•{αtrαpαme, si puedes}•

Private with: † Miss Skull †

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  1. •Shena
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    Le miré con perspicacia ante la respuesta a mis suposiciones, yo no era imbécil y me había dado cuenta perfectamente de la inseguridad en sus palabras, como cuando le dabas la razón a una mujer ante algo que en tu opinión es totalmente lo opuesto... Aunque poco después me tuve que olvidar del tema por sus graciosos intentos de pronunciar mi nombre con su tosco acento y esa cara entre seria y de confusión... En cierto modo aquel alemán tenía algo diferente. Con esa aparente ingenuidad o inocencia y aquellos extraños celos por mí que dejaba entrever de vez en cuando... En cierto modo era un poco... ¿Tierno? No, claro que no, un sucio y asqueroso nazi como él y el resto de los de su calaña no tenían nada de tierno. Aun así, lo más gracioso de todo era ver como trataba de disimular lo que le gustaba que le tocase o que de verdad no tenía ni la más mínima idea de como tocarme o por donde empezar mientras por otro lado me decía que no le gustaba que yo le tocase o le besase pero tampoco quería que me fuese con otros. También me gustaba como trataba de ocultar los gemidos que liberaba de vez en cuando o cuando gritó al ver que me dirigía a su entrepierna, aunque según fui continuando no le desagradó demasiado, todo lo contrario. Yo estaba disfrutando de todar sus reacciones de lo lindo, aunque no tanto como él... Por favor, si incluso tenía la espalda arqueada. Lo más mono de todo fue su cara de súplica cuando dejé de chupársela y le dejé con las ganas de correrse.

    Después, cuando le fui enseñando más o menos a como prepararme y que él se soltase un poco al ver que yo gemía, me ignoró completamente cuando me puse en cuatro frente a él y le dije que me la metiera... Por Dios, ¡Cualquiera ya me la habría metido a aquellas alturas y hace rato! Sin embargo, él se medio burló de mi pequeño acto de desesperación, puto alemán. -Depende si me interesa o no-Reí levemente, viendo de reojo como se me acercaba y tomaba mis nalgas para separarlas y entonces, para mi total sorpresa lo que sentí fue su lengua lamer mi entrada, arrancándome un gemido de lo más sonoro -¿D-de dónde has sacado esas... ideas?-Jadeé más que excitado y stremeciéndome ante el mordisco con el que acabó la acción, dejándome completamente perplejo. Había pasado de rehusarse y de intentar evitarme a tomar de alguna forma la iniciativa. Tras el mordisco, que no hizo otra cosa que encenderme (aun más), me dio la vuelta, quedando ambos cara a cara... Claro que me dio vergüenza y miré hacia otro lado, sintiendo poco después su mano temblorosa y titubeante tomar mi miembro antes de comenzar a masturbarme. Creo que mis ojos ya no podían abrirse más en sorpresa -¡Q-quieto! E-esto no, n-no yienes por qué...-Gimoteaba, cubriendo mi boca con ambas manos y cerrando los ojos con fuerza, sonrojado hasta las orejas y tratando de evitar los gemidos que se me escapaban de todos modos y cada vez más cuanto más me aproximaba al orgasmo.Yo que llevaba bastante tiempo sin hacerlo y que no estaba acostumbrado a que se preocupasen de hacerme sentir bien antes de pasar a lo importante pues seguramente no aguantaría mucho... Y lo habría hecho de no ser porque el muy capullo se vengó y me dejó a medias tal y como yo le había hecho a él. Reí levemente al escuchar su pregunta, estremeciéndome levemente ante el contacto de su aliento con mi oreja. Se había vuelto inesperadamente sexy.

    Comenzó a jugar con mi cuerpo tal y como yo le había explicado que se debía hacer, mordisqueando y lamiendo mi pálido abdomen, mientras me recalcaba sus celos sin la más mínima vergüenza. Al ir subiendo se detuvo en mis pezones, jugando con ambos; solo que a uno con la boca y al otro con la mano. Claro que mi estúpida sensibilidad me delató y acabé gimiendo de nuevo para él, que penoso. -N-no es necesario q-que hagas todo esto-Murmuré entre suaves jadeos, sintiendo como marcaba mi cuello "A ver como lo oculto luego"Pensé, desviando la mirada, cada vez más y más avergonzado y, por ende, más rojo. Luego subió a mi mentón, el cual mordisqueó a placer al igual que el lóbulo de mi oreja... Maldita la hora en la que le enseñé todo aquello, porque ahora mismo me tenía totalmente derrotado a su merced. "Vaya ejemplo"Pensaba según le iba escuchando, suspirando con pesadez y mirándole fijamente antes de reír un par de veces y luego suspirar, si se creía que iba a poder evitar que me tirase a quien yo quisiese lo iba a tener bastante complicado, yo era un hombre libre... y ccuantos más impedimentos se me pusieran por delante más ganas me iban a dar de saltármelos -Alto y claro mi querido nazi-Le miré fijamente, sabiendo que aquel hombre era capaz de llevarme con correa como a un perro antes de dejarme ir a tontear con otro "Pues si se llega a enterar de que casi me tiro a su hermana"Pensaba, riéndome internamente, al menos eso ya no me lo podía quitar. Entonces me vino con otra pregunta sobre mi relación con aquel capullo -Bueno, lo único cierto que me dijo a la hora de romper conmigo entre demás falsas cursilerías era que debía irse a otro cuartel. Claro que yo seguía siendo un mocoso y me lo creí todo, pero según fui creciendo y espabilando me fui enterando de ciertas cosas que él decía y hacía con otros mientras estaba conmigo supuestamente... Digamos que yo no era suficiente para él-Cerré los ojos reprimiendo alguna que otra lágrima traicionera que por nada del mundo dejé salir... ya no era un niño, eso ya no me importaba ni lo más mínimo.

    Después le miré, tratando de descifrar que demonios se le estaba pasando por la cabeza a aquel hombre en un momento como ese. Noté su intención de besarme al acercarse un poco más, pero por algún motivo se reprimió y se apartó, liberando un gruñido de frustración al hacerlo... incluso dejó de mirarme "No pensará dejarme así, ¿Verdad?"Pensaba, cerrando las piernas para cubrir mi intimidad en caso de que no quisiese continuar. Comprendía que para él fuese difícil el hacer todo aquello el hacer todo aquello con otro hombre al ser su primera vez con uno pero... ¿Llegados hasta aquel punto que todavía continuase así? Entonces, de pronto, ocurrió lo más inesperado: acarició mi mejilla en un intento de ser más o menos cariñoso (aunque todavía seguía faltándole bastante delicadeza a la hora de hacer aquel tipo de cosas) y me besó, apasionadamente y sin timidez alguna, dejándome con la boca abierta e incluso jadeando (pues al no estar preparado no me había dado tiempo a tomar aire). Había conseguido ponerme nervioso. -Y-yo...- Tartamudeé, mirándole sin entender nada de nada, inseguro -¿Quë quieres exactamente de mí?-Murmuré contra sus labios, por esto era en parte por lo que a mí me gustaba llevar las riendas en la 'relaciones'(aunque esto no podía ser llamado relación por ningún lado), porque sino mis fuerzas se iban a la mierda y la jodida inseguridad que tanto me había costado dejar a un lado se apoderaba de mí. Lo último que me faltaba era quedarme a la merced de un puto alemán que me tenía como su puta y atado a él por un gilipollas que encima de lo que me había hecho en el pasado en el presente me había vuelto a vender. En parte era culpa mía por haber confiado en que se iba a quedar callado y no iba a volver a traicionarme. -No te entiendo... N-no entiendo por qué te importa mi pasado ni esa posesividad tuya. No me entra en la cabeza por qué no me has echado un par de polvos y no me has metido una bala entre ceja y ceja aun-Le miré fijamente, llevando una mano hasta su rostro y rozando cautelosamente su mejilla, como si fuese irreal y temiese que se deshiciese ante mí. Estaba completamente desconcertado pero... ¿Quién no lo estaría en tal situación?
     
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    -No lo sé, estoy tratando de averiguarlo – sentí su cálido aliento contra mis labios y de pronto tuve la necesidad de volver a besarle en aquel mismo momento, en cambio me quedé muy quieto, no sabía cómo explicarle que todo su mundo era nuevo, desconocido y un tanto extraño para mí a pesar de que me gustara mucho – No me importa tu pasado, sólo tengo curiosidad, y respecto a mi posesividad ya te puedes ir acostumbrado a las buenas o a las malas, a mi me da igual – entonces sentí su mano en mi mejilla, sorprendiéndome en el instante que me dio una caricia y no una bofetada, recuerdo que tenía una piel tan suave como la seda – No entiendo por qué te crees tan valioso como para malgastar mi munición en alguien como tú, en otras palabras; yo decidiré en qué momento y dónde deshacerme de ti, mientras tanto harías bien en ahorrarte tus sugerencias y disfrutar de mi generosidad – aparté su mano de mi cara con brusquedad y le di un empujón para tumbarlo en la cama, sus palabras envenenaban mis ideas, no me dejaba pensar con claridad, y su cercanía se había convertido en una atracción fatal, porque yo (o mejor dicho mi cuerpo) era incapaz de resistirme a semejante placer, mi debilidad – Mientras te encuentre interesante, no tienes nada que temer, y créeme cuando te digo que …– reí con cinismo –…“pegarte un tiro entre ceja y ceja” es en lo último que estoy pensando ahora mismo, ¿quieres saber en lo que realmente estoy pensando, verdad? ten un poco más de paciencia… – dije acercándome a su oído –…pronto, tu cuerpo, lo entenderá.

    Recuerdo que me quedé mirándolo fijamente mientras analizaba cada centímetro de su cuerpo con deseo, no sólo tenía una piel suave y sin cicatrices, sino que además lo encontraba, en cierto modo, atractivo… y eso hacía crecer por momentos el deseo en mi interior. Una vez perdido todo rastro de vergüenza, le abrí las piernas con “amabilidad” y debes de entender que cuando yo hablo de amabilidad me refiero a hacer con él lo que me diese la gana, antes de subirme encima suya. Después rodeé mi cadera con sus piernas, mientras mis manos se deslizaban con hambre por sus gemelos, rodillas y muslos. Para luego mordisquear su oreja, entre tanto que mi lengua se deslizaba por su cuello y mis manos trepaban hasta su abdomen, pecho y finalmente su cintura para alzarla en alto, a mi altura – ¿Sabes…? ahora que te veo sin el uniforme, entiendo que no somos tan diferentes… – y sin querer se me escapó una risita irónica –… claro que en el sexo, al igual que en la guerra, siempre habrá alguien quien esté “por encima” del otro, ¿no? – y sin previo aviso se la metí de golpe y porrazo, desgarrando su interior, abriéndome paso hasta el fondo. Espere un momento y no para que él se acostumbrara a mí, sino porque yo tenía que amoldarme a su entrada tan estrecha que, a penas, me permitía una mínima movilidad. A continuación empecé con un ritmo suave y pausado, y sólo porque me acordé que a mi futura mujer le molestaba, incluso le dolía, que fuera tan rápido al principio. Pero, ¿por qué tenía que ser considerado con el enemigo? de este modo empecé a aumentar el ritmo de mis caderas, quería oírlo gemir de placer, quería oírlo gritar para mí – du bist mein... Russisch – salí de su interior tan rápido como había entrado, para darle la vuelta boca abajo y volver a metérsela por detrás con un gruñido gutural. Dejé un camino de besos por su columna vetebral hasta llegar a su hombro izquierdo donde me entretuve mordiéndolo durante un rato, luego lamí su cuello y le susurré al oido lo mucho que me estaba divirtiendo, antes de hundir mi nariz en el embriagodor aroma que era su pelo. Puse mi mano por encima de la suya, entrelazando mis dedos con los suyos, mientras que con la otra agarraba su miembro y le masturbaba al ritmo de mis caderas. Pero paré en el úlimo momento, no quería que se corriese tan rápido, sí, yo era así de renconroso – Noch nich. Zeig mir was du tun können... – volví a salir de su interior e intercambié nuestros papeles, ahora era yo quien estaba abajo y él arriba, y tengo que confesar que me deleiataba con creces la vista que me ofrecía desde aquellas alturas. Yo no estaba acostumbrado a estar por debajo de nadie y mucho menos de un ruso, mi enemigo, pero con él haría una excepción. Lo agarré por los muslos y me quedé quieto para dejarle a su libre albedrío, bueno, a decir verdad tan sólo fuera durante un par de minutos. Antes de que se me agotara la paciencia y me levantara de la cama, sujetándolo por las piernas con fuerza y, sin salir de su interior, lo apoyé de pie en la repisa de la ventana – Se acabó tu tiempo – como era un tanto más bajo que yo, tuve que inclinarme para seguir penetrándolo, entretano que le permitía pasar sus brazos alrededor de mi cuello, pero sin llegar a besarnos. Oh, no, que asco. Yo quería alcanzar el orgasmo y terminar ya con todo aquello, pero antes de que pudiera correrme él lo hizo primero, manchandome el estómago... gesto por el que no pude reprimir una mueca de desagrado.

    Yo también quería acabar pero de pronto y sin previo aviso, la sirena de alarma de la ciudad empezó a sonar de forma estrepitosa alertado todos y cada uno de mis sentidos mientras se escuchaban disparos allá lo lejos – Vístete, rápido, luego hablaremos de esto – le dije que se vistiera rápido, pero yo estaba empapado en sudor, cansado como si hubiese estado corriendo un maratón y un problema entre las piernas que no se bajaría tan rápido como yo había pensado – Scheiße – mientras nos dirigíamos hacia el lugar de los hechos en coche vino a mí mi personalidad vergonzosa, tenía la cara roja como un tomate maduro y la mirada desviada en todo momento hacia otro lado, mientras sentía como mis pulsaciones aumentaban a cada segundo – Herr Kommandant, se trata de Dietrich... – según me comentaba el soldado, el maldio ruso, el ex de Niko que yo debería haber matado desde el principio y que ahora estaba encerrado supuestamente en el sótano, había escapado tomando como rehén a uno de mis hombres para intentar llegar hasta el aparcamiento – Tú, quédate aquí – le dije a Niko y sin ton ni son la puerta se abrió de un momento a otro, con aquel ruso delante mío, mientras utilizaba a mi amigo como escudo, mientras rápidamente tanto mis soldados como yo desenfundábamos el armamento pesado – Suéltalo, y te juro que te mataré de una bala en la cabeza, desobedéceme, y te juro por Dios que ni tu madre ¡ni el propio Stalin! podrá reconocerte cuando acabe contigo, ¿me has entendido? – yo le estaba apunando con el francotirador cuando este se fijó en Niko y, como si se tratase de una película a cámara lenta, lo vi sacar con su mano libre una pistola dispuesto a disparar a... ¿su camarada? ¿su antiguo amante? ¿su... exnovio? – ¡Cuidado! ¡Va armado! – dijo Hermann a mi lado. Yo diría más tarde que cumplí con el protocólo de actuacción, matando a mi compañero para salvarnos el resto... y no porque había visto como apuntaba disimuladamente a matar a Niko, ¿habría sido el mismísimo Stalin quien habría mandado su ejecución? – ¡Dietrich! ¡No! – gritó mi compañero, antes de que la bala se incrustrara en el pecho de su amigo y por ende alcanzase al enemigo, matándolo también al momento. El cuerpo de mi camarada se hubiera desplomado en el suelo, si no llega a ser porque lo cogí a tiempo y lo acuné entre mis brazos en su último aliento, mientras le apretaba fuertemente la mano – ¿Permiso pa-para desncasar, mein Kommandant...? – me preguntó, con una sonrisa llena de sangre, antes de cerrarlos los ojos – Por supuesto, soldado...

    Aquella misma noche no le dirigí ninguna palabra al ruso, me encerré en el baño y lloré en silencio durante casi toda la noche, destrozado por la perdida de mi compañero. A la mañana siguiente, fui hasta mi coche y me abroché el cinturón, mientras esperaba a Niko para dirigirnos al campo de tiro y entrenamiento. Donde, una vez allí, tuvimos que pasar un control; había dos soldados apostados en la entrada y cuando me reconocieron, hicieron el saludo marcial y subieron la pasarela para dejarnos pasar. El camino estaba embarrado y había muchos charcos de agua, el viento empezaba a soplar con fuerza y pronto comenzó a chispear. Por lo que no era un buen día para practicar puntería para novatos y cadetes. Sonreí con nostalgia cuando recordé la primera vez que pisé aquel lugar con mi padre y mi abuelo; sí, yo era aún demasiado joven e inexperto, pero ese mismo día atiné a todas las dianas sin excepción. Y, como regalo, mi abuelo me regaló su propio francotirador. Hacía tiempo que no pisaba aquel lugar, pero recordaba perfectamente que, al final del todo, había un edificio de color gris rodeado de pinos de roble y, tras este, se encontraba el campo de tiro y entrenamiento de donde provenían los disparos. Aparcamos junto a las demás motos y coches, y nos dispusimos a entrar dentro del edificio. En la recepción, todos los soldados me saludaron haciendo el saludo marcial y yo se lo devolví con gusto. Luego, firmamos el papeleo y pedí un francotirador para Niko, pues yo había cogido el mío propio del maletero y ahora lo llevaba a la espalda y sujeto a la altura del pecho con una correa. Se trataba de un Mauser K-98 con mirilla incorporada, y a decir verdad, era más grande de lo normal ya que se lo habían hecho especialmente para la altura de mi abuelo.
    El campo de tiro se componía de una extensa pradera, rodeado de vegetación, maleza y árboles. Al fondo estaban las dianas dispuestas en diferentes alturas, distancia y tamaños; la más fácil de todas se encontraba a 50 metros, la segunda a 100, 150, 200… y así progresivamente hasta alcanzar una distancia de más de 300 metros. Unas estaban clavadas en la falda de los árboles, mientras que otras estaban escondidas en sus copas o lagunas. Unas eran pequeñas, para mayor dificultad, y otras más grandes para los jóvenes inexpertos – Bien, hoy estamos aquí reunidos porque nuestro compañero, Hermann Müller, murió ayer dando la vida por su país y necesito a un nuevo… “soldado”, aunque todos los aquí presentes sabemos que no le llegan a la altura del zapato y son todos un montón de carnaza que morirá en la primera misión de reconocimiento – uno de los cadetes inexpertos, levantó la mano – ¿Y cómo murió, Herr Kommandant? – yo me quedé mirándolo por encima del hombro, se notaba a la legua que no estaba curtido en la batalla – Yo lo maté. Bien, si no hay más preguntas, pasaremos a realizar las pruebas.

    Me quito la gorra de oficial y, rápidamente, un soldado aparece a mi lado para sujetármela, junto con los guantes y la chaqueta. Me arremango la camisa hasta la altura del codo y desabrocho los tres primeros botones de la guerrera. Sin mediar palabra, cojo el francotirador de mi espalda y recargo el arma, me yergo firme y me pongo en posición de tiro; el francotirador se echa al suelo para tener un mayor control tanto del arma como del objetivo, pero yo no lo necesito, del mismo modo tampoco necesito cerrar un ojo, porque sólo tengo uno. Me concentro; calculo la dirección del viento y siento como la lluvia cae sobre mí, ahora se ha vuelto más intensa, respiro despacio y dejo escapar el aire de mis pulmones, poco a poco. Como experto francotirador que soy, sé que tengo que abatir primero a la última fila y luego avanzar progresivamente hasta la primera. Porque, nosotros, los francotiradores, somos el enemigo más mortífero de la guerra; nosotros somos los asesinos más letales en la sombra. Mi objetivo: abatir todas las dianas calculando previamente cuales están unas detrás de otras para ahorrar tiempo y munición y, de este modo, abatir a dos enemigos de un disparo. Cierro mi ojo y, unos segundos después, lo abro para empezar a disparar; he abatido todas las dianas en el blanco tanto las fáciles de delante como las más difíciles de atrás con un solo disparo, en total he gastado quince de las treinta balas y he acortado el tiempo en cinco minutos. Total de muertos; treinta. Tiempo estimado; trescientos segundos. No puedo evitar preguntarme: ¿Cuánto tiempo hubiera necesitado para abatir al mismo número de soldados, si me hubiera echado al suelo y las condiciones del tiempo fueran más favorables? Cuando termino, el campo de tiro y entrenamiento se ha convertido en un cementerio; hay un silencio sepulcral y nadie tiene el valor o la osadía para decir nada. A mí no me aplauden ni me vitorean, tampoco se acercan para felicitarme o pedirme consejos. Miro sus rostros, están sorprendidos… pero el miedo prevalece por encima de todo – ¿Qué estáis mirando? – los soldados de la primera fila han retrocedido un paso atrás, ¿en serio piensan que les voy a disparar? – ¡Poneos en fila! – les ordenó e, inmediatamente, la masa de soldados se moviliza y vuelven a sus quehaceres. El campo de tiro y entrenamiento vuelve a cobrar vida y se reanudan los disparos – Su turno, señor… “Schneider” – le digo con voz fría y por primera vez en horas le dirijo la palabra, mientras le ofrezco una pequeña caja de 30 balas del calibre 22. Quería observar su forma de disparar y la distancia que podía alcanzar, el tiempo que necesitaba para abatir a la mayoría de esas dianas y cuáles de ellas le resultaban más fáciles. Todo ello sumado al mal tiempo, el viento y a la llovizna que ahora se cernía sobre nosotros.
     
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  3. •Shena
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    Le miré con escepticismo al escuchar su respuesta ¿No lo sabía de verdad o es que simplemente no quería decírmelo? Entonces se quedó quieto como una estatua, callado, hasta que retomó la palabra en un nuevo cambio drástico de tono, hablándome con chulería y prepotencia de golpe y porrazo. -Para tener curiosidad por algo debe de importarte aunque sea un poco, sino no preguntarías-Sonreí con astucia, mirándole fijamente en todo momento "Si te crees que me vas a tener como tu juguetito personal vas listo, soy capaz de follarme a medio cuartel"Pensaba totalmente en serio, a mí no me iba a controlar; por encima de mi cadáver. -Oh por supuesto, perdona mi atrevimiento al decir que desperdicies una valiosísima bala tuya en mí-Ironicé al mismo tiempo que mi mano era apartada bruscamente de su cara, y eso que en un principio pareciera haberle gustado. De un fuerte empujón hizo que me tumbase en la cama, acercándose a mi oído para decirme cosas que hace un rato jamás habría pensado que se atrevería a decirme. Mis mejillas enrojecieron, sin embargo mi boca no se quedó quieta -Ilumíname, soldado-Murmuiré en respuesta contra su oreja, mordiéndole el lóbulo de esta con la intención de que se avergonzara y volviese a ser como aantes pero no surtió demasiado efecto... por no decir ninguno.

