Posts written by exerodri

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    Hola a todos, cuanto tiempo ¿No? En primer lugar debo disculparme por varias cosas. Primero, por incumplir mi palabra de continuar esta historia en 2019. No es excusa, pero las cosas en mi vida personal no salieron tan bien como tenía planeado, así que no tenía tiempo ni ganas de seguir escribiendo. Ahora por suerte puedo decir que estoy muchisimo mejor... sin embargo, al momento de retomar con este hobby de la escritura de este fanfic, me doy cuenta que las cosas ya no son como antes.

    Y aquí viene la segunda cosa por la cual debo disculparme: No seguiré este fic. Y esto responde a varias cosas, no solo al largo periodo en que no estuve metido en este proyecto, sino a muchas cuestiones. En primer lugar, creo que nunca estuve cómodo con la historia que planeé en mi cabeza. Creo que mis ganas en su momento de hacer una historia con una trama compleja, un poco más turbia, más adulta quizás, fueron más fuertes que yo, haciendo que me enredara mucho. Desde el principio era como si me estuviese forzando a mí mismo a gustarme lo que tenía planeado, negándome a reconocer que la trama no me terminaba de cerrar, que no tenía la calidad, la cuota de realismo que quería, que los personajes no se adaptaban a lo que se narraba. En fin, muchas cosas. Ahora lo que veo es un proyecto que por ser demasiado ambicioso, se tornó burdo, irreal, con una trama que no cierra, muy forzado.

    En segundo lugar, está el hecho que esta franquicia, los personajes de digimon, ya no me inspiran para escribir. Lo que antes disfrutaba tanto usando, ahora simplemente me casua rechazo. Creo que esto es lo mismo que sienten las bandas que nacen haciendo covers; en un momento se cansan, y desean hacer algo propio. Esto es lo mismo. Ya no quiero usar personajes de otros, quiero crear los míos propios. No sé a qué se deba, creo que es simple evolución. Las personas cambian, las mentes cambian. Estos personajes tienen un lugar en mi corazón, pero ya no me atraen para que sean protagonistas de mis historias. No sé si influyó, pero el asco que fue Digimon Tri, despues de tanto hype, hizo que me alejará aun más de todo el mundo digimon.

    Dejaré este mensaje en un comentario o en las notas de un cap. Luego de un par de meses, borraré la historia. Prefiero que "Mi suerte" no tenga continuación, a que tenga una que no la sienta apropiada.

    No sé si alguien leerá esto, si alguien se acuerda de este fic o le siga interesando. Quizás todo este testamento fue escrito en vano, pero de igual manera creo que es mi responsabilidad publicarlo.

    Seguiré publicando historias originales, tengo un par de ellas en mente. Tomando esta experiencia como aprendizaje, me aseguraré de ser sincero conmigo mismo y que lo que escriba sea de mi agrado y crea que esté dando lo mejor de mí.

    Hasta aquí llega mi participación en el fandom de Digimón. Muchas gracias a los que me siguieron y comentaron todos estos años. Recordaré con mucho cariño toda esta experiencia, fueron algunos de los años más felices de mi vida.
    La paz.
  2. .
    Hola! No, no están alucinando. Soy yo, actualizando. 3 meses de demora. Nunca me había pasado. Aunque también debo admitir que fueron 3 meses muy ocupados para mí, quizás los más ocupados de mi vida XD Con respecto a esto, anunciaré algo importante en las notas finales. Si todavía estás interesado en leer mi historia, espero que te guste el capitulo. Perdón por la demora.

    *shingiikari01: Hola!! perdón por la tardanza en contestar paperbag1 Me alegra muchisimo que te haya entretenido, y muchas gracias por tus palabras, me llenan de alegría. Espero que este cap, aunque corto, sea de tu agrado. Hasta la proxima, mucha suerte en tus cosas!

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    Capitulo 20: El jefe del jefe

    Cárcel de libros

    Nadie que lo conocía pudo evitar sorprenderse al enterarse de cómo le había ido a Takeru en ese cuatrimestre escolar. Era sabido que desaprobaba alguna materia de vez en cuando, como la mayoría de los alumnos, pero nadie esperaba tal diferencia de rendimiento de un año al otro. Menos en un chico educado y tranquilo como él. Hasta el preceptor, encargado de transcribir las notas al boletín del adolecente, dudó si no se había equivocado de planilla y tomado la de otro alumno caótico.

    Agradeció que la madre del chico no revisara las notas allí en su oficina al momento de entregárselas; conocía la severidad del carácter de la rubia.
    Aun así, fue un momento que incomodó a ambos.

    Ese día, Natsuko Takaishi salió de la escuela de su hijo con el estomago hecho un nudo. Nunca le había pasado. La mirada del preceptor al momento de darle el boletín fue la de alguien que entregaba malas noticias y que no tenía el coraje para decírselas.

    Secuestrada por la preocupación, decidió esperar a llegar a su casa para enfrentarse a sus miedos de madre. Una vez en su departamento, lo primero que hizo fue fijarse si Take se encontraba allí. La ausencia del rubio le reveló de repente lo mucho que este se la pasaba afuera en el último tiempo, mucho más de lo normal. Suspirando, dejó al boletín en la mesa para enfrentarle cuando estuviera lista. Prendió la radio con su música favorita para que la animara, lavó y secó los trastes y se preparó un té de anís.

    Cuando se quedó sin tareas domesticas que hacer, observó el boletín sobre la mesa, y a fuerza de pensamientos positivos se reprochó el desconfiar tanto de su hijo sin siquiera haber visto el boletín. No tenía motivos para desconfiar. Take nunca había necesitado que lo controlase demasiado para que cumpliera con sus obligaciones, y nunca la había defraudado. Él era un chico responsable y sabía que su deber era estudiar, pensó.

    Con la confianza en su hijo y en ella misma como madre restaurada, abrió el boletín en frente de ella. Su estantería mental no soportó el atropello de tantos números escritos con tinta roja; casi todas las materias aplazadas. Las notas en verde, color que la escuela usaba para los “desaprobados”, se podían contar con los dedos de una mano. Solo dos materias estaban aprobadas y escritas en azul: educación física y literatura.

    Tal fue su desconcierto, que revisó varias veces si aquel boletín del horror fuese el de su hijo. Las observaciones eran iguales de alarmantes que las clasificaciones. “No cumple con las tareas” “No presta atención en clases” “Carpetas y cuadernos incompletos”.

    Jamás se le pasó por la cabeza que a su hijo le había picado el bicho del amor. En su lugar, lo primero que pensó fue que Take se había comenzado a contagiar de Matt y su falta de interés en la escuela, y culpó en parte a Hiroaki para rescatar su ego del hundimiento total.

    Cuando el muchacho llegó a la casa, le llamó antes de que este se metiera en su habitación y le mostró el boletín pidiéndole explicaciones. Le extrañó que Take se sorprendiera de sus propias notas, pero no suavizó su enojo. Al revisarle las carpetas, comprobó que las observaciones de la escuela sobre su hijo eran correctas. Casi todas incompletas, a medio copiar, a medio hacer. Trabajos que el chico tuvo que entregar y que nunca entregó, y que ella nunca se enteró de sus existencias. Ejercicios de matemáticas sin completar, o hechos a media, o hechos mal. Se hubiera encontrado con corazones con un “Tai” en el medio, frases melosas de un principiante en el amor, y demás pensamientos que necesitaron expresarse de alguna forma, si no fuera que el rubio se aseguraba de arrancarlos del cuaderno y deshacerse de ellos antes que alguien los viera.

    Con la convicción inquebrantable de que para asegurar el futuro de su hijo menor tenía que corregir su comportamiento desde ese momento, implementó un plan de seguimiento y de reeducación voraz y a puño de hierro. Lo primero que hizo fue quitarle al menor la llave del departamento, para que no pudiera salir cuando él quisiese. Desconectó y escondió bajo llave su consola de videojuegos y, a pesar que ella la usaba para regularmente trabajar, también desconectó la computadora. Le bloqueó cualquier ingreso de dinero, controlándole cada gasto, hasta el último centavo, con una minuciosidad que asustaba. Se encargó de conseguir profesores para clases de apoyo para cada asignatura, sin importarle el costo.

    Además habló por teléfono con los compañeros de T.K que ella sabía que eran buenos estudiantes, y pactó con ellos reuniones de estudio, fijando días y horarios sin siquiera consultarle al rubio. Le prohibió ir los entrenamientos del club de básquet y cualquier otra salida que no tuviese fines escolares.
    Ingeniándoselas para escaparse de la oficina del periódico o buscar remplazos para las notas que le tocaba cubrir, se encargó de ser el transporte de
    T.K a toda hora, llevándolo a la escuela, de las clases de apoyo a la casa del compañero de estudio de turno, y de allí al hogar de vuelta; no para comodidad del menor, sino para saber donde estaba a toda hora.

    Le transmitió el plan a Hiroaki para que lo aplicara cuando él estuviera a cargo del ojiazul. Este al principio lo creyó excesivo, pero después prefirió no oponerse a la voluntad de su ex esposa; las notas de T.K le habían asustado en igual medida.

    Regalos

    Cuando Tai se enteró que ya no podría juntarse con T.K como antes, un pinchazo le alteró el corazón. Se sintió algo culpable por el mal rendimiento escolar del rubio. Aun así, no podía permitir que los separasen. Sin dejarse vencer, pensó, en conjunto con el ojiazul a la distancia, una estrategia que les permitiera escapar de la rigurosidad de Natsuko.

    Tardaron semanas, pero idearon un plan que les sirvió como un oasis en el desierto del desencuentro: T.K le pidió a uno de sus compañeros de estudio que sostuviera la coartada ante su madre de haber estudiado juntos toda la tarde, mientras él y el castaño se encontraban en una plaza cercana.

    Solo en la falta de cotidianidad, los adolecentes se percataron que no se buscaban el uno a otro para matar las horas, sino para vivirlas.

    Tai tenía que tomarse dos ómnibus para ir desde su casa hasta la del compañero del rubio, pero no le importaba. No le importaba enfrentarse a ese invierno particularmente frio y oscuro, y caminar contra al viento y la llovizna que ya se asemejaba a la escarcha. Es más, resaltaba entre la gente sin darse cuenta, exhibiendo al caminar una enérgica sonrisa entre tantas caras largas y hombros encogidos por el frio que pasaban junto a él. Cuando llegaba a la plaza “de los secretos”, y encontraba a T.K esperándolo detrás de los ligustrinos, se olvidaba de todo.

    Fue durante esas semanas en las que apenas pudo ver a su rubio, cuando Tai se dio cuenta que T.K tenía el cuerpo hecho a medida para el romance; encajaba en sus brazos a la perfección. No podía evitar tambalear al encontrarse con esos ojos celestes que le tocaban el alma, vibrar al acariciar la suavidad de esa piel clara, y derretirse al ser envestido por esos labios sedosos. El fuego que provenía del interior de sus entrañas calentaba más que el sol, pero aun así, no intentó nada nuevo en cuanto lo sexual, ni tampoco lo insinuó. Sabía que el momento para dejarse llevar llegaría en mejores condiciones. Hasta entonces, supo tomarle gustito a la espera, saboreando a T.K con los ojos y las manos, antes de poder hacerlo con todo el cuerpo… aunque su cuerpo temblara de ganas.

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    -¿Hasta cuando me molestarás acompañándome?- se quejó el rubio de ojos azules mientras caminaba por la acera, cubriéndose la mitad de la cara con su bufanda.

    -Ya te lo dije- contestó Tai, caminando al lado- ¿Hasta cuándo seguirás con esto, Matt? Deberías dejarlo antes que te pase algo en serio. No siempre tendrás suerte.

    Castaño y rubio volvían de la fábrica abandonada, después de cumplir con otra tarea de “delivery” para los jefes de Matt, esta vez sin persecuciones ni amenazas.

    -Necesito juntar más dinero, no tengo el suficiente.

    - No entiendo como no puedes tener el suficiente- dijo el oji-café, guardando las manos en los bolsillos- no la gastas en ropa, tus instrumentos son viejos, no sales a fiestas, no tienes novia ¿Qué haces con el dinero?

    -Eso no te importa- le ladró el ojiazul, mientras se detenían en la parada del ómnibus- hablando de eso ¿Vas a aceptar tu parte del dinero o no? No me siento cómodo quedándomelo.

    -Quédatelo, ya te dije que no me importa ese dinero sucio.

    Soportaron por unos minutos el viento helado, hasta que llegó el autobús que los acercaría a sus viviendas. Al subir, Matt le dijo al moreno que no se sentara a su lado, pero este no obedeció.

    Para evitar que los pocos pasajeros a bordo le escucharan, Tai susurró:

    -Oye Matt, estaba pensando…

    Esperó a que el rubio le preguntara “¿Qué cosa?” o “¿En qué piensas?”, pues aun creía que alguien tan cercano a T.K no podía tener algo de amabilidad; pero al ver que esperaba en vano, siguió:

    -¿Qué pasa si atrapan al jefe de la banda, al “Gordo”? ¿Se acaba el “negocio”?

    Matt miró a través de la ventanilla, en silencio y, al parecer, dispuesto a ignorarlo. Tai se rindió, y ya sin esperar una conversación, se acomodó en el asiento con las manos en los bolsillos de la campera. Para colmo, se había olvidado los auriculares, así que sería un viaje aburrido y en silencio.

    -Ese idiota no es el “jefe”.

    La voz del ojiazul le sorprendió, y giró su rostro hacía este.

    -Esa manteca es solo un peón más, un peón con solo un poco más de poder- agregó el rubio, sin dejar de ver por la ventana, y en un volumen
    susurrado.

    -¿Y quién es, entonces?

    -¿Yo que voy que voy a saber? Nadie sabe en realidad quien manda.

    Aquella frase que salió de los labios de Matt sonó tan extraña, que Tai no pudo evitar que se le despertara la curiosidad.

    -Se sabe que el “Gordo” recibe llamados anónimos, indicándole lo que tiene que hacer- continuó el blondo- a su vez, se dice que esa persona anónima recibe las instrucciones de otro llamado anónimo, y así sucesivamente. Nadie sabe donde se inicia. Sea quien sea el que da la orden, tiene muy buena información de cuando hay menos policías en tal lugar, de cuáles son los puntos débiles en los operativos de seguridad, de cuando se mueve
    mercancía importante de un lugar a otro y cuando conviene robarla, además, tiene contactos suficientemente poderosos para trabajar con libertad.

    -Es alguien con buenos contactos en la policía y el gobierno- dedujo el castaño.

    -Si es que es “alguien”, se dice que…- Matt calló de repente cuando un anciano pasó al lado de ellos, caminando hacía los asientos del fondo. Cuando se alejó lo suficiente, siguió-... se dice que en realidad no es uno, sino varios sujetos de altos cargos públicos.

    -¿No se sabe nada de ellos?

    -Solo se sabe el apodo de uno, que es lo mismo que nada.

    -¿Cuál es?- preguntó el castaño, con la atención de los niños pequeños.

    -El “Ruso”.

    -El “Ruso”- repitió Tai por lo bajo.

    Había escuchado aquel apodo sin rostro en el noticiero. Era sabido por el grueso de la población que ese era el nombre clave de alguien metido entre los poderosos, pero como había dicho Matt, eso era lo mismo que no saber nada.

    -Que gran parte del gobierno esté involucrado con mafias, ayuda a entender porque esta ciudad se vino a pique tan rápido.

    Tai escuchó aquellas palabras salir de la boca de Matt, y pensó que aquel rubio nunca había tenido tanta razón. Y es que hacía un tiempo, Tai había notado que la ciudad donde había nacido y crecido, poco a poco se había marchitado. Parecía otra totalmente diferente.

    Los asaltos y fechorías eran más de los que la gente podía lamentar, tantos que ya pasaban desapercibidos. Las estaciones de policía se habían convertido en simples expendedoras de denuncias sin esperanzas, y la propia cara de los pocos policías a quienes les importaban las personas, dolían a desazón. La cantidad de negocios y tiendas comerciales que habían cerrado por los altos impuestos y por los continuos robos, dejaron una marea de locales abandonados y rapiñados. El cuidado de la vía pública parecía olvidado: carteles y señalizaciones rotos, asfalto agujereado por todos lados, alumbrados que no alumbraban, plazas y parques con la maleza llegando a las rodillas, bancas y fuentes dando lastima y juegos oxidados y rechinantes. Todo aquello hacía que a uno se le resbalaran los ojos por no tener algo bonito para ver que los detuviera.

    La situación financiera de la ciudad también incomodaba. La inmensa cantidad de despidos había teñido de inquietud a la población, entre ellos a su mamá. Nadie entendía las políticas económicas de los políticos de la ciudad, y ya la mayoría no necesitaba entenderlas para saber que no beneficiaban a nadie más que a los mismos políticos. Aquello, la inseguridad, y la falta de nuevas oportunidades, provocaron un éxodo masivo. Todo aquel que tuvo la posibilidad, había emigrado a otras ciudades, las cuales florecían y prosperaban sin igual, dando la impresión de ser otro país diferente.

    Para colmo, el clima pálido y apagado de los últimos meses, entristecía la mirada, día a día.

    -Vamos, esta es nuestra bajada- le dijo el ojiazul, jalándole de la ropa y sacándolo de sus pensamientos..

    Bajaron del ómnibus y continuaron a pie por algunas calles más, mordidos hasta los huesos por el frio. Mientras caminaban, Tai se arrepintió de no haberse cargado la bufanda, como su mamá le había gritado antes de salir de casa.

    Pasaron por el frente de algunas tiendas con carteles de “Liquidación X cierre”. Tai las miró una por una, verdaderamente sin interés y solo por el hecho de entretener la mirada... hasta que llegó a la que ocupaba la esquina de esa cuadra.

    -Matt, espera-dijo abriendo bien grande los ojos, y propulsándose hacía la vidriera del local, sin esperar a que el rubio le respondiera.

    -¿Qué pasa ahora?- le dijo Matt con fastidio, pero no le escuchó.

    Sus ojos marrones se posaban en cada peluche que se lucía en la vidriera de la tienda. Había de todo tipo: osos con grandes corazones, algunos unicornios, ponis, y demás animales de felpa, algunos con un “Te amo”, otros con alguna otra frase de afecto.

    -T.K y yo vamos a cumplir otro mes de noviazgo ¿Qué opinas que le regale?- preguntó, achatando su nariz en el vidrio.

    -¿En serio me estás preguntando?

    -Ese oso con una corona se ve bien- dijo Tai, sin darse cuenta de la cara con la que le veía Matt por detrás.

    -T.K no es una quinceañera para que le estés regalando un peluche.

    -Tienes razón, un oso ya está muy gastado- dijo el moreno, sin despegarse del vidrio- ¿Por qué están tan caros?

    -¿Me estás escuchando siquiera?

    -Matt…- Tai, sin escuchar lo que oía, giró para estar de frente al blondo-…dame algo de dinero.

    -Toma tu parte de la paga- le dijo el ojiazul, sacando un bulto de billetes del bolsillo.

    -¡No saques todo!- se alborotó el castaño, revisando los alrededores- solo necesito un poco… no, ¿Sabes qué? mejor entra conmigo a la tienda.

    -¿Qué?- preguntó el rubio atónito, mientras Tai le agarraba del brazo.

    -No quiero dejarte solo con todo el dinero mientras entro a la tienda, entrarás conmigo.

    -Estás loco si crees que entraré contigo a una tienda de peluches.

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    A Tai la felicidad le sobrepasaba en una medida que lo sorprendía. Desde que salió de la tienda, lo único que podía hacer es imaginarse a T.K recibiendo su regalo. Anticipaba una deliciosa sobredosis de ternura al imaginarse las diferentes reacciones del rubio. El peluche que había comprado apenas cabía en sus brazos: un mono regordete con un corazón en el medio de la barriga, del tamaño de un niño de 9 años.

    ¿Que tenía que ver un mono con el amor? No sabía ¿Era cursi o tonto su regalo? Quizás. Nada le importaba, sabía que su gesto había salido del corazón.

    Si bien lo había comprado con dinero sucio, creía que en aquella ocasión podía dejar pasar ese detalle; la sonrisa del rubio valía la pena.

    Intentaba seguirle el paso a Matt, quien caminaba casi a los trotes por vergüenza que lo vieran con él. El rubio todavía tenía la cara roja desde que había pagado a la fuerza por el mono y las vendedoras de la tienda los confundieron como pareja.

    Llegaron al edificio donde vivía Matt, y a pesar que apenas podía ver hacía delante por el tamaño del peluche, Tai notó un camión de una importante cadena de electrodomésticos estacionado al frente.

    -Ya llegó- dijo Matt con sorpresa, y corrió al interior del edificio.

    -¡Espérame!- gritó Tai, dispuesto a seguirle por mera curiosidad. Que el rubio mayor demostrara algo más que enojo o indiferencia era algo demasiado inusual como para perdérselo.

    Como pudo corrió detrás de él, obligado a reacomodar sus brazos alrededor del mono de peluche. Aun así, no le costó alcanzar al blondo y subir junto con él al departamento de Hiroaki.

    En la puerta de este, dos empleados de la tienda electrodomésticos ingresaban una heladera con un moño por la puerta de la vivienda, ante la mirada estupefacta de Hiroaki.

    -¿Qué es esto papá?- preguntó Matt al adulto, en un tono de inocencia fingida que a Tai le hizo mucho ruido.

    -Estos señores dicen que me gané esta heladera en un sorteo de la casa de electrodomésticos por ser cliente…- explicó Hiroaki con desconcierto, como si no entendiese.

    -Eso está genial ¿No?- dijo Matt, de nuevo con esa inocencia tan mal fingida.

    Tai no podía evitar mirarlo descaradamente extrañado. Era como ver a un perro maullar, o viceversa.

    -Pero debe haber un error, hace años que no paso por un local de esa cadena de tiendas ¿Por qué yo participaría en ese sorteo?- Hiroaki seguía sin entender.

    Los empleados encargados de mover el electrodoméstico tan solo ignoraban al dueño de casa. La indiferencia y el cansancio en sus rostros demostraban que no les importaba nada más que hacer su trabajo e irse lo más rápido posible de allí.

    Con descuidada velocidad, pero sin ser bruscos, llevaron la heladera a la cocina, retiraron la vieja y colocaron la nueva en su lugar. Cuando ya estuvo todo listo, le dieron a Hiroaki un recibo de entrega para que lo firmara y así poder finalmente irse de allí.

    Este vio detalladamente el papelerío. No había nada raro, era un simple recibo que constataba que había recibido la heladera, sin costos de envío ni nada por el estilo. Lo que sí, no encontró la palabra “premio” o algo referido a un sorteo en ningún lado.

    -Además, nunca escuché nada sobre un sorteo en la televisión, o en la radio, o al pasar por el local- agregó el castaño mayor, dudoso de firmar. Todo era demasiado bueno.

    -¿Qué importancia tiene eso?- le recriminó Matt- ¿No puedes disfrutar un poco de la buena suerte? Ya no estarás arreglando a cada momento el motor de la heladera, y electrocutándote en el proceso.

    Mientras Hiroaki firmaba, Tai pensaba. Él tampoco había escuchado nada sobre un sorteo en aquella tienda de electrodomésticos. Lo hubiera sabido, porque cuando su celular se estropeó, él se había paseado por diferentes tiendas viendo los precios de los equipos, solo por curiosidad.

    Algo le decía que ese “sorteo” no existía.

    Abrazando el mono de peluche, apoyó su mentón en la cabeza de este y puso su cerebro a trabajar. Solo tuvo que unir el recuerdo de Hiroaki electrocutándose al intentar arreglar la heladera, el supuesto “sorteo”, y la rara actitud de Matt de querer que su padre acepte aquel regalo caído del cielo. Con ya una teoría armada en su cabeza, sonrió y dijo:

    -Si, Hiroaki, debería firmar sin más- alzó la voz con un tono despreocupado- a lo mejor esto es un regalo de alguien que lo quiere mucho, y que no tiene otra forma de regalarle esto más que inventar la excusa de un sorteo. De cualquier forma, no sería bueno rechazarlo.

    Inmediatamente Matt le clavó los ojos en los suyos, despojándose por completo de esa carita de niño bueno con la que hace tan solo 5 segundos miraba a su padre.

    “Si dices algo más, te mato” fue el mensaje que leyó en esas iris azules.
    Hiroaki rió.

    -¿Quién me regalaría algo tan caro? - preguntó sin esperar respuesta- supongo que tienen razón.

    Firmó los papeles y se los entregó a los empleados, quienes sin saludar se retiraron del departamento y cerraron la puerta.

    Hiroaki, con su innata curiosidad de saber cómo funcionan los artefactos, analizó detalladamente a su nueva adquisición.

    -Esto es más computadora que refrigerador- dijo asombrado- es uno de los modelos más nuevos, debe costar una fortuna.

    -La verdad que es muy bonito, lo felicito Hiroaki- dijo Tai.

    -Muchas gracias, Taichi- Hiroaki depositó su vista en el adolecente, más precisamente en lo que este cargaba- ¿Y ese peluche que cargas?- preguntó con genuino interés, le había llamado la atención desde el momento en que los menores habían llegado- ¿Es para alguien?- agregó con una sonrisa.

    -Así es, es para alguien muy especial- sonrió el castaño, disfrutando de la incomodidad que despertaba en Matt, y que este era incapaz de disimular- mejor me voy, se está haciendo tarde. Hasta pronto Hiroaki, nos estamos viendo, Matt.

    El moreno salió del departamento, recibiendo los saludos de Hiroaki y el silencio de Matt, como era de esperar. De camino a su casa, a pie y sin importarle que llamara la atención por el peluche que cargaba, meditó de lo que acababa de pasar. El hermano de T.K andaba por un mal camino, eso era obvio, pero ¿En serio tenía buenas intenciones?

    Se dijo que quizás…solo quizás…no tendría que juzgarlo tan severamente.

    Día soleado

    T.K se despertó lentamente. Abrió un ojo, luego el otro. Se sorprendió del peso de sus parpados. Bostezó. Se sentó en la cama y, con la mirada aun borrosa, se desperezó. Era otro día normal y corriente, sin embargo, a medida que su mente se liberaba de las telarañas del sueño, fue notando algo que lo extrañó. Un brillo raro se asomaba por la ventana.

    Tambaleante pero veloz, se echó sobre esta y movió las cortinas de un manotazo, a la vez que sus ojos celestes eran atropellados por la luz, y la sorpresa le empujaba la mandíbula hacía abajo.

    Antes de poder procesar lo que veía, el "ring" del timbre se escabulló entre el silencio de la mañana, indicando que alguien había llegado. "Ese alguien"

    Sin siquiera calzarse las pantuflas y con un impulso de energía que le nacía del estomago, salió de su cuarto y corrió hacía la entrada del departamento.

    -¡Tai!- gritó al abrirle la puerta al castaño, aun sosteniendo del pomo- el sol ¿Lo viste?

    Se dio cuenta que su entusiasmo era propio de un niño de la mitad de su edad, pero no lo podía evitar.

    -No T.K, caminé hasta tu casa mirando el suelo, no me había fijado- le contestó el castaño con cansancio, cerrando la puerta tras de sí y caminando a la mesa para dejar su bolso de futbol.

    El sarcasmo no le gustó, pero no podía dejar de sonreír.

    -Idiota- rió, y sin detenerse a saludar a su novio, corrió hacía el balcón; necesitaba corroborar ese milagro una vez más.

    Se apoyó al barandal, y aunque la brillantez le hacía doler un poco los ojos, fijó su mirada al cielo. El sol brillaba omnipotente en medio de un cielo azul intenso, sin ninguna nube a la vista que lo manchase.

    -¡¿Hace cuanto que no salía el sol?!- preguntó en voz alta.

    No era una pregunta retorica, en realidad no recordaba la ultima que vez que el cielo no había sido un manto muerto de nubes.

    Extendió los brazos a los costados y cerró los ojos, entregándose a ser bañado por la luz. La temperatura de invierno seguía molestando, pero los rayos del sol eran más reconfortante que cualquier cosa.

    Sin embargo, no estaba listo para lo que iba a pasar.

    Sus manos fueron sujetas con delicadeza, mientras una voz le susurrada al oído:

    -¿Estás feliz?

    El cuerpo de Tai le apoyó desde atrás, a la vez que un beso aterrizaba en su cuello.

    -Ahora que estás aquí, sí- contestó el blondo con una risita producto del pudor.

    Cerró los ojos y disfrutó del calor del sol y del calor de Tai. Aquel día venía siendo inmejorable, y eso que no llevaba ni 10 minutos despierto. Pero su sonrisa se transformó en una mueca de sorpresa cuando sintió el "cuerpo" de Tai contra su trasero, con una dureza que le llamó la atención.

    -¿Quieres sentirte aun mejor?- le preguntó el moreno, y sin darle tiempo a responder, el castaño aumentó la presión de su cuerpo contra el barandal, acentuando el "contacto".

    T.K tragó grueso, y de repente ya no sintió ni el frio ni el sol en su piel, sino calor, mucho calor. Aun presionado por Tai, se giró para estar de frente a él. Quiso mirarle a los ojos, pero no pudo evitar bajar su mirada hacía aquel bulto soberbio. La delgadez y suavidad de su pijama y del uniforme de futbol del castaño le permitían sentir todo, mientras su corazón se aceleraba y su propio miembro comenzaba a latir, presionado por aquello que parecía una roca.

    -¿Estás con mucha energía?- dijo en un intento de calmarse.

    -Tú lo has dicho.

    Tai lo tomó de la cintura y con un movimiento de cadera desató una corriente que nació en la entrepierna del rubio y electrizó todo su cuerpo.

    -Tai, aquí no- dijo intentado sin éxito apartar al castaño-los vecinos podrían vernos.

    -Nadie nos verá- respondió el mayor viéndole a los ojos.

    T.K se perdió en aquellos ojos marrones, y no le tomó mucho tiempo olvidarse de los vecinos, o el resto del mundo. Con lentitud seductora, deslizó su mano por el pecho de Tai, hacía abajo.

    -¿Quieres… que me encargue?- dijo con una sonrisa picara, mordiéndose el labio, mientras la punta de su dedo recorría por sobre el pantalón toda la extensión del miembro del oji-café, sintiendo como este reaccionaba.

    -Me encantaría…- le contestó Tai sonriendo-…pero no lo harás con tus manos.

    Tai le tomó con firmeza de la cintura, y le hizo girar 180 grados, sorprendiéndolo. El corazón se le congeló cuando el moreno le bajó el pantalón y la ropa interior de un solo movimiento.

    -¿Tai?- fue todo lo que alcanzó a decir, con un hilo de voz, mirando a la nada ¿Qué sucedía?

    -Ya no me aguanto, te deseo tanto- le contestó el castaño, a la vez que su pene duro y caliente le acariciaba el trasero.

    Todo su cuerpo tembló.

    -T-Tai- tartamudeó- nunca hemos…

    -Shh, no te preocupes, se sentirá bien- Tai le abrazó por detrás con un brazo, mientras con la mano libre, posicionaba su pene para empezar- tan solo respira profundo.

    T.K quería decir tantas cosas, sin embargo no era incapaz de reaccionar. De forma automática, se sujetó del barandal del balcón. Intentó hacer caso al moreno y respirar profundamente, mientras su mente era martillada por el miedo y la curiosidad.

    De repente, Tai entró.

    La conmoción hizo a T.K sujetarse del barandal con toda su fuerza, abriendo la boca en un reflejo incontrolable. Su corazón enloqueció ¡Por fin estaba pasando! Cerrando los ojos, se concentró en saborear esa nueva forma de amor, intentar cazarle el gusto, encontrar la diferencia a lo que habían hecho antes. Su respiración se agitó, al mismo tiempo que su mente se teletransportaba a otro plano. No esperaba tanto placer, nunca se lo hubiera imaginado. Cada milímetro que Tai se adentraba en él, le hacía temblar. Tai comenzó a moverse, primero lentamente, y en cada fricción, la mente del
    rubio se desintegraba.

    Los gemidos del mayor le burbujeaba la sangre. La velocidad de las embestidas aumentó, descontrolando todo su ser. El sonido de la pelvis del moreno, chocando contra sus glúteos, tan solo le encendía más.

    -Tai…-balbuceó sin escucharse a sí mismo, ya que de su boca solo podían salir jadeos-Tai…Tai…

    -…T.K…

    -…Tai…

    -…¡T.K!

    De repente, aquella voz ya no era de Tai. Entonces abrió los ojos.

    Davis lo miraba divertido, mientras, detrás de este, todos sus compañeros de salón volvían a sus asientos y preparaban sus útiles escolares.

    -El profesor está viniendo…- le dijo su amigo, mientras colocaba un libro de historia en la mesa-…estás babeando tus apuntes- rió.

    El rubio levantó su cara de su cuaderno y vio como un pequeño charco de baba había manchado lo que había copiado en la clase de literatura.

    Secándose la baba de la mejilla, T.K vio por la ventana del salón, y otra vez se reencontró con el cielo gris y oscuro de la realidad, y el patio escolar mojado por una incesante llovizna helada.

    -Además- continuó Davis- estabas balbuceando algo, pero no era muy claro ¿Qué soñabas?

    T.K miró a los ojos a su amigo, y sintiendo como su cara se calentaba al recordar su sueño, desvió la mirada. Agradeció haberse colocado su buzo en el regazo antes de dormirse. Podía sentir su pene duro como nunca, asfixiado por el bóxer y el pantalón.

    -Nada- suspiró- que por fin salía el sol.




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    Bueno, para empezar, habrán visto que este es un capitulo muy corto en comparación con los que están acostumbrados a recibir de mí. Lo publico más que nada para pedir perdón sobre la demora, y para anunciar como seguiré de ahora en más.

    Yo soy alguien a quien no le gusta mucho esperar para la continuación de algo, ya sea ese algo una película, una serie, un libro etc... Es por eso que no me agrada esto de actualizar algo después de tanto tiempo. No quiero hacer lo que no me gusta que me hagan. Me encantaría poder subir con la regularidad con la que la hacía antes, pero no puedo, por la universidad y el trabajo. Así que tomé la decisión de dejar de publicar, y hacerlo de nuevo cuando ya tenga todo lo que resta de la historia ya escrito, y así publicarlo semanalmente.

    Nunca pensé en que llegaría a esta medida, no es lo que más me gusta pero es lo que más se acerca a mis deseos, viendo como se viene el panorama en cuestión al estudio y el trabajo en mi vida. Tampoco pensé que un proyecto me tomaría tanto tiempo. Admito que me sorprende para mal, aunque me encante escribir este fic. Quizás acorte un poco la trama como para no hacerla tan larga, ya iré viendo como hacer. Eso sí, siempre escribiré con la misma pasión y cuidado con el que vine trabajando. Créanme que si no escribiría si no fuera así, siempre intentaré dar lo mejor al escribir, sino... ¿Para qué lo haría?. Me niego a abandonar un proyecto, nunca lo haré, tan solo tenganme paciencia jejeje

    Sé que habrá gente que dejará de leerme, y está bien death . A mi me cuesta retomar la lectura de un fic o de cualquier cosa cuando hay un lapso largo de tiempo de por medio, además creo que no es la mejor manera de experimentar una historia. Pero creo que es lo mejor que puedo hacer por ahora. Seguiré leyendo fics de vez en cuando y comentando, pero creo que esto es todo de mi parte como usuario que aporta al foro en lo que resta del 2018. Sospecho que quizás, quizás, pueda reaparecerme por aquí en marzo del año que viene, antes de que se terminen las vacaciones de verano.

    Muchas gracias a los que leyeron este fic en lo que va de este año, y perdón por esta decisión. Hasta la próxima!
  3. .
    Hola gente de la página! Espero que todo ande bien. Yo a full jaja, 0 descanso kwasny , salvo los domingos. Pero bueno... creo que todo esfuerzo trae sus recompensas. Me sorprende lo que tardé para escribir este cap. Cuando lo empecé pensé "ah, este capitulo estará en dos semanas" pero terminó tardando más de un mes (un poquito más). No encontraba tiempo, hasta que llegó el finde XL por los feriados en mi país. Agradezcan que en Argentina a la mayoría de la gente no le guste trabajar jajaja

    Les dejo el capitulo 19. Erotismo a la vista.

    *shingiikari01: Hola! no sabes cuanto me alegra que mi pequeño aporte te haga sentir mejor en tu trabajo. Que se va a hacer, hasta que salga algo mejor, hay que agradecer poder trabajar (aunque un bajón que te obliguen un domingo ablow Un saludo muy grande, y suerte en tus cosas!

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    Capitulo 19: Visita nocturna

    Su departamento regalaba dos vistas majestuosas. Por un lado, los presumidos edificios de la capital lucían sus luces de gala, uno eclipsando al anterior. La interminable ida y vuelta de los autos, los monumentos coquetamente iluminados y cuidados, las exageradas marquesinas de los teatros y boliches, y demás extravagancias de metrópolis embebían los ojos de vigor y locura urbana con todas sus posibilidades y más aún.

    Si uno paseaba su vista hacía el otro extremo del ventanal que rodeaba el departamento, se encontraba con la contracara. Paz. La paz que emanaba del océano, incorruptible y sereno en la oscuridad de la noche sin luna. De vez en cuando, se paseaba por la bahía un yate con fiesta y descontrol en su cubierta, con el derroche y la exuberancia como ingredientes principales.

    Apoyado sobre el vidrio del ventanal, Manuel Finobili no prestaba atención a la noche de gran ciudad que lo rodeaba. Con un vaso de whisky con hielo en una mano, y su tablet de marca extranjera en la otra, revisaba las fotos publicadas en una revista virtual sobre la cena de gala que había reunido en la noche anterior a toda clase de famosos y figuras de los diferentes ámbitos. Lo hacía por el solo placer de analizar cómo había salido él en las fotos. Pero se dio cuenta que cada vez le costaba más que ese placer no cayera por el acantilado del desencanto.

    "Paul tiene razón" pensó mientras con el zoom analizaba las patas de gallo de su “yo” virtual "ya no me conviene sonreír para las fotos

    Apagó la tablet para que esos pixeles no lo siguieran lastimando, y la tiró sin cuidado sobre la moderna y costosa mesita de diseñador del comedor. Se tomó el resto de lo que le quedaba de whisky en el vaso y se encaminó al mini-bar para recargarlo. Pasó por detrás del sillón donde Paul Larenz escribía sin parar en su laptop desde hace una hora, concentrado como solo él podía.

    Era difícil, sino imposible, hablar de su vida sin mencionar a Paul. Aquel sujeto, quien conoció haciendo el ridículo usando un traje en la playa, y con más apariencia de alguien derrotado que de un exitoso empresario, le había cambiado la vida.

    No recordaba, en los últimos 15 años, haber pasado más de un día sin verlo ni hablar con él. Desde su adolescencia, Paul fue su sombra, su paraguas, su respaldo, su escudo y su espada.

    Al principio de su relación, supo dudar de cualquier intención de aquel sujeto, y cada acción de este le despertaba sospecha ¿Por qué ese tipo se preocupaba tanto por él? se preguntaba a sus 17 años, cuando todo en cuanto a Paul era nuevo ¿Acaso era un pervertido? ¿Un explotador? ¿Un busca vida? Todo lo que le ofrecía y prometía era excitante, pero no tuvo que pasar mucho tiempo para que las constantes exigencias y sermones hicieran que se cansara de él.

    Que tenía que terminar la escuela, que tenía que dejar de fumar, que tenía que dejar de salir de fiesta todos los fines de semanas (y algunos días de semana también), que tenía que dejar de pasar el tiempo (vagar, según Paul) con sus amigos, que tenía que asistir al gimnasio, que tenía que dejar la comida chatarra, que tenía que ir a los chequeos médicos, que tenía que asistir a los entrenamientos, que tenía que conducir con más cuidado, que tenía que tenía que tenía que tenía.

    “¡Dios, como lo odio!” era un pensamiento recurrente por aquella época en la mente de Manu, y solo bastaba que se nombrase a ese (por entonces) castaño para que el humor se le agriara. Y hasta llegó a dudar si el convertirse en jugador profesional valía tal nivel de exigencia.

    Sin embargo, a pesar de las molestias, tanto en la mente subconsciente del adolecente, como en su corazón, se despertó una energía que nunca le había abrazado antes y que le alentaba a ver al futuro con ojos muchos más cálidos y optimistas. Y esa energía nacía del hecho de que por fin tenía a alguien con quien enojarse por estar sobre él… por fin tenía alguien que se preocupase por él. No se daba cuenta, y lo hubiese negado hasta la muerte de haberlo hecho, pero esperaba el reto de Paul cuando le provocaba apropósito, saliendo desabrigado o haciendo cualquier otra tontería, y cuando este reproche llegaba, por debajo del enojo que profesaba, su corazón bombeaba un calor reconfortante por todo su cuerpo. Calor que nunca le había despertado su madre, quien apenas veía, ni mucho menos su padre, quien lo había abandonado mucho antes de que Manuel pudiera guardar recuerdos de él.

    Sin que se diera cuenta, comenzó a buscar cada vez más la compañía de Paul, y, aunque era difícil sacarle una conversación que fuese ajena a cuestiones del trabajo, aquellas pequeñas charlas de entre rutina constituyeron los momentos más felices de sus 17 años.

    Con el paso del tiempo y las exuberancias y entretenimientos que vinieron con la fama y el dinero, su cabeza divagó por otros caminos que le llenaron la mente y le hicieron sentir nuevas emociones. Conoció a mucha gente que llegó a considerar especial o interesante y su círculo social creció a una velocidad arrolladora. Sin embargo, Paul continuó siendo esa molesta e imprescindible parte de su vida. Siempre fue Paul el primero a quien buscaba para celebrar las victorias y los acontecimientos importantes de su carrera, este nunca le abandonó en sus rehabilitaciones por lesiones musculares, ni en las rehabilitaciones por consumos de ciertas sustancias. Paul fue su padrino de bodas en su casamiento, y le acompañó en los momentos de mierda de su divorcio.

    Desde que lo conoció, Paul había estado en cada momento importante y no importante de su vida, sus altos y bajos. Ya en la actualidad, Manuel sabía que el lazo que lo unía con ese adicto al trabajo era de esos lazos que solo se puede tener con una persona, una sola vez en la vida. Ese lazo representaba su pasado, y aun representaba su presente, y no se imaginaba un futuro sin él.

    Regularmente, Paul le visitaba después del trabajo, aunque a veces era solo para seguir trabajando. Ambos disfrutaban de las penumbras cómodas e intimas, que solo eran percudidas por las luces del luminoso exterior, y los muchos años que llevaban de conocerse les permitía estar en silencio en presencia del otro sin incomodidad.

    -¿Seguro que no quieres algo para tomar?- preguntó mientras se servía más whisky.

    El sonido de las teclas se detuvo en seco y los ojos oscuros del peliblanco se despegaron de la pantalla y le apuntaron.

    -Cuando vine hace 3 días, ese mini-bar estaba prácticamente lleno, ahora solo veo botellas vacías- le reprochó.

    Manuel blanqueó los ojos.

    -¿Alguna vez me viste ebrio un día de semana, o antes de un partido importante?- preguntó con orgullo.

    Paul continuó escribiendo.

    -Solo eso falta, que te conviertas en alcohólico y lo agreguemos a tu curriculum de vicios.

    -Nunca es tarde para empezar- dijo Manuel, levantando el vaso en saludo y volviéndose a apoyar en el vidrio del ventanal.

    -Lo que si podrías empezar a hacer es cuidarte más, ya es la cuarta lesión de la planta del pie en este semestre, ya no tienes 23 años, Manu- le dijo el peliblanco, por encima del sonido de sus dedos sobre el teclado. Manu miró con fastidio por la ventana- la prensa está empezando a opinar que tu club te paga por descansar, en vez de jugar los partidos importantes.

    -Pues que donen mi sueldo a las inferiores del club hasta que vuelva a jugar- dijo el basquetbolista, alzando la voz- como si me importara realmente ese sueldo.

    El continuo murmullo del ambiente deportivo le era, desde hace años, tan común como entrenar, sin embargo Manuel a veces deseaba detonar un camión de explosivos en ciertos canales de televisión u oficinas de periódicos.

    El whisky pasándole por la garganta le tranquilizaba... un poco.

    -Sabía que dirías eso, así que ya lo gestioné esta tarde- le contestó Paul sin inmutarse- mañana saldrá en los noticieros y periódicos, ya me ocupé.

    -Que considerado- se mofó Manuel- ¿Alguna otra noticia nimia que te estés olvidando de decirme?

    Paul hizo memoria frunciendo su boca hacia un costado, pero sin dejar de escribir.

    -Ah sí, tu entrevista de mañana en el canal 7 fue cancelada, ya llamaron a otro invitado.

    -¿Qué? ¡¿Por qué?!- preguntó Manuel.

    Una entrevista en uno de los programas más vistos, en el horario premiun de la TV, siempre era bien recibida ¿Como podía ser que Paul permitiese que se la negaran así nomas?

    -¿Por qué te sorprendes?- le preguntó Paul sin mirarlo- hace rato que no juegas por tu lesión, y tu cameo en aquella película del año pasado es noticia vieja... simplemente los productores buscaron a alguien que si fuese noticia.

    -Bien, me importa un carajo- dijo Manuel tomando del whisky y cruzando los brazos- aprovecharé para descansar, y eso deberías hacer tú también
    ¿Hace cuanto que no te tomas vacaciones? Vayamos al sur, a esquiar o no sé, beber en un jacuzzi mientras vemos nevar, algo que no sea trabajo.

    -El tiempo es dinero- le contestó Paul, inmerso en su computadora.

    -Como si a ti te importara el dinero- se rió el pelinegro- tienes tus cuentas rebalsando de dinero, pero no lo usas para nada, como si tuvieses a alguien a quien heredárselo.

    Ni bien terminó de decir esas palabras, Manuel se arrepintió de inmediato. Se las hubiese tragado de vuelta si fuese posible. Se maldijo a sí mismo por hablador, y al whisky por soltarle la lengua de más y tocar temas tan penosos.

    Paul detuvo su escribir, con la mirada perdida en la pantalla.

    El ver esa expresión ya conocida pero tan poco mostrada por parte de su amigo, iluminada por la luz azulada de la pantalla, hizo que Manuel se hundiese aun más en la pena.

    El departamento sucumbió ante un silencio que apestaba a dolor, mientras él sostenía el vaso con ambas manos, inquietas, y bajaba la mirada.

    -Paul, lo siento... no quise decir eso...yo…

    -…está bien- le contestó Paul, continuando con su trabajo.

    Con la expresión de lástima que le despertaba cuando aquel tema volvía a lastimar corazones e impulsaba a maldecir al destino, Manuel suspiró mientras observaba al peliblanco.

    -¿Cuánto tiempo pasó ya desde entonces?- preguntó apoyado en el ventanal.

    -7 años y 4 meses- le contestó Paul, disminuyendo notoriamente la velocidad de sus dedos sobre el teclado, como si ya no pudiera concentrarse en su trabajo tan fácilmente- en 3 semanas estaría cumpliendo 18 años de edad.

    -El tiempo vuela…-dijo Manuel dejando el vaso de whisky en la mesada-… sabes que hago que dejen flores en la tumba todas las semanas ¿Verdad?

    -Lo sé, gracias.

    -¿Has vuelto a hablar con Verónica?

    -No desde que me abandonó, ya lo sabes.

    -Paul, sé que es al vicio decir esto…- dijo Manuel, apoyando sus codos sobre la mesada y observando a su amigo-… pero deberías trabajar menos, últimamente estás más ocupado que nunca ¡Y eso es mucho decir! Para colmo, ahora viajas todos los fines de semana…

    Paul sonrió y cerró la laptop.

    -…sé que nunca fue de mi incumbencia tus viajes de negocios- continuó Manuel- pero es extraño, ni siquiera sé que haces o en que trabajas tanto
    entre tantos viajes.

    -Ya te enterarás, a su tiempo- contestó el peliblanco, dirigiéndose con serenos pasos hacia la salida del departamento, con la laptop bajo el brazo.

    Abrió la puerta.

    -Deja de tomar esa porquería, nos vemos mañana- dijo para luego salir de la vivienda y cerrar la puerta.

    Manuel se quedó en la oscuridad, con las palabras de Paul girando alrededor.

    “¿Ya me enteraré? ¿A qué se refiere?” Preguntó en pensamientos, mientras tomaba lo último de su whisky y contemplaba por el ventanal la privilegiada vista antes de ir a dormir.

    Tai imaginario

    “¿Por qué no nací en un futuro donde se pueda apagar los pensamientos antes de ir a dormir?”

    Se preguntó T.K, acostado en su cama y tapado hasta el cuello con las cobijas de invierno. El sueño le esquivaba, y en su lugar le zumbaban pensamientos que iban y venía, sin poder controlarlos como si no fueran suyos siquiera.
    Lo descubierto en la computadora de la casa de Tai le había plantado en el cerebro una semilla que germinó y creció a una velocidad de ciencia
    ficción, convirtiéndose en una enredadera de curiosidades y deseos.

    Evitó tocar el tema con Tai durante la salida al cine, no por vergüenza, sino porque dentro de él se instaló la idea que haciendo de cuenta no saber lo que el moreno quería, podría sorprenderlo y jugar al juego de la seducción desde otro lado. Además, todo aquello era muy nuevo, así que también pensó que le sería útil tener cierto tiempo para prepararse mentalmente antes de poner las cartas sobre la mesa.

    Una vez de vuelta en su casa, saltó en la computadora de escritorio como un tigre sobre su presa, y, asegurándose de entrar en una ventana en modo
    incognito, buscó lo que Tai había buscado. No tardó mucho en encontrar exactamente las mismas páginas; le habían causado demasiado impacto como para olvidarlas. Leyó todo lo que pudo, sorprendiéndose de algunos datos e instrucciones, hasta que su madre lo requirió en la sala para que le ayudara con una aplicación del celular.

    Cenó y se acostó a dormir, pero si había una noche en la que no podía dormir, era esa.

    Numerosas situaciones imaginarias le robaban la atención; películas proyectadas de Tai y él en la intimidad, llevando a la práctica lo aprendido en secreto. Aquellos pensamientos estaban demasiado despiertos, y no se dio cuenta hasta acostarse, pero había pasado las últimas horas del día en un estado de excitación y erección continua.

    Él, que regularmente se acostaba boca abajo para dormir, tuvo que hacerlo al revés, porque la continua presión de su pene contra el colchón solo alimentaba su imaginación como era avivado el fuego cuando se le echa gasolina. Tal fue su sorpresa al percatarse que incluso el minino roce de las sabanas y las frazadas era suficiente para que su atención no pudiera escapar de sus pervertidos pensamientos y de aquel placer involuntario de la fricción en la zona baja.

    Resopló y observó el techo de su cuarto en la oscuridad. Con sus fuerzas desgastadas por la continua excitación, y con la seguridad de que no podría dormirse en la brevedad, suspiró y acarició por sobre el pijama el bulto que se le había formado en la entre pierna, avivando aun más el placer que la sola presencia de sus fantasías le despertaba.

    Su respiración se volvió más profunda.

    Cerró los ojos para que las imágenes de su cabeza fueran más nítidas y dejó que su imaginación tomara las riendas por sí sola. Lo primero que se imaginó fue a Tai en su uniforme de futbol, los recuerdos del castaño en un partido. Este tenía la costumbre de arremangarse los pantalones cortos para estar más cómodo, así hiciera frio o calor. La mano de T.K se cerró por si sola con fuerza sobre sus genitales. El recuerdo de esas piernas eternamente bronceadas le hizo morderse el labio y cerrar los dedos de los pies. Su mano no pudo aguantar más y se introdujo dentro del bóxer.

    Su cuerpo entero desprendía calor, y llegó a un punto tal que seguir envuelto en esas frazadas era insoportable. Se destapó con torpeza, mientas continuaba masajeándose por dentro del pijama. El frio dejó de existir. Cuando necesitó más intensidad en su placer, se bajó los pantalones del pijama y la ropa interior, dejando expuesta una erección ya a esas alturas incontrolable. Con su mano más hábil acarició su glande, y con suavidad comenzó a masturbarse. Abrió la boca para respirar mejor. Sumergido varios metros de profundidad en su imaginación, deseó tener a Tai con él en ese momento.

    -Hola, T.K.

    No se sorprendió ante esa voz, supo que era producto de su imaginación. Al fijarse, tenía a Tai encima suyo, a la altura de los muslos. Vestía su uniforme de futbol.

    -Veo que estás ocupado- le dijo Tai sonriendo.

    -Esto es culpa tuya- contestó el rubio, agitado, sin dejar de masturbarse.

    -No me culpes a mi por tus pensamientos sucios- le dijo divertido el moreno, posicionándose sobre él para besarle.

    La lengua de Tai se introdujo entre sus labios y bailó sobre la suya en un compás de lujuria. La intensidad de ese beso asustó al menor, y abrió los ojos solo para verificar que seguía solo y que se lo había imaginado todo. Aun sorprendido, cerró los ojos para que Tai volviese a aparecer encima de él dentro de su mente.

    -Déjame ayudarte- le dijo Tai con una sonrisa picara, agarrándole el pene con su mano imaginaria.

    T.K se sobresaltó mientras su mano real aumentaba la velocidad de trabajo. Sin poder meditarlo siquiera, se sacó la parte superior del pijama.

    Tai se recostó sobre él y le besó el cuello, haciendo que se retorciera del placer sin parar de jadear, aunque en realidad era su propia mano libre la que le acariciaba el cuello. Mientras los besos imaginarios del castaño descendían, la mano del rubio también lo hizo y acarició sus pezones en conjunto con la lengua de Tai.

    -Tai ¿Podrías…

    T.K enmudeció al darse cuenta que la camiseta de Tai ya había desaparecido antes de pedírselo.

    -¿Cómo lo hiciste?- preguntó entre jadeos.

    -Soy un producto de tu imaginación, no soy real- Tai giró los ojos- no estoy atado a las leyes físicas.

    -Ah, cierto.

    La excitación en ese punto era tanta, que el blondo sintió la necesidad de desnudarse completamente y tirar su ropa hacía un costado de la cama.
    En un microsegundo de sensatez, estiró su mano libre y tanteando agarró el servilletero que solía guardar debajo de la cama. Previendo un enchastre total, se colocó dos servilletas en el abdomen para que recibieran el grueso de la descarga cuando llegase.

    Tai volvió a besarle, mientras T.K sentía todo su cuerpo sobre el suyo. Cuando el mayor separó los labios de los suyos, le miró con picardía y dándole un beso esquimal dijo:

    -Ya sé lo que quieres.

    El moreno se paró en la cama, encima de él, y se introdujo los pulgares por dentro del pantalón. Lentamente se lo bajó, moviendo con sensualidad su cintura mientras tarareaba desafinadamente una canción de striptease, quedando en un bóxer azul oscuro con un elástico rojo oscuro, que T.K nunca le había visto pero que indudablemente le quedaba bien.

    Tai volvió a arrodillarse sobre él, y le tomó la mano. Se la hizo pasar por sus abdominales imaginarios, la bajó hacía un costado de su cintura imaginaria, sintiendo la suavidad de la ropa interior, y luego la pasó por su muslo imaginario. Una vez el mayor le soltó la mano, y con el corazón a mil, T.K agarró sin vacilación el elástico del bóxer del mayor.

    -ah, ah, ah- le dijo Tai juguetonamente, sosteniéndole la mano antes de que pudiera bajarle el bóxer imaginario- las cosas son mucho más excitante si se hacen esperar- le apartó la mano con suavidad- tendrás que esperar para poder verlo.

    -Ya lo eh visto muchas veces- le replicó T.K molesto, rojo por la aceleración de su flujo sanguíneo.

    -Y lo harás de nuevo, pero cuando yo diga- le sonrió el mayor.

    -¿En serio tengo una imaginación tan caprichosa?- se quejó desviando la vista hacía un costado.

    Tai le tomó de la barbilla y le hizo mirarle a la cara para besarle de nuevo y apoyar el cuerpo imaginario sobre el suyo otra vez, mientras le ayudaba a masturbarse. T.K se olvidó de todo lo que no fuese Tai y se dejó llevar. Su mano paseó por el aire, pero en su mente se deslizó por la espalda del castaño, hasta terminar en un gustoso agarre de nalgas. La presión del bulto del mayor sobre él no le dejaba pensar en nada más.

    Todo su cuerpo le gritó que el final sería todavía más intenso de lo que había previsto, y sin detener el sube-baja de su mano, con la otra agarró dos servilletas más y se las colocó a la altura del pecho.

    Tai se volvió a arrodillar sobre él e introduciendo el dedo pulgar adentro del bóxer, lo bajó lo suficiente para que se le viera el vello púbico. Le tomó la mano y se la movió lentamente hacía su entre pierna.

    -¿Estás listo?- le preguntó el moreno con una sonrisa que le electrificó todo el cuerpo.

    T.K tragó grueso, temblando de deseo y lujuria. Pero cuando estuvo a punto de introducir la mano dentro de la ropa interior de Tai, este desapareció.

    El orgasmo lo atropelló con violencia, tanto que lo obligó a contraerse y morderse la mano para no gemir y despertar a su madre en la otra habitación. Con la respiración que emitía los decibeles de una turbina de avión, sintió como si su pene fuera una manguera de bomberos. El semen cayó sobre las servilletas en su abdomen y pecho, pero la potencia de su eyaculación fue tal que sintió el líquido caliente aterrizarle también en la clavícula. Tuvo la necesidad de correr su rostro hacía un costado, por miedo de manchárselo también. Su mano, cansada, fue bajando la velocidad de sus subidas y bajadas. Cuando el semen dejó de correr, T.K se soltó el pene y se desparramó en la cama, exhausto y jadeante.

    Tardó un tiempo en recuperar sus fuerzas y la voluntad de moverse. Su mente poco a poco se reinició. Lo primero que hizo fue tirar a la basura las servilletas empapadas y utilizar otras limpias para quitarse el semen restante del cuerpo. Rápidamente se vistió de nuevo, ya que la lenta recuperación de sus sentidos le hizo sacudirse de frio una vez pasada la caliente excitación. Calzándose las pantuflas se fue al baño y se lavó las manos.

    “Maldito Tai imaginario” pensó mientras el reflejo en el espejo del lavamanos le devolvía un T.K con más sueño que persona.

    Fue a la cocina por agua y volvió al abrigo de su cama, confiado en haber descargado toda la calentura y librarse de las cadenas de sus fantasías sexuales. Se acostó boca abajo, se tapó hasta el cuello y abrazó su almohada, hundiendo su rostro en ella.

    “Espero poder dormir algo ahora” se dijo a sí mismo, y dejando escapar un suspiro en la oscuridad, cerró los ojos.

    Pero los abrió de nuevo al sentir una presión aumentando en su parte baja, presionándose contra el colchón.

    “¡¿SERÁ POSIBLE?!

    --------------------------------*-----------------------------



    La mañana siguiente fue para T.K una tortura. Nunca había sentido de forma tan abrumadora la sensación de “estar en un lugar y no estar al mismo tiempo”. Su cerebro apenas funcionaba. En la escuela, no pudo hacer otra cosa que ver la pizarra de su salón sin siquiera saber en qué clase estaba.
    Se ganó el reproche del profesor de matemáticas por tener sobre la mesa los libros de literatura, el enojo de la profesora de inglés por no haber llevado el cuaderno de práctica, y la severa advertencia del profesor de química por haberse dormido sentado durante la clase.

