InGo: La fiesta [KirinoxShindou][S: IxA, FxK, HxM][Acabado]

Kirino se desmayó delante de Shindou, sin que este pudiera hacer otra cosa que lanzar un grito y ver como Aoyama lo sujetaba para que no se diera en la cabeza con la letal esquina de alguna de las mesas que posiblemente le hubiera abierto una buena brecha.
El adolescente moreno era un chico muy peculiar, escuálido como un bicho palo pero fuerte como una escarabajo, porque los escarabajos eran muy fuertes. Pero ni Ichino ni él miraron a Shindou a los ojos, lo que se le hizo muy extraño.
-Voy a llevar a Kirino a la enfermería –dijo Ichino cogiendo en brazos al chico de pelo rosa que permanecía inconsciente.
-Ya lo llevo yo –se negó Shindou que tenía una horrible sensación de culpabilidad en el pecho.
Aoyama e Ichino se miraron de reojo.
-No creo que sea buena idea, capitán –replicó Aoyama bajando la mirada-. El equipo te necesita más que a nosotros en el entrenamiento.
Shindou respiró profundamente, lo que le decía su compañero era cierto, pero no quería apartarse de Kirino en esa situación.
-Bájame… -murmuró el chico de pelo rosa ante la sorpresa de los tres abriendo los ojos confuso y encontrándose en los brazos del chico de pelo gris amarillento.
Los tres chicos miraron a su amigo que se zafó de los brazos de Ichino y se tambaleó al ponerse en pie.
-Vamos a entrenar –dijo el muchacho con una sonrisa forzada en su rostro rojo por el calor que le quemaba por dentro.
-¡Pero que dices! –le regañó Ichino-. Tú te vas a casa ahora mismo.
Kirino se apoyó en su hombro y le sonrió, Shindou frunció los labios, molesto por alguna razón que no entendió…
-Te acompañaré a casa, Kirino –dijo el capitán tomándolo de la muñeca y haciendo que Kirino abriera los ojos y se pusiera más rojo.
Aoyama fue a abrir la boca para protestar pero Ichino le tocó en el hombro y le sonrió negando levemente con la cabeza.
-Nosotros informaremos al equipo de que Kirino no irá y el capitán se retrasará –y agarró a Aoyama para salir del aula-. Shindou, cuídalo… Kirino, recupérate o si no, no podrás bailar.
-Ichino –llamó Shindou-, mejor diles que yo tampoco iré hoy, pero que el lunes quedaremos para entrenar.
-Muy bien, capitán –murmuró Aoyama sonriendo también a Shindou con todavía cierta aprensión.
A Kirino el camino se le hizo muy largo, al principio el frío le hizo sentir aliviado de aquel quemazón que le abrasaba por dentro, pero al poco comenzó a temblar violentamente y sentir punzadas de frío por fuera mientras seguía quemándose por dentro. Shindou le cogió de los hombros, preocupado, pegando su cuerpo al suyo por si volvía a perder el conocimiento. No dijeron nada, Kirino no tenía fuerzas para hablar y andar al mismo tiempo y Shindou no creía oportuno hacerle esforzarse en una conversación.
Llegaron a casa del chico tras un interminable paseo. Kirino abrió la puerta con mano temblorosa y ambos pasaron al interior, al resguardo de la nieve. Dejaron los zapatos en la entrada y subieron al cuerpo del adolescente, no había nadie más en el hogar de los Kirino.
El chico se cambió de ropa, ayudado por Shindou ya que estaba tan torpe que había intentado meter la cabeza por una de las mangas del pijama.
-¿Quieres algo? –preguntó Shindou una vez Kirino se metió tiritando a la cama-. ¿Llamo al médico?
-No te preocupes, Shindou –sonrió Kirino cerrando los ojos-. Solo es un poco de fiebre, nada que un sueño no arregle.
-Entonces a dormir –asintió Shindou acariciándole la sudorosa frente para comprobar la temperatura y apartarle un mechón del flequillo que caía sobre sus ojos.
-Sí –Kirino miró a su amigo de cabellos oscuros y ondulados-. Ya puedes irte, Shindou, no querría que perdieras el entrenamiento por mi culpa.
El capitán del equipo rio suavemente para no molestarlo.
-No pienso moverme de tu lado hasta que me echen tus padres.