    Mi corazón se aceleraba bajo su atenta mirada a mi cuerpo sin el más mínimo de pudor, comiéndome con los ojos y con una erección cada vez más difícil de ignorar entre sus piernas. Y hablando de piernas, en ese justo instante abrio las mías, colocándolas alrededor de su cintura mientras acariciaba con deseo malamente reprimido mis piernas desde los gemelos hasta mis muslos. Me abracé a su cuello, jadeando con suavidad ante las múltiples sensaciones que me producía cada vez que me tocaba, mordisqueaba mi oreja o degustaba mi cuello; si seguía alargando aquello yo me volvería loco. Entonces sus manos sujetaron mi cintura con firmeza y la alzaron antes de que volviera a recalcarme que en una cosa o en otra siempre estaría por debajo suya. Y cuando estaba a punto de replicar... -¡¡AAH!!-El alarido fue inminente e inevitable al sentir su miembro irrumpir abruptamemte en mi interior hasta mis entrañas después de tanto tiempo de inactividad en dicha zona que fue inmediatamente desgarrada por aquella mala bestia. Arañé su espalda con todas las ganas, adolorido gracias a su bien dotada virilidad que ahora maldecía mentalmente con todo mi ser. Sin darme a penas tiempo de recuperación comenzó a moverse con un ritmo pausado que aun asi a penas pude soportar sin desmayarme; pero gracias a Dios o a mi experiencia comencé a epacostumbrarme rápido. Comenzó a moverse cada vez más y más fuerte, arrancándome varios gemidos de dolor y algún que otro improperio. Pero no iba a seguir mostrándome débil, no señor. Comencé a mover mis caderas al ritmo de las suyas, mordiéndole el labio inferior tras sus palabras... Aunque la travesura no me duró demasiado ya que tan rápida y bruscamente como me la había metido me la sacó, poniéndome boca abajo y... -¡Aaah! сукин сын...-Gruñí, hundiendo la cara en la cama, adolorido aun mientras él disfrutaba de mi cuerpo, dejando un camino de besos por mi espalda hasta llegar a mi hombro, el cual mordió durante un rato hasta que se acordó mi cuello, el cual lamió produciéndome así un estremecimiento al mismo tiempo que me recalcaba lo que se divertía follándome para después hundir su nariz en mi pelo, lo que daría porque lo vieran así conmigo. En el momento en que se me pasaron los dolores importantes todo aquello que estaba pensando hasta el momento se fue a la mierda y mis caderas comenzaron a moverse solas, como por reflejo. Mis gemidos y jadeos comenzaron a llenar la fría habitación, cada vez más fuertes y acelerados según me iba acercando al orgasmo que nunca llegó ya que la mano del nazi que había comenzado a masturbarme momentos atrás cuando había empezado a tocarme y había entrelazado los dedos de su mano libre con la mía. -P-por favor-Jadeé, nublado por el placer y sintiendo como para mayor desesperación mía volvía a salir de mí. Esta vez se tumbó en la cama y me dejó a mí arriba mientras me mantenía bien agarrado por los muslos. Obedientemente volví a meterme su miembro con cierta lentitud, disfrutando del ahora leve dolor y gran placer que me provocaba antes de comenzas a subir y bajar cada vez con más fuerza, gritando cada vez que llegaba a dar contra cierto punto en mi interior que volvería loco a cualquiera... Pero mi libertad para moverme estando sobre el no me duró más que unos minutos ya que se levantó, agarrándome por las piernas fuertemente y sin salir de mí, apoyándome de pie en la repisa de la ventana. Yo le miré sin poder pronunciar palabra, con las mejillas encendidas, extasiado y casi hasta algo desesperado porque continuase follándome, cosa que no tardó en llegar. Pasé mis brazos alrededor de su cuello entre gemidos y gritos de placer antes de llegar a un merecido orgasmo después de haber pasado por todas aquellas posiciones. Lo más vergonzoso fue el darme cuenta que para continuar había tenido que agacharse. Traté de seguir aguantando para que él pudiese correrse, pero justo entonces una sirena comenzó a sonar y salió de mí de golpe y porrazo, dejándome ahí como un idiota, jadeando y sudado como si hubiese tenido que tirar de un tren y con cara de '¿por qué paras?'. En un primer momento estuve a punto de ir a solucionarle el problema que tenía entre las piernas pero luego me dije "Que se joda"Así que me quité limpié como mejor pude, me vestí, me acomodé el pelo(Que realmente siempre iba revuelto) y fuimos a paso rápido hasta el coche. "Qué dolor"En todo el trayecto no paré de moverme en el asiento, buscando una posición en la que el trasero no me doliese tanto mientras maldecía al causante de mi dolor sin descanso. Por un momento le miré de reojo, estaba rojo como un tomate y no me miraba en ningún momento "Vuelve a ser él mismo al parecer..."Pensaba, recordando la forma en que me había tomado y también el día en que había tenido que presenciar como se follaba a su prometida debajo de una cama, recuerdo que hizo que se me instalase un extraño nudo en el estómago. Fui sacado de mis pensamientos por la voz de un soldado, que nos estaba explicando lo ocurrido... Por cierto,¿Cuándo habíamos llegado? ...Mis mejillas enrojecidas hasta aquel momento comenzaspron a empalidecer y mi respiración comenzó a agitarse al igual que mi corazón, que acababa de desbocarse. -A sus órdenes, Herr Kommandant-Musité, mirando casi con pavor la puerta que acababa de abrirse. Mi excompañero y camarada salió por la puerta con uno de los amigos de Hermann como rehén. Lo peor llegó cuando cruzamos miradas y él se dio cuenta de que yo seguía vivo a pesar de haberme traicionado y entonces supuse que entendió lo que estaba haciendo y con quién... Lo siguiente que voy a narrar ocurrió en segundos y no puedo recordarlo demasiado bien, pero pasar pasó. El que antaño fuese mi pareja sacó una pistola con su mano libre y, según iba levantando el brazo en mi dirección con una mirada cargada de odio y de asco hacia mí vi como caía al suelo junto al rehén, muerto. En ese momento me quedé en blanco, no veía ni escuchaba nada, solo estaba ahí, muerto en vida y con una cara tan pálida como una hoja de papel que fue surcada por una única y pequeña lágrima cargada de sentimientos que jamás esperé volver a sentir. Y cuando esa lágrima murió al borde de mi rostro la realidad me golpeó de nuevo, los sonidos volvieron a mis oídos como una bomba que acababa de estallar y lo primero que vi al salir del trance fue el charco de sangre sobre el que yacía el cuerpo sin vida del ruso que era ignorado por todos ya que todos se centraban en su compañero sacrificado y en el asesino de ambos... El mismo que hasta hacía un rato me tenía entre sus brazos y ahora, con esos mismos brazos, me había librado de una muerte casi segura a costa de la muerte de una de las personas más importantes de mi vida y el culpable de la formación de mi personalidad y de la mitad de mis sufrimientos. Porque si, dolía.

    Aquella noche no nos dirigimos ni una sola palabra el uno al otro pero aun así pude esuchar perfectamente como lloraba, como si supiese que si lo hacía me haría sufrir aun más. "Por qué no me dejaste morir... Ya habías tenido lo que querías probar y así podrías haberte librado de mí sin levantar sospechas"Pensaba, acurrucándome en una esquina de la habitación, en posición fetal y con los ojos abiertos en todo momento, sin derramar ni una sola lágrima. A la mañana siguiente mi cara parecía la de un zombie, pálido y con unas ojeras tan grandes como mi país de procedencia, mis ojos habían perdido su brillo de picardía y alegría habitual que había saido sustituido por una mirada perdida y rebosante de soledad. Una vez vestido y medio arreglado fui a reunirme en el coche con 'mi superior' para así ir hasta el campo de tiro y entrenamiento en el que no tenía ni la más mínima gana de presentarme, pero como tenía que estar todo el rato junto a él no me quedaba de otra. Una vez allí tuvimos que pasar un control y, según le vieron, los dos soldados de la entrada hicieron el saludo marcial y subieron la pasarela para que pasásemos. El campo no estaba en las mejores condiciones gracias al tiempo, ya que parecía que iba a ponerse a diluviar en cualquier momento y estaba todo encharcado y lleno de barro, como si el día me hubiese leído la mente y hubiera querido imitar mi estado de ánimo. Una vez aparcamos junto a demás vehículos entramos a un gran edificio de un color tan triste como el día, gris, tras el que se encontraban los campos de entrenamiento donde ya se escuchaban disparos que me tenían completamente tenso, pues cada vez que escuchaba uno la imagen de mi ex amante muerto venía a mi cabeza. En la recepcion todo el mundo le saludó haciendo el saludo marcial, yo, que iba en mi mundo, lo imité por inercia, sin dirigir ni siquiera la mirada a los presentes. Tras un papeleo que se me hizo eterno se me entregó un francotirador ya que mi acompañante ya traía el suyo a la espalda que, por cierto, o era más grande de lo normal o mi vista estaba realmente mal aquel día.

    Una vez todo arreglado pasamos al campo de tiro, que no era más que una gran pradera rodeada de distintos árboles y maleza con las dianas colocadas estratégicamente en progresión de dificultad según la lejanía, de dintos tamaños y a distintas alturas. Algunas iban clavadas en árboles, otras estaban escondidas en las copas de estos o lagunas... Para sser sincero yo nunca había recibido una formación especial para con el francotirador, yo siempre estaba en las sombras como una jodida rata, hurdiendo el mejor plan para que otros llevasen a cabo la victoria en mi lugar; no era lo que se decía un hombre de acción, pero tampoco se me daba mal. En fin, a lo que íbamos... El del parche tomó la palabra para motivar, o más bien para hundir a los novatos que se habían atrevido a hacer acto de presencia y no solo eso, sino que uno de ellos tuvo el atrevimiento de preguntar como había muerto aquel hombre. Miré de reojo a Hermann, que le dirigió una mirada despectiva antes de responder «Yo lo maté»De nuevo aquellas imágenes a mi mente y por un momento tuve que bajar la cabeza para controlar mis expresiones.

    Sin mediar ni una sola palabra más el rubio se quitó gorra, guantes y chaqueta que fueron sujetados rápidamente por un soldado. Se acomodó la ropa, cogió el francotirador y en lugar de echarse al suelo se irguió aun más recto y, tras unos segundos de autopreparación, comenzó a disparar. Mis ojos siguieron las trayectorias de los disparos, unos más arriesgado y otros menos pero ni un solo fallo. En total tardó unos cinco minutos sin malgastar ni una sola bala, es más, gastó solo 15 de 30 para 30 objetivos teniendo en cuenta el tiempo y el efecto del viento. Desde luego un enemigo temible. Para cuando se volvió a colgar el rifle a la espalda aquel lugar parecia más un velatorio que un campo de entrenamiento, lo único que se escuchaba era el viento correr y la lluvia embarrar aun más el suelo; miré de reojo a los soldados que le miraban con una mezcla de pavor y asombro.. Digamos que su apariencia no era demasiado amigable y con el grito que les metió no era de extrañar. Una vez los soldados volvieron a sus que haceres por primera vez en el día me dirigió la palabra para decirme que 'era mi turno', con una voz fría y cierto recochineo. Le devolví la mirada y, sin abrir la boca, cogí la caja, teniendo sumo cuidado de no tocar nada más que la pequeña caja . Cargué el arma y cerré los ojos, tomando aire y suspirando. Hinqué una rodilla en el suelo, acomodando el arma a mi gusto y divisando bien los objetivos mientras sentía la ropa pegarse a mi cuerpo por culpa de la llovizna que ahora se cernía sobre nosotros. Cierré los ojos, teanquilizándome y concentrándome lo suficiente para ignorar el resto del entorno, en especial los tiros de los novatos a mi lado. Abrí el ojo que utilizaba siempre para disparar, me incliné un poco hacia delante(Lo poco que el dolor de mis caderas me permitíandespués de las 'actividades' del día anterior) y aspiré. 1,2,3, Exhala. Los tiros se sucedieron uno detrás de otro , llamando la atención de los novatos de alrededor que se detuvieron a mirar con curiosidad. La cosa iba bien, ya solo me quedaban un par de objetivos fáciles de 50 metros cuando mi concentración de desmoronó y un disparo cercano me dejó en blanco durante solo unos segundos en los que mi mente me jugó la peor de las pasadas: de nuevo los recuerdos de mi mente de la muerte de mi compañero. Di dos disparos más sin siquiera mirar antes de dejar caer el franco tirador; uno dio en la diana y el otro falló. Tiempo total seis minutos siete segundos, total de muertos 29, 17 balas utilizadas. En ese momento salí del trance y, recogiendo el arma, me incorporé, teniendo que apoyarme durante unos segundos en mis rodillas momento en que noté más de una mirada sobre mí y sobre mi trasero. Sin venir a cuenta comencé a reír suavemente y me puse recto, echando la cabeza hacia atrás y dejando que la lluvia cayese sobre mi rostro -Debo estar volviéndome viejo-Bromeé para disculpar mi extraño comportamiento, escuchando las risas inocentes de los que habían llegado a escucharme... si ellos supiesen. Luego volví a mirar un momento a la nada y mordí mi labio inferior, controlándome de mala manera -No me encuentro bien...-Le dije al nazi por lo bajo, dándole el francotirador a un soldado que se acercó para cogerlo al ver mis intenciones de dejarlo por ahí tirado -¿Me puedes guiar a la enfermería?-Le sonreí encantadoramente al chico, que según lo rojo que se puso debía ser uno de los que me habían mirado disimuladamente. Así fui de vuelta al gran edificio en su compañía y, cuando entaba llevándome a la enfermería, le hice meterse conmigo a los baños que para mi suerte estaban vacíos. Apoyé la espalda en la puerta y atraje al chico hacia mí, que se puso rojo como un tomate y más que nervioso, pero en cuanto le besé y vio que tenía libertad no tardó en pasear sus manos por mi cuerpo -Espérame afuera-Le susurré al oído y, muy a mala gana, me soltó y obedeció, saliendo del baño. Yo me miré en un espejo que había en la pared, estaba hecho un cuadro. Me quité chaqueta, guerrera y camisa antes de coger un resfriado y me revolví el pelo para quitarme parte del agua antes de derrumbarme y tener que apoyarme con los codos en un lavabo, apretando fuertemente los dientes y ocultando mi rostro entre mis manos... ¿¡Por qué coño me afectaba todo esto!? ¡Debía alegrarme de su muerte! Un puto peso menos encima... pero no, yo tenía que martirizarme, y no solo por él, sino por el nazi que había muerto por su culpa y también por el capullo de Hermann al que encima me sentía atado después de haberme salvado la vida "Nikolay no puedes seguir así, no viniste aquí para esto"Pensaba sin embargo la angustia y la culpa que se apoderaban de mi cuerpo no pensaban igual.
     
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    El ruso estaba dando en el blanco de todas las dianas mientras los soldados vitoreaban y lo animaban a continuar emocionados, realmente era bueno en su trabajo o eso pensé antes de que un disparo cercano le hiciese perder la concentración y fallase el último tiro. Vi como se le caía el francotirador de las manos y como perdía el control de sí mismo durante unos segundos en los que no pude dejar de preguntarme en qué diantres estaría pensando, aunque no tardé mucho tiempo en averiguarlo a juzgar por la expresión de su rostro y, por un momento, casi llegué a sentirme culpable por haber matado a su ex compañero, su ex novio. Luego salió del trance o eso creyó porque antes de que apoyara las manos en sus rodillas para no venirse abajo yo ya sabía que no se encontraba bien después de todo, algo que al parecer mis subordinados ignoraron mientras babeaban por su trasero, pero mentiría si dijese que no le dirigí una mirada con discreción. Bien, como iba diciendo empezó a reírse suavemente antes de erguirse recto y aunque tratase de disimular su angustia con bromas, vi perfectamente como intentaba contener sus emociones mientras se mordía el labio inferior y miraba en dirección hacia la nada. Yo no entendía bien el porqué, pero cuando lo vi empapado de los pies a la cabeza y con ojeras por culpa de la noche pasada, con esa expresión perdida en su cara y con esa fachada de sonrisas que sólo escondía dolor y tristeza… me hizo sentir realmente mal. Y aún más cuando le confesó a uno de mis camaradas que no se encontraba bien y le pidió que lo llevara a la enfermería con una de sus mejores sonrisas, y no hace falta decir que las mejillas del soldado se colorearon rápidamente como el color de las ciruelas mientras le enseñaba el camino a la enfermería y lo seguía bien de cerca – ¿Herr Kommandant…? – me preguntó Hermann a mi lado haciendo el saludo marcial, pero yo hice caso omiso a su pregunta, entre tanto que mi mirada seguía al ruso y a mi subordinado con cierto recelo desde la distancia – ¿…Hans…? – al ignorar completamente a mi compañero de armas y mi amigo de la infancia, este apeló a mi nombre de pila, algo que me desviar la mirada de aquella pareja – ¿…estás bien? pareces preocupado – yo parpadeé un par de veces, confundido, no, no estaba nada bien y, si, si estaba abstraído por culpa de aquel maldito ruso que ahora no podía apartar de mi mente – Estoy perfectamente, ¿por qué no iba a estarlo?

    Inquieto, seguí junto con mi compañero al soldado y al ruso hasta el edificio donde una vez en la enfermería el médico nos dijo que por allí no se había pasado ni Dios, recuerdo que en aquel momento se me hizo un nudo en el estómago y caminé a paso ligero hasta los baños mientras Hermann me preguntaba tras de mí qué diablos estaba pasando. A decir verdad yo no tenía ni idea de lo que había ocurrido entre el novato y mi querido enemigo, pero mi cara de enojo y estupefacción lo decía todo cuando los descubrí juntos. Y lo de juntos era una suposición porque mientras que Niko estaba ahora completamente desnudo y a merced del otro, el condenado bastardo se había bajado los pantalones del uniforme mientras lo sujetaba por las muñecas con una mano y con la otra masturbaba su miembro. Yo me quedé quieto, helado, observando aquella situación mientras sentía como me carcomían los celos por dentro y como el enfado tomaba el control de mi mismo. Así que sin pensármelo dos veces tomé al soldado por el hombro y tiré de él hacia atrás para estamparlo contra el suelo, puse mi bota sobre su pecho para que se estuviese quieto y le apunté a la cara con la Luger dispuesto a pegarle un tiro – Ya me encargo yo, Hans – me dijo Hermann, poniendo una mano en mi hombro para intentar sosegar mi mal humor, sin embargo yo no estaba por la labor de entrar en razón y me zafé de su agarre de malas formas por haberme detenido, por haber contradicho la orden de su superior – Apártalo de mi vista – mi amigo me miró fijamente a los ojos sorprendido por mi gesto repentino y agachó la cabeza con sumisión, luego tomó por el brazo al novato y tiró de él fuera del baño entre lloriqueos y suplicas de clemencia que, francamente, me importaban una mierda – ¿Qué hago con él? – yo lo miré con asco y desprecio por encima del hombro como a un desecho, si por mi fuera le habría pegado un tiro allí mismo y asunto resuelto – Haz que corra durante toda la noche… un poco de agua fría le ayudará a pensar con la cabeza de arriba, después se le condenará a dos meses de cárcel por desacato y desobediencia y se le destinará al frente ruso como reemplazo… he oído que últimamente están teniendo muchas bajas. Pero, si se niega a cumplir con su castigo, entonces no tendremos más remedio que enviarle a un campo de concentración y fusilarle en un paredón sin honor.

    -Te dije que no toleraría que estuvieses con ningún otro bajo ningún concepto y me has desobedecido, veo que al parecer ni entiendes cuál es tu lugar en todo esto ni comprendes tu situación – cuando el soldado y mi amigo dejaron los baños yo tomé al ruso por el brazo y le instigué a seguirme por la fuerza a uno de los lavabos donde, una vez dentro, cerré la puerta con pestillo tras nosotros. Luego lo estampé contra la puerta sin mucho miramiento y me coloqué detrás de él, le obligué a abrir la boca para lubricar dos de mis dedos y luego separé sus nalgas para introducir dentro uno a uno – Es más, estoy casi seguro que tú incitaste a ese novato y luego se te fue de las manos, así que voy a tener que castigarte a ti también, Russich, pero de otro modo – saqué mis dedos de su interior y pasé un brazo alrededor de su cintura para pegarlo a mi cuerpo y que de este modo sintiera mi erección contra su trasero. Después me bajé la cremallera del pantalón y le embestí con rabia y deseo al mismo tiempo – Shh… aquí no puedes gritar – le susurré al oído antes de morder su lóbulo mientras mis labios descendían peligrosamente por su cuello, lamiéndolo, y mi mano tapaba su boca para acallar sus gemidos y con la otra masturbaba su miembro, despacio. A continuación empecé a mover mis caderas lentamente y lo tomé de las caderas para darme impulso, separando sus piernas con mis pies y moviéndome cada vez a un ritmo más acelerado… hasta que, de pronto, la puerta del baño se abrió de golpe – Estoy harto de dar vueltas por este dichoso complejo, Hermann; no sé dónde diablos está mi hijo, pero si sé que hace frío, está lloviendo a cántaros y que estoy rodeado de novatos inexpertos… además de ineptos – dijo antes de cerrar la puerta del baño, malhumorado, yo sentí como me quedaba sin aliento y se me paraba el corazón a la vez, de hecho hasta me detuve tan asustado como nervioso, y pensar que tan sólo una puerta de madera me había salvado de morir de vergüenza delante de mi padre, mi superior, me hizo replantearme seriamente lo que estaba haciendo. Sin embargo, por más que yo supiera que todo esto no estaba bien y que significaba alta traición hacia el Führer, no pude evitar girar la cara del ruso hacia atrás para darle un beso y entrelazar su lengua con la mía antes de llegar al orgasmo en su interior.

    Recuerdo que cuando terminé salí de dentro de él y me limpié antes de subirme la cremallera del pantalón, pero cuando lo vi arrodillado en el suelo volví a sentirme culpable, de modo que le ayudé a ponerse en pie para sentarlo en el baño. Luego me quité el tres cuartos negro y se lo pasé por encima de los hombros a modo de abrigo porque para ser sincero su desnudez me incomodaba en aquella situación, y aunque mirase para otro lado, avergonzado, siempre volvía la mirada inevitablemente hacia su cuerpo – Sabes tan bien como yo que no tenía elección…– le confesé acuclillándome a su altura, cambiando de tema y refiriéndome a lo sucedido la noche pasada, cuando le quité la vida a su “ex camarada” –…no entiendo porque te sientes tan mal, porque intentas castigarme de esta forma, si le hubiera dejado disparar ahora mismo estarías muerto y mi amigo seguiría posiblemente con vida…– yo le miré a la cara buscando respuestas, ¿por qué era yo ahora quien me sentía como la peor persona que hubiese pisado la faz de la tierra? no lo sé, pero era una sensación desagradable –…te vi llorar y te he visto fallar un disparo por su culpa, así que dime; ¿tanto significaba para ti alguien que te vendió como una vil rata? ¿tanto echas de menos a ese gusano que pretendía acabar con tu vida? él no te quería, no se merece que pienses en él ni un segunda más y mucho menos merece tus lágrimas – dicho esto lo cargué al hombro cual saco de patatas, recogí su ropa del suelo y lo llevé hasta la enfermería donde rápidamente lo atendieron el doctor y una enfermera. Cuando el médico terminó con su reconocimiento se acercó hasta mí y me preguntó si tenía un momento para hablar en privado, yo asentí con la cabeza y ambos terminamos en su despacho mientras el ruso descansaba en una camilla arropado con mantas – ¿Qué le ocurre, doctor? ¿Es grave? – le pregunté, realmente preocupado – No se preocupe, Herr Kommandant, el señor Schneider sólo está resfriado; le recomiendo que pase unos días en cama y que no salga de casa si a usted le parece bien y le da unos días de permiso, claro – yo asentí con la cabeza, a pesar de ser su oficial de rango no estaba dispuesto a contradecir a un médico – Herr Kommandant, en realidad no le he traído aquí para hablar de un simple constipado, verá, el chico se le ve que está cansado, triste… ¿entiende lo que le estoy diciendo? quizás si usted fuera un poco más afable, más… simpático con él podría recuperarse de lo que quiera que le pase más rápido.