    Sus ojos se cerraban solos, aplastados por el sueño, y su actitud fue tan somnolienta que le era imposible simular, aunque por el propio cansancio ni lo intentó.

    -Pareces un zombi- se le rió Davis después de que casi se cayera de la silla por dormirse.

    Sus ojeras atrajeron la preocupación de sus compañeras y las burlas de sus compañeros. “Estoy bien, no pude dormir anoche, eso es todo” fue la frase que más repitió esa mañana, ante las preguntas de sus amigos. Sin embargo nunca explicó el porqué de su insomnio. ¿Cómo podría explicar que no había podido dormir a causa del ataque de excitación que le produjo un chico? ¿Qué cada vez que pegaba un ojo, fantasías sexuales le impedían el sueño? ¿Qué había roto su propio record en cantidad de veces que se masturbó en una sola noche?

    Y lo peor de todo fue que ni la maratón de masturbación le hizo escapar de aquellos pensamientos y deseos que le nacían debajo del estomago.

    La oscuridad del día daba la impresión que hacía más frio del que realmente hacía, sin embargo T.K sintió calor emanar de él a todo momento.

    A pesar que lo que más deseaba era acostarse y dormir hasta que le doliera el cuerpo, después de clases fue a la escuela de Tai. El castaño le había invitado a presenciar un partido de práctica contra otra escuela.

    Sentado en las gradas superiores de la cancha atrás de la escuela del oji-café, T.K se olvidó de su falta de energía y contempló a Tai jugar como si fuera la primera vez. Ni siquiera prestaba atención a cómo iba el marcador. Sus ojos solo se alimentaban hambrientos de Tai, y entregado al placer de ver al moreno jugar y correr, se dejo sumergir en el lago calmo de sus pensamientos pervertidos. Pero ese lago pronto se transformó en un torbellino imposible de resistir: entre barrida y chapoteo en los charcos que se habían formado en el campo de juego por culpa de la llovizna invernal, lentamente el pantalón blanco del moreno comenzó a transparentarse.

    T.K tragó grueso. Inmediatamente recordó el episodio con Mimí en el rio, durante el verano. Tuvo la misma reacción fisiológica de aquella vez.

    "Solo esto me faltaba" pensó, cruzando las piernas e inclinando su cuerpo para adelante.

    Intentó tranquilizarse. Pensando en su profesora de historia usando un bikini, se auto-torturó para que la erección bajara. Se levantó y bajó las escaleras hasta el borde del terreno de juego. Tai se movía continuamente, trotaba, corría, caminaba, siempre esperando el balón por el sector derecho de la cancha.

    -Tai...Tai...- intentó llamar la atención del castaño, lo suficientemente fuerte para que le escuchara, pero no tanto como para que las pocas personas
    en las gradas pudieran oír-... se te ve... Tai... tu pantalón....

    El moreno parecía no oírle, concentrado en el juego.

    -Tai...- volvió a llamarle.

    Tai aprovechó que el balón había sido pateado lejos para recuperar el aire. Se apoyó sobre sus rodillas, dándole la espalda al blondo.

    -¿Qué pasa?- le preguntó viéndolo sobre su hombro, jadeando.

    T.K quedó atrapado en ese rostro jadeante y hermosamente despeinado. Sus ojos azules brillaron ante aquella belleza alocada que sabía atesorar
    cada vez que mirada a Tai. Sin embargo, dejó de admirar ese rostro al darse cuenta de la pose del castaño. Bajó su vista hacía aquel pantalón humedecido que tanto le había alborotado desde las gradas. Tragó saliva con aun más dificultad que antes.

    -No…nada importante- dijo acalorado, sentándose en las gradas inferiores, dispuesto a disfrutar de lo que quedaba de la práctica.

    -------------------*-----------------



    Mientras esperaba en la salida trasera de la escuela de Tai a que este terminase de ducharse, T.K revisaba en su celular las fotos que había sacado secretamente al castaño durante la práctica. Le despertaban placer y culpa por igual.

    “Soy un pervertido” se repetía por lo bajo, avergonzado de si mismo pero sin parar de contemplar con zoom el trasero y las piernas del moreno.

    -Gracias por esperarme- le saludó Tai, caminando hacía él y acomodándose el bolso deportivo en el hombro.

    T.K, a pesar que la sorpresa le había explotado el pecho, disimuló guardar el celular con tranquilidad. Levantó su vista y quiso decir “no hay problema”, pero no pudo. Esos ojos marrones y esa sonrisa le anudaron la lengua. Contempló a Tai como si no lo hubiese visto hace décadas, y envuelto en esa obnubilación cariñosa, se preguntó como el castaño podía verse igual de bien lleno de barro o recién salido de la ducha.

    -Perdón por tardarme tanto, pero se sentía tan bien estar bajo el agua caliente- dijo el mayor como si el solo hecho de recordarlo le diera gusto.

    El rubio abrió la boca para contestarle, pero fue interrumpido.

    -Tai ¿Por qué tardaste tanto? -Sora se acercó, saliendo de la escuela - buena práctica, aunque no anotaste ningún gol- le dijo al oji-café con una sonrisa burlona.

    -En el futbol no siempre uno marca goles, sino los partidos terminarían 30 a 27, o algo así- contestó Tai levantando los hombros.

    -Está bien, si esa es tu excusa…-continuó la peli-naranja, sin ocultar su buen humor.

    -Estás buscando molestarme ¿Cierto?- sonrió el castaño.

    T.K, quien no hizo ni el mínimo intento de unirse a la conversación, observó a los dos mayores interactuar entre sí, a la vez que percibía sin dificultad
    como su propio semblante cambiaba. La facilidad con la que aquellos dos se enfrascaban en su propia charla, y se sonreían mutuamente, le calentaba el aire de los pulmones hasta el punto de doler. Los segundos pasaban muy lentos, y cada palabra de esa chica Sora le parecía innecesaria y molesta
    ¿Por qué no se iba y dejaba de estorbar?

    Sora tomó la mano de Tai. El aire caliente dentro de los pulmones de T.K se prendió fuego, pero solo pudo quedarse inmóvil.

    -Tienes las manos tibias, que bueno- dijo la chica- mantenlas calientes con esto.

    De su bolso sacó un par de guantes negros de lana.

    -Mi mamá los hizo, como está de vacaciones aprovecha para practicar con su hobby de tejer- comentó Sora, mientras le entregaba los guantes a un
    sorprendido Tai- ella me hizo estos- dijo mostrando sus guantes blancos.

    -Vaya, muchas gracias- le sonrió el moreno- aun recuerdo los anteriores que ella me tejió cuando íbamos a la primaria, me sirvieron mucho tiempo.

    T.K observó, con la respiración cada vez más pesada, cómo Tai se calzaba los guantes y le sonreía a Sora ¿Cómo era posible que la sola presencia de esa chica le arruinara el ánimo?

    -Ah, hola T.K, perdona no te vi- le dijo la oji-café saludándolo.

    El rubio apenas sonrió e hizo un movimiento con la cabeza en forma de saludo; tenía miedo que el enojo se le evidenciara en la voz.

    -Sabes…- dijo Sora volviéndose a hacía Tai de nuevo-…yo estoy aprendiendo a tejer también, dentro de poco podré regalarte algo, aunque sea simple, como una bufanda o algo así.

    En la forma en cómo Sora bajó la mirada, el ojiazul reconoció la timidez producida por el enamoramiento, y el fuego de los pulmones se expandió al estomago y la cabeza.

    “Dile que no, por favor, dile que no” pensó T.K observando fijamente al castaño.

    -No es necesario jeje, pero gracias igual.

    -Solo dame tiempo para aprender a tejer bien- rió la chica- ¿Tienes algo que hacer ahora?

    Tai vio a T.K por primera vez desde que Sora había aparecido, y la mirada del menor le hizo extrañarse. Esa mirada azul se notaba rara, incomoda, pero sobre todo dolida. Dudó si se lo estaba imaginando. Lo que sí estuvo seguro, fue que necesitaba hacer algo al respecto.

    Tai meditó. Aunque le gustaba la idea de pasar tiempo con su amiga, aquella mirada de T.K le indicó que ahora tenía otra prioridad.

    -Acompañaré a T.K a su casa, se está haciendo tarde, luego tengo que ir a acompañar a Kari no sé adónde…ordenes de mi papá- se excusó con naturalidad.

    -Está bien, cuídense chicos- los despidió Sora- te veo luego, Tai.

    Una vez Sora se fue, T.K, sin decir ni una palabra, comenzó a caminar por la acera con las manos en los bolsillos. Tai le siguió, sin poder evitar sorprenderse. El silencio del menor le hacía ruido, y con cada paso ausente de palabras le invadía la sensación de que algo andaba mal.

    -Hace mucho frio ¿No?

    Sintió vergüenza por preguntar algo tan tonto y forzado, pero no soportaba más el sorpresivo silencio. T.K solo levantó y bajó los hombros, sin voltear a mirarle.

    A pesar de caminar solo un par de metros por detrás del menor, Tai sintió un abismo entre T.K y él. Aquello le asustó. Nunca había sentido el enojo genuino del rubio desde que se habían vuelto pareja, y ahora que este se le presentaba por primera vez, no sabía qué hacer… sobre todo porque no
    sabía que andaba mal. Entendió que no estaba al frente de un simulacro.

    -T.K ¿Pasa algo?- preguntó, sorprendido de sentirse tan atemorizado como curioso.

    -Nada- escupió el blondo al aire.

    Tai no necesitó más. La tonalidad de ese “nada” se lo dijo todo.

    -T.K ¿Qué pasa? Dime.

    El ojiazul solo siguió caminando, con los oídos tapados por la rabia.

    -T.K…- llamó de nuevo el castaño, pero solo consiguió silencio.

    Suspiró. Aprovechando que sus zancadas eran más largas que las del menor, se le adelantó y se le interpuso de frente, obligándolo a detenerlo. Sin ser rudo pero con firmeza, sujetó al rubio de los hombros y lo apoyó sobre la pared de una tienda de zapatos cerrada.

    -T.K.

    Miró al blondo a los ojos. Solo dijo su nombre, eso era suficiente. Supo que su cara le indicaba a T.K que podía confiar en él y que nada en el mundo importaba más de lo que tenía para decir. Notó como la mirada de T.K lentamente se transformaba, con el enojo evaporándose y dejando tras de sí unos ojos azules de inseguridad. El menor apartó la vista, y su rostro se camufló con el rosa intenso de la pared de la tienda.

    -Es que… esa chica Sora…es muy cercana a ti.

    Tai quedó atónito, nunca se hubiera imaginado que el problema era…Sora.

    -¿Sora?- preguntó como para asegurarse que había escuchado bien.

    T.K, aun con la mirada esquiva, asintió con la cabeza.

    Que el menor se preocupara de que Sora podía “robárselo” para ella, le dio una inyección de ternura. Frunció los labios mientras veía ese rostro encendido por la vergüenza. Rió de repente, sorprendiéndose a sí mismo. La idea de Sora como otra cosa que no fuese una amiga era demasiada disparatada.

    -Estoy hablando en serio- le dijo el ojiazul levantando la voz.

    La risa del moreno mutó en una carcajada incontenible.

    -¡A ella le gustas!

    Tai trató de apagar esas ganas de reír que le nacían desde las entrañas. Apenas podía respirar.

    -¿A Sora?- preguntó, aun sin parar de reír- eso es imposible.

    -Lo puedo ver en su mirada, Tai.

    Al castaño, al toparse con esa mirada triste, las ganas de reír se le drenaron. Tenía una herida que sanar, antes de que pudiera hacerse más grande.
    T.K no merecía sufrir en vano.

    -T.K, de todas las personas en el mundo de las que podrías preocuparte, lo estás haciendo sobre la que menos deberías- dijo con calma, buscando el contacto de esos ojos celestes- si Sora y yo parecemos muy cercanos, es porque somos amigos de la infancia, eso es todo…no hay forma que sea de otra manera.

    T.K le observó con concentración, como si internamente luchase contra sus propias dudas y miedos. Bajó la cabeza, y con suavidad la dejó caer en su pecho.

    Sorprendido, ya que al menor le incomodaban hasta la medula las demostraciones de cariño en público, sonrió y rodeó a su rubio con los brazos.

    -Supongo que tienes razón, soy un idiota- le dijo el ojiazul, sin despegar el rostro de su pecho.

    Tai sonrió. Por primera vez era T.K quien lo celaba y no al revés. Un calor reconfortante le recorrió la espalda, alimentado por el hecho de saber que el blondo lo quería solo para sí ¿Y quién era él para negárselo? Estaba dispuesto a ser solo de T.K hasta que el universo mismo dijera basta, y aun así seguiría siendo del rubio.

    -Tranquilo, no me dejaré robar- susurró, apoyando su mejilla en esos mechones de oro.

    -Aun así le tengo celos- dijo el rubio, sin intención de moverse- ella te conoce por mucho más tiempo que yo, de seguro tienen muchas historias y recuerdos juntos.

    -Mmm eso último puede ser verdad- meditó el castaño- pero estoy convencido que nosotros podemos tener nuestras historias juntos, a nuestro modo.

    Un auto que pasó por detrás de ellos tocó bocina dos veces, incomodándolos y recordándoles que la ciudad podía verlos. Se fijaron con disimulo
    alrededor, comenzaban a atraer miradas. Viéndose a los ojos, y sin la necesidad de palabras, acordaron seguir caminando y dejar de ser el centro de atracción.

    Con los ánimos más tranquilo, tomaron el bus y llegaron a la casa de T.K donde se despedirían por ese día. En la puerta del edificio donde vivía el rubio, no pudieron evitar mirarse con ganas de devorarse a besos mutuamente, pero la presencia del portero y algunos vecinos se lo impidieron.

    -Mañana podríamos ir a chequear esa tienda de discos que está por cerrar- dijo el castaño, con sus ojos instalados en esos labios que necesitaba poseer.

    -Sería genial- contestó T.K, con el mismo hambre en su mirar.

    Sin ganas de hacerlo, se despidieron, y T.K subió las escaleras con la cara emanando amor. Ya quería que fuese el día siguiente.

    Entró a su casa, y se sorprendió al darse cuenta que su mamá ya estaba allí, sentada en la mesa del comedor. Envuelto en sus pensamientos sobre el moreno, la saludó y le indicó que estaría en su habitación.

    -Takeru- le llamó su mamá con más seriedad de la de costumbre, reventándole la burbuja de ensueño.

    Ella se levantó de la mesa, y le extendió un boletín.

    -¿Qué son estas clasificaciones?


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    ¿Se imaginan si Tai y T.K se hubieran conocido desde infantes?

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    Tai: Lo siento!!!

    Tai: Oh Dios, por favor no llores. Lo siento!!


    Las imágenes nada que ver con la historia, pero me divierte mucho ver estás situaciones que diversos artistas recrean.

    La pagina de la autora del dibujo: http://varichina.tumblr.com/


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    Aquí termina el 19. Con este cap, ya completé el segundo cuarto o sección del fic (lo organicé así previamente). Quedan dos cuartos más, pero como el último cuarto es más cortito que el resto, supongo que es correcto decir que vamos por un poco más de la mitad del fic.
    Espero que les haya gustado, un abrazo!
  4. .
    Buenas! Felices pascuas a todos. Aquí el capitulo numero 18 para uds. Creo no equivocarme en decir que es el más "random" o aleatorio de los que vengo publicando, ya se darán cuenta el porqué. Supongo que es un capitulo de "transición" más que nada. En mi opinión es importante el contexto en donde se desarrolla la historia y la relación de nuestros dos tórtolos. Ya lo venía tratando de plasmar en otros capítulos, y en este creo que ahondo un poco más en ese aspecto, principalmente en la primera parte.

    *shingiikari01: jaja me alegra que las actualizaciones te alegren. Lamento tardarme tanto. Todo marcha bien, gracias. Te mando buenas vibras para vos también. Hasta la proxima!!


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    Capitulo 18: ¿Alucinaciones?

    Sin embargo, cuando se sacó los auriculares, aquel placer fue cortado por las tijeras de un llanto proveniente de la cocina.

    Tai se reincorporó súbitamente, mientras la paz que le habían inyectado las canciones era eyectada de su cuerpo, y el dolor en el cuello y la cabeza retomaban su lugar.

    Como si necesitara auto convencerse que lo que oía era real, escuchó atentamente en el silencio el entrecortado llanto que se colaba por la puerta cerrada de su cuarto. Era su mamá.

    Leona dormida

    La escena que encontró al correr a la cocina, fue la de su hermana consolando con torpeza a su madre, sentadas en la mesa del comedor. Esta había sido despedida esa tarde, y sin previo aviso, del empleo que había estado realizando con eficacia y trabajo de hormiga por 13 años. La excusa de la compañía fue que la crisis económica de la ciudad no permitía seguir respetando el contrato de trabajo de ella y otros 34 empleados, y usando artimañas y vericuetos legales, lograron el penoso logro de no pagar indemnización de ninguna clase.

    -Esos pobres empleados, algunas eran mujeres embarazadas que pronto comenzarían sus licencias por maternidad- sollozó Yuuko Yagami mientras se recomponía poco a poco del golpe del llanto inicial- las echaron como perros.

    La habían despedido en un momento donde las deudas por pagar se habían acumulado en números escalofriantes, los precios de los servicios de toda la vida se habían tornado agresivos tan gradualmente que era difícil darse cuenta en qué momento todo se había vuelto tan caro, Susumu trabajaba más horas de las soportables para aumentar las esperanzas de no ser despedido también.

    Lo que sus hijos no sabían, era que Yuuko ya había derramado las lágrimas necesarias para drenar el dolor, el miedo y la desazón de haber de sido despedida sin causa y de una manera tan cobarde. El motivo de su llanto era otro: impotencia.

    Lo que Tai y Kari desconocían, era que desde el momento en que entendió cómo funciona el mundo real, siendo un poco más que una niña, Yuuko Yagami había luchado por toda causa que le pareciera justa y necesitara ayuda.

    Comenzó en la secundaria. Impulsada por la fuerza de su ánimo, a fuerza de convencimientos, creó en la escuela un club improvisado de alumnos que se oponían al bullyng, que en ese momento no se le decía bullyng, y ayudaban a los chicos que lo padecían. Esos fueron los primeros momentos en
    los que comenzó a encontrar satisfacción en ayudar desinteresadamente a otros.

    Ella no lo supo en ese entonces, pero aquel fuego por la justicia marcaría el resto de su vida estudiantil.

    Una vez ingresada a la universidad, y estudiando una carrera que nada tenía que ver con ayudar a los demás, se inscribió en todas las organizaciones humanitarias en las que pudo, sabiendo siempre cuidarse de aquellas con fines políticos que disfrazaban de buenas intenciones sus verdaderos propósitos.

    Depositando su fuerza de cambio y lucha en la comunidad, una comunidad no acostumbrada a cambiar ni luchar, obtuvo sus primeras victorias y derrotas en su búsqueda incesante de justicia e igualdad, siempre sin descuidar sus estudios. Con los valores que de niña la impulsaron a luchar contra el malestar ajeno, ahora respaldada por organizaciones sociales, trató de ayudar a todo aquel que era merecedor de ayuda: profesionales recién graduados que perdían oportunidades de trabajo contra otros de peor promedio o capacitación, solo por los arcaicos prejuicios sobre sus orígenes humildes, mujeres que ganaban menos que sus colegas hombres que trabajaban en los mismos puestos, explotación y precarización laboral, salarios por debajo de la mínimo establecido por ley, y otras causas que desconcertaban que siguieran sucediendo a vísperas de comenzar un nuevo milenio.

    Supo desvincularse de todo aquel reclamo que se convertía en una tapadera para obtener beneficios indignos o inmerecidos, y también se mantuvo al margen de reclamos que exigían por exigir, o cuyo grito era ilógico y carente de sentido. Siempre su cable a tierra fue Susumu, por entonces su novio, a pesar que nunca siguió un solo consejo bien intencionado que este le dio.

    Aquella sobriedad mesclada con alma de guerrera fue lo que le hizo ganar notoriedad entre ciertos dirigentes políticos y personas de influencias en la comunidad, sin embargo, nunca aceptó puestos oficiales que a veces le ofrecían sin condiciones, y fue una crítica encarnizada con aquellas personas que al obtener cierto renombre popular, escalaban posiciones políticas y se olvidaban por completo de su compromiso con la sociedad.

    Fue matriarca, justo a otras compañeras de “lucha”, de una fundación en contra del maltrato contra la mujer y las desigualdades de género en el mundo laboral, que no duró mucho después de que ella la abandonara cuando nació Tai algunos años después.

    La llegada del nuevo milenio trajo consigo su graduación de la universidad y su casamiento, y para cuando Tai rondaba los 20 meses de edad, consiguió por primera vez un trabajo en una compañía que le ofreció un puesto para el que ella había estudiado. Pero no duró. Al poco tiempo fue despedida por los mismos impulsos y razones que moldearon su forma de ser a través de los años. La empresa decidió no tomarse la molestia de soportar a una empleada que agitara las jornadas quejándose de las "injusticias laborales" y "abusos de autoridad" que allí se llevaban a cabo, que para los funcionarios no existían, y decidió cortar el lazo contractual con ella, aprovechando que aun no había terminado su periodo de prueba.

    -A veces me olvido que me casé con una hippie revoltosa- le dijo Susumu una noche con una sonrisa cansada, meciendo en brazos a un Taichi más despierto que él y que no paraba de moverse, y que parecía haberse planteado la meta de treparse a su hombro a como diera lugar.

    Ella calculaba, boletas y deudas en mano, los recortes que debían hacer para llegar a fin de mes, sentada en la mesa de la cocina de la pequeña casa en la que vivían antes de mudarse a la que ocupaban en el presente.

    -Hay gente que puede ver que hay cosas que andan mal y son injustas a su alrededor y no hacer nada... yo no puedo- dijo ella, acariciando su vientre abombado que cargaba una niña de 7 meses de gestación- si nosotros no peleamos para que el mundo y la sociedad sean mejor para nuestros hijos ¿Quien lo hará?

    Observó a su hijo, sacudiéndose molesto en los brazos de Susumu, queriendo trepar al hombro de su padre, y luego posó su vista en su hija aun no nacida. Sabía que ellos estaban primero que todo ahora, incluso de ella y su forma de ser.

    -Pero sí... trataré de ser más cuidadosa en el futuro, no haré enojar a mis jefes lo suficiente para que me despidan, lo prometo.

    A pesar de hacer esa promesa dudando de poder cumplirla, Yuuko no lo supo en ese momento, pero la cumpliría con una convicción inconsciente que
    nunca hubiese imaginado.

    Ni bien pudo organizar su vida de nuevo luego del nacimiento de Kari, consiguió, después de muchos meses de búsqueda, el empleo que la tendría ocupada durante 13 años. El rápido paso del tiempo hizo que sus prioridades poco a poco fueran cambiando, empujadas por las responsabilidades, y no supo darse cuenta que las facilidades y comodidades de su nuevo trabajo la envolvieron lentamente en el conformismo imperceptible. El problema que encontraba para ir a las reuniones de las asociaciones o agrupaciones que tanto conocía y amaba, era la falta de tiempo. Pero al cabo de un año ese problema dejó de existir, porque el recuerdo de aquellas asociaciones o agrupaciones dejó de existir en su cabeza.

    La preocupación o indignación por lo que alguna vez ella hubiese considerado “explotación laboral” o “atropello de los derechos”, fue remplazada por la preocupación de comprar pañales para Kari, el fijarse que Tai no saliera a la calle persiguiendo una pelota que había pateado mal, que sus dos niños tuviesen todas las vacunas, preparar el almuerzo y la cena, estar pendiente de que siempre hubiese leche para las mamaderas, ayudar a Tai a aprender a leer, lavar los platos… y relavarlos cuando era turno de Susumu de lavarlos, porque siempre los lavaba mal, llevar a Kari al médico cuando se enfermaba, la mudanza a su departamento actual, desparasitar y curar al gato que un día se metió a la casa siendo un cachorro y nunca más se fue, cumplir con las obligaciones del trabajo, organizarse con el dinero y las cuentas, inscribir a Kari en la primaria, lavar el equipo deportivo de Tai para que estuviese listo para los fines de semanas cuando jugaba partidos, buscar un disfraz de dama de la época colonial para la obra escolar de Kari, cocer el agujero en la ingle del pantalón que Susumu usaba para trabajar, asistir a las reuniones de padres de la escuela, estar pendiente que Susumu le hablase con Tai sobre los cambios de la pubertad, encargarse que siempre sus hijos tuviesen los útiles escolares listos, hablar con Kari cuando llegó al momento que toda niña llega cuando su cuerpo está listo para convertirse en mujer, y explicarle como cuidar de su nuevo cuerpo, indignarse con la compañía de suministro eléctrico por algunos apagones inesperados que le costó la vida al lavarropas, indignarse aun más con la escuela cuando Tai fue golpeado por defender a un alumno menor que él, y asegurarse de que los responsables recibieran su castigo.

    Todo esto la mantuvo ocupada durante años sin que se diera cuenta, aparte de la dichosa tarea de mantener y cuidar la relación con su esposo y las personas a las que ella tomaba como amigos.

    Demostrando que no siempre se dejan flores en la tumba del pasado, la parte de la sociedad que supo amarla y reconocerla en sus años rebeldes, la fue guardando poco a poco en un olvido involuntario, como así también sus compañeras y compañeros de “pelea”. Incluso las organizaciones sociales, tan presentes y luchadoras por las buenas causas en su momento, no supieron aguantar la caricia de la conformidad, alimentada por unas cuantas victorias y mejoras sindicales que saciaron ganas y objetivos que nunca más fueron renovados. Así la sociedad misma fue olvidándose de otra forma de existir que no fuera más que dejar pasar el tiempo, y fue tomando lentamente los recientes cambios y victorias de las movilizaciones sociales como algo que siempre estuvo y siempre fue así, inamovible y eterno, sin historia, pasado o futuro.

    Sin embargo, el despido masivo de esa tarde no solo había dejado sin trabajo a Yuuko y a 34 empleados más, sino que despertó a una leona dormida.

    El desconcierto de haber pasado de la noche a la mañana al grupo de los desempleados quedó opacado por el enojo hacía si misma por no haber sabido ver las señales y por olvidar por completo, envuelta en las cortinas de la comodidad, el fervor batallador de años anteriores.

    Se levantó de la mesa del comedor y caminó decidida hacía la pequeña biblioteca de la sala de estar, ante la confundida mirada de sus hijos. Tomó una guía telefónica, de esas de la época de cuando todavía se escribía los números de los conocidos en papel, y buscó en sus últimas hojas aquellos números olvidados y escritos a mano por una Yuuko 15 años más joven.

    -Esta noche no cocinaré, niños- dijo sin dejar de observar la guía telefónica, con un fuego en su mirada que hace años que no se encendía- pidan una
    pizza o algo, tengo mucha gente a quien llamar.

    Un viejo amigo

    La feria de artesanías había llegado a la ciudad el día anterior, y al día siguiente se iría, habiendo pasado desapercibida por la mayoría de la población, como una rápida brisa invernal que nadie extraña.

    -No sé para qué quisiste que viniéramos- bostezó Davis, mientras caminaba de la mano con su novia por la calle cortada al tránsito, con los diferentes puestos de artesanos a cada lado de la acera- ni siquiera vas a comprar algo.

    -Ya lo sé, Davis- le dijo Kari.

    La castaña hubiera deseado poder comprar algún adorno en esa interminable variedad de chucherías, pero el despido de su mamá y la situación económica de su hogar no le permitió ni siquiera pedir dinero. Su madre se lo daría, haciendo de cuenta que todo estaba bien, pero ella ya no era una niña para no darse cuenta que las apariencias son solo apariencias. Las chucherías deberían esperar.

    -Pero es lindo venir a ver siquiera, la feria se irá mañana- ella se apoyó con una sonrisa en el hombro del castaño, sin detener el paso- disfruta de la caminata ¿Si?

    Al moreno se le trabó la lengua y su corazón se convirtió en un redoblante.

    -B-bueno, si así lo quieres- dijo al borde del balbuceo, sintiéndose tan feliz que no le importó estar en esa exposición de tonterías- ¡T.K! ¡Pecas!, no se
    retrasen- gritó por sobre su hombro.

    Algunos metros atrás, metros controlados cuidadosamente para no cortar el flujo de amor de la pareja, T.K rabió dentro de él.

    “Ya te dije que no le llames así, idiota”

    -Estamos detrás de ustedes, no se preocupen- contestó Andy con una sonrisa, a su lado.

    T.K estuvo a punto de recriminar a su mejor amigo el haber llamado “pecas” a Andy, pero la alegría en la voz del ojiverde le hizo olvidarse de ello.
    Solo sonrió ante lo que veían sus ojos.

    Desde el enfrentamiento con su madre, Andy se había mostrado cada vez más alegre, entusiasta, seguro de sí mismo, y hasta algo parlanchín. Parecía otra persona. Se había hecho más sociable y amigable con los demás chicos de la escuela, y sus constantes golpes y moretones habían dejado de aparecer. Incluso sus notas habían mejorado recientemente.

    Tal cambio en el ánimo del castaño, para T.K solo podía significar que las cosas en su hogar habían mejorado.

    Aquello, aparte de alegría, le inyectaba cierto orgullo en secreto, ya que él había sido parte, sino el completo responsable, de aquella mejoría. El ver a
    Andy feliz y pasar tiempo con sus mejores amigos era un buen blindaje para aquellos sentimientos extraños que le habían quedado después del episodio con Sora y Virginia.

    A pesar de ser pequeña, la feria era un verdadero viaje hacía todas las direcciones del mundo. Había artesanos de Europa, India, medio oriente, Japón, China, de todas partes de América, África.

    Castaño y rubio caminaron uno a la par del otro por detrás de la parejita, siempre preservando algunos metros de distancia para darles cierta privacidad, observando puesto por puesto las diferentes baratijas exóticas del mundo, intentando sacar las manos de los bolsillos lo menos posible para protegerlas del frio.

    T.K solo caminaba, pasando puesto por puesto sin darle mucha importancia a las artesanías y sin intenciones de gastar dinero, disfrutando de la compañía de sus amigos. Le alegraba la alegría con la que Andy se dejaba sorprender por lo que ofrecía la feria; revoloteando y preguntando absolutamente de todo a los artesanos de tierras lejanas, quienes respondían con acentos chistosos.

    Uno de los puestos llamó su atención: uno donde vendían artesanías con temática africana. No había nadie atendiéndolo. No supo que fue lo que le atrajo, lo que se exhibía allí no era diferente a los demás puestos, sin embargo, desprendían un magnetismo que no pudo resistir. Dejándose guiar por la imprevista curiosidad, se detuvo al frente de la mesa donde ceniceros, pulseras, llaveros y otras chucherías esperaban ser compradas. Como si le llamaran en silencio, revisó cada una de los artículos, reconociendo la sencillez de estos, pero al mismo tiempo el amor con el que fueron creados.

    -¿Te gusta lo que ves, T.K?

    Aquella voz con acento raro fue repentina, pero no le sorprendió; alzó la vista. Detrás del mostrador, le sonreía un sujeto de color, con restas tan largas que no se veían donde terminaban por debajo de la mesa. Parecía pasar los 50s.

    -Están muy buenas.

    Dijo sonriendo, observando de nuevo las artesanías; algunas titilaban al ser acariciadas por el viento.

    Frunció el seño de inmediato.

    -¿Cómo sabe que me dicen T.K?- preguntó sorprendido, irguiéndose y observando con más detenimiento a aquel tipo que llevaba el color de la noche sobre la piel.

    Viendo esos impasibles ojos negros, no le tomó ni un segundo confirmar que nunca lo había visto en su vida.

    -La pulsera de tu mano izquierda.

    T.K se arremangó la campera como si fuera un reflejo, exponiendo la pulsera que desde hace meses adornaba su muñeca de forma ininterrumpida.

    “Vaya, este tipo tiene una muy buena visión” pensó para sí mismo, sorprendido que el sujeto pudiera haberla visto aun con la manga de la campera tapándola.

    -Es una bonita pulsera- le dijo el hombre, esbozando una sonrisa. Sus dientes amarillentos resaltaban entre su frondosa y larga barba.

    Aquellas palabras llenaron repentinamente al rubio de amoroso orgullo por su sencillo adorno. No pudo evitar sonreír mientras acariciaba con la punta de los dedos la leyenda en relieve de la pequeña chapita de metal de su pulsera.

    -No es la gran cosa- dijo, mientras admiraba con la mirada adormilada por el cariño a su pulsera- la tuve que rehacer porque las tiras originales se rompieron, pero es muy importante para mí.

    -Un regalo no es importante por el regalo en sí, sino por las manos que lo entregan- le contestó el adulto, pasándose la mano por la barba- ¿Quién te lo regaló?

    -Mi no…- T.K volvió a fruncir el rostro en sorpresa- ¿Cómo sabe que es un regalo?

    -Porque la chapita dice “Siempre te recordaré, T.K”, se ve que lo hizo alguien muy hábil.

    El hecho que aquel sujeto pudiera leer la leyenda escrita en letras diminutas, desde tan lejos, le chocó por unos segundos… pero aquellos ojos negros le tranquilizaban de una manera que no entendía, como si ya los conociera desde hace mucho tiempo y fueran algo familiar.

    -Seguro quien te la regaló es una persona muy especial- agregó el hombre de rastas.

    T.K volvió a observar su pulsera, dejándose llevar en la calidez del recuerdo. Observó a Tai frente suyo, adentro del cobertizo en aquella mañana de verano, atándole la pulsera a la muñeca con más temblores que movimientos eficientes, y la cara completamente enrojecida por el pudor.

    Sonrió. El corazón le volvió a latir como en aquella vez.

    -Muy especial- contestó el blondo, sin darse cuenta que sus ojos se habían adornado de amor.

    -“Lokho okuthandayo kuhlale kuseduze

    -Disculpe ¿Qué dijo?- preguntó T.K, volviéndose a bajar la manga del abrigo y fijando la vista a frente.

    La sonrisa que le había tallado los recuerdos se le desfiguró. Su mandíbula inferior quedó suspendida, y un reflejo involuntario le hizo dar un paso hacia atrás.

    Ya no había nadie detrás del mostrador. No solo el sujeto había desaparecido en un parpadeo, las artesanías y demás artículos se evaporaron, dejando una mesa de madera vacía, como si nunca hubieran existido.

    -T.K, te estuve buscando- le dijo Andy acercándose por detrás- es hora de irnos.

    -Ah, sí, me distraje por un momento, perdón- contestó el rubio, sobreponiéndose del desconcierto, observando con disimulo a su alrededor- vámonos.

    Abejas asesinas

    Después de despedirse de sus amigos, T.K tomó el bus que lo llevaría a la casa de Tai. Fue solo, sin Kari, ya que esta iría con Davis al centro de la ciudad a disfrutar de su mutua compañía, esta vez a solas. El rubio entendió esa necesidad de los dos castaños de no querer separarse. Él iba a encontrarse con el “suyo” para ir al cine.

    Entró al complejo habitacional, subió las escaleras y tocó la puerta de los Yagami. Se le hizo extraño que tuviera que tocar de nuevo; supuestamente Tai estaría dentro.

    “Que tonto fui al olvidarme el celular en casa” pensó mientras se achataba con la mano los cabellos que el viento de la calle había desordenado.

    Cuando estuvo a punto de golpear la puerta por tercera vez, esta se abrió.

    -Hola- le dijo un despeinado Tai, aun más de lo habitual- perdona que haya tardado, estaba acostado.

    -No hay problema- contestó el rubio.

    Cuando vio al castaño con más detalle, no pudo evitar reír.

    -Pfff ¿Qué llevas puesto? Jaja.

    El moreno vestía un pantalón de jogging que le quedaría grande incluso a un basquetbolista profesional, pero lo llamativo a los ojos, a sus ojos, era
    la camiseta blanca y de mangas largas; le andaba chica, demasiado chica, dejándole todo el estomago y la parte baja de la espalda al descubierto.

    -Ah ¿Esto? Es la última moda en parís en cuanto a pijamas ¿Te gusta?- dijo dando una vuelta entera sobre si.

    -jeje si, te queda bien.

    T.K se acercó y sin pedir permiso apoyó una mano en ese tibio abdomen al que siempre le gustaba tocar, y sonriendo en complicidad con Tai, se besaron mientras el moreno cerraba la puerta.

    -Pasa, ponte cómodo.

    El rubio caminó por detrás del mayor en la sala, bajándose la cremallera de la campera, pero enseguida notó la frialdad en su pecho. Miró a su alrededor, algo desorientado. El hogar de los Yagami siempre había sido acogedor y tibio, pero no esa tarde de sábado. El mismo frio molesto que reinaba en las calles se paseaba ahora en el interior de esa casa que no parecía la siempre cálida casa de Tai, y eso se le hizo extraño.

    -Me sacaría la campera, pero está algo fresco aquí dentro- rió, intentado tocar el tema sin demostrar su repentina curiosidad.

    -Ah sí… decidimos entre todos que no prenderíamos la calefacción a no ser que fuese muy necesario, para ahorrar dinero- le dijo Tai, tratando inútilmente de no mostrarse incomodo- vamos a mi habitación, allí está más a gusto.

    T.K bajó la mirada y el sabor amargo de la culpa le impregnó el interior. Tai ya le había contado lo sucedido con su mamá, y que las cosas no andaban del todo bien en su casa. Mientras caminaba siguiendo al castaño hacía su cuarto, dijo:

    -Tai, no es necesario que vayamos al cine hoy, podemos hacer otra cosa en la que no gastemos dinero- dijo, inseguro de no haber sonado despectivo y que sus buenas intenciones hayan herido el orgullo de su persona especial.

    -No, T.K, no te hagas drama- le dijo el mayor dándose media vuelta, sonriendo- aunque suene raro, tengo ahorros- abrió la puerta de su cuarto- ¿En qué los gastaría si no es contigo? Vamos, estuvimos esperando esta película por mucho tiempo, disfrutemos de una buena tarde juntos.

    T.K asintió sabiendo que Tai no cambiaría de opinión, dijese lo que le dijese, ya sea por la verdadera convicción de que todo estaba bien, o por orgullo, quizás. Cualquiera que fuese la razón, sabía que así era la personalidad del oji-café.

    Entraron a la habitación del moreno, y a T.K le gustó reencontrarse con el habitual desorden que significaba Tai: su bolso de futbol tirado despreocupadamente a un costado en el suelo, un pantalón de jean a punto de caerse del respaldar de la silla, el escritorio con cuadernos y tareas eternamente a semi-terminar, y algunos calzados sin su pareja por aquí y por allá.

    -¿Qué hiciste hoy?- preguntó, sentándose en la desordenada cama de Tai. Estaba tibia- ¿Cómo te fue en el entrenamiento?

    -Muy bien- contestó el castaño cerrando la puerta del cuarto para que no escapara el calor- nada fuera de lo común. Llegué a casa, me bañé y me
    sentí con algo de sueño, así que me vestí con lo primero que encontré y me acosté algunos minutos.

    -Sabes...- dijo T.K desviando la mirada. El calor de la cama había escalado por su cuerpo hacía la cara-... si quieres podemos quedarnos acurrucados aquí, hace frio afuera.

    Sus miradas se encontraron. Tai le miró con esa media sonrisa típica de él; ya la conocía: esa media sonrisa que indicaba que los pensamientos del castaño no podían quedar solo en pensamientos, sino que tenían que materializarse. Lentamente caminó hacía él, sentado en la cama. El interior de T.K comenzó a alborotarse, como si fuese una pava al fuego cuya agua hierve poco a poco. El mayor, sin dejar de mirarle a los ojos, apoyó las manos sobre sus rodillas y sus rostros quedaron tan cerca que sus respiraciones acariciaban el rostro del otro.

    -Es una idea genial, señor Takaishi- le susurró a milímetros de la boca.

    T.K cerró los ojos. Sus labios temblaban de ganas, expectantes, deseosos, excitados.

    -Pero no creo que podamos disfrutarlo mucho, mis padres llegan en 10 minutos- continuó el castaño enderezándose- iremos al cine.

    El blondo abrió los ojos y sintió como toda la lujuria retrocedía y se ocultaba dentro de él, expectante a que Tai volviera a llamarla.

    -Sin embargo no creas que me olvidaré de esa propuesta- le dijo Tai, acariciándole una mejilla- ese día no me despegaré de ti.

    Por la mente del menor planeó la convicción de que no sería mala idea esperar entre los brazos de Tai a que pasase el invierno. La cara volvió a arderle. Antes de que el moreno pudiera percatarlo, desvió la mirada y le apartó la mano con calma, mientras con una sonrisa más nerviosa que natural dijo:

    -A veces eres muy meloso y cursi, Yagami.

    Tai rió, y T.K supo de inmediato que este ya le había leído las expresiones y los pensamientos, como quien lee un manual de uso.

    -Es tu culpa, a veces eres jodidamente lindo, Takeru.

    La caricia en su mejilla se convirtió en un pellizco voluntariamente doloroso, y unas cachetaditas burlonas.

    -¿Ah sí?- dijo el ojiazul, mirando al castaño con malicia mientras se sobaba la mejilla adolorida- aquí tienes tu “lindo”.

    Sin despegar el trasero del colchón, lanzó una patada que dio justo al costado del muslo de Tai, que lo hizo tambalear.

    -¿Con qué así lo quieres, no?- contestó el moreno, con una sonrisa que anunciaba que aceptaba la pelea.

    T.K no tuvo tiempo de prepararse, y antes de que pudiera levantarse de la cama, ya lo tenía a Tai encima de él, riendo y agarrándole de los brazos
    para dominarle.

    Ambos rieron mientras dejaban que el juego fluyera entre ellos, ese juego que era más que un juego, donde más que intentar ganarse en fuerza, se comunicaban con el cuerpo, con los movimientos y los roces accidentales y no tan accidentales; donde ambos disfrutaban de ser hombres, amigos, rudos y jóvenes, pero sin descuidar el cariño y la dulzura que se profanaban en el escudo de la intimidad.

    -Estoy muy adormilado para vencerte ahora- dijo el oji-café para después bostezar, cuando el rubio estaba ya prácticamente sometido debajo de él- me iré a hacer un café, sino me dormiré en el cine- le soltó y se perfiló hacía la puerta- ¿Quieres un poco?

    -No gracias, no me gusta el café- contestó T.K, sentándose en la cama mientras se peinaba con los dedos.

    -A mi tampoco, pero me mantendrá despierto- dijo el moreno yendo hacía la cocina.

    T.K se acomodó la ropa, que por la “pelea” le había quedado toda desorganizada, y no salió del cuarto para ir a la cocina con Tai porque reconoció al instante la letra de Matt en un CD arriba del escritorio.

    -¿Este es el CD demo de la banda de Matt?- preguntó el rubio en voz alta para que Tai lo escuchara desde la cocina, sorprendido de que aquello estuviese allí.

    ¿Tai escuchando a su hermano cantar? Eso si era difícil de creer, aunque por algún motivo, aquello le alegraba el corazón.

    -Ah, sí…-le gritó Tai-…suenan… bien, supongo.

    -¿”Bien”?- se mofó TK, sosteniendo el CD- ¿Acaso no escuchaste la pista N°6? Me vas a decir que esa línea del bajo no es genial, además, Eduardo, el
    que toca la batería, hace un solo que…

    Un zumbido le interrumpió los pensamientos y las palabras de cuajo. Su cuerpo se quedó estático por el miedo mezclado con el desconcierto. Sus ojos claros giraron, tan lento y dubitativamente, como si quisieran evitar hacer ruido, hacía la izquierda.

    Dos abejas monstruosas, del tamaño de toronjas, le vigilaban desde la ventana, y el terror en el rubio se abultó al darse cuenta que se encontraban del lado de adentro. T.K ni siquiera se preguntó cómo habían hecho para pasar desapercibidas todo aquel tiempo, ni que hacían allí o porque eran tan grotescamente grandes. Aquellos ojos extraños lo empujaron hacia atrás, dejando caer el CD de Matt y emitiendo un grito de asustada sorpresa. Cayó al piso sobre el trasero, y sin dejar de rebotar retrocedió como un cangrejo hasta la puerta, sin despegar su vista de los insectos. Cuando llegó, se enderezó y salió del cuarto con tanta rapidez y torpeza, cerrando la puerta con desesperación tras de sí, que no se dio cuenta que Tai corría por el pasillo hacía el cuarto. Ambos chocaron entre sí, y T.K volvió a caer de trasero al suelo.

    -¡¿Qué pasó?!- preguntó Tai con el corazón saliéndole por la boca y una mancha de café aun caliente en el medio del pecho.

    -U-unas abejas en tu cuarto- contestó el rubio, levantándose a la vez que intentaba recuperar el ritmo normal de la respiración que el susto le había arrebatado.

    -¿Unas abejas?- la cara de Tai no podía reflejar toda su confusión- ¿Casi me mato corriendo hasta aquí… por unas abejas?

    -¡Pero son gigantescas!- el blondo intentó defenderse al ver que el rostro del mayor había cambiado- y muy peludas, y… una es negra con líneas naranjas, y la otra naranja con líneas negras ¡Son horribles!

    Tai suspiró, pasándose una mano por el cabello.

    -¿Estás seguro? ¿Abejas andando por aquí… en invierno? Quizás te las imaginaste.

    -No estoy loco.

    -Está bien, me tendré que encargar de ellas- contestó el castaño, agarrando el picaporte de la puerta del cuarto.

    -Espera, es peligroso- le detuvo el rubio, tomándole del brazo- son muy grandes, en serio.

    -Está bien, espera un momento- Tai se dirigió a la cocina y volvió con un insecticida en aerosol, y se sacó una pantufla- listo, un insecticida y una pantufla, soy la peor pesadilla de cualquier insecto.

    T.K no pudo reírse del comentario; estrujaba los bordes inferiores de su abrigo con los dedos. No quería quedar como un cobarde, pero ¡Dios! ¡Como odiaba a esos insectos!

    Cuando Tai volvió a sujetar el picaporte de la puerta, instintivamente dio un paso atrás.

    -¿Quieres entrar conmigo a batallar contra las abejas, o tienes miedo?

    -No tengo miedo, es solo que… pasa que…

    Tai rió.

    -Está bien, supuse esa respuesta ¿Por qué no haces una cosa?- el mayor le tomó de los hombros y le perfiló a la puerta al frente en el pasillo-
    mientras yo destruyo a esos monstruos- Tai abrió la puerta y le señaló la computadora del estudio del señor Yagami- fíjate en internet a qué hora
    exacta es la película, yo no me acuerdo bien.

    Con suaves palmaditas en el trasero, el moreno le hizo ingresar al cuarto.

    -Después de matar a esos bichos, me cambiaré y estaremos listos para irnos- dijo para luego cerrar la puerta.

    T.K, una vez solo en ese cuarto, se dio cuenta que Tai le había tratado como un niño asustadizo. En otras circunstancias se hubiera enojado y reprochado, pero el recuerdo de esos insectos alados, con sus aguijones listos para lastimar, y esas alas que emiten ese zumbido perturbador, le hizo entender que a veces no era tan malo tragarse el orgullo.

    Se sentó al frente de la PC y presionó el botón para prenderla, pero no pasó nada. Confundido, se fijó que era lo que fallaba y no tardó mucho en descubrir que estaba desenchufada. La enchufó.

    El polvo que se asentaba con timidez sobre el teclado y el monitor dejaba ver que aquella computadora no se usaba hace algún tiempo.

    Una vez iniciado el sistema operativo, cliqueó en el navegador de internet, pero antes de que pudiera escribir la pagina del cine al cual irían para fijarse el horario exacto de la película, un cartel saltó al frente de la nada.

    “Parece que el navegador se cerró de forma abrupta durante la última vez ¿Desea restaurar la sesión anterior?”

    Unas opciones de “Si” y “No” se mostraban como únicas salidas.

    Indiferente, posicionó el cursor en “No”, pero antes de hacer clic, se detuvo a secas.

    “¿Y si fue el padre de Tai quien usó la computadora para el trabajo?” pensó, temiendo meter la pata “Si escojo “No”, posiblemente estaré arruinando lo que fuese que estuvo haciendo aquí”.

    Aliviado de no haber hecho clic en “No”, y hasta algo orgulloso de sí mismo por ser capaz de pensar rápidamente antes de cometer un error tonto, presionó “Si”.

    Sus ojos claros esperaban encontrarse con páginas web sobre cuestiones administrativas, enredadas con números y porcentajes, o con datos empresariales y económicos de los cuales él no entendería nada.

    Pero lo que apareció en la pantalla, lo cual le dejó con la boca abierta y completamente petrificado, fue muy diferente:

    “Los secretos del sexo oral”

    “Enamora a tu hombre con tus habilidades con la boca”

    T.K no podía creer lo que leía. Releía una y otra vez esos títulos de páginas, creyendo que su mente le hacía una broma.

    -¿“Todo lo que tienes que saber del sexo oral”?- leyó sin darse cuenta, con los ojos hipnotizados en la pantalla.

    Un torbellino de sensaciones parecidas a la vergüenza, pudor y nerviosismo se desató dentro de él. Se tocó la cara, ardía.

    “¿Qué es esto? ¿Esto lo buscó Tai?” se preguntó, sin poder dejar de ver aquellas imágenes ilustrativas, ni aquellas explicaciones desvergonzadas.

    Era imposible que un chico de su edad, a esta altura del siglo XXI, no supiera lo que es el sexo oral, ni como hacían el amor dos hombres. Pero… nunca había imaginado que el proseguir de su existencia llegase a ese plano de intimidad. No porque le disgustase, sino porque la vida siempre había ido por otros carriles, lejos de ese umbral. Ni siquiera los besos, las caricias y las masturbadas mutuas se acercaban, en su mente, a lo que significaba esas acciones que la pantalla le mostraba.

    Una de las páginas ofrecía un video. T.K, a pesar de la vergüenza y la sorpresa, ni siquiera lo dudó y su dedo le dio “play”.

    Una señora de mediana edad, piel morena, y acento caribeño le dio la bienvenida.

    “Todo normal hasta ahora” pensó el rubio, sin poder despegar los ojos del monitor.

    Después, señora explicó que lo que iba a hacer era “enseñar todo lo necesario para satisfacer a su hombre en la intimidad” mientras sacaba de debajo de la mesa el pene de goma más grande que había visto en su vida. Inmediatamente pausó el video.

    El ojiazul se tapó la cara del pudor y miró hacia abajo, no esperaba que existiese tanta información para “eso”.

    “Cálmate T.K, pareces una colegiada púber ¿Por qué te avergüenzas tanto, idiota?” se dijo sin cambiar de posición.

    Un sonido cercano que rozaba la imperceptibilidad le golpeó en el tímpano como una maza, que lo catapultó hacía la pantalla, intentando cubrirla lo más posible con sus manos. Sosteniendo la respiración, movió sus ojos hacía todos lados, imaginándose ver a cualquier miembro de la familia Yagami parado en la puerta, mientras él veía esas “cosas”. Pero no. Seguía solo en el estudio, con la puerta cerrada. Al dar otra revisión, esta vez más serena, se dio cuenta que el sonido lo había hecho el gato, acostado sobre algunas carpetas en un escritorio.

    Suspiró más aire que los que sus pulmones podían exhalar, tranquilizándose, pero no sacó sus manos del monitor.

    -¿Tai?- preguntó por sobre su hombro, lo suficientemente fuerte para que su voz traspasara las dos puestas y el angosto pasillo que lo separaban.

    -¿Sí?- se escuchó débilmente.

    -¿Mataste a las abejas?

    -No encuentro ninguna abeja, no están por ningún lado.

    Esa repuesta le hizo tambalear en cuanto a su seguridad sobre su salud mental. Primero aquel artesano misterioso se evaporó al frente de sus ojos ¿Y ahora esto? ¿Acaso sufría de alucinaciones?

    -Estoy buscando la ropa para vestirme, en un rato salgo- le gritó el moreno.

    T.K se volvió a sentar y observó la pantalla, pensativo.

    “Esto es lo que Tai quiere” Meditó agarrando el mouse y dándole una nueva ojeada a ese material inédito para él. Se dio cuenta que había aun más pestañas abiertas, esperándolo. Pensando que ya nada le haría ruborizarse más, entró dispuesto a conocer todo lo que Tai había estado “investigando”.

    No le tomó ni un segundo darse cuenta que se había equivocado y que era posible alborotarse aun más. Sus ojos volvieron a leer los títulos con un pudor inimaginable.

    "Como practicar sexo anal sin dañar a tu pareja"

    "El ABC del sexo anal"

    "Cuidados y consejos a tener en cuenta cuando la diversión viene por detrás"

    Las imágenes explicativas y “consejos” que mostraba la pantalla eran todavía más sugerentes que las anteriores, y a T.K se le vino la sensación que hace mucho tiempo que no leía algo con tanta atención. Cada dato era nuevo para él, y se había adentrado en la lectura de tal forma, que solo cuando se reacomodó en la silla se dio cuenta que su pene estaba duro como una roca.

    Impulsado por la repentina curiosidad, continuó ojeando aquellas informaciones inesperadas, hasta que el sonido de la puerta de entrada de la casa abriéndose, y la voz de la mamá de Tai, le indicaron que ya no estaban solos en la casa. A la velocidad de la luz, cerró todas las pestañas y borró el historial del navegador sin miramientos, para después fijarse finalmente el horario de la película y apagar la computadora. Se levantó de la silla y rápidamente se acomodó la ropa para que la erección no se le notara.

    Cuando abrió la puerta del estudio, la puerta del cuarto de Tai, al frente el pasillo, se abrió también.

    -Ya estoy listo- le dijo un Tai ya vestido para la frialdad del día- ¿Por qué estás tan rojo, te hizo calor?

    T.K, aun con las imágenes que acababa de ver girándole en la cabeza, vio al castaño a los ojos y se extrañó de sentir que la presión aumentaba en su entrepierna.

    -Sí, de repente me hizo calor- mintió- ¿Mataste a las abejas?- preguntó en un intento de cambiar de tema y poder encausar su mente de nuevo.

    -No sé qué fue lo que viste, T.K, pero no hay ninguna abeja en mi cuarto, me fijé por todos lados - le contestó el castaño, abriendo la puerta de la habitación para que lo viera con sus propios ojos: no había nada fuera de lo normal- por las dudas eché insecticida por todos lados, pero sinceramente
    creo que te las imaginaste.

    El ojiazul ya no estaba seguro de nada. De igual manera, no podía concentrarse en intentar recordar si aquellos bichos habían sido producto de su imaginación o no, al igual que el artesano africano de la feria; su mente estaba plagada de nuevas imágenes sexuales.

    -jeje posiblemente lo imaginé- rió falsamente.

    -Vamos al cine entonces.

    -Sí, vayamos.


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    Ya que no tengo nada que decir en estas notas finales, supongo que es buen momento para invitarlos a leer (por si ya no lo hicieron) mi primer fic "original", se llama Borja y es un "one shot"... por ahora. https://mundoyaoi.forumfree.it/?t=75136932

    Hasta la proxima!! y gracias por leer.
  5. .
    Hola gente! Como les trata este 2018? Perdón por tardarme tanto en volver a aparecer. No pude dejar el cap antes de irme de viaje, y cuando volví, escribir no era una de mis prioridades (pero si deseos), el estudio, trabajo y todas esas cosas que todos sabemos. Pero en fin, aquí está la continuación.

    Ah, antes de dejarles leyendo, quiero avisar que tomé prestada una escena de una peli argentina que se llama "Tiempos de valientes", una comedia. Me pareció una escena muy genial, y que se adaptaba de 10 con lo que pasa en una parte de este cap. Espero que les guste. El que vio la peli sabrá que parte es.

    *Killer_Cookie: jajaja, no, no te des topes!! No leo mentes, es que ya me retaron lo suficiente como saber cuando estoy pareciendo malvado por dejar los caps donde los dejo :P :P espero que la conti te guste, un abrazo. Por cierto, gracias por los deseos, disfruté mucho el viaje :D


    *shingiikari01: Ese fue un sacrificio digno jajaja que te quedes con las ganas de más es una buena señal, me alegro. Muchas gracias, fue un buen viaje!! y no los olvidaré, pase lo que pase seguiré actualizando en la medida de lo posible. No prometo velocidad, pero si constancia y siempre esforzándome. Saludos!!


    *****---*****----*****






    Capitulo 17: Confianza




    El propio susto le hizo darse media vuelta de inmediato. Era Tai.

    Aun atontado por las continuas sorpresas, se estremeció al verlo de esa forma: los hombros caídos, la boca entreabierta, la mirada apagada y ausente. La tristeza que el castaño irradiaba le pegó justo en el centro del pecho.

    -Tai…- dijo dando temerosos pasos hacía el moreno, sin siquiera saber que decir.

    Los nervios que había sufrido con Virginia cesaron de golpe, dejando tras de sí un vacio de sensaciones y pensamientos. La situación se le hizo tan irreal e impactante a la vez, que su cuerpo se desconectó de su mente como si todo se tratase de un sueño, o mejor dicho, una pesadilla. Lo único que pudo hacer fue observar a Tai a los ojos, mientras el silencio se acentuaba impenetrable al bullicio de los alumnos saliendo de la escuela y revoloteando con normalidad por allí.

    Lo primero que su mente le permitió hacer, luego del susto inicial, fue explicar, a pesar que Tai todavía no reaccionaba, todo el episodio con Virginia.
    Sin detenerse a tomar aire, contó sobre el trato que la chica le había obligado a cumplir, y que aquel beso había sido sorpresivo. La torpe velocidad con la que le salían las palabras, y los tartamudeos, le obligaron a repetir algunos conceptos más de una vez, ya que ni él, en su prisa, había entendido lo que quiso decir. La cara de Tai no cambiaba a pesar de sus explicaciones, y eso, le angustiaba aun más.

    Cuando terminó de contar lo sucedido, se quedó atento a los ojos del castaño, pero sintió que Tai no le veía, a pesar que esos ojos marrones le apuntaban. Era como si el moreno se hubiese desconectado del mundo, y usaba solamente el dolor y la tristeza como combustible para respirar. Eso hacía las cosas peores. Solo ahí T.K entendió que su explicación había sido un intento inútil de remediar lo irremediable. Cada segundo de silencio clavaba un alfiler en su corazón. Pudo sentir que estaba al borde del llanto. La falta de respuesta del mayor le hizo pensar que dijera lo que dijera, nada podría hacerle borrar la imagen de Virginia y él besándose.

    “¡Tai no merece esto!” se recriminó a sí mismo, mientras los ojos se le humedecían y apretaba los puños.

    Tai le había visto besarse con otra persona ¿Que importaba lo que él pudiera decir ahora? Seguramente para el castaño ya no importaba. El daño ya estaba hecho, y había sido demasiado.

    ¿Qué podía hacer? ¿Qué podía hacer para solucionar eso? Se preguntó, en busca de una solución que no llegaba.

