Posts written by Bananna

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    Llevaba cuatro años a la caza del Camaleón. Por razones obvias, era extremadamente difícil dar con él, por lo que las pistas eran escasas y confusas y, de hecho, esa noche no lo había encontrado gracias a su pericia como investigador, sino por pura casualidad: siguiendo el rastro de otro superhombre, había visto a una puta barata convertirse en un hombre cincuentón, ropa incluida.

    Golpes de suerte como aquel no se daban muy a menudo, por lo que dejó todo lo que estaba haciendo para perseguir a ese hijo de perra. Por desgracia, la noche no había ido como imaginaba y, para cuando se quiso dar cuenta, le había vuelto a perder la pista.

    Había limpiado sus huellas y todo lo que pudiese delatarle de la casa de Ray Morrison y había salido por la ventana del baño, deslizándose gracias a las tuberías hasta el segundo piso, que tenía la ventana abierta. Pudo atravesar aquel domicilio y salir sin despertar a nadie —y cómo agradecía que esa gente no tuviese mascota, la verdad— y se pegó a las sombras, rodeando el edificio para evitar a la policía.

    Intentó averiguar por dónde podía haberse ido el Camaleón, y lo cierto es que encontró un rastro de sangre que se alejaba de los cuerpos policiales, pero se acababa abruptamente. Imaginó que en ese lugar se había logrado parar la hemorragia… o había subido a un taxi.

    Tendría que conformarse por el momento con saber que le había dado en la pierna izquierda y que, por mucho que pudiese cambiar de forma, no podía curar sus heridas por arte de magia. Al día siguiente le tocaría indagar en hospitales, pero por ahora podía dejar la caza y encargarse de otro asunto.

    Este otro asunto, todo sea dicho, le llevó más tiempo del que esperaba. Una hora o más tuvo que mantenerse quieto y en un sitio discreto, aunque eso era algo a lo que se había acostumbrado en el ejército. Mantenerse absolutamente inmóvil para que el enemigo no te vea, calmar incluso el movimiento de tu cuerpo al respirar, acallar hasta los latidos de tu corazón.

    Estos pensamientos podrían haberle llevado a un estado en el que no quería entrar, pero antes de caer en ello vio a su objetivo. Con un movimiento rápido, lo tomó de una muñeca y tiró de él, tapándole a la vez la boca para que no hiciese ruido mientras lo pegaba a su pecho, inmovilizándolo rápidamente.

    —Quieto —susurró con esa voz distorsionada gracias a un aparato que llevaba a modo de gargantilla, bajo el cuello del traje. Se inclinó un poco más hacia él y tuvo que reconocer que sintió cierto alivio al no oler alcohol —. Voy a soltarte, pero te aconsejo que no grites.

    Y eso es lo que hizo. Soltó a su objetivo y lo dejó alejarse un par de pasos dentro de esa callejuela en la que estaban, pudiendo fijarse mejor en el pijama que llevaba aún puesto y en sus pantuflas. Suspiró y le apartó un poco el abrigo, después tomó sus brazos y miró sus manos.

    Buscaba heridas, claro. No encontró ninguna, así que soltó un gruñido de conformidad y se decidió a algo que no había hecho nunca antes: quitarse la máscara. No, bueno, no descubrió su rostro, sólo liberó la parte inferior de la cara, concretamente la boca. Y no lo hizo de gratis, claro. Cogió el cigarrillo medio consumido que colgaba de los labios de Ray y tomó una buena calada, devolviéndoselo mientras soltaba el humo. Se lamió los labios y volvió a cubrirse.

    —Lamento que te hayas visto envuelto en esto —dijo por fin, mirando a los lados con precaución —. Pero ahora debes volver a casa. La dichosa policía te está buscando, he oído algún comentario de que podrían haberte secuestrado. Y con lo inútiles que son esos imbéciles, antes te pondrán una ficha de búsqueda que mirar en los bares de la zona —se alejó un par de pasos, dirigiéndose a un contenedor, pero antes de hacer nada más, le miró de nuevo —. Ten cuidado, esta ciudad es una mierda.

    Dicho esto, se subió de un salto al contenedor, y de ahí trepó hasta la azotea del edificio. Después, simplemente desapareció.

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    Durante su paseo, había llegado a la orilla de un lago increíblemente grande, de aguas puras y tan transparentes que podía ver las algas del fondo y algunos pececillos nadando por ahí. Pável sonrió y no pudo resistir la tentación: hacía demasiado calor como para decir que no.

    Se desnudó, dejando sus ropas cuidadosamente dobladas a un lado de la orilla, y entró en el agua hasta que le cubrió medio muslo, momento en el que se lanzó para dar unos largos hacia el centro del lago.

    El agua era fresca y limpia… pero, de pronto, dejó de serlo. Pável notó que el olor había cambiado a uno muy desagradable, herrumbroso, así que se detuvo y se secó los ojos con dos manos, mirando a su alrededor con auténtico horror. El agua transparente se había teñido de sangre, y allí donde antes no había nada ahora flotaban cadáveres, cientos de cuerpos, algunos vestidos y otros desnudos, algunos enteros y otros desmembrados.

    Intentó salir, pero una pequeña mano agarró su tobillo y empezó a tirar de él hacia abajo con una fuerza inhumana. Intentó luchar contra aquello, pero fue todo en vano, y pronto se estaba hundiendo, alejándose de la luz del sol.

    A través del agua y del baile de cuerpos muertos pudo abrir los ojos y ver quién tiraba de él. Era un niño, un niño pequeño con los ojos totalmente blancos y una herida de bala en la cabeza. Pável gritó, pero sólo consiguió con esto que un montón de burbujas saliesen de su boca.

    Cuando esta cortina se despejó se encontró con muchos más rostros conocidos en el fondo, todos acercándose a él para arrastrarlo a las profundidades. Niños y mujeres, pero también hombres, algunos vestidos a la manera próximo-oriental, otros con los uniformes del ejército estadounidense, todos con los ojos en blanco y heridas sangrantes bien en la cabeza, bien en el pecho, o cubiertos de horribles quemaduras.

    El hombre alzó la cabeza hacia la superficie, pero la marea de cadáveres lo había cubierto todo, impidiendo incluso el paso de la luz. Estiró una mano en un gesto fútil, sintiendo sus pulmones arder ante la falta de oxígeno y su cuerpo quejarse por la presión de la gravedad.

    Cuando volvió a abrir los ojos, fue en medio de un grito, o al menos eso le pareció. Incorporado en la cama, cubierto de sudor, había movido los brazos como si intentase librarse de una horda de depredadores, pero estaba solo.

    Estaba completamente solo.

    Respiró hondo, calmando poco a poco el agitado pulso de su corazón, y después acercó una mano a su móvil. Quedó deslumbrado por la luz, así que se tuvo que frotar los ojos. Cuando se miró la mano, le pareció verla llena de sangre, pero tras encender la luz pudo comprobar que sólo había sido un eco de la pesadilla.

    Eran las tres y veinticinco de la mañana y se sentía totalmente desvelado.

    Se puso en pie y fue al baño para darse una ducha fría que le quitase al menos el sudor del cuerpo. Al salir, con la toalla envolviendo su cintura, se miró en el espejo y frunció el ceño. Se acarició la barba y decidió retocársela, ya que dormir no entraba en sus planes.

    Un poco más aseado, se peinó y se vistió, pero no con el traje de XIII, que tan cuidadosamente guardado estaba en un fondo falso del armario, sino con el chándal más cómodo que tenía. Sacó del congelador un paquete de Hot Pockets y metió uno en el microondas, cogiendo entre tanto un botellín de cerveza y un yogur con cereales.

    Con todo en la bandeja, fue al salón, donde se acomodó en el sofá. Sonrió al ver que Gerónimo se las había apañado para salir de su terrario y se acercaba a él. Cuando estuvo suficientemente cerca, bajó la mano y cogió a la tortuga, subiéndola al sofá.

    —¿Has visto qué festín tengo? —le preguntó mientras acariciaba su cabeza. Era gracioso ver cómo la tortuga movía el cuello en busca de esos dedos cariñosos.

    Gerónimo —o al menos ese era el nombre que tenía esa semana, Pável tendía a cambiárselo según se le antojase en el momento— era una tortuga bastante grande. Había alcanzado los treinta centímetros y los cinco kilos, aunque ahí se había quedado desde hacía más de un año y no parecía que estos parámetros fuesen a cambiar próximamente.

    Pável no sabía qué tipo de tortuga era, sólo que era de tierra, pero tampoco le importaba mucho. A decir verdad, se podría decir que la había secuestrado, terrario incluido, pues el animal había pertenecido a una de las primeras víctimas de XIII, y el justiciero no había tenido corazón para dejarla sola.

    En aquellos tiempos, era una tortuga pequeña, tendría un par de semanas de vida, según le estimó el veterinario de urgencia al que lo llevó, pero no había dejado de crecer y a un buen ritmo gracias a los cuidados y atenciones de Pasha, que en esos momentos le ofrecía un poco de lechuga de la empanada humeante.

    Todavía acariciando su cabecita, dio un sorbo a su cerveza y, tras unos segundos mirando a la tele de forma pensativa, terminó por negar con la cabeza y tomar uno de los teléfonos que había sobre la mesita.

    No iba a poder dormir, pero tampoco iba a desperdiciar toda la noche.

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    Daniela Cortázar no tenía, precisamente, el sueño ligero. Cuando se dormía, caía como una roca y ni un tiroteo en su propia habitación la despertaría, lo cual había frustrado varias bromas de sus hermanos.

    No, lo único que podía interrumpir el sueño de Dani era la voz de su madre. De ahí que su curiosa alarma no fuese otra cosa que un grito enfadado de una madre mexicana, increpándole que llegaría tarde si no movía el culo de una vez.

    El grito sonó y Daniela estuvo a punto de caer de la cama, pero al recordar que estaba en su casa, bien lejos de la temida chancla materna, pudo respirar hondo y coger el móvil. Bueno, en realidad, aquel sonido no venía esta vez de su alarma, sino de la llamada de un móvil que, por su maldita costumbre a llamar a horas intempestivas —¡y vaya si lo eran, que ni habían dado las cuatro de la madrugada! —, la había obligado a poner la misma grabación para atender los encargos urgentes.

    En la pantalla aparecía «XIII», como un ominoso presagio de muerte. Dani respiró hondo y se quitó las legañas de los ojos antes de contestar.

    —Buenas noches, princesa —dijo esa voz distorsionada al otro lado de la línea. Al escuchar el gruñido de Dani, soltó una pequeña risa —. ¿Te he despertado?

    —¿Tú qué crees? ¿Has visto la hora que es? —se quejó ella, a lo que XIII soltó un suspiro.

    —La última vez que te llamé, fue también sobre estas horas y, si no me equivoco, estabas bien despierta jugando al LoL.

    —¡Pero era sábado, no martes! ¡Agh! Venga, dime… ¿Qué demonios quieres esta vez?

    —¿Eres siempre tan desagradable con todo el mundo?

    —Sólo con los que me despiertan de madrugada.

    —Tiene sentido.

    Daniela suspiró y se levantó mientras hablaba con ese hombre. Podía sorprender que una científica forense tuviese ningún tipo de relación con un justiciero que se dedicaba a recorrer las calles asustando, golpeando o incluso matando gente, pero resulta que la vida da muchas vueltas y, en uno de estos giros inesperados, había terminado literalmente en brazos de XIII.

    Aquel enmascarado había salvado su vida y la de una compañera de la universidad. De no ser por él, ambas habrían terminado siendo víctimas mortales de un violador y asesino en serie retorcido que utilizaba sus poderes para descomponer los cuerpos hasta dejar sólo los huesos, lo cual había dificultado y mucho las investigaciones policiales.

    Sólo aquello justificaría que se sintiese en deuda con él, pero luego la cosa había ido a más. XIII se había preocupado por ellas, las había visitado con relativa regularidad durante dos semanas para asegurarse de que estuviesen rehaciéndose a la vida normal bien. Y había hablado, al menos con Daniela, ayudándola mucho más de lo que quizá el propio XIII podría imaginar.

    Porque tras pasar por aquella experiencia lo había pasado horriblemente mal, sintiendo miedo ante la sola idea de salir a la calle. Incluso había pensado en darse a la bebida, como había terminado haciendo su compañera, o en suicidarse, pero había logrado seguir adelante porque había alguien, al menos una persona, que no la juzgaba por ser débil o tener dificultades para superar un hecho traumático como aquel.

    De eso hacía ya cuatro años y medio, y lo cierto es que Daniela se había recompuesto del todo, o al menos casi del todo. Aún tenía algunas reticencias para pasar a una mayor intimidad con nadie, pero su novio actual era comprensivo con eso y no la había presionado en ningún momento, lo cual también era un puntazo.

    Como fuese, estaba en deuda con XIII. Por eso, cuando él apareció para pedirle ayuda, Dani no dudó en dársela. Siempre había sido una especie de genio de la informática, de hecho, en su adolescencia había hackeado algunos servidores, así que sus dedos volaban sobre el teclado y desencriptaban los misterios que XIII necesitaba.

    Y a eso se dedicó aquella noche. Porque, aunque gruñese y renegase por ser despertada a altas horas de la madrugada, en realidad, en el fondo, disfrutaba con aquello.

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    Kate sonrió con cierta dulzura, mirando a través de la ventana del copiloto del coche de su compañero.

    Les habían dado un aviso, pero apenas estaban saliendo de comisaría, Lena había llamado a su hermano para pedirle que, por favor, llevase a Tanya al colegio, que a ella le había salido una urgencia en el trabajo.

    Y ahí estaban, en la puerta del colegio. Era hasta cierto punto adorable ver a Pável vestido con esa chaqueta y los vaqueros, las gafas de sol a lo CSI y una mochila enana rosa con florecitas al hombro. De la mano iba Tanya, terminando de contarle muy animadamente una historia de una princesa dinosaurio que había empezado en el coche.

    Kate vio cómo Pável le entregaba la mochila, la cogía en brazos y la abrazaba entre las risas de la niña, llenándole la cara de besitos. Después, le reajustó las coletas y la dejó con unas compañeras que acababan de entrar también antes de volver al coche.

    —¿Qué pasa al final? —preguntó Kate con cierta burla en la sonrisa mientras Pasha se volvía a poner el cinturón.

    —La princesa escupe fuego para quemarle el culo al caballero y se queda tomando el té con su amiga —sonrió.

    —¡Pero qué monada! —se rio ella con sinceridad —Esa niña va a ser de armas tomar.

    —¡Eso espero! Si no, me sentiría muy decepcionado.

    Todavía entre risas, el coche retomó su trayecto original, que por suerte no estaba muy alejado del colegio, y pudo aparcar… a seis calles del destino final, lo cual, por otra parte, estaba muy cerca, teniendo en cuenta cómo era aquella ciudad.

    Pável aprovechó el paseo para comprarse un café y un dónut en un puesto de por ahí bajo la mirada reprobatoria de Kate, quien al final sólo suspiró con resignación. Los suspiros se incrementaron cuando llegaron a la escena del crimen y Pável se acercó al cadáver con la nariz manchada de glaseado azul.

    —Hey, Doc —saludó con la boca llena, lo que hizo que Dexter Ceram torciese el gesto con desagrado —. Nada como un asesinato para empezar bien el día, ¿eh?

    —Ignórale —suspiró por quinta vez Kate, señalando al joven que había en el suelo —. ¿Qué puedes contarnos?

    Ceram resopló y se volvió a agachar, animando a los dos detectives a hacer lo mismo. Pável, lamiéndose los dedos una vez terminado el dónut, dio un vistazo rápido. Era un hombre de veintimuchos, seguramente deportista a juzgar por lo definidos que eran los músculos de sus brazos y torso, que quedaban a la vista ante la falta de una camiseta.

    —Lo han encontrado esta mañana —empezó a decir el doctor —. Estaba en ese contenedor de ahí, envuelto en la sábana que veis —añadió, señalando la tela azulada en la que el cadáver reposaba —. Obviamente, le han extraído el corazón —añadió, señalando el pecho, donde había una herida bastante grande que dejaba ver un vacío cubierto de sangre.

    —Son unos cortes muy precisos, ¿no? —inquirió Pável, aceptando la servilleta que le ofrecía Kate para terminar de limpiarse el azúcar de la cara.

    —Eso iba a decir yo —murmuró Kate con el ceño fruncido —. ¿Nos enfrentamos a un ladrón de órganos?

    —Puede, pero… ¿Por qué llevarse sólo el corazón? —dijo Pável —Este tío parece muy sano. Un traficante se habría llevado todo lo aprovechable.

    —Espera… —Kate se incorporó, pensativa —Eso me suena. ¿No hubo hace unos años una oleada de asesinatos parecidos?

    —¡Ah, sí! —ahora fue Ceram quien habló —Es verdad, aparecieron cinco cadáveres a los que les habían extirpado partes concretas. Los ojos, un riñón, un brazo, un estómago… Y un corazón —añadió, mirando el cuerpo que tenían ahora entre manos —. Nunca llegaron a cogerlo.

    —Bueno, eso es porque antes no nos tenían a nosotros —decidió Pável tras un tranquilo sorbo a su café —. Supongo que aquí no tenemos nada más que hacer…

    —Ah, ¿no? —Kate sonrió, cruzando los brazos sobre el pecho.

    —Humn… No. La científica está terminando de tomar fotos, está claro que el hombre no murió aquí, no veo huellas de zapatos o de ningún vehículo…

    Kate, ensanchando su sonrisa, señaló con la cabeza el contenedor abierto al que un par de forenses estaban terminando de sacar fotos. Pável protestó, pero Kate simplemente le quitó el café y le dio un trago, volviendo a señalarle el contenedor.

    —No hay gloria sin llenarse un poco de mierda, ¿no?

    —¿Por qué siempre me toca a mí?

    —Porque nos caes regular —se rio Ceram.

    —¡Qué gracioso! Oye, al menos dejad que me ponga el traje.

    —Pero rápido, Novi, antes de que las ratas se coman las posibles pruebas.

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    Si había algo que Pável odiase de su trabajo era el tener que enfrentarse por primera vez a la familia de la víctima. Mirarlos a la cara, decirles que jamás volverían a ver a un ser querido, que nunca volverían a escuchar su risa. Era una de las partes más duras de todo el proceso.

    Él lo había vivido desde el otro lado. Un hombre había llamado a la puerta de su casa y le había dicho que sus padres habían muerto en aquel derrumbe. Y no tenía un buen recuerdo de aquello, ya no sólo por el hecho en sí, sino también por el agente en cuestión, que había tenido el tacto de un papel de lija.

    Por eso, aunque odiaba esa parte, Pável siempre la pasaba con la mayor suavidad y comprensión del mundo. Sin comida en las manos, con la ropa bien arreglada y un tono de voz calmado y sólido. A Kate le fascinaba ese cambio, pues normalmente Pável era un bocazas.

    Esa vez no había sido distinta. Lágrimas, fases de negación y de ira… La ronda de preguntas rutinaria había llevado a un callejón sin salida. No, no conocían a nadie que quisiese dañar a su querido Jonathan. Era un cielo, caía bien a todo el mundo. Lo de siempre. Luego, al escarbar, el 90% de las veces resultaba que la víctima no le caía tan bien a todo el mundo, pero bien, eso no era algo que ningún detective fuese a decirle a unos padres destrozados.

    El resto del día había sido demoledor. Habían tenido que pasar por aquel proceso con amigos, compañeros del trabajo y compañeros de footing, gente con la que salía a correr. La primera ronda no solía llevar a nada, así que se lo tomaron con relativa calma.

    Pero de eso hacía ya unas cuantas horas. Habían dejado el caso por el momento, se habían tomado una cerveza juntos y luego cada uno se había ido a su casa. Kate estaría durmiendo en esos momentos, y Pasha… Bueno, Pasha estaba en una cocina que, desde luego, no era la suya.

    Hacía ya casi una semana desde que había entrado en aquella casa, pero la ventana que había atravesado estaba perfectamente reparada. Incluso la reja metálica había sido sustituida por una nuevecita.

    —Vaya seguro debes tener —había sido lo primero que le había dicho a Ray, que estaba leyendo algunos papeles en su sillón, con el mismo pijama que la última vez que lo había visto.

    XIII había entrado por el mismo sitio por el que había salido: la ventana del baño. Bajar hasta ese patio había sido mucho más fácil que subir, pero lo había hecho, y una vez en la casa había ido directamente a por el dueño, aunque no se había acercado demasiado a él.

    —Imagino que estás hasta los cojones de todo —dijo mientras entraba en su cocina y abría la nevera. Gruñó al ver que no había nada decente, pero claro, entonces recordó que estaba intentando desengancharse del alcohol, así que sólo cerró la nevera —. Créeme, yo también lo estoy. Así que vamos a acabar con esto rapidito para que cada uno pueda seguir con su vida.

    No había cerveza, pero sí una caja de cigarrillos. Cogió uno y lo encendió con el mechero que había al lado de la cajetilla. Se retiró la máscara inferior y empezó a fumar, sentándose en un taburete y apoyándose en la barra de la cocina.

    —Cuando me encuentro con un superhombre con poderes peligrosos, lo investigo. Pura rutina, podemos decir. Por eso, cuando supe qué eras capaz de hacer, te investigué. No porque crea que seas malo, de hecho… al contrario. No querías que te tocase porque no querías matarme. Si fueses un asesino, te habría dado lo mismo —se encogió de hombros, soltando el humo —. Pero, como te digo, lo hago por rutina. Claro que al no encontrar nada se me dispararon las alarmas —dio otra calada y tiró la ceniza sobrante en un cenicero de cristal —. Y cuando digo nada, quiero decir nada, no desde tu llegada a la ciudad. Y eso me sorprendió, porque en los archivos de un agente, que por cierto se va a cabrear mucho cuando se entere de esto, vi que realmente la policía tenía más información el día de antes, algo sobre tu familia. Yo, sin embargo, tuve que bucear en las profundidades del mundo informático para escarbar tu vida en Arizona —otra calada y una nueva humareda —. Alguien ocultó tu pasado, tu vida entera, de las bases de datos públicas, pero también de las confidenciales, y lo metió todo bajo una alfombra extremadamente compleja.

    Se puso en pie y terminó volviendo a abrir la nevera. Esta vez, cogió una lata de Pepsi. No le gustaba mucho aquella bebida, pero necesitaba un poco de glucosa, así que la abrió y le dio un trago, poniendo cara de asco y resoplando.

    Cogió el cenicero y se movió al salón, dejándose caer en el sofá frente a Ray.

    —No matas por placer. No hay un enorme montón de esqueletos en tu sótano. Entonces… ¿Quién demonios está eliminándote y por qué? ¿Quién quiere ocultaros a ti y a tu secretito familiar? Porque si lo está haciendo contigo, ¿quién más se estará librando de juicios y castigos, quizá con mucho más motivo que tú? Sólo necesito que me digas eso.

    Terminó de hablar, mirándole a los ojos a través del resto de su máscara. Vio a Ray apretar los labios, como si se debatiese a decirle algo o no, pero si lo iba a hacer, no pudo, no cuando un teléfono vibró en uno de los compartimentos del cinturón de XIII.

    El justiciero le hizo un gesto. Aplastó la colilla contra el fondo del cenicero y se puso en pie, respondiendo a la llamada.

    —¿Hmn? Oh. ¿En serio? Gracias —colgó y volvió a guardar el teléfono —. Tendrás que disculparme, al parecer el Camaleón ha vuelto a mi radar. Oye, Ray… No pretendo hacerte daño ni hacértelo pasar mal. Sólo quiero saber entender qué está ocurriendo. Sólo quiero una ciudad un poco más segura.

    Cogió la colilla y la guardó en una bolsita de plástico junto a la lata vacía, por si a algún gracioso se le ocurría hurgar en la basura para hacer pruebas de ADN. Se recolocó la máscara y se reajustó los guantes —esta vez se los había puesto para no dejar huellas— antes de dirigirse otra vez al baño para volver a salir por ahí. Se detuvo antes de salir del salón y se giró a mirarle.

    —Volveré mañana. No me la juegues, por favor. Ten una buena noche.

    Dicho esto, se fue para poner fin a esa dichosa cacería.

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    El Camaleón, responsable de docenas de crímenes, ha sido encontrado muerto en las puertas de una comisaría de la ciudad de Los Ángeles atado a una maleta repleta de pruebas que lo vinculan con una veintena más de delitos con los que no se lo había relacionado. Las autoridades apuntan a que XIII, el justiciero enmasc-

    —¿Alguien puede quitar esa mierda? —gruñó Novikov, a lo que Kate suspiró, cambiando la emisora de la radio a una de rock clásico —Joder, muchísimo mejor.

    Kate le miró y terminó por encogerse un poco de hombros mientras le tendía una taza de café. Llevaban toda la mañana revisando informes antiguos que nadie se había molestado en digitalizar, así que se habían ido a la salida de descanso a limpiarse un poco la vista.

    —Venga, dime. ¿Qué tal está Lena?

    —Bien. Hoy tiene una reunión, así que me quedaré de canguro con la pequeña hasta que vuelva.

    —¡Oh! ¿Y qué planes tenéis?

    —Ver Shrek, por supuesto —se rio entre dientes —. Cenar pizza, que de vez en cuando no hace daño y su madre me ha dado permiso… Y a la cama prontito, que mañana se va de excursión a un museo con el cole.

    —Oye, Novi… ¿No te gustaría tener hijos? —se atrevió a preguntarle.

    Pável se frotó la nuca y miró por la cristalera hacia la comisaría, apretando un poco los labios de manera pensativa.

    —Nah, no sé. Es mucha responsabilidad. Además, ¿me imaginas llegando a una escena del crimen manchado de papilla?

    —Bueno, ya llegas manchado de guacamole —se rio ella.

    —¡Es que ponen mucho y es difícil comer tacos sin mancharse! —intentó defenderse Pável, aunque tras unas risas se puso un poco más serio —No sé. Quizá me lo habría planteado con Rosie.

    Kate notó cómo el ambiente había cambiado un poco, así que se decidió a cambiar de tema y regresar a la sala de archivos.

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    XIII no fue a casa de Ray esa noche, aunque esa era su intención cuando había salido de casa.

    Mientras callejeaba, esquivando cámaras de seguridad y posibles vecinos cotillas, vio algo que llamó su atención. Por un momento creyó que se lo había imaginado, pero no, esa mujer le había mirado y había modificado su rostro antes de darse media vuelta para enfilar por una callejuela.

    Pero, ¿cómo era posible? ¡Había matado al Camaleón! Se había asegurado de que fuese él. Tenía la misma herida de bala, y joder, había cambiado de forma durante la pelea. Es decir, sólo podía ser el Camaleón. ¿Es que acaso ahora resultaba que había dos?

    Dispuesto a averiguarlo, siguió el recorrido de la mujer hasta llegar a una boca de alcantarilla. No tuvo muchos remilgos a la hora de abrirla y bajar por las escaleras a las hediondas entrañas de la ciudad, siguiendo el eco de pasos, alerta, con las armas en la mano, considerando las posibles trampas que podía encontrar en su camino.

    Pese a todas sus precauciones, cometió un error al girar la cabeza hacia el sonido de una rata. Fue sólo un segundo, pero un segundo era suficiente para recibir una puñalada entre el pectoral y el oblicuo mayor.

    —¡Esto es por mi hermano, hijo de puta! —gritó la mujer, intentando retorcer el cuchillo.

    XIII no la dejó, claro. Agarró su muñeca y, en un rápido gesto, se la rompió, haciéndola soltar un grito de dolor. La arrojó al suelo y, en el momento en el que la mujer empezaba a adoptar la forma de un forzudo de feria, XIII le disparó en la frente, matándola al instante.

    El cuerpo se desplomó en el suelo cenagoso y XIII se permitió quitarse el cuchillo. Lo primero que hizo fue comprobar que no estuviese impregnado de veneno, pero no, era un cuchillo de cocina, normal y corriente. Se lo guardó para limpiarlo bien en casa y, presionando sobre la herida, decidió recorrer el laberinto subterráneo.

    Conocía los planos, los había tenido que consultar mil veces para un par de casos —y siempre venía bien conocer los trazados internos de la ciudad cuando te dedicas a matar gente con una máscara—, así que al volver a la superficie sabía exactamente dónde estaba y qué pasos debía dar.

    Forzó la puerta trasera de un refugio para animales y entró, buscando la zona de veterinaria. Una vez ahí, buscó desinfectantes, agujas e hilo, pero a medio camino, alguien presionó un revólver contra su espalda, obligándole a detenerse.

    —Quién coño eres y qué mierda haces aquí —le preguntó una voz dura que, en realidad, parecía demandar respuestas.

    —XIII —respondió el justiciero con la voz jadeante —. Sólo quiero coserme una herida. Pensaba que no quedaba nadie.

    —Pensabas mal. Dame un motivo para que no llame ahora mismo a la policía.

    El justiciero giró la cabeza, encontrándose a una mujer rubia que le miraba con mirada fiera, como una osa miraría al incauto que ose acercarse a sus oseznos.

    —Puedo matarte antes de que cojas el teléfono.

    La veterinaria lo miró, desafiante, y entonces llevó su mano izquierda al bolsillo de su pantalón para coger el móvil. No llegó a hacerlo, XIII fue más rápido que ella y, en medio segundo, le había quitado el revólver y lo había apoyado en la mandíbula inferior de la mujer, quien alzaba las manos con cautela.

    —No quiero hacerte daño —susurró XIII —. Sólo quiero coserme la herida e irme de aquí —dijo, tendiéndole el revólver.

    La mujer cogió el arma y la dejó sobre una mesa.

    —Déjame ver —pidió, apartándole la mano para mirar a través de la rotura de la ropa —. Bueno, las he visto peores. Quítate la parte de arriba y siéntate en la camilla. ¿Eres alérgico a la anestesia?

    —Nada de anestesia —pidió XIII tras un par de segundos de silencio, empezando a obedecer.

    —¿En serio? Te va a doler —empezó a decir, aunque al ver el torso desnudo del hombre, con cicatrices de otras peleas (incluso alguna de bala, de sus tiempos en la guerra, aunque ella no podía saberlo), suspiró profundamente —. Vaya, parece que estás acostumbrado. Bien, voy a limpiar la herida y a coserte, pero no quiero volver a verte por aquí jamás.

    —¿No? Qué pena, creía que había encontrado mi ambulatorio de emergencia…

    —Ja, ja —gruñó ella, empezando a disponer todo el material —. ¿Puedo llamar a mi esposa? Le acababa de decir que volvía ya a casa y se va a preocupar si me retraso.

    XIII asintió, pero cogió el revólver. Allison Greenwood no necesitó más para entender que ese hombre estaría atento a sus palabras y no dudaría en apretar el revólver si creía que lo estaba engañanado.

    SPOILER (click to view)
    ¿Pectoral? ¿Oblicuo mayor? No te preocupes, no soy una experta en anatomía, es que he consultado esta imagen xd

    Hablando de imágenes, toma a Gerónimo. Me encanta imaginar a Pasha dejándole un cojín especial en el sofá a su tortuga y acariciándole la cabezota mientras ve la tele o lo que sea xD

    No he podido resistirme a introducir a las lesbianas. Dejo en tus manos si Naomi llamará a Ray o si tu muchacho sentirá alivio/preocupación ante la ausencia de XIII y ya xd

    Sobre el caso del traficante de órganos, lo tengo todo pensado, pero voy a mantenerte con el misterio por ahora porque puedo, porque quiero y porque yo lo valgo (?)

    ¿Palabras mal escritas? ¿Falta de formato? Este y otros problemas serán resueltos… en… ¿algún momento? xd
  2. .
    Más adelante, se reprocharía el no haber prestado más atención a las señales. Los ojos de Ciro no habían sido tan amables como sus palabras cuando le había llevado la bebida a Kunic. Su última mirada antes de salir de la habitación no había ido acompañada de una sonrisa tranquila, sino de una calculadora.

    Pero no lo había visto. Quizá porque estaba cansado —ahora que estaba volviendo a dormir, su cuerpo exigía un ciclo de sueño más constante—, quizá porque empezaba a tener esa hambre que había hecho que los humanos catalogasen a los kaltrix de monstruos…

    Sí, se acercaba ese momento. Por ahora podía controlarse, era sólo como un zumbido molesto tras su oreja, pero sabía que con el paso de los días se iría agravando si no hacía nada para impedirlo. Pero, ay, ¿cómo iba a hacerlo? ¿Tendría que matar a una persona inocente o saquear alguna tumba para devorar carne putrefacta? Ninguna de las dos opciones le agradaba lo más mínimo.

    Volviendo al problema actual, no había visto las señales a tiempo, y cuando se había querido dar cuenta, Kunic había desaparecido, dejando a una Evat temblando aún tras expulsar todo el contenido de su estómago.

    Rápidamente, Khamlar la ayudó a incorporarse y a limpiarse, aunque en esto tuvo que agradecer que una de las sirvientas de la casa le echase una mano. Entre los dos, desnudaron a Evat y la introdujeron en una bañera llena de un agua aún algo fría, no había dado tiempo a calentarla del todo.

    La sirvienta se fue a por más agua caliente y a por ropa limpia para Evat, quien aún intentaba cubrir sus partes más íntimas apretando las piernas y cruzando los brazos sobre sus pechos. Asustada, temblorosa, observó cómo Khamlar, cómodamente arremangado, hundía en el agua una esponja con la que procedió después a frotar suavemente la espalda de la viera.

    —¿No vas a… intentar entrar? —se atrevió a preguntar, con la voz ronca y los ojos algo enrojecidos por un llanto que apenas empezaba a calmarse.

    —¿Hmn? ¿En la bañera? —Khamlar sonrió, arrodillado tras Evat, y le acarició una mejilla con suavidad —No me atraen las mujeres.

    Al escuchar eso, Evat pudo por fin relajarse un poco, bajando las manos. Tomó aire hondamente y, al pensar en lo que acababa de ocurrir, rompió a llorar de nuevo. En ese momento apareció la sirvienta, quien miró con honda preocupación tanto a su compañera como al invitado.

    Khamlar se puso en pie y se secó las manos, acercándose entonces a la sirvienta. La miró con una expresión serena, una mirada incluso dulce, aunque con un fondo de lástima.

    —¿Puede encargarse usted de ella? —le preguntó casi en un susurro, con un tono tan cuidadoso como todos sus movimientos hasta el momento.

    La muchacha asintió y Khamlar le sonrió antes de salir. Y en cuanto salió de la habitación, su sonrisa se cambió a un gesto duro. Esquivó a Ruya, que había ido en busca del motivo del cristal roto, sin siquiera mirarlo. Sólo se detuvo un momento, girándose hacia él.

    —Vigila a Evat —le dijo, y todavía con esa expresión más fría salió por la misma ventana que Kunic.

    Tenía el olor de su sangre, incluso su sabor, aún muy recientes. Sólo tenía que seguir su rastro, algo en lo que era experto gracias a sus días aprendiendo a cazar.

    Cuando estuviese seguro de que Kunic estaba bien, entonces podría encargarse de Ciro.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —¡Agh! —se quejó Khamlar, juntando las manos y estirando los brazos hasta sentir su espalda recolocarse —¡Estoy harto de tanto protocolo! Voy a necesitar un buen masaje cuando acabe esto.

    —Eres un quejica —se rio Pagro suavemente, sacudiendo la cabeza de lado a lado —. Tú al menos pasas la mayor parte del tiempo con ropas livianas y cómodamente sentado en tu trono, pero… ¿Yo? Yo tengo que estar de pie, con la armadura, el escudo, la espalda y guardando silencio.

    —Bueno, es que yo soy el príncipe —dijo Khamlar, recostándose de nuevo en el triclinio —. Pero te aseguro que estar tanto tiempo sentado es una tortura, incluso si el trono está bien acolchado. Y es tan, pero que tan aburrido recibir todas las dádivas de los distintos territorios… Llevamos una semana, pero siento como si hubiese sido un único día de continuo. Si al menos Padre estuviese aquí…

    —No —le interrumpió Pagro con suavidad. Se sentó en el borde del triclinio y acarició la piel amarfilada del príncipe, quien estaba haciendo un pequeño mohín —. Ambos sabemos que, si Su Majestad estuviese aquí, nosotros estaríamos lejos —luego esbozó una sonrisa torcida, divertida —. Además, ¿no fuiste tú quien dijo que tenía que empezar a tomar responsabilidades más propias de un rey?

    —Sí, lo sé. ¡Pero no esperaba que fuese a ser tan aburrido! Encima, como todos querían verme en calidad de regente, ¡hasta los elfos y los viera han enviado sus delegaciones!

    Era cierto que los recibimientos resultaban extenuantes. Durante horas, grupos de distintos lugares del continente, incluso de las islas, habían llegado para ofrecer al príncipe de R’Lash regalos y presentes de calidades envidiables, todo para celebrar el vigésimo cumpleaños de Khamlar, y es que cumplir los veinte años era algo realmente a celebrar en el imperio de R’Lash.

    Las dos décadas eran interpretadas como el paso completo de la infancia a la madurez, y ningún reino aliado querría ofender al emperador faltando al cumpleaños de su hijo, incluso si el propio heredero hubiese preferido mil veces encerrarse en la torre más alta del castillo hasta que todo pasase.

    Pero ya estaba todo organizado. Su cumpleaños no sería hasta la semana siguiente, momento en el que se haría un baile seguido de una ceremonia en la que, a nivel jurídico, Khamlar sería adulto. Hasta entonces, tendría que seguir recibiendo delegaciones, con largas sesiones de saludos y presentaciones seguidas, cada noche, por un banquete donde se servían los platos más característicos de cada embajada.

    Tras el de esa noche, ambos jóvenes habían salido del edificio central, el que componía propiamente la vivienda del castillo, y se habían dirigido a un cenador que había en los jardines, los cuales parecían en cierta medida una extensión del oscuro y espeso bosque que rodeaba la ciudadela, aunque en realidad estaban delimitados y bien cuidados por los jardineros reales.

    El cenador era una estructura sencilla, un gran plato con un suelo de mosaicos de mármol y una bóveda simple con nervaturas que se entrecruzaban hasta formar un sol. Las columnas eran altas y delgadas, muy blancas para contrastar con el entorno verde y floreado, y dentro, en el cenador propiamente dicho, estaba la piscina, escalonada hacia el interior y llena, como todas las bañeras del palacio, por aguas subterráneas. Además, había muebles, un par de triclinios y una mesa baja en la que habían dispuesto frutas frescas y un par de copas con vino dulce.

    —Tengo entendido que los ogros llegarán mañana.

    —¡Los ogros! Por las diosas —suspiró dramáticamente, consiguiendo que Pagro volviese a reírse —. Miedo me da el tipo de presente que vayan a traerme los ogros. ¡Ay de mí como se inicie alguna pelea con los enanos…!

    —Nadie se peleará con nadie —le aseguró el otro mientras desenredaba con los dedos el cabello rubio de Khamlar —. La ciudadela es un territorio neutral, todo el mundo lo sabe. Nadie osará alzar las armas en presencia de un kaltrix, y menos si ese kaltrix es el hijo de Ademo VIII el Sabio, quien logró treguas intraespecies en un periodo de convulsas guerras…

    —Sí, eso es muy gracioso —se quejó Khamlar, incorporándose de forma perezosa —. Padre puso fin a las grandes guerras, pero nosotros seguimos combatiendo. ¡Joder, Pagro! ¡No hace ni dos semanas que volvimos de una campaña!

    Pagro le miró, ladeó un poco la cabeza en tono pensativo y luego le sonrió, haciéndole un gesto con la cabeza que Khamlar entendió rápidamente. El príncipe se puso en pie y dejó caer al suelo la túnica blanca, de una tela tan fina que dejaba ver las formas de su cuerpo, que había estado cubriéndole hasta el momento. Acto seguido, caminó sobre los fríos mosaicos de piedra hasta la bañera; bajó los escalones y se sentó, dejando que el agua caliente le cubriese hasta los hombros.

    Su joven general le siguió entonces. No tuvo que quitarse ropa, ya estaba desnudo de antes. Esto no se debía a que hubiesen estado intimando tanto como al hecho de que, en verano, era habitual que las gentes, dentro de sus casas, fuesen o sin ropa o con ropas traslúcidas. El caso está en que Pagro se metió también en el agua, quedando dos escalones por encima de Khamlar, distancia que le permitió frotar su espalda con una tela de tacto suave.

    Era creencia en R’Lash que nada mejor que aquel gesto para transmitir confort y calma en momentos de tensión o estrés. Y si los frotes venían dados por un ser amado, muchísimo mejor, pues se establecía una cierta intimidad en el acto.

    Khamlar cerró los ojos y bajó la cabeza, acariciando las piernas de Pagro, que quedaban a los lados de su cuerpo.

    —Debemos seguir combatiendo no tanto por una cuestión de sadismo o de amor a la guerra, sino porque es la única forma que tenemos de asegurar la paz. Ciudades como el puerto de Saldiya o Jarke, dominadas por frágiles humanos, ven R’Lash con sospecha o con miedo. Forman parte del imperio, pero no confían en tus capacidades como líder, o, pero aún…

    —…están agitados por la profecía —completó Khamlar con un largo suspiro, asintiendo después —. Lo sé. Pero precisamente ante la profecía no puedo hacer más de lo que ya he estoy haciendo. Creo que Saldiya y Paneve son zonas totalmente aseguradas en lo que a mi liderazgo respecta…

    —Sí, yo también lo creo. Te comportaste de manera ejemplar con ellos —sonrió Pagro con orgullo en la voz. Se dejó resbalar al siguiente escalón, pegando su pecho a la espalda de Khamlar para poder susurrarle al oído —. Y, la verdad, me puso muy cachondo ver cómo te imponías al viejo chivo…

    El viejo chivo era, en realidad, Machaón, uno de los generales de R’Lash. El apodo venía, por supuesto, por el ridículo vello facial que llevaba desde hacía quince largos años. Una vez hubieron sitiado Paneve, Machaón insistía, igual que otros veteranos, que las fuerzas de la ciudadela debían aplastar de manera definitiva la ciudad disidente, reducirla a cenizas. Khamlar, sin embargo, había alzado la barbilla y había abogado por una solución más pacífica, un encuentro privado entre él y el gobernante de Paneve.

    Con esa reunión se había ahorrado un baño de sangre innecesario, salvándose miles de vidas, y se había establecido un pacto firme entre Paneve y la ciudadela. Y, la verdad, ese pacto estaba construido sobre unos cimientos mucho más seguros que los que habría erigido el enfrentamiento sanguinario propuesto por Machaón.

    Khamlar, al oír el susurro de Pagro, sonrió y se dio media vuelta. Su cuerpo medio flotaba en el agua, pero apoyaba su pecho sobre el de Pagro, quien no tardó mucho en poner sus manos en la cintura del príncipe.

    —Ah, ¿sí? Entonces no convendría que recordases la escena vívidamente, o tendría entre manos un nuevo problema del que ocuparme… —le susurró, acariciando con sus labios los labios del otro al hablar.

    Pagro abrió la boca para responder, pero no llegó a hacerlo cuando Khamlar se apartó bruscamente, poniéndose en pie. Pagro estaba listo para coger sus armas, perfectamente dispuestas a un lado de la piscina, y salir a combatir, pero entonces su amo y señor le miró con una sonrisa y le tendió la mano. Pagro la tomó sin dudarla y ambos caminaron de forma discreta —Khamlar se había llevado un dedo a los labios, pidiendo silencio— hasta que sus pies dejaron de sentir el frío mármol y pasaron a sentir la suave hierba.

    Se movieron con relativa rapidez, aún desnudos y mojados, bajo la mirada de las dos lunas y de su vastísimo séquito de parpadeantes estrellas. No muy lejos del cenador, amparados tras un banco tallado en mármoles de colores, se agazaparon, observando la escena: un viera había llevado fuera del palacio a uno de sus compañeros y, al parecer, discutían entre sí en ese extraño lenguaje de signos y gestos y sólo parecían comprender ellos.

    Al contrario que lo que ocurriría unos siglos más adelante, los viera mantenían aún cierta relación con el resto del mundo, por lo que acudían a eventos de gran importancia, si bien buscaban la neutralidad en cuestiones bélicas. Y, por esa relación, se comunicaban de forma verbal con el resto de especies, pero entre sí preferían su idioma privado, con chasquidos y movimientos de orejas y narices.

    —¿Qué ocurre? —apenas susurró Pagro. Si los viera no hubiesen estado tan pendientes de su propia conversación, ni hubiesen llevado esas orejeras que les protegían de los ruidosos habitantes del castillo, seguramente habrían salido corriendo.

    —Uno no está bien —musitó Khamlar. Olfateó el aire y ladeó un poco la cabeza —. El de rojo, al que le tiemblan las manos. Huele distinto, más… dulce.

    —¿Dulce? ¿Está en celo? —preguntó Pagro, frunciendo un poco el ceño.

    Prestando un poco más de atención, vio que eso debía ser. La señorita Larez les había explicado a los dos lo más básico de cada especie, por lo que sabían que cuando el ciclo de un viera llegaba a cierto punto, el alivio sexual era una obligación biológica. «Como mi Hambre», había comentado Khamlar en su momento.

    El hombre-conejo de rojo parecía nervioso, o peor aún, ansioso. Le temblaban las manos y movía la cabeza con rapidez, como si estuviese manteniendo una lucha interna… y estuviese perdiendo. Se dio entonces media vuelta y dio un salto en dirección al castillo, pero estando aún en el aire, su compañero lo atrapó y lo estampó contra el suelo, inmovilizándolo con fuerza.

    —Debemos irnos —susurró Pagro casi sin voz. Khamlar, sin embargo, seguía mirando la escena, que empezaba a tomar un cariz muchísimo más íntimo, con los primeros gemidos rasgando el aire —. Khamlar —le dijo en un nuevo susurro, aunque un poco más alto, con voz algo ronca.

    El príncipe reaccionó y miró a su mejor amigo. Le sonrió un poco, le tomó la mano y tiró de él para besarle. Después, lo abrazó y ambos desaparecieron de esa zona del jardín, dejando en su lugar unas volutas de humo negro que no tardaron en diluirse en el aire de esa noche estival.


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    Encontrar a Kunic no había sido difícil. Estaba cerca de la playa, en realidad, cerca de la zona para bañistas donde se había reunido el grupo no hacía mucho rato. Su comportamiento era algo errático, nervioso, y parecía estar perdiendo el control, por lo que Khamlar no perdió el tiempo en palabrería y simplemente lo agarró de la muñeca, arrastrándolo lejos de la población.

    No lo soltó hasta estar en una gruta natural, algo protegida de miradas indiscretas y con un suelo donde crecía algo de musgo, por lo que ofrecía una superficie mucho más cómoda que la arena de dos pasos más allá.

    Y, a juzgar por cómo estaba Kunic, estaba claro que iban a agradecer la superficie ligeramente mullida.

    El dolor del mordisco lo podría haber distraído un rato, pero no había impedido que aquel mejunje siguiese penetrando en su sangre. Y Khamlar temía que a esto se debía haber juntado el propio ciclo biológico viera. Fuese como fuese, lo que estaba claro era que Kunic lo estaba pasando mal en esos momentos, y, además, si terminaba de abandonarse a las punciones más primitivas de su bajo vientre, podría hacerle daño a alguien.

    Por eso, el otrora rey decidió tomar medidas drásticas, sobre todo cuando vio al hombre-conejo intentar salir de la gruta.

    Kunic terminó rápidamente contra el suelo, bocabajo. No eran manos ni piernas las que lo aprisionaban, sino cinco tentáculos que se aseguraban de inmovilizarlo, aunque procurando no causarle dolor o una molestia fuerte. Uno en cada muñeca, otro en cada tobillo y un último en la cabeza bastaban. Por otra parte, el viera se había quedado totalmente paralizado, con la respiración acelerada, al caer al suelo.

    Khamlar, con manos cálidas y un tacto cuidadoso, le hizo alzar un poco las caderas y le quitó los pantalones, dejándoselos a la altura de los tobillos para que tuviese una relativa comodidad. Después, se lamió la mano y la coló bajo el vientre del viera, acariciándole a un ritmo algo rápido. Sus dedos no sólo se deslizaban por aquella longitud, sino que jugaban haciendo distintas presiones, suaves frotes, incluso, buscando el mayor placer posible para el hombre-conejo. Con otra mano, tiraba de su esponjosa cola, no con fuerza, sólo pequeños tirones para estimularle.

    El kaltrix confiaba en que aquello fuese suficiente para calmar a Kunic. Tras eso, le soltaría y lo acompañaría a algún lugar donde pudiese descansar. Esa era la teoría. Sin embargo, aunque el suelo no había tardado en quedar manchado de aquel líquido blanco y viscoso, el músculo del viera volvía a endurecerse en la mano de Khamlar, prácticamente palpitando en una súplica por ayuda.

    Khamlar miró al jadeante viera, soltando su cabeza para dejarle girar el rostro en su dirección. Gateó sobre él para acercarse a su cara y se inclinó, rozando su vientre la espalda del otro en el proceso, pero sin aplastarlo en ningún momento.

    —¿Quieres que lo haga? —le preguntó en tono vacilante, incluso con cierta nota de temor ante la respuesta que Kunic pudiese darle.

    Vio su gesto, su mirada, y sólo pudo suspirar suavemente antes de asentir, dirigiéndole una sonrisa que buscaba tranquilizarle, decirle que todo estaba bien. Se acercó un poco más y acarició su nariz con la del viera. Besó sus labios, primero en un roce suave, después con algo más de profundidad, jugando un poco con la lengua. Notó que Kunic se tensaba algo ante ese contacto húmedo, seguramente porque nunca nadie le habría propuesto algo así, así que no insistió y prefirió apartarse un poco.

    Hundió la nariz en el cuello de Kunic, envolviéndose en su cabello y en ese aroma extraño, dulzón, agradable y atrayente que emanaba. No creía que los humanos pudiesen percibirlo, no al menos con la claridad con la que él lo hacía, pero debía tener algún efecto en ellos. Eso explicaría la caza de viera para meterlos en prostíbulos.

    Todas las criaturas cambiaban su olor cuando llegaba la excitación sexual. Un kaltrix no era una excepción, y de hecho Kunic podría notar también cómo el olor de Khamlar se modificaba, de forma discreta, a uno más embaucador. Acompañando esto, también podría notar una cierta dureza asomar entre los muslos del kaltrix.

    Soltó un mechón de cabello blanco que había tomado entre sus dedos y deslizó sus labios por la espalda del viera en suaves besos hasta posicionarse entre sus piernas. Todavía sujetándole muñecas y tobillos, volvió a hacerle alzar las caderas al sujetárselas con ambas manos. No pudo evitar sonreír al ver cómo Kunic levantaba su esponjosa cola, la cual temblaba por la pura excitación, aunque la sonrisa se le fue diluyendo cuando le tocó bajarse sus pantalones lo suficiente como para liberar su propia erección.

    Era la primera vez en los tres meses que llevaba despierto que iba a hacer algo así. Al pensarlo, se sintió algo nervioso, y tuvo que evitar pensar en Pagro a riesgo de que todo el invento se viniese abajo.

    Cerró los ojos, concentrándose únicamente en el olor envolvente de Kunic y del agua salada, en el sonido de las olas rompiendo sobre la playa, del viento meciendo las hojas de los pinos y de los jadeos de Kunic.

    Cuando abrió los ojos, fue en medio de un gemido. Volvió a intercambiar una mirada con el viera, sintiendo sus propios ojos teñirse de placer, y le sonrió, esta vez con mucha más dulzura, antes de empezar a moverse.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —¡No me lo puedo creer! ¡Ese puto pervertido! —gritaba Ruya yendo de un lado al otro de la habitación, haciendo amplios aspavientos con las manos en el proceso.

    —Por favor, ¿podrías bajar el volumen? —pidió Khamlar con el ceño fruncido —Me estás dando dolor de cabeza y vas a terminar despertándole.

    Ruya gruñó, pero cuando siguió farfullando fue en voz más baja. Hirale, por su parte, suspiró, mirando a Kunic, quien todavía dormía, acurrucado en la cama de matrimonio de la habitación y con la cabeza en el regazo de Khamlar. El kaltrix, sentado en la cama, tenía las piernas estiradas y la espalda apoyada en almohadones contra el cabecero, y acariciaba suavemente el largo cabello de Kunic, como asegurándose de que descansase.

    —Es una suerte que lo encontrases inconsciente —comentó Hirale —. Creo que él mismo no se lo podría haber perdonado si le hubiese hecho daño a alguien.

    Khamlar sonrió un poco, de forma algo tensa. Esa era la versión que había dado, claro, aunque sí era cierto que Kunic se había quedado inconsciente, si bien esto no había ocurrido con tanta rapidez como Khamlar aseguraba. Tras la primera ronda, lo había soltado al encontrarlo más tranquilo. El propio viera se había girado y habían vuelto a enlazar sus cuerpos entre caricias. Esa vez, Khamlar se había terminado por desnudar, y había quitado la poca tela que le quedaba a Kunic encima entre caricias. La tercera vez, lo habían hecho abrazados, tumbados los dos sobre el suelo, con Khamlar rodeándole por la espalda y manteniéndole una pierna subida entre caricias.

    Y ahí, al llegar al orgasmo, Kunic había caído rendido de forma automática. Khamlar lo había aseado, acariciado y vestido, y después lo había cargado hasta la posada donde se encontraban en esos momentos. Era gracioso, porque Ica había aparecido a medio camino, como si hubiese estado buscando al kaltrix, y le había seguido entre cortos balidos, verdaderamente feliz por el reencuentro.

    Él no había dormido, no por no estar cansado, sino porque quería vigilar tanto al viera como la posible entrada de Ciro o algún enviado suyo. Por suerte, la noche había sido tranquila, y sólo había empezado a haber actividad en la posada con la llegada de Evat y, poco después, de Ruya y Hirale.

    Miró entonces a la viera, quien se había quedado dormida sobre unos cojines, todavía abrazando a Ica, y después a Ruya y a Hirale alternativamente.

    —Voy a reventarle la cabeza. ¡No puedo creer que haya sido capaz de algo así! No había visto una barbaridad como esa desde la guerra —gruñía el exsoldado, haciendo que Khamlar rodase los ojos.

    —La guerra… —murmuró, logrando que Ruya se detuviese y lo mirase con la mandíbula tensa.

    —¿Has dicho algo, majestad?

    —Nada —suspiró Khamlar, pasándose una mano por la cara —. Oye, Ruya… ¿Por qué no te quedas tú aquí y voy yo a por Ciro?

    —¿Qué? ¡Pero…! —se vio interrumpido por un gesto elegante, pero autoritario, de Khamlar.

    —Hirale nos dijo ayer que cada familia de Seraporte tiene su propio cuerpo de guardia. Si Evat está aquí, los guardias de Ciro podrían venir a por ella, así que alguno tiene que quedarse a proteger a Evat, a Kunic y a Hirale.

    —¿Y por qué tengo que ser yo?

    —Porque así te lo ordeno.

    Ruya abrió la boca para quejarse, pero se encontró sin una réplica coherente o rápida. No sabría decir por qué por mucho que lo intentase, pero la voz con la que Khamlar lo había dicho, o quizá la forma en la que sus ojos habían bajado al durmiente viera de su regazo al decirlo… Algo en él le había hecho detenerse y aceptarlo. ¿Había cambiado algo en Khamlar? ¿Era posible que hubiese cambiado algo de la noche a la mañana?

    Sintiéndose incómodo, incluso preocupado, por esto, sólo apretó los puños mientras Khamlar se ponía en pie, y no dijo nada más hasta que la puerta se cerró tras el rey.