    Yo salí del despacho del doctor tan asombrado como fuera de sitio, ¿me había llamado borde o era mi impresión? porque según mi hermana yo era alguien cariñoso y atento ¿acaso era yo un apático? no, claro que no, ¿verdad? Me dirigí hasta la camilla donde se encontraba el ruso y me senté a un lado mirándolo fijamente a los ojos mientras, en el fondo, veía como el médico me hacía gestos con las manos para que le sonriese. Y no sé qué aspecto tendría, pero estaba casi seguro que esa sonrisa que se había instalado en mi cara daba más miedo que otra cosa – ¿Estás mejor? El doctor ha dicho que estás resfriado y que deberías guardar reposo, así que voy a llevarte a casa y pasarás unos días en la cama – aquella misma tarde intenté ser todo amabilidad y sonrisas; yo fui quien conduje de regreso a casa, lo subí hasta el piso de arriba a cuestas e incluso lo arropé en la cama, fui a la droguería y le compré medicinas, estuve el mayor tiempo cerca de él por si necesitaba mi ayuda y me brindé a hacerle la cena. Algo que estaba predestinado a no salir bien desde un principio cuando explotó el horno y tuve que pedir comida a domicilio, yo no era una mujer, además, ¡era la primera vez que pisaba una cocina! Todo esto me estaba poniendo de los nervios y cada vez me costaba más no gritar encolerizado, estaba seguro que tenía las venas del cuello marcadas y la cara roja de ira mientras trataba de mantener el control antes de subirle la cena en bandeja de plata con otra sonrisa – Te he traído la cena, oye, ¿eres imbécil o qué? quiero decir, deberías taparte antes de que te constipes aún más – dejé la bandeja a un lado y cogí la manta de algodón que había a sus pies para taparlo, antes de coger un cojín mullido y ponérselo detrás de la espalda con el fin de que se incorporara para cenar. Yo esperé pacientemente sentado en una silla a que terminara y cuando lo hice bajé la vajilla a la cocina, fregué y volví arriba con él. Como tenía mucha faena acumulada le pedí “con amabilidad” si podía venir conmigo en al despacho, mientras yo hacía el papeleo y él descansaba en el sofá de cuero que había junto a la chimenea, incluso cogí una de las mantas por si tenía frío – Voy a estar trabajando durante casi toda la noche ya que ni tengo secretario ni subordinado…– solté bordemente –…que no digo que lo necesite, ¿eh? tú no te preocupes.

    Al cabo de una hora más o menos llamaron a la puerta y allí bajo el umbral vi a mi prometida caminando en dirección hacia mí con una sonrisa radiante; aquella tarde había ido a la peluquería, se había puesto un bonito vestido de color azul y llevaba tacones altos. Sin embargo cuando vio a “Schneider” tumbado en el sofá, se puso roja de ira y automáticamente se le borró la sonrisa de la cara mientras trataba de disimular, por Dios, ¿también tenía celos de un supuesto camarada? – Hans, ¿podemos hablar un momento a solas? – me preguntó, mientras yo no levantaba la vista del papeleo – Estoy ocupado, Inga – no me hacía falta mirarla a la cara para saber que me estaba fulminando con la mirada – Lo que tengo que decirte es muy importante – yo asentí con la cabeza – Ya veo, puedes hablar sin reparos, Schneider y yo no tenemos secretos el uno con el otro – si las miradas matasen aquel ruso ya estaría bajo tierra – Está bien; estoy cansada de posponer la boda, quiero que nos casemos dentro de un par de semanas, también quiero darte hijos, quiero ser madre antes de que partas a la guerra. Sé que piensas que no es posible, pero puedo hacerte feliz, créeme, podemos ser una familia, puedo convertirme en tu mujer si dejas de ser tan frío y distante conmigo. No soy tu enemiga, déjame enseñarte que a pesar de que esos sucios comunistas te hayan arrebatado a tu madre y te hayan mutilado, a parte del peso y la responsabilidad que cargas sobre tus hombros en mi cama no estarás falta de calor y cariño. Porque yo… sólo quiero que vuelvas a sonreír, Hans – dejé de escribir durante una fracción de segundos para luego continuar con mi trabajo “pero yo no quiero sonreír” – De acuerdo – ella me miró sin palabras, estupefacta – ¿De acuerdo? ¿No tienes nada más que decir? – yo me encogí de hombros – ¿Qué más quieres que diga? ¿No es eso lo que querías escuchar? – palabras que me hicieron ganarme una bofetada, antes de marcharse por la puerta indignada y, cuando creía que por fin podría estar a solas, Mina apareció de la nada – ¡Oh, Hans, me he enterado de lo de Dietrich! ¡Cuanto lo lamento tanto! ¡Ven a mis brazos! – a diferencia de Inga, Mina me quitó el bolígrafo de las manos lanzándolo bien lejos, después se sentó en mi regazo mientras me asfixiaba entre sus brazos y colocaba mi cabeza entre sus pechos y yo me ponía colorado – Mina, para, ahora no – ella me alzó la cara y ni corta ni perezosa me plantó un beso en la boca, manchándome de rojo los labios, mientras me moría de vergüenza… ¿cómo se supone que iba yo a defenderme de aquella mujer? era imposible – Si me necesitas, llámame, vendré a la hora que haga falta para hacerte compañía, ¿vale? ¡Oh, señor Schneider, está usted aquí! ¿no se encuentra bien? vaya, espere que le doy un beso de buenas noches para que se encuentre mejor – y se lo dio, pero se lo dio en la mejilla o aquí habría más que palabras.
     
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  5. •Shena
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    A pesar de haberle dicho que esperase afuera mientras yo me tranquilizaba y me secaba como buenamente podía el novato volvió a entrar, poniéndose rojo al encontrarme sin camisa –Te he dicho que esperaras afuera–Hablé, firme aunque incómodo y es que el chico se había quedado mirándome como si hubiese llevado sin comer semanas y yo fuese una tarta. Traté de ignorarle y seguir a lo mío, sin embargo entonces vino hacia mí, acorralándome entre su cuerpo y la pared y poniéndome contra esta de cara mientras yo me revolvía y lo amenazaba, tratando de darle una patada en los bajos que le quitase las ganas de manosear a su superior, sin embargo no podía ya que estaba de espaldas a él y estaba tan pegado a mí que no podía hacer nada. –¡Suéltame ahora mismo y no te mataré, mocoso!–Le gritaba, desesperado y viéndome en una encrucijada que cada iba a peor. Haciendo oídos sordos a mis palabras el chico continuó, bajándome los pantalones y la ropa interior y atando mis muñecas con la camisa que previamente yo me había quitado sin esperar para nada que esto acabase así. No tardó en comenzar a toquetearme mientras mantenía mis manos en alto contra la pared al igual que mi pecho y mi cara, sin embargo había tomado mis caderas, haciéndome echarlas hacia atrás y causando que acabase inclinado. Comenzó a acariciar mi entrepierna tras haberse bajado los pantalones, restregando su ya prominente erección contra mi trasero –Basta...–Jadeaba, desesperado y sin fuerzas, de lo último que yo tenía ganas yo era de tener sexo y menos con un mocoso que seguramente me haría daño. Y encima si tenía en cuenta que mis caderas no se habían recuperado aún después de haberlo hecho con mi 'superior', pues lo iba a pasar jodidamente mal. Bajé la cabeza y cerré los ojos fuertemente, deseando que todo aquello pasase rápido, mas cual fue mi sorpresa que cuando estaba a punto de metérmela se abrió la puerta del baño, no era otro que Hermann seguido de otro nazi amigo suyo, que seguro que me había seguido con la idea en mente de que fuese precisamente a acostarme con el chico. Lo peor de todo era que mi última intención en aquellos momentos tan y como me encontraba psicológicamente era acostarme con nadie y, si no hubiese sido por él que lo alejó rápidamente de mí, aquello habría sucedido inevitablemente... aunque no por voluntad propia. Suspiré, viéndome salvado mientras con esfuerzo y alguna que otra maniobra extraña liberaba mis manos de la fuerte atadura que había logrado hacer el chico, mirando mis muñecas enrojecidas sin querer darme la vuelta ni separarme de la pared, ni siquiera quise mirar a los recién llegados, y es que el muy capullo había conseguido endurecer mi miembro ¿Y a quién no le pasaría si te masturban directamente? El que venía acompañando a Hermann se llevó al chico tras recibir la orden de que lo castigara corriendo toda la noche, después sería llevado a la cárcel y en cuanto saliese sería destinado al frente para luchar contra mis compañeros. "Mis camaradas se burlarán si mandan a un niño como este al frente” Pensaba, escuchando la puerta cerrarse, sin embargo no me quedé solo precisamente.

    El nazi no tardó en reprocharme lo que supuestamente había hecho y yo no pude hacer otra cosa que guardar silencio, sin ganas de problemas ni de defenderme. Sin delicadeza alguna agarró mi brazo, forzándome a entrar con él a un cubículo donde nos encerró antes de empotrarme contra la puerta, colocándose detrás de mí y abriendo mi boca para que lubricase dos de sus dedos con mi saliva "Me libro del uno y ahora voy a ser violado por el otro” Pensaba, sin siquiera fuerzas para negarme. Me separó las nalgas y, tras meter sus dedos uno a uno tal y como le había enseñado a hacer mientras continuaba con el tema del novato, dando directamente en el blanco. Yo oculté mi rostro como bien pude, avergonzado, aunque tratando de ocultarme más bien para que no viese el gesto de angustia y las ganas de romper a llorar en cualquier momento. Sentí sus dedos salir de mí y después su erección a través del pantalón restregándose contra mi trasero... Entonces y sin siquiera avisarme me penetró de un solo golpe, empotrándome contra la puerta una vez más por la fuerza con la que me penetró, desgarrando mis entrañas sin piedad alguna. –¡Agh!–El grito fue inevitable y el muy capullo encima me susurró que allí no podía gritar, mordiendo el lóbulo de mi oreja mientras sus labios degustaban mi cuello con gula y con la mano cubría mi boca, acallándome, mientras con la otra me masturbaba lentamente mas el dolor era mucho mayor que el placer que me pudiese producir el ser masturbado... y no me refería únicamente al dolor físico. Sin darme ni un respiro comenzó a moverse, nunca se me olvidaría como su pelvis se chocaba contra mis glúteos ni el dolor que me producía cada vez que repetía aquel movimiento. Yo arañaba la puerta del cubículo, con los ojos cerrados y la boca silenciada mientras mis piernas se mantenían abiertas por la acción de sus pies y mis caderas eran agarradas por sus manos, aumentando el ritmo y la fuerza de las embestidas de aquella manera hasta que el sonido de la puerta abrirse y una voz que me pareció conocer irrumpieron toda acción suya, quedándose callado y quieto como una estatua hasta que volvieron a irse, aprovechando yo para recuperarme un poco. "¿Ese podía ser el señor Müller?” Pensaba, ahogando mis jadeos contra su mano cuando para mi sorpresa me hizo girar la cara para darme un profundo con beso, entrelazando nuestras lenguas antes de correrse en mi interior y yo acabase corriéndome también por la acción de su mano a pesar de no haberlo disfrutado precisamente.

    Una vez salió de mí se limpió y se abrochó de nuevo los pantalones mientras yo me dejaba caer de rodillas al suelo, exhausto y tratando de limpiar lo que había ensuciado al correrme y con el esperma de un jodido nazi en mi culo. Apreté los labios, avergonzado de mí mismo y sintiéndome más sucio que nunca, me sentía como un jodido pañuelo que primero había usado y luego había tirado... Sin embargo no podía quejarme, incluso se lo debía, después de todo él había tenido que matar a uno de sus amigos para salvarme a mí de mi... excompañero. Para no dejar de sorprenderme ayudó a levantarme, sentándome en el baño y poniéndome su abrigo por encima con el que cubrí mi desnudez lo mejor posible tras haber sacado 'aquello' de mí. Entonces la conversación a la que tanto miedo le tenía salió a la luz y a pesar de que intenté quedarme callado mis sentimientos acabaron hablando por mí –¿Y por qué no le dejaste? Todo habría sido más fácil para todos, conmigo muerto no habría más problemas para tu querido país y encima no tendrías que haberte visto obligado a matar a un amigo, además después de matarme seguramente se habría suicidado él mismo, no habrías tenido que desperdiciar ni una bala… ¿Crees que no te he oído llorar a ti también? ¿Crees que no tengo sentimientos? Soy humano y me duele… Me duele mucho–Mi labio inferior tembló por un momento mientras yo aguantaba por no humillarme aun más a mí mismo, llevando una mano hacia la zona de mi corazón y apretando fuertemente la tela del tres cuartos. Sentía una fuerte presión en el pecho, como si me estuviesen estrujando el corazón a cada palabra que le oía pronunciar. ¿Qué quería que dijese? ¿Qué no me importaba que prácticamente el hombre más importante de mi vida hubiese tratado de matarme después de haberme vendido para salvar su entrepierna? ¿Qué no sentía nada por él? –No sigas, por favor…–Susurré. Él no podía entender lo que aquel hombre había influido en mí y mucho menos lo que yo había llegado a quererle al punto en que después de todo lo que me había hecho aun seguía haciéndome sufrir el haberle visto morir por mi culpa… Pero eso nunca lo reconocería en voz alta. Había sufrido mucho por él, eso estaba claro, pero gracias a él había conocido el amor y había sido muy feliz a su lado; y eso era lo que más dolía, recordar aquellos momentos por aquel entonces felices al no saber lo que él realmente estaba haciendo.

    Dando la conversación por terminada me cargó al hombro como un saco, recogió mi ropa y me llevó hasta la enfermería donde rápidamente me atendieron y después me vestí rápidamente con la ropa seca que me dieron, esperando acurrucado en una camilla y recubierto de mantas, esperando a que el rubio saliese de hablar con el doctor, tomando de nuevo mi falsa fachada alegre y hablando con la enfermera hasta que esta tuvo que irse a atender a otros enfermos. Suspiré, sintiéndome más solo y desprotegido que nunca en un país que no era el mío, rodeado de enemigos y desconocidos, muerto de frío y con una considerable depresión sumada a un cargo de conciencia y el sentimiento de estar traicionando a mi país al estar acostándome con un nazi en lugar de haberme suicidado en el momento en que había sido descubierto. Rato después Hermann volvió a reunirse conmigo, sentándose a mi lado y mirándome fijamente mientras yo perdía la mirada en algún lugar, aunque al notar cierto cambio en su expresión tuve que mirarle, aguantando la risa al notar aquella sonrisa forzada en su cara. –Si, está bien…–Murmuré, relajándome un poco por primera vez en aquel horrible día. Él condujo de vuelta a su casa, subiéndome a cuestas hasta el piso de arriba aunque eso me pareció bastante innecesario y es que estaba resfriado, no lisiado. En fin, me arropó en la cama e incluso fue a comprarme medicinas, siempre estaba ahí por si necesitaba algo y yo no podía hacer otra cosa que mirarle con confusión y con sorpresa ante tanta amabilidad y calidez. Incluso se ofreció a hacerme la cena, aunque al escuchar una pequeña explosión en la cadena me di cuenta de que aquel hombre no había cocinado en su vida “Muy buen soldado pero un desastre para lo demás” Pensaba con una pequeña sonrisa, acurrucándome en la cama. Me dolía la cabeza, los ojos me lloraban y me ardían las mejillas; que gracioso, venir de Rusia y pillar un resfriado en tierra enemiga por un simple chaparrón… aunque posiblemente fuese por el cambio de ambiente y porque en Rusia iba con muchísimas capas más de ropa. Después de un rato volvió a subir con comida aparentemente comestible por lo que supuse que no lo había hecho él y que habría pedido comida a domicilio. Le vi entrar, con la cara roja y una venita aun marcada en el cuello pero manteniendo una sonrisa en todo momento, cosa que no hacía más que hacerme aun más gracia. Entonces me riñó por no estar apropiadamente tapado y me cubrió con la manta que había a mis pies para taparme y yo cada vez me sentía más agobiado –Pero es que tengo calor…–Suspiré, pero fui obediente y tras que me pusiera un cojín en la espalda para ayudarme a incorporarme me puse a cenar mientras él permanecía a un lado sentado, esperando a que terminase para después llevarse los platos a la cocina posiblemente para lavarlos y luego volvió, pidiéndome que le acompañase hasta su despacho porque tenía que ocuparse del papeleo. Yo asentí y mientras él se ocupaba del trabajo yo permanecí recostado en un sofá al lado de la chimenea con una manta por encima, sintiéndome bastante culpable al escuchar su queja… pero un momento. ¿Por qué coño iba a hacer yo el trabajo de esos nazis? Aunque por otro lado podía tener algún dato que me interesante. En fin, opté por mantener mi silencio, incómodo nuevamente, y traté de dormir un poco aunque sabía que las pesadillas sobre el día anterior no me dejarían descansar.

    El traqueteo y el sonido de un timbre me hicieron abrir los ojos nuevamente justo para ver a la prometida del rubio entrando al despacho con una gran sonrisa y aunque fuese una muchacha bastante corriente aquel vestido azul no le quedaba nada mal. Sin embargo toda sonrisa y buen humor desaparecieron en cuanto me vio a mí, tumbado en el sofá “¿Sospecha sobre lo que hacemos? No es posible, si sabe que intenté tirarme a su hermana” Pensaba, optando por hacerme el dormido otra vez mientras ellos hablaban, aunque él no parecía estar muy por la labor de hacerle caso y es que ni siquiera levantó la mirada de los documentos. Yo pasé saliva ante la parte de que «no mantenemos secretos», ¿Aquél hombre era idiota? ¡A quién se le ocurre decirle eso a una mujer tan celosa como al parecer lo era ella! La muchacha no tardó en mirar hacia mí y por un momento llegué a pensar que podría agarrar un cuchillo y clavármelo en el pecho, pero finalmente continuó hablándole a pesar de mi presencia. Yo pasé saliva, no pudiendo evitar abrir los ojos finalmente y curiosear la escena que acabó con un bofetón de parte de ella hacia él “Normal” Pensé, y es que el muchacho no había hecho otra cosa que ignorarla desde que había entrado por aquella puerta a pesar de las intensas palabras de la chica. “¿Y en serio quiere casarse con él?” Pensaba, suspirando, y notando entonces el diferente trato que tenía conmigo respecto al de ella incluso siendo yo su enemigo, y ya no solo estas últimas horas… Incluso conmigo la mayoría de veces estaba más ‘simpático’ (Por llamarlo de alguna forma pues que aquel chico tenia de simpático lo que yo de moreno).

    Y una vez se marchó la prometida vino su llamativa y hermosa hermana causante de los primeros conflictos entre él y yo, ignorándome completamente y lanzándose a él como una gata en celo. Fruncí el ceño al ver como hablaba tan a la ligera sobre el tema y, al contrario que la otra que tuvo que aguantar que siguiese trabajando a pesar de su presencia, la rubia le quitó el bolígrafo y lo lanzó por ahí antes de sentarse en su regazo y tener un comportamiento más propio de una amante que de una hermana, causando que yo frunciese el ceño notablemente incómodo y sintiendo ciertos celos… Sin embargo tenía un problema ¿De quién tenía celos? “Esto en mi país se llama incesto” Pensaba, resoplando al ver como Mina lo medio asfixiaba entre sus pechos y sus brazos antes de calcarle un beso en los labios mientras mi yo interno se revolvía, queriendo salir de allí a paso rápido, sin embargo entonces sería notado y no me apetecía en demasía. En cuanto liberó su hermano finalmente me miró, dirigiéndose hacia mí rápidamente y, en un primer momento tuve la intención de apartarme teniendo miedo de que su hermano me matase allí mismo pero finalmente besó mi mejilla y no pasó nada, aunque muy cerca de mis labios –Creo que ya me siento mucho mejor–Mi sonrisa fue forzada, pero por el guiño que me lanzó creo que no lo notó. Entonces, tan rápido como vino se volvió a ir y yo, pasándome la manta por los hombros, me puse en pie, recogiendo el bolígrafo y acercándome al alemán, que permanecía allí sentado y con la cara roja. –No te enfades, pero creo que si sigues así ella acabará rompiendo el compromiso y más si ve como… actúas con su hermana, eres muy diferente con ella–Hablé sin poder ocultar del todo ciertos celos, apoyándome en el escritorio, a su lado, mientras depositaba el bolígrafo al lado de los papeles –Si quieres puedo ayudarte, no creo que lo haga muy rápido pero… es mejor que nada–Ofrecí, acercándome a él y sentándome en su pierna izquierda, quizás medio celoso de que su hermana lo hubiese hecho con tanta libertad mientras que por el contrario yo tenía que tener mucho cuidado de no tocarle más de la cuenta. –Dime, tú… ¿Quieres a tu prometida?–Pregunté sin poder evitarlo, pensando que quizás estaba enfadado con ella por algo y que por eso había sido tan frío o algo así, observando los documentos por encima y luego girándome levemente a mirarle a los ojos, buscando una respuesta sincera en ellos y así queriendo comprobar la clase de hombre que era. Y es que si realmente la quería y se estaba acostando conmigo y teniendo aquel… comportamiento con su hermana, él no era mejor que mi exnovio.
     
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    Yo volví a acomodar el uniforme en su sitio y me limpié el resto de pintalabios con un pañuelo, mientras veía como Niko pasaba una manta por encima de sus hombros y se levantaba del sofá para recoger el bolígrafo del suelo. Después me lo devolvió y se apoyó contra el escritorio, a mi lado, ¿por qué sentía que su tono de voz había cambiado? – Espera, ¿desde cuándo te importa a ti si Inga decide seguir adelante o no con nuestra boda? Y, ¿qué has querido decir con “si sigues actuando así con tu hermana”? – yo lo miré fijamente a los ojos intentando emplear mis conocimientos de contra-espionaje para meterme en la cabeza de mi enemigo y descubrir en qué diantres estaba pensando, pero la única conclusión lógica a la que llegué en aquel momento me dejó descolocado, ¿acaso Niko estaba celoso? – No sé si puedes llegar a entender la relación que tengo con mi hermana gemela, pero ella mi otra mitad, cuando ella está triste yo sufro y si ella sonríe yo me siento bien es algo difícil de explicar, lo nuestro es un vínculo un tanto especial, sé cómo piensa y sé lo que quiere sin necesidad de hablar, si ella está enfadada yo erradicaré de raíz el problema y si ella quiere un beso se lo daré porque no puedo negarle nada, ¿lo entiendes, verdad? – después me mantuve en silencio durante unos segundos, algo anonadado por la explicación que acababa de darle como si nosotros fuéramos algo más que enemigos, pero, ¿por qué sentía la necesidad imperante de darle explicaciones? ¿es que acaso desde el momento en que nos acostamos habíamos pasado nuestra relación a otro nivel? – No… no puedes ayudarme – murmuré abstraído en mis pensamientos, sin embargo aquella respuesta no seguía el hilo de la conversación de Niko y sólo cuando se sentó en mi regazo salí de golpe y porrazo de aquel mundo en el que me encontraba completamente ensimismado – Deberías irte a la cama, necesito trabajar – pero pasé un brazo alrededor de su cintura para atraerlo hacia mi cuerpo mientras que con el otro firmaba una montaña de papeleo y descansaba la cabeza sobre su hombro cuando, de pronto, sentí su mirada inquisitiva sobre mi trabajo y yo paré de escribir olvidando por un momento que éramos enemigos y que todo aquello eran documentos confidenciales del estado – ¿Cómo dices? – aquella pregunta me cogió desprevenido y vi como giraba la cabeza a un lado para mirarme a los ojos, ¿así que no le importaba mi trabajo? ¿lo que realmente le interesaba era la respuesta que se negaba a salir de mis labios?