    Pensó que si tenía que tirarse a los pies de Tai, y pedir a los gritos perdón, lo haría, sin importarle nada: ni que estuviese en público, ni de lo patético que se vería eso, ni su orgullo. Sabía dentro suyo que en realidad había sido una víctima de ese beso furtivo, pero el miedo de estropear el cariño de Tai le obnubiló y le borró la capacidad de distinguir culpas, meritos y desméritos. Sin embargo, la tristeza de esos ojos marrones le hizo perder rápidamente la fe en esa idea, y supo que ni sus ruegos servirían.

    Bajó la cabeza y cerró los ojos con fuerza, en un intento de contener las lágrimas. Ahora Tai se daría la vuelta y se iría, en un silencio que marcaba el final, y él no podría hacer nada. Solo quedarse allí, inmóvil, llorando en silencio y odiándose a sí mismo como nunca nadie se había odiado.

    -T.K…- escuchó finalmente la voz de Tai, a la vez que una mano inesperada se posaba sobre su hombro-… está bien, te creo.

    Para el rubio, aquello sonó demasiado irreal. Milimétricamente levantó la vista, y se refregó un ojo ya que las lágrimas no le dejaban ver. Tai le miraba con su semblante normal, esbozando una sonrisa, la cual, sin duda para T.K (y eso le pareció aun más sorprendente) era sincera.

    -¿Por qué lloras? No hiciste nada malo- le dijo el castaño.

    T.K, aun suspendido en el vacio de la sorpresa, intentó limpiar su garganta ya preparada para el llanto.

    -¿En serio?- preguntó sin intención, automáticamente.

    -Claro que si, recuerdo haber visto a esa chica caminar con un perro ese día en la plaza… no vi que nos fotografiara, pero ahora que lo recuerdo, no nos dejó de clavar la mirada después del beso… no le di importancia.

    T.K bajó la vista, sin la capacidad de sentirse aliviado por la conmoción que le provocó el miedo de perder a Tai ¿Todo estaba bien? ¿Tai no estaba enojado o dolido? Esa posibilidad nunca se le había pasado por la cabeza. La calidez de la voz del mayor le reconfortaba y le desorientaba al mismo tiempo.

    -Hey…- dijo el castaño tomando de los hombros al menor, al ver que seguía extrañamente desanimado-… ven conmigo.

    Tomó al ojiazul del brazo y entró a la cafetería al frente de la escuela. Mintiendo que este se sentía mal, pidió a la cajera permiso para que T.K usase el baño de caballeros. Una vez dentro, sigiloso y veloz, verificó que fueran los únicos allí, espiando por debajo de las puertas de los sanitarios. Trabó la entrada del baño con pasador, necesitaban privacidad. Con suavidad, apoyó al menor contra la pared y se le puso en frente.

    -T.K…- dijo tomando al blondo de las manos, este le esquivaba la mirada, aun con los ojos tristes-… quizás no te lo digo lo suficiente, pero te amo- tomó al ojiazul del mentón y le movió suevamente la cara para que lo viera a los ojos-… sé que puedo ser celoso a veces, créeme que lo odio, odio los celos, odio ser tan celoso, así que no voy a dejar que aquello arruine nuestra relación, no lo permitiré. No soy un loco celoso ni nada por el estilo... bueno, ya no.

    El rubio, a pesar de seguir con los ojos enrojecidos, esculpió en sus labios una leve sonrisa.

    -Así está mejor- sonrió Tai- no te sientas culpable, sé que me dices la verdad y confío en ti, T.K… sí, está bien, me doy cuenta como te miran los demás- dijo blanqueando los ojos exageradamente, para luego fijar su vista en aquellos ojos celestes que le observaban atentos- pero nadie te mira como yo- agregó con confianza.

    Vio como T.K rió por lo bajo, sus intentos de animarlo funcionaban. Ver a T.K sonreír, a pesar que seguía viéndose como un cachorrito mojado, le plantó la necesidad de besarlo; no por excitación o cachondez, sino como una forma necesaria de protegerlo y hacerle saber que estaba junto a él. Tomó al menor de la mejilla y se acercó a su rostro. Le besó. Aquellos labios siempre sabían bien, la textura justa, los movimientos apropiados. Al final del beso, apoyó su frente con la del rubio e hizo rosar sus narices de un lado al otro.

    -Ahora iremos a buscar mi celular del service, y, ya sé que hace frio pero, podríamos tomar un helado… yo pago.

    -No- le dijo seco el blondo. Tai retrajo su cabeza hacia atrás, no se lo esperaba- yo pago.

    Sonrió al ver que T.K volvía poco a poco a la normalidad.

    -Está bien, pero la próxima no lo aceptaré.

    Salieron de la cafetería rumbo al servicio técnico donde Tai había dejado su celular para que lo reparasen y le quitaran todo el chocolate que le había quedado desde la escapada con Matt.

    Mientras caminaban por la ciudad hacía el service, con un viento invernal soplándole en las espaldas, Tai notó a T.K envuelto en el silencio que dejan las situaciones angustiantes e incomodas. Lo tomó como algo esperable, pero que necesitaba ahuyentar rápidamente por el bien del menor.

    “¿Tanto le afectó el creer que me enojaría con él?” se preguntó Tai, internamente “Que tierno” pensó, reconociendo que el hecho de que al rubio le preocupara tanto su relación, le reconfortaba de cierta manera.

    También se fijó que el rubio, intentando ser disimulado, se tocaba los labios con la yema de los dedos y la mirada distante.

    -¿Sigues pensando en ese beso?- preguntó, solo con la intención de molestar inocentemente y mover el ambiente.

    -¡No! No, no, solo es que…- contestó el ojiazul, evitándole la mirada-… fue mi primer beso con una chica.

    Tai sonrió. Siempre que pensaba que ya había explotado toda la ternura del menor, este salía con algo nuevo. Era inagotable.

    -Entonces- dijo en un tono pícaro- ya que conoces como besa un chico y una chica ¿Cuál beso te gusta más?

    El rubio se desbalanceó y le miró sorprendido.

    -¿Qué cosas preguntas?- le dijo este, a la vez que su cara tomaba color rápidamente.

    Tai amaba esa clase de expresiones “¿Por qué eres tan dulce, T.K?” Pensó.

    -No contestaste mi pregunta.

    T.K bajó la vista, con su rostro ruborizado a más no poder.

    -Tú ya sabes que los tuyos.

    Se detuvieron a esperar a que el semáforo en la avenida les permitiera el paso.

    -¿Quieres que te de uno ahora?- preguntó el castaño, sin dejar de sonreír.

    T.K se sobresaltó.

    -Nos podemos meter en problemas de nuevo- dijo viendo hacía todos lados, como en busca de un enemigo escondido entre la gente que iba y venía por aquella esquina de la ciudad. Tai rió.

    Tras caminar unas cuadras más, llegaron al local donde Tai había dejado el celular. Este pagó el arreglo y lo retiró. Después se encaminaron hacía una heladería cercana, donde T.K pagó dos helados y se sentaron a disfrutar de ese placer fuera de estación. Se tomaron su tiempo para reponerse del episodio con Virginia, retomando mediante charlas, risas y miradas, el trato cotidiano pero especial entre ellos.

    Al salir del local, el moreno prendió su celular y casi se le trabó por la cantidad de mensajes que le llegaron de golpe. “Vaya, parece que todo el mundo se puso de acuerdo para hablarme justo estos días que no tuve el celular ¡Cuantos mensajes!” dijo viendo la pantalla del móvil “La mayoría son de Sora”.

    Entonces, al evocar a Sora, Tai recordó lo que esta le había dicho aquella mañana, y que le dejó algo confundido.

    -Oye T.K- dijo guardando el celular en su bolsillo- ¿Por qué le dijiste el viernes a Sora que mi partido se jugaría al mismo tiempo que el de ella?

    A T.K se le cerró la garganta. Por un momento había logrado olvidar su mentira y sus intenciones de apartar a Tai de Sora. Había llegado la hora de responder por sus acciones.

    Tai le había creído (cuando cualquier otra persona hubiese dudado) lo sucedido con Virginia, merecía saber la verdad, pensó.

    Formuló las oraciones en su mente, y su boca se prestaba a decirlas, pero estas murieron antes de nacer cuando las palabras del castaño en el baño de la cafetería se reprodujeron por si solas en su cabeza.

    “Odio los celos”

    Perdido en esos ojos marrones que lo observaban fijo, T.K dudó si estos soportarían otra decepción el mismo día. Algo dentro suyo le gritaba que no.

    -¿Acaso te confundiste?- le preguntó Tai, poniéndole una mano en el hombro.

    -Ah, sí… me confundí con los horarios, lo siento- dijo automáticamente, agarrándose de esa última pregunta del moreno como quien se agarra de un salvavidas.

    -Ya veo, no te preocupes- contestó el castaño con una media sonrisa- pero… ¿Por qué no me lo dijiste antes?

    -Supongo… que me olvidé je- dijo T.K, rascándose la nuca- parece que es verdad lo que dicen de los rubios- agregó viendo el suelo.

    Tai se abalanzó sobre él, abrazándole y revolviéndole el pelo.

    -Hasta que por fin lo admites- le dijo riendo- mi rubio cabeza hueca.

    T.K rió sin ganas, preguntándose en su interior porque no podía comportarse de manera normal cuando se trataba de Sora.

    “Bien hecho, T.K… Tai confía en ti, y tú le recompensas mintiéndole. Eres una basura, Takeru” Fue el pensamiento que se le instaló en la cabeza durante el resto del día.

    Cena incomoda

    La rubia iba de aquí para allá, desde la cocina hacía el comedor, acomodando platos, cubiertos, vasos, y servilletas; hace mucho tiempo que no preparaba la mesa para cuatro personas. Ya había terminado la salsa al champiñón y la esparció sobre el jugoso trozo de carne que se horneaba a fuego lento en el horno. Ya tenía las papas hervidas y listas para hacer el puré, solo faltaba que los comensales llegaran. Natsuko Takaishi sabía que la cocina no era uno de sus puntos fuertes, pero aquella noche debía esforzarse si quería causar una buena impresión. No solo a sus dos hijos adolecentes, quienes al parecer habían perdido hace tiempo la fe en sus dotes culinarios, sino también a Greg, el hombre con el que venía “saliendo” hace algunos meses.

    Todavía le daba algo de vergüenza, incluso en la propia intimidad de su mente, llamarle “novio”, a pesar de que la cosa ya iba bastante encaminada.

    El estar de novia después de tantos años de soltería, le recordaba aquellos despreocupados y divertidos años de su adolescencia, que ya parecían quedar muy lejos. Aquel viaje imaginario al pasado le gustaba y distraía, pero al mismo tiempo le traía ciertos auto-reproches: como el haberse privado de conocer a más personas antes de formalizar con Hiroaki. Recordando cómo era ella un poco más de una década y media atrás, se le plantaba la seguridad de que hubiese sido pretendida por más de uno durante sus mejores años, si tan solo no se hubiera casado tan joven. Se sabía, en ese entonces, bonita, coqueta, divertida, espontanea… todas características que extrañaba y que muy pocas personas, casi nadie, le atribuirían en el presente.

    ¿Cuántos hombres hubieran estado tras ella si hubiera seguido soltera por más tiempo? ¿Cuántas miradas la hubieran hecho sentir deseada, codiciada, si no hubiera conocido a Hiroaki? ¿Su carrera de periodista hubiera tenido otro destino? ¿Uno, quizás, más importante o trascendente, en una ciudad donde si pasaran hechos importantes? ¿Hubiera incluso podido llegar más lejos en el Judo?

    Sí, el “¿Qué hubiera pasado?” le visitaba de vez en cuando, y a veces se quedaba imaginando cuantas cosas serían diferentes si hubiera esquivado por más tiempo la vida de esposa y madre, y luego la de madre soltera. A pesar de eso, no se arrepentía de nada y dejaba que esas ideas se le escurrieran sin mancharla realmente. Tenía a sus dos hijos, quienes eran su vida entera. Le iba bien en su trabajo, ganando notoriedad e importancia, y había encontrado a un hombre que la acompañase y que le recordara que todavía era una mujer capaz de entrar en el juego de la seducción. Las cosas iban muy bien. ¿Cuántas personas podían decir que las cosas iban bien, en la crisis económica que sufría la ciudad? Muy pocas, debía sentirse afortunada.

    “Vamos, Natsuko” se dijo viéndose al espejo del pasillo, acomodándose el cabello y levantándose los senos con las manos “Todavía estás bien, ni siquiera llegaste a los 40s”

    La puerta del departamento se abrió, interrumpiendo el silencio.

    Primero entró Take, seguido de Yamato. Al último y cerrando la puerta tras de sí, Greg. Natsuko caminó hacía el comedor con los brazos abiertos.

    -Ya están aquí, que bueno- dijo, dándole un beso en la frente al menor de sus hijos, quien saludó con una voz extrañamente baja y sin ánimos, para luego ir directamente a la mesa, cabeza gacha.

    Aunque se extrañó del decaimiento de su hijo, continuó con los saludos.

    -Hola, Yamato- saludó abrazando a su hijo mayor.

    El rubio correspondió incomodo el abrazo.

    -Hola, mamá- dijo, anticipando la no tan disimulada olfateada en busca de olor a cigarro que su madre solía hacerle al abrazarle. Esta vez no fue la excepción.

    Luego, fue el turno de Greg.

    -Aquí el comisario Greg reportando…- le dijo, haciendo la mímica de hablar por su radio de policía-… que los patitos fueron entregados a mamá pato Kggghh esperando órdenes.

    -Hiciste un buen trabajo- contestó la rubia, abrazándolo- tu siguiente orden será que te sientes y disfrutes de lo que cociné con tanto esmero.

    Greg le sonrió, y acercó su rostro para besarla.

    -Greg- susurró Natsuko, apoyándole un dedo en los labios y retomando algo de distancia- no frente a los chicos.

    El uniformado de sereno bigote castaño resopló sin molestia y sonrió.

    -Está bien- contestó, mientras sacaba su mano izquierda de su espalda- mira lo que traje.

    Los ojos celestes de la mujer se abrieron de par en par. Nunca había visto una botella de vino tan cara de cerca, fuera de un mostrador.

    -Greg… esto es muy caro- dijo sin salir de su asombro, pero sin poder dejar de admirar la etiqueta del vino- no debiste.

    -Puedo darme algunos lujos de vez en cuando, quería que la compartieras conmigo- sonrió el hombre.

    -Claro, un poco no hará mal.

    Al pedido de la dueña de casa, todos se sentaron en la mesa. Natsuko se sentó en la cabecera, con sus dos hijos a cada lado, sentados uno frente al otro. Greg se sentó al lado de Take, mientras destapaba la botella y servía el costoso vino en la copa de Natsuko y en la suya.

    -Matt ¿Quieres un poco?- preguntó con una sonrisa el delgado uniformado, peinando su cabello castaño (que cada vez cedía más espacio a la frente) hacía atrás con una mano, sosteniendo el vino con la otra.

    Matt observó a Greg, serio. Por lo general, era indiferente a los chistes de los adultos que trataban de comportarse "cool" con él, sin embargo, los chistes de ese tipo le caían particularmente pesados y sin gracia. Le miró a los ojos, esos ojos que siempre le habían llamado la atención para mal: eran celestes. Pero no celestes vistosos, sino celestes extraños. Eran más claros que los de T.K y su madre, tanto, que ya llegaban al borde de lo anormal.

    La luz de las lámparas le golpeaba a ese tipo en la cara de tal forma, que acentuaban sus mejillas consumidas, las cuales le hacían parecer más viejo que los cuarenta y tantos años que decía tener. También le realzaba las irregularidades en el tono de piel de la cara, como si hubiera tomado sol de manera dispareja. Solo al estar sentado con él en la misma mesa, Matt se dio cuenta del aspecto calavérico de ese tipo.

    -Tiene 16 años- exclamó su madre, alejando la botella de su vaso- ni lo pienses, Greg.

    El uniformado solo rió y apoyó el vino en la mesa, guiñándole un ojo. Él no respondió con nada más que su rostro serio.

    Natsuko, ignorando el intercambio de miradas de su hijo con su novio, no podía evitar sonreír mientras cortaba el trozo de carne con salsa de champiñones en medio de la mesa. El aroma cosquilleaba en la nariz.

    “En serio parece apetitoso” pensó con orgullo, y hasta llegó creer que en realidad no era mala en la cocina, sino que no tenía la suficiente práctica por culpa del trabajo.

    Le sirvió a Yamato, esperando secretamente, como si fuera una niña que hace algo bien y espera ser felicitada, sorprenderlo por sus recién descubiertos dotes culinarios, pero cuando le dio un vistazo un poco más detenido a su hijo mayor, la sonrisa se le evaporó de inmediato. Se le acercó al oído y le susurró:

    -Te dije que cuando vinieras a esta casa, te sacaras esa porquería de la oreja.

    Hubo un cruce de miradas, a las cuales ambos ya estaban acostumbrados. Yamato refunfuñó. Con ambas manos se sacó el pendiente y se lo guardó en el bolsillo.

    Natsuko volvió a sonreír para ayudar a cuidar su buen humor, pero al ver a su izquierda para servir a Take, la sonrisa se le pausó de nuevo: el menor seguía viéndose decaído, con su mirada perdida en el servilletero. Sus hombros, la posición de su cabeza, sus ojos tristes, todo indicaban preocupación y malestar.

    -¿Take, que te pasa?- preguntó, mientras con una mano le tocaba la frente y le acariciaba una mejilla- ¿Algo anda mal?

    -No, está todo bien- contestó el rubio, demostrando en su tono de voz que no era verdad.

    -Eso suena a problema con las mujeres- dijo de manera bonachona Greg, dándole al menor palmadas en la espalda.

    -Take aun es chico para eso- dijo Natsuko, tomando el plato de Greg para servirle.

    -¿Qué?- rió el uniformado- ¿En serio crees que Takeru aun se chupa el dedo? Mira este rostro- dijo tomando a Take del mentón con suavidad- de seguro no tiene que mover ni un dedo para que se peleen por él. No estés desanimado, Takeru, si te fue mal con una chica, con tu apariencia conseguirás otra pronto… si tan solo te peinarás así- agregó levantando el flequillo del rubio en puntas- así te ves un poco mayor.

    -Conozco muy bien a mi hijo, Greg, sé que él es un chico integro y que no anda en esas cosas- dijo la dueña de casa con seguridad- y no lo peines así, le queda mejor su look actual- mencionó achatándole el flequillo a su hijo.

    T.K, ignorando por completo las manos que revoloteaban en su cabello, apenas levantó levemente la mirada de su plato, para observar a Matt a los ojos.

    El rubio mayor se topó con esa mirada celeste, sorprendido de la tristeza que le transmitió. Era como si T.K necesitase conversarle con la vista.

    A pesar de no haber hablado con T.K sobre el tema, la conexión que tenía con su hermano le dijo de inmediato que había algo que le preocupaba, y, a pesar de no saber el motivo de aquel estado de ánimo, pudo descifrar una palabra en esos tristes ojos claros: Taichi.

    T.K bajó la vista.

    “¿Qué hiciste ahora, maldito idiota?” preguntó el rubio mayor entre sus pensamientos, refiriéndose al moreno.

    -¿Cómo estuvo tu día hoy, Greg?- preguntó su madre, sentándose con el plato ya servido.

    -No quiero aburrirlos contando lo monótono que es el trabajo en la comisaria- contestó el sujeto de bigote- alimentaría los prejuicios de que los policías somos vagos- rió.

    -No sé si es un prejuicio…- dijo Matt por lo bajo.

    -Yamato- le llamó la atención su madre, frunciendo los labios por enojo y con su típica cara de “No me hagas pasar vergüenza, o ya verás”.

    -…digo, debe ser difícil mantenerse recto en una institución que está tan corrompida- continuó Matt, llevándose el tenedor a la boca con toda la calma del mundo, a pesar de la mirada de advertencia de su madre.

    -¡Yamato, por favor! ¿Es necesario hacer esa clases de comentarios ahora?- alzó la voz la rubia, comenzando a mostrar cierta alteración en la voz.

    -No, no Natsuko, está bien- dijo Greg con una sonrisa, sirviéndose más vino- es verdad que hay de todo dentro de la fuerza, pero creo que el
    problema principal son los sueldos en la policía en esta ciudad. Si los sueldos subieran, estoy seguro que no habría corrupción.

    -Los maestros de escuela y los médicos también están ganando miserias y no se corrompen- agregó el rubio con calma y soltura.

    Levantó la vista del plato, topándose con los ojos de Greg. Este lo veía fijamente, ya sin esa sonrisa bajo el bigote, como si le analizara.

    Silencio.

    -Tu muchacho siempre tan sincero y diciendo lo que piensa, Natsuko- dijo el adulto sonriendo y adoptando una postura relajada de nuevo, pero sin romper el contacto visual con Matt- me agrada.

    Antes de que Natsuko pudiera pedir perdón por las habladurías de Matt, y cambiara el tema forzosamente para rescatar su cena de la incomodidad, el teléfono celular de Greg sonó.

    -Disculpen, necesito atender esta llamada- dijo el uniformado, levantándose de la mesa- con permiso.

    Greg caminó hasta el balcón y deslizó el panel de cristal tras de sí.

    Cuando Natsuko estuvo segura que su novio hablaba por teléfono y no podía escucharla gracias a la aislación sonora de la puerta de cristal, miró fulminantemente a Matt, ya sin la necesidad de ocultar su enfado.

    -Yamato ¿Podrías comportarte?- le retó, susurrando pero con firmeza.

    -¿Qué hice?

    -Tú sabes de que hablo- le dijo, levantando un dedo- lo único que quiero es tener una cena con mis dos hijos y una persona importante para mí, en paz ¿Es mucho pedir? Se supone que eres el mayor.

    Matt no contestó. Bajó la vista, sorprendiéndose del enojo que había descubierto dentro suyo durante la conversación con Greg. Justamente él no era el indicado para hablar de moralidad o ética, y lo sabía. Centrándose y reconociendo que no ganaría nada arruinando la velada, continuó comiendo, en silencio y sin levantar la vista.

    -Y Take, deja de jugar con la comida- agregó la rubia, esta vez cambiando de hermano.

    -No me gustan los champiñones- dijo T.K con un hilo de voz, moviendo uno de los hongos de un lado al otro en el plato.

    Greg volvió a la mesa y el resto de la cena transcurrió en calma, con solo los adultos conversando entre sí.

    Terminada la comida, Matt lavaba los platos, mientras tarareaba una de sus canciones favoritas.

    -Te dije que yo lavaría cuando volviese- le dijo su madre, apareciendo en la cocina, mientras se colocaba en la oreja un pendiente coqueto de muchos brillos.

    -Está bien, yo me encargo- contestó el rubio- ¿Adónde vas?- preguntó, su madre se había vestido con ropa elegante e informal. Era raro verla así.

    -Iré con Greg a un pub, volveré pronto- ella le colocó una mano en la mejilla- cuida a tu hermano ¿Si? No se acuesten tarde, mañana tienen escuela.

    -Sí, sí, no somos niños- dijo Matt, blanqueando los ojos.

    Natsuko se acercó a su oído y susurró.

    -¿Sabes porque tu hermano está así de decaído?

    Matt contestó que no. Él se preguntaba lo mismo. El menor se había ido directamente a su habitación después de cenar, cayendo dormido al instante, evitando así toda posible charla con él.

    A pesar de no saber qué pasaba, Matt, dentro de su mente, no podía dejar de vincular a Yagami con aquella tristeza, y también, al mismo tiempo, por primera vez se dio cuenta de lo profundo que había calado aquel castaño dentro de su hermano.

    Melodías

    Comenzaba a anochecer, y Tai subía pesadamente las escaleras hasta su casa. Todavía no podía reponerse del susto que había sufrido hacía algunos minutos, cuando esperaba con T.K fuera de una tienda a que pasaran a buscar al menor. Una patrulla policial se detuvo frente a ellos. Cuando vio a Matt dentro, y el oficial de bigote, quien conducía el auto, llamó al rubio menor con su mano, inmediatamente el estomago se le dio vuelta. No pudo evitar pensar que habían atrapado a Matt por sus fechorías con la banda del taller abandonado, y que la policía venía por T.K por quien sabe que motivo. "¿Tai qué pasa?" le preguntó el ojiazul al notar su repentina petrificación "es el novio de mi mamá, cenaremos todos juntos esta noche".

    Su susto solo había durado contados segundos, pero fueron suficientes para que el cuello y los hombros le quedaran entumecidos, acompañando a un pulsante pero tenue dolor de cabeza.

    En un intento de liberarse de la incomodidad, realizó movimientos de calentamiento y elongación con sus hombros y cuello, que no sirvieron de mucho, e ingresó a su casa. No había nadie. Sus dolores y su pereza le impidieron preguntarse dónde podía estar su familia. Indiferente a la soledad, caminó hasta su habitación, sacándose el abrigo, y se tiró boca arriba en su cama.

    El ver a esa chica besar a T.K le había dejado tensiones en el cuerpo y el alma, y la confusión con el policía había terminado de estrujarle los nervios.

    Suspiró con el brazo apoyado sobre los ojos, reconociendo que no había sido la jornada con el rubio que había esperado, pero decidió dejar de pensar en eso. Se enfocó en la dicha de haber disfrutado la compañía de T.K y el placer de haber recuperado su celular.

    Disfrutó de la oscuridad acogedora, interrumpida solo por tenues rayos de luz artificial que entraban por la ventana cerrada necesariamente por el frio. Revisó su celular sin mucho interés, poniéndose al día con las novedades de los diferentes grupos de conversaciones, que se habían atiborrado de mensajes en el lapso en el que estuvo incomunicado.

    Un brilló que detectó con el rabillo del ojo llamó su atención. Sobre su escritorio, algo reflejaba la luz artificial que se colaba por la ventana. Impulsado más por el aburrimiento que por la curiosidad, se levantó de la cama. Tomó al CD entre los dedos, y no reconoció que era hasta que vio en el dorso, escrito con bolígrafo, el nombre de la banda de Matt. Solo entonces recordó que nunca había escuchado aquel CD, como le había dicho al rubio que haría, sino que lo había pospuesto sin intención, empujado por las obligaciones diarias y su despiste innato. Meditó si su cansancio era suficiente impedimento para posponer aquello otra vez, y tras unas idas y vueltas sin argumentos, se sentó en el escritorio frente a su equipo de música.

    Colocó el CD dentro, y, a pesar de saber que estaba solo, se calzó los auriculares para poder escuchar con detenimiento. Se recostó sobre su silla, descansando los pies en el escritorio de su cuarto, y presionó "play". En la oscuridad de la habitación que lo envolvía, los golpes de batería, los rifs de guitarra y las notas graves de un bajo endiablado entraron por sus oídos.

    "Suenan bien" fue lo primero que pensó, a la vez que su pie se movía por cuenta propia al compás de la canción.

    La calidad de la grabación era mediocre, y hasta se podía oír a alguien toser y hablar de fondo, sin embargo no opacaba la calidad de la interpretación. La voz de Matt le electrizó el sentido de la audición.

    "¿Ese es Matt?" se preguntó a sí mismo, dudando, aun sabiendo lo mucho que puede cambiar la voz de una persona cuando canta. Y sobre todo cuando canta tan bien.

    Toda su atención se posó en la voz de la banda. Ahora entendía porque T.K hablaba tan bien de su hermano y su banda. No se había dado cuenta, pero las tres canciones que iba escuchando las había disfrutado en un placer que solo la oscuridad y la música juntas pueden liberar.

    El CD intercalaba covers de canciones famosas, temas propios de la banda, canciones famosas, temas propios. Los covers eran canciones de su agrado, las cuales ya eran tan viejas como conocidas y amadas por las masas desde años antes de que él o Matt nacieran, y que les trajo incontables recuerdos y emociones. Los temas propios no estaban nada mal tampoco. De forma natural e involuntaria, la tarea de analizar lo que escuchaba pasó a ser un viaje de placer por el puente que la música construía a ese lugar tranquilo e intemporal que todos saben encontrar cuando escuchan buenas canciones. Ya no juzgaba si sonaban bien o mal, tan solo se dejaba llevar. A pesar de disfrutar el CD sin el estorbo de la mente, el moreno fue consciente que la canción que más le gustó, y que sin darse cuenta la reprodujo tres veces seguidas, fue un cover de la canción "Don´t go away", de Oasis. En esas sensaciones en las que voló durante los casi 5 minutos de la canción, se dio cuenta de lo parecida que era la voz de Matt, por lo menos durante el canto, con la del cantante de esa banda.

    Mientras se seguía introduciendo dentro del CD, el fugaz pensamiento de que la idea de Matt de ser famoso ya no era tan loca le sorprendió. Tuvo que admitir, a fuerza del disfrute de sus interpretaciones, que aquella banda liderada por ese idiota rubio tenía por lo menos lo necesario para competir en el ambiente musical.

    Continuó escuchando todas las canciones, algunas más de una vez, hasta finalizar el CD. Se sintió extrañamente complacido por las melodías que acaban de acariciarlo. Incluso los dolores del cuello y cabeza habían desaparecido.

    Sin embargo, cuando se sacó los auriculares, aquel placer fue cortado por las tijeras de un llanto proveniente de la cocina...


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    Hasta la proxima! espero que no me tarde dos meses de nuevo. suerte!
  6. .
    Hola a todos!! supongo q primera vista ya verán que no, no hay cap. Por eso me reaparezco así. Quería terminarlo antes de hoy, porque me voy de viaje, pero no pude hung Es increible la cantidad de tiempo que me tardé en preparar las cosas para el viaje, además estaba mi trabajo. Así que perdón crazy
    Recién vuelvo a mediados de febrero. No llevaré la netbook ni nada, así que la historia quedará parada hasta esas fechas... incluso más, porque cuando vuelva tengo que estudiar como un condenado jajaja

    DHStK8PWsAI3GW8
    "Por qué odias mis hobies, Señor?"

    Bueno, solo eso. Lamento dar esta noticia. Para mi es triste por lo menos, porque, aparte que me gusta escribir, me gusta traerles capitulos nuevos cada vez que puedo.
    Solo eso, que tengan un buen verano (los del hemisferio sur, como yo) o un buen invierno jeje. Hasta la proxima!!
  7. .
    Hola gente beia! Como va? Primero que todo, perdón por haber tardado tanto el aparecerme por aquí de nuevo. El trabajo, pero sobre todo el estudio me tenían sin vida últimamente stun . A muchos le agrada el mes de diciembre... yo lo odio jajaja, pero bueno, por lo menos ya estoy de vacaciones, del estudio por lo menos. Aquí les traigo el cap 16, espero que les agrade. Gracias por seguir leyendo!


    Ah, antes de dejarlos que lean, les molesto con un pequeño aviso. Hace poco publiqué mi primera historia "Original", con personajes propios. Es un One shot (por ahora). Los invito a que, si quieren, a leerlo y opinar que les parece. Más allá de saber su opinión, si les gustó o no, también estoy buscando opiniones sobre si debería seguirlo o no. Estoy algo indeciso con respecto a eso.

    Aquí está el link: https://mundoyaoi.forumfree.it/?t=75136932

    Desde ya muchas gracias!! thumbup



    *shingiikari01: Hola! jaja, yo tmb estoy en un trabajo donde (más que nada los fines de semana) no hay nada que hacer. Me alegra entretenerte siquiera por un momento. Ese ritual es peligroso e inusual XD jajaja Hasta la proxima!!

    *Killer_Cookie: Hola! jeje no hay drama. Me gusta que la gente comente cuando pueda o quiera. Que alguien se sintiese obligado no me gustaría. Gracias a vos por leer! espero que te guste la conty, un abrazo!!



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    Capitulo 16: Culpa



    Matt levantó su rostro con los ojos bien abiertos.

    -¿Eh? No sé de qué hablas- contestó arqueando una ceja.

    Tai se inclinó hacia delante en el sofá, clavando sus ojos en las iris azules de su cuñado. Intentó encontrar, aun sin saber exactamente que buscar, alguna señal que Matt mentía, pero solo se topó con verdadera confusión e incertidumbre.

    -¿Seguro? Le golpearon salvajemente, eran entre 4 y 7 sujetos, todos jóvenes, con las caras tapadas, algunos con palos, le apuñalaron varias veces, no le robaron nada, así que se cree que fue un ajuste de cuentas…- dijo, incapaz de desechar todas las dudas, analizando las reacciones del rubio, quien solo negaba con la cabeza con el botiquín en las manos mientras oía atentamente-… ¿No escuchaste nada sobre eso?

    -No sabía nada, como te dije antes, no me interesa en que andan los sujetos del taller, tan solo me importa lo que me pidan hacer a mí y que me paguen- le dijo el blondo- sin embargo… no puedo asegurarte que no hayan sido ellos.

    Unas llaves girando en la puerta interrumpió la conversación. Matt sobresaltándose, escondió la caja blanca con la cruz roja mal hecha debajo de un almohadón del sofá, antes que la puerta se abriera por completo.

    Un desaliñado y abatido Hiroaki entró al departamento, con el portafolios en una mano y un cigarro a medio fumar en la otra.

    -Ah, hola Taichi, que gusto verte- saludó el adulto con alegría pero también cansancio, para luego ver alrededor con una mueca de confusión- ¿Take está aquí?

    -No, yo lo invité...- se apresuró a decir Matt sin mucha alegría, como si le lastimase siquiera decir esas palabras-…para pasar el rato.

    Los dos castaños en la sala compartieron la misma cara de sorpresa, sin disimulo. El rubio pudo sentir esos cuatro ojos marrones observándolo detenidamente. Hasta él se sorprendió que su boca pudiera haber dicho esas palabras siquiera, avergonzado por traicionarse a sí mismo. La nariz le cosquilleó en una sorpresa desagradable. Recién notándolo, el cigarro de su padre consumiéndose entre sus dedos, robó su atención y amargó su humor.

    -¿Acaso no te dijo el cardiólogo que tenías que dejar de fumar?- preguntó enojado, sonando más como un reto que una pregunta.

    -El último del día, hijo, lo juro- contestó Hiroaki levantando la mano derecha en señal de juramento; le dio una profunda pitada al cigarro y lo apagó
    en un cenicero sobre la mesa del comedor.

    Matt refunfuñó de tal forma, que a Tai le dio la impresión que no era la primera vez que al rubio le decían eso.

    -¿Quieres quedarte a cenar, Taichi?- le preguntó el castaño mayor, abriendo la heladera- ayer compré un buen pedazo de carne de lomo que está…

    Hiroaki se calló de repente al notar que el motor de la heladera no funcionaba.

    El electrodoméstico venía fallando desde hace un tiempo, y cada vez más recurrentemente. Sabía que, hasta que tuviera tiempo para repararla (por decima vez en el año), con tan solo golpear en los puntos correctos le haría arrancar de nuevo. Al tercer golpecito, un choque eléctrico le arrancó un corto pero intenso grito de dolor.

    -¡¿Qué pasó?!- preguntó Matt, saltando como un resorte del sillón, y con un preocupado miedo en la voz que Tai nunca le había escuchado y que nunca creyó que le escucharía.

    -Ah, nada hijo, la heladera me dio una patada, eso es todo- contestó el castaño, arrodillándose al frente de la heladera abierta y metiendo medio cuerpo adentro- debe haber un cable que está haciendo mal contacto en alguna parte, quizás si solo toco aquí… ¡Aaahg!- volvió a gritar.

    -¡No la toques más!- gritó el rubio, quien ya se había puesto al lado de su padre y lo tironeaba del saco, pero sin poder moverlo- te puedes electrocutar.

    -jeje no pasa nada, Matt, escucha- rió Hiroaki sobándose la mano, mientras ser erguía y dejaba que el ronronear del motor volviera a sonorizar la cocina- esta heladera tiene un poco más de tu edad, ya es lógico que necesite algunos ajustes más permanentes de los que yo le hago- agregó cerrando la puerta de la heladera y colocando una mano en el hombro del rubio.

    El adulto volvió su mirada a Tai.

    -¿Te quedarás a cenar, Taichi?

    -No gracias, Hiroaki, tengo que volver a mí casa, ya pasé toda la tarde afuera- contestó el moreno, subiéndose el cierre de la campera hasta el tope.

    -Está bien, la próxima vez será- le dijo el castaño mayor sonriendo- acompaña a tu amigo a la puerta, Matt.

    Tai notó la cara del rubio al escuchar la palabra “amigo” refiriéndose a él, pero ahogó sus ganas de reírse en pos de continuar con la farsa de su amistad. En la puerta, fingió despedirse amigablemente del blondo lo suficientemente alto para que Hiroaki escuchara. Salió del departamento y caminó al ascensor, pero, de repente, un pensamiento que se cruzó sin aviso le hizo volver sobre sus pasos y evitar con su brazo que el rubio cerrara la puerta por completo.

    -Matt, espera.

    -¿Qué pasa ahora?- preguntó agonizando el blondo.

    Tai dudó de sus propios pensamientos, y fugazmente se preguntó porque hacía caso a la idea que había irrumpido como una intrusa en su mente.

    -Es que… ¿Me prestarías el CD demo de tu banda? Quisiera escucharlo.

    El ojiazul le miró entre extrañado y sorprendido, dejándole en claro que no esperaba eso de él.

    -Solo lo quieres porque casi me rompe la nariz.

    -No, no es por eso, en serio quiero escucharlo- contestó el moreno.

    Matt bajó su vista, como si lo pensara. Sin decir nada, se metió al departamento y volvió con un CD en una cajita nueva, con el nombre de la banda escrita con bolígrafo en el dorso.

    -Tiene 12 canciones, 6 son canciones de nosotros y el resto covers de diferentes bandas que nos gustan- le dijo el ojiazul con la voz condimentada por un atisbo de genuino interés que no había mostrado nunca.

    -Ok, lo escucharé bien pueda- dijo Tai con una sonrisa, recibiendo el CD - adiós.

    El rubio le miró fijo, como si analizara en ese momento todo lo que había sucedido esa tarde mientras le observaba. Asintió con la cabeza.

    -Hasta luego- le dijo, para luego cerrar la puerta.

    Impulso

    Solo faltaban dos calles para llegar a la residencia de los Yagami, y a T.K le nació la necesidad imperiosa de acelerar su paso. ¿Hace cuanto que no veía al moreno? ¿Dos días? Para él, parecía más tiempo. Además de no verlo, tampoco había podido charlar mucho con Tai, ya que el celular del castaño se había descompuesto por una "accidente con chocolate" que nunca entendió como había sucedido. Pero ya había llegado el viernes, y con eso la oportunidad de volver a juntarse con el moreno. En una charla por teléfono fijo, que sin que se diera cuenta se había extendido 40 minutos, Tai le había invitado a su partido de futbol por el campeonato inter-escolar. A él nunca le había interesado ver futbol, ni en T.V ni en vivo, pero cuando se trataba del moreno, se dejaba llevar en la contemplación y se olvidaba de lo que le interesaba y de lo que no. No había mejor forma que pasar la tarde de ese nublado viernes, alentando a Tai desde las tribunas.

    Impulsado por las insoportables pero alegres ansias de ver al oji-café, comenzó a trotar, reluciendo una sonrisa sin darse cuenta. Rápidamente llegó al complejo habitacional donde el moreno residía. Su mente había aprendido a vincular aquel edificio con pensamientos positivos que se despertaban con la alegría de saber que pronto se encontraría con Tai; tan solo le faltaba entrar y subir las escaleras para llegar a él.

    Antes de meterse al edificio, una voz le llamó desde atrás, deteniéndolo en seco.

    -T.K, espera.

    Al rubio lentamente se le fue desvaneciendo la sonrisa, mientras esa voz femenina se repetía en su cabeza, encendiendo las alarmas. Cerró los ojos.
    Aquella recientemente conocida y desagradable sensación de peligro, preocupación y enojo descendió por su garganta hasta su estomago. Respiró profundo. Forzándose de una manera que le sorprendía, arqueó la comisura de los labios simulando una sonrisa y se dio media vuelta.

    -Sora, hola ¿Qué haces aquí?

    -Hola ¿Cómo estás?- le saludó la peli-naranja, sonriente- vine a visitar e invitar a Tai a mi partido de tenis, hoy a la noche. Si quieres también puedes venir.

    T.K procesó aquello dentro de su cabeza, y de inmediato supo que nada le haría más feliz que Tai no fuera con ella. Sin siquiera meditarlo, levantó la cabeza y de un impulso dijo:

    -Tai estará ocupado, tiene un partido de futbol.

    -jaja, ya lo sé, me lo dijo en la escuela- le respondió la chica- pero como el partido de él es a las 18:00 hs, estoy segura que estará libre para ir al mío, que es a las 21.

    El blondo tragó grueso, y la desesperación se apoderó de él. No supo porque, pero no podía soportar la idea de esa chica invitando a Tai, ya sea para un partido de tenis, una cena, o cualquier cosa. Ella no. Ella no. Ella no podía mirarlo de esa forma como solía mirarlo.

    ¿Qué podía hacer?

    -Lo que pasa es que…

    No supo ni siquiera que decir, su boca había trabajado más rápido que sus neuronas. Se concentró.

    -… Tai me dijo que su partido se postergó, así que no estará libre para esa hora, lo siento- dijo, sorprendido de sí mismo ¿En serio estaba haciendo eso?

    -Ah, ya veo- dijo Sora, sin ocultar su sorpresa- supongo que como ese cabeza hueca tiene su celular estropeado, no me avisó de eso- agregó con desilusión- bueno, por lo menos lo visitaré un momento ahora ¿Entramos juntos?- le preguntó, perfilándose hacía el interior del complejo habitacional.

    T.K se alarmó en un estallido de nervios. Su reciente mentira haría agua.

    -¡No hay nadie en la casa ahora!- se sorprendió de lo desesperada que sonó su voz, así que intentó calmarse y seguir, ante la mirada extrañada de
    Sora- yo toqué la puerta varias veces y no salió nadie, ya me iba.

    Sora le miró a los ojos por incontables segundos, con un rostro carente de expresión, mientas su corazón se endurecía del temor ¿Acaso había sido muy obvio? Se preguntó el rubio.

    Solo en ese entonces, T.K se dio cuenta de lo que había hecho. Nunca había sentido el impulso de impedir algo de esa manera, tan solo se había dejado llevar. Miró a esa chica a los ojos, temeroso de ser descubierto en su falta, y que tanto ella como Tai descubrieran que es un mentiroso ¿Cómo podría explicar su impulso de separar a Sora de Tai?

    Quedaría como un imbécil, y T.K lo sabía.

    -Está bien, si no te abrieron la puerta, de seguro que no están- sonrió la oji-café- me voy, que te vaya bien T.K, un gusto verte- le dijo la muchacha, para luego alejarse por la acera.

    -Adiós, igualmente- saludó el blondo, y haciendo la mímica de alejarse por donde vino.

    Vigiló disimuladamente a la peli-naranja hasta que esta se perdió, doblando en la esquina. Dejó pasar unos segundos y se introdujo corriendo al complejo habitacional.

    ----------------------*-------------------



    El viento soplaba levemente, moviendo las pesadas nubes en el cielo que, de no ser que ya eran algo normal, daban la impresión que en cualquier momento llovería. T.K se cubría del frio con una campera que había heredado de Matt, bastante abrigada, cuyas mangas, algo largas para él, le protegían las manos del frio. Se sorprendía que a Tai solo le bastase una campera deportiva liviana arriba del uniforme de su equipo para escaparle al clima. Impulsado por la preocupación que alberga el cariño, ya le había preguntado varias veces si no tenía frio, pero el moreno solo le contestaba que al lado suyo era imposible sentir frio, haciendo que la mente le diera vueltas y la cara se le calentara.

    -¿Estás nervioso por el partido?- preguntó T.K, mientras caminaban uno al lado del otro por las calles de la ciudad hacía el club donde se jugaría el partido.

    -Te mentiría si dijera que no siento un poco de nervios- le contestó Tai, con su bolso deportivo colgándole del hombro- pero me tranquiliza el saber
    que estarás apoyándome desde la tribuna- le sonrió.

    T.K observó esa sonrisa como si la viera por primera vez, e inmediatamente su corazón se sacudió. En otro momento hubiera apartado la vista y se
    asombraría de lo que esa sonrisa le provocaba. Pero ahora, a pesar de seguir asombrándose, sostenía la mirada con esos ojos de chocolate y sonreía sin poder evitarlo, sabiendo que las palabras y la sonrisa de Tai eran sinceras. El sentirse digno de esa sonrisa le hizo olvidar por un momento lo que había hecho con Sora minutos antes.

    Siguieron conversando y caminando, aislados del mundo, hasta llegar una la plaza al lado del club donde se jugaría el partido. Cruzando la descuidada plaza, por el camino de cemento entre los árboles ya sin hojas producto del frio, T.K divisó sin querer a un chico y una chica, algunos años mayores a él y al castaño, sentados en un banco a algunos metros. El rubio vio como la pareja se abrazaba mientras las hojas secas se levantaban al alrededor por el viento, besándose en calmados pero cariñosos besos. De vez en cuando, el chico veía a los ojos a la muchacha, y le decía algo haciendo que ella riese, para luego seguir con los besos.

    Al ojiazul se le ralentizó todo alrededor, mientras esa escena lo trasportaba a un rincón de su mente. Se imaginó a Tai y él así, sentados en un banco de alguna plaza o parque, en público, besándose o simplemente tomados de la mano, disfrutando de estar juntos. Se imaginó a sí mismo sin miedo a las miradas o burlas de los demás, a la libertad de poder demostrar y recibir cariño con Tai, sin necesidad de estar escondidos o solos. Se preguntó cómo se sentiría besar sin estar rodeado por 4 paredes, con ojos ajenos alrededor ¿Sería igual? ¿El beso sería más intenso? Su inexperta mente divagó sobre el asunto, mientras continuaba disfrutando de su sueño despierto.

    -¡T.K, cuidado!

    Ese grito de Tai le hizo despertar, y apenas tuvo tiempo para desviar su rumbo y evitar que un cartel de “No tirar basura” le aplanara la nariz.

    -Jajaja ¿Acaso estás ciego?- se rió el moreno sacudiéndole el cabello, mientras él respiraba agitadamente sobreponiéndose de la sorpresa- casi te llevas un buen golpe ¿Que estabas viendo?

    Tai observó hacía donde el rubio había tenido la mirada perdida, y no tardó ni un segundo en encontrar a la pareja en medio de la plaza.
    Inmediatamente entendió lo que había provocado el descuido del menor, y lo miró a los ojos con cariñosa sorpresa.

    -Ah, ya veo lo que sucede- le dijo con una sonrisa- quieres que podamos estar así, como ellos.

    A T.K se le encendió el rostro y se le cruzaron tantos pensamientos y respuestas en la cabeza, que de su boca no pudieron salir nada más que fragmentos nerviosos e inconclusos.

    -¡No, no!... bueno, no digo que sería...me gustaría pero no creo que... quizás mejor solo... ósea, no debemos...

    -...dame un beso- le interrumpió Tai, viéndolo a los ojos con una media sonrisa.

    El blondo se quedó estático.

    -¿Qué?

    -Ya escuchaste, bésame.

    T.K observó pasmado el rostro del moreno, cuya tranquilidad y sonrisa picara lo desorientaban ¿Hablaba en serio? ¿Un beso en público? Quizás para otros eso no era la gran cosa, pero para él, era algo completamente nuevo. Le asustaba, el temblor en sus rodillas se lo decía. Sin embargo, el rostro de Tai lo llamaba; esos ojos marrones, esa sonrisa. Cuando el mayor lo observaba así, con tanto deseo, era como si fuese un imán para él.

    -Tai, hay mucha gente alrededor- dijo, moviendo sus ojos para todos lados.

    -¿Y?- le preguntó el castaño, sin dejar de mirarlo como si ya supiese que no tenía escapatoria- te estoy dando la oportunidad de que tú me beses, sino seré yo el que lo haga- agregó acercándose lentamente.

    El ojiazul le puso las manos en el pecho con los brazos extendidos.

    -Aquí no, hay mucha gente- tomó al castaño de la muñeca- ven.

    Caminó con el oji-café hasta un árbol ancho en el interior de la plaza, donde algunos juegos infantiles vacios y cercanos servían como una especie de cobertura, aunque seguían a la vista de cualquiera que pasara y mirara para allí. Colocó al moreno de espaldas al árbol y lo miró fijo, sin poder creer como el hecho de dar un simple beso le hacía sudar tanto. Volvió a observar a su alrededor, podía ver a la gente que paseaba en las inmediaciones de la plaza, y eso le incomodaba, a pesar de que el árbol suministraba cierta privacidad.

    -Solo uno- dijo levantando un dedo.

    -Solo uno- le contestó el moreno sonriendo, sin ocultar que disfrutaba de sus nervios.

    T.K se sujetó con ambas manos de la campera del castaño, levantó la mirada y, elevándose ese mínimo que necesitaba sobre la punta de sus pies, unió sus labios con los de Tai. Cerró los ojos, y sin controlarlo, dejó que sus labios se deslizaran suavemente sobre los del moreno, dos veces. Se separó del mayor y lo vio a la cara, como si lo necesitara. Aquella mirada marrón le envolvía de tal manera, que se olvidó de su miedo de ser observado.

    Tai se acercó a él para besarlo de nuevo, y sin darse cuenta aceptó sin dudar, mientras su brazo se elevaba y acariciaba aquel cabello castaño.

    -Dijiste que solo uno- dijo una vez se separó del mayor, bajando la mirada. Se había dejado llevar, otra vez.

    -Perdón, pero no pude resistirme- le contestó el oji-café, acariciándole una mejilla con sus dedos- sabes, mejoraste mucho besando- agregó riendo.

    Al rubio se le calentó el rostro y el cuerpo. Ya estaba demasiado alborotado por su primer beso "en público" como para poder responder algo.

    -Te pusiste rojo- se burló el mayor.

    -Deja de burlarte ¿Quieres?- contestó T.K, subiéndose la cremallera de la campera hasta el tope y alejándose del árbol- ¿No tienes que jugar un partido?

    -Ahora voy- dijo el moreno alcanzándolo- celebra mis goles ¿Sí?

    -Sí, sí- dijo el blondo con un ademan de manos- como digas.

    Llegaron a la entrada del club, donde se separaba la entrada para los jugadores y para el público.

    -Yo tengo que entrar por aquí, tú ve y acomódate en las gradas- dijo Tai, perfilándose a la entrada a los vestuarios- te despediría con un beso, pero ya no me concentraría para el partido.

    T.K se alborotó al pensar que alguien había escuchado lo último, pero se dio cuenta que las personas pasaban de él sin prestarle atención, ingresando por la entrada al club.

    Ladeó la cabeza de lado a lado mientras observaba como el castaño se adentraba en los vestuarios y desaparecía de su vista.

    A pesar que se seguía extrañamente avergonzado por lo que Tai había dicho, no pudo evitar sonreír mientras se tocaba los labios con la punta de los dedos, recordando el beso en la plaza. Se dio cuenta que era la primera vez que le gustaba todo de una persona; le gustaba todo de Tai, incluso aquellas situaciones embarazosas que le hacía pasar de vez en cuando.
    Aun con la sonrisa como adorno, se dirigió a las gradas.

    Chantaje

    El profesor escribía y escribía ejercicios en la pizarra a un ritmo frenético, mientras los alumnos de 3° año de secundaria copiaban como podían, temiendo que este borrase antes de que pudieran terminar. Un solo alumno no copiaba; uno rubio, quien observaba por la ventana como el patio escolar era visitado por una inesperada llovizna invernal de lunes al mediodía.

    El recuerdo de lo sucedido con Sora el viernes le había perseguido todo el fin de semana, y cada vez que lo recordaba, la conciencia se le hacía más y más pesada ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué había hecho caso a ese impulso de alejar a esa chica de Tai a toda costa? Jamás había sentido la necesidad de hacer eso, y el haber descubierto que era capaz de mentir y engañar con tanta necesidad no era algo que le orgullecía.

    "Ellos dos son amigos, está mal que intente separarlos" solía pensar.

    Quizás no había hecho un gran daño a nadie, pero sus intenciones en ese momento en el que mintió era lo que le molestaba. No le enorgullecía, no le gustaba ser así, pero no había podido resistirlo. La idea de Tai cerca de esa chica, que lo veía con tanto cariño aunque el moreno no se diera cuenta, le asustaba hasta el punto de dolerle. Otra cosa que le atemorizaba era el pensar que aquel sentimiento de odio y miedo hacía Sora se pudiera repetir ¿Podría controlar esos extraños sentimientos la próxima vez que se tope con ella? ¿O simplemente aquello era más fuerte que él? ¿Qué pensaría Tai? ¿Qué es un mentiroso celoso?

    Giró su vista hacía su compañero de banco y mejor amigo, quien había aprendido en los meses anteriores la extraña habilidad de mensajear por el celular, por debajo de la mesa, y copiar las tareas (o por lo menos no atrasarse tanto) al mismo tiempo.

    T.K lo observó con detenimiento, dándose cuenta que nunca había hablado con Davis sobre asuntos de parejas, más que nada porque a él nunca le había interesado. Ahora necesitaba cierta guía o consejos, y Davis era su mejor amigo, quien además estaba en una relación con nada más y nada menos la hermana de Tai. El moreno parecía estar pasándola muy bien desde que se juntó con la castaña, de seguro tendría cosas interesantes que decirle.

    -Oye Davis- dijo en voz baja, rozando el susurro- ¿Estás chateando con Kari, verdad?- preguntó, aunque ya sabía la repuesta, solo quería iniciar la conversación de la forma más natural posible.

    -Ah, sí- le contestó el moreno sin dejar de sonreírle al móvil en su mano izquierda, mientras su mano derecha seguía escribiendo ejercicios de matemáticas- estamos planeando ir a esa feria de artesanías que ayer llegó a la ciudad - Davis le miró de reojo- ¿Quieres ir? Kari me dijo que te invitó pero que no le respondiste los mensajes.

    T.K recordó haber leído la invitación de su “cuñada”, pero el haberse encerrado en sus pensamientos, y la culpa, le habían quitado hasta las ganas de conversar con la gente.

    -Ah, sí, sí, me gustaría- contestó sin darle importancia al tema, su cabeza estaba puesta en otros asuntos- Davis ¿Tu eres celoso?

    El moreno dejó de escribir tanto con su lápiz como con el celular.

    -¿Qué?- le preguntó con una sonrisa confundida.

    El ojiazul tragó grueso ¿Había sido muy directo?

    -Digo… ¿Qué opinas de los celos en la pareja? El otro día estaba… viendo en la televisión que hablaban sobre eso, y bueno… quería saber tu opinión ya que tú estás de novio con Kari… solo eso.

    -¿Acaso tienes celos de Kari?- le preguntó el castaño con una sonrisa que lo confundió- no te preocupes, siempre podrás ser mi amante secreto.

    Davis le apoyó la mano en la rodilla y la deslizó suavemente hacía arriba.

    -¿Qué cosas dices?- se quejó el blondo, golpeando al oji-café en las costillas.

    El castaño se arqueó del dolor pero sin dejar de sonreír, y rápidamente le devolvió el golpe antes de que T.K pudiera cubrirse. A ojos y oídos de sus compañeros, otro de los típicos juegos entre chicos había iniciado, aunque en un mal momento.

    -Shh, en 5 minutos borro y empiezo a escribir los demás ejercicios- alzó la voz el profesor, sin dejar de escribir con su humeante tiza en la pizarra.

    -No sé para que te pregunto- dijo el ojiazul, tomando su lápiz y cuaderno para copiar los ejercicios, pero se dio cuenta que no sabría ni por dónde empezar: no había prestado atención en toda la clase.

    -Ya, ya T.K, no te enojes- le dijo el moreno a su lado con una media sonrisa, retomando los ejercicios y la cercanía- dime ¿Qué quieres saber exactamente?

    T.K miró a su amigo de reojo, dudando de todo. La vergüenza estaba, pero la curiosidad también, como así las ganas de entender esa cuestión de los celos y los miedos, y hasta de entenderse a sí mismo, de cierto modo.

    -Solo… lo que opinas de los celos, si están bien, o si no están bien en absoluto…cosas así, no sé.

    Davis se reclinó sobre el respaldar de la silla, mordiendo su lápiz.

    -Mmm, supongo que está bien ser un poco celoso con tu pareja, eso demuestra que es importante para ti ¿No? Aunque tampoco es bueno serlo mucho ya que, aparte de demostrar que no confías en tu novia, puede llegar a ser asfixiante y ella puede pensar que solo quieres manipularle la
    vida… no sé que más decirte- culminó el oji-café con una sonrisa.

    -Está bien, no es que me importe mucho tampoco- dijo el rubio, tomando de nuevo su lápiz y su cuaderno.

    A pesar de fingir desinterés, T.K había escuchado con toda su atención, y las palabras de su amigo le habían dejado pensando ¿Él se encontraba en el extremo sano de los celos, o en el nocivo? Él si confiaba en Tai, pero al mismo tiempo desconfiaba de Sora ¿Cómo podía encontrar un balance a sus miedos?

    -Oye ¿No copiaste nada de nada?

    La pregunta de Davis le hizo despertar de sus pensamientos. Al fijarse, su cuaderno solo tenía un solo ejercicios de las ya incontables operaciones que el profesor había copiado en la pizarra; se dio cuenta que ni siquiera sabía cómo resolverlo.

    -Emm, no pude seguir el paso, después pásame tu cuaderno así copie... una vez que tú me salves a mí y no al revés, para variar.

    -Está bien, creo que te lo debo- contestó el castaño- vaya ¿El pequeño Takeru se está revelando contra el sistema?- preguntó en tono de broma.

    T.K resopló levemente y blanqueando los ojos, posicionándose de nuevo para observar la lluvia por la ventana.

    Después de la clase de matemáticas siguió el último recreo de la jornada; luego seguiría dos horas de literatura y T.K podría juntarse con Tai a la salida de la escuela, como habían planificado el día anterior, en una conversación telefónica.

    La charla con sus compañeros de diversos temas triviales, a un costado del patio escolar donde el techo les cubría de la lluvia, le habían ayudado a
    distenderse y olvidarse por un momento de sus auto reproches. Se entretenía con los comentarios que intercambiaba con sus pares sobre la serie de zombis que todos veían, y se reía del enojo de uno de ellos por los spoilers que le acababan de tirar en la cara.

    Sin embargo, entre charlas, burlas y risas, T.K notó que una chica, un año mayor que él y de las más populares de la escuela por su apariencia, no dejaba de observarlo detenidamente desde unos canteros a la distancia. La chica solo lo miraba, sin hacer nada más que mascar chicle. Le incomodaba; nunca había hablado ni interactuado con ella ¿Por qué le observaba así? Trató de olvidarse de ello y concentrarse en la conversación con sus compañeros.

    Lo logró por varios minutos.

    Hasta que la chica, rompiendo el estatismo, lo llamó con sus manos.

    Confundido, se señaló a sí mismo como para confirmar que era a él a quien esa chica popular llamaba. Ella lo confirmó con una sonrisa y asentando con la cabeza, y a T.K se le atoró súbitamente en el estomago la sensación de que algo andaba mal. No queriendo hacerlo, caminó hasta la muchacha.

    -Hola- saludó al posicionársele en frente, intentado que no se notara que su instinto le decía que nada bueno saldría de eso.

