negó con la cabeza y miró a la psicóloga a los ojos, todavía con esa expresión seria y pensativa que indicaba que le estaba dando vueltas a algo —. Es decir, sí es cierto que sigo enamorado de ella, al menos una parte de mí lo está… He intentado superarla y ahora que creía estar lográndolo… Me besa y me suelta esto. No lo entiendo.

    —¿Qué es exactamente lo que no entiendes, Novi?

    —No entiendo nada. Me dijo que yo estoy intentando cambiar y que ella también podría intentarlo. Pero no sé si… volver con un ex es buena idea. Ni siquiera con una mujer a la que iba a pedir matrimonio. Es decir… Una parte de mí muere por volver con ella. Pero hay otra que me dice que no está bien. Quizá… Me da miedo que los problemas resurjan con más fuerza y desemboquen en una ruptura peor que la primera o… No lo sé.

    Fani vio cómo ese militar bajaba los hombros en un signo de derrota. Descruzó las piernas y se alisó la falda, inclinándose después hacia delante ligeramente.

    —Sabes que yo no puedo darte una respuesta. Es algo que tienes que averiguar tú solo.

    —Quizá podría darle unas vueltas más y lo podríamos volver a discutir en la siguiente sesión —sugirió, pero al ver cómo la expresión de Fani cambiaba, frunció un poco el ceño —. ¿O no? Ahora parece que eres tú la que tiene algo rondándole por la cabeza.

    —Sí, en realidad… —miró su reloj y suspiró —Bueno, se ha acabado la sesión, así que es el momento ideal para decirlo —cogió un papel de su mesa, lo comprobó y se lo extendió —. Toma.

    —No entiendo… ¿Referencias? —preguntó Novikov al ver el listado de nombres —¿Son psicólogos?

    —Y muy buenos —dijo Fani —. Te he marcado algunos especializados en terapia con antiguos soldados y policías y he ordenado la lista por la compatibilidad que creo que tendrían contigo.

    —Pero… ¿Por qué? ¿No puedo seguir teniendo sesiones contigo?

    —No. No sería profesional por mi parte tratar a un paciente —hizo una pausa en la que suspiró y se recolocó un mechón tras la oreja —por el que estoy desarrollando sentimientos afectivos.

    Pável se quedó callado unos segundos, abriendo y cerrando la boca por la pura impresión. Volvió a mirar la lista, frunciendo de nuevo el ceño, y miró otra vez a la mujer.

    —Entonces, ¿ya está? ¿Esta es nuestra última sesión?

    —Como médico-paciente, sí. Si quisieras que quedásemos como amigos, yo no tendría ningún problema —le dijo en voz baja con una pequeña sonrisa llena de timidez.

    Pasha respiró hondo, asintió y se guardó el papel en un bolsillo. Cuando salió de la consulta, Fani cerró los ojos y se masajeó los párpados, convencida de que esa lista terminaría en la primera basura que Pável se encontrase.


    SPOILER (click to view)
    Te debía imágenes y te las doy ahora. Tenemos aquí a Wendy y a Fani.

    Sobre Fani, por cierto, no estaba muy segura de que pudiese enamorarse de Pável hasta que he empezado a escribir la escena. Se ha desarrollado ese diálogo solo xdd pero ahora me han venido ideas nuevas que me voy a guardar para el futuro cercano xdd

    Y pues lo de la pedida de mano también me ha golpeado de pronto como un camión, que te aproveche xdd
  11. .
    QUOTE (Harian Broush @ 6/6/2020, 02:40) 
    Hola, alguien para un juego de rol escolar? Nos faltan alfas, yo soy un maestro Omega los que quieran, manden Whatsapp al 7714157285

    Buenos días. De parte de la moderación, he de pedirte que elimines este mensaje. Hay una sección propia para los juegos de rol y las inscripciones para estos (click herencia!); por favor, lee bien las normas para adecuarse al reglamento del foro.

    Un saludo.
  12. .
    El sello de Morgiana parecía a simple vista muy complejo, pero Niko pronto se había dado cuenta de una cosa: Morgiana no era una Kurlah, sólo una elfa solar. En base a eso, por muy complejo que fuese el hechizo, jamás llegaría a las dificultades de la magia que los Kurlah como él aprendían a manejar, y en base a eso se enfrentó al problema que tenía entre manos.

    Un elfo normal realmente habilidoso podría haberse pasado horas intentando deshacer aquella madeja mágica que componía el sello que encerraba la auténtica naturaleza del príncipe, pero Niko tenía las herramientas necesarias para resolver aquello de una forma mucho más sencilla. Es difícil explicar qué pasos siguió exactamente, pero se podría comparar con el nudo gordiano: aquel era un nudo tan complicado que jamás nadie lo había podido resolver, no hasta que llegó Alejandro Magno y lo partió en dos con una espada.

    Se podría decir que algo así hizo Niko. Quizá si hubiese tenido tiempo, podría haber intentando otra cosa, pero en vista del estado en el que se encontraba el príncipe, empezando a ser consumido por la magia que llevaba dentro, la solución más sencilla resultó ser la más favorecedora para todos.

    Como sea, lo cierto es que cuando sus ojos pasaron de ser blancos y brillantes a su rojo habitual, no se quedó mucho más rato por ahí. Les dijo a los dos hombres —uno de cuerpo presente, el otro viéndolo todo a través de su compañera— que había eliminado todo rastro del sello, pero que no podía predecir cómo despertaría el príncipe, siendo que jamás había tenido que lidiar con la poderosa magia que llevaba dentro.

    Lo que sí se ahorró fue hablar de las heridas que había visto en su cuerpo y que, desde luego, hablaban de mucho más de lo que el chico de los ojos bonitos y el pelo raro les había dicho. Eran unas heridas terribles que mostraban un trato abusivo y abominable y que sólo había curado de forma superficial, pues para sanarlo del todo habría tenido que drenar la vida que le rodeaba y eso era algo que no veía en lo absoluto necesario.

    Si había callado, había sido porque en esos ojos bicolor del chico que abrazaba un lobo agotado había visto culpa, tristeza, impotencia e ira. Podía hacerse una idea de lo que había pasado en base al relato y a lo que había sentido en el joven príncipe y no le pareció necesario o conveniente remover más ese cajón de mierda.

    En fin, tras dejar la situación más o menos controlada, se había ido. No negaría que, en el último momento, se había girado a mirarlos y se había encontrado una vez más con la mirada parpadeante de Brigitte-Étienne, pero tras guiñarle un ojo, había desaparecido entre los árboles.

    Su plan consistía en ir a casa de Corr y tranquilizarle. Todo estaba controlado, o todo lo controlado que sus recursos limitados le habían permitido. Después, seguramente comerían juntos o se comería las sobras de lo que hubiese almorzado Corr, y dormitaría un par de horas junto a Charlotte en el sofá antes de ponerse en marcha.

    Por supuesto, este plan no incluía ver a Corr jadeante y con una buena erección, sudando y claramente lejos de su mejor momento. Era esta una imagen que muchos considerarían el sueño ideal de Niko. Quizá podría haberlo sido de no ser por las circunstancias que la rodeaban.

    Se arrodilló frente a él y acercó una mano. Fue rechazado por Corr, quien le pedía con palabras y gestos que se fuese y le dejase a solas. Intentaba cubrirse, intentaba apartar a Niko, pero estaba claro que no tenía fuerzas como para una resistencia suficientemente feroz. Por eso, el lunar consiguió cogerle ambas muñecas y llevarlas al suelo. Le miró a los ojos, diciéndole con una mirada que no se iba a ir, y entonces le puso una mano en el cuello, palpando su carótida.

    —Déjame ayudarte —lo pidió en un tono muy parecido a una orden —. Estás demasiado débil como para hacer esto tú solo.

    Le obligó a hacer un esfuerzo para ponerse en pie, sirviendo el propio Niko como muleta, y lo llevó hasta la cama, donde lo dejó desplomarse. Le ayudó a colocarse de forma cómoda, sobre las almohadas, y entonces subió él a la cama. Le abrió los pantalones, dando un par de palmadas a manos que volvían a intentar detenerle, y vio aquel órgano que, duro y palpitante, suplicaba por atenciones.

    Terminó por bajarle más los pantalones hasta quitárselos, ignorando estupendamente las protestas de Corr, y le subió también la camisa para que no se manchase mucho; entonces se acomodó entre sus piernas, arrodillado y sentado sobre sus talones.

    —Escucha, voy a hacer que termines muy rápido —dijo mientras se arremangaba un poco —. Intenta relajarte y, no sé, disfrutar. Sólo serán un par de minutos, al menos aprovecha que por fin alguien va a tocar tu polla de virgen —intentó bromear, pero al ver la cara que le puso Corr, borró su sonrisa y sólo suspiró —. Está bien, perdona.

    Si Niko conocía bien algo era el cuerpo de un hombre. Elfo o humano, no importaba mucho, todo estaba en el mismo sitio, al menos en cuanto a puntos de placer se refería, y Niko conocía bien qué partes había que tocar para volver a un hombre loco de placer. Cierto es que cada persona es un mundo y reacciona de una forma distinta, pero hay cosas que a todos afectaban igual o muy parecido.

    Por eso, no dudó mucho en lamerse la mano izquierda, que rápidamente pasó a acariciar la erección de Corr. Sus dedos se movían como si hiciesen un suave masaje, apretando con cada vez más intensidad a medida que se acercaba a la punta para después volver a bajar de golpe.

    En cuanto a su mano derecha, se metió dos dedos a la boca y la bajó también entre las piernas de Corr. Uno de sus dedos presionó suavemente el perineo, el otro entró con mucho cuidado dentro del hombre. Le sorprendió un poco que pasase con relativa fluidez, pero imaginaba que se debía a que lo que quiera que hubiese tomado Corr.

    Con estas atenciones, Niko cumplió su promesa de hacer aquello breve. Sonrió, satisfecho, al ver la expresión de placer de Corr, pero esta sonrisa se borró rápidamente cuando notó que la erección, en realidad, no se había relajado. Frunció el ceño, apoyando sus manos húmedas y algo pegajosas en los muslos de Corr.

    —¿Qué te ha dado esa solar? —gruñó, mordiéndose el labio unos segundos —Lo malo es que ahora te va a costar un poco más terminar.

    Era cierto, aunque esto lo habría aprendido de las mujeres. Tras un orgasmo, la excitación podía seguir, pero llevaba más tiempo llegar al siguiente. Y no sólo llevaba más tiempo, sino que tendría que usar otras armas.

    Con un suspiro, trepó sobre el cuerpo de Corr, quedando a cuatro patas sobre él. Le miró a los ojos, acarició nariz con nariz y, finalmente, le besó. Una de sus manos tomó el mentón del exiliado, haciéndole abrir la boca para poder colar su lengua. Se volvió aquel un beso húmedo y lento que buscaba la excitación del humano.

    En esta línea, los labios de Niko bajaron a su mandíbula, donde dejó un suave mordisco, y recorrió después su cuello hasta la oreja. Entre tanto, sus manos no se quedaron quietas, sino que empezaron a acariciar el torso de Corr, haciendo un poco de presión para poder sentir bien esos músculos que algún suspiro involuntario le habían robado. Podía resultar hasta irónico que ahora fuese Niko quien le robase suspiros a Corr.

    Besó y mordió su cuello, acarició su abdomen y costados. Pasó después a su brazo derecho: lo fue mordisqueando desde el hombro hasta la muñeca por las zonas más blandas, y al llegar a su mano, besó la palma y se metió tres de sus dedos en la boca, jugando su lengua entre ellos a total voluntad del elfo.

    Detuvo aquello un poco antes de lo que había planeado cuando notó la otra mano de Corr intentando bajarle los pantalones. Le agarró ambas muñecas y le llevó las manos arriba, al cabecero de la cama. Chasqueó los dedos y al momento unos tallos crecieron de la madera, atando las manos de Corr.

    —Eso está mejor —suspiró al ver cómo Corr intentaba forcejear un poco antes de rendirse —.
    Lo siento, pero no voy a dejar que me quites ni una tela. Si quieres desnudarme, tendrás que estar totalmente sobrio.

    En otra situación, habría dicho esto con una risita, pero Niko ni siquiera sonreía. Le miraba con expresión seria y grave, y con esa misma cara retomó las caricias y mordiscos, ahora con la boca contra el pecho de Corr.

    Estos juegos preliminares duraron largos minutos más en los que Niko se dedicaba a acariciar, besar, lamer, morder e incluso arañar un poco la piel de Corr, recorriéndole todo el torso, también una pierna, donde repitió lo que había hecho con su mano al chuparle el dedo gordo del pie. Sin embargo, al escuchar a Corr suspirando, jadeando y hasta gimiendo, retorciéndose un poco, sintió algo de pena y decidió por fin volver a darle atenciones donde más falta le hacía.

    Tras morder la cara interna de uno de sus muslos, volvió a besarle los labios, esta vez sin tanta lentitud como al principio. Una de sus rodillas se acomodó perfectamente entre las piernas de Corr y empezó a masajear y frotar, y por último las manos del elfo volaron al vientre del hombre, acariciándole.

    Cuando se separaron para tomar aire, Niko miró a Corr, quien pudo disfrutar desde muy cerca ver cómo se volvían blancos ante el uso de magia que iba más allá de la inherente a cualquier elfo. La primera descarga eléctrica fue tan sutil que apenas se notó, pero la segunda fue un poco más fuerte. La electricidad fluía de los dedos de Niko y penetraba la piel de Corr, buscando una estimulación más fuerte que la que otro amante podría granjear. No eran dolorosas, sólo hacían vibrar las entrañas de Corr, incluso el interior de sus partes más íntimas.

    Continuando con esto, Niko soltó un pequeño jadeo al sentir a Corr arquearse bajo él, o quizá fuese al oír su voz temblorosa, o al ver su cara, rendida al placer. Como fuese, suspiró y le mordió el labio, le besó otra vez invadiéndole con la lengua y, de pronto, se deslizó hacia abajo, quedando su cara cerca de la erección llena totalmente de preseminal del humano.

    —¿Recuerdas que hace unos años te dije que no tengo reflejo de arcada y tú no entendías por qué era algo de lo que presumir? —prácticamente lo susurró, temiendo que su voz fuese a temblarle.

    Abrió la boca y su lengua acarició tímidamente la punta de ese órgano caliente y húmedo. Acto seguido, fue metiéndoselo en la boca, pasando más allá de la campanilla hasta que sus labios «engulleron» todo. Al tragar, su garganta se contrajo contra él, causando un nuevo espectáculo de sonidos en Corr.

    Niko se movió, aumentando muy ligeramente las descargas que recorrían a Corr, y quedó únicamente con la punta de su erección en la boca. La chupó, la acarició y finalmente la soltó. Sintiéndolo tan cerca de terminar, decidió darle un final de fuegos artificiales volviendo a sus primeras medidas: una de sus manos agarró la erección mientras que ahora dos dedos de la otra entraban en su cuerpo, siendo estos dos últimos los únicos que siguieron con las descargas, ahora dirigidas directamente a la próstata.

    Al lunar no le sorprendió que su cara se manchase, siendo que no se había apartado del todo. Se limpió con las manos y se lamió y relamió, ignorando las débiles protestas de Corr. Le dejó un último mordisco en el vientre y le desató con un gesto de la mano, viendo cómo sus brazos caían sobre la cama.

    —Duerme —volvía a sonar a orden, pero esta vez con un tono mucho más dulce —. Yo limpiaré todo este estropicio.

    Sin embargo, cuando vio que Corr se había quedado dormido no empezó inmediatamente a limpiar. Primero se abrió los pantalones, liberando su propia erección. Miró al durmiente y se mordió el labio, para nada dispuesto a hacer ni un solo ruido mientras se aliviaba a sí mismo sobre la propia cama.

    Terminó agachado, con la cabeza sobre el colchón y la respiración agitada, pero no se dio el lujo de tumbarse y descansar, como tanto le apetecía, sino que se levantó y, ahora sí, comenzó la sesión de limpieza, empezando consigo mismo, continuando con el cuerpo de Corr, al que además puso ropa limpia y cómoda, y terminando con la cama —y qué gracioso había sido verle cambiar las sábanas sin despertar a Corr, moviéndolo con un poco de magia—.

    Salió definitivamente de la habitación y miró a Charlotte, que estaba acurrucada junto a la chimenea. Se acercó a ella y sonrió al ver cómo movía la cola, contenta de verle. Le acarició la cabeza y disfrutó de oír esos chirridos tan graciosos de los zorros. La cogió en brazos, se sentó en el sillón que la royalet estaba ocupando y la dejó en su regazo, acariciándola plácidamente hasta que terminó por dormirse al calor del hogar.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Despertar a la gente con suavidad no era algo que entrase en el concepto que la gente tenía de los elfos lunares o, más concretamente, de Niko. Sin embargo, eso fue exactamente lo que hizo con Corr, llamándole con voz suave y meciéndolo suavemente hasta que le vio abrir los ojos.

    Sentado al borde de la cama, acarició su pelo y sonrió cuando sus miradas se encontraron, teniendo que contener una risa cuando Corr se puso rojo como una grana al recordar qué había pasado no hacía tanto rato.