    —Vaya mierda.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    A Grül no le gustaban los problemas, así que los evitaba en la medida de lo posible. Sin embargo, cuando llega a tu posada un hombre lleno de sangre —sobre todo en la zona de la boca— con una mirada de depredador, ¿qué es más problemático, echarlo o consentir su entrada?

    Se había visto en esa tesitura hacía no mucho, cuando el tal Khamlar había regresado dos horas después de salir, dejando a su extraña panda y a la hermosa Evat en una sola habitación. Al irse, su ropa estaba algo desastrada y sucia por el polvo del viaje, pero al regresar tenía alguna rasgadura, por no hablar de manchas de sangre y de otra sustancia negra que no identificaba ni por el color ni por el olor, pero que al tacto, cuando le ayudó a quitarse el abrigo, se le hizo tan viscosa como la sangre.

    Ese líquido negro manchaba la piel de Khamlar sobre todo en las zonas donde la ropa se había rasgado, y es que, aunque Grül sólo pudiese intuirlo, lo negro no era más que la sangre de Khamlar. En las aperturas de la tela sólo se veían finas líneas rosadas, heridas ya curadas gracias al rápido proceso de cicatrización del kaltrix.

    Khamlar había pedido otra habitación, para sí solo, y una bañera con agua caliente, y Grül se lo había concedido precisamente porque quería evitar problemas. Eso no le había impedido refunfuñar y sacudir la cabeza varias veces mientras llevaba el gran balde de agua hasta la habitación, claro, pero al ver cómo Khamlar se desnudaba sin pudor alguno delante de él, incluso siendo que nunca le habían atraído los hombres (mucho menos los humanos), tuvo que reconocer que la decisión, quizá, no había estado tan desacertada.

    A solas, frotándose dentro del agua humeante, Khamlar cerró los ojos, todavía con el sabor de la carne de Ciro en la lengua.

    Al principio, se había enfrentado a él de forma verbal. Lo había acorralado y le había increpado por llegar tan lejos en su estúpida obsesión por conseguir una subespecie viera. Sólo quería hablar con él, intentar hacerle entrar en razón. Con suerte, Ciro vería lo que había hecho, se disculparía con Evat y con Kunic y ellos podrían seguir su camino.

    Claro que las cosas nunca salen como uno tiene planeado. Ciro no sólo no se había arrepentido, sino que además había mostrado un deseo por ir muchísimo más allá. ¿Por qué conformarse con intentar conseguir la especie perfecta y propia de viera cuando podía, además, hacerse con un kaltrix vivo y coleando? Incluso podría, ya que estaba, cruzar kaltrix y viera.

    —¿No sería fantástico, Khamlar? ¡Piensa en las posibilidades! ¡Todas las ventajas de un viera, su capacidad de salto, su oído superior… junto a las ventajas de tu especie, esos dientes afilados como cuchillas…! ¡Nunca más tendrían que huir, no tendrían que refugiarse! ¡Se convertirían en los depredadores!

    Por un momento, Khamlar pensó que estaba perdido. Ciro consiguió atraparle al quitar unas cortinas, y la luz directa del sol había cegado, aturdido y empezado a quemar a Khamlar. Sin embargo, en ese momento había sentido el primer impulso del Hambre. Y, esta vez, no lo quiso controlar.

    Abrió los ojos cuando la puerta se abrió de golpe. Había podido oír a la perfección la conversación entre Evat y Grül, también los pasos de la viera acercándose a él, así que no le sorprendió encontrarla en el umbral de la puerta de esa habitación.

    —¿Está muerto? —fue lo primero que preguntó la muchacha tras varios segundos de, simplemente, mirar a Khamlar a los ojos.

    Khamlar respiró hondo y se echó el pelo hacia atrás, humedeciéndolo en el proceso. Aprovechó para lavarse un poco la cara con esa agua oscurecida por los dos tipos de sangre que la manchaban, y miró por fin a Evat.

    —No. No pude matarlo —reconoció. Vio cómo la leporis apoyaba la espalda contra una pared y se resbalaba hasta quedar sentada en el suelo, sollozando débilmente, aunque Khamlar no sabía si de alegría o de tristeza —. Pensé en todos esos viera de su mansión —empezó a hablar mientras se frotaba de nuevo los brazos y las piernas —. Como tú, han crecido allí, es lo único que conocen. Y sin la protección de la familia Q’hacirol… ¿Qué sería de ellos? El resto de familias podrían o repartírselos o vendérselos a ese grupo horrible atrapa-viera. No… No pude matarlo.

    Pero sí le había arrancado un brazo y, aunque no estaba orgulloso de ello, lo había devorado ahí mismo, delante del propio Ciro, quien por suerte estaba más preocupado por detener el sangrado que por ver cómo uno de sus miembros era perforado por los horriblemente afilados dientes de un kaltrix.

    Incluso se había comido los huesos…

    —¿De verdad lo has dejado vivo? —escupió Ruya, quien acababa de aparecer en el umbral de la puerta —Ya está, voy a matarlo.

    —No —sentenció Khamlar con el mismo tono que había usado horas antes, el mismo con el que se había enfrentado a Machaón el chivo milenios antes —. Déjalo estar. Nos iremos de aquí en cuanto Kunic recupere fuerzas.

    —¡Iré con vosotros! —exclamó Evat.

    —¡Lo que me faltaba! ¡No, ya tengo suficientes conejos! —se quejó Ruya.

    —¡No puedo quedarme aquí!

    —Eso no es mi problema, conejita.

    —¡Khamlar, por favor, dile algo!

    —¡Pero bueno! ¿Es que mi opinión no importa una mierda o qué?

    —Estoy muy viejo para esto —suspiró el kaltrix mientras se hundía por completo en el agua, en un inútil intento por escapar de la pelea.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Hacía tres días que habían salido de Seraporte, lo cual significaba que hacía tres días desde que Ruya había empezado a respirar hondo a riesgo, si no, de coserle la boca a cierta viera leporis que se había unido a un ya de por sí extraño grupo.

    La muchacha no había dejado de quejarse por absolutamente todo. Se cansaba de caminar, pero se mareaba si iba en la carreta y le daba asco la sola idea de subir a la grupa del caballo de tiro. El sol le molestaba, pero no quería avanzar por la noche. La comida nunca le parecía suficiente, acostumbrada como estaba a comidas de tres platos. Por no hablar del polvo del camino, que manchaba su ropa o su piel.

    Los únicos ratos en los que las quejas paraban eran cuando dormía o cuando hablaba con Hirale, quien al parecer disfrutaba interrogándola sobre los hábitos y características de los viera leporis. Huelga decir que, ante estas conversaciones, Ruya agradecía a todos los dioses y descansaba un poco.

    Y fue durante estos descansos cuando se fijó en que Khamlar parecía rehuir la mirada y el contacto de Kunic, como si sintiese vergüenza por algo que Ruya se había perdido. Y como el viaje en sí resultaba aburrido, la mejor forma que tenía para matar el tiempo era, por supuesto, hallar respuestas.

    Asaltó a Khamlar la cuarta noche. El kaltrix estaba metido hasta la cintura en el río cuya corriente iban siguiendo, pescando peces. En la orilla, junto a la ropa seca del hombre, había ya dos truchas, lo que indicaba que la cosa no estaba yendo mal.

    —Majestad —le llamó desde la orilla, con los pies sin llegar a tocar el agua.

    —Ruya, vas a ahuyentar a los peces —se quejó Khamlar.

    —¡Vaya! No sabía que los príncipes fuesen pescadores —se burló el soldado, consiguiendo toda la atención de Khamlar, quien se giró a mirarle con las manos en la cintura.

    —Fui coronado como rey, así que respeta los títulos.

    —¡Ja! —exclamó Ruya, dando una palmada al aire —Parece que le estás cogiendo el tranquillo al tuteo, majestad.

    —¿Qué quieres, Ruya? —suspiró el otro con cansancio.

    —Nada. Bueno… Sí, quiero preguntarte algo —sonrió, degustando el momento al ver cómo Khamlar le miraba con expectación y curiosidad —. ¿Te has tirado al conejo, pervertido?

    —Es curioso la facilidad con la que usas esa palabra. Sobre todo porque tú me pareces el más pervertido de todos.

    —¿Perdona?

    —Ves el matiz sexual en todo lo que te rodea y pasas la vida buscando prostitutas o mujeres dispuestas a satisfacer tus necesidades íntimas.

    —¿Qué pasa, majestad? ¿Es que los kaltrix no tenéis necesidades íntimas? —preguntó en tono algo burlón.

    Khamlar le miró, primero con el ceño fruncido, después con una sombra de tristeza. Por último, volvió a su tarea de pescar truchas, a lo que Ruya resopló. Cruzó los brazos sobre el pecho y dio media vuelta para regresar al campamento, donde Kunic se encargaba del fuego junto a Ica, mientras Hirale y Evat hablaban en voz baja, cuidando al caballo.

    En principio, Ruya iba a ir directo a ellas, pero entonces escuchó algo que llamó su atención lo suficiente como para hacerle decidirse a aguardar tras los árboles para escuchar la conversación a escondidas.

    —¿Y no lo echas de menos? Llevar vestidos… —preguntó Evat, a lo que Hirale sonrió levemente.

    —No, en realidad me siento mucho más cómoda con ropa de hombre. Incluso… creo que me siento mejor cuando me tratan como a un chico, ¿sabes? Es un poco raro de explicar, pero…

    —Bueno, supongo que hay gente para todo —dijo la viera, arrugando un poco su naricita —. Pero, dime, ¿cómo es que no te han descubierto? Llevas meses viajando con ellos, no creo que sea la primera vez que te baje la regla…

    —Me viene siempre en la misma semana —reconoció Hirale con un suspiro y un encogimiento de hombros —. Creo que Kunic y Khamlar sí lo saben, pero nunca han dicho nada… Ruya, por otra parte…

    —Ese hombre es un bruto —se quejó entonces Evat —. ¡Tan salvaje como Kunic! Ambos deberían aprender de Khamlar, ¿no crees? Es tan guapo y caballeroso…

    —¿Te gusta Khamlar? —preguntó Hirale con voz tímida, como si no estuviese acostumbrada a hablar de estas cosas.

    —¿Eh? ¡No, qué va! ¿Cómo iba a gustarme? Quiero decir… ¿Por qué? ¿Acaso te ha dicho algo? —dijo de pronto en un falso tono de desinterés, arreglándose el pelo —Bueno, él… me dijo que no le atraen las mujeres, pero… ¿No podría ser que…?

    No llegó a terminar la frase, no cuando sus sensibles orejas captaron un movimiento brusco tras los árboles. Dio un pequeño grito y un rebote que alertó a todos los del campamento, incluso a Khamlar, quien apareció literalmente de la nada, en una nube de humor diluido.

    Empapado, sin camiseta y cubierto sólo por unas calzas cortas que se le pegaban a las piernas por el agua, el rubio se aseguró de que las chicas estuviesen bien antes de acercarse a la fuente del sonido. Evat no entendía de dónde había salido, cómo había llegado tan rápido, si un segundo atrás estaba en el río, pero verlo a la luz de la luna tan falto de ropa le quitó cualquier duda de la mente.

    Khamlar, por su parte, rodeó un árbol para encontrarse a Ruya pegado al tronco de otro, sentado en el suelo con la afilada hoja de una espada rozando su cuello. Frente a él, de pie, una figura se alzaba, imponente. Una de sus botas pisaba la entrepierna de Ruya, la otra se clavaba en el suelo. Un poco de brisa sopló, moviendo la capa negra y retirando a la vez la capucha, mostrando así una cabellera larga firmemente recogida en una trenza girada en un moño pegado a la nuca de la mujer en cuestión.

    Porque, efectivamente, era una mujer la que había acorralado a Ruya. Y esa mujer giró apenas la cabeza hacia Khamlar, revelando unas orejas puntiagudas que sólo podían pertenecer a un elfo.

    —¿Viajas con esas mujeres? —le preguntó con una voz grave, autoritaria.

    —Sí —respondió Khamlar sin perder la calma, haciendo un gesto tranquilo —. Y también con él.

    —¿En serio? —la mujer frunció el ceño y apretó un poco más la entrepierna de Ruya, quien soltó un gemido de dolor —Le he pillado espiando a las chicas.

    —¡Ruya! —se quejó Evat en un tono chillón.

    La recién llegada miró con cierta sorpresa a Ruya y a las chicas, después a Khamlar, a quien repasó de arriba abajo con una ceja enarcada. Se fijó entonces en el otro viera y en la oveja y su rostro pasó a mostrar auténtica confusión.

    —Por favor, señorita, ¿podría dejar libre a mi compañero? —pidió Khamlar con el tono más educado del mundo.

    La elfa no dijo nada, pero apartó la espada y el pie, dejando así que Ruya se pusiese en pie y se alejase de ella.

    —Maldita loca —bufó con una mano en la entrepierna.

    —Gracias.

    —Pero, ¡majestad! ¿Por qué la agradeces? ¡Si casi me mata!

    —Porque ha corrido a defender a Hirale y a Evat —respondió Khamlar sin inmutarse.

    Se fijó mejor en la mujer. Aunque fuese una elfa, su ropa era vieja y su mirada era afilada. Deducía de esto y de su actitud, cuidada y alerta, que llevaba un tiempo viajando por los bosques, seguramente sola, luchando y defendiéndose. Pero… ¿Por qué? ¿Qué podría llevar a una elfa a alejarse de su gente?

    —¿Querría usted cenar con nosotros?

    —¡Majestad! —se quejó otra vez Ruya.

    —¡Pues sería una idea estupenda! —dijo entonces Evat —Estoy harta de ser la única mujer del grupo…

    —¿Oh? —la elfa miró entonces a Hirale —Creía que…

    —No, no, en lo absoluto —interrumpió la viera —. ¡Ven con nosotros! ¡Cenemos juntos!

    —No puedo. Tengo que…

    —Insisto —protestó Evat, cogiendo del brazo a la nueva para llevarla a la hoguera —. ¡Como dice Khamlar, tenemos que agradecerte el interés! Menos mal que sólo era Ruya…

    —¡Pero bueno!

    Khamlar sonrió un poco y se giró para ir a por las truchas. Su mirada se encontró con la de Kunic, al que, por primera vez en tres días, sonrió un poco, continuando después su camino.


    SPOILER (click to view)
    A ver, voy sólo a la nueva muchacha xd Sí, es la Moira del rol. Sí, es una elfa. Sí, es la única especie que se me ha ocurrido. No me apetecía que fuese humana, que ya tenemos a Ruya y a Hirale.

    Imagen de referencia, pues he visto esta (X) y me ha molado bastante, ya me dirás xd

    Se me ha ocurrido algo para ella, veamos. He pensado que su aldea, en el bosque, haya sido destruida. Se supone que estos elfos guardaban un huevo de dragón y quien destruyó la aldea (¿la reina de Lagur-Tolen o quizá algún otro reino humano de por ahí?) pues quería el huevo, porque los dragones están extintos, claro.

    ¿Problema? El huevo no estaba en la aldea, y nuestra nueva Moira pues logró escapar y está buscando el escondite del huevo, que era como un secreto entre ancianos o lo que sea, para protegerlo. Ya si el huevo es realmente de dragón o de uno de esos adorables grifo-pollo cuya imagen te puedo pasar luego por wasap si no te acuerdas, o incluso si es en realidad una gema o un meteorito sin vida dentro, es algo que se puede decidir con más calma xd

    ¿Que no te gusta la idea, o que prefieres que sea humana? Pues oye, se edita la respuesta, eh. Sin problema alguno. Ha sido un añadido de última hora, que literalmente se me ha ocurrido todo esto hace cinco minutos de reloj xd
  3. .
    La detective Katherine Freeman se consideraba a sí misma una mujer abierta de mente. Negra —y, por lo tanto, antirracista—, feminista, activista, defensora a muerte del colectivo LGBT+ y del derecho inalienable de todo ser humano a vivir con dignidad sin importar si poseía o no habilidades sobrehumanas.

    Sí, era abierta de mente. Era respetuosa y permisiva. Pero hasta ella tenía unos límites, y comer un burrito de carnita con guacamole en una escena del crimen le parecía, por razones que consideraba obvias, excesivo.

    ¿Qué coño te pasa? —le gruñó a su compañero, dándole un manotazo en el brazo —¡Hay dos cadáveres justo delante de ti!

    Ya, bueno —resopló Pável mientras se frotaba el golpe con una mano, sujetando su burrito con la otra —. Tal y como yo lo veo, no creo que a ellos les importe mucho. Ya están muertos, después de todo. Y si no quieres que muera yo también, pero de inanición…

    Eres asqueroso —le riñó otra vez, arrugando la nariz mientras le veía dar otro bocado generoso al burrito —. Sólo… No contamines la escena, ¿quieres?

    Jamás se me ocurriría —contestó con un gesto de burlesca caballerosidad, dedicándole una sonrisa que hizo que Kate pusiese los ojos en blanco antes de caminar hacia el forense.

    Pável podría decir, en su defensa, que esa llamada a las cuatro de la mañana le había pillado justo llegando a casa tras una larga noche de andar por ahí de justiciero, por lo que tenía tanta hambre que literalmente había besado en la boca al dependiente del único puesto que había encontrado que vendiese comida. Benditos inmigrantes de horarios imposibles.

    Pero bien, incluso su pudiese decirlo, seguía siendo una excusa un poco endeble, quizá, así que prefirió simplemente disfrutar de su cena tardía.

    Doc, buenas noches —saludó al hombre con una sonrisa amable —. ¿Qué tienes para nosotros hoy?

    Comenzaremos la velada con un entrante de total ausencia de pruebas aderezado con una falta aparente de violencia o cualquier pista que indique causa de la muerte —fue diciendo Dexter Ceram mientras se ponía en pie, habiendo estado hasta ahora agachado para revisar el cuerpo del hombre —. Diría que la señorita de la cama —señaló a la prostituta que yacía tumbada aún sobre las sábanas, hasta no hacía mucho con los ojos abiertos en una mirada vacía —falleció antes que nuestro querido anfitrión —completó, señalando ahora al hombre que había tirado en el suelo.

    Estaba claro que iba a añadir algo más, pero se quedó con la palabra en la boca cuando el sonido de los dientes de Pável mordiendo una hoja crujiente de lechuga le hizo alzar la mirada hacia el rubio con una ceja enarcada.

    Es bueno saber que la muerte no te quita el hambre —se volvió a quejar Kate, cruzando los brazos bajo el pecho.

    Para nada —dijo Pável, aunque con la boca todavía llena de comida, lo que lo hizo sonar en un «pafa na’a» que obligó a Kate a volver a poner los ojos en blanco. El exmilitar tragó y se limpió la boca con una mano, señalando después a los dos cadáveres —. ¿No hay absolutamente ningún rastro de pinchazos o algo así?

    Nada que se pueda ver a simple vista —suspiró Dexter tras volver a criticar con los ojos ese tentempié totalmente fuera de lugar del otro —. Habrá que esperar a una autopsia más detallada.

    Ambos detectives agradecieron al forense —ella con palabras, él con un gesto de mano mientras masticaba otro mordisco— y salieron de la sala para dejar a los técnicos terminar de sacar fotografías y trasladar los cuerpos al depósito.

    En el mostrador del motel de mala muerte donde estaban había un señor de pelo ralo jugando al Candy Crush con el móvil. Kate carraspeó tres veces, pero al no obtener la atención del señor, Pável golpeó el mostrador con una mano abierta, haciendo que el hombrecillo diese un salto en la silla y estuviese a nada de caer al suelo.

    ¡Joder!

    Detectives Novikov y Freeman —dijo Kate, enseñando la placa rápidamente —. ¿Podría explicarnos lo ocurrido?

    ¿Qué? ¡Pero si ya se lo he dicho todo al tipo uniformado!

    Eh, amigo —Pável se inclinó un poco con el ceño fruncido —. Está siendo una noche larga para todos, así que o colaboras o te llevo a comisaría a tomar declaración, ¿entendido?

    El hombre entrecerró los ojos con desconfianza, mirando al detective. Era cierto que el hombre imponía, con esa mirada penetrante, ese tono de voz grave y seguramente la fuerza suficiente como para romperle el cuello, pero también era verdad que el burrito le restaba seriedad.

    Con todo, respiró hondo y empezó a hablar mientras se recolocaba la cortinilla que intentaba inútilmente cubrir su calva.

    A ver… Yo llegué hace una hora o así, pero mi primo Geoff no estaba. Imaginé que estaría cagando, así que miré los registros. Vi una anotación en la habitación de los horrores que decía «imbécil muy, muy borracho y puta buenorra» —Kate torció el gesto con desagrado, pero se mordió la lengua —. Me acerqué, pero no oí lo que se suele oír en esas situaciones, ya me entendéis… Además, la puerta estaba mal cerrada, así que la empujé un poco y, ¡bum! Mi primo, en el suelo, y la puta en la cama con los ojos abiertos como los besugos de una pescadería. No había ni rastro del borracho… Y, en fin, os llamé a vosotros.

    Kate, que había ido apuntando todo en una libretita, asintió y suspiró pesadamente.

    ¿Hay alguna cámara de seguridad?

    A ver… Haberlas, las hay —dijo el hombre con una sonrisa burlona —. Pero realmente no están conectadas. La mayoría de mis clientes prefieren intimidad —añadió un guiño que hizo que Kate se estremeciese del asco.

    Pável gruñó un poco y tragó el último mordisco de su burrito. Después, se limpió con una toallita que le tendió Kate con un resoplido que clamaba paciencia a los cielos.

    No pareces muy afectado por la muerte de tu primo.

    Meh. Era un cabrón. Estoy seguro de que, si miráis su ordenador, había porno con niños o algo así. Mira, la verdad… lo único que me jode es que tendré que hacer turno doble hasta encontrar un sustituto.

    Ya, qué pena —sonrió Pável de forma sardónica —. Bien, nosotros nos vamos ya. Nos mantendremos en contacto y blablablá.

    Qué educado eres cuando quieres —bufó Kate mientras salían del motel.

    ¿Yo? Siempre.

    Pável se detuvo en la entrada y ladeó un poco la cabeza, señalando después hacia arriba. Cuando Kate alzó la mirada, vio una cámara de seguridad. Enarcó una ceja y sonrió, dirigiéndose hacia el coche con las llaves en la mano.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Tal y como se temía, al final no había pegado ojo en toda la tarde. No era la primera vez, así que, aunque no era agradable ni para él ni para los que le rodeaban, sabía que podía aguantar, al menos hasta después de comer, cuando, con suerte, podría echarse una siestecita.

    De todas formas, ni esas treinta y seis horas despierto ni el mal humor que llevaba consigo desde antes de tener que ir a ese maldito motel le iban a impedir pasar un buen rato con su sobrina, a la que en esos momentos tenía sujetada bajo el brazo, como si fuese alguna suerte de carpeta, mientras se giraba hacia la puerta, por donde entraba Lena con ese invitado sorpresa.

    ¡Hey! —saludó Pasha con un gesto de mano, acercándose para estrecharle la mano a ese tipo ojeroso. Como si no tuviese a la niña en el otro brazo, riéndose y saludando a Ray —¿Qué tal? Soy Pável, aunque todos me llaman Novi —se presentó con una sonrisa —. Lena me ha hablado de ti. ¡Eh, enana! —le dijo a Tatiana, a quien lanzó por los aires para cogerla ahora con las dos manos por la cintura —¿Qué tal si terminas ese dibujo en lo que se termina de hacer la comida?

    ¡Vaaaaale! —dijo la niña con mucho entusiasmo.

    Pável la dejó en el suelo y la vio corretear hasta la alfombra del salón, donde cogió unos lápices de colores con los que empezó a garabatear sobre una hoja.

    Lena sonrió y cerró la puerta, indicándole a Ray con un gesto que fuese al comedor. Los adultos se sentaron sobre la mesa, que ya tenía todos los platos, cubiertos y vasos puestos, en espera de la lasaña que se estaba terminando de gratinar en el horno.

    Bueno… —suspiró Lena, buscando alguna conversación que iniciar. Se le encendió entonces la bombilla y le dio un golpecito en el brazo a su hermano —Ray es profesor de literatura en la universidad.

    ¡Oh, la universidad…! Qué buenos ratos pasé yo en la uni —sonrió Pável con cierta añoranza.

    ¿Qué dices? —se rio Lena —Si tú no fuiste.

    Claro que sí —se giró entonces a Ray, dando a entender que la anécdota era para él, aunque su hermana le miraba también con atención y curiosidad —. Yo tenía diecisiete años. Por las mañanas iba al instituto, por las tardes iba al gimnasio. Pero mi entrenamiento terminaba sobre las cinco, así que tenía bastante tarde libre.

    ¿Qué? ¡Yo pasaba a buscarte a las siete! —protestó Lena, a lo que Pável se rio entre dientes, haciéndole un gesto de espera.

    A las cinco, un compañero mío me llevaba a la uni, porque él tenía alguna clase. Y yo recogía a esta chica, hmn… Bianca no sé qué. Una estudiante de intercambio, italiana. Estudiaba arquitectura, me imagino que para entender cómo la estructura de su cuerpo sostenía semejante trasero —dijo, dibujando una pera en el aire.

    ¡Pasha! —se quejó otra vez Lena, aunque sin poder evitar reírse.

    Bien, pues me la llevaba a su piso y le daba unas buenas clases de anatomía. A las seis y media, más o menos, que era cuando llegaba su compañera, yo me despedía y me cogía un autobús para volver al gimnasio, donde Lena me venía a buscar.

    Si me lo hubieses dicho, te habría ido a buscar al piso de la chica —determinó Lena, haciendo que su hermano se encogiese de hombros.

    Así era más divertido, tenía el morbo del no ser descubierto, ya sabes…

    Eres un hombre terrible —sentenció ella. Dio un pequeño respingo cuando sonó un timbre y se puso en pie —. ¡Uy! La lasaña ya está. ¡Tanya, cariño!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Con los brazos cruzados sobre el frío metal de la barandilla, soltó el humo del cigarro en un suspiro y giró apenas la cabeza para ver a Ray cuando éste salió con él al balcón. Al verle sacar un tubito de cáncer como el que él tenía entre los labios, se rio entre dientes y le mostró su mechero, un viejo Zippo. Abrió la tapa, prendió la llama y, sin incorporarse, extendió el brazo, acercándoselo para que pudiese encenderse el cigarrillo.

    Respondió al agradecimiento con un simple gruñido y dio otra calada, cerrando el Zippo con ese clásico «clic».

    La comida había sido agradable. Sentado al lado de Tanya, había sido su tarea cortarle la lasaña, rellenarle el vaso de agua y limpiarle la cara cuando se ensuciaba de salsa. Por lo demás, la conversación había sido amena, intrascendental. Un poco de trabajo, alguna anécdota graciosa. Una reunión familiar normal y corriente, con el simple objetivo de que todos se sintiesen cómodos y olvidasen durante un par de horas sus problemas.

    Volvió a suspirar y se dio media vuelta, apoyando ahora la espalda en la barandilla. Llevó una mano al bolsillo de sus vaqueros, metiendo todos los dedos menos el pulgar, y con la otra sujetó el cigarro. Soltó el humo, mirando a través de las ventanas cómo Lena, tumbada bocabajo en el suelo, atendía a las explicaciones de su hija sobre el dibujo que había hecho, en el que se veía a un hombre rubio —Pasha, ponía arriba— enfrentándose a un monstruo que lanzaba fuego por la boca.

    Al principio, cuando supimos que estaba embarazada, lo primero que dijo fue que abortaría —comentó en voz baja. Hizo una pausa durante la que aspiró otro poco del cigarrillo y luego sonrió mientras soltaba el humo —. Yo le dije que era decisión suya, que la apoyaría en lo que quisiera, pero que era mejor que se lo pensase bien. Y, la verdad, me alegra que cambiase de opinión. Esa pequeña… no sólo le dio fuerzas para desintoxicarse, sino que también me dio fuerzas a mí cuando lo necesitaba.

    Tiró las cenizas en un cenicero que había puesto él mismo entre macetas y se echó un poco hacia atrás, sacando la cabeza para mirar ahora hacia el cielo. Una paloma cruzó entre las nubecitas blancas y salió de su campo visual.

    Sé que no es de mi incumbencia —volvió a hablar, mirando de nuevo a Ray, ahora de reojo —, pero sé cómo funcionan estas cosas. Necesitas algo que te dé fuerzas. Mucho mejor si es tu vínculo con alguna persona. Lena me dijo que perdiste a alguien importante… —hizo un gesto para indicar que ni ella le había dicho más al respecto ni él iba a preguntar —Entiendo lo que es eso. Yo también he perdido mucho. ¿Mi consejo? Bueno… No sé mucho sobre ti, pero sí sé que si Lena te ha invitado a comer, es porque le importas. Y si ha llamado a Richie para decírselo, es porque a él también le importas. A mí ya me suena a un apoyo —sonrió un poco otra vez y dio la última calada. Enterró el cigarrillo en el cenicero y se separó de la barandilla —. ¿Te apetece otro café? Voy a hacer más café.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Kate miró a Pável con discreción, sólo un segundo o dos, luego volvió la vista al frente. Su compañero estaba algo pálido y tenía unas ojeras bastante oscuras bajo los ojos, así como el ceño tenso. En los cinco años que hacía lo que se conocían, lo había visto así varias veces, pero el exmilitar sólo gruñía cuando se le preguntaba qué le quitaba el sueño, así que ella había dejado de insistir.

    Le había visto desplomarse sobre la silla, con dos tazas de café en la mano. Le dio un sorbo a una mientras le acercaba la otra, que ella cogió con una sonrisa de agradecimiento.

    He tenido que expulsar a un par de ratas para conseguirte ese café, así que creo que hoy me toca conducir a mí el coche.

    Normalmente, las máquinas de café de las comisarías eran malísimas, pero hacía tres años la suya se había «roto» —Kate, así como el resto de sus compañeros, se llevaría a la tumba cómo Pável y Julio la habían intervenido una noche, mientras cumplían su sexto día dándole vueltas al mismo caso— y entre todos, incluidos los del turno nocturno, habían puesto dinero para comprar una máquina de las buenas.

    Desde entonces, policías de otras plantas se acercaban de vez en cuando para intentar llenar su taza con el Líquido Sagrado.

    Oh, no. ¡Al menos pon la radio, y no uno de tus discos compilatorios!

    Que te lo has creído, monada —se rio Pável con cierto tono cruel.

    Le dio un sorbo a su café, con ese toque avainillado que tanto le gustaba, y empezó a hojear los papeles que tenía delante en un intento de centrarse en el caso que tenían entre manos en esos momentos.

    Vale. Doc todavía no ha terminado con las autopsias, así que esto es lo que tenemos por ahora —carraspeó, para mayor efecto dramático —: una prostituta y el copropietario de un motel de mala muerte. La única persona que salió viva de la habitación fue un borracho aún sin identificar. No hay marcas ni, a priori, rastros de veneno u otras armas. ¿Sabes en lo que estoy pensando?

    Un superhombre —respondió Kate, soltando un larguísimo suspiro exasperado —. Así que, salvo que la autopsia completa diga lo contrario, tenemos… ¿qué? ¿A un superhombre que puede matar con la mente o algo así?

    O con el tacto —masculló Pável con los ojos entrecerrados. Cuando le había estrechado la mano enguantada a Ray, ¿no había sentido eso?

    ¿Qué? —preguntó Kate al no haberle oído bien, pero el otro negó con la cabeza.

    Nada, nada. Buf… Vale, voy a ver si Dani ha terminado ya con las cámaras.

    ¡Voy contigo!

    Así, ambos se pusieron en pie y fueron hasta la sala donde Daniela Cortázar, hermana pequeña de Julio Cortázar —que era detective, como ellos, y se sentaba en la mesa de al lado de Kate con su compañero Dave—, hacía su magia como científica forense. Cuántos casos habrían seguido abiertos sin su ayuda.

    En esos momentos, Daniela estaba tarareando alguna canción arcaica de My Chemical Romance mientras miraba en una pantalla datos indescifrables para el común de los mortales. Se giró al verles entrar por el rabillo del ojo y esbozó una gran sonrisa que se tornó en un gesto de horror cuando se fijó mejor en Pável.

    Por el amor de Cristo bendito —dijo, acercándose para hacer como que le quitaba algo del hombro —. Aún tienes tierra de la tumba de la que acabas de salir.

    Ja, ja, ja —se burló él —. Qué graciosa eres, Cortázar.

    No, pero en serio, Novi —insistió —. Tienes una pinta terrible.

    Sí, ¿sabes qué más tengo? Un espejo —resopló mientras Kate reía disimuladamente a su lado y le dio otro trago a su café —. ¿Y tú qué, tienes algo? Aparte de un horrible gusto para la ropa —añadió, señalando la camiseta de Dani, donde se veía una especie de dinosaurio vomitando un arco iris que terminaba en una nube con ojos y boca sonriente.

    Mi ropa no es horrible, es adorable. Y sí, sí que tengo algo para vosotros —dio un saltito, chocando los talones, y se giró para ir hasta uno de los ordenadores de ahí. Tecleó a una velocidad inhumana y abrió una pestaña, una cinta de vídeo —. He visto a mucha gente entrar y salir de ese hotel, pero el único que iba con nuestra víctima es… Bingo —sonrió, satisfecha, deteniendo el vídeo. Se veía a un hombre de pelo negro y barba desarreglada bambolearse con la prostituta, aunque su cara sólo se giraba hasta el perfil —. La imagen es borrosa, pero estamos trabajando en-

    Joder, ya sé quién es.

    Ambas mujeres le miraron con una ceja enarcada y la misma cara de confusión.

    ¿Perdona? ¿Cómo que ya sabes quién es? —inquirió Kate.

    Ray… Uh… ¿Cómo era? ¡Morrison! Ray Morrison. Trabaja en la UCLA, en literatura.

    Daniela lo miró un par de segundos, como si no supiese bien qué hacer, pero en seguida reaccionó y corrió al ordenador, donde se puso a teclear. Apenas dos minutos después, estaba soltando alguna exclamación en español.

    Ray Morrison. Sí, aquí está —dijo, mostrando en la pantalla la imagen del carnet de conducir del hombre —. Vaya, Hawkeye te voy a llamar ahora.

    Creo que tenía clase ahora.

    ¿Debería preguntar cómo sabes eso? —preguntó Kate, a lo que Pável resopló, volviendo a mirar a Daniela.

    Oye, Dan, mira a ver si es un superhombre.

    Pero qué fiera eres —respondió ella tras investigar un poco más en archivos varios —. Los Morrison, de Arizona. Sí, al parecer pueden… ¿provocar una muerte instantánea mediante contacto físico?

    Haznos un informe, ¿vale? —dijo Kate mientras se dirigía a la puerta —Vamos a traerlo aquí.

    ¡No olvides que conduzco yo!

    ¡Mierda, Novi!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuando la clase acabó, Pável y Kate se levantaron, habiendo estado sentados en silencio al fondo del aula durante toda la última hora de lección. No habían querido interrumpir la clase ni armar revuelo entre los estudiantes, por lo que se acercaron a Ray cuando el último alumno salió del aula.

    Pável saludó con un gesto de mano, pero luego se apartó un poco la chaqueta, mostrando la placa que llevaba en la cintura.

    Lo siento, no es una visita de cortesía —dijo, carraspeando suavemente —. Homicidios. Detective Novikov, ella es mi compañera, la detective Freeman.

    Tras estas presentaciones, la conversación no duró mucho más. Amablemente, Kate le pidió que les acompañase al coche para ir a comisaría. Pese a ir detenido como sospechoso de un doble homicidio, Pável decidió no esposarle para «ser todos civilizados».

    Una vez en el coche, el silencio era algo tenso y asfixiante, así que Pável puso la radio, suplicando por alguna buena canción.

    …-los documentos que prueban cómo Thunderman, uno de los héroes predilectos de Los Ángeles, ha estado vendiendo armas a la Yihad y a Corea del Norte, desfalcando además millones de dólares. Se cree que estas evidencias, que han llevado a Thunderman a arrojarse desde la azotea de su edificio debido al acoso recibido por la prensa y varios grupos de ciudadanos, han sido sacadas a la luz por XIII, el misterioso enmasc-… -my alarm, turn on my charm ~ That's because I'm a good old-fashioned lover boy ~

    ¡Oh, sí! Me hacía falta un poco de Queen —dijo Pável, tapeteando en el volante al ritmo de la canción.

    No sabía que Thunderman se había suicidado —comentó Kate —. O sea, sí que sabía lo de los documentos, pero…

    Ha sido esta mañana. ¿No ves las noticias?

    Qué va. Ya tengo bastantes desgracias en el trabajo. La verdad es que no sé muy bien qué pensar de ese XIII… Quiero decir, por una parte es genial que desvele los trapos más sucios y retorcidos de figuras importantes, pero… Sus métodos son tan violentos que…

    Ooh, love ~ Oooh lover boy ~ What’re you doin’ tonight? Hey, boy ~ —cantó Pável, indicando de una forma para nada sutil que prefería cambiar de tema.

    Ya sé que no te gusta XIII, pero no hace falta ser tan maleducado, ¿sabes?

    When I’m not with you, I think of you always ~

    Eres terrible, Novikov.

    When I’m not with you, think of me always ~ Love you ~ Love you ~! —tomó aire para cantar la siguiente línea, pero cambió la música por una carcajada cuando Kate le golpeó en el brazo.

    ¡Calla y conduce!

    I learned my passion in the good old fashioned school of loverboys!!

    ¡Tenemos a un detenido en el asiento trasero! Maldita sea, Novi, ¿es que no puedes comportarte ni un día?

    ¡No seas amargada!

    ¡Eres tú quien me amarga! —aunque lo decía entre risas.

    I will pay the bill, you taste the wine ~

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Llevaban exactamente dos minutos en la sala de interrogatorios cuando la puerta se abrió y entró una mujer bonita, de pelo rojo y ondulado, con un conjunto de traje pantalón gris y un maletín en la mano.

    Miró a los dos detectives, Pável apenas estaba tomando asiento, y suspiró con la vista al cielo antes de apoyar el maletín en la mesa y tenderle una mano a Ray con una elegante sonrisa.

    Buenos días. Mi nombre es Rosamund Calvert y, si me lo permite, seré su abogada.

    Joder —gruñó Pável mientras Kate simplemente suspiraba —. ¡Ni siquiera hemos empezado!

    Mejor —dijo Rosamund, sentándose al lado de Ray —. Así no os interrumpiré.

    No, no, no. ¡Ni siquiera entiendo cómo has llegado tan rápido!

    Tranquilízate, Novi —dijo Kate en voz baja, poniéndola una mano en el brazo.

    Rosamund, sin inmutarse, simplemente carraspeó suavemente para recuperar la atención de los detectives.

    Justo estaba terminando algo de papeleo en la planta de arriba cuando he recibido el aviso. Como ya estaba aquí, he decidido presentarme. Créeme, Novi, no sabía que vosotros llevabais el caso.

    Pues ya lo sabes.

    Bueno, eso es indiscutible. Ahora, por favor, ¿me dejáis a solas con mi cliente?

    Rosie… —gimió Pável, aunque antes de decir nada más, su teléfono vibró en una esquina de la mesa. Apenas miró la ventana emergente, se puso en pie —El forense quiere verme. Sólo… ¿Podemos esperar a que vuelva?

    Rosamund miró a Ray, pidiéndole permiso, luego a Kate; después se encogió levemente de hombros. Se quedó mirando después la puerta un par de segundos, como ensimismada, hasta que Kate se puso en pie para pasear un poco, recuperando su atención.

    Estáis teniendo una época extenuante, ¿verdad?

    ¿Hmn? Sí, supongo… Este trabajo siempre lo es —sonrió Kate de forma agradable —. ¿O lo decías por Novi?

    Está claro que está pasando por otra crisis de insomnio —murmuró Rosamund, haciéndole un gesto de disculpa a Ray mientras se levantaba también —. ¿Lena y Tanya están bien?

    Sí, todo va bien. O al menos eso dice.

    Ya —dijo con sequedad y una cierta acritud —. Siempre todo va bien. Salvo porque no es así —añadió en voz baja, cruzando los brazos bajo el pecho —. ¿Cómo lo aguantas? El querer ayudar a alguien que no quiere ser ayudado.

    Supongo que la clave está en no vivir con esa persona —comentó Kate, haciendo que Rose apartase la mirada —. Si se va a pasear a las dos de la mañana, yo no me entero, ¿sabes?

    Lo sé, lo sé…

    ¿Qué? —preguntó Pável al volver a entrar en la sala y ver a las dos mujeres hablando en voz baja en un lado —¿Ya me estáis despellejando? ¿Delante de nuestro detenido? —añadió con una risita —¿Quién es ahora el poco profesional, Kate?

    Ah, así que ha estado cantando Queen en el dichoso coche —inquirió Rosamund, poniendo los ojos en blanco cuando Kate asintió. Descruzó los brazos y volvió a su silla, aunque en vez de sentarse cruzó los brazos en el respaldo y se echó hacia adelante, mirando a Pável —. ¿Y bien? ¿Habéis descubierto una prueba irrefutable?

    Efectivamente —dijo Pável, pasándole a Kate la carpeta con el informe forense mientras era ahora él quien cruzaba los brazos sobre el pecho —. Ray, ¿quieres que te lleve a casa?

    ¿Cómo? —era gracioso no saber quién estaba más sorprendida, si Rosamund o Kate.

    El informe toxicológico dice que la chica iba tan puesta que es sorprendente que llegase al motel. En cuanto a nuestro orondo Geoff… Una dieta a base de bacon y el susto de ver un fiambre en su motel hicieron el resto: infarto fulminante. Por lo tanto… Te ofrezco disculpas en nombre de la ciudad de Los Ángeles por una acusación errada —dijo, mirando directamente a Ray a los ojos para luego sonreír un poco —. En serio, deja que te acompañe a casa. Por las molestias.

    Creo que esto ha sido tan rápido que no vale la pena ni que lo registre —suspiró Rosamund.

    Pues visto lo visto, te invito a un café —propuso Kate, a lo que Pável, que estaba ya por irse con Ray, alzó una ceja.

    Mi compañera y mi exnovia tomando un café… Oh, siento que me van a estar pitando los oídos un buen rato.

    Seguramente —dijeron las dos a la vez con una risa.

    Pável sonrió, arrugando un poco la nariz en el proceso, y salió finalmente de allí, acompañando a Ray hasta el coche. Esta vez, le abrió la puerta del copiloto, no la de pasajero, aunque volvió a sonar su disco compilatorio de Queen cuando arrancó el coche.

    Oye… No ha sido nada personal. Supongo que lo sabes —comentó en el mismo tono que había empleado el día anterior, en el balcón de la casa de Lena —. Nos guiamos por evidencias. Pruebas científicas y demostrables, a veces especulaciones, pero… eso lo menos. Y las evidencias llevaban a ti. Aunque me alegra que el caso se haya cerrado así —añadió con una sonrisa conciliadora.

    Fue siguiendo las indicaciones de Ray y, finalmente, aparcó en la acera de enfrente del edificio del profesor. Abajo, en las escaleras del portal, estaba sentada Lena con lo que parecía un bizcocho en el regazo. Al ver el coche, sonrió y saludó con la mano. Su hermano la saludó también, girándose hacia Ray.

    ¿Qué? No me mires así, uno de los dos la tenía que llamar y no creo que ese fueses a ser tú. Sólo… ten cuidado, ¿vale? Y si en algún momento quieres hablar conmigo o que te encierre un par de días en una cabaña en el bosque, llámame —añadió, pasándole una de las tarjetitas que tenía en la guantera.

    Se quedó en el coche hasta que les vio desaparecer en el interior del edificio y entones se puso más serio mientras volvía a la comisaría.

    No se acababa de tragar ese informe forense. Estaba, de hecho, bastante seguro de que había sido un homicidio. Involuntario, sí, pero un homicidio. Sin embargo, si alguien se había encargado de taparlo obligando a Dexter Ceram, un hombre de moral bien moldeada, a falsificar un informe, estaba claro que de nada iba a servir seguir investigando ese caso.

    Sin embargo… Se estudiaría el informe de Daniela sobre Ray Morrison.


    SPOILER (click to view)
    ¡YAS! Formato en el mismo día de la respuesta, ¡y fotos!

    Lena, nuestra fantástica rusa.

    Dani, que promete ser una maravilla de personaje.

    Rosie, porque Pável tiene suerte con las mujeres. También me lo imagino con un tipo concreto: cara de muñeca y culo generoso. Ya cambiará a moreno ojeroso con barba xd

    Para terminar, la ropita de Pasha. Cuero sintético, por supuesto, pero va de este palo. ¿Esperabas la camiseta de Dani? Pues no, te la tendrás que imaginar xd

    Y un extra, Good Old Fashion Lover Boy, con un vídeo de los inefables ~


    Edited by Bananna - 8/2/2020, 14:22
  4. .
    Cualquiera que le viese podría decir que estaba tan tranquilo como si estuviese paseando con viejos amigos y no con sus secuestradores, y lo único que quizá podía delatar su auténtica preocupación eran las miradas que le dirigía a la espalda de Billy con una frecuencia algo más alta de lo que habría sido normal.

    Tampoco era como si pudiese hacer mucho en esos momentos. Con una mano se sujetaba a la cintura de Joyce mientras con la otra levantaba su chaqueta, cubriendo así al forajido de la lluvia, si bien sus piernas, que quedaban colgando a los lados del caballo en el que les habían hecho subir, se seguirían mojando de todas formas.

    Suspiró y apoyó la barbilla en el hombro de Joyce, abrazándose un poco mejor a él mientras se acomodaba como podía, y es que no había silla, la grupa del caballo estaba cubierta únicamente con una manta, así que podía sentir bajo su cuerpo los músculos del animal tensarse y moverse, lo cual resultaba bastante incómodo.

    Billy les había hecho salir de la oficina postal y montar para llevarlos a saber dónde. Wilson le había pedido a Joyce con un gesto que obedeciese, y se lo había repetido cuando el propio Billy había atado las manos de Joyce a una cuerda que sostenía él, a unos pasos de distancia de ellos. Wilson había sonreído a Joyce y le había puesto su sombrero a modo de compensación de aquel que había perdido al subirse al tren, y acto seguido se había puesto tras él y lo había cubierto con la chaqueta.

    A ver si amaina de una puta vez —gruñó uno de los hombres que les escoltaban.

    Wilson le miró de soslayó y después volvió a suspirar, mirando otra vez la espalda de Billy, tan grande e imponente como la de alguna suerte de dios.

    Suerte. Eso era justamente lo que le estaba faltando. Era hasta gracioso que Lucky Wall estuviese rogando por un poco de suerte. Sólo un poco, la suficiente como para salir de ahí vivos, reunirse con la banda, darle un buen puñetazo en la mandíbula a Lucas y volver a casa, nada más.

    Se le escapó un gemido cuando vio que, efectivamente, estaba atrayendo suerte, pero no de la buena. Por el rabillo del ojo había captado un rayo, y no pasaron muchos segundos hasta que el retumbante sonido de un trueno le hizo apegarse más contra Joyce y enterrar la cara en su cuello.

    ¿Qué pasa, Wally? —dijo precisamente el hombre que había hablado antes, con un tono burlón —¿Al niñito le dan miedo las tormentas?

    Ante el comentario, sonaron varias risas, sobre todo cuando un nuevo trueno hizo que Wilson temblase contra Joyce. Las risas se apagaron, sin embargo, cuando Billy se giró en su montura para mirar fijamente a aquel que había empezado las bromas.

    ¿Qué hay de ti, Erik? ¿Acaso no le tienes miedo a nada? —dijo en un tono tan grave, tan amenazador, que hasta algunos de los caballos se removieron en su sitio. Cuando vio a Erik negar y tragar saliva con dificultad, Billy asintió un par de veces —Ya me parecía a mí. ¡Wally! —le llamó entonces, pero Wilson no respondió, hundiéndose todo lo físicamente posible contra Joyce. Había dejado caer la chaqueta sobre ellos y lo abrazaba con ambas manos, temblando un poco —No te preocupes, niño. La tormenta se está alejando.

    Con estas palabras, soltadas como un argumento irrefutable, como si estuviese retando al cielo a desobedecerle, Billy volvió la vista al frente y Wilson contuvo un sollozo.

    Y, efectivamente, el siguiente trueno sonó bastante más lejano que los anteriores.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Lucas tragó saliva, mirando otra vez el reloj de la estación desde el interior del tren. Cuanto más tiempo pasaba, peor se sentía, y teniendo en cuenta que había empezado sintiéndose muy mal, pues no veía precisamente un buen pronóstico. De hecho, estaba seguro de que en cualquier momento le saldría una úlcera.

    No podía más. No podía más, joder.

    Avanzó por el tren, con la cabeza gacha pero sin detenerse, esquivando a pasajeros y trabajadores hasta ver la cabellera rubia que buscaba.

    Collinghton —le llamó en voz baja —. Es una trampa —dijo, apenas el inglés había empezado a alzar la vista.

    ¿Qué? —preguntó, con una sonrisa sorprendida, aunque también ligeramente preocupada —¿Qué dices?

    Es una trampa. Toda esta misión es una pinche trampa. Billy ha capturado a Joyce, seguramente se haya llevado también a Wally… —le tembló la voz, pero intentó controlarse para no echarse a llorar ante la mirada cada vez más dura del de gafas —Lo siento. Lo siento mucho, Collinghton, yo…

    Ahora no —le cortó Jeremy, reajustándose las gafas antes de salir corriendo hacia Zynn, que acababa de subirse por una puerta trasera —. ¡Zynn, es una-¡

    Una trampa, lo sé —gruñó el ucraniano, mirando duramente a Lucas. Soltó algún improperio en ucraniano y miró a Jeremy —. Reúne a los demás antes de que esta maldita lluvia borre todo rastro.

    Jeremy dudó un segundo. Miró de reojo a Lucas y después puso una mano en el hombro de Zynn.

    Me lo ha dicho por su cuenta. No lo mates.

    No prometo nada —siseó el ucraniano.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuando Wilson bajó del caballo, sus zapatos se hundieron en el barro, pero al menos ya había dejado de llover. El cielo seguía gris, salvo por algunas luces que profetizaban rayos de sol, y aún el aire soplaba algo frío, pero al menos hacía un rato que habían dejado de sonar los truenos y de verse los rayos rompiendo el cielo.

    Tendió las manos para ayudar a Joyce a bajar, pero Billy tiró de la cuerda con fuerza, haciendo que el forajido cayese al suelo y salpicase de barro a Wilson, quien se giró con rabia hacia el otro.

    ¡Eh!

    Ups —dijo Billy con una risa que indicaba que en lo absoluto había sido un accidente.

    Wilson gruñó y resopló, pero se inclinó para ayudar a Joyce a levantarse, y mientras le sacudía un poco el barro de encima, Billy silbó, llamando a sus hombres supervivientes, quienes se acercaron formando un semicírculo alrededor del jefe.

    Esa disciplina era lo único que Wilson echaba de menos, la verdad.

    Distribuíos por los alrededores.

    ¿Qué? ¿Por qué? —preguntó uno de ellos, con las manos sobre sus pistolas —¿No deberíamos quedarnos aquí? ¿Y si ese estúpido de Joyce…?

    Joyce no hará nada, no sin sus revólveres —aseguró Billy palmeando las armas que le había quitado —. Pero ¿su banda? Estarán persiguiéndonos, y no sé si nos alcanzará en cinco minutos o en veinte. Quiero que los eliminéis si se acercan demasiado, o si veis que no podéis, al menos avisadme para que pueda terminar con esto cuanto antes.

    ¿Y qué hay de Wally? —inquirió ahora Erik.

    ¿Acaso no me habéis oído? Yo me ocupo de ellos. Vosotros largaos de mi vista.

    De mala gana, los hombres de Billy asintieron y se fueron, no sin antes empujar a Wilson o escupirle a Joyce entre risas. Una vez se fueron, Billy suspiró, con las manos en la cintura, y les hizo un gesto a los otros dos para que se acercasen.

    Por supuesto, en ese rato Wilson había tenido tiempo de sobra para desatar las manos de Joyce. Había dejado la chaqueta empapada sobre la grupa del caballo, ocupándose mejor del otro. Había tomado sus manos, acariciándole los dedos mientras escuchaba la conversación y, a la vez, observaba los alrededores. No entendía muy bien qué hacían allí, alejados del pueblo y en una zona elevada, con un acantilado a un lado. Pero no le gustaba nada.

    ¿Qué vas a hacer con nosotros, Billy? —le preguntó sin moverse del sitio.

    ¿No quedó claro en nuestra última conversación, niño? —preguntó Billy, apoyando el peso del cuerpo en una pierna.

    ¿Aquella en la que dijiste que nos dejarías en paz? Clarísimo —resopló Wilson con un obvio sarcasmo.

    Billy miró en silencio cómo el inglés seguía acariciando las manos de aquel estúpido forajido. No lo conseguía entender. El tipo era increíblemente guapo, pero no creía que Wallace, precisamente de entre todas las personas, fuese a caer por algo así.

    Venid aquí los dos. Ahora mismo.

    Wilson no supo si fue la fuerza de la costumbre, un impulso arraigado en él desde la niñez o el tono autoritario de Billy, pero no volvió a hablar, simplemente se acercó al hombre, tirando un poco de Joyce en el proceso para que no se quedase atrás.

    Billy sonrió un poco, satisfecho, y alzó una mano, acariciando la mejilla de Wilson. Le quitó un poco de barro del mentón y luego le puso la mano en el hombro, acariciándole el cuello con el pulgar.

    Quizá fue simplemente eso, o quizá fue la forma en la que Wilson apartó la mirada, tragando saliva. Lo único que importó fue que Joyce se lanzó sobre Billy, apartándole de Wilson. Terminaron ambos en el suelo, y aunque la fuerza de Billy era indudablemente superior a la de Joyce, de alguna forma el forajido había conseguido una de sus armas, y con ella apuntaba la cabeza de Billy.

    ¡¡No!! —gritó Wilson en un tono tan desgarrado que ni él mismo reconoció esa voz como la suya. Jadeó un poco, como si hubiese sido él quien hubiese saltado sobre Billy, y negó con la cabeza —No dispares —pidió ahora en un susurro, mirando con los ojos muy abiertos de uno a otro.

    Su fachada calmada se había ido a la mierda en un momento. Incluso le había caído un mechoncito sobre la frente.

    Billy entrecerró los ojos con una mirada analítica que podría recordar a la de Wilson. Joyce se había detenido como un perro de presa ante la orden de Wilson. Seguía sobre él, apuntándole con todos los músculos tensos, pero no parecía ir a disparar. De hecho, le pareció que hasta él estaba sorprendido de que Wilson no quisiese que le matase.

    Darse cuenta de esto, y sobre todo de lo que aquello implicaba, hizo que Billy empezase a reírse. Wilson le indicó a Joyce que se levantase, y cuando el forajido obedeció, el embaucador se acercó a él, lo tomó de la ropa por atrás y tiró un poco de él para que se alejase de Billy, quien se estaba empezando a levantar, todavía riéndose.

    ¿Qué pasa, Wally? ¿Acaso no se lo has dicho? —Al ver la expresión de Wilson, soltó otra carcajada y sacudió la cabeza —Escucha, guapito de cara. No quiere que me mates porque soy su padre.

    Wilson, ante esto, apretó la ropa de Joyce que aún sujetaba, agachando la mirada, como si le diese vergüenza que su secreto hubiese sido desvelado. O quizá temiendo lo que esa información pudiese hacer que Joyce pensase de él, aunque al instante él mismo desechó esa idea. Joyce era un hombre sencillo, no creía que fuese a fijarse en su procedencia tanto como en quién era por sí mismo.