    -Hola ¿Eres Takeru Takaishi, verdad?- le preguntó la pelinegro.

    T.K contestó afirmativamente. La chica de ojos miel solo le quedó observando con una media sonrisa, como si le analizara, incomodándole aun más mientras el recreo se desarrollaba con normalidad a su alrededor.

    -¿Sabes quién soy?- le preguntó la chica, descolocándolo.

    -Em, sé que eres del curso mayor al mio, pero… de ahí en más no sé nada más.

    -¿Y sabes lo que se dice que pasó con mi novio?- preguntó inmediatamente la muchacha, sin dejar de mascar el chicle de una forma tranquila y serena.

    Al ojiazul nunca le habían interesado los chismes y rumores amorosos que de vez en cuando se desparramaban por la escuela, pero inevitablemente no podía evitar enterarse; sabía que se decía que el novio de esa chica, que iba al mismo curso de Matt, le había sido infiel. Confirmó con la cabeza.

    -No estés tan incomodo jaja- dijo la pelinegro riendo- ¿Acaso tu mamá te dijo que no hablaras con desconocidos?- le ofreció estrechar la mano- soy Virginia, pero puedes decirme Virgi, T.K.

    El rubio simuló un intento de sonrisa y estrechó la mano de la oji-miel.

    -¿Puedo decirte T.K, cierto?

    -Sí, no hay problema.

    De nuevo, se formo un silencio entre ellos, mientras Virgi le observaba y sonreía como si disfrutara hacerlo incomodar.

    -Y… ¿Para qué me llamaste?

    -Resulta T.K, que necesito tu ayuda.

    “¿Mi ayuda?” preguntó el blondo en su mente, sin poder imaginarse el motivo de esas palabras.

    -¿Por qué esa cara?- se burló la chica de pelo negro- es bastante simple, solo tienes que ayudarme a darle celos a mi ex novio.

    A T.K se le vinieron demasiadas preguntas a la cabeza, que no supo por dónde empezar.

    -¿Por qué yo?- preguntó finalmente, intentando recomponerse de la sorpresa.

    -Porque para darle celos, necesito que sea alguien atractivo físicamente. Ni en mi curso ni en el de los que se egresan este año hay un chico tan lindo cómo tu. En 5° año si hay chicos apuestos, entre ellos tú hermano, pero no se me quieren ni acercar por ser amigos de mi ex.

    Aquella chica, que a ojos del rubio hace unos segundos le era indiferente, se transformó en alguien despreciable y ruin. Sus intenciones no eran buenas, y él no sería parte de eso.

    -Lo siento, no quiero formar parte de esto- dijo ladeando su cabeza- es algo que tienen que arreglar tú y tu ex, suerte con eso- dijo para luego darse media vuelta y volver con sus compañeros, a sus charlas inocentes e irrelevantes.

    -Bueno, no me sorprende que no aceptaras- escuchó que dijo la pelinegro a sus espaldas- es lógico teniendo en cuenta que a ti no te gustan las chicas y tienes un novio.

    T.K se frenó como si chocase contra una pared invisible, mientras su mente era golpeada por una masa. Aquellas palabras seguían retumbando en sus oídos, acentuando el efecto del golpe que acaba de recibir. Lentamente se dio media vuelta, sabiendo, aunque ya no le importaba, que su rostro desbordaba sorpresa, y también miedo.

    Virginia sacó su celular del bolsillo de la camisa y le llamó con su dedo, sonriendo.

    El rubio se acercó lenta pero torpemente, todavía anestesiado. Al estar al frente de ella de nuevo, miró a su alrededor, cerciorándose que nadie estuviera cerca y escuchara.

    -¿Qué dijiste?

    -Resulta que el viernes caminaba por una plaza cercana a mi casa, paseando a mi perro, y me encontré con una escena algo particular- dijo la muchacha, mostrándole su celular.

    En la pantalla se veía a Tai y él, besándose apoyados sobre el árbol. La foto era nítida y clara, y sus rostros visibles y perfectamente identificables. Por mero impulso, intentó arrebatarle el celular, pero la chica fue más rápida y lo impidió.

    -T.K, tengo a todos mis dispositivos sincronizados entre sí ¿En serio crees que esta es la única copia de la foto?

    El rubio era incapaz de reaccionar. Esa tipa sabía su secreto, y tenía pruebas.

    -No quiero hacerlo, T.K, en serio, nunca le hice mal a nadie- dijo Virginia, adoptando una expresión más seria- pero si te rehúsas a ayudarme, divulgaré la foto por todos lados, y todos sabrán. Sabes que las personas pueden ser idiotas a veces ¿Estás listo para enfrentarte a eso? En tomar el titulo de ser el único homosexual de la escuela, y por ende el blanco de posibles burlas. Además está tu hermano… sabes que sus compañeros tienen fama de ser unos imbéciles y bravucones, que, aparte de caer sobre ti, posiblemente caigan sobre él por ser el hermano de “Takeru, el marica”.

    T.K sintió el peso del miedo caer sobre sus hombros, a medida que su respiración se volvía más y más irregular. Estaba expuesto, desprotegido, desnudo.

    -Se ve que no deseas eso, yo tampoco, no tengo nada en contra de los gays, T.K, ni en contra tuya- Virginia le apoyó la mano en su hombro- Si no estuviese en esta situación, los hubiese visto besarse en la plaza y hubiese seguido mi camino… hasta hubiese pensado que era algo lindo, pero al reconocerte saqué la foto sin dudarlo, pensando que el destino me estaba dando una especie de oportunidad para vengarme de mi ex novio.

    -¿Qué tendría que hacer?- preguntó el ojiazul bajando la vista, esforzándose más de lo que había pensado para que la voz le saliera.

    -Solo comparte una charla conmigo después de clases en la cafetería que está al frente de la escuela, sé que él estará allí en las afueras y nos verá, solo será una vez y estaremos no más de 15 minutos, después borraré las fotos, lo prometo.

    -Pero está lloviendo ¿Cómo quieres que nos sentemos en la cafetería?

    -No importa, la lluvia se detendrá- le contestó Virginia, demasiado segura- ¿Qué dices? ¿Me ayudarás?

    T.K levantó la vista y se quedó observando aquellos ojos color miel, mientras las deliberaciones iban y venían dentro de su cabeza, en una batalla entre conceptos éticos y pensamientos de auto preservación.

    “No parece tan malo” fue lo primero que pensó al escuchar lo que estaba obligado a hacer para que esa chica borrara esas fotos… si es que decía la verdad.

    Pero la positividad duró poco.

    ¿En serio iba a dejar que lo manipularan así, como un títere? Se preguntó en un giro bruzo de pensamientos. Era verdad que el que se divulgara esa foto no era la forma que había pensado para blanquear su relación con Tai a los demás, y que podría (seguramente) tener consecuencias indeseables… pero… el solo pensar que alguien usaría su miedo para manipularlo y concretar un fin, era demasiado despreciable. En ese momento, supo que no podría estar en paz consigo mismo si accedía ¡Él no era un juguete!

    -No lo haré- contestó secamente, sin siquiera plantearse si había elegido bien.

    -¿Qué?- preguntó sorprendida la pelinegro; la mirada del rubio había cambiado, y ya no demostraba miedo y desesperación, sino frialdad y desprecio.

    El timbre de finalización del recreo sonó.

    -Ya me oíste, busca a otro- dijo T.K, dándose media vuelta, con las manos en los bolsillos.

    -La foto se viralizará en solo horas ¿Estás seguro?

    -Haz lo que quieras- dijo sin mirar atrás.

    A sus espaldas escuchó a “Virgi” suspirar y soltar un “Ok”. Avanzó unos metros, sorprendido de sí mismo y de su determinación ¿En serio se le había planteado así a esa chica? Sin dudas traería consecuencias, pero una parte de si le decía que había hecho lo correcto.

    Sin embargo, con cada paso que daba, sus sentimientos poco a poco se daban vuelta.

    Observó a su alrededor, a todo el alumnado volviendo a sus respectivos aulas en un desorden natural. Estaba consciente que la conversación con Virginia había terminado hace solo segundos, pero ya podía sentir las miradas de todos sobre él. Era como si ya estuviese sucediendo. Dentro de los bolsillos, sus dedos se agitaban nerviosamente, mientras era acorralado por esas miradas y burlas todavía inexistentes. Se imaginó a todos sus compañeros observando sus celulares, y luego viéndolo a él, riéndose, hablando entre ellos. Los de su clase, los de cursos superiores e inferiores, incluso los profesores que le miraban de una manera disimulada pero obvia; nadie había quedado al margen de la foto y los rumores.

    Se imaginó a Matt enojado con él por ser tan descuidado, acongojado por tener que defenderlo de los que lo molestaban, aparte de ser molestado por sus propios compañeros de salón. Aquello atraería la atención de los profesores, y por ende de sus padres. Se imaginó a sus padres siendo llamados por el director, enterándose de todo de esa manera. Se imaginó a sus padres peleando entre ellos de nuevo, echándose culpas y sin saber qué hacer.
    Se imaginó a la foto llegando a los celulares de la escuela de Tai. Se imaginó a Tai en la misma situación que él…

    -¡Virginia, espera!- gritó dándose media vuelta.

    -------------------------*----------------------



    -No estés tan nervioso- le dijo entre risas la pelinegro, sentada junto a él en una de las mesas exteriores de la cafetería al frente de la escuela.

    Tal como ella había dicho, la lluvia paró justo antes de que terminaran las clases.

    -No lo estoy- dijo el rubio, aunque tanto él como Virginia sabían que eso no era verdad.

    Desde que llegaron allí, su pierna derecha no había parado de temblar, así como sus manos dentro de los bolsillos de la campera. Su mirada no se despegaba de la mesa. Apenas había probado el capuchino exageradamente adornado con chocolate y una galletita, que ella le había comprado sin siquiera fijarse el precio.

    No le gustaba estar allí, a la vista de todos; no con ella como compañía. Quería que todo se terminase lo más rápido posible, sobre todo porque pronto llegaría Tai. El moreno le había dicho el día anterior (durante la llamada telefónica) que se tardaría un poco más de lo normal. Por primera vez desde que salían juntos, T.K deseó que Tai se tardase lo más posible; no quería que lo viera con ella y se involucrara en la situación.

    -Ahí está- dijo Virginia en un respingo, mientras se acomodaba fugazmente el cabello.

    T.K levantó la vista de la mesa. A la distancia, un grupo de alumnos de su misma escuela se acomodaba en una banca pública, la cual solía ser víctima del maltrato habitual de los adolecentes que salían de clases. Algunos comenzaron a fumar. El rubio vio al pelirrojo por el cual sucedía todo eso. Alto, más alto que Mat, y musculoso, con la quijada cuadrada y unos ojos verdes intensos.

    No pasaron muchos segundos hasta el ex novio de Virginia se fijara en ellos.

    -Parece que está enojado- dijo T.K, bajando la mirada rápidamente, ya sin importarle mostrarse nervioso; el temblor de su rodilla derecha se propagó a la izquierda.

    Aquel sujeto pelirrojo les observaba con cara de querer asesinar a todos a su alrededor, mientras prendía un cigarrillo.

    -No te preocupes, sabe que te estoy obligando- le contestó Virginia, haciendo que él la mirara sorprendido- tranquilo… no sabe lo de la foto- agregó, como si él le hubiera preguntado con su mirada.

    Virginia retiró la galletita del capuchino del blondo y le dio un mordisco.

    -Aun sabiendo que no sientes nada por mí, ni yo por ti, no puede evitar sentir celos- dijo la pelinegro, viendo directamente a su ex con una media sonrisa, como si disfrutara que el pelirrojo estuviese a punto de explotar- relájate, y toma tu capuchino, que se enfría.

    T.K obedeció como un niño pequeño. Todavía estaba nervioso, pero la bebida caliente ayudaba a relajarle…por lo menos un poco.

    -Hablemos de algo que te sea agradable… ¿Hace cuanto que sales con ese chico castaño?

    T.K tragó grueso ¿Hablar sobre su relación con Tai le calmaría? Nunca había hablado de ello con otra persona que no fuese Andy. Suspiró, creyendo que no le quedaba otra. Estaba obligado a seguir con aquella farsa.

    -Desde enero, pronto cumpliremos los 6 meses- dijo, dibujando con su dedo un circulo en la mesa.

    -Que bueno ¿Es el primer chico con el que sales?- preguntó Virginia con, para sorpresa de T.K, un genuino interés.

    -Si… la primera persona en realidad.

    -Ya veo, me alegro por ustedes- sonrió la pelinegro- T.K, espero que entiendas que esto no es nada personal- dijo, apoyando la mano sobre la del rubio.

    T.K dio un respingo como si se le apareciera un fantasma de frente. El impulso le hizo intentar apartar la mano, pero Virginia se la presionó con fuerza contra la mesa.

    -No quites tu mano- le dijo autoritariamente, pero sin deshacer su sonrisa- nos está viendo.

    El blondo giró los ojos fugazmente hacía la banca. El pelirrojo respiraba profundamente y le veía fijo, mientras sus compañeros alrededor hablaban entre ellos, reían, e ignoraban la situación. Con la sensación quemante de aquellos ojos verdes sobre él, T.K tomó lo que quedaba de su capuchino sin saborearlo. Luego de un par de minutos más, Virginia, para su gran alivio, indicó que era el momento de irse, así que se levantaron de la mesa.

    -Bueno, supongo que con esto basta- le dijo la chica, posicionándosele de frente- no te preocupes, él no te hará daño, parece malo, pero no es de esos, sabe que está recibiendo lo que se merece.

    A T.K eso no le trajo ningún alivio. Si bien no sería golpeado por “meterse” en el medio de esos dos, lo que estaba haciendo estaba mal. La incomodidad emanaba de sus poros, y no podía dejar de pensar que lo mejor que podría pasar en ese momento era que esa situación terminara de una vez.

    -No sé si desearte suerte con tu objetivo- dijo el ojiazul, bajando la vista- de todas maneras, ya cumplí con el trato ¿No? Ahora borrarás esa foto… ¿Verdad?

    El contacto de la mano de Virginia en su mejilla le estremeció como cuando le apoyó la mano sobre la suya. Sin que pudiera reaccionar, unos delgados labios se apoyaron con suavidad sobre los suyos, besándolo.

    Los pulmones, el corazón, y el cerebro de T.K se detuvieron. Sin poder salir de ese shock, miró sin disimulo, y sin cambiar su cara de sorpresa, hacía la banca. Aquel pelirrojo estaba tan sorprendido como él; azotó su cigarrillo con furia en la acera, se cargó la mochila en la espalda y se alejó de allí, ante la confundida mirada de sus amigos, quienes nunca se enteraron de la escena que sucedía a pocos metros de ellos.

    -Sí, el trato está hecho- dijo la peli azabache, con tranquila complacencia- borraré todas las fotos, quédate tranquilo- agregó mientras se daba media vuelta y comenzaba a caminar, acomodándose la mochila en la espalda- perdón de nuevo por esto, T.K.

    T.K, enlentecido, apenas reaccionó tocándose los labios con los dedos, mientras veía como esa chica se alejaba, con su cabello negro siendo peinado por el viento.

    -¿T.K? ¿Qué... fue eso?

    Escuchó detrás suyo, en un hilo de voz tan entristecido que le asustó y afligió al mismo tiempo.

    El propio susto le hizo darse media vuelta de inmediato. Era Tai.


    png



    http://varichina.tumblr.com/ La web de la autora del dibujo


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    Hasta allí nomas. De nuevo con final abierto, lo sé. Juro que no es adrede jajaja.
    Quiero avisar que a mitad de enero me iré de viaje por un mes aproximadamente, así que trataré de dejarles un capitulo (que esté aceptable) antes de partir. Que tengan un feliz año nuevo!!! drinks_wine hasta pronto, un abrazo.

    Edited by exerodri - 23/2/2018, 23:59
  8. .
    Hola mf_zippy ¿Todo bien? Esta es la primera vez que me animo a escribir una historia original mía. Desde que comencé a escribir allá por el 2014, solo me dediqué a escribir fics de Digimon. Sin embargo, esta idea se me presentó una noche de un insomnio brutal, y al otro día tuve la necesidad de escribirla. Espero que les guste, nos volvemos a leer en las notas finales (espero jajaja)

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    Borja




    Ah, supongo que tengo que comenzar desde el comienzo. Pero no desde mi comienzo, que ya quedó muy atrás allá en el milenio pasado, y que no vale la pena recordar ahora. No quiero contarte mi vida pasada, que es basura y no vale la pena ni que yo la recuerde. Te contaré desde el comienzo de él. A decir verdad, los únicos recuerdos que vienen en mi mente, en estos últimos minutos de mi vida, son desde que lo vi por primera vez en adelante. Me alegro que así sea, es una buena forma de irse. No es que le tenga miedo a la muerte, pero esperar a morir me está resultando más desagradable de lo que alguna vez imaginé. Recordar su historia me hace olvidarme que estoy en esta cama, a punto de dejar este mundo loco.

    Supongo que no es raro que su historia comience en una noche triste, con un acontecimiento triste; sería raro que no fuese así. Jamás había visto un auto arder de esa forma, menos bajo una lluvia torrencial como la de esa noche. Encontrarme con esa escena no había estado en mis planes, solo volvía a mi finca después del trabajo. Al principio creí que todos adentro habían muerto, y admito sin vergüenza que en ese momento pensé en seguir de largo con mi auto y alejarme por la solitaria carretera, con mi radio FM favorita y mi programa nocturno favorito haciéndome compañía. Pero al poner primera, esa pequeña figura se asomó a un lado del auto en llamas y su sombra se proyectó tan inmensa y atemorizante en el suelo, embravecida por el chapotear de las gotas, que hizo que este tonto árabe se asustara.

    Esa fue la primera vez que lo vi. Mojado, con su ropita pegada a lo poco que tenía de carne, me miró fijo. Ah, esa mirada. Dicen que, a veces, las miradas de las personas nunca cambian, y déjame decirte que es cierto. No necesito recordar esa noche en particular para acordarme de esa mirada que sabe encerrar enojo y tristeza a la vez, ya que la vi durante el resto mi vida, día a día.

    Al llegar la policía, las ambulancias, y servicios sociales, me pidieron mis datos personales por ser el que alertó del hecho. Sin embargo, mientras una policía y yo nos mojábamos de forma innecesaria, parados al lado de mi auto mientras ella intentaba llenar sus papeles con mi información, no pude sacar mi vista de ese niño. Ni el sacó su vista de la mía. Sentado en la ambulancia, tapado con una mantita de ositos que no hacía juego con su cara enojada y seria, me vio fijamente con esos ojos negros tan oscuros como esa noche. “Servicios sociales se encargarán de él” me contestó la oficial ante mi pregunta acerca del futuro de ese niño. Nunca supe que me llevó a preguntarle eso, ni mucho menos supe lo que me llevó a hacer lo que hice después.

    Intentando no estorbar entre los policías que tomaban fotos y pruebas alrededor del auto todavía ardiendo, caminé hacía la ambulancia donde estaba él.

    -Hola, ¿Cómo te llamas?- le pregunté con un tono infantil, intentado sonar amigable.

    Al oírme sentí vergüenza de mi mismo, y en ese momento me di cuenta que no le había hablado a un niño hace como 25 años. La cara de asco del niño me hizo sentir aun más tonto, y desde ese entonces nunca más le volví a hablar de esa manera.

    -Borja Herczog- me dijo con su voz de pito y con un cantito involuntario que me hizo pensar que se había memorizado el cómo decir su nombre correctamente de esa forma, y que no lo podría decir de otra manera.

    Le pregunté a los paramédicos ahí presentes por la cicatriz que se extendía desde la mejilla izquierda del infante, pasando por su ojo (sin dañarlo) y subiendo hasta un poco más arriba de la ceja. No me tranquilizó que me respondieran que no era producto del accidente.

    Según los paramédicos que lo habían revisado, él niño la tenía hace aproximadamente tres meses; y no había perdido el ojo de milagro. Dijeron que el nene se negaba a decir que le había pasado, pero que era normal que los niños pequeños al principio sean tan herméticos con extraños. Yo en ese momento supe que ese silencio escondía algo, y lo sigo pensando ahora.

    Me volví hacía él, allí sentadito en la ambulancia y sin dejar de verme como si fuera la única persona en la escena, con esa seriedad impropia de un infante tan pequeño. Su expresión era, a pesar de no llegarme ni a la cintura en estatura, la de alguien que había vivido ya demasiadas cosas. Le revolví el cabello rubio claro, aun mojado, y sin saber porqué le sonreí.

    Sí, esa fue la primera vez que lo vi, y desde ese momento supe que mi vida había cambiado.
    Un mes pasó en el que lo visité todos los días en el orfanato sin ninguna razón; ni una sola vez me sonrió, pero de alguna manera yo ya sabía que eso sucedería.

    Poco era lo que se sabía de él. Según un carnet de identificación que sobrevivió al fuego de aquella noche, tenía 4 años recién cumplidos. Su padre fue un húngaro que había llegado al país hace 10 años, y su madre una catalana que residía en esta tierra hace 6. No me sorprendió tal diversidad de origen, ya que este país es un solo vertedero de extranjeros y culturas diferentes. Es más, el que les habla es descendiente de árabes que cayeron a esta zona olvidada del mundo hace poco menos de un siglo, y prosperaron y sufrieron con total libertad.

    En fin, el padre de Borja tenía varias denuncias por maltrato domestico y disturbios provocados por el alcohol, y se desconoce hacía donde se dirigía la familia y que pasó esa noche en la que nunca llegaron a su destino. Nunca se supo la causa del accidente, ni porqué Borja fue el único sobreviviente. El niño, que ya de por si era de pocas palabras, era una tumba a la hora de hablar de eso, como así del porque tenía esas cicatrices. No existía familiar para hacerse cargo de él, ni un padrino a madrina que rescatara al infante del orfanato.

    No recuerdo con exactitud con cuánto dinero soborné a la empleada encargada de manejar el tema de las adopciones en ese lugar, pero estoy seguro que fue más de lo que ella ganaba en un año. Movilizada por el afecto hacia mí y mi dinero (sobre todo a mi dinero), transformó lo que son por lo general 6 o 8 meses de papeleo y burocracia en solo 2, y así pasé a ser el tutor legal de ese niño extraño. Al salir de aquel orfanato tenebroso y bajar por las largas escalinatas, no sé si fue mi imaginación, o el hecho de que no estaba acostumbrado a que un niño me agarrara de la mano, pero sentí la fuerza con la que el rubito se aferró a mí.

    Agradezco que la empleada de adopciones no haya hecho preguntas sobre mi interés en adoptar a Borja, ya que ni yo lo sabía. Pablo Falco, el cantinero del somnoliento bar al que siempre frecuentábamos con mis amigos por quedar cerca de las fincas de todos, me dijo, entre risas y humo de puros, una noche al enterarse: “Vos tenés de padre lo que los políticos de honesto”. Y debo decir que el desgraciado, que en paz descanse, tenía razón. 2 esposas y 6 hijos, entre reconocidos y no reconocidos, dispersados por toda la provincia, eran prueba de que no había nacido para ser padre de familia; no me hice cargo de ninguno y jamás fui una figura paterna para nadie. Así que imagínense lo raro que era para mí y todos mis conocidos el hecho de que yo, a los 45 años, me haya hecho cargo voluntariamente de ese chiquillo. Sin embargo, estoy seguro que desde ese año en el que tomé esa decisión, hasta ahora que me quedan pocos minutos de vida, nunca sentí algo parecido al arrepentimiento.

    La primera vez que lo bañé, me di cuenta de una cicatriz que le cruzaba diagonalmente el pectoral izquierdo. No le quise preguntar, ya que, además de saber que no me lo diría, no lo había sacado del orfanato para que reviviera su vida anterior frente a un extraño.

    Aun recuerdo los primeros meses con él; apenas si notaba su presencia, y era porque yo la buscaba. Callado como un fantasma, el pequeño se la pasaba todo el día caminando por los alrededores de la finca, observando a los animales, el cielo y las plantas. O si no jugaba en silencio con la tierra y el barro que se formaba a un costado de la chacra. Más que jugar, a mí siempre me dio la impresión que lo hacía para entregarse de alguna forma a alguna silenciosa actividad, y olvidarse temporalmente de los pensamientos secretos que sostenían su forma de ser. Ni yo ni mis empleadas domesticas, a quienes no les faltaba experiencia en el trato con niños tan pequeños, lográbamos hacer que se uniera a jugar con nosotros, o que cantara con nosotros, o cualquier otra estupidez que supuestamente se disfruta tanto en la infancia. Borja tan solo nos veía de esa forma que miraba siempre, de esa forma fría con la que me había visto esa noche tormentosa.

    No tardé mucho en descubrir que Borja no había actuado desconfiado y ajeno a todos los policías, médicos, psicólogos y trabajadores sociales que se cruzaron con él después del accidente porque sí, sino que esa era su manera de actuar frente al mundo. Llegué a aceptar la constante inexpresividad de Borja como la condición natural de cada instante, y me di cuenta que primero yo adelgazaría los 20 kilos que me sobraban y me haría fisicoculturista antes de lograr cambiar su forma de ser. Nunca nadie entendió el porqué o el cómo, pero me terminé adaptando a su personalidad, aunque siempre me mantuve atento, incluso ahora que me estoy muriendo, a cualquier reacción que rompiera con esa mascara de hielo que Borja había forjado desde antes de conocerme.

    Cuando mis hermanos venían a visitarme, todas mis sobrinas se fascinaban por su nuevo primito: el primer varón de la nueva generación en la familia. El tiempo que permanecían en la finca, mientras nosotros los adultos conversábamos y bebíamos, ellas no se despegaban de Borja, llenándolo de mimos, abrazos y cumplidos de lo adorable que era.

    -¿Qué le pasa?- me preguntó mi hermano Abdel, viendo a Borja mientras sus hijas le tomaban de las mejillas, le abrazaban y cantaban canciones infantiles con júbilo- parece como si estuviera encaprichado o enojado todo el tiempo.

    -Así es él- le respondí sonriendo.

    La primera vez que actuó como cualquier infante fue cuando llené el baúl de mi auto con juguetes nuevos y se los llevé a la finca. Cuando los desparramé en el suelo de la sala, no mostró interés en ninguno y con su inexpresividad de siempre pasó de ellos. Justo cuando me creí derrotado de nuevo, Borja tomó de entre todos los juguetes el que menos creí que le gustaría: un muñeco de trapos azules que me lo dieron en la tienda porque venía de regalo con otro juguete más costoso. Lo bautizó “Señor Trapo”. Pero ese episodio no alteró el curso de las cosas, Borja siguió siendo el mismo niño cerrado de siempre, solo que con el Señor Trapo a su lado.

    Una de las incontables noches que me la pasé bebiendo y fumando en el bar de siempre, junto a mis amigos y socios de los negocios míos de antes (de los cuales no hablaré), comenté como me iba en mi inédita y extraña experiencia como padre. Allí estaban Eusebio Gonzales, hijo de inmigrantes españoles, y Giovanni Perlo, hijo de inmigrantes italianos, tan fervientemente criados en sus respectivas culturas familiares que podrían hacerse pasar por el valenciano o el napolitano más puros. “Ese chico está condenado, Ibrahim” me dijo Eusebio, luego de tomarse de un trago el vaso de cerveza “los húngaros y los ibéricos no sirven para mezclarse”. Giovanni Perlo me trató de hacer entender que solo así sería posible nuestra convivencia, ya que los opuestos se atraen: un gordito simpático como yo, a quien le gusta hacer bromas y chistes a los demás, junto a un niño serio que parecía haber olvidado como reír y que miraba a la gente con criterio de persona mayor. A la conversación se sumó el aun vivo Pablo Falco, y me dijo que no me preocupara, ya que nadie podía tener tanto hielo en el corazón para rechazar tanto amor incondicional como el que yo brindaba al niño.

    Debo decir que por un tiempo no creí en sus palabras, hasta que llegó el primer día de jardín de infantes de Borja. Al intentar retirarme y dejarle con las maestras, él se me aferró a la pierna, llorando y gritando que por favor no lo abandonara. Ante mi sorpresa, las maestras lo despegaron suavemente de mí, indicando que eso era muy común en el primer día de clases. “Debe quererlo mucho, señor Abdallah” me dijo la maestra, con Borja aun llorando es sus brazos. Recuerdo estar tan estupefacto por la reacción del rubito, que apenas pude decir un “si” enclenque, mientras me alejaba. Todo el tiempo que estuve sin él esa tarde, me la pasé pensando y creyendo que por fin Borja se había abierto a las emociones, y que desde ese momento sería como cualquier niño. Sin embargo, cuando fui a buscarle unas 5 horas después, el pequeño se acercó a mí y me tomó de la mano con la misma indiferencia y silencio con la que me había tratado desde siempre. Solo ahí comprendí que Borja mostraría ese lado humano lo mínimo posible, y que cada ocasión sería única a su manera.

    Esa fue la primera de las 2 veces que lo vi llorar en los 14 años que lo conozco.

    El que comenzara a ir al jardín y esté rodeado de otros niños no ayudó a que cambiara. Es más, trajo más problemas. No había día en el que las maestras no me dijeran que Borja se había peleado con algún compañerito. Aun recuero cuando tuve que llevármelo en alzas, mientras él agitaba los bracitos y las piernitas, gritando que un niño le había llamado “cara de papa”, y que él no era un “cara de papa”, sino que el otro niño era el “cara de papa” tonto.

    En la primaria se repitió el mismo cuadro. Yo no tenía problemas en pagar psicólogos -- ya que en esa época tenía mi trabajo para guardar las apariencias, mi finca, y mis otros negocios de los cuales no quiero hablar-- pero ninguno pudo descubrir que impulsaba a Borja a pelear con el primer ser que le hiciera la contra aun en la más mínima cuestión. Lo máximo que pudo aconsejarme uno fue que inscribiera a Borja en algún deporte para que así drenara lo que fuera que llevase dentro. Primero intenté que jugara al futbol, pero el rubito no podía terminar un partido sin pelearse tanto con rivales como con compañeros, y eso, que al principio despertaba ternura por la inofensiva descoordinación motriz de los infantes para pelear, comenzó a ser molesto para los otros padres. Así que lo inscribí en boxeo, con la esperanza que así descargara esa agresividad de la cual no sabía de dónde venía ni hacía dónde iba, pero rápidamente nos dimos cuenta que él no podía someterse a la regla de no usar los pies, ya que por lo general se abalanzaba a su rival agitando tanto pies como manos (y gritos de por medio). La solución fue anotarlo en kick boxing, donde tendría clases junto a niños de su edad.

    “Lo que estás haciendo es peligroso” me dijo Giovanni Perlo una noche de tragos en el bar de siempre “enseñarle a pelear a alguien que solo busca pelear”. Yo solo respondí que creía que las cosas tienen su propia forma de acomodarse con el tiempo.

    Afortunadamente, la práctica de kick boxing ayudó a que Borja se peleara menos con sus compañeros, aunque a veces inevitablemente sucedía. Más allá de eso, siempre fue respetuoso con sus profesores y nunca tuvo problemas con el estudio. En sus prácticas de kick boxing le descubrí un lado enérgico y desinhibido, pero en la vida cotidiana siguió siendo el niño callado y tranquilo de siempre.

    Ah, Borja, que niño raro que era. Jamás le escuché un berrinche, nunca hizo una rabieta o se enojó infantilmente por algo que deseaba y que no le pude dar. Comía lo que yo o mis empleadas cocinábamos, sin chistar, a pesar de su evidente preferencia hacía determinados platos y su repulsión a otros. Lo levantaba temprano en la mañana, donde a lo sumo se ponía en modo zombi mientras lo peinaba o lo vestía, pero nunca se quejó.

    Sin embargo, a pesar de sus muchas particularidades, Borja no escapó completamente a ciertas características comunes a la infancia de todos. Más de una vez me despertó a mitad de la noche, estrujando nerviosamente al Señor Trapo, diciéndome que había un monstruo debajo de su cama. Pero a diferencia de los niños comunes, nunca me pidió dormir conmigo, sino que me ordenaba, como un pequeño general, que me encargara del monstruo, ya que era “demasiado grande” para que él se encargase solo. Amaba (a pesar de que nunca lo demostró externamente) que le contase cuentos antes de dormir. Su favorito era “El gato con botas”. Una noche, después de leérselo por tercera vez en la semana, le pregunté porque le gustaba tanto. Me dijo: “Porque el gatito hace cosas malas, pero en verdad es bueno, como yo”. Durante muchas noches pensé si esa respuesta había sido una inocente identificación con el protagonista de un cuento, o si en verdad creía eso.

    -Borja- le dije mientras me acuclillaba al frente de él, un día en el que jugaba con el Señor Trapo en el barro- ¿Recuerdas que pasó para que tuvieras esas cicatrices?

    -Sí.

    -Bien… ¿Quieres contarme que pasó?

    El niño solo bajó su mirada.

    -Está bien, me lo dirás cuando estés listo.

    A los 8 años me pidió algo puntual por primera vez en su vida: que le cortaran el pelo al estilo de los chicos malos de los grupos comando de las series de los 80´ que solíamos ver juntos por las tardes; corto a los costados y dejándole largo atrás en la nuca. Admito que hasta a mi me gustó la idea. Con ese corte, más la cicatriz de la cara y el pecho, le daban un aspecto temerario y audaz, y al parecer él lo sabía, ya que se abalanzaba sin dudar ante los rivales en las prácticas de kick boxing.

    “Santo cielo, parece Iván Drago de Rocky IV” dijo Eusebio González al verlo con su nuevo corte un día que visitó la finca. Tanto él como Giovanni Perlo visitaban mi finca con regularidad por los negocios en los que estábamos metido en esa época, y a pesar de sus persistentes intentos, nunca lograron que Borja les dijese “Tío Eusebio” o “Tío Gio”.

    -Pierden el tiempo- les dije riendo- ni a mí me dice “papá”, solo me llama por mi nombre.

    Un día, Giovanni le preguntó si no quería que yo me casase y así tuviera una “mamá”. “No, con un Ibrahim es suficiente” contestó Borja sin dejar de hacer sus deberes de inglés.

    A sus 9 años se presentó primer indicio que me dijo que Borja era especial, en un sentido completamente nuevo del cual nunca me había tomado el trabajo de pensarlo siquiera. Un día, haciendo las compras navideñas, mientras caminábamos por una galería comercial en el centro de la ciudad, le saqué la vista por unos minutos por hablar con una vendedora. Cuando lo encontré de nuevo, Borja tenía la mirada perdida en una pared de la galería, donde una publicidad mostraba hombres modelos en ropa interior. Lo observé por varios minutos a la distancia, sorprendido de la atención del chico en esa publicidad. A unos metros, en el mismo cartel publicitario, se exhibían infartantes chicas, también en ropa interior, pero el rubito nunca despegó sus ojos negros de los modelos masculinos. Cuando me acerqué sigilosamente y le llamé por su nombre, se alborotó en un estallido de sorpresa, y mediante balbuceos casi incomprensibles me preguntó si faltaba mucho para volver a la finca.

    En ese momento no pensé en nada más con respecto a ese episodio, y lo tomé solo como uno de esos acontecimientos graciosos que no tienen relación con el normal curso de la vida. La anécdota quedó como algo vergonzoso con lo cual podía molestarlo, aunque nunca lo hice, y jamás volví a pensar en eso hasta que Borja cumplió los 13 años.

    A los 12 años, Borja entró a la secundaria. Obviamente nadie del colegio nos tomaba como padre-hijo. Yo, un gordito de pelo negro y ondulado, piel morena, pestañas largas y ojos verdes, no podía tener parentesco alguno con ese chico delgado, caucásico y de nariz respingada, rubio y de ojos negros. Además mi apellido árabe y su apellido húngaro terminaban de despejar toda duda. En esa época, por primera vez dejé a Borja competir en un torneo de Kick boxing, el cual ganó sin despeinarse. Sentado en la tribuna, mientras a mi lado Eusebio Gonzales y Giovanni Perlo aplaudían al rubio como tíos babosos, me sorprendí como la fiereza de Borja desaparecía ni bien terminaba la pelea, y mientras el puberto recibía su trofeo, esbozando una mueca parecida a una sonrisa, tuve la sensación que yo había empezado a envejecer. Fue por ese tiempo en el que decidí alejarme de mis “negocios”, y limpiar toda evidencia de que alguna vez estuve involucrado en eso. Supongo que el causante de esa decisión fue el darme cuenta que la infancia de Borja ya había quedado atrás, y que sería mejor tener más tiempo para el niño y así estar con él en la nueva etapa de su vida, aun sabiendo que, como era Borja, esta no sería nada fácil.

    -Borja ¿Recuerdas que pasó para que tuvieras esas cicatrices? ¿O lo que pasó esa noche en la que te encontré? ¿Adónde iban o porque el auto perdió el control?

    -Sí.

    -Bien… ¿Quieres contarme que pasó?

    Borja solo bajó su mirada.

    -Está bien, me lo dirás cuando estés listo.

    Esta nueva etapa de su vida trajo nuevas particularidades, que esta vez fueron más predecibles que las particularidades de su infancia. El señor Trapo poco a poco fue convirtiéndose en un adorno de su habitación, un objeto del no tan lejano pasado, solamente movido cuando Borja limpiaba los estantes de su cuarto. Seguramente presionado por la moda, como casi todo adolecente, cambió su peinado ochentero por uno moderno. Tuvo un repentino y explosivo enamoramiento por la música de Pink Floyd; fue uno de los pocos intereses que le conocí. Yo fingía interés cuando me hacía escuchar esas canciones en inglés de las cuales no entendía ni un “yes”, y esos solos de guitarras eléctricas que yo no les encontraba forma, pero que a él le fascinaban.

    Por voluntad propia, comenzó a ayudar en los trabajos de la granja, realizando las tareas y trabajos que él era capaz de hacer sin ayuda de otros. Aprendió a montar a caballo sin la necesidad de intimidar al animal con el látigo o gritos, controlándolo al parecer con el poder de la empatía.

    También hubo otro tipo de cambios. Un día que yo cambiaba las sabanas de su cama, las encontré manchadas por los líquidos de la hombría y, por otro lado, los baños cortitos del Borja niño se transformaron en baños bastante prolongados y sospechosos del Borja adolecente. No necesité más pruebas para darme cuenta que el pequeño había descubierto el ritual universal de la autosatisfacción sexual.

    -No te la jales demasiado, que te la puedes arrancar- solía gritar al pasar por el baño mientras le golpeaba la puerta, recibiendo insultos y maldiciones por parte del menor.

    Les dije que nunca había vuelto a pensar en el episodio del centro comercial hasta que Borja estuvo en sus 13 años ¿Verdad? Bueno, supongo que se los tengo que decir, y no porque fuese obligatorio para mí contar estas cosas, sino porque creo que necesito que lo sepan para entender un poco más como es él. En esa época necesitaba ampliar la pocilga y los establos donde guardabas los cerdos y las vacas, que extrañamente en una explosión de proliferación y abundancia habían aumentado su número tan rápido, que cuando me di cuenta los animales paseaban libremente por la finca. Lo hubiese hecho yo mismo con Borja, pero un amigo mío de la comunidad árabe que me debía un favor se aseguró que no moviera un dedo y mandó a sus hijos gemelos a trabajar para mí. Me sorprendió la eficacia y la voluntad de trabajo de esos chicos morenos que rondaban los 20 años, como así su singular gusto de trabajar con muy poca ropa bajo el sol veraniego.

    Una tarde que me la pasé buscando a Borja para decirle no me acuerdo que cosa, lo encontré sentado a la sombra de un árbol cercano, observando adonde los semidesnudos gemelos trabajaban. Inmediatamente me di cuenta que el menor lucía la misma mirada con la que lo encontré ese día en la galería comercial, y estaba tan absorto en su contemplación que recién se dio cuenta de mi presencia cuando le toqué el hombro y le llamé calmadamente por su nombre. Sin que se lo pidiera, el rubio me explicó, tan trabadamente que apenas pude entenderlo, que observaba para aprender cómo se levantaba un corral, y antes de que pudiera decirle algo salió corriendo hacía la casa. El deslumbrante enrojecimiento de su rostro me hizo recordar de repente las múltiples ocasiones donde lo esperaba luego de sus prácticas de kick boxing, y él salía del vestuario con su cara igual de encendida. Solo en ese momento comprendí el porqué.

    Al día siguiente, mi amigo no mandó a sus exhibicionistas y delgados hijos, sino a unos sobrinos que ya pasaban los 30 años y los 100 kilos cada uno. No me sorprendió notar que Borja ni se acercó a los establos, pero si me sorprendió que no se diera cuenta que había tirado abajo su propia mentira cuando le advertí que se estaba perdiendo el ver como trabajaban; él me respondió “¿Para qué voy a ir a ver cómo construyen un establo? Cualquiera saber hacer eso”

    El último día que se trabajaría, los hermanos volvieron. En el momento más caluroso de la tarde, hice una buena cantidad de limonada fresca, agarré dos vasos y caminé hacía el árbol al cual Borja se había subido intentando pasar inadvertido mientras realizaba su silenciosa vigía.

    -Ah Ibrahim, yo estaba…eh… justo caminaba por aquí y… ah…

    -Calla y baja de ahí- le interrumpí los nerviosos balbuceos- quiero que le des esta limonada a los hermanos, deben tener sed.

    -¿Yo?- preguntó incrédulo.

    -Sí, yo me tengo que ir ahora- mentí- una vez se acaben la limonada, lava la jarra.

    El rubito bajó del árbol y vio la jarra de limonada en mi mano, con la cara más llena de dudas que había visto en mi vida. Se peinó presuroso con sus dedos más veces de las necesarias y me recibió la jarra. Completamente rojo, suspiró profundamente y caminó hacía los establos, donde lo gemelos daban los últimos martillazos para finalizar un arduo trabajo. Yo me quedé en el mismo lugar bajo el árbol, riéndome de ver a alguien ofrecer una jarra de limonada con tanto nerviosismo.

    Ah, Borja… desde ese momento no me quedaron dudas. Me hubiese gustado hablar contigo sobre el tema, haberte dicho que estaba bien ser así, que no tienes que sentirte avergonzado y que las personas que te queremos te seguiríamos queriendo igual. Pero no me animé. No animé, no por el miedo a que me odiaras por meterme en tus asuntos, sino que te odiaras a ti mismo por darte cuenta de ser diferente a los demás, más de lo que ya eres. ¿Hubieras soportado enfrentarte a ti mismo y aceptarte a esa edad, cuando recién empiezas a ver las cosas diferentes a como lo hacías antes? ¿Necesitabas más tiempo, experimentar más cosas en tu corta vida para poder conocerte más a ti mismo? ¿Tu particular personalidad podría lidiar con eso? Como no tenía las respuestas, decidí quedarme callado, guardándome ese secreto de saber lo ya obvio, preparado a apoyarte a la primera señal de necesitarlo.

    Un día, limpiando un poco la sala de estar para hacer tiempo hasta que tuviera que buscar al rubio de kick boxing, moví la mochila escolar de Borja y de esta salió deslizándose hacía el suelo una carta rosa con brillitos en azul. No es que hubiese querido, pero al recogerla para guardarla de nuevo en la mochila, no pude evitar notar la letra tan bien dibujada y los corazones que conformaban más de 3 hojas de declaraciones amorosas y sueños de noviazgo. Era una carta de amor de una chica cuyo nombre ya no recuerdo. Rápidamente la guardé de nuevo entre sus útiles escolares y me hice el tonto el resto del día. Tal fue mi sorpresa que ni pasada una hora de que Borja volviera de kick boxing, encontré la enamorada carta rota en la basura. Al preguntarle mientras cenábamos, el entonces Borja de 14 años no me respondió con más de “No es nada importante”.

    A la semana siguiente vinieron a la finca algunos de sus compañeros de clase, para preparar un trabajo grupal. No vi mejor oportunidad para ahondar un poco más en el tema, y aprovechando que Borja se había ido al baño, me les acerqué y les pregunté si sabían de la carta que había encontrado días antes. Los muchachitos me dijeron, sorprendidos de que yo no supiera, que Borja recibía cartas de chicas diferentes prácticamente todos los días, pero él las tiraba en la basura después de clases, sin siquiera leerlas. "Tiene apariencia y actitud de chico malo, pero en el fondo es buena persona, supongo que a las chicas les gusta eso, además es el más apuesto del salón" dijo uno de los adolecentes. Otro me explicó que seguramente aquella carta rosa llegó hasta la casa porque la chica se la puso en la mochila a Borja en secreto, porque de lo contrario él la hubiera desechado en el colegio mismo. Los adolecentes se rieron de su sana envidia. Uno me preguntó si Borja tenía una novia que viviera cerca de la granja, ya que esa era la única explicación que podía imaginarse para tal indiferencia al interés del sexo opuesto; el interés que todo chico a esa edad desea. “Mmm, tendrías que preguntarle vos” le respondí, ya sabiendo la respuesta.

    Creo que los cambios físicos más notables de la adolescencia se presentaron en esa época. Los trabajos físicos de granja, junto al entrenamiento de kick boxing, desarrollaron en Borja un cuerpo de atleta sin la necesidad de ir a un gimnasio o hacer alguna dieta extraña. Simplemente la grasa no se acumulaba en él, seguramente también ayudado por la genética, aunque eso nunca lo podré saber ni yo ni nadie. Su pelo rubio claro lentamente se fue oscureciendo hasta un rubio más normal y menos llamativo, y creció en estatura, aunque no tanto como a él le hubiese gustado.

    -No te preocupes, ya casi me alcanzas- solía molestarle, cosa que si funcionaba ya que soy consciente que mi altura no es mucha.

    Ah… ahora… me toca contar lo que más me dolerá contar… quisiera saltar esta parte, pero no puedo. De solo recordarlo hace que el corazón me mande una advertencia para que cierre la boca y limpie mi mente, pero debo seguir. Es más, lo recuerdo con más tristeza aún que recordar cuando asaltaron a Pablo Falco en nuestro bar de siempre, una noche en la que no estuvimos ni Eusebio Gonzales, ni Giovanni Perlo, ni yo, y lo mataron de 29 tiros en el pecho.

    En fin, sucedió cuando Borja tenía 15 años. Una tarde cualquiera de un martes cualquiera, el rubio trajo un amigo a la casa. Se llamaba Leandro. Desde el primer momento supe que ese chico no era igual que los otros compañeros de Borja que iban de vez en cuando a la finca. Lo supe por la forma en que el rubio lo veía. En esa mirada uno podía reconocer la fuerza de los sentimientos de Borja, aquellos sentimientos que nunca dejaba escapar fuera de su corteza fría e indiferente. En esa mirada podía notar como su dolor descansaba, alejándose por fin del rubio, dejándolo brillar como yo sabía que Borja podía hacerlo. La forma en la que le hablaba también era especial, y el solo hecho de interactuar con Leandro, empujaba a Borja a sonreír. Aquel sorpresivo descubrimiento de ese lado de mi hijo adoptivo me dejó pasmado, y automáticamente lo tomé como algo bueno.

    Sin embargo, el primer día que conocí a Leandro, también me quedé preocupado. Aquel muchacho congeniaba bien con Borja, conversaba con él con fluidez y se notaba que disfrutaba de su compañía... pero no vi en su mirada ni un décimo de los sentimientos que Borja proyectaba sobre él. También parecía que Leandro no era capaz de darse cuenta de la manera que el rubio le veía. Me asusté de esa disparidad de afecto, y si bien aquel chico inocente y ajeno a mis miedos le hacía bien a Borja, temí por mi muchacho.

    Pasaron tres semanas en las que Borja se mantuvo en una nube de felicidad de la cual nunca creí que se subiría. Traía a su amigo de visita después de clases prácticamente todos los días, o si no era el rubio quien iba a la casa de Leandro en la ciudad, donde yo lo iba a recoger después en el auto. En las veces que se juntaban en mi presencia, no paraba de sorprenderme de lo hablador que se tornaba Borja, tanto hasta el punto de desconocerlo. No parecía el mismo chico callado y serio que había conocido durante 11 años, y la energía que mostraba en su voz iba acorde a la magnitud de su sonrisa. Todo eso era obra de Leandro, aunque este no lo supiera.

    -¿Mañana te quedarás en la casa de Leandro después de clases?- le pregunté a Borja una noche mientras cenábamos, sin poder resistir quedarme al margen más tiempo.

    -Sí.

    -Que bueno… parece un buen chico.

    -Así es.

    -Es bastante especial para vos ¿Verdad?- dije sabiendo que me metía en terreno sensible.

    Y justamente, la reacción de Borja me lo confirmó. La sorpresa lo congeló. Dejó de cortar su carne mechada y empezó a mover sus ojos negros hacía todos lados.

    -¿Por-por qué dices eso?- preguntó titubeante.

    -Digo, se nota que lo quieres mucho.

    Borja se levantó de un solo salto de la mesa.

    -Ya no tengo hambre- dijo presuroso, dejando el plato en el lavamanos.

    -Ven siéntate, tenemos que hablar, hijo- le pedí aun sentado en la mesa del comedor.

    -Estaré en mi cuarto estudiando, buenas noches.

    -Borja, está bien que te gus…

    El portazo que retumbó en la distancia me interrumpió.

    Ah Borja… tu le tenías tanto miedo a hablar del tema como yo lo tenía a lo que te pudiera suceder con ese chico Leandro y su despistada inocencia.
    Sentía como si hubiese una bomba de tiempo sobre nosotros. Y justamente, este tonto árabe tenía razón.

    La bomba de tiempo explotó un sábado a la tarde. Aquel día noté a Borja nervioso y a la vez abstraído en sus pensamientos, como si estos necesitasen toda su atención.

    -¿No tienes que ir a recoger a Leandro de la parada del colectivo?- le pregunté en una pausa de mi leída de periódico habitual, despertándolo de su sueño despierto.

    -Ah, sí, si- contestó sacudiendo su cabeza, y sin perder tiempo salió de la casa, se subió al caballo y partió al encuentro de su amigo.

    Minutos después llegó con Leandro y, como hacían siempre, se alejaron de mi vista. Durante las horas siguientes, creció dentro de mí la inquietante preocupación de que mis miedos se harían realidad ese día. A cada rato observaba por la ventana de la cocina a los adolecentes, tirados en el césped sobre una colina al lado del pequeño lago artificial de donde bebían los animales, mientras observaban el cielo, como si mi vigía pudiera evitar los amores no correspondidos. Y miren ustedes como son las mañas del destino, que justo cuando me fui a bañar como para liberarme del calor y también de mis nervios, sucedió.

    Mientras me preparaba el café de la tarde, Leandro se presentó en la cocina, preguntándome si le podía acercar en el auto a la parada de ómnibus, para volverse a su casa. Yo me sorprendí, y le pregunté si no se suponía que se quedaría a dormir esa noche.

    -Sí... es que bueno... surgió algo en mi casa y necesito volver- me dijo bajando la mirada, con la inconfundible tonalidad de la mentira recién inventada.

    En ese momento solo pude pensar en Borja, pero para no agraviar las cosas, decidí llevar al joven a que tomara el bus. El silencio que reinó en el auto, y la mirada de tristeza de ese chico, me hicieron entender que nunca más volvería a la finca; y así fue.

    Al regresar a la casa, no supe si sorprenderme o no de encontrar a Borja todavía sentado en aquella colina, al límite de nuestra propiedad, observando el atardecer y abrazando sus rodillas. Sin pensarlo y sin saber que decir cuando llegara, caminé en silencio hacía la colina, pero arrastré intencionalmente los pies al estar a unos metros de él para no tomarlo por sorpresa.

    -¿Borja?- le pregunté, pero él solo continuó sin inmutarse y con toda su atención en el sol que descendía en el horizonte.

    Al arrodillarme a su lado, abrí los ojos de par en par ante un moretón fresco a un costado de su barbilla. Su silencio y su estatismo me angustiaban más y más a cada segundo.

    -Borja- volví a llamarle, colocando mi mano en su espalda.

    Entonces, como si mi contacto en sus sentidos destrabara una compuerta que apenas resistía con sus últimas fuerzas, el rubio bajó su cabeza y quebró en llanto.

    Movido por una fuerza más fuerte que yo, lo abracé de inmediato. Él me rodeó con sus brazos y dejó caer su rostro en mi pecho. Mientras le sobaba la espalda como si eso ayudara de algo, quise decirle palabras de aliento, cualquier cosa para tratar de consolarlo, pero su llanto me anudó la garganta.
    Solo me encargue de generar mis propias lágrimas, en silencio, mientras Borja lloraba en mis brazos, con sus manos aferrándose a mi espalda con desesperación. El recuerdo de la única vez que lo había visto llorar, cuando tenía 4 años, se me presentó de repente en mi cabeza, y el peso de los dos llantos al mismo tiempo me aplastó el corazón. Las lagrimas por mis mejillas me dijeron que ver llorar a Borja dos veces en 11 años eran demasiadas veces.

    Para cuando el oji-negro pudo frenar su llanto, ya se había hecho de noche. Se separó de mí y se secó las mejillas con el dorso de la mano, y antes de que pudiera decirle algo, se levantó y corrió hacía la casa, solo para encerrarse en su habitación y seguir llorando. Me quedé parado al frente de su puerta hasta que me dolieron las rodillas, llamándolo por el nombre y pidiéndole que por favor hablara conmigo. Eso nunca ocurrió. Esa noche ninguno de los dos cenó.

    Al levantarme al día siguiente, me encontré aún con la puerta cerrada. Su llorar del otro lado de la puerta fue lo único que me indicó que Borja seguía allí en su cuarto. De nuevo no obtuve más respuesta a mis dolidos pedidos que su llanto. Así fue por varios días, en donde Borja apenas salía de su cuarto para comer e ir al baño, con los ojos arruinados de tanto llorar. Mis pedidos por una charla no surtían efecto alguno, y no era capaz de obligarle físicamente a que no se encerrara. Le dejé faltar al colegio por primera vez en su vida. Al tercer día, el continuo llanto del chico me hizo comenzar a sospechar si no había caído ante una enfermedad que yo desconocía y que obligaba a uno a llorar sin descanso, pero antes de llamar al doctor recobré la noción de que lo que atormentaba a Borja no era otra cosa que una enfermedad del corazón. Una noche, mientras cocinaba la cena, un pensamiento que todavía me hela la sangre me hizo correr hasta mi cuarto y buscar desesperadamente en los cajones de mi guardarropa. Para mi alivio, mi 44 magnum, la que había sabido usar en mis “negocios” del pasado, aun seguía allí olvidada. Inmediatamente la guardé bajo llave, sabiendo que existen pocas cosas en el mundo más impulsivas que un adolecente con problemas de amores. Ahora sé que Borja nunca supo siquiera de la existencia de esa arma, que aun está escondida bajo llave. Me hubiese desechado de ella, pero hasta yo olvidé donde la guardé, y ahora que me llegó la muerte ya es tarde para atar cabos sueltos.

    Al cuarto día, un miércoles a la mañana, me levanté con la sola idea de voltear la puerta del cuarto del rubio y, aunque sabía que no serviría de nada, gritarle a la cara que hablara conmigo, que desahogara su dolor conmigo. Tal fue mi sorpresa que encontré a Borja desayunando en la cocina, vestido con el uniforme del colegio, con su cara inexpresiva de siempre.

    -Buenos días- me saludó- preparé el desayuno, pero tómatelo después, necesito que me lleves al colegio ahora, que llego tarde.

    Se calzó la mochila escolar, y ante mi estupefacta mirada, caminó hacia la entrada.

    -Ibrahim- dijo dándose media vuelta, sujetando el picaporte de la puerta- nunca hablemos de esto.

    Viendo aquella mirada marcada por esa cicatriz, supe que el tema nunca más se tocaría. Lo sabía. Esa era la forma de Borja de enfrentarse a sus adversidades, siempre la había sido. Supe que no me diría nada de nada, por más que le pinchase con un alfiler en la nuca todos los días a toda hora, por más que lo amenace como lo amenace. Borja había encerrado ese episodio en lo más profundo de su alma, un lugar adonde sospecho que ni él tenía el control.

    Sé que dije que solo lo había visto llorar dos veces en todo el tiempo que lo conocí, pero, sinceramente, su llanto de desamor fue tan longevo e ininterrumpido, que para mí fue como si se tratara de un único llanto que tardó varios días en sanar.

    A los 16 años le ensené a conducir mi auto. Aun recuerdo los sustos que me daba sentado en el asiento del copiloto, los cuales disfrazaba con una risa nerviosa, mientras el rubito, nervioso pero no cobarde, frenaba y aceleraba bruscamente como todo novato al volante. Le enseñé a afeitarse las pelusas rubias que le habían salido en arriba del labio, que creo que nunca más le volvieron a salir. También, ese año, fue la primera vez que Borja perdió una final de un torneo de kick boxing. Desde su debut, había ganado todos los torneos en los que participó. Fue en invierno, lo recuerdo bien porque en esa época mataron a Pablo Falco. También fue por esa época en la que Eusebio Gonzales y Giovanni Perlo dejaron atrás los “negocios” en los que antes yo también participaba, y se dedicaron por completo a envejecer en paz en sus respectivas fincas. También fue por ese tiempo cuando me diagnosticaron la enfermedad que hoy me lleva a la tumba. Los médicos en ese entonces me ofrecieron un tratamiento que, aparte de tener una muy baja posibilidad de éxito, me convertiría en un zombi, sin pelo, sin fuerzas, sin energía y prácticamente sin vida; un precio muy alto por alargarme mi existencia en esta tierra un par de años más. Eso sin mencionar el costo de ese tratamiento.

    Mi decisión fue clara desde el principio. Usando parte de los ahorros de mi "vida antes de Borja”, me encargué de aumentar la productividad de la granja a un nivel el cual nunca ni siquiera imaginé. Compré las hectáreas adyacentes e hice que sembraran soja por doquier. Aumenté la cantidad de animales y mejoré los establos y pocilgas. Así, para cuando yo me fuera, Borja tendría un buen sustento económico, aparte de lo que quedaba de mis ahorros, que no es poco. Con un abogado redacté mi testamento en secreto, dejándole todo al rubio. Nunca le dije al muchacho de mi condición, ya que, si bien el cariño tan bien disimulado es prácticamente igual al odio bien disimulado, sospechaba que me obligaría a hacerme tratar.

    Hablando de salud, Borja siempre tuvo una salud envidiable. Los únicos males que le recuerdo son la varicela, paperas, una invasión de piojos cuando tenía 6 años, y una reacción alérgica en los testículos a los 8. Sin embargo, a los 17 años, pasó por el quirófano por primera vez.

    -Ibrahim- me dijo un día mientras le dábamos de comer a los caballos que criábamos para venderlos- necesito... ir a ver a un urólogo.

    Cuando me giré atónito a verlo, el rubio me evitaba la mirada, con la inocultable vergüenza en su rostro.

    -¡¿Por qué?! ¡¿Te pasa algo malo?! ¿Te picó otra vez un insecto ahí abajo?