-Entonces estarás mucho rato ahí quieto –suspiró Kirino-. Mi padre está de viaje y mi madre hace turno de noche y no volverá hasta mañana.
-Puede que me mueva un poco para ir al baño o comer algo.
-No hace falta que te quedes tanto rato –murmuró el chico de pelo rosa notando como el cansancio de las dos últimas semanas se apoderaba de él.
Shindou curvó los labios, era curioso que Kirino dijera eso siendo que él había estado tres días en el hospital sin moverse casi cuando a él le ingresaron de pequeño por problemas digestivos, o cuando se rompió la pierna tras el partido contra la academia Arakumo, todas las tardes había ido a visitarle después del entrenamiento y le llevaba los deberes, al igual que Tenma que también iba muchos días a verlo. Pero a diferencia de Tenma, Kirino se quedaba hasta tarde, cuando le echaban de la habitación.
Kirino siempre había esto ahí cuando le había necesitado, sin necesidad de pedírselo, como aquella vez en el jardín de infancia que unos niños abusones le quisieron pegar porque Shindou coloreaba los dibujos mejor que ellos, Kirino llegó desde las sombras, envuelto en niebla, y les hizo salir llorando y con las manos marcadas en sus caras mientras gritaba como un histérico poseído por el diablo. Aquellos dos chicos nunca habían olvidado la cara demoniaca del pequeño y angelical Kirino, e incluso en la actualidad tenían pesadillas de vez en cuando con un niño de ojos azules que los torturaba sin piedad.

-Llegas tarde –gruñó un chico de pelo rosa totalmente nervioso al abrir la puerta de su casa en una tarde especialmente fría que empezaba a teñirse de negro.
-Venga, Kirino –protestó el adolescente que estaba parado frente a él, tenía la piel clara y el pelo de un color gris suave amarillento, con unos ojos igual de azules que su amigo pero más oscuros y con expresión de fastidio-. Faltan tres horas para que pasen a buscarte, tienes tiempo de sobra. Déjame entrar, me estoy congelando.
-¡Eh, Ichino! –saludó un chico moreno saliendo de la casa-. Yo llevo aquí aguantando al neurótico casi media hora. Y estábamos solos, sus padres están de viaje.
Kirino dejó pasar a Ichino, que llevaba un extraño maletín, mientras lanzaba una mirada asesina a Aoyama, el adolescente de pelo negro como la noche.
-¿Ya te has duchado? –preguntó Ichino quitándose el abrigo y los zapatos y pasando al interior de la casa.
-Sí, cuatro veces –gruñó Kirino-. Pero sudo tanto que creo que tendré que ducharme otra vez.
Ichino miró a Aoyama en búsqueda de apoyo mental, este le sonrió con paciencia.
-No es como si estuviéramos de carnavales, que todo se toma a broma –suspiró el moreno encogiéndose de hombros-, si lo pillan es hombre muerto.
-No ayudas, Aoyama –le contestó Kirino sentándose en el sofá.
Ichino evaluó la situación, el chico de pelo rosa estaba tan nervioso que parecía que en cualquier momento fuera a matarlos o algo parecido.
-Escucha, Kirino, dúchate otra vez y échate esto –Ichino le pasó un tarro con rolón-. Te ayudará a controlar tus problemas glandulares.
El chico lo cogió y se dirigió a la ducha lanzando maldiciones al aire. En cuanto oyeron la puerta del baño cerrarse y el agua comenzar a correr Ichino se giró hacia Aoyama desesperado.
-¡Este chico está muy mal!
-Que me vas a contar –respondió el moreno cruzándose de brazos-. Esta media hora que he estado con él ha sido la más larga de mi vida.
-Hay que inyectarle una tila en sangre para calmarlo –se rio Ichino.
-Cuatro o cinco, con una no creo que sirva –replicó Aoyama con sorna.
Los dos suspiraron ruidosamente, habían acabado metidos en aquel entuerto hasta el cuello, solo por haber sido incapaces de decir no a Kirino, o al menos Ichino, Aoyama había sido incapaz de decirle no a su amigo de cabello corto y claro.
