IN11: Caperucito Rojo [FudouxKidou]

-Yo nunca te obligaría a hacer algo que no quisieras –murmuró Yuuto con sus labios tan pegados a los de Akio que este pudo sentir como se movían y le transmitían las palabras como un cosquilleo. El Lobo soltó una risa sarcástica provocando la misma sensación en el joven, que notaba su corazón latiendo como en una maratón y la extraña sensación de querer estar más cerca de aquel personaje tan perverso.
-Me obligaste a darte cobijo en mi cueva, darte mi cesta de comida…
-La cueva en el bosque de mi familia y la cesta de comida que me robaste –corrigió Yuuto.
-A bañarme…
-No te creas, a mí también me obligaban de pequeño a bañarme y no he muerto por eso...
-Me tocas las orejas contra mi voluntad.
-Pero son tan suaves –murmuró Yuuto con una tierna sonrisa.
-¡Y no te largas de mi cuarto!
Yuuto le chistó para que no alzara la voz.
-Es medianoche, idiota. No grites –le regañó en un susurro.
-¿Me vas a obligar? –sonrió Akio enseñando los dientes y retirando la cabeza hacia atrás.
-¿Me vas a obligar a obligarte? –contestó Yuuto parpadeando lentamente y acercándose de nuevo.
-¡Ay! Que estresante eres, lárgate y déjame dormir.
El Lobo volvió a girarse en la cama, quedando nuevamente cara a la pared. Yuuto le abrazó y cerró los ojos suavemente, Akio era cálido y suave, su cuerpo esbelto lo podía rodear sin dificultad con sus brazos, el rabo del Lobo se movía amenazadoramente y le golpeaba en las piernas para alejarlo, como un caballo hace con las moscas, pero Yuuto lo sujetó entre sus rodillas y le impidió el movimiento.
-Me irritas –gruñó Akio sin girarse y notando las manos de Yuuto abrazando su cuerpo y reposando en su pecho por encima de la ropa.
-Tú a mí también –rio el joven-. Eres terco como una mula, agresivo como un bulldog, astuto como un zorro y orgulloso como yo.
-Parezco un zoo en uno –murmuró Akio.
-No todo es malo, también eres adorable como un pingüino.
Akio se atragantó con su propia saliva.
-Tienes un problema con los pingüinos –se burló.
-Y contigo.
-No me refería a ese tipo de problema –gruñó Akio pensando en la obsesión malsana que tenía el humano con las trajeadas aves no voladoras.
-No sabes a que tipo de problema me refiero yo –rio Yuuto siempre un paso por delante, o eso creía él, en realidad iban por caminos tan diferentes que no había delante o detrás.
El Lobo gruñó, no iba a seguir aquella estúpida conversación. Tenía tanto sueño… cerró los ojos cansado, las manos del humano eran tan cálidas… su respiración le acariciaba el cuello, sus labios rozaban su nuca, tan agradable que no recordaba la tormenta en el exterior. Yuuto llevó una de las manos hacia la cabeza de Akio, y comenzó a acariciar su pelo, suave y sedoso, aún más aquella noche después de lavarle la cabeza a la fuerza aquella tarde.
El Lobo gruñó suavemente entre sueños, y el humano se dio cuenta de repente de lo mucho que le apetecía probar el truco del láser con su amigo, ¿intentaría atraparlo como hacían perros y gatos?
Le acarició más la cabeza, notaba el olor a champú de frutas tropicales con el que se la había lavado el pelo mezclado con ese olor propio del Lobo, similar al de tierra mojada, no sabía desde cuando aquel olor le resultaba tan agradable, de pequeño no le gustaba en absoluto.
Sus dedos comenzaron a acariciar la oreja puntiaguda de Akio, la zona tabú para el humano que no respetaba en absoluto. ¡Pero es que era tan suave!, siempre le habían gustado las orejas de los animalitos. Delicadamente subía y bajaba, apretándola entre dos dedos o rascando con cuidado. Akio se removió prácticamente dormido ya y le dedicó una especie de ronroneo.