    “¿Qué clase de enemigos éramos cuando nos acostábamos juntos y nos proferíamos celos mutuamente el uno al otro?”

    -No, yo te quiero a ti – “bromeé” adivinando que sus siguientes preguntas me harían sentir incómodo, yo no era un hombre que hablaba tan fácilmente de sus sentimientos y mucho menos con su enemigo, eso me hizo preguntarme, ¿qué grado de confianza había entre nosotros dos como para sacar a la luz nuestros asuntos personales? Llevé una mano a su cuello rodeándolo con mis dedos para sujetarlo y luego me incliné hacia delante para darle un beso, mientras atraía su espalda contra mi pecho y desabrochaba lentamente la cremallera de su pantalón. Deslicé mi mano libre por debajo de su ropa interior y lo masturbé con movimientos lentos arriba y abajo buscando endurecer su miembro, entre tanto que mi boca lamía su cuello y mordía su lóbulo derecho con el fin de causar una explosión de sensaciones placenteras por todo su cuerpo. Cansado ya de aquella postura me puse en pie y le di la vuelta para recostarlo boca arriba sobre la mesa, poco o nada me importó mi trabajo cuando lo tiré al suelo para hacerle espacio y yo me colocaba entre sus piernas para enroscarlas alrededor de mi cintura. Mis manos se deslizaron por sus muslos acariciándolo con deseo y ascendieron hacia arriba para desabrochar los botones de su uniforme uno a uno hasta que tuve su pecho al descubierto y yo mordía y lamía sus pezones tanto con mis dientes como con mi lengua. Luego mis boca rodó hacia abajo dejando un reguero de besos por su abdomen para sustituir mi mano por mis labios y seguí masturbándolo con movimientos más rápido hasta que por fin se corrió, yo me aparté un poco y, sonriendo, lamí el semen que resbalaba por las comisuras con la lujuria reflejada en mis ojos. Después volví a besarle apasionadamente y empecé a abrochar los botones de su uniforme, antes de hacerme a un lado y devolverle su espacio vital. Mi intención no había sido castigarle o desquitarme con él como en el baño, no, yo quería hacerle sentir a gusto y cómodo conmigo motivo por el que en ningún momento no le sujeté las manos.

    -Verás, Niko, yo soy un hombre muy ocupado y en mi vida no existe espacio para todo y mucho menos para todos; cuando no estoy en el frente combatiendo a tus amigos los rusos, tengo que soportar la presión que supone reemplazar a mi padre en su puesto como mariscal de campo, por no mencionar las funciones que tengo que ejercer como hermano mayor o el simple hecho de cuidar mis amistades que cada vez son menos cuando me veo obligado a tomar decisiones entre mi deber como soldado o mi amistad como amigo. Desde el momento en que nací se me han exigido muchas responsabilidades y siempre he intentado complacer a mi padre en la medida de lo posible; entré en el ejército y pronto ascendí a comandante porque lo único que se me da bien en esta vida es apretar un gatillo, ahora quiere que me case con una mujer que él mismo eligió sin consultarme y espera que cumpla con mi deber como hijo para darle descendencia a nuestro Führer. Sin embargo, en mi vida solo hay espacio para dos cosas; una es mi hermana, vine al mundo con ella y no voy a permitir que nada ni nadie nos separe bajo ningún concepto mientras siga con vida, y la otra es mi venganza personal, juro que no descansaré en paz hasta que encuentre a los asesinos de mi madre y les haga pagar con creces la agonía por la que nos hicieron pasar. Pero entonces llegaste tú, rompiste todos mis esquemas y pusiste mi mundo patas arriba; mi padre estaba contento de que fueras mi nuevo ayudante y mi hermana te aceptó rápidamente entre nosotros como si fueras uno más de la familia, incluso el caíste bien a mis amigos de la infancia, bueno, a todos excepto a mi prometida… ¿entiendes ahora quien sobra en toda esta historia? – cogí la manta y me acerqué hasta él para ponerla alrededor de sus hombros, antes de coger su rostro entre mis manos y mirarlo fijamente a los ojos – Si yo pudiese elegir por mi mismo… entre ella o tú me quedaría contigo sin dudarlo ni un momento.

    Sin embargo cuando me incliné hacia abajo para darle un beso, tuve que apartarme a toda prisa de él al escuchar como la puerta de mi casa se abría de par en par y dejaba paso a mi hermana empapada de los pies a la cabeza, mientras corría en mi dirección para darme un abrazo al que correspondí de buen agrado y al mismo tiempo sorprendido. En aquel momento tuve miedo, miedo de que pudiese habernos descubierto, estaba nervioso y era muy difícil disimular mi estado cuando mi pecho subía y bajaba a un ritmo vertiginoso, durante un momento crucé una mirada con Niko, pero pronto tuve que concentrar mi atención en mi gemela para que no sospechase nada raro – Hermann, está lloviendo a cántaros, ¿puedo quedarme a dormir hoy contigo? – yo la miré a los ojos dando un suspiro resignado, por supuesto que quería que se quedase a dormir conmigo, de hecho siempre lo hacíamos cuando éramos pequeños, pero desde que nuestro padre nos prohibió dormir juntos no habíamos vuelto a hacerlo – Ya sabes que tanto a padre como a Inga no les gusta la idea de que durmamos juntos – ella me miró con cara de súplica, como lo hacía cuando era tan sólo una cría y yo tuve que desviar la mirada hacia otra parte o acabaría cediendo a todo lo que me pidiese – Por favor, el señor Schneider dirá nada, ¿verdad? – ahora ella miró en dirección hacia Niko, incluso yo lo observé pendiente de cuál sería su contestación, ¿me dejaría dormir con mi hermana en vez de pasar la noche con él en la misma cama? ¿o le daría un ataque de celos como a mi prometida? – Sea como sea no vas a salir ahí fuera con esta tormenta, ven, te dejaré algo de ropa, antes de que te resfríes tu también – mi hermana sonrió feliz y me cogió de la mano mientras subíamos las escaleras para luego entrar en mi habitación y cerrar la puerta del dormitorio. Yo le dejé un pantalón de chándal y una camiseta holgada, y sin darme tiempo a marcharme empezó a desvestirse delante de mí y es que su ropa interior no dejaba mucho espacio a la imaginación cuando el frío hacía que se le marcasen los pezones a través de la lencería de seda – Mina, ¿puedes esperar un momento a que salga? – le reproché, avergonzado, y mirando hacia otro lado, por muy hermanos que fuéramos ella era una mujer y yo un hombre – Pero Hermann, me has visto mil veces desnuda – me reprochó, abrazándome por la espalda una vez vestida, mientras podía sentir perfectamente sus senos contra mi espalda – Si, cuando eras una niña, pero ahora eres una mujer – ella se quedó en silencio durante un segundo y sentí como sus manos jugueteaban traviesamente con las medallas de mi uniforme, ¿o era mi pecho lo que estaba tocando? no estaba muy seguro – Si, soy una mujer, y no sabes lo que me alegra de que, por fin, te hayas dado cuenta…– dijo rodeándome para quedar cara a cara, antes de ponerse de puntillas y darme un beso fugaz en la boca, sonriendo traviesa –…pero también soy tu hermana, tu gemela, la única persona en la que puedes confiar y a quien espero que acudas para cuando necesites “cualquier cosa”.

    Yo le dejé mi habitación a mi hermana para que durmiese tranquilamente y yo me fui a pasar la noche junto con Niko a la de invitados alegando que no me fiaba ni un pelo de él, cuando lo que me apetecía en realidad era estar solos y sin nadie quien nos importunase. ¿Qué por qué no me había quedado con Mina? Yo se lo hice saber a Niko cuando nada más cerrar la puerta lo estampé contra esta, poniendo ambos brazos a ambos lados de su cara para que no tuviese escapatoria, antes de robarle un beso a la fuerza y abrazarme a su cintura con desesperación. Luego lo invité a seguirme hasta la cama, donde no tengo muy claro que me hizo caer de espaldas a ella, mientras lo dejaba subirse encima de mí y mis manos acariciaban su espalda por debajo de su camisa. En aquel momento supe que Niko era como una droga y yo me había vuelto adicta a ella; quería poseer su boca, echaba de menos sus caricias y adoraba a su cuerpo encima mía – Hermann, ¿puedo pasar? – pero no tuve más remedio que hacerlo a un lado a toda prisa, antes de acostarnos dándonos la espalda, como si ya llevásemos un buen rato a durmiendo a oscuras, maldita sea, ¿qué es lo que quería? Ni corta ni perezosa entró en el dormitorio y se tumbó a mi lado, de manera que ahora era yo quien estaba al medio y Mina y Niko en mis costados. Yo me mantuve en silencio aún cuando ella se abrazó a mi cuerpo y apoyó su cabeza en mi pecho antes de quedarse dormida, mientras yo correspondía a sus mismos y enredábamos nuestros pies como hacíamos cuando éramos pequeños. Sin embargo, yo quería estar con Niko y busqué a tiendas en la semi oscuridad y bajo toda aquella capa de mantas la mano del susodicho para entrelazar sus dedos con los míos, recuerdo que giré un momento la cabeza para mirarlo en silencio, no se hacía una idea de lo que daría por estar a solas con él ahora mismo – “Quiero estar contigo” – dije moviendo los labios, pero sin hacer sonido alguno.



    Edited by † Miss Skull † - 12/1/2015, 23:19
     
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  7. •Shena
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    Al escuchar su pregunta en cierta forma me tensé, viéndome pillado en mi sutil y celosa indirecta –Era un simple comentario, un consejo, tómatelo como quieras… Y creo que lo que quiero decir es más que obvio-Me encogí de hombros, evadiendo lo mejor que pude aquella incómoda pregunta. Le mantuve la mirada, sabiendo que si la llegaba a desviar quedaría aún más en evidencia, sin embargo y considerando lo insensible que era él (O al menos esa era la impresión que daba) posiblemente ni se percataría… Pero si no se percataba, ¿Por qué preguntaba? ¿Y por qué ahora mismo estaba dándome explicaciones sobre él y su hermana? Suspiré con pesadez –Si, muy bonito todo, el problema es que, a mis ojos y probablemente a los de cualquiera, esa… relación, podría parecer ir más allá de ese… ‘vínculo’ vuestro. Y si el confundido aquí realmente llegas a ser tú, ¿Qué harás entonces, Herman? ¿Seguirás sin negarle ‘nada’?- Inquirí, sin despegar mis ojos de los suyos, sin embargo una vez dada la explicación se quedó en silencio, abstraído y sin prestar caso realmente a lo que decía hasta que me senté en su regazo, de hecho rechazó mi ayuda casi sin pensárselo, bueno, sin pensárselo directamente . Bufé ante su sutil sugerencia de que me fuese a la cama mientras por el otro pasaba un brazo alrededor de mi cintura, atrayéndome más a su cuerpo y contradiciéndose completamente. Segundos después y con su reacción me arrepentí completamente de mi pregunta, incluso notaba como mi cara comenzaba a acalorarse ante su cara de sorpresa. -Olvídalo…-Musité con intenciones de irme a descansar, sin embargo entonces contestó, dejándome aun peor de lo que estaba y con un gran problema para mantener la frialdad y no ponerme rojo como un tomate; por si aun no me había humillado lo suficiente en aquel momento me remató. «No, yo te quiero a ti» Una simple broma que consiguió que se me tensase hasta el último músculo del cuerpo en segundos, acto que también en segundos disimulé al reírme y al alzar una ceja, dispuesto a ironizar; sin embargo él se adelantó y rodeó mi cuello con sus largos y delgados dedos, sujetándolo, antes de apoderarse de mis labios sin permiso. Pero aquello no se quedó en un simple beso, claro que no, de hecho comenzó a apegarme más a él, y no contento con besarme desabrochó la cremallera de mi pantalón. Yo me puse nervioso, sabiendo que aquello acabaría probablemente como en los baños y, sinceramente, no me apetecía repetirlo en aquellos momentos. Al final acabé cediendo ante él, dejándome llevar a partir del momento en que su mano se metió por mi ropa interior, no tardando en estimular mi miembro que despertó según fue tocado, dejándome aún más en vergüenza. Cerré los ojos, jadeando y agarrándome a su brazo con el último afán que me quedaba por detenerle y que no llegó a ningún lado mientras me recargaba levemente en él, acabando completamente a su merced y disfrutando del placer que me proporcionaba todo aquello sumado a los mordiscos en el lóbulo de mi oreja y el cosquilleo que me producía su lengua al degustar mi cuello. No contento con aquello despejó su escritorio (En resumidas cuentas: Que tiró todos los papeles con los que había estado trabajando al suelo) y me tumbó sobre este; bueno, en cierta forma había superado tanto a su hermana como a su prometida, y es que a mí no me había hecho falta quitarle el bolígrafo para que se fijase en mí. Se colocó entre mis piernas, las cuales crucé alrededor de su cintura, y comenzó a deslizar sus manos por mis muslos mientras yo le miraba fijamente, deseoso de que continuase y cosa que no tardó en hacer. Poco a poco desabrochó mi uniforme, dejando así mi pecho al descubierto el cual atacó de inmediato, mordisqueando y lamiendo mis pezones… Una vez cansado de estos fue bajando por mi abdomen y, al borde de mis pantalones, una vez más cambió su boca por su mano para continuar con la ya ansiada masturbación. Me aferré con fuerza a la mesa, no pudiendo reprimir los placenteros gemidos que me provocaba hasta que, finalmente, acabé por correrme; sin embargo aquello no pasó de allí. ¿Qué era lo que le llevaba a hacerme eso solo para provocarme placer a mí? ¿Acaso era para que no le hiciera más preguntas incómodas? ¿O fue simplemente porque le apeteció verme bajo su poder? –E-espera, n-no es necesario que hagas eso, ¡Quieto!-Vociferé, muerto de la vergüenza al verle lamer el semen directamente con una sonrisita y clavando su mirada en mí. Después, me besó apasionadamente a pesar de que no me hizo mucha gracia después de lo que acababa de tragarse y me vistió correctamente antes de apartarse y dejarme recuperarme. -¿P-por qué?-Le miré confuso, con la cara roja como un tomate y aun algo acelerado, para no haberlo hecho nunca con un hombre estaba haciendo progresos a pasos agigantados. Escuché con atención su discurso, bajando la cabeza y volviendo a sentirme culpable una vez más esta vez por mis egoístas celos cuando yo no era nadie para pedirle explicaciones más que un enemigo soviético al cual podía matar en cualquier momento y nadie le pediría explicaciones. Sin embargo hubo algo en aquello que me molestó “Tú, tú nazi que matas sin piedad indiscriminadamente a todo aquel que consideras inferior desde judíos hasta invertidos cuando tú mismo te estás acostando conmigo… Vosotros que sois los culpables de esta guerra injusta y acabáis a base de tretas, engaños y violencia con personas inocentes eres capaz de tener tal sed de venganza cuando matáis familias enteras todos los días” Fue inevitable que lo pensara y, si la situación hubiese sido distinta, no hubiese tenido ningún reparo en decírselo, mas aún me quedaba el suficiente sentido común para no hacerlo; además según continuó hablando me desvió completamente de aquel tema. Le miré fijamente, sin estar seguro de si decía aquello únicamente por regalarme los oídos o de si estaba siendo sincero conmigo; supongo que nunca llegaría a conocer la verdad por completo. Desvié la mirada, manteniéndome en silencio mientras me ponía la manta sobre los hombros, continuando con aquella extraña amabilidad que le había entrado después de haber salido de la consulta del médico. Entonces tomó mi rostro entre sus manos, obligándome en cierta forma a mantenerle la mirada «Si yo pudiese elegir por mi mismo… entre ella o tú me quedaría contigo sin dudarlo ni un momento» Y como un idiota le creí.

    Como tonto que fui me dejé llevar y, cuando estábamos a punto de besarnos, la puerta se abrió de par en par y nos tuvimos que separar en un visto y no visto. Sin embargo no estábamos en muy buena situación, ambos nerviosos, acelerados y en mi caso completamente rojo y con el uniforme descolocado y ya sin contar con todos los papeles arrugados y tirados por el suelo. Yo bajé la cabeza, tratando de contener mis emociones y tranquilizarme mientras me cubría mejor con la manta y disimuladamente me acomodaba el pelo, haciéndome el tonto y fingiendo estar organizando documentos mientras Mina corría hacia su gemelo, que la recibió con un abrazo que probablemente le dejó empapado a él también “Que oportuna” Pensaba, refunfuñando por lo bajo y atendiendo a lo que decían, en especial a lo que decía Hermann. Tuve que controlar mi pronto al ver que todos mis avances con él se habían ido a la mierda, y es que hoy la señorita quería dormir con él… con el calentón que traía yo encima después de… en fin, pues eso. Y, como si no tuviese poco con estar aun intentando tranquilizarme, la chica me habló. Una vez más tuve que sacar a la luz mi faceta de actor y darme la vuelta con una sonrisa, mirándola con complicidad bajo la incómoda mirada de su hermano –Por supuesto que no si una dama me lo pide-Después le miré a él con frialdad, ¿No podía decirle que no y ya está? ¿Es que no había paraguas en aquel país? Después se fueron juntitos arriba, dejándome a mí solo con mi molestia y el desastre que había dejado allí el otro y que yo no pensaba recoger. Sin embargo, mientras ellos hacían a saber qué, yo me dediqué a leer todos y cada uno de aquellos documentos que me había dejado como un caramelo a la puerta de un colegio… había veces que incluso dudaba si él recordaba que yo era ruso y que había venido a por información sobre los suyos. En fin, una vez tuve suficiente lo dejé todo como estaba y subí rápidamente sin hacer ruido hasta la habitación de invitados, como si llevase ahí un buen rato, y como no me encontré a nadie por el pasillo supuse que los dos hermanitos ya estaban durmiendo juntitos y felices. Sin embargo, mientras me desvestía para irme a la cama, la puerta se abrió de golpe, dejando ver al alemán que, sin comerlo ni beberlo, me estampó contra esta en cuanto la cerró. Una vez apresado entre sus brazos se inclinó, apoderándose de mis labios en un beso que no le correspondí por nada del mundo, mordiendo su labio inferior con la intención de alejarlo de mí, ¿Acaso se creía que yo no tenía orgullo? Sin embargo en cuanto me vi apegado a su cuerpo mi mal genio se esfumó y en lugar de alejarle me apegué más a él. Después lo seguí hasta la cama donde se dejó caer de espaldas y, por mi parte, no tardé en subirme sobre él para continuar con aquello, restregando mi trasero contra su entrepierna mientras desataba los botones de su camisa con una mano y con la otra acariciaba su pecho, retomando aquel apasionado y hambriento beso. Le necesitaba, necesitaba que fuese mío y su cuerpo apegado al mío, le deseaba y eso era lo único que había en mi mente en aquel momento aun sabiendo que después me arrepentiría; le quería y quería que me mirase a mí y solo a mí, que yo fuese el único en el que pensara de aquel modo y el único al que desease tomar. Sin embargo tres palabras hicieron que me echase a un lado nuevamente y que nos metiéramos en la cama a toda prisa, dándonos la espalda como si allí no hubiese ocurrido nada. La fémina entró y, sin vergüenza alguna, se metió en la cama y se abrazó a su hermano sin ningún reparo y sin recibir oposición alguna por parte del otro, que más pareciese un muñeco sin voluntad que un hombre que hace unos segundos había venido en MI busca. Gruñí; incómodo, celoso y enfadado con tal situación, deseoso de irme de allí a paso rápido. Entonces, a mitad de la noche y con la muchacha dormida, la mano de Hermann tomó la mía, acto que me llevó a mirarle de reojo, leyendo aquella silenciosa frase que pronunció con los labios, pero que nunca saldría de su garganta. Deseoso de mi pequeña venganza me apegué a su espalda, teniendo sumo cuidado de no hacer ruido y de que la chica no se percatase. Le hice girar la cara un poco más, besándole apasionadamente y después, acercando mis labios a su oído –Mentiroso…-Susurré, deslizando mi mano por su costado y bajándola a su cadera, comprobando antes que Mina no estuviese completamente apegada a él. Entonces metí la mano bajo su ropa interior, tomando su miembro el cual comencé a bombear cada vez más rápido hasta conseguir que se corriese en mi mano, la cual saqué con el mismo cuidado con el que la metí y lamí el espeso líquido que la había manchado. Después salí de allí tras haber cogido un par de mantas, sabiendo perfectamente que no se arriesgaría a venir detrás de mí teniendo a su hermana abrazada a él, y me fui a dormir abajo a un sofá.

    Y digo dormir por decir algo, porque aparte de no haber podido descansar prácticamente nada me desperté con un dolor de espalda terrible y la nariz goteando gracias al resfriado. “Que frío” Me levanté, aun cubierto con las mantas, al menos había parado de llover. Estuve varios minutos mirando hacia la puerta, dudoso, ¿debía escapar o no? Era la ocasión perfecta, aún estaba amaneciendo y Hermann no se enteraría, además tenía una suculenta información que entregar. Mas por otro lado ya debían considerarme hombre muerto al no haber entrado en contacto con nadie y al haber muerto ya mi compañero, que supuestamente me había matado. Además, ¿Cómo huiría sin ser visto? ¿Dónde iría? ¿Con qué? Y lo más seguro es que aunque consiguiese volver probablemente creerían que ya los había traicionado y que me habían dejado volver para que me matasen los míos. No, tenía que esperar un poco más y encontrar a un sitio seguro donde ir antes de decidir si volver a Rusia o no. Suspiré, cansado, y fui a darme una merecida ducha caliente y, después, me puse a lavar la ropa, así que tuve que quedarme en calzoncillos y con la jodida manta que se había vuelto mi compañera incondicional. Tras la ducha bajé a hacerme el desayuno que no consistió en otra cosa que un amargo café seguido de un cigarrillo que encontré tras rebuscar y rebuscar entre cajones y que fue lo único que consiguió tranquilizarme tras el maldito día que tuve el día anterior, aunque he de reconocer que a última hora me divertí haciendo ‘sufrir’ a Hermann; pero entonces se me ocurrió algo mejor para molestarle. Tirando de memoria y con lo que encontré en aquel desastre de cocina preparé el típico desayuno alemán para una persona y, una vez todo listo y en bandeja, cogí un trozo de papel y escribí: «Un dulce desayuno para una dulce dama», antes de subir donde aún dormían ambos y dejar la bandeja sobre la mesita antes de abrir la ventana para que la luz los despertara –Buenos días; jefe, señorita-Sonreí con picardía, saliendo tan contento como había entrado, ya solo hacía falta esperar para ver si mi pequeño ‘plan’ surtía efecto. “Por favor, de verdad estoy haciendo esto?” Gritaba mi sentido común desde lo profundo de mi ser.
     