    —Sí, me temo que no ha sido sólo un sueño húmedo —le tapó la boca con la misma mano con la que le estaba acariciando al ver que iba a protestar y volvió a ponerse más serio —. Escucha, Corr. No tenemos por qué hablar jamás de esto, ¿vale? Necesitabas ayuda, yo estaba ahí para ayudarte. No hay por qué darle más vueltas —volvió a sonreír cuando Charlotte subió a la cama de un salto, reclamando atenciones de su Faure-Demont entre gruñiditos y golpes de pata, y Niko acarició el lomo de la compañera para luego ponerse en pie —. En realidad, te he despertado porque tengo que irme ya. Makra me matará si no le doy una buena excusa para no estar ayudando con los preparativos. Ah… Dejé a tu sobrino lo mejor que pude. Cuando esté en Acier, preguntaré por él y te daré más información. Ahora, descansa un poco más o… No sé, lo que sea que haces cuando no estoy tocándote las narices.

    Le sonrió un poco, por fin, y después fue a la puerta, pero se detuvo en el umbral, con una mano en la jamba. Si aquel fuese un mundo ideal, en ese momento se habría dado media vuelta y habría saltado sobre él para besarle. Sin embargo, como no era un mundo ideal, ni siquiera se giró antes de salir definitivamente de la cabaña.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Encontró a Ghilanna acurrucada entre las raíces de un árbol centenario, o quizá fuese incluso milenario, dado el grosor y altura de su tronco. La verdad es que le preocupaba más el árbol que la elfa.

    —¡Salvaje! —exclamó Ghilanna a modo de saludo. Se puso en pie rápidamente y se empezó a sacudir la tierra y las hojas del vestido —¿Puedo ya regresar a la casa del humano?

    —¿Regresar? —Niko alzó una ceja en un claro signo condescendiente —Puedes ir, pero después de lo que le has hecho a Corr no sé si te dejará entrar.

    —¿Cómo? ¡Pero si no le he hecho nada!

    —¿Dices que no le has drogado? —preguntó ahora en un tono ácido, frunciendo el ceño.

    Ghilanna alzó la barbilla en un gesto de soberbia.

    —Le di un estimulante para acelerar un proceso perfectamente natural con fines científicos.

    —Le diste una puta droga para violarlo porque Corr te pone cachonda perdida y no sabes cómo reaccionar —gruñó Niko. Ahora fue Ghilanna la que frunció el ceño.

    —¡No me hables en ese tono, bárbaro!

    —Te hablaré en el tono que me salga de los cojones.

    —¿Sabes? —Ghilanna cruzó los brazos sobre el pecho —No entiendo por qué te quejas tanto, si está claro que te has aprovechado de los efectos de mi estimulante. ¡No lo niegues, sólo hueles a él!

    Niko apretó los puños y luego sacudió una mano. Como respuesta, el cuerpo de Ghilanna siguió la dirección del movimiento de la mano de Niko, estampándose contra el árbol. El lunar se acercó entonces a ella y le agarró el pelo. De un gesto brusco la obligó a caer de rodillas al suelo, frente a él, y le hizo alzar la cabeza.

    —Escúchame bien, porque sólo te lo voy a decir una vez. Dos personas, o más, tienen sexo sólo cuando todos los implicados lo desean de verdad. Si hay hechizos, drogas o coacción, ese deseo no es sincero. Cuando no hay deseo por parte de una sola persona, eso no es sexo: es aberración. Tú has provocado una aberración. Me das asco, solar. Me das un tremendo asco —le soltó el pelo, viendo con gesto de desagrado cómo la mujer caía al suelo, sujetándose la cabeza o masajeándose el cuero cabelludo, le daba igual —. Nar-Laris te rechazó. Corr te rechazará. Seguramente, hasta Acier te rechazará. Debería matarte, pero saber que estás muerta para todos los que te rodean es suficiente castigo, ¿no?

    Cuando escuchó a Ghilanna empezar a sollozar, chasqueó la lengua con auténtico asco. Dio una patada al suelo, tirando tierra sobre la solar, y después continuó su camino hacia su poblado.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Arala miró con auténtica preocupación a Adri. Estaba sentado frente a una ventana, con el codo apoyado en el alféizar y la mejilla sobre la mano, mirando hacia el bosque. ¿Cuánto rato llevaba allí? Hasta Cachorro, tumbado a sus pies, parecía triste y preocupado, con las orejitas gachas y la cola más quieta que en mucho tiempo.

    Se acercó a Adrien y le puso una mano en el hombro, ofreciéndole una taza de humeante té. Apretó los labios cuando el otro la rechazó con un gesto y dio una patada al suelo. Fue divertido ver que tanto humano como lobo alzaron la cabeza para mirarla con la misma expresión.

    —Ya basta. Llevas dos días enteros sin apenas probar bocado y mirando por la ventana lánguidamente como una muchachita de cuento. ¿Por qué no mueves el culo y haces algo para solucionar esto?

    —¿Haces algo? —Adri ni siquiera rio, sólo suspiró —¿Y qué quieres que haga? ¿Ir a Acier, esquivar a todos los guardias y gatos, colarme en el castillo, encontrar a Maèl y darle bofetadas hasta que me recuerde?

    —A mí me suena a plan —dijo la bruja con las manos en la cintura. Había dejado la taza en una mesita cercana —. Venga, venga, ¡vístete!

    —No voy a hacerlo, Arala —volvió a suspirar, acariciando la cabeza de Cachorro cuando éste la apoyó en su regazo.

    —¿Perdona? —estaba claro que la pelirroja estaba desconcertada —No te tenía por un cobarde, Adri.

    —¡Pues lo soy! —alzó la voz tanto que Cachorro movió la cola, creyendo que implicaba una sesión de juegos. Al ver que no, se sentó y se pegó todo lo posible a Adri, haciéndose un hueco entre sus piernas —Soy un cobarde, ¿vale? Me… Me aterra que… No quiero saber cómo me mirará cuando recuerde…

    Arala sintió una punzada de pánico cuando Adri rompió a llorar ahí mismo. Cachorro gimoteó y frotó la cabeza contra el abdomen de Adri, quien lo abrazó, encogiéndose sobre el animal. La bruja, por su parte, se acercó y lo abrazó como pudo, acariciándole el pelo con suavidad.

    —¿Qué ha pasado, Adri? ¿Qué no me has contado?

    No tardó mucho en arrepentirse de haber preguntado. El relato de su amigo hizo que su piel se pusiese de gallina y sus entrañas se retorciesen de puro espanto. Intentó, eso sí, mantenerse firme, serena, para poder serle un apoyo útil en esos momentos de clara fragilidad.

    —Pude soltarme cuando aflojaron el agarre —susurró Adri, aún con la voz rota, aunque ya sin llorar —. No sé muy bien qué pasó luego. Peleé, Cachorro se recuperó y peleó conmigo, pero supongo que eran muchos y nos tiraron al río. Pude agarrar a Maèl, pero yo… me habían golpeado tanto que… Si ese hombre no nos hubiese encontrado, supongo que nos habríamos ahogado los tres —completó el relato, besando entre los ojos del lobo, quien tenía las orejas gachas, como si entendiese la crudeza del relato.

    Arala tomó con suavidad la cara de Adri y le besó la frente, abrazándole después contra su pecho con infinita ternura. Adrien suspiró y acomodó la cabeza en su escote, rodeándole la cintura con una mano mientras la otra seguía enterrada en el pelaje del animalito.

    —Oh, querido… Ha tenido que ser una auténtica pesadilla. ¡Pero! —le volvió a coger la cara, obligándole a mirarle y, de paso, estrujándole un poco los mofletes —Maèl estaba bien cuando se despertó. Quitando eso de vomitar fuego y estar asustado y desorientado… ¿No lo recuerdas? Dijo que quería seguir su aventura…

    —Pero no llegó a decir si la quería seguir conmigo —suspiró Adrien con aire derrotado.

    —¿Oh? —Arala alzó una ceja, frunciendo un poco la otra —Adri, ¿acaso quieres monopolizar al príncipe de Acier?

    —¿Qué? ¡No! —a la bruja le divirtió mucho que las mejillas de Adri se tiñesen de rojo. Le dejó levantarse y asomarse otra vez por la ventana, pero a través del cristal pudo ver su expresión, de nuevo seria y pensativa —Le hice una promesa, Ara. Le prometí que le cuidaría y protegería, pero a la hora de la verdad… No pude hacer nada.

    —Adri, por favor, no te machaques tanto —suspiró, cruzando los brazos bajo el pecho con auténtica impotencia —. Eran muchos contra sólo dos. Te quitaron las armas, te inmovilizaron… No tienes magia, ¿qué más podrías haber hecho?

    —Ese es el problema, Arala. Que no pude hacer nada. Y si volviese a pasar algo así, de nuevo no podría hacer nada.

    Arala ladeó un poco la cabeza.

    —Bueno, pero tú mismo has dicho que Maèl no llegó a decir si quería seguir confiando en ti o no. ¿Qué te da más miedo? ¿Que quiera seguir a tu lado o que no quiera volver a verte? En ambos casos, para saber la verdad, primero tiene que recuperar la memoria, ¿no te parece?

    Adrien se giró a mirarla, rodó los ojos y tomó la taza, ya tibia, de infusión para darle un trozo.

    —Iré haciendo los preparativos.

    —¡Bien! —celebró Arala con un pequeño aplauso que hizo que Cachorro soltase un aullido feliz y moviese la cola, dando saltitos entre ambos humanos.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Pese a todos sus gatos espía, Tilda no esperaba encontrarse esa escena al entrar en la sala de descanso favorita de Étienne.

    El fuego estaba encendido y las pesadas cortinas echadas, lo que hacía que el ambiente fuese cálido, oscuro y agradable. Étienne estaba recostado en su sillón, cerca del fuego; se había quedado dormido con un libro. Grégoire estaba arrodillado en un escabel frente a él y le ponía una manta por encima, acariciando su mejilla con suavidad.

    Tilda cruzó los brazos bajo el pecho y se apoyó en el marco de la puerta, sin querer interrumpir ese momento tierno e íntimo entre rey y dragón.

    ¿Sigue enfadado conmigo? —no hubo necesidad de susurrar, lanzó ese mensaje telepáticamente.

    Está molesto, sí —respondió Guardián sin mirar aún a la bruja, demasiado ocupado asegurándose de que el rey estuviese cómodo —. También está muy preocupado y… triste. Está tan triste… ¿Por qué? ¿Cómo puede caber tanta tristeza en un cuerpo tan pequeño?

    Tilda hizo un pequeño puchero al escuchar esto. Suspiró y descruzó los brazos, acercándose al dragón para abrazarlo por la espalda. Apoyó la mejilla en su hombro y, con las manos rodeando la cintura de Grégoire, observó el rostro durmiente de Étienne.

    ¿Recuerdas cómo te sentiste cuando murió Cézanne?<i/> —alzó una mano para retirar algunos mechones del rostro del dragón. No obtuvo respuesta, pero notó cómo se había tensado su cuerpo —<i>Étienne siente lo mismo. Él perdió a alguien que era para él tan importante como para ti lo fue Cézanne —suspiró un poco, cerrando los ojos y disfrutando de un silencio sólo interrumpido por el crepitar del fuego, pero entonces se le encendió una bombilla —¿Por qué no hablas con él?

    ¿De qué? —el dragón giró un poco la cabeza para encontrarse con esos ojos violetas mirándole desde su hombro.

    No lo sé. Podrías contarle historias de Cézanne. Él no llegó a conocer a su abuelo, pero se ha leído sus diarios, seguro que le gustaría conocer otro punto de vista de esas historias. O puedes contarle cómo superaste el duelo…

    ¿El duelo? —frunció un poco el ceño, sin acabar de entenderlo —¿Qué es eso?

    Pues… —la bruja se separó un poco de él, quedando a su lado y tomándole una mano. Le gustó sentir esas garras acariciar su piel al apretarle los dedos —El proceso de duelo consiste en superar la pérdida de una persona querida. Ya sabes, cuando el dolor se calma y…

    Pero el dolor no se calma —la interrumpió Grégoire, ladeando un poco la cabeza. Se llevó la mano libre al pecho —. Sigue doliendo, incluso tras todos estos años. Supongo que simplemente me he acostumbrado.

    Vaya… Realmente le amabas, ¿hmn? —Grégoire tampoco acabó de entender el significado de esa frase, pero no preguntó —Igual puedes decirle eso. Que uno aprende a vivir con el dolor.

    Tras decir esto, Tilda miró una última vez a Étienne, le besó una mejilla a Grégoire y simplemente desapareció de la habitación, dejando un gato bostezando sobre la alfombra, cerca de la chimenea.

    El dragón miró a su alrededor sin mucho interés y terminó por subirse al sofá; se metió bajo la manta y pegó su cuerpo al del rey, rodeándole la espalda con los brazos y medio enterrando la cabeza en su pecho. Una de sus piernas encontró un hueco perfecto entre las del rey, la otra se acomodó sobre los cojines.

    Así puesto, en un extraño enredo con el cuerpo del rey, cerró los ojos, disfrutando de la agradable sensación del calor dado por el fuego de la chimenea, las mantas y el propio rey. El invierno estaba a la vuelta de la esquina, ya incluso había nevado en el reino, y eso para una criatura de sangre fría como un dragón era terrible. Por eso, esos momentos cálidos le hacían gorjear de puro gusto.

    No sabría decir si se quedó dormido o no, pero cuando volvió a abrir los ojos fue porque había sentido al rey removerse un poco. Liberó un poco el abrazo para dejarle espacio para moverse y le vio incorporarse y mirar a su alrededor con la confusión de quien se acaba de despertar. El dragón se quedó recostado, apropiándose ahora de un cojín que tendría la injusta tarea de sustituir el cuerpo de Étienne, y le miró desde abajo.

    Étienne —tardó unos segundos en darse cuenta de que el estremecimiento del rey venía porque había usado la voz telepática, no la física —. Perdón —dijo, corrigiendo esto con un carraspeo —. ¿Has descansado? —le vio asentir y sonrió un poco, un gesto que a muchos les habría resultado tiernísimo al tratarse de una sonrisa sincera y abierta, sin trabas sociales —Tilda me ha preguntado si seguías enfadado y luego me ha dicho que estás tan triste porque estás de duelo —no introdujo el tema, lo soltó así, sin más —. Me ha dicho también que debería contarte cómo llevo yo la muerte de Cézanne y, bueno… ¡Duele mucho la ausencia! —le dio un golpecito en el pecho a Étienne, dejando luego la mano ahí —Aquí siento como si faltase algo, ¿sabes? Pero no duele tanto como cuando murió. Supongo que la cosa es aprender a vivir con ese dolor. ¡Ah! ¡Y los recuerdos! Siempre quedan los recuerdos. ¿Es normal que sean tan brillantes y cálidos? Recordar las risas siempre alivia el dolor. Una vez, por ejemplo, estábamos en la biblioteca y él me estaba leyendo un cuento, y me puse tan contento con la historia que empecé a mover la cola y tiré todos los libros de una estantería. Cézanne se rio mucho y yo me reí con él, porque su risa era muy bonita. Me gustaría volver a oír la tuya, Étienne. Te pareces mucho a él, pero sonáis distinto… ¡Y, aun así, tu risa también es bonita! Aunque sólo la he oído una vez…

    Sus ojos, amarillos y de pupila afilada, brillaron como los de un niño pequeño cuando recibió unas caricias en la cabeza junto a una pequeña sonrisa. Su cabeza buscó esa mano cuando empezó a alejarse, como un animalillo exigiendo mimos, y cuando consiguió lo que quería, volvió a acomodarse sobre el cojín, abrazando de nuevo a Étienne.

    —Soy muy viejo, Étienne —volvió a hablar al cabo de un rato —. Y es cierto que llevo tanto tiempo lejos de los humanos que he olvidado muchas cosas, pero… Pero recuerdo otras. Y una de esas cosas que recuerdo es que sois muy, muy fuertes. Tu hijo estará bien, ¡y tú también! Con tiempo y apoyos, los humanos siempre os volvéis a levantar. Eso es algo que admiro mucho de vosotros —añadió, frotando su nariz contra la clavícula de Étienne con toda la confianza del mundo —. Me gusta cómo hueles. ¿Me puedes abrazar un rato más?

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    A Aimée se le escapó una risita cuando entró en los jardines y vio a Maèl a merced de las manos del dragón. La escena era cuanto menos curiosa, la verdad, y es que Grégoire tocaba el pelo y la cara del príncipe, le miraba las manos y le olfateaba como si fuese una criatura fascinante, cuando en realidad eran los dragones los que resultaban de auténtico interés.

    Esos ojos de reptil se giraron hacia la princesa en cuanto esta se acercó y le dedicó una sonrisa que hizo que Aimée sintiese su corazón encogerse por la ternura. Viéndose venir lo que se avecinaba, abrió los brazos y volvió a reír cuando el dragón no sólo la abrazó, sino que la levantó como si fuese tan ligera como una pluma.

    —¡Vaya! ¡Sí que estás contento! —se rio cuando sus pies volvieron a quedar en tierra. Se acercó a su hermano y se sentó a su lado en el banco, no tardando mucho en localizar a su padre, que leía en un banco cercano —¿Ha pasado algo?

    —¡Tilda me ha dado un calentador! O creo que lo llamó así —comentó Grégoire, dándose golpecitos en el torso —. Es un hechizo que me mantiene caliente en todo momento.

    —¡Ah, claro, pobrecito! El invierno te tenía debilitado, ¿verdad? Oh, antes de que se me olvide, Amélie me ha pedido que te diese esto —se metió la mano en el bolsillo, sacando una copa metálica —. Parece ser que se cayó el otro día y se rompió de tal forma que no la pueden arreglar. ¡Toma!

    La tiró y volvió a reír cuando Grégoire saltó para cogerla no con las manos, sino con la boca. Cuando cayó al suelo, ya no era un joven adorable, sino un dragón tan grande como un lobo que se revolvía en el suelo mientras sus poderosos dientes perforaban el acero.