-Parece que no te das cuenta –murmuró Akio con la poca vigilia que le quedaba y sin ser realmente consciente de sus palabras- de que después de todo, sigo siendo un chico.
Y cayendo finalmente en los brazos de Morfeo, entrelazó sus dedos con los de la mano de Yuuto que permanecía en su pecho, dejando al joven con el rostro totalmente sonrojado y la primera chispa de entendimiento de lo que realmente podía pasarle al Lobo cuando enredaba con sus orejas y este gemía avergonzado…Sus labios se curvaron en una silenciosa sonrisa burlona y cerró los ojos dejándose llevar al mundo de los sueños.

-Vaya mala noche he pasado –se quejó un muchacho de blanca cabellera recogida aquel día en una cola de caballo.
-¿Qué ha pasado, Jirou? –preguntó Yuuto dándole un mordisco a su almuerzo, un bocadillo de chocolate y un plátano-. ¿Alguien me cambia el plátano por una manzana?
Los dos chicos que iban con él le sonrieron burlonamente.
-¿Ya no te gustan los plátanos otra vez, Yuuto? –rio el más alto de ellos que tenía unos vivaces ojos de un oscuro azul.
-Nunca me han gustado, solo fingía que sí –murmuró el joven observando la manzana que llevaba Koujirou en la mano.
-La tormenta… había tanto ruido que no conseguía dormir… me preguntaba “¿qué pasaría si el techo saliera volando?” –Jirou le ofreció tres galletas a Koujirou a cambio de la manzana y luego se la pasó a Yuuto por el plátano, a él le daba igual, le gustaba todo.
-Yo tampoco he podido dormir bien –admitió Koujirou que tenía unas feas manchas negruzcas debajo de los ojos-. El único que parece haber descansado ha sido Yuuto.
Yuuto se atragantó y tuvo que toser un trozo de pan, los recuerdos de la noche llegaban difusos pero ahí estaban.
-No creas, Koujirou… Me costó dormir.
-Bueno, ¿qué? –preguntó Jirou sonriendo-. ¿No nos vas a decir por qué estás de tan buen humor desde el lunes?
-¡No me digas! ¿Te has echado novia, pillín?
Yuuto les miró sonrojado.
-¡Que va! Novia yo… ¡ja!
-Es verdad, Yuuto nunca ha tenido ojos para las chicas –suspiró Koujirou-. Te vas a quedar soltero y sin nadie a quien abrazar por las noches.
Yuuto abrió la boca con una muda réplica, su rostro había adquirido un hermoso tono escarlata. ¿A nadie a quién abrazar por las noches?
-¿¡Yuuto!? –exclamaron los dos amigos al mismo tiempo con una sonrisa burlona.
El chico aún se sonrojó más, notaba el rostro totalmente caliente y el corazón disparado.
-Bueno… -comenzó- yo no… Digo… Ya sabéis, las mascotas también dan mucho cariño…
-¿Eres zoofílico? –preguntó Koujirou con una mueca de asco en los labios- Explicaría tu obsesión con los pingüinos.
-¡Pero que dices imbécil! –gritó Yuuto tirándole un trozo de pan en un acto reflejo.
Jirou miró perversamente a Yuuto y luego le dio un codazo a Koujirou en las costillas.
-Igual su “amiguito” ha vuelto.
-¡Pero Yuuto! –suspiró Koujirou-. Los amigos imaginarios no sirven para hacer compañía.
-Bueno, Koujirou –repuso Jirou cruzándose de brazos-. Realmente es para lo único que sirven… aunque sea compañía imaginaria.
-Callad ya los dos –gruñó Yuuto sentándose con la mirada perdida en el cielo de color plomizo.
