Son de campanas de revolución [+18] (Akihiko x Misaki) 04/05/18

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  1. Drewelove
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    ¡Hola a todos!
    Esta es la idea que tuve hace unos días. Me encanta El Jorobado de Notre Dame y me encanta Junjou Romática, y tenía muchas ganas de escribir un fanfic en el que el uke fuese un personaje fuerte y decidido. En el proceso para aplicar esta idea he tenido que adaptar la trama de la película, no del libro (aún no me he leído la novela de Victor Hugo), esto incluye, cambios o personajes añadidos, fechas distintas, etc.
    Espero que lo disfrutéis. Aquí os dejo el prólogo.

    SPOILER (click to view)
    Prólogo

    29 años antes de la Gran Revolución.

    La ciudad de Lutecia descansa una noche de invierno. El silencio impera en las calles y la nieve lo cubre todo. Los farolillos de las casas están ya apagados, todo el mundo se ha ido a dormir, todos menos cuatro polizones que surcan el río Niane. Tres hombres gitanos, uno de ellos lleva el timón de la embarcación, los otros dos se hallan sentados frente al cuatro polizón, una mujer. Una joven gitana de edad cercana a los veinte que sujeta con sumo cuidado un bulto envuelto en telas viejas y ajadas.
    De pronto, la embarcación choca con una piedra del fondo del canal, una imperfección de su arquitectura, y la joven aprieta el bulto contra su pecho instintivamente para protegerlo. Los otros tres hombres se detienen de forma súbita y miran hacia todos los lados para cercionarse de que el ruido de su torpeza no ha alertado a nadie.
    Y de pronto el bebé empezó a llorar. La joven palideció cada vez más a medida que trataba de consolar al bebé que lloraba a pleno pulmón.
    -¡Hazle callar!- Susurra uno de los polizones.
    -Nos van a descubrir. - Le espetó el otro.
    La mujer se recolocó a su hijo en brazos, en un vano intento de cesar sus llantos.
    -¡Por favor!, ¡cálmate chiquitín!
    Finalmente la embarcación llega a un pequeño puerto de madera entre las callejuelas de la ciudad y el hombre que lleva el timón se gira hacia los polizones.
    -Cuatro monedas de oro por traeros hasta Lutecia.
    Pero ellos ni siquiera tienen tiempo de responder. El sonido de una flecha sega el aire e impacta en la espalda de uno de los gitanos. Un quejido sordo es lo último que abandona la garganta del ahora muerto. Su cuerpo cae al río y los dos polizones sobrevivientes se giran para encontrarse con un batida de guardias armados al otro lado del río, dirigidos por una sombría figura envuelta en ropajes negros y a caballo.
    -Acabad con ellos.-Le ordena a sus soldados.
    La joven gitana y el otro superviviente salieron a trompicones de la barca dejando tras de sí al «capitán» del bote, pasto de las flechas. La mujer apretó el lloroso bebé contra su pecho mientras corría por las nevadas calles de la ciudad.
    -¡La mujer es mía!- Oyó de nuevo esa siniestra voz, esta vez entre el ruido de cascos de caballo y su propia respiración agitada.
    Corría desesperada, un resbalón en la esquina antes de la plaza casi la hace perder el equilibrio. Pero el trote del caballo se oía cada vez más cerca y no se iba a dar por vencida. Dobló la siguiente esquina y se vio en la plaza de la ciudad, un espacio abierto, cubierto en un manto blanco de nieve. Y como edificio principal, la catedral.
    Una idea cruza su mente, la mejor idea que podía haber tenido en aquel momento, la idea que salvaría su vida y la de su bebé. La joven corrió hacia las escaleras del pórtico central. El hombre a caballo estaba muy cerca. Subió los escalones tan rápido que le parecía que volaba. El hombre a caballo ya estaba en la plaza. El miedo surcó el cuerpo de la joven, era como estar frente a la mismísima muerte, pero a la vez, tan cerca de su salvación…
    Alzó la mano en un puño y golpeó la puerta de la entrada central de la catedral.
    -¡Nos acogemos a sagrado!- Gritó a pleno pulmón. -¡Nos acogemos a…!
    Pero no tuvo oportunidad de terminar la exclamación. Una fuerza superior a ella le agarró de la capa y tiró de ella violentamente hacia atrás. Su espalda y nuca impactaron contra la dura y fría piedra de los escalones. La vista se le volvió borrosa de repente, le faltaba el aire, podía oír los gimoteos de su bebé, pero ella no podía moverse. De pronto su cuerpo le pesaba demasiado.
    -¡Dame eso que llevas ahí!- Gritó el siniestro hombre que parecía no oír los gimoteos de la criatura con tanta claridad como lo hacía su madre.-¡Algo robado sin duda!
    El hombre de mirad fría y manos huesudas le arrancó el bebe de sus débiles manos.
    -No…-Logró articular ella, pero ya era demasiado tarde, la oscuridad la envolvía por completo, habría dejado el mundo de los vivos.
    El hombre con ropas oscuras destapó en sus brazos el bulto lloriqueante para dejar a la vista un bebé de pocos meses. Un niño aparentemente sano, con sus diez dedos en las manos y sus diez en los pies. Pero había algo que no le gustaba de aquel niño y descubrió porqué. Su piel no era tan bronceada como la de su madre gitana, el poco pelo que poseía era plateado y en cuanto el niño cesó su llanto por la falta de ruido externo que le asustara, pudo ver sus enormes ojos violetas.
    -¡Un mestizo!-Dijo como si escupiera esas palabras. Un niño medio gitano nunca tendría un lugar en ninguno de los dos mundos. Era una aberración.- ¡Un monstruo!- Siseó el hombre siniestro. Acto seguido alzó al niño de sus ropajes, por encima de su cabeza con clara intención de dejarlo caer sobre las escaleras de la catedral. Así libraría al mundo de esa mancha, ni siquiera humano. Un monstro entre dos mundos.
    -¡Detente! -Exclamó una voz tas él. El juez Fuyuhiko Usami giró su rostro para encontrarse con el archidiácono que había salido de la catedral y avanzaba hacia él con una mueca de horror.
    -¡Este es un demonio atroz!- Declaró el juez, firme en sus convicciones- Lo devuelvo al infierno de donde procede.
    El archidiácono se arrodilló junto al cuerpo inerte de la joven gitana y le cerró los ojos en señal de paz.
    -Mira que sangre inocente has vertido a los pies de nuestra catedral.- Le culpó.
    -Soy inocente, ella corrió, yo la perseguí.- Se defendió con la mirada altiva y aún decididoa llevar su acto de pureza.
    -¿Vas a matar también a ese niño?-Le acusó el archidiácono a la vez que se ponía en pie con mirada amenazadora.
    -Mi conciencia está tranquila.- Dijo solemnemente y alzó aún más el brazo dispuesto a llevar a cabo su acción.
    -¡Puedes engañarte a ti mismo y a los de tu calaña!- Le excupió el representante religioso.- ¡Mas no tiene perdón la maldad de tu acción, porque mil ojos hay en la catedral!
    Y al contemplar como todas las figuras sagradas de la catedral le dirigían miradas de reproche y enfado. El juez Fuyuhiko Usami descendió con cuidado al niño, de vuelta a sus brazos. Por primera vez en su vida sintió una punzada de miedo por su alma inmortal.
    -¿Qué debo hacer? -Preguntó entonces temiendo haber perdido su puesto en el cielo.
    -Criarle y cuidarle como si fuera vuestro. -dijo el religioso con voz firme mientras recogía en sus brazos el cuerpo inerte de la madre gitana.
    - ¿Cargar con este monstruo? - Preguntó el juez horrorizado. Pero una ide creció en su mente en el momento adecuado.- Está bien, pero que viva con vosotros en vuestra iglesia.
    -¿Vivir aquí?, ¿dónde?- Volvió a dirigirle la mirada el representante e la catedral, quien ya había iniciado su marcha al interior de la misma.
    -Donde sea, en el campanario, quizás.- Respondió el juez.- Y ¿quién sabe? Tal vez algún día pueda hacer algo por ti…o tú por mí.
    El juez Fuyuhiko Usami lucha contra vicio y corrupción. Ve el pecado en todos menos en su corazón. Ni siquiera le puso un nombre al pequeño. Aquella tarea recayó sobre sus tutores en la Iglesia. Los que le enseñaron a leer y a escribir, los que se dieron cuenta de su grandiosa inteligencia. Era un niño listo y por eso le pusieron el nombre de Akihiko.

    19 años antes de la Gran Revolución.

    Takahiro sujetaba a su lloroso hermano pequeño en sus brazos mientras los guardias de la ciudad lanzaban calle abajo lo poco que quedaba de las pertenencias de sus padres. Pero Lutecia funcionaba así. Desde los últimos 10 años el juez Fuyuhiko Usami se había vuelto aún más terrible. La ciudad con los mayores movimientos migratorios del país sufría la mayor persecución contra los gitanos de la historia. Se acabaron los días en los que el juez participaba en esas «cacerías» humanas y empezaron los días del juez firmando órdenes de decapitación desde el palacio de justicia, asistiendo de vez en cuando a alguna tortura. Cualquier movimiento errático llevado a cabo por los gitanos era considerado sospechoso y acababa con el paseo a la guillotina.
    Y allí se encontraban los hermanos, hijos de gitanos que migraron a Lutecia en busca de nuevas oportunidades y un mejor futuro para su familia, pero acabaron siendo víctimas de más racismo.
    Hacía escasamente una semana que sus padres habían recorrido el camino hacia la guillotina por un crimen de robo que nunca cometieron. Takahiro se mordía el labio, las lágrimas amenazaban con desbordarse de sus ojos pero debía resistir por su hermano. El pequeño Misaki, un niño de apenas tres años, tremendamente asustado aferrado con sus manitas indefensas a la espalda de su hermano.
    Los guardias tiraban toda su vida por la puerta de la que había sido su hogar. Para ellos eran los hijos de unos ladrones, unos parásitos sociales y todo lo que poseían era basura o robado. Los brazos de Takahiro temblaban, en parte por sostener a su hermano pequeño durante tanto tiempo, en parte por el miedo que le provocaba su otra gran preocupación que era dónde iban a pasar la noche. Dada su «condición» no tenían derecho ni siquiera a quedarse en el hospicio. Pasarían la noche en los calabozos del palacio de justicia y al día siguiente serían expulsados de la ciudad y abandonados a su suerte.
    El expolio de su casa se alargó hasta el anochecer, pronto, la atención de sus vecinos se disipó. Aquella gente que les había visto nacer, ahora les trataban como apestados. Cuando los guardias de la ciudad acabaron con su trabajo llegó la hora de escoltarles a los calabozos. Las calles de Lutecia ya estaban oscuras y el ruido había abandonado el exterior para amontonarse en el interior de las casas.
    Los adoquines de las calles se le clavaban a través de las desgastadas suelas de sus zapatos, su hermano sollozaba en su oreja y él no podía hacer nada para calmarle, no se le ocurría nada que pudiera consolar a su hermano no había ni una pizca de felicidad ya en su vida.
    La comitiva de soldados y ambos niños reclusos de adentró en la plaza de la catedral. Takahiro alzó la vista hacia el majestuoso edificio, aquel con tantas figuras de santos y reyes en su pórtico que de niño, o aún más niño, le daban tanto miedo. No podía creer que incluso iba a echar de menos esa monstruosidad de piedra. Al descender la vista por la fachada se encontró con una figura que había visto pocas veces. Un niño de su misma edad, con la piel ligeramente bronceada, cabellos plateados y enormes ojos violetas. El niño de la catedral, le llamaban. Un huérfano criado por el archidiácono que vivía en el campanario de la catedral.
    El niño de la catedral había cesado su actividad de barrer los escalones de piedra con una rudimentaria escoba de paja para mirarles. Sus ojos escondían un gran saber, aunque su expresión era de desconcierto y pena.
    -¡Akihiko!- Le llamó la voz grabe del sacerdote que solía ayudar al archidiácono en la catedral.- ¡Vuelve dentro, chico!
    Él no hizo caso y mantuvo la conexión de miradas que ambos niños habían establecido.
    -¡Akihiko!, ¡niño hazme caso! ¡Aún tenemos mucho que limpiar!
    Una huesuda mano arrastró al niño de la catedral al interior del edificio. Takahiro volvió a la cruda realidad, en la que él y su hermano compartirían celda aquella noche junto a maleantes e inocente injustamente encarcelados y, solo si lograban sobrevivir, serían expulsados de la ciudad que había sido su hogar desde que nacieron.
    La comitiva abandonó la plaza de la catedral para adentrarse en otra desierta calle, únicamente alumbrada por los pequeños farolillos que alumbraban las puertas de cada hogar. El tintineo de las espuelas metálicas de las botas de los guardias guiaba sus pasos. Allí acababa su vida, sin comida ni agua, ni un sitio donde refugiarse. No tardarías en morir a las afueras de la ciudad.
    Los pasos de los guardias se detuvieron, Takahiro levantó la vista de sus propios pasos. Trató de ver entre los cuerpo se los guardias qué era aquello que les impedía el paso. Rápidamente, la comitiva hizo ademán de desenvainar sus espaldas, pero no pudieron, todo pasó muy rápido. Unos cuerpos grandes cayeron del cielo, aplastando a dos guardias, la confusión de los guardias que tenía delante fue la oportunidad perfecta para los atacantes.
    El pequeño Misaki se aferró con sus manitas con toda su fuerza a la ropa de su hermano mayor, muerto de miedo por el asalto. Takahiro abrazó fuertemente a su hermano y se arrodilló sobre el suelo esperando lo peor de aquella situación. Cerró los ojos al no sentirse capaz de hacer frente a más horror del que ya contenía su vida.
    -Takahiro.-Escuchó una voz familiar cercana a él. El sonido de lucha había cesado y aquella voz le recordaba a los días mejores de su infancia. El niño abrió los ojos y alzó la vista para encontrarse con un hombre alto, de complexión atlética y tez morena. Su pelo cabello liso y oscuro caía hasta sus hombros, del mismo color que su corta perilla. Su nariz afilada separaba dos grandes ojos oscuros. Era el rostro de su salvador, uno que conocía muy bien.
    -¡Tío Clopin!- Lo llamó Takahiro con una exclamación de alivio.
    El hombre acarició el pelo del niño con una media sonrisa.
    -Mi niño, vamos a llevaros a casa.-Dijo su tío con voz amable y extendió los brazos para tomar al pequeño y lloroso Misaki entre ellos.- Ya estamos aquí, pequeño, tranquilo.
    Le susurraba al pequeño. Clopin le ofreció una mano libre a su otro sobrino, quien la aceptó al instante. Los otros tres hombres que habían ayudado en el rescate no eran conocidos suyos, pero la sola presencia de su tío Clopin ya suponía una gran Garantía.
    -¿A dónde vamos tío Clopin?-Preguntó Takahiro a su tío.
    -A la Corte de los Milagros.

    9 años antes de la Gran Revolución.

    Se declara un incendio repentino en uno de los barrios más pobres del Este de la ciudad. Las llamas devoran hogares y comercios. Pero la mayor pérdida de todas es la del hospicio. Un edificio que daba hogar a cerca de cincuenta niños. A los pocos días el juez emite un comunicado en el que se declara culpable a un hombre que sufría de delirios mentales. No hubo juicio, ni se mencionó si hubo confesión o no. El acusado fue torturado y ejecutado.
    En una ciudad manchada por el racismo y los prejuicios, esta tragedia logró reunir a un grupo de ciudadanos impulsó la idea de celebrar una fiesta para conmemorar la vida de esos niños. Un festival bien parecido a un carnaval, en el que todo se pone del revés, todo es juego y diversión. El Topsy-Turvy.

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    Edited by Drewelove - 4/5/2018, 01:06
     
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    ¡Hola!
    Aquí os dejo el primer capítulo del Fic, este capítulo sí que es bastante fiel al inicio de la película. Habrá algunos que sí, otros que no. Sin embargo, para asentar el comienzo, lo quería hacer así. También, he calculado que necesitaré de 11 a 12 días para escribir cada capítulo. Intentaré ser lo más regular posible.
    Una curiosidad:
    Lutecia (en latín Lutetia, Lutetia Parisiorum o Lukotekia antes, en francés Lutèce) era una ciudad en la Galia prerromana y romana. La ciudad galorromana fue un precedente de la ciudad merovingia restablecida que es la antecesora de la actual París.