    —Es increíble… Yo todavía no me acostumbro a estas transformaciones, ¿no soy fascinantes? —sonrió a su hermano, dándole entonces un pellizco en la mejilla —¿Cómo estás? ¿Te haces ya a la magia de tu cuerpo?

    Tuvo que volver a mirar al dragón cuando escuchó unos sonidos raros, parecidos a gruñidos, que venían de su garganta. De alguna forma, se había girado de tal forma que había terminado enredándose con su propio cuerpo.

    Vio cómo su padre se masajeaba el puente de la nariz en un intento de tomar paciencia y ella, por su parte, soltó un bufido divertido y se acercó para ayudarle. Tuvo que cogerle una pata trasera y sacársela de detrás de la cabeza, y después le ayudó a desenredar la cola de una de sus alas. El dragón se sacudió y recuperó la forma humana, sentándose en el suelo para volver a mordisquear la copa.

    —¿Cómo funciona esto de los cambios de cuerpo? —le preguntó, acariciándole el pelo como para comprobar que fuese de verdad.

    Grégoire alzó los ojos a ella, con la copa en la boca, y ladeó un poco la cabeza. Cuando apartó un poco la copa, Aimée pudo ver la marca de sus dientes en el metal, así como algunos trozos que ya habían sido mordidos.

    —No sé. Simplemente puedo hacer mi cuerpo distinto para adaptarme a mis necesidades del momento.

    —Pero ¿cómo funciona? —insistió ella, recogiéndose las faldas para sentarse en el suelo con él. Bueno, en el suelo exactamente no, usó un poco de magia para hacer que creciese bajo ella un cojín de hojas —¿Puedes tomar cualquier forma?

    —Puedo, uh… ¿Cómo decirlo? —miró a los árboles, como esperando su consejo, pero no escuchó nada más que su palpitante vida, así que suspiró y miró otra vez a la princesa —Puedo tomar cualquier forma que haya, umn, ¿asimilado?

    —¿Puedes explicarme eso un poco mejor? Por ejemplo, ¿cómo «asimilaste» la forma humana?

    —Humn… Toqué a Cézanne y leí su base biológica —dijo, tocando con la punta de su garra (la que correspondía al índice derecho) la frente de Aimée —. Luego asimilé esa lectura y pude tomar esta apariencia —se tocó ahora su frente con una sonrisa.

    —Eso suena ¡increíble! ¡Por el santo acero, siento que podría aprender tantas cosas de ti…! Oh, ¿qué ocurre?

    Miró cómo el dragón se ponía en pie, mirando hacia arriba. No necesitó respuesta, pronto ella misma sintió a Noiret y Brigitte, que habían estado sobrevolando los alrededores de Acier en su rutina como vigías. Ahora aparecían en el cielo que se había desde el jardín y aterrizaban, una con tanta elegancia, la otra llevándose por delante un matorral.

    Brigitte soltó un chillidito mientras se removía entre las ramas, pero consiguió salir por su propio pie y se sacudió, aunque ni así se libró de todas las hojas que se le habían enredado en el pelaje.

    Aimée se levantó también para recibir con mimitos a su pegaso mientras Brigitte, con sus andares torpes, primero le daba un buen lamentón a Maèl en toda la cara y después iba junto a Étienne, dándole en el proceso a Grégoire un golpe con la cola que lo tiró al suelo.

    El dragón soltó un gruñidito y en un par de saltos quedó junto a Étienne, subido al banco y metiendo la cabeza bajo su brazo para reclamar unas atenciones que iban en un principio a la tricot y que ahora, al parecer, habría que compartir entre los dos. Aimée, al ver que seguía con esa forma humana tan mona, se preguntó hasta qué punto el dragón terminaba de controlar sus transformaciones.

    —¡Ah, ya estáis aquí! —nadie habría podido decir de dónde había salido Tilda, seguramente había cambiado lugar con uno de sus gatos. Había tantos que a veces costaba seguirles la pista a todos, y uno debía estar justo tras Maél, porque ahí estaba ahora la bruja, abrazándolo por la espalda y dejándole (o haciéndole) apoyar la cabeza en su generoso escote —¿Qué noticias traen estas hermosas royalet?

    —Los elfos lunares están cerca —contestó Aimée al ver que su padre estaba muy ocupado intentando mediar en una especie de pelea entre dragón y tricot por ver quién recibía mayor número de caricias —. Dicen que llegarán al amanecer, al ritmo al que van.

    —Magnífico —sonrió la bruja —. Iré a hacer los preparativos, entonces.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    No tenía ni idea de qué estaba haciendo. No tenía un plan real, no sabía cómo demonios iba a entrar en una de las fortalezas mejor guardadas del continente, esquivar a la bruja tetona de los gatos y llegar hasta el puñetero príncipe medio elfo sin ser detenido o asesinado en el proceso.

    Miró a su lado, pero no se encontró la sonriente y preciosa cara de su perro-lobo, y eso le hizo gruñir de nuevo. Había tenido que dejar a Cachorro con Arala; así iría más rápido y llamaría menos la atención, aunque ser «discreto» no era algo a lo que estuviese acostumbrado. No porque le gustase particularmente que todo el mundo le mirase, sino porque su propia apariencia le hacía difícil pasar desapercibido.

    En fin, que estaba solo, sin su arco —esos falsos carboneros se lo habían roto y debían haber quemado los trozos, porque no los había encontrado—, armado sólo con un cuchillo —los carboneros también se lo habían quitado, pero sí había podido recuperarlo, al menos—, dirigiéndose a un reino en el que jamás había estado para cometer una misión suicida.

    Y, aun así, a pesar de repetirse una y otra vez todo lo que podría salir mal, no había dejado de avanzar.

    —¿Quién lo diría? —decía en refunfuños mientras apartaba trepaba un grueso tronco que alguna tormenta debía haber tirado —Aquella bruja tenía razón —no hablaba de Tilda o de Arala, sino de alguna bruja que había conocido en otro momento —. Vas a morir joven por imbécil. Porque eso es lo que eres, un imbécil.

    Consiguió llegar a la cima del tronco y bajó con cuidado, y estaba por seguir con sus gruñidos y quejas cuando escuchó voces que le hicieron callarse, detenerse y afinar el oído. Sí, eran voces de mujeres. Hablaban casi en susurros, en una lengua que Adri no conocía, pero que no tardó en identificar como élfico.

    Despacio, se acercó al origen de las voces y asomó tras un tronco. Él no sabía mucho de la sociedad élfica, daba igual hablar de solares o de lunares, pero imaginaba que esas cinco mujeres bien protegidas, peinadas y armadas que hablaban en círculo debían ser líderes, porque a su alrededor había otros elfos, hombres, que se estaban encargando de mantener un fuego avivado y cocinar en él algunas piezas de caza.

    Era un grupo relativamente numeroso, siendo los lunares como eran bastante dados a utilizar escuadrones reducidos, y entre esos rostros pudo reconocer dos: una de las mujeres que hablaban era Mar’iz, la reina de una ciudadela de Lanu Kah o, como la llamaban los humanos, Ferrot; la otra cara conocida era la del único hombre que no estaba haciendo nada, el elfo que había salvado a Maèl.

    Cierto era que al Kurlah no lo conocía de nada, más que de ese fugaz encuentro unos días atrás, pero con Mar’iz tenía una historia un poco más profunda. Pensó que, con suerte, uno de los dos podría ponerse a su favor y ayudarle a llegar hasta Acier.

    Dio un par de pasos en dirección a ese campamento improvisado, teniendo al momento una docena de armas apuntándole. Alzó las manos, mostrándose desarmado, y suspiró con cierto alivio cuando Mar’iz lo reconoció.

    —¿Adri? —preguntó, bajando su arma. Dio una orden y todos los demás obedecieron, incluso las otras reinas.

    —¿De qué conoces a este humano, Mar’iz? —preguntó la más aterradora de esas mujeres. Quizá esta impresión se debía a que tenía los ojos rojos, y no claros, como las demás.

    —Fue mi juguete. Un tiempo —añadió la reina con una sonrisa que sólo podía catalogarse como lujuriosa —. Nos lo pasamos muy bien, ¿verdad?

    —Nunca había disfrutado tanto siendo atado —reconoció Adri con una sonrisa tranquila.

    —¿Tú también lo conoces, esposo? —volvió a hablar la mujer aterradora. Ante esto, el Kurlah que se había mantenido apartado del grupo, silbando una canción, soltó una risita —Ah… ¿Este es el hombre guapo del que me hablaste? —enarcó una ceja y se acercó, tomando el mentón de Adri con una mano para hacerle bajar, mirándole mejor a los ojos —No está mal, la verdad. Me gusta este mechón —dijo, acariciando con suavidad los cabellos blancos de Adri —. Me llamo Makra y soy la cabeza de las Tribus de Lanu Kah —se presentó por fin, decidiéndose a dedicarle una sonrisa a ese humano —. Ahora bien, ¿vas a decirnos por qué te has acercado a nosotras?

    —Makra —se quejó Mar’iz, cruzando los brazos bajo el pecho —. Respondo por él.

    —Puedes responder hasta por un lunar, querida, pero mi pregunta se mantiene.

    Ambas mujeres se miraron, una manteniéndose estoica, la otra soltando un siseo antes de bajar los brazos. Mar’iz, cediendo, le hizo un gesto con la cabeza a Adri, aconsejándole así que hablase.

    —Tengo que llegar a Acier. Vais en esa dirección, ¿no?

    —¿Por qué demonios quieres ir tú a Acier? No pareces súbdito —habló otra de las reinas. Los hombres habían vuelto ante una silenciosa orden a sus tareas.

    —No lo soy —reconoció Adri —. Pero en la Corte hay un amigo al que necesito ver.

    —¿El príncipe? —habló esta vez el Kurlah, consiguiendo que todas las mujeres, menos su esposa, que seguía analizando al humano, se girasen a él —Creía que ese tema estaba zanjado ya.

    —En lo absoluto —hizo amago de acercarse a él, pero Makra se lo impidió sin siquiera moverse, sólo con sus ojos. Adri alzó otra vez las manos, brevemente, en gesto de conformidad, y suspiró —. No sé muy bien por qué, pero una bruja le borró la memoria y lo tiene encerrado. ¡Tengo que hablar con él!

    —Humn…

    Makra terminó por girarse a mirar a su esposo.

    —¿Te lo estás planteando?

    —Corr querría que lo hiciera.

    El matrimonio mantuvo una mirada larga que terminó cuando Makra suspiró y volvió a mirar a Adrien, alzando un poco la barbilla con altivez.

    —Puedes venir con nosotras, pero quedas en manos de mi marido y de Mar’iz. No sé qué vas a hacer y no quiero saberlo. No me responsabilizaré ni de ti ni de tus actos, y si alguien me pide explicaciones, me lavo las manos. ¿Entendido?

    —Claro como el agua —respondió Adri, totalmente serio.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El reino de Acier les recibió con las puertas abiertas, literalmente. La comitiva élfica no tuvo ningún inconveniente en pasar, incluso cuando no todas las miradas que recibían de las gentes del reino eran amistosas o curiosas, había algunas que estaban auténticamente envenenadas, pero ni las reinas ni sus sirvientes hicieron el menor gesto de haberlas apreciado.

    Entraron en el castillo cuando estaba rompiendo el alba, y a los pies de las primeras escaleras, en la gran sala de recepción, encontraron no al rey, sino a la segunda persona más poderosa de todo el reino, a nivel político: Lara Reverdin, mariscala del ejército, apoyada en su enorme espada.

    Lara hizo una respetuosa inclinación con la cabeza a modo de saludo, consiguiendo que Makra sonriese, complacida, mientras sus ojos recorrían a la mariscala con total desparpajo, desde la cabeza hasta lo pies y a la inversa.

    —Sed bienvenidas al castillo de Acier —saludó, dando un golpecito en el suelo con la espada —. Soy Lara Reverdin, marisc-

    —Sabemos quién eres —la interrumpió Makra con una voz que sonaba casi ronroneante —. Incluso a Lanu Kah ha llegado tu fama como guerrera y consejera. Saltémonos los protocolos, tratémonos de tú. De guerrera a guerrera es un trato justo.

    Lara afiló los ojos, pero terminó por asentir e hizo un gesto abierto con la mano.

    —Así será… Makra —se permitió una pequeña sonrisa al ver la sorpresa en esos ojos rojos —. También ha llegado aquí tu fama. Eres la única princesa del grupo y, aun así, las demás reinas cumplirán tus órdenes, ¿me equivoco? —sostuvo la mirada de Makra, saboreando el momento unos segundos antes de volver a hablar —Eres una Kurlah, igual que… —sus ojos pasaron ahora a Niko, quien alzó un poco la cabeza y la ladeó con una sonrisita. Si los gatos sonriesen, seguramente sería así —…igual que tu marido. Pero eso no me impedirá daros una patada en el culo a los dos si causáis algún problema. De guerrera a guerrera, es una advertencia justa.

    —Oh, cuánta hostilidad —se rio Fube, otra de las reinas, moviendo su larga coleta plateada con un gesto de la mano —. Creía que éramos bienvenidas.

    —Sois bienvenidas… aunque no hayáis sido invitadas, exactamente —dijo por lo bajo —. Pero ese sacerdote —señaló con la espada a Niko, quien saludó con la mano sin vergüenza alguna —provocó revuelo no hace mucho en las calles de Acier. Mató a cinco hombres.

    —Estrellas rojas —se defendió Niko con un encogimiento de hombros al recibir algunas miradas de las otras reinas lunares —. Me amenazaron y yo les respondí. Pero nadie más resultó herido.

    —Ese comportamiento es intolerable en una casa ajena, esposo —sonrió Makra con suavidad, sin siquiera mirarle, todavía con los ojos fijos en la mariscala —. Vas a tener que prometer que te portarás bien mientras estemos aquí. No queremos que Lana nos vea como enemigos, ¿verdad?

    —Lo prometo —sonrió Niko, tocándose el pecho con dos dedos.

    Lana le miró, bajó la espada y asintió.

    —Hemos preparado estancias para vosotras y para vuestros sirvientes. Nuestro servicio está a vuestra disposición, dentro de ciertos límites. No olvidéis que este es un reino humano, no elfo.

    —Sería imposible olvidarlo —dijo con condescendencia Nirala, otra de las reinas, mirando a su alrededor. Lana sólo soltó un pequeño bufido.

    —El rey os recibirá en unas horas.

    —No hemos venido a ver al rey —volvió a hablar Fube —, sino a presentarle nuestros respetos al dragón.

    —El dragón estará con el rey cuando os reciba —dijo Lara entre dientes —. Descansad, reponeos del viaje y os avisaremos cuando puedan recibiros.

    —Suena bien —dijo Makra en tono conciliador. Chasqueó la lengua y al momento los sirvientes que había tras las reinas recogieron el escaso equipaje que llevaban y que habían dejado en el suelo —. Esperaremos con impaciencia —le sonrió a Lara.

    Un par de sirvientes de la casa Faure-Demont guiaron a las lunares y su pequeño séquito a sus aposentos, cómodos y luminosos —aunque en esos momentos las cortinas estaban corridas para hacer ambientes oscuros, más aptos para sus ojos—.

    Niko se dejó caer sobre la enorme cama que tenía para compartir con Makra y se estiró, recordando una vez más a un gato. Precisamente fue un gato el que maulló desde el alféizar de una ventana. Niko lo miró y se encontró con unos ojos violetas. Le guiñó un ojo al animal, viendo cómo este se desvanecía al momento en el aire.

    —¿Qué ha sido eso? —preguntó Makra mientras, sentada en un escabel, se quitaba sus botas.

    —La bruja del reino. Cattalis, creo que es.

    —Ah… Sí, me suena —Makra bostezó y se puso en pie, estirándose también para luego tumbarse al lado de su esposo, quien no dudó en apoyar la cabeza en el hombro de la mujer —. Esa mariscala es increíble —suspiró con una sonrisa afilada —. Te digo yo, esposo, que antes de que nos vayamos la habré sometido de tal forma que no podrá volver a correrse sin pensar en mí.

    —Te van las cazas difíciles, ¿hmn? —Niko sonrió, mirando a uno de los dos sirvientes que terminaban de acomodar las cosas —Chico guapo, aprovecha ahora para hacer lo que tengas que hacer.

    Adri se giró a mirarle. Todos los sirvientes de los elfos se habían cubierto los ojos con gafas oscuras y el pelo con capuchas, y para terminar el disfraz de ese humano, se había puesto un pañuelo en el trozo de piel visible que quedaba en su rostro. Al propio Niko le sorprendió que aquello funcionase, pero bien, los humanos nunca habían sido demasiado avispados para estas cosas.

    —Gracias.

    —No agradezcas tanto —habló Makra, cruzando los brazos tras la cabeza —. Nos debes un favor.

    —Lo sé.

    La elfa cerró los ojos y, cuando escuchó la puerta cerrarse y los pasos de ese hombre alejarse, se giró a mirar a Niko.

    —Tu debilidad por los humanos es una de esas cosas que nunca podré entender.

    —Si te sirve de algo, yo tampoco podré entender nunca tu debilidad por las mujeres.

    Makra se rio.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    De nuevo, estaba solo y sin tener ni puñetera idea de qué hacer. Milagrosamente, había conseguido esquivar guardias y gatos sin que nadie siquiera le dirigiese una mirada. Debía agradecer su costumbre de caminar sin hacer ningún ruido, y es que esa había sido una habilidad que había tenido que desarrollar dada la naturaleza de su trabajo. Lo que no esperaba era usarla entre cuatro paredes, fuera de un bosque.