    Es enternecedor, la verdad —retomó la palabra Billy Wright, tirando un poco de la cinturilla de su pantalón y reajustándose el sombrero con la otra mano, como pensativo —. Sobre todo porque yo no dudaré en matarte a ti.

    Y apenas dijo eso, sacó un revólver, disparando contra la mano de Joyce para quitarle su propia arma. Imaginó que si el joven forajido no le había disparado de vuelta no se había debido a una falta de reflejos tanto como a que aún tenía la orden de Wilson dándole vueltas en esa cabeza hueca suya.

    ¡Basta! —se quejó Wilson —¿Por qué haces esto? ¿Por qué no nos dejas en paz?

    Ya te lo dije. Este guapito de tres al cuarto es una competencia que me niego a consentir, igual que me niego a consentir que tú, precisamente tú, estés con él, tanto como miembro de su banda como… No sé bien qué relación tenéis. ¿Eres su puta o algo así?

    ¡Cállate! —Era raro oírle alzar la voz, pero en esos momentos no se veía capaz de hablar con un volumen normal, no mientras comprobaba que la mano de Joyce no tuviese una herida grave. No, apenas un rasguño —No tenemos por qué pelear. Tú igualmente tienes más ingresos que nosotros, controlas una zona más amplia… ¿Qué más te da que la banda de Joyce también sea temida? ¿Por qué tienes que tener el monopolio de un absurdo régimen de terror cuando la gente tiembla al oírte mencionar?

    Es una cuestión de principios, Wally. Y ahora apártate de él, no quiero que salgas herido.

    ¿No? —ante esto, Wilson se puso delante de Joyce, extendiendo un poco los brazos —Supongamos que lo matas. Que matas a toda la banda. ¿Qué harás? ¿Qué planeas hacer conmigo? ¿Llevarme de la oreja a tu redil, como si fuese un crío?

    ¡Eres un crío!

    ¡Tengo treinta años, por el amor de Cristo bendito! —bramó Wilson, dando un pisotón al suelo —¡Y si le haces daño, te juro por todo lo sagrado que no descansaré hasta matarte!

    Bueno, bueno, bueno… —Billy suspiró y sacó el dedo del gatillo, mostrándose así algo más inofensivo mientras se acercaba a la pareja —Tal vez es cierto que ya no eres un niño… ¿Puedes culparme? Los padres siempre vemos a nuestros retoños como eran de pequeñajos —sonrió un poco, casi con dulzura, mientras volvía a acariciar la mejilla de Wilson, pese a la mirada que Joyce le dirigió desde atrás, como un perro al acecho, dispuesto a morder —. La cosa está, Wally, en que ahora no piensas con claridad. Pero sé que entrarás en razón, aunque te lleve un tiempo. Ahora, si me disculpas…

    Su siguiente movimiento fue sorprendentemente rápido para su tamaño y edad. El primer puñetazo se estrelló en el vientre de Wilson, y apenas el inglés se estaba inclinando hacia adelante, Billy lo cogió de la ropa y lo arrojó como un peso ligero a un lado, haciéndolo volar unos metros.

    Wilson aterrizó en otra zona embarrada, y lo primero que hizo fue vomitar. Apenas agua y un poco de bilis, no había comido nada en un rato, pero fue suficiente para dejarle un regusto amargo en la boca. Se incorporó con cierta dificultad, limpiándose la boca con la manga de la camisa, y se giró a mirar a los otros dos.

    Tenía la vista un poco borrosa, imaginaba que por el dolor del golpe, así que necesitó unos segundos para enfocar correctamente. Vio entonces a los dos hombres en plena lucha física. En algún momento, Joyce debía haber conseguido sacarle la pistola a Billy, quien ahora le atacaba a puño desnudo.

    Era una lucha no sólo por ver quién golpeaba a quién, sino también por ver quién alcanzaba alguno de esos revólveres caídos en el barro.

    Wilson agradeció ese instinto milagroso de Joyce. Seguramente, de no ser por esto habría recibido ya más de un puñetazo, y visto el efecto que tenía el puño de Billy, aquello habría sido un encuentro corto y sangriento. Bastaba con que recibiese uno o dos, según el sitio en el que impactasen contra él, para dejarlo fuera de combate, quién sabe si incluso matarlo.

    El inglés gruñó y se puso en pie. Se tambaleó un poco, pero consiguió equilibrio y se dispuso a acercarse a ellos, gritándoles otra vez que se detuviesen.

    Demasiado tarde, demasiado mal. Uno de los dos —Wilson no habría sabido decir exactamente quién— había conseguido un revólver, habiendo ahora una puja por cambiarlo de manos y lanzar el disparo que pondría fin a todo.

    Hubo un disparo, efectivamente, y la pelea se detuvo al momento, pero no fue quizá por lo que cualquiera habría esperado.

    Billy y Joyce se giraron hacia la fuente del grito. Bueno, no había sido exactamente un grito, más bien una exclamación ahogada, mezcla de sorpresa y dolor. Wilson estaba de pie, paralizado, con la boca abierta y una mano sujetándose un costado. Bajo sus dedos, el chaleco beige empezaba a teñirse de rojo a la vez que su rostro palidecía.

    Retrocedió un par de pasos, perplejo, y cayó al suelo. En un primer momento, ni siquiera se percató del crujido que había oído bajo su peso, pero cuando vio a Billy y a Joyce correr hacia él, una parte de su cerebro, consiguió reaccionar con la fría lógica que siempre le había caracterizado.

    ¡Deteneos! —les gritó con una voz un poco estrangulada por el dolor. Alzó incluso una mano, con la palma húmeda de sangre, para indicarles que se quedasen quietos. Fue sorprendente que ambos hiciesen caso a la vez y con la misma cara de un perro que recibe una orden sorprendente, pero aun así sintió necesario añadir: —¡No os acerquéis más!

    Wally… ¿Qué dices, Wally? —balbuceó Billy, manchado de barro y con algún hematoma de golpes de Joyce que habían dado en el blanco.

    Wilson respiró afanosamente mientras conseguía sentarse de una forma algo más digna. Al hacerlo, el suelo volvió a crujir. Señaló vagamente el terreno y negó con la cabeza. El barro se estaba empezando a filtrar por una grieta que rodeaba la zona en la que el inglés había terminado, una especie de saliente, con un vacío de varios metros de altura a su espalda. Un saliente en el barranco, colgando muy por encima de un río.

    La lluvia… La lluvia ha debido…

    Erosionar la tierra —completó Billy al ver que a su hijo le faltaba el aliento —. ¡No pasa nada! ¡Voy a sacarte de ahí, mi niño! —aseguró.

    Sin embargo, apenas había dado dos pasos cuando tuvo que quedarse quieto de nuevo, y es que al acercarse a esa zona tan inestable, la grieta se había abierto más con cierta rapidez. No podría alcanzar a Wilson a tiempo, y si avanzaba más, el terreno cedería.

    En un gesto estúpido, retrocedió los dos pasos andados, como si eso fuese a revertir las leyes de la gravedad y a hacer que ese trozo de tierra no se estuviese inclinando cada vez más hacia el vacío.

    Ponte en pie y salta —dijo entonces.

    No puedo levantarme —respondió Wilson con una risa quejumbrosa, apretando un poco más la herida. La manga blanca de su camisa estaba empapada en sangre.

    Entonces… ¡Una cuerda! ¡Iré a por una cuerda! La ataré a la silla de Moonshadow y te lanzaré el otro extremo, entonces el caballo tirará de ti y…

    No —suspiró Wilson con una sonrisa cansada —. Para cuando consigas llegar con la cuerda, yo me habré desangrado. Y no tengo fuerza para sujetarme.

    Era cierto. Estaba perdiendo sangre muy rápido. Con impotencia, Billy bajó los hombros. O, más bien, sus hombros se desplomaron. Ni siquiera pareció acordarse de Joyce, al menos no hasta que nuevas voces clamaron a sus espaldas.

    No eran los hombres de Billy, sino los de Joyce, dos de ellos, quienes entraron dispuestos a matar a cualquiera que se antepusiese en su camino, pero se quedaron de piedra al ver la escena que se estaba desarrollando en ese terraplén.

    ¡Wilson! —exclamó Jeremy al ver la sangre, sin atreverse a acercarse.

    ¿Qué está ocurriendo? —preguntó Zynn con cautela. Quiso decirles que los gemelos estaban entretenidos con los restos de la banda de Billy, torturando a los dos hombres que habían atado, pero ni se acordó de los gemelos en ese momento.

    Al final te vas a librar de mí antes de lo que creíamos —dijo Wilson, riendo otra vez sin fuerza, pero con mucho dolor en su voz —. Voy a morir.

    ¡De eso nada! ¡No vas a morirte, joder! —gritó Billy, al borde de un ataque nervioso, dando un pisotón. Mala idea, la grieta volvió a ceder con rapidez, obligando a Wilson a moverse un poco. Zynn, al ver esto, frunció el ceño, comprendiendo por fin las palabras de Wilson.

    Déjalo, papá —pidió, ya sin atisbo alguno de sonrisa —. Al menos… Al menos me despediré —tomó aire de forma trabajosa y miró a los cuatro hombres —. Zynn. Lamento que nos hayamos peleado tanto. Me caes bien. Eres… un gran luchador. Un buen amigo. Creo que… Joyce te va a necesitar, ¿sabes? Y no sólo él... Los Symon... ¿Les dirás adiós por mí? Oh, nunca terminé de leerles ese libro... —cerró los ojos, hundiendo un poco más contra su piel sus dedos, pero estos temblaban tanto que no sabía realmente si estaba haciendo fuerza o no —. Eres inteligente, pero dudas de Denisse, así que no te fijas tanto como creía. Porque le es totalmente fiel a Murdoc, ¿sabes? Discúlpate con ella, por favor.

    ¡No! ¡Cállate! —volvió a gritar Billy, llevándose las manos al pelo y tirando un poco de él. Wilson no se calló.

    Jeremy, eres el mejor cerrajero del mundo. El único con dos dedos de frente en esta banda de locos —medio sonrió, brevemente —. Cuida de Murdoc y de Denisse. ¿Puedes decirles adiós de mi parte? No me habría importado enseñar a su hijo a leer. El hijo de Murdoc… espero que no sea tan grande como el padre —respiró hondo —. ¿Recuerdas lo que hablamos?

    Jeremy, que había empezado a llorar apenas Wilson había pronunciado su nombre, sin terminar de entender la situación, sin terminar de entender por qué todo estaba siendo así, sólo consiguió asentir un par de veces mientras se limpiaba las lágrimas bajo las gafas.

    Sí… Sí, me acuerdo.

    Entonces, ¿lo harás? ¿Irás a Tucson?

    Jeremy asintió.

    Iré a Tucson, a la librería de tu amigo. Tengo la dirección apuntada. También la de esa tal Mary Su, ¿no?

    Wilson sonrió un poco. George Parker, dueño de la librería que había visitado con Joyce cuando habían estado esposados hacía ya tanto tiempo, guardaba en una caja fuerte una parte de los ingresos de Wilson. Se la daría a Jeremy, quien le enviaría un porcentaje a su tía y dedicaría el resto a los gastos de la casa. Imaginaba que ese dinero vendría bien con un bebé en camino.

    Papá… Nunca te había llamado así —dulcificó su expresión, pálida y, de pronto, ojerosa —. Supongo que porque siempre he sabido que no eras mi padre de verdad. Lo recuerdo todo. Siempre te he odiado por ello. Pero… también te he querido. Incluso ahora. Y te perdono… te perdono —tomó una nueva bocanada de aire y miró por fin a Joyce —. Brian… Qué irónico que nuestra relación termine tal y como empezó: con un disparo —se rio entre dientes, pero la risa se cortó por una tos con la que escupió algunas gotas de oscura sangre.

    Quizá por el movimiento que forzó su cuerpo, quizá porque la gravedad seguía su curso, un nuevo temblor amenazó con acabar con esa conversación de forma prematura. Wilson agradeció que no hubiese sido así. Habrían sido unas últimas palabras terribles.

    Se obligó a alzar la mirada. El peinado ya no existía, era todo un montón de pelo húmedo y sucio cayendo sobre su rostro o elevándose un poco. Su gesto era de dolor, sí, pero no sólo el dolor físico.

    Ahora sí que se sentía como un crío. Triste y solo en mitad de una aterradora tormenta. Podía sentir la sangre saliendo de su cuerpo, el entumecimiento en sus miembros, ese frío que se iba deslizando bajo su piel.

    Pero aún quería decir algunas cosas, y por todos los dioses que las diría.

    No esperaba que fueses a… a ser importante para mí. Pero lo has sido. Lo has sido mucho. No quiero morir… —al decir esto, se le escapó un sollozo y unas lágrimas que hasta ahora había logrado contener. Le llegó a doler el contraste entre la calidez de las lágrimas y la frialdad de su propia piel —No quiero morir aún, pero no veo salida. Y ahora… veo que hay cosas que no te dije y que te tendría que haber dicho. Como que me ponía algo celoso cada vez que te abrazabas a Susan (oh, Susan; ojalá siga escribiendo, ojalá no deje nunca de escribir) o a Arjana, o a Linda, porque quería que sólo me abrazases a mí. O que tendría que haber hecho cosas que no hice, como besarte cada vez que se me pasó la idea por la cabeza. Quiero besarte, Joyce. Y que me abraces. No me gustan los abrazos, pero los tuyos no están mal —sonrió a través de las lágrimas —. Supongo que nada importa ya. Bueno, esto sí: te quiero. Joder, Brian Joyce, te quiero. No pensé que jamás querría a nadie, pero —contuvo una exclamación cuando la tierra volvió a ceder. Terminó de rodillas, o a tres patas, pues la mano que no sujetaba la herida se hundía en la tierra pantanosa, como si así fuese a evitar caer —. Pero te quiero. Y por eso tengo que pedirte algo. No mueras tú también. Por favor, por favor, Joyce, vive. Cuida a tu madre, a las chicas. Vive por los Symon, y por Murdoc y su hijo, y por Jeremy, y por Zynn y por Susan. Vive por mí, ¿vale? No te mueras. Y tú tampoco, papá. No muráis. No os matéis entre vosotros, ni a vosotros mismos. Por favor, papá, cuida de Mary Su. Por favor, Joyce, vive, aunque sea sólo para recordarme.

    Tras decir todo esto de forma atropellada tuvo que detenerse. Volvió a toser sangre, incluso vomitó un poco más. No tenía fuerzas, así que cayó desplomado sobre la tierra, en un golpe que hizo que el terraplén acabase de ceder.

    Alzó una última vez la mirada, clavando sus ojos en los de Joyce, y sonrió. Sus labios formaron un mudo «te quiero».

    Después, cayó.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuando recuperó la consciencia, pensó que todo había sido un mal sueño, una horrible pesadilla. Sin embargo, el terrible dolor que sentía en cada milímetro de su cuerpo le hizo darse cuenta de que no, no lo había soñado. Aquello había ocurrido y, por algún milagro que en esos momentos no lograba explicarse, había sobrevivido.

    No, empezaba a recordar. Había caído, y su cuerpo se había golpeado contra algún árbol o arbusto que había crecido desde la pared del acantilado. Eso había frenado su caída lo suficiente como para que el golpe contra el agua no le matase, si bien le debía haber roto un brazo y dejado el cuerpo lleno de arañazos.

    Una vez en el agua, se había medio agarrado a una gruesa rama que flotaba por ahí, pero luego había perdido la consciencia, dejándose arrastrar. No sabía qué había pasado después.

    Abrió los ojos. Era de noche, veía las estrellas. Y humo, el humo de una hoguera. Muy despacio, sintiendo dolorosos pinchazos en cada movimiento, giró la cabeza, encontrándose efectivamente con una hoguera, y también con un grupo de gente, nativos americanos, que hablaban en sus antiguas lenguas mientras cenaban la carne de algún tipo de ciervo que habían cazado.

    Uno del grupo, justamente el único que vestía a la moda urbana, captó la mirada de Wilson y se acercó a él rápidamente.

    ¡Cabrón, te has despertado! —Wilson no sabía quién era ese hombre, pero ese acento mexicano era inconfundible —El curandero empezaba a creer que tu espíritu se estaba uniendo a los ancestros… ¡Menos mal que no te hemos enterrado aún!

    ¿Qué ha…?

    ¡Eh, eh, no corras, güey! Estás hecho unos zorros, no te fuerces —le indicó, poniéndole con suavidad una mano en el pecho —. Te encontré en el río y te saqué. Estabas fatal, güey, creí que te me morías en el caballo —sonrió —. No sé a qué dios rezas, pero más te vale darle buenas ofrendas.

    Yo…

    El mexicano volvió a cortarle.

    No hables, güey. Llevas dos semanas despertando y desmayándote. Has comido poco, ¿no lo recuerdas? —se giró y dio alguna indicación en un idioma que a Wilson se le hizo incomprensible. Dos hombres se acercaron; uno trajo un cuenco de comida, el otro ayudó al inglés a incorporarse un poco, consiguiendo así que Wilson se mordiese el labio para no gritar de dolor —Come, come. Come y duerme.

    Mi ropa… —balbuceó Wilson.

    Estaba toda rota —se quejó el mexicano —. Tuve que tirarla, güey —al ver la cara que puso Wilson, le sonrió un poco mientras el hombre que llevaba el cuenco dirigía una cucharada de sopa a la boca de Wilson, quien la aceptó en silencio —. Tranquilo, calma. Había cosas dentro. Llenas de sangre, pero las conservé. Un muñeco muy feo y un papel tan empapado que no sé si puedas abrirlo. ¿Una carta de tu amada?

    De mi familia —murmuró Wilson. Sí, la carta que Jeremy le había escrito al abandonarlo en Caborca, tras su primer encuentro. Siempre la había llevado consigo, igual que ese muñequito de tierra y plumas de Rita que los Symon le habían hecho —. Quiero… escribirles, deben saber que estoy vivo…

    No creo que puedas escribir, güey. A ese brazo aún le quedan unos días de curación —dijo el mexicano —. Ah, pero puedo llevarles el mensaje, si quieres.

    Por favor —aceptó otra cucharada de comida y, al tragar, suspiró con agotamiento —. Tombstone. Lupanar.

    Tombstone. No está muy lejos. Puedo llegar en un día, si me doy mucha prisa. Querrás que me dé mucha prisa, ¿verdad?

    Wilson asintió y el mexicano sonrió otra vez.

    El muñeco… Llévalo...

    ¿El muñeco? ¡Ah! Para que sepan que vengo de tu parte, ¿hmn? Muy bien, muy bien. Aunque necesitaré tu nombre.

    Wilson —dijo con una pequeña sonrisa.

    Wilson. Yo soy Manuel —le sonrió con cierta confianza y asintió —. Mi gente cuidará de ti, te lo prometo.

    Gracias —susurró Wilson.

    Tomó la última cucharada de sopa, pero después volvió a perder la consciencia entre los brazos de aquel hombre.


    SPOILER (click to view)
    ¿Revisar lo escrito? ¿Dar formato a los diálogos? ¿Qué es eso, se come? xd


    Edited by Bananna - 27/1/2020, 17:08
  5. .

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    || Somos gente acostumbrada a las pequeñas cosas ||
    -Gio Gio San en Madama Butterfly-


    M.Dolmancé ➵ Bastien
    SPOILER (click to view)


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    Nombre: Bastien Faure-Dumont.
    Edad: 25 años.
    Fecha de nacimiento: 2 de junio de 1869.
    Nacionalidad: francesa.
    Residencia actual: Montmartre.
    Ocupación: «joven de compañía» y prostituto.
    OS: homosexual.
    RS: versátil.




    «Quiero un vestido de color sufrimiento».
    Rachilde, La marquise de Sade


    Sobre él:

    Bastien se vio obligado a madurar demasiado pronto. Sus padres, propietarios de un prostíbulo, lo hicieron convivir desde pequeño con la sordidez y los excesos de un oficio con muchas más sombras que luces. Vivía en el mismo edificio donde tenían el negocio, así que se iba a dormir cada noche con el sonido de los gemidos y los gritos que provenían de los pisos inferiores como una nana perturbadora. Se cruzaba constantemente con desconocidos y mujeres desnudas, y veía actos obscenos en cada rincón sin que sus progenitores hicieran nada por intentar ocultárselo.

    Para ellos, el sexo era algo tan natural como respirar, y así acabó viéndolo él también.

    Se acostumbró a ver hombres buenos y malos. Algunos trataban bien a las prostitutas; otros las vejaban y abusaban de ellas. Los Faure-Dumont callaban y apartaban a su hijo cuando, en un arrebato de piedad, intentaba defender a alguna de las mujeres.

    Le enseñaron que aquel oficio era sucio, desagradecido y triste, pero a pesar de ello debía mantener la sonrisa si quería comer. Los clientes pagaban; él tenía que plegarse. No cabía otra filosofía.

    Con el paso del tiempo se fue amoldando a todo aquello. De hecho, si algo bueno pudo sacar de semejante estilo de vida fue que desde muy temprano tuvo claro cuál era su orientación sexual.

    Pasaba horas entre mujeres, acurrucado contra sus pechos o dormido entre sus piernas descubiertas, y sin embargo sabía que sólo tenía ojos para los varones. Los veía ir de acá para allá desnudos, los espiaba mientras fornicaban con las chicas, y se sentía fascinado con sus cuerpos. Incluso cuando era demasiado pequeño para entender cómo funcionaba su propio cuerpo sabía que lo que ellos le provocaban en el bajo vientre no lo conseguían ellas.

    Sus padres se dieron cuenta de los ojillos con los que los miraba y, cuando algunos de los clientes empezaron a mostrar interés en aquel muchachillo que rondaba por el local, no dudaron en ponerle precio.

    Perdió la virginidad a los doce años.

    Las prostitutas lo ayudaron a sobrellevar los males del oficio y a convertirse en un auténtico seductor. Lo tomaron como un pequeño aprendiz y le transmitieron todos esos secretos que pasan de generación en generación para sobrellevar los males del oficio. Le enseñaron a sonreír, a complacer, a soportar las arcadas y a hablar —o callar— cuando era necesario. En realidad, lo prepararon para la vida mucho mejor que los propios Faure-Dumont.

    Por eso, cuando el prostíbulo fue cerrado por incumplimiento de las normas sanitarias y ellos acabaron en la cárcel por impago de deudas, Bastien no los echó de menos.

    Sí es cierto que al principio lo pasó mal. Se vio solo a los dieciséis años, sin un negocio que dirigir ni una familia en que apoyarse. La mayoría de las que habían sido sus amigas se dispersaron en busca de otros lugares donde ser contratadas, y él tuvo que apañárselas sin una compañía de confianza que le diera fuerzas para seguir adelante.

    Al principio intentó dejar el trabajo sexual y meterse en un oficio tradicional. Sin embargo, su nula experiencia provocó que hasta en dos ocasiones lo echaran de los humildes puestos que había podido ocupar. A la tercera entendió que sólo había una cosa para la que realmente tuviera talento y se dedicó a frecuentar los prostíbulos de la zona en busca de algún negocio que quisiera hombres jóvenes.

    Afortunadamente, su físico agraciado jugó a su favor y le consiguió pronto un empleo. Una avispada mujer llamada Madame Cloutier vio enseguida el potencial que tenía aquella carita andrógina y le dio techo y un sueldo.

    Pronto Bastien se dio cuenta de que no le gustaba el ritmo de trabajo que Madame Cloutier le exigía. La mujer lo tenía como una atracción de feria, pues era el único hombre de su negocio. Lo dejaba solo con numerosos hombres, le pedía trabajar demasiadas horas, e incluso lo obligaba a travestirse y a cumplir exigencias excéntricas cuando determinados clientes lo solicitaban.

    Y no es que él tuviera mucho orgullo. De hecho, era capaz de arrastrarse ante cualquiera con tal de recibir unas monedas; pero incluso los individuos más indignos tenían un límite, y él hacía tiempo que lo estaba traspasando. Por esa razón llegó a un acuerdo con Madame Cloutier. Él dejaría de vivir bajo su techo y cobraría menos a cambio de que sólo le permitiera trabajar por las noches.

    Así fue como Bastien se trasladó a su propio hogar y empezó a «pluriemplearse». Por las mañanas buscaba a sus propios clientes en cafés, cabarets o calles angostas y les ofrecía buena conversación, mimos y satisfacción sexual en lugares discretos. Por la noche iba al prostíbulo y aguardaba a los hombres en una cama demasiado vieja.

    Y le podría haber ido bastante bien. De hecho, actualmente mantiene esa rutina porque es la que mejor le ha funcionado. El problema es que Bastien no tiene ni idea de lo que es el ahorro, así que vive en una constante penuria porque prefiere gastar el dinero en drogas y caprichos tontos antes que en una comida caliente.

    Personalidad:

    Bastien, en líneas generales, es un muchacho del que no es recomendable fiarse. Ha aprendido muy bien a encandilar a la gente, hacerse el tontito y ocultar sus verdaderos sentimientos, por lo que es difícil saber qué es lo que piensa realmente de ti. Si eres alguien adinerado, olvídate de que se enamore de ti por tu buen corazón; lo que le importa es tu billetera.

    Sí, es frívolo e interesado, pero así es como sabe que le conviene actuar para sobrevivir. Hasta ahora, nadie le ha dado motivos para confiar ciegamente en otra persona, y mucho menos para enamorarse. Él ve día a día la cara más cruda de las interacciones humanas. Sabe cómo se despiertan los instintos de los hombres ante la carne fresca. No espera encontrar en nadie una mirada de cariño, ausente de lujuria. Es consciente de que los prostitutos no son personas destinadas a ser amadas, sino usadas.

    Entonces, conociendo el mundo lo conoce, ¿cómo se le va a ocurrir siquiera la idea de enamorarse?

    Prefiere vivir la vida con la superficialidad que se espera de alguien de bajo estatus como él: bebiendo, drogándose, bailando en cafés de mala muerte y fingiendo que lo halagan los piropos de los varones en cuyo regazo se sienta. Se deja acariciar, se hace el zalamero, lo invitan a una copita de anís y es feliz. Todo lo que le permita huir del mundo, aturdir sus sentidos o poner a prueba a su corazón es bienvenido en su vida.

    Pero que no te engañe: que a veces se pase más tiempo borracho que sobrio, o que a veces lo ciegue la perspectiva de vestir una camisa de seda no lo convierte en un idiota. Es más sagaz de lo que aparenta, así que, si eres una persona lúcida, puedes tener conversaciones bastante interesantes con él. No sobre temas de cultura, pues no ha recibido más educación que la básica, pero sí sobre la vida en general.

    Le gusta:

    ✓ Los niños. No es muy bueno interactuando con ellos, pero le gusta observar cómo juegan en la calle y son felices en su inocencia.

    ✓ Madame Cloutier. Sí, ha tenido muchos encontronazos con ella, y la odia por algunas cosas, pero siempre la ha visto más como una madre que a su verdadera madre.

    ✓ Los lujos innecesarios. Luego los tiene que vender porque necesita el dinero, pero mientras los tiene, los goza como un niño.

    ✓ Bailar. Disfruta de esos pequeños momentos en los que suena una música agradable en un bar y puede mover las caderas en compañía de alguien. A veces se detiene también a escuchar a los músicos callejeros.

    No le gusta:

    ✗ El invierno. Es tremendamente friolero.

    ✗ Los clientes particularmente poco higiénicos.

    ✗ Los hombres aburridos. Ya que tiene que pasar todo el día con ellos, prefiere que al menos lo entretengan decentemente.

    ✗ Su casero. ¿Cómo se atreve ese sinvergüenza a pedirle que pague el alquiler todos los meses? Si un mes no se puede, pues no se puede, hombre.

    Apariencia:

    1,78 de altura, piel marmólea y ojos verdes con algunas vetas marrones. Siempre ha estado muy delgado, y de hecho, es habitual que se le resalten los huesos de la espalda, de la clavícula y de la pelvis cada vez que se mueve. Las escasas veces que puede comer en abundancia —normalmente, cuando logra pasar la noche y desayunar en el palacete de algún viejo solitario— se le ponen los labios y las mejillas de un rojo saludable. Tiene algunas pecas graciosas en la nariz. Su melena es un constante nido de pájaros. No le pidas que la dome, porque no puede.

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    Bananna ➵ Michael
    SPOILER (click to view)


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    Nombre: Michael D. Henry.
    Edad: 29 años.
    Fecha de nacimiento: 30 de noviembre de 1865.
    Nacionalidad: inglesa.
    Residencia actual: Montmartre.
    Ocupación: ¿Pintor? Lo intenta.
    OS: homosexual.
    RS: versátil.



    «¿Qué es el arte? Prostitución.».

    Charles Baudelaire


    Desde muy pequeño, Michael había mostrado una gran predisposición por el dibujo, cuando no cierto talento. Llenaba hojas y hojas con dibujos y diseños, también alguna pared recibió su toque, y lo cierto es que había alguna acuarela de la casa familiar o de su hermana pequeña que habían despertado sonrisas y comentarios de admiración entre los visitantes a la casa.

    Por eso, cuando a sus veintipocos años se dirigió a su padre, mordiéndose el pulgar con nerviosismo —y es que su padre imponía; era un hombre severo y muy serio, firme en sus decisiones—, John Henry apenas levantó la mirada de su periódico y, entre la nube de humo de su puro, simplemente dijo: «Cuando termines la carrera, te podrás apuntar a la Academia de Bellas Artes.»

    A Michael la idea no le hizo mucha gracia. No es que Medicina se le diese mal, sacaba unas notas bastante buenas, pero no le llenaba. Sentía que aquello no era lo suyo. Tal vez a esta percepción colaborase el hecho de que toda su vida se hubiese nutrido con cuentos de caballerías, con poemas y cuentos fantasioso, con música que evocaba tiempos antiguos idealizados.

    Los Henry eran muy cultos. Adinerados, bien posicionados, les brindaron a sus dos hijos la mejor educación posible. Siempre había libros a su disposición, maestros particulares que les enseñaban sobre historia o sobre lo que hiciese falta. Por eso, tanto John como Sophie se sonreían con satisfacción cuando sus retoños mostraron buenas aptitudes para encajar en la elevada sociedad a la que pertenecían.

    Era gracioso porque, pese a esto, Michael y Susan eran casi opuestos. Él era muy alegre y fanfarrón, no le importaba alardear de sus conocimientos o hacer demostraciones de su buena habilidad para el piano, siempre tenía una broma en la lengua y una sonrisa en los labios. Ella, en cambio, era mucho más tímida y callada, no buscaba destacar tanto como quedarse con su reducido círculo de amistades, hablando de tal caballero o del vestido de tal señora.

    En fin, Michael terminó la carrera y entró en la mejor academia de pintura de su Londres natal. Hizo un par de encargos, participó en una exposición… Las cosas iban bien.

    Hasta que dejaron de ir bien.

    Terminaría escribiendo en su diario: «el amor de un padre es incondicional hasta que encuentra a su hijo enredado entre las piernas de su mejor amigo.» Aquello, claro, no le gustó nada a John, quien echó de su casa a Michael tras una acalorada discusión. «Desheredado por maricón», añadía Michael en su diario.

    La casualidad fue a dar con que justo el día en el que se acabó el dinero, su amante decidió que se había acabado el amor. «Porque la gente sólo te quiere cuando eres como quieren que seas o cuando puedes pagarle todos los caprichos que se le pase por la cabeza», garabateaba furiosamente mientras su barco cruzaba el Canal de la Mancha.

    Creía que en París, capital del mundo y del arte, tendría todo lo que necesitaba: amigos artistas con los que tener fantásticos debates, encargos jugosos que le permitirían vivir tan holgadamente como hasta ahora con su propio estudio, quién sabe si algún discípulo. Dos semanas después empezaba a tener de lo primero, pero lo segundo parecía un imposible.

    Hospedado en una habitación con goteras y lo que estaba seguro que era moho negro, empezó a urdir un plan que le permitiese regresar a casa. Conocer a la adinerada señorita de Huchon fue todo un golpe de suerte. O eso le dijo a ella cuando, cuatro meses después, le pedía matrimonio con un anillo hecho con una margarita trenzada.

    No se puede culpar del todo a la mujer por caer en una trampa aparentemente tan obvia. Michael tenía su ropa cara y siempre bien arreglada, su acento británico, su buena educación, una sonrisa embriagadora y unos ojos azules encantadores. Era cierto que no vivía en una buena zona y que había adelgazado desde que se conocieron, pero ella no le había prestado atención a esos detalles, más preocupada porque su sombrero conjugase perfectamente con el resto de su atuendo los días en los que iba a encontrarse con él.

    Michael estaba encantado. Cuando se la presentase a su padre, podría regresar a casa y no tendría que vivir a base de lentejas y cerveza aguada nunca más. De hecho, tan contento se puso que el día antes de la boda montó una fiesta en la que rodó el alcohol y otras sustancias en la misma línea. Se despertó con su futuro cuñado abrazado a la cintura y su futura mujer hecha un basilisco.

    No hubo boda, como se entenderá, ni regreso triunfal a casa. El hijo pródigo volvió a su habitación de mala muerte y allí sigue, viviendo de la caridad de sus amigos y de alguna venta milagrosa.

    Al menos… ¿Tiene salud?

    Información adicional

    ● Es difícil verle sin un cigarrillo colgando de los labios. En los buenos días, también suele estar borracho, al menos contentillo.

    ● Gracias a su don de gentes, el café donde se reúne casi diariamente con sus amigos intelectuales le invita hasta rebasar cierta cuota. Esa gente hace la obra del Señor.

    ● Se cartea con su hermana semanalmente. Es la única que no le ha dado la espalda pese a todo y a veces le envía materiales para que pueda trabajar. Conserva, a su vez, amistades en Londres que de tanto en tanto le envían dinero.

    ● En los meses que lleva en París no ha vendido más de cuatro cuadros relativamente baratos. De hecho, ha ganado más dinero haciendo de médico para familiares de amigos o publicando algún articulito o ilustración en periódicos.

    ● Le gusta escribir. Cierto amigo suyo (un irlandés muy majo con el que pasó alguna tarde fumando, bebiendo y jugando entre las sábanas) le dijo que tenía una buena prosa, pero que sus versos no servirían ni para canciones de iglesia. Tenía razón, sus poemas son muy malos. Pero sus historias tienen buena acogida. Si tuviese dinero, igual las ilustraba y publicaba.

    ● Sus pinturas suelen tener elementos simbólicos escondidos por aquí y por allá. Ninguna flor ha sido colocada sin atender a su significado ni ningún color se ha elegido por pura estética. Esto se relaciona con su influencia prerrafaelita, quizá.

    ● Es un poco caradura, en los días de resaca puede tener muy mal carácter… Pero la verdad es que suele caer bien al momento. Que se lo digan a la señorita de Huchon.

    ● No suele salir de casa sin un cuaderno y un estuche con pasteles y un lápiz, para tomar apuntes en cualquier momento de algún elemento o persona que le llame la atención.

    Apariencia

    Sobresale por su impresionante 1.85 m y por su delgadez. Siempre ha sido delgado, pero ahora que come lo que puede, esto se ha acentuado. Tiene la piel pálida de los hijos de Inglaterra, el pelo negro y los ojos bastante claros.

    Cuida mucho su aspecto, simulando ser todavía el joven rico que una vez fue. Claro que si miras bien su ropa, igual no está tan limpia como debería o tiene alguna costura aquí o algún desgaste allá. En su habitación, sin embargo, lleva una ropa muchísimo más barata incluso cuando tiene visitas.

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    I | II



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    ⥆ :: La Bohème :: ⥅


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    —¡No, no, no! Fuck! Fuck!!

    —¿Qué pasa ahora? —preguntó la mujer con cara de suplicio, obviamente acostumbrada a que el otro de vez en cuando tirase sus pinceles al suelo y maldijese en su idioma natal.

    —¡Esto es imposible! ¡La carne se ve flácida!

    —¡Mi carne no es flácida! —protestó ella.

    —¡Hablo de la pintura!

    —¡Pero lo dices como si fuese culpa mía!

    —¡Culpa mía tampoco es!

    Pintor y modelo se miraron a los ojos con tal intensidad que cualquiera diría que estaban a punto de lanzarse el uno sobre el otro, bien para matarse a golpes, bien para follar contra los almohadones sobre los que ella estaba recostada.

    No ocurrió ninguna de las dos cosas.

    Marion terminó por respirar hondo y volver a dejarse caer sobre las almohadas mientras veía cómo Michael se agachaba para recoger los pinceles, comprobando con cierta preocupación que no se hubiesen roto, lo cual habría sido un desastre. ¿Quién sabe cuándo podría comprarse otros nuevos, viendo el ritmo que llevaba?

    Hacía casi un mes que trabajaba de modelo para el británico. Lo sabía porque, cuando ese hombre se le había acercado, lo primero que le había dicho ella era que estaba en pleno periodo y que si quería sexo o se buscaba a otra o se aguantaba la sangre, y ahora estaba a un día o dos de volver a empezar el ciclo.

    «No son esas las intenciones que tengo para con usted, señorita, así que no me importa si sangra o no», le había contestado él con una sonrisa tan graciosa que Marion se había contagiado, incluso estando ese día de mal humor.

    Escuchó su oferta, posar como modelo para él, para un cuadro. Incluso sin saber matemáticas calculó que el pago que le ofrecía a cambio de aquello era inferior a lo que podría ganar abriendo las piernas en una sola noche, pero, aún con todo, sintió bastante curiosidad por ese acento isleño y esa extraña aura, elegante y atrayente.

    Era gracioso que incluso en esos momentos, vistiendo ropa sucia de pintura que encima le iba grande —llevaba los pantalones atados con una cuerda y la camisola blanca le colgaba hasta las rodillas, teniendo que arremangarse para que la tela no le estorbase—, con la cara torcida en un mohín infantiloide, un cigarro colgando de sus labios y el pelo revuelto, seguía dando la impresión de que en cualquier momento se quitaría esa ropa y debajo aparecería un esmoquin negro con levita, chistera y hasta bastón, así como un par de entradas para la ópera o el ballet.

    Trabajar con él era divertido. Normalmente, vaya. Solían ser unas horitas por la mañana, aprovechando los momentos en los que más luz entraba en ese estudio pequeño que Michael compartía con otro artista. Hablaban, reían, él le echaba la bronca por haberse movido o por desconcentrarle, ella le sacaba la lengua. A veces incluso le había ofrecido una copa de vino, pero era tan malo que Marion casi prefería poner ella la bebida.

    Los primeros dos trabajos habían ido muy bien. Él le había ofrecido su idea y le había enseñado la postura en la que la quería, y como si de algo saben las prostitutas es de posturas —y de satisfacer a los hombres—, no había tardado mucho en pillarle el truco a eso de ser modelo.

    Michael, tras asegurarse de que estuviese bien colocada, retocaba la caída de alguna tela o recolocaba un poco el fondo. Se ponía entonces tras su caballete y empezaba a dibujar con un lápiz tan grueso que a ella le fascinaba que consiguiese líneas tan finas y delicadas. Se paraba de vez en cuando a afilarlo con una navaja y luego continuaba.

    Esto se debía a que era un lápiz muy graso y, por lo tanto, blando, así que perdía la forma a los pocos trazos y Michael necesitaba afilarlo con frecuencia.

    Entonces, el pintor cogía sus tubos de óleo, su paleta y sus pinceles y entraba en una especie de trance, o así se lo parecía a ella. Sus ojos, normalmente tan cálidos y cercanos, se volvían casi calculadores, apretaba los dientes o se mordía el labio inferior y e iba moviendo la mano sobre el lienzo, aplicando a veces la pintura directamente del tubo, a veces mezclando en la paleta. Se detenía a hacer los detalles con un mimo extraordinario, acercándose tanto a la tela que Marion se sorprendía de que no se le manchase la nariz… et voilà!, como por arte de magia aparecía un cuadro fresco, de pincelada ágil y rápida, aunque con zonas trabajadas minuciosamente.

    La primera vez que la había pintado había sido en un retrato de busto. Cuando Michael le había dicho esto, lo primero que Marion había pensado era que le pintaría las tetas, pero resultó que no. Es decir, sí que le había pintado las tetas, pero también la cabeza.

    En la obra, que se apoyaba tristemente contra la pared en un lado del estudio esperando a que alguien se fijase en ella, tenía el pelo suelto y aparecía rodeada de flores, como si saliese de un jardín. Así, asomaba entre flores de junquillo blancas y amarillas, con algunas flores de limonero enredadas entre sus rizos rubios, y sostenía en una mano unas amarilis rojas y, con la otra, entre sus pechos, una camelia roja.

    Marion apenas sabía reconocer dos de esas flores. Había visto las otras, pero no sabía cómo se llamaban ni muchísimo menos se imaginaba que esos pétalos tuviesen algún tipo de significado.

    Así, los junquillos y las flores de limonero representaban deseo, mientras que la amarilis era la flor de la coquetería. La camelia roja, bueno, Michael la había situado como homenaje a la novela de Alejandro Dumas. El color coincidía, además, con el estado de la prostituta.

    Pero a Marion le encantaba. No sabía de arte, pero le parecía que los colores eran muy vivos, vibrantes —aunque ella no habría usado esa palabra— y que combinaban muy bien con los verdes amarillentos de los tallos del fondo.

    «La Venus Verticordia de Dante no tiene nada que envidiar a la Venus Floreale de Henry», comentó con orgullo el día que descubrió el velo y le mostró a la modelo el cuadro.

    Para la segunda pintura para la que había posado había estado vestida con un camisón, sentada en un taburete y frente a un escritorio, con los cabellos de nuevo sueltos cayendo por su espalda en una cascada de oro. Sostenía una vela entre las manos y la acercaba a una calavera que se reflejaba en un espejito oval apoyado en libros.

    Ese cuadro, una María Magdalena penitente, había sido un encargo, por lo que Michael no había tenido demasiada libertad a la hora de elegir los atributos iconográficos. Y a Marion eso le mosqueó un poco, no tanto por el hecho de tener un cráneo humano delante, sonriéndole macabramente, sino porque la cera de la dichosa vela le había enrojecido los dedos y luego había tenido que frotarse las manos con aloes y otros potingues.

    Michael también había tenido problemas, concretamente con algunos detalles, como el tono exacto de algunas sombras del camisón, lo que había provocado que se le saliese un poco el genio y empezase ya con sus arranques de palabrotas en inglés.

    Con todo, se lo habían pasado bien y, lo más importante, Michael había ganado dinero con ese cuadro. Aunque no le había durado mucho, pronto se había comprado un lienzo grande que esperaba a contener La Obra —tal y como el inglés lo decía, sonaba así, en mayúsculas—, un par de zapatos nuevos para sus caminatas de flâneur por París, algo de cocaína y unas cuantas copas de absenta.

    Marion no tardó en aprender que Michael era tan elegante como derrochador, pero de alguna forma le estaba cogiendo mucho cariño.

    Incluso en esos momentos en los que discutían. Al parecer, Michael se estaba impacientando; llevaba dos semanas sin que nada de lo que pintase le convenciese. Habían probado tres posturas con sus tres indumentarias y sus tres peinados, pero nada.

    —Creo que estás muy tenso —comentó Marion con suavidad mientras veía al británico comprobar el último pincel —. ¿Por qué no te acercas y dejas que te coma la polla? Una buena mamada te ayudará a relajarte —sonrió entonces con cierta coquetería —. Anda, ven. Te la dejo a mitad de precio —añadió con un guiño.

    Pero Michael negó, suspiró y se apartó un par de mechones negros que habían caído sobre sus ojos. Tiró la colilla consumida sobre un cenicero, se acercó un taburete —el mismo en el que Marion se había sentado no hacía tanto— y se frotó los ojos, apoyando los codos en sus muslos.

    —Gracias, pero debo declinar la oferta.

    La prostituta torció los morros y, tras plantearse sus opciones, se puso en pie y se acercó a él. Le acarició la cabeza y se inclinó para besarle la frente. Él entonces alzó la mirada y enderezó la espalda, volviendo a suspirar mientras la mujer, cumpliendo los sueños de muchos, se sentaba totalmente desnuda sobre su regazo.

    Michael terminó por rodearle la cintura con las manos, pero cuando la miró, con la cabeza ligeramente ladeada, no había ni una chispa de lujuria. Nada de deseo. Ningún bulto sospechoso empezando a formarse bajo esos pantalones manchados de pintura reseca. Y, sin embargo, sí había un cierto cariño que hizo que Marion se sintiese muy cómoda así, entre sus brazos.

    —¿Qué ocurre, Michel? —había notado que no había nadie en París que le llamase «Michael», todos preferían la forma francesa. Y, qué cojones, a ella también se le hacía más sencillo. Le peinó con los dedos, echándole el pelo hacia atrás —¿Ya no te gusto?

    —Usted me gusta mucho, Marion —murmuró Michael, frunciendo el ceño y perdiendo la mirada en algún punto indeterminado detrás de Marion. Seguramente el lienzo medio pintado —. No sé qué necesito.

    Era mentira. Él lo sabía, y ella lo supo en cuanto se lo vio en la cara. Lo que no descifraba era qué necesitaba ese hombre.

    Viendo que no le iba a sacar más información, besó su frente y bajó al suelo, empezando a pasearse por el estudio con la comodidad de quien está en su casa. Él ni siquiera la miraba, o al menos no realmente, porque sí la seguía con los ojos, al menos hasta que Marion tomó el cuaderno que Michael llevaba siempre consigo.

    —¡Espera! —le pidió, saliendo de su embrujo y poniéndose repentinamente en pie, con tanta brusquedad que el taburete cayó al suelo —¡Deja eso, por favor!

    Lo cierto es que Marion estuvo a punto de dejarlo todo donde estaba por la intensidad de su voz, pero el hecho de que fuese la primera vez que la tutease le provocó todavía más curiosidad.

    Abrió el cuaderno y empezó a cotillearlo mientras Michael la perseguía por el estudio, saltando entre atrezo variado e intentando recuperar infructuosamente el diario.

    Consiguió, al final, arrojarse sobre ella, quedando los dos sobre los almohadones donde Marion había estado posando como odalisca, y empezó entonces un gracioso forcejeo. Él intentaba tomar las muñecas de ella, quien a su vez luchaba por librarse de él y seguir mirando los dibujos garabateados.

    Lo que hizo que la acción quedase congelada en el aire fue la risa de Jérôme Bonnaire, pintor y grabador con el que Michael compartía taller. Se había cruzado de brazos, apoyando un hombro en la jamba de la puerta, y observaba la escena con una sonrisa divertida hasta que la risa le había ganado.

    —Pensé que jamás te vería enredado entre las piernas de una mujer —se burló, sacándole una carcajada a Marion.

    Michael gruñó y resopló, se puso en pie y tomó a la prostituta de la cintura para ayudarla a levantarse. Acto seguido, volvió a intentar quitarle el cuaderno, pero ella dio un salto, poniendo así entre ambos una pila de cojines, y al ver que él se daba por vencido, sonrió con cierta victoria mientras caminaba hacia Jérôme, contoneando las caderas.

    Se apoyó en el pecho del otro artista, que sí miraba sus curvas con los mismos ojos con los que un zorro analiza un gallinero, y dejó que la abrazase y se apoyase en su hombro para poder ambos contemplar esos bocetos.

    Las primeras páginas tenían una extraña mezcla entre apuntes de las calles o de alguna estatua, dibujos rápidos hechos a alguno de sus amigos mientras hablaban en su café, aparecía Jérôme hundiendo planchas de cobre en ácido… Y también cosas escritas. Alguna frase ingeniosa que se le hubiese ocurrido de pronto, había incluso un cuentecito corto, pero también la lista de la compra y algún recordatorio para la semana siguiente.

    La anomalía llegaba realmente en las últimas cinco o seis páginas. Ya no había letra y dibujo intercalado, ni cosas escritas por sobre bocetos, sino que parecían dedicadas única y exclusivamente a apuntes. Y no a cualquier apunte, sólo aparecía una persona allí. A veces su rostro hecho con trazos rápidos de pluma, un par de veces aparecía de cuerpo entero, como bailando con dos brazos fantasmas que no llevaban a ninguna parte. Aparecía su rostro aburrido y sonriente, meditabundo y sardónico. Había, incluso, un dibujo a color, hecho con un acuarela aguada, donde se veía a ese mismo muchacho mirando hacia un lado con una sonrisa sincera, de estas en las que se muestran un poco los dientes.

    —Vaya, vaya —murmuró Jérôme —. ¿Y esto, amigo mío?

    Michael tenía otra vez un mohín en la cara, pero parecía más preocupado por recoger las cosas que se habían caído al suelo durante la persecución que por siquiera mirar a los otros dos.

    —Nada que les interese, realmente —dijo por fin, con un tono que intentaba hacer ver que le daba igual que hubiesen visto su secretito.

    —¿En serio? —sonrió Marion —Porque yo conozco a este chico.

    No pudo contener la risa al ver cómo Michael había alzado la mirada hacia ella, con unos ojos que brillaban con una fuerza inusitada que sólo le había visto cuando trabajaba laboriosamente en su primer cuadro con ella.

    —¿Lo dices en serio? O sea… ¿Lo dice usted en serio? —repitió, moderando el tono para hablar con una voz algo más grave.

    —¡Claro! Es Bas, el muchacho de Madame Cloutier. Puedo llevarte con él, si quieres —esbozó entonces una sonrisa algo maliciosa —. Aunque a lo mejor no es tan buena idea. Igual lo asustas como se entere de que llevas a saber cuánto tiempo dibujándole a escondidas.

    —¡Oh, oh! —exclamó Jérôme, inclinándose un poco más para acercarse a las hojas con más atención —Sí, me suena haberlo visto en el café. Alguna mañana coincidimos y se pasea por las mesas hasta sentarse con un hombre de bolsillo medianamente abultado —medio sonrió y alzó los ojos, buscando los de Michael —. ¿Cupido te ha clavado su maliciosa flecha de amor, querido?

    —¡No, no es eso! —se defendió el inglés, cruzando los brazos sobre el pecho. Volvió a resoplar, esta vez para apartarse de nuevo esos cabellos que se empeñaban en caer sobre su rostro —Simplemente… me inspira —reconoció con voz cautelosa, como si pisase hielo fino.

    —¿Te inspira? ¿Y por qué no le pides que sea tu modelo?

    Ante el silencio, los dos franceses se miraron y compartieron una sonrisa.

    —Le da vergüenza.

    —El pobre debe estar aterrado —sonrió ella.

    —Desde luego. No sé si Cupido le ha clavado una flecha, pero está claro que él le quiere clavar otra cosa…

    —Bueno, ya vale, ¿no? —se quejó Michael, recuperando la atención de ambos.

    Marion se rio y se separó de Jérôme, a quien le cedió el cuaderno. Con las manos libres, tomó una bata rosa y se la puso en un intento de resguardarse del frío que se había empezado a asentar en la habitación ahora que el brasero llevaba un rato apagado. Ni se habría dado cuenta de esto si de pronto no se le hubiese puesto la piel de gallina con un escalofrío.

    —Dime, ¿qué te impide acercarte a hablar con él?

    Michael titubeó.

    —Suele estar con otros hombres.

    —¿Eso es suficiente para detenerte? Qué débil debe ser entonces tu voluntad —se ensañó un poco Jérôme, intentando volver a ver las formas de Marion bajo esa bata, aunque ahora que volvía a recostarse entre almohadones era un poco más difícil.

    —Tampoco tengo dinero para pagarle.

    —¡Perdona! —se quejó ella, sin saber sin reírse u ofenderse —¡A mí apenas me pagas! ¿Cuál es el problema?

    —¡Está bien, está bien! —gruño Michael, volviendo a apartarse el pelo de la cara con la mano antes de cruzarse de brazos —Llevadme al burdel de Madame Cloutier esta noche.

    —Es una cita —canturreó Marion.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    No lo reconocería ni bajo tortura, pero estaba aterrado.

    Su postura era impecable, como siempre. Espalda recta, mentón ligeramente alzado, mirada clara y ademanes elegantes. Sujetaba su bastón, se refugiaba apaciblemente del frío en su abrigo y su pelo quedaba bien recogido bajo su sombrero. Sus zapatos nuevos sonaban contra los adoquines de las calles y su cuerpo desprendía un ligerísimo olor a alcanfor y tabaco.

    Pero estaba aterrado.

    No le importaba el ambiente de aquel ruidoso local, que todo apestase a una mezcla de sudor, sexo, alcohol y a saber qué más ni que hubiese mujeres medio desnudas o el sonido amortiguado de gemidos en algún rincón medio oscuro.

    No, lo que realmente había golpeado la boca de su estómago y desplazado su corazón a sus sienes era la idea de que Bastien le rechazase.

    Lo había visto por primera vez hacía algo más de dos semanas, cuando terminaba su María Magdalena penitente. Le rabiaba reconocer que Jérôme no había estado del todo errado, y es que sí había sentido un flechazo instantáneo al entrever ese rostro entre el humo del café.

    ¿Qué había sido? ¿Su rostro, bonito y con una cierta nota andrógina? ¿Sus ojos, que observaban con cierta astucia y análisis a su compañero del día? ¿Había sido su piel blanca, esas pequitas que a una mirada menos escudriñadora se le habrían pasado por alto, o quizá ese cabello perpetuamente revuelto? ¿Quizá su forma de moverse? ¿Quizá el irresistible conjunto de todo ello y alguna cosa más?

    No había podido apartar la vista y, de hecho, había sentido el impulso de dibujarlo en ese mismo momento, de capturar esas facciones que tan hermosas se le habían antojado.

    Esa noche había soñado con él. No un sueño sucio, eso habría sido demasiado vulgar y habría mancillado el halo casi santo que se le había quedado impregnado en la retina. No, había sido un sueño frustrante, donde intentaba alcanzar esa figura delgada sin estar en ningún momento más cerca de ella.

    Los dioses debían haberse apiadado de él, porque le habían dejado volver a verlo al día siguiente. Y, después, varias veces más, a lo largo de esos quince últimos días.

    Al rememorar estas primeras impresiones, se dio cuenta de que tanto miedo le daba que Bastien le rechazase como que aceptase su oferta. ¿Podrían sus torpes manos retratar su belleza con la suficiente fidelidad? ¿Podría su escaso talento plasmar semejante imagen divina en un mundano lienzo?

    ¿Y si conseguía un resultado decente, una simple sombra de la realidad, y el muchacho se reía de él? ¿Y si se burlaba del artista y de su monstruosa creación? Sería como arrancarle el corazón, tirarlo al suelo y pisotearlo.

    Por eso nunca se había acercado a él. Por eso se conformaba con dibujarlo a escondidas, siendo todo lo discreto que su obvia fascinación por él le permitía. Porque sentía que, al verlo, brillaba en la oscuridad y que no había nada más delator que los suspiros que se le escapaban entre conversaciones mientras rasgaba el papel con la pluma o lo rayaba con sus lápices.

    ¿Y si se acercaba ahora y el otro le reconocía como a ese baboso del café que siempre le miraba? ¿O si conseguía llegar hasta él, resultaba que nunca se había fijado en el artista, pero Michael balbuceaba o se tropezaba o se le ahogaban las palabras en la garganta?

    Era estúpido, pero nunca se había sentido así con nadie. Había tenido flechazos con personas a las que encontraba bonitas o fascinantes, claro, pero se le habían pasado al poco de dibujarlas un par de veces. Más o menos como con Marion, a la que tenía tan humanizada en esos momentos que sentía que no podía sacarle, por ahora, tanta belleza como en la Venus Floreale.

    También sabía, aunque no lo fuese a reconocer, que al mes siguiente la podría volver a tomar como modelo, pero ya no tendría ese hechizo especial de los primeros días.