    SPOILER (click to view)
    1.Dos años antes de la Gran Revolución.
    La ciudad de Lutecia se extendía a pocos kilómetros de su posición, llevaba quince años fuera de la ciudad y los únicos recuerdos agradables que tenía de esa ciudad eran los de su infancia en el interior de la catedral, copiando textos antiguos, ayudando a limpiar y estudiando con el archidiácono. Pero cuando cumplió catorce años, el benefactor de su manutención se le presentó como padre adoptivo y dispuesto a costear una carrera de soldado que a él no le interesaba.
    Tenía muy claro que el juez tan solo quería utilizarle. No era normal que una persona con su fama hubiera adoptado a dos niños como sus hijos, porque había otro niño. Haruhiko, con quien compartía padre adoptivo y por ese mismo motivo, apellido. Usami, una única palabra, el terror de Lutecia. Mientras él se entrenaba y luchaba para escalar rangos hasta convertirse en capitán, su hermano estudiaba para convertirse en sustituto del diablo.
    -¡Capitán! -Se le acercó a caballo su mano derecha y mejor amigo, Hiroki Kamijou.
    La mente de Akihiko abandonó su letargo y le dirigió la mirada a su compañero con armadura y capa azul, como la de él mismo, sin embargo la armadura de Akihiko era dorada, no plateada como la de su compañero.
    -Es agradable volver a casa después de tanto tiempo ¿Verdad?-Akihiko no sabía que responder a eso, hacía años que no se sentía en casa.
    - Yo no tengo casa Hiroki.- Contestó sin un ápice de emoción en su voz. Llevaba así días, desde que emprendieron el viaje de vuelta su carácter se había agriado cada día más.
    Hiroki sabía por qué, conocía a Akihiko desde su primer entrenamiento. Era un niño con mucho potencial, sin embargo, él no encajaba entre soldados.
    -Vamos, Aquiles.- ordenó el capitón Akihiko Usami a su caballo. Su caballo emprendió su marcha hacia la ciudad, tras él Hiroki y su comitiva de soldados.
    Era un soleado seis de enero, en el que frio les había dado un respiro durante unos días y no había nevado en casi una semana. Todo apunto para el festival e Topsy-Turvy. Akihiko sabía del festival de mano de Hiroki. Mientras su amigo sí que había vuelto cada año a la ciudad que le vio nacer para visitar a sus padres, él había decidido quedarse en la academia de soldados disfrutando de la poca afluencia de soldados que se quedaban durante las vacaciones. Durante quince años, los libros y aquel único amigo habían sido su única compañía.
    Su amigo le contó la tragedia del infierno del hospicio y la peculiar tradición resultante. La ciudad bullía en actividad, banderines de colores colgaban de casa en casa, niños corrían risueños por las calles. El olor a pan recién hecho y carne a la brasa inundaba el aire. Atravesar el centro de la ciudad para llegar al palacio de justicia era todo un reto.
    Akihiko y Hiroki despidieron a la comitiva de soldados a la entrada de la ciudad, los soldados disfrutarían del día libre para reencontrarse con sus familiares antes de presentarse en el palacio de justicia al día siguiente. Ambos desmontaron de sus caballos y entraron la ciudad a pie. El olor la, música callejera, por un momento parecía que la ciudad había olvidado sus prejuicios racistas y disfrutaba en plena armonía. Akihiko sintió una punzada de celos. No era un secreto para él que su tez era algo más oscura que la del resto de los soldados, que cuando la daba el sol su moreno era mucho más intenso, casi parecía un gitano como los que ahora bailaban y actuaban en Lutecia. Se pasó toda su vida aterrorizado por lo que le podía pasar si le descubrían, las consecuencias eran en muchos casos, mortales, rehuyó del sol todo lo que pudo, manteniendo así su piel lo más pálida que podía. Se sentía ridículo y avergonzado de esconderse así.
    - Hiroki puedes irte ya a casa, tu familia te estará esperado- Dijo Akihiko a su amigo que, como él había desplegado su capa y la utilizaba como túnica para ocultar su armadura. Er amucho más fácil avanzar así por la ciudad.
    - Hace quince años que no vienes, no me arriesgaré a que mi capitán haga el ridículo al perderse en su propia ciudad.- Le provocó Hiroki con una sonrisa sincera.
    Akihiko no pudo evitar la sonrisa, la primera en días. Su amigo también le había comentado que a lo largo de los años que estuvo fuera hubo algunos cambios en las calles de la ciudad, como pasaba en todas las ciudades. Los incendios y derrumbamientos eran algo con lo que se convivía en la ciudad.
    - Puedo ver la catedral desde aquí.- Le contestó a su amigo. –Desde la plaza no tendré problema.
    Hiroki le devolvió la sonrisa a su amigo, por fin le veía algo más relajado.
    - Puedes irte tranquilo a casa, de verdad, Hiroki, ve a descansar. – Le insistió él.
    Su amigo le miró algo preocupado puede que no fuera a perderse en su camino al palacio de justicia y cubierto con su capa y el casco enganchado en la montura del caballo no parecía un soldado de alto rango.
    - De verdad, ve con tu familia.- Insistió de nuevo.
    Hiroki se miró a su alrededor para terminar de convencerse y se encogió de hombros como resultado de su veredicto mental.
    - Está bien, muchas gracias, Capitán. –Le hizo una leve inclinación de la cabeza aún sonriente.
    Akihiko hizo una media sonrisa con la boca cerrada.
    -Nos vemos mañana en el Palacio de justicia.-Se despidió de él. Hiroki se subió de nuevo a la silla de su caballo y lo espoleó para dirigirse a por una calle hacia el oeste de la catedral.
    -Vamos, Aquiles.- Estiró el capital de las riendas de su caballo y se adentraron lentamente al centro de la ciudad.
    Se encontró con cosas que no recordaba. Negocios nuevos, casas repintadas, gente que no reconocía.
    - Esto es increíble.-Murmuró para sí. – Te vas unos cuantos años y lo cambian todo. Miró a su alrededor, los edificios, los negocios, no identificaba nada. El capitán miró a su caballo que esperaba órdenes.- Voy a tener que preguntar, en mi propia ciudad.
    Afortunadamente, pasaron dos guardias de la ciudad muy cerca de él, ambos distraídos por el bullicio del evento. Los identificó por el uniforme gris y los cascos metálicos. El uniforme de los guardias de la ciudad parecía ser lo único que no había cambiado en esos quince años.
    - Disculpen caballeros, ¿podrían decirme…?- pero los guardias hicieron como si no lo hubieran oído y prosiguieron su camino.- O talvez no.- Concluyó Akihiko.
    Tiró de nuevo de las riendas de su caballo para seguir adelante. Desde su posición seguía viendo el campanario de la catedral, podía seguir con su estrategia de avanzar hasta la plaza y allí se ubicaría mejor. En aquel momento le llegó a los oídos el sonido de una pequeña trompeta y un tintineo juguetón. Miró a ambos lados en busca de la fuente del sonido y, de pronto se topó con una pequeña cabra de pelaje gris, cuernos medianos y un aro de oro en la oreja derecha, trotando y bailando al son de la música. A su lado un gitano con ropajes ajados, sentado sobre una piedra desprendida de la pared tocando aquel oxidado instrumento. La estampa de la cabra juguetona, bailando al son de la música era lo más extraño y a la vez tierno que había visto en mucho tiempo.
    -¡Mira, mamá!- Le sorprendió la curiosidad de una niña pequeña que se había acercado a ver la actuación del animal.
    La madre tomó la mano de la niña de forma violenta y tiro de ella hacia sí como si temiera algún tipo de contacto.
    -¡Mantente alejada, niña!-La regañó mientras tiraba de ella.-¡Son gitanos!, ¡nos lo robarán todo!
    Aquellas palabras no pasaron desapercibidas para Akihiko, sintió un nudo en la boca del estómago. Sabía muy bien cuál era la situación de aquella ciudad, una fiesta al año no iba a mejorar mágicamente los prejuicios de los ciudadanos de Lutecia. Tragó saliva y sacó un par de monedas del bolsillo de su capa para echarlas al sombrero que tenían allí la cabra, el gitano con la ajada trompeta y …el chico de la pandereta.
    Un chico delgado y atlético, de tez bronceada, su cabello era castaño y liso, los machones desordenados bailaban alrededor de su rostro y sus enormes y brillantes ojos verdes como dos esmeraldas. Dos pequeños aros dorados colgaban del cartílago superior de su oreja derecha. Llevaba una blusa blanca holgada y abierta hasta el nacimiento de su pecho y un pañuelo de color rosa y ajado atado en su brazo izquierd; unos pantalones cortados a la altura de las espinillas de color morado y un fajín ancho de color verde con decorativos motivos en hilo amarillento unían ambas prendas. Anudado a su cadera llevaba un pañuelo lila del que colgaban adornos en forma de pequeñas monedas de un material dorado. Agitaba una pandereta y la golpeaba contra su mano libre al ritmo de su baile. Se contoneaba y saltaba de forma casi sensual, como si su cuerpo y mente se hallara atrapada en la música.
    Cuando el chico se giró hacia el soldado, el capital ya lo miraba desde hacía unos instantes. Los ojos verdes del chico se encontraron con los ojos violetas del capitán, el bailarín se detuvo, presa de aquellos ojos, por un instante fue como si el tiempo se detuviese. Los labios de Akihiko se separaron como si fuera a decir algo, pero ni un solo sonido salió de su garganta. El joven gitana hizo una media sonrisa y agito de nuevo la pandereta como si le estuviera saludando con el instrumento. Casi sin notarlo, Akihiko, hizo una ligera sonrisa.
    Un silbido interrumpió la actuación de los gitanos, quienes se apresuraron a levantarse y a salir corriendo, pero cuando el chico de ojos verde fue a recoger el sombrero con monedas, los guardias de la ciudad ya estaban allí. El chico apretó el ajado sombrero lleno de monedas contra su pecho cuando uno de los guardias lo agarró violentamente de ambos brazos por la espalda.
    - Muy bien, gitano, ¿de dónde has cogido ese dinero?- dijo el segundo guardia que se le acercó de frente al chico con la intención de cogerle aquel sombrero viejo.
    El chico forcejeó para liberarse pero le fue inútil.
    - ¡Para vuestra información, me lo he ganado! – les contestó a ambos guardias,
    - ¿Ganado? – se burló de él el guardia que lo mantenía sujeto.- Vosotros no ganáis nada.
    El capitán Akihiko, que había sujetado su espada con mano férrea desde que se acercaron los guardias, decidió dar un paso adelante dispuesto a zanjar aquella situación.
    - ¡Vosotros solo robáis!- se mofó el otro guardias mientras tiraba del malgastado sombrero.
    - ¡Vosotros los guardias sabéis mucho sobre robar!- Les escupió el chico.
    - ¡Delincuente!- Le escupió el otro guardia con una sádica sonrisa.
    Pero poco le duró la risa. El joven gitano de ojos verdes tomó impulso y le asestó una patada en la mandíbula al guardia que tenía frente a él, después inclinó su cabeza hacia atrás con fuerza y le golpeó al guardia a su espalda en la nariz. Akihiko se detuvo en seco, abrumado por la defensa del joven. Los guardias le soltaron para atender sus heridas por un segundo, un segundo que el chico aprovechó para salir corriendo calle abajo, pasando por el lado derecho del capitán.
    - ¡A por él!- Gritó el guardia que se sujetaba la mandíbula con una mano mientras el otro se sujetaba su sangrante nariz con ambas manos.
    El capitán reaccionó rápido a aquella situación y tiró de las riendas de su caballo para cerrarles el paso a ambos guardias. El del golpe en la mandíbula no pudo frenar a tiempo y se estampó contra el trasero del noble Aquiles. Soltó un quejido sordo y calló al suelo.
    -¡Aquiles, sentado!- le ordenó su capitán y acto seguido, el corcel se sentó como si de un perro se tratase.
    El soldado soltó otro quejido al sentir el peso del trasero del caballo sobre su espalda. El ridículo de ambos guardias no pasó desapercibido para nadie y las risas no tardaron en envolverles.
    - ¡Caballo malo!, ¡muy malo!- Exageró el capitán Akihiko. - ¿Lo siento, no puedo llevarlo a ninguna parte!
    Las risas de los ciudadanos se agruparon en torno a ellos mientras los soldados se sonrojaban de rabia y vergüenza.
    - ¡Quítame esto de encima!- se quejó el guardia en el suelo.
    El otro guardia desenfundó su daga y apuntó directamente al capitán Akihiko.
    - ¡Te voy a dar una lección, plebeyo!- Le amenazó y las risas se erradicaron.
    Rápidamente, el capitán se retiró la capa dejando a la vista su armadura dorada y desenfundó su espada larga para apuntar con ella a aquel guardia.
    - ¿Qué decía teniente?- le preguntó.
    El teniente de la guardia palideció casi al instante, dejó caer la daga al suelo e hizo un torpe saludo militar.
    - Ca-capitán ¡A su servicio!- tartamudeó preso de los nervios.
    El capitán Akihiko Usami bajó la punta de su espada hacia el otro guardia.
    - Honorables guardias, seguro que tienen un día muy ocupado pero, ¿podrían indicarme el camino al Palacio de Justicia?

    · · ·


    Hiroki Kamijou desmontó a la entrada de su casa familiar. Una humilde casa de dos estancias y buhardilla donde había nacido y crecido junto con sus padres y los padres de su padre, de los que en aquel momento solo quedaban sus padres con vida. Enganchó a su dócil corcel con un fácil y flojo nudo de cuerda al poste exterior de la casa y le desató las riendas del rostro y boca. Acto seguido desengancho su bolsa de equipaje y entro en su dulce hogar.
    - ¡Madre, padre!- Les llamó con la sonrisa en los labios.
    La primera en salir de la estancia, que funcionaba como los aposentos de sus padres, fue su madre, limpiándose las manos en el delantal. Una enorme sonrisa se dibujó en sus labios.
    - ¡Hiroki!- corrió hasta él con las manos extendidas y atrapó entre sus brazos. Su hijo se inclinó sobre la menuda mujer para corresponder a su abrazo.- ¡Mi niño precioso!
    Hiroki se sonrojó un poco al oír esas palabras de cariño. No había nada mejor que estar en casa, aunque solo pudiera recibirle su madre. Su padre, por desgracia, llevaba meses en cama, enfermo del pecho y en el último mes no había hecho más que empeorar. Hiroki se temía lo peor.
    - Hola mamá- dijo él en su abrazo. – Yo también os he echado de menos.
    Su madre deshizo el abrazo y puso sus manos sobre el rostro de su hijo.
    - Mírate, todo un hombre.
    Hiroki hizo una sonrisa tierna al oír a su madre.
    - ¿Qué tal está padre? – preguntó él cambiando su tono a más serio. Se esperaba la peor de las respuestas, llevaba todo el camino de vuelta preparando su mente para recibir la peor de las noticias pero, para su sorpresa, su madre recibió esta pregunta con una sonrisa.
    Ella le tomó de la mano para arrastrarlo hacia la estancia de los aposentos parentales. Hiroki dejó caer al suelo su bolsa de viaje antes de entrar en la estancia. Al entrar se encontró con su padre en la cama, como la última vez que fue a visitarles, sin embargo, esta vez su padre se hallaba sentado sobre la cama con las manos sobre su regazo, sus gafas de media luna al borde de su nariz y una sonrisa de oreja a oreja. Hiroki se sorprendió tanto que no le salían las palabras.
    - Es maravilloso ¿no crees?- le dijo su madre presa de la emoción.
    - Milagroso, diría yo.
    Su padre sonrió aún más y alzó los brazos para recibir el abrazo de su hijo, quie no dudó ni un instante.
    - Es todo gracias a ese fantástico médico nuevo.- su madre siguió relatando. – Es un joven excepcional,
    Hiroki deshizo el abrazo para observar a su padre y asegurarse de que lo que veían sus ojos era real. Su padre parecía mejorado. Seguía en la cama, sí, pero sentado y consciente.
    - Tu madre se ha enamorado del nuevo médico.- Bromeó su padre.
    - ¡Qué tonterías dices querido!- Contestó su madre.- Aunque no me extrañaría que las mujeres no le dejasen respirar, es un hombre muy agraciado.
    - ¿Ves?- Volvió a bromear su padre- Completamente enamorada.
    Hiroki soltó una risa ronca por la alegría que le provocaba ver a su padre en tan buen estado, casi no se lo creía. Los golpes en la puerta de madera interrumpieron su charla, su padre miro a su madre con una mueca burlona y ella le golpeó el hombro de forma juguetona.
    - ¡Ya está aquí!- Dijo alegremente. –Las dos visitas a la semana nos salen un poco caras, pero la mejoría es indiscutible.
    Su madre se dirigió a la puerta principal con un correteo nervioso. Hiroki le dirigió una mirada de preocupación.
    - Yo pagaré estas visitas. –dijo totalmente convencido.
    Su padre hizo un gesto con la mano como diciendo que no tenía importancia.
    - Ahorra tu dinero hijo, nosotros nos las podemos arreglar.
    Hiroki no tenía muy clara aquella estrategia de su padre, con él enfermo y el poco dinero que ganaba su madre como costurera, agotarían sus ahorros en cuestión de meses.
    -Hiroki cielo, ¡ven!- Lo llamó su madre justo cuando iba a replicar aquella estrategia, pero acababa de llegar y no quería empezar algo que pudiese desembocar en una discusión. Así que respiró hondo y se dirigió a la estancia principal de su hogar.
    Allí junto a su madre se hallaba un hombre altísimo, de tez pálida, espalda ancha y complexión atlética. Su cabello liso y moreno ofrecían un hermoso contraste con sus ojos azules. Sus rasgos eran finos y delicados mientras sus ojos eran profundos. Vestía con una blusa blanca, unos pantalones oscuros a juego con su chaleco que llevaba completamente abierto, también su larga capa. Colgando de su mano izquierda llevaba un bolsa de piel oscura en la que seguro llevaba todos sus utensilios médicos.
    - Doctor, este es mi hijo, Hiroki, soldado del ejército bajo el mando del capitán akihiko Usami. El mejor de los pelotones.
    Hiroki se sintió algo incómodo entre tanto halago y frente a la presencia de aquel hombre tan imponente.
    - Encantado, soy Nowaki Kusama.- dijo tomando él la iniciativa en la presentación.- Su madre me contó que ha estado varios meses fuera. Bienvenido a casa.

    · · ·


    El Palacio de justicia era toda una fortaleza, un bastión inquebrantable. Si alguien ingresaba preso, más del setenta por ciento de las veces salía cadáver. Akihiko nunca volvió de la academia de soldado en vacaciones puesto que su padre adoptivo había dejado claro que, de volver, debería vivir con él en el Palacio de justicia. Cuatro pisos por encima de las mazmorras donde torturaban hasta la muerte a los presos.
    Su padre adoptivo le esperaba allí mismo, en las mazmorras desempeñando una de sus actividades favoritas, asistir a una tortura. El disfrutaba del espectáculo de pie frente al acusado encadenado al techo y al sicario que le daba un latigazo tras otro. Su figura era totalmente siniestra, envuelto en una túnica negra y larga y su sombrero negro y morado del que colgaba un pañuelo rojo, el símbolo del mayor representante de la justicia en Lutecia.
    - Deténgase.- Le ordenó el juez. A lo que el torturador detuvo su actividad para dirigirle su atención. –Espacie más los latigazos, si los hace demasiado seguidos el dolor del primer latigazo se une al del segundo y acaban perdiendo el conocimiento demasiado pronto.
    - Sí, señor.- Asintió el torturador antes de seguir con su trabajo.
    Akihiko esperó en el sombrío pasillo a que su padre adoptivo acabara aquella exhibición de poder entre gritos y lágrimas de desesperación del prisionero. Akihiko esperó con las manos a su espalda y mordiéndose el interior de los carrillos para aguantar la compostura.
    - ¡oh, hijo mío!- Lo saludó su padre cuando se dio cuenta de su presencia. Avanzó hasta él y posó sus huesudas manos sobre los hombros de un Akihiko adulto que ya era más alto que él.- Capitán del pelotón con mayor número de victorias del reino y, a partir de hoy, también de la guardia de la ciudad de Lutecia.
    - Me presento para el deber, como mandasteis, excelencia.- Le contestó sin ningún ápice de emoción en su voz.
    El juez Fuyuhiko hizo una media sonrisa siniestra y asintió en silencio.
    - Veo que mi inversión para tu educación ha sido bien aprovechada, tu reputación te precede, hijo mío.
    Cada vez que el juez pronunciaba esas dos palabras, “hijo mío”, Akihiko notaba como se le formaba un nudo en el estómago. Tenía muy claro que para el juez él era un instrumento para sus planes y debía andarse con cuidado con él.
    - Espero un gran servicio por tu parte, Akihiko.- Prosiguió él.
    - Y así será, señor, se lo garantizo.-Respondió el capitán con el protocolo que le habían enseñado durante años en el entrenamiento para soldado.
    - No lo dudo, Capitán, pero.. Salgamos de aquí. – Le dijo mientras pasaba por su lado y caminaba pasillo arriba hacia la salida de los calabozos.- Hay algo que quiero enseñarte.
    Akihiko siguió a su padre adoptivo fuera de los calabozos y hasta tres pisos más arriba donde se encontraba el despacho del juez. El balcón de aquel nivel ofrecía un vista panorámica de la ciudad que era una delicia. El juez salió al balcón y se detuvo junto a la barandilla para esperar a su hijo adoptivo.
    - Has vuelto a Lutecia en su peor momento, hijo.-Sentenció el juez.- Hará falta una mano firme para erradicar la tentación, la brujería y el pecado de esta sociedad.
    - ¿La tentación, Señor?- Respondió él a la espera de una mejor explicación.
    El juez alargó la mano y señaló el centro de la ciudad, no muy lejos del Palacio de Justicia. Allí donde aquel seis de enero se mezclaban las risas y la música.
    - Los gitanos, capitán.-Respondió el juez.- Viven fuera del orden establecido, sus métodos prohibidos influyen en los instintos más primarios de los humanos y deben ser detenidos, erradicados.
    Aquellas palabras denotaban la avanzada locura del juez.
    - He vuelto de las campañas de guerra para capturar a adivinos y feriantes, ¿No es así?- Se atrevió a desafiar a su padre adoptivo. Y entonces una imagen de aquel gitano bailarín de ojos verdes cruzó la mente del capitán. A penas una imagen, un recuerdo fugaz y sintió una sensación extraña en sus adentros que nunca antes había sentido.

    - ¡oh! Pero la verdadera guerra, Capitán, es lo que tiene usted ante sus ojos.- Prosiguió el juez colocándole una mano en su hombro y con la otra señalándole la ciudad.- durante más de veinte años me he hecho cargo de esos gitanos…-El juez se acercó a la barandilla donde corrían por un ladrillo tres indefensas hormigas.- Uno…-Aplastó la primera hormiga- por…-Aplastó la segunda.-Uno.-Aplastó la tercera.

    Akihiko miró a su padre adoptivo y a las calles y de vuelta al juez.
    - Y a pesar de todo mi empeño, han sobre vivido ,en esta, mi ciudad.- Dijo a la vez que levantaba aquel ladrillo de la barandilla y dejaba al descubierto el nido de hormigas.- Mi teoría es que tienen un refugio secreto, una red de comunicación que les mantiene a salvo, un nido.- El juez soltó un bufido de superioridad. – Sabemos que algunos hablan de algo llamado…La Corte de los Milagros.
    El capitán apretó las manos a su espalda tratando de mantener la compostura, su padre adoptivo estaba empezado en su plan de limpieza racial.
    - ¿Y qué propone señor?- Preguntó él temiendo la respuesta. A lo que su padre adoptivo no contesto con palabras, sino con una risa siniestra y acto seguido dejó caer brutalmente el ladrillo en su sitio y lo arrastró concienzudamente para cerciorarse de que había matado a todas las hormigas del nido.
    - Muestra su punto de vista de manera muy clara, señor.-Respondió el capitán.
    Su padre adoptivo le dirigió la mirada sin dejar de sonreír.
    - Me gusta lo que han hecho de ti en la academia, hijo.- Se reafirmó él. El estruendo de la fiesta en la ciudad atrajo la atención del juez.- ¡arg! El deben nos llama.Si no me equivoco, aún no has asistido a ningún festival de Lutecia ¿Cierto?
    Akihiko negó en silencio.
    - Acompáñame, hijo mío, será una experiencia muy educativa.