    ¿Dónde estaría Maèl? Realmente no tenía ni idea. No tenía a mano un mapa del castillo, aunque qué bien le habría venido, la verdad. Contuvo un gruñido al encontrarse por segunda vez con la misma escultura. ¿Cómo podía orientarse mejor en un bosque que en un castillo?

    «Relájate, Adrien», se riñó mentalmente «Eres un gran rastreador, de los mejores que hay. Sólo tienes que respirar hondo y buscar las huellas. Siempre hay huellas.»

    Aquí no hay huellas.

    Adrien se detuvo de golpe al escuchar esa nueva voz en su cabeza. Por un momento, pensó que podría tratarse de su subconsciente, o quizá simplemente se estaba volviendo loco. Pero no, no reconocía esa voz. Era de un hombre, suave, pero a la vez tenía cierta fuerza. Era extraña, y había resonado con absoluta claridad en su mente.

    No estoy cerca de ti.

    Adri gruñó cuando escuchó eso justo después de haber mirado a su alrededor.

    ¿Por qué buscas a Maèl?

    «¿Quién eres?»

    ¿Por qué buscas a Maèl?

    Adri frunció el ceño y se rascó una sien. Escuchó pasos y se ocultó tras una columna, evitando así ser visto por un par de muchachas que debían pertenecer al servicio del castillo.

    «Soy un amigo suyo. Sé que le han borrado la memoria, quiero ayudarle a recuperarla. ¿Quién eres tú y cómo puedes hablar en mi cabeza?»

    Asomó por la columna y, al ver el pasillo despejado, decidió seguir moviéndose. No le parecía buena idea quedarse mucho tiempo quieto en cualquier pasillo.

    Tilda le quitó la memoria por un motivo.

    «Ya, ¿y qué dice el rey de todo eso?»

    … … Gira por la derecha, o te encontrarás con los gatos de Tilda.

    Adri volvió a frenar en seco ante esta indicación. Asomó muy discretamente a la izquierda y vio, efectivamente, la cola de un gato. Tornó entonces por la derecha.

    «¿Vas a ayudarme?»

    Déjame mirar en tu cabeza.

    «¿Qué…? ¿Para qué?»

    No necesitó respuesta, al momento sintió las intenciones de aquella voz. Quería ver de primera mano, entre sus memorias y pensamientos, qué era lo que pretendía realmente hacer con el príncipe. Adri respiró hondo e intentó relajarse, sintiendo entonces cómo algo entraba en él. Era como una caricia, pero muy íntima, pues no era dada a su cuerpo, sino a su alma, si tal cosa existía.

    No sabía muy bien qué pensar o sentir de aquello, así que sólo contuvo el aliento y esperó hasta que sintió cómo esa mano psíquica le dejaba en paz. Había sido, desde luego, la experiencia más extraña de su vida. Y eso que hacía pocos días sus propias costillas le estaban atravesando los pulmones.

    Te ayudaré a llegar. Sigue mis indicaciones exactamente.

    A partir de ese momento, Adri decidió ponerse en manos de aquel desconocido. Y sus señales eran tan precisas que el muchacho sintió que podría cerrar los ojos y aun así seguir el castillo sin chocarse con nada ni con nadie.

    Cuando quedó frente a una puerta, la de los aposentos del príncipe, dejó de escuchar la voz. Imaginaba que eso significaba que ahora estaba solo.

    Tragó saliva y probó a empujar un poco la puerta. No hubo resistencia alguna, nadie había echado el cerrojo, así que entró sin problemas, encontrándose con una estancia grande y bien amueblada que se dividía en varios ámbitos. No le costó mucho calcular que sólo esa habitación era más grande que su casa allá en Puerto del Mar. Cosas de la realeza, seguramente.

    Miró a los lados hasta que dio con la zona de dormitorio. La cama era grande y estaba cubierta con doseles. No tuvo muchos reparos a la hora de descorrer las telas, aunque sí perdió un momento el aliento al ver a Maèl. Su pelo era rubio, pero ahora se había aclarado y también se había vuelto mucho más largo. Era cierto que ya lo había visto así, pero la última vez que le había mirado, no estaban ninguno en las mejores condiciones.

    Siguiendo con el repaso, su piel parecía más pálida, sus orejas más puntiagudas. Por dios, hasta sus labios eran más coloridos. Ese príncipe siempre se le había hecho muy mono, pero ¿por qué ahora quería besarle?

    Claro que ese impulso se fue por el desagüe cuando recordó…

    Cerró los ojos, respiró hondo y volvió a abrirlos con la mandíbula tensa. Se quitó la capucha, bajó el cuello de la ropa y dejó las gafas colgando de su cuello, liberando totalmente así su rostro. Se inclinó entonces un poco sobre el príncipe y lo tomó de los hombros, sacudiéndole y llamándole con suavidad. Cuando el chico despertó, rápidamente le puso una mano en la boca para que no gritase.

    —Por favor, guarda silencio —le susurró —. Te prometo que no voy a hacerte nada. Sólo quiero hablar contigo.

    Le miró a los ojos hasta que le vio asentir, momento en el que retiró la mano de su boca y, despacio, intentando mostrarse inofensivo, se sentó al borde de la cama, a su lado. Le miró y le puso una mano en la mejilla, viendo (y sintiendo) cómo toda la sangre del príncipe se agolpaba de pronto en su cara, provocando un sonrojo violento. Sonrió con tristeza en una suave caricia y luego bajó otra vez la mano.

    —Realmente no recuerdas nada, ¿verdad? —suspiró al ver la cara de incomprensión del príncipe y se frotó el pelo, pensativo —Me llamo Adri y, aunque no me creas, tú y yo nos conocimos hace algo así como un mes o… sí, creo que fue un mes, más o menos… allá por las Montañas Azules —al ver que iba a protestar, alzó una mano para pedirle silencio —. Lo sé. Te han hecho creer que nunca saliste de aquí. Escucha, no sé cuánto tiempo tengo, así que déjame hablar, por favor.

    Sin embargo, no habló. No al momento, al menos. Se miró las manos, que descansaban sobre sus muslos, y apretó los puños, relajando después los dedos. Se armó de valor y volvió a mirarle.

    —Estuve a punto de no venir a por ti. Me sentía avergonzado, terriblemente avergonzado y horrorosamente culpable —no, no podía mirarle mientras decía eso. Volvió a bajar la mirada —. Porque se suponía que yo debía cuidar de ti y no pude evitar que ocurriesen cosas malas. Pensé que, si no recordabas lo malo, tampoco importaba si no recordabas lo bueno, aunque… Creo que nos lo pasamos bien —ahora sí, le dirigió la mirada con una sonrisa triste —. Me gustó mucho tenerte conmigo. No me había dado cuenta de lo solo que estaba hasta que te perdí. Y eso que a ratos me volvías totalmente loco.

    Respiró hondo y sacudió la cabeza. Se estaba yendo por las ramas.

    —La cosa está, Maèl, en que una amiga me ha hecho ver que mi decisión estaba siendo egoísta. Porque, en realidad, no es mi decisión. Nadie tiene el derecho de quitarte tus recuerdos, ni los buenos ni los malos. Y quiero que lo recuerdes todo, incluso lo que realmente no me gustaría que recordases, porque sin esos momentos perdidos… ¿Cómo vas a poder decidir? —se pasó una mano por la cara —No te diré que vuelvas a viajar conmigo, entendería que no confiases en mí o que… eso tan malo te hiciese quedarte en casa un tiempo. Pero sí quiero que recuerdes para que puedas plantar cara a la bruja tetona esa y a tu padre y a quien sea para decirles qué quieres hacer tú. Si quieres viajar, si quieres quedarte…

    Su discurso se vio interrumpido cuando escuchó pasos acercándose. Se tensó y se puso en pie rápidamente. De entre las ropas se sacó un cuaderno y se lo tendió a Maèl, pero tras mirar otra vez hacia la puerta y escuchar los pasos más cerca, optó por meter directamente el cuaderno bajo las mantas del príncipe.

    —Se dice que ni el mejor hechizo de ocultamiento puede cambiar el color de los ojos de ninguna criatura porque nuestros ojos muestran qué somos. Las brujas los tienen violetas, los Kurlah elfos los tienen rojos… Mis ojos dicen que le pertenezco a la naturaleza: al bosque y al mar —dijo, señalándose primero el ojo verde y después el azul —. Los tuyos, Maèl, son de un azul increíble, pero no es el azul del estandarte de Acier. No, en tus ojos veo el cielo de una tarde de verano, ese cielo sin nubes, brillante y hermoso. Eso es libertad —la puerta se abrió de golpe y dos soldados entraron gritándole al intruso que alzase las manos, que estaba detenido. Adri no se resistió mientras le cogían las muñecas y se las juntaban en la espalda —. ¡Libertad, Maèl! ¡Eso eres tú! ¡Así que recuerda! ¡Recuérdalo todo, recuérdame a mí, por favor! —dijo mientras lo sacaban prácticamente a rastras de la habitación.

    Una vez estuvo en el pasillo, dejó de hablar y miró a los dos guardias. No parecían muy amigables, así que decidió caminar a su ritmo hasta las mazmorras.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Lo único que oía era el goteo constante y rítmico de alguna filtración que formaba un charquito asqueroso en el suelo. Para bien o para mal, Adrien estaba atado al otro extremo de la celda, así que tampoco tenía que preocuparse mucho por aquella ciénaga en miniatura. Bueno, el olor era ineludible, pero viviendo como vivía, no era lo mejor que había llegado a sus fosas nasales.

    Este silencio relativo se vio roto con el chirrido de una puerta y, acto seguido, por tacones que caminaban hacia él. Vio las botas detenerse frente a él, al otro lado de la reja, y subió por esas largas piernas hasta detenerse en el busto de la mujer, del que pasó rápidamente a una cara conocida.

    —Oh, hola —saludó con una pequeña sonrisa —. Por favor, pasa, siéntate. Te ofrecería algo de beber, pero tengo la despensa vacía y las manos un poco atadas…

    —¿Alguien te ha dicho alguna vez lo gracioso que eres? —al ver a Adri ensanchar su sonrisa, Tilda escupió al suelo —Pues te ha mentido.

    —Algo me dice que no te caigo bien…

    —Y quizá sea lo único en lo que tienes razón. ¿Qué demonios pretendías al venir hasta aquí, estúpido muchacho? ¿Creías que si veía tu patética cara se acordaría de todo así, de pronto?

    —No —Adri parecía hasta ofendido con aquella afirmación —. Pero valía la pena probar a meterle la lengua en la garganta, ¿no crees?

    Tilda apretó los labios tanto que por un momento se convirtieron en una fina línea roja en su rostro. Con un chasquido de dedos, la puerta de la celda se abrió y ella entró, acercándose a Adri. Los tacones que llevaban la situaban casi a su altura, así que pudo mirarle a los ojos sin mucho problema.

    —Esta es la última advertencia que te doy: aléjate de Acier.

    —Difícilmente voy a poder hacerlo estando esposado a una pared, ¿no? Quiero decir, no es mi primera vez atado e indefenso frente a una puta…

    Si iba a decir más, el puñetazo de Tilda se lo impidió. Se lamió la zona interna de las mejillas y escupió sangre, volviendo a mirar después a la bruja con mucha calma, como si aquello no fuese con él.

    —Sólo sigues vivo porque tu amiga reaccionó a tiempo. Lo entiendes, ¿no? ¿Entiendes que tu vida me importa menos que la de un saltamontes viejo? —Adri asintió lentamente y Tilda cruzó los brazos bajo el pecho —¿Vas a irte sin hacer ruido?

    De nuevo, Adri asintió y Tilda chasqueó los dedos. Los grilletes se abrieron y Adrien pudo bajar los brazos. Se masajeó las muñecas y miró a la mujer, que empezaba a darse la vuelta. Esperó pacientemente y, en el momento justo, la empujó contra la reja con todas sus fuerzas.

    El cuerpo de la bruja rebotó y, al caer hacia atrás, Adri la atrapó y la tiró al suelo. Tilda gruñó y se revolvió, pero lo cierto es que Adri era lo suficientemente fuerte como para retenerla, así que se decidió a hacerle explotar como un sapo. No pudo hacerlo, no cuando Adri le metió en la boca a saber qué. Era del tamaño de una moneda, pero se disolvió rápidamente en su boca y, cuando se quiso dar cuenta, ninguno de los conjuros que estaba intentando salían bien.

    —Arala te manda saludos —siseó Adri.

    —¡¿Qué has hecho?!

    —Es temporal —respondió con calma —. Bueno, pero esto es de mi parte.

    Dicho esto, le devolvió el puñetazo. Tilda, al tener su magia desactivada, por decirlo de alguna forma, recibió el golpe como cualquier otra persona, quedando inconsciente.

    Adri sacudió la mano en el aire, se levantó y se sacudió un poco las ropas para salir de allí. Por desgracia, no llegó muy lejos. Sintió la punta de una espada no en la espalda, sino en la nuca, así que alzó las manos y se giró muy despacio, encontrándose con una mujer de mirada fiera. Adri tragó saliva, pero alzó un poco la barbilla.

    —Debo hablar con el rey.

    —Mira tú por dónde… Voy a conceder tu deseo.

    Y eso fue lo único que escuchó Adrien antes de que la misma mujer le diese un puñetazo en el estómago con un puño cubierto de metal, seguido de otro golpe en la cara que le hizo perder la consciencia, además de sangrar abundantemente por la nariz.
  13. .
    Una de las preguntas que los teólogos han intentado responder es: ¿cómo nacen los demonios?

    A este respecto ha habido multitud de formulaciones, y si bien algunos sostienen que los demonios son aquellos ángeles que cayeron con Lucifer tras la Gran Guerra Celeste, otros dicen que son el resultado del mal primigenio y que, por tanto, nacieron junto con todo lo demás, y otros tantos afirman rotundamente que los demonios van surgiendo en función se comenten pecados innombrables.

    De todas estas teorías, la primera es la más cercana a la verdad, pero lo que los teólogos y demonólogos no han tenido jamás en cuenta es una pieza clave para la resolución de este enigma, y es que no hay sólo un tipo de demonios. De hecho, hay dos.

    El más abundante y, sobra decirlo, más fácil de encontrar en la Tierra, es además el de menor poder. En su día fueron almas humanas, pero debido a un proceso que nadie, ni los propios demonios, es capaz de entender del todo, se han corrompido hasta tal punto que han adquirido una categoría demoníaca. Toda alma que acaba en el Infierno acaba convirtiéndose en un demonio, con el paso del tiempo.

    A raíz de aquí cabría preguntarse cómo acaba un alma en el Infierno, pero eso ya es otro tema que no viene a cuento ahora mismo.

    El otro tipo, el más poderoso y escaso, es, tal y como sostenían los expertos de los que hablábamos antes, ángeles emponzoñados. De nuevo, ni siquiera entre los propios demonios hay un consenso de qué lleva a un ángel a convertirse en un demonio, pero sí está claro que no es algo exclusivo de los rebeldes de la Gran Guerra Celeste, pues con el correr de los siglos, otros muchos ángeles han caído.

    Algunos ángeles y demonios han intentado estudiar el tema y han llegado a la conclusión de que, tal vez, existe un límite entre el Bien y el Mal y, al cruzarlo, un ángel pierde su esencia. Desobedecer a Dios sería ese límite, pero entonces ¿qué pasa con Samatriel?

    Todos los ángeles y demonios que una vez fueron ángeles conocen el nombre de Samatriel. Es un ángel caído, pero no es un demonio. Ha desobedecido las Sagradas Órdenes, pero sus alas siguen siendo blancas. No es aceptado ni por un bando ni por otro y, de hecho, es perseguido por ambos.

    Un famoso demonio bromeó una vez diciendo que, cuando Dios creó a Samatriel, se le debió caer algún ingrediente secreto en la mezcla que le impide la transformación. A esto, un demonio mucho menos famoso y con menos neuronas contestó que no sabía que las criaturas celestiales pudiesen ser comparadas con las Super Nenas. A nadie le hizo gracia la broma y ese demonio no volvió a ser visto.

    Dejando ese incidente de lado, el problema quedaba bastante claro. ¿Qué era Samatriel? ¿Qué debían hacer los demonios con él? Algunos querían destruirlo al verlo como un ángel atípico. Otros querían tirar de sus tobillos hacia el Abismo, considerando que podría ser un fortísimo aliado en la Guerra que se avecinaba.

    En cuanto a James, lo cierto es que con el tiempo había desarrollado con el correr del tiempo gran simpatía hacia ese gigantesco montón de plumas, quizá incluso lo más parecido a una amistad que un ángel y un demonio podían tener. No había sido fácil ganarse su confianza, seguramente en realidad no lo había logrado, pero tenían una especie de acuerdo de mutua ayuda.

    Claro que era difícil ayudarle cuando dejaba cuerpos de desposeídos tirados por cualquier campo neerlandés. James suspiró, viendo los cadáveres atravesados por una espada angelical. Se inclinó y cogió un poco de la sangre que había sobre la hierba con un meñique, lamiéndoselo para comprobar que, efectivamente, esa sangre era la de Sam. Uno de esos bastardos lo había conseguido herir, quién sabe si de gravedad, pero no había ni rastro del ángel.

    Con un chasquido de dedos, hizo que los cadáveres y la sangre desapareciesen. No los había eliminado, sólo los había transportado a un sitio donde serían devorados. Al menos así esa carne serviría para algo y los perros infernales estarían alimentados.