    Borja, con todo el pudor del mundo, me dijo que no me preocupara, que no era nada grave. El prepucio no le bajaba por completo, y por lo que había leído en internet, seguramente necesitaría una cirugía. Efectivamente, el chico tenía razón. Después de la primera cita con el médico, la operación fue pactada para un viernes a la mañana. No puedo evitar reír al recordar como Borja me amenazaba de muerte si yo divulgaba su "condición" a alguien, y con razón. Cuando a sus 8 años, la picadura de un insecto desconocido hizo que sus testículos se inflamaran como dos toronjas, inocentemente le comenté el caso a mis amigos y familiares ¡Pero no por querer avergonzar al chico! Sino como una anécdota que contar ante la típica pregunta "¿Y Borja? ¿Cómo está?" Hasta el día de hoy, Eusebio Gonzales y Giovanni Perlo se burlan a veces de él y le preguntan cómo están sus bolas. "¿Por qué no vienen y se fijan, viejos de mierda?" suele contestarles agarrándose la entrepierna, para desatar la carcajada de ese par.

    El día de la operación, a pesar de que Borja me lo prohibió (para que yo no supiese nada acerca del tema y así evitar que pudiera divulgar algo embarazoso) intercepté en secreto al médico que lo operaría. Ahí aprendí el significado clínico de la "fimosis", y me quedé tranquilo al saber que lo único que le harían al rubio sería una circuncisión, como la que le hacen a los niños judíos. "Ahora quizás, para un chico virgen como él no sea un problema, pero en el futuro, cuando quiera tener relaciones sexuales, puede que si lo sea, por eso es mejor operar" me dijo el profesional, revelándome sin saberlo el secreto de la virginidad de Borja, aunque yo ya lo suponía.

    El trámite fue sencillo y rápido. Lo operaron el viernes a la mañana, y a la noche ya estaba de nuevo en casa. Pero la recuperación no fue tan fácil y alegre como nos dijeron que sería. La primera noche me despertaron sus gritos. "¡IBRAHIM, IBRAHIM, EL HIELO, EL HIELO!" aulló desde su habitación. Yo corrí como si a mí mismo me doliera, y se la alcancé para que se la pusiera en la entrepierna. Las mañanas eran el peor momento, por las reacciones hormonales que suelen tener los hombres jóvenes. Ya saben, esas que hacen "izar las velas" en las primeras horas del día. Por una semana entera caminó como si una langosta le sujetara las partes nobles, y nunca le faltó una bolsa de hielo cerca. Sin embargo, como de seguro suponía, no pudo escaparse de mis bromas y chistes sobre su forma de caminar, o de lo pálido que salía del baño después de cambiarse las vendas, a lo que él solo contestaba con gruñidos e insultos por lo bajo. La cita con el médico en la que le sacaron los puntos marcó el fin de esa experiencia.

    También fue a los 17 años cuando Borja me pidió algo puntual después de mucho tiempo, un deseo personal, aunque esta vez no me gustó tanto como cuando me pidió a los 8 que le cortasen el pelo como un "bad boy". Quería hacerse un "piercing". Yo le dije que solo se lo permitiría si terminaba el último año de secundaria sin desaprobar materias, y el desgraciado lo logró. Por una semana deliberó consigo mismo donde se vería mejor hacérselo; al final optó por la oreja. Más allá de eso, debo admitir que verlo en la ceremonia de graduación, con la cinta de “egresados” cruzándole el pecho, y ese sombrerito raro con el piolín a un costado, fue uno de los momentos más felices de mi vida; vida que ya se me terminaba, y lo podía sentir.

    Poco menos de una semana después de que Borja cumpliera los 18 años, tuve una recaída que me mandó directamente a este hospital. Sabía que la enfermedad trabajaba silenciosamente desde hace tiempo, pero nunca pensé que me cobraría todos los años que no presenté síntomas, o dolencias mayores, de esta forma, tirándome en la lona de un solo golpe.

    Hace dos semanas que estoy aquí, postrado en esta cama, soportando los cuidados de los doctores y las enfermeras. Eusebio y Giovanni vienen a diario a hacerme compañía y a jugar a las cartas, y todos los días se pelean con las autoridades de este lugar por fumar sus puros, o son regañados como niños pequeños por las petacas de whisky que Eusebio siempre trae en secreto y disfrutamos los 3 juntos. Ah, supongo que no pude haber tenido amigos mejores.

    Veo hacía mi izquierda. Borja está sentado en una silla que no parece muy cómoda, leyendo un libro de ciencia ficción. Le observo en silencio sin que se dé cuenta. Dios mío, Borja, cuanto has crecido. Aun recuerdo cuando te encontré esa noche fatídica, no eras más que un enanito con la cara marcada para siempre, y ya eras la persona que hoy está conmigo. Nunca supe que me llevó a hacerme cargo de ti, a no darme por vencido ante un chico tan extraño y huraño. Yo, que nunca me encargué de nada y de nadie que no fuese yo mismo. Siempre huí a mis responsabilidades, hice cosas malas, pésimas, terribles y grotescas incluso… pero cuando llegaste a mi dejé todo eso atrás. Tú me hiciste cambar. Tú, con esa personalidad tan especial tuya, me hiciste sentir lo poderoso que es el cariño que puede haber en esta vida, cariño que nunca supe encontrar en otro lado. Siempre fui alguien alegre, pero no fue hasta que estuviste conmigo que fui feliz por primera vez.

    ¿Por qué será, Borja? ¿Por qué será que el destino unió a dos seres tan diferentes? Será que ambos buscábamos otra vida, aun sin saberlo. Sí, quizás fue por eso. Ambos necesitábamos dejar el pasado atrás, y con la compañía del otro pudimos lograrlo. Fuiste más de lo que este tonto árabe merecía, y si por arte de magia alguien podría ofrecerme volver al pasado y dejar a mi cargo a un niño alegre, amoroso, tierno y gentil, no lo aceptaría, Borja. Te elegiría de nuevo, te elegiría de nuevo, mil veces de nuevo. Como le dije a Giovanni Perlo una vez, creo que las cosas tienen su propia forma de acomodarse con el tiempo. Y tú me acomodaste a mí. No sé quien terminó criando a quien, ya que siempre te mantuviste fiel a ti mismo, sin importar nada. Comenzaste siendo algo extraño que se presentó en mi vida de repente, y terminaste siendo todo mi mundo. No sabría como agradecértelo, rubio tonto. Recuerdo cuando te quedabas dormido en el sofá, abrazado al Señor Trapo, y yo te veía y me preguntaba como haría para criarte, si yo mismo no sabía qué hacer conmigo. Ahora me pregunto qué hubiese sido yo sin ti.

    Mi Borja, mi niño que ya no es tan niño. Agradezco a la vida el haberme permitido quedarme contigo hasta que te hiciste un hombre, y me gustaría quedarme más tiempo, seguir intentando comprenderte y adivinar que ronda detrás de esa mirada tan tuya. Pero no puedo quedarme más.
    No sé cómo explicarlo, pero por fin la muerte vino por mí, estoy seguro.

    -Este viejo árabe se va de este mundo- digo, sabiendo que la cuenta regresiva había comenzado.

    Borja baja su libro y me ve levantando una ceja. Deja el libro en la mesita al lado de la cama e intenta enderezarme con ayuda de la almohada.

    -Ya, ya, Ibrahim, ponte derecho si no vas a dormir- me dice como si todo estuviese bien y sin demostrar preocupación, intentando contagiarme esa actitud batalladora suya, esa actitud de seguir luchando a pesar de todo. Lo había hecho ya varias veces, ya que yo había dado falsas alarmas de irme y había dicho lo mismo, pero esta vez es en serio.

    -Esta vez no hijo, esta vez no.

    Borja se detiene como si mis palabras le sorprendieran y me mira a los ojos. Yo le miro cansado a los ojos negros. Como si en mi cara viera agotarse los últimos granos en mi reloj de arena, frunce los labios.

    -Ya… ponte derecho…- dice con la voz entrecortada, y la cara ya no tan serena como siempre-… ponte derecho, vamos- dice mientras intenta enderezarme en la cama, pero es inútil.

    -Pórtate bien, Borja- le digo. Siento los pies livianos, como si me sacaran un gran peso de encima- Eusebio y Giovanni te visitarán con frecuencia para ver cómo estás, si necesitas algo, confía en ellos, te quieren mucho.

    Borja baja la vista y escucho un sollozo. Cuando la vuelve a levantar veo sus ojos rojos, y las lágrimas bajando por su mejilla cortada.

    -¿Qué cosas di-dices?- me dice agarrándome de la ropa, mientras sus lagrimas caen- no te puedes ir… no puedes.

    -Lo siento, pero ya se me acabó el tiempo- ahora son mis piernas las que siento livianas.

    Él quiebra en llanto, bajando la vista. Ya sabe que no hay vuelta atrás. Su máscara se quiebra, dejando ver a ese joven que sabe sentir, que sabe amar y también sufrir. Ah Borja, cuando eras niño me preguntaba que te pasaba que no reías ni llorabas como los otros niños. Aunque me hubiese gustado escucharte reír más, agradezco que no hayas llorado más de lo que lloraste en estos 14 años de conocerte. Mi corazón no hubiese aguantado.

    Me toma de la mano con fuerza.

    -Por favor, papá, no me dejes… por favor- me dice apoyándose mi mano en la mejilla, sin parar de llorar- no me abandones, por favor.

    A pesar de estar anestesiado por el envión de la muerte, que me dijera “Papá” por primera vez me infló el pecho con un último aliento. Siento su cara tibia y sus lágrimas calientes con lo que me queda de tacto.

    -Borja ¿Recuerdas por qué tienes esas cicatrices? ¿Recuerdas que pasó la noche del accidente?

    -Sí, Sí- me contesta con la voz envuelta en lágrimas, sin soltar mi mano- lo recuerdo todo.

    -Bien, olvídate de eso.

    El rubio me mira sorprendido. Pongo mi otra mano sobre la suya.

    Ah, mi cintura está tan liviana ahora.

    -Olvídate del pasado, hijo, olvídalo- le digo viéndolo a los ojos, con una sonrisa- libérate de todo el dolor, sé que todavía lo guardas dentro tuyo... comienza de nuevo, tienes todo por delante, mi niño, tanto por sentir, tanto por disfrutar, tanto por sufrir, tanto por amar, no te prives de nada, no dejes que tu pasado te lo prive.

    Aumento la presión de mi agarre en sus manos. Mis últimas fuerzas. Qué bueno que pueda irme gastando mis últimas fuerzas tocando las manos de Borja. Soy un privilegiado.

    Mi pecho se aliviana, queda poco.

    -Borja, estoy orgulloso de ti, estoy orgulloso de lo que eres… de TODO lo que tú eres- le digo haciendo énfasis en la pablaba “todo”. Él me mira a los ojos, sin parar de sollozar, sé que sabe a qué me refiero- no sientas vergüenza de lo que eres, Borja, no tiene nada de malo, no vivas con miedo, amate, amate mucho y encontrarás a alguien que te merezca.

    Mis hombros y mis brazos se alivianan, ahora sí.

    Me acomodo en la almohada, nunca había estado tan cómodo. Giro de nuevo a mi izquierda, lo veo por última vez. Sonrío.

    -Te amo, hijo.

    Exhalo mí último aliento. Se sintió exquisito.

    -¿Papá? ¡Papá! ¡No! Por favor, no- sacudes mi cuerpo ya sin vida, quebrando en llanto de nuevo- ¡Medico! ¡Medico!- te desgargantas, pero ya es tarde, Borja.

    Desde donde estoy te veo llorar sobre mí, abrazándome, mientras al cuarto entran esos médicos y enfermeras que aprendí a odiar. Siento ese abrazo, Borja, lo siento a pesar de ya no estar en ese cuerpo. Te aseguro que jamás lo olvidaré.

    Ah, así termina mi relato y mi vida en este mundo. Atrás queda el dolor, atrás queda el amor, atrás quedan los enojos, las risas, los dolores, los placeres y los llantos.

    Borja, te conocí solo 14 de mis casi 60 años, pero eso fue suficiente para que me enseñes a vivir. Espero que te vaya bien en la vida, te quedan muchos errores por cometer, muchas victorias que ganar. Te será difícil, como todo en tu vida, pero confío en ti. Sé que serás un mejor hombre que yo, estoy seguro.

    Hasta siempre, mi niño raro, mi muchacho, mi Borja.




    Fin





    Bueno hasta ahí nomas. ¿Qué les pareció? Admito que me gustó demasiado escribirlo, seguramente por el hecho que son personajes que salieron de mi mente que se niega a dormirse en las noches gap gap . Espero que les haya gustado. cheerful_h4h

    Como verán, no es una "historia de amor", sino más bien el relato de un personaje sobre la vida del otro, y sus particularidades, entre ellas su sexualidad.

    Admito que al principio tenía la idea de hacer una historia larga, con varios capítulos, y que este primer capitulo fuese como una especie de introducción, para después desarrollar la historia de Borja. Pero después decidí que por ahora esto sería todo; primero, porque no sabría que historia desarrollar, tendría que pensarla e idearla primero, segundo, porque estoy trabajando en un fic de Digimon, y a duras penas puedo actualizarlo una vez por mes, así que no quiero dejarlo de lado por meterme de lleno en este proyecto. Quizás en un futuro pueda hacerlo, y traiga más de Borja. Supongo que también dependerá de como reaccionen al fic, y si les interesa que haya continuación. Sinceramente me gustaría hacerlo, me gusta el personaje del rubio, y aparte podría aclarar ciertas cosas que no pude aclarar en esta entrega porque sino ya me hubiese quedado muuuuy larga. ¿Cómo ven a Borja? ¿Cómo un potencial Uke, o un potencial Seme? laughing1 Me interesaría saber sus opiniones. Cualquier consulta, pedido, deseo o critica, no duden en comentar!!!

    Bueno, me despido. Muchas gracias por leer! que te vaya bien, chauuuu

    Edited by exerodri - 30/12/2017, 12:46
  9. .
    Hola a tooodos! mf_w00t1 Espero que estén bien. Aquí les traigo el capitulo del mes de noviembre. Pensaba que podría abarcar más trama de lo que lo hace, pero bueno, ya me quedó largo así que lo corté allí. Se aclaran varias cosillas, pero les aseguro que solo es el comienzo del armado de la trama. Espero que les guste.


    *shingiikari01: Hola, gracias por comentar!! Me alegra poder motivarte jajaja, aunque sea una vez al mes. Te mando un abrazo, hasta pronto!


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    Capitulo 15: Tarde agitada


    “Ya sabía que había sido demasiado fácil” pensó el moreno, mientras retrocedía.

    Notó que los dos sujetos de gorro se parecían bastante, tanto que fácilmente uno se daba cuenta que eran hermanos mellizos. La única diferencia marcada era que uno había cumplido con el deber de afeitarse, mientras que el otro lucía una barba demasiado fina, despoblada y juvenil para ser tomada como una barba en serio. Ambos compartían el aspecto demacrado que deja varias horas seguidas de mala vida. Sus pieles pálidas y ojeras marcadas hacían juego con el clima fúnebre y las nubes bajas y sombrías. Tai no puso atención a los otros 3 tipos que acompañaban al par de gorro, tan solo pudo percibir en un segundo plano la diferencia de tamaño en altura y consistencia física con los dos hermanos, como así en edad pero no en malicia.

    -Matt, vámonos- dijo, mitad orden mitad pedido, dando pasos hacia atrás y sin dejar de observar a aquellos sujetos avanzando hacia ellos.

    El rubio no se movió. Parecía estar completamente congelado, como si el hecho de ver a esos tipos tan de cerca lo trasformara en un maniquí y le quitara la voluntad de moverse.

    Sin dejar de pensar en qué hacer, a Tai se le vino fugazmente a la cabeza las ocasiones en donde él se petrificaba de la misma manera al ver a Erick y su pandilla, y también recordó las contadas pero bien recordadas ocasiones en las que hacía rodeos innecesarios para evitar cruzarse con ellos.
    Conocía ese miedo, entendía el efecto paralizador que el miedo podía llegar a imponer. No sabía el porqué esos tipos buscaban al rubio, el porqué este los evitaba…pero sabía de sobra que si Matt no reaccionaba, aquello terminaría de la peor forma, o peor aún. Tenía que actuar, y solo se le ocurrió una opción.

    Agarró al ojiazul de la muñeca.

    -¡Corre, idiota!

    Comenzando a correr, tironeó a Matt y le obligó a reaccionar, sin importarle si la brusquedad de su tirón había sido demasiado para el hombro herido del blondo. Luego habría tiempo para las quejas, si tenían suerte.

    Las pisadas de aquellos tipos iniciando la persecución retumbaron por detrás.
    Corrieron sin rumbo fijo por la acera, esquivando como podían a las personas que se cruzaban en su camino. El moreno sabía que si tropezaban, ya no se levantarían; tenían a sus perseguidores demasiado cerca, ya que si bien nunca hizo por ver atrás, los podía oír tan claro como a su propia respiración. Poco tiempo le tomó saber que la única oportunidad que tenían era esconderse ni bien les sacaran algo de ventaja.

    -Por aquí- dijo, entrando al estacionamiento cercado de un supermercado.

    Matt le siguió.

    El supermercado, con todas sus góndolas e incontables pasillos, sería una buena oportunidad para perder a sus perseguidores, pensó el moreno. Pero al llegar a la entrada, chocaron de frente con una cortina de metal. Estaba cerrado. Solo en ese momento Tai se dio cuenta que su desesperación le había hecho ignorar la ausencia de autos o personas en el estacionamiento. Con el alma en la garganta, miró hacia atrás. Les habían podido sacar algo de ventaja a sus perseguidores, pero estos ya entraban al estacionamiento.

    -Vamos- dijo tomando al rubio del brazo.

    Sin perder tiempo bordearon el edificio, impulsados más por la necesidad de continuar en movimiento que por un plan o una idea clara. Improvisarían con lo primero que estuviera a su alcance.

    En un desesperado escaneo visual a su alrededor, lo primero que llegó a los ojos de Tai fue un contenedor de basura en un extremo del estacionamiento.

    -¡Vamos! al conteiner- dijo, acelerando aun más su carrera.

    -¿Que... piensas...hacer?- le preguntó Matt, jadeando- No nos podemos... esconder allí... nos verán.

    -No, estúpido, lo usaremos para saltar la cerca.

    Matt estuvo a punto de indicar lo mala que era esa idea, pero se limitó a solo correr al comprender que no había otra forma de salir de aquel perímetro cercado en el que ellos mismos se habían metido por desesperación.

    Usando el impulso de la velocidad, Tai subió al contenedor de basura y se trepó sobre la valla, cuidando de no lastimarse con las puntas de esta que se levantaban apuntando al cielo. Sin embargo, cuando miró al otro lado, la idea de saltar ya no parecía tan buena. Ubicadas entre la cerca y la acera, los esperaban enredadas plantas con espinas y robustos arbustos pelados, los cuales no parecían nada cómodos.

    Tuvo la necesidad de chequear si había otra opción. Vio detrás de sí; el rubio trepaba tan torpemente el contenedor que se hubiera reído de no ser por las situación. Fijó su vista en los idiotas de los cuales huían: se acercaban a toda velocidad, cruzando el estacionamiento. Un viento helado le peinó para atrás, mientras volvía su vista a ese colchón de ramas y espinas. Era una caída de 3 o 4 metros. Si bien ya anticipaba el dolor de caer allí, supo
    que no había vuelta atrás. Cerró los ojos y se lanzó.

    Un fugaz pero audible grito de dolor escapó de su boca al caer sobre las ramas y espinas. Sintió como cientos de agujitas se le clavaban en las piernas, atravesando el pantalón, a la vez que las ramas le golpeaban en la cara y le llenaban la boca de sabor a tierra. Pero lo que más le hizo fruncir el rostro fue un ardor profundo y lacerante en su brazo.

    Antes de que pudiera recomponerse del molesto dolor, oyó un ruido sordo sobre él, seguido de algunas maldiciones. Al levantar la mirada vio a Matt colgando de la cerca, pataleando en el aire.

    -La mochila ¡Sácatela!- gritó el moreno.

    Como pudo, mediante movimientos torpes y desesperados, el rubio se liberó de la mochila enganchada en una de las puntas de la reja y cayó a la vegetación. Este también hizo una mueca de dolor e incomodidad, pero no había tiempo de quejas. Entre ambos se abrieron camino, luchando contra las ramas y las espinas, hasta salir a la acera. Ni bien lo lograron, sus perseguidores saltaron a los arbustos.

    Otra vez corriendo a toda velocidad por las calles, ante la indiferente mirada de los pocos peatones de aquella parte de la ciudad, a quienes parecía no importarle el hecho de que dos chicos fuesen perseguidos por 5 sujetos, Tai miraba a todos lados, buscando algo que los ayudara. Pensó fugazmente en la posibilidad de encontrar un policía, pero rápidamente descartó esa idea. Era más probable que los ayudara Superman a que encontraran un uniformado en aquella zona.

    Miró de reojo a su cuñado. Este se había puesto rojo, y el sudor ya le mojaba la frente y el pelo, pero aguantaba… el problema era ¿Por cuánto? Si fuese por él, correría en línea recta hasta ganarles a los sujetos de gorro por cansancio; podía correr largas distancias. Sin embargo, dudaba que el ojiazul pudiera hacer eso. Necesitaban esconderse antes que las piernas del ojiazul dijesen basta.

    De repente, Matt le tomó de la muñeca.

    -Por aquí- le dijo, doblando en lo que parecía un callejón, entre una pollería triste y un local cerrado.

    -¿Seguro?

    -Reconozco esta… zona- le contestó el rubio, sin parar de correr.

    Cuando se adentraron en el callejón, Tai se detuvo abruptamente al ver que una pared se imponía al final del pasillo; un callejón sin salida. Matt se percató y volvió sobre sus pasos por él.

    -Confía en mí- le dijo viéndolo a los ojos mientras le tomaba del brazo.

    El moreno no pudo evitar dudar, pero no había tiempo. Entregándose a la confianza ciega, vio a los ojos a Matt y asintió. Corrieron por el callejón lleno de basura, saltando y esquivando los obstáculos que la desinteresada y sucia vida urbana les había puesto por delante. Tai miró para atrás, sobre su hombro. Sus perseguidores entraban al callejón a toda velocidad.

    Mientras corría, un pensamiento apareció en la mente del oji-café; un pensamiento que le contrajo el pecho de miedo ¿Y si esos malvivientes que le perseguían sacaban un revolver y les disparaban? ¿Y si en verdad estos no necesitaban alcanzarles? Lo único que necesitaban era tenerlos a tiro, en un espacio reducido y preferentemente sin testigos ¡Y Matt y él se habían encargado de darle lo que necesitaban! En aquel callejón, en donde solo podían correr para adelante, les podían acribillar sin siquiera la necesidad de apuntar con precisión. Además nadie vería, y si alguien escuchaba los disparos, seguramente no se preocuparía en averiguar que había sido ¿Para qué?

    Sacando fuerzas de donde no sabía, aceleró todavía más su carrera. Se acercaban al final del callejón y Tai todavía no veía como saldrían de allí, no veía que otra cosa podían hacer aparte de chocarse de cara contra esa pared que sellaba el pasillo. La desesperación le invadió. Pero cuando estuvo a punto de preguntar al rubio en que mierda había pensado al llevarlos a esa trampa sin salida, sus ojos se abrieron de par en par ante un brillo. Pequeño, pero esperanzador brillo.

    Al llegar a la pared, se dio cuenta que esta no era una pared, sino la parte trasera de un cuarto anexado al edificio del al lado, y este no tapaba por completo la salida del callejón. La brillantez de la calle al otro lado se escurría por un pasadizo entre el cuarto y la otra pared del callejón. Tai entendió al instante las intenciones de Matt. El pasadizo era estrecho, muy estrecho, pero lo suficientemente espacioso para que sus cuerpos adolecentes cupieran.

    Perfilándose de costado, Matt entró primero y él le siguió. Medio centímetro separaba su pecho y su espalda de las paredes. Paso a paso fueron cruzando el pasillo, mientras el olor a humedad y moho le impregnaban la nariz y la ropa. Al salir por al otro lado, Tai vio hacía el callejón por el pasadizo. Los sujetos de gorro y sus 3 cómplices les veían con más que odio del otro lado.

    Uno de los cómplices intentó meterse por el pasadizo, pero su abultada barriga se lo impidió. Después trató uno de los tipos de gorro, que al principio avanzó dificultosamente unos pasos, pero por ser más robusto que los adolecentes no tardó en darse cuenta que quedaría atascado y retrocedió.

    Tai, aun agitado pero con la sonrisa de saber que aquellos tipos no podrían pasar por el pasadizo aunque se empujaran uno al otro, les mostró el dedo medio.

    -Vamos, demos la vuelta- ordenó uno de los sujetos de gorro a los demás, dándose media vuelta y corriendo otra vez por el callejón. Los otros le siguieron.

    -Debemos irnos- dijo el castaño alejándose de la pared, dispuesto a correr a cualquier lugar que no fuera ese.

    -Espera- le contestó Matt, viendo por el pasillo hacía el otro lado.

    El rubio esperó hasta que aquellos tipos salieran del callejón y desaparecieran de su vista, para luego decir “Sígueme” y meterse de nuevo en el angosto espacio.

    -¿Pero qué haces?

    -Esos idiotas jamás esperarían que volvamos sobre nuestros pasos- le contestó el ojiazul, ya a mitad del pasadizo.

    El castaño lo meditó fugazmente, y con más ganas de irse de allí que de deliberar o discutir cual era la mejor opción para huir, siguió a su cuñado.

    Una vez del otro lado, el rubio hizo una seña para que esperaran, mientras aprovechaban para descansar y recuperar el aliento. No faltó mucho para que escucharan las voces de sus perseguidores ahora del otro lado de la pared, más específicamente de uno de los sujetos de gorro:

    -De seguro que corrieron para el mercado ¡Vamos!

    Escucharon presurosos pasos alejándose.

    Los adolecentes salieron del callejón y, como si el destino quisiera recompensarles de alguna manera, ínfima aunque sea, entre el apagado trafico vieron un ómnibus que los dejaría cerca de la zona industrial abandonada. Se subieron sin dudar. Con las caras sucias, las ropas amojosadas y con algo de moho y algunas ramitas y hojas en los cabellos castaños y rubios, entraron al vacío colectivo. El chofer los miró con mala cara, y les hubiese recriminado su desfachatez si no fuese que los adolecentes pagaron el boleto y se encaminaron al fondo del vehículo antes de que pudiera abrir la boca.

    Una vez sentados en los asientos del último, Matt y Tai se desarmaron en un cansado y aliviador suspiro.

    -¿Esos son tus "amigos"?- preguntó el moreno, mientras se acomodaba perezosamente en el asiento y se sacudía el polvo y la tierra de la ropa y el pelo.

    -Si- se limitó a contestarle el rubio, mirando por la ventanilla.

    -¿Porque te persiguen? Dudo que sea para invitarte a jugar a las cartas.

    -Por nada.

    Tai giró sus ojos, resoplando. Todavía le costaba creer lo trabajoso que era conversar con ese tipo; tenía que extraerle cada palabra.

    -Corrí contigo no sé cuantas calles, tuve que saltar hacía un colchón de ramas y espinas y escurrirme por un pasadizo sucio... merezco saber porqué tuvimos que huir.

    Matt le miró de reojo por unos segundos, y volvió su vista hacía la ventana, dándole la razón sin palabras ni gestos.

    -Uno de esos tipos de gorro, Micky, antes era de la banda del taller abandonado, pero secretamente se cambió a otra, y solo yo lo sabía. Un día, accidentalmente lo dije en presencia del "Gordo", así que ahora los del taller lo persiguen- explicó el blondo, mientras se sacaba una por unas las ramitas que se le habían quedado atascadas en el cabello- No sé como Micky se enteró que fui yo quien reveló su secreto, me persigue para vengarse... ¡Pero fue sin querer queriendo! No entiendo porque me guarda tanto rencor, si de todos modos se iba ganar el odio de los del taller tarde o temprano cuando se enteraran que se cambió a otra banda, es un idiota.

    El castaño observó a su cuñado con una sonrisa cansada. Comprendió que Matt no tenía la culpa...¿O si la tenía? No importaba. Lo importante era que ese cabeza hueca había podido huir sin ninguna lesión; no una visible por lo menos. Tai se sintió conforme. Estaba cumpliendo con su propósito hasta el momento y eso, a pesar de saber que en lo que había ayudado al blondo no era algo para enorgullecerse, le hacía sentir bien. Matt no asustaría a T.K con nuevos golpes, Hiroaki no lo retaría, y la academia militar no sería aun una realidad.

    -Si estás muy asustado no es necesario que me acompañes más, yo te lo advertí- le dijo el rubio viéndole de reojo nuevamente.

    -No estoy asustado, así que no te librarás de mí tan fácilmente- contestó el castaño cruzándose de brazos- es más...-agregó-... me dio más miedo verte sonreírme y abrazarme cuando te ocultaste de esos tipos.

    Tai disimuló no ver y no dijo nada, pero notó que el rubio intentó ocultar una sonrisa girando su rostro hacía la ventana y tapándose la boca con una mano.

    Con un extraño sentimiento de satisfacción, el moreno sonrió y descansó su cabeza en el respaldar del asiento. Más tranquilo y pensando que lo peor ya había quedado atrás, sacó su celular y revisó sus redes sociales. En la parte superior de su pantalla titilaba un icono, indicando que T.K había subido una foto. Entró sin perder un segundo sonriendo sin darse cuenta. No era frecuente que el menor usara esa red social en la que solo se posteaba fotos y videos. Esperó impaciente a que el internet de su celular cargase la foto, mientras el corazón se le aceleraba poco a poco.

    Pero al cargarse la foto se le borró la sonrisa.

    En la imagen, un sonriente T.K, quien tomaba la auto-foto, pasaba el brazo por sobre los hombros de ese castaño pecoso y de ojos verdes, el cual sonreía a la cámara sosteniendo un control de consola de juegos.

    Tai cerró los ojos, con la repentina necesidad de respirar profundo. Los pixeles que entraron por sus ojos se habían convertido en un agrio nudo en su pecho, un nudo que ya le había molestado antes. Sabía que su repentino malestar era producto de sus incontrolables celos, lo tenía bien en claro... pero aun así no podía evitar que lo afectaran.

    Nada era mejor que T.K sonriéndole, abrazándole, o simplemente viéndole a los ojos. Aquello que sentía con el menor era una droga adictiva que no saturaba, que no le cansaría jamás. Podría tenerlo entre sus brazos siempre, a toda hora y en todo lugar si eso fuese posible. El solo hecho de ver a T.K siendo cercano con otra persona, ya sea chico o chica, le apretujaba el estomago y la garganta. Una parte de él se enloquecía y gritaba que algo andaba mal, tapando por completo a la pequeña parte de él que le indicaba que se calmara. T.K necesitaba relacionarse con otras personas, era lógico, no podía vivir en una burbuja, pero... pero...

    ¡Pero nada! No podía hacer nada, porque no había nada que hacer. El problema no era T.K, no eran las chicas que lo miraban al pasar, no eran las personas que podían sentirse atraídas por el menor, tampoco lo era ese chico de pecas y ojos verdes... el problema era él, él y su orgullo, sus descolocados celos que ensuciaban aquello que era maravilloso y vibrante. T.K merecía un amor caluroso, pero no nocivo, apasionante, no asfixiante o aprisionador. Necesitaba cambiar esa parte de él, y por el blondo estaba dispuesto a hacerlo.

    Intentando liberarse de esa ceguera que le estrujaba el corazón, se repitió por lo bajo: "Solo es una foto" "Solo es una foto con un amigo, nada más"
    "Él no le quiere como a ti, no seas tonto, Tai"

    Abrió los ojos y volvió a ver el celular, diciéndose internamente que estaba ante una prueba para demostrarse a sí mismo que podía manejar la situación como una persona adulta y razonable.

    Lo único que pudo hacer fue apretar los dientes y fruncir los labios. La foto llevaba publicada apenas una hora, y ya tenía el doble de "corazoncitos" y comentarios que la foto con él que T.K había subido hacía unas semanas.

    "¡¿Qué les pasa a todos?! ¡¿Acaso me lo están haciendo a propósito?!" -rabió en su mente- "Ahora todo el mundo le pondrá "me gusta" a la foto solo para molestarme... no, no Tai, tranquilo"- cerró los ojos- "calma... respira...respira, es solo una foto"

    Matt observó al castaño entre sorprendido y extrañado ¿Que le pasaba? Con más curiosidad de la que le gustaría admitir, se inclinó y miró el celular del moreno, luego a este a la cara, y de nuevo al celular.

    -¿Estás bien?

    -Sí, no pasa nada- contestó el oji-café, pesadamente.

    Tai infló su pecho con una profunda inhalación y, decidido a intentar calmarse aunque no supiera cómo, guardó su celular en el bolsillo de la campera.
    Sin embargo, como si el mal humor le dijese "espera, aun terminé contigo", frunció el seño de inmediato otra vez y, confundido, sacó de nuevo el celular, esta vez todo manchado, incluida su mano, con algo viscoso y marrón. Al oler la sustancia se dio cuenta que las bolitas de chocolate que había comprado para T.K, a pesar del clima frio, se habían derretido por la fricción y el calor que desprendió su cuerpo entre tanta corrida, creando una sopa espesa dentro de su bolsillo.

    Respirando profundamente de nuevo, cerró los ojos y su mano con fuerza. Esta temblaba.

    Matt al principio pensó reírse, pero luego sintió, como quien siente el calor que irradia una estufa, el aura que se formaba alrededor del castaño.
    Incomodo, desvió su mirada hacia afuera por la ventanilla. Faltaba un largo trecho para llegar a la fábrica abandonada.

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    De nuevo dentro del taller abandonado, Tai y Matt esperaban al frente del “Gordo” a que este terminara de hablar por teléfono.

    -…sí, ajá… bien, eso es todo- dijo para luego finalizar la llamada. Miró a los adolecentes mientras apoyaba sus codos en la mesa- bien, recibí la confirmación de que realizaron el trabajo- el sujeto tatuado fijó su vista en Matt- Ishida ¿Seguro que no quieres otro tipo de paga que no sea el dinero? Algo que te haga sentir bien y te saque esa cara de bodrio que llevas siempre, piénsalo. Si quieres te doy una muestra gratis ¿Qué dices?

    -Prefiero el dinero- contestó el rubio a secas.

    El “Gordo” se tiró para atrás en su silla, resoplando.

    -Está bien, si hay algo que respeto es el pagar por un trabajo hecho- dijo tocándose la barba- trae la paga- le dijo a un sujeto parado a su izquierda.

    Este se retiró hacía un cuarto en la parte oscura del taller. Segundos después, volvió y dejó sobre la mesa dos fajitos de dinero. Matt se acercó y los tomó, para luego darse media vuelta y caminar calmado pero presurosamente a la salida. Tai le siguió obligándose a no ver hacía los chicos drogados a un costado del salón para evitar deprimirse, ya que, si bien no los conocía, le entristecía la idea de gente tan joven desperdiciando el alma y el cuerpo.

    Los guardias les abrieron la puerta y salieron de nuevo al frio y nublado día.

    -Ishida, espera- escuchó el blondo que le llamó uno de los guardias detrás de él.

    Cuando se dio media vuelta, algo voló hacía su rostro y le golpeó en la nariz tan rápidamente que no pudo reaccionar. Sorprendido, dio un paso atrás tomándose la cara. Un CD en su caja cayó al suelo, desarmándose por completo.

    -Sé que te dije que entregaría el CD a mi primo, pero no quiero quedar mal ante él con esta música de maricones- dijo el guardia que le había arrojado el CD, riendo mientras cerraba la puerta.

    Tai se le acercó con las manos en los bolsillos del pantalón.

    -Déjame ver- le dijo, tomándolo de la quijada para verle la nariz, dándose cuenta que no tenía nada.

    Matt le apartó la mano chisteando. Se agachó y recogió el CD y la caja, la armó sin mucho cuidado y se la guardó en el bolsillo.

    -Vamos- dijo comenzando a caminar por la acera, aguantándose las ganas de agarrase la nariz por el dolor- salgamos de aquí.

    -¿Qué es ese CD?- preguntó el moreno, posicionándosele al lado.

    -Es el demo de mi banda- Matt, ante la cara que hizo el castaño, supo que no había entendido. Giró los ojos y dijo:-contiene canciones que compusimos y grabamos nosotros, y algunos covers también.

    -Ah, ya ¿Y por qué se lo diste a ese tipo?

    -Me enteré que es primo de uno de los pocos sujetos que tiene un estudio de grabación más o menos decente en esta ciudad, supuse que conoce gente importante. No perdía nada pidiéndole que le alcanzara el demo para que su primo supiese de nosotros, pero me equivoqué... ¿Qué más da? No importa.

    El blondo se detuvo y se posicionó en frente a Tai, obligándolo a detenerse.

    -Me estaba olvidando- le dijo sacando uno de los fajos de dinero del bolsillo y ofreciéndoselo- toma, es tu parte.

    -Ya te dije el porqué hago esto, no me interesa el dinero- contestó el castaño con sus manos en los bolsillos del pantalón.

    El rubio arrugó la nariz y el entrecejo por la confusión, parecía no entender.

    -¿Qué? No seas idiota, tómalo- le dijo ofreciéndole el dinero de nuevo.

    -No lo quiero- contestó Tai con una sonrisa y cerrando los ojos - no necesito que me compartas de tu dinero sucio.

    -Bueno... en realidad no sería mi dinero- le dijo el rubio aun denotando estar confundido- me dieron dos fajos porque tú me ayudaste, si no me hubieran dado uno solo... esta es tu parte.

    Tai abrió los ojos de la sorpresa ¿En serio todo ese dinero era solo para él? No pudo evitar que los ojos marrones se le fijaran en el dinero en la mano de Matt, aun extendida hacía él, como si de repente aquello le llamase la atención. Con solo ver el grosor de ese fajo supo que nunca había tenido tal cantidad de dinero que fuese "suyo". ¿Cuánto tiempo tendría que esperar si quisiera tener tanto dinero para gastarlo como gustase?

    Abrió y cerró la mano dentro de su bolsillo, sorprendiéndose de su propia inquietud. Dudando de ya no verse tan seguro, miró al rubio a los ojos y luego a los billetes de nuevo.

    -No, quédatelo tu- dijo soltando el aire en palabras pesadas- mientras más rápido consigas dinero para tu “plan”, más rápido dejarás de hacer esto ¿No?

    -Eeemm, bueno…- dudó el ojiazul-…como digas, separaré tu parte de todos modos- agregó guardando los dos fajos de billetes en bolsillos diferentes - me voy a mi casa, no me molestes más.

    Matt le dio la espalda, pero Tai le tomó del hombro antes que se alejara.

    -Espera, mi trabajo todavía no termina, te acompaño hasta tu casa.

    Matt suspiró.

    De nuevo en marcha hacía el hogar del ojiazul, Tai aprovechó para conversar, con todo el esfuerzo que aquello significaba, con el hermano de T.K. Mientras caminaban por las calles, soportando el viento que había empezado a correr de nuevo, el castaño preguntó al rubio si no había intentado juntar el dinero que necesitaba mediante un trabajo de medio tiempo honesto. Este se indignó. Con enojo pero sin detenerse a mirarle a la cara, Matt le contestó que había buscado trabajo en muchas ocasiones, desde hace mucho tiempo, y con más fracasos de los que podía recordar. Se dispuso a contarle y Tai oyó atentamente:

    El ojiazul había explorado cada rincón de la ciudad, buscando algún empleo informal, el que fuese, pero nadie le quería contratar por ser menor, y, en los pocos lugares donde aceptaron su ayuda, habían terminado por explotarlo.

    Le comentó de una ocasión en donde un reconocido restaurante le había aceptado para realizar diferentes tareas, tareas las cuales no sabía hacer pero que las aprendería de ser necesario: ayudar a cocinar, lavar la vajilla y los cubiertos, limpiar los hornos y las hornallas, barrer todo el restaurante, guardar la mercadería en el congelador y las despensas, limpiar los baños, ayudar a abrir y a cerrar el restaurante antes que los clientes llegasen, limpiar los vidrios que daban a la calle, hacer envíos a domicilio.

    “Está bien” le dijo el rubio sin parar de caminar “me querían usar lo más que pudiesen, no había problema, lo aceptaba, pero que pagasen”.

    El ojiazul le explicó que luego de 1 mes de terminar muerto todas las noches, el dinero que le quisieron dar no era ni un cuarto de lo que él había imaginado ¡Y no se había imaginado mucho tampoco!

    -Como no están obligados a hacerte firmar un contrato, tienen la libertad de pagarte lo que quieren y hacerte hacer lo que quieren, y como a uno lo ven joven y tonto, se aprovechan- le comentó Matt con enojo.

    Contándoselo sin que se lo pidiera, Matt le dijo otra de sus desventuras en el mundo laboral.

    Le contó que luego de buscar y buscar, otro restaurante, esta vez menos reconocido, le había aceptado. Pero explicó que si bien su nuevo trabajo no era tan explotador como el anterior, sus compañeros en la cocina le molestaban y le hacían bromas pesadas hasta el punto de ser insoportable. El dueño del local sabía, pero no le importaba; atribuía que era solo juegos de jóvenes. Ser encerrado en el congelador de la cocina fue lo máximo y lo último que soportó; renunció al día siguiente sin siquiera cobrar los días trabajados.

    Después le tocó probar suerte en una ferretería, donde lo único que le pedían era barrer y ayudar a mantener ordenados los productos tras mostradores. Pero tuvieron que pasar 3 meses de continuas excusas y mentiras del dueño para que Matt entendiera que no le iban a pagar, y que no había nada que pudiera hacer.

    Tai escuchó todo lo que su “cuñado” le dijo, con la leve impresión de que Matt, sin saberlo, se estaba desahogando con él. El rubio no se calló hasta llegar a su casa.

    Frente de la puerta del departamento de Hiroaki, Matt buscó sus llaves en los bolsillos.

    -¿Seguro que no quieres el dinero?- le preguntó el blondo.

    -No lo quiero, estoy seguro.

    -Está bien- contestó el rubio, haciendo girar la llave en la cerradura y abriendo la puerta.

    Al ver al ojiazul adentrarse en el departamento, Tai se dio media vuelta y caminó hacía el elevador. Desde el principio sabía que aquel sujeto no le agradecería su ayuda ¿Qué le diría? “¿Gracias Tai por salvarme?” “¿Gracias por obligarme a correr y no dejarme estático como una estatua para que aquellos tipos me golpearan a su voluntad?” No, Matt nunca diría eso. Ni siquiera debía esperar que lo despidiera. Un simple “adiós” ya era demasiada cortesía. Aquello le hacía todavía más difícil creer que Matt era hermano de alguien como T.K, más allá del parecido físico.

    -Yagami, espera- escuchó la voz de Matt detrás de él.

    Al darse media vuelta, se extrañó al ver al rubio afuera del departamento, viéndolo fijamente.

    -¿Qué tienes en el brazo?- le preguntó.

    Tai, sorprendido de la pregunta, se fijó en su brazo izquierdo. Tenía la campera rasgada, con una mancha rojiza. Ya había notado que se le había roto la campera, más no la sangre. Frunciendo el rostro en una mueca de dolor, se arremangó: un largo corte le adornaba el antebrazo.

    -Ah, no es nada, me lo hice cuando caímos entre los arbustos- dijo tapándose de nuevo la herida- nos vemos.

    Justo cuando estaba por perfilarse hacía el elevador de nuevo, el rubio le dijo:

    -Espera, entra a la casa, debemos limpiar eso.

    Tai creyó no escuchar bien, aunque las palabras sonaron claras. Tratando de entender que andaba mal, repitió en su cabeza lo dicho por el rubio.

    -No es necesario- contestó por mero reflejo, sin siquiera pensarlo- no-nos vemos…- la sorpresa le hizo tartamudear.

    -No seas estúpido, te lastimaste huyendo conmigo, no puedo dejar que te vayas así.

    El moreno vio a Matt a los ojos, sin saber que pensar. Era la mirada azul de siempre. Tai no podía verse la cara, pero tenía la seguridad que era el desconcierto más puro y que no lo disimulaba.

    Con más timidez de lo que se hubiera imaginado, entró con el rubio al departamento.

    -¿Hiroaki no está?

    -No, está trabajando, siéntate en el sofá y quítate la campera- le dijo el ojiazul, sacándose el abrigo y entrando al baño.

    Tai así lo hizo. Esperó unos segundos sentado en la sala de estar, hasta que el blondo reapareció por el pasillo, cargando una caja blanca con una cruz roja mal dibujada. El moreno abrió los ojos de par en par… ya había visto eso antes. Como si se tratara de un terrorífico déjà vu, observó paralizado como el rubio dejó la caja en la mesa ratonera y sacaba de esta primero algodón, luego vendas, y después…

    -¡No! Aleja eso de mí- exclamó dando un brinco.

    -No seas llorón- le recriminó Matt, destapando la botella de vidrio marrón.

    -Recuerdo muy bien lo que se siente ser curado por esa porquería.

    Y Tai no mentía; podía jurar que el ardor de ese antiséptico en la herida de su pierna estaba más vívido en su memoria que el dolor producido por el alambre de púas con el que se lastimó en el verano. Alborotándose en su interior, por la cabeza del castaño pasó la idea que Matt se había mostrado “amable” en querer curarle el brazo, solo para torturarle.

    -Ni loco dejo que me cures con eso.

    Matt resopló.

    -No es para tanto.

    -Quisiera verte poniéndote eso en una herida.

    -¿Quieres ver como lo hace un hombre?- le respondió el rubio, sorprendiéndolo, mientras se levantaba la camiseta y dejaba ver una mancha de sangre al lado de su ombligo.

    -¿Cómo te hiciste eso?- preguntó Tai, con la satisfacción de si mismo lastimada al ver que el blondo no había terminado “ileso”, como él había creído.

    -También al saltar a los arbustos- le contestó el ojiazul, limpiándose con un algodón la sangre y un poco de tierra que rodeaban la herida- es solo un raspón.

    Una vez limpio, el lastimado de Matt se mostró como un rasguño largo pero superficial, similar al suyo.

    Sin poder creerlo, Tai vio como Matt mojó un nuevo algodón con el antiséptico ¿En serio el rubio soportaría el dolor y ardor de ese liquido infernal sin chistar? Comenzó a dudar de si mismo ¿Y si en verdad había exagerado? Después de todo, había cosas peores...no debía hacer tanto escándalo por un líquido que arde.

    Sin embargo, cuando el ojiazul estuvo a punto de apoyar el algodón en la herida, se detuvo. Ante la atenta mirada del moreno, Matt mantuvo la distancia entre el algodón untado con el antiséptico y su piel, como si algo le impidiese terminar el proceso.

    Tai pudo ver que la mano del blondo temblaba. Sonrió. No, no había exagerado; y no era el único que lo sabía.

    Matt subió la vista cruzándose con la suya, pero la bajó inmediatamente.

    -¿Y? Estoy esperando, “Hombre”- dijo el moreno sin poder evitar sonreír burlonamente.

    -Ya va, no me apresures- respondió el ojiazul alterado.

    Matt relajó sus brazos y estiró su cuello de un lado al otro, como si necesitase estar relajado y concentrado para hacerlo. Se subió la camiseta y acercó el algodón a la herida, pero volvió a detenerse al quedar solo unos cuantos centímetros entre el líquido y su piel. Frunció los labios, mientras veía al algodón con una atención e intensidad tal que Tai pensó que este se prendería fuego. El estomago del blondo subía y bajaba alocadamente, podía escucharle la respiración agitada. Matt acercó aun más el algodón. Faltaban solo 4 centímetros, 3 centímetros, 2, centímetros, 1 centímetro…

    -¡Ahg! A la mierda…- dijo el rubio tirando el algodón en la mesita ratonera-…creo que tengo otro antiséptico aquí, déjame buscar.

    El moreno cerró los ojos y soltó una risa muda mientras sus hombros subían y bajaban.

    Luego de buscar un poco, Matt sacó un frasquito blanco de la caja, untó su contenido en el algodón y se limpió la herida sin hacer ni la más mínima mueca de dolor.

    -Extiende tu brazo- le pidió al castaño, tomando un algodón nuevo y mojándolo con el aparentemente más amigable liquido blanco.

    Tai hizo caso. Estiró el brazo, el rubio se lo sujetó con suavidad y le apoyó el algodón en la herida. Ardió, pero comparado al “liquido milagroso” de Hiroaki, eso era una caricia.

    -Oye Matt...- dijo el castaño, mientras el rubio le curaba- ¿Puedo preguntarte algo?

    -Me lo preguntarás de todas formas- contestó el rubio cansado, sin quitar su atención de lo que hacía.

    -Hace algunos meses, en las noticias salió el caso de dos chicos, una pareja, que fueron brutalmente golpeados… ¿Tú y los sujetos para quienes trabajas tuvieron algo que ver?

    Matt se detuvo y se quedó inmóvil. Separó lentamente el algodón de su piel mientras levantaba la vista. Con una ausencia completa de expresión, el blondo le observó a los ojos con una mirada perdida, lejana. Era como si su mente se hubiera ido a otra parte y solo hubiese quedado una cascara hueca de Matt. Siendo un autómata, el ojiazul dejó el algodón con que le había limpiado parte de la herida y cortó otro, mojándolo con el antiséptico.
    Volviendo lentamente en sí mismo, le miró a los ojos de nuevo.

    -Sí, estuve involucrado en eso…- dijo el rubio-… pero no me mires así, yo no quise hacerlo.

    -Esos chicos terminaron muy graves- dijo Tai, sin ocultar su indignación.

    -¡No es lo que tú piensas! Eso no debió pasar.

    -Pero pasó- sentenció el moreno.

    Matt ni siquiera intentó refutar o responder, tan solo bajó la mirada, y para sorpresa de Tai la expresión del ojiazul se volvió tan dolida, que dejó el enojo de lado y le abordó la curiosidad.

    -¿Cómo pasó?- preguntó, con un tono de voz más calmo.

    Matt levantó la mirada con la duda adornándole el rostro, como si el contarle lo sucedido se le presentara como una opción y una no opción al mismo tiempo.

    El rubio suspiró y continuó limpiándole la herida.

    -Aquel día volvíamos a la fabrica después de un intento fallido de robo a una licorería. Mientras caminábamos, vimos a la distancia a la pareja que tú dices, acercándose hacia nosotros por la misma acera.

    -“Miren a esos dos”- dijo uno de los sujetos que me acompañaban, el más fuerte del grupo y por lo tanto el más temido-“No pudimos hacer el trabajo, pero podríamos divertirnos con ellos”.

    -Todos los demás asintieron alegres, maliciosos; hacer alguna idiotez o causar daño siempre es bienvenido para ellos. Yo solo chisté mirando hacía un costado, dispuesto a irme. El que había dado la idea me miró enojado, pero inmediatamente sonrió y dijo:

    -“Tu te encargarás de ellos, Ishida”.

    -Yo me negué, no me interesaba molestar a gente porque sí, pero todos los demás idiotas del grupo me rodearon. Me di cuenta que mi respuesta no había sido la esperada cuando el tipo que dio la idea sacó una navaja del bolsillo y la abrió frente a mis ojos.

    -“Te queda muy bien ese pendiente negro en tu oreja, Ishida” –dijo- “¿Qué te parece si te perforo la otra con mi navaja? Será gratis”

    -Me apoyó la navaja en el lóbulo de la oreja derecha y sentí como el acero me hacía un pequeño corte.

    -“¿O quieres un piercing en la nariz? No soy muy bueno, pero me servirá de práctica”

    -Yo retrocedí, helado, mientras me tomaba la oreja. Dolía, pero en ese momento no me importaba; no podía dejar de observar esa hoja metálica manchada de sangre. Me di cuenta que no tenía opción.

    Matt terminó de limpiarle la herida, cortó algo de gaza y se la apoyó en el corte; tomó cinta de papel y comenzó a fijarle la gaza a la piel.

    -Nos escondimos detrás de unos autos estacionados, donde nos pusimos los pasamontañas que habíamos llevado para el robo a la licorería, y cuando la pareja estuvo lo suficientemente cerca, los estúpidos de mis “compañeros” me empujaron a la acerca, cortándole el paso a los dos chicos. Estos se asustaron ¿Quién no se asustaría si un tipo con un pasamontañas te aparece en medio de la calle? Nunca me olvidaré las caras de sorpresa y miedo de esos dos, Taichi, nunca. El más alto, de pelo negro, parecía tener nuestra misma edad, el otro quizás también tenía 16 años, no lo sé, era más bajo y tenía el pelo castaño oscuro. Intentaron volver sobre sus pasos y escapar, pero los demás idiotas salieron de detrás de los autos y nos rodearon, encerrándonos al frente de una tienda abandonada con grandes vidrieras. Uno de mis "compañeros" gritó:

    -"Vamos Ishida, demuéstranos que sabes hacer"

    -Yo me quedé estático, viendo a esos dos chicos que no tenían la culpa de nada, que no se merecían nada de lo que les estaba pasando. Maldije que justo pasaran por allí, de entre todas las calles de esta mierda de ciudad, cuando pasábamos nosotros. No quería hacerles daño, pero al mismo tiempo sabía que no podía quedarme quieto. El más alto se interpuso entre el más bajito y yo, viéndome a los ojos con miedo y enojo a la vez. Uno de los estúpidos dijo:

    -"Haz algo, si no, nos encargaremos nosotros y luego nos encargaremos de ti"

    -Esas palabras me hicieron reaccionar. Por dentro pensé que sería mejor que esa pareja luchara contra mí que contra todos los idiotas que me acompañaban. Queriendo que eso terminara lo más rápido posible, me planteé para pelear contra el chico de mi misma estatura. Él me tiró un golpe, el cual esquivé... luego otro, que también pude evadir. Sabía que no podía solamente esquivar sus golpes, pero en ningún momento se me pasó por la cabeza intentar atacarle. Mientras pensaba en un una forma de cómo salir de eso, el pelinegro me agarró de la ropa y me acercó a su cara.

    -"Por favor, déjale ir"- me susurró viéndome a los ojos- "hagan lo que quieran conmigo, pero no le hagan daño, dejen que se vaya, por favor"

    -Le miré sorprendido. Más que suplicarme con las palabras, ese chico de pelo negro me suplicaba con su rostro, con su expresión... estaba más preocupado por su pareja que por él mismo. Sin salir del asombro que me dejó su pedido, miré al chico más bajo detrás de él: este estaba aterrado, estrujando su bufanda como un niño pequeño. Por mi mente pasó la idea de decirle “haz de cuenta que mis golpes te duelen mucho, trataré de no golpearte fuerte” o “finge que te noqueo”, pero no pude. Antes de que pudiera hacerlo, el chico me golpeó. Seguramente pensó que yo quería dañarles y que sus suplicas eran en vano. No lo culpo. Caí de espaldas contra la vidriera del local, rompiéndola. Quedé tan desorientado y todo pasó tan rápido, que lo que pasó después apenas lo recuerdo en forma de flashes desordenados. Sin embargo, jamás olvidaré los gritos de ayuda de esos dos chicos cuando los imbéciles de mis compañeros se abalanzaron contra ellos… el sonido de las patadas y los puños contra sus cuerpos, las burlas.

    Matt terminó de vendarle la herida y guardaba de nuevo uno por uno los materiales en la caja blanca con la cruz roja mal hecha.

    -Es algo de lo que me arrepentiré toda mi vida, Taichi, sé que soy culpable…- le dijo el rubio sin levantar la mirada-… ya terminé, puedes ponerte la campera e irte.

    Tai se vistió de nuevo con su campera, mientras la historia que acababa de oír era procesada por su cerebro. Vio fijamente al rubio. Dudaba si creer en el arrepentimiento de aquel tipo después de todo lo que había vivido con él esa tarde. Aunque no pudo evitar reconocer que la mirada de Matt se había entristecido más de lo de costumbre al evocar aquellos recuerdos.

    El moreno pensó que ya había tenido suficientes experiencias y revelaciones en ese día, pero tenía algo más que averiguar. No queriendo hacerlo, pero sabiendo que no se perdonaría si no preguntaba, aprovechando la situación, tomó aire y dijo:

    -Matt… hace algunos meses, mi profesor fue interceptado en su auto y atacado por unos maleantes, le apuñalaron y golpearon, dejándolo en coma… ¿Tu tuviste algo que ver?

    Matt levantó su rostro con los ojos bien abiertos.


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    Hola de nuevo jejeje, como verán, ya el cap tenía una longitud de las que suele tener mis capítulos, así que decidí dejarlo aquí nomas. Cualquier cosa me invocan en los comentarios visit_kr . Hasta pronto!!

    Edited by exerodri - 23/2/2018, 23:47
  10. .
    Buenas noches (tardes, eclipces, etc, etc) como están? Yo aquí, algo sorprendido de tener ya listo el capitulo. No entiendo de como lo terminé tan rápido jajaja, asi que bueno, hay que aprovechar el bug XD Supongo que es una forma de redimirme de haber tardado tanto la vez anterior. Me alegra poder avanzar en la historia, ya que se vienen tiempos jodidos en el estudio, donde no sé si podré actualizar seguido. The examenes are coming (mucho Game of thones ya jajaja imstupid )
    Espero que les guste el capitulo 14!

    *Twinkle Star: Hola! gracias por leer y comentar! Perdón por haber tardado tanto jeje, pero ahora no lo hice :D El sacrificio de Tai es algo que hará rodar la trama, esto solo comienza jeje. Aunque si, esa linea es muy finita. Hasta la proxima!

    *shingiikari01: No por favor, no mueras, aun falta mucha historia jajaja. Que digas q te alegra el día leer mi cuento me hace muy feliz, que bueno que lo disfrutes. Y... me va bien digamos jajaja, no taaan bien como querría, pero no aflojo XD. Gracias por la propuesta, pero estudio psicología, osea 0 química y matemáticas (para mi suerte XD) feliz día para vos también!! chau!!

    *danielXD: jajaja"Han pasado 84 años" lol2 ahorita lo continúo, espero que también te guste, saludos!!!


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    Capitulo 14: Vista gorda

    Con el grisáceo y apagado cielo y una brisa helada que había soplado en todo lo que iba del día como únicos acompañantes, T.K siguió a Andy hasta su casa; de nuevo sin que el castaño se diera cuenta.

    Esta vez, el aura de aquel barrio de mala muerte no penetró en sus sentidos. Su concentración no le permitía hacerlo. Solo se limitó a caminar lo más sigiloso posible, de escondite en escondite, con sus ojos celestes siguiendo al pecoso de su misma edad.
    Su sentido común no le permitía dejar pasar eso que ya sabía, que solo él sabía: el infierno que era para su amigo de ojos verdes volver a su casa.

    Aquella mañana, su amigo y compañero de equipo había ido a la escuela con marcas de golpes por todo su cuerpo, de nuevo. En el patio, aprovechando que nadie cerca escuchaba, el rubio dijo lo que se venía guardando desde hace días:

    -Sé porque tienes esos golpes, Andy.

    El ojiverde se estremeció tanto, que fue incapaz de contestar con sus usuales mentiras. Solo balbuceos. T.K, sin demostrar ni un solo atisbo de duda, le indicó que lo correcto sería denunciar ese abuso de su madre a la policía, que no podía seguir así y que estaba dispuesto a testificar si fuera necesario. Sin vergüenza, le confesó haberle sacado disimuladamente fotos a su cuerpo durante las prácticas de básquet; pruebas de maltrato.