    · · ·


    En la plaza de la catedral ya no cabía ni un alfiler, las únicas estancias completamente despejadas eran el escenario principal, reservado para los artistas y el palco para el juez Fuyuhiko Usami. Las gentes de Lutecia se agolpaban y divertían todos juntos sin importar la clase social o la procedencia.
    El juez llegó en su tenebroso carruaje, acompañado de su guardia y su capitán a caballo tras la comitiva. El juez tomó asiento en su palco y su capitán permaneció en pie a su derecha.
    De pronto un gitano vestido con ropajes de bufón, un sombrero con pluma y antifaz , saltó sobre el escenario.
    - ¡Venid! ¡Llegad! –llamaba la atención del público.-¡ Hoy no hay que trabajar, hoy no hay reglas que cumplir! – Los ciudadados vitorearon aquellas palabras del bufón mientras saltaba de un lado a otro del escenario.- Hoy el diablo es el que mueve nuestros pies, porque en este día todo está al revés Ya en la fiesta nadie es nadie si no es bufón.
    La música sonaba por todos los lados, se respiraba el ambiente de fiesta. Akihiko nunca había visto aquella plaza tan animada. Era una imagen tremendamente extraña para él.
    - ¡ Llegad, venid! Ahora es tu oportunidad si no es sueño es realidad ¡Venid, llegad! Aquí esta la gran verdad ya conquista la ciudad el bailarín de ojos esmeralda ¡ya!
    Las palabras del bufón le pillaron completamente desprevenido. Con su puño en alto dejó caer algo sobre el escenario que, al tocar el suelo, estalló en un humo violeta. En un segundo el bufón desapareció y de la bomba de humo saltó un chico joven de complexión delgada, pero atlética. De tez bronceada, cabellos castaños oscuros y enormes ojos verdes que brillaban como dos esmeraldas. ¡Era el joven de aquella misma mañana!
    Sin embargo para su actuación llevaba puesto unos pantalones bombachos rojos que se ceñían a su cintura por un estrecho fajín dorado y a sus tobillos con cintas del mismo color. En la parte superior llevaba un chaleco corto del mismo color rojo fuego de sus pantalones y abrochado con apenas tres botones dorados. De los tirantes del chaleco salían dos mangas de tela roja traslucida. Estas mangas se ajustaban a la altura de sus codos y en cada muñeca, numerosas pulseras doradas.
    Akihiko volvió a sentir aquella sensación en su interior, aquel cosquilleo que le empujaba a querer estar más cerca de aquel joven.
    - Mira que espectáculo tan bochornoso.-oyó como se quejaba su padre adoptivo.
    A lo que él solo pudo hacer media sonrisa de satisfacción y responder:
    - Sí, señor.
    El bailarín saltaba, brincaba y se contoneaba por el escenario. En un momento de su coreografía el bailarín sacó un pañuelo lila del bolsillo de su pantalón y con una pirueta magistral saltó al palco del juez. Akihiko se tensó, de pronto estaba tan cerca que no sabía cómo reaccionar, pero su atención no iba dirigida a él. El bailarín se acercó a su padrastro y le envolvió el cuello con el pañuelo. Tiró del pañuelo hacia él con una mueca desafiante y antes de que el fuez pudiera hacer nada le golpeó en el sombrero para burlarse de él.
    El público rió a carcajadas, era todo un desafío acercarse tanto al juez Fukuhiko y burlarse así de él. Con otro salto magistral, el bailarín volvía a estar en el escenario. Rápidamente el juez se quitó el pañuelo del cuello y recolocó el gorro con una expresión de rabia.
    En un movimiento rápido le arrebató la lanza a uno de los guardias y con un fuerte salto la clavó en la mitad del escenario, tras esto se abalanzó sobre ella y se columpió a su alrededor hasta llegar a la base. La ovación fue general, todos aplaudían y vitoreaban, todos menos el juez quien apretaba con todas sus fuerzas el pañuelo entre sus mano y apretaba los labios de pura rabia.
    - Ya llegó el momento que esperábamos, -Reapareció el gitano vestido de bufón mientras el bailarín de ojos verdes recogía la lanza del escenario y se la daba de nuevo al soldado.- ahora si veréis que os reservábamos¡Es hora de coronar al rey bufón!
    La gente de la plaza soltó una ovación de júbilo y se acercaron al escenario aquellos que portaban los disfraces más ridículos. El bailarín de ojos verdes se apresuró a ocupar su lugar en el escenario junto al gitano vestido de bufón.
    - ¿Recordáis al rey de hace un año? – Las risas volvieron una vez más a la plaza.-Debéis portar mascaras horribles y diabólicas, caras feas que parecen gárgolas- Gritó el bufó mientras El bailarín de ojos verdes subía a algunos de los candidatos al escenario.-Ganara el mas feo Elegir al rey bufón.
    En un momento del discurso, empujaron a una persona al escenario, no pasaba nada, siempre había alguien que no quería presentarse al concurso y lo acababan convenciendo. Ya estaban los siete candidatos sobre el escenario. Cuatro elegidos por el bailarín y tres arrastrados por la muchedumbre.
    - ¡Monstruos alzad cabezas! ¡Que os van a llamar su alteza!- Gritó Clopin.
    El juego consistía en que cada candidato debía ofrecer su mueca más horrible al público y el ganador se convertía en el rey del día. El bailarín fue descartando los candidatos a petición del público. Su cabra, animal que ya conocía Akihiko, subió al escenario para ayudarle a completar la tarea. Todo era muy divertido y lleno de emoción hasta que llegó al último concursante.
    El joven gitano se detuvo en seco. Conocía ese rostro. El público cruel le ovacionaba, burlándose de él. Aquel último joven del concurso era el hijo de los panaderos de aquella plaza. Un joven de quince años con Síndrome de Dawn. Misaki le conocía, más de una vez les había dado pan para los niños más necesitados de su comunidad, era un alma buena, de esas que la sociedad no se merece. Lo habían arrastrado hasta el escenario en contra de su voluntad. El pobre chico estaba asustado, claramente no quería estar allí. Pero el público vitoreaba y se mofaba de él, lo que rían como rey, “Rey de los monstruos” como se les declaraba a aquellos que salían elegidos. Clopin también lo había identificado.
    Cuando Misaki le dirigió una mirada de socorro, su tío se acercó a él rápidamente y le susurro.
    - Todo controlado. Lo haremos bien.
    Pero Misaki no estaba tan convencido.
    - Señoras y señores, queríais la cara más horrorosa de Lutecia, ¡y aquí esta!- Proclamó.
    Clopín y Misaki le tomaron de las manos.
    - No dejaremos que nadie se pase contigo.- Le murmuró Misaki al muchacho.
    Le acercaron el trono con el cual le darían una vuelta por la plaza y el chico solo accedió a subirse si seguía cogido de las manos de sus dos guardaespaldas. Los ignorantes ciudadanos ovacionaban el momento. Akihiko miró al juez esperando algún tipo de reacción ante aquel despliegue.
    Clopin le coronó al chico con suma ternura, a pesar del contexto que les rodeaba. Misaki no podía ocultar su desaprobación, aquello era una burla y un insulto, no solo hacia aquel chico, sino hacia todo lo que defendía. No podía defender la igualdad entre su pueblo y la gente de Lutecia y luego hacerle aquello al hijo del panadero. La igualdad era para todos. Pero el nuevo rey no tuvo si quiera oportunidad de subir a su trono, pues un tomate podrido surcó la plaza y aterrizó sobre su rostro.
    De pronto se hizo el silencio.
    Misaki y Clopin buscaron al culpable con la mirada, pero lo que sucedió a continuación fue aún peor. El pueblo de Lutecia comenzó a reír, se reían de él y entonces otra persona tiró otro tomate, y luego otro y otro, la verdura podrida volaba hacia ellos. Cuatro hombres lanzaron cuerdas al escenario, subieron y empujaron a Clopin y a Misaki, fuera del alcance del hijo del panadero. El pobre chiquillo pedía ayuda mientras lo amordazaban.
    - ¡Aquí tenemos al rey de los monstruos!- Se mofó uno de los guardias.
    El capitán Akihiko ya no podía soportar más aquella situación.
    - Señor, permiso para disolver esta situación.- dijo con marcado tono de enfado.
    Pero la respuesta del juez fue enseñarle la palma de la mano en señal de que guardara silencio.
    - Espere capitán, de esta situación se aprende una lección.
    ¿Una lección? ¿Qué lección? ¿La lección de que todo aquel que desee puede ejercer la fuerza sobre otro para sentirse superior?, ¿la lección de que solo los de tez blanca tienen derechos?
    - ¡Ya basta!- Akihiko reaccionó a la voz del joven gitano de ojos verdes como esmeraldas que había ocupado el espacio entre agredido y agresores empuñando una daga de manera amenazante.- ¡Esto no tenía que salir así!
    El capitán estaba totalmente sorprendido de la valentía de aquel joven.
    - ¡tú! ¡Chico gitano!- Dijo el juez señalándolo de forma amenazadora con uno de sus huesudos dedos.- ¡Baja del escenario ahora mismo!
    Misaki apretó los labios y se puso al lado del hijo del panadero.
    - Por supuesto, su excelencia. Bajaré del escenario tan pronto como libere a este pobre hombre.- Declaró el joven valiente.
    - ¡Te lo prohíbo, gitano!- pero antes de que pudiese acabar su amenaza, Misaki ya había cortado las cuerdas que mantenían preso al pobre chiquillo.
    El público soltó una exclamación de entre asombro y temor por aquella tremenda desobediencia por parte del joven.
    - ¿Cómo te atreves a desafiarme?- Exclamó el juez Fuyuhiko Presa del cólera.
    Misaki señaló con su mano libre al juez en un gesto de rabia.
    - ¡Maltratáis a este pobre chico del mismo modo en el que maltratáis a mi pueblo!- Le espetó.- ¡Habláis de justicia pero sois cruel con aquellos que más necesitan de vuestra ayuda!
    - ¡Silencio!- Le amenazó el juez.
    - ¡Justicia!- Gritó Misaki con el puño de su mano libre alzada.
    La plaza entera soltó otra exclamación ante aquel duelo tan atrevido por parte de un simple chico gitano y el mayor representante de la justicia en aquella ciudad. Misaki se giró de nuevo hacia el chiquillo, hijo del panadero, y le ayudó a levantarse del suelo y deshacerse de todas las cuerdas.
    - Recuerda mis palabras gitano, serás castigado por esta insolencia.
    Lleno de rabia contenida y agotado de sentirse amenazado, Misaki decidió dar un paso más tomó a corona de la cabeza del chiquillo y se la enseñó al juez.
    - Parece que hemos coronado al loco equivocado.- Le gritó al juez.-El único loco que veo aquí, ¡sois vos!
    Acto seguido Misaki lanzó la corona hacia el palco, que aterrizó a los pies del juez. El juez se giró hacia el capitán Akihiko, lleno de rabia.
    - ¡Capitán, arréstele!
    El capitán se vio en una situación de la que no quería formar parte, pero por su rango, debía obedecer. Chasqueó los dedos y señaló a algunos de los guardias para que fueran a por él. Misaki empujó al joven para apartarlo de la problemática situación que se le venía encima.
    - A ver… uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez…-Contó los guardias que se le acercaban mientras los señalaba con el dedo.- Así vosotros sois diez y yo solo uno.- Misaki se sacó un pequeño pañuelo del interior del chaleco y fingió que lloraba.- ¿Qué debo hacer?
    Entonces el joven gitano estornudó en el pañuelo que estalló en una nueve de polvo púrpura y el joven gitano desapareció. La plaza estalló en una exclamación de sorpresa.
    - ¡Brujería!- Dijo el Juez con voz tenebrosa.
    ¿A dónde habrá ido? ¿Cómo lo habrá hecho? Eran algunas de las preguntas que se hacía la gente de la plaza.
    - ¡Capitán!- Le llamó su padre adoptivo lleno de ira- ¡Quiero que se busque a ese gitano, sin descanso! ¡Nadie me desafía así y se queda sin castigo!
    Akihiko miró a su padre adoptivo sin una pizca de emoción en los ojos. Era su expresión de soldado, una mueca muy útil para esconder lo que realmente opinaba de aquellas medidas. Un trueno surcó el cielo nublado sobre la capital

    Me encantaría leer vuestras opiniones


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    Edited by Drewelove - 6/5/2018, 19:44
     
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    Yaoizando

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    HOLA! ESTA BUENO, PERO HA MI PARECER DEBERIAS EVITAR USAR LOS MISMOS DIALOGOS DE LA PELICULA, ESO ES TODO DE ALLI ESTA MUY BIEN ESCRITO :D
    A Y BUENO SI TIENES EL CORAZON LISTO PARA LEER LA NOVELA ADELANTE, PERO EN VERDAD ES MUCHA LA DIFERENCIA ENTRE LA PELICULA DE DISNEY Y LA NOVELA ORIGINAL. TTnTT
     
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  4. Drewelove
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    Hola!!
    La verdad es que si quería utilizar esos diálogos de la peli, porque me parecen muy icónicos. Además, asientan las bases de los personajes. No todos los capítulos serán así, claro que no, la trama que tengo en mente se aleja de la imagen que tenemos de la película. Pero nunca me lo hubiera perdonado si no hubiera escrito esas escenas.
     
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  5. UsamaroDrowned
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    Me encanta 🙌💖
     
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  6. Drewelove
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    ¡Muchas gracias, Usamaro!
     
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  7. Drewelove
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    Hola a todos:
    Aquí os dejo el capítulo 2, en el que aún hay escenas icónicas de la película, pero en el que también me despego de la trama conocida para empezar a desarrollar la mía propia. Sinceramente no puedo parar de imaginarme a Misaki con el vestuario Male-version de Esmeralda, me parece muy sexy y guapo así.
    En cuanto al tiempo de publicación, me parece que voy a necesitar dos semanas entre capítulos para que me de tiempo a todo.
    Que lo disfrutéis:


    SPOILER (click to view)

    2. Dios ayude a los proscritos, o nadie lo hará




    Empujó la pesada puerta de madera y entró al templo, cubierto por un ajada capa y sujetando sobre su espalda a su fiel compañero animal. Con su peculiar disfraz, parecía un encorvado anciano que entraba en la catedral para rezar. Mientras los guardias rodeaban la plaza y las calles cercanas al templo, el sujeto de la búsqueda se les escapaba a plena vista.
    Nadie se dio cuenta de su elección de escondite, o bueno, casi nadie.
    Al entrar en el templo, se agachó para que su fiel compañero peludo pudiese bajarse de su espalda. Se arropó de nuevo con la capa mojada a causa de la llovizna. Podría esperar allí dentro hasta que los soldados se cansaran de buscarle y parase de llover. Y esperaba que ambas cosas sucediesen pronto, necesitaba volver a su hogar lo antes posible. Le hizo una señal a su amigo peludo para que se mantuviera a su lado. La nave central de la catedral quedaba iluminada por la escasa luz que entraba por las vidrieras de la capilla. Los tres niveles de arcos y las altísimas bóvedas de crucería le hacían sentirse muy pequeño e insignificante allí dentro. El atuendo de bailarín que llevaba bajo la capa no era muy apropiado para el interior del templo religioso, si hacía la vista atrás, el último recuerdo que tenía del interior de la catedral era de la última visita que hizo con sus padres y su hermano. La última visita antes de que el juez Fuyuhiko mandara a sus padres a la guillotina.

    Los murmullos de los oradores, procedente de las capillas laterales parecían increíblemente lejanos. Solo tenía que pasar desapercibido durante algunas horas y al anochecer podría volver a su hogar. A sus pasos lentos y cautelosos se le unieron unos pasos pesados que contenían un tintineo metálico. Sonaba a su espalda y cada vez más cerca de él. Misaki paró en seco y se preparó para defenderse. Cuando los pasos estaban peligrosamente cerca de él, respiró hondo y se movió rápido con la esperanza de pillar desprevenido a su atacante. Se giró sobre sus talones, se agachó para esquivar cualquier golpe dirigido a su cabeza y le arrebató la espada a su contrincante.
    Solo cuando alzó la espada para apuntar al cuello de su contrincante se fijó en que su uniforme y armadura no era de color grisáceo, sino dorado. No era un soldado cualquiera, era aquel soldad que había visto aquella mañana en la calle y junto al juez durante los festejos. El miedo inundó su pecho, aquel soldado era enorme, mucho más alto que él y sin duda entrenado para acabar con el enemigo y si era tan cercano al juez Fuyuhiko, probablemente, tendría tan pocos escrúpulos como él. Apuntó con la punta de la pesada espada al cuello del soldado quien había alzado ambas manos en señal de rendición. Aun así, no se atrevía a dirigir su mirada a los profundos ojos violetas de su contrincante. Temía que el mínimo contacto visual delatara el temblor de sus piernas.

    - Te agradecería que bajaras la espada, ya me he afeitado esta mañana. –Le dijo aquel soldado casi en tono bromista.
    - ¿Ah, sí?- Le contestó Misaki no dispuesto a caer en su juego.- Pues parece que te has dejado un trozo.- dijo empujando una vez más la espada hacia su cuello.
    El capitán Akihiko dio un pequeño paso hacia atrás para protegerse.
    - Está bien, está bien.- respondió el capitán dando un cauteloso paso hacia el joven gitano- Al menos deja que me disculpe.
    Aquella respuesta pilló totalmente desprevenido a Misaki que bajó levemente la guardia al oír esas palabras.
    - ¿disculparte?
    Pero ya era demasiado tarde, la mano del capitán le arrebató la espada de sus brazos, le puso la zancadilla con un movimiento del pie y le empujó. Antes de que pudiera darse cuenta, Misaki, copeó el duro suelo de piedra con su trasero. Su peludo compañero acudió en su ayuda acercándole le hocico a la cara como para asegurarse que estaba bien.
    - ¡Hijo de la gran…!
    - ¡eh, eh!- le señalo el capitán.- Cuidado con lo que dices, estás en una iglesia.

    Misaki se levantó ágilmente del suelo y alargó la mano para tomar uno de los altos candelabros negros de varias velas.
    - Vaya, ¿eres siempre así de encantador o es que yo tengo suerte?- Con un rápido movimiento atacó al soldado con el candelabro, al cual se le cayeron y apagaron las velas al suelo debido al movimiento.
    El capitán se defendió del ataque con su espada, el joven gitano movió el candelabro para atacarle de nuevo, sin embargo, el elemento de hierro pesaba mucho y su contrincante era hábil con la espada. Aunque, únicamente se defendía de sus ataques, aún no había comenzado su ataque.
    Akihiko disfrutó de aquel enfrentamiento, la pasión de aquel muchacho hacía que su pecho se hinchara de emoción. Ese chico despertaba una reacción emocional en él que aún no sabía cómo identificar. Sin darse cuenta, una sonrisa había aparecido en sus labios.
    - Casi peleas como un hombre. –Se mofó del chico.
    Pero su atrevido comentario le costó un golpe demasiado cercano al que tuvo que reaccionar rápidamente, de pronto el joven gitano y él estaban muy cerca tanto, que solo la espada y el candelabro, enzarzados entre sí, se interponían entre ellos. Los ojos esmeralda del joven se toparon con los profundos ojos violeta del capitán.
    - ¡Qué curioso! Yo iba a decirte lo mismo. – Le contestó.

    Akihiko Usami empujó al joven hacia atrás para ganar espacio entre ellos en caso de que tuviera que defenderse de ellos.
    - Eso ha sido un golpe bajo, ¿no crees?- Le contestó el capitán.
    Misaki apretó los labios de rabia. Así que el suyo era un golpe bajo pero el del soldado no. Se iba a enterar.
    - No, esto lo es. –Dijo atacando directamente a su entrepierna, que el capitán paró en el último momento.
    Misaki aprovechó para cambiar el equilibrio de sus manos y asestar un golpe a la frente del capitán con el pie del candelabro. El capitán se alejó dando dos pasos hacia atrás y se llevó la mano libre a la frente mientras Misaki seguía en posición de ataque por si acaso.
    Y fue entonces cuando su compañero peludo tomó la decisión de defenderle y de un salto le asestó una cornada a la armadura dorada del capital. Él se quejó y traslado la mano libre de la frente a su abdomen, pestañeando de seguido para poder aclararse la vista. Su mueca al ver a la cabra que acompañaba al joven gitano.

    - ¡Oh! Tienes un crío. – Se mofó de nuevo el capitán, esta vez de la cabra mascota del joven.
    - Y no le gustan los soldados.- Le respondió Misaki manteniendo la postura de ataque.
    Akihiko hizo otra mueca de dolor intentando recomponerse de ambos golpes.
    - ¡agh!- se quejó.-Sí, ya lo noto.
    El capitán miró de arriba abajo a aquel joven envuelto en una ajada capa, más asustado que valiente, sujetando el candelabro con ambas manos. No iba a conseguir nada así.
    Para la sorpresa de Misaki, el capitán enfundó su espada, acabando así con el enfrentamiento. Un movimiento que le dejó tremendamente confundido.
    - Permíteme, soy Akihiko, significa «hombre brillante».- Nunca había presumido de su nombre, y en aquel momento sonaba increíblemente ridículo. El chico le miró con una ceja alzada en expresión de desconcierto, hasta la cabra le miraba con una ceja alzada. El capitán se sintió aún más ridículo.- ¿Y tú eres? –Trató de agilizar la conversación.
    Misaki alzó aún más su ceja sin deshacer su postura de ataque, candelabro en mano.
    - ¿Es un interrogatorio?- Le preguntó.
    - Más bien una presentación.
    El joven confió lo suficiente como para relajar sus brazos y bajar su improvisada arma.
    - ¿No vas a arrestarme?-Le preguntó al capitán.
    - No mientras estés aquí dentro, lo juro por mi honor.- Dijo el capitán llevándose el puño al pecho.
    Misaki finalmente confió y dejó el candelabro dónde lo había cogido.
    - No eres como los otros soldados.-Le dijo aún con el ceño fruncido.
    - Gracias.- Dijo con un leve asentimiento de su cabeza.
    El joven gitano dio un paso hacia él y se cruzó de brazos sobre el pecho.
    - Entonces, si no vas a arrestarme, ¿qué quieres?
    El capitán hizo una media sonrisa casi sin darse cuenta y dio un paso hacia el joven reduciendo, así, aún más el espacio entre ellos.
    - Me conformo con tu nombre.
    El joven miró hacia los ojos violetas del soldado, profundos y hechizantes. Había algo en él que le decía que podía confiarle ese tipo de información. Calcó en sus labios la media sonrisa del capitán.
    - Misaki.