    Cerró después los ojos, intentando encontrar la esencia de ese ángel, pero le fue imposible. Cuando se cortaba las malditas alas, su rastro se perdía, igual que parte de sus poderes. James sabía que se sometía a esa tortura precisamente para eso, para no ser encontrado con facilidad, pero eso no evitó que chasquease la lengua con molestia.

    Bien, lo buscaría de otro modo.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Abrió los ojos despacito, parpadeando varias veces para intentar acostumbrarse a la luz que entraba por una ventana y le golpeaba justo contra los párpados. Era, por suerte, una luz rosada y suave, propia de un atardecer, aunque eso no quitaba que siguiese siendo molesta al dar directamente contra sus ojos.

    Soltó un gruñido mientras se incorporaba, con sus ojos recorriendo la habitación, un barrido rápido que le permitió relajarse, especialmente cuando vio al hombre que había a su lado y que ahora se acercaba a la cama para intentar impedirle moverse.

    Lo apartó con un empujón suave y se miró las manos. Estaban limpias, aunque aún quedaba un poco de sangre seca bajo las uñas. Bajó la mirada a su cuerpo y se tocó el pecho y el abdomen, buscando ver cómo iban las heridas bajo las vendas blancas que lo envolvían.

    Vio entonces que sus pertenencias, es decir, su ropa y su espada, estaban en la mesita de noche. Sus ojos pasaron casi al momento al vaso que le ofrecía el humano. Lo tomó con cierta vacilación, pero acabó bebiéndose el agua de un trago. No respondió al aviso que le había dado el sacerdote de que iba a buscar a alguien, tampoco lo siguió con la mirada cuando salió de la habitación. Simplemente dejó el vaso sobre la mesa y se puso en pie.

    Cuando el cura volvió a entrar con el hombre al que había ido a buscar, Samatriel se estaba terminando de quitar las vendas del abdomen. De los golpes y pequeños cortes que tenía unas horas antes ahora no quedaba ni rastro, pero sí seguía habiendo una herida en su piel, la estocada que le había dado ese demonio y que necesitaría más tiempo para sanar.

    —¿Cómo…? —empezó a tartamudear el hombre más anciano —¿Cómo se ha curado usted tan rápido?

    La respuesta llegó en forma de un gruñido suave. Los dos humanos intercambiaron una mirada mientras el ángel volvía a vendarse, entendiendo que esa era la mejor forma de proteger esa herida mientras terminaba de sanar. Después, empezó a vestirse, no tanto por pudor, ni siquiera por frío, quizá simplemente por costumbre.

    —¿Cómo se llama? ¿Quién es usted? —volvió a hablar el hombre mayor.

    —Sam —fue la escueta respuesta. Sus ojos azules se clavaron en los del hombre y ladeó un poco la cabeza —. ¿Quiénes sois vosotros?

    —Yo soy el padre Facundo Bianchi y él es mi pupilo, el padre Pasquale Monti.

    —Facundo y Pasquale —repitió Sam despacito, asintiendo después como para confirmar los nombres consigo mismo.

    —A mi amigo y a mí —carraspeó el tal Bianchi —nos gustaría saber qué hacía usted con esa arma blanca y cómo terminó herido y cubierto de sangre. ¿Estamos dando cobijo a un asesino?

    —He matado —Sam terminó de ponerse la camiseta, pero entonces vio el agujero que había en ella. Metió dos dedos en esa rasgadura de la tela y frunció un poco el ceño —. Fue en defensa propia.

    Bianchi abrió y cerró la boca un par de veces, claramente desconcertado. Intentaba entender qué tenía ese hombre en la cabeza, pero todo parecía indicar que sólo pensaba en que su camiseta se había roto.

    —Explíqueselo todo a la policía —se atrevió a intervenir, haciéndole un gesto a Pasquale para que retrocediese un poco —. Si realmente ha sido en defensa propia…

    —No creo que sirviese de nada —comentó Sam, todavía mirando sus dedos salir entre la tela, aunque ahora que se fijaba, no sólo estaba rota, también acartonada por la sangre seca que la manchaba —. Eran demonios, así que ya no habrá cuerpos.

    —Demon- Espere, ¿se ha enfrentado usted a demonios, en plural? ¿Y ha sobrevivido?

    Bianchi retrocedió un paso cuando el ángel le miró directamente a los ojos. Samuel no buscaba ser amenazante, simplemente creía que, al hablar con alguien, hay que mirarle a los ojos. No contaba con que su mirada pudiese ser hostil, no era su intención.

    —Soy fuerte y llevo mucho tiempo luchando contra ellos.

    —¡Pero…! ¡No hace falta matarlos!

    —Si cinco demonios me rodean y me atacan con armas, yo me defiendo y alguno muere. Pero creo que sólo maté a dos, los otros tres fueron satisfactoriamente exorcizados —respondió el ángel con la misma calma de alguien que habla del tiempo y no, desde luego, como un hombre que ha sido apuñalado por demonios. Frunció un poco el ceño —. Bien, creo que los exorcicé a los tres.

    Facundo retrocedió otro paso, tomó de la muñeca a Pasquale y lo alejó de ese hombre para hablar con él en voz baja.

    —¿Me recuerdas por qué querías recoger a este pirado de la calle? —le preguntó en un susurro.

    Tuvo que soltar un grito ahogado cuando, de pronto, Sam estaba inclinado sobre ellos, invadiendo su espacio personal.

    —¿Qué es un «pirado»? —preguntó con la inocencia de un niño.

    El mayor sólo volvió a abrir y cerrar la boca un par de veces, buscando las palabras, para finalmente suspirar y alzar las manos en un signo de petición de paz. Pasó por el lado de Sam, lanzándole a Pasquale una mirada que gritaba que tuviese cuidado, y se acercó a la puerta.

    —Creo que tengo alguna camiseta vieja que podría valerte. Para que no vayas… así —dijo, señalándole con un gesto vago.

    Dejó la habitación y Sam miró entonces a Pasquale. Lo evaluaba con los ojos, pero entonces ladeó la cabeza con el mismo gesto de muda incomprensión que había mostrado a ver sus dedos asomar por la tela rota.

    Alzó una mano y le quitó las gafas, acercándose un poco más a su cara. De hecho, quizás estaba demasiado cerca, porque sus narices se rozaron ligeramente. Por suerte, no se quedó así mucho rato, al poco estaba moviéndose para mirarle mejor las mejillas y el cuello; casi parecía que le olisqueaba como un perro ante un potencial amigo.

    Se apartó entonces de golpe y le miró de arriba abajo y de abajo arriba. Le rodeó y, de nuevo frente a él, le tomó una mano y le hizo levantarla. Le estiró los dedos y le miró la palma. Después, hizo algo muy extraño —o más extraño—, y es que puso su mano contra la mano de Pasquale, terminando al final por entrelazar sus dedos y apretarle un poco la mano.

    —Pareces un humano normal —murmuró, todavía tomándole la mano así. Le volvió a colocar las gafas y le soltó por fin —. No entiendo por qué estábamos destinados a conocernos.

    Quizá Pasquale quisiese preguntar algo, pero no tuvo la ocasión, no cuando, de pronto, apareció un hombre en la habitación. Era alto, aunque no tanto como Sam, y vestía un traje negro. Su pelo, también negro, estaba bien peinado, y sus ojos azules, fríos, miraron a uno y a otro con una sonrisa divertida.

    —Sam, querido —habló con un acento dolorosamente británico, dando una suave palmada en el aire —, tienes una pinta horrible.

    —He encontrado una camiseta vieja. Está desgastada, pero… —las palabras de Bianchi se cortaron a mitad cuando, al entrar en la habitación, encontró a ese desconocido. Dio un respingo y la camiseta que traía se cayó al suelo. Rápidamente recobró la compostura y miró al recién llegado con un gesto adusto —Quién eres y cómo has entrado en mi casa —no había sonado a pregunta, sino a exigencia.

    —Ah, claro, qué poco educado por mi parte —el desconocido siguió sonriendo mientras hacía una pequeña reverencia, con una mano en la espalda —. Me llamo James, soy un amigo de este gigantesco vagabundo.

    —No somos amigos.

    —Y ustedes son Bianchi y Monti, ¿verdad? —siguió hablando James, como si Samatriel no hubiese abierto la boca.

    —¿Pero cómo sa-…?

    —Sammy —había vuelto a interrumpir a Bianchi, esta vez totalmente adrede —. Ni te imaginas los problemas que me ha dado rastrearte. He tenido que usar brujería —dijo con un gesto que mostraba su desagrado —. Menos mal que aún tenía un par de cabellos tuyos o habría sido imposible.

    —Pero eso es lo que pretendía —respondió el ángel —, que fuese difícil encontrarme.

    —¡Pero bueno! —protestó Bianchi, empezando a dejar de estar asustado para, simplemente, estar molesto —Vosotros dos. ¿Quién sois? ¿Exorcicios, brujería…? Más os vale empezar a explicaros.

    James soltó una risa ante lo que él vio como una pataleta adorable. Apoyó el codo de un brazo en la otra mano, y reposó los dedos de la mano libre en su mejilla, mordiéndose el labio con auténtico deleite.

    —Pobre viejo, parece genuinamente confundido. ¿Qué les has contado?

    —Que luché contra cinco demonios y exorcicé a tres —respondió Samuel, recogiendo la camiseta del suelo.

    La miró y se quitó ahí mismo la que llevaba, sin importarle, quizá incluso sin notar, cómo los ojos de James le recorrían y prácticamente devoraban. Se puso la nueva camiseta. Era de algodón y le iba algo justa, pero al menos no estaba rota.

    —Tan parco en palabras como siempre, ¿verdad, querido? —miró a los curas —Sentaos.

    No esperó a que obedeciesen. Hizo un gesto de mano y, al momento, los dos hombres se vieron arrastrados por una fuerza invisible a la cama. Esa misma fuerza, como una mano, les hizo sentarse en el borde de la cama, dejándolos además parcialmente inmovilizados.

    Sam frunció el ceño ante esto y alzó su mano hacia ellos. Al momento, pudieron volver a moverse.

    —¿Por qué lo has hecho? —se quejó James, dando un pequeño pisotón al suelo —Eres un aburrido, querido. Ah, lamento mucho lo de tu amiga, la profetisa. Un final bastante desagradable.

    —¡Los profetas no existen! —se quejó Bianchi, claramente intentando no dejarse amedrentar.

    —Claro que existen. ¿Cuántos hay en el mundo? —preguntó James, mirando a Sam, quien ladeó un poco la cabeza.

    —Hace una hora nació el doceavo —miró a los curas —. Tengo todos sus nombres grabados en mi cabeza.

    —No entiendo nada…

    —Claro que no. Sólo eres un humano.

    —¿Y vosotros sois…?

    —Dos viejas almas —miró entonces a Sam y enarcó una ceja —. Espera, ¿tenemos alma?

    —No lo sé —respondió Samatriel, rascándose una sien —. Soy un enviado de Dios. James es un demonio.

    Bianchi soltó una carcajada amarga, pero entonces James se inclinó hacia él, tomándole el mentón con una mano. En un parpadeo, sus escleróticas habían pasado de ser blancas a ser negras y su sonrisa se amplió en una mueca grotesca de afiladísimos dientes.

    Al momento, Bianchi se tensó y empezó a murmurar un exorcizo, pero James chasqueó los dedos y el italiano se quedó sin voz, literalmente. Intentó hablar y gritar, pero ni siquiera un sonido ahogado escapaba de su garganta.

    —No quieres enfrentarte a mí, vejestorio —le susurró, con esa sonrisa que se abría hasta sus pómulos —. No es algo que os convenga —miró al joven Monti y, en un parpadeo, volvió a tener una cara humana y normal, con una sonrisa diplomática —. He venido a ayudar. No a vosotros, a mi amigo Sam.

    —No somos amigos —repitió el ángel.

    —Ya, bueno. Seríamos amantes, pero eres demasiado santurrón y mojigato —se burló James, acercándose a Sam para poner una mano en su pecho —. Oh, qué bien te queda la ropa así, apretadita.

    Samatriel se lo sacudió de encima de un gesto y se acercó a la cama. Dos de sus dedos rozaron la frente de Bianchi, quien al momento pudo volver a hablar, mirando con auténtico miedo a esos dos hombres.

    —Una profetisa tuvo una visión con Pasquale Monti —explicó, mirando al hombre en cuestión —. Al poco fue asesinada por un demonio. No sé por qué soñó contigo, pero puede ser que corras peligro. O quizá hay algo más que aún no sé. De todas formas… He venido a protegerte. ¿Me dejas protegerte?

    —Qué bonito —suspiró James —. Bueno. Ya sé dónde estás y que sigues vivo. Llámame si me necesitas.

    Sam no se giró a mirarle, pero tampoco habría servido de mucho, porque James se había desvanecido en el aire, sin más. El ángel se echó el pelo hacia atrás con una mano y se alejó un paso de los dos hombres, poniéndose después de rodillas.

    —Esta situación es tan confusa para mí como para vosotros —explicó, dejando las manos sobre sus muslos —, pero me gustaría quedarme aquí un tiempo.

    —El enviado de Dios, amigo de un demonio —bufó Bianchi, entre asustado, molesto y a la defensiva.

    —Es una relación complicada. Me ha salvado la vida alguna vez y yo le he protegido otras tantas. Pero no somos amigos.

    Bianchi frunció el ceño.

    —¿Cómo sabemos que no eres tú también un demonio?

    —Sois exorcistas —dijo con sencillez, mirándole sin malicia alguna —. Os doy permiso para realizar el conjuro, si es lo que queréis —se giró de nuevo a Pasquale, esperando una respuesta por su parte.


    SPOILER (click to view)
    Se me había pasado por la cabeza escribir un poco más, pero tampoco quería quitarte mucho terreno para mover a Pasquale.

    En fin, James xdd Llevaba ya unos días pensando que le faltaba algo a este rol, pero no sabía qué hasta que se me vino a la mente la idea de introducir un demonio amistoso, un coleguita de Sam. Irá y vendrá de cuando en cuando, creo que puede ser divertido. Para su apariencia, te ofrezco estas imágenes: I y II.

    A ver qué te parece esto, que creo que ha quedado bastante caótico xdd
  14. .
    Había sido su decisión y, además, no había sido una decisión aleatoria, sino que la había meditado largo y tendido durante días. Sabía perfectamente que cortar por lo sano con Massimiliano era lo mejor tanto para sí mismo como para el italiano, pero no podía evitar sentirse triste y notar ese rastro amargo que el pequeño monólogo le había dejado en la boca.

    También sabía que iba a ser duro. Era necesario, sí, pero no iba a ser agradable. Y había visto su cara mientras se lo decía. Massi había intentado mantenerse inalterable, pero Sammy había visto el dolor en sus ojos y eso había hecho que él mismo sintiese esa garrita rasguñar su corazón.

    Volvió a repetirse que aquello era lo mejor. Sí, la herida dolería unos días, pero luego cicatrizaría y la piel sería más fuerte que antes. Después de todo, ¿cuánto hacía que se conocían? ¿Dos semanas? Esa herida no podía infectarse. Se olvidarían el uno al otro, o al menos Massi le olvidaría pronto. Seguramente tenía un ejército de amantes donde ahogar sus penas, «Samanta» sólo había sido un capricho vacacional.

    Se sonrió un poco —aunque fue una sonrisa triste— al pensar en ello. Sí, la herida cicatrizaría y la cicatriz se desvanecería hasta no dejar ni rastro.

    De todas formas, tenía ahora otros asuntos más importantes en los que pensar. Esto era, por supuesto, Daniel. No podía dejar de pensar en las cosas horribles que le había dicho y en que no había tenido la oportunidad para disculparse con él.

    —Pero no está muerto —se recordó en un susurro quedo.

    Era cierto, no estaba muerto. Se despertaría pronto, si no se había despertado ya, y Sam podría plantarse delante de él y decirle que le quería mucho y que no quería perderle. Que prefería meterse en mil situaciones locas antes que no estar con él.

    Quizá esto era porque, sencillamente, no sabía estar sin Dani y la perspectiva de no tenerle a su lado era demasiado para él.

    Apoyó una mano en el pomo de la habitación de Lou y respiró hondo.

    Tras la conversación con Massi, por llamarla de alguna manera, había ido a desayunar con Marcia y Lizzy, quienes le habían preguntado por Dani. Cuando había dicho que estaba con Lou, las chicas habían soltado silbidos y un par de grititos de emoción, pero Sam había conseguido cambiar pronto el tema, a saber si porque las músicas habían visto su incomodidad o porque realmente les apetecía más hablar de qué harían al terminar su contrato en el hotel.

    Tras eso, había pasado por la cocina, donde estaba bastante atareados ante la falta de un chef. Cuando Sam habló con Leen, ésta le guiñó un ojo. Al parecer, se había preocupado al pensar que podía haberse vuelto a emborrachar, pero si estaba con Dani… Sólo le quedaba esperar que la cosa acabase bien para ambos.

    En fin, al final había estado bastante rato dando vueltas por el hotel, pero ahora llevaba unos largos minutos detenido frente a la puerta. Le había quitado la llave a Lou antes de irse para no despertarle llamando, así que ese no era el problema. No, simplemente… Estaba terminando de desarrollar su discurso mentalmente.

    Todavía no había decidido si iba a empezar agradeciendo a Dani por haberse bebido él el veneno, echándole la bronca por su imprudencia o disculpándose por la discusión del día anterior. Empezaba a creer que, al final, simplemente le abrazaría con fuerza y con eso Daniel sabría leer todos sus pensamientos.