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    Sorprendido, abrí mi ojo de golpe cuando sentí el cuerpo de Niko pegado a mi espalda y, a pesar de que estaba un poco tenso por la situación, no tuve el valor necesario para hacerle a un lado. Si, aquel maldito ruso ejercía tal control sobre mi persona que aunque sabía que mi hermana podía despertar en cualquier momento y descubrirnos juntos, valdría la pena morir por aquel beso que me dejó sin aliento o aquellos labios carnosos que ahora acariciaban con palabras amargas mi oído. De pronto, sentí su mano deslizándose a escondidas por mi costado y, cuando adiviné la trayectoria de sus intenciones, hice todo lo posible por detenerlo, más cuando escurrió su mano por debajo de mi ropa interior sólo pude sentir como mi miembro se endurecía poco a poco mientras apretaba los dientes con fuerza para ahogar mis gemidos. Yo lo miré malamente durante un segundo, vaya momento más oportuno para cobrarse su venganza personal, pero todo mi mal humor se esfumó de golpe y porrazo cuando empezó a masturbarme cada vez más rápido hasta que no pude contenerme durante más tiempo y me corrí en su mano. Mi cara enrojeció al instante en que lo vi lamer mi semen como si realmente le gustase, así que ¿quién era ahora el mentiroso? y justo en el momento en que lo vi tomar unas mantas y se levantó de la cama para marcharse fuera de la habitación… hice ademán de ir tras él, pero no tuve el coraje suficiente de hacerlo. A la mañana siguiente Niko abrió la ventana para dejar entrar el sol y así despertarnos tanto a mi gemela como a mí, yo, aún algo adormilado, entre abrí los ojos para atisbar una extraña sonrisa en sus labios que me hizo ponerme en alerta mientras me preguntaba a mí mismo qué diantres se llevaba entre manos y por qué demonios estaba tan contento. Pronto mis dudas se disiparon cuando mi hermana leyó en voz alta y con una sonrisita de tonta enamorada la nota que acompañaba a la deliciosa comida; “un dulce desayuno para una dulce dama”, no hace falta decir que mi cara enrojeció al momento, pero esta vez de ira, mientras algunas venas se pronunciaban alrededor mi garganta y me preguntaba en mi fuero interno para quien iba dirigido aquel dichoso mensaje. Lo primero que pensé nada más levantarme para estrangularlo con mis propias manos fue que, después de las experiencias que habíamos vivido los días pasados, aún seguía pensando en follarse a mi gemela, sin embargo, también existía la posibilidad de que se estuviera burlando de mí y para ser sinceros no sé qué es lo que más me molestaba.

    -¡¡¡SCHNEIDER!!! – grité cual perro rabioso interceptándolo en el pasillo, desnudo de cintura para arriba y vestido únicamente con la ropa interior, estaba tan enojado que incluso se me había olvidado peinarme el pelo hacia atrás y algunos mechones rebeldes caían por ambos costado de mi cara. De un empujón lo metí dentro de mi dormitorio y cerré de un portazo antes tumbarlo boca arriba en la cama y subirme encima suya sujetándolo por las muñecas con fuerza y acortando las distancias que nos separaban hasta quedar, cara a cara – Con que así que; “un dulce desayuno para una dulce dama” dime; ¿acaso te parezco yo una mujer o es que sigues interesado en mi hermana? y de ser así, ¿lo haces porque realmente te gusta o porque intentas ponerme… celoso? – le pregunté asombrado de aquella remota posibilidad y sin dejar de mirarle fijamente a los ojos atento a cualquier mínimo gesto, a cualquier estúpida palabra que saliese de su boca y me revelase toda la verdad. Y, sin poder contenerme las ganas que tenía de besarle por más tiempo, capturé sus labios bajo los míos en un beso hambriento y un tanto brusco hasta que tuve que separarme de él por la falta de aliento – Porque si es así, enhorabuena, lo has conseguido. La pregunta es; ¿de quién tienes celos tú? ¿estás celoso de que haya dormido con mi hermana porque querías acostarte con ella o estás celoso de que duerma en la misma cama que yo porque querías follar conmigo? – susurré sobre sus labios, ahora que me daba cuenta tapaba su cuerpo con una manta y tan sólo llevaba puesto la ropa interior, sentía su piel fría y es que a pesar de que era ruso no creo que aún se hubiese acostumbrado a nuestro clima. De manera que me propuse hacerle entrar en calor tomando sus manos y deslizándolas por mi cuerpo, antes de ascender hasta mi cara pasando por mi cuello y finalmente poniéndolas contra mis labios para inyectarles dosis de vaho caliente – En fin, cambiando de tema, mi hermana se ha quedado con tu desayuno y yo me muero de ganas por probar tu “rica cocina alemana”, así que esta noche me harás la cena y… tú serás el postre ¿qué te parece? No, hablando en serio, me gustaría… me gustaría que cocinaras para mí algo típico de tu país, yo… tengo muchas ganas de probar algo hecho por ti – admití, avergonzado, y bajándome de encima de él para dirigirme a mi armario y darle algo de ropa seca que ponerse mientras se secaba la suya. Luego cogí una toalla y se la dejé caer encima de la cabeza para secarle el pelo, tengo que admitir que apenas podía disimular aquella pequeña sonrisa que se empeñaba en salir de mi boca y yo trataba de contenerla por todos los medios al verle con el pelo húmedo y alborotado – Idiota, no vayas con la cabeza mojada por ahí o te constiparás aún más.

    -“Niro”…– le llamé una vez vestido con mi uniforme y peinado perfectamente con la raya a un lado, mientras me posicionaba en frente de mi “subordinado” y deshacía el nudo de su corbata para volver a hacérsela correctamente antes de ajustarla a su cuello. Momento que aproveché para dar un tirón a su corbata y atraerlo por la fuerza hacia mí hasta que nuestros rostros volvieron a quedar a escasos centímetros de distancia el uno del otro, ¿se puede saber cómo hacia yo ahora para despegar mis ojos de sus labios? –…quiero que sepas que, aunque sé que anoche estuviste husmeando mi trabajo y que debería matarte por ello entre otras razones de peso como traición o invertido, te agradezco que no escaparas con toda aquella información bajo el brazo aún teniendo la oportunidad de hacerlo, porque ¿sabes? de haberlo hecho ahora mismo sería hombre muerto. Quiero que sepas que ayer no fuiste el único que se quedó con ganas de hacerlo, me sentí muy sólo cuando te fuiste, yo…– tragué saliva de forma sonora y humedecí mis labios con la lengua, sin embargo aún así sentía la boca reseca, como si tuviera un nudo en la garganta que me impedía pronunciar palabra alguna. De manera que terminé por soltarle y desviar la mirada hacia el suelo con las mejillas enrojecidas como tomates mientras temblaba de la cabeza a los pies nervioso y completamente avergonzado por mi repentino comportamiento para con mi (querido) enemigo –… es igual, olvídalo. Hoy no vendrás conmigo a “trabajar”, te quedarás en casa para descansar tal y como dijo el médico, me voy – así que me di media vuelta dispuesto a salir por la puerta a toda prisa, sin embargo antes de girar el pomo me detuve en seco y volví sobre mis pasos para quedar nuevamente en frente del ruso. Me deshice de la gorra y pasé una mano por detrás mi nuca antes de robarle un beso y salir a paso ligero (es decir, corriendo).

    A la tarde-noche volví a casa cargado con un voluptuoso ramo de veinticuatro rosas rojas y una caja de bombones de chocolates blancos y negros. Me dirigí en dirección a la habitación de invitados donde esperaba encontrarme con Niko y abrí la puerta ilusionado de volver a verle otra vez, sin embargo cuando vi a un soldado soviético en mi propia casa y hablando acaloradamente en ruso palabras ininteligibles que escapaban a mi comprensión mientras apuntaba a mi “subordinado” con un cuchillo bajo el cuello, supe que nada bueno podría salir de todo aquello – “Y por esto mismo, traidor, en nombre de Stalin y la URRSS yo te sentencio a morir” – fue lo único que entendí sintiendo como aquel hombre me miraba por encima del hombro con asco como si yo fuese una cucaracha bajo la suela de su zapato y, en un rápido movimiento, blandió el cuchillo en el aire dispuesto a rebanarle el cuello hasta hace poco su compañero de armas, y fue justo en aquel preciso momento cuando pasé miedo por primera vez en mucho tiempo, tanto que durante un segundo contuve la respiración mientras mi corazón bombeaba rápidamente desbocado. Recuerdo que se me resbaló la caja de bombones de las manos al suelo y le lancé el ramo de flores a la cabeza con la intención de despistarlo y así tener tiempo para desenfundar mi arma antes de dispararle tres balas que fueron a impactar directamente en su pecho – ¡¡¡NO!!! – grité, acongojado, cuando lo vi hacer un movimiento de muñeca brusco, para ser sinceros en aquel momento me temí lo peor y cuando me acerqué a ver si Niko seguía vivo, efectivamente sólo le había hecho un corte superficial en el cuello gracias a Dios. Una vez el agresor muerto, tiré el arma al suelo y me acuclillé al lado de mi “subordinado” para darle un abrazo, antes de que Mina y también Inga apareciesen por la puerta para presenciar con cara de horror lo ocurrido – Ni…Schneider, ¿¡estás bien!? – tanto mi hermana como mi prometida y yo rodeábamos a Niko realmente preocupados por su estado, sin embargo cuando lo ayudé a ponerse en pie y a simple vista vi que no le pasaba nada grave me sentí un poco más aliviado. De repente, una marea de preguntas se agolpaban en mi mente en tropel; ¿quién era aquel hombre? ¿cómo se había colado en mi casa? ¿por qué quería matar a su camarada? ¿es que acaso su propio país le había dado la espalda? – Hermann, ahora que todos sabemos que el señor Schneider está bien quería preguntarte una cosa; ¿para quién eran las rosas y los bombones que habías traído contigo? – me preguntó Inga sacándome de mis pensamientos y haciéndome por primera vez desviar la mirada de Niko – Si, eso, ¿para quién eran? – insistió mi gemela poniéndome contra las cuerdas, mientras yo lo único que podía hacer era mirar angustiado al ruso… para quien realmente había comprado todos aquellos regalos.
     
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  9. •Shena
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    –¡¡¡SCHNEIDER!!!–

    “Bingo” Pensaba, divertido, al escuchar mi ‘apellido’ a voces desde la habitación, mas según el tono en que fue utilizado opté por salir corriendo y esconderme por ahí, mas el alemán salió como un jodido perro rabioso de la habitación, interceptándome en medio pasillo mientras yo aguantaba la risa a pesar de que en aquellos momentos debería estar asustado, ¿En serio se había creído que seguía detrás de su jodida hermanita? Me fijé en cómo iba, no acostumbrando a verlo fuera de su ‘perfección’. Iba en ropa interior y sin peinar por lo que el pelo le caía por los lados e incluso a la frente, dándole un aspecto más juvenil y menos serio y que a mí me encantó ver. De un empujón me metió en su dormitorio, dejando a su hermana desayunando lo que yo mismo había cocinado, y de otro empujón me tiró boca arriba en la cama, sujetándome fuertemente por las muñecas y acortando las distancias, quedando cara a cara conmigo, apresándome con su cuerpo. Sin embargo más que asustarme o ponerme nervioso tuve que apretar los labios para no reírme en medio de su mini interrogatorio, aunque en parte me tenía pillado, ¡Claro que intentaba ponerle celoso! ¿De verdad se creía que era tan promiscuo que mientras me acostaba con él aún tenía intenciones de hacer lo mismo con su hermana? Por dios, yo no era una máquina de sexo, no tenía para todo el mundo. – ¿Tú que crees?– Le insinué, mirándole divertido y sin poder aguantar la sonrisita que se me escapaba de entre los labios, si se creía que le iba a revelar tan fácilmente mis planes iba listo. Sin embargo aquel beso hambriento y lujurioso me dejó tan atontado que debí ponerme rojo hasta las orejas, jadeante y acelerado, para lo reticente que se mostraba al principio había cogido mucha práctica. Le miré sorprendido con lo que me decía, susurrando sobre mis labios, poniéndome aún más rojo de lo que estaba, ¿Dónde estaba su timidez? Crucé mis piernas alrededor de sus caderas, apegándole más a mí –Dime algo tú, ¿Qué se siente tener unas ganas terribles de empotrarme contra la cama y tener que quedarte dormidito con tu dulce hermanita sabiendo lo que te pierdes?– Contraataqué, evadiendo su pregunta mientras sus manos tomaban las mías, deslizándolas por su cálido cuerpo antes de llevarlas a sus labios para calentarlas con su aliento antes de cambiar de tema, dejándome aún más sorprendido. – ¿No temes envenenarte?– Sonreí, divertido, incorporándome sobre mis codos mientras le veía ir hasta el armario y sacar ropa –Como quieras, ‘jefe’– Me coloqué su ropa rápidamente, destemplado, y después me secó dejó caer una toalla sobre la cabeza para secarme el pelo. Miré mal esa sonrisita que se le escapaba, posiblemente riéndose de mi pelo, que si ya no era poco revoltoso de por si ahora debía estar el doble –Tú de qué te ríes, traes peores pintar que yo, don perfecto– Gruñí, levantándome para revolverle aún más el flequillo, aunque en cierta forma agradecía que se preocupase por mí.


    Una vez estuvo uniformado y con su aburrido y repeinado aspecto de siempre me llamó mientras yo estornudaba y me limpiaba la nariz cada dos por tres. –Es Niko, con ‘k’– Corregí mientras él deshacía el nudo de mi corbata (Que había atado de cualquier forma) y lo rehacía, ajustándola a mi cuello. Sin embargo luego tiró de ella, atrayéndome hacia él y quedando cara a cara… ¿Cómo conseguía aquel hombre ponerme tan sumamente nervioso con solo tenerle cerca? Me tensé por completo al oír lo que tenía que decirme, pensando que era mi perdición, sin embargo resultó que acabó en un extraño agradecimiento “¿Invertido? ¿De verdad?” Pensaba, alzando una ceja y bajando la cabeza “No lo he hecho por él, es por mí mismo, lo importante es asegurarme de cómo están las cosas para conmigo antes de irme” Pensaba, tratando de engañarme a mí mismo aunque en el fondo también sabía que todo el tiempo que pasaba junto a él me ataba más y más a su lado. Le miré fijamente, esperando que acabase su frase sin saber muy bien que decirle pues sabía que nunca podría sincerarme del todo ni a él, ni a mí mismo.–¿Tú…?– Intenté que continuase, queriendo saber lo que quería decirme. Sin embargo acabó por soltarme, poniéndose rojo como un tomate, cabizbajo y temblando como una hoja mientras yo le miraba sin entender que le costaba tanto decirme, incluso había podido escuchar como tragaba saliva. En fin, me dijo que lo olvidara y que me quedase en casa para descansar “¿De verdad me va a dejar solo sabiendo que tengo la información y que podría no haberme ido aun para ganarme su confianza?” Pensaba, sorprendido. –Está bien– Le vi alejarse mientras yo suspiraba y me resignaba a quedarme ahí todo el día sin hacer absolutamente nada y con la duda de si debía irme o no. Sin embargo justo cuando se iba a ir se dio la vuelta y volvió hacia mí, quitándose la gorra y me plantó un beso en los labios antes de salir corriendo. – ¿E-eh? –Me llevé una mano al rostro, rozando mis labios cual adolescente embobada tras que el chico del que está enamorada le robe un beso. Me dejé caer de espaldas en la cama, cubriéndome la cara – ¿Qué me está pasando?– Musité. El resto de la tarde me la pasé en la cama, descansando y rodeado de pañuelos además de muerto del asco y de aburrimiento. Para mi aquello era como una jaula, no podía ir a ningún sitio y aunque pudiese no sabría a donde ir ni por donde además de arriesgarme a que me pillasen in fraganti o a encontrarme a uno de los amigos de Hermann y no saber qué hacer o qué decirles... tampoco quería verme en otra situación como la de los baños y ahí no estaría el nazi para detenerlo. Al final acabé por dormirme más que nada por aburrimiento, sin embargo horas después un estruendo me hizo despertar, levantándome de golpe justo para ver un hombre entrando por la ventana; nada más ni nada menos que uno de mis excompañeros –Aleksei…– Murmuré al reconocerle, levantándome rápidamente de la cama y acercándome a darle un abrazo, sin embargo su cara me indicó que no lo hiciese, y el ver como desenfundaba un cuchillo me lo confirmó –Así que es verdad lo que se decía… Traidor hijo de puta, ¿Qué has hecho para que te mantengan con vida? ¿Cuánta información has dado sobre nosotros, eh? ¿O acaso ahora te has convertido en la puta de un nazi desviado? Conociéndote debe estar muy contento– Aquellas palabras fueron peor que una puñalada directa al corazón, era considerado un traidor por mi propia patria… ¿Qué era lo que me amparaba ahora? –Espera, no he dado ninguna información, de hecho he obtenido…– Me llevé un puñetazo mientras continuaba gritándome en ruso. –Заткнись сука! ¿Además de traidor nos tomas por imbéciles? Sabes muy bien cómo van estas cosas, Nikolay. Has traicionado a tu patria y a todos los que confiábamos en tu labor…– Bajé la cabeza y apreté los puños, sintiéndome humillado como nunca –Juro por la unión Soviética que yo no os he vendido– Mascullé con rabia mientras sentía el cuchillo rozando mi cuello –Me das asco, ser capaz de venderte a esos asesinos solo para mantenerte con vida… Y por esto mismo, traidor, en nombre de Stalin y la URSS yo te sentencio a morir– Yo ya esperaba sentir el dolor del corte en mi yugular y ver correr mi propia sangre, sin embargo y en lugar de eso lo que vi fue un ramo de rosas rojas estamparse contra mi excompañero y tres balas estamparse en su pecho. Aun así en sus últimos momentos tuvo el valor de intentar llevar a cabo su misión y blandió el cuchillo en el aire, llegando a hacerme un leve corte que me dolió mil veces menos que verle caer al suelo, muerto. Caí de rodillas al suelo junto al cadáver, llevándome una mano al cuello y respirando aceleradamente con la boca abierta y los ojos como platos. –Aleksei–Murmure en un susurro ahogado para el cual apenas me llegó la voz mientras la sangre corría por el suelo… Sangre conocida y querida derramada por mi culpa otra vez. Ni siquiera reaccioné cuando Hermann corrió a abrazarme, preguntándome si estaba bien mientras su hermana y su prometida entraban, presenciando lo ocurrido. –No…– Susurré para que solo él me escuchase, aunque no me refería precisamente a mi estado físico. Los tres me rodearon, preocupados por mí, incluso Hermann me ayudó a ponerme en pie; mas yo preferiría haberme quedado en el suelo, pues mis piernas apenas podían mantenerme. Había sido un segundo choque emocional en muy poco tiempo, y no solo el ver morir a otro ex amigo, sino el saber que ahora mi propio país me había dado la espalda y trataba de eliminarme. Poco a poco me forcé a mí mismo a espabilar y a cambiar la cara –Muchas gracias, me ha salvado el pescuezo, Herr Kommandant– Forcé una de mis sonrisas, limpiando la sangre de mi cuello mientras escuchaba las preguntas de aquellas irritantes mujeres que dejaron en una clara encrucijada al rubio, que me miraba indeciso y sin saber que decir… no me hacía falta ser muy listo que aquellos regalos eran para mí, a él nunca se le ocurriría comprarle algo así a su prometida teniendo en cuenta su respuesta del día anterior. –Dígalo, jefe, que no le de vergüenza ahora… Mire, señorita Inga, como ayer presencié su… pequeña disputa, le aconsejé que fuese a comprarle un detalle para pedirle perdón… De hecho se lo iba a dar cuando volviese, pero ya ve lo que ha pasado… Lo siento mucho, señorita– La mujer paso de mis disculpas y fue directa a tirarse a los brazos de su prometido, dándole un beso en los labios que me dolió tanto a mí como a su gemela, que no tardó en acercarse a mí muerta de celos y abrazarme mientras lloraba con falsedad y decía el miedo que le daba perderme mientras yo acariciaba su espalda y la besaba a ojos de su hermano… acto que probablemente me traería más problemas. –Herr Kommandant, deberíamos… sacarlo de aquí– Aproveché en cuanto se separó de Inga así que cogimos el cadáver entre los dos y lo sacamos de la casa, dejándolo tirado en la calle cubierto con un plástico negro y a la espera de que sus camaradas viniesen a buscarlo. Yo me senté en la acera, sacando un cigarrillo que previamente había ‘tomado prestado’ y apoyando un brazo en mi rodilla izquierda mientras que con el otro me llevaba el cigarrillo ya encendido a la boca –Hermann, ¿Puedo pedirte un favor?– Hablé, seco y frío, con la mirada perdida y ni un solo rastro de sonrisa. –La próxima vez que pase esto, por favor, no intervengas– Ambos sabíamos que lo que le estaba pidiendo era que me dejase morir, ya que era obvio que a partir de ahora iban a tratar de eliminarme fuese como fuese.
     
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    -¿Por qué…? – fue la única pregunta que salió de mis labios y, lejos de estar enfadado, disgustado o irritado con Nikolay, ahora mismo me sentía triste, decepcionado conmigo mismo y, sobre todo, profundamente culpable. Para colmo empecé a llover a cántaros y allí estaba yo en frente de aquel ruso con voz temblorosa y a punto de echarme a llorar de un momento a otro – ¿Por qué la has besado? ¿Es que acaso no soy suficiente para ti? – era una suerte que hubiese empezado a llover con tanta fuerza porque, de esta manera, mis lágrimas se camuflaban con las gotitas de lluvia que ahora resbalaban por mi cara. Y, sin poder evitarlo, me arrodillé en el suelo y le abracé con fuerza, antes de quitarme mi propio abrigo y pasárselo por encima de los hombros para que no cogiese frío – Lo siento, pero no puedo prometerte tal cosa – después lo cogí en volandas y lo llevé hasta el coche, donde le abroché el cinturón y conduje hasta un descampado cerca del bosque. Y es que nada más aparqué, me desabroché el cinturón y no pude reprimir el impulso de besarle apasionadamente, pues con algo de suerte aquellas cortinas de agua servirían de barrera para las miradas más curiosas e indiscretas como eran las de mis vecinos – Pero bueno, ¿A ti qué te pasa? Fui incapaz de matarte cuando tuve la oportunidad de hacerlo, ¿Cómo crees que voy a permitir ahora que te mueras? – cogí el cigarrillo de su boca y lo lancé por la ventana, cuando hablaba de que no quería que se muriera lo decía en serio y en todos los sentidos aunque él no me creyera. Después, tiré de su chaqueta hacia mí para acortar las distancias, mientras pasaba una mano por detrás de su nuca y apoyaba mi frente con la suya, acariciando su nariz con la mía – Mira, siento… siento haber matado a tu compañero, pero volvería a hacerlo si consigo mantenerte vivo, no voy a consentir bajo ningún concepto que acabes muerto, es una promesa, a cambio sólo te pido que te quedes conmigo, a mi lado – cogí de mi guerrera la caja de bombones de chocolate que sutilmente había sacado de mi casa para él y se la puse en su regazo, a decir verdad la caja estaba algo arrugada y los caramelos pasados por agua. Sin embargo, me separé de él cuando al recordar la explicación que le había dado a mi prometida, alegando que toda aquella parafernalia era para ella aún sabiendo que los regalos los había comprado única y exclusivamente para él – “No… no me da vergüenza” – dije repitiendo sus mismas palabras – Compré las rosas y los bombones para ti, Nikolay – y, sin poder someter por más tiempo mis sentimientos, lo arrastré conmigo hasta el asiento trasero y empecé a desabrocharle los botones de su camisa, colmándole de besos por su pecho. Hasta que acariciando su cuello, olí ese fuerte aroma a hierro y sentí como mi mano se manchaban de sangre, la sangre de Nikolay.