-Venga, colega –exclamó Koujirou dándole una palmada en la espalda y comiéndose una de las galletas de un bocado-. Nosotros nos preocupamos por ti y tus tendencias amorosas… Ya sabes, una vez dijiste que te casarías con una tarta de fresa…
-¡Tenía 3 años! –contestó Yuuto mirando a Koujirou con mueca de desesperación.
-3… 13… 30, a mí lo mismo me da. Siempre has sido raro.
-¡Koujirou! –Jirou le dio un golpe en la cabeza- Yuuto no es raro, es especial.
A aquel comentario le siguió un silencio tenso que fue interrumpido por tres carcajadas al unísono.
-Que capullos sois los dos –sonrió Yuuto.
-Bueno, te conocemos desde que llevábamos pañales –se encogió de hombros Jirou terminando el plátano.
El viento les removía el pelo con una fría mano invisible y les hacía sentirse vivos y despiertos, a pesar de que ninguno de los tres había dormido realmente bien.
-Nos lo tienes que presentar, Yuuto –pidió Koujirou-. Realmente quiero conocer a ese chico que te hace suspirar.
-¡Yo no suspiro!
-Sí suspiras –dijeron los dos amigos a la vez-. Llevas toda la mañana haciéndolo.
-No es verdad –murmuró Yuuto suspirando y haciendo que todos sonrieran-. Es que mi madre va a retrasarse una semana más… No sé que me dirá cuando vea a Akio.
-Se llama Akio, ¿eh? –curioso nombre rio Koujirou-. ¿Entonces cuándo podremos conocerlo?
-¿Por qué no os venís a dormir el viernes? –invitó Yuuto.
-¡Bien! Y contaremos historias de miedo alrededor de una fogata –sonrió Jirou entre los gritos de Koujirou de alegría.
-No vais a quemar mi casa, pirómanos –gruñó Yuuto preguntándose que estaría haciendo Akio y cómo reaccionaría al conocer a sus amigos, hacia quienes parecía sentir una hostilidad inquietante. Aunque más inquietante era… ¿y si le gustaban más que él? Koujirou era un tipo muy divertido y alegre, todo un tipo carismático, manteniendo esa fachada de serio y borde con los que no conocía que hacía que se partiera de risa a sus espaldas y tan competitivo que una vez se había comido 30 flanes de un tirón para no perder contra un chico de un curso superior. Jirou en cambio era dulce, amable, sarcástico, muy rencoroso y burlón, pero siempre tenía un comentario divertido en los labios que hacía que todo el mundo se riera y las chicas lo adoraban. Pero él, Yuuto, era… era mala persona, un aguafiestas, no le cabía ninguna duda, era muy frío, calculador, desconfiado, chantajista… y además un pervertido toca orejas.

Akio estaba tumbado en el sofá, mortalmente aburrido, ya no se encontraba tan mal como para quedarse en la cama, pero la televisión no le ofrecía mucha más diversión. El mayordomo le había encendido gentilmente el aparato y explicado como funcionaba, pero no encontraba nada que le llamara la atención. Echaban películas extrañas que no entendía y que pasaba rápidamente.
-¡Es que no hay nada decente en este trasto! –se exasperó tirándose del pelo.
Y así pasando canales encontró una que parecía interesante y la dejó. Aunque poco después se dio cuenta de su error hasta que finalmente se quedó dormido tras tirarle una cáscara de plátano al televisor.
Su sueño fue muy agitado, en él aparecía él como una hermosa doncella atrapada en una alta torre, secuestrada por una malvada bruja, siempre la bruja usaba el largo pelo de la doncella para subir y bajar, hasta que cansada de eso la doncella se rapó la cabeza y tras comerse a la bruja se quedó sin alimentos pues no podía bajar sin romperse el cráneo, así pues decidió ahogarse en cubo de agua.
Akio notaba como le faltaba la respiración a medida que adentraba su hermosa cabeza rapada en el cubo, se ahogaba… No podía respirar, el pecho le dolía ¡se ahogaba de verdad!