De hecho, Aoyama empezaba a preocuparse, Ichino se mostraba muy atento con Kirino, demasiado, empezaba a incomodarle que se desviviera tanto por él, y por otro lado se sentía despreciable por pensar de aquella forma, él mismo hacía todo lo posible para cuidar del chico de pelo rosa. Pero… si Ichino prefiriera pasar más tiempo con Kirino que con él… Él no tenía ningún otro amigo tan cercano al margen del propio Kirino, nadie podría convertirse en un mejor amigo sustituto de Ichino…
-¿Aoyama? –preguntó el muchacho de ojos cobalto tocando a su amigo en el brazo-. ¿Te pasa algo?
El moreno dio un respingo.
-¡Qué va! Creo que Kirino me ha contagiado sus nervios.
-Entiendo –rio el chico.
Poco después el ya no tan sudoroso Kirino bajó de la ducha solo con una toalla.
-¿Qué hago primero? –preguntó confuso.
-Primero te bebes esto –Aoyama le puso en las manos una taza con tila-. Luego te peinaremos.
Kirino se bebió la infusión con cierta amargura reflejada en los ojos. Luego se dirigieron al cuarto del chico donde le sentaron en una silla. El chico moreno sacó un cepillo, un secador de mano y algunos otros instrumentos que Kirino no tenía ni idea de para qué servían.
Después de un rato Aoyama sonrió satisfecho.
-¿Qué te parece? –preguntó a Ichino que evaluaba el peinado.
-Perfecto -sonrió este levantando el pulgar y guiñándole un ojo.
Aoyama se sonrojó y se giró con excusa de buscar un espejo para enseñárselo a Kirino que repetía que él también quería verse.
Sus propios ojos le devolvieron una mirada depresiva desde el espejo.
-Quiero morirme.
-Bueno, no creo que dures mucho más sin dormir –se rio Ichino colocándose delante del chico y abriendo un estuche que había sacado del maletín, en el que había un sinfín de productos cosméticos-. Ahora cierra la boca y estate quieto.
Ichino comenzó su trabajo con lentitud y paciencia, ya que Kirino no estaba muy por la labor y se movía cuando no debía, haciendo que le manchara de rímel o que casi le metiera el pintalabios en un ojo. Al acabar Aoyama e Ichino suspiraron aliviados.
-Bien, ya está –informó Ichino pasándole el espejo y secándose el sudor de la frente.

Kirino caminaba nervioso de un lado a otro del salón, mientras Aoyama e Ichino lo miraban aburridos desde el sofá, donde estaban sentados jugando al Fútbol Frontier International en la consola.
-¡Corre más, Fidio! –gruñó Aoyama que llevaba el equipo de Orpheo mientras el delantero italiano corría por la televisión.
-¡Quítale el balón, Dylan! –gritó Ichino que manejaba a Unicorn.
El chico de pelo rosa les lanzó una mirada furibunda y les apagó el videojuego.
-¡Qué! ¡Estaba a punto de marcar gol con Ichinose! –se quejó Ichino.
-¡Me estáis poniendo nervioso! –exclamó Kirino perdiendo el equilibrio en las sandalias de tacón y evitando por poco caer de morros al suelo.
-No nos metas en eso –refunfuñó Aoyama lanzando el mando a la mesa -. Tú solito te estresas.
-¿Por qué no juegas con nosotros y te olvidas de la fiesta durante el tiempo que falta? –ofreció Ichino.
-Además, es mejor que estés sentado, ya tendrás que estar suficientemente de pie luego.
El muchacho de pelo rosa quiso matarlos, pero en el fondo no era tan mala idea así que se sentó entre ambos recogiendo el mando que Aoyama había dejado.
-Pero yo seré Knights of Queen.
-Bien –sonrió Ichino-, creo que me cogeré The Kingdom ahora.
Aoyama gruñó, en buena hora había dejado su mando.
-¿Piensas declararte a Shindou, Kirino? –preguntó Ichino cuando Edgar estaba cerca de la portería brasileña, logrando confundir a su rival y que no marcara gol.
-¿¡Qué dices!? -gritó Kirino que se olvidó del videojuego y se había sonrojado por completo por debajo del maquillaje.
-Bueno, no es bueno que te lo calles mucho más o el pájaro volará–sonrió Ichino-. Esta noche es una oportunidad perfecta para que se lo digas.
-¡Estás loco! –exclamó Kirino mirando el mando totalmente azorado.