    La atmósfera parecía mucho más liviana a su alrededor, como si el mundo hubiera quedado en silencio y solo quedaran ellos dos. El capitán nunca había sentido aquel tipo de sensaciones y de hecho, parecía que la atracción entre ellos les empujaba cada vez más y más cerca el uno al otro. Por eso cuando el joven gitano apartó la mirada de sus ojos hacia algo que sucedía tras él y cambió su rostro e apacible a una mueca de miedo y sorpresa, Ahikiko temió lo peor.
    Al girar sobre sus talones el capitán se encontró con la puerta de la nave lateral de la catedral, abierta y por ella apareció su padre adoptivo, seguido de una batida de soldados.

    - Bueno trabajo capitán, ahora arrestadle. –Le ordenó su padrastro. Akihiko sintió como su estómago se encogía.
    Misaki hizo un paso hacia atrás, muerto de miedo, aquel no era un soldado cualquiera, ¡era un capitán! y hasta su cabra notó el temor de la situación y corrió a esconderse detrás de su humano. El capitán Akihiko se giró rápidamente hacia el joven gitano de nuevo.
    - Acógete a sagrado. –Le susurró. Pero la respuesta del joven fue cambiar su expresión a ardiente odio hacia el capitán.- ¡Dilo!- Volvió a susurrar.
    Pero solo consiguió hacer fruncir aún más el ceño del joven.
    - Me has engañado.
    - Estoy esperando, capitán. –sonó la grabe voz del Juez Fuyuhiko cada vez más cerca de ellos.
    Entonces el capitán Akihiko volvió a girarse hacia su padre adoptivo y le mostró ambas manos en un gesto desarmado.
    - Se ha acogido a sagrado, señor.-Le respondió.- No puedo hacer nada.
    El juez dirigió una mirada llena de rabia al joven gitano y alzó su huesuda mano para apuntar a la puerta con su índice.
    - Entonces arrastradle fuera y…-Pero el juez Fuyuhiko no pudo acabar su orden, pues el archidiácono apareció en escena tras el joven gitano.
    - ¡Fuyuhiko!-Le llamó el archidiácono.-¡Vos no le tocaréis!- le espetó.
    El archidiácono caminó hasta quedarse a la altura del joven gitano.
    - No temáis joven, el juez aprendió hace mucho tiempo a respetar la santidad de este lugar.

    Y por fin Misaki sintió que alguien le decía la verdad. No podían arrestarle en el interior de la catedral, no si se había acogido a sagrado, algo que no había hecho, pero tampoco estaba dispuesto a corregir al capitán. Sin embargo, la expresión del Juez le ponía los pelos de punta, parecía que en cualquier momento saltaría sobre su cuello para degollarle. Y, por un momento, eso parecía exactamente lo que iba a pasar; pero entonces levantó la mano y con un gesto aireado mandó retirar a sus guardias.
    - Esto no queda así.-les amenazó.
    El juez marchó hacia la puerta de la nave lateral, pero aprovechó que los guardias ya estaban fuera y que la atención del archidiácono ahora se centraba en el capitán y en el joven gitano para esconderse entre las sombras de la misma arquitectura interior de la catedral.
    - Cualquiera que se acoja a sagrado quedará bajo la protección de estos muros.- Le aseguró el archidiácono al capitán y este asintió en silencio.- Puede ir en paz, Capitán Usami.
    Misaki le miró a aquel hombre con los ojos bien abiertos por la mención de aquel nombre. El capitán tenía el mismo apellido que el juez. Era uno de sus hijos. El archidiácono posó su arrugada mano sobre el hombro del capitán en un gesto casi paternal y lo acompañó a la puerta doble de madera.
    - Te veo bien, chiquillo.- Le susurró el archidiácono al capitán.- Casi pareces uno de ellos.
    - Nunca seré uno de ellos.-Le respondió él con voz solemne y rostro impasible.- Esta catedral siempre será mi hogar.
    El archidiácono hizo una media sonrisa de satisfacción, bajo todos esos años de adiestramiento seguía estando el niño inteligente que había crecido entre aquellos muros de piedra.
    Misaki observó durante unos instantes como albos hombres se dirigían a aquella puerta que dejaba entrever los cielos nublados de Lutecia. Seguido por la curiosidad que le despertaba aquel lugar, se giró sobre sus talones para admirar si arquitectura. Se sentía más seguro allí solo, había aprendido a desconfiar de todo aquel que no formara parte de su comunidad. Después de lo que le habían hecho a sus padres, no podía confiar en nadie de fuera de su círculo de confianza.
    Sin saber de dónde había salido, una férrea pero huesuda mano le cogió de la muñeca y le retorció el brazo a su espalda mientras otra mano le agarró su muñeca libre. El agarre le pilló tan desprevenido que de su garganta solo salió un ahogado quejido. De pronto la voz grave y amenazante del juez Fuyuhiko salió del costado de su cuello.
    - Crees que puedes escapar de mí, pero soy paciente.- Misaki trató de forcejear ante aquella amenaza, pero aquel hombre, aunque mayor, tenía la fuerza entrenada de años persiguiendo a inocentes por las calles de Lutecia.- Y los gitanos no aguantáis mucho en espacios cerrados.
    La risa ronca del juez estremeció a Misaki en un nuevo intento de forcejeo. El miedo de su interior golpeaba contra sus costillas. Entonces notó como el juez hundía su nariz entre sus cabellos y aspiraba con fuerza, Aquello lo aterró aún más
    - ¿Qué estáis haciendo?
    Por un instante el juez Fuyuhiko Usami pareció duda de sus actos, pero no tardó en recomponerse.
    - Tan sólo imaginaba como quedaría tu cuello con una soga a su alrededor.
    Misaki forcejeó de nuevo y esta vez, debido a la duda del juez logró escapar de su agarra y giró sobre sus talones para enfrentarse a él.
    - Sé muy bien lo que hacíais.
    El juez le miró sorprendido de nuevo, como si hubiera una fractura en su coraza. Pero o tardó en recomponerse y volver a dibujar aquella malévola sonrisa en sus labios.
    - ¡Qué listo eres brujo!- Le espetó.- Es típico de vuestra calaña retorcer la verdad e inundar la mente con deseos impuros.
    Misaki quedó aterrado con la convicción con la que aquel sujeto le acusaba de aquella sarta de locuras. Acto seguido el juez permaneció un instante en silencio que dedicó para mirarle de arriba abajo.
    - Bueno,- Dijo finalmente mientras arrancaba el paso y le dejaba atrás.-has elegido una magnífica prisión.
    La silueta del juez se camufló al entrar en la zona más oscura de la prisión.
    - Pero una prisión, a fin y al cabo.- Fueron sus últimas palabras.

    Misaki volvía está solo en la nave central de la catedral. El archidiácono parecía que se había quedado en el exterior con el capitán y no iba a volver de momento. Pero en sus muñecas aún ardía el contacto de aquel hombre. Se frotó las muñecas de forma nerviosa mientras, sin apenas darse cuenta de que su respiración se aceleraba de forma violenta. El recuerdo del día que los guardias irrumpieron en su hogar y se llevaron a sus padres agolpes, él era demasiado pequeño cuando pasó, pero era algo que no podía olvidar. Los gritos de su madre, el sonido del cuerpo de su padre al caer al suelo cuando le ataron las manos a la fuerza, y los insultos de los guardias.
    Entonces recordó la aspiración que el juez había tomado en su pelo, y se llevó las manos a la cabeza como si aún siguiera allí. Su pecho subía y bajaba rápidamente, él se revolvía el pelo nervioso hasta que le empezaron a doler las costillas por respirar tan fuerte. De pronto parecía que las paredes se estrechaban a su alrededor y el aire se escapaba de sus pulmones. Se dejó caer entonces sobre sus rodillas y gateó hasta una de las columnas para apoyar su espalda en ella. Cuando lo hubo conseguido se rodeó las rodillas con los brazos.
    Djali, su fiel amigo, que lo había abandonado para curiosear por el edificio volvió haciendo sonar sus pequeñas patitas en el suelo de piedra y se coló por debajo de los brazos de Misaki para levantarle la cara a lametazos. Misaki acarició la cabeza de su peludo compañero en un intento de tranquilizarse. Apoyó la cabeza en la columna de piedra y cerró los ojos mientras acariciaba .la cabeza del animal.
    - ¿Qué voy a hacer Djali?- consiguió decir cuando recuperó un ritmo moral de la respiración.
    Finalmente abrió los ojos, el olor a incienso y la tenue luz que entraba por las vidrieras inundaba el ambiente. Su vida se dirigió a la imagen en piedra de la deidad, que presidía la nave desde un altar de mármol colocado en el ábside. Nunca había tenido la necesidad de hablar con ningún ente superior, ni tampoco había tenido la necesidad de creer en ninguno. La gente corriente solía recurrir al ente superior cuando se encontraba en problemas, pero él no quería nada para sí mismo. Había dejado su niñez atrás hace mucho tiempo y la sociedad le había obligado a madurar a pasos forzados.

    - No sé si puedes oírme, o si quiera si estás ahí de verdad.- Comenzó a hablarle a aquella imagen de la deidad.- Ni si quiera sé si escucharías las palabras de un gitano, como yo.- respiró hondo y bajó la vista hacia Djali un momento para ver a su amigo devolviéndole la mirada.- Sé que soy solo un proscrito, hay quien diría que no tengo derecho a hablarte, pero, ¿no fuiste un proscrito tú también?- tragó saliva para reprimir las lágrimas antes de seguir.- Si tuviera que pedirte algo, no sería nada para mí.-Dijo y devolvió la vista a la figura de piedra.- Pero hay demasiada gente que está mucho peor que yo, que ayudes a mi gente los pobres y olvidados.- Volvió a hacer una pausa para tomar aire y mantener se alejado del llanto.- Ayuda a los proscristos, dales la piedad que no encuentran en este mundo; ayuda a los proscritos o nadie lo hará.

    Volvió su vista de nuevo a su peludo amigo mientras le rascaba entre sus pequeños cuernecitos. Sin darse cuenta, una nueva persona se había acercado a donde él estaba y, con las manos pacientemente entrelazadas por encima de su túnica de monaguillo. Un chico tan alto como él con la tez blanca como la nieve, el cabello liso y de un rubio tan oscuro que casi parecía castaño claro, y sus ojos grandes y grises que le miraban por encima del hombro y muy cansado.
    - Esa oración ha sido muy heroica.- comentó aquel chico.
    Misaki le dedicó la misma mirada de cansancio a aquel chico.
    - Me han dicho que te enseñe donde vas a dormir. –Siguió el monaguillo y acto seguido desvió su mirada al acompañante peludo del joven gitano. – Y él también.
    Misaki se levantó del suelo apoyándose en la columna y se arropó con la andrajosa capa antes de seguir a aquel chico hacia la esquina de una de las naves laterales. Djali siguió a su mejor amigo humano a cada paso que daba. El monaguillo le hizo subir una interminables escalera de caracol de escalones de piedra hasta una estancia de suelo de madera, aunque las paredes seguían siendo de piedra grisácea. Misaki notó que en aquel lugar la temperatura disminuía, debían estar en la galería de las gárgolas. El nivel anterior a las torres del campanario.
    - No te quedes atrás.- Le llamó la atención aquel chico, con aquel tono de voz, como si le molestara ayudarle.

    Las siguientes escaleras que le tocó subir fueron rectas y de madera. Se adentraron en una estancia algo más oscura y aislada del frío. Esta estancia contaba con un camastro de paja, mantas y una mesilla sobre la que se posaba una lámpara de vela. Misaki entró en la instancia seguido de su peludo acompañante y giró sobre si mismo para no perderse cada detalle de la instancia. Del techo había colgado un móvil con pequeños trozos de vidriera enganchados en alambre. Junto a la cama aún reposaban algunos libros y en la pared había algunos dibujos hechos con carboncillo o tinta de pluma. Aquella era la habitación de un niño, sin duda. La mente de Misaki viajó de nuevo a su infancia, esta vez a otro tipo de recuerdo. Recordó que, de pequeño, oía a su hermano y a los niños del barrio hablar del niño de la catedral, un rumor, o más bien una leyenda que, contaba como un niño había sido acogido por los monjes y vivía en la catedral con ellos y que era él quien hacía sonar las campanas a cada hora.
    Y allí estaba él, frente a la prueba fehaciente de que aquella leyenda era cierta.
    - ¿Quién ha vivido aquí?- Le preguntó Misaki a aquel chico.
    Él le miró alzando una ceja como si no fuera obvio.
    - Escucha, me han pedido que si necesitas cualquier cosa, me ocupe yo.- Le explicó.- Estaré toda la noche estudiando abajo, si me necesitas.
    El chico esperó a que Misaki asintiera con la cabeza antes de dirigirse a la puerta de la estancia.
    - ¡Eh, espera!- le detuvo Misaki.- No se tu nombre, ¿Cómo voy a dirigirme a ti?
    - Shinobu Takatsuki. –Le respondió antes de salir por la puerta de la estancia.

    · · ·



    Era ya noche cerrada cuando Akihiko Usami, nuevo capitán de la guardia de la ciudad, entraba en la estancia donde su padre adoptivo, el juez Fuyuhiko Usami y su hermano adoptivo Haruhiko Usami, el próximo juez el día que su padre adoptivo ya no estuviera entre los vivos. En la oscura estancia le esperaban esas dos personalidades, una presidiendo la mesa y la otra a su derecha. Ambos con platos vacíos y, el tercer asiento, esperaba su presencia.
    - Por fin podremos cenar.- Anunció el juez en tono desquiciado.
    Akihiko inclinó su cabeza a modo de disculpa y avanzó hasta el asiento que estaba destinado a él.
    - Mis disculpas.
    El juez hizo un gesto con la mano hacia el mayordomo que le sirvió de aviso para que procedieran a servir la cena. Los sirvientes entraron y depositaron la suculenta cena en cada plato de los comensales.
    - He oído que hay un gitano escondido en la catedral.- Le provocó su hermano adoptivo.
    Akihiko, simplemente, no tenía ganas de responderle a aquel individuo que se creía mucho más hombre que él y que había caído de lleno en las redes de su padre adoptivo.
    - No se esconde.- Respondió el juez por él.- Está recluído.
    Akihiko se llevó el tenedor lleno de comida a la boca para evitar tener que responderle a ese estirado que tenía como hermano adoptivo.
    - A propósito de ese tema, Akihiko.- Prosiguió el juez.- Tu primera orden como capitán será traerme a ese insecto ante mí.
    El capitán dejó de masticar súbitamente ante aquella orden y levantó la vista de su plato para dirigírsela a su padre adoptivo, tragó lo que contenía su boca y respondió como siempre, sin un atisbo de emoción en su rostro.
    - Así será, su señoría.-Le respondió.

    El resto de la cena trascurrió con el último intercambio de palabras de Fuyuhiko y Haruhiko, ambos divagaban sobre la condena «justa» para todos aquellos que perturbaban la moralidad de Lutecia. Akihiko estaba acostumbrado a oír todo tipo de barbaridades a lo largo de su educación como soldado. Los últimos años se había dedicado a sobre vivir. Mentiría si no había tenido la idea de coger todo lo que tenía y huir. Sin embargo, el miedo a las represalias hacia aquellos que se lo habían dado todo durante su infancia, y también por desconocimiento de hasta donde llegaba el alcance de su poder. Sin embargo aquel miedo había cambiado al ver a aquel joven de ojos esmeraldas. El solo pensar en él le hacía experimentar todo tipo de sensaciones, recordar sus ojos, su sonrisa, su forma de bailar y defenderse…
    - No sabía que atrapar gitanos fuese tan peligroso.- comentó su hermano adoptivo a lo que Akihiko le dirigió una mirada de total extrañeza.
    - No entiendo a qué te refieres.- Le contestó Akihiko con su usual tono de voz a lo que su hermano adoptivo se señaló la propia frente.
    Akihiko alzó la mano hacia su propia frente en el lado al que se refería su hermano y al tocarse la piel juró ver las estrellas, ahí estaba el golpe del candelabro que la había dado ese Misaki, Misaki… su nombre flotaba en el interior de su cabeza y le embrujaba.
    - Esos parásitos lo pagarán caro.- sentenció el juez sin inmutarse.

    · · ·



    El sol apareció por el este de Lutecia iluminando la ciudad y ofreciéndole su calor. En la habitación donde Misaki y Djali habían pasado la noche, una cascada de colores se reflejaba sobre la pared al pasar por el móvil de fragmentos de vidrieras. Misaki observó cómo estos bailaban mientras abrazaba a su preciado compañero para conservar el calor. Era la primera vez que había dormido fuera de su hogar desde que dejó la que había sido la casa de sus padres. Y debía volver cuanto antes, se recordó a sí mismo, lo que le obligó a levantarse del camastro y ponerse la capa. En su hogar le esperaban y debía volver en los próximos días o se perdería el mayor acontecimiento de la historia de su familia.

    Salió disparado de la estancia y bajó a saltos por la escalera de madera hasta llegar al nivel de la galería de las gárgolas. Asomó la cabeza por la galería para encontrarse con un bastión de soldados en la calle, corrió por la galería hacia la otra torre para confirmar lo que ya sospechaba, la catedral estaba rodeada por soldados, no podría salir.

    - Un día duro, por lo que veo.- Sonó una voz profunda a su espalda.
    Misaki se dio la vuelta de un salto para encontrar sentado en la escalera de madera de aquella torre al capitán de la guardia de la ciudad. Pero era distinto, no llevaba su armadura dorada ni su espada. Iba con una ropa común para pasar desapercibido y una capa oscura. ¿Cómo había llegado hasta ahí? ¿Cómo había sabido cómo subir?
    - No te asustes,- Se adelantó él a las palabras del gitano.- solo quería saber cómo estabas.
    - No te voy a decir como pienso salir de aquí para que vayas corriendo a contárselo a tu padre. –Le cortó él.
    Akihiko le miró con una ceja alzada y una media sonrisa.
    - Dudo que tengas un plan para salir de aquí que pueda resultar efectivo.- Le contestó el capitán levantándose de la escalera y bajó los escalonas hasta estar al mismo nivel que el joven gitano.- Por eso he venido a ayudarte.
    Misaki dio un paso hacia atrás de manera casi instintiva, no se creía ni por un segundo lo que le decía aquel tipo.
    - Ya claro, tú me quieres ayudar.- Le miró con el cejo arrugado y casi con asco.- Seguro que tu padre te ha enseñado muy bien a mentir.
    Se dio la vuelta y arropándose con la capa para resistir el frío emprendió de nuevo su camino hacia la torre de la que había salido. Akihiko se quedó allí sin saber que decir, había ido hasta allí con la idea de mantener un conversación que se extendiera más allá de un intercambio de nombres. Aunque el día anterior ni aquel chico ni siquiera sabía quién era él y a la mañana siguiente parecía saber solo la superficie. Buscó rápidamente algo que pudiera llamarle la atención.
    - Espero que hayas dormido bien en mi antigua habitación.
    Aquella afirmación hizo que Misaki detuviera sus pasos en seco y se girara lentamente hacia él. Los pensamientos de Misaki, quien había estado dándole vueltas al cómo salir de allí, se desvanecieron en el aire como hechos de humo.
    - ¿Perdón?- Fue lo único que salió de sus labios.
    Akihiko avanzó con pasos confiados hacia aquel joven y una media sonrisa en sus labios.
    - Utopia, La divina comedia y un completo atlas del mundo conocido, son los tres libros que tengo junto a mi cama.- Se encogió de hombros y rodó los ojos.- Bueno, al menos esos eran los que tenía, no sé si los habrán retirado o no.
    Misaki lo miró lleno de incredulidad, pues esos eran los libros exactos que habían junto al camastro en el que había dormido, en la habitación que había sido el refugio del niño de la catedral. Aquel niño de la leyenda, aquel niño que se había convertido en hombre y al cual tenía delante.
    - El juez Usami es mi padre adoptivo.-Le explicó él.
    Toda aquella situación era muy extraña, el juez parecía de las personas demasiado religiosas como para tener descendencia fuera del matrimonio, así que, que hubiera adoptado a aquel hombre era más probable que lo hubiera tenido con una mujer.
    - En cuanto a tu plan de escape, he ordenado que rodeen la catedral hasta que salgas, así que todas las puertas que den a la calle están descartadas.
    Misaki tuvo que sacudir la cabeza para ordenar sus pensamientos, aquello no parecía tener sentido.
    - ¿Y por qué no dices que se retiren? –Le preguntó temiendo la respuesta.
    - Es una orden directa del juez Fuyuhiko, no puedo desobedecerle.
    Pues sí, seguía siendo una marioneta del juez.
    - ¿Y cómo has entrado?- Preguntó Misaki- ¿Es esto parte de tu plan? ¿Hacer que yo confíe en ti para arrestarme en cuanto menos me lo espere?
    - ¡No!- Exclamó Akihiko dando un paso hacia él. Djali se interpuso entre ellos para defender a su humano.- ¡Oh! Tú otra vez.- Le saludó sorprendido.
    Misaki dio otro paso hacia atrás. La conexión que le pareció haber sentido el día anterior había sido pura manipulación.
    - He crecido aquí, se entrar y salir sin ser visto.-le explicó a Misaki y acto seguido se acuclilló ofreciéndole una mano a la cabra para que pudiese olisquearle y así confiar en él.- Por eso he venido.
    La cabra olisqueo la mano del capitán y este aprovechó la cercanía del animal aprovechó para acariciar su hocico y después sus orejas. Parecía demasiado bueno para ser verdad.
    - Y ¿Cómo, si se puede saber, es posible salir de aquí con el edificio rodeado por tus guardias?
    - Pues por el muro oeste y saltando sobre el tejado de la casa del herrero.- contestó como si no dijese gran cosa mientras acariciaba a la cabra con ambas manos.
    Misaki le miró con los ojos muy abiertos ante esa naturalidad al habla y con la facilidad con la que parecía confiar en los demás.
    - Y, ¿Por qué debería confiar en ti?
    Akihiko levantó la mirada para clavar sus profundos ojos violetas en los resplandecientes ojos esmeralda de Misaki. Se levantó del suelo y, esta vez bajo la atenta mirada de Djali, se atrevió a dar un paso hacia él. Misaki sintió que la tensión en sus extremidades le abandonaba. Akihiko dio un paso más había él y alzó una mano para acariciar su brillante cabello.
    - No quería que nuestra conversación de ayer fuera la última.
    Misaki notó como un cosquilleo calido recorría su esplda.
    - Fue nuestra primera conversación. –Llegó a murmurar Misaki.