El Lobo abrió los ojos asustado y vio encima de él a Yuuto tapándole la nariz con las manos.
-¡Asesino! –exclamó la pobre víctima con el corazón latiéndole a mil por el susto de verse realmente ahogado -¡Los vampiros brillaban! –exclamó Akio a un desprevenido Yuuto.
-¿Eh? –preguntó el joven sin entender, luego sonrió -Buenas tardes, dormilón –dijo pellizcándole la nariz y levantándose de su estómago.
Akió soltó un bufido de gato molesto y se incorporó.
-Te odio, humano.
-No decías lo mismo esta mañana, “no Yuuto, no te vayas”, “Yuuto no me dejes solo”, “Yuuto cásate conmigo”…
Yuuto fue interrumpido por un cojín que le golpeó en toda la cara, lanzado por el Lobo que le miraba encolerizado.
-¡Yo no he dicho nada de eso! En todo caso sería “Yuuto lárgarte”, o “Yuuto púdrete en el infierno”.
El humano se encogió de hombros.
-Hay que saber leer entre líneas.
Akio entrecerró los ojos y le dedicó una de sus mejores y más logradas miradas de odio.
-¿Qué quieres, sobón?
-Es la hora de comer –respondió Yuuto como si la cosa no fuera con él-. Hoy hay tarta de arándanos de postre, pero si prefieres comida para perro te la pondremos en un cuenco.
-¡Cómete tú la comida para perro, cretino! –le espetó Akio furioso lanzándose a por Yuuto y tirándolo sobre el sofá, tenía el pelo encrespado y enseñaba los colmillos.
-Que miedo –murmuró Yuuto bostezando-. Venga, era broma, te han hecho una tarta de plátano.
La expresión del Lobo cambió y miró ilusionado al humano.
-¿De verdad?
-Idea mía –sonrió Yuuto.
Akio movió el rabo sin poder evitarlo y rodeó a Yuuto con sus brazos mientras frotaba sus mejillas contra las del humano, haciendo que este se pusiera colorado.
-Akio… que pesas…
-Tarta de plátano –murmuró Akio cegado por la gula y sin darse cuenta de que Yuuto no era ese delicioso postre.
Yuuto suspiró divertido y llevó sus manos a la cabeza de Akio, contacto que hizo que este parara inmediatamente.
-No toques –gruñó-. Ni te atrevas.
Pero Yuuto se atrevió y sujetó al Lobo que intentaba zafarse de sus caricias orejiles.
-¡Yuuto! –se quejó medio suplicando el Lobo que se había visto retenido contra el sofá, en un rápido movimiento del humano en el que le había hecho cambiar de posturas.
-Mañana vendrán Jirou y Koujirou a pasar la noche –informó Yuuto mientras rascaba una de las orejas y con la otra sujetaba la mano de Akio que intentaba partirle el cuello.
Akio abrió los ojos con mirada asesina y abrió mucho las fosas nasales antes de lanzar al aire una interrogación cargada de odio.
-¿¡QUÉ!?

El día siguiente llegó con más rapidez de la que Akio hubiera deseado. Hacía frío y el cielo de color gris no ayudaba a mejorar su estado de ánimo.
En aquel momento estaba en su cuarto intentando concentrarse en un videojuego que Yuuto le había dejado antes de irse al colegio. Pero era imposible, no paraban de matarle, con lo sencillo que parecía cuando se lo habían explicado: saltar, correr, evitar tocar las plantas carnívoras… Se levantó con desgana de la cama y miró por la ventana, ¿se enfadarían con él si huía? ¿Estarían esperándole los Cazadores detrás de unos arbustos? Realmente quería salir, sabía que era peligroso pero no estaba hecho para vivir tanto tiempo encerrado entre cuatro paredes, ya no le dolía nada y parecía haberse curado de las fracturas más importantes.