    -Estás… sangrando, ¿¡Es que eres imbécil o qué!? ¿¡Cuándo pensabas decirme que estás herido!? ¿¡Nunca!? – chasqueé la lengua con disgusto y me separé de encima de él antes de coger el pañuelo de tela de mi bolsillo y ponérselo en la mano para que taponara por sí mismo la hemorragia de su cuello. A continuación, conduje hasta el hospital más cercano y allí nos atendió mi amigo Dietrich, quien lo recostó en una camilla y le suministró anestesia local para empezar a tratar su herida – Señor Schneider, no debería andar por ahí con la camisa abierta de par en par con este temporal – mi amigo acabó de coser la herida y vendó su cuello con unas gasas, al final le había dado veinte puntos y un beso de regalo en la mejilla por portarse, según él, muy bien – Esto… eh… no es lo que parece, le pedí al señor Schneider que me ayudara a cambiar la trasmisión del coche y hacía mucho calor y… – aparté a Dietrich de un empujón tan sutil que casi tropieza y se cae a tierra, no me gustaba que se tomara tantas confianzas, no me gustaba, para nada, esa cercanía suya – Ya veo, hacía mucho calor en pleno invierno y con la que está cayendo, por cierto, toma Hermann, se te debe haber caído encima del señor Schneider accidentalmente mientras “cambiabais la transmisión del coche” – mi amigo me devolvió mi cruz de hierro y yo me puse más colorado que un tomate maduro, y es que por muy brillante que fuera en mi trabajo… para contar mentiras de mi vida personal era todo un fiasco, la condecoración siempre iba colgada muy próxima al cuello por lo que se me debió de caer cuando estaba encima de él en la parte trasera del coche y es que aunque fuese invierno, cayeran truenos o empezara a diluviar, pensar en Nikolay bajo de mí siempre conseguía sacarme los colores – Gra-gracias – no conduje hasta casa, no quería reencontrarme ni con mi hermana ni con mi prometida, no, yo lo que quería era estar asolas con el ruso así que lo llevé hasta un motel de carretera y nos registré con un nombre falso para alquilar una habitación. No le hice nada, en ningún momento traté de sobrepasarme con él dadas su situación actual, tan sólo lo arropé una vez en la cama y me tumbé a su lado, rodeando su cintura con mi brazo – Tengo miedo a perderte, Nikolay – le confesé, antes de quedarme profundamente dormido.

    A la mañana siguiente volvimos a casa y le dije que le invitaría a comer a un restaurante ruso donde, según mi padre, hacían las mejores sopas Borshch y carnes como el Pelmeni antes de que estallara la guerra entre ambas naciones. Yo por mi parte me dirigí a mi armario y cambié mi uniforme militar por unos pantalones de color beige, una camisa blanca y un jersey de lana de color rojo que conjuntaba con mí siempre corbata, el cinturón de cuero y los zapatos negros, además de mi gabardina gris. Después, me dirigí al baño y es que una vez estuve delante del espejo perfectamente peinado con el pelo hacia atrás y la raya a un lado decidí cambiar de estilo en el último momento, por supuesto que mantuve la raya al lado, sin embargo dejé que el flequillo, que con tanto esmero peinaba hacia atrás, cayera por encima de mi frente y sienes para que cubriera el parche de mi ojo fantasma. No iba armado, no llevaba ningún símbolo, anillo o condecoración que determinaría mi ideología política – Niko, ¿te falta mucho? – pregunté desde la escalera con impaciencia mirando el reloj, al parecer la puntualidad no era una virtud rusa, ¿se puede saber qué diantres hacía? ¿por qué tardaba tanto en bajar? Subí para averiguarlo y durante un segundo se me pasó por la cabeza que había conseguido escapar y me había abandonado, pensamiento que me puso muy nervioso y motivo por el cual empecé a subir las escaleras de dos en dos. Ni si quiera llamé a la puerta, abrí de golpe y porrazo, y me quedé con el pomo en la mano, estático y con la cara más roja que el suéter que llevaba puesto cuando lo vi semidesnudo de cintura para abajo. Más o menos, esto fue lo que pasó, agaché la cabeza al suelo y, por si acaso se me ocurría mirar, me tapé mi ojo con la mano mientras cerraba la puerta de un portazo – Ah… eh… esto… yo… esperar, coche, abajo – y no te puedes imaginar la cara de idiota que se me quedó después cuando lo vi bajar por la escalera vestido con aquella ropa que le quedaba genial, incluso parecía que estaba hecha a medida, de verdad, créeme, yo no doy cumplidos tan a la ligera. De forma inevitable mi mirada rodó por todo su cuerpo, de arriba abajo, observándolo con deseo contenido, Nikolay estaba especialmente guapo y atractivo. No sé lo que tenía, no sé lo que era; su pelo, su mirada o su sonrisa. Pero el caso es que allí estaba yo esperándolo en el umbral con la boca abierta y unas ganas inmensas de echar la llave a la puerta y estamparlo contra la mesa del comedor o donde fuera con total de hacerlo mío – Tardas más que una mujer – me quedé, haciéndome el molesto, no quería que pensara que me tenía a sus pies, (aunque así fuese realmente).

    Y una vez en el restaurante…

    -Mira, Niko…– dije quitándome la servilleta de tela y acomodándola en mi regazo, mirando hacia otro lado como si la cosa no fuera conmigo, buscando las palabras exactas para no sonar demasiado borde, brusco o prepotente como me achacó el doctor –…el motivo por el que te he traído aquí es porque pensé que quizás te gustaría comer algo típico de tu país después de tanto tiempo y, para ser honesto, también lo hice para pasar un rato a solas contigo porque, verás, no sé cómo decirte esto, pero desde que te conozco me pones de los nervios y probablemente por tu culpa tenga alguna úlcera de estómago, espera, no, no es eso lo que quería decir…– de un solo sorbo acabé con la cerveza y me pasé una mano por detrás de la nuca mientras mis dedos golpeaban la mesa y mi rodilla traqueteaba el suelo con insistencia –…tú… tú… me-me… gust…– pero entonces, Viktor Müller, jefe de la Gestapo y amigo íntimo de la infancia, me llamó a pleno pulmón desde la barra y me hizo señas para que le acompañara – Scheiße… espera aquí un momento, por favor, no te muevas, enseguida vuelvo – me acerqué hasta la barra y sus cadetes me abrieron paso y, de hecho, uno de ellos se levantó de su asiento para cedérmelo – ¡Hermann! Pero bueno, ¿qué le ha pasado a tu pelo? ¿y esa ropa? casi no te reconozco con estás pintas de civil que llevas, ven aquí anda, dale un abrazo a tu viejo amigo – yo sonreí, la verdad es que en cierta forma me alegraba de verle desde la última vez, así que le di aquel abrazo y le pregunté a qué había venido – Ya sabes, lo típico, inspección rutinaria – pero entonces, un soldado se acercó por detrás de él y le susurró algo ininteligible para mí que le hizo acabarse el poso de la cerveza y levantarse de su asiento de un sato – Vaya, lo siento mucho, Hermann, tengo que irme, el trabajo me llama, ¿qué te parece si quedamos esta noche para cenar? – yo asentí con la cabeza y le dije que podía venir a mi casa a partir de las siete cuando quisiera, que compraría cerveza y que acabaríamos borrachos como cubas – Claro, ¿va todo bien? – Viktor volteó un momento y, a pesar de que era información confidencial, me puso una mano en el hombro y me susurró al oído – No, acabamos de atrapar a un hombre que no tenía los papeles, nos lo llevamos a la comisaría para interrogarle, ya sabes cómo funciona esto, espero que cante pronto o llegaré tarde a la cena como nos toque torturarle – y se fue, dejándome con el corazón en un puño y un mal presentimiento, sobre todo cuando giré la cabeza hacia mi mesa y vi que Nikolay había desaparecido.

    Sin embargo, antes de pasarme por el edificio de la Gestapo visité a Dietrich, quien después de lanzarme una mirada inquisitiva e intercambiar duras palabras, me entregó en mano cierto papeleo que guardé con recelo en el bolsillo interior de mi gabardina. A continuación, salvé las dos calles que separaban el hospital del edificio y no me hizo falta autorización alguna para bajar a toda prisa por las escalerillas que conducían al sótano, donde una vez abajo, un pasillo oscuro y estrecho se extendía a lo largo con un sinfín de puertas de hierro – ¡SCHNEIDER! – grité, desesperado, cuando, de pronto, vi a Viktor a través del cristal propinándole un guantazo detrás de otro con tanta saña y rabia que no me lo pensé dos veces y entré en aquella habitación para agarrar su muñeca en el aire y detenerle a tiempo antes de que volviera a golpearle otra vez. Vi que tenía los nudillos pelados y ensangrentados, por lo que cuando desvié la mirada hacia él se me detuvo la respiración y se me congeló la sangre en las venas al ver a Nikolay con la cara morada y el cuerpo maltrecho – Schneider…– Viktor se zafó de muy malas formas, a la vista estaba que no le hacía ninguna gracia que hubiera intervenido en mitad de la faena, pero ahora era lo que menos preocupaba, de hecho incluso le di la espalda para arrodillarme en frente del ruso. Cogí su cara entre mis manos, cuidando de no hacerle más daño mientras le llamaba por su nombre falso y desataba a toda prisa las cuerdas que lo ataban de pies y manos a aquella silla – ¿Qué crees que estás haciendo, Hermann? – me interrogó mi amigo, cabreado, antes de que sacara del bolsillo de mi gabardina los papeles que Dietrich había falsificado previamente para mí y que acreditaban a Niko como ciudadano alemán, obviamente era una identidad falsa, pero nunca notaría la diferencia ya que no por ello Dietrich había sido uno de los mejores falsificadores antes de que lo sacara de la cárcel. Bueno, el caso es que le arrojé su identificación al pecho de malas maneras y este le echó un vistazo, mientras cogía al ruso en brazos y me dirigía en dirección a la salida – Vaya, lo lamento Hermann, nunca pensé que fuera tu ayudante, pensé que era un topo, de veras, lo siento mucho... déjame llevarlo al hospital – más, antes de que pudiera si quiera tocarlo, aparté su brazo de un empujón y lo miré severamente a los ojos. Mi amigo me sostuvo la mirada hasta que no aguantó la presión y desvió los ojos hacia otro lado, no hubo palabras entre nosotros, el silencio ya hablaba por sí solo.

    Llevé a casa a Niko, donde Dietrich ya me esperaba para hacerle un reconocimiento médico por segunda vez en el día de hoy, lo tumbé en el sofá y corrí las cortinas para que nadie se le ocurriese la brillante idea de husmear donde no debía – ¿Cómo está? ¿Es grave? – mi amigo le desvistió y debía verle tan mal que decidió sedarle para que no sintiera tanto dolor mientras él trataba sus heridas e intentaba coser los cortes más profundos – Hombre, no creo que le apetezca mucho follar contigo en unas semanas, pero sobrevivirá, no te preocupes, ya sabes lo que dicen de los rusos; mala hierba nunca muere. Hermann, no es que quiera inmiscuirme en tus asuntos personales, pero haré el esfuerzo, ¿qué piensas hacer con él? es decir, es ruso, por si se te ha olvidado estamos en guerra con su país por lo que eso lo convierte en nuestro enemigo, además, vas a casarte dentro de poco y estoy seguro que Inga querrá tener hijos – yo me levanté del suelo y me paseé de arriba abajo por el comedor, angustiado, sabía que Dietrich tenía razón, pero no podía abandonarlo – No lo sé, todo empezó como un juego y luego se me fue de las manos – le confesé, muy a mi pesar, rellenándome una copa de Whiskey para después bebérmela de un trago – Mira, llegados a este punto tienes dos opciones; o lo matas o lo devuelves a su país, pero aquí no puede quedarse, puedes ganar tiempo pero tarde o temprano darán con él y lo sabes – sus palabras eran duras, pero sabía que tenía razón, y mientras me dirigía al sofá y le acariciaba el pelo con ternura le confesé la verdad – Eso no es posible; su patria lo considera un traidor y yo no tengo el suficiente valor para matarlo – mi amigo dio un suspiro y me quitó la copa de las mano para rellenársela por sí mismo y dar otro trago – Al menos dime que tienes un plan, por lo tienes, ¿verdad? – yo me eché a reír con cansancio y Dietrich puso los ojos en blanco, antes de tirar por ahí el vaso y beber directamente de la botella – Hermann, ¿has perdido el juicio? se supone que debías capturar y ajusticiar al topo, no llevártelo a la cama y follártelo, ¿cuál es la parte que no entendiste? genial, estamos jodidos, espera, tengo idea, ¿y si lo casas con tu hermana? adquiriría la nacionalidad alemana y nadie levantaría más sospechas, siempre lo tendrías cerca y podrías ser el tío de sus hijos – mi sonrisa se deshizo en mi cara poco a poco, más estaba tan cansado que ni si quiera me apetecía enfadarme con él por su estúpido comentario – Es un buen plan, pero…– Dietrich me miró, expectante y adivinando mis pensamientos –…pero por primera vez no quieres compartir algo con ella, ¿verdad? – mi amigo prometió pensar en algo y me recomendó que intentase conciliar el sueño, así que subí a Nikolay hasta el dormitorio y me quedé dormido en el sillón por si despertaba y necesitaba mi ayuda.
     
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  11. •Shena
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    El alemán no se preocupó en darme palabras de aliento tras la muerte de mi ex compañero y amigo y tras enterarme de que mi país me consideraba un traidor, peor que la escoria; claro que no, él solo se preocupó por el insignificante beso que le había dado a su hermana, diciéndome que si no era lo suficiente para mí. Le miré, sin expresión alguna; en aquel momento estaba como muerto por dentro, ni siquiera sentía el frío de la mojadura que estaba pillando. Hermann estaba parado en frente de mí, titubeando ligeramente y rompiéndose al punto en que pude diferenciar su llanto de la lluvia, yo era del tipo de hombre que se fijaba en esas cosas. –Tú tampoco alejaste a tu prometida, ¿Qué querías que hiciera, rechazarla cuando estaban dudando de para quién iban tus regalos?– Respondí, lo más sereno posible para que se tranquilizase, correspondiendo a su abrazo y acariciando su espalda sobre la camisa, ya que su abrigo me lo había puesto a mí por encima. –Maldita sea Hermann, es lo único que te pido, yo no…–‘puedo seguir viviendo’, mas no pude acabar la frase ya que me tomó en brazos, llevándome hasta su coche y llevándome hasta un descampado cerca del bosque; lejos de miradas indiscretas. “No estoy de humor para esto” Sin embargo una vez sus labios se posaron sobre los míos los problemas quedaron en un segundo plano y me desabroché rápidamente el cinturón para poder corresponderle a gusto, pasando mis brazos alrededor de su cuello y jadeando suavemente según se alejó para hablar –Sabes tan bien como yo que acabará ocurriendo, no podrá protegerme siempre y estoy en tierra de nadie con dos potencias mundiales en contra y a una de las cuales tú le debes fidelidad– Resoplé al ver que me arrebataba el cigarrillo y lo lanzaba lejos, quitándome el tranquilizante de la nicotina que en realidad no me hacía ningún efecto en tal situación. Luego, tiró de mi chaqueta hacia él para acercarnos, pasándome una mano por detrás de la nuca y apoyando frente con frente, acariciando mi nariz con la suya en un gesto cariñoso del que disfruté, cerrando los ojos. –Hermann, ¿Qué puedes hacer conmigo a tu lado? Solo conseguirás problemas y poner a tu familia y a tu país en tu contra mientras yo veo caer a mis amigos y compañeros, ¿y para qué? Para ti en realidad soy un desviado del que te has encaprichado en cierta forma, no puedo darte hijos ni familia, solo problemas y más problemas… Y yo no quiero joderte la vida aunque me duela separarme de ti; yo…– Sin embargo guardé silencio al verle sacar la caja de bombones de debajo de la guerrera, sin poder evitar el que se me escapase una sonrisa aunque aquello estuviese más que pasado por agua. Le miré fijamente mientras hablaba, sin saber cómo conseguí reprimir mis emociones y ponerme a llorar en aquel momento, quizás es que desvié la emoción del momento al calentón que llegó después cuando me llevo al asiento trasero, abriéndome la camisa y repartiendo besos por mi cuello hasta que descubrió la sangre, que no había dejado de salir en ningún momento a pesar de ser una herida superficial. Esto me llevó a ganarme sus gritos a pesar de que la cosa no era para tanto, así que suspiré y cerré el pico a pesar de que me hubiese dejado con las ganas (otra vez), taponándome la herida con su pañuelo y dejándome llevar hasta el hospital sin rechistar donde nos atendió ese estrambótico amigo suyo que no sabía cómo no había acabado en un campo de concentración ya que cualquiera podría considerarlo ‘desviado’. Me hizo recostarme en una camilla y me puso en una anestesia para comenzar a coser la herida que a mi parecer seguía sin ser tan grave. –Ah, es que…– Iba a empezar a inventarme una historia para lo de la camisa mientras me vendaba el cuello con gasas y me daba mi ‘premio’ en forma de beso en la mejilla por portarme bien, sin embargo Hermann me quitó la palabra, dando una explicación estúpida y bastante difícil de creer, cosa que empeoro tras darle un notorio empujón con el que casi tira al muchacho al suelo… Pero fue aún peor cuando le devolvió una cruz que al parecer llevaba yo encima. Me limité a mirar para otro lado, haciéndome el tonto aunque rojo como la bandera de mi amada Unión Soviética, para ser un jodido nazi en un puesto relevante era un pésimo mentiroso, por lo menos en lo que respectaba a aspectos personales. “Debería haber hablado yo antes, habría quedado mejor” Pensaba, suspirando, pero lo hecho ya estaba hecho así que guardé silencio mientras le daba las gracias a Dietrich y nos íbamos. Mas, en lugar de ir de vuelta a casa, me llevó a una especie de motel de carretera donde nos registró con un hombre falso a la hora de alquilar una habitación. Según entramos nos acurrucamos el uno al lado del otro con él abrazado a mi cintura y haciéndome una pequeña confesión antes de caer dormido mientras que yo me mantuve despierto toda la noche; el sentimiento de culpa no me dejaba dormir.

    A la mañana siguiente volvimos a casa con la promesa de ir a comer a un restaurante ruso cosa que me extrañó que tuvieran dada la situación de conflicto actual, pero tenía cierta curiosidad y acepté ir de buen grado. Cada uno de fue a una habitación a vestirse y, tras mirar cien veces qué podía ponerme, acabé decantándome por un amplio jersey de lana negro y una camisa blanca junto a unos pantalones verde militar, cinturón de cuero cortesía del armario de Hermann y zapatos negros además de un abrigo de doble faz negro. Aunque cuando aún estaba poniéndome la parte de arriba la puerta de la habitación se abrió de par en par, dejando ver a un acelerado Hermann que según me vio se puso rojo de vergüenza, desviando la mirada y tartamudeando como un niño pequeño mientras agachaba la cabeza y se tapaba el ojo, cerrando la puerta de un portazo. “¿Lleva el flequillo sin repeinar?” Me pregunté, curioso, acabando de vestirme y yendo a peinarme, o al menos a intentarlo, porque no había nadie que pudiese peinar correctamente mi pelo, así que lo dejé a su libre movimiento y, tras echarme colonia, bajé abajo, pudiendo fijarme esta vez en cómo iba. Y he de decir que me sentí un privilegiado al poder verle en una ropa tan casual sin su típico perfeccionismo, lo que más me gustaba ese flequillo que no tardé en despeinar en cuanto tuve ocasión. También me fijé en que no llevaba ni una gota de simbología nazi y he de decir que eso me hizo sentir más relajado a su lado, pero en lo que más me fijé fue en su cuerpo y en lo bien que le quedaba absolutamente todo. Mas salí de mi embrujo al escuchar su queja –¡Ja!; no me compares con una mujer, yo follo mucho mejor y lo sabes… Además, me dirás que no te ha merecido la pena esperar– Le susurré al oído, deseando vez uno de esos sonrojos suyos que tanta gracia hacían mientras me comía con la mirada de reojo, ¿Quién pensaría que aquel hombre que era capaz de matar a alguien con el ojo cerrado fuese tan vergonzoso? Pero eso era en parte una de las cosas que más me gustaban de él. –Aunque si piensas referirte a mí como una mujer la próxima vez que vengas a espiarme mientras me cambio te moleré a patadas– Reí, divertido, recordando como tartamudeaba el pobrecito según abrió la puerta y se encontró con aquel panorama.