    La fría mano de Akihiko descendió hasta su cuello, acariciando su piel como si fuera el oro más preciado. Misaki no podía apartar la vista de aquellos ojos enormes y profundos. Podría perderse en ellos durante horas, y allí estaba la conexión que había sentido el día anterior. De pronto aquellos ojos violetas estaban aún más cerca, casi podría notar la respiración de aquel hombre. ¿Qué le estaba sucediendo? Un roce le sorprendió en su mano derecha. No supo cómo ni porqué, su mano reaccionó aquel roce y entre lazó los dedos con los del capitán.
    Akihiko se sentía embragado por el olor de aquel joven quería sentirlo sobre su piel y bajo él, quería saberlo todo de él y sentirlo todo con él. Misaki cerró los ojos lentamente y él lo interpretó como una invitación a que siguiera adelante. Inclinó su rostro hacia el de él hasta que sus labios rozaron los del joven Misaki, eran suaves y húmedos. Los labios del capitán atraparon su labio superior, a lo que el joven no se resistió. Acto seguido inclinó su cabeza y posó su mano libre en la nuca del joven. Sus labios se movieron en una danza lenta y sensual.
    Misaki notó que le faltaba el aire, que el suelo desaparecía bajo sus pies, pero él flotaba. Los labios de aquel hombre eran dominantes y a la vez dulces. Nunca había sentido algo así. Tenía la sensación de que no quería que aquello acabase, aunque ya no tuviera aire que respirar.
    Pero eventualmente tuvieron que separar sus labios. Misaki volvió a abrir los ojos para encontrarse con aquellos profundos ojos violetas. Ojalá pudieran repetirlo. Un pensamiento que parecía que el Capitán también tenía revoloteando por su cabeza. Pero entonces una dulce voz interrumpió su estado de embriaguez sensorial.

    «À la claire fontaine,
    M'en allant promener»

    El joven gitano reaccionó como si le hubieran pinchado en el trasero y rompió la atmósfera creada entre el Capitán y él para asomarse al exterior de la catedral por la galería de las gárgolas.

    «J'ai trouvé l'eau si belle
    Que je m'y suis baigné»

    En la plaza, una joven gitana cantaba con una voz dulce aquella canción infantil. Para los transeúntes era una actuación cualquiera. Para el joven Misaki, encerrado en la catedral, era una señal. La señal de que ya había empezado y que debía volver a casa.

    «Il y a longtemps que je t’aime,
    Jamais je ne t’oublierai.»

    El capitán miró con disimulo a la mujer gitana que cantaba en la plaza y al joven Misaki que miraba a aquella mujer con el pánico en sus ojos.

    «Sous les feuilles d’un chêne,
    Je me suis fait sécher.»

    Misaki se retire de las arcadas de la galería y se agachó para coger a su peludo amigo en brazos.
    - Enseñame a salir de aquí, tengo que volver a mi hogar.- Dijo con semblante serio.

    «Sur la plus haute branche,
    Le rossignol chantait.»

    - Aún no puedes salir, la luz te delatará.- Le dijo con el mismo nivel de seriedad.- Te arrestarán antes de que te des cuenta.

    «Il y a longtemps que je t’aime,
    Jamais je ne t’oublierai.»

    Misaki le miró con impaciencia mientras abrazaba a su animal. Claramente aquella canción era la señal para algo muy importante, pero si salía entonces su destino acabaría en la guillotina.
    - Tengo que irme, ya.- insistió él.
    - Pues tendrás que esperar. –Le respondió él.
    El día fue casi interminable, el capitán tuvo que asuentarse durante unas horas cerca del mediodía, según él, para dejarse caer por los calabozos y así disipar las especulaciones que podrían surgir. La mujer siguió cantando hasta pasado mediodía. Hacia las siete de la tarde comenzó a anochecer y el capitán volvió a la catedral. Misaki vio como una atlética figura saltaba de la fachada al interior de la galería de las gárgolas, no podía creer lo que veía, aquel hombre había subido por la fachada de la catedral, decenas de metros hasta donde estaba.

    Misaki se levantó de las escaleras de madera al verle llegar y el capitán se acercó tanto a él casi podía notar su respiración. El esperaba un beso como el de aquella mañana, ¿de verdad lo esperaba? ¿Era eso lo que quería?
    Ne todas formas el capitán Akihiko no le dejó comprobarlo, puesto que no se acercó a a él con aquella intención, sino que levantó al peludo Djali en sus brazos y lo agarró a él de la muñeca.
    - No tenemos mucho tiempo.-Fue lo único que dijo, y así era. El cambio de guardia se efectuaría en unos minutos y no tenían tiempo que perder.
    Saltaron entre los arbotantes de la nave central hasta el lado oeste de la catedral. En un momento dado, el capitán sacó una cuerda que utilizó para asegurar a Djali a la espalda del joven.
    - El tejado está a menos de dos metros.- Le dijo él con semblante serio.- No lo pienses y salta, en un par de minutos, cuando el guardia se vaya.
    - ¿Qué?- Exclamó Misaki al oír que tenía que saltar.
    Akihiko se acercó al borde del muro para observar la posición de los guardias.
    - Bien- Le susurró y alargó la mano, tendiéndosela al joven.
    Misaki aceptó la mano que le acercó a al borde del precipicio de piedra.
    - Cuenta hasta tres y salta.
    El joven gitano negó efusivamente con la cabeza.
    - Uno.
    - No, no puedo hacerlo.-Intentó resistirse el joven.
    - Dos.
    - ¡No!¡No!
    - ¡Tres!
    Akihiko empujó al joven hacia el tejado de la casa del herrero justo en el instante que aquella parte de la catedral quedaba sin vigilancia. Misaki calló a cuatro patas sobre el tejado y se agarró rápidamente a las tejas para no caer. Levantó la vista y vio la silueta del capitán arriba en el tejado de la catedral. Le había sacado de allí, era libre. Le había ayudado de verdad y ya podía volver a su casa.

    · · ·



    Takahiro sujetaba la apretada mano de su mujer, cuyos nudillos se habían vuelto blancos tras la fuerza de tanto empujar. Llevaba el día entero de parto y ya no podía más, pero según el doctor Nowaki, antiguo doctor en el ejército, ahora reformado en un doctor que secretamente ayudaba a todo aquel que necesitase su ayuda, su hijo ya estaba cerca. Los gritos de la agotada Manami se hacían resonar por toda la corte de los milagros. Takahiro rezaba en su interior para que todo fuer bien.
    - ¡La cabeza ya está fuera!- anunció el doctor.
    Takahiro besó la frente de su esposa para reconfortarla.
    - Lo estás haciendo increíblemente bien, mi amor.-La apoyó.- solo un poco más.
    Nowaki miró a la mujer desde su posición entre sus piernas abiertas, con ambos pies de esta apoyados en sus hombros.
    - Una más Manami, venga ¡Ahora!- La animó.

    Misaki entró en la galería subterránea donde se hallaba el refugio de su familia, una familia que aquella noche recibía a un nuevo miembro. Corrió hacia el alboroto, hacia la puerta en la que ya se agolpaba la frente. Djali le perseguía al trote. Y antes de llegar estalló en el aire el llanto de un bebe. Ya había nacido. Su hermano ya era padre.
    Sorteó a la gente para entrar en la galería de las catacumbas que utilizaban como refugio familiar. En el camastro, una agotada Manami sujetaba en brazos a su pequeño recién nacido, su hermano no le quitaba ojo de encima al pequeño. Mientras el médico y su tío Clopin comentaban las recomendaciones que debían seguir durante los siguientes días.
    - Parece que llego tarde.- comentó el joven.
    Al oír su voz, su hermano corrió hacia él para abrazarlo y a besarle el pelo. Misaki correspondió a aquel abrazo como si fuera el primero en años.
    - ¿Cómo has conseguido salir?- Le preguntó él.
    - Bueno, tuve que ser creativo.- Bromeó y mintió, no se sentía con fuerzas para explicar todo lo que había pasado, al menos no aquella noche.
    Al separarse de su hermano, este le dejó via libre para acercarse a Manami para admirar al pequeño bebe.
    - Es precioso Manami.- Le dijo y besó su mejilla.- Eres toda una heroína.

    Mientras la familia hablaba y celebraban con gestos de cariño la llegada del nuevo miembro, le doctor nowaki abandonó la estancia acompañado de un par de gitanos de la comunidad.
    - Ya sabe las reglas, doctor.- Le dijo uno.
    Este asintió y se agachó por propia voluntad para que le vendaran los ojos, como de costumbre. Lo hacían cada vez que le arrastraban dentro y fuera de La Corte de los Milagros. Su seguridad se basaba en que si no veía a donde le llevaban ni de dónde lo sacaban, nadie correría peligro.

    · · ·



    Nowaki parpadeó al sentir la tenue luz de los farolillos nocturnos en las calles de Lutecia. Pestañeó de forma repetida para acostumbrarse a la nueva oscuridad. Aferró su bolsa de artilugios médicos con fuerza y giró sobre si mismo para intentar ubicarse en las calles de aquella ciudad.
    - ¿Doctor Kusama?- Escuchó tras él y al girar sobre sus talones se encontró con un rostro conocido, trató de parecer natural, aunque su corazón palpitaba de forma acelerada, aquel hombre era un soldado y no sabía desde cuándo llevaba allí.
    - Buenas noches, Teniente Kamijou.- Le respondió.- ¿En qué puedo ayudarle tan tarde?
    El teniente Hiroki Kamijou le miró extrañado, ciertamente el doctor parecía estar desubicado.
    - ¿Se encuentra bien doctor?
    Nowaki forzó una sonrisa para disipar los nervios.
    - Me he perdido, vengo de ver un paciente y me he perdido en mi propia ciudad.-Trató de pensar rápido.- Pero creo que ya me he ubicado, muchas gracias por su atención, teniente.
    Hiroki seguía aún desconcertado por encontrarse a aquel hombre en medio de la ciudad a altas horas de la noche.
    - ¿Quiere que le acompañe a su casa?- Se ofreció y levantó el cubo de madera que llevaba en la mano.- Iba al a fuente a por agua.

    Pero Nowaki negó con rapidez, le agradeció el ofrecimiento y se despidió cortes mente del teniente. No podía relacionarse con alguien así, no podía arriesgarse a que se descubriera su acción para con los desfavorecidos, el dinero que recaudaba de sus cliente que sí podían pagarle lo reinvertía en las medicinas que les hacía falta a los pobres.

    Había tenido la suerte de nacer en una familia adinerada, se enroló en el ejército para estudiar medicina y tras ver tantas muertes e injusticia, se prometió a sí mismo que no dejaría que nadie más muriera injunstamente, no al menos si él podía evitarlo

    Me encantaría leer vuestras opiniones.
    Curiosidad: Canción "A la claire fontaine"

    SPOILER (click to view)
    Letra en francés


    À la claire fontaine,
    M'en allant promener
    J'ai trouvé l'eau si belle
    Que je m'y suis baigné
    Refrain:

    Il y a longtemps que je t’aime,
    Jamais je ne t’oublierai.
    Sous les feuilles d’un chêne,
    Je me suis fait sécher.
    Sur la plus haute branche,
    Le rossignol chantait.
    Refrain:

    Il y a longtemps que je t’aime,
    Jamais je ne t’oublierai.
    Chante, rossignol, chante,
    Toi qui as le cœur gai.
    Tu as le cœur à rire…
    Moi je l’ai à pleurer.
    Refrain:

    Il y a longtemps que je t’aime,
    Jamais je ne t’oublierai.
    J'ai perdu mon amie
    Sans l'avoir mérité.
    Pour un bouquet de roses
    Que je lui refusais…
    Refrain:

    Il y a longtemps que je t’aime,
    Jamais je ne t’oublierai.
    Je voudrais que la rose
    Fût encore au rosier,
    Et que ma douce amie
    Fût encore à m'aimer.
    Refrain:

    Il y a longtemps que je t’aime,
    Jamais je ne t’oublierai.

    Letra en castellano


    A la clara fuente,
    Yendo a pasear,
    Encontré el agua tan bella,
    Que me metí a bañar.
    Estribillo:

    Hace mucho que te quiero,
    Nunca te olvidaré.
    Bajo las hojas de un roble,
    Me quedé hasta secarme,
    En la rama más alta,
    Un ruiseñor cantaba.
    Estribillo:

    Hace mucho que te quiero,
    Nunca te olvidaré.
    Canta, ruiseñor, canta,
    Tú que estás alegre,
    Tu corazón está para reír,
    El mío para llorar.
    Estribillo:

    Hace mucho que te quiero,
    Nunca te olvidaré.
    Perdí a mi amada,
    Sin que lo mereciera,
    Por un ramo de rosas
    Que le rechacé.
    Estribillo:

    Hace mucho que te quiero,
    Nunca te olvidaré.
    Quisiera que la rosa
    Estuviese aún en el rosal,
    Y que mi dulce amada,
    Estuviese aún a mi lado.
    Estribillo:

    Hace mucho que te quiero,
    Nunca te olvidaré.


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    Edited by Drewelove - 6/5/2018, 19:50
     
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  8. Drewelove
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    ¡Hola a todos y a todas!
    (Aunque nadie esté comentando)
    ¡Por fin he podido acabar el capítulo y espero que ya pueda volver a una rutina de escritura que me permita subir con más asiduidad!
    Porque la mudanza ha sido mortal pero ya está casi todo solucionado.
    Bueno, aquí os dejo el nuevo capítulo.

    SPOILER (click to view)
    3. Fuego del infierno.
    La luz del sol entraba a través de las vidrieras reflejando así todos los colores de los diferentes cristales sobre el suelo de piedra de la catedral. No era la primera vez que Shinobu detenía unos segundos sus quehaceres diarios para contemplar esa maravilla. Nadie le recriminaría ese pequeño descanso. Desde el alba hasta el anochecer, Shinobu entraba en la catedral, se ponía su atuendo de monaguillo y ayudaba en el mantenimiento a cambio de aprender a leer a escribir. Aunque ya hacía años que había aprendido ambas disciplinas y había extendido sus intereses al aprendizaje de lenguas antiguas y otras culturas.
    - Chico. –escuchó la voz del archidiácono tras él.
    El chico tornó su rostro hacia el religioso con su mente aún en otro sitio. El archidiácono se acercó a él y posó una de sus manos sobre su hombro y le empujó suavemente como indicador de que caminaran juntos.
    - Han sido unos días extraños, ¿verdad?- Shinobu asintió a las palabras del archidiácono.-Esos guardias llevaban rodeando la catedral ya tres días. –Dijo en un suspiro agotado.
    Shinobu volvió a asentir, aunque aún no tenía muy claro como había escapado aquel chico. Por más que lo pensaba era completamente imposible. No había ningún modo de salir de la catedral sin ser visto. No, al menos, que él supiera.
    - Creo que ya es hora de decirle a esos guardias que su trabajo aquí ha terminado.
    El chico miró al religioso con el ceño fruncido, ellos no podían hacer eso, solo el capitán de la guardia podía ordenar la disolución de aquella operación. Ambos siguieron caminando hasta el pequeño despacho que tenía el archidiácono en la base de una de las naves laterales. El archidiácono tomó los gruesos libros de las manos del chico y los dejó encima de su escritorio.
    - Dime chico, ¿Cuánto tiempo llevas aquí, con nosotros?- le preguntó mientras se sentaba en su butaca tras el escritorio.
    Shinobu entrelazó sus manos a la espalda y hablo con un rostro sereno, como le habían enseñado a comportarse. Puede que su familia fuese pobre y el único golpe de suerte hubiera recaído sobre su hermosa hermana, la que había acabado en un ventajoso matrimonio, pero eso no le iba a desanimar a él. Su propósito seguiría siendo el mismo, por muy difícil que pudiera ser alcanzarlo. Se convertiría en un abogado, educado en la universidad de la capital del reino.
    - Tres años, señor.- respondió él.
    - Y en esos tres años has aprendido a leer, a escribir y las lenguas antiguas de las escrituras. –Valoró el archidiácono. – Valoramos mucho la ayuda que nos has prestado todo este tiempo, Shinobu.
    De pronto el chico sintió que las paredes se le venían encima. Aún no podía dejar de trabajar para ellos, aquel lugar era un oasis frente a la situación que vivía en su casa. El dinero que les mandaba su hermana apenas alcanzaba a cubrir los gastos necesarios y había logrado ahorrar algunas monedas que le ayudarían a hacerse con los libros que necesitaba para prepararse para el examen de acceso a la universidad. Una vez al año, la universidad de la capital convocaba a todo aquel que creía estar preparado para entrar en aquella institución y lo sometía a un minucioso examen para saber si era digno de estudiar allí. Una oportunidad de estudiar gratuitamente a la que se presentaban cientos en su misma situación. Una oportunidad conocida como «la benevolencia del rey».
    Solo cinco podían pasar esa prueba y Shinobu aún no estaba preparado para presentarse y lo estaría menos si abandonaba aquella parte de su vida.
    - No pongas esa cara, chico. – Le quiso tranquilizar el archidiácono ante la mueca de Shinobu.- No te estoy pidiendo que te vayas.
    Shinobu notó como la presión de su pecho se aliviaba momentáneamente.
    - Voy a necesitar que lleves estos libros- Señaló los libros que le había quitado antes de las manos y dejó un trozo de pergamino escrito sobre ellos.- a esta dirección, son un préstamo. Y allí, encontrarás las respuestas que buscas.
    · · ·
    Akihiko jugaba con la pluma entre sus dedos, sentado al otro lado de su rudimentario escritorio, en el despacho que le habían ofrecido en el palacio de justicia dado su nuevo cargo. La estancia estaba en un subnivel del edificio, pero lo suficientemente lejos de los calabozos para no oír los gritos de dolor ni los lamentos de los presos clamando una muerte piadosa. Sobre su mesa una docena de órdenes de busca y captura. La mayoría exigían que el sospechoso llegara vivo, muchas otras ofrecían la recompensa tanto si el sospechoso llegaba con vida o cadáver.
    Pese a todo el horror que le rodeaba, la mente del capitán de la guardia había conseguido evadirse a un recuerdo muy placentero. Recordaba la suave mano de aquel chico, sus dedos entrelazándose con los de él, sus labios suaves y cálidos. Una sensación que mandaba una señal de alerta a su entrepierna. ¿Por qué no le besó al despedirse?, ¿por qué dejó pasar aquella oportunidad? En aquel momento lo único que deseaba más que nada en el mundo era volver a ver aquel gitano de ojos esmeralda.
    Su rostro, su voz, su forma de moverse le había embrujado la mente, nunca se había sentido así con nadie. Ni siquiera se dio cuenta cuando HIroki, su compañero de batalla entró en la estancia.
    - Vaya, - El soldado echó un vistazo a la oscura habitación con los candelabros de la pared como única fuente de luz. –no es uy acogedor.
    Hiroki se acercó a la rudimentaria mesa tras la que estaba sentado su capitán. Aquella mesa y aquella silla eran los únicos muebles de la habitación.
    - No te imaginaba en un despacho.- Volvió a opinar, pero la mente de su capitán estaba a kilómetros de allí.
    El soldado miró a su capitán con una ceja alzada.
    - Akihiko- Ninguna respuesta.- ¡Akihiko!
    El capitán despertó de su letargo y miró a su amigo como si hubiera aparecido de la nada.
    - Si, ya.-Dijo Hiroki agitando una mano como si no le diera importancia.- Acabo de llegar.
    Akihiko se recolocó en su silla y dejó la pluma sobre la mesa para prestar una mayor atención a su amigo, a quien había hecho llamar dada su nueva posición.
    - Bien, perdona que no te pueda ofrecer un asiento.- Empezó a hablar el capitán.- Te quería decir que he mandado una carta a tu nuevo supervisor en el ejército solicitando tus servicios aquí, en la ciudad, como teniente de la guardia de Lutecia.
    Hiroki se sorprendió por aquella petición y al mismo tiempo su mente se asustó un poco, pues había elegido el trabajo como soldado para el ejército porque cobraba más y así oía ayudar a sus padres.
    - Le he hablado bien de ti al juez y ha accedido a conservar tu sueldo, pero esto, al fin y al cabo es decisión tuya.
    El teniente parpadeó de incredulidad.
    - ¿Qué voy a decir?- Dijo él preso de la alegría.- ¡Claro que sí! Akihiko, muchas gracias, sabes la situación que tengo en mi casa y no hay nada que desee más que pasar tiempo con mis padres.