    Era lo que ocurría cuando era pequeño. Corría a los brazos de su hermano, que siempre lo abrazaba. Solían terminar sentados en un sillón o en la cama, con Sammy en el regazo de Dani y acurrucado contra su pecho, y Daniel le acariciaba el pelo y le canturreaba canciones, y siempre, siempre, sabía qué había ocurrido o qué era lo que le preocupaba o entristecía.

    Durante mucho tiempo, Samuel había imaginado que su hermano era una especie de brujo capaz de leer su alma, pero después, con el tiempo, comprendió que simplemente era muy observador y, además, le conocía mejor, quizá, de lo que el propio Sammy se conocía a sí mismo.

    Sacudió la cabeza y respiró hondo. Si seguía esa línea de pensamientos, no sabía muy bien a dónde le llevaría, pero desde luego no quería averiguarlo, no en esos momentos, al menos. Tenía que poner cierre a esa horrible situación y, cuando estuviese eso solucionado, hablar con Dani de qué pasos dar a continuación.

    Se decidió por fin a abrir la puerta, y al momento se arrepintió de haberlo hecho. Su sonrisa se perdió por completo, sus brazos cayeron, como pesos muertos, a ambos lados de su cuerpo y sus labios primero se entreabrieron y luego se cerraron, como un pez boqueando.

    Estaban los dos despiertos, algo que le habría sorprendido en una situación normal, pero es que en este caso ese no fue el motivo de su sorpresa. Porque sí, estaban despiertos, pero también se estaban besando.

    No era la primera vez que pillaba a Dani en la cama con alguien, y esta no era la ocasión en la que más comprometida había sido la escena. Es decir, sólo se estaban besando. Se abrazaban, tenían los dedos de una mano entrelazados. Podía ver la mano de Daniel enredándose en el pelo de Lou, y la mano libre de Lou sujetando, o acariciando, no lo veía bien, la cintura de Daniel.

    Sorprendentemente, lo primero que se le vino a la cabeza no fue el sentimiento de pudor al haber invadido una habitación en un momento íntimo, sino algo mucho más visceral, egoísta y, hasta cierto punto, irracional.

    ¿Por qué Dani podía besar a Lou cuando él había tenido que empujar a Massi con todas sus fuerzas fuera de su vida? ¿Por qué Dani podía ser abrazado por Lou cuando él había tenido que ir a cortar toda relación con Massi? ¿Por qué Dani podía tener todo lo que quisiera y él siempre tenía que renunciar a todo?

    Una parte de él le gritaba que esos pensamientos no eran justos, pero la otra simplemente gritaba. No palabras, no pensamientos coherentes, sólo un grito desgarrado y continuo teñido de rojo.

    Vio a través del velo de las lágrimas —¿cuándo había aparecido? — cómo esos dos sacaban la lengua de la boca del otro para mirarle. Sólo llevaba dos segundos en ese dormitorio, pero a Samuel le había parecido mucho más, como si el mundo fuese a cámara lenta.

    Daniel le llamó y tuvo la osadía de sonreírle. Esa maldita sonrisa fue demasiado para Samuel. Apretó los puños, tensó la mandíbula y dio un paso hacia el interior.

    —Te he traído tu maquillaje —dijo, dejando caer, literalmente, la bolsa al suelo, sin importarle si algo se rompía o no.

    —Sammy, ¿estás bien? —le preguntó Daniel, empezando a incorporarse.

    Ahora que no tenía a Lou encima, Samuel vio que seguía llevando solamente la lencería. Se le pasó por la cabeza que, si hubiese entrado unos minutos más tarde, Lou estaría subiéndose los pantalones con la cara tan roja como su pelo, y no simplemente recolocándose la ropa, de pie a un lado.

    —Estupendamente. Y veo que tú también.

    —Sammy —el menor no le dejó continuar esa frase.

    —No, cállate —ordenó de una forma tan abrupta que Dani cerró la boca y le miró con auténtica estupefacción —. Eres un hombre despreciable, Daniel Graham.

    —¿Qué he hecho ahora? —preguntó con una voz muy suave, claramente contrariado por semejante recibimiento.

    Samuel soltó un bufido divertido, o todo lo divertido que puede ser el bufido de un hombre cabreado, y negó con la cabeza.

    —Que no lo sepas lo hace peor.

    Y dicho esto, se dio media vuelta y se fue dando un portazo. No pudo ver cómo Dani se levantaba de la cama y, todavía adolorido, tropezaba y se agarraba a la mesilla de noche para no acabar en el suelo. Tampoco le habría importado, no en esos momentos.

    Enfiló las escaleras para dirigirse a su habitación, pero se topó de frente con Hudson. La sonrisa de ese hombre normalmente le habría asustado, pero en esta ocasión sólo consiguió empeorar su humor, por lo que cuando se acercó a él para tocarle, Sammy reaccionó empujándolo con tanta fuerza que el hombre cayó de culo sobre las escaleras con una expresión de total sorpresa.

    Samuel se dio media vuelta para no seguir enfrentándose a esa cara de pánfilo que le había dejado al representante de la banda y decidió salir. Buscó ese banco apartado de las miradas ajenas donde ya se había sentado alguna vez y, al verlo libre, soltó un largo suspiro. Se dejó caer, viendo una fina franja de mar a través de unos arbustos, y dejó las manos en su regazo.

    Sintiendo su corazón palpitando dolorosamente en el pecho y escuchando un zumbido sordo en sus oídos, respiró hondo de nuevo y cerró los ojos, intentando controlar su respiración.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —Estoy bien —repitió Dani por tercera vez desde que Samuel se había ido de la habitación. Para corroborar sus palabras, esta vez cogió las mejillas de Lou y le dio un beso corto en los labios, sonriéndole mientras le soltaba —. Voy a arreglarme. Después, le buscaré, hablaré con él y todo irá bien.

    Diciendo esto, recogió la bolsa con su maquillaje del suelo y la llevó a la coqueta, inspeccionando con calma el estado de todos los cachivaches que había ahí dentro. Viéndole, nadie diría que su hermano acababa de insultarle y salir corriendo.

    Se sentó entonces y empezó a maquillarse. La base cubrió sus pecas perfectamente, eso era lo que más le preocupaba, pero ya que estaba, no perdió la oportunidad de hacer lo demás. Las cejas se volvieron negras bajo el mismo pincel que resaltaba sus pestañas, y con un dedo se pintó los labios quizá en un color algo más discreto del rojo que acostumbraba a llevar. Recuperó su peluca y se la puso, peinando un poco con los dedos, y por último cogió el sujetador y el vestido, metiendo las piernas por el escote y ofreciéndole la espalda a Lou para que subiese la cremallera.

    Se miró al espejo, viendo a una mujer morena en el cristal, no a un inglés rubio trasnochado, y suspiró mientras rectificaba un poco el pintalabios con el dedo meñique.

    —Tú —se giró a mirar a Lou y le dio un golpecito en la frente con un dedo —. Pareces agotado. Túmbate y duerme un poco más, ya te incorporarás al trabajo más tarde.

    Le cogió entonces de la pechera de la camisa y tiró un poco de él para acercárselo. Acarició con la punta de la nariz sus labios de forma juguetona, le miró a los ojos y le dio un mordisquito suave en la barbilla. Después, le besó, abrazándose a él.

    —Todo irá bien —le prometió en un susurro, todavía rodeando su cuello con los brazos —. Ahora también estás tú para cuidarle, no estará enfadado para siempre.

    Con esta frase, le agarró una nalga, soltó una risita con su reacción y se separó para irse, caminando con la tranquilidad y confianza de siempre, aunque todavía sentía agujas pinchar sus músculos. Cerró la puerta a su espalda tras una última sonrisa y fue a las escaleras, donde vio a Hudson mascullando algo claramente descontento. Dani simplemente pasó por su lado sin siquiera mirarle y subió a su dormitorio, encontrándolo vacío.

    Miró un poco el panorama y terminó por cerrar la puerta. Para conseguir más intimidad, corrió también las cortinas de la ventana. Realmente esperaba encontrar a Samuel allí, aunque ver a Hudson había abierto una posibilidad en su cabeza que había terminado siendo la correcta: Samuel estaba fuera del hotel, respirando aire medianamente puro e intentando ponerse en orden.

    Eso significaba, básicamente, que tenía tiempo de actuar.

    Sacó de debajo de su cama una maleta y la dejó sobre la cama, abriéndola para rebuscar en un bolsillo. De ahí sacó una nueva peluca, una de cabellos rojos largos y rizados. La dejó en la coqueta y corrió al espejo con la bolsa de maquillaje. Con mucho cuidado, quitó suficiente maquillaje para dejar un par de lunares al aire, incluyendo uno sobre el labio, y después se retiró el lápiz negro de las cejas, cambiándolo por uno castaño-rojizo que pegaba mucho más con la peluca.

    Respiró hondo y se quitó la negra para colocar la nueva roja. Arregló un poco su aspecto, se quitó el vestido y lo cambió por uno de los que le había dado a Samuel. En Dani se veía algo distinto, sobre todo cuando se ató una cinta a la cintura, haciéndolo ver más entallado y como si la falda tuviese más vuelto.

    Miró un reloj y recogió sus escasas pertenencias a toda velocidad, guardándolo todo en la maleta. La ropa ocupaba menos al haberla enrollado bien apretada, dejando así sitio para el estuche de maquillaje. Pensó en su saxofón, pero estaba en una salita tras bambalinas en la sala de actuaciones. Bueno, si sobrevivía, conseguiría otro.

    De encima de su mesita de noche tomó el papel en el que había escrito una partitura en letra algo temblorosa y apelotonada gracias a la droga. Le dio media vuelta y ahí escribió una nota corta para Samuel. La dejó en la mesita, recogió la maleta y dejó su copia de la llave sobre la cama, saliendo después de la habitación.

    La mujer que recorrió el pasillo no balanceaba las caderas de forma provocativa como Daniela, tampoco tenía la misma expresión de femme fatale que caracterizaba a la morena, sino que parecía una mujer bastante del montón, sobresaliendo sólo por su cabello rojo, que tan bien combinaba con ese vestido azul claro.

    Con toda la calma del mundo, tomó el ascensor, pero apenas señaló la planta baja, cambió de idea y marcó la tercera. Caminó hasta la puerta de Massimiliano y llamó un par de veces, sonriendo al hombre que le abrió, como si no hubiese soñado nunca con golpearle con el saxofón en la cabeza.

    —No te robaré mucho tiempo —aseguró mientras cruzaba la puerta, empujándole un poco con el hombro. Se giró y le vio evaluarla, como si la conociese, pero no supiese de qué —. ¿No me reconoces? —soltó una pequeña risa, acariciando uno de los rizos rojos que caían sobre su hombro —Es perfecto. Si tú, que me has llevado en brazos a mi habitación cuando me dio el bajón de la heroína, no me reconoces… Claro que no sé de qué me sorprende. Tampoco me reconociste como el hombre —con esta palabra, su voz sonó más grave, varonil —con el que te acostaste hace no tanto —y dicho esto, se levantó las faldas para mostrar su lencería negra, que no dejaba lugar a dudas de su sexo.

    Suspiró y se sacó un cigarrillo, tomando una cerilla de la caja que tenía Massi en la mesita de noche para prenderlo. Dio una calada y enarcó una ceja mientras intuía que el italiano estaba procesando la información.

    —Tú y yo le hemos hecho muchísimo daño a Sammy. Si de verdad le aprecias… —se pensó lo que iba a decirle. ¿Le insistiría en que se alejase de él? ¿Serviría de algo, acaso? —No vuelvas a hacerle daño. Eso incluye no decirle que me has visto, ¿entendido?

    Dio otra calada, volvió a coger su maleta y, sin decir ni escuchar nada más, salió de la habitación y, poco después, del hotel.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    No necesitó desenterrar la cara de entre sus manos para saber quién se había sentado a su lado. Le bastaba con ese olor que mezclaba el tabaco, el alcanfor y la propia esencia de Massimiliano, pero si no hubiese sido bastante, la calidez de esa mano alrededor de sus hombros le habría dado también una pista importante.

    Sin dejar de temblar en medio de un llanto desconsolado, se inclinó hacia él, apoyándose en su pecho y dejándose abrazar por el italiano. Sus manos, frías, temblorosas y totalmente húmedas por las lágrimas que llevaba un tiempo ya derramando, se aferraron a la ropa de Massi como si eso fuese lo único que le impidiese caerse al suelo.

    —Se ha ido —consiguió sollozar, con la voz totalmente rota —. Me ha abandonado —añadió, esta vez en un susurro agudo.

    Lo decía, pero sabía que si Massi estaba allí con él era porque ya se lo habían dicho.

    Al tranquilizarse, había subido a la habitación. La primera señal de alarma había sido ver la coqueta totalmente despejada. La segunda, las llaves en la cama de Dani. Por último, había visto la nota, un papel reutilizado y arrugado donde simplemente ponía: «Lo siento. Te quiero con todo mi corazón.»; era un mensaje claramente insuficiente para el daño que había causado.

    Sintiendo todo su mundo derrumbarse, Samuel había corrido a la habitación de Lou, despertándole a base de golpear su puerta de forma frenética. Le había graznado alguna cosa incomprensible, ni el propio inglés recordaba bien el qué, y le había dado la nota.

    No estaba muy seguro de lo que había pasado después. Es decir, sí sabía qué había pasado, pero no recordaba cómo se habían sucedido los acontecimientos. Lou había salido para avisar a alguien, seguramente a Marcia, Lizzy, Leen y Martin, para que le ayudasen a buscar a Daniel. Samuel se había quedado en mitad de un pasillo, atontado, sintiéndose fuera de su cuerpo, como si aquello lo estuviese viendo en una sala de cine y no a través de sus propios ojos.

    Alguien, ¿Lizzy?, le había cogido de los hombros y le había besado la frente con un amor casi maternal, diciéndole que fuese a un sitio tranquilo para calmarse. Que ellos encontrarían a Dani. Y Samuel había asentido y se había ido a paso de autómata, como si no supiese perfectamente que no lo iban a encontrar.

    Porque si Daniel sabía hacer algo era desaparecer.

    Mark, el pianista del hotel, había encontrado a Sam parado en el recibidor del hotel, mirando a su alrededor totalmente fuera de su cuerpo, buscando quizá algo que lo sacase de ese trance, pero sin mucho éxito. Le había preguntado qué le ocurría, y su voz le había llegado tan amortiguada que Samuel se había sentido bajo el agua.

    Había vuelto a echarse a llorar ahí mismo y le había dicho, creía recordar, que Dani se había ido y le había dejado atrás. Mark, ante esto, no había sabido bien qué hacer, sólo apartar a Sammy del tránsito general y abrazar a la que consideraba una novicia contra su pecho. Le había acariciado la espalda y le había susurrado algo para calmarle. Después, le había llevado a ese banco, el mismo que Sam había ocupado tras gritarle a Dani, y se había ido.

    Teniendo en cuenta que lo siguiente que había ocurrido era que Massi había aparecido a su lado, imaginaba que el pianista había ido a buscar al italiano de propio.

    Poco a poco, meciéndose por el calor y el olor de Massimiliano, Samuel se fue tranquilizando de nuevo. Sabía que eso sólo era momentáneo, en cualquier instante volvería a echarse a llorar, pero al menos por ahora podía respirar un poco.

    —Le he dicho cosas horribles —murmuró, sin soltarse de Massi. En un impulso infantil, se subió a su regazo, buscando ser acunado como un niño pequeño, o quizá sólo consiguiendo un abrazo más apegado. Su cabeza encontró el hueco del cuello del hombre especialmente cómodo, y ahí se acurrucó —. Le he dicho que era… despreciable. Y ayer le dije que a su lado sólo tengo problemas, que mi vida es un infierno por su culpa. Estaba… sentía tanta ira que… No he podido pedirle perdón.

    Ahí estaba, otra vez las lágrimas. Se pasó una mano por la nariz, en un intento de limpiarse un poco y respiró hondo por la boca, apretándose un poco más contra el pecho de Massi.

    —No sé qué hacer… No sé qué tengo que hacer, Massi. No sé tampoco qué quiero hacer. Siento… tantas cosas… Es un torbellino en mi cabeza, siento que estoy perdiendo la cordura. Porque está Dani, con toda su situación, pero también estás tú, que te niegas a salir de mis pensamientos por mucho que mi lógica me obligue a apartarte de mí. Por favor, Massi —sollozó, agarrándose con más fuerza a su ropa —. Por favor, dime qué hacer. No puedo más…


    SPOILER (click to view)
    Primera respuesta desde el nuevo ordenador. Espero que no haya cosas raras, que aún me estoy haciendo al teclado xDD

    Ah, el formato ha muerto, no existe. Renuncio a él xdd
  15. .
    Lulú había estado muy preocupado, tanto que ni siquiera había comido cuando se habían podido sentar un momento, ya tras las murallas de Galandra y una vez finalizada esa batalla mágica a lo lejos. Por eso, ver a Ife sano y salvo le había llenado de alegría, una alegría que ni siquiera la inquietante presencia de un nigromante había podido apagar.

    Aquella habitación tenía dos camas: una grande, donde estaban Mutuwa y nigromante, y literas, donde dormían los otros tres. La mano de Jullen colgaba desde el piso de arriba y Lulú tuvo que tener cuidado para no golpearse la cara con ella cuando Nuluha le hizo levantarse.