-Bueno –dijo Ichino parando el juego y mirando a Kirino-. Al menos no lo niegas.
Kirino abrió la boca en señal de confusión y su cara adquirió tal color que incluso por debajo del maquillaje pudieron notarlo.
-¡Eres un idiota! –gritó Kirino poniéndose en pie enfadado.
-Pero sigue sin negarlo –rio Aoyama haciendo que Kirino apretara los dientes y los puños.
-¡Dejadme en paz!
El chico de pelo rosa quiso alejarse pero los otros dos lo agarraron de la muñeca al mismo tiempo y le obligaron a sentarse. Ante la sorpresa y desagrado de Aoyama, Ichino abrazó a Kirino que quería matarlos a los dos.
-No quiero meterme contigo, Kirino –sonrió el chico de pelo gris-. Eres mi amigo y te apoyo.
Aoyama suspiró aliviado, por un momento había pensado que a Ichino... le gustaba… era tan horrible solo pensarlo.
-¿Eh? –murmuró Kirino confuso.
-Cuando quieres a alguien da igual que sea del mismo sexo, o no tenga la misma edad… Lo importante es que te quiera igual y no se aproveche de eso.
Kirino sonrió aplacando los instintos homicidas que le habían entrado.
-Igualmente no sé de que me hablas –y reanudaron el juego mientras Aoyama miraba hacia otro lado con un montón de pensamientos cruzándole por la mente.
No mucho después llamaron al timbre y Kirino se levantó invadido por los nervios de nuevo.
-¡Recoged! –exclamó mientras se dirigía a abrir la puerta.
Shindou estaba al otro lado, vestido con un elegante traje para varón que constaba de una chaqueta de color gris oscuro, un chaleco debajo negro, camisa blanca, con una discreta pajarita al cuello de color rojo sangre, pantalones grises y unos relucientes zapatos negros.
Un Shindou que miró boquiabierto al joven que le acababa de abrir la puerta.
-Hola, Shindou –saludó Ichino saliendo con su abrigo-. ¿Te gusta como ha quedado el resultado de todo nuestro sudor?
-Para sudor el que he pasado yo –gruñó Kirino para cerrar la puerta una vez saliera Aoyama que se estaba poniendo las deportivas.
-¡Ya voy! –murmuró este atándose torpemente los cordones- Hemos necesitado toda nuestra habilidad para que pareciera una auténtica señorita, haz el favor de no estropeárnoslo.
Shindou sonrió sonrojado, todavía mirando a su mejor amigo como si se le hubiera aparecido un ángel, un ángel con un genio de miedo eso sí.

Kirino lo miraba con sus ya de por sí grandes ojos celestes bordeados de unas remarcadas pestañas, no parecía muy contento con su apariencia al contrario que sus dos satisfechos estilistas.
Su pelo, largo y siempre peinado en dos coletas bajas, estaba totalmente recogido hacia atrás, retirándole el flequillo, en una coleta con un delicado pasador y cayendo sobre sus hombros en unos ondulantes rizos.
Su rostro estaba exquisitamente maquillado, dando a su piel una sensación de suavidad mayor de la que de ya por sí tenía, los ojos se agrandaban con una sombra clara y una raya azul que los bordeaba como los árboles a un río, las mejillas tenían un color vivo y hermoso gracias al maquillaje y los labios brillaban con un color suave y delicado similar al que el poseía, al verlo no destacaba por el colorido o la fiereza del maquillaje, pero los suaves y delicados tonos que Ichino había elegido realzaban las facciones del chico dándole un aspecto totalmente hermoso y femenino.
En su cuello descubierto llevaba atada una gargantilla fina de plata de la que colgaban unas hebras del mismo color plateado y en el centro un hermoso rubí en forma de rosa de color magenta, que lucía con gran esplendor.
Su cuerpo estaba vestido con un sencillo vestido añil oscuro de palabra de honor, con el pecho fruncido en volantes y con un escueto cinturón debajo con brillantes, el vestido le llegaba por encima de las rodillas llegando suelto y formando un globo vaporoso.
Sus piernas finas y blancas, perfectamente depiladas se veían desnudas con tan solo unas sandalias plateadas con unos brillantes con destellos de colores engarzados en el empeine.
Las muñecas delgadas se veían adornadas con unas pulseras acordes al conjunto, con las uñas de color añil, sujetaba un pequeño bolso plateado con una rosa engarzada que lanzaba destellos rosados.