    Con Bastien, la cosa cambiaba. Lo había dibujado muchas veces, pero cada vez, en vez de encontrarle más defectos, le encontraba más virtudes. Eso le confundía y asustaba, aunque no era algo que fuese a reconocer jamás. Ni siquiera hacia sí mismo.

    Sonrió con educada negativa cuando una mujer le pegó los pechos prácticamente desnudos contra el vientre, ofreciéndole pasar un rato memorable con ella. No era la primera que se le acercaba con esperanza de tener más suerte que sus compañeras, pero también era lo normal, siendo que llevaba una media hora allí de pie, junto a la barra del bar, esperando tener noticias de Marion.

    Claro que empezaba a impacientarse, sobre todo ahora que había perdido a Jérôme entre las faldas de otra prostituta. Al principio se había intentado negar por hacerle compañía a su amigo, pero había acabado por ceder. Su voluntad no era tan fuerte.

    Por fin vio a Marion asomar y hacerle gestos para que se acercase, así que él apartó con toda la suavidad del mundo a la pelirroja que seguía intentando convencerle, se despidió de ella con su mejor sonrisa y caminó con el corazón latiéndole dolorosamente contra el pecho hasta Marion.

    —Tras esta puerta, Romeo —se rio ella, dándole una amistosa palmada en el brazo —. Sé breve, la Cloutier no tardará en volver y no le hará ninguna gracia que estés ocupando una habitación sin la intención de pagar.

    —Lo sé, lo sé… Gracias —le sonrió entonces, besándole las mejillas.

    —Ya me las darás por la mañana —dijo con un guiño antes de dejarle solo frente a aquella puerta.

    Michael miró el poco y movió las manos con nerviosismo, abriendo y cerrando los puños y sacudiendo los dedos en el aire. Respiró hondo, se recolocó con cuidado un mechoncito que se había empeñado en salirse de su sitio al quitarse el sombrero y, por fin, abrió la puerta.

    Por un momento, su perfecta máscara se tambaleó cuando pudo ver a Bastien tan cerca, sin gente ni mesas entre medias. Se acercó, pero no mucho, y se inclinó un poco hacia delante, abriendo teatralmente el brazo con el que sujetaba el sombrero, a modo de saludo.

    —Buenas noches —bien, no le había temblado la voz. De hecho, había sonado firme y tranquila. Todo lo contrario a como se sentía realmente —. Prometo no robarle mucho tiempo, em… ¿Señor Faure-Dumont? Creo que Marion habló de usted con ese nombre.

    Tratar de usted a la gente, incluso a los trabajadores sexuales, se balanceaba entre la educación más purista y una especie de chiste privado. Sólo tuteaba a sus más cercanos amigos, salvo que se alterase notoriamente, como ya había podido comprobar Marion.

    —Me presento. Soy Michael D. Henry, pintor y escritor. Le he visto alguna vez en un café de Montmartre y… Bien, no daré más rodeos. Deseo contratarle como modelo —vale, lo había dicho. Había soltado la bomba —. No puedo prometerle un sueldo elevado, imagino que Marion se lo habrá comentado ya —en realidad, no tenía ni idea de qué le habría dicho Marion —, tampoco que vaya a ser un trabajo cómodo o rápido, pues el arte lleva su tiempo. Pero sí puedo garantizarle, señor Faure-Dumont, que, en caso de que acepte, haré todo lo que esté en mi mano no sólo por retratar su imagen con la justicia que se merece, sino también por hacerle esas horas agradables y lo más confortables posible.

    Se las había apañado para decirlo sin atropellarse ni correr. Una palabra detrás de la otra, con sus pausas pertinentes para respirar y la entonación necesaria para hacerse oír sin gritar ni parecer agresivo o desesperado. O, al menos, eso esperaba.

    Pero ahora que lo había dicho se daba cuenta de que, joder, ¡lo había dicho! Y esa endiablada voz en su cabeza le susurraba que el chico no tardaría en estallar en carcajadas. «Muy gracioso. ¿Vas a meterte en mi cama o me vas a dejar trabajar, esperpento inútil? Tengo clientes esperando y el hedor de tu desesperación sólo los ahuyentará.»

    No quería que le contestase. Sentía que si Bastien le hablaba en esos momentos y le rechazaba, se arrojaría al Sena o se clavaría una cuchilla en el corazón antes de llegar a casa esa misma noche.

    Tenía que hablar antes de que el otro terminase de procesar la información u ordenar sus propias ideas.

    —No tiene por qué contestar ahora —se apuró en añadir, ahora sí que sin poder evitar atropellarse un poco. ¿Empezaba a hacer calor? Sentía que hacía calor —. Si lo desea, puede pasarse mañana por mi estudio. Tengo algunas obras que podrían ayudarle a decidirse, o quizá podría explicarle mejor las condiciones o el pago. Sin compromiso alguno, decline mi oferta si lo considera oportuno —su sonrisa tembló un poco. Era hora de irse —. Buenas noches.

    Se despidió con el sombrero y se dio media vuelta, con tanta prisa por salir que se tropezó con un mueble y tuvo que hacer malabares para que no se cayese un jarrón. Intentó recoger los restos de su dignidad y, sin mirar atrás, salió de allí, prácticamente corriendo hacia la calle.

    Nunca el aire frío de las noches parisinas le había resultado tan revitalizante.

    Se recolocó el sombrero, saludó a un par de hombres que le miraban con extrañeza y se dirigió hacia su casa con la idea de beber hasta dormirse.

    Sentía que el día siguiente sería largo.


    SPOILER (click to view)
    Tenía pensada una cosa, pero el muchacho ha resultado ser más romántico de lo que yo misma esperaba xd Me explico. Tiene una imagen tan elevada de Bastien que no se va a atrever ni a tocarlo de buenas a primeras, muchísimo menos querrá sexo con él. O sea... Querer, seguro que quiere, pero sería como querer follarse a Hestia, a Artemisa, a la Virgen María o a las tres a la vez xd Así que igual a tu chiquillo le choca un poco no ver tanto lujuria como una especie de... ¿adoración cristiana? Es un poco extraño. Ya se le irá diluyendo (?)

    Pasando ahora a la gente, Marion va a ir apareciendo tanto como amiga, como modelo. Creo que no hay mucho que decir sobre ella por ahora. Le gusta Michael, lo considera un buen tipo y seguramente le apena que no consiga vender mucho.

    Jérôme, por otra parte, sí que tiene va a ser una constante. Comparte estudio con Michael desde hace un buen tiempo, quizá desde que mi británico se instaló en París. Tiene su zona de grabado junto a las ventanas o junto a una puerta trasera, por esto de los vapores del ácido, pero sus bártulos de pintor se mezclan un poco con los de Michael. Imagino que tendrá algún contrato estable, que no demasiado bueno, así que va trabajando y comparte tubos de pintura, lienzos, atrezo y demás con su colega.

    ¡Las flores del cuadro! He sacado los significados de El lenguaje de las flores, ilustrado por Kate Greenaway. Doy el nombre de la ilustradora porque no hay título de autor. Es un librito pequeñito, muy mono y muy interesante. Respecto a las propias flores, tenemos junquillo, flor de limonero (¿azahar?), amarilis y camelia.

    Nombro la Venus Verticordia de Dante Gabriel Rossetti, porque Michael es un gran admirador de los prerrafaelitas y, particularmente, de Rossetti. Tengo también un boceto del cuadro de su Venus Floreale, pídemelo y te pasaré una foto xd

    En cuanto a la María Magdalena penitente, está inspirada en la Magdalena Wrightsman de George de la Tour, aunque, claro, no es igual.

    Yyyy creo que eso es todo xD

    Siento que mi ficha es una cosa fea y sosa al lado de la tuya, pero ahí se va a quedar. Al menos por ahora xD


    Edited by Bananna - 14/1/2020, 21:31
  6. .
    El nuevo día había empezado bien, había que decirlo.

    Le había llevado muy temprano un par de uniformes a Cami —él se había empeñado en comprarse seis, ya que los usaría toda la semana y siempre es recomendable tener ropa de cambio a mano— y, a cambio, se había llevado en los bolsillos parte de esa lencería femenina que tantos disgustos había causado.

    Luego, durante el desayuno, se había reunido otra vez con las Gorgonas, quienes lo habían recibido con las sonrisas de siempre, como si no hubiese ocurrido nada extraño el día anterior. Esto le había gustado particularmente. Se habría sentido algo incómodo si hubiese sentido la presión de dar o recibir excusas o disculpas, por lo que el hecho de que le hubiesen saludado y pronto hubiesen retomado la conversación le había hecho contener un suspiro de alivio.

    Las clases… Bueno, lo cierto es que habían colaborado a su buen humor. A esas alturas de la trayectoria académica empezaban los desdoblamientos por especialización, así que había tenido su primera clase de botánica con la profesora Virginia Summer, quien al menos en ese primer encuentro le había parecido encantadora y con muchos conocimientos que repartir.

    También había tenido clases conjuntas con ese tal Weiss, que no sólo le miraba mal, sino que había convencido a algunos chicos que iban con él de que Bal debía ser una mala persona. No le importaba. Mientras pudiese estudiar e ir a su ritmo, esa gente podía hacer lo que quisiese.

    Pensaba en esto mientras comía, escuchando sólo a medias la conversación del trío de brujas. Por eso, le pilló algo de sorpresa que Maude se levantase, ni siquiera se había enterado de que un chico la estaba llamando, pero tras dedicarle una pequeña sonrisa, volvió a lo suyo.

    Al terminar, se despidió de las otras dos muchachas y, empezando a sentir esa mezcla de nervios y anticipación que suele venir con las actividades nuevas, respiró hondo y salió del refectorio, dirigiéndose hacia el edificio de servicio.

    Iba repasando el discurso que se había preparado la noche anterior, cuando se había decidido a dar un paso que podría cambiar en cierta forma su estadía en Blue Star a algo más agradable aún, cuando escuchó a alguien correr hacia él y… ¿Saludarle?

    Se giró, dando un pequeño respingo al encontrarse tan cerca de esa persona que, por poco, no lo había arrollado. Tragó saliva entonces y alzó la mirada, perdiendo el aliento un par de segundos al encontrarse con esos ojos azules.

    El tipo en cuestión era guapísimo. De esas personas que le hacían lamentar el hecho de ir a olvidarse de su cara apenas apartase la vista. No era la primera vez que le pasaba, incluso en el poco tiempo que llevaba en la escuela le había ocurrido ya. Morgana, por ejemplo, le había dado la impresión de ser una mujer de gran belleza, y un poco a regañadientes tenía que reconocer que Vopain, el hermano pequeño de Pierre, también le había hecho pensar eso, aunque sólo lo había visto a cierta distancia.

    Miraba a ese muchacho con la cabeza algo ladeada, intentando seguir el hilo de esas frases que iba soltando. ¿Estaba nervioso? ¿Por qué, por hablar con él? Por un momento se temió que fuese a sacar de forma directa el tema de la clase de Pharlain. ¿Compañeros de clase? Sintió el impulso de ponerle las manos en los hombros y pedirle que respirase hondo y se calmase, pero por supuesto no lo hizo, se quedó mirándole, terminando por sonreír de forma más sincera cuando el chico le dio la bienvenida al centro.

    —Gracias, es muy amable por tu parte —le dijo, hablando en voz no muy alta, no por nada en particular, sino porque Baltasar era de esas personas que no elevan el tono si no es necesario.

    Entonces llegó el nombre. Ariel Vopain. Apretó un poco los labios, queriendo contener una risita mientras apartaba la mirada. La risa no era porque el nombre le hiciese gracia, como podía parecer en un primer momento, sino porque se lo había estado temiendo y, con todo, no sabía muy bien si aquello era algo bueno o malo. Quizá era simplemente una situación ineludible que se daría en un momento u otro.

    Volvió a mirarle, quedando otra vez con esa sensación en el estómago de que ese joven era muy atractivo, y le tendió finalmente una mano, manteniendo una sonrisa suave en los labios.

    —Yo soy Baltasar Rodríguez, pero… me llaman Bal —dijo mientras estrechaban manos. Le pareció que los dedos del francés eran calentitos y agradables al tacto, por lo que se separó lentamente, aunque de forma inconsciente —. La verdad es que me sorprende que no nos hayamos presentado antes, siendo que somos familia —dijo esto de forma críptica no por algún deseo extraño de jugar con él, sino porque daba por hecho que Pierre le había hablado a Ariel de Bal tanto como le había hablado a Bal de Ariel.

    Carraspeó y se frotó un poco la nuca. ¿Esperaba ese chico que iniciasen una conversación? Bal miró el reloj de su muñeca y se mordió el labio inferior antes de soltar un pequeño suspiro.

    —Perdona, tengo que irme —comentó, recolocándose un poco la chaqueta del uniforme —. Tengo una especie de cita. ¡Nos veremos por aquí! —se fue despidiendo con una nueva sonrisa, empezando a retroceder. Pensó que igual era demasiado brusco y se detuvo un momento —De verdad… Gracias por la amabilidad —añadió para luego darse media vuelta y continuar su camino.

    Había sido un encuentro un poco incómodo, ¿o sólo se lo había parecido a él? Baltasar conocía a los hermanos de Pierre (mantenía contacto regular con Suzette y Barnie, a quienes consideraba prácticamente hermanos suyos) y había visto fotos y escuchado mil anécdotas de Ari por parte de los tres, pero nunca había esperado ni compartir clases con él ni llegar realmente a desarrollar una amistad con aquel al que acababa de dejar atrás.

    No es que no quisiese darle una oportunidad, ¡es que no sabía cómo hacerlo! Sólo lo había visto un par de días, pero eso había bastado para confirmar lo que Pierre le había contado sobre él: que era algo ruidoso, alegre y muy optimista, pero también que se metía en líos y toreaba un poco a la gente, como le había visto hacer en su intervención en la clase de Pócimas.

    ¿Le convenía una amistad así? Él, que era tan tranquilo y manso, que no quería problemas con nadie, que no hacía ruido, que era muy de meterse en su propio mundo en vez de buscar la compañía constante de gente… No estaba seguro de que fuesen a encajar bien.

    ¿No?

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —¿Y bien? —sonrió Pierre, acariciando con su nariz la nariz de Álex —¿Qué tal ha ido ese primer día oficial como profe del Blue Star?

    —Hmn… —Álex medio sonrió, desplazando las manos hacia abajo por la espalda del francés hasta llegar a sus nalgas, donde sus dedos se acomodaron tranquilamente —La verdad es que diría que bastante bien. Espero que esos críos hormonados se porten bien conmigo…

    Pierre rio entre dientes y besó sus labios. Acomodado en su sitio favorito, esto es, en el regazo de Álex, terminó por inclinarse para apoyar la cabeza en su hombro, siendo rápidamente recogido por los brazos del español, quien incluso lo acunó con suavidad mientras le frotaba la espalda.

    —Al final sí que voy a ocupar el puesto de Christina —comentó Álex en voz baja tras unos segundos de, simplemente mimarse mutuamente.

    —¡Oh! ¿En serio? —Pierre suspiró suavemente —Entonces sí le vas a dar clase a mi hermanito. Rezaré por ti.

    —Bueno, ya sabes… Si pones una vela para Dios, pon dos para el Diablo —se rio a boca cerrada, dándole una palmada en el trasero —. De todas formas, tendré también a Bal, para compensar un poco el desastre.

    —Me da que necesitarías más que un solo Bal para contrarrestar a ese huracán. Porque, además, tiene a sus amigos que… —suspiró, torciendo el gesto en señal de desagrado.

    Álex ladeó la cabeza, mirándole, y le echó el pelo hacia atrás en una caricia.

    —¿Crees que me reconocerá? —preguntó entonces, cambiando suavemente de tema.

    —¿Ari? Qué va. Es un cabeza hueca —volvió a sonreír Pierre, arrugando la nariz en el proceso —. No creo que te recuerde de las pocas veces que coincidisteis… Y tampoco sé si se fija mucho en las fotos que tengo por el cuarto.

    —Aww… ¿Tienes fotos mías en el cuarto, Vopain? Seguro que tienes una a tamaño poster pegada en la puerta del armario. ¿La besas cuando yo no estoy?

    —¡Y cuando estás, también! —bromeó Pierre.

    Entre risas, Álex abrazó con fuerza la cintura del francés contra su cuerpo y se dejó caer sobre ese sofá que Pierre tenía en su despacho y en el que se habían acomodado después de comer entre papeleos varios.

    Una vez recostados, uno sobre el otro, empezó una cariñosa sesión de besos y pequeños mordisquitos que pareció terminar cuando Álex empezó a incorporarse.

    —Será mejor que volvamos al trabajo. Tenemos clases que preparar —dijo con un pequeño carraspeo.

    —¡Álex! —se quejó Pierre con una expresión que mezclaba la sorpresa y la diversión. Apoyó un codo en el sofá y elevó el tronco mientras le miraba —¿Desde cuándo eres tú tan responsable?

    —¡Uno de los dos tiene que serlo!

    —¡No! —Pierre le cogió de la muñeca y tiró otra vez de él, para que volviese a quedar sobre su cuerpo —Tenemos toda la tarde para trabajar. Ahora, sin embargo… ¿Por qué no me haces el amor en el despacho del profe? —enarcó las cejas —¿De qué te ríes?

    —Si supieses la de veces que soñé de adolescente con que me decías eso mismo… —reconoció antes de volver a besarle.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Como muchas veces ocurría, todo el nerviosismo previo a la reunión ahora le parecía absurdo. Julia Louis no sólo era un encanto de mujer (le había recibido con una taza de té y unas pastas caseras), sino que, además, no había tenido ningún reparo en aceptar la ayuda que Bal le ofrecía.

    El joven Baltasar se había acercado a ella, que era la máxima autoridad es todo aquello que concerniese a los jardines y al invernadero de la escuela, con la esperanza de poder trabajar con ella. Bueno, «trabajar» igual era una palabra muy generosa, porque Bal proponía hacerlo de manera gratuita, simplemente por el placer de poder estar en contacto directo con aquella hermosa vegetación y, quizá, llevándose de vez en cuando hojas, raíces o algún fruto.

    Para esta actividad ocuparía un par de horas cada tarde, en parcelas que Julia le asignaría en su momento, y si en algún momento no podía ir por los estudios, bien, al ser un voluntario, tampoco se le podía pedir más que un aviso previo.

    No era esto, podría decirse, una idea original de Bal, pues había muchos brujos, sobre todo de tierra, que se iban ofreciendo a lo largo de su estancia en Blue Star. Esto llegaba al punto de que una parte del equipo de jardinería estaba conformada por voluntarios de distintos cursos académicos.

    Bal lo sabía, por supuesto, y desde que se había decidido a ingresar de forma más ortodoxa en la escuela, había querido formar parte de esa sección de alumnado. Su relación con la naturaleza siempre había sido más fácil que con los humanos, incluso más estrecha que con sus congéneres, y aquello sólo le ayudaría a sentirse más cómodo en Blue Star.

    Además, como su madre había apuntado, quizá hasta le ayudaría a hacer amigos nuevos.

    Con una sonrisa, sintiéndose bastante contento con cómo estaban yendo las cosas ese día, se sentó bajo el árbol que le había servido de respaldo durante su primer día allí, hacía ya semana y pico. Siguiendo su costumbre, se puso los auriculares y sacó de su bolsillo una de las pastas que Julia le había dado. Cerró los ojos y se dedicó a disfrutar del momento.

    Lo cierto es que esto no duró mucho. Una canción y media después, sintió algo peludo y calentito sobre la mano que había dejado en el césped. Al principio creyó que podría ser uno de esos gatos que rondaban por ahí, pero cuando abrió los ojos, se encontró con un hámster, pequeño, mofletudo y absolutamente adorable.

    Sonrió y lo cogió con suavidad entre sus manos, ofreciéndole alguna miguita de galleta que se le había quedado en la chaqueta. Al verle sentarse en su mano y comer tan contento, soltó una pequeña risita y le acarició con un dedo la cabecita.

    —¿Qué haces tú aquí? —le preguntó al hámster, acariciándole entonces desde la cabeza hasta la cola.

    Estaba bien alimentado, desde luego, y parecía más que sano, por lo que imaginó que sería la mascota secreta (no se permitían animales, después de todo) de algún alumno.

    Poco después empezó a caer una fina lluvia, así que refugió al animalito en el mismo bolsillo de la chaqueta donde había guardado las pastas, para que no sólo estuviese cómodo y caliente, sino también con libre acceso a alguna miguita más, y se puso en pie para volver a su dormitorio.

    Cuando llegó a la sala común de su planta, dio un brinco cuando una mano sobre su hombro le asustó. Respirando hondo, se quitó los cascos para encontrarse con la agradable cara de Cami, a quien reconoció tras unos segundos de mirar sus gafas y su pelo, asegurándose de que fuese él.

    —Perdona, no quería asustarte —efectivamente, esa voz era la de Cami.

    —Tranquilo —sonrió Bal, quitándole importancia con un gesto de mano —. Como iba con la música… Ah, veo que mi uniforme no te queda tan mal.

    Cami levantó un poco una de las alas de la chaqueta y soltó una pequeña risa.

    —Sí, bueno, me va algo larga, pero nada que un buen cinturón no arregle. Oye, Bal… Quería agradecerte otra vez lo que has hecho por mí.

    —¿Hmn? No ha sido nada —al ver la inconformidad del otro, Bal sonrió, afable, y le puso una mano en el hombro, apretándoselo suavemente —. Lo digo en serio. Ayudar a otros no debe ser una molestia o un esfuerzo hercúleo.

    —Pocos son los que piensan como tú…

    —Bueno, supongo que es como mi padre siempre dice —se aclaró la garganta, para darle más seriedad a su voz —: «Un acto de bondad siempre provoca otro».

    —Eso es… muy bonito —reconoció Cami, todavía sin poder creerse que ese chico fuese real —. ¡Ah! Quería decirte. Es posible que pueda recuperar parte de mi ropa en un día o dos.

    —¿En serio? ¡Eso es genial!

    Aquí Bal, sin poder evitarlo, se lanzó a abrazar a Cami, quien se rio por lo inesperado y cálido de este gesto, correspondiendo el breve contacto.

    —¡Sí! La verdad es que ni siquiera creía que pudiese ocurrir.

    —Espero que sea verdad —siguió sonriendo Bal —. Y si puedo ayudarte en algo, sólo tienes que llamar a mi puerta, ¿vale?

    —¡Claro! Gracias —sonrió Cami —. Esta noche voy a cenar con… Bueno, una vieja amiga —se le escapó el sonrojo al pensar en cómo había quedado en eso con Maude, para ponerse al día tras ese tiempo de separación que él mismo había forzado —, pero ¿quizá mañana podrías desayunar con mis amigos y conmigo?

    Bal ladeó un poco la cabeza, como planteándoselo, pero terminó por asentir. Si eran amigos de Cami, no podría ser tan malo, ¿no? Y sólo era el desayuno, no había por qué agobiarse.

    —Podemos quedar aquí sobre las siete —propuso el español.

    —¡Perfecto!

    Con este plan acordado, cada uno se fue a su dormitorio. Al cerrar la puerta del suyo, Bal sonrió y sacó el pequeño hámster del bolsillo, encontrándoselo adormilado y con miguitas todavía más pequeñas entre los bigotes.

    —Ah, así que eres un tragón —susurró Bal mientras lo dejaba acomodado sobre la cama.

    Se acercó entonces a la planta carnívora que había en el alféizar de la ventana y silbó una corta y suave melodía que hizo que las hojas superiores se estirasen un poco hacia él. Era una planta extraña, una criatura de magia. No debían quedar más de cien especímenes, pero Álex se las había apañado para llevarle una semilla que había germinado en aquella criatura.

    Se parecía bastante a una venus atrapamoscas clásica, pero mezclado con el capullo de una flor estilizada y bonita, de un llamativo color rojo. Cuando se abrían sus lóbulos, que sólo eran dos, aparecían al interior una especie de lengua cuyo objetivo era atrapar a la triste víctima, normalmente mamíferos pequeños o pajaritos, gracias a una sustancia extremadamente pegajosa. Una vez no había escape, los pétalos se cerraban y una serie de afilados dientecitos que había en la parte interna se aseguraban de actuar como una dama de hierro, perforando y matando la cena de la noche. Acto seguido, la trampa se llenaba de un ácido que disolvía el cuerpo, aprovechándose los nutrientes gracias a las glándulas digestivas que había entre los dientes.

    Una planta muy peligrosa, desde luego, que además no distinguía entre animales y dedos de incautos, por lo que más de un brujo se había quedado sin una falange, pues al cerrarse la boca, los afilados bordes guillotinaban todo lo que no cabía en el interior.

    Ante una planta tan agresiva, sorprendía que Bal se dedicase a silbarle y acariciar sus pétalos o sus hojas, como si no tuviese ningún miedo a perder algún dedo o la nariz. Pero, claro, ¿qué miedo iba a tener? Sabía que le gustaba a esa planta, incluso si al decirlo en voz alta sonase absurdo. La forma que tenía de estirarse hacia él, el hecho de que le hubiese dejado tocar la cavidad inferior sin cerrar la trampa…

    Eso sí que era magia.

    Cuando terminó de mimar a la planta y le hubo rociado un poco de agua sobre las hojas inferiores, atendió otra vez al hámster, que acababa de despertar y estaba dando vueltas por la cama, haciendo un graciosísimo sonido agudo.

    Al ver que intentaba ir hacia la puerta, Bal imaginó que querría volver con su dueño, así que decidió abrirla y dejarle irse. Antes, sin embargo, lo llevó a la mesa, donde le ató al cuello, con un lacito que parecía una bufanda, un papelito enrollado en el que ponía: «Lo he cuidado un rato y le he dado un trozo de galleta. ¡Es adorable!». Esperaba que, con eso, el dueño o la dueña de tan bonita criatura supiese que había estado bien atendido.

    El hámster le mordisqueó el pulgar, meneó la nariz y se escapó por la puerta abierta.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —¡Bal! —un Cami de sonrisa deslumbrante saludó al muchacho con un fuerte abrazo.

    —Buenos días —saludó Bal, más calmado, mientras lo estrechaba entre sus brazos —. Te veo de muy buen humor. ¿La cosa fue bien con Maude?

    —¿Eh? —al oír el nombre de la Gorgona, toda la cara de Cami se puso roja, lo que ocasionó que dos voces nuevas se riesen mientras rodeaban al joven, poniéndose uno a cada lado de él.

    —Llegó como a las once y media al cuarto —dijo el que vestía con traje, yendo totalmente en contra de las normas protocolarias.

    —Lo cierto es que fue hasta decepcionante —dijo el otro, de sonrisa pilla, rodeando los hombros de Cami —. Si hubiese seguido mis consejos, no habría vuelto hasta hace media hora.

    —¡John! —se quejó Cami, dándole un codazo en la tripa.

    —Disculpa a este bruto —habló el trajeado, intentando contener una risita —. Es como un perro en celo. Buenos días, por cierto. Soy Pedro —se presentó, por fin, tendiéndole una mano que Bal aceptó con una sonrisa algo tímida.

    Un placer —le dijo en perfecto castellano —. Yo soy Bal.

    —¡El famosísísísímo Bal! —dijo John, abriendo los brazos para acercarse a él y estrujarlo con tanta fuerza que lo levantó un poco del suelo. Lo bajó, le tomó la cara y le plantó un beso en la boca. Se tuvo que anotar que ese beso al chico mono de Ari le había provocado un agradable cosquilleo en los labios, tanto que realmente le supuso un esfuerzo separarse de él para mirarle a los ojos —Eres precioso, ¿lo sabías?

    —John, deja al muchacho en paz —le riñó Pedro, cogiéndolo de la oreja para alejarlo de un tirón o dos.

    —¡Eso, no asustes a mi nuevo amigo! —se quejó Cami, abrazándose a la cintura de un aturdido Baltasar.

    —Está bien —consiguió murmurar, sacudiendo un poco la cabeza y carraspeando después. Puso una mano alrededor de Cami, que parecía cómodo sobre su hombro, y sonrió un poco —. Entonces… Pedro y John, ¿sí?

    —Así es, precioso —dijo John, guiñándole un ojo.

    —¿Te vienes a desayunar con nosotros? —sonrió Pedro. De alguna forma, ese gesto a Bal se le antojó bastante seductor, aunque no sabría decir si era porque el chico era muy guapo, porque el traje le daba un aire interesante o porque realmente la sonrisa iba con segundas intenciones (en realidad, esto último no se lo planteó realmente) —Cami nos contó lo que hiciste por él y nos moríamos por conocerte.

    —¿Sí? No fue nada, no podía dejarle tirado en esa situación —murmuró Bal, apartando la mirada con las mejillas algo sonrosadas.

    —Por favor, ¿puedes no ser tan adorable? —pidió John —A este ritmo, no voy a poder resistirme a besarte otra vez.

    —¡John! —le riñeron al mismo tiempo Pedro y Cami mientras Bal, que inocentemente consideraba esto una broma, soltaba una pequeña risa.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Si Bal tenía que definir a ese grupo con un solo adjetivo, habría escogido «divertido». Era un ambiente distinto al que había entre las Gorgonas, pero se había sentido cómodo entre ellos prácticamente al momento, mientras caminaban juntos hacia el refectorio.

    La dulzura de Cami, las salidas de tono de John y la elegancia que destilaba Pedro por todos sus poros suponían una combinación extraña, pero desde luego agradable, que le había permitido pasar el rato del desayuno entre risas y charla.

    Las Gorgonas les habían saludado desde lejos, pero imaginaba que Cami le había comentado a Maude de aquel desayuno, porque no intentaron recuperar a su chico, sino que simplemente pasaron a hablar de sus cosas, dejando que Bal se fuese habituando a ese nuevo trío de brujos.

    En sólo un desayuno, aprendió que Pedro era fuego y estaba un curso por encima, que John, aire, tenía su edad (y que sus juegos de palabras sexuales no eran sólo bromas, a juzgar por esa mano que había intentado acariciar sus muslos bajo la mesa un par de veces) y que Cami, que iba con él a clase, era uno de los brujos de agua más agradable que había conocido hasta ahora.

    Le contaron cómo se habían conocido, hablaron un poco de sus puntos fuertes y débiles en materias y, por supuesto, interrogaron a Bal acerca de por qué no había acudido presencialmente a la escuela hasta ese año, pero el aragonés se cerró en banda a ese respecto, comentando simplemente que así lo había decidido con su madre en su momento.

    En resumen, el panorama para aquel día pintaba tan fantástico como el anterior. Y el hecho de que la primera clase fuese historia, asignatura que a él le fascinaba gracias en buena parte a su tío, sólo parecía corroborar esto.

    Sentado en el sitio que había juzgado perfecto, se dedicaba a dibujar uno de los gatos a los que había mimado esos días en su cuadernito de dibujos mientras la clase se iba llenando. Sólo se detuvo cuando la puerta se abrió dando paso no a la profesora a la que esperaban, sino a Álex, a quien pudo reconocer por su ropa, principalmente.

    —Buenos días —saludó el hombre, dejando su maletín sobre el escritorio, esperando a que los que se habían quedado hablando fuesen tomando asiento —. Como pueden ver, no soy la profesora Christina Spencer —dijo en tono agradable, logrando alguna sonrisa en el alumnado —. Soy el profesor Tolosana y, como ya se imaginarán, ha habido un cambio de última hora, pero no se preocupen, no planeo hacerles esta asignatura imposible de superar —abrió entonces el maletín para sacar unos papeles, pero tras buscar un poco, frunció el ceño y suspiró —. Tendrán que disculparme, me he dejado el programa en el despacho. Vengo en seguida.

    Intercambió una breve mirada con Bal, quien le sonrió, y después salió del aula, maldiciendo en voz baja el haber cedido a la petición de Pierre de trabajar juntos en el despacho del francés, porque no sólo no habían trabajado casi nada, dedicándose más a, bueno, cosas de pareja, sino que además se había dejado allí algunos papeles. En fin.

    Volviendo al aula, alguien se quejó de que hacía calor, ya que las estufas se habían encendido por un drástico descenso de las temperaturas durante la noche, pero apenas abrió la ventana para ventilar un poco, sonaron varios gritos que hicieron que Bal se girase. Un pajarito, un gorrión, había entrado, seguramente seducido por el calor que había percibido desde el exterior.

    Chicas y chicos por igual habían gritado y se habían levantado para apartarse de la errática trayectoria de la avecilla, que parecía confundida y arrepentida de su precipitada decisión. Bal, por su parte, dejó el lápiz y se puso en pie, acercándose a la moldura en la que el animalillo se había posado.

    —¡Cuidado, no te vaya a hacer daño! —le advirtió una chica con los colores de la tierra, bien apartada contra una pared y abrazando a un mozo que tenía toda la cara de estar agradeciendo ese momento, a juzgar por cómo su atención había pasado del pájaro a las formas que se pegaban contra su cuerpo.

    Baltasar, que no se había fijado realmente en los intereses de su compañero, miró a la chica y le sonrió un poco.

    —No te preocupes, no es la primera vez que rescato un pajarito extraviado —dijo, consiguiendo que algunas voces suspirasen o comentasen por lo bajo que, realmente, ese chico era una especie de héroe.

    A su vez, esto hizo que Bal frunciese un poco el ceño, no con enfado, sino con frustración. De verdad que no quería ser un héroe, sólo hacer lo que consideraba correcto.

    Johan Weiss, sin embargo, no estaba tan de acuerdo con esto. ¿Cómo se atrevía ese chico no sólo a joderles una broma que les había costado dinero y tiempo, sino a blandir el estandarte de protagonista de la clase en sólo tres días? ¿No deberían ser ellos el centro de atención, como lo habían sido siempre?

    Vio a Bal subirse a una silla y acercar la mano al gorrión. Si vio cómo el pajarito se acercaba al muchacho con una mezcla de curiosidad y afabilidad, desde luego lo ignoró por completo, porque prefirió lanzar un conjuro, una especie de descarga eléctrica que dio de lleno en el ave, haciéndolo rebotar contra la pared y caer luego sobre las manos de Baltasar.

    La expresión del joven tierra había pasado de ser una sonrisa amable a un gesto de puro horror. Contempló al desdichado animalito, ahora bocarriba y con las patas tiesas hacia el cielo. Su cuerpo estaba caliente, pero no sentía su corazón contra los dedos.

    Horrorizado, se giró a buscar al responsable de esto mientras las lágrimas se agolpaban en sus ojos. Intentó contenerlas, aunque eso no evitó que su nariz y sus mejillas se enrojeciesen con una mezcla de furia y tristeza, y bajó al suelo de un salto al ver el brillo malicioso de un fuego que intercambiaba guiños con un par de amigos.

    —¿Por qué? —pese a lo iracundo de su rostro y su cuerpo, su voz sonó casi como un suspiro.

    —¡Iba a picarte! —se defendió Johan, consiguiendo con su voz que Bal lo identificase al momento —No podía permitir que salieses herido por andar haciéndote el valiente…

    —¡Pero no es cierto! —saltó la chica de antes, Miranda, alejándose del chico al que se había abrazado para acercarse a Bal, quien agradeció sinceramente la intervención, más que nada porque se temía que, de hablar otra vez, no podría controlar el temblor de su garganta —¡Yo lo he visto perfectamente! El gorrión se acercaba a sus manos con la mansedad de un corderito. ¡No tenías ningún derecho a matarlo!

    —¡Y tú qué sabrás, si estabas tan ocupada dejándote manosear por Roy! —saltó uno de los amigos de Johan.

    —¡Pero serás…!

    Ahí Bal dejó de escuchar, siendo sinceros. Dejó que Johan y su grupo discutiesen con otros alumnos mientras él simplemente acariciaba con suavidad las plumas de ese cuerpecito que se iba enfriando por segundos.

    Las primeras lágrimas cayeron sin que apenas se diese cuenta, y para cuando intentó hacer algo para detenerlas, eran ríos humedeciendo sus mejillas. Apretando los labios para impedir que ningún sonido pudiese delatarle, tomó una bocanada de aire y caminó hacia la puerta con la mirada gacha, levantándola sólo cuando vio una mano acercarse a él.

    Miró con el rostro totalmente deshecho a un joven que le pareció increíblemente atractivo, con unos ojos increíblemente azules. Esto le hizo reconocerle como Ariel Vopain, lo que ocasionó a su vez que se apartase de él con cierta brusquedad, temiendo que, amigo como era de Johan, se fuese a reír de él por ese espectáculo.

    Salió del aula deprisa, sosteniendo contra su pecho el cadáver del pajarito. Ni siquiera le importó tropezarse con Álex, quien intentó cogerle de los hombros para preguntarle qué ocurría. Bal, en vez de lanzarse a sus brazos como haría normalmente, salió corriendo, dejando sus dibujos, sus cuadernos, sus libros, su mochila y hasta su chaqueta en el aula.

    Todo eso podría recuperarlo más tarde. Primero, tenía que dejar ese pobre pájaro en un sitio donde al menos sirviese de alimento para otros animales. Después, se tranquilizaría y luego, luego… volvería al aula.


    SPOILER (click to view)
    ¿Formato? ¿Qué es eso, se come? XD No, bueno, ya lo pondré más tarde. Volveré por aquí para editar y a lo mejor incluso añado imágenes nuevas XD


    Edited by Bananna - 5/8/2020, 23:17
  7. .
    ¡Hola!

    De parte del equipo de moderación, debo pedirte que edites el post para modificar el tamaño de la letra. Como puedes ver en el reglamento para la publicación de fics (Click Here!), no se permite un tamaño de letra superior a 3, y tú has usado el 7.

    De no realizar el cambio en un plazo de 48 horas desde ahora, me vería obligada a remover el fic a la sección de Archivos Muertos. En este caso, podrías recuperar el fic enviándome un mensaje privado o poniéndote en contacto con otro miembro de la moderación.

    Sin nada más que añadir, ¡un saludo!
  8. .

    ♛❀ El dragón ❀♛


    No terminaba de entender a aquel rey, Étienne. Parecía totalmente entregado a ayudar a su pueblo, pero a la vez se mostraba aterrado de acompañarle a resolver el problema. El dragón sólo había ladeado un poco la cabeza, preguntándose cómo iba a poder proteger a un hombre que no estaría a su lado.

    Porque era eso lo que debía hacer, ¿no? ¿Colaborar con Brigette en la protección del rey? No estaba seguro. Aunque imaginaba que ya lo averiguaría; paciencia es algo que no le falta a un dragón, después de todo.

    Pensaba en esto y en otras cosas, como lo poco que le gustaba ese olor a metal frío que había por las galerías que se iban adentrando en la tierra, cuando soltó un suspiro que tomó forma de vaho frente a su rostro. Miró a los hombres que había a su alrededor. Sus ojos mostraban temor y recelo, como si al mínimo movimiento fuesen a clavarle esas afiladas herramientas en la cabeza.

    No pretendo vuestro daño —hizo resonar estas palabras en la mente de sus acompañantes, quienes se estremecieron (uno incluso se llevó las manos a los oídos, como para detener esa voz tan suave que se generaba dentro de su cabeza) —. ¿Hay algo que pueda hacer para resultar menos amenazante?

    Hombre, pues sería todo un detalle que usases la boca —gruñó Nina, que encabezaba la marcha, girándose hacia el dragón.

    ¿Empleando la caja de resonancia? —preguntó Dragón, llevándose una mano a la garganta. Al ver a Nina asentir con cara de extrañeza, seguramente por las palabras escogidas, él se lamió los labios y empezó a mover los labios y la lengua para formar palabras —Así sea. Consideraba más eficaz la comunicación telepática, que no tiene tantas limitaciones como la proyección vocal, pero lo haré.

    Los hombres se miraron unos a otros, luego a su jefa. Seguían tensos, pero ahora además estaban confusos. Obviamente, esa criatura no estaba siendo exactamente como se esperaban, si bien no se veían capaces de relajarse de verdad.

    Uno de ellos, algo más envalentonado, carraspeó para llamar su atención.

    Los cuernos no ayudan.

    Guardián se acarició uno de los cuernos negros y sonrió un poco, otro gesto que sorprendió a los mineros.

    Lo siento, lo había olvidado —dijo en un tono suave, haciendo desaparecer los cuernos.

    ¿Puedes cambiar también los ojos y las garras? —se atrevió a añadir otro. Guardián le miró ladeando un poco la cabeza y luego la sacudió en una negativa.

    Me temo que no. Son rasgos que se mantendrán adopte la forma que sea. Pero si hay algo más que yo…

    ¡Sí! —le interrumpió el tercer hombre, cuando se detenían en un punto de bifurcación —¡Promete que no nos vas a comer!

    Ahora el sorprendido fue Guardián, sobre todo al ver cómo los otros asentían, como si hubiesen tenido la misma idea, pero no hubiesen recogido suficiente valor para expresarlo en voz alta.

    La expresión del dragón mostraba absoluta incomprensión cuando miró los rostros de los cinco humanos que había allí con él.

    ¿Comeros…? —preguntó, moviendo la cabeza de un lado a otro, como un perro que intenta entender las palabras de su amo —¿Por qué iba a hacer eso?

    Los dragones devoran hombres. ¡Todos los cuentos y canciones lo dicen!

    ¡Es cierto! ¡Todos hemos oído esas historias acerca de caballeros que se van a enfrentar a un dragón que se ha zampado a cualquiera que se acercase a su guarida!

    La confusión en el rostro de Guardián no dejaba de crecer.

    No conozco muchos dragones —empezó a decir con tono cauto —, pero ninguno ha comido jamás carne humana, y si alguno ha matado hombres, ha sido en simple defensa propia.

    ¿Y tú? —preguntó Nina, cruzando los brazos bajo el pecho con ese sonido metálico y alzando un poco la barbilla —¿Has matado hombres?

    Guardián le sostuvo la mirada sin apenas pestañear y luego negó con la cabeza.

    Para aclararnos —volvió a hablar la jefa del grupo —. ¿No nos deseas daño alguno? ¿Tu instinto animal no va a hacer que nos quemes el culo a todos?

    ¿Quemaros el culo? —El dragón parpadeó y volvió a ladear un poco la cabeza en un gesto que, aunque a Nina no le gustaba reconocerlo, había resultado adorable —Si os acercáis al fuego, os quemaréis, pero me parece forzado que sea justamente vuestros cuartos traseros los que salgan dañados.

    Uno de los hombres soltó una pequeña risita, camuflada en un resoplido y, luego, en una tos. La cara de aquel hombre con ojos de reptil parecía la de un joven inocente, su voz tenía cierto dulzor y sus palabras parecían las de un niño que está aprendiendo sobre el mundo.

    Lo cierto es que al menos dos de aquellos cuatro hombres empezaban a preguntar qué era lo que tanto miedo les había dado de él, mientras que Nina empezaba a darle el beneficio de la duda y los otros dos… Bueno, todavía tenían sus reservas, pero hasta sus hombros se estaban destensando.

    Humn —volvió a hablar el dragón —. ¿Y el vuestro?

    ¿El nuestro qué? —preguntó Nina, que estaba retomando la marcha. Si se quedaban mucho más rato ahí, pese al fuego que alumbraba los pasillos, iban a morirse de frío, igual que esos pobres desgraciados a los que tenían que salvar.

    Vuestro instinto animal. ¿Vais a intentar matarme?

    ¿Por qué íbamos a hacerlo? Te necesitamos.

    Guardián empezó a preguntarse qué pasaría cuando dejasen de necesitarle, pero viendo que el frío aumentaba y las sonrisas que habían llegado a aparecer en los rostros de esa gente se cambiaban por gestos de esfuerzo, decidió guardarse sus dudas.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuanto más avanzaban, más frío hacía y, por lo tanto, más lento sentía todo su cuerpo. Los humanos se acurrucaban en sus abrigos de pieles y tiritaban, apiñándose unos contra otros para intentar mantener unos niveles términos estables, pero el dragón necesitaba otro tipo de sistemas, mecanismos que en esas condiciones parecían difíciles de lograr.

    Acarició con la yema de un dedo la superficie metálica de la pared y soltó un gruñido de frustración. Todo era liso, no había nada que pudiese coger. Aunque…

    Cogió una de las antorchas que había por ahí y, ante la atónita mirada de los humanos, absorbió el fuego. Una vez apagada, mordió los paños empapados en aceites y luego fue comiéndose la madera. Su garganta se encendió bajo la piel y, a través de la ropa, se pudieron percibir también luces anaranjadas en el vientre.

    Sintiéndose mejor así, continuó la marcha, teniendo que repetir el proceso un par de veces más, sin que eliminar parte de la luz de algún pasillo le importase demasiado. Su piel ya no estaba tan pálida y se movía con mayor soltura y ligereza, además de que su cuerpo parecía emitir algo más de calor, lo que hizo que ninguno de los demás prorrumpiesen quejas ante tan extraño comportamiento.

    También ayudaba a esto que su cuerpo se hubiese ido recubriendo de negras escamas, que no sólo servían para protegerle de peligros externos gracias a su increíble dureza —apreciada por muchos asesinos de dragones, huelga decir, que las vendían para fabricar armaduras o escudos, entre otras cosas—, sino que también le ayudaban a mantener el calor que lograba generar.

    El grupo volvió a detenerse en una intersección. Una de las opciones estaba totalmente sumida en la oscuridad, y esa fue la que Nina le señaló al dragón.

    Las calderas están al final del pasillo. Si te acompañamos, moriremos de frío antes de llegar. Nosotros seguiremos por aquí, creemos que algunos compañeros nuestros siguen vivos en esa dirección.

    Guardián apenas asintió, despidiéndose entonces del grupo. Miró el pasillo oscuro y afiló los ojos, cuyas pupilas se ampliaron hasta ocupar casi la totalidad del iris. Sí, ahí también había antorchas, sólo que se habían apagado debido a la falta de calefacción.

    Respiró hondo y siguió caminando hasta llegar a la gran sala de calderas. El frío era tal que había placas de hielo sobre el metal, y un par de hombres convertidos en carámbanos de hielo mostraban expresiones tranquilas, como si el dulce sopor del frío les hubiese aliviado los dolores de la hipotermia.

    El dragón los miró con cierta lástima, pero después se giró hacia su objetivo: la gran caldera principal. Si podía encenderla, el resto del complejo iría volviendo a funcionar y el grupo de Nina no correría un peligro mortal, al menos no uno tan acuciante.

    Se acercó y tocó la compuerta. El metal era tan frío que sus dedos se terminaron de escamar, protegiendo esa piel frágil de una herida por quemadura. Abrió la puerta y asomó la cabeza al interior. Había carbón y madera, grandes cantidades, pero el frío no parecía haber permitido que prendiesen.

    Bien. El fuego de un dragón actuaba con otras propiedades. Era un elemento arcano, después de todo.

    Guardián se incorporó y tomó una bocanada de aire tan amplia y tan profunda que su espalda se echó hacia atrás y su pecho y vientre se hincharon, exhalando después una lengua de fuego que brillaba en tonos negros y violáceos y que consiguió, por fin, encender los combustibles.

    Las entrañas de la máquina ardían y ese calor pronto empezó a propagarse por las redes de tuberías, entibiando el ambiente a una velocidad más rápida de la que el propio dragón había esperado.

    Miró ese fuego y, por primera vez, sintió dudas. Si era debidamente alimentado, no se volvería a apagar, sin importar las condiciones externas o internas de la maquinaria. Por otra parte, si uno de esos mineros encontraba la forma de extraer el fuego y darle otros usos…

    Cerró los ojos y alzó las manos hacia la gigantesca hoguera, soltando un suave gorjeo de alivio a medida que las escamas iban desapareciendo y su cuerpo se iba calentando de nuevo.

    No tenía por qué ocurrir nada de eso, ¿verdad? El fuego de un dragón podía ser peligroso. Los humanos lo entenderían.

    O al menos eso esperaba.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Brigette, que tan tranquilamente se había acurrucado sobre la nieve, sirviendo de peluda protección a su rey, alzó primero las orejas, después la cabeza, mirando hacia la entrada de la cueva.

    Ante este movimiento, los mineros que estaban por ahí se fueron acercando a mina, de donde pronto apareció un grupo de hombres. Eran los voluntarios que se habían adentrado en el vientre de la tierra, ayudando a caminar o incluso llevando a la espalda a otros cinco compañeros que habían logrado sobrevivir entre el frío, presentando serios síntomas de hipotermia.

    Mientras estos pobres trabajadores eran conducidos rápidamente a la unidad médica, donde serían tratados sin demora, se escuchó la risa de Nina, quien salía con un dragón negro, del tamaño de un gato, en brazos, acariciándole las escamas mientras la criatura prácticamente ronroneaba con los ojos cerrados.

    El pequeño dragón respondió al gruñidito de Brigette alzando la cabeza antes de bajar de los brazos de Nina de un salto. Para cuando sus patas tocaron el suelo, eran ya pies humanos. Con el pelo algo revuelto —era difícil saberlo si no se explicaba, pero Nina se lo había revolucionado entre besos y palmadas amistosas—, el dragón con forma humana sonrió ampliamente, corriendo entonces hacia el rey, con la misma cara de un niño que ha cumplido un mandado de su padre exitosamente.

    ¡Lo he hecho! ¡Les he salvado! —exclamó.

    ¡Y tanto que lo ha hecho! —se rio Nina, acercándose a él para pasarle un brazo por los hombros, lo que hizo que el joven tuviese que inclinarse —Me arrepiento de haber dudado de él. Mi rey —se puso ahora algo más seria, soltando a Guardián, quien se abrazó a Brigette, hundiéndose en su pelaje —, os estoy eternamente agradecida por esto. Procuraremos volver a la producción habitual lo antes posible. Por ahora… Permitidnos invitaros a vos y a vuestras… criaturas a tomar una bebida caliente.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Algunas gentes de Acier habían creído que la partida del rey con aquel dragón significaba que no volverían a ver esa silueta negra sobrevolar su reino. Cuando vieron regresar tanto a la royalet como a su acompañante reptil, supieron que sus esperanzas habían sido en vano.

    Lo cierto es que resultaba irónico que un reino que tenía como estandarte y escudo la figura de un dragón negro no viese la llegada de Guardián como un buen augurio, sino como algo a lo que temer. Desde luego, la mala literatura y los rumores esparcidos por los cazadores furtivos y los comerciantes del mercado negro habían causado honda mella en las supersticiosas mentes de un pueblo predispuesto a temer y odiar lo arcano.

    Guardián también se hacía estas cuestiones, aunque cuando se las había pronunciado al rey, éste simplemente se había encogido de hombros, como si ni él mismo supiese bien cómo funcionaba el razonamiento de su pueblo.

    Ahora estaban otra vez en el castillo, recorriendo los pasillos hacia a saber dónde. El dragón, sin embargo, se detuvo de forma súbita frente a una escultura, un busto en mármol del rey Cézanne en una edad joven, seguramente de la época en la que el reino se estaba levantando o justo cuando acababa de terminarse la construcción de Acier. Daba igual, era el rostro que el dragón había conocido hacía casi medio siglo.

    Ignorando las palabras del rey actual, ignorando incluso la llamada de Brigette, Guardián se alzó del suelo. No estaba volando, no había desplegado las alas, pero de debajo de su túnica había salido una cola negra de escamas que ahora, mostrando una fuerza insólita, elevaba el peso de su cuerpo, que tampoco era demasiado, hasta ponerlo a la altura de ese busto a tamaño natural.

    Alzó una mano, acercándola al mármol y, con una gran dulzura y un cierto temblor, acarició la mejilla de piedra del gobernante fallecido. Al mismo tiempo, sintió sus propias mejillas mojarse, lo cual le hizo apartarse abruptamente, tocándose esos hilos de agua salada que salían de sus ojos, como si no terminase de entender qué le estaba ocurriendo.

    Intentó secarse la cara, en la que habían aparecido algunas escamas, con las mangas, pero parecía que cuanto más se esforzaba, más agua salía. Cansado de ver sus esfuerzos caer en saco roto, se le escapó un chirrido lastimero, un gimoteo más propio de un animal que de un hombre, y bajó al suelo, dándose media vuelta y huyendo por los pasillos.

    Sus pies parecían ir recordando caminos que dormían en su memoria, pues de pronto se encontró a sí mismo girando con decisión por este pasillo o adivinando qué había tras aquella puerta entreabierta antes de llegar a ella.

    Así, terminó en una sala grande y muy bien iluminada, con muebles cómodos de mullidos cojines. Le vino la imagen de Cézanne leyendo en un sillón que había colocado a una distancia perfecta entre la chimenea y la ventana para no pasar demasiado calor ni demasiado frío, con los pies apoyados en ese escabel a juego y una copa de alguna bebida reposando en la mesita que había al lado.

    Un nuevo gimoteo brotó de su garganta mientras ingresaba en la sala de lectura y descanso que había sido la favorita del primer rey de Acier. Nada allí había cambiado. La chimenea tenía un tiro decorado con motivos vegetales, como si fuese un retrato del bosque que se extendía tras la Muralla de Acero. Sobre ella, el escudo de Acier soportaba una repisa con copas y vasijas de fino labrado. Y, encima, un tapiz de apariencia fantástica representaba a un caballero con armadura, con alas negras de dragón a su espalda y la muralla de Acier a sus pies.

    El dragón no prestó demasiada atención a estos adornos, sino que se acercó cuidadosamente a esa butaca, ahora bañada por la luz del sol. De rodillas sobre ella, hundió la nariz en los cojines, pero no quedaba ni rastro del olor de Cézanne. Parecía que el tiempo se había encargado de borrarlo de todo el castillo, porque lo más cercano que había podido discernir era el aroma de los jacintos blancos que lo rodeaban todo.

    Movido por la nostalgia y por un impulso infantil, se subió al sillón y, aún como humano, consiguió acurrucarse en él, cerrando los ojos para disfrutar del recuerdo de su amigo y del calor de ese sol invernal que empezaba a ponerse por el horizonte.

    Casi le parecía volver a sentir sus manos acariciando suavemente su pelo…

    Abrió los ojos para descubrir que esas caricias provenían, en realidad, de una muchacha que dio un salto hacia atrás con un gritito. Al dragón le sorprendió un poco ver que tenía la piel como los elfos lunares, pero era totalmente humana. Era la primera vez que veía a un humano de piel oscura, aunque tampoco le dio mucha importancia, desde luego.

    ¡Lo siento! —se disculpó ella rápidamente —Os he visto entrar y al veros así he pensado que os reconfortarían unas caricias, pero… ahora me siento muy estúpida —reconoció con una risa nerviosa.

    Guardián, todavía acurrucado en la butaca, soltó un resoplido y apartó la mirada. Ella valoró la situación, pero terminó por acercarse de nuevo al sillón

    ¿Por qué estáis tan triste?

    Echo de menos a un amigo muy querido y… No sé si he hecho bien viniendo aquí.

    Hmn… No puedo deciros nada para ayudaros, pero sí puedo ofreceros algo de comer. Mi hermana trabaja en la cocina —dijo con una sonrisa tan deslumbrante que el dragón sólo pudo sonreír un poquito en respuesta —. Iré a traeros algo, está decidido. ¿Qué preferís comer?

    ¿Todavía consumís esa bebida dulce y caliente…? Cacao, creo que se llamaba.

    ¡Uy, chocolate! ¡Sí, sí, por supuesto! Os traeré una taza. Espero no tardar, que como están terminando de preparar la cena…

    Gracias —sonrió un poco Guardián, aunque no tanto por la promesa de chocolate como por ese gesto de amabilidad, el primero puro que había recibido en un tiempo.

    Para eso estoy. Ah, me llamo Amélie. ¡Llamadme si necesitáis cualquier cosa! —recogió sus faldas e hizo una pequeña inclinación, pero antes de salir, volvió a girarse a él —Oh, avisaré al rey de que estáis aquí, si os parece bien. No creo que le guste mucho que estéis en su sala de lectura, pero… ¡Sois un dragón, qué demonios!