    Finalmente nos fuimos al restaurante donde nos sentamos el uno frente al otro, mirándole fijamente según me hablaba, tenso y temiendo un motivo oculto tras toda aquella amabilidad, y es que no podía evitar pensar ¿Y si se ha cansado de mí? ¿Y si en realidad quiere matarme y ha fingido todo esto para que el daño fuese el doble? Sin embargo los tiros no iban por ahí y me di cuenta en cuanto comenzó a tartamudear de nuevo, ganándose una sonrisa por mi parte –Yo…–Le iba a responder, básicamente a picarle para que completase la frase, mas alguien más le llamó a voces, estropeando el momento y nuestra pequeña escapada. Sin embargo tuve un mal presentimiento al mirar de reojo para ver quien le llamaba, nada más y nada menos que un jefazo de la Gestapo y que nosotros ya teníamos fichado desde hace un tiempo. Yo actué con la mayor cotidianidad posible, sin embargo cuando los soldados comenzaron a pasar mesa por mesa pidiendo papeles no pude evitar tensarme; no tenía nada. –Verán es que se me han olvidado en casa, pensé que…– Mas mis escusas fueron completamente inútiles, o más bien ignoradas, y me hicieron ponerme en pie para ‘acompañarles’, bien esposado y rodeado por todos lados mientras que yo miraba de reojo a Hermann, optando por guardar silencio y dejando llevarme para no armar un escándalo y ponerlos aún más en mi contra; debería hacer el papelón de mi vida si quería salir de esta. Me llevaron hasta aquellas terribles instalaciones que tanto pánico me infundían y me achantaban y que a la vez tan malos recuerdos me traían. Una vez encerrado en la ‘sala de interrogatorios’ comenzaron a hacerme preguntas y a provocarme, sin embargo yo me mantuve en mis trece y que aquello era un terrible error, que yo era un ciudadano alemán y ayudante de un comandante nazi, mas aquella mala bestia parecía solo saber golpear, era como si no me escuchase. Solo me golpeaba una y otra vez, dejándome hecho polvo, amoratado y sangrando pero con la moral cada vez más alta; cuanto más trataba de humillarme más subía mi ego. De hecho, sin ese procedimiento mental haría una hora que ya habría pedido que me matasen. Me habían hecho aguadillas en una bañera a tal punto que en ocasiones pensé que me ahogarían de verdad de no ser porque les interesaba más vivo, me hicieron quemaduras, golpes, latigazos, cortes; de todo. Habían llegado incluso a darme descargas eléctricas, no demasiado grandes, pero si lo suficiente para hacerme gritar. –¡Yo no soy un maldito comunista! ¡Soy un camarada! ¡Me ocuparé de que el führer se entere de esto y seas castigado!– Amenazaba en vano, no consiguiendo otra cosa que empeorar el modo de tortura. Cansado de mí comenzó a golpearme sin siquiera pensárselo, dejándome la cara echa un cromo; y para cuando ya a penas me quedaban fuerzas para seguir consciente los nudillos del agresor estaban en carne viva. Sin embargo unos gritos llamándome por mi apellido falso me hicieron levantar la vista, borrosa y cansada, pero lo suficientemente útil aun para diferenciar el rostro de mi nazi entrando por la puerta de aquel sucio cubículo y deteniendo la mano de aquel capullo. –¿Qué estás haciendo…?– Susurré con las pocas fuerzas que me quedaban, sabiendo que se la estaba jugando mucho intercediendo por mí. El gesto de dolor fue inevitable al sentir sus manos depositarse sobre mis doloridas y amoratadas mejillas, aunque era agradable el sentir un tacto suave y gentil en lugar de un golpe más. Tan sorprendido como el otro nazi allí presente, observé como me desataba de las cuerdas que me aferraban a aquella silla junto a la que tantas veces me había tirado de los golpes que me daba… De hecho llegó a preguntarle que qué demonios estaba haciendo llamándole por su nombre, mientras que este se limitaba a tirarle unos papeles que había sacado de su gabardina, sin pronunciar palabra alguna, antes de cogerme en brazos. Yo me sentí como si me hubiesen quitado un tanque de encima cuando escuché como el otro se disculpaba y se ofrecía a ayudar después de haberme dejado hecho una mierda. Hermann le lanzó una mirada de esas que te matan y te entierran, dejándole toda la culpa recaer sobre su conciencia, y me sacó de allí rápidamente.
    Una vez fuera de aquel infierno me llevó a su casa donde estaba ese amigo médico suyo esperándonos para curarme… otra vez. Tumbado en el sofá y ocultos de miradas indiscretas gracias a las cortinas, Dietrich optó por sedarme para poder curarme después de los primeros gritos de dolor. Sin embargo por suerte o por desgracia no tardé en despertarme relativamente; pues seguía adormilado y sin ser capaz de abrir los ojos, pero lo suficientemente lúcido para llegar a escuchar parte de su conversación, dándome cuenta del problema en el que me había convertido. “Soy un estorbo, ni siquiera le gusto, soy como una mascota para él, no le intereso nada más que para echar un polvo de vez en cuando pero le da pena matarme porque se quedaría sin ese placer… ¿Cómo he podido ser tan idiota de no haberme ido en cuanto tuve ocasión?” Pensaba, cansado, mientras sentía su mano acariciar mis cabellos y a mí no me quedaba de otra que escuchar los comentarios hirientes de su amigo sin otra opción más que callar, tensándome ante la idea de tener que casarme con su hermana. No, claro que no, yo no podía seguir atado a aquel país, debía huir cuanto antes a algún país neutral donde estuviese fuera de peligro y en el cual me perdiesen la pista… Mas por otro lado la idea de dejar a Hermann después de lo que había hecho por mí y ese extraño sentimiento de codependencia o quizás cariño e incluso algo más que había desarrollado hacia él me ataban. “Maldita sea la hora en que me destinaron aquí” Pensé antes de sucumbir de nuevo al pesado sueño y al cansancio. Tiempo después desperté del todo y me encontré en el dormitorio, aun algo embobado por culpa del sedante. Al mirar a mi alrededor pude ver a Hermann dormido en el sillón, posiblemente a la espera de que me levantase por si necesitaba algo. Suspiré, tomando unas mantas y yendo a arroparle, el pobre se había quedado frío. Después simplemente me quedé ahí, viéndole dormir como un angelito, un angelito que mataba gente inocente cada día y simpatizaba con esas ideas nacionalistas extremas aunque más propias de puros psicópatas. – ¿Qué debo hacer, Hermann?– Susurré, sintiendo una gran presión en el pecho y un tremendo nudo a la garganta, estaba al jodido borde del colapso mental. Sin pensar me acerqué a la ventana, abriéndola y sentándome al borde sin pensar en las consecuencias tras haberme cerciorado de que no pasaba nadie. En aquel momento solo podía pensar en todos los problemas que se me estaban echando encima y que estaba causando, en acabar con todo, en darle solución a todos aquellos problemas que me perseguían y me acosaban. Pero según fui poniéndome al borde el pavor a la muerte se hizo más grande que el propio dolor de seguir vivo y retrocedí sobre mis pasos, cerrando la ventana y agachando la cabeza antes de golpear la pared con rabia. “¿Ni para esto vales?” Pensaba, sintiéndome el mayor pedazo de mierda de la humanidad antes de ir y arrodillarme frente a mi medio ‘amante’, apoyando la cabeza en sus rodillas. –Soy un cobarde ¿Por qué sigo vivo? ¿Qué razón tiene mi existencia?– Musitaba, abrazándome a sus piernas y mordiendo mi labio inferior para auto-reprimirme.
     
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    De pronto, un estruendo me despertó, la habitación estaba a oscuras, así que encendí la lámpara de la mesita de noche para ver a Nikolay abrazado a mis piernas y con la cara apoyada en mis rodillas mientras me formulaba preguntas existenciales a las tantas de la madrugada. Sorprendido, le miré fijamente a los ojos y guardé silencio durante unos segundos antes de tomar la manta con la que me había tapado y echársela por encima de los hombros a modo de abrigo para que no cogiese frío. Después, me incorporé hacia delante y tomé su muñeca para atraerlo hacia mí por la fuerza antes de rodear su cuerpo con mis brazos y fundirnos en un cálido abrazo. A continuación, le di unas palmaditas en la espalda para que se calmara cual mascota y aunque me mostraba frío, reacio o distante, en realidad tan sólo sentía vergüenza, dudas y quizás un poco de miedo de mostrar mi lado más sensible, mi cara más débil; él. Lo tomé en brazos y lo arropé en la cama para luego sentarme a su lado y pasar una mano por detrás de mi nuca pensando, muy nervioso, en cómo diantres expresar mis sentimientos – Un momento, necesito pensar, no me han instruido para esto en la academia militar y no sé cuáles son las palabras exactas que debería utilizar en esta clase de circunstancias – me levanté de la cama y le di la espalda mientras reflexionaba sobre sus palabras; “soy un cobarde, ¿por qué sigo vivo? ¿qué razón tiene mi existencia?”. Sin embargo, al ver su reflejo a través del cristal fui incapaz de seguir un razonamiento lógico, me di la vuelta y al verle ahí tumbado en mi cama encontré las respuestas que andaba buscando, ahora el problema era cómo explicárselo. Así que cuando volví a su lado mientras lo miraba embobado y mi cara enrojecía como un tomate maduro, abrí la boca y la cerré de inmediato cuando empecé a tartamudear cual imbécil. Volví a levantarme y me paseé por la habitación de arriba abajo a paso ligero, la mitad de las frases que empezaba no tenían sentido alguno y la otra mitad era incapaz de acabarlas al sentirme abochornado. Todo sería más fácil con una botella de Schnappss o unos cuantos litros de cerveza, así que al verme frustrado conmigo mismo y sobrepasado por la situación di un grito desesperado y, por primera vez, olvidé protocolos, reglas y compostura para decirle todo lo que se me pasaba por la cabeza – ¡Sigues vivo porque me gustas! ¿¡Por qué no lo entiendes!? ¡No hay ninguna razón existencial! ¿¡Cuántas veces tengo que repetírtelo para que me creas!? Me gustas, me gustas, ¡me gustas mucho! Te perdono la vida, te compro bombones y rosas, te llevo al único maldito restaurante ruso que queda en toda Alemania para tener una cita contigo a solas, he matado a mi propio camarada y me he jugado el pellejo para sacarte vivo de los sótanos de la Gestapo antes de que te mataran. Sé que eres un espía ruso, hombre y para colmo comunista, sé que somos enemigos, que le debo fidelidad al Führer y que estoy prometido con una mujer que no amo… pero esta es la verdad. Y ahora voy a salir por esa puerta para morirme de vergüenza a solas, no me sigas, no me hagas preguntas, acéptalo o recházame, pero no juegues conmigo como si fuera una jodida marioneta.

    Tumbado en el sofá, no conseguí conciliar el sueño, como soldado era un traidor a mi patria y como hombre no servía ni si quiera para tener familia – ¡Hans, Hans, despierta! pero, ¿qué es esta ropa? ¿dónde está tu uniforme? es igual, trae contigo al señor Schneider inmediatamente, vamos, no te quedes ahí parado ¡Schnell, los, los! – dijo mi padre acompañado por seis soldados de la Wehrmacht irrumpiendo en mitad de la noche, despertándome de un sobresalto y erizándome los pelillos del cogote mientras algunas gotitas de sudor resbalaban por mis sienes y mi corazón bombeaba aceleradamente – ¿Qué ocurre, padre, digo… señor? – mi progenitor me lanzó una mirada con desprecio y frunció los labios con desaprobación, y casi de forma automática alisé la ropa y repeiné con las manos mi pelo hacia atrás como a él le gustaba, como indicaban las normas – ¿Desde cuándo cuestionas mis órdenes, Hans? tu trabajo consiste en obedecerme, no en replicarme, así que déjate de preguntas y haz lo que te digo – yo agaché la cabeza en señal de respeto y sumisión, le había faltado el respeto delante de sus hombres y, para colmo, tenía un aspecto distinto que, a juzgar por su expresión, no le gustaba lo más mínimo – Señor, sí, señor – y justo cuando estaba a punto de subir escaleras arriba, mi padre me puso una mano en mi hombro, se acercó a mi oído y me susurró – No vuelvas a cuestionar mis órdenes delante de mis subordinados y ni si te ocurra volver a presentarte ante mí con estas pintas de vagabundo, ¿me has entendido? me avergüenzas, menos mal que tu madre está muerta para que no vea en lo que te has convertido… no te reconozco – y con una puñalada trapera por la espalda subí escaleras arriba con cara de perro y me presenté en la habitación de Nikolay pensando seriamente si debía entregarlo a mi padre, a mi país y al Führer para vengar la muerte de mi madre o, por el contrario, protegerle para que no acabase torturado, gaseado o metido en uno de los hornos a manos de los míos – No hagas ruido, pase lo que pase, oigas lo que oigas, no salgas bajo ningún concepto de aquí, ¿me has entendido? – y de un empujón lo metí dentro del armario antes de cerrar la puerta y que la mía se abriera de par en par dejando a ver a mi padre bastante cabreado y a mi gemela, asustada, en el marco de la puerta – ¿¡Dónde está!? – me gritó mi padre histérico, yo me encogí de hombros haciéndome el loco y cruzó la habitación de dos zancadas antes de darme un guantazo que me hizo girar la cara y sangrar la nariz – Ya hablaremos de esto cuando vuelva – y se fue hecho una furia dando órdenes a diestro y siniestro, antes de que mi hermana entrara en mi habitación y me ayudara a detener la hemorragia con un par de algodones sentados sobre la cama – Hans, hermano, ¿tú… me quieres? – yo asentí con la cabeza – ¿Cuánto? – insistió ella – Ya lo sabes, Minna, haría cualquier cosa por ti – mi gemela sonrió complacida con mi respuesta – Bien, porque tengo que pedirte un favor – dijo levantándose para coger mi cinturón de cuero donde guardaba la pistola para dármela en la mano – Quiero que encuentres y mates al señor Schneider por mí, por nosotros, ¿lo harás? – ella me miró fijamente, nuestro vínculo estaba ahí, así que cuando le dije – Claro… – ella supo que yo le estaba mintiendo y yo supe que algo entre nosotros había muerto.

    Luego me dio un beso en los labios y se marchó en silencio dejándome sólo y empantanado con un cargo de conciencia moral divido ahora entre dos mundos; mi obligación y mis sentimientos. Así que cuando me levanté de la cama y abrí la puerta del armario apunté con la pistola a Nikolay titubeando, desesperado y ciego de ira, era la primera vez que vacilaba a la hora de matar, mis dedos temblaban con inseguridad y gotitas de sudor frío resbalaban por mis sienes mientras apretaba la mandíbula con rabia – Tengo que matarte, es mi deber… – le cogí por la solapa de la camisa y lo saqué fuera por la fuerza, sin embargo era incapaz de soltarlo mientras le apuntaba y miraba fijamente a la cara. Y a que mala hora lo solté y le dejé caer sobre la cama, pues si aún pensaba en deshacerme de él, esa posibilidad se fue al garete en cuanto lo vi ahí tumbado a mi merced –…maldito seas, has puesto mi vida patas arriba; arruinas mi carrera militar y mi matrimonio con mi futura esposa, por tu culpa mi padre me odia y mi hermana ha perdido mi confianza, no contento con ello me conviertes en un traidor a mi patria y un desviado al acostarme con un comunista, no sé como lo has hecho pero me has llenado la cabeza de ideas absurdas y sólo pienso en… darte las gracias…– bajé la pistola y resbaló de mis dedos para caer al suelo con un ruido en seco, antes de que me diera la vuelta y me sentara en el sillón cubriéndome la cara con mis manos. Y sin ser capaz de reprimir el llanto por más tiempo, me eché a llorar sin ningún pudor, roto, era una sensación desgarradora e incontenible que me llevó al límite; ni era capaz de matar a mi enemigo ni contentar los deseos de los míos – no puedo más, esta situación me sobrepasa...– murmuré a media voz. Pero no podía mostrar debilidad, así que enjuagué mis lágrimas con la manga de la camisa y me puse en pie con mi ojo rojo y la nariz congestionada. Sabía lo que tenía que hacer y cuáles eran mis limitaciones; lo primero que cogí fue un mapa y una brújula del escritorio, seguido de una bolsa deportiva que rellené con ropa de abrigo, comida, bebida y, además, mi propio francotirador – Nos vamos – una vez en el garaje le hice tumbarse en el asiento de atrás para salir de la ciudad y adentrarnos en tierra de nadie, una línea imaginaria que dividía su amada Rusia con Alemania y que, por supuesto, estaba en constantes peleas y disputas. El bosque estaba a oscuras, pero sabía que no muy lejos de allí andaban sus amigos partisanos acechando en la oscuridad, así que cuando bajé del coche con Nikolay y su bolsa traté de hacer el más mínimo ruido, incluso mi voz era un susurro en el viento.

    Lo abracé, lo abracé como si pudiese desvanecerse en cualquier momento y le di un beso en la frente, antes de empezar a hablarle al oído – Escúchame con atención, Nikolay; mi padre sabe que eres el topo, no sé cómo se ha enterado, pero si sé que si sigues a mi lado puede ser peligroso y no estoy dispuesto a que acabes muerto después de lo que me ha costado mantenerte vivo. Si utilizas la brújula, en el mapa tracé hace ya tiempo el paradero de las bases enemigas, es decir, partisanos rusos que luchan por su propia cuenta, de manera que no tienes porque volver a Rusia. Niko…– dije despegándome de él un segundo y mirándole fijamente a los ojos –…tienes que saber que no es un lugar seguro y que el alto mando alemán intentará exterminaros a todos, pero no puedes volver con los tuyos y tampoco puedes quedarte conmigo o acabarás muerto en el mejor de los casos. Así que toma esta maleta de víveres y provisiones y ve con ellos, a cambio sólo voy a pedirte dos favores…– junté su frente con la mía, hacía un frío de mil demonios, así que me quité mis propios guantes y se los puse, al igual que hice con mi tres cuartos, antes de ponérselo por encima de los hombros – el primero y más importante de todos es que, por favor, no acabes muerto, cada semana tal día como hoy a esta misma hora vendré aquí y te traeré todo lo que me pidas o necesites. Y la segunda es que muy probablemente que me ordenen darte caza y por ende que acabe con los partisanos que te darán refugio, así que si me ves en el campo de batalla, no titubees si tienes que apretar el gatillo, no me defenderé…– después me separé de él – Niko, es muy importante que entiendas lo que te estoy diciendo; la próxima vez que nos veamos probablemente tu llevares un uniforme ruso y yo alemán, así que esta puede ser una de las últimas veces que podamos estar solos sin tener que matarnos. Pero quiero que sepas que mis “sentimientos” por ti no han cambiado, aún no te has ido y ya te echo de menos, yo…no sé si podré soportarlo – y sin ser capaz de reprimir mis emociones por más tiempo, me acerqué lentamente a sus labios para darle un beso, sin embargo un estruendo entre los arbustos me encogió el corazón en un puño y tuve el tiempo más que justo antes de darle un beso fugaz y que los suyos aparecieran para llevárselo consigo mientras yo salía disparado como una bala antes de que acabara muerto.



    A la mañana siguiente tal y como había predicho mi padre me puso al mando de una guarnición de expertos francotiradores para dar busca y captura al topo, teníamos órdenes de disparar a todo ruso, a todo partisano que nos impidiese cumplir con nuestro objetivo, nuestra misión. Así que aunque mi padre seguía sin saber el motivo por el que lo había hecho y estaba tan enfadado conmigo que me pasé tres días en prisión, también sabía que era el único hombre que conocía esos bosques como la palma de mi mano, ya que me había criado en ellos, además de seguir siendo su mejor tirador y su hijo, motivo por el cual me sacó de aquel agujero hediondo. Por supuesto, mandé a unos soldados al campamento enemigo… pero los envié por el camino más largo y de hecho ni si quiera concreté su posición, de manera que a mí me dio tiempo de llegar antes que ellos e intentar avisar a Niko del peligro. Más antes de encontrar al ruso, los suyos me encontraron a mí cuando me acerqué desarmado y corriendo, agotado, hacia su campamento con las manos en alto – Necesito hablar con Nikolay, es importante – intenté explicarles, antes de que un hombre robusto con porte de líder me interrogase y un segundo me diese un golpe con una vara de metal en los gemelos que me hizo caer al suelo de rodillas, mientras me amenazaban que siguiese manteniendo las manos en alto – ¿Quién lo pregunta? ¿Cuál es tu rango, alemán? – yo miré al hombre en cuestión que me miraba con suspicacia e incertidumbre, y la verdad es que no pude evitar ver un aire, un cierto parecido entre sus ojos y los de Nikolay – Mi nombre es… Hans, soy un soldado de la Wermacht y necesito hablar con Nikolay inmediatamente, su vida corre peligro – el hombre se acercó a grandes zancadas hacia mí y me cogió por la solapa de mi camisa con rabia comprobando que iba desarmado y que, para colmo, no me estaba defendiendo – Así que Hans, ¿Eh? Dime, “soldado” ¿Por qué es para ti, alemán, la vida de MI sobrino, ruso, tan importante? ¿Por qué has arriesgado el pellejo para venir hasta aquí, desarmado y sólo, solo para avisarlo? Te lo advierto, si esto es una trampa te rebano el cuello aquí mismo, así que déjate de juegos y dinos la verdad – yo me quedé pasmado y tuve que parpadear repetidas veces, ¿este hombre, mi enemigo, que me estaba apuntando ahora mismo con una pistola en la cabeza y que no titubearía ni un segundo en dispararme era, en realidad, su tío? Genial, vaya forma más buena de conocer a la familia – ¿Qué pasa? ¿te ha comida la lengua el gato? ¡Contesta maldito alemán! – y sin pensárselo dos veces quitó el seguro de la pistola…