Y de sus orejas colgaban unos pendientes que se sujetaban en el lóbulo con una piedra azulada de la que salían pequeños brillantes haciendo una media luna.
-Vaya… -sonrió Shindou torpemente-. Estás… increíble.
-Sí –gruñó Kirino-. Realmente es difícil de creer que vaya vestido así.
Shindou miró a los dos chicos en busca de apoyo de alguna clase ante el comentario de su amigo.
-Venga, iros ya o no llegaréis –urgió Ichino-. Si pasa cualquier cosa nos dais un toque.
-Si es las tres de la mañana preferiblemente no –replicó Aoyama al que no le apetecía que Kirino lo despertara como un poseso si alguna chica de verdad sacaba a Shindou a bailar, o lo que fuera que hicieran las personas ricas.
-Sé una señorita, Kirino –se rio Ichino con un guiño.
-Esta noche seré una señorita, pero mañana seré un homicida ¡y vosotros seréis los primeros!
-Venga, Kirino –sonrió Shindou tomándole de la mano haciendo que Kirino abriera los ojos y lanzara una última mirada letal a Aoyama e Ichino que le miraban con cara de saber algún oscuro y vergonzoso secreto.
La pareja se metió en la lujosa limusina de Shindou y desaparecieron en la oscuridad de la noche.
-Bueno, ya no podemos hacer nada más –suspiró Ichino-. Te acompaño a casa.
Aoyama asintió tristemente y ambos se dirigieron a casa del moreno, que estaba cerca de la del otro chico, razón por la cual de pequeños siempre jugaban juntos en un parque de los alrededores.
Aoyama no dijo nada, cabizbajo y absorto en sus pensamientos, mientras el frío invernal les hacía apretarse en sus abrigos y congelaba su respiración e incluso sus ideas.
El moreno salió de su ensimismamiento de repente, al notar que deberían haber llegado a su casa hacía mucho. Sin embargo, estaban en un parquecillo desierto y apenas iluminado por unas solitarias farolas.
-¿Qué hacemos aquí? –preguntó sorprendido y confundido mirando a su alrededor.
-Sentarnos en un banco –sonrió Ichino señalando uno.
-¡Ichino! Hace mucho frío –se quejó Aoyama.
-Entonces dime pronto que te pasa y podremos volver a nuestros cálidos hogares –rio Ichino obligando al moreno a sentarse en el banco.
Aoyama bajó la cabeza tristemente, en aquel lugar había conocido a Ichino 12 años atrás…
-¿Recuerdas lo que le has dicho a Kirino sobre el amor? –preguntó Aoyama temblando ligeramente y levantándose del banco sin mirar a su amigo.
-Claro, por algo lo he dicho yo –rio Ichino sin saber muy bien por donde iban los tiros, ¿le gustaría Kirino a Aoyama?... Eso le rompería el corazón…
Aoyama tragó saliva y cerró los puños para darse valor, miró a los ojos azules de Ichino y este sintió que se perdía en la negra mirada de Aoyama.
-¡Pues tú me gustas a mí! –gritó Aoyama cerrando los ojos con el corazón desbocado y saliendo acto seguido a tal velocidad que cuando Ichino se recuperó del efecto de sus palabras ya había desaparecido en la noche.
-¿Por qué tendrá que correr tan rápido? –se quejó Ichino levantándose para seguir al idiota de su mejor amigo.

Ichino se dirigió a casa de Aoyama lo más rápido que pudo, tampoco demasiado, no quería parecer un loco corriendo por las calles con el maletín y además estaba cansado. Llegó a la casa de su amigo y llamó al timbre, observando mientras tanto a la vecina que en ese momento entraba a la suya y lo saludaba amablemente.
La madre de Aoyama le abrió la puerta y se sorprendió de verlo a esas horas.
-Buenas noches –saludó educadamente Ichino -. ¿Está Aoyama en casa?
-Sí, acaba de venir… ¿No estabais juntos? –preguntó la madre sorprendida dejando pasar al adolescente al interior.
-Sí, pero se dejó una cosa y vengo a traérsela. Con permiso –Ichino se descalzó y se adentró por el pasillo, al asomarse al salón vio al señor Aoyama viendo la televisión.