    Guardián sonrió y la muchacha se fue correteando de forma graciosa, aunque volvió una tercera vez para encender el fuego. El sol se había puesto de forma definitiva y no quería que la habitación se enfriase habiendo alguien en ella.

    El dragón volvió a hundir la cabeza en el respaldo del asiento y se agarró a un cojín, cerrando otra vez los ojos.

    ♔★ El rastreador ★♔


    Al ver esos cubiertos bañados en oro, Adrien había sabido al momento de dónde procedía ese muchacho tan torpe y un poco duro de molleras, pero había preferido hacer lo que siempre hacía: dedicarse a temas de su incumbencia.

    Con todo, escuchar voces que clamaban su sangre —y además por una mentira; no había forma en el mundo de que el chico al que había «rescatado» de una mariposa pudiese haber mutilado a un hombre— le había hecho gruñir y decidirse a tomar cartas en el asunto, y es que se imaginaba que ese muchacho no sobreviviría sin ayuda.

    Si le preguntaban, no negaría que había también un interés más… terrenal. Es decir, ¿salvarle la vida a un príncipe? Honestamente, hombres habían sido nombrados caballeros por menos. Y aunque él no quería un título nobiliario, bien sabía lo que podía valer una amistad tan cotizada en un futuro.

    De todas formas, lo que no se esperaba fuera que ese chico le apartase de semejante forma y encima fingiese —una actuación muy pobre, por cierto— no ser el dichoso príncipe de Acier. Adrien bufó y miró a Cachorro, quien con las orejas bien altas ladeó la cabeza con un sonido de incomprensión.

    Sí, tienes razón, quizá no valga la pena el esfuerzo —murmuró Adri acariciando la cabeza de su fiel compañero.

    Sin embargo, al oír ese grito ni siquiera se lo pensó y salió corriendo en defensa del príncipe, encontrándoselo hecho un ovillo y con un ciervera curioseándolo. Mientras el rastreador ponía los ojos en blanco con cara de circunstancias, Cachorro soltó un ladrido y, moviendo la cola alegremente, saltó hacia el insecto que, asustado, se echó a volar, siendo perseguido un rato por un lobo que saltaba para intentar alcanzarlo con la simple pretensión de jugar con él.

    Adri se pasó una mano por la cara antes de acercarse al príncipe y ponerle una mano en la espalda, ayudándole después a levantarse.

    Vas hacia el norte, ¿no? —preguntó mientras le recogía el mapa y se lo entregaba sin siquiera echarle un vistazo —Pareces sorprendido —sonrió, cogiendo una hoja que colgaba cerca de él —La parte clara de la hiedra apunta al sur, la oscura al norte —dijo, dándole vueltas a la hoja en la mano.

    Vio entonces a Cachorro darse por vencido con su búsqueda de un nuevo amigo y le sonrió, acariciándole la cabeza cuando volvió junto a ellos, pidiéndole mimitos al más joven.

    Le has caído bien —dijo con una pequeña risa, suspirando y mirando en la dirección de la que provenían —. Si te parece bien, puedo acompañarte hasta el siguiente poblado, que está un par de días de aquí a pie, para protegerte de los terriblemente inofensivos insectos que hay por el camino —el tono burlón era más que obvio mientras se llevaba las manos a la cintura —. Pasamos la noche en el poblado y luego seguramente cada uno siga por su lado.

    Subió las cejas en un movimiento rápido, esbozó una sonrisa ladeada y, tras reajustarse el carcaj y el arco a la espalda, emprendió camino, dando un silbidito para llamar a su lobo, quien golpeó el vientre del príncipe antes de ponerse al lado del cazador.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Oí que el príncipe de Acier, ese al que están buscando —sonrió al decir esto. Había decidido seguirle el juego por ahora, a ver a dónde les llevaba —, salió de Acier en una especie de misión real. Decían que busca algo, pero nadie sabe exactamente el qué.

    Al ver que con aquello no estaba consiguiendo mucha conversación por parte del chico, suspiró y se centró en levantar unas pesadas ramas para que ese principito, tan metido como estaba en el mapa, no se golpease la cabeza con ellas.

    No llevaban más de medio día juntos, pero no hacía falta más para saber que el príncipe era extremadamente torpe y asustadizo. Y empezaba a creer que no veía demasiado bien de lejos, la verdad, porque algún susto le había visto darse con algo que llevaba un rato delante de ellos.

    Volvió a suspirar, no sabía ni cuántas veces lo había hecho en ese rato, y tomó al chico por la cintura para levantarlo en brazo y ayudarle así a sortear una piedra que lo habría hecho comer barro.

    Es una pena que no sepas nada del príncipe —volvió a insistir en tono casual —. Soy el mejor rastreador que hay, seguro que le podría ayudar a encontrar eso que está buscando. O, al menos, podría ayudarle a defenderse de los peligros. Un poco como estoy haciendo contigo —añadió de forma totalmente intencionada.

    Escuchó entonces a Cachorro ladrar. El lobo había saltado un poco por delante de ellos, aunque Adri no parecía preocupado. Solía dejar que el animal fuese a su ritmo, sabía que nunca se alejaba mucho de él y que acudiría a su llamado al instante.

    La cosa está en que conocía perfectamente el matiz de esos ladridos: había encontrado algo interesante que creía que podría llamar la atención del hombre.

    Adrien le hizo un gesto de silencio al joven y se acercó sigilosamente hasta quedar al lado de Cachorro, agazapado entre unos arbustos. A unos cinco metros de distancia había un zorro tumbado en el suelo, gimoteando, pero obviamente demasiado agotado como para seguir luchando por librarse de ese cepo que le perforaba una pata, y es que a juzgar por la sangre que manchaba su pelaje, llevaba un rato así.

    Buen chico —le susurró al lobo, besándole entre las orejas —. A ver por dónde pued- ¡Pero qué haces! —exclamó al ver cómo el príncipe, sin al parecer ver que aquello era una clarísima trampa, corría hacia el zorro para liberarlo —¡Me cago en todos los dioses!

    Salió corriendo detrás de él para detenerle antes de que activase alguna trampa, pero para cuando pudo coger su muñeca era tarde. Las hojas que estaban pisando dieron paso a una red que los recogió y dejó colgando a un metro de altura del suelo.

    ¡Joder! ¡Mierda! ¡Puta mierda! —y demás lindezas fue gritando Adrien mientras la red se balanceaba por inercia y oía sus flechas caer una a una al suelo.

    Respiró hondo y miró a través de la red. Cachorro se había sentado junto al zorro y les miraba con la cabeza ladeada y moviendo la cola lentamente, como si creyese que era un juego y estuviese intentando descubrir de qué iba exactamente.

    Adri, por su parte, intentó reacomodarse en esa red, pues siendo dos en la trampa, aquello era una especie de amasijo de piernas y brazos y, desde luego, al cabo de un rato empezaría a doler tener el cuerpo así de torcido si no hacían algo al respecto.

    Algunos cazadores sin ética ni escrúpulos usan animales como cebo —empezó a decir, todavía con cierta molestia en el tono —. Obviamente iba a ayudar a ese zorro, ¡pero no puedes lanzarte así! No en un bosque, donde puede haber trampas por todas partes. Ahora el pobre animal morirá desangrado o por el dolor antes de que podamos salir de aquí —gruñó —. Intenta moverte un poco hacia mí. No, espera. ¡Espera, joder!

    Nada, el muchacho se había ido moviendo de tal forma que, aunque la situación había mejorado un poco de cara a comodidad —de alguna forma, entre ambos habían logrado que el príncipe terminase sobre Adri, cara a cara—, el refrote y el movimiento habían hecho que cierta parte del cuerpo del rastreador asomase entre sus ropas en forma de dureza.

    Adrien resopló otra vez, terminando por soltar una risa al ver la cara del joven.

    ¿Qué te esperabas moviéndote de esa forma? No me mires así, hombre, que es culpa tuya —se siguió riendo, una carcajada pura que le logró desconcentrar lo suficiente como para que la erección acabase de desaparecer. Al menos la risotada le había quitado el mal humor —. Intenta coger mi daga, anda. Con la mano izquierda. Un poco más abajo. ¡No tan abajo! —volvió a reírse al ver cómo el chico apartaba la mano como si hubiese tocado un hierro ardiente —Vale, eso es. Corta la cuerda. ¿Puedes? A ver si puedo…

    Consiguió desenredar un brazo y, aunque en un gesto forzado que le provocó cierta molestia, cogió la daga y acabó por alzar los dos brazos, dejando al príncipe sobre su pecho mientras cortaba la cuerda. Abrazó al miembro de la realeza y paró el golpe con su espalda, soldando un quejido al notar que las flechas se le habían clavado en la espalda. No le causaría herida, siquiera, pero era como pisar piedras. Con toda la espalda.

    Respiró hondo y se incorporó, soltando al príncipe, que claro, ahora estaba sentado en su regazo.

    ¿Estás bien? —preguntó mientras se guardaba otra vez la daga en la funda.

    Entonces se le encendió la bombilla, porque apartó de un empujón al muchacho y se sacó el arco, comprobando que estuviese bien. Soltó un gemido al ver una fisura. Si lo usaba mucho, terminaría por romperse. Acarició las decoraciones grabadas a fuego y resopló, poniéndose finalmente en pie.

    Recoge las flechas, por favor —le pidió mientras se acercaba al zorro que les había metido en ese lío. Acarició el pelaje del animal y soltó un larguísimo suspiro, negando con la cabeza mientras regresaba con el príncipe para ayudarle a coger todas las flechas —. Lo siento, está ya muerto —y su disculpa era sincera, se le notaba en la voz y en la cara.

    ¡¿Qué demonios habéis hecho?! —bramó entonces una voz fuerte y grave. Cuando Adri se giró, se encontró con un hombre enjuto y no muy guapo, al que además le cruzaba la cara una gran cicatriz —¡Mi trampa! ¡Os habéis cargado mi trampa!

    ¡Tú! —exclamó Adri, señalándole con una flecha —¿Tan triste y patético eres que tienes que poner varias trampas para que el primero que caiga en una atraiga a otras presas?

    ¿Y a ti qué más te da? —el hombre se fijó entonces en el lobo, que estaba poniéndose en posición de ataque, arrugando el morro y gruñendo por lo bajo, sobre todo cuando el cazador desenvainó una espada para apuntarle —¡Joder!

    ¡Ni se te ocurra amenazar a mi perro! —se quejó Adrien.

    Como me habéis destrozado la trampa, creo que debéis recompensarme con la cabeza de esa bestia.

    Por encima de mi jodido cadáver —gruñó Adri.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cachorro soltó un gruñido, obteniendo de parte de Adrien otro gruñido igual. El lobo, entonces, le volvió a gruñir, acercando su morro arrugado a la cara del rastreador.

    ¡Eh! —le llamó la atención Adrien —Vuelve a hacer eso y te muerdo la oreja, maldito saco de pulgas.

    Al oír eso, Cachorro bajó las orejas y soltó un gimoteo, lamiendo la mejilla de Adri, quien asintió con conformidad. Se giró el hombre a mirar a Maél y le sonrió un poco.

    Venga, que ya no queda mucho.

    La confrontación con aquel cazador no había sido precisamente su mejor momento y Adri lo sabía. Había terminado aquello en una pelea en la que el hombre se las había apañado para herir al lobo, pero había terminado inconsciente, con un ojo morado y un diente menos, y las manos atadas a la espalda con parte de la cuerda de la red que había atrapado a Adrien y el príncipe poco antes.

    Adrien simplemente había comentado conocer a alguien que curaría a Cachorro y que arreglaría su arco —se alguna forma, se había roto del todo en la pelea—, así que había cogido en brazos al inmenso cruce de perro y lobo y se había puesto en marcha, dejándole al joven noble que cargase él con el carcaj y las dos partes del arco.

    Entre el tiempo en la red, la pelea y ahora el desvío por el bosque, habían consumido las horas de luz. No era demasiado tarde, pero en invierno los días son cortos, así que el cielo se estaba oscureciendo ya con los violáceos tonos del atardecer.

    Por suerte, no llegó a hacerse totalmente de noche sin que se detuviesen frente a una casa de piedra plantada en mitad de la nada. Al ver la cara de incomprensión y curiosidad del príncipe, Adri se rio entre dientes antes de darle una fuerte patada a la puerta.

    ¡Arala! ¡Ara, abre! —gritó, haciendo que el lobo se quejase un poco por el ruido, aunque luego sacó la lengua en un gesto amigable cuando Adri le besó la frente.

    De pronto, se abrió la puerta y asomó de ahí una cabeza seguida de una cascada de cabello rojo. La mujer miró única y exclusivamente al lobo, abriendo del todo la puerta para mostrar así su cuerpo —delgado, no muy alto, envuelto en una bata blanca bajo la que se veía una especie de vestido o túnica— y alzó los brazos hacia el animal.

    ¡Mi cachorrito! ¿Qué ha pasado, cariño? ¿Qué te ha hecho la negligencia de papi? —preguntó en el típico tono con el que cualquiera le habla a un perro, cogiendo al lobo en brazos.

    Parecía increíble que un cuerpo tan menudo pudiese con la enorme masa de carne y pelo que suponía el animal, pero echando la espalda hacia atrás, Arala se dio media vuelta y entró en la casa sin siquiera saludar a los dos hombres.

    Adri suspiró y le hizo un gesto al príncipe para que pasase primero, entrando él después y cerrando la puerta.

    Arala era una bruja que vivía en el bosque desde hacía un tiempo largo, y entre sortilegios y amuletos había conseguido mantenerse a salvo de cazadores y otras bestias. Adrien, sin embargo, conocía bien aquel lugar, sabía que alrededor de la casa el norte era el sur y atrás era hacia delante, así que sabía por dónde caminar para llegar allí sin perderse o terminar en otro lado.

    La casa era grande, de dos pisos, aunque estaba repleta de cosas. Libros y papeles con dibujos y apuntes, cachivaches imposibles de entender, ropa y alguna casa para pájaros —jaulas no, sólo casas—. Un cuervo picoteaba una ciruela sobre un candelabro y una culebrilla vivía tranquilamente entre las botellas de un botellero.

    Costaba entender cómo la bruja encontraba orden en el caos y cómo se las apañaba para que ese sitio tuviese más objetos cada vez que Adri la visitaba.

    Arala se sentó en una mullida alfombra, con la espalda contra un sofá, y dejó al lobazo en su regazo, acariciando con suavidad su pelaje, alrededor de la herida. Fue gracioso ver cómo mientras inspeccionaba la gravedad de la situación, el cuervo de antes, se posó en su cabeza sin que Arala, aparentemente, se diese cuenta.

    Ay, cachorrito mío —suspiró la bruja, mimando al animal —. Tu papi es extremadamente torpe y cabezahueca, pero al menos te ha traído a tiempo —sonrió, aunque su cara cambió drásticamente a un ceño fruncido y un mohín cuando se giró hacia Adri —. ¿Cómo has dejado que le pasase esto?

    Ni que lo hubiese querido así, joder… —suspiró Adrien —¿Se pondrá bien?

    Claro que se pondrá bien. Para mañana estará como nuevo. ¿Quién es ese? —pareció haberse dado cuenta de la presencia del príncipe, que parecía ahora muy interesado en mirar un cráneo de ciervo —¡No toques a Hilda! Es muy gruñona, no le gusta que la toquen —volvió a mirar a Adrien, quien estaba conteniendo una risa tras la mano, sujetándose el abdomen con la otra. Este gesto disparó las alarmas de Arala —¡Eh! ¿Tú también estás herido?

    No te preocupes por mí, céntrate en Cachorro. Por favor. Ah, y se me ha roto el arco, sería genial si pudieses hacerte cargo también —sonrió, tirando del carcaj para acercarse al príncipe —. Este de aquí es Victor, un potencial cliente, así que no lo asustes. Victor, esta es Arala, la mejor bruja de toda la región. Y como es tan fabulosa, nos va a preparar una de sus famosas infusiones con menta y rosas que nos vamos a tomar tú y yo mientras cura a mi perrete.

    ¡Humph! —se quejó ella, pero sí, le dio un par de mimos más al lobo y luego le pasó una mano sobre los ojos, dejándolo totalmente dormido. Se levantó y se acercó al príncipe, ahora rebautizado como Victor —no era que el chico se hubiese presentado así a Adri, pero bien—. Le miró, como con cierto interés, pero luego suspiró y se fue a la cocina a hacer la infusión.

    Adrien suspiró y se dejó caer en el sofá, frente a su perro, sujetándose otra vez el abdomen.

    Es una buena amiga. La conocí hace ya… ¿siete años? Más o menos, cuando unos idiotas la estaban molestando. A mucha gente no les gustan nada los arcanos, sobre todo las brujas como ella. Y… en fin, no te voy a mentir, nuestra relación normalmente se basa en que ella me cura alguna herida, me repara el arco o me ofrece cama y comida y yo a cambio… —torció el morro, como buscando las palabras adecuadas —Le traigo algún ingrediente extraño que necesite. Plantas, hongos y tal.

    Y a veces follaban, pero eso ya no hacía falta comentarlo.

    Un rato después, con las tazas vacías y Cachorro perfectamente a salvo, desinfectado, ungüentado y vendado, Adrien se quitó la parte superior de su atuendo para que Arala pudiese curarle también. Los ojos del hombre se fijaron en el príncipe, que ahora parecía haber hecho migas con el cuervo, y suspiró suavemente.

    ¿Era extraño que le diese apuro dejarlo solo? Sentía que si le quitaba la vista de encima, se moriría al primer día. Y príncipe o no, le parecía un destino cruel para cualquiera.

    ❇☾ El elfo ☽❇


    Odiaba a esa elfa. Vale, a ver, odiaba a todos los solares, ¡pero esa Ghilanna…! Quería matarla. Simple y llanamente, un corte en el cuello, un golpe en la cabeza, o estrujar su tráquea. Le daba igual, ¡sólo quería que cerrase la puta boca de una vez!

    ¿Por qué Corr había aceptado que esa idiota viajase con ellos? Niko habría preferido mil veces devolverle la dichosa yegua y robar otro caballo a tener que aguantar sus quejas y comentarios despectivos dos días enteros. ¡Y encima quería quedarse con Corr por a saber cuánto tiempo!

    No disimulaba el asco en las miradas que le lanzaba mientras avanzaban por las callejuelas de Acier, si acaso procuraba no mirarla mucho, centrándose más en el suelo que pisaba —sus pies estaban descalzos, después de todo, no le gustaba llevar calzado si no era estrictamente necesario, y no le apetecía pisar algo indeseable— y en la espalda de Corr, que caminaba frente a ellos tirando de las riendas de Humanidad.

    Charlotte gorjeó y se desperezó en sus brazos, consiguiendo que Niko sonriese suavemente mientras le acariciaba el pelaje de forma cariñosa.

    Es sorprendente que los salvajes podáis mostrar algún tipo de… afecto. Creía que vuestros cerebros eran demasiado primitivos para una emoción así, pero igual el cariño es algo menos evolucionado de lo que esperaba —suspiró Ghilanna.

    Niko la miró con ira, pero se mordió la lengua, respiró hondo y volvió los ojos al frente. Si Corr no se lo hubiese pedido —¡y por favor, además!—, esa elfa tendría ya los sesos esparcidos por el suelo.

    Irónicamente, en eso estaba pensando cuando un hombre les salió al paso con una mirada muy poco amistosa, una espada corta en la mano y una estrella roja bordada en la pechera, dispuesto aparentemente a cumplir las más recientes fantasías de Niko… con todo el grupo.

    ¡Esta zona pertenece a los humanos! ¡Los elfos no tenéis cabida aquí! —exclamó el hombre, escupiendo al suelo para mostrar todo su desprecio.

    Ah… —suspiró Ghilanna, todavía lánguidamente recostada en la yegua —Debe ser duro tener unas existencias tan desagradables y que de pronto aparezca una criatura superior como yo paseando tranquilamente por estas calles… Puedo entender cómo os debéis sentir. Tan pequeños, tan tristes y miserables, tan feos… Sobre todo tú.

    El silencio se había hecho en el lugar, pero Niko lo rompió con un carraspeo, llamando la atención de aquel anonadado hombre.

    Te la bajo del caballo y dejo que le hagas lo que quieras si me dejas pasar.

    ¡Cómo osas! —exclamó, incorporándose sobre Humanidad.

    ¡Basta los dos! —gritó el hombre otra vez, golpeando el suelo con la hoja de su espada —¡Salid de este barrio o ateneos a las consecuencias!

    «Ateneos»… Qué palabra más grande para un hombre tan pequeño —chasqueó la elfa la lengua.

    Ya está bien —murmuró el hombre, en un tono tan bajo que de no haber tenido un oído tan desarrollado, Niko no lo habría oído.

    Lo que sí pudo oír fue cómo silbaba, y al momento se vieron rodeados de otros hombres armados. Pudo ver la cara de circunstancias de Corr, a quien se acercó, tendiéndole a la dulce Charlotte para poder liberar sus manos.

    Los hombres saltaron sobre ellos a la vez desde todas direcciones, pero entonces Niko se llevó el dorso de dos dedos de una mano a los labios mientras con índice y corazón de la otra trazaba una circunferencia perfecta que quedó grabada en el aire en un tono azul brillante.

    De pronto, la zona se vio hundida en el silencio más absoluto, un silencio aturdidor, ensordecedor, que se vio seguido por un chisporroteo. Niko abrió los ojos, que incluso a través de los oscuros cristales de sus gafas brillaron en blanco, y los hombres que se habían lanzado hacia ellos quedaron suspendidos en el aire un segundo antes de ser arrojados hacia atrás.

    Era curioso que sólo ellos se viesen afectados por la descarga eléctrica. Ni la mujer que intentaba entrar en su casa, ni el gato callejero, sólo los atacantes, alguno de los cuales no salió muy bien parado, rompiéndose el cuello en la caída, o aterrizando sobre alguna pica puntiaguda que acabó con su vida al momento.

    Los ojos de Niko volvieron a la normalidad y, tras mirar a su alrededor, gruñó un poco y cogió las riendas de Humanidad, tirando de ella como si no hubiese ocurrido nada, como si no hubiese miradas que mezclaban el terror más absoluto con un incipiente odio a su alrededor.

    Pero… ¡¿Qué has hecho?! —exclamó Ghilanna.

    Niko ni siquiera se dignó a responder. Para él, la respuesta estaba clarísima: acababa de salvarles la vida.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Auguste Renoir era un hombre sencillo, pero de creencias fuertes. Él creía que la magia era algo tan natural como la vida, de hecho, era vida, y los arcanos por eso debían ser respetados, cuidados… Quizá no adorados, como había ocurrido en tiempos antiguos, pero sí tratados en su justa medida.

    El dragón negro que había asomado por Acier aquella mañana, por ejemplo. ¿No era una criatura grácil y maravillosa? Él mismo se había asustado al principio, es cierto… Un dragón saliendo de su territorio y acercándose voluntariamente a un reino humano no era una escena típica de ninguna crónica, por lo que él mismo había temido que su bocanada de fuego cayese sobre la ciudad como un castigo divino.

    Pero no. Había bajado al suelo y había caminado en forma humana, tranquilamente, hacia el castillo, ¡y escoltado por la royalet, nada más y nada menos!

    ¿No era aquello un augurio de prosperidad o, al menos, una promesa de protección? Después de todo, el escudo bajo el que se cobijaban los habitantes de la Ciudad de Acero era un dragón negro. Incluso le había parecido recordar algo de que un dragón negro había visitado regularmente al primer rey. ¿Podría ser este mismo dragón, que hubiese vuelto a sus viejas costumbres?

    Pero no todo el mundo sabía de historia, y no todo el mundo lo había visto con los mismos buenos ojos. Algunos sectores habían sentido tanto temor que el viejo Auguste se temía que esas pequeñas escaramuzas contra los arcanos de la ciudad se incrementasen.

    ¿Qué sería entonces de sus amistades? Había buenas gentes en los barrios arcanos, gentes de corazón bondadoso que no dudaban en ayudarle con sus investigaciones o incluso con cosas tan cotidianas como la compra. ¿Y qué sería del propio Auguste? Él era un humano corriente y moliente, pero su tienda… Oh, su tienda era un pequeño bastión de magia y criaturas arcanas…

    Aquello le recordaba aquel mercader que le había prometido un unicornio. Quizá ese no era el mejor ambiente para semejante transacción. Si terminaban en un barrio no arcano, viendo cómo estaba el panorama…

    ¡Padre! —el joven que entró no tenía casi aliento cuando se apoyó en el mostrador, tras el cual estaba sentado el viejo Auguste —Ha ocurrido algo… ¡No te lo vas a imaginar!

    ¿Ha vuelto el dragón?

    ¡Peor! —El joven Auguste (padre e hijo se llamaban igual) respiró hondo y se secó el sudor de la frente con la manga de su abrigo —Dos elfos, una solar y un lunar, han entrado en la ciudad montando un unicornio.

    Oh, no —susurró el padre, aunque parte de su alarma venía por la idea de que un solar y un lunar pudiesen compartir espacio sin matarse —. ¿Se han metido en problemas?

    Parece que el lunar, un Kurlah, ha asesinado con magia a al menos dos miembros de la Estrella Roja y ha herido de gravedad a otros tres.

    Seguro que esos malditos sectarios se lo merecen. Les habrán atacado, me imagino.

    Sí, eso tengo entendido, pero temo que esto inicie una nueva guerra civil.

    No seas alarmista. Nuestro rey no lo permitirá.

    ¡Bah! ¡El rey ni siquiera sale de palacio desde lo de…!

    Si se calló no fue por la sombra de tristeza que cruzó el rostro de su padre, sino porque alguien llamaba a la puerta. Al girarse, padre e hijo vieron en la puerta a un mercader cubierto con capucha y con una especie de zorro en los hombros, que entró en la tienda seguido de un elfo lunar ricamente vestido que se bajaba unas gafas protectoras y de una solar montada en un unicornio.

    Augusto padre rápidamente se levantó al reconocer los motivos que había en las vestimentas del elfo, inclinándose ante él, lo que hizo que Ghilanna, creyéndose receptora de aquella muestra de respeto, sonriese ampliamente.

    No son necesarias estas ceremonias —habló Niko.

    Creo que deberías… —empezó Ghilanna, pero Auguste padre la interrumpió.

    ¡Faltaría más! No todos los días tengo a un príncipe en mi humilde tienda —dijo, tomando una mano de Niko para besarle los nudillos.

    ¿Príncipe? —susurró la mujer, obviamente incrédula. Golpeó a Corr en el hombro para que la ayudase a bajar de Humanidad y entonces se situó justo al lado de Niko, a quien sacaba más de media cabeza —Este primitivo y horrible ser no puede ser un príncipe.

    Un príncipe-sacerdote, si no me equivoco —añadió Auguste hijo desde el mostrador, repasando con la mirada a los dos elfos, como absorbiendo cualquier detallito sobre ellos.

    ¡Sacerdote! De esos grotescos ritos subterráneos, me imagino.

    Quiero matarla. Por favor, déjame matarla —le pidió a Corr en un tono casi suplicante, pero no necesitó ni que el hombre negase, sólo con su mirada le bastó para golpear con rabia la empuñadura de la daga que colgaba de su cinto antes de prorrumpir en algunas palabras en su idioma que hicieron que Ghilanna alzase las cejas con cierto escándalo y Auguste padre apretase los labios para contener una risa.

    ¡Humano, controla a este lunar maleducado!

    Perdonad que interrumpa —habló el viejo Auguste —. Al parecer habéis causado alboroto en la ciudad.

    ¡Este animal, que no sabe controlarse! ¡Cree que por ser un Kurlah puede… hacer lo que quiera!

    No te preocupes, estúpida solar —resopló él, mirándola de reojo —. La próxima vez miraré gustosamente cómo te descuartizan.

    Humanidad relinchó y Niko inmediatamente suavizó la expresión, acariciando el cuello de la yegua.

    ¿Podéis traerle agua y un poco de paja? El camino ha sido innecesariamente largo por culpa de un amago de mujer.

    Ghilanna quiso protestar, pero cuando Corr se lo impidió, soltó un gritito de frustración y pateó el suelo.

    Simples humanos, a cambio de contemplar mi belleza y mi gracia superiores, agradecería un asiento que no esté lleno de polvo o termitas, una bebida caliente y algo que comer que no haya sido cazado por un lunar inepto.

    ¿Estos dos siempre son así? —preguntó Auguste hijo a Corr, mirándole luego con lástima, aunque se apartó para ir a cumplir con las peticiones.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Niko alzó la vista y afiló los ojos con un gruñidito. En un cielo que se iba tornando rojizo por la proximidad del amanecer se recortaron de nuevo las figuras del dragón y de la tricot, volando ahora en dirección hacia el castillo de Acier. Si hubiesen vuelto sólo una hora antes, habría podido enviar a la maldita elfa al castillo a pedir protección, pero acababan de salir de las murallas, y las puertas no volverían a abrirse hasta la mañana siguiente salvo que fuese aquello una ocasión especial. Y, por desgracia, librarse de una solar no entraba en esa clase de consideraciones para los humanos.

    Volvió a gruñir cuando se giró y vio a esa maldita muchacha sobre la yegua, parloteando de a saber qué gilipollez con Corr, quien parecía demasiado cansado de todo como para prestar auténtica atención.

    Al final, la agradable conversación de Auguste padre y los comentarios mordaces de Auguste hijo habían hecho que el propio Niko desease evitar el engaño. Por lo tanto, había desvelado la verdad, que Humanidad era una simple yegua, pero sí había vendido el cuerno, que después de todo había sido hecho con la ancestral magia de los sacerdotes lunares.

    Con eso, uno de los juegos de pendientes de Ghilanna —sus orejas se adornaban con varias joyas que buscaban realzar su forma estilizada— y la promesa de volver a merendar juntos, Niko estaba seguro de que habían conseguido una cantidad muy parecida a la que se le había ofrecido a Corr originalmente, por lo que el trato tampoco había salido tan mal.

    Además, Ghilanna conservaba a su dichosa yegua. Niko se temía que, de haber tenido que venderla de verdad, se las habría apañado para armar tal escena que la venta se habría tenido que suspender.

    Se acercaban ahora a la cabaña de Corr. Niko podría haberse ido tranquilamente a su ciudad (no es como si la noche pudiese asustar a un elfo lunar, precisamente), pero no quería dejar a Corr a solas con esa elfa. No le gustaba cómo le hablaba ni cómo a veces apoyaba una mano en su brazo.

    Respiró hondo cuando vio por fin la construcción, y entonces se apartó un poco del grupo tras hacerle un gesto cómplice a Corr. Se acercó a un árbol viejo, cerró los ojos y apoyó las manos en la corteza.

    Comunicarse a través de los árboles no era algo inherente a los Kurlah, ni siquiera a los elfos lunares, por lo que cuando entró en la casa para reunirse con ellos al amor de la chimenea, Ghilanna alzó la barbilla, cómodamente recostada en un sofá que, normalmente, no era ocupado por una sola persona.

    ¿Con quién te has comunicado?

    Con mi esposa —dijo Niko con calma, quitándose la capa para dejarla colgada en la puerta.

    Esposa —repitió la elfa muy despacio —. ¿Estás casado? Pensaba que… —miró a Corr, luego a Niko, y después al fuego, sonriéndose a sí misma —Olvidaba que los lunares no sois nada sin una mujer que os ampare.

    Al menos nosotros podemos llegar a algo. No como tú, que ni siquiera eres querida entre los tuyos… cosa que tampoco me sorprende, con lo insoportable que eres —dijo todo esto mientras se acomodaba, ignorando la mirada dolida de la elfa.


    SPOILER (click to view)
    Guardián me parte el alma, pero no pasa nada xd Estos dos deprimidos se irán alegrando el uno al otro, no tengo dudas al respecto (?)

    Su ropita… Pues algo de este estilo

    Para el busto de Cézanne me imagino algo como esto, el retrato que Bernini le hizo a Luis XIV. No sé, me parece apropiado xd

    En cuanto a Amélie, me la imagino como una sirvienta algo torpe (aunque no nivel Shay xd), caótica y olvidadiza, pero buena en lo suyo, lo cual seguramente la ha salvado del despido xd Un alma bondadosa, de quizá 18 años o así. Y su uniforme, me lo imagino de este estilo, pero no sé, todo es modificable xd

    *Me imagino a Guardián gorjeando de alegría y moviendo la cola mientras se toma un chocolatito, que ese sabor dulce debe ser algo a lo que no está acostumbrado para nada xd Pocas cosas hay más amargas que el grano del cacao, también.

    ¡Arala! Tengo dos (2) imágenes para ella ~ I y II. Lechuza, cuervo… Da igual, no tiene mascotas, los pájaros van y vienen de su casa con total libertad xd

    Su casita es algo así, pequeña pero cómoda, y eso, no sé qué más comentar de ella xd Seguramente ha leído mucho y habrá escrito otro tanto, le gustan los animales, sobre todo pájaros… Cura con una mezcla de hierbas medicinales y magia, y el arco lo repara también con magia. Ha notado que Maèl tiene sangre élfica yyyy que tiene ese sello del que hablábamos, pero no dirá nada, seguramente.

    Me imagino que las brujas son arcanos que pueden nacer de no arcanos, pero que se identifican por tener los ojos violáceos y tal, y seguramente sean perseguidos por algunos idiotas. Arala se refugió en el bosque por lo dicho; Ari la rescató de unos hombres y la ayudó a acomodarse en una casa abandonada. Y tienen una relación con derecho (?)

    Bueno, humn… Como ves, Adri prefiere que se ocupen antes de Cachorro que de él, no le importa ni siquiera tener que aguantarse el dolor. Quiere mucho a su lobo xd

    Y hablando de Cachorro. Lo tenemos en modo normal normal y en modo de ataque.

    Y la daga de Niko I y II. Originalmente iba a tener más protagonismo en la respuesta, pero la dejo sin más como referencia futura xd

    Te presento también a Auguste padre y a Auguste hijo. Uno es un apasionado del mundo arcano, ha intentado enseñar a su hijo todo lo posible… pero Junior xd supongo que tiene otros intereses más fuertes, aunque le guste todo el rollo de los feéricos y bichos mágicos. Iba a hacer su escena más larga, o a hacer una segunda escena más bien, pero entre que esto se alargaba mucho, que tengo sueño y que tampoco sabía bien cómo llevarla… Ahí se quedan xd

    Quería alargar también esa última escena, pero (leer los motivos arriba explicados). Sí puedo decirte que Niko no duerme por la noche. De hecho, durante el viaje habrá ido dormitando en los descansos que hayan ido haciendo, y quizá haya podido dormir un par de horas de noche, a lo siesta nuestra xd Pero eso, él ha sido el encargado de vigilar el campamento y tal, así que si Corr se despierta por la noche, se lo encontrará por ahí despierto (?)

    ***Edito para añadir ese pequeño diccionario, que así es más fácil encontrar palabras feas xd

    QUOTE
    Lir Ahtok -> El Templo de la Alianza
    Nar-Laris -> La primera, ciudad madre de los elfos solares
    Pla’ja -> Tregua entre lunares arcaicos y renovados impuesta por los solares
    Kurlah -> Elfos con poderes mágicos especiales
    Lanu Kah -> El bosque de Ferrot


    Edited by Bananna - 20/12/2019, 21:41
  9. .
    La negativa le pilló por sorpresa, tanto por la propia palabra como por la forma en la que había sido pronunciada, con ese rostro serio y ese tono tan contundente.

    Vio, con la boca ligeramente abierta, cómo Lou se levantaba y se acercaba a él, y le miró a los ojos, cerrando por fin los labios. Algo tenso, cruzó los brazos, quizá en una forma más o menos inconsciente de protegerse de un futuro ataque verbal que no llegó de la forma en la que se esperaba.

    Con la cara entre las cálidas manos del chef, sintió su corazón temblar al escucharle hacer una nueva referencia a Sherlock Holmes y John Watson. Sintió sus ojos humedecerse, pero de alguna manera consiguió mantener su respiración calmada y su rostro seco, incluso cuando, poco después de aquel pequeño monólogo, estaba inclinado sobre él, besándole.

    Su piel se erizó de forma hasta dolorosa con aquel suspiro contra sus labios, pero no tardó mucho en rodeale el cuello con los brazos mientras correspondía a esa lengua suave que entraba en su boca.

    La postura hacía que su cuerpo doliese el doble que antes, así que se dejó caer hacia delante, sobre Lou, sin importarle que eso implicase terminar en el suelo. No se disculpó, simplemente se tumbó sobre él y retomó esos besos llenos de emociones y recuerdos nostálgicos.

    Sí, sí, sí. Ese pelirrojo era su Watson. Era el mismo chico con el que había pasado tantas tardes y tantas mañanas en Londres. Era… era su puñetero Watson.

    Contuvo un gemido de frustración al ser plenamente consciente de ello y de todas las implicaciones que traía consigo.

    Hacía años, había tomado la drástica y dolorosa, sobre todo dolorosa, decisión de alejarse de él. Puso un muro entre ambos de la manera más clara y firme que se le ocurrió —básicamente, dejó de ir a sus quedadas sin dar aviso previo y no volvió a acercarse a las zonas que frecuentaba con él—, y aunque eso le llevó incluso a llorar alguna vez en el silencio de la noche, había sido lo mejor.

    Porque estar con él era peligroso, tal y como se había cansado de repetirle a ese maldito cocinero en los últimos días.

    Y ahora… ¿Ahora sus sospechas, esas sospechas que tanto había temido, se confirmaban? ¿Qué clase de broma cruel era esta? Porque parecía que la vida se lo estaba pasando de lo lindo viéndole dar vueltas alrededor de Louis Paget con, además, el conocimiento de que su cercanía le haría daño al mayor de los dos, un daño incluso mortal.

    No, en realidad era culpa suya. Una parte de él le había dicho en todo momento que se parecía demasiado a su Watson, que las coincidencias no existen, pero... Otra parte de él, egoísta e inmadura, se había tapado las orejas y había fingido no escuchar, reclamando para sí esos momentos con Lou que le recordaban a una lejana infancia a la vez que le proporcionaban un pequeño remanso de calma.

    Todo lo que estaba pasando era su culpa. Ni del destino ni de Lou. Sólo suya.

    Se separó un poco de sus labios, mirándole de cerca el rostro. Acarició su mejilla, esas marcas amoratadas que aún se veían en su piel, luego sus labios y su cabello. Sí, era él. Incluso después de tantos años, era él. Y podría mentirse, podía negárselo, pero si había decidido acercarse a tontear con ese hombre era porque le había recordado tanto a su Watson que no había tardado en saltar a su mente la descabellada idea de que, a lo mejor, era su Watson.

    Y ahora iba a tener que volver a romperle el corazón. Iba a tener que volver a desaparecer de su vida sin previo aviso, porque estaba claro que razonar no entraba en el juego. Pero, esta vez, no lo dejaría solo. No… Se iría sin Sammy. Esa era la única forma que veía en esos momentos de proteger a las dos personas que más le importaban en ese endiablado mundo.

    Sonrió un poco, ocultando sus intenciones y pensamientos, y besó los párpados de Louis, su frente, su nariz, sus mejillas y otra vez sus labios. Después, se fue incorporando poco a poco, apoyándose en el taburete y en la mesa de la coqueta, y le tendió una mano.

    Se iría, sí, pero no ahora. Ahora no estaba en condiciones de hacer nada.

    Tomó las dos manos de Louis y lo llevó de vuelta a la cama, tumbándose e invitándole a tumbarse a su lado, y apoyó la cabeza en su pecho, rodeándole la cintura con un brazo. Se sintió por un momento como parte de un matrimonio en el que los años no habían hecho más que avivar los sentimientos y se sonrió a sí mismo con cierta tristeza.

    —Está bien —dijo, por fin, tras tanto silencio —. Me quedaré aquí —por ahora, se calló, mordiéndose el labio inferior —. Pero, Watson… Si no vas a comprarme con una tartaleta, tendrás que convencerme con más besos —añadió con una pequeña risita casi susurrada.

    No había tenido corazón para borrar esos recuerdos de su cabeza. Incluso su primer encuentro aparecía claro en su mente. Cerró los ojos y se despegó de Louis, quedando bocarriba en la cama e invitándole a que le cubriese con su cuerpo.

    Se iría, pero mientras tanto… ¿Por qué no disfrutar de esos labios tan dulces y cálidos? ¿Por qué no crear algún recuerdo más, tan agradable que pudiese reconfortarle en los días oscuros que se avecinaban?

    —Te estoy esperando, Watson —susurró entonces en un tono caprichoso, entreabriendo los ojos para mirarle con una sonrisita —. Besa a tu Sherlock hasta convencerle.

    ★ · ★ · · ★ · ★


    Con un suspiro de aburrimiento, un joven de apenas catorce años torcía el morro mientras escuchaba a aquel policía de brazos cruzados echarle una bronca con tono paternalista.

    Hacía apenas un par de horas, estaba desnudo entre los brazos de un asqueroso hombre que pasaba la cuarentena, soportando sus caricias y esa dolorosa intrusión en su cuerpo. La sensación que sus manos, sus labios y su lengua habían dejado en su piel, el recuerdo del olor y la viscosidad de ese líquido blanco que había manchado sus muslos no hacía tanto, todo eso junto, le habían dado la imperiosa necesidad de lavarse, borrar todo rastro de la colonia de alcanfor de ese director de escuela.

    Para ello, habría tenido que caminar hasta llegar a casa, un recorrido que en esos momentos se le había antojado demasiado largo. Sentía, de alguna forma, que si pasaba un minuto más de la cuenta en ese cuerpo mancillado, la suciedad de ese pedófilo iría pudriendo su piel y tendría que ver cómo ésta se caía a trozos.

    Como también tenía que lavar su ropa, pensó que ni siquiera se la quitaría al meterse en el agua, y claro, ante esta resolución, la fuente de la plaza que estaba atravesando en esos momentos se vio iluminada por un rayo divino.

    Pero al policía no le había gustado ver a un adolescente saltar al agua de la fuente como si fuese un río cualquiera, y cuando se había acercado para echarlo, el muchacho había trepado con una habilidad pasmosa por la estructura de la fuente y se había quedado apoyado en la escultura que la adornaba mientras el agente de la ley le daba una perorata acerca del vandalismo y el orden público.

    El rubio soltó un sonoro bostezo, algo exagerado para dejar bien claro su punto, y cruzó también los brazos sobre el pecho, apoyándose en la figura de bronce mientras miraba al policía con el pelo empapado pegado a la frente.

    —Dígame, señor agente —dijo entonces, interrumpiendo la conclusión del discurso de aquel hombre, quien se quedó de piedra ante el tono tranquilo y claro del chico. Un tono ligeramente afeminado, quizá porque aún no le había cambiado la voz —. ¿Para qué sirve una fuente?

    —Pues… ¡Para adornar los espacios públicos! —consiguió contestar el uniformado. Se había quedado largos segundos callado, pero al notar las miradas del improvisado público, había tenido que improvisar, y bien, esa respuesta le parecía convincente.

    —¿Sólo para adornar? Creo que con la escultura bastaría para adornar la plaza. ¿Necesitamos realmente el agua?

    —Es parte de una escenografía —al ver las miradas de aprobación de un par de señores que, sentados en una terraza, observaban la discusión sobre sus periódicos, se envalentonó —. No es algo que un chiquillo como tú pueda entender.

    —No, no, en realidad sí que lo entiendo —el chico sonrió entonces, como un zorro que ve una codorniz caer en su trampa —. Pero, señor agente, permítame hacerle otra pregunta… ¿No soy acaso yo mejor ornamento que este angelote de bronce? —preguntó, abrazando entonces la escultura y besando suavemente los labios del niño alado antes de volver a mirar al policía —¿O quizá deba desnudarme y sostener un sirulo para que se me permita subirme a una fuente?

    El policía descruzó entonces los brazos, anonadado. De no ser por el odio que despedían esos ojos verdes —qué color más curioso, se le estaba clavando en el alma como una esquirla de esmeralda—, habría jurado por la actitud de aquel muchacho que era uno de los chicos de compañía que se veían en barrios algo más malos, como Whitechappel o la zona más industrial.

    Era vergonzoso, pero había prostitutas, y bastante frecuentadas, de nueve o diez años, que ni siquiera habían menstruado por primera vez. Y con los chicos pasaba lo mismo. Ese rubio de ojos verdes y cara salpicada de lunares y pecas le recordaba a ellos, quizá por su desparpajo a la hora de hablar o quizá por la manera en la que se había abrazado al ángel, casi como si quisiese provocar alguna reacción en el hombre.

    Sintiendo una punzada de compasión, el policía suspiró y negó con la cabeza.

    —Mira, simplemente… Bájate de ahí antes de que te hagas daño. No te voy a detenerte ni a imponer una denuncia, ¿vale?, pero no puedes ir metiéndote en las fuentes de Londres.

    El chiquillo sonrió, aparentemente complacido, y se sentó en la base en la que se sostenía el ángel en equilibrio.

    —¿Me puede escribir eso en una nota? Es por si viajo a Edimburgo y algún policía me quiere echar de una fuente.

    El uniformado soltó un resoplido y se acercó a la fuente un poco más, viendo cómo ahora el pilluelo, tras rodar los ojos, bajaba por fin hasta volver al agua. Esperó pacientemente a que el de ojos de gato nadase hasta él y le tendió las manos para ayudarle a salir.

    —Voy a ver si te puedo conseguir una toalla, que te vas a resfriar —apenas dijo esto, se dio cuenta de que no había ningún motivo aparente para que ese chico se hubiese metido en la fuente. Su ropa no estaba sucia, no hacía ni siquiera calor (estaban a mediados de marzo, por Dios), no se le había caído nada en el agua…

    —No hace falta —repuso el chico, sentado ahora en el murete que rodeaba la fuente. Se echó el pelo hacia atrás con una mano y señaló el cielo —. No tardará mucho en llover y pronto volveré a estar tan empapado como ahora.

    —¿Qué dices? ¡Si por una vez hace sol!

    —Humn… —el muchacho ladeó la cabeza y se frotó un oído, como si le hubiese entrado agua —Verá, señor agente… —pensó que iba a dar una explicación, pero al final se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa, todavía con esos ojos fríos y afilados —. No se preocupe, siga usted su patrulla.

    El policía dudó un par de segundos, pero finalmente asintió y se alejó para seguir trabajando.

    El joven, por su parte, saltó al suelo y buscó su abrigo y sus zapatos —se los había quitado antes de entrar en la fuente—. Apenas se los puso, se llevó las manos a la cintura y miró a su alrededor. Esbozó una sonrisa traviesa y se acercó a un joven poco mayor que él que había en la plaza y que seguramente habría visto todo el espectáculo.

    ¿Por qué? Podría haberse ido a casa directamente, o podría haber ido a molestar a cualquier otra persona. ¿Por qué había escogido a ese adolescente? ¿Quizá porque había visto su propia tristeza reflejada en sus ojos?

    —¡Eh, tú! ¡Pelirrojo! —le llamó con tono divertido —¡Te doy dos opciones! —enfatizó esto mostrándole dos dedos de una mano —Puedes quedarte aquí con esa cara de haber pisado una mierda de caballo o… Puedes perseguirme y comprarme una tartaleta de jalea antes de que la robe —contuvo una risita, cruzó las manos tras la espalda y se inclinó hacia él, salpicándole un poco de agua en el proceso —. En tus manos queda evitar o no un crimen —añadió en voz baja, guiñándole un ojo antes de incorporarse y salir de la plaza con andares casi saltarines mientras unas nubes negras iban asentándose en ese cielo despejado.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Dani se tapó la boca con la mano mientras se reía, queriendo así que no se viese el mordisco de hojaldre que estaba masticando en esos momentos. Cuando tragó, llevó esa misma mano a la cara del pelirrojo, limpiándole un poco de mermelada de fresa que se le había quedado en la nariz.

    —Será mejor que nos refugiemos bajo ese saliente —propuso, todavía sonriendo por la torpeza de su improvisado compañero —. Si sólo me enfermo yo, pues tampoco será tan mal plan como si tú terminase hecho un trapo de mocos.

    Protegiendo bajo su abrigo la tartaleta que el pelirrojo le había comprado, fue con él a ese portal, pudiendo librarse al menos un rato del golpeteo de la lluvia sobre sus cabezas.

    Daniel ladeó un poco la cabeza, analizando la expresión de esos ojos ambarinos con una media sonrisa.

    —Te estás preguntando cómo he predicho la lluvia, ¿verdad? Pues en realidad es algo elemental, mi querido Watson —Alzó un poco las cejas al ver la cara de confusión de su acompañante —. ¿Cómo? ¿No has leído Sherlock Holmes? ¡Pues vaya decepción! Creía que había escogido a alguien interesante… —torció el morro, medio cruzando los brazos para apoyar la barbilla en una mano, aunque pronto chasqueó los dedos sonoramente —Ya sé. ¡Voy a convertirte yo mismo en alguien interesante! No pasa nada, John Watson también era bastante aburrido antes de toparse con Sherlock Holmes. Sí, decidido, seré tu propio Sherlock. Mañana a la misma hora que hoy quedaremos en la fuente y te dejaré Estudio en escarlata.

    Decidió todo esto por su cuenta, sin dejar que el pelirrojo pudiese dar su opinión al respecto, y satisfecho por este trato unilateral, se terminó su tartaleta. Sacudió las manos y pareció recordar que había dejado un comentario a medias.

    —Ah, lo de la lluvia —se dio un par de golpecitos en el brazo izquierdo —. Hace un par de meses, a finales del año pasado, me rompí el brazo. Soy buen escalador, pero… Había subido a un árbol para conseguir un par de manzanas, y entonces un pájaro apareció de la nada, me atacó, resbalé y me caí. Bueno, desde entonces, cada vez que va a llover me duele el brazo. Como entenderás, viviendo en Londres, me duele bastante a menudo —dijo con una risita entre dientes.

    Callándose de pronto, fue perdiendo la sonrisa mientras su mirada vagaba por la calle, donde algunas personas paseaban bajo paraguas y otras buscaban refugiarse de la lluvia.

    Miró de reojo al chico. No sabía bien por qué había decidido contarle aquello, o por qué había sentido la necesidad de volver a quedar con él usando un libro como excusa. Bueno, sí que se hacía una idea.

    En el poco rato que habían estado hablando, se había sentido bien. Como si por una vez no tuviese que fingir que todo estuviese bien. No, no le había hablado de su trato con el director ni del motivo por el que el mayor de los dos parecía también haber recibido un palo de la vida. La charla se había centrado más en los policías y las fuentes de la ciudad, pero aun así no había habido ninguna pose, ninguna máscara. Las sonrisas habían sido sinceras, los resoplidos habían sido sinceros, y los comentarios no se habían teñido de mentiras ni trucos lingüísticos.

    Acomodó la espalda en la fachada de esa casa y respiró hondo, llevándose las manos a los bolsillos. Tenía frío, la verdad. Desde hacía un rato, el agua de la dichosa fuente se le había ido colando hasta los huesos, y la lluvia no estaba, desde luego, ayudando en ello, pero no quería decirlo porque, de todas formas, no tenía solución rápida.

    Se sacó entonces de un bolsillo del uniforme escolar un reloj antiguo. Al ver la hora, soltó un suspiro dramatizado, mirando con desgana al muchacho.

    —Tengo que irme. ¡Pero! —dijo esto cambiando rápidamente a una expresión mucho más interesada y hasta llena de vitalidad, que incluso había dado un saltito al decirlo —¡No lo olvides! ¡Mañana en la fuente, a la misma hora que hoy! Y tráete dinero para comprarme otra merienda… o tendré que enseñarte a robar —dijo con una nueva risita.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Al verle distraído, se había sonreído a sí mismo con cierta malicia infantil, decidiendo acercarse lo más sigilosamente posible para poder sorprender a ese pelirrojo con un golpecito en el brazo. Soltó un resoplido divertido al verle dar un respingo y enrojecerse, pero antes de darle un pellizco en la nariz con un «¡tienes que estar más atento, Watson!», se fijó en el tono morado de su ojo.

    No podía decirse que llevase mucho tiempo quedando con ese chico al que había rebautizado como Watson, pero sí que le había cogido muchísimo cariño. Sí, podría decirse que eran amigos —su primer amigo—, y eso no implicaba simplemente hacer el gamberro por Londres o descargarse en el otro sobre cómo les había ido el día, sino también preocuparse por los pequeños y no tan pequeños detalles.

    Desde luego, un ojo morado no entraba en la definición que Daniel tenía de pequeño detalle.

    Con el ceño repentinamente fruncido, le tomó la mejilla con suavidad y le acarició con el pulgar el hematoma —¿quién le iba a decir que dos décadas más tarde repetiría el mismo gesto en el mismo rostro?—, soltando un pequeño gruñido mientras se apartaba.

    —Quién te ha hecho esto —era una pregunta, pero su tono era tan demandante que parecía una exigencia —. Ha sido tu padre, ¿verdad? ¿Dónde está ese desgraciado?

    No, Watson no le había contado nunca realmente que su padre era violento. Que tenían problemas y desavenencias, sí, pero nunca que la situación llegaba a ese límite.

    Sin embargo, si había algo que Daniel sabía hacer era sacar conclusiones. Los libros de Sir Conan Doyle le habían enseñado, entre otras muchas cosas, que no hay que mirar, sino observar, y Dani había ido afilando su vista para que las minucias del día a día no se le pasasen por alto. Así, había llegado al punto de poder entrar en un local, cerrar los ojos y describir a todos los que estaban allí dentro con ropa incluida —y cómo se reía al ver las caras de los que le escuchaban dar la descripción—.

    No imaginaba que eso le fuese a ser realmente de utilidad en el futuro, que lo sería, sino que lo hacía como una forma de entretenimiento, de mantener la cabeza ocupada para no andar dándole vueltas a asuntos turbios que podrían agriar el ánimo de cualquiera.

    Con todo esto, no era tan extraño que hubiese deducido que su Watson vivía en un ambiente indeseable, aunque no tan insólito como sería de desear.

    Si le preguntase a Dani cómo lo sabía, el rubio le podría decir que sabía que estaba en una situación problemática con alguien, pero que no era un compañero de clase, porque eso se solucionaría simplemente dejando la escuela o pidiendo un traslado, en caso de no querer denunciar. También que la forma en la que había mencionado a su madre alguna vez velaba un tono de deseo de proteger, o que su rostro y postura cambiaban radicalmente cuando un padre gritaba a su hijo por la calle.

    Volviendo al momento presente, Daniel estaba cabreado. Lo cierto es que venía molesto de casa. Él también tenía marcas en el cuerpo, concretamente un mordisco amoratado en el que casi se podían contar los dientes se entrevía bajo el cuello de su camisa, por lo hablar de un moratón en un muslo provocado por un dedo clavándose en su piel con demasiado entusiasmo, o ese otro cardenal en la espalda hecho por una bota pisándolo contra el suelo.

    Creía que ver a su Watson le ayudaría a olvidar que ese terrible hombre parecía tomarse cada día más libertades con él escudándose en un horrible chantaje —y Dios bien sabía que si no lo mandaba todo a la mierda era porque esa amenaza pesaba también sobre la cabeza de su pequeño Samuel—, que podrían hacer el tonto por ahí, quizá incluso aprovechar que ese día hacía algo más de calor para tumbarse en un parque y dormitar un rato, pero…

    —Humn —dijo entonces, bajando la mirada. Todavía tenía el cuerpo tenso, pero relajó un poco los hombros.

    ¿Qué iba a hacer? ¿Pelearse con un desconocido que seguramente le doblaría en altura y peso y que obviamente no tenía ningún reparo en soltar un par de puñetazos a un crío? No, no, no… Tenía que pensar en Sammy. No podía hacer algo así a sabiendas de que él era el único que realmente se preocupaba por su hermanito.