    · · ·


    Tres niveles por encima de los calabozos se encontraba el amplio y grandioso despacho del juez Fuyuhiko, donde este y su otro hijo adoptivo mantenían un intercambio de opiniones.
    - ¿Un teniente?- Preguntó Haruhiko Usami, el próximo Juez de Lutecia, sucesor de su padre, entrenado para continuar su legado.- ¿Desde cuándo ha necesitado la guardia de la ciudad un teniente?
    El juez levantó la vista del documento que estaba redactando para mirarle.
    - No subestimes a tu hermano, Haruhiko.- Le avisó.- Bien es cierto que no tiene la misma capacidad cerebral que tú. Recuerda que tu vienes de buena familia, tienes cabeza de noble, él es un huérfano, pero recuerda, es fundamental tener contento a quien necesitarás más adelante. Y tu hermano puede ser un instrumento muy útil.
    Haruhiko se apartó de la chimenea y caminó despacio con las manos a la espalda hasta el macizo escritorio tras el que su padre adoptivo redactaba sin descanso.
    - ¿Y quién es el nuevo teniente?- Preguntó Harukiko con notable curiosidad pero, intentando.
    - Uno de sus compañeros del ejército, no es importante. –le contestó sin levantar la vista del papel.- Tengo una reunión importante esta mañana, necesitaré que te hagas cargo de algunos trámites de índole…-levantó la vista cuando terminó la redacción del documento que le mantenía ocupado.- moral.
    Haruhiko supo exactamente a lo que se refería su padre adoptivo y la sola idea que confiara en él para tomar dichas elecciones. Acto seguido inclinó la cabeza hacia su padre adoptivo en señal de respeto y abandonó la estancia con paso sereno.
    El juez Fuyuhiko esperó en silencio a que su hijo predilecto abandonara la estancia. Cuando el joven cerró la puerta tras de sí, el juez se tomó un instante entre sus tareas diarias para recostarse sobre el respaldo de su butaca con ambas manos entrelazadas bajo su nariz. Una tormenta de pensamientos bullía en su cabeza, Cómo limpiar la ciudad del mal y del pecado, cómo acabar con aquellos que habían infectado su ciudad con brujería e indecencia. Inexplicablemente sus ojos viajaron hasta el pequeño cajón derecho de su gran escritorio, allí donde permanecía el pañuelo el que el bailarín de ojos esmeralda había enredado en su cuello. Trató de apartar la vista de aquel cajón pero sus ojos le traicionaron volviendo a aquel punto de su escritorio que parecía llamarle a gritos. Tras unos instantes dubitativos alargó la mano para abrir aquel cajón.
    Pero entonces, el golpeo de unos nudillos al otro lado de su puerta le devolvió a la realidad. Su mano deshizo el amago de acercarse al cajón de su escritorio y recobró la postura solemne y amenazante en su silla.
    - Adelante. – dijo con serenidad.
    El guardia que había llamado a la puerta, la abrió y pasó a la estancia seguido de un hombre alto y delgado con cabellos oscuros y ojos azul claro, vestido con buenas ropas y una gruesa capa de color azul oscuro con un broche de plata con forma de su escudo familiar. Con su mano derecha cargaba un discreto maletín.
    - El doctor Kusama, su ilustrísima.- lo presentó el guardia y con una leve inclinación de la cabeza se retiró de la estancia.
    El juez le hizo un gesto con la mano para que se retirara aquel guardia y esperó a que este abandonara la habitación para comenzar su conversación con el médico.
    - Creo que es la primera vez que acude al Palacio de Justicia.- Comenzó la conversación el juez.
    El doctor asintió en silencio mientras echaba un vistazo a su alrededor de la manera más discreta que podía.
    - Si, señoría.-Le respondió.- Mis servicios nunca han sido requeridos en este lugar.
    - Pero vos no sois solo un médico, ¿verdad?- Hizo una pausa para levantarse de su silla y caminar hasta situarse frente al escritorio.- Un hijo de un Barón que decide trabajar es… algo poco común.
    Nowaki tragó saliva y alzó el rostro frente a aquel ataque tan calculado del juez. No era común, por no decir imposible, que un noble quisiera trabajar. Y en su caso, su pasión le había costado muchos enfrentamientos con su padre.
    - Disfruto ayudando a aquellos que necesitan de mi ayuda, su señoría, mi título o el de mi padre no interfiere en mis obligaciones diarias.
    El juez alzó una ceja a aquella contestación. Sin duda era su ocupación la razón por la que le había convocado allí.
    - Sin duda.-Le contestó y volvió a su silla con pasos lentos y solemnes.- Por eso mismo le he convocado, doctor. Seguro que, en su vasta experiencia habrá tenido la oportunidad de observar la anatomía de todas las razas.
    Nowaki permaneció callado, sin embargo, no pudo evitar que sus ojos expresaran una total confusión, pues no comprendía a dónde quería llegar el juez con todo aquello.
    - Como habrá podido observar, nuestra bella ciudad sufre una seria epidemia de gitanos. –Dijo mientras se sentaba de nuevo en su silla.- Por el bien de los ciudadanos de Lutecia necesito tener la información necesaria sobre nuestras diferencias anatómica y así estar preparado.
    El discurso del juez no hacía más que horrorizarle, era como oí hablar a su abuelo u oír hablar a su abuelo sobre el abuelo de este. El juez Fuyuhiko era de la creencia de que el color de piel del ser humano dictaba también el orden de colocación de sus órganos.
    - ¿Disculpe, su señoría?- preguntó incrédulo.
    - Mi deber como protector del pueblo es conocer los puntos débiles del enemigo. –Le respondió el juez.
    - Siento comunicarle, su señoría, que la anatomía del cuerpo humano es la misma para todos.- trató de cortar toda aquella locura. Sin embargo, la respuesta del juez fue recostarse en su silla y entrelazar los dedos debajo de su nariz.
    - Y eso lo sabe usted por la experiencia ¿no es así?
    Nowaki palideció casi al instante, había caído en la trampa del juez.
    - Claro que sí.- Contestó el juez ante el silencio delator del médico.- Nuestra civilización pasa por un momento delicado, doctor. Tendrá que retener su vocación de ayudar a los demás.
    El doctor no daba crédito a lo que escuchaban sus oídos. Era toda una locura.
    - Su señoría, eso no es posible.-Le recriminó.-Todo el mundo merece ser ayudado.
    Aquellas palabras cayeron sobre la mente del juez como un cubo de agua fría.
    - Deje que sea claro con mis palabras, doctor,- le contestó con voz tajante y severa – le prohíbo atender la salud de nadie que no sea un ciudadano legal de Lutecia.
    Nowaki no supo que contestar, o si era prudente contestar, así que permaneció en silencio mordiéndose la lengua ante aquella orden. El Juez al contrario, esbozó una malvada sonrisa y juntó los dedos en un gesto siniestro.
    - Doctor,- Empezó el juez, utilizando por primera vez su otro título.- No le complique la vida a su noble padre y compórtese acorde con su rango.
    Una amenaza muy real. Nowaki no sabía cómo reaccionar aún. Sabía dónde se metía cuando aceptó su modo de vida, pero jamás había recibido una amenaza directa. ¿Hasta dónde sabía el juez? ¿Lo sabía todo o tenía una mera sospecha? El silencio se volvió tan tenso que si alguno tratara de usar su espada para cortarlo, el metal del arma salta ría en mil pedazos. El doctor se esforzó por mantener la postura durante los segundos que duró el intercambio de miradas antes de que el juez le despidiera con un gesto despreocupado de la mano.
    -Puede marchar, Barón, seguro que tiene pacientes a los que atender.
    Nowaki respiró hondo haciendo acopio de fuerzas y asintió en silencio. Se despidió del juez con una respetuosa inclinación de cabeza, heredada de su modestia personal, pues como noble no debería rendirle ningún tipo de pleitesía. Sin embargo, aquella situación ya era bastante delicada.
    Cuando el doctor abandonó la estancia los ojos de juez volvieron rápidamente al cajón del escritorio en el que aún reposaba el pañuelo de aquel gitano. En ese momento no dudó ni un instante más y alargó su mano para abrir el cajón de madera y sacar de él, el pañuelo trasparente, violeta con adornos dorados. Lo observó en su mano unos instantes ¿Qué tenía ese trozo de tela que le ponía tan inquieto? Sin pensarlo, se acercó el pañuelo a la nariz. Olía a especias, tal y como se imaginaba que olería la piel de aquel joven gitano. Aquel pajarillo encerrado en la catedral.

    · · ·


    Shinobu recorrió las calles, cargado con los libros y aún vestido con la túnica de monaguillo, dada su experiencia como ciudadano de aquella ciudad, había aprendido que vestido de religioso evitaba empujones y los intentos de atraco. Sin embargo, la dirección a la que le enviaba la anotación era uno de los barrios más pudientes de la ciudad, Shinobu se detuvo en la puerta de una casa de tres pisos y llamó a la puerta golpeando sus nudillos contra la madera de la puesta.
    Escuchó unos pesados pasos tras la puerta y unos gritos que prometían abrir la puerta. En cuanto se abrió la puerta, salió del otro lado una señora encorvada y demacrada por la edad, demasiado abrigada para evitar el frio. En cuanto le vio, ni siquiera le dejó que se presentara, la mujer puso los ojos en blanco y le dejó pasar.
    - Está arriba, por las escaleras, es la única puerta que hay.
    El chico cerró la boca al instante, había pensado presentarse y aclarar sus intenciones, por no había hecho falta. Tampoco sabía muy bien lo que hacía allí así que tampoco hubiera podido explicar demasiado. Recolocó los libros en su regazo y asintió a las palabras de la anciana antes de entrar. Subió las escaleras, las cuales crujían cada vez que apoyaba un pie en un nuevo escalón.
    La mujer tenía razón solo había una puerta al final de las escaleras, aquel edificio era de una sola vivienda, puede que la planta baja, fuera donde vivía el ama de llaves, pero aun así aquella residencia no era barata. Con todo el peso de los libros sobre un solo brazo y su propio cuerpo, logró alzar la mano libre para llamar a la puerta. Al principio no logró oír nada, ni un solo sonido tras la puerta. Esperó unos instantes y volvió a llamar.
    - Lo he oído la primera vez- Oyó que alguien le advertía desde el otro lado de la puerta a la vez que unos pasos se acercaban.
    Shinobu no esperó encontrarse con aquel hombre cuando la abrió la puerta. Mucho más alto que él, con el pelo corto y oscuro rasgos afilados pero atractivos, unos profundos ojos grises oscuro brillaban tras los rebeldes mechones de pelo de su flequillo. Ya había visto a aquel hombre antes. Había sido uno de los pretendientes de su hermana, aunque no logró convertirse en su marido. Shinobu sintió arder sus mejillas, si él recordaba haberle visto un par de veces, seguro que él también le recordaba.
    - ¡Oh! Eres tú.- Dijo solamente al verle allí. Le sujetó la puerta para que el chico pudiera entrar en la instancia.- Pasa.- Dijo y se llevó la bocilla de la pipa de madera a sus labios. Dio una larga calada al aromático trabajo y soltó la puerta, la cual se cerró en seguida, cuando el chico ya estaba dentro de la casa.
    Shinobu obedeció aunque con movimientos forzados y casi robóticos. No le recordaba. Aquello podía ser una ventaja si iba a verle más veces para llevarle más libros o recoger los que debieran volver a los archivos de la catedral. Pero… si era tal ventaja… ¿Por qué se sentía ofendido?
    El hombre caminó hasta la gran mesa de madera que ocupaba parte de la estancia, rodeada por seis sillas tapizadas con terciopelo azul.
    - Así que el archidiácono cree que tienes posibilidades de entrar en la universidad de la capital.- Dijo él con la pipa aún entre sus labios.- Deja los libros sobre la mesa.
    A Shinobu le pilló por sorpresa aquella afirmación, no tenía ni idea que el archidiácono hubiera hablado de él con aquel hombre. Pero tampoco podía preguntarle directamente dada su posición social. De modo que decidió hacer lo que llevaba haciendo muchos años, callar, asentir y no preguntar. Como odiaba hacer eso.
    Se acercó y dejó los libros sobre la mesa en absoluto silencio. Tras aquel gesto inclinó la cabeza al hombre en señal de respeto.
    - Por favor, tenga cuidado con estos libros, son muy antiguos y sirven para que muchos otros puedan aprender. –Le dijo- Vendré a recogerlos cuando usted o el archidiácono lo desee.
    Por primea vez, Shinobu pudo detenerse a contemplar a aquel individuo. Vestido con pantalones marrón oscuro, botas de montar negras y una blusa blanca impoluta bajo un chaleco de tres botones de color más oscuro que los pantalones. No entendía como su hermana le había dicho que no a alguien así. Con una mano sobre una de las elegantes sillas y la otra sosteniendo la humeante pipa y en su rostro una mueca de… ¿confusión?
    - ¿Acaso sabes por qué estás aquí, chico?- Le preguntó él.
    A lo que Shinobu decidió seguir con su estrategia y asentir silenciosamente con la cabeza antes de responder.
    - Sí señor, vengo a entregarle estos libros de parte del archidiácono.
    Aquel hombre parpadeó incrédulo, aquel viejo no le había dicho nada. Se llevó la mano de la silla al rostro con un suspiro.
    - Chico, lo que no te ha dicho ese viejo es que voy a ser tu tutor.
    Shinobu se estremeció al oír cómo hablaba del archidiácono, pero la segunda parte de aquella afirmación le rompió todos los esquemas mentales.
    - ¿co-cómo?- Logró tartamudear.
    El hombre tomó asiento en la silla que presidía la silla a la vez que daba otra profunda calada a su pipa.
    - El archidiácono, mi tío, lleva unos meses escribiéndome sobre ti.-Le explicó- Él me explicó tu situación y tus intenciones.
    El chico tuvo que apoyarse con una mano en la mesa para conservar el equilibrio, todo aquello no podía ser real.
    - Cree firmmente que tienes potencial para aprobar el examen ingresar en la universidad con «la benevolencia del Rey», siempre y cuando recibas la ayuda adecuada.
    Aquello era real, estaba pasando de verdad, Shinobu pensó que en cualquier momento iba a desmayarse.
    - ¿Y quién mejor para prepararte que un profesor de esa misma universidad?
    Aquello fue la gota que colmó el vaso, sus rodillas le flaquearon y cayó al suelo. Todo por lo que había luchado, todas las horas sin dormir, todas las pesadillas en las que nunca llegaba si quiera a reunir el dinero suficiente para comprar los libros para el examen, le vinieron a la cabeza. Por un momento la vida estaba siendo buena con él y, sin darse cuenta, había empezado a llorar.
    - Tranquilo chico.- Le respondió su nuevo profesor. No celebremos nada antes del examen, aún tenemos cuatro meses para prepárate.
    Shinobu levantó la visata hacia él ¿Cuatro meses? No iba a ser tiempo suficiente.
    - ¿Qué esperabas?- Le contestó su nuevo profesor al notar el temor de sus ojos.- ¿Presentarte a la siguiente convocatoria? No, te presentarás este año.
    De pronto el chico sintió una fuerza de ánimo procedente de su pecho. Sí, podría hacerlo e iba a conseguirlo. Se levantó del suelo y se secó las lágrimas con la manga del hábito de monaguillo.
    Su nuevo profesor hizo una media sonrisa frente a aquel gesto y se levantó de la silla para acercarse a él y ofrecerle su mano.
    - Me llamo You Miyagi y voy a ser tu tutor.
    Shinobu le estrechó la mano con efusividad y decisión.
    - Soy Shinobu Takastsuki.- Le respondió y en ese momento, supo que había fastidiado la situación. Pues la reacción de Miyagi al oír su apellido le hacía saber que le había reconocido.
    La mano de Shinobu comenzó a sudar en aquel apretón de manos que podía sellar su deseado destino o su perdición.
    - Tú…- Comenzó Miyagi.- Eres el hermano de Risako.
    Mientras la mente del profesor ataba cabos, Shinobu perdía toda esperanza.
    - Menuda coincidencia.-Terminó la frase con una media sonrisa y soltó la mano del chico.- Te espero aquí mañana a las 8 de la mañana.- Le miró de arriba abajo.- Y no vengas vestido de monaguillo.

    · · ·


    En su lúgubre despacho de en el palacio de justicia, el juez Fuyuhito terminaba sus quehaceres diarios bajo la iluminación de las velas y la chimenea. Aunque por más que trataba de prestar atención a lo que trataba de escribir, su mente se redirigía una y otra vez a la existencia de aquel pañuelo en el cajón de lado derecho de su escritorio.
    Aquel pañuelo con el que le había desafiado el gitano durante su baile, aquel que olía a él, que le tentaba hacia la perdición. Aquel maldito trozo de tela hechizado de pecado. No pudo aguantarlo más. Cesó su escritura y abrió de golpe el pequeño cajón del escritorio. Allí estaba aquel trozo de tela tan delicada y maldita.
    Tomó la prenda con absoluto cuidado y la alzó lentamente para poder admirarla con detenimiento, todo un objeto de deseo y un instrumento para el mal. Pero la luz que se filtraba por la traslúcida tela le incitaba a admirarla un poco más, a sentirla. Se acercó la tela al rostro y hundió la nariz en ella, sí aún estaba su esencia en ella.
    Se descubrió a sí mismo en la trampa de aquel demonio y alejó el trozo de tela de su rostro tan rápido como pudo, se levantó de un bote de su butaca y de acercó decidido a la chimenea a acabar con aquel maldito objeto.
    Pero no pudo, miró directamente a las llamas y después a aquel trozo de tela. No podía hacerlo. Sus ojos fueron directamente a la imagen esculpida en piedra de la deidad que reposaba sobre la chimenea.
    - Soy un hombre de bien.- Se dijo a sí mismo.- De mi virtud puedo alardear.- Alzó la vista hacía la figura de la deidad,- He demostrado ser también más puro que esa chusma tan vulgar.
    La figura de la deidad se veía iluminada por la tenue luz de la estancia, procedente de las velas y la propia chimenea.
    - Pues dime,-Le recriminó a la figura de piedra- ¿Por qué al verle bailar creo que voy a perder el control? Le veo y mi alma toda empieza a arder, al ver que en su cabello brilla el sol.- Dijo alzando la mano que sostenía el pañuelo de aquel gitano y que aún contenía su olor. Pero aquel no era él, era la reacción al hechizo que el chico gitano pretendía echarle, pero la pureza de su alma era aún más fuerte.- Es fuego de infierno. Fruto del pecado, cruel y mortal. Me arrastra hacia el mal.- Pero su alma puro volvió a sentirse arrastrada por la suavidad de aquella tela y se atrevió a acercarse la prenda una vez más al rostro, solo una vez más para notar su suavidad.- ¡No!- Se gritó a sí mismo. Pues la pureza de su alma valía más que todo aquello.- Protégeme, -Le pidió a su deidad.- que no me lleve a mi perdición ¡Destrúyelo! En el infierno debe arder.- Acercó de nuevo el pañuelo a la hoguera de la chimenea, pero aún no estaba dispuesto a soltarlo.- Si no va a ser jamás mi posesión…-Murmuró.- Que Dios se apiade de ti.
    El juez finalmente dejó caer el trozo de tela a las llamas. El pañuelo cayó sobre los troncos que ya ardían en la chimenea y no tardó en ser pasto de las llamas. El juez observó como el fuego devoraba la prenda, como si en el mismo proceso su alma se viera purificada. Pero el sonido de alguien llamando a la puerta le distrajo.
    - Adelante.- Dijo.
    Su hijo adoptivo y nuevo capitán de la guardia de la ciudad apareció tras la puerta.
    - ¿Qué ocurre, hijo mío?-Le preguntó.
    Aquel trato de hijo adoptivo le quemaba en las entrañas a Akihiko, pero estaba allí, para hacerle llegar el mensaje de los soldados apostados en las entradas y salidas de la catedral.
    - El gitano ha escapado, excelencia.- Le dijo él.- Nadie le ha visto salir de la catedral, sin embargo, ya no está allí.
    El juez miró incrédulo a su hijo adoptivo sin poder creer lo que oía.
    - Pero, ¿cómo? – Empezó, pero de pronto sintió que el capitán no le estaba contando toda la verdad, alguien que había vivido tantos años en la catedral tenía que saber cómo salir sin ser visto.- No cese la búsqueda capitán.- Se reafirmó en su estrategia.- Ese gitano es peligroso y lo quiero arrestado y en los calabozos del palacio de justicia cuanto antes.