    Medio dormido, tardó unos minutos en darse cuenta de que la guerrera no sólo iba bien armada y cubierta con su armadura, sino que había recogido sus escasas pertenencias y las cargaba a la espalda. Ese tiempo que necesitó en despejarse y comprender la situación fue el mismo que les llevó salir de la posada a hurtadillas.

    —Espera —murmuró, frotándose un ojo y mirando hacia la ventana de la que era su habitación —. ¿A dónde vamos?

    —Lejos —susurró Nuluha.

    —¿Y qué pasa con los otros? ¿Y Kitá, Ife y Jullen? —protestó Lulú, deteniéndose a un lado de la calle.

    —Las vacas no pueden bajar escalones y yo no voy a cargar a una ternera, no tengo ni fuerzas ni ganas. Ife estará bien y Jullen… Bueno, seguro que se las apañará. Venga, Lulú, vámonos —insistió, tomándole la muñeca para tirar de él. No le sorprendió encontrar resistencia —. ¿Es que no entiendes qué ocurre?

    —No mucho —reconoció el muchacho —. Has dicho que esperaríamos a mañana para hablar, yo…

    —A eso se le llama «mentir» —tuvo que reajustarse los bártulos al hombro —. ¿Acaso no has oído al condenado nigromante? ¡Trabaja para Cárrigan!

    —Pero… Ha dicho que le ha traicionado, ¿no?

    —Mi amor —suspiró y se mordió el labio, comprobando rápidamente que no se encendiese ninguna luz a su alrededor —. Cárrigan te busca y los nigromantes no son conocidos precisamente por su sinceridad y buena fe. ¿No crees que pueda estar intentando engañarnos y que en cuanto tenga la ocasión nos matará a nosotros y te llevará a ti con el maldito brujo?

    —No me ha dado esa impresión, creo que decía la verdad —murmuró Lulú, conteniendo un bostezo —. Pero no podemos dejarles ahí, Nu. ¡Tenemos que volver con ellos!

    Nuluha terminó por dejar en el suelo la bolsa más pesada. Respiró hondo, pellizcándose el puente de la nariz, y miró a Lulú a los ojos, acariciándole una mejilla.

    —Vale, supongamos que es cierto. Vamos a decir que ha traicionado a Cárrigan. Sigue siendo un nigromante, un brujo que juega con los muertos. ¿No has visto lo pálido que estaba… sus ojos? Cuando un brujo le da mal uso a la magia, la magia lo consume y enloquece. Y los nigromantes suelen ser los que peor parados quedan —Lulú volvía a mirar a la posada y Nuluha empezaba a impacientarse —. Vamos a imaginar que no, que está todo lo cuerdo que un nigromante pueda estar. Si ya ha traicionado a Cárrigan, ¿qué garantías tenemos de que no nos traicionará a nosotros cuando el viento no le favorezca?

    —Creo que sólo quiere estar con Ife.

    —Ah, claro, cojonudo —tan mosqueada estaba que ni le preocupó la mirada de sorpresa de Lulú ante su lenguaje —. El nigromante quiere estar con el Mutuwa. ¿No ves lo horrible que es esa combinación? ¡Ambos son la muerte! Desde distintos prismas, quizá, pero al fin y al cabo son la muerte. Y tú eres vida, Lulú. No puedo consentir que sigas cerca de ellos. El Mutuwa… —suspiró —Reconozco que no es como esperaba, pero ¿un nigromante? Eso no hay por dónde cogerlo.

    —Entonces, ¿simplemente los abandonamos? ¿A ellos y a Kitá? —Lulú empezó a hacer un puchero y Nuluha vio lo brillantes que estaban sus ojos y lo roja que se estaba poniendo su nariz. Aquello no era bueno —¡Le prometí a Kitá que la cuidaría!

    —¡Es una vaca! —se le escapó el tono, pero sólo se dio cuenta cuando un vecino asomó desde la ventana de la casa junto a la que se habían detenido, chistándoles con gran molestia. Nuluha bajó la voz —Es una vaca, no te entiende.

    —Sí que me entiende. Me entiende más que mucha gente —protestó Lulú, con la primera lágrima cayendo —. No quiero abandonarles. Son nuestros amigos, Nuluha. ¡E Ife nos ha salvado la vida más de una vez! ¿Cómo podemos dejarlos tirados?

    —Lo que no entiendo es cómo puedes ser tan corto de miras. ¡Esto no es el santuario! Aquí la gente es mala, Lulú, pero tú le hablas a todo el mundo como si fuesen tan buenos como tú. ¡Y no es así! La gente miente, roba, hiere, viola, mata… Sobre todo los hombres. Y tú estás aquí, hablando de amistad por un Mutuwa, una vaca y un niño rico con ínfulas de artista al que conoces desde hace sólo un par de días. ¡No son tus amigos, Lulú! Yo soy tu amiga. No, mentira, soy tu familia. ¡Y sólo intento protegerte! ¿Hablas de promesas? ¿Qué hay de la que le hice a tu madre? Le juré por mi vida que te mantendría a salvo.

    Lulú, llorando por una mezcla de sentimientos, negó con la cabeza y dio un paso atrás. Sentía tristeza, enfado, impotencia, preocupación… Y estaban tan entrecruzadas que no sabía si eran suyas por entero o si en ese cóctel entraban también las emociones de Nuluha.

    —Puedes protegerme sin hacerme abandonarles.

    —¿Cómo, Erluth? —gimió Nuluha, llevándose las manos a la cabeza casi con desesperación —Yo no soy más que una humana. Soy fuerte, rápida y sé luchar, pero ya has visto todo lo que he podido hacer cuando nos ha atacado el nigromante.

    —Pero, Nuluha, ¡no estás sola! —ahora Lulú volvió a dar un paso al frente, tomando las manos de la mujer entre las suyas —Ife nos ha ayudado, ¡y sé que volverá a hacerlo! Cuando está con nosotros, se siente menos triste, ¿sabes? Le gustamos, aunque no lo haya dicho. Si tú me proteges a mí, estoy convencido de que él te protegerá a ti.

    —Lulú… Este tira y afloja me agota. Tenemos que seguir nuestro camino. Tu madre… Ni siquiera sé si está muerta, pero me dijo que sólo había un sitio en el que estarías a salvo. Un sitio que está muy lejos y… Parece que no avanzamos porque no hacemos más que pararnos por el camino a llenarnos la mochila de piedras —se pasó una mano por la cara y miró al cielo, buscando el consejo de la luna o el consuelo de las estrellas. Después, con las manos en la cintura, volvió a mirar a Lulú —. Voy a confiar en tu juicio, Lulú, pero si veo el menor indicio de traición…

    —Lo haremos a tu manera —completó Lulú, secándose las lágrimas con las mangas para dirigirle a la mujer una sonrisa.

    Al volver a la posada, todo seguía tal y como lo habían dejado. Mutuwa y nigromante dormían profundamente en la cama, Jullen se había dado media vuelta en su litera… La única que pareció acusar su ausencia y regreso fue Kitá, quien se levantó del rincón en el que se había acurrucado y se acercó, con el bamboleo del animal que no se ha despertado del todo, a Lulú, quien la abrazó y besó amorosamente, acallando sus intentos de mugidos con susurros y caricias.

    Nuluha, al verle, llegó a pensar que tal vez el chico tenía razón. Quizá la vaca sí le entendía mejor que ella.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Atro se despertó y se estiró tal y como haría un gato, soltando incluso una especie de gemidito que bien podría haberse confundido con un maullido. Miró la superficie sobre la que estaba y sonrió al ver que era el Mutuwa. Eso era tan genial como aterrador, porque si bien significaba que no lo había soñado, también implicaba que Cárrigan iba tras él. Pero bueno, cada cosa a su tiempo.

    Acarició el tatuaje de esa maravillosa criatura y se acomodó otra vez sobre su pecho, abrazándolo y disfrutando del silencio de un corazón paralizado. De la emoción, llegó a mover los pies en el aire, asemejándose bastante a una quinceañera que acaba de dar su primer beso y todavía siente el estómago lleno de mariposas.

    No le habría importado no estar a solas con ese Mutuwa, pero una dulce risa le hizo darse cuenta de algo que el agotamiento de la tarde anterior y las brumas del sueño le habían hecho pasar por alto.

    Se incorporó y bajó de la cama de un salto, acercándose al jovencito que, sentado en el suelo, se dedicaba a acariciar una vaca, la cual tenía la cabeza en el regazo del chico y parecía encantada con las atenciones recibidas.

    Pero tanto las risitas del chico como los sonidos de alegría de la vaca cesaron cuando Atro se inclinó hacia Lulú, doblando su espalda en una reverencia de noventa grados, y apoyó dos dedos en su mentón, obligándole así a girar la cabeza hacia él para mirarle a los ojos.

    —Oh, vaya, vaya… ¿Qué tenemos aquí? —murmuró el nigromante con una sonrisa divertida que sólo se amplió al notar cómo las pupilas del chico se dilataban y su corazón se aceleraba ante el miedo y la tensión. Eso no le impidió acariciar sus labios y bajar los dedos con suavidad por su garganta hasta atrapar el colgante que se perdía bajo sus ropas. Lo miró y se lamió los labios —Ah…

    Se incorporó, no tanto por decisión personal como porque temía que, de no hacerlo, esa espada que se había apoyado contra su espalda le atravesaría como una brocheta. Alzó también las manos para mostrar que iba desarmado o, más bien, que no estaba preparando conjuros, y se giró lo justo para mirar por encima del hombro a Nuluha, quien le miraba con los ojos afilados y una expresión tensa.

    Tras ella, Jullen esperaba en la puerta, haciéndole un gesto a Lulú para que corriese con él y frustrándose al ver que el otro no le hacía caso.

    No, Lulú no fue con Jullen, pero sí se levantó y se movió, aunque en dirección a la cama, donde el Mutuwa se acababa de despertar. Se subió al colchón y se quedó de rodillas detrás del gigante, apoyando una mano en su brazo y asomando por detrás de su hombro con una mezcla de inquietud y curiosidad que hizo que Atro se le hizo encantadora.

    —Calma, calma… No voy a hacerle daño. Pero… Una pregunta —con un gesto juguetón, se acercó a Nuluha, acariciando la hoja de la espada mientras avanzaba hacia ella —. ¿Es este el pequeño muchacho al que Cárrigan quiere tan desesperadamente echar el guante?

    —Es gracioso que creas que voy a responder a eso —siseó Nuluha, frunciendo el ceño cuando Atro se rio.

    —Ya me has contestado —dijo en tono cantarín. Dio una vuelta, apoyándose en los dedos de los pies, y señaló con un gesto teatral al chico —. Nunca había sentido una magia como la tuya, cariño —le sonrió a Lulú, quien parecía cada vez más interesado y menos asustado —. Aunque quizá se deba a ese dichoso colgante… Te está ocultando de todo radar mágico. Y creo que ese sello hace algo más, pero no puedo saberlo si no lo examino más de cerca.

    —Algo que no va a pasar —sentenció Nuluha, dándole un golpe en la mano con la parte roma de la espada cuando vio que el nigromante intentaba tocar a Lulú —. De hecho, no vas a acercarte a mi protegido tanto como para volver a ver ese sello. ¿Ha quedado claro?

    —Como el agua de un cristalino arroyo —sonrió Atro, cruzando las manos a su espalda con una sonrisa tranquila —. ¿Vamos a desayunar? Tengo tal hambre que sería capaz de comerme a una vaca.

    Como respuesta, Kitá soltó un mugido de protesta y dio un par de golpes en el suelo con una pata.

    Lulú, por su parte, había tomado el colgante entre sus dedos y ahora acariciaba los motivos que había ahí grabados. Su madre se lo había dado justo antes de que Nuluha lo sacase del santuario, diciéndole que le daría suerte, que le protegería, pero Lulú nunca se había parado a pensar que esas palabras pudiesen ser literales.

    Miró a Ife, le dedicó una pequeña sonrisa y guardó otra vez el colgante bajo su ropa. Le dio un beso en la mejilla y se puso en pie para salir de la habitación a por algo de comer. Kitá le dio un golpecito con la cabeza en la pierna y el chico le acarició entre las orejas, mirando luego a Ife.

    —¿Me ayudas a bajarla, porfa? Nuluha dice que las vacas no pueden bajar escaleras.

    —Como si un Mutuwa fuese a…

    La frase de Atro quedó cortada a mitad cuando, con un chasquido de dedos de Ife, Kitá empezó a flotar, moviendo las patas en el aire como si estuviese corriendo. Lulú soltó una risita a modo de agradecimiento y tomó con cuidado dos patas de Kitá, tirando de ella para sacarla de la habitación y llevarla a la planta baja.

    —Nuestro Lulú es un chico especial —sonrió Jullen. Pasó al lado de Atro, intentando alejarse de él todo lo que su recorrido le permitía, y bajó también las escaleras.

    —No es «nuestro» Lulú —refunfuñó Nuluha —. Vosotros apenas lo conocéis —miró a los dos hombres que quedaban en la habitación y frunció el ceño —. Bajad u os dejaré aquí encerrados.

    Con amenazas o sin ellas, el grupo entero, nigromante incluido, llegó abajo, donde Lulú y Jullen habían cogido ya un sitio y estaban hablando animadamente con una muchacha, hija de los dueños de la posada. La conversación, no sólo de ellos, sino de toda la sala, terminó abruptamente cuando Nuluha entró acompañada por esos dos aterradores seres.

    Lulú, sintiendo la confusión y el miedo llenar los corazones de todos, se puso en pie y corrió para ponerse delante de Ife.

    —¡Está bien, no pasa nada! —exclamó, alzando las manos —¡Es un amigo, no le va a hacer daño a nadie!

    —Perdona, sabes que sólo le defiendes a él, ¿verdad? —se quejó Atro.

    —Es que a ti no te conozco y me das un poco de miedo —reconoció Lulú en voz baja, ante lo que el nigromante sólo pudo sonreír un poco. El chico volvió a mirar a los demás —. De verdad… No tenéis que preocuparos. ¡Mirad! Ife, por favor, ¿puedes poner el brazo así?

    Hizo entonces un gesto gracioso, doblando el brazo hacia arriba, como hacen algunos hombres para mostrar músculos. Cuando Ife lo hizo, Lulú sonrió y, de un salto, se agarró al brazo del hombre. Sus pies se movieron en el aire y de su boca escapó una pequeña risa mientras frotaba cariñosamente, como un animalito, la mejilla contra el hombro del Mutuwa.

    Esta demostración de docilidad pareció calmar a varios de los presentes a la vez que hacía que Atro alzase una ceja, con la otra frunciéndose en un gesto entre sorprendido y pensativo. Definitivamente, había algo en ese chico alegre.

    —¿Tenéis tarta de cerezas? —preguntó Lulú, mirando a la chica una vez estuvo ya en el suelo.

    La hija de los posaderos no pudo evitar quedarse mirando la mano de Lulú, que sujetaba la del Mutuwa como si fuesen padre e hijo o algo así, pero terminó por asentir.

    —Sentaos, ahora os sirvo —consiguió decir, agachando la cabeza a modo de despedida antes de meterse en las cocinas.

    —Este viaje va a ser terriblemente largo y complicado —suspiró Nuluha mientras tomaba asiento frente a Jullen.

    —¿A dónde os dirigís? —preguntó Atro, sentándose frente a la guerra con la elegancia de un gato.

    Nuluha se inclinó sobre la mesa, hacia él, y le hizo un gesto con el dedo para que el nigromante la imitase. Cuando sus caras estuvieron más cerca, Nuluha sonrió con antipatía.

    —No me gustas, no quiero que estés cerca de nosotros y no te vamos a contar absolutamente nada. ¿Por qué no te haces un favor y te vas a marionetizar el cadáver de tu puto padre?

    —Ya lo hice —confesó Atro, reaccionando ante la hostilidad con más hostilidad, aunque con un punto divertido, como si toda aquella situación le pareciese graciosa —. Fue mi primer intento con humanos. Un fracaso, pero bien, así su muerte se mantuvo concorde con su vida —se incorporó, con la espalda recta contra el asiento y las manos cruzadas sobre la mesa en un gesto elegante, mirando todavía a Nuluha a los ojos —. ¡Lulú! Ese es tu nombre, ¿verdad? —dijo, desviando los ojos hacia el chico, que se había sentado ya y acariciaba la cabeza de Kitá bajo la mesa.

    —Erluth —asintió él —. Pero… Creo que prefiero que me llames Luth.

    —Lulú —sonrió Atro, ignorándole olímpicamente —, ¿cómo has hecho para conseguir el favor de un Mutuwa? ¿Acaso…? —alzó las cejas y miró a ambos de arriba abajo. Estando el uno junto al otro, era fácil evaluarlos —¿Acaso os acostáis juntos? —Si era así, tenía preguntas de logística, porque uno le parecía muy grande y el otro muy pequeño.

    —Hace un par de noches dormimos juntos —reconoció Lulú —. Ife tenía una pesadilla y yo le abracé.

    Atro tardó unos segundos en responder a eso. Vio la sorpresa en los ojos del Mutuwa, así que imaginaba que el propio Ife no estaba al tanto de esto, y luego miró a Lulú, intentando ver si le estaba tomando el pelo o no.

    —Bueno, ahora entiendo por qué tu perro guardián es tan fiero. ¡Eres un alma pura, incorrupta! Esto no se ve todos los días —con un ligero arqueamiento de ceja, Atro miró a Nuluha, quien le observaba con obvio desagrado, y luego a Jullen, que intentaba alejarse de la conversación mirando por la ventana, pero estaba claro que estaba escuchando todo, listo para intervenir —. Lo que sigo sin entender es qué puede querer Cárri-

    Nuluha golpeó la mesa con un puño, haciendo que Atro diese un pequeño respingo.