    Pero la reacción del castaño no fue la que esperaba.

    -¡No, por favor!- le pidió juntando sus manos en suplica- no quiero causarle más problemas. Ella no es mala, T.K, en serio, es solo que… a veces tiene días malos, pero no es su culpa… tiene mucho estrés, muchas obligaciones y pocas felicidades… no le hagas eso ¡Por favor!

    T.K se sorprendió ante el amor incondicional de ese hijo maltratado a su madre maltratadora, pero la sorpresa no le impidió entender el porqué. Después de todo, eran madre e hijo, seguramente ellos dos eran la única familia que conocían.

    “Está bien” pensó el rubio para sí, aún con sed de justicia en su corazón “no la demandaremos, por ahora, pero hay que ponerle un freno”

    Por eso estaba él allí, persiguiendo al castaño hasta su casa. Él sería el freno que esa mujer, con razones para ser desdichada o no, necesitaba y merecía. La indiferencia de los profesores de la escuela, quienes habían visto en varias ocasiones los golpes del ojiverde, sin mostrar ni siquiera una pisca de preocupación, una pisca de curiosidad, lo había dejado en claro.

    Todo dependía de él.

    No se sorprendió de su repentina determinación, pero si se permitió preguntarse su origen. ¿El amistoso cariño que sentía por Andy le impulsaba a ayudarlo, aun cuando este no se lo pidiera? ¿O era que su incapacidad de ayudar a su hermano, quien siempre le descubría cuando le seguía e impedía que lo espiara, lo impulsaba a reivindicarse? Cualquiera que fuese la razón, la idea de ayudar a su amigo en problemas le despertaba en el pecho un calor que le impulsaba a seguir. Un calor rehabilitador, energizante y cautivador, que le hacía sentir bien consigo mismo.

    Además sabía, muy desde el fondo de sus sentimientos, que eso era lo que Tai haría si estuviese en su lugar. Lo sabía. El solo hecho de parecerse un poco más a Tai le energizaba aun más.

    Una vez Andy entró a su casa, T.K se acercó a la vivienda y se escondió debajo de la ventana de la cocina a esperar. No sabía si aquella mujer estaría en sus "malos días". Por un lado deseó que no, ya que no quería que su amigo sufriera... pero por otro lado era consciente que había ido allí en busca de eso. Si aquel no era un "mal día", podía serlo el día siguiente, o el siguiente, o el siguiente a ese. Necesitaba ponerle freno a eso lo más rápido posible.

    Activó la cámara de su celular y esperó, meditando cuanto tiempo estaría dispuesto a esperar, si 15 o 30 minutos. No necesitó determinarlo. Lo que tanto temía y esperaba al mismo tiempo llegó a sus oídos.

    -¡¿Qué son estas calificaciones, Andrew?!

    El rubio se tensó tal cuerda de piano. Ese grito, desgargantado y embebido en cólera, activó las alarmas en su cabeza. Alarmas que indicaban que el momento de actuar había llegado. ¡Dios! Como deseaba apagar esas sirenas. En ese momento se dio cuenta que el sonido de esas alarmas no le gustaba, a pesar que las había visualizado con antelación desde el momento en que decidió ayudar al castaño. El palpitar de su corazón se acopló al rugir de las sirenas.

    Pensó en moverse y efectuar su plan. Lo pensó 1, 2, 3, 4 veces. Pero no se movió. La duda y el miedo le habían clavado el trasero a la tierra y la espalda a la despintada pared. Por un momento se preguntó qué hacía allí, jugando al héroe. Todavía no era tarde para salir corriendo de allí, y hacer de cuenta que no había visto ni oído nada. Su intento fallido de comportarse como alguien que no es una basura quedaría como un secreto, que con el tiempo y algo de voluntad quedaría olvidado.

    "¿Esto es lo máximo que puedo hacer? ¿Un intento?" Se preguntó, indignándose de lo tentador que se habían presentado esas ideas de escapar.

    Se concentró, buscando dentro de él algo que le diera valor, y como una respuesta que no esperaba, el calor que le brindaba la idea de ayudar a Andy le calmó y le aflojó el cuerpo. Gradualmente, y embebiéndose en el calor que brotaba de él mismo, todas esas ideas sobre hacer la vista gorda e irse desaparecieron de su radar.

    A la vez que le escapaba al miedo, se le vino a la mente la imagen de Tai. Tenía que ser valiente como Tai. El calor se transformó en fuego.

    Encendido, el ojiazul se enderezó y espió por la ventana, apuntando su celular al interior de la casa. Dentro, en la cocina pobremente iluminada por un foco de baja potencia, la madre de Andy sostenía a su amigo de los pelos con una mano, mientras que con la otra le presionaba violentamente un papel en el rostro.

    -Un tres en matemáticas, míralo bien- dijo la mujer de ojos verdes con la voz pesada, presionando el papel contra el rostro de su hijo, sin dejarle respirar- ¡Pagué clases particulares a una profesora para que te enseñara! Con lo que me cuesta juntar dinero, dinero que no tengo, no aprecias las oportunidades que se te dan, Andrew, no lo haces, no aprecias mi sacrificio... ¿Acaso usaste el dinero que te di para otras cosas, mintiéndome que lo usarías para una profesora particular? ¡Dime!

    La mujer retiró el examen de la cara del castaño, quien aspiró desesperadamente en busca de aire. T.K, presionando los dientes como una prensa industrial por el enojo, tomó una foto.

    -No mamá, lo juro- dijo el menor, jadeante por la falta de aire y con una voz aguda y frágil por las evidentes ganas de llorar.

    -No me mientas- le exigió la adulta, dándole una cachetada que T.K escuchó desde afuera de la casa.

    Con la rabia creciéndole a cada segundo, el blondo tomó otra foto.

    Andy se cubrió el rostro con los brazos, mientras su madre le zarandeaba tomándolo del cabello y golpeándolo repetidamente en la cabeza y la espalda.

    Faltaba poco para que el celular de T.K crujiese por la enojada presión que el ojiazul ejercía sobre este. Tomada otra foto, el rubio salió disparado, bordeando la casa. Llegó a una ventana que había notado la primera vez que siguió al castaño hacía allí; tenía el mosquitero roto.
    Sin dudarlo y aun con el celular en la mano, se introdujo torpemente a la casa por el hueco del mosquitero, sin siquiera saber a qué cuarto se metería o con que se encontraría dentro. Cayó de cabeza en la oscura habitación, desparramándose en el piso. Se sobó dos veces y se levantó, dispuesto a no perder ni un solo segundo. La tenue luz que entraba por la puerta entreabierta le indicó la salida de ese cuarto oscuro. Al abrirla, se encontró de lleno con la imagen que había visto por la ventana. El verla más de cerca solo le enfureció más.

    -¡Basta!- gritó interponiéndose entre Andy y su madre, separándolos.

    Sorprendida por el repentino intruso frente suyo, la mujer retrocedió varios pasos.

    -¿T.K?- preguntó el castaño anonadado, incapaz de darle crédito a lo que veía.

    T.K fijó sus ojos en los de la pelinegro, quien rápidamente cambió su rostro de sorpresa por uno de enojo.

    -¡Tiene que parar esto!- gritó el rubio a secas- no puede seguir tratando a Andy así, él no se merece esto ¿Se da cuenta de lo mal que le hace?

    La madre de Andy, en vez de recapacitar por aquellas palabras, frunció el rostro de molesta indignación.

    -¿Pero quién te crees que eres para irrumpir en nuestro hogar?- dijo avanzando hacía el ojiazul- te metiste en un gran problema ¡Fuera de mi casa!

    T.K sintió el congelado golpe de la realidad chocándole de frente. Como si le hubieran apagado de un baldazo su fuego interior, dio un paso hacia atrás mientras tragaba saliva dificultosamente. La madre de Andy se le hizo más alta de lo que había visto antes.

    -Yo… yo…

    El rubio se calló para evitar tartamudear, no podía demostrar miedo, a pesar de que su interior temblaba. El valor se había convertido en una marea que iba y venía.

    “No te acobardes, no te acobardes” pensó, cerrando los ojos “Andy te necesita, piensa en lo que haría Tai”

    Dispuesto a no dejarse apabullar por la mirada iracunda de esa mujer, levantó su celular para mostrarle la pantalla.

    -Tengo pruebas de lo que le hace a Andy, estas fotos y ademas fotos de sus golpes.

    La mujer se detuvo, desconcertada. Estiró la mano para tomar el celular, pero el menor lo retrajo hacía su pecho.

    -Ni piense en quitarme el celular o borrar las fotos, ya se subieron a una nube, así que ya tengo una copia en mi casa- dijo el blondo, recuperando la firmeza en su voz- con solo presentando esto en una comisaria, servicios sociales vendría a buscar a Andy, llevándolo a un sitio mucho mejor, un sitio lejos de usted.

    La mujer retrocedió cambiando su expresión a una de completo susto.

    -¿Llevarlo lejos?- musitó la mujer, shockeada- no por favor, que no se lo lleven… por favor.

    T.K supo que había dado en el blanco. Aquella señora ya no demostraba prepotencia ni rabia, sino miedo. El miedo que le despertaba la idea que le quistasen a su hijo. Miedo, mesclado incluso con culpa.

    -Deje de golpear a Andy, converse sus problemas con alguien, no se desquite con su hijo… si veo que Andy va a la escuela con golpes otra vez, iré a la policía. No quiero hacerlo, pero no puedo dejar que mi amigo sufra así.

    -T.K… yo…- balbuceó el ojiverde detrás de él, incapaz de hablar fluidamente por la sorpresa.

    -Ahora Andy irá a mi casa y pasará allí la noche, piense en lo que le dije- dijo T.K, tomando al inerte Andy de la muñeca y dirigiéndose hacia la puerta.

    Al llegar a esta, el ojiazul intentó sacarle el seguro y el pasador, pero sus manos temblaban demasiado sin poder controlarlas. Andy, al darse cuenta de aquello, le ayudó.

    Ambos chicos salieron de la casa. El rubio, tomando de la muñeca al castaño, caminó hacía el único árbol que se veía en esa calle, a 40 metros de la vivienda. Soltó a su amigo y se dejó caer, apoyando su espalda en el tronco. Cerró los ojos y dejó que todo el aire de sus pulmones saliera en forma de suspiro. Le costaba creer que él había desafiado y amenazado así a un adulto. Con el pulso todavía a mil, se pasó la mano por la entrepierna para verificar si no se había orinado.

    Andy se arrodilló a su lado, viéndolo fijamente, como si no reconociera a su amigo.

    -T.K- le dijo- ¿Estás bien?

    T.K salió de su shock y giró sus ojos hacía el pecoso.

    -Ah, sí, sí, no pasa nada- contestó sonriendo, intentando esconder sus temblorosos nervios.

    El ojiverde le quedó viendo, curioso.

    -T.K ¿Por qué hiciste esto?- le preguntó su amigo, como si el hecho de que alguien se hubiera interpuesto entre él y su madre no le cerrara.

    -Perdona- contestó el rubio, desviando su mirada hacía el suelo- pero no podía dejar que esa tipa... que tu mamá te siguiera tratando así.

    -¿En serio denunciarás a mi mamá?- le preguntó el castaño con miedo.

    T.K vio al pecoso a los ojos, para luego volver a bajar su vista.

    -Yo... creo que no... no si tú no quieres- contestó, cortando pastito con sus dedos- solo quería decirle que estaba mal, y pedirle que cambie.
    Creí que si no la amenazaba de alguna forma no tendría efecto.

    Hubo un silencio en el que solo se escuchó el pasar del viento, además de unos perros ladrando a la distancia.

    -Fue estúpido ¿No?- preguntó el rubio, sin poder levantar la mirada por la vergüenza de haber pensado que su idea ayudaría ¿En que estaba pensando?

    Se sorprendió al ser abrazado por su amigo.

    -No, para nada, te lo agradezco- le dijo el castaño con sinceridad en la voz- eres la persona más valiente que conozco, T.K.

    T.K quedó inmóvil, sintiendo como los brazos de Andy y sus palabras lo rodeaban y le transmitían el reconfortante calor de la verdadera gratitud. Repitió las palabras del castaño en su cabeza: "Eres la persona más valiente que conozco". Aquello se le hizo extraño y energético a la vez ¿Él valiente? Tai le había dicho que era valiente aquel día en que le salvó de ser atrapado por la banda de Erick, durante el verano. ¿Y si en verdad era valiente, solo que no lo sabía? Aquel pensamiento le infló el pecho, y se dijo a sí mismo que no le molestaría sentir de nuevo aquel sentimiento de plenitud por ayudar a alguien que lo necesitase.

    El castaño se separó de él y le miró a los ojos.

    -¿En serio se subieron las fotos a la nube en tan poco tiempo? Eso fue muy rápido- le dijo con una sonrisa.

    -En realidad no, me quedé sin internet en el celular hace dos días... solo lo dije para que tu mamá no me intentara quitar el celular y creyera que las fotos ya están en un lugar seguro... fue lo primero que se me ocurrió.

    Los muchachos se vieron a los ojos por unos segundos, para luego reír, primero tímidamente, después con más ganas; desentonando por completo con aquel desolado barrio, donde lo último que uno esperaría escuchar eran risas.

    Cuando la risa pasó, Andy fijó vio su casa a la distancia, con la mirada de alguien que observa algo triste y preocupante a la vez.

    -¿Te metí en un gran problema?- preguntó T.K, observando la pequeña vivienda de su amigo.

    -No lo sé- le contestó el ojiverde, levantando los hombros.

    -¿Crees que tu mamá pensará en lo que le dije?

    El castaño se quedó un rato en silencio, sin quitar sus ojos de la casa, como si quisiera observar a través de las paredes para ver cómo estaba su madre.

    -Tampoco lo sé, solo espero que no esté triste.

    T.K suspiró largamente, reconociendo que si bien ponerle un freno a esa mujer era necesario, su amigo no podía evitar preocuparse por ella.

    -Vamos, seguro estará bien, dejemos que lo piense por esta noche- dijo el rubio en un tono animado para intentar aligerar la preocupación de su amigo, mientras se levantaba - dormirás en mi casa esta noche, no nos preocupemos de eso por ahora- finalizó y le extendió la mano al castaño para ayudarle a levantarse- pasaremos juntos el videojuego del cual te hablé.

    Andy le miró inexpresivo por unos segundos, para luego sonreír y sujetarle la mano.

    Delivery

    Parado al frente del taller abandonado, Tai apoyaba una mano en el hombro de Matt. Lo hacía más que nada para evitar que el rubio intentase escapar, como lo había hecho dos veces en el trayecto hasta allí.

    Aquel barrio abandonado le daba al moreno la sensación de estar en otra clase de realidad o dimensión. No sabía distinguir si el lúgubre ambiente era causado por los edificios en ruinas alrededor, o por el ya común e infaltable gris y oscuro cielo. Además, estaba el silencio. Ninguna bocina de auto, o cantar de un pájaro, o ladrido de perro, mucho menos una voz humana, interrumpían el lapidario silencio. Como si aquella parte de la ciudad estuviera aislada del resto. Como si ese laberinto de ruinas y desolación absorbiera la vida, devolviéndola en nada.

    -No puedo creer que esté por hacer esto- dijo Matt tomándose la cara.

    -Vamos, no meteré la pata- dijo Tai, con una media sonrisa. Era obvio que el rubio no confiaba en él.

    -Lo dudo mucho… a ver, ten esto en cuenta: al estar aquí, dejamos todo atrás, no somos nadie, solo peones que vienen, hacen el trabajo, cobran y se van - le dijo el rubio con un énfasis de tutorial, viéndolo a los ojos- ¿Entendiste?

    -Emm… creo.

    -No, no entiendes- continuó el ojiazul, como si ya hubiera sabido de antemano la respuesta del castaño- ¿Tienes tu identificación aquí? ¿O algún documento que diga tu nombre?

    Tai se palpó los bolsillos.

    -No, no lo traje- contestó sonriendo apenado, suponiendo que el no haberlo llevado sería un problema.

    -Bien, no tienen que saber tu nombre, nunca lo traigas, nunca digas tu nombre ni apellido, desde ahora serás “T”, ese será tu apodo.

    -¿“T” de “Tai”?

    -No, “T” de “Tonto”

    El moreno levantó una ceja, molesto.

    -¿Y cómo es que ellos saben tu apellido, genio?- dijo cruzando los brazos.

    -Sí, eso fue… un accidente, no debió pasar… en fin, digan lo que te digan, no reacciones ni te enojes, buscarán fastidiarte desde el primer instante que pongas un pie adentro…no digas nada sobre tu familia o amigos, no conoces a nadie, haz de cuenta que eres huérfano- le dijo el blondo levantando un dedo, como indicando que aquello era importante.

    -Está bien.

    Matt se dispuso a golpear la puerta del taller, pero antes de tocar se volvió hacía el moreno.

    -Tampoco indiques donde vives o donde estudias, ahora eres indigente también, apaga tu celular.

    -Hecho.

    El rubio volvió a mirar a la puerta, a punto de tocar, pero de nuevo volvió hacía el castaño.

    -No digas nada de mi familia tampoco, no sabes nada de mí- Matt le miró a los ojos, transmitiéndole toda la seriedad, preocupación, y hasta amenaza en su mirar- sobre todo no te atrevas a mencionar a T.K, o hablar algo de él ¿Está claro?

    -No diré nada.

    Matt miró la puerta, levantando su puño para golpearla. Giró de nuevo su vista hacía Tai.

    -Será mejor que no digas nada, déjame hablar a mí.

    Dicho eso, tocó la puerta dando tres golpes seguidos, luego uno asilado, y otros dos seguidos. Una especie de contraseña, pensó Tai.
    Pasaron unos segundos hasta que el visor corredizo de la herrumbrada puerta de metal se abriera, dejando ver dos ojos oscuros del otro lado.

    -Ah Ishida, el “Gordo” te está esperando…-dijo la persona del otro lado de la puerta en un tono despreocupado, viendo a Matt, pero cuando corrió un poco la vista y vio a Tai allí parado a su lado, cerró inmediatamente el visor- ¡¿Quién es él?! Ishida no intentes nada raro, te lo advierto.

    -No pasa nada, deja de histeriquiar- dijo Matt- él es un conocido mío, quiere entrar, necesita dinero.

    -¿Crees que esto es un club al que puedes invitar a cualquiera? ¿Quién te crees Ishida?- preguntó el hombre del otro lado del puerta, notoriamente alterado.

    -Ya sé, ya sé… yo me haré cargo de él.

    Detrás de la puerta se escucharon murmullos que iban y venían; y luego silencio. Otra vez el silencio total que emanaba de los alrededores, de los edificios abandonados.

    Tai no pudo evitar impacientarse ¿Por qué no abrían? ¿Acaso había puesto en peligro al rubio con su mera presencia? ¿Qué tipo de ayuda era esa? ¿Sus buenas intenciones habían sentenciado al hermano de la persona más importante para él?

    Disimuladamente miró de reojo a Matt. Este permanecía inmutable. El único movimiento que puso percibir en el blondo fue el de su garganta: tragaba saliva con dificultad. Los segundos pasaban, y el silencio se hacía cada vez más insoportable.

    Entonces, la puerta se abrió en un oxidado rechinar. Ambos muchachos se miraron mutuamente de reojo, y Matt, sabiendo que ya no había marcha atrás, se adentró al oscuro taller.

    Tai le siguió. El interior era un pasillo pobremente iluminado. Antes de que sus ojos marrones se acostumbraran a la penumbra, unas manos lo sujetaron firmemente y lo presionaron de cara contra la helada pared. Su primera reacción fue oponer resistencia, aunque no entendiese de qué iba todo eso ni cuántos eran los que lo sujetaban. Aun sorprendido, vio a Matt, quien viéndole a los ojos y con un disimulado gesto de su mano con la palma hacía abajo le indicó calma. El moreno, totalmente inseguro, hizo caso y dejó de luchar.

    Unas manos tantearon cada milímetro desde sus tobillos hasta su cintura. Le levantaron la campera y camiseta hasta el pecho, para luego asegurarse que no tuviese nada en el cuello o detrás de las orejas.

    -No tiene nada- dijo uno de los que le chequeó, con una voz ronca.
    Inmediatamente, los mismos que le habían revisado, revisaron a Matt con el mismo procedimiento.

    -Barbie también está limpia- dijo el sujeto que revisó a Matt, de aproximadamente unos 20 y tantos años; el mismo que había visto a través del visor de la puerta - ¿Te portarás bien hoy?- dijo sonriendo maliciosamente, pasando un dedo por la mejilla del rubio.

    Matt le apartó la mano, molesto. Aquel tipo hizo una mueca tranquila, sonrió. Disimulando tranquilidad se dio media vuelta, y sin que el blondo pudiera reaccionar, giró rápidamente hundiéndole el puño en el estomago. Matt cayó de rodillas, rodeándose el estomago con los brazos.

    Tai, mientras la respiración se le acentuaba, se preparó para golpear al mayor. Podía agarrarlo desprevenido, ya que este reía a carcajadas. Después vería que hacer con los otros dos tipos que estaban con él, quizás podían escapar sin la necesidad de enfrentárseles. Pero cuando estuvo a punto de moverse, se sorprendió al ver que Matt, aun arrodillado y tomándose el estomago, tratando de reponerse del golpe, le hizo con disimulo la misma seña de “calma” de hace un momento. Tai tragó su enfado y abortó el plan en su cabeza. Por el momento solo podía limitarse a seguir las órdenes del rubio.

    -Parece que no, siempre lo mismo contigo, Barbie- dijo aquel sujeto sonriendo. Los otros dos tipos rieron- ve Barbie, el “Gordo” te está esperando.

    Matt se levantó con dificultad y empezó a caminar por el pasillo.

    -¿Qué esperas? ¿Una invitación?- le dijo uno de los adultos al castaño, dándole un golpe en la cabeza con la palma abierta- sigue al rubio marica.

    Ambos adolecentes caminaron solos por un pasillo de unos 30 metros hasta una puerta doble de madera. Antes de abrirla, Matt se apoyó sobre sus rodillas, intentando recuperar el aire.

    -¿Estás bien?- susurró Tai, apoyando una mano en la espalda del ojiazul.

    -Shh- fue lo único que le dijo el blondo, erguiéndose y apartándole la mano.

    El rubio, aparentando que no había pasado nada, abrió la puerta. Ambos chicos avanzaron por un gran galpón en penumbras. Tai, a pesar de ya conocer aquel sitio por haber espiado a Matt en el pasado, vio todo a su alrededor con disimulada sorpresa y curiosidad. Grandes maquinas industriales, que en la oscuridad adquirían inquietantes figuras, servían de reposo para polvo y telarañas. En medio de estas un espacio vacío se abría, como un valle en las montañas, donde la única fuente de iluminación, un foco que colgaba del techo, alumbraba una mesa con algunas sillas. Hacía allí avanzaban.

    Mientras caminaba al lado del rubio, Tai veía a su alrededor.

    Adentro de ese galpón, esparcidos a la vuelta del espacio abierto donde estaba la mesa, pudo ver a varias personas; algunas desparramadas en sillones, otras sentadas en sillas, asientos improvisados o incluso en el piso. Incluso vio a personas tiradas en el suelo. El moreno no supo si dormían o si se encontraban inconscientes. Todas esas figuras en la oscuridad parecían muñecos de trapo, sin energía ni siquiera para estar erguidos. Luchando contra la penumbra, pudo darse cuenta que todos eran adolecentes; chicos de su aproximadamente su misma edad, chicos que no superaban los 18 años.

    A pesar de la oscuridad, Tai observó la cara de algunos de esos muchachos: todos demacrados, con la mirada perdida o tan atontados que apenas parecían darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Muchos le miraron sin verlo, como si la capacidad de reacción les hubiese sido extirpada. El humo dulzón que emanaba de los cigarrillos de esos chicos le hizo entender que no fumaban de de los paquetes que se venden en las tiendas.

    Sin embargo, aparte de las miradas vacías, el castaño pudo sentir miradas atentas sobre él. Hombres de más edad y buen porte físico, parados estáticos entre las maquinarias, le veían fijamente. Él era un rostro nuevo allí, un extraño al cual vigilar.

    Mientras caminaba observando a su alrededor, escuchó un crujido bajo su pie. Bajó la vista y entonces pudo ver que había pisado: una jeringa. El suelo estaba regado de jeringas, aquellas gomas amarillas que se utilizan para la extracción de sangre y diferentes clases de envoltorios sin nombres ni marcas.

    El aura nauseabunda e inhumana que emanaba de ese sitio se intensificó para el moreno.

    En la mesa iluminada al frente de ellos, el mismo sujeto obeso, que había visto en la ocasión en la que espió a Matt el día que robó el celular, les esperaba sentado. Seguramente el sujeto a quien llamaban el “Gordo”.

    Ambos adolecentes se pararon al frente de la mesa.

    Al tenerlo de frente, Tai pudo observar a aquel tipo con más detalle. Le sorprendió ver a alguien con tatuajes en la cara. Lo que parecía ser un símbolos celtas le adornaban una mejilla y la calva cabeza, como si los dibujos fuesen un sustituto del pelo. A pesar del frio, vestía la parte superior de su redondo cuerpo con una camiseta blanca sin mangas.

    -Ishida, tengo un trabajo para ti, escucha bien lo que tienes que hacer…

    El “Gordo” calló al posar sus ojos claros en Tai. Curioso, apoyó su codo en la mesa y se pasó una mano por la frondosa pero ordenada barba de un castaño rojizo.

    -¿Y este quién es?

    Tai estuvo a punto de abrir la boca, pero Matt se le adelantó:

    -Es un conocido mío, necesita el dinero- dijo- él me ayudará en lo que me mandes hacer… después de todo, necesitas remplazar al “pelirrojo” que se fue ¿No?

    El “Gordo” no hizo ninguna reacción. Solo se quedó mirando fijamente al castaño, quien, a pesar de no esquivarle la mirada, se incomodó bastante.

    -No lo sé… ya tenemos suficientes “niños bonitos” contigo, Ishida, las demás bandas creerán que esto se volvió un grupo de modelos maricones… es decir, míralo- dijo el obeso riendo, señalando a Tai- tiene la misma o incluso más pinta de chupa-vergas que tu, Ishida.

    Los que escuchaban desde la penumbra (los que no estaban los suficientemente drogados), rieron.

    Tai permaneció inalterado, recordando lo que le había dicho el ojiazul antes de entrar allí: “no te alteres, ellos buscarán molestarte”. Aquello era solo una prueba. Sabía que responder de mala manera solo causaría problemas. Matt también hacía de cuenta que no escuchaba nada, mientras miraba a ese cretino seriamente.

    -Aunque teniendo en cuenta tu apariencia de invertido, Ishida, no me sorprende que te rodees de chicos bonitos. Dime- dijo el “Gordo” dirigiéndose a Tai, apoyando ambos codos sobre la mesa mientras sus fofos brazos se sacudían- Te gusta follarte a Ishida todas las noches ¿Verdad? Por eso en agradecimiento él te trae aquí, para hacer dinero fácil ¿No? ¿Está tan usado como parece? ¿O todavía su culo te aprieta el chorizo cuando se lo metes? Vamos, dime, en confianza.

    El “Gordo” rió de sus propias palabras, acompañado de las risas de los que los rodeaban.

    -¿O eres tu el que recibe?- continuó- Me parece que también podría ser, pareces ser de los que le gusta que le metan los dedos ¿Te gustan los rubios? ¿Eh? ¿Hace cuanto que le entregas el trasero a Ishida? No te ofendas, pero parece que no estás haciendo un buen trabajo, ya que él vive malhumorado.

    La respiración del moreno comenzó a hacerse pesada. Si bien era consciente que con solo una seña del “Gordo” bastaría para que los que montaban guardia a su alrededor cayesen sobre él, el deseo de callar a esa bola de grasa a golpes creció y creció.

    -Está bien Ishida, tu amante te puede ayudar, te ganaste cierto grado de confianza a pesar de ser un maricón- dijo el tatuado echándose para atrás en la silla, al parecer ya aburrido- tú te harás cargo de él. Supongo que no hace falta decirte que te pasará si hace algo estúpido.

    -Entiendo- contestó el rubio a secas.

    -Te llamé por esto- el “Gordo” apoyó una mochila escolar en la mesa y la deslizó hacía los adolecentes- lleva esto a nuestro “amigo” del laboratorio, la dirección está en este papel.

    Matt se acercó a la mesa, tomó el papel de la obesa mano del tatuado y se calzó la mochila en la espalda.

    -Ten mucho cuidado con eso, Ishida, viene de muy muy muy lejos…- agregó el adulto con una sonrisa-… es pura. Como eres el único de este montón de estúpidos que no consume este tipo de cosas, confío en que eres el más indicado para no caer en la tentación de desear una prueba gratis ¿Recuerdas que le pasó al último que nos robó?- preguntó, con la clara intención de verificar la solidez de los conceptos.

    -No te preocupes, entregaré esto- dijo el blondo en un tono monótono.

    -Bien, cuando lo entregues vuelve aquí para tu paga, luego están libres para ir a chupársela mutuamente.

    Matt se dio media vuelta y caminó a la salida tan rápido que Tai tuvo que trotar para alcanzarlo y evitar que lo dejara allí solo.

    Una vez fuera de nuevo, la opaca brillantez del oscuro y nublado día lastimó los ojos marrones del moreno. Matt desplegó el papel y lo examinó.

    -Vamos- dijo comenzando a caminar- tenemos un largo trecho que hacer.

    -Ok- contestó el castaño, caminando mientras aun se refregaba los ojos.

    A paso ligero, los adolecentes salieron de la zona industrial en ruinas, mezclándose poco a poco con el ida y vuelta normal de la ciudad. Ya entre la gente y los autos, disminuyeron su marcha para no llamar la atención, pero sin dejar de caminar rápido.

    -¿Esto es todo? ¿Llevar esta mochila de un lugar a otro?- preguntó Tai al rubio, quien caminaba por delante de él.

    -En esta ocasión, si- le contestó Matt sin dejar de mirar al frente- no hay trabajos fijos, dependen de lo que los idiotas esos quieran hacer. Hoy es solo hacer de delivery, la próxima puede ser entrar en tal lugar, después puede ser otra cosa.

    -Aquel gordo dijo “es pura”… sabes que llevas en esa mochila ¿Verdad?

    El rubio no contestó inmediatamente. Continuó con su marcha firme, esquivando a las personas que caminaban por la acera.

    -Sí, lo sé, no me importa.

    -Debería importarte- dijo Tai, con sus manos en los bolsillos de su campera- si bien no eres el que la vende, le haces mucho daño a las personas que consumen esa porquería.

    Caminaron en silencio por media cuadra.

    -No es mi problema- contestó Matt a secas- mientras me paguen que hagan lo que quieran.

    -¿Cómo puedes estar tan tranquilo, sabiendo que formas parte de lo malo que pasa en la ciudad?

    El blondo se detuvo abruptamente y se dio media vuelta, enfrentándolo.

    -Escucha…- le dijo enojado, pero sin levantar la voz para evitar que las personas que caminaban a su alrededor oyeran-… no me vengas con tu ética barata ¿Qué diferencia hay que lo haga yo o lo haga otro? Porque si todavía tu limitada mente no se enteró, si no lo hiciera yo, ahora mismo alguien más estaría usando esta mochila y cumpliendo el mandado.

    Tai miró esos ojos azules con atención.

    -¿Quieres terminar con la delincuencia? ¿Eh? Adelante entonces- le dijo Matt, tomándolo del hombro y haciendo que fijara su mirada en un auto estacionado en la calle- ¿Ves al sujeto dentro de ese auto?

    Tai vio adonde su cuñado le pedía. A algunos metros, vio a un tipo adentro de un auto negro, hablando por teléfono mientras veía a su alrededor y anotaba algo en una libreta.

    -Aquel sujeto recoge información, preparando puntos para una entradera… ¿Ves a la anciana allá, la del bolso marrón al lado de la tienda de ropa?- le indicó el rubio, haciendo que fijase la vista en una anciana al otro lado de la calle.

    -Sí ¿Y?

    -Mira con atención- le contestó el blondo.

    De repente, con un rápido movimiento de brazos, la anciana metió disimuladamente en su bolso algunas bufandas que colgaban de unos mostradores de la tienda, para luego seguir caminando como cualquier abuela normal.

    -O si quieres mira allí…- le dijo, haciéndole girar para ver a dos hombres con cascos polarizados andando en una moto a poca velocidad…- moto-arrebatadores, esperando encontrar a algún despistado que ande con el maletín o la cartera del lado de la calle, ya van pasando tres veces desde que estamos aquí.

    El rubio le hizo girar 180 grados, hacía la peatonal, donde la gente iba y venía.

    -Observa al sujeto de buzo rojo, míralo bien- le indicó el ojiazul.

    Tai no tuvo que esperar mucho para ver como el tipo de buzo rojo, quien caminaba en medio de la multitud como cualquier otro, le sacaba a la pasada la billetera del bolsillo a otro hombre sin que este se diera cuenta, para luego depositarla en la cartera de una chica, mirándola a los ojos.

    -¿Por qué no vas y los detienes a todos? Yo te espero. Ve, haz tu trabajo de héroe y limpia la ciudad… ah, y no te olvides de los políticos que protegen a las mafias como con la que estamos trabajando ahora, entra a sus despachos y diles que se porten bien de ahora en adelante.

    Tai miró al rubio a los ojos, digiriendo amargamente las irónicas palabras de este.

    -Están en todas partes, Yagami… ladrones, “descuidistas”, mecheros, pungas, oportunistas, arrebatadores, garfios… llámalos como quieras. Están por doquier, pero no se los ve… ¿O será que nadie quiere verlos? Así es más fácil ¿No? Hacer de cuenta que no existen mientras no lo toquen a uno- Matt ya no sonaba enojado, sino que hablaba con la calma de alguien intentando dar una lección- mirar hacia otro lado no te hace mejor persona, Taichi, no te hace diferente a los que delinquen, ya que eres cómplice con tu silencio. Todos hacen lo mismo. Todos estamos en la misma bolsa de basura, solo que algunos quieren aparentar que no, para cuidarse a ellos mismos… si las personas buenas no hacen nada para detener a las personas malas ¿Qué tienen de buenas entonces?

    El moreno escuchaba negándose a darle la razón, pero sin poder responder nada. La seguridad y la determinación con la que hablaba el blondo le habían quitado la capacidad de responder.

    -Yo, en cambio, entiendo como son las cosas y no hago la vista gorda. Tengo las agallas para arriesgarme y sacar algo de esa inmundicia que corre por debajo de nuestros pies, y que correría de igual manera aunque no hiciera nada- agregó el ojiazul, acomodándose la mochila en la espalda- indignarse es gratis, pero lo gratis nunca produce cambios… así que no te quejes si no estás dispuesto a ser parte de la solución, idiota.

    Matt reanudó la caminata, sin importarle si él le seguía o no. Tai se quedó uno segundos inmóvil en el mismo lugar, observando como aquel rubio se alejaba. Por dentro reconoció que nunca había conocido a alguien tan decidido a llevar a cabo sus metas, ni tampoco a alguien tan convencido de su forma de ver el mundo. Aun así, sabía que su cuñado estaba equivocado. Quizás no podía encontrar los argumentos en ese momento para convencer al ojiazul, pero sabía que en algún momento Matt se daría cuenta que no todo era tan oscuro como él pensaba.

    Cayendo en cuenta que el blondo ya se encontraba bastante lejos, Tai corrió para alcanzarle. Así caminaron en silencio por varias cuadras, como cualquier pareja de amigos en las calles de la ciudad, hasta que el oji-café volvió a hablar.

    -Oye Matt…

    Matt blanqueó los ojos y dejó escapar un suspiro de cansancio.

    -¿Me darás un sermón del bien y el mal?- preguntó pesadamente, sin dejar de caminar.

    -No, no es eso- contestó el moreno, con la voz tranquila de alguien que no busca comenzar una discusión- solo te quería preguntar… vi que la mayoría allí en el taller son chicos de nuestra edad, menores de edad ¿Por qué?

    -A este tipo de organizaciones les gusta usar menores de edad para la mayoría de sus fechorías- le contestó el rubio, mientras se detenía a esperar a que el semáforo se pusiera en rojo- primero, porque son influenciables por no tener criterio propio, segundo, porque caen fácilmente ante las drogas y el alcohol que esos zánganos les regalan como paga, y tercero, por ser menores no pueden caer presos si son capturados, y este sistema de justicia deficiente los deja libres a las pocas horas.

    -Ya veo- comentó el castaño recordando con cierta tristeza como se veían esos chicos, abatidos, inútiles y atontados por las sustancias nocivas que lamentablemente estaban a su alcance- oye… ¿Y tú nunca… probaste nada de eso?

    -No, jamás- contestó firmemente Matt, reanudando la marcha.

    -Está bien- dijo el oji-café, creyendo en su cuñado. Aunque era un estúpido, sabía que Matt no era esa clase de estúpidos.

    -¡Matt, espera!- gritó emocionado, deteniéndose al frente de una tienda de comestibles.

    -Ahg ¿Qué pasa ahora?- se quejó el rubio, deteniéndose y mirando al cielo- esto no es un paseo.

    Haciendo oídos sordos a las quejas del blondo, el moreno caminó de manera despreocupada al mostrador del almacén y compró varias bolitas de chocolates.

    -No me digas que a ti también te gustan esas cosas- dijo el ojiazul al castaño, mientras este guardaba las bolitas en el bolsillo de su campera.

    -No me gustan, son para T.K- contestó Tai sonriendo.

    -Lo mimas demasiado, Yagami, no es bueno para él comer eso, es basura.

    -Ya, ya, ¿Qué tiene de malo mimarlo un poco?- dijo el moreno con la alegría que le provocaba imaginarse a T.K disfrutando de su regalo- bueno ¿Seguimos?

    Sin embargo, la sonrisa se le borró al ver cara de Matt, y hasta sintió una especie de sentido de alerta activándose. El rubio veía fijo hacía detrás de él, como si el mismo diablo se encontrara a su espalda, con la misma cara de pánico de cuando le espió por primera vez.

    -¿Matt?- preguntó al blondo, viendo que este no reaccionaba.

    Cuando estuvo a punto de darse media vuelta para por fin ver a qué o quién veía Matt con tanto miedo, el rubio cruzó la mirada con la suya. La reacción de Matt le dejó aun más perplejo. El ojiazul entró a reír a carcajadas, abalanzándose sobre él

    -¡Eh! ¡Tanto tiempo!- le dijo mientras le abrazaba enérgicamente y hundía el rostro en su pecho.

    Tai no entendía nada, tan solo se quedó estático, con la confusión adornándole la cara. Mientras el blondo reía y le daba palmadas en la espalda, le hizo girar 180° sobre su eje, sin despegar el rostro de su pecho.

    Entonces allí, el castaño comprendió: Matt le usaba de escondite. Disimuladamente miró a su alrededor. Dos sujetos altos y usando gorros de la lana pasaron a su lado, y sin que necesitara preguntar, Tai supo que de ellos se ocultaba el ojiazul.
    Pasados unos segundos, Matt enserió su rostro y miró por encima del hombro del oji-café.

    -Vamos, no perdamos más el tiempo- dijo, como si nada raro hubiera pasado- iremos por aquí- agregó, caminando en una dirección distinta en la que iban antes de detenerse.

    -¿Quiénes eran?- preguntó Tai alcanzándolo mediante un corto pero veloz trote.

    -Unos amigos- le contestó el rubio, apresurando el paso.

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    -¿Aquí es?- preguntó el moreno.

    Aquello no parecía un laboratorio, aunque Tai sabía que ese era el chiste. Estaban parados al frente de una casa vieja, en la otra punta de la ciudad. Las ventanas clausuradas con maderas y la deteriorada fachada, daban la impresión de que estaba completamente abandonada desde hace décadas.

    -Así parece- contestó el rubio, observando el papel con la dirección.

    Matt buscó con la vista la numeración de la casa, pero no tardó en darse cuenta que aquello sería un lujo para las casas de esa zona. Las calles ni siquiera tenían la señalización con el nombre; habían confiado en la indicación de una vendedora ambulante para ubicarse.
    Guardó el papel en el bolsillo y tocó la puerta. Nada pasó.

    Los adolecentes se miraron uno al otro y el rubio volvió a tocar, pero antes de dar el segundo golpe la puerta se abrió. Un sujeto, imagen viva de la palabra “desaliñado”, con espesa barba y ojos enrojecidos, asomó su cabeza por la puerta entreabierta. Miró a los jóvenes fijamente, sin decir ni una palabra.

    -¿Cómo te llamas?- preguntó el ojiazul al darse cuenta que aquel mamarracho no hablaría a menos que él lo hiciera primero.

    -¿Quién pregunta?- dijo el barbudo con desconfianza.

    -El que te trae un pedido del cual ya sabías, pero primero dime tu nombre.

    Aquel tipo, con sus ojos enrojecidos y adornados con profundas ojeras, quedó observando al rubio, como si meditase el nivel de peligro de exponer su nombre.

    -Me dicen “El feo”.

    Matt, sin demostrarlo externamente, se alivió al darse cuenta que no se había equivocado de casa; ese apodo coincidía con el que decía el papelito. Se sacó la mochila de la espalda y se la entregó al harapiento adulto. Este la abrió y sacó de ella un paquete envuelto en cinta de embalar, del tamaño y la forma de un ladrillo. Le devolvió la mochila al blondo, el cual se sorprendió.

    -Quédatela.

    Luego, cerró la puerta de un golpe.

    -¿Listo?- preguntó el moreno, extrañado de que todo hubiese sido tan fácil.

    -Sí, volvamos al taller- contestó el ojiazul, calzándose la mochila de nuevo.

    -¿Ese es el rubio que mencionaste, Miky?

    Al escuchar esa voz desconocida detrás de él, Tai giró rápidamente sobre sí, y entonces los vio. Los mismos dos sujetos de gorro, los que Matt había evitado, los miraban a unos metros por sobre la acera, ahora acompañados de tres sujetos más. El moreno vio fugazmente al rubio: la misma mirada de terror en su rostro, pero esta vez más intensa que nunca.

    “Ya sabía que había sido demasiado fácil” pensó el moreno.


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    Chan chan chan! Lindo punto para cortar el cap, verdad? jajaja. Subiré la continuación bien pueda... espero tardar solo un mes, sería un milagro teniendo en cuenta que octubre y noviembre son los meses mas ajetreados en la universidad (el año lectivo en Argentina comienza en marzo- otoño- y termina en diciembre- verano)

    Para los que no se dieron cuenta, me permití tomar prestada una escena, o fragmentos aislados, de la pelicula "Nueve reinas". Resulta que un día me puse a ver peliculas que tratasen sobre delincuencia, como para inspirarme en situaciones para el fic, y esta fue la que más me gustó. La verdad, sentí que eran muy buenas escenas y que valían muchisimo la pena para ponerlas en esta historia. Espero que no sea tomado como plagio, no es esa la intención, solo quiero tomar la riqueza de esas escenas o cositas que vi en la pelicula. Este es un fic solo para entretener, solo estoy tomando referencias. Otra cosa muy distinta sería decir que yo inventé lo que saqué de la peli ajajajaja, eso si sería deshonesto. Igual, solo extraje fragmentos asilados y algunos diálogos. No tiene nada que ver la trama de la peli con la historia.

    Aquí está el link si quieren verla www.repelis.net/pelicula/10845/nueve-reinas.html PE-LI-CU-LON, no se van a arrepentir y se acordarán de mi.

    Una preguntita de curioso nomás que soy: ¿Como le dicen a los ladrones en sus respectivos paises? Aquí en Argentina normalmente se le dicen "Chorros" o "gatos".

    Muchas gracias por comentar y seguir la historia. Debo confesar que por el hecho de actualizar por mes y ya no por semana, a veces siento que lo que escribo no es lo suficientemente bueno como para compensar la larga espera, por ende me traumo un poquito. Sus comentarios me alientan a no aflojar y a siempre dar lo mejor de mi. Saludos!!
  11. .
    Hola a todos y todas! Nunca pensé que tardaría 2 meses en actualizar un fic (nunca que no fuese por ir de vacaciones a algún lugar). Sucedió que, aparte del trabajo y la universidad, me puse a corregir mis fics anteriores. Es la segunda vez que los corrijo, y sigo encontrando errores jajaja. Así que no tuve tiempo de escribir en este fic. Ahora volveré de lleno a este proyecto de nuevo. Perdón por la demora je, espero que disfruten de este cap. Nos leemos en las notas finales.

    *shingiikari01: Hola! Gracias por comentar! jaja me alegro que te haya cargado la bateria el cap anterior jaja, pero espero que no te exploten 24 hs corridas jaja. Hasta la proxima! Ah! quería decirte q no me olvidé de tu pedido, es solo q todavía no encuentro un papel para el personaje, pero estoy seguro q lo haré, ya sea en ese fic o en otro.

    *Killer_Cookie: Me alegro q te haya gustado! gracias por comentar y leer, espero que esta larga espera haya valido la pena también, trataré que no pase de nuevo je. Un saludo!


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    Capitulo 13: Por él

    Tai entró corriendo al hospital. El mismo hospital que había frecuentaba desde hace ya meses para visitar a su entrenador. Esta vez, dijo otro nombre en la recepción.

    -Yamato Takaishi- dijo agitado a la recepcionista, quien lo había visto feo desde el mismo momento en que entró por la puerta corriendo sin cuidado.

    -Takaishi, Takaishi- musitó la mujer revisando en la computadora- no, no ingresó ningún Takaishi últimamente, te habrás equivocado.

    -¡¿Qué?! ¡No puede ser!- bramó el moreno. Confundido, se rascó la cabeza intentado entender que pasaba- Ah, que idiota- exclamó llevándose la mano a la frente- es Yamato Ishida, no Takaishi.

    La recepcionista no ocultó su cara de menosprecio y dando un suspiro volvió a teclear en su computadora.

    -Está en la guardia, por el pasillo de la derecha hasta el fondo.

    -¡Gracias!- contestó el moreno, echando a correr.

    -¡Pero sin correr! ¡Esto es un hospital, no un estadio!

    Al llegar a la guardia, Tai revisó cuarto por cuarto, sin importarle que las personas dentro de estos se asustaran por su intromisión. Quería verlo, necesitaba verlo; la tristeza en su voz durante la llamada telefónica le había dejado muy preocupado. Siguió buscando, hasta que dio con un cuarto con dos rubios en su interior. Solo se concentró en uno: el que estaba sentado en una sillita a la par de la cama.

    -¡T.K!- dijo abrazándose con el menor, como si este hubiese sido el que fue atendido en el hospital.

    Tai cerró los ojos al tener a T.K entre sus brazos. Era como abrazar a la vida misma.

    -¿Qué haces tú aquí?- le preguntó una voz enojada y desagradecida, cortando con la calma que el abrazo de T.K le había suministrado.

    Matt le observaba con su típica mirada de desapruebo, sentado en la cama y con una férula en el hombro derecho.

    -¿Y a ti que te pasó?- preguntó el castaño.

    -¿Y a ti que te importa?

    Tai le miró a los ojos, desafiante. El ver al hermano de T.K lastimado no le despertaba lastima, sino enojo. Ese hombro herido solo podía deberse de una u otra forma a sus fechorías secretas. No tenía duda.

    Cuando estuvo a punto de exigirle que le contase lo sucedido, y de paso obligarle a sincerarse ante el menor, una voz desconocida irrumpió desde la esquina del pequeño cuarto.

    -El chico se cayó por un desnivel en una plaza…yo lo traje hasta aquí

    Tai observó a ese sujeto, quien se levantaba de una silla en la esquina del cuarto. El moreno al principio creyó que se trataba de uno de los cómplices de Matt, pero rápidamente descartó esa idea. Era un hombre mayor, pero voluminoso; de poco pelo en la cabeza y larga barba blanca. Tai se dijo que ningún miembro de esa organización de lacras podía poseer una mirada tan amable; además, ninguno visitaría a Matt en el hospital, eso seguro.

    -Resulta que yo caminaba por la plaza, en mi viaje diario al almacén, el muchacho iba por delante mío como cualquier transeúnte más…- explicó el adulto, estirando los tirantes de su pantalón-… y de repente, el chico se quedó estático, como si hubiese visto a un fantasma…

    A Tai le sonó demasiado familiar aquello. Haciendo memoria fugazmente, recordó el día que siguió a Matt: este también se había petrificado al ver a algo o alguien en la calle, para después esconder su rostro con la ayuda de una revista.

    Él y T.K giraron sus miradas hacía Matt, como pidiendo una explicación.

    -Es que… una abeja voló al frente de mis ojos, sorprendiéndome- dijo el rubio mayor con el rostro rojo de vergüenza.

    “¡Mentira!” gritó Tai en su mente, sin poder creer lo malo que era Matt para mentir. Estaba 100%, 200% seguro que aquello no era verdad. Vio de reojo a T.K, y no se sorprendió al ver que este miraba a su hermano creyendo en sus palabras; después de todo, al menor le desagradaban bastante las abejas. De seguro Matt había elegido específicamente esa mentira teniendo ese detalle en cuenta.

    -Es muy raro- dijo el anciano acariciándose la barba- en estos tiempos fríos, las abejas no suelen dejar sus colmenas… no pueden soportar temperaturas tan heladas.

    “Claro que es raro, porque es una mentira” pensó Tai, intentando controlarse por el bien de T.K. No necesitaba pelearse con su "cuñado" en ese momento, estaba allí para estar con el menor. Había ido por él. Solo por él.

    -Hay abejas que si dan mucho miedo- dijo espontáneamente T.K, para luego mirar el suelo, avergonzado de su propio comentario.

    -Bueno en fin…el chico salió disparado hacía un costado, sin darse cuenta que aquella plaza tiene desniveles bastante abruptos, rodeados de barandas no lo suficientemente altas… el muchacho giró sobre una de estas y cayó 5 metros al vacio… Menos mal que aterrizó sobre césped y que es un chico joven y fuerte, sino hubiese sido peor… el médico dijo que no llegó a ser una luxación, pero debe cuidarse el hombro- el hombre rió- me costó mucho convencerlo para que viniese, prácticamente lo arrastré hasta aquí, pero no podía dejar a un muchacho golpeado en la vía pública.

    -Muchas gracias por su ayuda- dijo T.K viendo al hombre a los ojos- mis padres dicen que ya no hay personas que se preocupen por los demás, pero yo sabía que se equivocan.

    -De nada, no hay necesidad de pensar tan negativamente, siempre habrá personas dispuestas a ayudar a otros- sonrió el anciano- me quedaré con él hasta que su padre venga.

    -¿Dónde está? ¡No diga que me calme! ¡¿Dónde está?!- se escuchó una voz femenina proveniente desde el pasillo.

    -¿Le dijiste a mamá?- preguntó Matt a su hermano con cara de espanto.

    Tai abrió los ojos de par en par. Por fin conocería a la madre de T.K, aunque reconoció que esas no eran las mejores circunstancias. Ansioso, se acomodó la ropa y se pasó la mano por el cabello en un intento inútil de peinarse. Quería dar una buena impresión a su suegra.

    Pasados unos segundos, una mujer con el mismo color de pelo y ojos de los hermanos apareció en la puerta.

    -¡Matt! ¿Cómo te sientes?- preguntó caminando directamente hacía Matt y poniéndole una mano en la frente, ignorando a todos en la habitación.

    -Estoy bien, no es nada en realidad, no era necesario que vinieras.

    Con la misma mano con la que le tocaba la frente, la madre de los hermanos le dio un golpe seco en la cabeza.

    -¡Auch!

    -¿Cómo que no es necesario que viniera? Soy tu madre, me preocupo por ti ¿Hasta cuándo seguirás mortificando a tu padre y a mí con tu comportamiento? Cuando Hiroaki me cuenta que vienes herido a casa, seguramente por estar peleando por ahí, no puedo creerlo ¿Por qué no me cuentas que te sucede? ¡Eres tan cerrado! Ve hasta dónde has llegado… con un brazo roto.

    -No es un brazo roto, solo me torcí.

    -Fue un accidente señora, no estaba haciendo nada malo- intervino tímidamente el anciano del pantalón de tirantes.

    -Usted debe ser quien lo trajo- dijo la mujer notando por primera la presencia del hombre- no se imagina como se lo agradezco, permítame pagarle por las molestias que le causó mi hijo.

    -No por favor, no es necesario, no lo hice por recibir dinero… además, como soy jubilado, no tengo muchas obligaciones hoy en día, así que no fue ninguna molestia. Supongo que si usted va a llevárselo, ya no me queda nada que hacer aquí.

    -En realidad no puedo llevármelo, en 20 minutos estoy saliendo de la ciudad por un viaje de trabajo imprevisto, mi ex esposo no tardará en venir por él… eso me recuerda- la mujer fijó por primera vez su atención en T.K- Take, quiero que esta noche te quedes con tu padre y tu hermano, yo vuelvo del viaje mañana por la tarde.

    -¿Qué? No es necesario, puedo cuidarme solo- protestó el menor.

    Mientras escuchaba en un costado, a Tai se le presentó un calor repentino en el estomago.

    En el pasado T.K le había contado que su madre, como era periodista, viajaba regularmente a ciudades cercanas; que esas noches en la que ella no estuviera, él podría ir para “pasar la noche juntos, sin miedo a que alguien los molestase”. Con ese recuerdo en la mente, Tai sintió como ese calor pasaba de su estomago a la cara.

    -Seguro que sí, pero antes de venir vi en el noticiero que los atracos a casas han aumentado en la ciudad, así que no me quedaré tranquila sabiendo que estás solo- contestó la rubia a su hijo.

    -¡No soy un niño!

    -No estoy diciendo que lo seas, pero te quedarás con tu padre y punto ¡Y no pienses en desobedecerme! Estaré llamando a Hiroaki para asegurarme que estás con él.

    -Es tan injusto- murmuró T.K por lo bajo, a la vez que la respiración se le acentuaba.

    Tai percibió la impotencia y el enojo del rubio, y a pesar de que él deseaba más que nadie en el mundo estar una noche a solas con T.K, entendía porque su madre pedía aquello. Demostrándose a sí mismo una madurez interior que no conocía, no se ofuscó. Sabía que pronto habría otra oportunidad.

    Decidió intervenir con tal de hacer sentir mejor al menor. Además, no era momento de agregar más tensionas de las que ya había.

    -Ya T.K- dijo apoyando una mano en el hombro del ojiazul- hazle caso a tu mamá, te lo pide porque se preocupa por ti.

    -¿Y tu quien eres?- le preguntó la mujer sorprendida, como si él se hubiera aparecido mágicamente de repente ante sus ojos.

    Ante esa impactada mirada azul, la confianza en sí mismo de Tai se drenó de su cuerpo, dejando un chiquillo asustado en su lugar. No entendía el porqué le acobardaba esa mirada, aun así intentó responder.

    -Me lla-llamo Taichi Yagami, co-conocí a T.K durante el verano, un gusto en conocerla- dijo, sorprendiéndose de lo nerviosa y débil que sonó su voz.
    Había conocido a los padres de sus otras parejas en el pasado, pero sentía como si lo estuviera haciendo por primera vez en su vida.

    La madre del rubio pareció procesar su nombre unos segundos, como si lo hubiese escuchado anteriormente.

    -Está bien- dijo, haciendo un ademán como si en verdad no importara- escucha a tu amigo, Take, parece que es más sensato que Davis y el resto de tus amigos.

    Tai estuvo a punto de sonreír porque alguien lo llamaba sensato por primera vez en su vida, pero se privó de hacerlo por el enojo que emanaba T.K en ese momento.

    A los pocos minutos llegó Hiroaki al hospital, y en conjunto con su ex esposa cocinaron a sermones y retos a su hijo mayor. T.K, buscando no ser testigo de eso, le pidió a Tai que lo acompañara a buscar su mochila escolar en la casa de su madre y llevarla a la casa de su padre, donde pasaría la noche. Tenía varios deberes incompletos que debía presentar al día siguiente.

    -------------*-----------



    Al llegar a la vivienda, lo primero que hizo el menor fue meterse presurosamente al baño. Tai pudo notar que tanta prisa del rubio por pasar al baño no fue por una necesidad fisiológica, sino por una repentina necesidad de querer estar solo.
    El castaño dio un suspiro cargado de la molesta impotencia de saber que lo único que podía hacer era apoyar al ojiazul en ese momento amargo, y esperar hasta que este estuviera listo para hablar del tema si así lo deseaba. No quería presionarlo.

    Ya había tomado la decisión de no contarle sobre lo que hacía su hermano en las calles. No por hacer caso a las palabras de Matt; sino porque, si en algo tenía razón aquel idiota, era que si T.K se enteraba probablemente intentaría detenerlo… y eso podría significar situaciones peligrosas para el menor. No podía pasar.

    El sonar de un reloj marcando las 7 de la tarde en punto le hizo despertar de sus pensamientos. Tai dio un vistazo a su alrededor. Solo ahí se dio cuenta que por primera vez, visitaba la casa de T.K y su madre en los varios meses de su relación. Siempre se habían juntado en la casa de Hiroaki, en algún punto de la ciudad o en su propia casa.

    La primera impresión del departamento fue que era más limpio que el de Hiroaki, y de cierta manera, más cálido. Caminó por la pequeña sala de estar, que a su vez hacía de comedor. Lo que más le llamó la atención fue una serie de fotografías colgadas en la pared. Observó una por una. En las primeras pudo reconocer a la madre de T.K, muchos años más joven, vestida con uno de esos uniformes de las artes marciales. Recibía un gigante trofeo de campeona, en lo que parecía una especie de competencia.

    En las fotos siguientes se veían los hermanos de apellidos diferentes de pequeños, con el mayor sosteniendo a un T.K con chupete en brazos. Otra foto mostraba a Matt al frente de un pastel de cumpleaños, con el menor abrazándolo por detrás. En una tercera se veía a la madre de los rubios siendo abrazada por sus dos hijos. Cada una de las fotos tenía una versión recreada en la actualidad debajo, con los protagonistas en la misma posición y con ropas similares.

    Tai no pudo evitar sonreír, sin embargo, había algo más. Algo que al moreno le costaba reconocer, pero que no podía negar. En las fotos, aquel idiota de Matt no parecía el tipo frio e insensible que conocía. Se veía feliz, como una persona con sentimientos y que podía sonreír de forma cálida si se lo proponía.

    Pero, a pesar que le sorprendía lo diferente que se veía Matt en las fotos, lo que se robaba la atención de Tai era la sonrisa del menor. T.K irradiaba alegría en las fotos con su hermano, y las recreaciones en la actualidad demostraban que esa sonrisa del menor al estar con Matt no se había desgastado con el pasar de los años. Entonces Tai suspiró nuevamente, entendiendo (si es que no lo había hecho antes) que el lazo con su hermano era demasiado importante para T.K. La felicidad y tranquilidad del menor estaba ligada al bienestar de Matt, y el comportamiento y forma de pensar de aquel idiota no podía garantizar eso ultimo.