    Edited by † Miss Skull † - 17/7/2015, 12:00
     
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  13. •Shena
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    Cual gato siendo interceptado mientras rebusca en el cubo de la basura me eché hacia atrás, cubriéndome los ojos con el antebrazo tras el impacto irritante de la luz al ser encendida tan repentinamente. Con la boca entreabierta por la sorpresa me quedé mirándole sin saber que decir, pensaba que estaba profundamente dormido y que no se despertaría. –Perdona…– Musité, acurrucándome al sentir el agradable calor que guardaba la manta tras el punzante frío que me había entrado al abrir la ventana y poner medio cuerpo afuera. Tras cubrirme con la manta me tomó por la muñeca y tiró fuertemente de mí hacia él, abrazándome con fuerza. Aún recuerdo la calidez y la protección que me brindaba su cuerpo, y también recuerdo que pensé que cuan cruel había sido el destino, llevándome hasta él cuando era un hombre y procedente de un país en guerra con el mío y con el maldito mundo. Con las lágrimas a punto de saltar me quedé frío al sentir las palmaditas en mi espalda, como si fuese un animal; así que carraspeé levemente y me forcé a tranquilizarme, siendo llevado de vuelta a la cama para que posteriormente él se sentase a mi lado, pensativo. Tras unos segundos en silencio me pidió un momento para pensar y se levantó de la cama, poniéndose de espaldas a mí… Así estuvo un buen rato, titubeante y murmurando cosas sin sentido hasta que él también explotó, gritándome a la cara todo lo que se le pasaba por la cabeza en aquellos momentos. Yo me quedé con la boca abierta, nunca esperando tal reacción de su parte y sintiéndome como una jodida mierda. “¿De verdad sientes que juego contigo?” Pensaba, cubriéndome la boca con la mano y mordiéndome el pulgar mientras mi barbilla temblaba levemente –Joder, ¡Joder!– Susurraba, sintiendo todo el peso de la mala conciencia caer sobre mis hombros con una fuerza arrolladora. Nunca había sido mi intención el hacerle sentir utilizado y ni mucho menos despreciaba los detalles que se había esforzado por tener conmigo, había sido el único hombre que me había tratado tan bien en años y yo… Yo no había sabido agradecérselo sino cuestionarle, pensando únicamente en mí mismo. Me hice un ovillo en la cama, sintiendo la necesidad de bajar ahí y abrazarlo fuertemente para llenarle de besos y de ‘gracias’, mas no lo vi adecuado después de lo dicho… O simplemente no me atreví. Y cuando el agotamiento y el dolor me estaban haciendo cerrar los ojos unos gritos y pisadas me hicieron abrirlos de golpe, sobre todo al escuchar mi nombre falso entre ellos. Tenso miré hacia la ventana, pasando saliva y arrepintiéndome de no haberme tirado cuando tuve ocasión. “¿Y si me tiro y en vez de matarme me quedo paralítico? ¿O vegetal? ¿O retrasado?” Pensaba, sabiendo que aquella visita a tales horas nada bueno debía aguardarme. Arrodillado en el suelo y con la oreja pegada escuché lo que decían, confirmando mis sospechas. “¿Pero cómo? Supongo que habrán descubierto que aquella documentación era falsa, pero en tal caso él también habría sido detenido en primera instancia y no se habrían parado a preguntar… Entonces solo queda una opción, ese amigo suyo tiene que haberlo dicho, no hay más alternativas” Pensaba, nervioso, quedándome quieto y en silencio mientras escuchaba los pasos dirigirse escaleras arriba, aunque solo era una persona. “Se acabó el juego” Me senté en la cama, esperando la llegada del nazi para ser llevado escaleras abajo hacia una tortura y muerte aseguradas, mas cuando llegó con cara de entierro me metió en el armario de un empujón, diciéndome que ni se me ocurriese salir de ahí. –Hans, ya basta, se acabó… Soy hombre muerto, no lo compliques más– Mas ignorando mi decisión cerró la puerta del armario mientras que la de la habitación se abría de golpe, entonces escuché al viejo gritar en mi busca mientras yo me mordía con fuerza el labio inferior, impotente, ya no podía salir… Él me había encubierto y, si salía ahora, sería considerado traidor y lo matarían junto conmigo. Después escuché pasos, un golpe seco y más pasos para luego oír la voz de una mujer, era Minna… pidiéndole que me matara, por ella, por su unión. Más pasos y un frío y absoluto silencio sucedieron aquella conversación. Solos de nuevo. Cuando la puerta del armario se abrió y vi el arma comprendí que ya era mi hora, más su mano temblorosa y su actitud me dijeron que aquello no sería tan fácil. –Tranquilo– Le sonreí, no pensaba detenerle, de hecho opté por apretarme aun más la soga al cuello –Vamos, ¡Hazlo!– Le insté, tratando de intensificar su rabia lo suficiente como para que se decidiese, mas en el momento en que me agarró por la solapa de la camisa y me sacó a la fuerza, mirándome fijamente, supe que no sería capaz a pesar de que me estaba apuntando. –¡Hans joder, te digo que me mates! ¡DISPARA!– De nada sirvió, y es que según me dejó caer en la cama fue bajando la pistola. Mi corazón estaba al borde del colapso, nunca había corrido tanto como aquella fría noche de invierno en Alemania, y lo peor era que en el fondo no me arrepentía de nada. Para cuando acabó de hablar yo me rompí en pedazos, estaba destrozado tanto por fuera como por dentro, y el escucharle llorar no hizo más que resquebrajar esos pedazos al punto de hacerlos polvo… Pero no lloré, solo me quedé ahí, tirado en aquella cama sobre la que nunca debería haber dormido, en aquella habitación que jamás debería de haber pisado, en aquel país tan enfermo en el que no me arrepentía de haber estado. Porque yo era frío, yo era Nikolay Ivanov, no Gilbert Schneider, era un ex soldado ruso odiado por su patria, un traidor y un aprovechado que había destrozado la vida de un hombre decente; no tenía derecho a sentir… no tenía derecho a llorar. Así que agaché la cabeza como un perro y guardé silencio total, sin atreverme a mirarle, no era digno de hacerlo. Mas al final lo hice ante tanto traqueteo, observándole meter cosas en una bolsa hasta que anunció que debíamos irnos. Sin rechistar hice todo lo que me mandó, ocultándome en el asiento de atrás hasta que salimos de la ciudad, adentrándonos en el límite, en la zona de nadie, quedando a tan solo un paso de mi patria donde la resistencia trataba de ganar algo de terreno y de detener el paso de las tropas alemanas mientras en el este se encargaban de impedir un mayor avance nazi; a pesar de que cuando había partido la situación no era tan grave jamás hubiese pensado que se llegaría al punto en que conseguirían llegar hasta las puertas de Moscú. Bajamos del coche tratando de no hacer ni el más mínimo ruido, no muy lejos debían andar mis compatriotas, observando en todo momento, luchando por Rusia.

    Mis piernas temblaron, tenía miedo, miedo de lo que iba a ocurrir a partir de aquel momento y no por mí, sino por él, porque este juego era aun más peligroso que el anterior, y la situación ya estaba lo suficientemente delicada. Un gemido mal reprimido de dolor y desesperación se escapó de mi garganta mientras lo apretaba entre mis brazos lo más fuerte que podía, no quería que le pasase nada malo, y sabía que tarde o temprano ocurriría, y sería por mi culpa. Acelerado y nervioso escuché sus palabras, sintiendo como si una parte de mí se me fuese arrancado una vez se separó de mi cuerpo aunque fuese por un segundo. Asentí con la cabeza, no había necesidad de que me lo dijese, sabía de sobra que sería perseguido y, si no era cuidadoso, asesinado. Frente contra frente y en medio del frío y tenebroso bosque no solo la maleta, también me dio sus guantes y su abrigo, antes de seguir hablando. –Te juro por lo que más quieras que como te pillen viniendo a verme y te maten removeré cielo, tierra e infierno hasta encontrarte y volveré a matarte, ¿Has entendido? No quiero que te arriesgues ni un poco, en cuanto veas peligro da marcha atrás, no importa lo que tardes en volver a dar señales de vida mientras las des– Y guardé silencio, pero no tenía ni la menor intención de cumplir el segundo favor, pero eso no iba a decírselo. –Io… No te perdonaré si mueres. Debes seguir siendo el mejor esposo para esa mujer, el mejor hermano y el mejor hijo, detéstame y insulta mi nombre y a mi país como el que más; no dejes que vean a través de ti y no dejes que descubran esto… Si descubren que me dejaste ir por favor, júrame que huirás a donde y vivirás… Si lo haces cuando todo esto acabe me reuniré contigo. Vivos, los dos… No confíes en nadie, ni siquiera en tus amigos– Pero lo que más me dolió fue lo último y es que a mí me pasaba exactamente lo mismo, se me caía el mundo encima de pensar en todo el tiempo que íbamos a tener que pasar separados y el peligro que iba a tener que correr él entre su propia gente sin mí para ayudarle. –Escúchame, Hans, nunca había sentido nada tan fuerte como lo que siento por ti y… Nunca podré expresarte lo suficiente lo agradecido que estoy y yo no… Nunca quise jugar contigo, y lo siento si te has sentido así… Te quiero, te quiero mucho– Tomé su rostro entre mis manos, acariciándolo… Mas cuando íbamos a besarnos un estruendo forzó nuestra despedida y tras un pico tuvo que salir corriendo para no acabar muerto. Yo, haciéndome el cansado como si hubiese andado un centenar de kilómetros me desplomé en el suelo justo a tiempo para que los partisanos viniesen y me llevaran con ellos.

    A la mañana siguiente desperté con las manos atadas con cuerda y rodeado de varios rusos que en el momento en que me vieron abrir los ojos comenzaron a cuestionarme sobre mi identidad y sobre mis intenciones. Yo, como buen mentiroso, no dije ni una sola verdad y, aunque seguían dudosos de mí debido a mis extraños rasgos para ser ruso, cierto conocido me sorprendió al acercarse, reconociéndome de inmediato a oesar del tiempo que hacía que no nos beíamos. –¿Nikolay?– Nada más y nada menos que uno de mis tíos por parte de padre que por cierto era a los únicos que conocía dado a que mi madre era alemana y había roto relaciones por completo con su familia por mi padre. “Salvado” Con una gran sonrisa y en cuanto me desató me arrojé a los brazos de mi tío en un fuerte abrazo y un beso en los labios como era costumbre. Evitando el tema de cómo había llegado hasta allí y de que la URSS me había dado la espalda le dije que quería unirme a la resistencia y él, encantado de la valentía de su sobrino, aceptó. Tras un día de ponerme al corriente de la situación en el este y de que me explicasen la ruta de acciones que llevaban a cabo no tardé en ponerme al mando junto a mi tío, preparando planes y rutas de escape en caso de ser necesarios en cualquier momento, recibiendo armas y ropa adecuada de abrigo. En algo menos de tres días había vuelto a ser el antiguo Nikolay. La situación lo exigía, y es que había que estar en alerta constantemente y no dejaban de llegar supervivientes y heridos desde otras bases, por lo que había que estar en movimiento constantemente por si los habían seguido…Qué fáciles eran aquellos días como recluta y cómo los echaba de menos, cuando aún podía hacer lo que quisiera sin responsabilidades. Y es que no había noche que no pensase en él y en que no me preocupase de lo que podía estar sucediendo. Una mañana, mientras me concentraba en predecir los posibles movimientos de los alemanes unos comentarios entre una pareja de partisanas llamaron mi atención «Alemán estúpido, presentándose aquí desarmado y preguntando por uno de los nuestros, el líder debería matarlo» Con el corazón en un puño me levanté de mi silla de golpe, tirando todos los planos que había estado estudiando durante el proceso y caminando a paso acelerado hacia el círculo de hombres por atrás, reconociéndole a la distancia. Con una leve sonrisa me acerqué, sacando de mi abrigo una pistola que no dudé en apoyar en la nuca de mi tío, hablándole al oído. –Baja la pistola– Siseé cual serpiente, notando lo tenso que se ponía y, solo cuando todos bajaron las armas y vi que no se atreverían a hacer nada, apreté el gatillo, escuchándose únicamente el ‘Clic’ del seguro antes de echarme a reír y darle un pico a mi tío. Luego me acerqué al alemán para darle la mano y ayudarle a levantarse. –Vienen hacia aquí, ¿Verdad?– Le miré seriamente, tenso, cuanto me gustaría abalanzarme sobre él y asfixiarlo en un abrazo, pero entonces mi río le cortaría la cabeza. –Este hombre ha venido ayudar, su identidad no es necesaria y preguntas sobre él tampoco, yo confío en él así que tendréis que fiaros de mí, y creo que mi criterio nunca ha sido erróneo– Hablé, firme, y con una mirada más fría que la capa de nieve que recubría el suelo. –¡Que todo el mundo se mueva, nos vamos al Punto Zero!– Habiendo establecido y explicado los planes enumerados según planeaba utilizarlos a todo el mundo no tardaron en ponerse en marcha, recogiendo armas y comisa para ponerse en marcha. Yo, por mi parte, cuando vi que nadie nos prestaba atención me lo llevé conmigo lejos del resto, acorralándole contra un árbol y tomando su rostro entre mis manos para plantarle un apasionado beso en los labios –La última vez no pude despedirme correctamente...– Susurré, deslizando mis labios suavemente por su cuello, lamiéndolo y besándolo según apegaba mi cuerpo al suyo, llevando una mano hasta sus pantalones antes de bajar la cremallera y sacar su miembro de entre la ropa interior, brindándole una cálida bienvenida en mi boca una vez me arrodillé, moviendo mi cabeza lenta y tortuosamente de arriba hacia abajo. Una vez consideré que estaba lo suficientemente excitado me bajé los pantalones por los muslos, colocándome en su regazo y posicionando su miembro en mi entrada antes de bajar mi trasero lentamente, jadeando con fuerza y abriéndome las nalgas con una mano para ayudarme antes de comenzar a mover mis caderas con fuerza y rapidez, abrazándome fuertemente a él mientras gemía por lo bajo, tratando de contenerme. –No sabes lo que te he echado de menos– Susurré a su oído, mordiéndole el lóbulo. –No podía aguantar más– Murmuraba, excitado y apoyando las manos en el suelo para poder acelerar cada vez más, quería hacerle sentir bien, se lo debía. Tomando su rostro entre mis manos le besé repetidas veces –Te quiero, te quiero…– Gemía, mas sin poder evitarlo una lágrima traicionera recorrió mi mejilla… Demasiadas emociones juntas. Cuando vi que llegaba al final lo saqué de mí, tomando mi propio miembro desatendido y masturbándolo contra el suyo hasta que conseguí que ambos nos corriésemos en mi mano. Jadeante me recargué en su pecho, acelerado y tratando de recuperarme –¿Estás bien? ¿No te han hecho nada, no? ¿Cómo están las cosas?– Le interrogué, preocupado, mientras acomodaba tanto mi ropa como la suya. Había sido un polvo rápido y muy poco romántico, pero teniendo en cuenta que sexualmente hablando yo era considerablemente activo me hacía bastante falta sentirle tan unido a mí, además, tenía el tiempo justo a que el resto acabase de prepararse y entonces debería irme de nuevo. Me senté a su lado, recargando la cabeza en su hombro mientras me recuperaba –Se dice que los tuyos están cayendo en el Este, que no han podido sobrevivir al invierno ruso, y que están siendo expulsados… Que la URSS está remontando– Le miré de reojo – No sé cómo va a acabar todo esto, pero Estados Unidos ha entrado a la guerra y van a venir… Si lo hacen la cosa se va a poner muy fea así que por favor, si ves que tu vida corre peligro hazme caso y huye, a Latinoamérica o a donde sea, pero si te quedas aquí y los aliados ganan la guerra sé que os matarán como escarmiento, y yo no podré hacer nada… Por favor– Le rogué, aunque dudaba que me hiciese caso. –Aunque eso no se sabe si va a pasar, son solo habladurías así que de momento… ¿Qué te parece mi tío?– Reí.
     
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    Cuando Nikolay apareció de repente y obligó a su tío y a sus todos sus hombres a bajar las armas a punta de pistola reconozco que mi corazón palpitó muy fuerte nervioso por verle de nuevo y me sentí aliviado de seguir vivo después de aquel encontronazo con el enemigo. Guardé silencio en todo momento y sólo volví a ponerme en pie cuando el ruso me guió fuera del campamento mientras sus compañeros me miraban con absoluto desprecio y me maldecían por lo bajo en aquel idioma tan extraño – Niko, no deberías hacer eso, es peligroso y no sabes quién nos puede estar observando…– le dije, una vez recuperé el aliento. Y miento si digo que no lo disfruté tanto o más que él, sobre todo cuando sentí sus labios deslizándose por mi cuello entre besos, mordiscos y lametazos, mientras pegaba su cuerpo al mío y me masturbaba con su mano excitándome hasta puntos insospechados. Y es que por mucho que intenté resistirme a sus encantos fui incapaz de reprimir el gemido al sentir sus labios alrededor de mi miembro torturándome lentamente con su lengua y boca hasta tal punto que tuve que taparme la mía con mi propia mano para ahogar mis gemidos –…pa-para, te digo que no es una buena idea, aquí no, hazme caso, Nik…– pero todo acopio de voluntad se fue literalmente a la mierda y no pude decir más nada cuando sentí mi miembro entrando muy despacio en el interior de Nikolay mientras sus caderas tomaban velocidad y se abrazaba a mi cuerpo mientras jadeaba con fuerza. Y tengo que decir que yo no soy de piedra, no puedo expresar con palabras lo excitado que estaba cuando empezó a mordisquearme el lóbulo o cuando acabamos en el suelo para acabar poco después los dos juntos –…yo también te he echado de menos, no sabes cuánto, pero por favor, no te expongas de este modo porque si te descubren conmigo los tuyos no tendré más remedio que matarlos a todos – llevé una mano a su pelo para enredarlo entre mis dedos mientras se recostaba sobre mi pecho y acomodaba la ropa de ambos en su sitio, yo lo miré en silencio, ¿me había dicho que me quería a mí, a su enemigo? Una sensación de ternura me embargó por dentro cuando noté su cabecita recargada en mi hombro y aunque yo miraba hacia todos lados, receloso de que pudiesen descubrirnos en cualquier momento, pasé un brazo por encima de sus hombros atrayéndolo hacia mi cuerpo y le di un beso fugaz en el pelo – Estoy bien, no te preocupes por mí.

    -¿Tu tío? Pues me parece que es ruso, comunista y que siente un gran apego hacia su sobrino, por lo que no creo que un alemán, nacionalsocialista y que trata indiscriminadamente de arrebatarle a su ojo derecho le caiga demasiado bien. De hecho, tu tío y yo somos viejos amigos, es una suerte la mía que no me haya reconocido porque, francamente, creo que me habría pegado un tiro allí mismo sin pensárselo dos veces – me puse en pie y le tendí la mano para ayudarle a levantarse del suelo y, como era un maniático del orden, no dudé en volver a peinarle con las manos, abrocharle bien el pantalón o acomodarle el abrigo para que no cogiese frío – Escúchame, no he venido a quedarme, no tengo mucho tiempo, me han puesto al mando de la operación y tengo el deber y la obligación de dar caza al topo y matar a tus amigos los partisanos rusos. He dado coordenadas falsas al pelotón de reconocimiento pero tarde o temprano se darán cuenta de mi estratagema y acabarán dando con vosotros, las habladurías son ciertas, estamos cayendo, así que escondeos y resistid un poco más… sólo es cuestión de tiempo que nosotros caigamos – de pronto, un disparo de tanque retumbó en el campamento e hizo temblar la tierra con tanta fuerza que casi pierdo el equilibrio, yo miré a Niko con preocupación cuando empezaron a escucharse disparos a lo lejos y gritos de dolor antes de que un partisano apareciera de entre los arbustos para llevarse consigo al ruso – ¡Nikolay! ¡Rápido! ¡Los alemanes nos están atacando! ¡Tú tío está gravemente herido! – y se lo llevó arrastrándolo del brazo por la fuerza hacia el peligro inminente mientras yo lo perseguía y trataba de detenerlo, lo último que quería era ver era al ruso metido en medio de aquel embrollo para que acabase capturado o muerto, pero los partisanos estaban acostumbrados a correr por la nieve y mis pasos eran lentos y pesados a diferencia de los suyos – ¡Alto! ¡Detente! ¡Es un suicidio! ¡Niko! – cuando llegamos el campamento estaba ardiendo, había heridos y muertos de ambos bandos tirados por el suelo, las balas cruzaban el aire muy rápido y el odio era un sentimiento mutuo cuando, de pronto, vi al ruso arrodillarse junto a su tío gravemente herido y sentí como el corazón se me encogía en un puño cuando un soldado alemán tomó su fusil para dispararle sin ningún miramiento – ¡NO! – grité a pleno pulmón e intenté interceptar esa bala poniéndome por delante de Nikolay, creo que lo conseguí porque sentí un pinchazo en el pecho y entonces todo se volvió oscuro, los gritos eran lejanos y me sentía tan cansado que caí al suelo con los ojos cerrados.

    No sé cuánto tiempo estuve dormido, pero cuando desperté empapado en sudor y tumbado en una litera, sentí un dolor punzante en el pecho y vi como alguien me había abierto chaqueta y camisa para recubrir mi pecho con vendas. El resto del uniforme estaba sucio, ensangrentado y ajironado, y qué decir de mi aspecto desaliñado, con el pelo despeinado y lleno de cortes y moratones por casi todo el cuerpo – ¡Te digo que es él, Ivanov! – escuché gritar a lo lejos, al parecer el tío del ruso estaba en la misma habitación que yo con una pistola en la mano discutiendo y gritando con otro hombre que supuse que sería el médico y a Nikolay a quien reconocí de inmediato a mi lado. Intenté hablar, pero tenía algo en la boca, y también hice ademán de levantarme, pero algo oprimía con fuerza mis tobillos y muñecas – Ocurrió muchos meses atrás, tú aún estabas en la academia Nikolay; teníamos la misión de capitular la ciudad, pero los alemanes se habían atrincherado dentro de ella con armas, semiorugas y ametralladoras, estaban en inferioridad numérica, así que no fue difícil entrar por la fuerza… luego lo difícil fue salir de ella con vida. Con más de un 90% de bajas en las filas enemigas la ciudad estaba desierta y en ruinas, todo parecía pronosticar que habíamos ganado aquella batalla y que dentro de aquel maldito lugar no quedaba ningún alemán… pero nos equivocamos. Capitulamos la ciudad, tomamos su armamento e incluso nos hicimos con un prisionero de guerra hasta que ese alemán hijo de puta se atrincheró en lo alto del campanario de la iglesia y le metió una bala entre ceja y ceja a su propio compañero a sangre fría. Éramos un regimiento de infantería formado por 257 hombres y tres días después sólo quedaba yo, joder, éramos 257 y él sólo uno. No tenía comida, ni agua, sólo munición y un jodido francotirador para matarnos a todos. Al cuarto día esa ciudad era un cementerio, ese cabrón cambiaba constantemente de posición y se movía en silencio amparado por la oscuridad de la noche para darme caza como si fuera un jodido animal, era letal, sigiloso y sumamente calculador, por lo que no tuve más remedio que replegarme y abortar la misión – de pronto abrí mi ojo y me vi cara a cara con el tío de Nikolay quien me miraba con cara de perros antes de quitarme la mordaza de la boca de muy malas maneras y cogerme de la solapa de la chaqueta para acercarme peligrosamente a su cara. Yo hice ademán de echarme hacia atrás, pero me topé con la cama y comprendí tenía las muñecas maniatadas, por lo que no tenía escapatoria – Y me perseguiste, maldito cabrón, durante noche y día después de haber acabado con la vida de mis hombres, corrí y corrí para salvarme cuando, de repente, apareciste delante de mí, me condujiste hasta tu trampa y sólo esperaste el momento oportuno para apretar el gatillo… pero me dejaste marchar vivo aún pudiendo haberme matado, dime, ¿¡POR QUÉ!? ¿¡POR QUÉ NO ACABASTE CONMIGO!?

    Mientras tironeaba de la solapa de mi chaqueta sentí como mi herida se abría y tuve que apretar los dientes con fuerza para no gritar mientras mi cara se desfiguraba en una mueca de dolor y me hacía daño en las muñecas por culpa del forcejeo. Sin embargo lejos de darle el placer de oírme suplicar por mi vida le miré fríamente a los ojos y sonreí con cinismo mientas un riberote de sangre escapaba por la comisura de mis labios, gesto que a juzgar por su semblante malhumorado no le gustó lo más mínimo, sobre todo cuando le quitó el seguro a la pistola dispuesto a pegarme un tiro en cualquier segundo – Porque… me quedé sin munición – no pude evitar reírme, pero al hacerlo escupí un coágulo sangre, y no contento con estar herido de muerte, el ruso me dio un puñetazo en la boca del estómago que me hizo vomitar bilis. Luego, llevó su mano a mi herida y la apretó sin ningún miramiento para hacerme daño, y grité, vaya que si grité, el dolor era tan insoportable que casi pierdo el conocimiento – Voy a hacerte unas preguntas y como no respondas con la verdad sufrirás las consecuencias; ¿cómo conociste a mi sobrino? y ¿por qué le estás ayudando? – yo guardé silencio, aún recuperándome del dolor que me había infligido hacía apenas unos segundos, sin embargo su tío lo interpretó como que yo no quería decírselo y ni corto ni perezoso volvió a torturarme del mismo modo. Y volví a gritar, sentía como me faltaba el aliento, como si respirar se hiciera cada vez más pesado o el mero hecho de abrir los ojos se convirtiese en todo un reto – Niko era mi ayudante antes de saber que era el topo ruso y si le he ayudado es porque… somos amigos – y más me hubiera valido quedarme con la boca cerrada porque si ya no le caía bien a su tío por ser su enemigo, el hecho de que su sobrino y yo mantuviésemos cualquier tipo de relación tampoco le hizo la menor gracia, yo lo supe en cuanto tomó su pistola y me apuntó con ella a la cara – ¡Un ruso y un alemán no pueden ser amigos! – me gritó muy serio – ¿¡Por qué no le has matado aún!? – yo miré a Niko sin ningún tipo de expresión – Pues porque… no quiero hacerlo.
     
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