Intentó calmarse a sí mismo pero realmente le apetecía poco que invadieran su casa dos personas que no conocía de nada… Bien es cierto que lo mismo podría pensar la madre de Yuuto de él, pero todavía no se presentaba y Akio empezaba a pensar que no existía tal madre.
Poco a poco se acercó la hora y Akio empezó a pasearse por la casa y visitar la cocina para intentar pillar algo para comer, pero solo conseguía que lo echaran sin educación blandiendo un gran cucharón tras él… Que poca paciencia tenía la cocinera, solo porque le hubiera intentado robar dos días antes una gelatina de frutas que tenía muy buen aspecto. Por no hablar de las croquetas… pero tenía que entenderlo, estaban demasiado buenas para resistirse.
Finalmente Akio vio el coche que llevaba a Yuuto acercándose por el camino, clavó la mirada intentando descubrir a los dos amigos del humano a quien solo había visto en fotos el día anterior. Pero estaban muy lejos.
Al parar el coche de este salieron tres chicos que entraron rápidamente a la casa, el Lobo se separó de la ventana escuchando atentamente.
-¡AKIO! –llamó Yuuto a gritos ignorando el saludo del mayordomo que recibió el bocinazo en el oído.
-Está en su habitación, señorito Yuuto –informó el hombre con una sonrisa forzada, le pitaba el oído.
Los tres muchachos subieron las escaleras a tropel y entraron en la habitación del invitado como un batallón.
Akio les miró casi asustado por el griterío de los dos amigos de Yuuto, desde la mitad de la estancia, donde se había quedado clavado sin saber dónde esconderse.
-¡Ostras! ¡Puedo verlo! –exclamó Koujirou pellizcando a Jirou que le dio un manotazo.
-Pellizca a tu abuela, idiota.
-Akio –Yuuto lo cogió de la muñeca sin darse cuenta de la mueca de ira contenida que tenía el Lobo-, estos son Jirou y Koujirou, mis dos mejores amigos –Yuuto sonrió ampliamente y Akio sintió una puñalada en el corazón… ¿y él que era?.
Jirou era un chico de la misma altura que ellos dos, de pelo blanco y largo que llevaba suelto cayendo sobre los hombros con gracia, de piel oscura y un hermoso ojo de color ambarino que refulgía de la emoción de poder ver por sí mismo al Lobo. Akio miró sin tapujos el parche que tapaba el ojo derecho del chico y este le sonrió haciéndole erizar del susto.
Koujirou era más alto y fuerte que cualquiera de ellos, al menos en apariencia, el Lobo estaba seguro de poder tumbarlo con un dedo… de hecho podía con cualquier humano… siempre y cuando no estuviera armado o fuera Yuuto, al que por alguna razón le resultaba imposible levantarle la mano. El muchacho tenía un cabello castaño rojizo despeinado como si le hubiera peinado un huracán, sus ojos azules miraban con curiosidad al Lobo y escondían mil preguntas que se moría por hacer.
-Encantados –dijeron los dos a la vez tendiéndole la mano a Akio que les enseñó los dientes, molesto por la libertad que se tomaban con él.
-Akio, venga –animó Yuuto que no entendía las señales amenazadoras que mandaba el Lobo: enseñaba los dientes, tenía las orejas echadas hacia atrás, el pelo erizado y la cola tiesa.
Pero los dos amigos sí que lo hicieron y se miraron entre ellos, el Lobo había superado sus expectativas, era guapo, con el pelo castaño cayendo sobre su frente con toque rebelde y las orejas moviéndose constantemente, por no hablar de sus ojos turquesas oscuros que los miraban con recelo.
-Yo sé como tratar a esta gente –sonrió Jirou dándose una palmada en el pecho y acercándose a Akio que le gruñó-. Soy Jirou Sakuma y si nos hacemos amigos podré contarte muchas cosas vergonzosas sobre Yuuto –le volvió a tender la mano ante la cara de desconcierto y enfado de Yuuto y la carcajada de Koujirou.