    Si fuese por Tai, guardaría al menor en el fondo de su corazón y lo protegería del alocado mundo en el que les tocaba vivir… pero sabía que aquello no podía ser. Debía accionar y enfrentarse a la realidad, no huir de ella.

    “¿Qué puedo hacer?” se preguntó, viendo las fotos en la pared “¿Cómo puedo ayudar? ¿Delatar a Matt con Hiroaki? No, eso no detendrá a ese cretino, de seguro se escaparía de su casa en cada oportunidad para seguir haciendo de las suyas. ¿Denunciar a esos delincuentes con la policía? Pfff, de seguro la policía los protegen”

    Mientras deliberaba consigo mismo, T.K salió del baño.

    -Perdona por involucrarte en los asuntos de mi loca familia- dijo el rubio apenado, sentándose en el sillón de la sala- no debí haberte pedido que me acompañaras, perdóname… puedes irte si lo deseas.

    -No T.K ¿Qué dices?- contestó el moreno sentándose al lado de T.K y apoyando una mano en su hombro- quiero acompañarte en estas clases de situaciones porque te amo, no voy a dejarte solo… además sé lo que…- “ese imbécil, esa rata”-…Matt significa para ti, así que comprendo que estés triste.

    Los ojos de T.K rápidamente se enrojecieron y giró su cabeza hacía un costado para que el mayor no le viera.

    -Mierda, detesto ser tan bobalicón- dijo con enfado mientras se pasaba las manos por los ojos.

    -No digas eso, llorar no te hace menos hombre, así que no te de pena hacerlo, no está mal.

    -¡Si está mal! De niño era un llorón, el peor de todos, así que intenté cambiar…pero sigo siéndolo- se reprochó el ojiazul, decepcionado de sí mismo- me gustaría querer menos a ese estúpido de Matt…pero no puedo.

    Las manos de T.K no fueron lo suficientemente rápidas para evitar que una solitaria lágrima escapara por su mejilla.

    -Tranquilo, solo tiene un hombro golpeado, nada grave, no te pongas así- dijo Tai, rodeando los hombros del menor con un brazo y atrayéndolo hacía sí para depositarle un beso en los mechones rubios.

    El blondo hizo un intento de sonreír mientras continuaba refregándose los ojos para liberarse de esas lagrimas que tanto odiaba.

    -No es por eso que estoy triste.

    Ante la confundida mirada de Tai, T.K le explicó.

    Hace algunos días, cuando el menor se encontraba en la casa de su padre, este dejó caer accidentalmente su portafolio de la mesa del comedor.
    Cuando el de 14 años se agachó para ayudar a levantar los papeles desparramados en el suelo, se sorprendió al encontrar folletos de una academia militar para jóvenes y adolecentes. Ante sus confundidas y asustadas preguntas, Hiroaki respondió:

    “Sé que esto puede ser difícil de entender, Take, pero créeme que si estoy pensando en recurrir a esta opción, es que porque siento que no me queda otra alternativa. Matt de vez en cuando viene a casa herido, cree que no me doy cuenta… pero lo hago, no me quiere decir adonde va cuando sale… y cuando lo hace, tengo el presentimiento que miente. No me hace caso y no quiere hablar conmigo del tema. Tampoco quiso decírtelo a ti, esa era mi última esperanza. Muchas veces se me pasó por la mente el darle una buena… hacerle entender a la fuerza que quiero que deje de poner en riesgo su salud, pero sé que no es la solución. Me niego golpear a alguno de mis hijos, no podría. Tampoco puedo seguirle y espiarle, el trabajo no me lo permite.

    Si yo no puedo controlar a mi hijo, tengo la seguridad que en la academia militar podrán enderezarlo, obligándolo a estudiar y aprendiendo el valor del esfuerzo en una institución militar. Prefiero eso a que siga con sus peleas callejeras o lo que fuese en lo que está metido. No quiero esperar a que me llamen del hospital o de la estación de policía, tengo miedo de eso. La academia que estuve investigando, es especialista en tratar casos de jóvenes complicados, tiene muy buena reputación. Como no es una escuela “normal”, puedo inscribirlo en cualquier época del año, no importa que estemos en medio del ciclo lectivo. Con mi autorización, se encargaran de Matt hasta que cumpla los 18, terminará allí la escuela. La cuota es bastante elevada, pero por asegurarme el bienestar de Matt, haré el esfuerzo. Créeme que no quiero hacerlo, Take, pero es lo mejor para tu hermano.

    No estoy dispuesto a rendirme todavía con él, le daré mis últimos esfuerzos y algo de tiempo para ver si recapacita, pero sino… no me quedará otra opción que llamar a esa academia para que lo vengan a buscar.”

    -¿Entiendes?- preguntó T.K luego de explicar la idea de su padre a Tai, quien había escuchado atentamente cada palabra- temo que algún día entren a la casa de mi papá uniformados y se lleven a Matt de aquí. La academia está a 1 día y medio en auto desde aquí, y esa escuela no tiene vacaciones, así que solo lo podría visitar 1 o 2 veces al año. Sé que soy egoísta, lo sé, quizás sea lo mejor para evitar que el cabeza dura de mi hermano siga metiéndose en problemas, pero… el solo hecho de pensar que no podré estar con Matt durante 2 años me entristece demasiado. Sé que Matt aborrecería estar allí, y eso hace que me sienta aun peor por él.

    El menor se pasó la mano por el cabello.

    -Ademas… a esa institución va gente peligrosa, problemática, la mayoría de los alumnos está allí en contra de su voluntad. Es como una cárcel/escuela. ¿Te imaginas a Matt allí? No la pasaría bien. Él no es malo como la mayoría de la gente puede pensar, Tai, no lo es.

    La mente de Tai no tardó en imaginarse a Matt recibiendo palizas de sus futuros compañeros en aquel instituto. La forma de mirar del rubio de su misma edad, tan fría y desafiante a veces, sería como una chispa en un almacén de pólvora. Personas con pocas pulgas se podrían sentir ofendidas por esa forma de mirar… y en esa escuela de seguro habría varias.

    Aunque la idea de Matt siendo golpeado le despertaba cierto placer, Tai sabía que, muy a diferencia de él, para T.K era una idea demasiado angustiante.

    Miró al menor a los ojos. Esos ojos celestes, enrojecidos por el llanto, desprovistos de esa amabilidad que generalmente regalaban. Solo dolor. Y ese dolor entraba a Tai por los ojos, por los oídos, por su piel, por todos lados. Odiaba ver esos ojos así.

    Al estar en frente de esa parte tan indefensa del rubio, se dio cuenta que si era capaz de hacer todo lo posible para ver feliz a T.K, también era capaz de hacer lo imposible para que dejara de llorar.

    Sin poder resistirlo más, tomó al rubio del mentón y le besó en los labios lentamente, suavemente. Pudo sentir como este se tranquilizaba poco a poco.

    -Ya T.K, todo saldrá- dijo una vez separó los labio de los del menor, mientras le limpiaba las ultimas lagrimas de las mejillas con su pulgar- no tienes que preocuparte tanto, estoy seguro que lo de la academia militar no será necesario.

    T.K bajó la mirada, asintiendo, queriendo creer en esas palabras desde lo más profundo de su ser.

    -Ve a buscar tu mochila, sería mejor irnos antes de que anochezca por completo- dijo el moreno con una sonrisa.

    Un poco más animado, el menor le sonrió y se levantó del sillón para ir a su habitación.

    Una vez solo en la sala de estar, Tai suspiró pesadamente, con el tacto de la suave piel del menor aun en sus dedos y labios. Se levantó del sillón y se posicionó de nuevo en frente de las fotografías, observándolas de nuevo.

    -Sé lo que tengo que hacer- dijo entre dientes.

    Oferta irrechazable

    Matt se alistó lo más rápido que su lastimado hombro le permitió. Lo habían llamado para una “tarea”, como él solía decirle. Todavía tenía que usar la férula por unos días más, pero de igual manera se la sacó. No podía ir a taller abandonado usando eso; sus propios socios se encargarían de torcerle el otro brazo para “emparejarlo”, solo por diversión. Los había visto hacer cosas peores.

    Tomó el pomo de la puerta, pero no lo giró; se quedó allí unos segundos, en silencio. Observó a su alrededor, a su hogar; suspiró de nuevo. Cerró los ojos y suspiró pesadamente, como solía hacer cada vez antes de aventurarse a las calles. Abrió la puerta. Abrió los ojos... y los abrió aun más al encontrarse con Taichi de frente, con el dedo en el timbre a punto de tocarlo.

    -Ah, contigo quería hablar- le dijo el moreno con una sonrisa, sobreponiéndose de la sorpresa.

    -¿Qué haces aquí Yagami? Vete- dijo Matt entre sorprendido y enojado, saliendo del departamento y cerrando la puerta tras de sí. Lo que menos quería en ese momento era lidiar con aquel idiota.

    Intentó dirigirse a las escaleras del complejo habitacional, ignorando al castaño, pero este le tomó del brazo deteniéndolo.

    -Espera, quiero hablarte de algo.

    -Si no es que por fin dejarás de molestar a mi hermano, no tengo nada que escuchar de ti- contestó el rubio intentando zafarse del agarre de Tai, pero se sorprendió cuando este lo aventó contra la pared del pasillo.

    Matt abrió los ojos sorprendido, la mirada de Taichi había cambiado.

    -Está bien, intenté ser amable contigo, pero se ve que no se puede…- le dijo el moreno, serio, acercando el rostro al suyo-… ¿Adónde vas? ¿Con tus
    amigos en la fábrica abandonada? ¿Vas a "trabajar"?

    El rubio apretó los dientes y frunció el seño. Con un movimiento rápido se liberó del agarre de Tai. Odiaba que aquel imbécil le tocase siquiera.

    -Metete en tus asuntos, idiota- contestó viendo con furia esos ojos marrones. Esperaba el momento preciso para hundirle el puño entre ceja y ceja. Le costaba contenerse. Y, de algún modo, sabía que Taichi también lo hacía.

    -Lamentablemente ahora eres mi asunto también…-le dijo el moreno sosteniéndole la mirada-…así que no me lo hagas repetírtelo ¿Vas a hacer algún trabajo?

    Matt no aguantaba más. Sentía la vena del cuello a punto de estallar.

    -Sí ¿Algún problema con eso?- contestó provocativamente. Sabía que el tiempo de las palabras se había acabado, ahora le tocaría hablar a los puños.

    Taichi le miró a los ojos, en aquel silencio que caracterizaba la calma antes de la tormenta. Matt se preparó para la pelea.

    -Está bien- le dijo el castaño, volviendo a esa actitud alegre y despreocupada- te acompaño, en marcha.

    Matt quedó completamente en blanco; lo último que esperaba había sido esa contestación. Rápidamente el medidor de ira bajó, mientras que el de confusión estallaba.

    -¿Qué?- preguntó incrédulo, siendo lo único que su cerebro pudo articular en ese momento.

    -¿No escuchaste? Vamos, te acompaño a hacer lo que tengas que hacer- le dijo el oji-café, como si nada raro hubiera en eso.

    -¿Qué?

    -aahh ¿Qué tengo que explicártelo todo? – se quejó el moreno, pasándose una mano por el cabello- te acompañaré para asegurarme que estés bien y que no te pase nada. Hasta ahora demostraste que eres demasiado tonto para cuidar de ti mismo- Tai le sonrió- desde ahora seré tu socio. Con tu hombro lastimado, necesitas más ayuda que nunca.

    -Ni loco- contestó el rubio, apenas recuperándose del desconcierto.

    Intentó irse de nuevo, pero otra vez el moreno se lo impidió posicionándosele en frente.

    -No era una oferta- le dijo este, serio- así se harán las cosas desde ahora.

    -¿Acaso eres estúpido? ¿Piensas que esto es una clase de juego al cual puedes unirte porque se te da la gana?- gritó el ojiazul- ¡No lo haré! Es muy peligroso, eres un idiota si piensas que dejaré que me acompañes…

    En ese momento, Taichi le interrumpió tomándole del brazo derecho y doblándoselo detrás de la espalda antes de que pudiera reaccionar. El dolor de la aun no curada torcedura le incapacitó por completo.

    -¡Ah! ¡Suéltame!- gritó el blondo con el enojo y el dolor entremezclados en su voz.

    -¿Me llevarás contigo sin berrinchar?

    -¿Por qué no te vas a la mier…

    Taichi aumentó la presión en su brazo, impidiéndole terminar la frase. El rubio cerró los ojos en un intento de aguantar el dolor y no ceder. Odiaba verse dominado por aquel estúpido ¡Si tan solo no tuviera el hombro lastimado!

    -Un vecino te verá y ahí estarás en problema- amenazó, más que nada para distraer al moreno mientras buscaba una forma de liberarse sin que su maltratado hombro hiciera “crack” en el intento- ellos me quieren mucho.

    De repente, como una bendita coincidencia, la puerta del departamento de al lado se abrió, saliendo de él un anciano con un bata y pantuflas deshilachadas. Matt se sintió aliviado.

    Tai, sorprendido, giró su vista hacía aquel sujeto.

    -jeje solo estamos jugando, señor- dijo Taichi con una sonrisa al anciano, pero sin soltar al ojiazul.

    El viejo les quedó viendo con un rostro de amargado serial.

    -Vah, por un momento pensé que iba en serio- dijo el anciano desilusionado, sorprendiendo a los jóvenes- ese mocoso rubio vive tocando ese instrumento del demonio, molestando a mis gatos… si es por mí, continúa- agregó el vecino antes de darse media vuelta y cerrar la puerta tras de sí,
    dejando de nuevo solos a los dos adolecentes.

    -Perdón… ¿decías…?- se burló el oji-café al ver el “cariño” de los vecinos para con Matt, quien bajó la cabeza rendido, como quien perdía la última esperanza.

    Invadido por la impotencia, Matt se sacudió intentando zafarse, sin importarle si el dolor del hombro le aguaba lo ojos.

    -Escúchame imbécil- le dijo Tai enojado, pero sin levantar la voz, sujetándolo firmemente- Hiroaki está pensando en mandarte a una escuela militar cerca de la capital, a dos días de aquí ¿Eso quieres? Sigue metiéndote en problemas, lastimándote y demostrando lo imbécil que eres, y terminarás en esa escuela donde tienen clases los 365 días del año y solo 2 días libres por semestre ¿Acaso quieres eso?

    Matt dejó de luchar, y giró su cabeza para ver a Tai a la cara. Notó la seriedad en sus ojos. No supo porqué, pero no necesitó preguntar si aquello era verdad. La cara de Taichi era la sinceridad encarnada.

    -Eso sí sería un problema- dijo desviando sus ojos hacía un costado, mientras se recuperaba de ese baldazo de agua helada. Aquello echaría por la borda todo su plan, sus proyectos, sus metas.

    Para aumentar su sorpresa, el moreno le liberó de repente. Inmediatamente se tomó el hombro, mientras un abrumador alivio caía sobre él.

    -Vamos, te acompañaré y listo, así te guste o no- le dijo Taichi cruzando los brazos.

    Matt lo miró confundido, apoyado en la pared mientras se sobaba el hombro.

    -No entiendo… ¿Por qué te preocuparías por mí?- preguntó.

    -¿Quién dijo que me preocupo por ti?- le preguntó Tai levantando una ceja- lo hago por Takeru.

    El moreno bajó la vista al suelo.

    -T.K te estima demasiado, para su mala suerte, así que asegurándome que estés bien es la mejor manera de asegurarme que él esté bien. Además, no quiere que te vayas a esa academia, y, aunque nada me gustaría más, haré cualquier cosa para que T.K no sufra por tu culpa... lo hago por él.

    Taichi levantó la vista, depositando toda su determinación en los ojos claros de Matt.

    -Así que vamos, no me hagas perder más el tiempo.

    Matt le sostuvo la mirada, sabiendo que nada de lo que hiciera o dijera haría declinar a ese castaño, con el que su hermano tuvo la maldita suerte de cruzarse en las vacaciones de verano. Suspiró y, aun sosteniéndose el hombro, caminó hacía las escaleras, seguido por Taichi.


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    Curiosamente encontré estas imagenes en una página mientras escribía este cap. Ya había escrito que Tai veía fotos, pero no había especificado que se veía en esas fotos. Así que cuando las encontré las miré y me dije "¡Son perfectas!" Así que las posteo aquí. Recuerden que las saco de esta página http://varichina.tumblr.com/ La dibujante tiene muchas imagenes muy buenas.

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    Hola de nuevo. Es algo corto el capitulo. No es por perezoso jaja, así los tengo "diagramados" a los capitulos. Espero que les haya gustado, dejen su opinión o critica si gustan, sin vergüenza je. Hasta la proxima!

    Edited by exerodri - 18/11/2017, 14:46
  12. .
    Hola gente! Tanto tiempo. Bueno, en realidad solo pasó 1 mes, pero para mi fue como si hubiese sido más tiempo. Todavía no me acostumbro a actualizar una vez x mes.
    12 capitulos de esta historia. Al principio iba a quedar más corto, pero al final decidí probar un pequeño experimento nacido de un impulso repentino jeje. Una forma de jugar con la narración, espero que no moleste mi pequeño atrevimiento.



    *shingiikari01: Hola! Espero que haya estado delicioso jajaja, y q te guste la conty. Gracias por leer!!

    *Moi Moi: Muchas gracias por comentar y leer! Sep, hay ocaciones donde la gente puede llegar a ser muy cruel, incluso con los que más ama. Muchas veces es la situación la que los domina, otras veces es por mera maldad. Hay que ver q es en este caso. Hasta la proxima!!

    *danielXD: jajajaja me alegro, la tos es muy fea no? XDXD jaja Gracias por comentar!



    Capitulo 12: Un brillo molesto

    El camino desde el departamento de los Ishida hasta el de los Yagami nunca fue tan silencioso. No incomodo, sino silencioso. A pesar de eso, T.K no se dio cuenta. No sintió el silencio. Tampoco el viento congelado; y ni siquiera la mano de Tai en su hombro durante todo el trayecto. Su mente se había quedado atrapada en la charla con su hermano de hacía unos minutos atrás.


    ..…




    -¿Otra vez te irás a la casa de ese tipo?- le había preguntado Matt al entrar a su habitación.

    El mayor cerró la puerta tras de sí y se apoyó en esta, cruzando los brazos.

    -Sí- contestó T.K con firmeza sin darse la vuelta, mientras guardaba un pijama en su mochila- y no le digas “ese tipo”, se llama Tai.

    Dentro de su mente se hizo una idea de adónde iría esa charla. A pesar de todavía estar sobrecogido por lo de Andy, se dijo a si mismo que debía soportar de la mejor manera lo que su hermano le diría. Seguramente no era bueno. Matt nunca decía nada bueno de Tai, y eso dolía.

    -T.K ¿Hasta cuándo seguirás con esto?

    -¿Hasta cuándo dejarás de ser tan idiota?- preguntó retóricamente el menor- Ya te lo dije, no estoy jugando, le quiero en serio.

    Matt le miró fijo.

    -¿Cómo sabes que lo quieres de verdad? Nunca tuviste una novia ¿Cómo sabes que no te sentirías aun mejor queriendo a una chica?

    T.K se quedó quieto. Era verdad: él nunca había tenido una novia ni algo parecido a una.

    -Simplemente lo sé, no necesito compararlo con nada ni nadie- dijo cerrando la mochila- el también me quiere.

    En ese momento se dio cuenta que el episodio con la mamá de Andy le había hecho sudar a lo loco y que tenía la camiseta completamente empapada. Se la sacó.

    -¿Nunca pensaste que esto es solo es una etapa? ¿Algo temporal?

    T.K no contestó, no quería hablar del tema. Odiaba que su hermano dudara de sus sentimientos, además de rechazar su relación con Tai. Era mejor evitarlo y no contestar. Ignorando al mayor, buscó entre los cajones del armario alguna camiseta presentable para vestirse y así irse de una vez.

    -En el tercer cajón tienes camisetas limpias- le dijo Matt al ver que no encontraba ninguna.

    Hizo de cuenta que no escuchó, pero fue directamente al tercer cajón. Allí estaban.

    -Solo quiero que recapacites antes de que salgas herido, T.K- dijo el mayor- ese chico de seguro tuvo novia en el pasado ¿Verdad?

    T.K no pudo evitar ralentizar sus movimientos. No esperaba ese comentario ¿A qué apuntas, Matt? Pensó. Sin mirar a su hermano a la cara, afirmó con la cabeza. Tai había tenido algunas novias, se lo había dicho.

    -Pregunto porque es raro que alguien como Taichi no sea popular entre las chicas. Y si le gustaban las chicas antes, eso significa que puede conocer alguna chica que le guste… quizás Taichi sea el que esté pasando por una etapa de curiosidad y tu quedaste envuelto en el medio.

    El menor hizo de cuenta que no escuchaba mientras se vestía con una camiseta verde. No quería oír.

    -T.K…- le llamó su hermano, con una extraña afectividad en su voz.

    T.K pensó no hacerlo, pero inevitablemente fijó, por primera vez desde que Matt entró al cuarto, sus ojos celestes en los del mayor.

    -No quiero sonar cruel, pero lo que digo es que no deberías aferrarte a algo que pasó porque sí en un verano, que eso no te defina… tú tienes derecho a elegir lo que quieras, solo quiero lo mejor para ti.

    -Me voy.

    Fue lo único que dijo el menor luego de ponerse una campera limpia y calzarse la mochila en la espalda. Salió del cuarto y caminó por el pasillo hasta la cocina, donde Tai esperaba sentado en la mesa. Quería sacudirse las palabras de Matt, así que se obligó a sonreír, o por lo menos hacer una mueca feliz.

    -¿Vamos?


    …..




    -T.K… ¿T.K?- le llamó una voz.

    Solo entonces se dio cuenta que era Tai. Le hablaba desde algunos segundos, pero él no se había dado cuenta por pensar en el pasado.

    -Disculpa si estuve muy callado en el trayecto- le dijo el castaño mientras seguían caminando; faltaba solo una calle para llegar a su casa.

    ¿Tai había estado callado? Se preguntó el rubio al procesar lo que le decía el moreno. No lo había notado tampoco.

    Conectándose poco a poco con la realidad, miró a Tai a la cara, topándose con sus ojos marrones. Sin que pudiera hacer nada, se perdió en ellos. Solo allí se dio cuenta que las palabras de Matt no podían arrebatarle ese sentimiento que lo invadía al ver esos ojos de chocolate. Por primera vez en la tarde que ya moría, se liberó de lo sucedido con Andy y de las palabras de Matt. Esos ojos lo liberaban.

    Cerró sus ojos y apoyó su mejilla en el hombro del mayor, a la vez que lo abrazaba, mientras seguían caminando.

    -¡Woaw!- exclamó Tai riendo, pasando el brazo derecho por detrás de la espalda del menor para abrazarlo- nunca te habías mostrado así de cariñoso en público.

    Era verdad, se dijo T.K por dentro, pero lo necesitaba; esa tarde había sido notoriamente desagradable. Disfrutó del calor del cuerpo de Tai unos segundos más, y luego se soltó. Aquello era peligroso. Estando tan cerca de la casa del moreno, algún vecino de este podría verlos. Y no quería causarle problemas a Tai.

    -No pedí que me soltaras- dijo el oji-café con una sonrisa.

    T.K bajó la mirada avergonzado, pero sonriente. Estar apoyado en Tai era uno de sus mayores placeres, pero no era el momento, a pesar que al mayor no le importaba.

    Caminaron 50 metros más y doblaron en la esquina. A T.K se le borró la sonrisa. En ese instante no supo porque, pero las ganas de sonreír se evaporaron, dejando una sensación amarga en su lugar. A sus ojos llegaron la imagen de una chica que no conocía, parada en la entrada del complejo habitacional donde vivía el castaño. Era como si esperase a alguien. Cuando se acercaron lo suficiente, ella miró al moreno y sonrió.

    -Tai, te estaba esperando- dijo, para luego abrazarlo.

    La sensación amarga creció.

    -Sora ¿Por qué no esperaste adentro?- respondió el oji-café sonriendo, rodeando a la chica con sus brazos- hace mucho frio aquí afuera.

    -Quise esperarte aquí, no hace tanto frio.

    En ese momento, la chica miró a T.K por primera vez. El rubio no vio ni indiferencia, ni odio, ni maldad, ni desprecio en los ojos marrones de esa chica. Pero no le gustaron. Así, sin motivo. Era la primera vez que no le agradaba alguien sin siquiera conocer a esa persona, y eso le confundía.

    -Él es T.K…- dijo el moreno presentándolo-… un amigo, T.K, ella es Sora, una de mis mejores amigas desde la infancia.

    -Hola, mucho gusto- le saludó la peli-naranja.

    T.K se obligó a sonreír y asentir con la cabeza como para devolver el saludo de alguna forma.

    -Que chico tan apuesto- dijo la chica de casi su misma estatura (más alta por escasos centímetros) de manera amistosa.

    -¿Te diste cuenta?- respondió Tai sonriendo, rodeando los hombros del menor con su brazo- le vivo diciendo que trabaje como modelo, yo sería su representante- con su otra mano le despeinó el cabello- nos haríamos ricos.

    Los dos adolecentes de 16 años rieron. No se dieron cuenta que el menor de 14 no los acompañó en la carcajada. T.K solo borró la forzada sonrisa mientras Tai y Sora reían, como si no tuviese energía para nada más. Ni siquiera se avergonzó. Aquella extraña sensación de incomodidad y tristeza le seguía presionando el corazón, impidiendo que la vergüenza tuviese cabida en él. Sin que los mayores notasen su seriedad, les siguió por detrás mientras subían las escaleras del complejo habitacional, a la vez ellos conversaban de asuntos que no le consentían.

    Llegaron a la vivienda de los Yagami, donde no había nadie por el horario del trabajo de los padres de Tai y porque Kari había salido a una cita con Davis.

    Sora y T.K se sentaron en los sillones de la sala de estar, a esperar a que el moreno trajese del estudio del señor Yagami un libro que Sora le había prestado. Una razón muy extraña para venir, pensó T.K, teniendo en cuenta que Sora y Tai se veían todos los días en la escuela. ¿Por qué no esperó a que Tai se lo llevase el día siguiente a clases? ¿Por qué tenía que estar allí en ese momento?

    El blondo se sorprendió de como se quejaba en su interior, como si no pudiera evitarlo. ¿Qué le había hecho esa chica? Se preguntó. Nada. No había razón para desear que no estuviese allí. Hasta se había mostrado simpática con él.

    -Y… ¿Desde hace cuanto conoces a Tai?- preguntó el ojiazul... quizás hablando con ella haría que ese extraño rechazo se esfumara.

    -Lo conozco desde que íbamos a la primaria- contestó la peli-naranja, cruzando las piernas- creo que puedo decir que soy la no-familiar que más conoce a Tai- agregó riendo.

    T.K escuchó atentamente. Esa chica era muy amable y simpática ¿Por qué ese rechazo no desaparecía?

    -Y tú ¿Cómo lo conociste?

    -Ah, desde enero de este año, no tanto tiempo como tú- contestó el menor, bajando la vista- él y su familia fueron a la cabaña de mi papá en un pueblo cercano, y nos tuvimos que quedar con ellos porque no podíamos volver ya que el puente-carretera de ese pueblo se rompió.

    -Aun así se volvieron muy cercanos ¿No?- preguntó Sora sin perder ese tono genuinamente amigable en su voz, parecía estar de buen humor- digo, para que Tai quiera que vinieras a dormir a su casa, tiene que ser así.

    -Sí sí, muy cercanos.

    “Más cercano de lo que tu imaginas” pensó el ojiazul con cierta malicia, sorprendiéndose “¡No! Deja de ser un idiota T.K… parece una buena chica”.

    -Me alegro mucho, Tai debe estar rodeado de buenos amigos en este momento- suspiró la peli-naranja.

    T.K levantó la vista y observó confundido a Sora ¿A qué se refería con eso?

    -De seguro sabrás que los padres de Tai no están pasando un buen momento en sus trabajos, la crisis los está afectando- continuó Sora, notoriamente dolida- conociéndolo a Taichi, sé que odia aquello por su forma de ser, por su impulso de querer ayudar a todo el que necesite una mano.

    T.K se quedó callado mientras digería la información que de cierta forma ya sabía, pero que ahora adquiría peso en él. Bastante peso.

    -Tai siempre antepone el bien de los demás antes de su propia seguridad ¿Verdad?- preguntó el ojiazul, recordando el ataque al profesor, las peleas de Tai con los abusones en la villa turística y también la pelea contra los mismos estúpidos el año anterior, cuando el moreno defendió a ese chico menor de su escuela.

    -Se ve que ya lo conoces bien… es así desde niño, intenta ayudar a los demás, incluso cuando no puede hacer nada o no le corresponde hacerlo.

    El menor asintió, viendo un punto fijo en la pared. Allí lo comprendió. No podía contarle a Tai lo de Andy ¡Dios! ¡Gracias al cielo no lo había hecho! Eso solo significaría cargar aun más al castaño de preocupaciones. Antes había pensado en decírselo y pedirle ayuda al respecto, pero ahora entendía que Tai no necesitaba lidiar con ello; suficiente tenía con lo de su entrenador y los problemas económicos y laborales de los padres.

    No, tenía que hacerse cargo él mismo, se dijo.

    -Aquí está el libro- dijo Tai, apareciendo por el pasillo con un libro amarillo en la mano- ¿De qué hablaban?

    -De nada- contestó T.K automáticamente.

    Sora se levantó del asiento y recibió el libro.

    -Pude habértelo llevado mañana a clases, no era necesario que te molestaras en venir- dijo el moreno.

    -Ah...bueno, no es una molestia para mí venir aquí- contestó la peli-naranja.

    T.K, aun sentado en el sillón, no pudo evitar estar pendiente del tono de voz y de los gestos de la chica. Nervios, notó nervios en ella. El rubio inhaló y exhaló pesado, pero lejos de calmarse, se inquietó aun más.

    -De igual manera, me gusta visitarte.

    La muchacha apoyó la mano en el pecho del castaño, pero la retiró rápidamente.

    -Bueno, es hora que me vaya.

    -¿No quieres quedarte a cenar? Cocinaré con T.K- dijo Tai.

    -Me gustaría, pero tengo que comprar algunas cosas que me encargó mi mamá, debo apresurarme antes que las tiendas cierren- contestó Sora- nos vemos, Tai.

    Allí, cuando los dos mayores se despidieron con un beso en las mejillas, T.K notó algo raro: un brillo especial adornaba los ojos de Sora. Era como si aquellos ojos marrones de la muchacha se encendiesen al ver a Tai. Lo había visto cuando ella saludó al moreno por primera vez, pero no le dio importancia.

    Allí se dio cuenta, como si un telón se hubiera abierto al frente suyo, que eso era lo que le molestaba, lo que le incomodaba de esa chica. Lo había tenido al frente suyo todo el tiempo, pero no lo supo reconocer.

    Pensó que ese resplandor se vería lindo en el mirar de cualquier otra persona; una mirada con ese fulgor, era una mirada de cariño, de fidelidad, de ternura, de alegría. Pero en ella no. En ella no se veía bonito; era un brillo molesto.

    Sin embargo, aquello no era lo único. También tuvo otra certeza: ya había visto ese brillo en alguna otra parte hace tiempo. Pero... ¿Dónde?

    No lo recordaba. A pesar de intentar, no lograba que su mente le dijese donde había visto ese fenómeno. Sabía que lo había visto hace poco tiempo, pero no sabría decir el lugar, momento, o individuo al cual le brillaron así los ojos al ver a otra persona.

    -Adiós T.K, un gusto- le saludó la peli-naranja con una sonrisa sincera.

    T.K batalló para sonreír y despedirla agitando la mano.

    Nunca le había costado tanto sonreír.

    ------------------------*--------------------



    T.K se cepillaba los dientes, observando su reflejo en el espejo del baño de la habitación de Tai. Mientras dejaba que la espuma se acumulara en su boca, Tai entró al pequeño cuarto de baño y lo abrazó por detrás. El blondo sonrió y se inclinó hacia delante para escupir en el lavamanos. Sin deshacer el abrazo, Tai le limpió la boca con una toalla.

    -Te veías muy lindo con los cachetes inflados mientras te cepillabas- le susurró el castaño al oído- ínflalos de nuevo.

    El rubio no pudo evitar reír.

    -No

    -Vamos, hazlo por mí.

    T.K vio esos ojitos marrones en el reflejo del espejo, implorándole. Sin creer como estos evaporaban su resistencia, infló los cachetes, aunque solo por un par de segundos; la risa y la vergüenza no le permitieron hacerlo por más tiempo.

    Tai rió con él y le besó el cuello por detrás, haciendo que abriera la boca en busca de aire. Liberó delicadamente un brazo y acarició el cabello del moreno, a la vez que veía el reflejo de ambos en el espejo.

    Entonces, sus ojos azules le mostraron algo raro. Se quedó quieto, petrificado.

    El espejo al frente suyo le estaba dando la respuesta a la duda que había tenido horas antes. Tenía algo raro en su mirar, una especie de brillo. El mismo brillo que había visto en los ojos de Sora cuando se despedía de Tai.

    Allí se dio cuenta.

    “Donde había visto aquel extraño brillo antes… fue en mí mismo” pensó ante la irrefutable evidencia. Mientras más observaba su reflejo, más se convencía de que Sora y él compartían aquel brillo en los ojos al estar con Tai.

    Sí, él y Sora compartían la misma mirada cuando veían al moreno, pero… ¿Eso significaba que Sora sentía lo mismo que él por Tai?

    ¿Acaso eso era posible? Se preguntó. ¿Acaso compartían el mismo sentimiento? ¿La peli-naranja sentía esa misma profunda alegría que él al estar con el moreno? ¿Esa misma necesidad de pasar tiempo con Tai, de asegurarse que estuviera bien? ¿Acaso ella se sentía completa en presencia del oji-café, y sentía que a su vez lo completaba a Tai, al igual que él?
    No. No, no y no ¡No! ¡Lo suyo con Tai era especial! Solo era de ellos dos, nadie más podía tenerlo.

    Las palabras de Matt regresaron a su conciencia, escapándose de ese calabozo mental en el que las había intentado aprisionar:

    “Y si le gustaban las chicas antes, eso significa que puede conocer alguna chica que le guste”

    -¿T.K?- escuchó que le llamó el mayor. Cuando se dio cuenta, se encontraba afuera del baño, con Tai tomándolo de la cintura y frente a él -¿Pensabas en algo? Te veías ausente.

    T.K parpadeó un par de veces, obligándose a volver a la realidad. Levantó ese poquito que necesitaba levantar la vista para volver a ver esos ojos marrones, esos ojos únicos para él.

    -No, nada- contestó, rodeando el cuello del castaño con sus brazos- solo pensaba en lo afortunado que soy de estar aquí, contigo.

    Sin pedir permiso, besó los labios del moreno con una intensidad que sorprendió a este, pero que luego correspondió gustoso. T.K no se privó de usar su lengua, de morder esos labios, de hacerle saber a Tai lo que significaba para él compartir esos momentos.

    -Vamos a dormir- dijo el menor sonriendo, una vez separaron sus labios.

    En la mente de los dos desfilaron pensamientos obscenos con respecto al cuerpo del otro, pero tal fue la sorpresa que al acostarse juntos en la cama del mayor, el sueño los apabulló sin que siquiera se dieran cuenta. Es que en realidad, las experiencias de uno y otro durante ese ajetreado día les habían cansado física, pero sobre todo mentalmente. El cansancio le ganó a la calentura del momento. Tan solo alcanzaron a darse algunos besos y caricias por más inocentes, antes de que se durmieran uno sobre el otro, envueltos en el reconfortante calor que sus propios cuerpos desprendían.

    -------------------*----------------



    Al despertarse, T.K aprovechó unos cuantos segundos más para gozar de la comodidad de esa almohada, su almohada: el pecho de Tai.
    Bostezó apegándose suavemente, aun más, al cuerpo del castaño.

    No había dormido toda la noche allí, en la cama del moreno junto a este. A eso de las 7 de la mañana, la alarma de su celular le despertó, pero la apagó rápidamente para no despertar a Tai. Somnoliento se pasó a la bolsa de dormir que había preparado al lado de la cama, ya que a esa hora los padres de Tai se levantaban para empezar su rutina e ir al trabajo. Así se aseguraba, por si alguno de los padres del moreno entraban a la habitación, de no ser atrapados durmiendo juntos y abrazados. No supo si se volvió a dormir esperando, pero cuando escuchó que los adultos salían del departamento, volvió a subirse a la cama, enredándose calurosamente al dormido Tai de nuevo y cayendo ante el sueño al instante, sumido en la comodidad y el placer.

    No le molestaba hacer ese tipo de cosas con tal de poder estar así con el castaño, sin que los adultos se enterasen. Valía infinitamente la pena.

    Sintiéndose menos encadenado al sueño y más despierto, después de unos cuantos minutos se irguió un poco sobre el colchón apoyándose en su codo derecho. Observó al moreno dormir como si contemplara una pintura o una escultura en un museo. Admiró detenidamente esa belleza que descansaba a su lado, que a pesar de apreciarla cada vez que podía, lo deslumbraba como si fuera la primera vez. Vio el pecho desnudo de Tai; el cómo subía y bajaba tan mansamente le llenaba de paz, su vientre saludablemente marcado, sus hombros, sus brazos. Su cara. T.K admiró esa cara.
    Siempre era Tai el que le elogiaba su aspecto y le llenaba de cumplidos sobre sus ojos celestes o lo sedoso que era su cabello rubio. Mientras que él casi nunca alababa los atributos del castaño, no porque pensase que Tai no era atractivo, sino porque los halagos y las palabras dulces nunca fueron su fuerte.

    Pero sí, Tai era muy apuesto, incluso más que él, pensó el ojiazul. Tai era la persona más bella que había conocido. Tal vez no lo decía la cantidad de veces que el moreno merecía, pero era así.

    De manera lenta, acarició ese cabello castaño, y con el mismo movimiento rosó parte de la mejilla del dormido Tai. ¿Cómo alguien podía decirse estar vivo si no había acariciado ese pelo, esa piel? Se preguntó el rubio, sumergido en esa aura de tranquilidad y bienestar que le regalaba la presencia del mayor. El moreno movió un poco los labios sin despertarse, haciendo que T.K sonriera a punto de reír, pero se contuvo para no despertar a Tai y cortar con esa invaluable escena.

    Se separó un poco y contempló de nuevo el cuerpo del castaño, esta vez en su totalidad. Le envidaba sanamente, era un cuerpo perfecto. Quería tener la fisonomía de Tai, ser más como él en cuanto a lo físico. El oji-café se había convertido en su modelo a seguir. En el último tiempo, T.K había intensificado sus entrenamientos, esforzándose más y más con el recuerdo de los músculos definidos del moreno como meta, pero no veía resultados. Sin embargo, estaba lejos de abandonar su ilusión. Sí la mayoría de sus compañeros se hacían cada vez más grandes y fuertes ¡Él también podía! Claro que sí.

    Mientras veía los pectorales del castaño, T.K vio como este, todavía dormido, introdujo su mano por detrás su cabeza, debajo de la almohada. Sus ojos celestes se desviaron hacía las axilas del mayor, pobladas con vello. Inmediatamente se arremangó la manga de su pijama y revisó su propia axila izquierda, completamente lampiña. Suspiró. Se pasó la mano por esa zona más lisa que el cristal, intentando captar con el tacto algún vello que escapara a su vista. Nada, ni rastros. Observó detenidamente, agudizando la vista hasta que le dolieron los ojos, pero tampoco vio nada; ni siquiera un intento de brote de pelo en esa parte de su cuerpo. Repitió el proceso en la axila derecha pero tuvo el mismo frustrante resultado.
    Chasqueó la lengua entre los dientes, desilusionado.

    Frunciendo la boca hacía un costado, posó su vista en otra cosa que le llamó la atención. El bíceps flexionado de Tai, producto de la posición que había adoptado dormido. Rápidamente, como si no tuviera tiempo que perder, volvió a arremangarse y flexionó su brazo haciendo fuerza. Comparó su musculo con el del moreno, y se enojó al ver que aun dormido y relajado, el brazo de Tai parecía más fuerte. Mordiéndose el labio inferior, hizo toda su fuerza y se tocó el bíceps con la mano izquierda.

    -Si haces más fuerza en vano, te puedes lastimar.

    T.K dio un respingo y observó sorprendido como el mayor le sonreía desde abajo.

    -Que forma divertida de empezar el día- le dijo entre risas, mientras él sentía que la cara se le prendía fuego y que la lengua se le enredaba por la
    vergüenza al intentar dar una explicación.

    Tai no pudo evitar sonreír y pensar que nunca se cansaría de que lo primero que vieran sus ojos al despertar fuese al rubio a su lado. De manera rápida pero cuidadosa, tomó del brazo al menor y con un movimiento sutil intercambió posiciones, quedando él arriba del ojiazul; le tomó de las muñecas y las presionó contra el colchón, a cada lado de su cuerpo.

    -Intenta liberarte- dijo divertido, viendo a T.K a los ojos.

    El rubio enserió la cara aceptando el reto y comenzó a hacer fuerza para liberar los brazos de su agarre. De inmediato, Tai supo que este no lo lograría: lo tenía bien agarrado y la fuerza de T.K, por más cara divertida y adorable que hiciese por el esfuerzo, no era la suficiente. El menor dejó de intentar zafar sus dos brazos a la vez y concentró toda su energía en despegar su brazo derecho del colchón, pero no pudo. Luego lo intentó con el izquierdo, pero no hubo caso.

    Viendo que el blondo se cansaba y habiendo satisfecho su deseo de jugar un poco, Tai le soltó las muñecas y se dispuso a acostarse a su lado de nuevo.

    -No- le detuvo el rubio jadeante - vuélveme a agarrar, quiero soltarme por mi mismo.

    Tai miró esos ojos azules, algo confundido, pero sobre todo curioso. Vio determinación en ellos; quizás determinación mezclado con esa terquedad que a veces T.K mostraba, pero de igual manera le pareció adorable.

    ¿Cómo podía decirle que no?

    Haciendo caso, se volvió a posicionar encima del ojiazul y le tomó las muñecas, presionándolas contra el colchón a ambos lados de su cuerpo. Preguntó “¿Listo?”, a lo que el rubio contestó afirmativamente con la cabeza, y el juego comenzó otra vez, con T.K haciendo toda la fuerza posible.

    Por dentro, Tai pensó que si antes era muy difícil que T.K se soltase, ahora sencillamente no había forma; la fuerza del menor había disminuido en comparación con el primer intento. Aun así, el blondo parecía no querer rendirse. El castaño sonrió ante esa testarudez, pero creyó que ya era demasiado al ver que la cara del ojiazul se ponía cada vez más roja.

    Antes de volver a liberar al menor se le ocurrió una idea, curioso de ver cómo este reaccionaría.

    Pasó de una sonrisa triunfadora a una expresión de desconcierto y, lentamente, dejó que T.K le moviera los brazos, simulando cansancio. Haciendo expresiones como si de verdad hiciese todo su esfuerzo, permitió que el rubio poco a poco fuera dando vuelta la situación, y al final, este quedara encima de él. Adornó aun más su actuación respirando agitado, exhausto.

    Vio como T.K, con la cara roja y la respiración agitada a más no poder, le miraba a los ojos desde arriba, sonriendo con la boca abierta y sus ojos sorprendidos, como si no pudiera creer que le había ganado.

    -¡Lo hiciste!- felicitó al rubio, pero una risa furtiva lo sorprendió, que intentó aplacar tapándose la boca.

    El rubio lo notó, y poco a poco fue desdibujando la sonrisa y bajando las cejas, adoptando una expresión de duda y desconfianza.

    -¿Te dejaste ganar?

    -¿Qué? No, no, no, no- contestó Tai rápidamente agitando las manos, pero de nuevo su cuerpo le traicionó y volvió a reír, ante ahora la mirada enojada de T.K.

    -Eres un idiota.

    Le dijo el blondo, para bajarse de arriba suyo y acostarse dándole la espalda, enrollándose en la sabana.

    -Ya T.K, no te enojes, era solo un juego- dijo Tai sin poder evitar sonreír, recostándose sobre su codo izquierdo y deslizando un dedo por la espalda del menor.

    Este solo se movió más a la orilla de la cama, alejándose de su dedo.

    -T.K, no seas tan infantil.

    -No soy infantil, tú eres infantil- le contestó el ojiazul sin moverse.

    Tai hizo girar los ojos con gusto, disfrutando del nunca berrinchudo T.K. Sin dejar de sonreír, tomó uno de esos dorados y despeinados mechones e intentó hacer un rulito con su dedo. El rubio se alejó de nuevo.

    -Ey, esta es mi cama después de todo, ve a hacerte el ofendido en tu bolsa de dormir- dijo el moreno aguantándose la risa, dando pequeños empujones al menor.

    -Vamos, vamos, a levantarse- continuó, ahora dándole empujoncitos en la espalda con su pie.

    Solo paró cuando escuchó el fugaz “Whoaaa” del rubio y vio como este caía de la cama, desapareciendo de su vista.
    Tai frunció la boca y se encogió de hombros, reconociendo que se había propasado un poco con la fuerza de los empujones.

    -Ups, perdón.

    Criaturas extrañas

    Despertó y observó somnoliento a su alrededor. Sin ninguna clase de apuro, estiró sus patas delanteras y luego las de atrás. Bostezó abriendo sus fauces, dejando ver una serie de puntiagudos y afilados colmillos. Comenzó a caminar haciendo caso a su instinto y luego dio un salto a otra superficie un poco más alta. A su paso y ante su natural indiferencia, diferentes cosas que estorbaban en su camino fueron cayendo al suelo. A veces, hacían un fuerte ruido y se despedazaban en varios pedacitos. Eso no era un problema, ya que esos seres que vivían con él siempre se encargaban de hacer desaparecer los objetos rotos; aunque no entendía porque volvían a poner cosas por donde él solía caminar, solo para él que las vuelva a voltear.

    4 criaturas, mucho más grades que él y de esas que andaban por doquier, vivían allí en su territorio. Parecían ser una especie de manada.

    Había una de esas cosas que era la más grande de los cuatro y era la que emitía los sonidos más graves; seguramente el macho líder. Ese era el que menos le agradaba. Varias veces le había intentado golpear con esas largas extremidades inferiores mientras gruñía: ¡Gato, fuera de aquí! Afortunadamente, esa criatura cada vez pasaba menos tiempo en sus aposentos. Se iba cuando empezaba el día y volvía recién cuando este terminaba. Aquello pasaba ya desde hace algún tiempo y estaba bien que así sea. No le agradaba.

    Después había una hembra que de vez en cuando le acariciaba la cabeza y le daba comida; al parecer la segunda en mando de la manada. La querría mucho más de lo que lo hacía si no fuera porque en algunas ocasiones le había perseguido bramando cuando él tiraba una de esas cosas que solían estorbar en su camino allá en las alturas. Esa hembra, un tiempo atrás, había sabido ser la segunda en tamaño de ese conjunto de bestias, pero ya no. Otro de esos seres, que hace algunos ciclos del clima era más pequeño que ella, la había alcanzado en altura.

    Esa tercera criatura, un macho menor, le caía bien, ya que generalmente le acariciaba el pelaje y lo dejaba dormir sin interrupciones.

    Además, ese macho menor era una fuente de alimentos. Esa criatura era la que más frecuentemente abría una gran cosa blanca que irradiaba un frio mortal y extraía de ella alimentos. Rara era la vez que no estuviera devorando algo. Por lo general, ese ser engullía comida mientras caminaba por todo el territorio. Su instinto le decía que debía seguir a ese macho cada vez que este hacía eso, ya que por lo general dejaba un rastro de migajas u otros restos que él aprovechaba para comer.

    Pero a pesar de que la criatura glotona tenía un comportamiento aceptable para él, la que más quería era a una hembra menor, la más pequeña de la manada. Ella le ofrecía como justo homenaje una cantidad generosa de alimentos periódicamente en un mismo sitio, además de regalarle las más largas sesiones de caricias. El regazo de esa criatura era muy abrigado y cómodo, ideal para dormir y escaparle al clima que se acercaba a su etapa más fría.

    Había percatado que esos extraños animales se dirigían a él emitiendo el sonido de “Miko, Miko, ven aquí”, mientras movían esas extrañas pezuñas que no usaban para caminar. Nunca entendió que significaba aquello para esas bestias, así que siempre se alejaba de ellos cuando hacían eso. Muchas veces planeó echar a esas criaturas extrañas de su territorio, pero el estar en compañía de ellas le facilitaba satisfacer sus necesidades de comida y abrigo, así que les permitiría seguir allí mientras continuasen con esa labor.

    Caminó parte de su territorio y saltó hacía otra superficie para llegar a una abertura de la cueva. Sus sentidos le indicaron que afuera la temperatura no era agradable, así que decidió no salir y se dispuso a lamer sus extremidades. Un ruido detuvo su rutina natural; un ruido que ya había escuchado antes y que despertaba su instinto de cacería al instante. Era una de esas criaturas pequeñas, frías, que tenían una coraza dura y que emitían luz cada vez que chillaban mientras se sacudían vibrantes. Se preparó para dar un salto y caer sobre uno de esos seres que muchas veces había intentado cazar, pero que tenían la protección de los integrantes de la manada. Justo cuando estaba a punto de brincar, la bestia comilona apareció de la nada y atrapó a la presa, pero no se la llevó a las fauces, sino a un costado de su cabeza.

    -T.K… ¿cancelarlo? ¿Por qué?... ¿Estás bien? Te oyes triste… vamos dime… ¿Matt? ¿En el hospital?... voy para allá.

    Ofuscado, maulló hacía esa criatura en señal de su descontento por robarle la presa.

    -Ahora no Miko, pídele comida a Kari cuando llegue, tengo que irme.


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    Como verán, este capitulo está enfocado más que nada en nuestro T.K, en su forma de ver las cosas. Creo que últimamente venía dándole protagonismo solo a Tai . Espero que les haya gustado, hasta la proxima!
  13. .
    Hola a todos y todas! Gracias por pasarse. Les traigo el capitulo numero 11 de la historia. Se revela algo muy importante sobre algunos personajes, que será importante para lo que se vendrá. También vuelve a la escena T.K, que pobresito se había quedado algo relegado en los últimos capítulos; o por lo menos no actuaba de forma activa en la trama. Les dejo en paz para que lean.

    *Killer_Cookie: Hola! uf entonces este fic te encantará a lo largo y a lo ancho jajaja (espero) En este capitulo veremos si acertaste con las teorias ja. Gracias por leer y comentar! lo aprecio mucho.

    *shingiikari01: jajaja no mueras! Gracias por leer. Espero q esta conty te vuelva a alegrar el día, o noche o tarde jeje. Saludos!


    *danielXD: Como q no entendiste???? D: :blink: jaja que bueno q igual te haya encantado jeje, me da gracia. Hasta la próxima!!



    Capitulo 11: Persecuciones


    A Tai le daba muy mala espina la parte de la ciudad donde se adentraba por estar siguiendo al rubio. La peor zona de la ciudad. Aquellas calles en las que nadie quería estar, ni solo ni acompañado; las que alimentaban a los noticieros de noticias feas. La zona que todos evitaban transitar a toda costa, incluso el transporte público. Incluso la policía. La zona que todo político olvidaba por completo en sus discursos y entrevistas. Aquella zona.

    Edificios de departamentos y oficinas abandonados, locales cerrados y rapiñados, casonas viejas que en cualquier momento se caerían y calles con más baches que asfalto, era lo que quedaba de ese barrio que en el pasado había brillado como centro industrial y económico. Ahora solo despertaba lastima y desprecio. El cada vez más oscuro y nublado cielo potenciaba lo lúgubre que llegaba a los ojos.

    Tras esquivar a un par de vagabundos durmiendo en la acera, se le hizo tentador abandonar la persecución. No valía la pena que lo asaltasen o lo matasen por seguir a ese imbécil. Aquella noche T.K iría a dormir en su casa; lo mejor sería ir a ordenar su cuarto y darse una ducha para recibir al menor. Pero ni bien ese pensamiento terminó de pasear en su cabeza, la maldita curiosidad por saber la verdad le obligó a seguir. Era como una urticaria donde uno no se puede rascar…necesitaba deshacerse de ella.

    Siguió a Matt varias calles, teniendo que ser rápido para esconderse donde podía cuando el ojiazul miraba a su alrededor, cada vez con más frecuencia. Adentrándose más y más en aquel barrio de mala muerte, llegaron a un predio donde fábricas y talleres abandonados agonizaban.

    El rubio se detuvo al frente de un taller, el cual era igual o más precario que el resto. Miró hacía todas direcciones una vez más y golpeó la puerta.
    El castaño, desde su escondite a varios metros, observó atónito como la puerta de hierro se abrió y el blondo entró al taller, desapareciendo de su vista.

    "Mierda, ¿Como hago ahora?" maldijo al sentir que la oportunidad de descubrir la verdad se le escapaba. Necesitaba saber en que estaba metido Matt.

    El desconcierto que lo invadía no fue impedimento para que se acercara a la estructura y meditara en como entrar. Bordeó el taller por un callejón, que no desentonaba con la inmundicia de aquella parte de la ciudad, y pudo observar algo que le serviría: una rendija en la pared a unos 3 metros de altura. Usando algunas cajas de madera podridas desparramadas en el callejón, armó una estructura lo suficientemente alta para poder subirse y, haciendo un esfuerzo brutal para hacer equilibrio, mirar adentro.

    Desde allí observó que el taller era un extenso galpón sin divisiones. La penumbra que reinaba por la falta de ventanas permitía solo ver la silueta de lo que parecía ser maquinaria abandonada. En medio de estas, la luz de un foco que colgaba a dos metros de altura se abría hacía abajo, formando un cono de luz en medio de la oscuridad. Este iluminaba a un sujeto obeso sentado solitariamente detrás de una mesa.

    -Ah, Ishida- dijo el gordo, su voz gruesa retumbó en la oscuridad- que rápido, te llamé hace menos de una hora.

    Matt entró al círculo iluminado con su típica cara de perro buldog, seguido de dos sujetos que se detuvieron en el límite de la luz y la oscuridad. El ojiazul sacó el celular robado del bolsillo y lo depositó en la mesa. Con despreciable indiferencia lo deslizó hacía aquel sujeto.

    -Este celular es uno de los más nuevos que hay en el mercado y se nota que no tiene ni una semana de uso, vale bastante- dijo viendo al gordo a la cara.

    -Ah, sí- contestó este, examinando el móvil- este modelo solo tiene un mes en el mercado…bien, muy bien.

    -Espero que con esto dejen de molestarme con estas estupideces por un largo tiempo- agregó Matt- y que la próxima vez que me llamen sea para algo importante.

    “¿Algo importante? ¿De qué habla?” No pudo evitar preguntarse el moreno, observando desde su rendija.

    El hombre obeso, el cual la cabeza rapada reflejaba la tenue luz del foco, rió a carcajadas como si el rubio le hubiese contado el mejor de los chistes. Se hizo hacía delante apoyándose en la mesa y dijo:

    -Me parece que se te está olvidando como son las cosas…

    Tai se obligó a bloquear el grito de “¡Cuidado!” en la garganta, recordando que tenía que permanecer de incognito. Uno de los sujetos al borde de la luz avanzó hacía Matt por detrás. Alguien joven, pero mucho más alto que el rubio. Este agarró al ojiazul del cabello y le hizo estrellar el rostro en la mesa, doblándole el brazo derecho en la espalda.

    -Nosotros decidimos cuando hay que dar ofrendas y cuando no- dijo el gordo mirando fijamente a Matt, deslizando el celular hacía un costado- ¿Entendiste?

    El rubio no contestó. El que lo sostenía le dobló aun más el brazo sobre la espalda. El alarido de Matt indicó que llegaba al límite de su resistencia.

    -¿Eh? No te escucho- dijo el adulto, con el malicioso disfrute en su voz.

    -Sí… ¡Ah! ¡Sí! ¡Sí! ¡Entiendo!

    El gordo hizo una seña y el sujeto alto soltó a Matt.

    -Ahora vete- dijo, recostándose en la silla, la cual crujió pidiendo clemencia- antes de que cambie de idea.

    El blondo, tomándose el hombro, salió de la zona iluminada, no sin antes recibir un empujón por parte del tipo alto que lo hizo caer. Matt
    desapareció en la oscuridad. El rechinar de una puerta abriéndose y cerrándose le indicó a Tai que este había salido del taller.

    Se bajó de la improvisada estructura que había armado, cuidadosa pero rápidamente. Echó un vistazo antes de salir del callejón. Matt ya caminaba de nuevo la calle por donde habían venido, a un paso endiabladamente veloz.

    La persecución continuó. Tai aun tenía muchas dudas por aclarar.

    Madre e hijo

    T.K nunca había estado en esa situación, nunca había visto a Davis así.

    El castaño se juntaba cada vez más y más con Kari, en salidas donde el rubio sabía muy bien que solo estorbaría. Su mejor amigo y su “cuñada” necesitaban estar a solas; se notaba en la forma en cómo se miraban uno al otro, como quien desea devorarse un manjar con la vista. Si bien el ojiazul sentía la más sincera felicidad por el inesperado enamoramiento entre Davis y Kari, la otra cara de la moneda era la incómoda sensación de haber sido dejado de lado. Aquello dolía, y lo más raro era que no sabía qué hacer.

    A pesar que el amor de Tai le quitaba la necesidad del contacto con alguien más y le hacía olvidar del resto de las personas, cuando este no estaba con él, el involuntario despego de su mejor amigo le pesaba.

    De esa manera, la relación con Andy se le hizo cada vez más necesaria para sentirse menos solitario. Si bien T.K llevaba una relación normal con el resto de sus compañeros de clase, con el ojiverde estableció un vínculo que no logró con ningún otro, aparte de Davis. No sabía si su nueva amistad era por una profunda empatía o por despecho, pero disfrutaba de la compañía de ese castaño. Se sentía cómodo con él, sus personalidades congeniaban y compartían varios gustos de los cuales extraían temas de conversación interminables. Los unía el amor ciego a las bolitas de chocolate, así que juntando el dinero de ambos se compraban la mayor cantidad posible y se dejaban llevar por el placer en cada oportunidad que tenían.

    Además, Andy era el único que sabía de su relación con Tai, así que aprovechaba para hablar del tema con el ojiverde, aunque este no supiera nada de relaciones. Era agradable el poder conversar de su felicidad con el moreno con alguien.

    Un día en el que Tai le había dicho que iría a visitar a su entrenador en el hospital, y, por otro lado, Davis saldría con Kari, invitó a Andy a probar un nuevo juego de basquetbol en el local de videojuegos en el centro de la ciudad. Primero este dudó, pero a base de suplicas terminó aceptando. De esa manera ambos vivieron una tarde donde las risas no escasearon y que les permitió olvidarse por un momento de la rutina diaria.
    Mientras volvían a sus casas, al llegar a la esquina donde se separarían, T.K se ofreció acompañar al pecoso a volver a su hogar. Este se negó. No fue el que se negara, sino el cómo se negó lo que le llamó la atención. En dos segundos Andy había cambiado una sonrisa amena por una expresión de miedo, para después despedirse de él torpe y presurosamente, sin darle tiempo siquiera de responder.