    Tras un par de segundos de silencio, su rostro cambió con una velocidad pasmosa, mostrando ahora una sonrisa relajada mientras se colgaba del brazo de su Watson.

    —¿Sabes qué? Mejor te voy a ayudar a olvidar esto. Vamos a dar una vuelta y… ¡Ya sé! En vez de separarnos tan pronto, te dejaré que me acompañes a buscar a mi hermano. Quizá podríamos jugar un poco los tres, ¿no? —ladeó un poco la cabeza, todavía sonriéndole —No te he hablado nunca de mi pequeño, ¿verdad? Es un niño adorable y muy listo. Tiene cinco años y la sonrisa más bonita que hayas visto jamás —alzó entonces la mano libre, peinando ese cabello rojo con los dedos con una mirada enternecida por el recuerdo de su hermano, sin tantas ganas de sangre —. Perdona, te veías muy raro con el pelo desordenado —le sonrió en voz baja.


    SPOILER (click to view)
    Te diría que luego le daré formato, pero es que me da muchísima pereza y no quiero decir algo que no sé si cumpliré xd

    Bueno, bueno, bueno, empezamos con los flashbacks ~ No he podido resistirme además a dar un saltito temporal y situar la última escena como continuación del sueño de Lou <3 Un par o tres de semanas de diferencia con cuando se conocieron, me imagino :0

    Y... Iba a añadir otra en la que estaban ya con baby Sammy, pero eso te lo dejo a ti xd

    Cualquier otra cosa que comentar, ya sabes dónde encontrarme ~~

    PD. Sí, Dani apuntaba maneras ya tan joven. ¿Lo siento? xd


    Edited by Bananna - 1/12/2019, 16:06
  10. .
    Sentir el brazo de Lou sobre sus hombros había sido extrañamente reconfortante. Tanto que, de hecho, se apoyó en él de manera inconsciente, mientras una de sus manos acariciaba los dedos de Daniel, y le miró mientras le hablaba, sintiendo un nudo en la boca de su estómago.

    Desde luego, aquel chef tenía algo especial y agradable, algo que le animaba a poder confiar en él, pero precisamente por eso ahora se sentía todavía peor que antes ante la idea de haberle metido en problemas. Incluso si Louis le decía que estaba bien y que prefería estar en el ajo, Sammy no podía evitar pensar que su vida sería muchísimo más tranquila si jamás se hubiese cruzado con los Graham.

    Con todo, pudo reírse suavemente y negar con la cabeza, sin separarse de él realmente.

    —No, no… Mejor deja a Hudson. Ese infeliz… —suspiró y miró a Daniel —Dani le rompió la nariz hace un tiempo y parece que no ha servido para nada —dijo esto en voz más baja, con un regustillo amargo en la voz. Miró otra vez al pelirrojo y con la mano libre le acarició esa marca que tenía en la cara, en un gesto bastante parecido a algo que había hecho Dani no hacía mucho —. Pobre… Creo además que ya tienes bastante con esto.

    Tenía curiosidad por saber qué le había pasado a Louis con Évariste, desde luego, pero prefirió no preguntar, no al menos en ese momento. Tenía cosas más acuciantes en mente, la verdad.

    Terminó cediendo a las insistencias del cocinero, tumbándose en la cama junto a su hermano. De hecho, al final se abrazó a Dani, apoyando la cabeza en su hombro, lo que le permitía sentir su corazón sin aplastarle el pecho.

    No se había dado cuenta realmente de lo agotado que estaba y seguramente habría podido pasar toda la noche en vela, pero apenas se hubo acomodado, se quedó totalmente dormido, y ni siquiera se movió del sitio hasta que despertó varias horas después, cuando ya la mañana estaba entrando.

    Se incorporó con un bostezo, mirando a su alrededor con algo de desconcierto, pero en cuanto vio a Lou, recordó todo lo que había ocurrió y corrió a comprobar que su hermano estuviese bien. Sí, no tenía ya ni rastros de fiebre y seguía dormido…

    Respiró con alivio y se masajeó un poco los hombros mientras se desperezaba y quedaba bien sentado. Buscó un reloj y, al ver la hora, saltó de la cama y se acercó a Lou, viéndole con cara de haber pasado la noche en vela.

    —Eh… ¿Por qué no duermes tú ahora un rato? —preguntó en voz baja, con un segundo bostezo entre medias —Dani parece estar bien y tú necesitas descansar. Yo… puedo ir a avisar a Leen de que estás aquí. Si le digo que estás con Dani, supongo que se pensará cualquier cosa y te cubrirá de mil amores en las cocinas… Venga, túmbate. En un par de horas vengo a ver qué tal todo y si es necesario te despierto, ¿hmn? —le propuso al final con una sonrisa suave y algo dulce. Se inclinó para besarle la frente —Eres un hombre increíble. De verdad.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Respiró hondo y miró la notita de papel que tenía en las manos y con la que había estado jugando mientras bajaba por las escaleras y recorría el pasillo hasta la puerta correcta. La había encontrado en el suelo de su dormitorio al entrar a cambiarse y, debía reconocerlo, había tardado un poco en decidirse a acercarse al emisor del mensaje.

    Miró la puerta, se pasó una mano por la cara y, por fin, se decidió a terminar con aquello.

    Llamó a la puerta y esperó pacientemente, escuchando sonidos amortiguados al otro lado. Jugó a tirar un poco del papelito mientras esperaba y, antes de que alzase la mano para llamar por segunda vez, Massi por fin apareció frente a él. Algo desaliñado, se notaba que se había puesto el batín con ciertas prisas. La verdad, verle así, despeinado y pillado por sorpresa, hizo que su voluntad flaquease, pero…

    —Buenos días —sonrió finalmente, sacudiendo la notita en el aire —. Quería disculparme por no haber acudido a la cita anoche. No he visto la nota hasta esta mañana, espero que no… importe…

    Lo que había tomado su atención, haciéndole casi cortar la frase a mitad, había sido un movimiento detrás de Massi. Concretamente, el movimiento de Vito saliendo del baño para ir a la cama cubierto única y exclusivamente con la ropa interior.

    Samuel no necesitaba un croquis para entender que el más bajito de los italianos se había escondido en el baño para no ser descubierto, pero que al oír sólo la voz de quien creía que era una novicia —y una especie de rival— había pensado que salir para restregarle su victoria por la cara no estaría tan mal.

    El rubio no mostró tristeza o enfado. Quizá un poco de decepción, pero luego sonrió de nuevo, y con esa sonrisa pintada miró a Massi.

    —Antes de que me des las explicaciones que consideres… Déjame hablar a mí primero. Quizá incluso nos ahorre tiempo.

    Miró con cierta incomodidad cómo Vito mordía una manzana, atento a la conversación, así que suavemente tiró de la mano de Massi para sacarlo del dormitorio en un intento de tener algo más de privacidad.

    —Lo siento mucho —empezó a decir, bajando la mirada. Se temía que mirarle a la cara mientras hablaba iba a hacer que su voz, su voluntad o ambas flaqueasen, y eso era algo que no se podía permitir —. He sido increíblemente egoísta contigo. Egoísta e injusta —suspiró y apartó la mirada hacia un lado, con las manos cruzadas al frente, jugando aún con el papelito, tan arrugado que algunas aristas no tardarían en romperse —. Acepté tus paseos y tus conversaciones, bebí y comí contigo, vimos… el atardecer juntos —sonrió, ahora sí con cierta tristeza, ante ese recuerdo en el balcón, y luego sacudió la cabeza, como para alejar esa imagen de su mente —. Nos hemos abrazado y nos hemos abierto aunque sea sólo un poco al otro. Me has ayudado con Dani en un momento realmente difícil, cosa que jamás te podré agradecer lo suficiente. Y… y ha sido fantástico. Ha sido agradable, cálido y liberador. Pero ha sido injusto y me temo que va a terminar siendo más amargo que dulce.

    Volvió a suspirar y se frotó los ojos con dos dedos, no para secar lágrimas o porque le picasen o doliesen, sino más bien como forma de ganar tiempo e intentar aclararse.

    Ahora sí, se obligó a mirar la cara de Massimiliano, aunque su expresión tembló un poco al encontrarse con esos ojos profundos. Tragó saliva y volvió a jugar con el papel.

    —Te dije que quería que fuésemos amigos, pero sabía desde el principio que eso era una estupidez. Y sé que tú también lo sabías, en el fondo. Porque tú no quieres amistades —señaló vagamente hacia el dormitorio, donde sabía que Vito estaba haciendo lo imposible por escuchar cada coma —, pero también porque yo no me puedo permitir ni eso, ni una amistad. No al menos una real, no una como la que me habría gustado que tuviésemos —hizo una pausa y soltó entonces una pequeña risa, volviendo a negar con la cabeza —. En realidad… Creo que podría haber sido más que una amistad —casi lo susurró, poniéndose después serio de golpe —. Pero eso no importa, porque aunque hubiésemos… intentado nada, no habría tenido sentido. En apenas un par de días yo me iré, y da igual si tú te quedas aquí o te vas también, es muy improbable que volvamos a vernos de nuevo. Y esto —cogió el crucifijo que Dani le había encasquetado hacía ya casi dos semanas —da igual. No es el problema. Tampoco lo es que seas bastante mayor que yo o que tengas una guerra abierta contra Dani. En realidad… el problema es que yo sabía desde el principio que jamás caminaríamos juntos por Italia, que nunca veremos juntos el Palazzo Madama ni los campos de trigo, ni ningún otro atardecer. Y quise imaginarlo contigo porque… me parecía precioso. Idílico, incluso. Uno de los mejores escenarios.

    Se detuvo para respirar hondo y, ahora sí, frotarse los ojos para quitar un poco de humedad, antes de que ninguna lágrima llegase a caer por su rostro. Tenía los ojos y la nariz algo enrojecidos, pero se estaba manteniendo firme, lo cual era más de lo que realmente se esperaba poder conseguir.

    Carraspeó un poco antes de continuar su pequeño monólogo.

    —Ramos de estrellas, vino en balcones, abrazos sinceros… Puede que hayan sido los mejores días que he tenido en años, pero es mejor no alargar más esta ilusión, ¿no crees? Cuanto antes lo cortemos todo… menos dolerá. O, al menos, eso espero.

    Dicho esto, se terminó por guardar la nota de Massi en un bolsillo del vestido. Pensó por un momento en besar al italiano, pero viendo que eso quizá sólo lo empeoraría todo —y que ahora sus labios debían saber a la piel de Vito—, se conformó con ponerse de puntillas para dejarle un suave roce en la mejilla.

    Se alejó con relativa rapidez. Le miró otra vez, le sonrió un poco y enfiló el pasillo para irse de allí. No sabía muy bien a dónde, sólo… sólo quería irse de allí.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Dani no despertó hasta que un insistente rayo de sol estuvo suficiente rato sobre su cara como para calentarle la piel, molestándole y obligándole a espabilar relativamente rápido. Se encontró en una cama desconocida, junto a un cuerpo que tardó unos segundos en reconocer como el de Louis Paget.

    Aquella no habría sido la primera vez que despertase al lado de un hombre sin recordar bien la noche anterior, o los días anteriores, por lo que le sorprendió no fue tanto el hecho en sí como la persona en cuestión.

    Lo cierto es que después de todo lo que había dicho y hecho, no esperaba poder volver a estar tan cerca de ese pelirrojo. Poder tocarle, oler su piel…

    Con un suspiro, se dejó llevar y abrazó al cocinero, apoyando la cabeza en su hombro y rodeándole con un brazo. Hundió la nariz en su cuello y miró luego su perfil. Parecía cansado, incluso mientras dormía, con unas ojeras marcadas, pero aun así su respiración era tranquila y su semblante sereno. Incluso, por momentos, le parecía verle mover los ojos bajo los párpados y sonreír un poquito. Estaría soñando con algo agradable.

    Al pensar en esto, se dio cuenta, por fin, de la situación en la que se encontraba. Estaba medio desnudo y no notaba ni la peluca ni el maquillaje. Le dolía cada milímetro del cuerpo y la cabeza, como si tuviese una mala resaca.

    De nuevo, no era la primera vez que se despertaba en un escenario así, pero ahora le empezaron a llegar los recuerdos de unas horas atrás. Sí, había bebido la droga de Hudson. Y luego… ¿qué? Había intentado llegar a su dormitorio apoyado en Samuel, pero estaba claro que no lo habían logrado. ¿Había sido cosa de Sammy ir a la habitación de Lou? ¿Y dónde estaba Sammy en esos momentos?

    Apretó un poco los párpados. Tanta pregunta y tanto pensamiento alborotado hacía que le doliese la cabeza todavía más, y ya tenía bastante, la vedad.

    Volvió a abrir los ojos para poder regresar a mirar el perfil de Louis, suavemente delineado por la luz que entraba por la ventana y que le calentaba la espalda al rubio.

    Evaluando la situación con calma, lo importante era que seguía vivo y en libertad. Si Lou hubiese querido, le podría haber denunciado al saber que era ese fugitivo por el que Gironella había estado preguntando. Y al denunciarle, esos matones de la mafia que rondaban por allí lo habrían llevado a una barca, un disparo limpio y a nadar con los peces. Pero no lo había hecho. Y tampoco le había mandado a la mierda. Había querido ayudarle, pese a todo, pese a las cosas horribles que le había dicho, pese a la dureza con la que le había tratado.

    Suspiró y consiguió mover una mano, apoyándola en el vientre de Lou. Después, despacio, la fue deslizando hacia arriba, por su pecho, luego su cuello, hasta acariciar la mejilla del otro hombre. Dejó entonces la mano quieta y entrecerró los ojos.

    Le recordaba tanto a… Se lamió los labios, pensativo. Pero no era aquel muchacho, ¿verdad? Eso sería demasiada coincidencia. Sería una broma demasiado pesada por parte del destino. Porque si Lou era realmente ese chico…

    Su tren de pensamientos se detuvo cuando le vio empezar a abrir los ojos. Rápidamente, dejó caer la mano y cerró los ojos, como si siguiese dormido y le hubiese abrazado así en sueños. Cuando, al cabo de un par de minutos, notó que Lou no hacía ni el más mínimo gesto por apartarle —de hecho, le estaba acogiendo bajo su brazo—, Dani respiró hondo y se apretó un poco más contra su cuerpo.

    —¿No te da asco? —susurró con la voz gangosa y algo tomada y temblorosa por el malestar general que tenía encima. Al no obtener respuesta, alzó un poco la cabeza para poder volver a mirarle —Que un hombre disfrazado de mujer te la haya chupado —concretó.

    Observó su reacción. Ese sonrojo, ese trastabilleo… Sí, sí que se parecía mucho a su amigo. Y eso era horrible, horriblemente cruel.

    Pero no le rechazaba. Y eso, aunque sabía que no debería, le hizo sentir un agradable y cálido cosquilleo en el vientre, que incluso le hizo sonreír mientras se acomodaba de nuevo contra él.

    Podría quejarse de que le dolía hasta el pelo, pero no lo hizo y no lo haría. No le veía el sentido, sobre todo si no era su primera mañana sintiéndose como la mierda. Podía aguantarlo, y seguramente en un rato tendría suficientes fuerzas como para ponerse en pie e ir a buscar algo de alcohol que le adormeciese los sentidos.

    —¿Sabes? —volvió a hablar en susurros al cabo de un buen rato de silencio —Creo que habría sido mejor para ti haberme cerrado anoche la puerta en las narices —lo dijo con una media sonrisa, con cierta socarronería —. Te habrías ahorrado muchos problemas… Para empezar, no estarías dando cobijo a un fugitivo acusado de genocidio y buscado por la mafia de Chicago.

    Respiró hondo, enterrando la cara en el hombro de Lou, y se quedó allí un ratito. Independientemente de lo que pudiese parecer aquello, un gesto infantil quizá, lo hacía para poder centrarse en su cuerpo, pero sintiendo el tranquilizador olor de Page. Sí, le dolían sobre todo la espalda y las extremidades, pero seguramente podría ponerse en pie con bastante ligereza.

    —Gracias por cuidar de Sammy. Y… y de mí —murmuró al final, empezando a separarse para, apoyándose en la cama, ir incorporándose. Consiguió quedar sentado y volvió a tomar aire hondamente, controlando el pequeño mareo que le había dado. Estaba bien. Sí, estaba bien, sobre todo comparado con otras veces —. Realmente eres un hombre demasiado… demasiado bueno.

    Giró la cabeza y le sonrió un poco, moviendo una mano para echarle el cabello hacia atrás. Se perdió peinando esas cortas guedejas rojas, pero sólo unos pocos segundos. Pronto volvió a mirarle a la cara, mientras le acariciaba la mejilla y, con el pulgar, el labio inferior.

    —No deberías juntarte con alguien como yo. No soy… no soy una buena compañía. Es elemental, mi querido Watson —se detuvo, saboreando esas palabras que hacía tantos años que no decía. Sonrió un poco con nostalgia, y es que si Lou no le recordase tanto a él... seguramente habría pasado otros quince años sin pronunciarlas —. Si no te corrompiese, te pondría en un peligro mortal. Como a Sammy, mi pobre Sammy… —detuvo las caricias y bajó un poco los ojos hacia un punto indeterminado de la cama.

    Parpadeó y se movió hasta, de forma algo tambaleante, conseguir ponerse en pie. Una vez sus pies estaban sosteniendo el peso de su cuerpo, pudo erguirse y dar un par de pasos, con tal seguridad y firmeza que nadie diría que se sentía como recién salido de un accidente de tráfico.

    No mostraba vergüenza por ir cubierto apenas con un trozo de tela negra, más de corte femenino que masculino. No sentía pudor por ir mostrando sus pecas y sus cicatrices viejas, las marcas de esos encuentros con Erik y con Évariste —Massi había tenido a bien de no dejarle ninguna visible—, incluso esos suaves moratones en sus brazos que mostraban la incursión de una aguja bajo su piel.

    Caminó hasta la coqueta que había en todas las habitaciones y se sentó en el taburete con cierta elegancia, incluso. Todo era, desde luego, pura pose, un teatro como el que viviría cualquier día normal. Cogió el peine que había allí y quitó con suavidad un par de cabellos pelirrojos antes de empezar a peinarse, como si no le importase ir casi desnudo, pero sí con el pelo desarreglado.

    —Quizá debería decirle a Sammy que se quede aquí, contigo. Después de todo, a él no le buscan y yo… Yo sólo le he hecho daño —comentó de forma distraída, como si hablase de los planes de la tarde —. He condicionado su vida a los suburbios. Ni siquiera le dejé estudiar, aunque él habría querido ir a la universidad —sus ojos verdes buscaron los ojos de Louis a través del reflejo del espejo, mirándole con aparente calma, si bien por dentro se sentía destrozado —. Además, sé que está cansado de esto, de ir de sitio en sitio y de tener que aguantarme a mí. Tener que vestirse de mujer y ocultarse en una banda de músicas para huir… supongo que ha colmado el vaso —suspiró y terminó de echarse el pelo hacia atrás, mirándose ahora las ojeras, una inspección digna de una actriz —. No querría dejarle solo, pero si tú pudieses hacerte cargo de él, al menos hasta que él mismo se independizase… Sí, creo que eso podría funcionar.

    Abrió un cajón de la cómoda y miró los potes que había allí, todos cerrados. Imaginaba que Lou no iba a usar esa crema facial, así que abrió el potecito y empezó a extenderse la crema por la cara con movimientos suaves, pero calculados, sin que quedasen restos blancos ni se manchase su pelo.

    —Y yo me iré. Cogeré mi parte del dinero, montaré en el primer barco a Europa… Y no sé bien qué ocurrirá después. Ah, pero eso daría igual. Lo importante es que Sammy esté a salvo —dijo con convicción, expandiéndose un poco de crema por las manos y antebrazos, hasta el codo.

    Se puso un poco de crema también en los labios, con el meñique, a modo de bálsamo labial hasta que pudiese llegar a su habitación y coger su neceser con sus potingues y maquillajes. Se miró en el espejo y se giró después para enfrentarse a Lou directamente, con una sonrisa tan calmada que costaba mucho creer que fuese realmente un fugitivo perseguido por la mafia haciendo planes de huida.

    —No es tan mal plan, ¿verdad? Vosotros dos podréis estar tranquilos y yo tendré también más espacio para moverme —estaba claro que lo tenía ya decidido, no parecía ir a dejar espacio para que nadie le llevase la contraria —. ¿Me pasas el vestido, por favor? —preguntó entonces, cambiando de tema mientras señalaba la tela negra, bien doblada sobre una mesita de noche.


    SPOILER (click to view)
    No me acaba de convencer el final, pero es tarde, estoy cansada y no quería irme a la cama sin soltarte esto por aquí xD Mañana o pasado lo revisaré, editaré si veo conveniente y pondré el fORMATO, QUE NUNCA PONGO FORMATO.

    Y eso xd


    Edited by Bananna - 25/11/2019, 20:41
  11. .
    Bal llevaba unos cuatro años sin pisar un aula. Había continuado sus estudios, por supuesto, pero en casa, y sin más tutor que su madre Marga y su tío Álex y sin más pupitre que la mesa grande de la sala de estar.

    De sus tiempos en el instituto no tenía ningún recuerdo sobresaliente. Sí, había tenido simpatías y hasta alguna amistad, pero siempre había sido una persona bastante independiente y, hasta cierto punto, solitaria, por lo que al terminar la enseñanza obligatoria y empezar a dedicarse a los estudios mágicos, sus escasas relaciones se habían ido dilatando hasta dejar atrás la amistad para acogerse a la etiqueta de conocidos.

    Aún mantenía el contacto con algunos de ellos, pero claro, costaba un poco tener una conversación fluida cuando casi todas sus ocupaciones incluían algo que no podía ir pregonando a los cuatro vientos. Ni siquiera con ese chaval con el que había intercambiado unos tímidos primeros besos y que casi se había convertido en su primera pareja.

    Pero eso era otro tema, un recuerdo que, por ahora, prefería mantener alejado de su cabeza. Porque, si no, se entristecería, y eso era algo que no le apetecía mucho.

    La cosa era que hacía por lo menos dos años que no tenía compañeros de clase. Un horario estricto, sí. De hecho, el horario de los hermanos Tolosana era incluso más contundente que el que Morgana le había entregado. Pero, lo dicho, no había tenido que compartir esas clases con más gente.

    Y, desde luego, no con gente que llamase la atención.

    Si bien Bal se había pasado aquella primera clase de Pócimas copiando al dictado del profesor —remarcable es que con una caligrafía tan pulcra que no necesitaría pasar esos apuntes a limpio—, otro joven, que más tarde descubriría francés y apellidado Vopain —¿sería familia de Pierre…?—, había estado dando cabezadas hasta que el profesor Pharlain había tenido que interrumpir la clase.

    Por todo esto y alguna cosita más, había sentido cierta vergüenza ajena cuando ese muchacho que llevaba en su uniforme los colores del fuego se había subido a la palestra mientras el profesor simplemente suspiraba y cruzaba los brazos en el pecho, acomodándose en la zona de los alumnos para ver a ese chico jugar con distintos ingredientes.

    Agradeció en silencio que ese tal Vopain volviese a su asiento, pero al ver cómo el reto burlón de Pharlain era respondido por otro muchacho que se levantaba entre risas y aplausos del francés, Bal soltó un pequeño gemido de frustración.

    Bien, sí, sabía que sólo estaban haciendo una introducción al tema y que si el profesor permitía aquello era porque realmente no trastocaba demasiado la agenda que tenía prevista, pero aun así le molestaba el hecho de que las cosas no avanzasen como él creía que tenían que avanzar. Es decir, dejando que el profesor hiciese su trabajo para que los alumnos pudiesen aprender.

    Apoyó su cara en una mano, mirando con la mandíbula tensa como ese chico, también fuego, iba metiendo cosas en un caldero sin todo el cuidado que su madre le había enseñado a tener. Porque la magia era algo que venerar y las pociones no podían tomarse a la ligera así como así.

    Entonces, le vio coger un frasco, quitar el tapón y verter una cantidad bastante generosa. Una parte de su cerebro lo relacionó con el «chorrito» de aceite de algunos programas de cocina, otra hizo sonar una alarma.

    Miró al profesor, pero este simplemente bostezaba de forma discreta, obviamente interesado en recuperar el ritmo de clase. ¿No se había dado cuenta?

    Baltasar miró el caldero, del cual empezaba a salir un discreto humor azulado, y después miró a su alrededor. ¡Ah, sí! ¡Un armario de metal!

    Se puso en pie sin decir nada, aunque con una expresión apurada, y cogió el caldero.

    ¡¡Eh!! —exclamó el alumno con molestia de que le hubiesen interrumpido a mitad de chiste, pero Bal esquivó sus manos, que intentaban recuperar el caldero, y consiguió llevar el recipiente al armario ante la mirada entre atónita, sorprendida y divertida del resto de asistentes —¡Profe! —se volvió a quejar el chico.

    Nadie parecía prestarle mucho caso, sobre todo cuando Bal cerró la puerta del armario y pegó la espalda a la puerta metálica del mismo.

    ¿Qué demonios haces, idiota? —le volvió a increpar el alumno ofendido.

    Tuvo que callarse, sin embargo, cuando sonó una explosión y Bal salió despedido hacia delante, terminando besando el suelo.

    El español se fue incorporando y se giró para mirar la puerta abollada del armario, con humo saliendo de las rendijas. Respiró hondo y se puso en pie mientras sus compañeros empezaban a aplaudirle, lo que consiguió que sus mejillas se pusiesen rojas e intentase ocultarse en el cuello de su camisa sin mucho éxito.

    ¿Qué…? —balbuceó el alumno de fuego, mirando a todas partes sin terminar de entender nada.

    Señor Weiss —le llamó el profesor Pharlain —. Parece que su compañero acaba de enmendar un error que podría haber terminado con varios alumnos en la enfermería, especialmente usted.

    El llamado Weiss, al recibir esa reprimenda, consiguió recomponer una careta de indiferencia, hinchó pecho y alzó la barbilla con altanería.

    ¡En lo absoluto! ¡Lo tenía todo bajo control!

    Los polvos que ibas a añadir —dijo Bal, señalando el saco que Weiss aún tenía en la mano —habrían hecho que la explosión triplicase su fuerza y onda expansiva.

    En lo absoluto —se quejó otra vez Weiss, mintiendo lo mejor que podía mientras dejaba el saquito en la mesa —. Lo que habría logrado, si no me hubieses interrumpido, habría sido…

    Johan Weiss —irrumpió Pharlain, poniendo una mano en el hombro de Bal, quien volvió a sentir su rostro arder —. Lo mínimo que puede hacer es agradecerle a su compañero.

    ¡Compañero! ¡Ni siquiera sé cómo se llama! —dijo, señalando de forma despectiva a Bal —¡No lo había visto jamás y de pronto le debo poco menos que la vida! ¡Si no ha hecho nada!

    Pharlain iba a volver a hablar, pero Bal, deseando salir de allí cuanto antes, negó con la cabeza.

    Es verdad, realmente no he hecho nada —consiguió decir, aunque en voz algo baja —. Lamento haber interrumpido la clase.

    Tonterías, señor Rodríguez —afirmó Pharlain, aunque viendo la súplica en los ojos de Bal, simplemente asintió y mandó a los dos chicos a sus asientos —. Por hoy es suficiente, pueden retirarse.

    Baltasar respiró hondo y recogió su cuaderno y su estuche, todavía escuchando a Johan quejarse a un par de filas de donde él estaba, mientras que otros alumnos cuchicheaban sobre un acto supuestamente heroico que, al parecer, le iba a traer serios dolores de cabeza.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Las Gorgonas, como eran llamadas por parte del alumnado del Blue Star a veces de forma burlona y a veces de forma cariñosa, parecían haber adoptado a Bal en muy poco tiempo. Esto implicaba que en cuanto lo veían por los pasillos, lo cogían y lo envolvían en su grupo, tanto si participaba como no en la conversación, guardándole un sitio en la mesa con ellas o a veces simplemente caminando a su lado mientras charlaban de sus cosas.

    Era esta una situación muy extraña, pues Bal no parecía formar parte de su especie de hermandad de ninguna forma, pero tampoco estaba incómodo con esas tres mujeres, incluso cuando hablaban de cosas que a él no le interesaban o que no podía entender al no haber estado allí de ninguna forma.

    Podría decirse, quizá, que su rol era como el de una mascota, siendo protegido y consentido por ese trío de brujas de las que cada día iba sabiendo cosas nuevas.

    Las tres habían ido siempre juntas a clase, estaban en quinto ya, un curso por encima de Bal (dos años mayores que él, entonces). Desde el primer momento, las tres se habían hecho inseparables, como un pequeño aquelarre propio dentro de la escuela, si bien habían seguido teniendo otras amistades, incluso tan importantes como la que las unía a ellas. Sin embargo, con el tiempo, su pequeño grupo de tres se había ido haciendo más firme y estrecho mientras que las otras personas habían ido encajando en otros grupos.

    Bal imaginaba que algo de eso tendría que ver con que lo hubiesen acogido así. Quizá necesitaban relacionarse con una cara nueva… O quizá lo que decían era verdad y el muchacho les había parecido como un cachorrito perdido bajo la lluvia.

    De todas formas, la verdad era que no le importaba estar entre ellas. Sentarse a su lado durante los desayunos, comidas y cenas, y a veces en algunos ratos libres, aunque fuese estando en silencio y escuchando (o no) lo que se iban diciendo. A veces leía, a veces escuchaba música por un auricular… y las menos de las veces participaba en la conversación.

    Estos últimos casos se basaban en tópicos triviales: sus ciudades, algo de sus familias, asignaturas que más les gustaban, las que menos, algún plan de futuro a corto, medio o largo plazo…

    Ese día, sin embargo, la conversación que había acompañado la comida había girado en torno a un rumor que se había esparcido como la pólvora por la escuela y que era nada más y nada menos que el episodio durante la clase de pociones.

    ¿De verdad le salvaste la vida a toda la clase? —preguntaba Audry, inclinada sobre la mesa, justo frente a Bal. Parecía que en cualquier momento iba a terminar manchándose la pechera de la camisa con el plato de pasta que tenía delante (algo bueno tenía que tener el poseer un cuerpo de curvas reducidas).

    Yo no diría tanto… —susurró Bal, incómodo por la atención recibida no sólo por las Gorgonas, sino también por algunos alumnos de asientos aledaños que parecían abrir los oídos a lo que estaban contando ellos.

    ¡Oh, encima de héroe, modesto! —suspiró Ashley, tomando el brazo de Bal para apretujarse contra él, lo que hizo que el muchacho dirigiese la mirada al techo prácticamente soltando humo por todos sus poros —Por favor, cuéntanos qué ha ocurrido…

    No ha sido nada, de verdad —dijo Bal entre carraspeos, intentando discretamente alejarse del agarre, aunque Ashley no parecía muy por la labor —. Conté los ingredientes que ese chico estaba vertiendo, vi que había exagerado una cantidad y que iba a añadir algo altamente inestable y… Simplemente evité daños.

    ¡Qué genial eres! —suspiraron las tres chicas a la vez.

    ¿Veis? Os dije que tenía algo especial —sonrió Ashley, apoyando la mejilla en el hombro de Bal.

    Cuando tienes razón, tienes razón —consintió Maude, acercando una mano para acariciar un poco la mejilla del chico —. Así que no sólo eres monísimo y adorable, sino que también eres valiente y listo… ¿Quieres casarte conmigo?

    ¿Qué? ¡No! Bal se casará conmigo —dijo Audry, dándole un pequeño empujón a su amiga con una suave risa.

    Eso si no se casa antes conmigo —añadió Ashley entre risas, cogiendo la barbilla de Bal para darle un pequeño beso en los labios.

    Esto fue demasiado para el muchacho, quien de un respingo se apartó del agarre de Ashley, pasándose discretamente dos dedos por los labios mientras las Gorgonas se reían con más fuerza.

    Bal notaba sobre él demasiados ojos. La gente de alrededor, sí, pero también algunos chicos de un par de mesas más allá. Por la mala hostia con la que le miraba ese fuego, diría que era Johan Weiss, que hablaba en voz baja, pero con un aura de enfado, con su grupo de amigos, entre los cuales había otro chico que miraba al español de otra forma menos negativa, pero igual de inquietante para el pobre Baltasar.

    Y en la mesa de profesores, sabía que su tío Álex, Morgana, Pharlain y Pierre también le estaban observando a ratos.

    Empezaba a sentirse algo agobiado, como un monstruo de feria. Era demasiada presión. Eran demasiadas cosas para ser el primer día de clase. ¿Y Ashley le había besado ahí mismo y luego había seguido hablando como si nada?

    Soltó una disculpa algo apurada y, dejando su primer plato a medias, se puso en pie y salió del refectorio a paso rápido.

    ¿Nos hemos excedido? —preguntó Ashley en voz baja, mirando la dirección que había tomado Bal.

    Un poco, creo…

    No os preocupéis —intercedió Maude con un gesto de calma —. Vamos a dejarle algo de aire y luego veremos si es mejor que nos acerquemos a disculparnos o esperar a que él vuelva con nosotras.

    Siempre la voz de la razón, ¿hmn? —sonrió Audry de medio lado.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Tenía que apuntarse a sus lugares favoritos del centro los jardines que poseía y que colindaban con unos bosques que no estaba seguro hasta qué punto formaban parte de los terrenos de la escuela. Como fuese, lo importante eran los jardines, una zona amplia y llena de especies de diversas procedencias. Incluso había un pequeño invernadero para las especies raras y un estanque para ninfeas y otras plantas acuáticas.

    Era un territorio bonito y bucólico, ideal para pasear, estudiar en los meses próximos al verano e incluso realizar algunas actividades extraescolares. De hecho, se podría decir que dentro de los jardines, aunque con mucha menos flora, por razones obvias, estaba el departamento deportivo, con varias canchas donde los estudiantes podían hacer las clases de educación física o los deportes que hubiesen formado equipos.

    Pero la zona que le interesaba a Bal era más la campestre, una con pocas mesas de merendero, pero cómoda y relativamente cercana de los edificios, lo que le permitiría hacer alguna escapada rápida en aquellas mañanas en las que se despertaba excesivamente pronto por una pesadilla o por nervios por el día siguiente.

    Se apuntó mentalmente, además, preguntar por el jefe de jardinería. Quizá podría ayudar con el mantenimiento del jardín, aunque fuese por esa zona de huerto que había cerca de las cocinas y que debía abastecer en parte a la escuela. Después de todo, Bal estaba acostumbrado a ese trabajo, habiendo tenido siempre plantas a su cargo, aunque fuesen las de la terraza de su casa.

    Respiró hondo y se sentó bajo la sombra de un gran manzano, cerrando los ojos mientras intentaba calmarse.

    Todavía se sentía algo agobiado por lo que acababa de ocurrir en el refectorio. ¿Realmente se merecía todas esas miradas? ¿Se merecía que le llamasen héroe? ¡No había hecho nada del otro mundo! Bien, el profesor quizá no se había dado cuenta de los ingredientes exactos que Johan estaba mezclando, pero eso no le convertía a él en un héroe. No, sólo decía que tenía buenos reflejos.

    Su primer día de clases y ya se estaba arrepintiendo de su decisión. Por un momento pensó en llamar a su madre y decirle que quería volver a casa, pero entonces… ¿En qué le convertiría aquello? En un cobarde. En alguien que ni siquiera intenta superar un reto.

    Volvió a tomar aire y se pasó una mano por la cara.

    Sólo había sido el primer día. Quedaban nueve meses de curso por delante. Además, seguramente, a la semana siguiente nadie se acordaría de aquello.

    Rescató de su mochila sus auriculares, en los que pronto empezó a sonar Human Nature, de Voltaire, y después sacó una libretita y un lápiz, empezando a bocetar los edificios que podía ver desde donde estaba sentado.

    Antes de darse cuenta, había conseguido olvidarse de todo y tranquilizarse, además de haber llenado un par de páginas con dibujos no sólo de lo que le rodeaba, sino también de algunas imágenes que guardaba, prístinas, en su memoria, como a su madre de espaldas, con la Puerta del Carmen enfrente de ella.

    De hecho, estaba sombreando aquel dibujo con Silent Rebellion resonando en sus oídos cuando una figura nueva apareció en su campo visual: un gato joven, negro con manchas anaranjadas y un pelaje espeso y brillante que daba cuenta de una alimentación bastante cuidada se estaba paseando por sus piernas entre maullidos, frotándose un poco ahora contra sus manos, metiéndose entre sus brazos para trepar por su pecho y olerle la cara.

    Bal estaba acostumbrado a que los animales se le acercasen, incluso aquellos que no deberían hacerlo. Nunca ninguno le había intentado hacer daño, más bien parecían querer sus atenciones, y él, que adoraba a los animales, se las daba más que encantado.

    Su madre y Álex le habían dicho más de una vez que aquello era un don heredado de su abuelo, y a Bal siempre le hacía sonreír pensar que, aunque no había podido conocerlo realmente, tenía algún tipo de conexión especial con ese hombre del que siempre le hablaban con tantísimo cariño.

    Dejó a un lado la libreta y empezó a acariciar al gato, quien no tardó mucho en ronronear entre las manos de Baltasar, cerrando incluso los ojos para disfrutar no sólo del sol que le empezaba a bañar el cuerpo, sino también, por supuesto, de las caricias del joven brujo.

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    Con un suspiro, esperó a que Big Bad Voodoo Daddy terminase de tocar Save my Soul antes de cerrar el reproductor de música y quitarse los auriculares. Entonces, y no antes, entró en la sala común de su planta con la idea de ir a su dormitorio simplemente con la idea de ocultarse allí de todo el mundo hasta la hora de la cena, pues en ese día no tenía nada por la tarde.

    Por supuesto, no pudo cumplir con su plan, no cuando escuchó un llanto suave desde el pasillo de las habitaciones.

    Frunció un poco el ceño y se decidió a acercarse, llamando un par de veces a la puerta. Le abrió un chiquillo pálido y de pelo teñido en tonos grisáceos, con los colores del agua en el uniforme y la cara llena de lágrimas, incluso si había intentado secarse antes de abrir la puerta.

    ¿Estás bien? —preguntó Bal con tono suave, sintiéndose auténticamente imbécil nada más lo dijo. Obviamente no estaba bien.

    ¿Eh? Sí, sí, no te preocupes… —intentó sonreír el muchacho, frotándose un poco los ojos bajo las curiosas gafas circulares.

    Bal las había visto antes, sí. En el refectorio… Y también en clase, ¿no?

    Sé que no nos conocemos de nada, pero —se interrumpió él mismo, sin tener muy claro qué hacer o qué decir. Se rascó una mejilla y suspiró, encogiéndose un poco de hombros —algo podré hacer, aunque sea un abrazo.

    Apenas había dicho esto, el joven se había lanzado a sus brazos. Le recordó un poco al gato que hasta hacía poco había estado acariciando, y con este pensamiento en la cabeza rodeó ese cuerpo que, ahora que lo notaba, tenía formas femeninas bajo la ropa. Bueno, si estaba en el ala masculina, tampoco hacían falta muchas más explicaciones.

    Bal terminó sentado en el borde de la cama de Cami —se habían presentado tras el abrazo—, viendo cómo su compañero respiraba hondo y abría su armario, o la parte que le correspondía a él. Lo primero que llamaba la atención era que no estaba el negro del uniforme de Blue Star, sino una serie de vestidos rosas, cada uno más ridículamente decorado con encajes y lazos que el anterior.

    El cajón dedicado a la ropa interior había sufrido un cambio similar, llenándose de braguitas y hasta algún tanga de encaje, una lencería en la que los “bromistas”, por llamarlos de alguna forma, debían haber gastado bastante dinero.

    ¿Y te lo has encontrado así ahora? —preguntó Bal en voz baja, con el ceño inconscientemente fruncido —¿Sabes quién ha podido ser?

    Nadie cierra nunca la puerta de los dormitorios, se supone que estamos en confianza —suspiró Cami, ya con las mejillas secas y simplemente una expresión de triste resignación en el rostro —. Tengo una idea de quién puede haber sido, pero…

    Bueno, pues ya está —el español se puso en pie, acercándose a Cami, y frunció más el ceño al coger uno de los vestidos para verlo bien —. Podemos ir a hablar con la directora.

    ¡No! —Cami empezó a negar con la cabeza, cerrando el armario de forma algo brusca —Eso sólo me traería más problemas. Yo… Prefiero dejarlo estar. No quiero ni que mis compañeros de cuarto se enteren, sólo… Sólo quiero recuperar mi ropa…

    Bal se cruzó entonces de brazos, pensativo.

    Si sabes quién ha podido ser, quizá guarden tu ropa en sus dormitorios, ¿no?

    ¡No voy a volver a robarla! —Volvió a negar vehementemente —Si la recupero, eso sólo hará que vuelvan a quitármela o… o quizá algo peor. Supongo que lo único que puedo hacer es comprar ropa nueva, pero… Hasta que me llegue… —miró con desagrado la puerta del armario.

    Hasta que llegue, puedes usar uno de mis uniformes —propuso entonces Bal con calma, consiguiendo que Cami le mirase, ligeramente boquiabierto.

    ¿Qué? No, no, no puedo…

    ¿Por qué no? Sí, somos de casas distintas, pero no creo que por un día o dos… una semana a lo sumo, ocurra nada.

    Igualmente… Tendría que ponerme esa ropa interior —volvió a torcer el gesto con desagrado.

    Baltasar ladeó un poco la cabeza y volvió a abrir el cajón en cuestión. Cogió una de las piezas de lencería, esta ropa, y tiró un poco de la goma elástica. Enarcó un poco una ceja y después se inclinó hacia Cami, con sus orejas empezando a enrojecerse ante la idea.

    Si te hace sentir mejor… Puedo llevarla yo también.

    ¿Qué? —el muchacho también se estaba enrojeciendo.

    Total, nadie va a ver qué llevamos bajo los pantalones, ¿verdad? Puede ser nuestro secreto —propuso, llevándose un dedo a los labios, aunque con el rubor bien patente.

    No lo entiendo… ¿Por qué ibas a hacer eso por mí, si no nos conocemos de nada?

    No lo sé… Me pareces una buena persona —suspiró Bal, encogiéndose un poco de hombros —. Y me gusta ayudar a la gente que me da esa clase de sensación.

    Cami se quedó en silencio un par de segundos más, tras los cuales volvió a abrazar a ese muchacho recién llegado a la escuela.

    Definitivamente, Ari había puesto los ojos en un tipo interesante. Lástima que no hubiese sido tan intuitivo con otra clase de amistades…

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    Morgana se terminó de colocar el camisón con un gesto perezoso y se miró en el espejo de su tocador mientras se quitaba los pendientes. Terminado esto, se levantó del taburete y fue hasta la cama, apoyando la mejilla en el hombro del brujo que leía bajo la luz de una lamparita al estilo de los años veinte.

    Creía que ya te habías leído ese libro —murmuró tras ojear un poco las páginas abiertas.

    Hay libros que valen la pena leerse más de una y de dos veces, ¿no crees?

    Hmmn… Siempre tan romántico —sonrió ella, dándole un beso en los labios antes de acomodarse mejor.

    El hombre la miró, colocó el cordón marcapáginas y cerró el libro, dejándolo sobre su mesita de noche. Se quitó las gafas de lectura y las limpió con una tela negra mientras carraspeaba un par de veces.

    ¿No deberíamos hablar de Baltasar Rodríguez?

    ¿Qué pasa con él? —preguntó Morgana mientras se terminaba de tapar con la manta, de espaldas al hombre.

    No te hagas la tonta conmigo, por favor… —él suspiró y puso una mano en el brazo de la bruja, inclinándose para besarle el hombro —. Esa intuición para las pociones… Es como la de su abuelo, ¿verdad?

    Morgana se giró hacia él y alzó una mano para acariciarle una mejilla con suavidad.

    No esperaba que fuese a dar muestras de ello tan pronto.

    Entonces tú sabías que lo había heredado, ¿no?

    Sí, lo supe poco antes de que naciese.

    Y él… ¿Él lo sabe?

    Ante el silencio de su esposa, Gregor Pharlain negó con la cabeza, soltando un nuevo suspiro. Morgana terminó por suspirar y se incorporó, quedando sentada y con la espalda en el cabecero de su cama.

    No sabe ni siquiera quién era su abuelo. Lo cierto es que tenía la esperanza de que fuese menos notorio en él, pero al parecer lo subestimamos. Su madre y su tío lo han estado vigilando, pero… supongo que hay cosas que no se pueden controlar.

    ¿Y no deberíamos decírselo? Es algo importante… ¿No crees?

    Gregor, mi amor… —se mordió el labio inferior y terminó moviéndose hasta quedar sentada en su regazo —Sus padres me han pedido discreción. Quieren que le condicione lo menos posible, que sea un estricto secreto, al menos por ahora…

    ¿En estricto secreto hasta de mí? —volvió a quejarse el viejo profesor, poniendo sus manos en la cintura de Morgana.

    No. Claro que no —sonrió con dulzura, tomándole el rostro con las manos y empezando a dejar suaves besos en su piel —. Tú lo sabes ya, ¿no?

    Pero no por ti —apretó un poco los labios y abrazó después a la bruja contra su pecho, hundiendo una mano en sus cabellos rizados y espesos —. Bueno, eso da igual. Cuando me casé contigo, supe que habría cosas que no me contarías, al menos no inmediatamente.

    Morgana cerró los ojos, apoyándose en el cuello de Gregor, y suspiró.

    Cuidaremos de él.

    Sí… Sí, le cuidaremos —sonrió Gregor, apoyando la mejilla sobre la frente de Morgana.

    SPOILER (click to view)
    Sí, he puesto las estrellitas de separación azules porque soy una riDÍCULA y me hace gracia la idea de Blue Star.

    BUENO. Mañana, si me acuerdo, pondré el formato bien bonito y tal. Mientras tanto, pues así se queda xd Edit. He tardado cuatro (4) días. ¿Lo siento? xd

    Canciones que escucha Bal en esta respuesta:

    Human Nature, de Voltaire.

    Silence Rebellion, de YOHIO.

    Save my Soul, de BBVD.

    Ya te dije que este mozo tiene una mezcla de música interesante xD Pero, eh, esas son las playlist que valen la pena ~

    Ahora, sobre los dibujos que hace… Me lo imagino con un estilo como abocetado, algo así. El ejemplo es un dibujo de la entrada del castillo de Windsor, en el que se basa el Blue Star, pero no es lo que Bal dibujaría xd

    Por otra parte, la Puerta del Carmen es un Bien de Interés Cultural y Patrimonio Histórico de España que se encuentra por el centro de Zaragoza, ciudad de Bal y mía xd. Fue construida en 1789 e inaugurada en 1792 como una de las doce puertas de la ciudad, y actualmente está descontextualizada, claro, y protegida por una glorieta porque un bus chocó con ella en los noventa y casi se la carga xd Yyyyy eso vendría a ser.

    Siento mucho la bomba que le he soltado a Cami, de verdad que me dolió nada más se me pasó por la cabeza, PERO ¿y lo bonito que es que su relación con Bal empiece así, con un acto tan extraño y altruista? Me hace gracia la idea de que sean compis de tanga, que igual hasta les parecen cómodos y todo (?)

    Huelga decir que el autor de la bromita fue Johan con su grupo de machotes xd

    Y que no ha salido casi nadie porque he querido recrearme un poco en lo nerviosito que se pone Bal al ser el centro de atención xD Maude tiene razón, Bal volverá a juntarse con ellas seguramente para la cena y entonces las Gorgonas se disculparán por haberle puesto en ese brete de antes, o no, o simplemente todo volverá a la normalidad. La cosa está en que ese piquito no ha afectado en lo absoluto a su relación con ellas aunque nadie dice que cierto francés no haya podido ver nada al respecto UPS

    Iba a añadir una escena de Álex y Pierre, pero la voy a dejar para un poco más adelante, porque he querido poner algo de mi nueva OTP, Morgana y Pharlain. ¿Una pareja muy rara? Pues sí, lo sé, PERO DEJA QUE ME EXPLIQUE.

    Se me ocurrió que se conocieron en la escuela, cuando Gregor entró como estudiante, y la relación fue sin más. Me hace gracia pensar que el señor era un poco Ari de la vida y por eso tiene tanto interés en reconducir a los problemáticos xd así que igual al principio tenía a Morgana como una Figura Autoritaria IndeseadaTM, pero con los años se calmó, maduró y se pasó al bando contrario, que es en el que está ahora, claro xd

    Total, que según mi línea de pensamiento, entró a trabajar como profesor para evitar que jóvenes que eran como él terminasen totalmente descarriados y entre reuniones y tal, BUM, se enamoró de Morgana y Morgana, que aunque sea muy mayor+rostro joven sigue siendo persona, se enamoró también de él. Se casaron un poco en secreto y han llevado siempre la relación con mucha discreción, que seguramente ni los otros profesores saben de ello. O sí. No lo sé, es algo que se puede hablar.

    Claro que esto implica ciertos problemas, porque Gregor envejece, pero Morgana no… Ay, pero ella le sigue amando y deseando como siempre porque no es su primer rodeo, que tiene suficientes años (siglos) como para haberse casado y perdido más de una vez.

    Eso sí, no creo que haya habido niños en este matrimonio xd

    Si no te gusta la idea, recorto la escena, que al final sólo me servía para 1) mostrar a mi nueva OTP extraña 2) avivar el misterio de Bal 3) poner un poco más de soft en la respuesta xd

    Y hablando de eso, quiero señalar que lo de la lámpara de 1920’s lo he escrito pensando en algo de este estilo.

    Y eso es todo por hoy. Creo.

    Ya editaré si me dejo algo xD


    Edited by Bananna - 21/11/2019, 18:07
  12. .
    Tras el encuentro con su antigua alumna, el extraño y divertido tiempo pasado en la floristería de las Muriel y esa cena llena de comentarios tensos de parte de Theo, una sobremesa viendo Doctor Who se le hizo exquisita e irresistible, siendo que no veía nada de esa serie desde hacía al menos cuatro años. Y con Shay dormido sobre él, pensaba que el panorama no podía ser mejor, al menos hasta que, a la mañana siguiente, tuvo semejante despertar.

    Ahora, abrazándolo en la cocina, sonriendo mientras se inclinaba para besar sus labios, se sentía tan feliz que hasta le costaba creérselo. ¿Cuándo había sido la última vez que había sentido el alma tan ligera, que había sonreído durante tanto tiempo, que había tenido tantas ganas de, en fin, vivir y hacer cosas como dar paseos o incluso bailar?

    Pero ya era perro viejo, y se imaginaba que, tarde o temprano, esa especie de burbuja que estaba tiñendo esos días de color de rosa se volvía a llenar del amargo olor de la decepción. Vamos, sabía que la hostia llegaría, lo que no podía saber era cómo de fuerte sería o desde qué lado golpearía.

    No, no creía con esto que su relación con Shay fuese a romperse pronto, pero sí se temía que ocurriría algo que le impediría disfrutar de esa felicidad embriagante con la que ahora sonreía al muchacho.

    Bueno, bien. Era algo inevitable y, hasta cierto punto, imprevisible, así que, por el momento, intentaría no pensar en ello y simplemente se centraría en hacer que Shay le siguiese dedicando esos gestos tan tiernos, esas sonrisas dulces y esas miradas tímidas que le hacían querer achucharlo con fuerza y llenarle de mil besos.

    Se separó un poco para servir el té recién infusionado en dos tazas y, una vez las dejó en la mesa, se sentó, cogiendo a Shay por la cintura para sentarlo en su regazo con una risita.

    Ahora que tu padre no nos oye —dijo en voz baja, frotando un poco su nariz contra la mejilla de Shay mientras alargaba una mano para coger su taza (la otra rodeaba el cuerpo de Shay, abrazándolo y sujetándolo) —. Eso de ir despacio no se nos está dando muy bien, ¿verdad? Creía que sería fácil, pero me cuesta resistirme teniéndote… tan cerca —sonrió, arrugando la nariz un poco, y dio un sorbo al té aún humeante, suspirando después —. Pero, ¿sabes?, por mí estará bien lo que ocurra siempre que tú estés cómodo con ello.

    Tras asegurarle esto con una expresión tranquila, le dio otro sorbo a su té.

    El momento de calma duró poco, pues Theo no tardó demasiado en bajar y poner el grito en el cielo al ver a su hijo tan cómodamente sentado en el regazo de, según sus propias palabras, «ese viejo griego pervertido». Con esto, a Gav no le quedó más remedio que seguir desayunando al lado de Shay, aunque aún se las apañó para dedicarle caricias cariñosas mientras Theo gruñía y desayunaba.

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    ¡Pero mírate, que hasta parecer brillar! —con esto, Falana consiguió sacarle una risa a Gavril.

    Es cierto, estoy… ¿feliz? —dijo esto último con tono de incredulidad, enseñando un poco los dientes y arrugando la nariz en esa sonrisa de quien no acaba de creerse que le haya tocado la lotería. Suspiró y se recostó un poco más contra el respaldo del sofá, reacomodando el portátil —La verdad es que, pese a todo… Una parte de mí esperaba rechazo.

    ¿En serio? —Falana le dedicó una sonrisa de medio lado, recogiéndose el pelo con una pinza —¿Desde cuándo Gavril Kasdovassilis se muestra inseguro ante una conquista?

    Supongo que desde que esa «conquista» me importa —suspiró Gav —. Después de ti, nunca me había sentido así por nadie.

    Oh, qué romántico —la mujer se llevó las manos al pecho para remarcar sus palabras —. Si empiezas a parecerte al hombre con el que me casé y todo…

    ¿En serio? —preguntó Gav en voz algo más baja, viendo a Falana asentir un par de veces.

    Esa mirada en tus ojos… ¡Hacía años que no la veía! Si hasta parece que estás más descansado…

    Es cierto que he estado durmiendo mejor estos días —sonrió, aunque luego gruñó un poco mientras se reacomodaba, frotándose un poco la pierna —. Incluso con este endiablado clima inglés… Ha habido algún momento en el que me he sentido tentado de arrancarme la pierna a mordiscos —dijo con una media sonrisa, haciendo que ella volviese a reírse.

    Pero eso es culpa tuya —dijo la mujer encogiéndose un poco de hombros —. Te ofrecieron amputar y sustituir con una prótesis mecánica y tú preferiste aguantar el dolor.

    Mn… No quiero discutir eso —gruñó un poco mientras se seguía frotando sobre la sujeción.

    Falana ladeó un poco la cabeza, pensativa.

    ¿Por qué no le pides a tu joven y adorable novio que te dé un masaje?

    Es gracioso, su madre lo sugirió anoche —se rio un poco entre dientes —. Ahora Bennet se está duchando… e igualmente su padre me mataría si se lo pidiese.

    Uy, ¿ya estás teniendo problemas con el suegro? —se rio Falana, divertida —Creo que mi padre todavía te miraba con recelo en nuestra boda…

    Sí, bueno —resopló, también en un tono divertido —. Esta vez no me ha pillado haciéndolo con su hija en su cama… Pero la edad es un hándicap importante.

    Era de esperarse. ¿Cuántos años le sacas al pequeño Shay, veinte?

    Diecinueve —corrigió Gav, alzando un índice como si aquello supusiese una gran diferencia. Luego resopló otra vez —. No es sólo eso. ¡Es que también soy mayor que su padre!

    ¡¡No!! —exclamó Falana antes de estallar en carcajadas —¡No puede ser!

    ¡Le saco cuatro años! —reconoció Gavril, contagiándose de la risa de su esposa y tapándose la boca con la mano —Estoy seguro de que me odia con toda su alma.