-¡Eh! Nanasuke, ¿qué te cuentas?
-Hola, señor Aoyama –saludó Ichino.
-Shunsuke está arriba, Nanasuke –informó la madre sonriente-. Ni ha saludado… ¿le ha pasado algo?
-Que va… -sonrió Ichino intentando sonar natural-. Subiré a darle lo que se olvidó.
-¿Por qué no te quedas a cenar, Nanasuke? –invitó el padre levantándole el pulgar.
-No quisiera molestar…
Los padres se rieron y acabaron convenciéndolo, lo cual no le hacía mucha gracia porque no sabía como resultaría su conversación con Aoyama.
Subió las escaleras al piso de arriba, notando como a cada paso se le encogía más el estómago. Tenía que ser valiente… como su amigo. Tenía la respiración agitada y notaba mucho calor dentro de él aunque por fuera seguía estando helado.
La puerta del cuarto de Aoyama estaba cerrada y llamó suavemente antes de abrir.
-¿¡Qué haces tú aquí!? –gritó Aoyama desde la cama donde se había sentado en un rincón con la almohada en brazos maldiciéndose a sí mismo por haber actuado tan impulsivamente.
-¿Tú qué crees? –sonrió Ichino cerrando la puerta y acercándose al chico con el corazón acelerado pero intentando no perder el control y tirarse a por él.
-¿Me vas a matar? –gritó Aoyama asustado con la cara totalmente roja y el pulso descontrolado incrustándose aún más en la esquina en la que se encontraba.
Ichino suspiró y se acercó a él sentándose a su lado.
-Que tonto que eres –sonrió Ichino abrazándolo.
Aoyama tenía la cara tan roja que parecía que fuera a explotar, y el corazón no se quedaba atrás de lo rápido que iba, sentía el cuerpo todavía frío por el exterior de Ichino y sus manos que le apretaban hacia su cuerpo con delicadeza.
-¿No estás enfadado conmigo? –preguntó Aoyama con un hilo de voz dejándose abrazar.
-¿Por qué iba a estarlo? –preguntó Ichino tomando la cara de Aoyama entre sus dos manos y mirándole directamente a los ojos, unos ojos grandes y negros que lo miraban expectantes sin saber bien que estaba sucediendo.
-Bueno… -Aoyama intentó apartar la mirada pero los ojos azules de Ichino lo tenían hipnotizado-, yo… tú… entonces…
Ichino sonrió, Aoyama era tan tierno cuando se ponía así… Acercó su cara a la suya y vio como el moreno se sonrojaba incluso más.
-¿Qué haces? –preguntó con la voz quebrada intentando retirarse.
Ichino se acercó más sin apartar los ojos de la mirada confusa de Aoyama, notaba el calor que irradiaba el muchacho y si no fuera porque su propio corazón se lo impedía podría oír los latidos del adolescente moreno que parecía vivir en una eternidad.
Ichino cerró los ojos y juntó suavemente los labios con los de Aoyama, que los abrió mucho con una oleada de calor y sintiendo el contacto dulce y tierno de la persona que amaba. También el cerró los ojos disfrutando del momento y presionó con más fuerza, pasándole las manos por el cuello a Ichino y entrando en su boca sin esperar a que el chico de cabellos claros se despegara de él.
Ichino se sorprendió y abrió los ojos, encontrándose con la mirada pícara de Aoyama.
-¿Con que sí, eh? –sonrió él perversamente lanzándose a por Aoyama y haciéndole cosquillas encima de él en la cama. Aprovechando la risa del moreno para besarle nuevamente y visitar él también la boca del chico, dónde le recibió su lengua que quería jugar.
-Te amo, Shinsuke –sonrió Ichino al separarse del chico con el poco aire que pudo coger.
-Y yo a ti, Nanasuke –respondió Aoyama abrazándole de nuevo.
Ichino asintió, radiante de felicidad, y acarició las mejillas de Aoyama.
-¿Entonces serás mi novio?
Aoyama tragó saliva.
-Por supuesto.
Ichino lo cogió de la mano con ternura y le depositó un delicado beso en el cuello, que hizo que el moreno sintiera que no podía haber nada mejor en el mundo… En lo que a él refería era el mejor día de su vida.
Aunque para Kirino, parecía que su iba a acabarse de un momento a otro…