    · · ·


    El Doctor Kusama entró en su residencia digna de un barón y tendió su abrigo a su mayordomo antes de que él le diese la bienvenida. Fue directo a su biblioteca, el único sitio en el que podría estar a solas y se encerró.
    Pocas veces en su vida perdía los nervios y aquella vez parecía ser una de ellas. Tenía ganas de gritar, romper todo lo que se encantarse a su paso y maldecir a aquel lunático a los cuatro vientos. ¿Cómo iba a negarle la asistencia médica a aquellos que más lo necesitaban?
    Y seguro que en pocas horas tendría a un par de guardias siguiéndole los pasos para asegurarse de que cumplía su palabra. ¿Qué palabra? ¡Él no había accedido a nada! Pero ese loco le había ordenado ¡A él! ¡Al hijo de un Barón! Que cesase su actividad. Pero era un terreno peligros. Podría ser acusado de alta traición al desobedecerle y frente a eso, ningún título le protegería.
    Necesitaría amas nobles de su parte para hacerle frente, sin embargo, la humanidad y la solidaridad no eran virtudes abundantes en la nobleza de aquel país. En aquella estancia, rodeado de libros, de saber y cultura, Nowaki se sentía con la mente en blanco. ¿Cómo iba a llegar hasta aquellos con una mayor necesidad si le seguían a todas partes?
    Se dejó caer sobre una de las butacas de la estancia y se llevó las manos al rostro, forzándose a buscar una solución, su mirada se posó en una de las estanterías de la biblioteca, no una estantería normal, sino en una estantería falsa.
    Aquella estantería era, en realidad, una puerta hacia un pasillo secreto que llegaba hasta las cocinas, recordó como de pequeño se escabullía de sus lecciones utilizando esa puerta y bajaba hacia las cocinas a por un trozo de tarta. Las cocineras siempre le consentían demasiado.
    Y de pronto una idea iluminó su mente. Lutecia no era una ciudad cualquiera, antes de Lutecia, en aquel mismo sitio se hallaba otra ciudad, destruida hacía siglos en una sangrienta guerra y los nuevos ciudadanos, en lugar de restaurar las ruinas, construyeron encima. Convirtiendo aquella antigua ciudad en parte de las catacumbas. Por lo que se había fomentado el mito que toda la ciudad se hallaba conectada por túneles subterráneos.
    No era una idea tan descabellada y sabiendo la pasión de su bisabuelo por la arquitectura seguro que tenía los planos en algún lugar de esa misma biblioteca.

    · · ·


    - No lo entiendo.- siguió su hermano.- ¿Qué tiene de malo vivir con nosotros?
    - ¡No tiene nada de malo!- Le contestó Misaki en tono cansado de aquella misma discusión.- Pero vosotros ahora sois una familia.
    - De la que tú eres parte.- Le dijo su cuñada mientras podía la cena sobre la mesa y Takahiro preparaba los platos.
    Misaki acunó a su sobrino en sus brazos mientras se paseaba por la reducida estancia de las antiguas catacumbas en la que s hermano y su cuñada habían establecido su hogar. Mahiro, su sobrino estaba a punto de dormirse en sus brazos cuando Misaki había decidido sacar el tema de mudarse a otro cubículo, en la misma red de túneles, un sitio en el que pudiese vivir solo, como un adulto. Una idea que al resto de su familia no le hacía mucha gracia.
    -Eso tampoco lo dudo.- Intentó hacerse escuchar.- Pero vosotros necesitáis vuestro espacio y yo el mío. Estaremos a menos de sesenta metros de distancia.
    - ¿Sesenta metros?- Reaccionaron ambos, como si Misaki fuera a abandonar el país.
    -Menos de sesenta metros.- Repitió él.- Además es más seguro para todos.- Les recordó.- Me buscan a mí, si me encuentran, mejor que sea solo.
    Takahiro terminó de servirlos platos para la cena. Misaki se acercó a la cuna para dejar allí a su sobrinito.
    -No te van a encontrar aquí.- Dijo su hermano.- Nadie sabe cómo entrar aquí.
    -Por si acaso.-Murmuró Misaki.
    Pero los problemas no habían hecho nada más que comenzar. En aquellos mismos instantes, cubierto por un manto nocturno, un jinete se acercaba a toda velocidad a la ciudad de Lutecia con una noticia que lo cambiaría todo.

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    Espero leer vuestras opiniones y comentarios!!

    Edited by Drewelove - 6/5/2018, 21:00
     
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  9. Drewelove
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    ¡Hola a todos y a todas!
    Aquí os dejo el siguiente capítulo.
    Espero que os guste y también espero poder leer vuestros comentarios pronto.

    Akihiko-and-Misaki-junjou-romantica-24745047-480-270

    SPOILER (click to view)

    4. El rey ha muerto



    La lluvia comenzó a caer en cuanto el misterioso jinete llegó a las puertas de la ciudad. Las pezuñas de su caballo se hundían en el lodo del camino, el aire frío y húmedo se le calaba en los huesos.
    -¡Ah de la muralla!-Vociferó a todo pulmón, pero nadie respondió a su llamada.- ¡Ah de la muralla!- Repitió y esperó de nuevo una respuesta.
    -¿Quién va?- Sonó la voz del vigía desde lo alto de la muralla, por fin.
    El mensajero levantó la vista hacia aquella sombra en la noche que parecía hablarle desde lo alto de la muralla.
    -¡Traigo una misiva de la Corte para el juez Fuyuhiko!- Respondio.- ¡La misiva lleva el sello real, puedo demostrarlo!
    Su voz dio paso de nuevo al sonido de la lluvia, se estaba congelando a las puestas de la ciudad.
    -¡Abrid las puertas!- Sonó una voz tras la muralla.- ¡Abrid las puertas!- Sonó otra voz.
    Un crujido hizo estallar el silencio, le siguieron los sonidos del esfuerzo y las órdenes de los soldados al otro lado de la muralla y las puertas finalmente se abrieron. Tres soldados empujaban de cada puerta y del interior de la ciudad surgieron dos soldados más, de un mayor rango, que se acercaron al mensajero, le pidieron examinar el sello de la carta y la banda real que portaba el mensajero bajo su capa, como indicaba su rango. Solo entonces decidieron dejarle pasar y acompañarle hasta su destino, el palacio de justicia.

    · · ·


    Akihiko se enfundó en sus ropajes como si el edificio estuviese en llamas y tuviera que salir corriendo. Lo había aprendido en el ejército. Uno de los soldados, acompañado por un criado había ido a avisarle de que se requería su presencia cuanto antes en el despacho de su padre. Tras ponerse los pantalones, las botas y su bata, salió escopeteado de sus aposentos en dirección al despacho del Juez.
    No debía ser nada bueno. No, si les habían despertado en mitad de la noche, debía ser algo terrible. Empujó la puerta del despacho sin ningún miramiento, su hermanastro y futuro juez ya estaba allí con la tez pálida como si hubiera visto un fantasma, una mano sobre su moca y los ojos abiertos de par en par. Su padrastro sostenía la misiva entre sus huesudas manos, sentado tras su escritorio, ambos aún seguían con el camisón de dormir y la bata. No hacía falta ser muy listo para saber que la situación en la que se encontraba, sea cual fuere, era muy delicada.
    - ¿Qué dice la carta? –Se atrevió a romper el silencio Akihiko.
    Su hermanastro ni se dignó a mirarle, el juez, al contrario, se llevó una mano a la frente donde apoyar su pesada cabeza.
    - El rey nos ha dejado.- Dijo con voz cansada.- El monarca ha muerto hace apenas unas horas.
    Aunque el juez y Haruhiko dudaran de la inteligencia de Akihiko dada su procedencia, el capitán sabía muy bien lo podría acarrear la pérdida de aquel monarca. El príncipe y heredero al trono del reino tenía nueve años, aún no podía reinar, aquella situación dejaba el poder en manos de los asesores del rey y la reina viuda. Demasiados conflictos de intereses en manos de la cúpula de personalidades más ricas del país. Todos mirarían por sus propios intereses, no tardarían en surgir bandos por quién debería ser elegido regente, no sería la primera vez que una situación así desembocara en una guerra civil.
    - He de partir a la capital cuanto antes.- sonó la voz del juez de nuevo.- La reina nos convoca a todos los guardas de las ciudades.
    Aquello era de esperar, en un periodo de incertidumbre como aquel, la corte, querría dejar fijado el próximo paso, qué iba a suceder desde entonces.
    - No sé cuánto tiempo deberé permanecer en la capital, roguemos a la deidad que no sea demasiado.- Murmuró aquella última parte el juez.
    Akihiko se limitó a asentir en silencio, aunque en sus adentros deseaba que su padrastro estuviera el máximo tiempo posible fuera de las murallas de Lutecia.
    - En mi ausencia, Haruhiko tomará las riendas de mi puesto.- Aquellas palabras cayeron sobre la cabeza de Akihiko como si de un yunque de plomo se tratasen. Sin embargo, su hermanastro parecía haberse convertido en un pavo real, su exceso de orgullo y confianza le hacían temer a Akihiko de las consecuencias de aquella decisión.- Todas sus órdenes deberán acatarse como si fueran las mías propias.
    Su padrastro se levantó de su butaca y se acercó hasta su hijo adoptivo y futuro juez. Le puso una mano sobre el hombro con subo orgullo.
    - Te he enseñado bien, hijo. –Le dijo.- Es tu hora de demostrar que puedes desempeñar este trabajo.
    Haruhijo hinchó el pecho y se puso recto como un soldado.
    - No os defraudaré, padre.
    - Lo sé, hijo mío.- Le respondió con una media sonrisa.- Ya sabéis como quiero que actuéis en lo referente al orden de la ciudad. Y vuestro hermano,-Hizo una pausa para dirigir la mirada al capitán.-deberá acatar todas y cada una de vuestras órdenes.
    «Y subiré las escaleras del campanario usando la punta de mi polla.» pensó Akihiko, la situación en la que se encontraba era demasiado peliaguda. Pero solo podía hacer una cosa…Golpeó los talones de sus botas como un soldado ejemplar y agachó la cabeza. «Tú pide por esa boquita, hermano, que ya veremos si se cumple.» pensó.

    · · ·


    El rey ha muerto.
    La noticia había llegado hasta los rincones más recónditos de la ciudad, hasta la mismísima corte de los milagros. Una mezcla de incertidumbre y miedo inundaba el ambiente del refugio subterráneo. Algunos especulaban sobre la idea de huir hacia otro reino en caso de que las cosas empeorasen, pero, ¿a dónde? Con el fin del invierno cerca, viajar sería más seguro, los campos empezarían a dar sus frutos y si no encontraban un refugio rápido aún tenían hasta el invierno siguiente para seguir buscando. Sin embargo, el problema era el de siempre, las leyes anti gitanos, la predisposición xenófoba y racista de la población.
    Tan solo con ver el tono de su piel ya no les dejarían entrar en muchas ciudades.
    - Lo bueno, es que el juez parte para la capital.- Valoró Manami mientras le daba el pecho al pequeño Mahiro.- Esperemos que su sustituto no sea como él.
    - No tengo muy claro si la maldad es innata o si nace con la práctica.- Valoró Takahiro sobre la afirmación de su esposa.- Solo espero que los guardias estén más distraídos con el cambio de toma de mando cuando vayamos a por víveres.
    Misaki terminó de anudarse la bota antes de ponerse en pie y ponerse la capa. Su mente no dejaba de dale vueltas a la posibilidad de encontrarse con el capitán de nuevo aquella tarde. Aunque irían por fuera de las murallas y los soldados se concentraban principalmente en los barrios de dentro de la ciudad.
    - ¿A dónde te crees que vas?- Le preguntó su hermano.
    Misaki le miró con una ceja alzada.
    - A por víveres, contigo, con todos los demás como cada mes.-Le respondió totalmente desubicado.
    Su hermano negó con la cabeza y se aceró a él para desanudarle la capa.
    - De eso nada, tú te quedas aquí.
    Misaki protestó apartándose de su hermano con la capa medio atada.
    - ¡Takahiro!- le regañó.- Yo también puedo ayudar, necesitaréis todas las manos posibles.
    - ¡Te buscan por toda la ciudad!- Le devolvió la regañina su hermano.- ¿Crees que sólo te buscarán dentro de las murallas?
    Su hermano tenía razón, pero no podía quedarse sentado viendo como la situación empeoraba. Él podía ayudar, debía ayudar. Misaki le miró con enfado, podía replicarle, pero no se le ocurría nada que no sonase como la queja de un niño enfadado.
    - Misaki, quédate.- Le pidió Manami.- Quien había terminado de alimentar al pequeño y ahora se paseaba por la estancia con el bebé en posición vertical sobre su pecho.- Habrá una reunión para tratar el reparto de alimentos y la situación como comunidad, serás de ayuda aquí también.
    Él miró a su cuñada y devuelta a su hermano con los labios apretados en un gesto de rabia. Alzó las manos y se desanudó por completo la capa.
    - De acuerdo, me quedo.- Su hermano asintió aliviado.- Solo por esta vez.

    · · ·


    El juez Fuyuhiko partió aquella misma tarde, con algo de prisa, llegaría la capital recién entrada la noche. Sus dos hijos adoptivos le despidieron a las puertas del palacio de justicia, junto al teniente de la guardia de la ciudad y algunos de los criados.
    Hiroki no había aguantado tanto la respiración en su vida, al menos de manera inconsciente, pues cuando el carruaje negro del juez desapareció entre las calles de la ciudad y en dirección a las puertas de las murallas sintió como si una presión invisible se aliviaba en su pecho. Pero lo que sí tenía seguro era que aquello no iba a durar lo suficiente como para disfrutarlo.
    - Vayamos al despacho de padre.- Le dijo Haruhiko a Akihiko.- Vos también, teniente.
    El teniente asintió en silencio y siguió al capitán tras el hermano de este hasta el despacho del juez. Suponía que el juez en funciones les daría las directrices para seguir en ausencia del juez Fuyuhiko. Sin embargo, lo que el hermano del capitán puso sobre la mesa, dejó estupefacto a ambos.
    - Esto es una orden de búsqueda.- Dijo Akihiko en voz alta.- ¿Todo esto por ese niño gitano?- Trató de disimular su preocupación por aquel asunto.
    - Padre la dejó firmada para mí antes de irse.- Dijo Haruhiko.- Se le reclama vivo, la recompensa son quince piezas de oro, de momento.
    Hiroki se acercó al escritorio de madera oscura y ocupó el lugar junto a su capitán para observar aquella orden impresa en papel amarillento.
    -Disculpad mi atrevimiento, señoría.- Se dirigió Hiroki a Haruhiko.- ¿Qué queréis decir con “de momento”?
    Quería decir exactamente eso, pensó Akihiko. Quería decir que las condiciones podían cambiar en cualquier momento. La recompensa podía aumentar o incluso…Podían pedir su muerte.
    - Con un espécimen que huye de una forma tan furtiva de los soldados de la ciudad, toda precaución es poca.- Le respondió Haruhiko.- Cuanto mayor la recompensa, mayor será la motivación del vulgo por ayudar a la justicia.
    Akihiko no podía apartar la mirada de la orden de búsqueda y captura, se le acusaba de insurrección, alteración del orden y, lo peor de todo, brujería. Todo aquello sumaba una pena que hacía que sus huesos temblaran. La orca.
    En la misma orden se advertía al que intentase capturarlo, que no le mirase a los ojos o dejase que sus envenenadas palabras embrujaran sus sentidos. Akihiko no era uno de los que creía en la brujería, a diferencia de la mayoría de la población de su época.
    - También pondré en marcha esta misma semana la ley de prohibición de asociación con grupos callejeros.- Dijo Haruhiko.- Tal y como lo ha dispuesto nuestro padre.
    Aquella afirmación fue aún más inhumana. Akihiko miró a Hiroki quien parecía quedarse más pálido por momentos.
    - Es hora de limpiar esta ciudad, demasiado se han aprovechado de los gentiles ciudadanos de Lutecia aquellos que roban y embrujan.
    Akihiko notó como un sudor frío le recorría la nuca.
    - Todo aquel que sea visto colaborando con gitanos será detenido y llevado a los calabozos.-Anunció el hermanastro del capitán.- Debemos reeducar a la población antes de que se vean arrastrados por la senda del mal.
    - ¿Bajo qué pena?- Se atrevió a preguntar Akihiko. Aquella respuesta que no se atrevía a escuchar.
    Su hermanastro asintió en silencio con gesto solemne como si tomara la más sabia de las decisiones. Pero bien sabía Akihiko que, su hermano, estaba disfrutando con todo aquello.
    - Todo aquel que colabore con esa gente, perderá una mano.