    Eh, al menos no será para tanto… Quiero decir, en un día o dos volvéis a Sidney y, salvo que se mude con vosotros, tampoco va a poder estar pendiente de ti.

    Lo sé… —Gav suspiró y se volvió a masajear la pierna un poco —Pero Shay tiene una relación muy estrecha con él. No quiero estar a malas durante… Bueno, el tiempo que esto dure —dijo esto en voz más baja, a lo que Falana frunció el ceño.

    ¿Cómo que «lo que dure», Gav? ¡Esto va a durar para siempre!

    Tal y como yo lo veo, «para siempre» es el tiempo que Bennet tarde en darme la patada —al ver que Falana iba a protestar, alzó una mano para pedirle silencio y suspiró —. Dime, ¿estarás por Australia cuando volvamos?

    No lo creo —se rindió ella, echándose hacia atrás en su asiento —. Estoy ahora en Kiev, haciendo de intermediaria con algunos centros de acogida de menores.

    Suena duro.

    Supongo que no tanto como salir a luchar contra esos monstruos, pero sí, no es un camino de vino y rosas —sonrió un poco con su dulzura característica —. Pero igualmente iré a veros pronto.

    Te recibiremos encantados, como siempre.

    Sí… ¡Ah! —chasqueó los dedos —¿Vas a quedar con Daph pronto?

    Puede que hoy vayamos a tomar algo por la tarde, sí… ¿Por?

    ¡Es genial! Pásame una foto, ¡quiero ver lo guapa que está tras las operaciones!

    Gavril sonrió, pero apenas abrió la boca para decir nada, se giró un poco, mirando en dirección a las escaleras.

    Parece que Bennet ya ha salido de la ducha…

    ¿A qué esperas? Ve con él, Romeo —se rio ella. Cuando Gav le sacó la lengua, ella le devolvió el gesto —. Dale un besito de mi parte, ¿hmn?

    Sí, sí…

    Cuando la video-llamada terminó, Gavril cerró el ordenador y se puso en pie, alisándose un poco la camiseta. Por orden de Theo, que al parecer se temía que el griego fuese realmente a meterse en la ducha con su hijo, se había duchado él primero, dejándole luego sitio al joven genio.

    Subió las escaleras a tiempo de ver a Shay salir del baño ya vestido, y sonrió mientras se acercaba para darle un beso en la frente.

    De parte de Falana —le susurró, dándole luego un piquito —. Y esto de mi parte.

    Contuvo una nueva risa al verle tan rojo y le revolvió un poco el pelo, señalando la puerta a la que Shay parecía dirigirse cuando había salido del baño.

    ¿Es tu dormitorio? He pasado aquí dos noches y ni siquiera lo he visto… ¿Por qué no me lo enseñas? —le vio apartar la mirada y ladeó un poco la cabeza con una sonrisa comprensiva —¿Qué pasa, tienes más posters míos y te da vergüenza? Pues no debería, es muy halagador, de hecho. Venga, venga, abre la puerta —le insistió, manteniendo una mano en su espalda.

    Por supuesto, Gavril se esperaba que hubiese un par de imágenes más de él y figuritas de acción de los jaegers. Después de todo, Shay había entrado en el ejército por haber diseñado un jaeger volador, así que lo raro habría sido que no hubiese dado muestras de ser un gran admirador de esas proezas de la ingeniería. Respecto a las fotos… Gavril había participado en calendarios, revistas y demás varias veces, y sabiendo ahora que Shay había sido fan suyo, tampoco le habría extrañado que tuviese alguno más por la pared.

    Pero, claro, lo que no se esperaba era encontrarse con un cuarto prácticamente dedicado a… ¿él?

    Posters, imágenes de calendarios viejos, alguna figurita de acción con el traje de combate —cómo había odiado siempre esa mercantilización… pero el ejército casi le había obligado a firmar el contrato publicitario para ayudar en la financiación de los Marks—, una taza… Era incluso un poco agobiante, y llegaba al punto en el que esa estantería llena de modelos y figuras de jaegers chocaba con la estética general.

    Curiosamente, Gavril no dio señales de miedo, cosa que habría sido bastante normal dada la posición en la que se encontraba, ni de vergüenza, sino que fruncía un poco el ceño con cierta tristeza mientras miraba todo el merchandising reunido en esas cuatro paredes, buscando algo que, obviamente, no encontraba.

    No había nada de Kyriacos. Ni una foto, ni siquiera el póster que completaba esa imagen obviamente cortada donde se le veía a él recostado en un diván, con una ropa escasa y exotizante, por cierto. Ah, sí, estaba esa foto donde aparecían ambos con sus trajes de combate, de pie en un hombro de Ares.

    Al darse cuenta de la marea de recuerdos que esa foto estaba trayendo consigo, sacudió un poco la cabeza y miró a Shay, quien parecía temeroso por la opinión que Gavril pudiese tener de aquello. El griego, por su parte, sonrió y le volvió a abrazar.

    Vaya, parece que te has esforzado mucho en conseguir una colección, ¿eh? ¡Si hasta has conseguido al original! —rio, inclinándose para besarle la mejilla un par de veces.

    ¡¡Eh!! —el grito de Theo hizo que Gav suspirase y se apartase un poco de Shay —¡Pervertido! ¡Aleja tus zarpas de mi hijo!

    Ya está, ya está —suspiró Gavril, alzando las manos.

    ¡Theo! —intervino Connie, acercándose —Venga, déjales, que vas a llegar tarde a trabajar…

    ¡Estoy por cogerme el día libre para no quitarles el ojo de encima!

    Connie resopló, medio sonriendo, y le palmeó la espalda. Miró entonces la habitación de Shay, miró a Gav, le sonrió un poco, le guiñó un ojo a su hijo y luego condujo a su marido escaleras abajo, repitiéndole por decimoquinta vez que tenía que ir al hotel.

    Gav suspiró y sacudió la cabeza, mirando otra vez a Shay.

    ¿Te apetece ir a dar una vuelta? Una cita, si lo prefieres —dijo con una sonrisa.

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    El día había sido muy tranquilo y agradable. Por la mañana, se había llevado a Shay a un museo de Ciencias Naturales, donde había dejado al muchacho corretear entre los dinosaurios con la emoción de un niño pequeño en un parque de atracciones.

    Debía reconocer que la idea se la había chivado Connie, ¡pero había valido completamente la pena! Verle ir de una vitrina a otra, leer todas las cartelas en medio segundo… Había escuchado todos los datos que el chico había querido darle y le había tomado la mano durante los vídeos que habían visto.

    Sí, cierto que cuando un señor se le acercó para preguntarle la edad de su hijo sintió como una patada en la boca del estómago —y a nada estuvo de soltarle un par de gritos, aún no sabía bien cómo se había controlado—, pero después había invitado a Shay a tomar algo y le había vuelto a ver tan animado y contento que hasta se había olvidado del incidente.

    De hecho, cuando salían del museo le había dado un arranque de no sabía muy bien dónde y le había terminado comprando un libro que, al parecer, le había interesado, lo que había llevado a una especie de discusión que había zanjado con un:

    Bennet, voy a comprar este libro y voy a regalártelo, así que tu deber moral es aceptarlo y no preocuparte por el dinero ni nada del estilo.

    Lo había dicho en un tono muy cercano al que usaba en los entrenamientos, pero después le había sonreído y revuelto el pelo para suavizar la escena.

    Y con el libro en una bolsa que Shay apretaba contra su pecho con uno de esos adorables sonrojos, habían dado un paseo en dirección de regreso a la casa Bennet, si bien a medio camino habían terminado por coger el autobús debido a que la molestia en su pierna se había ido recrudeciendo con el pasar de las horas y la larga caminata que habían dado ya.

    En el autobús, Gav tomó la mano de Shay, acariciando sus dedos y preguntándole en voz baja lo típico de si se lo había pasado bien, si le apetecía hacer algo más y tal, aunque, a pesar de esto, no tuvo problemas en sentir las miradas curiosas de algunas personas que entraban en el vehículo y que parecían dudar sobre si acercarse o no, si él sería o no el piloto griego o no. Por supuesto, Gavril no había corroborado ni negado nada, simplemente había fingido que no los oía y había intentado disfrutar de ese recorrido en compañía de Shay.

    Al llegar a casa, en vistas de la lluvia que había empezado a caer por castigo en el exterior —y el consecuente dolor que ello acarreaba para el griego—, Gav había propuesto comer con calma en casa y quedarse viendo alguna película hasta que volviesen Theo y Connie o hasta que se calmase la lluvia, lo que ocurriese primero.

    Huelga decir que cuando Theo volvió y se encontró semejante escena —Gavril tumbado en el sofá con Shay recostado encima, ambos cubiertos por una manta mientras veían un documental sobre animales— puso el grito en el cielo, pero Connie no tardó mucho en llegar e interponer una paz que, desde luego, seguía siendo bastante tensa.

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    ¿Hay algo que podamos hacer para aliviar un poco el dolor? —preguntó Connie con voz suave al ver cómo Gav gruñía un poco al recolocarse.

    No… Creo que ya se ha hecho todo lo posible —miró a Shay, que estaba ayudando a su padre a colocar la compra, y sonrió —. Tu hijo le hizo mejoras a un amarre que tengo en la pierna, para poder controlar la temperatura y la presión, pero con este clima húmedo y frío, hasta la tecnología desarrollada por un genio tiene sus límites.

    Connie torció un poco el morro, pensativa.

    ¿Y estás seguro de que un masaje no ayudaría?

    Oh —suspiró, frotándose la nuca —. Es posible, pero tampoco quiero import-

    ¡Shay, cariño! —llamó entonces Connie a su hijo, interrumpiendo a Gavril, quien pasó a frotarse el puente de la nariz —Ven, dale un masaje a Gavril en la pierna.

    Curiosamente, Shay no había terminado de enrojecerse cuando Theo corrió al salón, todavía con una caja de galletas en la mano.

    ¡Connie, que el niño no va a tocar a ese viejo verde!

    ¡Es sólo un masaje!

    ¡Sí, pero tú sabes que…! —ahora fue turno del mayor ponerse rojo mientras su esposa alzaba una ceja, divertida.

    ¿Yo sé que…? —le invitó a terminar la frase.

    ¡Que no, que nada de masajes!

    Theo, si tú y yo vamos a estar aquí mismo.

    ¡Peor aún me lo pones!

    Yo no quiero molestar, no hace falta nada de todo esto —intentó decir Gavril, pero Connie negó enérgicamente con la cabeza.

    Está claro que te duele la pierna y, si un masaje puede ayudar, ¡lo mínimo es intentarlo!

    ¡Está bien! —gruñó Theo, dando una infantil patada al suelo. Entonces señaló a Shay con el índice —Pero tú te quedas aparte, jovencito.

    No seas ridículo, hombre… —suspiró su mujer, rodando los ojos. Miró ahora al griego y le sonrió —Bueno, pues creo que puedes ir quitándote los pantalones.

    De verdad, no creo que esto sea necesario…

    ¡Tonterías! —sonrió Connie.

    Pero no es una imagen agradable —avisó Gav.

    He visto el parto de mi hijo en directo, no creo que una cicatriz vaya a impresionarme —aseguró Theo cruzando los brazos sobre el pecho —. Venga, acabemos con esto. ¡Shay, tú ve a terminar de colocar la compra!

    ¿Me los quito aquí mismo…?

    Claro, ¡estás en familia!

    ¡De eso nada!

    Gavril respiró hondo y le lanzó a Shay una mirada que parecía pedir ayuda, pero terminó por ponerse en pie y abrirse los pantalones, bajándolos hasta las rodillas. Mientras se volvía a sentar, Connie le lanzó una mirada de aprobación a Shay tras entrever formas bajo la ropa interior del griego, y después volvió a prestar atención a Gavril, quien se estaba empezando a abrir la abrazadera.

    Cuando aquella horrible cicatriz, algo escarificada en la zona de la perforación con esa forma estrellada, con esas estrías ramificadas y esas manchas amoratadas y verdosas, salió a la luz, Connie contuvo un suspiro mientras Theo apartaba la mirada, intentando no soltar una arcada.

    Dios mío… —susurró la mujer, tapándose la boca con una mano.

    Gavril sonrió con una mezcla de tristeza y amargura.

    Si este es el precio que he de pagar por poder proteger y salvar vidas… Lo pagaré gustosamente las veces que haga falta.

    Se hizo entonces el silencio durante unos segundos tras los cuales Gav empezó a volver a cubrirse la herida, imaginando que con eso el tema quedaba cerrado. Por eso, quedó algo sorprendido cuando un par de manos temblorosas tomaron las suyas para que estuviese quieto.

    Miró con curiosidad a Shay sentarse a su lado en el sofá y terminó por acceder a quitarse del todo el pantalón para subir las piernas a su regazo. Soltó un suave suspiro de dolor cuando los dedos del joven empezaron a tocar esa zona tan sensible, pero después apretó un poco los labios y simplemente le vio hacer.

    Theo, en vez de volver a quejarse, se fue en silencio a la cocina para empezar a hacer la cena, y Connie, tras mirarlos un poco, se levantó y se fue a abrazar a su marido y, quizá, ayudarle un poco.

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    Aquella noche, Gav volvió a dormir abrazando a Shay, pero esta vez no tuvo un sueño pacífico. Quizá había sido por enseñar su cicatriz, o quizá por ese documental sobre kaijus que habían visto de pasada haciendo zapping tras la cena, pero volvió a tener pesadillas.

    Despertó agitado en el momento en el que compartía mirada con Kyriacos por última vez y, con cuidado de no despertar a Shay, que parecía tener un don natural para enredarse en él cuando dormía, se fue incorporando, soltando un suspiro al terminar.

    Miró aquella habitación sumida en las sombras y después a Shay, y sonrió un poco mientras le acariciaba el pelo con suavidad. Se inclinó para dejar un beso en su cabeza y después, volviendo a tener todo el cuidado del mundo, consiguió salir del sofá para ir al baño a refrescarse un poco.

    Viendo que se había despejado por completo, cogió de su maleta un libro que aún no había tocado, su caja de tabaco y su mechero, y se fue a la cocina, donde se quedó con la puerta cerrada y la ventana abierta para no apestarlo todo con el humo, fumando, leyendo y bebiendo una cerveza.

    Así lo encontró Theo cuando se levantó, curiosamente más pronto que otros días, con su tercer o cuarto pitillo en la mano. El saludo fue silencioso, apenas un gruñido compartido mientras Theo entraba para ir preparándose el desayuno.

    Gav le miró un poco, apagando el cigarrillo, y terminó por levantarse, apoyando la espalda en la encimera. Cruzó los brazos sobre el pecho y carraspeó un poco para llamar su atención.

    Theo, escucha… —el hombre no le miró, pero Gav frunció un poco el ceño y decidió seguir hablando —Sé que esta situación es extraña y difícil. Yo mismo no termino de…

    ¡Le sacas veinte años, por Dios! —exclamó Theo en voz susurrada —¡Eres mayor que yo, su padre!

    Lo sé.

    ¿Qué haces con un niño?

    Gavril guardó silencio y Theo resopló y siguió trajinando entre fogones.

    No creía poder gustarle a nadie —dijo Gav, al final, con voz cautelosa —. Soy… soy un hombre gruñón, con mal carácter, muy bruto incluso. Fumo, bebo, duermo poco y soy exigente tanto en los entrenamientos como en general. Por eso, cuando vi que Bennet… O sea, que Shay no me miraba con miedo, ira o asco, me hizo sentir… muy bien. Sobre todo porque yo no quería que él me mirase así. Aunque al principio lo intenté. Quise alejarle de todo este mundo, que llegase a odiarme al punto de no querer pilotar nunca un jaeger, ni siquiera uno diseñado por él mismo —suspiró y se encogió un poco de hombros —. Pero las cosas han ido evolucionando así. Y sé que llegará un momento en el que se cansará de mí. Verá que yo soy muy mayor y que él aún tiene toda una vida por delante, verá que si sigue conmigo tendrá que cuidarme… O simplemente perderá el interés en mí, porque me iré haciendo cada vez más gruñón y exigente. Y es algo que no sé si ocurrirá dentro de un año o dentro de diez. Lo que sí sé, Theo, y quiero que tú también sepas, es que, hasta que llegue ese momento, voy a cuidar de él, voy a procurar que nada malo le pase. Voy a intentar hacerle feliz con todo lo que esté a mi alcance. Que esté feliz, sano y salvo. Y parte de esa felicidad pasa porque tú y yo al menos podamos estar en la misma sala sin tanta tensión. Porque se nota a la legua que él te quiere muchísimo, seguramente más que a mí, y no quiero interponerme en esa relación vuestra tan especial.

    Theo le miró largo y tendido, soltó un pequeño gruñido por lo bajo y, entonces, cogió la cafetera.

    ¿Quieres un café? —le preguntó, a lo que Gav sonrió un poco, asintiendo.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    El último día en Londres había sido bastante apacible. Un nuevo paseo por la mañana, una tarde tomando un café con Daphne por la tarde —Gavril había quedado con ella mientras Shay se quedaba en casa para prepararse las maletas—, una noche de apacible cena…

    La mañana siguiente había sido algo más intensa, con esa larguísima procesión de abrazos, besos, despedidas y hasta lágrimas entre los Bennet en el aeropuerto, que parecía que ninguno quería separarse de los otros, lo que hizo que a Gav se le encogiese el corazón cuando tuvo que coger a Shay para ir hacia el avión.

    El vuelo de Londres a Sídney era larguísimo, muy pesado, pero se le hizo más ameno que el viaje de ida. Quizá porque ya no tenía esos nerviosos ansiosos retorciéndole las tripas, o quizá porque tenía alguien con quien hablar en los ratos en los que no dormían.

    Con todo, por muy agotador que fuese el viaje, aún tuvieron que guardarse unas pocas energías, porque apenas pusieron un pie en Australia, cuatro fortísimos brazos los atraparon en un demoledor abrazo. Los colegas lloraban de alegría de forma muy literal mientras comprobasen que su coleguita y el griego estuviesen bien, mirando y remirando, dando gritos y de vuelta a los abrazos.

    No te ha hecho nada Hades, ¿verdad? —preguntaba Daly mientras Jack iba metiendo las maletas en el coche —¡Porque como te haya hecho algo…!

    Dejando esa amenaza en el aire, levantó un puño hacia Gavril, quien simplemente arrugó un poco la nariz con una media sonrisa. Cuando el griego dio un paso hacia él, Daly soltó un gritito y retrocedió de un salto, lo que hizo que el griego se riese.

    ¿Qué ha sido eso? —exclamó Jack, cerrando el maletero de golpe.

    ¡Se ha reído, colega!

    ¡No! ¡Imposible! ¡El griego no sabe reírse!

    ¡Que sí, que sí, colega, te lo juro! ¡Díselo tú, coleguita!

    Gavril, sacudiendo la cabeza con diversión, decidió ignorarles y abrir la puerta trasera, invitando a Shay a subirse para luego él sentarse a su lado.

    ¿Ha ocurrido algo interesante mientras no estábamos? —preguntó abrochándose el cinturón.

    Qué va, colega —suspiró Daly, poniéndose de conductor.

    Haze ha estado muy tranquilo, ¡si hasta parece que ha rejuvenecido y todo!

    Normal, ahora que no estaba Hades rondando…

    ¡Seguro que cuando le vea se le vuelve a encanecer el pelo, colega!

    ¡Ya te digo, colega!

    Gav puso los ojos en blanco mientras los ruidosos australianos se reían y después, de forma más o menos discreta, cogió la mano de Shay y le sonrió, acariciándole los dedos.

    ¡Ah, es cierto, colega! —dijo de pronto Jack, dando un par de golpes en la guantera —Nos ha dicho el mariscal que van a trasladar un nuevo jaeger a Sídney.

    Es verdad, es verdad —corroboró Daly —. Se van a llevar al Redbone a Italia y a cambio nos traen al Condotiero.

    ¿Condotiero? —Gav frunció un poco el ceño —¿El pilotado por las hermanas D’Angelo?

    ¡Ese mismo, colega!

    Tuvieron algún escándalo y se han tenido que trasladar.

    Humn… Así que el Condotiero, el Bunji y Batman son actualmente las principales defensas de Sídney —suspiró y apretó un poco la mano de Shay —. Me temo que si hay algún ataque cerca, nos tocará entrar en combate a nosotros también.

    ¡No te preocupes, colega! —dijo Daly, sonriendo a Shay a través del retrovisor —¡Nosotros te estaremos guardando las espaldas!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Viendo a Cerbero y a Victoria profundamente dormidos, era casi imposible creerse que sólo una hora antes hubiesen estado tan revolucionados ante el regreso de Shay y Gavril. Les habían recibido de manera tan efusiva que habían conseguido tirar al inglés al suelo —o lo habrían conseguido si Gav no lo hubiese sostenido a tiempo—, y el dingo no había parado de llorar de alegría mientras movía frenéticamente el rabo hasta un buen rato después, ahogados ambos animales entre mimos y caricias de la pareja.

    Ni siquiera les habían dejado deshacer las maletas, pues al mínimo movimiento que cualquiera de los dos, Shay o Gav, hacían que supusiese alejarse de ellos, dingo y caimán se lanzaban a recuperar la atención que consideraban perdida. Incluso habían cenado con los dos animales en el regazo, de lo mimosos que estaban.

    Pero ahora se habían dormido, dándoles un poco de paz. Y Gavril lo agradecía enormemente.

    Había empezado dándole a Shay un par de besos, simplemente eso, besos, para desearle las buenas noches. Pero luego, al separarse, le había mirado y no había podido evitar volver a besarle. Y poco a poco se habían ido abrazando, y poco a poco esos besos habían ido aumentando la intensidad, y se habían ido sumando caricias.

    En definitiva, ninguno parecía haber puesto mucho esfuerzo en evitar que las ropas se fuesen acumulando en el suelo, así que ahí estaban, tumbados en la cama juntos y desnudos. Gavril había detenido los besos para poder alzarse un poco y observarle, tomando las manos de Shay para que no se cubriese ni la cara ni el cuerpo por la vergüenza. Era la primera vez que realmente podía verle así, incluso cuando ya le había tocado en una de sus zonas más íntimas. Y, desde luego, le gustaba lo que veía.

    Con un suspiro, se inclinó para llenarle el pecho de besos, empezando a darle incluso algún mordisco suave aquí o allá para sonreír cuando le oía suspirar o cuando su piel se erizaba por el contacto, y mientras tanto sus manos no dudaron en recorrer su talle y sus piernas en caricias algo ásperas, pero colmadas de ternura y suavidad.

    Se atrevió a morder con un poco más de fuerza y a hacer succión bajo su clavícula, mirando con cierta fascinación cómo esa piel tan blanca se amorataba por el chupetón, y entonces miró su rostro y le acarició la mejilla con toda la dulzura del mundo.

    Shay —susurró con la voz algo más ronca —. Quiero hacerte el amor.

    Declarando esto, volvió a degustar su boca, después su cuello, y poco a poco lo fue cubriendo de besos y roces, algún pequeño frote. Cuando a él mismo se le escapó el primer jadeo, decidió separarse para abrir un cajón de la mesita de noche de Shay, buscando el lubricante. Vio entonces que los preservativos estaban en su propio cuarto, pero luego pensó que tampoco importaba mucho.

    Volvió a mirar a Shay con clarísimo deseo en la mirada, aunque se quedó algo sorprendido cuando le vio, tan sonrojado, empezar a girarse en el sitio hasta quedar bocabajo, con las caderas alzadas.

    Se acordó del chico ese de la universidad —y de toda su estampa, la verdad— cuando pensó que era culpa suya que Shay estuviese cerrando los ojos, aunque pronto se le ocurrió cómo solucionar aquello.

    Se puso algo del lubricante en la lengua, disfrutando de ese sabor dulce y pringoso, y se inclinó frente a Shay para, con la lengua, empezar a esparcir el lubricante en su entrada e incluso en su interior. Una de sus manos agarraba la cadera de Shay mientras la otra, también algo mojada por el lubricante, iba acariciando la erección del joven.

    Cuando consideró que aquella zona estaba suficientemente humedecida, le dio un suave mordisco en una nalga y después se acercó otra vez al cajón para coger el segundo objeto, ese juguete que había visto en los recuerdos del inglés.

    Lo pringó bien de saliva y gel y, entonces, lo fue metiendo poco a poco en el cuerpo del muchacho, inclinándose para, mientras tanto, ir besando su espalda, posando los labios en sus lunares y uniéndolos con la lengua como si marcara constelaciones.

    Eres precioso, Shay —le susurró mientras empezaba a mover de dentro afuera aquel juguete.

    Cuando sintió que el movimiento era más fluido, le hizo abrir un poco más las piernas y se tumbó debajo de él, bocarriba, para recibir en su boca la erección del inglés. En medio de aquel festival de atenciones, decidió encender la vibración más suave del consolador, sorprendiéndose cuando aquello bastó para llenarle la boca del líquido seminal.

    Con un pequeño jadeo, fue sacando el juguete, ya apagado, y tragó, deslizándose después para sacar la cabeza de debajo del cuerpo de Shay a la vez que lo recibía sobre su pecho, dejando así que se tumbara sobre él. Lo abrazó y rodó un poco para quedar ambos de medio lado, y una vez estuvieron acomodados, lo besó mientras atendía su propia erección, manchando el vientre de ambos al terminar con un gemido.

    Continuando con besos suaves y amorosos, dejó a Shay estirado en la cama para que recuperase la respiración mientras él, sin preocuparle estar totalmente desnudo —a excepción de la abrazadera—, fue hasta el baño para coger una toalla humedecida con la que procedió a limpiar el cuerpo del chico entre caricias y nuevos besos.

    Por hoy creo que estará bien así —susurró mientras le besaba el cuello —. No tenemos prisa, ¿verdad? —sonrió, contemplando su rostro. Estuvo cerca de embobarse, así que se obligó a seguir con su tarea auto-impuesta de asear a Shay —Aún me quedan un par de días de vacaciones… Haremos lo que tú quieras. Por ahora… Descansa, agapité.

    Tras susurrar esto con un último beso en sus labios, se aseguró de cubrirle bien con la sábana y lo abrazó contra su pecho, dándole mil caricias hasta que ambos se quedaron dormidos.


    SPOILER (click to view)
    Condotiero: General o caudillo de soldados mercenarios italianos en la Edad Media y en la época moderna y, por extensión, de otros países.
    Literal de la RAE. Yo conozco a los condotieros por el Condottiero Gattamelata de Donatello y el Condottiero Colleoni de Verrocchio.

    Ea, ya tenemos introducidas a la nueva Moira y a su hermana xd

    Luego, agapité (αγαπητέ), me dice Google-chan que es querido en griego. Y eso.

    ¿La respuesta es algo rara? Puede ser. No sé, ha salido así.

    He dudado mucho sobre si poner o no la última escena, PERO ahí se queda, al final. Porque yo lo valgo xd


    Edited by Bananna - 15/11/2019, 15:44
  13. .
    Era imposible saber de dónde había salido aquella figura toda envuelta en ropas negras. Aquel soldado, todavía con el silbato entre los labios, estaba desenvainando su espada cuando el nuevo hombre apareció de la nada. ¿Lo más extraño? No lo hizo en la puerta, como cabría esperar, sino en el aire, como si se hubiese teletransportado durante un salto.

    El nuevo intruso lanzó su enorme sombrero, que cayó sobre la cabeza del viera, protegiéndolo del sonido, y después miró al soldado, clavando en él una mirada fiera, llena de ira, con unos ojos broncíneos que brillaban en tonos anaranjados.

    Su salto interrumpido a mitad marcó media parábola, aterrizando con los pies en el pecho del soldado, que cayó al suelo, preso de la sorpresa. El silbato y la espada cayeron al suelo, haciendo sonidos metálicos al rebotar, pero el soldado no tuvo mucho tiempo a quejarse, no cuando el puño de aquel hombre le atravesó el pecho con el puño en un rápido movimiento.

    Al principio no sintió nada, ni siquiera una ligera molestia. Sin embargo, de pronto un puño se cerró entorno a su corazón, apretándolo con una fuerza inhumana que, literalmente, lo aplastó. El soldado, con sangre cayendo desde las comisuras de sus labios, aún boqueó, mirando sin entender nada al recién llegado mientras se incorporaba sin que ni una gota de sangre salpicase su piel blanca como el marfil.

    Ni siquiera su mano, esa que había penetrado en su pecho sin causarle más marca que un hematoma, tenía sangre entre sus dedos.

    Khamlar respiró hondo ante los ojos abiertos del cadáver y después, con una expresión grave, fue hasta Kunic, agachándose a su lado. Le puso una mano en el hombro y después levantó un poco el sombrero para poder verle la cara.

    —¿Estás bien? —preguntó en voz baja, un susurro quedo.

    Frunció el ceño al escuchar pasos acercándose, seguramente atraídos por el sonido de ese estridente silbato. Dio un par de golpes en el suelo con el pie, tras lo cual ayudó a Kunic a ponerse en pie y, al notarle todavía algo mareado, sin decir palabra, lo cogió en brazos, como si su cuerpo, tan grande como era, no pesase más que un libro.

    —Toma aire y pégate a mí —indicó, apretándolo contra su cuerpo.

    Le miró a los ojos y, aunque seguía con el ceño fruncido, frotó suavemente su nariz contra la de él, intentando con ese gesto cariñoso calmarle un poco o, al menos, recordarle que estaba con él, que no se iba a ir sin él y que le protegería de todo lo que viniese.

    Acto seguido, apoyó su mejilla en la de Kunic, obligando así al viera a agachar un poco la cabeza, y tomó aire, cerrando los ojos. Cuando los volvió a abrir, no estaban en esa especie de jardín grotesco de aire asfixiante por el hedor de la sangre y la carne abierta, sino en una gruta dos metros por debajo del jardín. Allí ni las paredes ni el suelo ni el techo eran de metal, sino de piedra, si bien es cierto que había estructuras colocadas a intervalos periódicos para evitar que esa especie de cueva de viniese abajo.

    Por otra parte, no eran ya esos túneles de enanos ensanchados por los humanos, sino que parecía que siempre habían tenido unas dimensiones bastante grandes, suficientes para que los dos intrusos pudiesen extender los brazos, uno al lado del otro y dar un par de saltos con total comodidad.

    Los brazos de Khamlar temblaron un poco mientras se acuclillaba, dejando a Kunic sentado en su regazo, y volvió a respirar hondo, esta vez casi en un jadeo, como si hubiese corrido una maratón.

    Aún con los ojos cerrados, pudo escuchar cómo encima de sus cabezas los guardias, que acababan de llegar al jardín, empezaban a gritar al descubrir a su compañero muerto, dando voces de alarma.

    —Tenemos que salir de aquí —musitó, sacudiendo ligeramente la cabeza mientras se volvía a incorporar, todavía sin soltar a Kunic —. Avísame si oyes algún sonido del exterior.

    Dicho esto, empezó a caminar por esos oscuros túneles subterráneos, sin que ninguna luz le alumbrase… aunque, al parecer, tampoco le hacía falta.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    No estaba muy seguro de cuánto rato llevaban deambulando por aquellos pasadizos subterráneos. El suficiente para que Kunic pudiese caminar por su propio pie, eso sí, y el suficiente para perderse.

    Al menos, eso habría pensado cualquier otra persona. Lo cierto es que Khamlar caminaba tranquilo, como si supiese por dónde iba. O quizá no tenía ni idea y simplemente fingía conocer el camino. Tomaba la mano de Kunic, en parte por no separarse, en parte por poder ir a un ritmo similar, y su otra mano se mantenía apoyada en una pared, acariciando las rugosidades de la roca y la frialdad de ese metal que de vez en cuando aparecía bajo sus dedos.

    La oscuridad allí abajo era absoluta, al menos por los pasillos que habían estado recorriendo. Khamlar imaginaba que si su compañero no andaba con miedo ni se había tropezado hasta ahora era por su espectacular oído, que de alguna forma le haría mejor idea del ambiente que sus ojos.

    Por su parte, él no tenía problemas en ver en la oscuridad, aunque sí le mosqueaba un poco que no hubiese absolutamente nada. ¿Dónde habían quedado los avances de iluminación artificial que habían desarrollado los científicos de su reino y de otros de su época? ¿Por qué la gente seguía usando velas, antorchas o luciérnagas en vez de una luz constante que no despedía humo?

    Cuando una respuesta llena de recuerdos golpeó su hipocampo, se vio obligado a detenerse y tomar aire hondamente. Cerró los ojos y sacudió la cabeza mientras sentía la curiosidad de Kunic a su lado. Le apretó un poco los dedos para indicarle que todo estaba bien y siguió caminando.

    Fueron unos minutos más de recorrer pasillos todos iguales, con el sonido de alarmas y pasos de soldados sobre las cabezas —aunque también era cierto que eso se había ido mitigando, de alguna forma habían empezado a descender hacia las entrañas de la tierra de forma sutil, aunque constante—, hasta que el entorno cambió. Frente a ellos, unas escaleras labradas en la tierra bajaban un poco más.

    —Ya casi estamos —le prometió Khamlar mientras iba bajando esas escaleras.

    Eran dos tramos de escaleras, con un descanso en medio que obligaba a doblar en recodo. Al final del último tramo entraba cierta luz azulada, muy tenue. Khamlar sonrió y se apuró en bajar esos escalones casi de un salto, atravesando una puerta que les llevó a una especie de cueva con salida al exterior desde arriba.

    Su sonrisa, sin embargo, se apagó al escuchar una respiración y un corazón, muy grande, que bombeaba allí dentro.

    Soltó la mano de Kunic, haciéndole un gesto bajo esa tamizada luz nocturna para que le esperase, y empezó a avanzar entre las estalagmitas que se alzaban como columnas de cal, a veces tocándose finamente con estalactitas. Tras una formación rocosa, encontró una criatura de buen tamaño enroscada sobre sí misma, con cadenas atándola a unas argollas metálicas.

    Sin aliento, Khamlar se acercó a ese dragón y, con cuidado, le puso una mano en el hocico. El reptil abrió sus ojos amarillos y miró al kaltrix con esperanza de ser liberado no tanto de las cadenas como de la vida.

    —Hermosa bestia —susurró el rey, acariciando las escamas del dragón —, en estos momentos no hay nada que pueda hacer, pero… volveré. No sé cuándo, no sé cómo, pero volveré y te sacaré de aquí.

    Posó entonces sus labios sobre el dragón y lo abrazó con dulzura, mientras la criatura emitía un gorjeo triste y volvía a cerrar los ojos.

    Khamlar se quedó así varios segundos, pero después se separó, lentamente, entre caricias cariñosas, y se giró a Kunic, tendiéndole las manos para que se acercase a él. Miró al dragón, quien resopló a modo de despedida antes de volver a dormir, y caminó con el viera hasta una zona más o menos despejada que quedaba justo debajo de la apertura al exterior.

    Alzó el rostro, dejando que la luz de esa luna creciente le bañase, y entonces abrazó a Kunic de nuevo. Bajo sus ropas surgieron algo parecido a tentáculos negros, los cuales se extendieron hasta la embocadura de ese gran hueco exterior. Volvió a tomar al viera entre sus brazos, como para asegurarle de esa forma mayor protección, y después inició el ascenso.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuando la espada del enemigo atravesó su hombro, Ruya abrió los ojos, incorporándose como movido por un resorte. Su mano se sujetaba la herida, pero no manaba sangre, ni tampoco le dolía tanto como en ese recuerdo que sus sueños acababan de revivir.

    Cubierto de una fina capa de sudor fino, respiró hondo y se frotó los párpados, poniéndose en pie sin prestar mucha atención a sus compañeros. Fue a unos arbustos algo separados y desahogó ahí su vejiga, volviendo al sitio junto a una hoguera extinguida donde había dormido.

    Miró, por fin, a su alrededor, aprovechando las luces de ese amanecer incipiente. Hirale estaba acurrucado bajo una manta, abrazando ese zurrón donde llevaba su dichoso diario de viaje como si fuese más importante que su vida. Ciro estaba al otro lado de la hoguera, bocarriba, usando un brazo doblado a modo de almohada y roncando suavemente. El viera y el kaltrix, por su parte, estaban… ¿Dónde estaban?

    La dichosa oveja dormitaba bajo la capa con la que Khamlar se cubría del sol, enroscada en ella de una forma tan cómica como adorable, pero no había ni rastro de esos dos.

    Cerró los ojos e intentó agudizar su oído todo lo posible, esperando oír lo que fuese. Hojas moviéndose, alguna rama al ser pisada. Por dios, hasta le aliviaría oír gemidos o cualquier otra cosa. Pero no, no había… ¡Espera! ¡Sí, le había parecido oír pasos!

    Abrió los ojos y cogió su hacha. Tuvo que masajearse un momento el hombro al volver a recordar el dolor de aquella herida, pero después respiró hondo y caminó en dirección oeste, hacia el castillo de Lagur-Tolen.

    No tuvo que dar muchos pasos, ni siquiera salió del círculo de bártulos que componía ese campamento improvisado, pues más pronto que tarde aparecieron los no-humanos de entre la maleza. Y no tenían buenas caras, la verdad, aunque no sabría decir cuál estaba más derrotado.

    Frunció el ceño y dejó el hacha sobre su hombro, acercándose a los demás para despertar a Ciro con golpes del pie.

    —¡Buenos días, princesas! ¡Arriba, que el día empieza! —dijo en voz alta.

    Hirale empezó a incorporarse, todavía abrazada a su zurrón mientras se frotaba un ojo, desorientada. Ciro, por su parte, tuvo un despertar más abrupto entre las patadas y que Ruya estaba gritando a su lado.

    —¿Qué ocurre? ¿Qué ha pasado? —empezó a preguntar mientras se ponía en pie, tan apurado como si una horda de orcos los estuviesen atacando. Miró a sus lados, confuso, y entonces se fijó en el hombre-conejo —Oh, no…

    Ruya gruñó un poco mientras los otros dos terminaban de llegar.

    —¿Se puede saber qué cojones ha pasado ahora? —Khamlar no respondió, sino que con la mirada gaña y taciturna empezó a recoger su capa del suelo, despertando del todo a Ica —¡Majestad, que te hablo a ti!

    —Callaos —susurró el kaltrix.

    Algo más despejada, Hirale consiguió ponerse en pie y empezó a acercarse a él.

    —Khamlar… —habló con toda la suavidad de la que carecía Ruya —¿Estáis bien? ¿Habéis ido al castillo?

    —Hemos ido al castillo —ratificó Khamlar, sacudiendo las hojas y la tierra de la capa.

    —¿Y bien? —apuró Ruya al ver que el rubio no parecía muy colaborativo.

    El kaltrix, obviamente molesto, se giró hacia Ruya con una mirada fiera, pero también muy triste.

    —¡Basta! —no lo gritó, pero así lo parecía —Sólo… Basta.

    —Khamlar, por favor —volvió a intentarlo Hirale.

    —Estoy… —apretó los labios, interrumpiéndose, y sacudió la cabeza de lado a lado antes de volver a sacudir la capa —Cuando desperté, cuando supe lo que había ocurrido, tuve que asimilar que mi tiempo había pasado. Ya no soy un rey, pues mi reino pereció hace tanto que hasta el cielo y la tierra han cambiado. Puedo entenderlo, de verdad que es algo a lo que me puedo hacer. Yo… —sonrió un poco, una sonrisa triste, y miró a Ruya —Cuando íbamos de campaña, yo no era el príncipe Khamlar. Era un guerrero más, que dormía en el suelo, que cazaba y cocinaba, que ayudaba a cargar equipajes. Sí, me reunía con los generales, pero no tenía privilegios especiales. Por eso puedo aceptar esto. Por eso puedo aceptar que ni siquiera me deis el mínimo de respeto al que estoy acostumbrado. No soy rey ahora, soy un guerrero. Está bien eso.

    Ciro miró a Hirale y le preguntó con un gesto qué ocurría, pero la muchacha le indicó en un susurro quedo que no era el momento para eso.

    Khamlar, por su parte, se envolvió en la capa y, con delicadeza, tiró un poco de Kunic para que se agachase, recuperando así el sombrero.

    —Puedo aceptar no ser un rey, no llevar sedas ni oro, no disponer de sirvientes ni de suntuosos baños, pero… No puedo aceptar ser un monstruo. No puedo seguir ocultándome, no puedo seguir escuchando historias en las que se tacha a mi especie de criaturas tan aterradoras que hay niños que rompen al llorar al oír nuestra mención. No puedo. No cuando los humanos sois lo peor que ha habido en este mundo —respiró hondo, con la voz apagada —. Matáis y arrasáis, destruís todo lo que no os conviene y subyugáis aquello de lo que queréis sacar provecho. ¿Yo soy un monstruo? ¿Yo? —ahora se le rompió la voz y bajó la mirada, medio ocultándose con el sombrero mientras hacía un esfuerzo por no llorar —¡Yo jamás obligaría a una especie entera a refugiarse en santuarios y a huir de fieros cazadores! ¡Jamás atraparía viera para despiezarlos y venderlos a trozos! ¡Jamás encadenaría a un dragón y lo mataría de soledad en las entrañas de un castillo! ¡Un castillo que fue robado a los enanos! ¿También los matasteis a ellos, humanos? ¿También les arrancasteis sus tierras? ¿A cuántas especies habéis aniquilado? ¿Cuántos bosques habéis destruido, cuántos ríos habéis modificado a vuestro antojo? Os jactáis de ser superiores, pero en realidad sólo sois astutos, astutos y asquerosos ladrones de vida y de sustento. ¡Pero el monstruo soy yo! Porque está bien que vosotros vendáis manos y pies arrancados de un viera que aún respiraba, pero es ignominioso que yo consuma carne humana. ¡Criaturas inútiles de doble moral! ¡Monstruos, vosotros sois los monstruos! ¡Vosotros sois los que deberíais extinguiros!

    Respirando de forma acelerada debido al discurso que acababa de soltar, Khamlar miró los rostros estupefactos de sus tres compañeros. Ciro intentaba hacerse a la idea de lo que estaba ocurriendo, Ruya seguramente luchaba porque una respuesta viniese a él. Hirale fue la primera en avanzar, con una mirada comprensiva y también triste.

    —Lo siento mucho, Khamlar. Nosotros no… No todos los humanos son malos, no todos te… —se vio interrumpida cuando Khamlar alzó bruscamente una mano, ordenándole silencio.

    —No. No habléis más, Hirale. Porque vosotros tres no sois mejores que ellos —dijo, señalando con un gesto de cabeza hacia Lagur-Tolen —. El guerrero Ruya mira con desprecio todo lo que no sea como él, no duda en insultarme y en recordarme algo de lo que no fui artífice consciente y vilipendia mi perdido título. El intelectual Ciro es una basura con traje humano que se cree misericordioso por secuestrar criaturas que se ven en la desesperación de no saber a dónde ir… con el fin horrible de crear una subespecie. Y vos, Hirale. Vos alzáis la bandera de la ciencia y del conocimiento, pero a la vez perdéis el alma. ¿No habéis pensado que cada vez que me preguntáis por mi especie o por mi vida estáis metiendo un dedo mojado en limón en una herida que aún sangra? ¿Qué pretendéis de mí, exactamente? ¿Queréis exhibirme ante vuestros colegas universitarios, convertirme en una atracción de feria?

    Khamlar negó con la cabeza mientras Hirale agachaba la cabeza y se abrazaba a su zurrón con una mezcla de vergüenza e impotencia. Los otros dos todavía guardaban silencio.

    —Pensaba que el único que no es humano sería mejor, pero ha resultado ser también un egoísta —dijo entonces el antiguo monarca, mirando a Kunic —. Abandonar un grupo para exponerse a un peligro del cual no os podéis defender por vuestra cuenta, Kunic, demuestra una estupidez que sólo queda a la misma altura de vuestra arrogancia. Si yo no hubiese estado despierto, si no os hubiese seguido, ahora estaríais colgando bocabajo con vuestros compañeros, desangrándoos en unas tinajas grotescas.

    Las piernas de Khamlar temblaron un poco, así que se fue acuclillando para, al final, sentarse en el suelo. Sus hombros cayeron a los lados de su cuerpo, como si se viese incapaz de mantener más una postura perfecta, y su mirada perdió toda la fuerza, quedando sólo teñida de una gran tristeza. Ahora que no mostraba altivez, se percibían con mucha mayor claridad las marcas negras bajo sus ojos, unas ojeras que habían ido oscureciéndose con el correr de los días desde el momento en el que había sido despertado, hacía ya más de un mes.

    Ica, ajena a la conversación que había tenido lugar, pero no al ambiente que caía pesadamente sobre ese campamento, dio unos graciosos pasos hasta Khamlar, quien acarició su lana y abrazó su cuerpo, dejando que, por fin, alguna lágrima tibia rodase por sus mejillas.

    —Lo siento. Por favor, perdonadme.

    Hirale, sorbiéndose los mocos con fuerza, se pasó una mano por la cara y se arrodilló junto al rey, extendiendo los brazos. Khamlar no dudó demasiado a la hora de apoyarse en el pecho de la muchacha, todavía con Ica cómodamente acurrucado entre sus brazos.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Fue abriendo los ojos poco a poco. Lo primero que vio fue el tejido de su sombrero, gracias a la luz del sol que se filtraba a través de la tela. Estaba tumbado, pero en movimiento. Oía los alegres balidos de Ica cerca, de hecho pronto sintió un golpe dado por el mullido cuerpo de la oveja. Lo siguiente que sintió fue una mano acariciando su mejilla.

    Se fue incorporando, girándose para ver que había estado durmiendo sobre el vientre de Hirale, quien le dedicó una radiante sonrisa mientras, con su mano izquierda, sacudía una rama frente a Ica, jugando con la oveja.

    —Buenos días, Khamlar. ¿Has dormido bien?

    —Más le vale —gruñó entonces Ruya, que caminaba a un lado del carruaje en el que, al parecer, estaban la muchacha, el wooloo y el rey —. Ha dormido durante dos días enteros.

    —¿Dos…? —empezó a preguntar Khamlar, confundido.

    Se separó más de Hirale, quedando sentado en el suelo de esa carreta. Miró a su alrededor. Un burro tiraba del carro, siendo guiado por Ciro, quien iba acompañado por Kunic, manteniendo una especie de conversación muda y compartiendo unas galletas de calabaza y zanahoria.

    —Apenas te abracé, caíste rendido —le dijo Hirale con voz suave —. Después, Kunic nos avisó de que se acercaban soldados de la reina, así que Ruya te cargó a su espalda y nos alejamos lo más rápido posible. Llegamos a un pueblecito, compramos este carro… Y aquí estamos, rumbo a Seraporte.

    Khamlar asintió un poco y cruzó las piernas. Volvió a mirar a su alrededor. Iban por un camino rodeado de árboles, pero el viento ya traía cierto olor a sal. Sonrió un poco al recordar la primera vez que había visto el mar, subido a lomos de su grifo, cómo habían bajado en picado y cómo un pez había saltado cerca de él.

    Esa sonrisa se apagó al recordar algo un poco más reciente.

    —Humn… —empezó a decir, respirando hondo —Lamento mucho cómo os hablé. Yo…

    —No te preocupes, Khamlar —le cortó Hirale, tomándole una mano enguantada —. Estabas extenuado y habías pasado por una situación de mucho estrés. Así que lo entendemos, de verdad.

    —Después de todo, eres un viejo cascarrabias, majestad —volvió a hablar Ruya, sacándole la lengua —. Tres mil años no pasan en balde, después de todo.

    —Además —dijo Hirale tras poner los ojos en blanco, como queriendo ignorar al soldado —, dijiste cosas que eran ciertas.

    —Eso es discutible —se quejó Ciro, dándose media vuelta. Resopló un poco —. Todavía no me creo que sea usted un kaltrix.

    —Es un amigo —corrigió Hirale. Entonces empezó a buscar en una de las bolsas que había cerca. Sacó un paquete y se lo acercó —. Toma, debes tener hambre. Es un poco de perdiz, que ayer Ruya cazó dos o tres.

    —Gracias —sonrió un poco Khamlar. Miró entonces al viera y se movió a esas velocidades imposible, quedando sobre el burro, quien se quejó, pero continuó después su camino —. Kunic —le llamó —. Lo siento, no os considero estúpido ni arrogante. No debería haberos hablado así después de que tuvieseis que ver aquello.

    Se había disculpado en voz baja, con una expresión realmente arrepentida, mientras Ruya refunfuñaba sobre favoritismos o algo así. Cuando el viera besó su frente, Khamlar volvió a sonreír y regresó a su sitio en el carro, frente a Hirale, para poder devorar esa carne asada.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —Mañana por la mañana llegaremos a la ciudad —aseguró Ciro mientras Ruya encendía la fogata —. Y entonces os llevaré a mi casa y podremos disfrutar de un festín digno de reyes. ¡Ya verá, amigo Khamlar! —dijo, mirando cómo terminaba de limpiar la carne de lo que había cazado una media hora antes —¡Seguro que está a la altura de sus banquetes! Aunque no habrá carne humana, claro…

    —Por favor —suspiró el kaltrix con hastío —. Sólo requiero carne humana de forma ocasional.

    —¿Y qué hay de esa pila de huesos que había en tu habitación, majestad? —comentó de pronto Ruya en tono casual —Tenían marcas de dientes.

    —¿Pila de… huesos? Qué horror —negó con la cabeza —. Nunca he comido en mi dormitorio, pero de hacerlo habría sido con plato y cubiertos, no directamente del cuerpo —miró entonces hacia el cielo, pensativo, jugando con el cuchillo entre sus manos —. Quizá fuese cosa de Ka-lab. Si consiguió sobrevivir al ataque, no me sorprendería que hubiese seguido durmiendo en sus cojines.

    —¿Ka-lab? —Ciro frunció el ceño.

    —Una tigresa roja —recordó Hirale que Khamlar se la había mencionado hacía unos días —. Claro, dimos por hecho que las marcas eran de dientes de kaltrix, pero… Podrían haber sido de un tigre rojo, ¿no?

    —No lo sé, nunca he visto la dentadura ni de uno ni de otro —suspiró Ciro, mirando entonces a Khamlar con una mezcla de temor y curiosidad —. Lo cierto es que viéndole a usted así cuesta creer ninguna de las leyendas que se cuentan sobre su raza…

    Khamlar sonrió un poco y se frotó la nuca, tocándose después la comisura de los labios con un dedo.

    —Podría decirse que tenemos dos rostros. Uno es… bueno, este. Y el otro es… —dudó, pero al ver el brillo de interés de Hirale, sonrió de nuevo —No os asustéis, por favor.

    Dicho esto, sus ojos, en un parpadeo, pasaron de ser broncíneos a ser naranjas. Su boca se fue abriendo, con la piel rompiéndose para dar paso a dientes afilados y largos como dagas. Sus manos también cambiaron, pues sus uñas se convirtieron en garras capaces de partir un cuerpo en dos de un solo zarpazo.

    Ciro miró esto, boquiabierto, mientras Ruya apartaba la mirada. Aquella imagen le recordaba a sus compañeros muertos y, además, hacía que el príncipe perdiese ese encanto tan dulce que desprendía cuando mostraba su rostro humano.

    —¿Puedo… puedo tocar? —preguntó Hirale.

    Khamlar se acercó a ella, y la muchacha acarició sus dientes con dedos temblorosos. Rozó después su piel y le acarició la mejilla, soltando una risita de emoción mientras se apartaba.

    El kaltrix, por su parte, sacudió un poco los hombros y regresó a su aspecto normal.

    —¡Es fascinante! Viendo toda la transformación, ahora entiendo mejor ese poema sobre el nacimiento de los kaltrix —suspiró Hirale, consiguiendo que Khamlar frunciese el ceño.

    —¿Qué poema?

    —¡Mira! —Hirale sacó de su zurrón el cuaderno y, tras pasar frenéticamente unas cuantas hojas, se lo acercó —Eso de que el kaltrix naciente va devorando a la madre desde el interior…

    —Encantador —soltó Ruya, empezando a coger la carne que Khamlar había cortado para hacerla en el fuego.

    Khamlar, mientras, leía las anotaciones que había en ese cuaderno, con al menos tres letras distintas, aunque tan parecidas que estaba claro que unos habían enseñado a escribir a los otros.

    —¿Quién ha escrito esto?

    —Mi abuelo escribió buena parte, mi padre continuó la labor… Y ahora es mi turno. ¿Por qué? ¿Hay incorrecciones? —preguntó con cierta duda, sentándose al lado de Khamlar —Son todo traducciones de textos muy antiguos e hipótesis…

    —No. No lo son —Khamlar pasó un par de páginas y negó con la cabeza —. Esto no ha sido traducido de ninguna parte. Jamás habríamos escrito sobre nuestras costumbres ni sobre algo tan íntimo con el nacimiento, ni en poemas crípticos ni en canciones legendarias.

    —¿Y de dónde sale esa información? —preguntó ahora Ruya.

    —De otro kaltrix —Khamlar frunció más el ceño —. Tu abuelo debió conocer a un kaltrix que le contó sobre esto, es la única explicación.

    Hirale soltó el aire que había estado reteniendo, sin poder creerse esa declaración. Ciro gimió de forma lastimera.

    —¿Eso significa que hay más? Hace tres días eran sólo leyendas… ¿y ahora resulta que hay más de uno?

    —Pero eso es bueno, ¿no? —intentó Hirale —¡No eres el único, Khamlar!

    —¿No lo entiendes? —susurró Khamlar —Si ese kaltrix o cualquier otro sigue vivo… —negó un par de veces —Rezad para que no me encuentre con él.

    El silencio cayó sobre el campamento improvisado, al menos hasta que Ruya, cansado de caras largas y de gestos tensos, dio un par de palmadas al aire, ganándose una mala mirada de Kunic, Ciro y Khamlar a la vez, cosa que le hizo bastante gracia, aunque intentó controlar la carcajada.

    —Majestad, ve a por algo de verduras, que el conejo carne no creo que coma. Y ve pensando en qué clase de mujer quieres, porque te voy a llevar al mejor burdel que haya en Seraporte, que está claro que tienes mucha frustración y la mitad se irá con alcohol y una buena follada.

    —¡Ruya! —se quejó Hirale, con las mejillas sonrosadas.

    —¿Qué? ¡Pero si es la verdad! Majestad, ¿cuándo fue la última vez que te tiraste a alguien?

    —¿Tirarme a…? ¿Seguimos hablando de sexo? —preguntó con cierta confusión —Da igual, ¡no voy a contestar a esa pregunta! ¡Y no voy a ir a ningún lupanar! Jamás he requerido de una cortesana y no voy a cambiar eso ahora.

    Al ver que Ruya empezaba a abrir la boca para insistir, Khamlar se puso en pie casi de un salto y se alejó de allí para ir a recoger frutas que poder ofrecerle a Kunic.

    —Pues yo creo que un polvazo le vendría de lujo, que se le ve muy tenso —dijo Ruya, encogiéndose de hombros —. ¿A que sí, chuletón andante?

    Ica, a modo de respuesta, soltó un balido antes de acercarse a Kunic en busca de atenciones.


    SPOILER (click to view)
    No estoy totalmente conforme con la respuesta, pero allá va.

    Tenía pensada una escena super chula donde descubrían un templo de la época de Khamlar, pero lo voy a dejar para más adelante. También había pensado que el camino estuviese en algún punto cortado por una avalancha o lo que sea y Khamlar fuese levantando las piedras con su superfuerza de kaltrix, pero he pensado que era mejor dejarlo en ese campamento. Por supuesto, el hecho de que tenga que ir a prepararme ya para ir a clase no tiene nada que ver, no xd

    Ya me dirás qué tal ~
  14. .
    —Dani —dijo Sammy, cogiendo a su hermano de la muñeca para ir con él a un sitio más discreto que la terraza donde estaba —. He oído que Gironella está en el hospital, que le han apuñalado —dijo con auténtica preocupación.