    —Tenemos que hablar de tu situación en este grupo.

    —Claro, querida.

    —No me llames así.

    —Lo que tú digas, cielo.

    La tensión entre ambos podría cortarse con un cuchillo. Jullen se arrepentía de haber quedado encerrado entre la guerrera y una ventana con rejas y Lulú miraba todo, buscando qué decir para aliviar un poco la situación.

    Para bien o para mal, ese fue el momento que la camarera aprovechó para intervenir. Al dejar en la mesa la tarta de cerezas, tanto Nuluha como Atro irguieron la espalda (se habían ido inclinando, como lobos dispuestos a saltar al cuello del otro), dejándole más sitio a la chiquilla para maniobrar.

    Con manos temblorosas, dejó cinco vasos y una jarra llena de vino especiado y caliente. Preguntó en un susurro si querían algo más y, cuando Jullen le sonrió diciéndole que no, se fue diciendo que podían llamarla si la necesitaban.

    Lulú sentía muchas miradas sobre su mesa, miradas relativamente discretas, curiosas, todavía con miedo de lo que pudiese ocurrir con un nigromante y un Mutuwa sentados en la misma mesa. Para muchos, aquello era símbolo apocalíptico, más que menos, eran un brujo capaz de levantar y controlar a los muertos y un no-muerto capaz de matar a cualquiera. La pareja que hacían era, desde luego, poco tranquilizadora.

    Luth abrió la boca para hablar, pero no llegó a hacerlo. No porque no tuviese ni idea de qué decir, que también, sino porque Atro se le adelantó.

    —Hice un trato con este Mutuwa y he cumplido mi parte. He traicionado a Cárrigan, he dejado su ejército, así que ahora quiero mi premio.

    —¿Y cuál es tu premio, si puede saberse? —volvió a hablar Nuluha, cruzando los brazos bajo el pecho. Las piezas metálicas que la protegían chocaron haciendo un pequeño sonido.

    —Ife —sonrió Atro con suficiencia —. ¿Te haces a la idea de lo que es un Mutuwa? ¿Del valor que tiene para alguien como yo?

    —Ni lo sé ni me importa, puñetero pirado —gruñó Nuluha, mirando ahora a su protegido —. Lulú, ¿no querías tarta de cerezas? Come antes de que se enfríe.

    Y con esas palabras, le sirvió un trozo de tarta, pasándoselo al deslizar el plato por la mesa. Lulú cogió la cucharita y cortó un trozo, pero no llegó a llevárselo a la boca, algo que Nuluha no vio al volver a enfrentarse en un duelo de miradas con Atro.

    —Me da igual qué chanchullos os llevéis el Mutuwa y tú. Si estáis juntos, juntos os podéis ir a tomar viento fresco.

    —No sé yo si eso va a ser posible —Atro sonrió, cruzando una pierna sobre la otra, lo que hizo que su pie terminase rozando la rodilla de Jullen, quien se tensó en la silla, sin tener espacio para apartarse —. Lulú me resulta tan interesante como Ife y quiero estudiarle un poco.

    Ni siquiera Atro fue capaz de predecir lo siguiente, y es que a una velocidad espeluznante Nuluha había sacado un cuchillo y ahora presionaba la afilada hoja contra el cuello del nigromante. Esto causo jadeos contenidos y que varias personas se levantasen y saliesen a paso rápido de la posada.

    —¡Nu! —exclamó Lulú de forma ahogada, quizá como reacción no tanto a su propio miedo, como al que Atro había despedido de pronto.

    —¡Espera! —dijo el nigromante, alzando las manos —¿No crees que puedo servirte de ayuda? ¡He trabajado para el brujo que os busca! Conozco su forma de pensar, sé los pasos que va a dar, las ciudades en las que tiene interés… ¡Puedo ayudaros a llegar a donde sea que tengáis que ir! Además, contar con aliados mágicos siempre es una elección inteligente.

    —No me interesa la magia negra.

    —Pero, cielo —Nuluha rechinó los dientes y apretó un poco más el cuchillo contra el cuello de Atro —, la magia negra no existe. No hay tal cosa como magia buena o mala, todo depende de quién la use y para qué.

    —Eso es precisamente lo que me preocupa, nigromante.

    —Os pongo mi magia a vuestro servicio, lo único que pido es la posibilidad de estudiar un poco a Lulú, su propia magia… Y su relación con mi Mutuwa.

    —Lulú no tiene magia —gruñó Nuluha, mirando al chico, quien se había quedado al borde de su silla, con las manos sobre la mesa y los puños apretados.

    —Entonces, ¿qué tienes que perder? —Atro sonrió —Te garantizo que ni tú, ni el chico, ni vuestro encantador acompañante —no miró a Jullen, pero el artista se estremeció. No fue tanto por las palabras del nigromante como por sentir su pie descalzo acariciando su muslo —, ni siquiera esa vaca tan graciosa, sufriréis daño alguno. Además… Creo que le gustáis a mi Mutuwa y me apetece mimarlo un poco.

    —Va a ser que no —fue la respuesta de Nuluha, todavía sin apartar el cuchillo.

    —Entonces correré a Cárrigan y le diré dónde estáis, quiénes os acompañan y por qué todavía no ha podido localizar al chico.

    Con estas palabras, el ceño de Nuluha se frunció todavía más. Hizo un rápido movimiento para cortarle el cuello, pero la sangre no salpicó su rostro. El nigromante había desaparecido antes de que pudiese matarlo, pero no tardó mucho en encontrarlo: estaba sentado en el regazo de Ife.

    —No creo que la violencia sea la solución —se rio Atro, acariciando la mandíbula de Ife con dos dedos.

    —¿De verdad puedes ayudarnos? —preguntó Luth con un hilo de voz.

    —¡Lulú!

    —¡Dijiste que confiabas en mi juicio! —Lulú se giró a mirar a Nuluha. Estaba tenso, claramente —Nuestra promesa sigue siendo la misma.

    Nuluha guardó silencio, después volvió a enfundar el cuchillo y se sirvió una buena copa de vino caliente.

    —Me voy a arrepentir de esto.

    —Yo ya me estoy arrepintiendo —se rio de forma nerviosa Jullen mientras se acercaba la tarta.

    Lulú, por su parte, miró a su amiga, después al nigromante y, por último, al Mutuwa, con una mirada que parecía pedir perdón y ayuda a partes iguales. Después, sus ojos azules bajaron a la tarta que tenía delante.

    Suspiró y probó el primer trozo, sonriendo un poco ante el delicioso sabor.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Mucha gente se imaginaba el castillo de Cárrigan como una fortaleza impenetrable al borde de un abismo, nubes tormentosas perpetuamente arremolinándose sobre el complejo, formas puntiagudas y espeluznantes talladas en piedra negra… De esto, lo único cierto es que era una fortaleza impenetrable.

    El castillo de Cárrigan, en realidad, era blanco y estaba situado en una zona cálida y muy agradable durante todo el año. Había patios porticados, sirvientes sonrientes, música dulce y hermosos y coloridos lienzos y tapices por todas partes.

    El propio Cárrigan podía sorprender. Era alto y delgado, pero no una masa de músculos, como se solía pensar. Vestía de forma impecable, pero sin púas afiladas o huesos humanos adornándole, y siempre había preferido los colores cálidos. El blanco y el amarillo dominaban sus ropas mientras caminaba por su castillo.

    Muchos creían que Cárrigan era un asesino despiadado, pero otros habían visto la verdad. Mucha gente conocía la auténtica naturaleza del brujo: era un pacifista. Quería la paz en todo el continente, quería acabar con las guerras y las miserias, purificar el pecado del mundo. Y para lograrlo entendía que había que recurrir a la conquista.

    Sí, sus Armaduras Rojas eran vistos como poco más que bestias salvajes con forma humana, animales que mataban, despedazaban, violaban y robaban sin sentir remordimientos, movidos sólo por la avaricia. Quizá esa parte fuese cierta, pero eran necesarios para el plan de Cárrigan.

    El brujo creía firmemente que no podía pacificar sin antes haber conquistado. Los tratados no servían, las treguas se rompían. Pero si sometía a las clases dominantes, si las tenía en su poder, podría cambiar las cosas y hacer un mundo donde la gente como los despiadados Soldados Rojos no tuviese lugar.

    Aquellos que estaban ya bajo su dominio lo entendían. Veían que sus vidas estaban mejorando y adoraban a Cárrigan como el emperador justo y bueno que era. A veces había protestas y Cárrigan ordenaba que fuesen brutalmente reprimidas, pero eso formaba parte del proceso. La población no debía limitarse a tener un líder justo, también debía ser educada en la sumisión. Y con sumisión, habría paz.

    Su vasto imperio había ido creciendo poco a poco con el paso de los años, pero no con la velocidad que él habría creído. Sabía que faltaba una pieza importante en su plan, la herramienta que podría ayudarle a poner fin a toda esa guerra escabrosa, pero durante mucho tiempo creía que no existía, y es que cuando las herramientas vienen en vasijas humanas, es muy fácil que se rompan.

    La muerte se había llevado su herramienta durante más de veinte años, pero hacía casi una década más o menos, su mejor bruja había vuelto a sentir la huella de aquello que les conduciría a la victoria y podría por fin ayudarle a establecer un blanco manto sobre el continente, sin odiosos ríos de sangre fluyendo por todas partes.

    Claro que se le seguía resistiendo. Le había llevado siete años localizarle, y ahora se le escapaba de entre los dedos. No lo encontraban y, encima, ahora se les sumaban nuevos y molestos problemas.

    Su expresión tranquila pasó a ser un ceño fruncido ante estos pensamientos, pero por suerte ya había llegado a su destino, al jardín interior más hermoso de todo el complejo palacial. Ahí había flores de diversas formas, tamaños y colores, todas hermosas, todas con fragancias extasiantes. Había verdor, vida por doquier, con pájaros libres que cantaban entre las ramas de los árboles y algunos animalillos que se habían colado en el castillo guiados por la exuberancia de ese jardín.

    Y todo ese pequeño ecosistema existía gracias a la mujer que en esos momentos canturreaba bajo un árbol. Estaba arrodillada en la tierra, cuidando algunas plantas más jóvenes que crecían a la vera de ese sauce llorón, con un vestido semi-traslúcido que dejaba ver perfectamente sus formas bajo la luz de esa mañana.

    Cárrigan se detuvo a unos pasos de ella, con las manos cruzadas tras la espalda. La mujer se había recogido su espeso cabello negro en un moño que se sostenía con un par de agujas, pero del que caían algunos rizos que se deslizaban por su cuello de forma desordenada. Era una imagen cálida, hogareña, que hizo que el temido brujo sonriese con afabilidad.

    —Trabajando duro, como siempre —dijo, interrumpiendo el canto de la mujer, aunque no su buen humor.

    —Por supuesto. Los niños requieren cuidados constantes —sonrió la mujer, acariciando una hoja.

    Sacudió las manos para quitarse la tierra y se puso en pie. El bajo de su vestido se había manchado, pero no parecía que eso le importase demasiado. Se acercó a Cárrigan, quien sonrió más ampliamente. La tomó de la cintura y la besó, escuchando el suave ronroneo de su amante mientras se colgaba de su cuello. La levantó, sintiendo sus piernas agarrarse a su cintura, y se apartó un poco para poder mirarla.

    —¿Sabemos algo de ese traidor de Atro? —preguntó la mujer, acariciándole la mejilla en un gesto dulce.

    —Todavía nada —reconoció él, sentándose en un pequeño banco de piedra a la sombra del mismo sauce que la mujer estaba cuidando. Ella se acomodó en su regazo, pegando su pecho al del hombre —. No te preocupes, nos encargaremos de él.

    —Lo sé —sonrió ella, acariciando sus labios contra los del brujo. Le tomó una mano y le hizo acariciarle un muslo, metiendo la mano del hombre bajo su falda —. Tampoco hay nada del chico —se aventuró a decir.

    —Cada día estamos más cerca de encontrarle —suspiró él, dejándose llevar por las indicaciones mudas de su amante —. Las mujeres del santuario están de camino. En unos días las tendremos bajo custodia.

    —¿La madre también? —el brujo respondió con un gruñido afirmativo, tenía la boca demasiado ocupada besando el cuello de la mujer —Hiciste lo que te indiqué, ¿verdad?

    —Sí, mandé que tuviesen especial cuidado con ella. No te preocupes, Larhis, todo está yendo bien.

    —Lo sé, mi amor —sonrió ella con un suspiro de placer cuando los dedos de Cárrigan llegaron a su entrepierna —. Además… La luz siempre se impone sobre las tinieblas, es sólo cuestión de tiempo. Y nosotros tenemos todo el tiempo del mundo… Por ahora, vamos a disfrutar de este momento juntos —dijo, pero le apartó las manos y se puso en pie sobre el banco —. ¿Te parece bien? —añadió, levantándose las faldas.

    Cárrigan, a quien ya se le marcaba un bulto entre las piernas, no dudó ni un momento en asentir y agarrar las nalgas de la mujer con las manos. Larhis suspiró otra vez al notar esos dedos clavándose con cierta violencia contrastando con la delicadeza y dulzura de esa lengua acariciando su zona más íntima y sonrió de nuevo, enredando los dedos en el pelo rubio de Cárrigan.

    Sí, tenían tiempo. Podían esperar un poco más.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Había dicho que necesitaba despejarse y había salido a dar un paseo por Galandra. Kitá le había acompañado, pareciendo cada vez más un perro fiel que una vaca, y Nuluha había decidido darle un rato a solas antes de ir a por él. Alguien tenía que vigilar al nigromante, había dicho la mujer.

    El problema era que había pasado más de una hora y no sabían nada de Lulú, así que Jullen se había ofrecido a ir a buscarle. En parte, su decisión se había debido, y no iba a negarlo, a la incomodidad que le provocaba el nuevo integrante del grupo y la tensa atmósfera que se había instalado por su culpa. En parte, y esto tampoco lo iba a negar, estaba muerto de preocupación por ese muchachito.

    Era sorprendente cómo en menos de una semana se veía incapaz de apartarse de su lado. Era tan tierno y gracioso, tan amable y lleno de cariño, que sentía que corría un peligro constante en ese mundo duro y cruel. Entendía bien por qué Nuluha era tan sobreprotectora con él.

    Por suerte, tardó en encontrarlo menos de lo que esperaba. La pista clave no fue una vaca blanca con algunas vendas cubriendo heridas aún no cerradas del todo, cosa que habría sido lo lógico, sino su voz saliendo en melodiosas notas de una ventana abierta.

    Se acercó a la casa en cuestión y consiguió encontrar la ventana y asomarse a ella, encontrándose una habitación medio en penumbras. Había una cama, donde yacía una niña extremadamente pálida, rodeada por una pareja llorosa, claramente sus padres. Había otro joven algo mayor que ella, su hermano, y una anciana, su abuela.

    Con ellos estaban Kitá, sentada en el suelo de una manera que habría resultado cómica de no ser por el denso y triste ambiente de la habitación, y Lulú, quien sentado en el borde de la cama tocaba el laúd como acompañamiento a la nana que estaba cantando.

    El propio Jullen se sorprendió al notar cómo sus hombros se habían relajado y cómo le invadía una sensación de calma y sosiego. La voz de Lulú era dulce y tranquila y la nana que cantaba invitaba a dormir con una letra claramente pensada para un niño. De hecho, la pequeña apenas tosía, aunque las manchas sanguinolentas de su sábana indicaban que había tenido accesos realmente violentos.

    Lulú abrió los ojos y, sin dejar de cantar, hizo contacto visual con Jullen. Terminó la canción y dejó que las cuerdas del laúd vibrasen hasta que el sonido se extinguió de forma natural. La niña suspiró, profundamente dormida, y la madre soltó un sollozo. No había visto a Jullen, porque sólo miró a su invitado.

    —¿Estás seguro de que un Mutuwa podrá salvar su alma?

    —Confío en mi amigo —susurró Lulú —. Vendrá pronto.

    —¿Cómo lo sabes? —preguntó el padre, también bastante relajado, aunque triste.

    Lulú hizo un pequeño gesto que para ellos no significó nada, pero que fue el escopetazo de salida para Jullen, quien saltó al suelo y salió corriendo hacia la posada.

    —Los Mutuwa son criaturas mágicas vinculadas a la muerte. Lo sabrá —volvió a susurrar —. ¿Quieren que toque otra canción?

    —Por favor —suspiró la madre, acariciando los cabellos de su hija moribunda.

    La mujer cerró los ojos y se acomodó junto a su hija, abrazándola, mientras las cuerdas multicolor de Lulú volvían a llenar de música la habitación.

    SPOILER (click to view)
    No tengo apariencias para Cárrigan y Larhis. AÚN. La verdad es que no he buscado, no desesperemos XD

    ¿La canción de Lulú? La Jellyfish Song de DMMD, porque sí, porque es preciosa XD No he encontrado una versión acústica cantada, pero sí una versión en guitarra, así que creo que vale para hacernos a la idea X Me gusta imaginarme que su madre se la cantaba de pequeño y Lulú pues se la aprendió. A él le hace sentirse a salvo, cómodo, tranquilo, le recuerda a su madre y su infinito amor, y esa es la sensación que transmite a quien le oiga cantarla chanchanchán ~

    Imagino la voz de Lulú como aflautada y afeminada. Toda su apariencia debe ser una incógnita en cuanto a su sexo, porque sí, porque me divierte XD



    Edited by Bananna - 27/12/2020, 21:22
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