    · · ·


    El doctor Kusama abandonó el hogar del teniente de la guardia de la ciudad tras visitar al padre de este. El paciente parecía mejorar, pero dada su enfermedad, el doctor temía que lo que estuviese viendo fuera la “Mejoría de la muerte” un extraño fenómeno de mejoría que sufre el paciente antes de morir. Como si el cuerpo se esforzara en dar un último adiós.
    Ya lo había visto en otros pacientes y sabía de buena tinta que el fenómeno podía durar desde minutos hasta días. Sin duda, esperaba que ese no fuera el caso del padre del teniente. Solo pensar en que el teniente había hecho tanto por mantener a su familia y para estar con ellos le hacía desear que aquel hombre fuer inmortal.
    Nowaki se pasó una mano por el pelo para despejar su mente pues le esperaba una misión muy distinta. Ya había terminado con sus pacientes por aquel día. Al menos con sus pacientes “legales”, sabía que le estaban vigilando, el juez no iba a dejarle hacer tan libremente. Pero él tenía un plan, uno que no podía fallar. Así que respiró hondo y comenzó la ruta hacia la catedral.
    Las calles de Lutecia estaban tranquilas ya entrada la tarde. Las familias ya ocupaban sus hogares, las tabernas estaban llenas y en las calles solo quedaban algunos pocos y los guardias de patrulla. Nowaki no había vivido durante los años antes de la influencia del juez Fuyuhiko. Cuando él nació, el juez ya estaba en el poder. Aunque sí recordaba a su padre agradeciendo el cambio de mando pues, al parecer, el anterior juez era demasiado “benévolo”. A veces Nowaki rogaba ser adoptado, pero conociendo a su padre, nunca le hubiera reconocido como hijo de ser así.
    Las torres de la catedral aparecieron frente a él. La plaza estaba semidesértica, ya habían retirado el mercado y se habían acabado los servicios religiosos hasta el día siguiente. En la entrada principal la custodiaban dos soldados de la guardia de la ciudad. El juez ya no se fiaba ni de los representantes de la deidad en la tierra.
    - ¿A dónde se cree que va señor?- Le preguntó uno de los guardias obstruyéndole el paso, claramente no sabía quién era.
    - Vengo a visitar al archidiácono, soy su médico.-Mintió.
    El segundo soldado le miró de arriba abajo.
    - Va bien vestido y lleva un maletín típico del oficio que comenta.- Valoró el otro soldado.
    El doctor Nowaki forzó una sonrisa todo lo amable que pudo y le extendió la mano a aquel segundo soldado.
    - Soy el doctor Nowaki Kusama, un placer el conocerle.- Aquella era su última herramienta siempre: decir su nombre a alguien que podría reconocerle, pero tenía que admitir que el título de su familia le había facilitado el trabajo muchas veces.
    Vio como el rostro del guardia palidecía por momentos al reconocer su nombre, escuchó las torpes disculpas de ambos, a los que contuvo con una amable sonrisa y con la promesa de que no estaba ofendido como lo estaría cualquier otro noble y finalmente, le dejaron pasar.
    La catedral estaba casi en silencio, sin contar con los pasos de un par de monjes que abandonaban la nave de la catedral en dirección a una de las capillas laterales. El doctor no se lo pensó dos veces y avanzó hacia ellos para preguntarles si sabían dónde se encontraba el archidiácono y si podía recibirle de inmediato. Ambos monjes dudaban de si el archidiácono se encontraría en su despacho o si ya se preparaba para las oraciones de la noche, pero le acompañaron al noble doctor a su despacho de muy buena gana. Afortunadamente el archidiácono se encontraba en su despacho ocupándose de los últimos menesteres del día cuando el doctor Nowaki apareció en su puerta acompañado de por dos monjes.
    - ¡Doctor!- Se sorprendió al verle.- No le esperaba hoy, pase, pase.
    El archidiácono se despidió de ambos monjes antes de pedirle al doctor que cerrara la puerta tras él.
    - Sé que le resultará extraña mi visita, archidiácono. –Comenzó el Doctor.
    - Me preocupa más que venga preocupado por mi salud, doctor.- Bromeó él.
    A lo que Nowaki le devolvió la sonrisa y negó con la cabeza.
    - Está usted tan sano como un roble, nos va sobrevivir a todos.- bromeó.
    - No diga eso doctor.- Le trató con precaución.- Nadie quiere vivir para presencial las muertes de sus contemporáneos.- Toda una lección.- Tome asiento.
    Le invitó el archidiácono a lo que el médico obedeció.
    - ¿A qué debo esta agradable visita?
    Nowaki abrió su maletín para sacar de él un pergamino antiguo, enrollado ya varias veces sobre sí mismo.
    - Me encuentro en una posición delicada, archidiácono.- Le confesó.- El juez Fuyuhiko me ha prohibido que asista a los más pobres.
    La cara del religioso mostró el horror que sentía al oír aquellas palabras.
    - Ese hombre está loco y por la deidad que será tratado acorde con sus pecados cometidos en cuanto muera.- Maldijo de aquella forma tan…religiosa digna de aquella institución.
    - Pero no podemos esperar a que el juez muera, señor.- murmuró el médico en tono serio.- Mientras él infunde su reino de terror muchos mueren por no recibir una atención médica a tiempo. Muertes que se pueden evitar.
    El archidiácono apretó los labios en señal de rabia y asintió con la cabeza. Pero con la prohibición del juez y con la vigilancia que seguro tenía, no había nada que pudieran hacer.
    - ¿Qué idea habéis tenido?- Le preguntó el archidiácono con la esperanza de que efectivamente hubiera otra manera.
    Entonces el doctor Nowaki se incorporó sobre la silla para desplegar el pergamino que aún permanecía en sus manos. En él se dibujaba un plano de la ciudad de Lutecia, sin embargo, no era la Lutecia actual.
    - Esto es…- comenzó el religioso.
    - Es un plano de la ciudad antigua, a unos metros bajo nuestros pies.- Le confirmó el doctor.- Según lo que he podido investigar, algunas zonas están completamente destruías y reutilizadas como cimientos de los nuevos edificios. Sin embargo.-Dijo mientras señalaba a donde debería estar la catedral actual.- La zona de la catedral y la plaza sigue como está, calles y calles bajo nuestros pies.
    - No esperaba menos de vos.- Le premió el archidiácono con una sonrisa.- Vuestro bisabuelo fue el arquitecto de muchos de los edificios de la ciudad nueva, entre ellos el mismo palacio de justicia.
    Nowaki asintió con la cabeza, aquel era un dato familiar del que no se sentía muy orgulloso.
    - Por eso mismo he tenido acceso a la información que me ha permitido identificar las zonas no derruidas, los túneles bajo nuestros pies y que conectan con la llamada Corte de los Milagros. –Hizo una pausa al ver el gesto dubitativo del archidiácono.- No creeríais que con vendarme los ojos era suficiente ¿Verdad? Sé perfectamente dónde está y ahora, con esto,-Dijo señalando al mapa.- sé cómo llegar hasta mis pacientes sin ser visto.

    · · ·


    Misaki entró hecho una furia al hogar de su hermano y su esposa, que pronto dejaría de ser también el suyo. Manami entró tras él con su bebé en un pañuelo bien sujeto a su pecho. Misaki no podía cree lo que había escuchado durante la reunión, realmente se planteaban el huir a otra ciudad, ¿acaso no era evidente? Les iba a pasar lo mismo fueran a donde fuesen. Y Misaki se negaba a abandonar la ciudad en la que estaban enterrados sus padres. Huyendo no iban a solucionarlo. Y para colmo se enfrentaban a un brote de gripe en la corte de los milagros. De momento solo afectaba a tres niños y a una de la madre de estos, pero dos de los niños estaban muy graves, eran de cuerpo débil y muy probablemente no pasarían de aquella noche. Sin embargo, por petición mayoritaria se había decidido que nadie abandonara la corte de los milagros en la próxima semana debido a la muerte del rey y los cambios políticos que ello pudiera acarrear.
    - ¡No puede ser que lo digan en serio!- Dijo Misaki lleno de rabia.
    - Misaki, tranquilo.-Le pidió manami.
    - ¿Cómo voy a tranquilizarme?- Le contestó.- ¿y si Mahiro también enferma? ¿Qué vamos a hacer?
    Su cuñada también estaba preocupada por aquella posibilidad, un bebé no sobreviviría a una gripe.
    - Me quedaré aquí, lejos de esos niños.-Intentó convencerse a sí misma.
    Misaki se pasó las manos por la cara en un gesto de frustración. La partida para recoger alimentos aún no había vuelto ni lo haría en unas horas. Una idea cruzó su mente. Sabía perfectamente dónde vivía el doctor, solo tenía que coger el túnel que comunicaba con la acequia este y después caminar por cuatro calles, en plena noche nadie le vería. Podía hacerlo.
    Sin pensárselo más tomó su capa y se la puso al cuello mientras salí de aquel cubículo.
    - ¿A dónde vas?- Le preguntó Manami.
    - Necesito despejarme, voy a dar una vuelta por los túneles.- Le mintió.
    Afortunadamente, su cuñada decidió creerle aquella vez. Mejor para ella, porque si supiera a dónde iba no iba a quedarse tranquila. Misaki anduvo por túneles casi a oscuras durante largo rato, con la única ayuda de una antorcha. Debía darse prisa antes de que notaran su ausencia. Caminó por calles abandonadas de la ciudad antigua, enterradas por la ciudad nueva. Todo un tesoro para quien necesitara escapar de la autoridad. Al llegar a la alcantarillado este, dejó la antorcha en los túneles, pues las rejillas de la superficie podían delatarle. ¿Cuántos años podría tener aquel alcantarillado si nadie sospechaba de su uso para los proscritos? Misaki caminó entre aguas mal olientes hasta llegar a un tramo que comenzaba a estar más iluminado por la luz exterior. Estaba llegando a los barrios ricos, donde las rejillas del alcantarillado eran más largas y anchas para mantener las calles limpias. Revisó las tapas de las rejillas que tenía en un recorrido de dos calles hasta detectar una que estaba suelta de su enganche. Concentró sus fuerzas y logró arrancarla de su posición para poder salir.
    Por fin estaba fuera, recolocó la rejilla y corrió hacia las sombras, no podía ser visto. Miró la calle en la que estaba y las de su alrededor, en aquella calle habían dos tabernas con soldados lo suficientemente borrachos como para pasar desapercibido y tras aquella calle, el barrio más pudiente de la ciudad. Aprovechándose de las sombras y la embriaguez de algunos, Misaki llegó hasta un pequeño callejón sin ser descubierto, corrió callejón arriba hasta el barrio rico y avanzó tres calles más, allí estaba el palacete del barón y su familia, una vivienda enorme donde podrían vivir perfectamente todos los gitanos de la ciudad y, sin embargo, en el solo vivían tres personas y sus criados. Pero, al menos el hijo del barón era diferente.
    Y de pronto Misaki se dio de frente con el principal problema de su plan ¿Cómo iba a entrar? ¿Cómo sabía en qué estancia iba a estar el doctor? Si entraba por cualquier ventana podía ser descubierto y no podía correr ese riesgo. ¿Había llegado hasta allí para nada? No para nada no, por una vez, le iba a sonreír la suerte. El doctor Nowaki Kusama apareció por la calle principal que daba a su hogar. Misaki vio su oportunidad, se acercó rápidamente hacia él, le agarró de la capa con ambas manos y lo empujó a las sombras de nuevo. Un movimiento que si el doctor no hubiera estado desprevenido no hubiera surtido efecto pues físicamente Nowaki era el doble de alto que Misaki. Una vez en las sombras se apresuró a taparle la boca al médico antes de que diera la alarma y se descubrió la capucha de la capa para que viese que era una persona conocida.
    La expresión del rostro de Nowaki fue de enfado a pura sorpresa. Misaki se llevó un dedo a los labios para advertirle de que se mantuviera en silencio y le retiró su mano de la boca.
    - ¿Pero qué hacéis aquí?- Le susurró el médico.- ¡Es peligroso!
    - ¡No tenía otra opción!- Le contestó él también en un susurro.- Necesito medicinas para la gripe o unos niños morirán esta noche.
    Nowaki sabía muy bien qué niños eran pues tenía planeado visitarles aquella tarde, sin embargo, con la advertencia del juez y su plan de los túneles tenía que posponer sus citas un par de días. El médico dirigió una mirada a su palacete y de nuevo a Misaki.
    - La tercera ventana por la derecha, la dejaré abierta.

    · · ·


    Akihiko apuró el contenido de su jarra de cerveza. Hiroki, al otro lado de la mesa hizo lo mismo con la propia. Ambos en silencio se habían propuesto emborracharse en aquella taberna sobrepoblada de soldados en la que no pasaban desapercibidos aunque lo intentasen. Las bebidas gratis para el honorable capitán de la guardia y su teniente.
    Hiroki no quería volver a casa sabiendo que su padre sí que iba a recibir tratamiento pero que todos aquellos enfermos que vivían en las calles acabarían muriendo y Akihiko no quería volver a aquel infierno del palacio de justicia. Solo les quedaba beber.
    - A veces me pregunto por qué parecía todo más fácil en el frente.-Habló Hiroki.
    - En el frente solo teníamos a los de nuestro propio bando.-Le contestó Akihiko.-Nunca entablas relación directa con el enemigo, pero aquí…
    - Aquí compartimos ciudad con el que dicen que lo es.
    Akihiko asintió lentamente con la cabeza.
    - ¿Puedo hacerte una pregunta Akkihiko?- Susurró su amigo.
    El capitán miró el fondo vacío de su vaso y asintió de nuevo.
    - ¿Cómo salió el gitano de la catedral?
    Akihiko levantó rápidamente la vista de su jarra, tanto que le pareció que se mareaba. Miró a su alrededor de forma discreta, temiendo que alguien hubiese escuchado la lengua selta de su compañero.
    - Nadie lo sabe.- Respondió.
    Hiroki le miró he hizo media sonrisa propia de un borracho.
    - Ya…claro…
    - Me parece que ya has bebido demasiado, teniente.- Le dijo su amigo retirándole la jarra.
    Él se encogió de hombro y asintió.
    - Puede que sí, debería volver a casa.
    Akihiko asintió también y ambos se tambalearon un poco al levantarse. Sus caballos les esperaban fuera y Akihiko insistió en que Hiroki montara para volver a casa, al menos uno de los dos animales sabría cómo volver, a Hiroki le hizo gracia aquel comentario. Akihiko, sin embargo, caminaría a su lado, tenía ganas de volver paseando. Esperó a que el caballo de su teniente desapareciera entre las calles y él se dirigió en dirección contraria para optar por un camino más largo.
    Cada vez más lejos del ajetreo de la taberna, el capitán sentía su mente más clara, el aire nocturno le despejaba. Un paseo nunca venía mal a aquellas horas de la noche.

    · · ·


    Y de repente Misaki se vio frente al capitán de la guardia.
    Se maldijo a si mismo por no comprobar la seguridad al salir del callejón, por ir con prisas. Sus ojos violeta parecían haber visto un fantasma, tenía que salir de allí pero su cuerpo no le respondía se había quedado completamente petrificado.
    Akihiko se vio sorprendido por aquellas dos esmeraldas que le dedicaban una mirada de terror, necesitó unos segundos para darse cuenta de que realmente era aquel gitano y no una alucinación por la borrachera, y un par de segundos más para darse cuenta de que estaban en medio de la calle ambos paralizados y que podía oír cómo se acercaban unos soldados a sus espaldas.
    -¡Aquiles, quieto!- Le ordenó a su caballo antes de soltar las riendas y tomar por el brazo al gitano de ojos esmeraldas para arrastrarlo de vuelta al callejón. Misaki no tuvo tiempo para protestar, antes de darse cuenta estaba de nuevo en el callejón con el capitán de la guardia de la ciudad haciendo una cortina con su oscura capa para ocultarles.
    Akihiko apoyó el antebrazo por encima de la cabeza de Misaki para que su capa les tapase a ambos, aunque el gitano ya portaba la suya. Aquella postura le hacía inclinarse sobre el muchacho cuyo rostro enrojecía por momentos. Akihiko no pudo resistir a hacer una sonrisa placentera por la mueca del gitano.
    Los pasos y las voces se acercaban, pero no les verían entre las sombras del callejón. Aprovechando la intimidad de aquel momento, Akihiko se atrevió a llevar su mano libre a la cintura del muchacho y le atrajo con fuerza. Sin mediar palabra agachó su rostro sobre el de Misaki y devoró sus labios con los propios. Misaki reaccionó con los ojos muy abiertos y alzó ambas manos para agarrar los ropajes del capitán e intentar empujarle, aquél no era el momento idóneo. Pelo la tentación era tan grande…
    Las caricias de los labios del capitán tan ansiosas y apasionadas frente a los tímidos labios del gitano. Misaki sintió como el capitán introducía la lengua en su boca y todo su cuerpo se estremeció. Sus manos ya no le empujaban, se aferraban e incluso tiraban de él. Akihiko sintió un cosquilleo en su entrepierna y el deseo de alzar a Misaki por las caderas y hacerle suyo allí mismo. Pero entonces, Misaki notó algo en el sabor de Akihiko que le hizo apartarle de un empujón.
    - ¡Estáis borracho!- Le susurró enfadado.
    - No tanto como para tener muy claro lo que quiero hacer contigo.- Le susurró también y alzó una mano para acariciarle el rostro.
    Misaki se odiaba a sí mismo en aquel momento, se sentía desarmado, débil, dispuesto a hacer lo que fuera por seguir a su lado un rato más.
    - Ahora no.- Le susurró Misaki sin soltarle de sus vestimentas.
    - ¿Cuándo entonces?- Le preguntó él alzando las cejas.- Mucho me temo que nuestro próximo encuentro solo se produciría si te entregaras en el palacio de justicia.
    El rostro de Misaki se tornó en una mueca de rabia.
    - Eso jamás.- Le contestó.
    - Me temía que me dijeras eso.- Le susurró muy cerca de sus labios, alternando la mirada entre sus ojos esmeralda y la boca ligeramente abierta de Misaki.
    - ¿Vais a arrestarme?- Le preguntó Misaki libre de miedo, algo le decía que no iba a hacerlo.
    Akihiko volvió a besarle, estaba vez pegando su cuerpo al de él, moviendo sus labios de manera apasionada y brusca sobre los de Misaki. El gitano ahogo un pequeño gemido en su garganta, algo por lo que se odió a sí mismo y por lo que Akihiko sintió otro cosquilleo en su entrepierna. A Misaki le costó auténtica fuerza de voluntad el apartarle de sí mismo.
    - No, no, no-Susurró casi en un jadeo por la falta de aire.- Tengo que irme.
    Entonces Akihiko reparó en el saco que colgaba de su cintura.
    - ¿Qué es eso?- Le preguntó.
    - Medicinas.- Respondió rápidamente él.- Los gitanos también nos ponemos enfermos aunque tu gente crea que somos una especie de brujos.
    Akihiko recordó entonces la orden de búsqueda y captura que pesaba sobre la cabeza de Misaki. Alguien les estaba ayudando a conseguir medicinas y creía saber quién. En cierto modo le aliviaba que aún existiera gente con algo de humanidad en aquella ciudad.
    - Tengo que irme.- Le repitió otra vez y esta vez sí que soltó sus manos de los ropajes del capitán.
    Sin embargo Akihiko no podía dejarle ir así. Le cogió de la muñeca cuando Misaki trató de salir del callejón.
    - ¿Cuándo volveré a verte?
    Vio duda en los ojos del gitano, no era buena idea, claro que no, pero no iba a dejar de verle. No podría quitárselo de la cabeza en toda la vida. Misaki apretó los labios y asintió dos veces antes de hablar.
    - En vuestros antiguos aposentos, en la catedral, el martes que viene.
    Akihiko tiró de su brazo solo una vez más antes de dejarle ir.
    - Júralo.- Le dijo.
    Misaki dio un paso hacia él, con el rostro enrojecido y temblor en las piernas. Pero reunió el valor suficiente para ponerse de puntillas y besarle una última vez.
    - Lo juro.

    · · ·

    Al día siguiente los síntomas de los niños con gripe y la madre afectada habían remitido, Misaki les había hecho jurar que jamás dirían que había sido él. Tras su escapada nocturna, apareció mucho más tranquilo por la puerta del cubículo que era su casa. Cenó con su hermano y su cuñada y después se fue directo a dormir.
    Para su familia él se había ido a dar un largo paseo para calmarse. Y de algún modo, el resultado era el mismo.


    Edited by Drewelove - 4/5/2018, 09:42
     
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    UFF...HERMOSO AMO TU MANERA DE REDACTAR ESTE TAN DIRECTA Y SUTIL A LA VEZ :3 EL CAPITULO QUEDO HERMOSO Y CON AUN MAS INTRIGA DE LO QUE SE VENDRÁ :3
    ESPERANDO IMPACIENTE LA CONTINUACIÓN <3
     
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  11. Drewelove
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    QUOTE (elotaku16 @ 4/5/2018, 07:26) 
    UFF...HERMOSO AMO TU MANERA DE REDACTAR ESTE TAN DIRECTA Y SUTIL A LA VEZ :3 EL CAPITULO QUEDO HERMOSO Y CON AUN MAS INTRIGA DE LO QUE SE VENDRÁ :3
    ESPERANDO IMPACIENTE LA CONTINUACIÓN <3

    Muchas gracias por tu comentario!!!
    Muchas veces la redacción de estilo indirecto me sirve para describir acontecimientos que son necesarios para la coherencia de una escena pero en los que “no debería perder mi tiempo” por así decirlo. Como, por ejemplo, la conversación de Nowaki con los monjes, sin esa conversación no tendría sentido que el doctor llegase de repente al despacho del archidiácono pero tampoco podía redactar toda la escena y arriesgarme a hacerlo demasiado pesado para el lector.
    ¿Qué opinas de que también aparezcan las otras dos parejas de la serie aunque en segundo plano?
     
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    "¿Qué opinas de que también aparezcan las otras dos parejas de la serie aunque en segundo plano?"
    NO ME MOLESTARIA EN LO ABSOLUTO ME PARECE UN BUEN COMPLEMENTO :3 ELLOS A MI PARECER NUNCA ESTAN DE MAS AUNQUE CLARO SIEMPRE Y CUANDO NO VUELVAN PESADA LA HISTORIA POR MI ESTARA BIEN :3 <3
    TE LEO LUEGO <3
     
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  13. Drewelove
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    ¡Hola a todos y a todas!

    Después de estar casi tres semanas o casi un mes ya desaparecida, ¡He vuelto!

    La razón de mi ausencia no es otra que... bueno, pues que me he vuelto a mudar. Ya no vivo en Stirling (Escocia),

    me he mudado a Londres y aún no tengo Internet en casa. Ahora mismo os escribo desde un Caffè NERO y aquí me pienso quedar hasta acabar el

    próximo capítulo y postearlo.

    Algunos pensaréis: ¿Por qué me cuenta su vida esta mujer?

    Pues por el simple hecho de que os respeto como lectores y creo que es necesario que lo sepáis.

    ¡Un besazo!
     
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    😙😙😙😙😙😙esperando con ansias el nuevo capitulo ☺☺
     
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  15. Drewelove
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    QUOTE (elotaku16 @ 9/6/2018, 17:55) 
    😙😙😙😙😙😙esperando con ansias el nuevo capitulo ☺☺

    Bueno me echan del NERO, porque los sábados cierran antes.
    Así que lo subiré mañana.
    Sorry
     
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22 replies since 28/1/2018, 04:40   1306 views
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