    —Lo sé —respondió Daniel con calma, dándole otra calada al pitillo que acababa de encender.

    Sammy vaciló un poco.

    —Estás muy calmado…

    —¿Preferirías que me echase a llorar? Piénsalo así: nos hemos quitado un par de ojos de encima.

    Sam analizó la expresión de Dani, frunciendo un poco el ceño, como si algo le chirriase de su actitud, pero tuvo que guardarse sus dudas cuando Eileen se acercó a ellos. Se quedó en silencio y miró a Dani, quien simplemente suspiró y dio otra calada al cigarro, dejando que la cocinera se fuese.

    —¿Qué es eso de la pelea? —preguntó ahora Samuel —¿Qué es eso de que se va a tirar por un acantilado?

    —No la hagas caso, Sammy. Si de verdad hubiese auténtico riesgo de suicidio, no lo habría dicho con tanta calma —chasqueó la lengua —. Se debe creer que soy imbécil o fácil de manipular.

    —¿Acaso no vas a ir a verle? —el menor frunció el ceño —Dani, ¿qué le has hecho a Louis?

    —Nada… —suspiró y sacudió la ceniza del cigarrillo —Está bien, joder. Deja de mirarme así, voy a ir a hablar con él…

    Rodó los ojos y acarició una mejilla de Samuel con suavidad, mirándole a los ojos un par de segundos antes de, finalmente, ponerse en marcha.

    No tardó mucho en localizar a Lou, una vez Leen le dijo que estaba por la playa. Se acercó a él, quitándose los zapatos para no resbalar en esas rocas, y se puso a su lado. Terminó su cigarrillo y lo lanzó al agua, mirando después al pelirrojo.

    —Mírate —sonrió un poco, tomándole la cara con una mano. Su pulgar acarició con delicadeza la piel magullada mientras negaba lentamente con la cabeza —. ¿Por qué lo has hecho? Espero que no por mí… —se mordió el labio inferior y suspiró —¿Ha sido por mí? ¿De verdad te has lanzado a los puños para defender mi honor o algo así? Porque lamento decirte que ha sido entonces un gesto inútil. Yo no tengo honor. Y Évariste no mentía al decir que pasé la noche con él —alejó la mano, dándole un par de segundos para procesar la información antes de cruzar los brazos sobre el pecho —. No me malentiendas, ¿hmn? No me gusta, ni como persona ni como amante. El sexo, si me preguntas, fue mediocre… tirando a malo. Pero eso no importa mucho, no fue sexo pasional, sino una especie de transacción económica.

    Daniel soltó una pequeña risita al ver la cara que ponía Lou y se alejó medio pasó. Su cuerpo formó una curva praxiteliana, apoyando todo el peso en una pierna, desplazando un poco la cabeza, equilibrando los hombros. Su mano derecha sujetaba el codo izquierdo, que se doblaba para que el músico apoyase esa mano en su mejilla, mordiéndose de forma seductora la uña del meñique.

    —Oh, no, no pongas esa expresión de sorpresa. No te insultes a ti mismo de esa forma. ¿Acaso no lo sospechaste en ningún momento? ¿Ni siquiera después de lo de la alacena? —se lamió los labios lentamente, fijando la vista en su entrepierna y volviendo a subir a su rostro en un repaso lento —Las personas que pueden hacer eso así, te lo aseguro, no son beatas ni decentes, sino más de la clase de gente que puedes encontrar en callejones y burdeles. Y yo, de entre ellas, tengo bastante habilidad, no vale la pena negarlo.

    Esa especie de sonrisa divertida no abandonó su rostro cuando lo giró hacia el mar, con un largo suspiro, volviendo a cruzar ambos brazos. Sus dedos repiquetearon sobre la piel blanca de su brazo mientras ladeaba un poco la cabeza y, ahora, torcía los labios.

    —Cuando te vi en el tren, mirándome de reojo, supe que me deseabas. Estoy acostumbrada a eso, de hecho me gusta sentirme anhelada —volvió a mirarle, otra vez con una sonrisa roja —. ¿Por qué si no me iba a maquillar así e iba a moverme como me muevo? Adoro que los hombres, y algunas mujeres, suspiren a mi paso. Y pensé que, en fin, podría sacar ventaja contigo. Me pareciste un hombre bueno, recto, y con la llave a ciertas posibilidades —negó un poco con la cabeza y se recolocó un mechón en su sitio —. Pero luego me pareció que estabas empezando a sentir algo más por mí… O, más bien, que estabas empezando a confundir ese deseo físico con algo más profundo. Porque, honestamente, ¿quién soy yo? ¿Me conoces, acaso? No, no contestes. Hace poco más de una semana que convivimos en este hotel, sabes de mí muy poco y, encima, la mitad será mentira, seguramente. Soy una puta, Louis, y no me avergüenza decirlo. Como música no podía vivir, como comprenderás, pero hay muchas formas de ganar dinero y, después de todo, ¿hay tanta diferencia entre vender mi arte y vender mi cuerpo?

    Se encogió un poco de hombros y se sacó la cigarrera, encendiéndose un nuevo cigarrillo. Soltó el humo de la primera calada y continuó hablando.

    —De hecho, te dije hace unos días que puedo ser una mala persona, y no te mentía. Te dije también que lo nuestro no podía llegar a nada. Y, quizá, te parezca tentadora la idea de salir con un idealismo utópico en el que me coges de la mano, me besas y me propones huir juntos y empezar de cero, sacarme del circuito de camas ajenas o cualquier otra tontería del estilo, pero desde ya te digo que sería perder el tiempo. Porque tú me gustas, Lou, pero nunca podría quererte. Si en mi corazón hay espacio para alguien que no sea yo misma, desde luego ese espacio está ocupado por Sammy —alzó un poco la barbilla, con cierta altivez —. Como ves, has desperdiciado tiempo y energías para nada. Porque eso es lo que te va a reportar defenderme: nada de nada. Puedo desnudarme ahora mismo, lanzarme a tus brazos y llorar mientras te beso y te suplico que me hagas tuya… —extendió una mano hacia él —Pero no será gratis.

    Se quedó ahí tres o cuatro segundos, con la mano extendida hacia él. Después, bajó la mano, dio otra calada al cigarrillo y se fue.

    Cuando estuvo suficientemente lejos, apuró el paso hasta llegar al hotel, y prácticamente subió corriendo, todavía con los zapatos en las manos. Entró en el dormitorio y cerró la puerta de golpe, tomando una bocanada de aire tal que cualquiera que le viese pensaría que no había respirado en cinco minutos enteros.

    Había sido más difícil de lo que esperaba mantener esa fachada burlesca e impermeable a las emociones. Sentía que en cualquier momento se le resquebrajaría la máscara, pero… pero ya estaba hecho.

    Esperaba que, después de aquello, Lou le odiase, que terminase por olvidarse de esa Daniela y siguiese con su vida, alejándose de ese torbellino de peligros y malas emociones que era el Graham.

    Con todo… Una parte de él, la más egoísta e irracional, gritaba que debía correr hacia Lou y abrazarlo con fuerza, besarle y explicárselo todo. Pero no, no lo haría. Por mucho que doliese aquello, sería menos doloroso que cualquier futuro juntos.

    Sí. Sí, desde luego.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Terminada la actuación, Dani observó con cierta curiosidad cómo Marcia parecía apresurarse en recoger sus cosas antes de irse. Cualquier duda se vio resuelta al verla dirigirse hacia Leen, quien la esperaba con una sonrisa entre nerviosa y emocionada y arreglada, con el pelo suelto y otra ropa, como si necesitase dar una buena impresión.

    Bien, esperaba que tuviesen una buena noche.

    Dani, por su cuenta, fue directamente con Samuel al dormitorio. Esta vez no tenía ganas ni de pasear, ni de beber, ni de buscar algún amante suficientemente colocado como para no discernir lo que tenía entre las piernas.

    No sabía si podría dormir, no con tantas cosas en mente, con tanas voces en la cabeza, pero de todas formas se desmaquilló, se desnudó y se metió directamente en la cama de Samuel, quien primero lo miró con cierta extrañeza y después le abrazó con suavidad, acariciándole el pelo en silencio.

    Unas horas después, cuando apenas amanecía, Daniel estaba ya a punto para salir. Besó a su durmiente hermano, se puso una chaqueta y salió de la forma más silenciosamente posible. Fuera del hotel le esperaba un coche con cierto francés apoyado en la puerta, los brazos cruzados sobre el pecho.

    —Bonjour, mademoiselle —dijo con cierta sorna. Daniel le ignoró y simplemente entró en el coche.

    El viaje no fue muy largo, unos diez minutos, aunque teniendo a Évariste al lado, se le hizo muchísimo más largo. En un momento dado, miró su perfil, recortado con las luces del amanecer, y llegó a pensar que, de haberse conocido en otras circunstancias, seguramente se habría acostado con él de buen grado. Suspiró con este pensamiento y, durante el resto del camino, miró en la dirección contraria.

    El hospital les recibió con miradas legañosas y somnolientas, en su mayor parte, pero nadie les puso problemas y más pronto que tarde Dani estaba sentado en un taburete junto a la cama de Gironella. Tomó su mano con suavidad y acarició sus cabellos.

    —Lamento tanto que haya ocurrido esto —le dijo en voz baja, sintiendo la mirada de Év desde la puerta —. De verdad, no te habría herido si me hubieses dado otra opción. Intenté no darte en ningún órgano vital… Parece que lo logré —sonrió con cierta tristeza, sintiendo cómo Frederick, aparentemente dormido, le apretaba los dedos —. Tienes que vivir, ¿vale? Y tienes que recuperarte. Tienes que hacerlo para poder seguir cuidando a tu madre. Yo pronto me iré, desapareceré y no tendrás que volver a preocuparte por mí. Te lo prometo.

    Con estas palabras, besó los labios del detective. Al separarse, se encontró con sus ojos abiertos y, tras una nueva sonrisa, volvió a bajar para darle un beso más profundo, algo más sentido. Le besó entonces la frente, soltó sus dedos y se fue.

    Gironella suspiró y, cuando la puerta se cerró, giró la cabeza, encontrándose un jarrón con un par de girasoles. Cerró los ojos e intentó dormir un poco más.

    —¿Tenías que besarle? —gruñó Évariste mientras volvían al coche.

    —Me ha parecido apropiado —susurró Dani con un encogimiento de hombros mientras entraba en el asiento del copiloto. Cuando Év se acomodó a su lado, ladeó un poco la cabeza —. De todas formas, si te desagrada tanto la idea, puedo ponerme de espaldas y así no tendrás que besarme.

    Évariste sonrió y arrancó el coche.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    —¿Vas a contarlo o no?

    Marcia, con la boca llena de bizcocho de naranja, miró a Lizzy y a Sammy alternativamente, de forma inquisitiva.

    —Creo que Lizzy se refiere a tu cita con Eileen.

    Al oír esto, Marcia empezó a toser, golpeándose el pecho para no atragantarse con las migas. Tragó con lagrimitas en los ojos, dando luego un generoso sorbo al zumo que le ofrecía Sam, y tosió un poco más.

    —¿Qué cita?

    —No puedes negarlo, todas te vimos —se rio Lizzy con más fuerza al ver cómo Marcia se ofuscaba.

    —No niego que quedé con ella después de la actuación, ¡pero no fue una cita!

    —¡Claro, claro!

    Seguían riéndose cuando un suave carraspeo hizo que las tres callasen, girándose a mirar al recién llegado. Samuel se levantó al reconocer al pianista del hotel y se disculpó con las otras, cogiendo su vaso para ir a sentarse con él en otra mesa.

    —Uy, ¿y eso?

    —No tengo ni idea… —suspiró Lizzy, apoyando un codo en la mesa y reposando la mejilla sobre la mano —¿Tendrá algo que ver con lo del italiano?

    —A mí no me sorprendería, la verdad…

    —Bueno, volviendo a tu cita…

    —¡Que no hubo cita!

    Y mientras esas dos se seguían peleando, Sammy aceptaba con una sonrisa la taza de té que Mark, el pianista, le ofrecía amablemente. Se habían encontrado el día anterior después de que Daniel fuese a buscar a Louis, cosa que Sammy no sabía realmente cómo había ido (imaginaba que mal, viendo cómo su hermano le había abrazado aquella noche).

    Mark se había acercado con una sonrisa sincera y un par de bromas en los labios. Rápidamente había tranquilizado a quien creía una novicia diciéndole que las mujeres le interesaban lo mismo que a un burro volar, y tras ello se habían puesto a hablar de música, lo cual había sido un soplo de aire fresco para Samuel.

    A ver, no era que las chicas de la banda fuesen unas ineptas, pero pocas habían recibido una educación profesional o de conservatorio, por lo que, por ejemplo, de historia sabían más bien poco, siendo que a Samuel le apasionaba ese tema.

    Por lo tanto, tampoco era de extrañar que rápidamente hubiese surgido cierta afinidad con Mark, quien además alababa su arte al piano, otro detalle que rara vez ocurría. Por los ambientes por los que se movía, tocar el piano era algo que solía quedar fuera de su rango, teniendo que conformarse con el contrabajo, que también le gustaba, sí, pero no era su instrumento favorito.

    Imaginaba que a Daniel le ocurría algo parecido. Sí, sabía que a su hermano le encantaba el saxofón, disfrutaba mucho con él y se lo pasaba en grande tocándolo, no había más que verlo… Pero también sabía que su corazón realmente estaba con el violín. Un violín que había perdido hacía muchos años, ahora que lo pensaba.

    —Oye, ese hombre no nos quita el ojo de encima —susurró Mark de pronto, haciendo que Sammy se girase sin demasiada discreción —. ¿Lo conoces?

    Samuel sonrió un poco y alzó una mano, saludando así a Massimiliano.

    —Es un amigo —dijo, volviendo a girarse a Mark con otra sonrisa dulce —. Por favor, ¡continúa!

    —Claro, pues como te iba diciendo, se llaman cantos gregorianos porque, durante muchísimo tiempo, se creyó que los había compuesto el papa Gregorio I, ¡pero no es cierto! No se sabe realmente que compusiese nada. Lo único que hizo fue hacer una reforma litúrgica, centralizando la administración, el derecho canónico y la liturgia en Occidente, y de todo esto salió un repertorio de cantos, basado en una reforma anterior, que se denominó gregoriano.

    —Vaya… Es muy interesante —dijo, cogiendo el tenedor para cortar un trozo de tarta de manzana —. Mi profesora no me contó casi nada sobre el canto gregoriano. Lo básico sobre las divisiones silábicas, neumáticas y melismáticas, un poco la evolución con los diferentes graduales…

    —Bueno, eso no está nada mal. Lo cierto es que si yo no hubiese pasado tiempo rebuscando en bibliotecas, quizá no tendría ahora ese dato para soltarlo a la cara del imprudente viandante que se atreva a escuchar mis desvaríos —se rio Mark, a lo que Sammy, con una risita, le puso una mano sobre los dedos, en una caricia.

    —Qué va. No son desvaríos, son datos fantásticos que me alegra poder aprender.

    Mark le tomó la mano, llevándosela al pecho en un gesto dramáticamente solemne.

    —Sam… No sé si te lo han dicho antes, pero eres una joya.

    Sammy se rio al oír esto y negó con la cabeza, apartando la mano con cierta brusquedad al recordar que Massimiliano estaba ahí. Se recolocó un mechón tras la oreja y siguió desayunando tras proponer un nuevo tema de conversación.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuando Samuel entró en la habitación, canturreando una canción, se encontró a Daniel frente al espejo, en ropa interior, pasándose una esponjita de maquillaje por el cuello. No le costó mucho ver el chupetón oscuro que se marcaba ahí y que tenía compañeros por el vientre y los muslos de Daniel.

    El mayor miró a su hermano, apretó los labios y volvió al espejo en silencio, pero Samuel, tras cerrar apresuradamente la puerta, golpeó la mesa de la coqueta con un puño.

    —¡¿Qué demonios has hecho?!

    —Me he acostado con alguien —gruñó Daniel, obviamente de mal humor —. Y con lo contento que estás, casi podría decir lo mismo de ti.

    —Pero… Qué… Yo… —Samuel no tartamudeaba, sino que trastabillaba de la pura rabia. Volvió a golpear la madera, haciendo que su hermano tomase aire mientras ponía los ojos en blanco —¿Cómo se te ocurre? ¿Saben quién eres o has aprovechado que el policía está en el hospital para pasearte con ropa normal por ahí?

    —Sammy, no tienes que preocuparte por eso.

    —¡¡Cómo osas!! —gritó, esta vez dando una patada al suelo, lívido de ira —¡¿Que no tengo que preocuparme?! Vaya, ¿y por qué será que siempre que dices eso terminamos metidos en un lío enorme? «No tienes que preocuparte por nada», dijiste antes de terminar en un vertedero con cinco puñaladas en la espalda. «Lo tengo controlado», dijiste el día antes de hacerme recoger todo para coger el primer tren a Chicago. «Tranquilo, Sammy, que todo irá bien», dijiste antes de que la PUÑETERA MAFIA nos empezase a perseguir por todo el país. ¡Para ti todo está siempre bien! ¡Nunca tengo que preocuparme de nada! Y, de alguna forma, ¡siempre termina siendo todo un infierno!

    Resollando, prácticamente, Samuel miró a Daniel, quien se había quedado quieto y muy callado, con una expresión muy difícil de identificar. Podía estar cabreado, triste o totalmente indiferente al arranque de ira de su hermano pequeño.

    Pestañeó, bajó la mirada, pareció pensarse si hablar o no y terminó volvió a mirarse en el espejo, para seguir cubriéndose las marcas más visibles.

    —Sé que lo he hecho todo mal, Sammy. De verdad que lo sé —empezó a decir en un tono tranquilo —. Si es lo que quieres, podemos separarnos después de esto. Te daré tu parte del dinero y te dejaré vivir tu vida a tu manera e irte a donde quieras —se giró a mirarle con una sonrisa extraña —. Si es lo que quieres, no volveré a molestarte.

    Samuel le miró durante un largo minuto. Apretó los puños, respiró hondo, hundió los dedos en su cabello y, con las lágrimas empezando a desbordar sus mejillas, se dio media vuelta y se fue, dando un fuerte portazo.

    Daniel respiró hondo, apoyando las manos en la coqueta, y cerró los ojos. No mucho después, terminó arrodillado en el suelo, abrazándose a sí mismo e intentando no hacer mucho ruido al llorar.

    Sammy, por su parte, buscó a Marcia y a Lizzy en el sitio donde esperaba que estuviesen. Sin embargo, no las encontró, por lo que acabó refugiándose en un banco de la zona ajardinada, intentando ocultarse de la vista y calmar su llanto.

    De pronto, un pañuelo blanco apareció frente a su campo de visión. Lo tomó con manos temblorosas y lo usó para limpiarse un poco, esperando de alguna forma que fuese Mark, o cualquier desconocido. Incluso Massimiliano habría estado mejor.

    Pero no, tenía que ser Hudson.

    —¿Qué te ha pasado, preciosa? —preguntó con una voz aterciopelada que a Sammy le dio mucho asco, sobre todo cuando al tipo se le ocurrió la infeliz idea de sentarse a su lado, rodeándole el hombro con un brazo —¿Por quién derramas esas lágrimas?

    —Señor Hudson… Preferiría estar sola —dijo con la voz rota, intentando apartarse.

    —¡Tonterías! En un momento de dolor o tristeza, no hay nada mejor que tener un hombro amigo.

    —Por favor… Por favor, déjeme en paz —dijo con algo más de firmeza.

    Hudson, lejos de soltarle, apretó su cuerpo con más fuerza contra su pecho. Una de sus manos acarició la mejilla de Sammy, con el pulgar sus labios, haciéndole entreabrirlos un poco.

    —¿Por qué me rechazas? ¿No te parezco suficientemente atractivo? ¿No soy suficientemente rico? Samanta… Puedo ser todo lo que deseas y más. ¿Lo entiendes?

    Samuel apretó los dientes, respiró hondo y, por fin, consiguió separarse, alejándose de aquel hombre. Le devolvió el pañuelo y, sin decir nada más, pudo darse media vuelta y alejarse de él.

    Con la nariz y los ojos rojos e hinchados, las mejillas todavía empapadas, se detuvo de pronto en mitad de un camino. Miró a la gente a su alrededor, parejas o incluso familias, compañeros de negocios, algún solitario por ahí. Algunos iban a la playa, otros volvían de allí, otros paseaban del brazo o se quedaban a leer en un banco, o fumaban o iban al coche para hacer alguna excursión.

    Sammy no había vivido nunca sin Daniel. No era una exageración, realmente no recordaba haber pasado lejos de él más de dos semanas, y aquello fue una excepción, un viaje que Daniel hizo a París por… Ni siquiera recordaba por qué, sólo que esos quince días estuvo en casa de un compañero de clase.

    Pensó otra vez en la propuesta. En irse por su cuenta, alejarse de Daniel. Pensó también en lo que le había soltado, prácticamente echándole la culpa de todos sus males. Como si él jamás hubiese podido negarse o decir algo al respecto. Como si nunca hubiese tenido la posibilidad de ver la realidad, en vez de, simplemente, preferir fingir que era ciego ante lo que ocurría.

    Se sintió tan mal, con un agujero en el centro del cuerpo, se sintió tan pequeño, tan solo, tan perdido, tan asustado, que rompió a llorar de nuevo, en un lamento que hizo que más de una persona detuviese sus tareas y se girase a mirarle.

    Un par de personas incluso se acercaron para preguntarle si estaba bien, pero Samuel ni siquiera parecía darse cuenta de que le hablaban o tocaban, tal era su disgusto. Por eso, cuando vio a Marcia, simplemente extendió los brazos hacia él, como un niño pequeño que le pide a su madre que le cargue en brazos.

    Marcia rápidamente lo abrazo y lo apretó contra su pecho. Le susurró alguna palabra tranquilizadora que Sammy no alcanzó a entender, le tomó la mano y lo llevó a su propia habitación, donde Lizzy estaba leyendo una revista.

    Ambas muchachas se acurrucaron con la falsa novicia, quien al cabo de muy poco cayó en un profundo sueño.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    La actuación había finalizado entre los aplausos entusiasmados del público. Esta vez, por un acuerdo hecho diez minutos antes de empezar el espectáculo, todas las chicas de la banda habían tenido una pequeña participación en solo durante algún momento, lo que había hecho que todas pudiesen lucirse por igual, en vez de quedar relegadas a sus papeles habituales.

    Había sido una buena noche para las Hijas de Euterpe, desde luego, incluso si cuatro de ellas estaban con los ánimos bajos. La saxofonista fingía que todo iba estupendamente bien, pero estaba callada, alicaída. Los ojos de la contrabajista eran un mar de tristeza. Y tanto la chelista como la flautista estaban preocupadas por las dos primeras.

    La señorita Thompson, viendo esto, habló en voz baja con el señor Hudson, quien asintió con una gran sonrisa. Había propuesto el hombre hacer un nuevo brindis esa noche, pero la directora se había negado, alegando que sería mejor dejarlo para el último día. Ahora, al parecer, había cambiado de opinión, porque el representante iba a por copas y una botella.

    Fue Hudson el encargado de llenar las copas y distribuirlas, mientras las chicas hablaban y reían, hacían planes para el día siguiente o comentaban sobre algo que les había pasado durante el día. Sammy, distraído como estaba, apenas asintió cuando cogió su copa, pero de pronto Dani, con quien no había hablado desde esa última conversación frente al espejo, apareció a su lado y le hizo cambiar la copa.

    —¿Por qué? —preguntó Samuel, saliendo de su mundo de pensamientos con un parpadeo confundido.

    —La tuya estaba más llena —sonrió Daniel.

    Entonces, Sally llamó la atención de las chicas.

    —Queda poco de nuestra estancia en el hotel —empezó a decir —, pero el tiempo que llevamos aquí ha sido magnífico. Estoy muy orgullosa de ustedes y del buen trabajo que están haciendo. Por favor, continúen así, ¡que ni personal ni huéspedes puedan olvidarse de las Hijas de Euterpe!

    Las muchachas estallaron en silbidos y aplausos. Alzaron todas sus copas y bebieron animadamente, habiendo tal algarabía que sólo Daniel notó cómo Hudson miraba a Samuel, quien estaba girado hacia Lizzy y Marcia, que a su vez hablaban con Susan. Puso una mano en el hombro de su hermano, captando la atención del representante, y le miró fijamente a los ojos unos segundos, levantando la copa vacía, como si brindase hacia él.

    Le vio palidecer, apretar los labios y retirarse, y con una pequeña sonrisa triunfal, se giró hacia las otras chicas. Las escuchó a medias en silencio, pero al cabo de varios minutos, quizá diez o más, carraspeó, interrumpiendo la conversación.

    —Disculpad, queridas. Hoy he tenido un día muy largo, voy a irme ya.

    —Oh… ¿Tan pronto? —preguntó Susan con afectación.

    —Sí, necesito recuperar horas de sueño —sonrió, apretando un poco el hombro de Samuel —. ¿Me acompañas? Tú también pareces cansada…

    —Supongo —suspiró Samuel, sin muchas ganas de discutir.

    Terminaron por despedirse de las chicas y salieron juntos de allí, dirigiéndose hacia las escaleras que, al otro lado del hotel, les llevarían a su planta.

    Ese era el plan, al menos. Lo cierto es que a medio camino, a Daniel le empezaron a fallar las piernas. Se apoyó en Samuel, que al momento se alarmó al ver cómo el mayor ardía. Le puso una mano en la mejilla, que efectivamente estaba enrojecida incluso bajo el maquillaje, y al ver sus ojos los vio enrojecidos.

    —Dani, ¿qué te ocurre? —preguntó.

    Daniel pareció abrir la boca para decir algo, pero tras tartamudear algo incomprensible, volvió a ceder bajo su peso, sin terminar de perder la consciencia, aunque obligando a Samuel a casi cargarle sobre la espalda.

    Sin saber muy bien qué hacer, terminó llevando a Daniel a una habitación de la primera planta. Agradeció que Lou le abriese la puerta, aunque no esperó a tener su permiso para entrar, directamente irrumpió en el dormitorio del chef.

    —¡No sé qué le ocurre a Dani! ¡Por favor, necesito tu ayuda! —exclamó con auténtico apuro.

    Una vez tuvo a Dani tumbado en la cama, volvió a tomarle la temperatura, luego el pulso, y se mordió el puño, negando con la cabeza. Corrió a la puerta y se aseguró de cerrarla bien, mirando después a Lou con dudas. Abrió la boca para hablar, pero al escuchar a Dani soltar un suave quejido, decidió dejar las explicaciones para luego.

    Le quitó los zapatos y, de pronto, le retiró la peluca, apañándoselas para abrirle y bajarle el vestido. El sostén se fue al suelo y la cabeza de Sam se pegó al pecho de Dani.

    —Le va muy rápido… Y tiene fiebre alta. Por favor, trae toallas húmedas o algo. ¡Lou, por favor, ya!

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Sentado en la cama del chef, Samuel acariciaba la cabeza de Daniel. Le había limpiado todo el maquillaje y él mismo se había desecho de su peluca para poder ir más cómodo. Al parecer, la fiebre del mayor de los Graham se había reducido al cabo de una hora o así, pero seguía inconsciente y con la piel bastante caliente.

    Miró a Louis y respiró hondo. Le había explicado la historia de forma algo atropellada, un poco por encima. Cómo Dani les había conseguido un trabajo en un bar clandestino. Cómo una noche hubo una redada y, al huir, se metieron entre callejones. Cómo habían presenciado una masacre entre mafias —y cómo Dani le había intentado cubrir ojos y oídos para que el menor no viese aquello—, cómo uno de los mafiosos les había pillado y había reconocido a Dani. Cómo habían terminado disfrazándose de mujer y entrando en la banda.

    Y, ahora, se sentía increíblemente mal por haber puesto tal carga en los hombros de aquel agradable hombre.

    —Lo siento mucho. Siento… haberte metido en esto. La verdad es que… no sé, no se me ocurría nada más. Necesitaba ayuda, y Dani me dijo que tú eras la única persona en la que realmente podría confiar y a la que podría pedir ayuda si a ella… a él —se corrigió con un suspiro extenuado —le ocurría algo. No podíamos ir a un médico, como comprenderás… Y si le hubiese llevado a nuestra habitación, Lizzy y Marcia habrían entrado sin permiso, pero al estar aquí… entenderán cualquier cosa y no intervendrán, supongo.

    Cerró los ojos, apoyando la cabeza en la pared. ¿Cuántas veces había llorado en lo que llevaba de día? Había perdido la cuenta, la verdad. Se pasó una mano por la cara, llevándose restos de humedades con la manga, y respiró hondo.

    —Antes… cuando hemos brindado antes, me ha quitado la copa, me la ha cambiado por la suya. ¿Crees que ha sido eso? ¿Ha visto que…? —su semblante se enfrió de pronto —El cabrón de Hudson… Me ha estado acosando desde que llegó al hotel. Esta tarde ha intentado besarme y… no era la primera vez… Dios mío, ¿me ha drogado la copa y Dani se la ha tomado por mí? —murmuró, abrazando con más fuerza a su hermano antes de volver a sollozar —Estoy tan cansado… Estoy harto de esto, de verdad. No quiero seguir huyendo, no quiero seguir viéndole sufrir así. Y no sé qué hacer… No tengo ni idea de qué hacer, Louis… Sólo quiero que todo acabe, ir a casa…
  15. .
    Mentirían si dijesen que no estaban preocupadas por las hermanas Smith. Parecían haber arreglado sus diferencias, desde luego, pero Sammy seguía pareciendo triste, como un niño que acaba de enterarse de que Santa Claus es, en realidad, los padres, y Dani estaba algo menos vibrante de lo normal. Seguía hablando, riendo y fumando con ellas como siempre, pero a la vez parecía algo más silenciosa, quizá.

    Ni Lizzy, ni Marcia, que se habían vuelto las más cercanas a esas dos desde el tren, tenían ni idea de qué podía ocurrirles, pero tampoco se atrevían a preguntar. Después de todo, si se trataba de un asunto familiar, ¿qué iban a decir ellas, que sólo las conocían desde hacía una semana?

    Por eso, intentaron simplemente hacerles ver que estaban ahí si querían hablar o si necesitaban apoyo, pasando después al plan de la distracción. Si podían hacer que se centrasen en pasarlo bien, quizá la cosa mejoraría un poco.

    Pasada la actuación, sin embargo, Sammy se retiró bastante pronto y Dani no tardó en seguirla, aunque se quedó un poco más para hablar con la banda, como hacían cada noche.

    Estaban Marcia y Lizzy pensando ya en qué acciones tomar al respecto al día siguiente cuando dos cocineros se presentaron allí para invitarlas a tomar algo. Lizzy no tardó mucho en reír y aceptar la invitación de Martin y Eileen, y no hubo falta mucho para convencer a Marcia de que se uniese.

    Y fue realmente agradable, una forma ideal de cerrar el día, conociéndose un poco mejor, riendo con anécdotas o sorprendiéndose al descubrir algo inesperado.

    A la mañana siguiente, pasado ya el turno de desayunos, Lizzy y Marcia tomaban un refresco en la terraza del bar, comentando sus impresiones sobre aquellos dos.

    Martin es adorable —dijo Lizzy por tercera vez desde esa especie de cita —. A veces parece tan tímido, como si temiese que fuese a morderle si se acerca mucho… Me dan ganas de estrujarle las mejillas y llenarle de besos.

    Seguramente con eso lo matarías —se rio Marcia —. ¿No has visto cómo se sonroja sólo con estar cerca de ti? Llegas a tocarle y le explota el corazón.

    Ah, pero no creo que sea por estar cerca de mí… Quiero decir, no, ¿verdad?

    Humn… —se miraron y compartieron una risa, aunque después Marcia se giró e hizo unos gestos a la figura que acababa de entrar —¡Sammy! Ven, ven con nosotras. ¡Lizzy ha ligado!

    ¡Qué va!

    Oh, ¿y eso? —sonrió dulcemente la novicia mientras tomaba asiento con ellas.

    Nada, esta, que delira —se quejó Lizzy, dándole un pequeño empujón a Marcia.

    ¡No es cierto! ¿Sabes Martin, el amigo de Leen?

    Tomate —asintió Sammy.

    Pues ayer Leen y él nos invitaron a Lizzy y a mí a tomar algo… Y está clarísimo que a Martin le gusta Lizzy.

    Sí, pero eso lo podría haber dicho yo —sonrió Sammy, mientras Lizzy se tapaba la cara, roja, ahogando un gritito —. Y parece que es mutuo, ¿no?

    ¡Eso digo yo!

    ¡Qué pesadas sois!

    Las dos atacantes se rieron, sobre todo cuando Lizzy se empeñó en cambiar de tema. Sammy aprovechó para ir a pedirse un zumo, volviendo después a unirse a la conversación. Por desgracia, no tardó en recaer sobre ella.

    ¡Oye! —dijo Marcia, dando un golpe en la mesa —Hoy estás mejor que ayer, ¿verdad?

    ¿Hmn? Sí, supongo que sí —sonrió Sammy, echándose un par de cabellos tras la oreja.

    Nos tenías preocupadas, la verdad…

    Estoy bien, no es nada.

    ¿Seguro? —insistió Lizzy con ese toque más maternal, tomándole una mano a Sammy, quien volvió a asentir.

    Sí, simplemente… Ayer me di cuenta de que estaba cometiendo un error muy grave con alguien… Pero lo tengo más digerido ahora.

    ¿El italiano? —Marcia frunció el ceño —¿Te ha hecho daño ese bastardo?

    Sammy se rio un poco, negando con la cabeza.

    No, no… La culpa fue mía, que por un momento pensé que podría ocurrir algo… Pero está claro que no.

    ¿Y por qué no? Si él te gusta y tú le gustas a él… —intentó Lizzy, a lo que Sam le dirigió otra sonrisa, algo triste.

    Qué va. No creo gustarle, realmente, no más allá de… lo físico —agachó la mirada con las mejillas algo rosadas —. Igualmente… La diferencia de edad, el hecho de que Dani y yo nos vamos a ir cuando termine el contrato… Por no hablar de esto —se tocó el crucifijo —. Nada, no sé por qué me empecé a hacer ilusiones, si ya sabía que nunca ocurriría nada…

    Porque eres humana, Sammy… Eres humana y tienes todo el derecho del mundo a sentir —sonrió Lizzy.

    Samuel la miró y, siendo sinceros, lo único que pudo hacer fue sonreír y asentir un poco.

    Después, volvió a cambiar el tema de conversación hacia la cita doble de esas dos con Martin y Leen.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Esperaba que, pasado el primer día tras la ruptura, se sentiría algo mejor. De todas formas, no era la primera vez que se separaba de alguien, no entendía por qué le dolía tantísimo haber empujado a Lou fuera de su vida de esa forma.

    Pero no podía evitarlo. Seguía pensando en sus labios, las caricias de sus dedos, su mirada tan dulce y atenta, cómo el tiempo pasaba volando cuando estaban juntos, simplemente charlando de cualquier cosa con una copita de vino delante.

    Incluso seguía pensando en el episodio de la alacena y lo frustrante que era el no haber podido hacer nada más que utilizar su boca, como si realmente tuviese la necesidad de abrazarse a él, rodearle la cintura con las piernas y perderse entre sus caricias, sus besos, el olor de su piel…

    Suspiró y sacudió la cabeza, frotándose después la nuca.

    Daba igual. Por mucho que doliese, aquello era lo mejor que podía haber hecho. Es decir, ¿qué habría pasado si hubiese esperado más a cortar lazos con él? No, mejor así.

    Incluso si realmente estaba empezando a sentir algo por ese pelirrojo, cosa que ya de por sí era mala, sería todavía peor haberse quedado a su lado. Porque, sí, podría haberle tendido una mano y haberle ofrecido irse juntos, pero… ¿Para qué? ¿Para ponerle a él también en peligro? ¿Para ser responsable de cualquier cosa mala que le ocurriese a él también?

    Ya tenía bastante con haberle jodido la vida a Sammy, gracias.

    Y, hablando de Sammy, desde la ventana de la habitación, donde se había quedado en un arranque de antisociabilidad, le vio caminando por la playa y, de pronto, deteniéndose para girarse ante una llamada. Con el ceño algo fruncido, vio a Massimiliano acercarse a su hermanito… quien, por cierto, le sonreía, aunque le complació ver que, pese a todo, parecía mantener cierta distancia con el italiano.

    Bien. Eso estaba bien.

    Aplastó la colilla contra la barandilla y se alejó del balcón, cerrando las cortinas a su espalda para luego dirigirse a la coqueta, con la idea de empezar a maquillarse.

    Sólo unos días más, y podrían olvidarse de todo esto.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    He estado paseando con Massi —comentó Samuel, balanceando los pies de forma nerviosa mientras veía a Dani encenderse un cigarrillo en el balcón.

    ¿Y qué tal?

    Bueno… Ha habido un poco de tensión, porque esta vez no le he tomado el brazo ni le he dejado acercarse mucho, pero… Bastante bien. Salvo por esto, ha sido muy normal —miró a Daniel, ladeando un poco la cabeza —. Le he comentado que anoche no le vi en la actuación.

    Ah… —Dani dio una calada, con aparente desinterés.

    Pensando en ello, me he dado cuenta de que tampoco vi a Louis Paget —no obtuvo reacción por parte de su hermano, así que cruzó los pies y dejó las piernas quietas —. ¿Estás haciendo eso de pasar de él para que te desee más?

    Oh, vaya. No pensaba que prestases atención a mis tácticas —sonrió Dani.

    ¡Daniel! —suspiró y negó con la cabeza —No he hablado mucho con él, pero me parece buena persona. Por favor… No le hagas daño.

    Dan se quedó ahí más serio. Se encogió un poco de hombros, apuró el cigarro con prisas y se separó del balcón, dirigiéndose a su cama, a los pies de la cual estaban sus zapatos.

    Vamos, la cena está por empezar.

    Samuel, viendo que no iba a conseguir nada más en esos momentos, respiró hondo y asintió, recolocándose la peluca antes de salir con su hermano.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Con los zapatos en una mano y un cigarrillo colgando de los labios, Dani paseaba por la playa, sintiendo sus dedos hundirse en una arena ya fría, ahora que hacía rato que el sol se había ocultado, pero que conservaba aún todas las huellas de un día lleno de juegos y tránsito humano.

    Esas horas eran fantásticas. Hacía fresco, incluso algo de frío cuando soplaba el aire, y la oscuridad sería absoluta de no ser por algunas luces puestas a intervalos regulares a lo largo de la franja de arena.

    Pero, lo mejor de todo, sin lugar a dudas, era la tranquilidad. ¡No había ni un alma! No a esas horas, al menos, cuando la banda acababa de terminar su actuación y los que no se habían ido a dormir aún, preferían tomarse la última en el bar o en la propia sala de actuaciones, lo que le daba total libertad para sumirse en sus oscuros pensamientos —cosa que tampoco era muy recomendable, pero en esos momentos sentía necesitar esa dosis de autocompasión—.

    O, al menos, no debería haber un alma. A lo lejos, con los pies metidos en el agua, vio una figura que no tardó en reconocer la de Frederick Gironella.

    Su primer impulso fue, por supuesto, dar media vuelta y regresar antes de que le reconociese. No le apetecía demasiado enfrentarse en esos momentos al detective que le estaba dando caza. Sin embargo, antes de poder hacer nada, Gironella se giró a mirarla y le sonrió, saludándole con la mano, por lo que Dani suspiró y se acercó.

    No tuvo que mojarse, Frederick salió del radio de alcance de las olas al acercarse a ella.

    Una noche muy agradable —dijo Dani cuando estuvieron suficientemente cerca.

    No tan agradable como este encuentro —sonrió el detective, tomándole la mano para besarle caballerosamente el dorso —. No esperaba encontrarme a nadie, menos a una joven tan hermosa. ¿No le da miedo pasear sola por la playa a estas horas?

    ¿Sabiendo que está usted en el hotel? Imposible tener miedo —le dijo, coqueteando de esa forma tan natural, lo que hizo que él soltase una suave risa, soltando su mano con una discreta caricia a sus dedos que a Dani no le pasó por alto, pero que tampoco mencionó —. Es un buen lugar para pensar, ¿no cree?

    O para despedirme —al ver la mirada asombrada de Daniela, Frederick se rascó una mejilla con una sonrisa pensativa, girándose a ver el oscuro mar —. Hace días que nadie ha visto al hombre al que busco, así que lo más lógico es pensar que se ha ido, sorteando de alguna forma que no me explico tanto a mis compañeros de paisano como a mí mismo. Siendo así, no tiene sentido que me quede aquí… incluso habiendo compañía tan deliciosa como la suya —añadió, volviendo a mirar a Dani con una sonrisa suave.

    Es una auténtica lástima… Quizá podría quedarse un poco más con nosotros —tonteó Dani, acariciándole un brazo con cierta dulzura —. Dígale a sus superiores que quiere volver a peinar el hotel de forma más concienzuda…

    Ah, ¿quiere que me quede? —murmuró Frederick —Señorita Smith, me halaga… No pensé que una mujer como usted podría fijarse en alguien como yo.

    ¿Por qué no? —Dani se encogió un poco de hombros al decir esto, sacándose la cigarrera para apagar contra ella la colilla.

    Frederick bajó la mirada a la cajita y parpadeó con cierto interés, quitándosela de un rápido gesto. Frunció el ceño al mirarla con más atención, pasando las manos por el grabado que había en una de las caras.

    ¿Dónde consiguió esta caja, señorita Smith?

    Era de mi abuelo —respondió Dani, sintiéndose un poco inquieto, sobre todo al ver a Frederick abrir la cigarrera con mirada inquisitiva —. Supongo que soy una sentimentalista.

    Sí, supongo…

    Frederick sonrió un poco, devolviéndole la caja cerrada. Dani aún sentía esa inquietud en su estómago, pese a que parecía que el tema estaba zanjado.

    Aunque, desde luego, no lo estaba. El detective de pronto tomó al inglés por la cintura y lo atrajo a su cuerpo para besarle, un beso con cierto tono violento, tras el cual Dani se alejó un par de pasos, jadeando por la sorpresa y mirando al hombre con una mezcla de incredulidad e incomprensión.

    El detective, por su parte, se acariciaba los labios con el pulgar de forma pensativa.

    ¿A qué coño ha venido eso? —preguntó Daniel, intentando mantener la compostura, aunque se le escapaba, obviamente.

    Frederick tardó un poco en contestar. Primero, tomó la muñeca del músico y tiró de él otra vez, pero en esta ocasión no lo besó, sino que le acarició una mejilla. De hecho, primero se la acarició, pero después frotó un poco, llevándose suficiente maquillaje como para revelar esos lunares tan característicos.

    John… —susurró, volviendo a las caricias suaves —No me considero el mejor detective del mundo, pero no esperaba ser engañado tan fácilmente. Sobre todo cuando tus ojos son difíciles de olvidar. Pero, ¿sabes qué es también difícil de olvidar? Esta cigarrera decimonónica… Y tus dichosos besos.

    Daniel maldijo por lo bajo. Era cierto. Cuando había conocido a Gironella, con distintas sustancias en la sangre, le había besado cuando Sammy fue a por él. Una simple estratagema para robarle la cartera, lo que les había permitido comer decentemente durante dos días. Ahora se arrepentía de aquello, claro.

    ¿Vas a entregarme a esos brutos? —susurró Dani, utilizando su voz más natural mientras le miraba directamente a los ojos —Me van a matar. Lo sabes, ¿no?

    Lo sé, sí. Y no es algo que me entusiasme particularmente, pero me temo que no tengo elección.

    ¡Por favor! Finge que no me has visto, sigue con tu plan de irte… Voy a desaparecer. Sólo necesito unos días más…

    John… Bueno, John no es tu nombre, ¿verdad? —Dani le sostuvo la mirada en absoluto silencio —No puedo hacer como que no te he visto. Sobre todo porque no sé si hay alguien mirándonos ahora. ¿No lo entiendes? Si no te encuentro, matarán a mi madre.

    Y si me encuentras, me matarán a mí y a mi hermano. Y nada garantiza que no te vayan a matar a ti también, de todas formas…

    ¡No puedo hacerlo, joder! —Frederick mostró ahora su propia desesperación, agarrando a Dani de los dos brazos —. Yo… Lo siento, lo siento de verdad, pero esta gente… Esta gente te quiere ver muerto, y cuanto antes me lave las manos, antes podré volver a casa.

    Daniel, al ver cómo Frederick empezaba a arrastrarle, tomó aire hondamente. Soltó un brazo del agarre y, en un rápido movimiento, se hizo con una pequeña navaja que llegaba junto a la cigarrera, en la liga de las medias.

    Frederick abrió la boca al sentir la hoja metálica hundirse en su carne y, sorprendido, se detuvo y bajó la vista, viendo cómo en su camisa empezaba a aparecer una mancha roja. Miró a Daniel, quien sacó la cuchilla, volviendo a clavarla cerca de la primera incisión.

    Lo siento —susurró, sujetándole cuando Frederick cayó de rodillas, sin importarle mancharse de sangre.

    Se agachó junto a él y le ayudó a tumbarse, aunque al ver cómo la sangre manaba a chorro del abdomen del detective, empezó a maldecir y a hacer presión sobre la herida. Frederick, boqueando, alzó una mano para tocarle la mejilla, dejándole cuatro manchas de sangre en la piel. Tomó entonces un mechón negro, de forma que al caer su brazo al suelo, la peluca cayó con él.

    Dani no imaginaba por qué había hecho eso. ¿Era su forma de demostrar que le había encontrado, frente a esos observadores invisibles? ¿Había sido un gesto inconsciente o poco meditado? Daba igual, todo eso dio igual cuando unos pasos en la arena sonaron tras el rubio.

    Temiendo que realmente fuesen los de la mafia, Dani se giró, listo para atacar, pero en lugar de a un matón, se encontró a Évariste, quien miraba la escena con una mezcla de espanto, sorpresa y… ¿asco?

    ¿Daniela…? Eres… ¿Eres el fugitivo? —susurró, como si no hubiese un hombre desangrándose en el suelo.

    Év, por favor. Por favor, llama a alguien. Avisa a alguien. Todavía está vivo, puede salvarse si…

    La policía te está buscando —le interrumpió de golpe —. Claro que voy a llamar a alguien. Había una recompensa por ti, ¿no? —se le iluminó entonces la bombilla —Joder, ¿Sammy también es un chico?

    ¡No! Év, por favor, avisa a alguien, pero no les digas que estoy aquí. Tengo que proteger a mi hermana, tengo que… —bajó la mirada a Frederick, inconsciente en la arena bajo un charco de sangre que crecía pese a los esfuerzos del inglés —Te daré lo que sea, pero…

    ¿Lo que sea? —Évariste sonrió, entonces —Creo que… ya sabes lo que quiero —dijo esto y Daniel sólo suspiró con un asentimiento cansado, a lo que Év sonrió, complacido —. Levántate. Toma, esta es la llave de mi dormitorio. Es la 105. Espérame ahí.

    Dicho esto, Évariste se agachó y usó la chaqueta de Frederick para hacerle una especie de torniquete improvisado. Daniel, en silencio, tomó la peluca y se la volvió a poner, alejándose de allí con el vestido y las manos llenos de sangre.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★


    Cuando Év llamó a la puerta, Dani respiró hondo y compuso una expresión calmada y tranquila antes de abrir la puerta.

    El francés había tardado bastante, imaginaba que por estar dando una declaración al cuerpo de seguridad del hotel, por lo que Daniel se había duchado y había quitado la sangre de la ropa. O todo lo que había podido, al menos.

    Había dejado el vestido en la bañera, colgando del tubo de la cortina. La peluca estaba en la cómoda, junto a su cigarrera y la navaja, también limpiada de sangre. En cuanto al propio Daniel, recibió a Évariste cubierto sólo por una toalla limpia, con el pelo húmedo echado hacia atrás y nada de maquillaje en el rostro.

    Es realmente increíble lo que se consigue con esos polvos —murmuró el francés, acariciándole la mejilla como para comprobar que fuese real —. Ahora que te veo así, me parece hasta tonto haberte confundido con una mujer, pero es que… realmente lo parecías totalmente. ¿Y el pecho…?

    Un sujetador con relleno —dijo Daniel, señalando la prenda, dejada doblada con el resto de sus cosas —. Al menos… ¿Era una chica guapa?

    Muy guapa. Y, mal que me pese, he de decir que también eres un chico… arrebatador —le acarició los labios y sonrió un poco —. ¿Por eso me rechazaste cuando intenté avanzar contigo? Oh, espera… ¿Este es el motivo de que Page esté tan jodido estos días? —al ver a Dani apartar la mirada, Évariste soltó una pequeña risa, acariciando ahora ese pelo rubio tan distinto al negro al que estaba acostumbrado —Esto es increíble… ¿Qué demonios te ha llevado a esto? ¿Y cómo has arrastrado a Sammy, que es tan mona y dulce, a algo así?

    Év… Creo que no estamos aquí para hablar —le interrumpió Daniel con un tono coquetón, acariciándole el cuello.

    En eso tienes razón… —consintió el cocinero.

    El primer beso fue tentativo, lento y cuidadoso. Év sujetó la cintura de Dani con ambas manos mientras que el inglés simplemente se apoyó en sus hombros y cuello mientras dejaba que esa lengua con sabor a vino y algún alcohol más entrase en su boca.

    De pronto, Évariste se separó y miró a Dani con curiosidad.

    Estás muy calmado para haber matado a alguien.

    ¿Está muerto? —dijo con un rostro sereno, aunque con cierta alarma en la voz.

    No, pero ni siquiera me lo has preguntado.

    Yo… No pensé que quisieses hablar de ello —reconoció Daniel con el ceño algo fruncido, a lo que Évariste se rio por lo bajo.

    Le he dicho a la policía que sólo vi a un hombre corriendo y al detective Gironella tirado en el suelo. Y… dicen que no saben si vivirá. Según cómo pase esta noche, mañana tendremos más noticias.

    Daniel suspiró y agachó la mirada, pero Évariste le hizo alzar otra vez el rostro al tomar su mentón. El segundo beso fue un tanto más invasivo que el primero, aunque también terminó de forma abrupta.

    Nunca me he follado a ningún hombre —dijo de forma casual —. Tú tienes pinta de tener bastante experiencia… ¿No es así?

    Sí… Supongo que sí —suspiró Daniel antes de sonreír de forma coqueta, como si nada importase en esos momentos —. Estás en buenas manos, Év. Déjamelo a mí y tendrás una noche inolvidable.

    Daniel retrocedió un par de pasos y dejó resbalar la toalla al suelo. Évariste le devoró con los ojos y, poco después, con la boca.

    Faltaba aún bastante para el amanecer cuando Dani salió de allí. La peluca otra vez cubría su pelo negro, aunque su vestido seguía bastante mojado y se pegaba a su cuerpo de forma fría e incómoda. No importaba, sólo necesitaba llegar a su habitación.

    Pudo lograrlo sin mucho sobresalto. Sí, se había reforzado la seguridad, pero ver a una muchacha despeinada salir de la habitación de un hombre no dejaba mucho espacio a la imaginación, así que la dejaron pasar sin mucho problema, de forma que Dani no tardó demasiado en llegar.

    Sammy dormía profundamente, tanto que ni siquiera se movió cuando su hermano, vestido sólo con ropa interior y recién duchado (por tercera vez en lo que iba de día), se metió en la cama con él para abrazarlo por la espalda.

    ★ · ★ · ★ · ★ · ★
    Leen frunció el ceño y cruzó los brazos sobre el pecho. No entendía cómo esa mujer tenía tantísimo descaro como para sentarse en el bar a fumar, leyendo un periódico como si todo fuese absolutamente perfecto, cuando Lou llevaba esos días tan arrastrado.

    Dudó muchísimo sobre qué hacer. Por una parte, quería ir a ella y gritarle todo lo que tenía en la cabeza en esos momentos. Por otra, no quería arruinar más el ambiente, ni empeorar las cosas con Lou.

    No sabía qué había ocurrido entre esos dos, no podía conocer el panorama completo, pero… ¡Pero cómo le cabreaba verla así, tan tranquila, tan cómoda, sobre todo después de haber tenido que llevar a Lou a su dormitorio apenas unas horas atrás!

    Finalmente, sin tener un plan concreto en mente, caminó hasta ella. Carraspeó, pero Daniel la ignoró, bebiendo de su cerveza como si nada. Por eso, la cocinera se sentó frente a ella y le quitó el periódico de las manos, obligándola a que la mirase.

    Buenas tardes, querida —le saludó la pelinegra con ese tono tan gélido y superficial que parecía reservar a Eileen.

    Hoy Lou no ha venido a trabajar.

    Oh —parpadeó, lánguidamente —. Ya había notado que le faltaba eneldo al pollo…

    No me lo puedo creer —desde luego, Eileen no había parpadeado en esos minutos —. ¿Ni siquiera preguntas por qué?

    Supongo que se encontrará mal —dijo Dani con cierta indiferencia.

    Desde luego que se encuentra mal, pero, ¿sabes? Casi prefiero que se haya quedado hoy en cama. Así no ha tenido que oír a Évariste hijo jactándose de haberte llevado a la cama.

    ¿Lo va proclamando por ahí?

    Es que… ¿No lo vas a negar?

    No voy a negar algo que ha ocurrido de verdad —sonrió Dani, dando un sorbo a su cerveza.

    Leen volvió a sentir el borboteo de la ira en su estómago, sumándose a la estupefacción.

    ¡¿De qué coño vas?! —estalló, sin conseguir ninguna reacción por parte de la otra, que parecía estar más que versada en echar pulsos con la gente —¿Le has roto el corazón al mejor hombre que ha habido jamás en mi vida… para acostarte con Évariste? ¡Si no vale nada!

    Eso es cierto. El sexo fue deficiente —volvió a encogerse de hombros mientras sacudía el cigarro en el cenicero.

    Leen se obligó a respirar hondo y a calmarse. Gritando no iba a conseguir nada, pero quizá… Quizá podría averiguar algo más.

    Sé que no es asunto mío, pero… ¿Por qué le has hecho tanto daño? ¿Ha sido por diversión o… o tenías algún tipo de plan retorcido en mente?

    A Daniel, esas palabras le recordaron dolorosamente a Samuel, quien le había preguntado algo así más de una vez. Cerró el periódico, lo enrolló y apuró la copa, poniéndose en pie.

    Tienes razón, no es asunto tuyo —dijo mientras terminaba de recoger lo poco que tenía ahí —. Pero, si tanto insistes, creo que ha sido culpa de él. Después de todo, para algo está el dicho.

    ¿Qué dicho?

    No te enamores de la puta.

    Diciendo esto, Daniel salió del bar, dejando a una Eileen totalmente confundida, triste y cabreada. No entendía nada. De hecho, se sentía más hecha un lío que al ir a hablar con Daniela.

    Sobre todo porque… ¿Eso que había visto en su cara, justo antes de que se fuese… había sido una lágrima?


    SPOILER (click to view)
    Clásicos de ayer y de hoy: no pongo formato porque, si no, llego tarde a clase xd

    Si me acuerdo, editaré el spoiler, y si no pues hablamos luego por privado largo y tendido ~

    Edit: He puesto formato, me da pereza escribir un spoiler en condiciones, sobre todo ahora que ya está todo hablado xd

    Paz ~


    Edited by Bananna - 31/10/2019, 14:24
8719 replies since 27/7/2011
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