    T.K observó como el castaño se alejó veloz.

    ¿Por qué Andy había reaccionado así? Pensó en un motivo, y no tardó mucho para que los nuevos moretones que Andy había intentado ocultar esa tarde saltaran a su mente. Inmediatamente, unió ambos factores: los moretones y el que Andy no quisiera que lo acompañara a su casa. Así como su cerebro unió los dos factores automáticamente, también ordenó a sus piernas correr lo más rápido posible. Sin pensarlo, bordeó la manzana y esperó escondido detrás de un arbusto. Cuando el castaño pasó, le siguió procurando que no se diera cuenta. En realidad no quería hacerlo, quería ir la casa de su papá para buscar ropa e ir después a pasar la noche en lo de Tai;... pero la forma en que el ojiverde se alteró le había quemado con el hierro caliente de la curiosidad.

    A medida que perseguía a su amigo, la zona a su alrededor se tornó cada vez menos amigable. Aparte de no saber adónde se metía, las desoladas y descuidadas calles le hacían recordar cuando veía las noticias… o mejor dicho, las malas noticias en la televisión. Con la paranoia de consejera, miró a todos lados en vista de alguien o algo sospechoso mientras caminaba. No quería figurar en la sección de policiales en los noticieros nocturnos. El corazón le bailaba de los nervios.

    “Tranquilo T.K, tranquilo. No pasa nada” se dio ánimos a la vez que apresuraba el paso para no perder el rastro del pecoso.

    -Oye hijo…- llegó a su oído derecho una voz lamentosa, como la de un fantasma en pena.

    Se obligó taparse la boca para no gritar del susto. Por poco trastabilló. Al girar su cabeza, el vagabundo más harapiento que había visto en su vida le veía fijamente, acostado en el pórtico de un edificio deplorable y envuelto en mantas tan mugrientas como él.

    -Niño, una moneda por favor…- agonizó el vagabundo extendiendo su mano, arrastrándose hacía él con manta y todo, -…ayuda a este viejo, una moneda, hijo…una moneda.

    Aun con los sentidos aturdidos y al borde de la taquicardia, T.K se hizo para atrás, buscando torpemente algo de cambio en sus bolsillos. Quiso decirle a ese hombre que se callara, que le daría algunas monedas pero que no hiciera tanto ruido, pero las palabras se le congelaban en la boca. Los descoloridos ojos bien abiertos de ese sujeto, como si no tuviesen vida, le impresionaban a medida que este se arrastraba hacía él. El olor era repulsivo.

    -Unas monedas…unas monedas- le imploró el anciano otra vez.

    Con más miedo que lastima, depositó todas las monedas que pudo agarrar de su bolsillo en el rotoso guante del vagabundo.
    Echó a correr, Andy ya había doblado en la esquina.

    Apenas pudo contactar visualmente al castaño antes de que este se introdujera en una vivienda, con terrenos baldíos a ambos lados.

    Tratando de regular su respiración, se acercó caminando por la acera. Observó la casita. Era pequeña, modesta, algo descolorida. Por lo aprendido con su padre en el verano, pudo determinar que las maderas del exterior necesitaban ser cambiadas y pintadas de nuevo. Se necesitaban varias atenciones a decir verdad. Además del descuido de la pequeña estructura, se sumaba el hecho de que el patio delantero no lucía ninguna flor o adorno; solo malezas.

    -¿Será que sientes vergüenza, Andy?- preguntó T.K en voz baja, permitiéndose sonreír al darse cuenta de la tonta posible causa del nerviosismo de su amigo.

    “Que tonto eres, ni que fuera alguien superficial o que se fijara en las cosas materiales” le recriminó mentalmente al ojiverde, dispuesto a hacerle entender que no tenía nada de qué avergonzarse la próxima vez que lo viera.
    Con las manos en los bolsillos y el helado viento congelándole las mejillas, caminó por el frente de la vivienda, deseoso de salir de allí.

    Algo le detuvo, un grito de mujer:

    -¡¿Dónde mierda estuviste?!

    Giró automáticamente hacía la casita, jurando que ese grito pelado vino de ahí. Deseaba equivocarse.

    -¡¿Quién te crees que eres?!- otra vez.

    Con ese segundo alarido no quedó duda alguna: los gritos escapaban de la casa de Andy. Aquello le ahuyentó, le gritó que se fuera, que corriera lejos; pero como si fuese el día de seguir los impulsos, saltó la rotosa cerca que le llegaba a las rodillas y se asomó por una ventana. La ventana de la cocina

    Vio a una mujer de unos treinta y tantos años con un cucharon metálico en la mano y blandeándolo en el aire.

    -¡Trabajo 10 horas diarias para poder mantenerte y tratar de darte lo mejor, y llego a casa y no estás! ¡Ni una nota o algo!- gritaba la señora de pelo negro y con los mismos ojos de Andy y Erick, solo que estos, aparte de un color verde manzana, también portaban el aterrorizador color de la
    cólera… y T.K no supo confirmar si también, el de la locura.

    -¡Con lo peligrosas que están las calles, Andrew! ¡Solo buscas matarme de preocupación!-continuó la mujer a los gritos, a pesar que la cocina era tan pequeña que solo con susurrar bastaría para tener una conversación cómoda.

    -Ya mamá, estas exagerando.

    Apoyado sobre una pared, su amigo resistía los gritos con las manos en los bolsillos y la mirada de alguien ya acostumbrado a esas situaciones, pero que aun así tenía miedo.

    -Te mandé un mensaje antes de irme, que iría al centro de la ciudad con un amigo- contestó el castaño.

    -¡Sabes que los mensajes a veces no me entran al celular! ¡Lo sabes!- gritó la mujer, sin intenciones de calmarse.

    -Está bien, como digas...-dijo Andy notoriamente cansado, como sabiendo que aquello no llegaría a ninguna parte.

    Se dio media vuelta, dispuesto a salir de la cocina.

    -Ah, te haré entender como son las cosas…

    La mujer tomó al castaño de la campera, sorprendiéndolo. Sin que el ojiverde pudiera reaccionar de alguna forma, su madre le golpeó reiteradas veces con el cucharon de metal, en los brazos y las costillas.

    -¡Eres un desconsiderado! Yo no te eduqué así, pero no me rendiré- la voz de la mujer desbordaba ira- ¡No piensas en tu madre enferma, solo piensas en ti mismo!

    -¡Ya, mamá! ¡Para!- rogó el menor, cubriéndose la cabeza con los brazos, mientras recibía aquel castigo contra la pared de la cocina.

    T.K se congeló. Solo se congeló. No podía procesar aquello, como si el hacerlo significara herirse a sí mismo. ¿Cómo una madre podría hacer eso?

    Nunca había presenciado algo parecido. Lo escuchó en las noticias, vio informes sobre violencia domestica, pero eran personas desconocidas… ajenas, personas que nunca conocería o cruzaría. No un conocido. No un amigo. Cada golpe que recibía Andy le dolía a él y con ello su desesperación crecía. No podía reaccionar. No quería seguir viendo, no quería que esa desquiciada golpeara a su amigo. Pero estaba paralizado. La garganta se le cerró y los ojos se le humedecieron mientras aquella escena seguía lastimándole desde la ventana. Era demasiado. Ver eso era demasiado.

    Agitó las manos en un inútil gesto de desesperación. Luchando contra el llanto, observó desesperadamente a todos lados en busca de alguien, de algún adulto que le ayudara y salvara a Andy. Quiso gritar a todo pulmón “¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude!” y así terminar eso. Pero lo único que lo rodeaba era aquel barrio deprimente, sin ningún alma humana cerca. Entendió automáticamente que nadie saldría de sus casas, que nadie querría involucrarse aun si escucharan sus gritos de ayuda.

    De repente, Andy alzó una mano y detuvo el descenso del cucharon, sorprendiendo a su madre. Se lo arrebató y, como si fuera una especie de objeto maldito e impuro, lo aventó con miedo hacía un costado.

    -¿Te atreves a levantarme la mano? Mi hijo me levanta la mano ¡Bien!- gritó la peli azabache, como si aquel acto instintivo del castaño de protegerse hubiese sido la más baja ofensa -¡Golpéame, vamos! Eres igual a tu padre, eres igual a todos los hombres.

    Sin siquiera dudarlo, agarró de un estante cercano el utensilio pesado de madera que se usa para amasar, y sin que el menor pudiera reaccionar se lo impactó en la rodilla.

    Envuelto en un aura de irrealidad y horror, T.K vio como Andy cayó al suelo. Del bolsillo del pecoso, contrastando con la violencia del ambiente, se deslizó suavemente hacía el piso un envoltorio de las bolitas de chocolate que habían comido juntos a la tarde.

    -Te dije que no comieras esas basuras- dijo la madre respirando pesadamente- Anda, sigue sin hacerme caso ¡Total, la estúpida que se preocupa y paga dentista y médicos soy yo!- gritó para arremeter de nuevo contra el castaño, que se hizo una pelota en el suelo protegiendo su cabeza- solo me usas, todos los hombres son iguales, me usan y luego me abandonan ¡Eres igual a tu padre!

    El rubio no soportó más. Apretó sus puños sin darse cuenta y todo su cuerpo se tensó.

    Si bien las lagrimas recorrían sus mejillas como indicadores involuntarios del dolor por saber el origen de los moretones de su amigo, le invadió la ira. Aceptó no ceder. No podía dejar que la impotencia ganase y que aquella injusticia siguiese ¿Qué clase de amigo sería? ¿Qué clase de basura inhumana sería? No, aquello debía parar.

    Respirando como un toro enardecido caminó hacia la puerta y reventó contra esta sus nudillos tres veces. Solo cuando el retumbar del golpe pasó y el dolor le hizo temblar la mano, se dio cuenta lo que había hecho. Un escalofrió le comprimió la respiración, y de repente se sintió pequeño, un enano. La puerta pasó de medir 2 metros a medir 5, y al segundo siguiente, 7.

    La peli azabache se detuvo sorprendida al escuchar esos golpes que en vez de intentar llamar a la puerta parecían querer voltearla. Su hijo aprovechó y se escabulló saliendo de la cocina para encerrarse en su habitación con seguro. Shockeada, dejó el utensilio en la mesa y caminó hacia la puerta, acomodándose los desordenados mechones tras sus orejas para intentar disimular su estado. Sus temblorosos dedos sacaron el seguro de la puerta y con lentitud la abrió. Nadie.

    Confundida, miró hacía todas direcciones. Solo el movimiento de un gato cruzando la calle a toda velocidad llegó a sus ojos. Normalizando su agitada respiración, se preguntó la razón de los golpes en la puerta, pero no buscó una respuesta. Tenía que preparar la cena antes de irse a trabajar de nuevo.

    Al escuchar la puerta cerrarse, T.K respiró agitado a un costado de la casa. Correr y esconderse fue lo único que su cuerpo pudo hacer al oír los pasos al otro lado de la puerta. En lo que su pecho se expandía y contraía como acordeón, no su supo si odiarse o felicitarse por lo hecho. Solo supo que por lo menos le había dado la chance a Andy de huir de la cocina: debido a la delgadez de las maderas de la casa, pudo escuchar al castaño cerrar una puerta con seguro. Andy estaba a salvo, por el momento.

    Pensó en asomarse ventana por ventana para encontrar al castaño y hablarle, apoyarle en ese momento de mierda. Pero se dio cuenta que no sería una buena idea ya que probablemente, en vez de transmitir serenidad y esperanza, quebraría a llorar peor que una marica, agobiando aun más al pecoso. Él no era Tai. Además, podía meter a su amigo en más problemas con su madre por tener visitas imprevistas. No, en ese momento su compañía no sería de mucha ayuda, lo mejor era irse.

    Solo al sentir el viento helado en la cara de nuevo, se dio cuenta del rastro húmedo que habían dejado las lágrimas en sus mejillas. Se limpió con la manga de la campera. Volvió a la acera y caminó rumbo a su casa, todavía sin creer lo que había visto.

    Amenaza, charla y café

    Tai subió las escaleras lo más rápido que pudo. Para su desgracia, el ascensor del edificio donde vivían los Ishida había sido reparado. No podía dejar que Matt llegara primero a su casa, sabía de sobra que este no le abriría la puerta. Necesitaba interceptarlo antes de que entrase.

    Cuando llegó al piso correspondiente, vio al rubio abriendo la puerta de su departamento. Este giró su vista hacía él.

    -T.K no está ahora, no sé a qué hora volverá- le dijo el ojiazul a la distancia al notar su presencia, para luego entrar a la vivienda.

    El castaño no supo como hizo para correr tan rápido desde las escaleras hasta la puerta, pero logró meter un pie antes de que Matt la cerrara.

    -No vine…-dijo jadeante, luchando por introducir aire en sus pulmones, deslizando la mitad del cuerpo por entre la puerta entre abierta ante la estupefacta mirada del blondo-…no vine…por T.K…quiero hablar contigo.

    -¿Qué?- le preguntó el ojiazul confundido- ¡No!

    Matt le dio un portazo que le quitó otra vez el aire, pero cuando el rubio abrió la puerta para darle otro golpe, Tai aprovechó y se adentró en el departamento.

    -Vete- dijo Matt, abriendo la puerta.

    -Espera…-contestó Tai apoyándose sobre las rodillas, intentando recuperar el aire- …solo…quiero hablar.

    -No, vete.

    -Fiuuu- silbó el oji-café sentándose pesadamente en un sillón.

    Matt suspiró y cerró la puerta.

    -¿Qué quieres?- le preguntó cruzándose de brazos y apoyándose en la puerta.

    Tai se reincorporó, con la respiración más normalizada para poder hablar.

    -¿Hiroaki no está?

    -No, está trabajando- le contestó el blondo, como si ya estuviera arto de esa conversación- dime a que viniste.

    -Ah, nada importante- dijo el moreno caminando por la sala, paseando su vista por algunas fotos de los dos rubios y Hiroaki en lo que parecía un viaje hace muchos años- solo quería preguntarte…-giró su vista hacía Matt-…como se dice “ladrón” en noruego.

    De todas las posibles reacciones del rubio, sucedió la que Tai menos esperó. Matt se petrificó, con su vista perdida en la sorpresa y su boca entre abierta.

    -¿Cuanto viste?- le preguntó el blondo viéndolo a los ojos, intentando disimular el desconcierto y obligándose a volver a la realidad.

    -Todo- dijo Tai, apoyándose en la pared al otro lado de la sala- incluso adonde fuiste y con quienes hablaste en esa fábrica abandonada.

    Pudo notar por la respiración del rubio, que el desconcierto le crecía y crecía debajo de esa mascara de indiferencia y agresión. Al darse cuenta que el ojiazul no hablaría, preguntó:

    -Matt ¿En qué andas metido? ¿Quiénes son esas personas?

    -No te interesa lo que yo haga- le contestó el blondo al instante, frunciendo el seño- metete en tus asuntos... y si eso era lo que querías decirme, ya te puedes ir.

    Tai se quedó viendo al rubio a los ojos sin cambiar la expresión del rostro. Por la personalidad de aquel idiota, se esperaba una respuesta de ese estilo. Aun así, no había planeado otra forma de sacarle información. Improvisaría.

    Con calma, observó a su alrededor buscando algo que pudiera usar o que le diera una idea de cómo conseguir que Matt se abriera; aun si fuese en contra de su voluntad.

    No tardó mucho en encontrar ese algo.

    -Vete ya- repitió el ojiazul.

    El castaño evitó sonreír para no alertar al rubio de lo que se le había ocurrido.

    -Está bien... está bien- dijo en un tono relajado, caminando, pero no hacía la puerta-... me iré.

    Cuando estuvo lo suficientemente cerca, sabiendo que solo tendría pocos segundos vitales, se abalanzó sobre el bajo que descansaba en un soporte en el suelo. Abrió la ventana antes de que el ojiazul pudiera reaccionar, .

    -Dime en que andas- exigió, sosteniendo el bajo desde el mástil con ambas manos por fuera de la ventana- o tu bajo caerá al vacio.

    Matt corrió hacía él, desarmándose de la desesperación.

    -¡Un paso más y lo suelto!- amenazó Tai de un grito.

    Como si lo hubiera puesto en "pausa", el blondo se detuvo, con sus ojos azules abiertos como lunas mirando el bajo.

    -Ponlo adentro- le dijo tartamudeando, con las manos extendidas hacía delante con las palmas hacía abajo, como si quisiera calmarlo.

    -Lo soltaré si no hablas ahora- contestó firmemente el oji-café.

    Se miraron a los ojos, estudiándose.

    -Te mataré si lo sueltas- dijo el rubio, sin sacar la vista de su instrumento.

    Un temblor sacudió los nervios del castaño. Esos ojos azules no mentían.

    -Puede ser, pero eso no resucitará a tu bajo- contestó el moreno.

    No sabía mucho de instrumentos musicales, pero si sabía que no estaban hechos para soportar una caída desde un 4° piso.

    Se volvieron a observar a los ojos, buscando en el otro una señal de debilidad.

    "Vamos idiota, habla" rogó Tai en su mente. No quería destruir esa cosa, pero los brazos se le acalambraban. El bajo era más pesado de lo que había creído.

    De repente, el entumecimiento por el cansancio hizo que el bajo resbalara entre sus manos varios centímetros, antes de que pudiera volver a agarrarlo firmemente, sorprendido.

    -¡No!-gritó Matt. Sus ojos y su voz emanaban terror- está bien está bien está bien- dijo de manera inentendible por la rapidez y agitando sus brazos- hablaré.

    -Empieza, vamos- contestó el oji-café, recuperándose de la sorpresa y simulando haber deslizado el bajo a propósito- ¿Las heridas con las que te
    apareces, son producto de tus robos? ¿O te lo hicieron esos tipos, los de la fábrica abandonada?

    El blondo frunció los labios, como si se reprochase el haber cedido. Una mueca de impotencia y rabia le desfiguró la cara. Como si se supiese vencido, dio un suspiró normalizando su rostro.

    -En parte por escapar apresuradamente y herirme en la huida, otras porque me atraparon robando y me dieron una paliza- el ojiazul desvió su
    mirada hacía un costado- a veces fueron los de la fábrica, por faltar el respeto o no cumplir con lo que me pidieron.

    -¿Quiénes son esos tipos, Matt? ¿Una mafia?

    -Se podría decir que sí- contestó el rubio, sin mucha energía para hablar- son criminales organizados que se manejan por toda la ciudad, sé que tienen contactos poderosos y que manejan mucho dinero.

    Matt suspiró de cansancio.

    -A veces, a los miembros de jerarquía más baja como yo, nos piden una especie de ofrenda, de tributo. Eso es lo que tú viste.

    -¿Acaso te divierte hacer eso? ¿Quieres ser parte de esos criminales?- exclamó Tai con desprecio- Ellos te usan y te maltratan ¡Estúpido! ¿Acaso no te das cuenta? Ellos no te respetan ¿Para qué quieres estar en esa mafia?

    El rubio frunció el seño.

    -Claro que no me divierte ¿Crees que soy idiota?- le contestó- no me interesa caerles bien o tener su respeto, esas basuras son solo un medio para un fin- Tai se sorprendió - de vez en cuando, ellos reclutan gente para hacer ciertos atracos grandes o cosas por el estilo, y pagan mejor de lo que imaginas. Solo lo hago por el dinero… estoy juntando dinero.

    Silencio

    -Sigue- ordenó el castaño. Eso no era suficiente- ¿Dinero para qué?

    -Para irme de aquí, de este basurero- le dijo el rubio- mi idea es irme a la capital con mi banda ni bien cumpla los 18 años, grabar profesionalmente un disco… poder ser reconocido…- Matt dio unos pasos hacia atrás, y giró sobre sí. Sonaba sereno, lo que decía salía de muy adentro-…ser alguien.

    Tai aprovechó para volver a meter al instrumento adentro de la casa y descansar los brazos entumecidos. Por si el ojiazul se opacaba y necesitaba amenazarlo de nuevo, se quedó al lado de la ventana y mantuvo el bajo cerca.

    -¿Y planeas llevar a cabo tu plan robándole a la gente, siendo cómplice de esos delincuentes?- dijo, más como un sermón que una pregunta- ¡Eres
    un ladrón!

    -Oye, yo no armé esa organización de lacras, solo aprovecho su existencia- le contestó el ojiazul, con una calma desorientadora - además, si no lo hiciera yo, otra persona lo haría en mi lugar… y seguramente gastaría el dinero ganado en comprar drogas que esos mismos imbéciles venden. Todos están podridos en esa organización.

    El rubio hizo un silencio, que Tai aprovechó para digerir la información.

    -El dinero inevitablemente circularía, así yo esté involucrado o no, así sea yo el que haga las fechorías o fuese otro- Matt fijó sus ojos en los de Tai- ¿Acaso no es mejor que rescate ese dinero y le dé un fin productivo, en vez de dejar que sea gastado en drogas u otras porquerías por algún otro imbécil?

    La forma en la que el hermano mayor de T.K le preguntaba eso, tan calmada y natural, dejó a Tai sin palabras. ¿Acaso ese estúpido intentaba convencerlo de que no estaba haciendo nada malo? ¿Intentaba racionalizar la situación y así justificar sus acciones? Observó al rubio varios segundos, mientras las palabras de este rebotaban de aquí a allá en su cabeza. Se horrorizó consigo mismo al darse cuenta que una parte de su mente le había dado la razón.

    No. No podía ser. Lo que hacía Matt estaba mal, no importara como este maquillase la realidad.

    -Pero le robas a la gente- reclamó, dispuesto a hacerle entender al blondo que viese como lo viese, estaba delinquiendo- ¿No sientes lastima por la gente a la que robas? ¿Cómo puedes estar bien contigo mismo sabiendo que esas personas perdieron sus pertenencias por tu culpa?

    -Es verdad, le robo a la gente- dijo Matt con pesadez, pero sin reflejar ni el más mínimo de atisbo de culpa. Se levantó del respaldar del sillón y caminó hacía la cocina.

    Tai se apartó de la ventana y del bajo al sentir que el rubio se había abierto y ya no era necesaria la amenaza para hacerlo hablar. Caminó por detrás del blondo y se apoyó en la pared de la cocina.

    -Pero no le robo a cualquier persona- continuó Matt, mientras ponía a calentar una jarra con leche en la hornalla- tu viste a la persona a la que le robé ¿Cierto? Viste como estaba vestido, él y esa chica de plástico, el auto en el que se subieron ¿No?

    Tai recordó esos detalles, intentando entender el punto.

    -¿Tú crees que a ese tipo de personas le duele económicamente perder un celular?-le preguntó el blondo- ¿Piensas que ellos necesitan hacer cálculos para poder llegar a fin de mes y pagar las cuentas de la luz, el gas o el agua? ¿En serio crees que esa gente se amarga ante la pérdida de algo material?

    Tai no supo que responder ante esas preguntas que no esperaba.

    -Ellos no saben de eso, van y se lo compran de nuevo, Taichi- Matt le miró a los ojos- Le robo al tipo de persona que cambia su celular cada 3 meses porque salió otro mejor en el mercado, al que cambia de auto porque se aburrió del que tiene desde hace 1 año, del que gasta más de lo que gana un maestro común en años de trabajo solo para hacerse operaciones estéticas. Le robo a gente a quienes que le roben cosas pequeñas no les afecta…

    -… la leche está por rebalsar, Matt- interrumpió el castaño.

    Matt se giró sobre la cocina, viendo la leche.

    -Sería muy diferente si le robara a gente común como tu familia o mi padre, gente que trabaja y trabaja y a pesar de haber estudiado o capacitarse, no son reconocidos o no tienen el sueldo que merecen- el blondo apagó la hornalla- gente que si quieren comprarse algo, se tiene que endeudar por un año porque el dinero no les alcanza, gente que no puede darse ningún gusto, porque eso significaría no llegar a fin de mes…

    Tai pudo sentir el creciente enojo en la voz del blondo, a la vez que las palabras salían de su boca como si dolieran.

    -… gente a quienes sus adinerados jefes tratan como se les plazca, sin ninguna consideración, pero que no pueden hacer nada más que soportarlo, porque no hay otra salida…gente que no puede disfrutar de la vida, porque el trabajo los absorbe en contra de su voluntad, y tan solo reciben lo justo y necesario para sobrevivir- Matt giró su vista hacía él- ¿Sentir lástima por las personas a las que robo? Más siento lastima por nosotros mismos.

    Tai observó como el rubio mesclaba la leche con café y se servía una taza, aun con las palabras de este recorriéndole cada rincón de la mente. Por frente de sus ojos pasó el recuerdo de su padre volviendo del trabajo bien avanzada la noche, o el de este haciendo cuentas para pagar los servicios, con cara desmoralizadora. O el recuerdo de su madre conversando con una vecina, confesando el cada vez más creciente miedo por la pérdida de puestos de trabajo.

    Aunque no se diera cuenta, algo en su interior le daba una cierta lógica a lo dicho por el rubio. Aun así, su corazón no podía aceptar ese punto de vista, por más argumentos que inventara su “cuñado”.

    -Eso es solo una excusa, y lo sabes- dijo cruzando los brazos- sabes que lo que haces está mal, pero te repites eso para hacerte sentir mejor.

    Matt solo se sentó en la mesa, mientras le daba los primeros sorbos a su tasa, mirando hacía un costado.

    -Pero… ¿Por qué tienes que irte a la capital?- preguntó el moreno, a aquello no le encontraba sentido- ¿Acaso no puedes quedarte en esta ciudad y seguir con tu banda?

    -Pff, no seas idiota- le rabió el blondo, antes de soplar su bebida para enfriarla- aquí no hay forma de poder progresar, los estudios de grabación son una basura- Matt dio otro sorbo a su tasa- en la capital uno puede hacer un disco de calidad, hay 10 veces más lugares donde las bandas nuevas pueden presentarse, uno tiene muchas más chances de ser escuchado por alguien importante del entorno de la música, todas las firmas discográficas están allí… sí, para triunfar hay que ir allí.

    Tai analizó todo en su mente. No conocía nada sobre el negocio musical, pero si sabía que entre su ciudad y la capital había un mundo de diferencias, en cualquier aspecto.

    -Y necesito hacer mucho dinero, Yagami, no solo para grabar el disco, sino para sobrevivir. Rentar un lugar donde vivir, comprar comida, viajar de aquí para allá para tocar en diferentes localidades. Necesito ahorrar mucho. Sé que no se nos dará el éxito de manera automática, así que tengo que asegurarme tener el suficiente capital para poder afrontar lo que pueda suceder.

    El moreno se quedó viendo a ese rubio, cuyo descabellado plan le había sorprendido a un nivel impensado.

    -Crees que estoy loco ¿verdad?- le preguntó el blondo, fijando sus ojos en él desde la mesa.

    Tai sonrió compasivamente, observando a Matt con una mirada que decía “¿Para qué te voy a decir que no, si sí?”

    -Me da igual- le dijo el rubio, viendo por la ventana- eres igual a todos, hablan y balbucean sobre la vida, pero cuando ven a alguien que quiere vivirla en serio, se aterrorizan y se asustan.

    -Wow, que profundo, deberías poner esa frase en una de tus canciones- dijo Tai con una media sonrisa.

    -Ya lo hice- le contestó Matt, cerrando los ojos y tomando un buen sorbo de su bebida caliente.

    -Matt, ya estoy aquí- irrumpió una voz joven desde la sala de estar, sorprendiendo al rubio y al moreno, quienes no habían escuchado el abrir y
    cerrar de la puerta- vine a buscar algo de ropa, esta noche dormiré en lo de Ta…

    El asombro no tuvo cupo en el cuerpo del menor, que casi se cae de espaldas al entrar a la cocina y ver a su hermano y su novio en la misma habitación sin intentar matarse mutuamente.

    -¿Qué pasa aquí?- preguntó con los ojos abiertos a más no poder desbordados de sorpresa.

    -Nada…- contestó Tai con una sonrisa-…quise esperarte aquí así vayamos juntos a mi casa, y me puse a conversar con tu hermano.

    Pasaron unos segundos en los que ninguno de los tres dijo nada. Al parecer, el menor necesitaba digerir aquella sorpresiva imagen.

    -¿Qué?- dijo T.K anonadado, como si la paz entre ellos dos fuese algo que su joven mente no podía ni siquiera imaginarse.

    -Sí T.K, solo estamos hablando, en serio- agregó Matt levantándose de su silla.

    -Ah…que bueno- contestó el menor intentando sonreír, la incertidumbre y la sorpresa no podían dejarlo.

    -Sí, ve a buscar tu ropa - se apresuró a decir Tai, tomando de los hombros al menor y encaminándolo hacía el pasillo- yo te espero aquí

    -Está bien- contestó T.K mansamente, y aun anestesiado caminó por el corto pasillo para ir a su cuarto.

    Ni bien se escuchó la puerta de la habitación del menor cerrarse, Tai enserió su rostro y caminó hasta Matt para estar cara a cara.

    -¿T.K lo sabe?- preguntó susurrando.

    -Por supuesto que no- le respondió Matt en el mismo volumen, frunciendo el seño- y no tiene que saberlo.

    -Es tu hermano, se preocupa por ti.

    -Sabes cómo es, de seguro me seguiría para detenerme, es muy peligroso.

    -Tiene que saberlo.

    -No, si le pasa algo serás tan responsable como yo- le amenazó el rubio, sus frentes casi se tocaban- así que no hagas ninguna idiotez.

    Sin cambiar de posición se miraron a los ojos con mutuo desprecio. Matt hizo una mueca como si ya estuviera harto de intercambiar palabras con él, dejó la tasa ya vacía en el lava trastes y salió de la cocina hacía el pasillo que llevaba a las habitaciones.

    Tai se dejó caer en la silla donde antes se había sentado Matt, y suspiró pasándose la mano por los mechones castaños. Se tomó unos segundos para intentar comprender la situación en la que se había metido, mientras se preguntaba si lo que sucedía era real o un sueño muy realista ¿Qué debía hacer? se preguntó. Tomar una decisión no era nada fácil, teniendo en cuenta el gran cariño que T.K sentía por ese idiota que tenía de hermano.

    Mientras meditaba, T.K volvió a aparecerse en la cocina, ahora con una mochila en la espalda, seguido por Matt.

    -¿Vamos?- le preguntó el menor, arqueando la comisura de los labios en una sonrisa sin mostrar los dientes.

    El ver eso despejó la mente del castaño y la puso en blanco, liberándolo de toda preocupación. Como si el solo ver esa sonrisa solucionara todos los problemas del mundo.

    La belleza de T.K merecía toda su atención. Se levantó y caminó hasta este.

    -Vamos- contestó sin poder dejar de sonreír.

    Acarició esa cabeza rubia, peinando unos cuantos cabellos que el viento había despeinado armoniosamente. Pero se contuvo de seguir: la mirada de Matt le quemaba la nuca.

    -Mejor nos vamos ahora- dijo, antes que Matt le destrozara el bajo que tanto amaba en la cabeza.



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    Hasta aquí el 11. Díganme que onda, que les pareció. Si tienen una queja o una duda, no duden (cuak) en decírmelo. Hasta el mes que viene!
  14. .
    :=deeaaah: Buenas! Como están? Yo feliz de poder traer el cap 10 de esta historia. A pesar del asedio del estudio, disfruté de escribirlo. Un día agarré la notebook y sin darme cuenta escribí como la mitad del cap, de un solo tirón. Días después, otra buena parte. Otro día, la parte final. Aunque me vea obligado a escribir cada tanto, cuando lo hago, lo hago con todas las ganas :=RINRUM: , al parecer jaja.
    En este cap nos distanciamos de la pareja (por lo menos al principio) para poder entender mejor los hechos relacionados con uno de los personajes en el futuro.
    Me pregunto que personaje les gusta más (de la pareja) :=nuse: Si Tai o T.K.
    Espero que lo disfruten, o que esté pasable siquiera je.

    *Moi Moi: Hola, gracias por comentar! Me alegro que te haya gustado :) Gracias por los buenos deseos también... pero no me trates de Ud. jajaja me hace sentir viejo :P Un saludo!!

    *shingiikari01: jaja está bueno que leas mi historia antes de dormir, espero que no sea porque te aburra y te de sueño jajaja. Gracias por tu comentario!

    *Killer_Cookie: Hola! te está gustando? Que bueno :D Yo no tengo nada en contra de las historias fantásticas o de esas que mezclan situaciones poco comunes con el romance, pero bueno... siempre me gustó, para este tipo de historias "románticas", el realismo. Igual, en los proximos caps la cosa empieza a tomar algo de "velocidad". Ya había advertido que esta historia será algo diferente a las demás que escribí. No todas las situaciones tan cotidianas y normales. Espero que caiga bien XD. Gracias por tomarte el tiempo de comentar! hasta la proxima! NO la dejaré!! odio cuando dejan historias inconclusas, así que me odiaría eternamente hacer eso. Tal vez tarde algo en actualizar, pero siempre lo haré.




    Capitulo 10: Descubrimientos

    La construcción de una estrella

    La oficina de Paul Larenz era una de las más grandes y vistosas de toda la compañía que producía ropa e insumos deportivos. Exquisitos muebles, decorados en madera caoba, primorosas estatuillas de diferentes materiales preciosos de diferentes partes del mundo y demás lujos adornaban la imponente habitación. Además tenía una secretaria propia. Sin dudas, para la mayoría que visitaba la oficina por alguna circunstancia de trabajo, lo mejor era la hipnótica vista que se disfrutaba por estar en los últimos pisos de uno de los edificios más altos de la ciudad capital, aunque Paul raramente se detenía a contemplarla.

    En realidad, él no había pedido nada de esa oficina. Todo se le había entregado por las máximas autoridades de la compañía como premio por sus impagables esfuerzos. Agradecía los reconocimientos, pero a Paul solo le importaba trabajar y hacer de su labor, que no era poco, cada vez más eficiente.

    No era un funcionario más de la compañía. Si había que armar un top 5 de las personas más importantes de la empresa, aparte del presidente, él estaría sin dudas en esa lista. Hacía y deshacía a su voluntad, se había ganado ese poder. Sus decisiones en el pasado siempre fueron correctas y dejaron en ridículo tanto a la competencia como a propios compañeros que no creyeron en él. Y las pocas veces que se equivocó, lo supo solucionar con una audacia y un tacto que hacían pensar que él había nacido para ser un empresario de renombre. Gozaba de la tranquilidad que su propia disciplina para el trabajo le suministraba.

    Pero ese día, esa tranquilidad se veía temporalmente interrumpida. Así había sido en muchas ocasiones desde que visitó accidentalmente por primera vez esa ciudad olvidada. Un hormigueo en el estomago lo visitaba frecuentemente cuando pensaba en su posible nuevo proyecto. En la posibilidades.

    Sentado en su silla de escritorio, observaba por el inmenso ventanal de su oficina en completa oscuridad. Era una de las pocas veces que Paul se dispuso a observar el paisaje urbano. Desde su privilegiada vista podía ver un importante monumento en el medio de una de las avenidas más importantes de la capital. El puerto también se lucía, adornado por imponentes rascacielos alrededor, todo bajo un purpureo atardecer otoñal.

    El franco que le había regalado su padre se paseaba sobre los nudillos de su mano derecha, con una agilidad que hacía parecer que la moneda tuviera vida propia.

    El chirrido del teléfono en su escritorio rompió la meditativa paz. No le molestó. Eso era lo que esperaba. Giró sobre el eje de la silla y presionó el botón del altavoz.´´'

    -¿Sí?

    -Señor Larenz, ya llegaron las carpetas que pidió- escuchó por el dispositivo la voz de su secretaria cincuentona. Cincuentona por solo unas cuantas semanas más.

    -Perfecto, hágame el favor de acercármelas- soltó el botón.

    Afuera de la oficina, la secretaria se levantó de su escritorio y carpetas en mano entró abriendo las pesadas puertas de madera. Le sorprendió ver la silueta del señor Larenz a contraluz del atardecer al otro lado de la extensa habitación en penumbras. En realidad, le sorprendía el solo hecho que el señor Larenz estuviera en su oficina siquiera. Aquel hombre vivía trabajando, pero no sentado cómodamente en esa habitación llena de lujos. No. Él solía ir de oficina en oficina, de sector en sector, de departamento en departamento de la compañía, aun cuando no le correspondía. Era como si necesitara hacer las labores correspondientes a su sector él mismo ¡Y manejaba varios sectores! Desde marketing a logística de ventas, financiamiento y administración de quien sabe qué cantidad de productos. Nunca en sus 50 años de vida había conocido a nadie con ese fervor por el trabajo y hacer dinero.

    Guiándose con la luz que entraba a su espalda desde la puerta abierta que se estiraba hasta el escritorio del señor Larenz, la secretaria caminó hasta él.

    -Aquí tiene- dijo depositando las carpetas en el escritorio.

    -Muchas gracias, ya puede irse a casa- le contestó el peliblanco con una sonrisa, sin dejar de hacer pasear esa extraña moneda sobre los nudillos.

    -Todavía falta 1 hora para que termine mi turno- dijo, no era la primera vez que el señor Larenz le hacía salir más temprano del trabajo. Lo había hecho infinidad de veces- ¿Desea que llame al departamento de ventas para preguntar si ya tienen el informe que Ud. pidió?

    -No gracias, lo haré yo mismo después.

    La secretaria suspiró sonriendo. Ya sabía que su jefe iba a contestar aquello; incluso hacía las llamadas que una simple secretaría tendría que hacer, por más nimia que fuese.

    -Ya sé que se lo vengo repitiendo hace 10 años- dijo ella ladeando la cabeza, sacando su lado maternal- pero tiene que depositar más tareas en sus dirigidos, incluso en mi. Ud. hace todo, señor Larenz, deje que le ayudemos.

    El hombre sonrió como hacía siempre, ya habían tenido esa charla cientos de veces.

    -Lo único que hago es recibir llamados y tomar mensajes por Ud.- agregó- si bien gano lo mismo que si hiciera mil tareas, me siento inútil.

    El peliblanco carcajeó.

    -Le agradezco su predisposición al trabajo, en serio- le dijo sin dejar de sonreír y guardando la moneda en el bolsillo de su saco- se necesitan más personas así en este país- mencionó como si fuese un afectuoso cumplido- pero sabe como soy ¿No? no debería sorprenderse después de 10 años trabajando juntos.

    La mujer sonrió condescendientemente.

    -No se quede durmiendo en la oficina, es lo único que le pido- dijo la secretaria.

    -Jeje no lo haré de nuevo, ya se lo dije muchas veces- rió el hombre- vaya con cuidado.

    La mujer saludó con una sonrisa y se dio media vuelta, de nuevo hacía la luz. Sabía que el señor Larenz era muy estricto y mandón con sus subordinados, e incluso iracundo con los que cometían algún error. Pero con ella siempre se había portado amable. Agradecía conocer el lado humano de ese hombre de pelo blanco que todos temían y admiraban al mismo tiempo.

    La secretaria abandonó la oficina cerrando la puerta tras de sí. Solo de nuevo, con la tenue luz natural que regalaba el atardecer entrando por el ventanal, Paul observó las dos carpetas. Al fin las tenía en su poder. Su posible nuevo proyecto.

    Se levantó y tomó la que más le interesaba. Se acercó al cristal para que pudiera leer mejor su contenido con la luz del día que a esa hora comenzaba a escasear. Al abrirla, se topó con una foto de archivo que evidentemente necesitaba actualizarse, pero eso no era importante.

    -Takeru Takaishi- dijo leyendo el nombre que encabezaba el archivo.

    Había obtenido esa carpeta gracias a la escuela adonde asistía el chico. Si bien al principio se negaron, diciendo que brindar información de sus alumnos a terceros no estaba permitido, el abrumador poder del dinero había logrado persuadirlos. Nada era demasiado caro para él cuando se disponía a lograr sus metas. Y esta era una importante, sino la más importante de los últimos años.

    Ojeó el resto de información que le brindaba la primera de las pocas páginas de ese expediente. Pudo leer el nombre de la madre, la tutora legal de Takeru, y su número de teléfono. Aparecía el numero del padre como otra opción de contacto, pero nada más. "Evidentemente sus padres están separados" pensó mientras seguía leyendo, ya que no había otra información del padre. Tenía su dirección. El registro de sus notas: un poco más arriba que el promedio. No era un estudiante brillante pero tampoco uno de los peores. Sus aficiones escolares. Los clubes donde había participado, que no eran muchos pero de seguro era debido a su corta edad. Un historial de los chequeos médicos realizados en la escuela a lo largo de los años: todo normal.

    Paul sonrió al tener esa información en sus manos, aunque fuese poca. Necesitaba conocer a ese chico lo mejor posible, era su obligación si deseaba llevar a cabo lo que planeaba. Nada era demasiado en esas circunstancias. Había mucho en juego.
    Desde que vio jugar al rubio por primera vez hacía dos meses, no se había perdido ni un solo juego. No importaba aplazar temporalmente sus obligaciones y tomar un vuelo todos los fines de semana desde la capital hasta aquella horrenda ciudad. Aquello era más importante que cualquier cosa.

    Preguntando en la escuela del muchacho, siempre supo donde ir para presenciar el partido si no era que jugaban en el micro estadio municipal de la ciudad. Y si necesitaba tomar un bus para viajar a otra localidad cercana porque jugaban de visitante, no había ningún problema. Lo hacía. No podía perderse el ver al ojiazul jugar. Cada partido se la pasó en la grada, solo, en silencio, observando únicamente al chico de 14 años.

    Necesitaba sacarse la duda de que si lo que había presenciado la primera vez no había sido un hecho aislado. Y para su tranquilidad, se dio cuenta que no lo había sido. Muy lejos de eso. Cada partido que presenció, Takeru brilló como en la primera vez que lo vio. El rubio, aparte de demostrar habilidades que lo distinguía del resto, mostraba esa presencia, esa impronta y ese carisma que atrapaba al publico de momento. Aquello era lo que a Paul le fascinaba, como una polilla atraída por la luz de un foco.

    Cerró la carpeta y se apoyó sobre el cristal del ventanal, viendo como las luces de un edificio cercano poco a poco iban prendiéndose, a la vez que el sol se apagaba en el horizonte. El hormigueo seguía en su estomago.

    Los recuerdos lo invadieron. Cerró los ojos y se dejó llevar por las imágenes del pasado que volvieron a su mente. Imágenes de hace 15 años.

    Recordó cuando era un don nadie, quejándose de su mala suerte apoyado sobre su destartalado auto, en la costanera de una ciudad costera lejana de la capital del país. Había viajado hasta allí en representación de la empresa para cerrar un trato con inversionistas, pero había fallado. Llorando sobre la leche derramada veía como la gente se divertía en la playa mientras caía el sol.

    "Y así es como se pierde un trabajo" pensó, mientras veía el cielo anaranjado, cuya belleza no lograba mitigar la tristeza en su interior.

    Cuando estuvo a punto de subirse al auto para volver a casa y seguramente ser despedido cuando llegara, un distante sonido llegó a sus oídos: exclamación de una multitud. Sin entender porque aquello le llamó tanto la atención, se dejó guiar por la curiosidad y se dirigió al tumulto de personas que se encontraba ladera abajo, en el límite del concreto y la playa. Abriéndose paso entre el grueso de personas, desentonando a más no poder por ser el único que usaba camisa y corbata en la playa, llegó al núcleo de la muchedumbre.

    Entonces lo vio.

    En una cancha callejera al borde la playa, un joven jugando al basquetbol humillaba a sujetos mayores a él, además de más altos. Paul se quedó shockeado. No solo por los movimientos, sino por como ese chico cautivaba a la gente que se había juntado espontáneamente a presenciar el encuentro. Se lo podía sentir. La gente no estaba allí por el partido en sí, estaba por él.

    Paul sacó su franco del bolsillo del pantalón y lo paseó entre sus nudillos, sin dejar de presenciar el encuentro.

    Aparte de la habilidad y el carisma, estaba la imagen. Aquel chico, de cuerpo torneado y pelo negro, corto y en puntas, atraía las mirada. Aun siendo un hombre casado que ya había pasado la barrera de los 30, Paul pudo reconocer que aquel era un mocoso atractivo. Los rasgos rectos y varoniles del chico, pero a la vez armoniosos y suaves, le daban una apariencia de alguien sacado de una revista de adolecentes. Reía, disfrutaba de jugar, de su juego, y así hacía disfrutar a los que lo miraban.

    Entonces, mientras observaba a ese muchacho de ojos oscuros y sonrisa resplandeciente, a Paul Larenz se le ocurrió la idea que le cambiaría la vida. A él y a ese muchacho que todavía no conocía.

    Los referentes deportivos existían desde el principio del deporte. Siempre hubo algún líder que sobresalía en los equipos de diferentes deportes: futbol, hockey, rugby, vóley. Pero con el fervor del capitalismo, aparte de demostrar su talento dentro del campo de juego, los referentes, los lideres, también adquirieron otra función producto de su fama: ser la imagen de las marcas deportivas.

    En ese momento, durante esos años, el puesto de referentes importantes estaba cubierto en los diferentes deportes. Pero en basquetbol... ¿Había alguien que se pudiese denominar una estrella? Al preguntarse eso, Paul se dio cuenta que no. No por lo menos en el ámbito nacional. El básquet había sido dejado de lado por parte de las grandes empresas y marcas del deporte. Al parecer, no veían un terreno productivo para invertir. Pero eso podía cambiar, pensó Paul. Y en ese momento, él estaba ante ese posible "cambio".

    Una vez el partido terminó, Paul se quedó parado al borde de la cancha, mientras el viento le llenaba de arena los zapatos. Sostenía su saco por sobre su hombro. En silencio, observó como el chico que había llamado su atención tomaba agua de una botella, mientras hablaba con sus compañeros de equipo improvisado. El pelinegro cruzó la mirada con él por un segundo. Paul no perdió tiempo y le llamó con su mano, mostrando una sonrisa. El muchacho al principio dudó, pero la curiosidad pudo más y este se acercó.

    -Chico, buen partido- dijo Larenz una vez el muchacho estuvo lo suficientemente cerca.

    -Gracias- le contestó el pelinegro, tomando otro trago de su botella- estuvo reñido.

    -Nada de eso, les pasaste por encima- contestó Paul, con la intención de despertar intriga en el chico. Por la mirada que este puso, supo que lo había logrado- tu eres demasiado bueno para desperdiciar tu talento aquí, mereces algo mejor.

    Ni siquiera el mismo Paul se reconocía. El fugaz pero poderoso presentimiento de estar ante una gran oportunidad le había dado una energía y una vitalidad impropios. Se olvidó por completo de la reunión fallida con los inversionistas y de sus penas.

    -¿Y tú eres algún tipo de cazatalentos o algo?- le preguntó el muchacho sin entender que significaban esas palabras.

    -Puedo ser más que eso, si me das la oportunidad- los ojos del joven mostraron todavía más curiosidad- trabajo para una empresa de ropa deportiva, seguramente la conoces- dijo entregándole una tarjeta con el logo de la marca.

    "¡Pero claro que la conozco!" Fue la expresión del chico al ver el logo en el papel. Eso era lo que Paul justamente quiso lograr, que el muchacho se
    sorprendiera. ¿Cómo era posible que alguien joven no conociera esa marca? Paul se había dado cuenta que las zapatillas del muchacho eran de esa marca, al igual que su short. Sus calzoncillos seguramente eran de la misma marca incluso.

    -Si te interesa, podría conseguirte una prueba para un equipo importante de la liga nacional ¿Te imaginas como profesional? Yo si- sonrió el peliblanco, que por aquel entonces su pelo todavía conservaba su castaño claro natural.

    El muchacho se quedó catatónico, con la tarjeta en la mano, como si todo fuese demasiado irreal para ser verdad.

    -Te dejo mi tarjeta, ahí está mi numero- agregó ante la cara de sorpresa del pelinegro- ¿Eres de jugar aquí seguido?

    -Sí, todos los viernes- le respondió el chico como si le faltara el aire.

    -Bien, si no te decides en llamarme y decirme tu decisión, vendré el próximo viernes, pero será tu última oportunidad- dijo ofreciendo estrechar la mano- me llamo Paul, tu eres...

    -Manu- le dijo el muchacho estrechándole la mano y viéndolo a los ojos- Manuel Finóbili.

    Solo cuando volvió a la capital, Paul Larenz se dio cuenta de la locura que había hecho. Había vuelto sin éxito de su junta con los inversionistas ¿Y para colmo tendría el descaro de pedirle a la junta directiva fondos para llevar a cabo su descabellado plan? ¿Con que cara lo haría? Si no lo despedían por haber fallado con los inversionistas era un milagro, pero no se acobardó. Estaba decidido a seguir su corazonada, era lo único que le quedaba para dejar de ser un don nadie.

    Nunca supo porque, si fue por su desmedido entusiasmo, por su seguridad al momento de exponer su proyecto, por su desesperación, o si los funcionarios estuvieron de buen humor ese día, pero aprobaron su idea. Paul se los agradeció como si le hubieran dado la mejor última oportunidad de la historia, sabiendo que si fallaba, él mismo debía presentar la renuncia.

    Los días pasaron y la llamada del muchacho nunca ocurrió, sin embargo no se permitió desilusionarse.

    Llegado el viernes, llenó el tanque de gasolina con su propio dinero y viajó de nuevo a la ciudad costera, sin siquiera saber si su destartalado auto soportaría el viaje. No le importó conducir 5 horas de ida para consumar su idea, sabía muy bien que debía presentarse como había prometido para hacerle entender al joven que su propuesta iba en serio.

    Al llegar a la costanera, vio otro amontonamiento de gente en la misma canchita al borde la playa. No necesitó preguntárselo, supo que allí estaría el pelinegro. Y así fue. Paul vio durante todo el partido a Manu, confirmándose a sí mismo que ese chico tenía algo que era justo lo que él necesitaba. No supo ponerle un nombre, tan solo le llamó Eso. Sí, Manu tenía Eso. No había sido una casualidad su actuación el viernes anterior.

    Cuando el partido terminó, el muchacho le buscó con la vista entre la multitud que se dispersaba. Ni bien lo vio, caminó hacía él sin titubear.

    -Hagámoslo- le dijo viéndolo a los ojos.

    Paul sonrió.

    Así comenzó su historia juntos.

    Primero, Paul se encargó de conseguirle al chico un contrato profesional. No fue difícil. Un equipo de la liga nacional de básquet tenía a la empresa de ropa como principal sponsor y proveedor de indumentaria . Solo necesitó de la ayuda de algunos contactos para "obligar" a la institución a contratar al joven de 17 años como jugador. Era eso, o el club se vería privado de una buena parte de dinero proveniente de publicidad. Con la presión de esa misma amenaza, el entrenador del equipo no tuvo otra opción de hacerlo debutar en el campeonato.

    En su primer partido, el cual jugó contados minutos, Manu no defraudó a Paul. No hizo una gran diferencia, pero había causado un efecto en la gente. La había cautivado. Eso era lo importante. Y con la ayuda de la televisión, Larenz supo que la cosa ya se había puesto en marcha.

    A su vez, Paul movió sus demás piezas. Sabía que solo con el talento no alcanzaba. Manu necesitaría una ayuda, y él y sus contactos (o mejor dicho, los contactos de la empresa) serían los encargados de brindársela.

    Muchos diarios y radios tenían a la empresa de ropa deportiva como importante sponsor y apoyo económico. Aprovechando eso, esta no se privó de influir lo más que pudo en la información que esas cadenas de noticias brindaba al público.

    "Joven promesa del básquet"

    "¿Nace una estrella?"

    "Finóbili ¿Quién es este chico?"

    Fueron algunos de los encabezados en los diarios, que poco a poco fueron incrementando sus palabras de elogio para el juvenil. Lo mismo con los relatores de los partidos. Estos entendieron rápido lo que tenían que hacer si deseaban conservar sus trabajos. Los elogios hacía el chico no se hicieron esperar. Así, bajo la meticulosa y benefactora vigía y tutela de Paul, Manuel Finóbili se fue ganando el visto bueno de la opinión popular, sin siquiera saber porque.

    Su popularidad creció y creció. La prensa influía en la gente, y la gente influía en el entrenador del equipo, obligándolo a poner a Manu cada vez más minutos. Un circulo vicioso, el circulo que la empresa quiso establecer. En tan solo 5 meses de haberse convertido en profesional, el juvenil ya era titular. Incluso los propios jugadores de su equipo y los equipos contrincantes comenzaron a pensar en Finóbili como un jugador "diferente", como una especie de flamante estrella a la cual tener respeto. Después de todo ¿Algo tenía que tener para que todo el mundo estuviera hablando de él? ¿No?

    Paul nunca se perdió ni un solo partido de su "proyecto". Estaba atento, pendiente de cualquier circunstancia que podía pasar. Se encargaba todos los días de llevarlo a las practicas, de su alimentación, de que no se enfermase, de sus chequeos médicos, incluso de que terminara el colegio. Fue su sombra, nada malo podía pasarle. Cumpliendo varios roles a la vez, siempre estuvo al lado de Manuel, cuidándolo de los peligros que la repentina fama podría traer. E incluso cuidándolo de sí mismo, de que no hiciera alguna estupidez propia de la juventud. Supo lidiar con berrinches y provocaciones de adolecente malcriado, prohibiéndole fumar o emborracharse en fiestas. Por lo menos lo más que pudo. No iba a dejar que nada, ni siquiera el propio Manu, le arruinara su plan.

    Con el tiempo, influenciado por los elogios y el calor de la gente, Manuel Finóbili fue ganando seguridad en sí mismo: comenzó a ser más audaz en la cancha; tal como lo había sido toda su vida jugando al borde de la playa con sus amigos, con la brisa proveniente del mar como compañera. Poco a poco fue creyéndose el mejor, tal como lo pintaban los diarios y el clamor popular, lo que hizo que sus habilidades mejoraran. Tal vez no era el mejor jugador de basquetbol del país, pero para todos ya lo era, con tan solo 18 años. Eso era lo que importaba.

    Así, comenzó lo que Paul Larenz había predicho aquel día que encontró a Manu en la playa. Las ventas de las camisetas de Manu Finóbili explotaron. Los locales comerciales reclamaban desesperados nuevos pedidos a la empresa, por que se acababan en cuestión de días. Igual con el modelo de tenis que usaba el muchacho. Igual las muñequeras. Todo lo que tenía el nombre de Manu Finóbili era comercializable.

    El departamento de la empresa encargado de hacer todo lo referido al basquetbol tuvo que cuadruplicar su personal para cumplir con la demanda. El dinero entraba a caudales gracias al chico, mientras Paul Larenz se llenaba de elogios y reconocimientos por parte de sus superiores.

    La empresa exploró nuevos horizontes. Mochilas, bolsos deportivos, útiles escolares, camperas, gorras; todo lo que podía tener la cara o el nombre de Manuel, servía para ser vendido, y se vendía mejor que todo. La empresa se había asegurado de conservar el derecho de imagen de su estrella, así que todo los ingresos iban a parar a la marca.

    Paul se encargaba de manejar la agenda del muchacho. Era su consejero, manager, asesor de imagen, publicista, amigo y hasta padre en algunas ocasiones. Le indicaba a que emisora de radio aceptar una entrevista, a cual no. A que programa de televisión asistir, a cual no. Sabía que su éxito personal dependía de que tan bien le fuera a Manu, y este todavía no tenía techo que detuviera su crecimiento.

    Sabiendo que Manu tenía potencial para traspasar el ámbito del deporte y llegar a otro tipo de público (y con eso a otros mercados), Paul no desaprovechó la buena apariencia del muchacho. Las revistas para adolecentes se peleaban por hacerle notas y sesiones de fotos para sus ejemplares. Toda y cada una de las ediciones que lograron hacer un nota o una sesión de fotos a Manuel fueron un éxito de ventas. Rumores de un romance con una estrella pop juvenil catapultaron al joven a estar en todos los programas de chimentos y farándula en general.

    Manu había entrado en el grueso de la cultura general. Las chicas lo amaban, los chicos querían ser como él.

    A los 19 años Manu ganó su primer título: su equipo se alzó con el campeonato nacional de Basquetbol después de muchos años de sequía. Si bien todo el equipo había logrado un buen rendimiento, los ojos del mundo deportivo se posaron sobre le juvenil. Todo había sido "gracias a él", ya sea por lo hecho adentro del campo, como por el envión anímico que significaba tener a Finóbili en el equipo. La rueda tomó aun más impulso.

    A los 20 años, Manuel Finóbili se había convertido en lo primero que aparecía en el inconsciente colectivo cuando alguien escuchaba la palabra "básquet". A su vez, el deporte en sí se benefició de aquella "fiebre" que la popularidad de Manu trajo. Creció a nivel nacional. La gente se interesaba más por esa actividad, que hace unos años solo era un deporte más a la sombra de otros deportes más populares. El ministro de deporte de la nación lo nombró "Ciudadano ilustre".

    A los 21 años de edad, llegó la primera convocatoria a la selección nacional. Si bien el entrenador creía que había otros jugadores con más habilidad o trayectoria que Finóbili para ser convocados, no pudo negar que el joven era "el jugador de la gente". Ese título tenía peso.

    A los 23 años, el rostro de Manu ya estaba por toda la ciudad capital. Las diferentes empresas se peleaban para que fuera la imagen de algún producto nuevo; desde dentífrico, pasando por ropa interior, cremas para dolores musculares, aceite de motor, hasta electrodomésticos. Si Manuel aparecía en la publicidad del producto, cualquiera que fuese, entonces era bueno. Así lo percibía la gente y se reflejaba en el mercado. La fiebre por Finóbili parecía no tener fin.

    Otro título con el club potenciaron de nuevo la imagen del jugador. Del campeón. Del mejor.

    El arte audiovisual también supo aprovechar la fuerza de la ola. Apariciones cortas en películas, series o video clips musicales hicieron de Manuel alguien aun más conocido.

    La empresa ya no solo vendía sus productos deportivos en el país, sino también en los países limítrofes. Esta se posicionó como una de las marcas más importantes del continente, mientras Paul Larenz era ascendido y recibía una nueva oficina.

    Entonces, a los 24 años de Manu, Paul logró lo más trascendental en la carrera de su jugador y en la suya. Había logrado que un equipo de la NBA quisiera fichar a Manuel Finóbili. El contrato por dos años se firmó y el pelinegro fue noticia nacional otra vez. Había entrado en la historia del deporte nacional.

    Era la primera vez en muchos años que un compatriota lograba tener el talento suficiente para jugar en la NBA. El boom de ventas de todo lo que tuviese algo que ver con Manu Finóbili no tuvo precedentes. Pocos meses luego de que Manu fuese fichado, otros jugadores más jóvenes fueron fichados también por diferentes equipos de la NBA. Pero Manu había sido el primero, él había abierto el camino. De eso nadie se olvidada.

    Durante el tiempo que el jugador formó parte del plantel en el equipo de la NBA, Paul Larenz tuvo su propio palco en cada encuentro, de vez en cuando acompañado de empresarios y representantes de todas partes del mundo. Se codeaba con los grandes. Aun así, nunca dispuso que otro hiciera su trabajo. Él mismo se encargaba de todo lo que tuviese que ver Finóbili, tal como desde el primer día. No podía relajarse, necesitaba controlar todo. Y supo que todo su esfuerzo no había sido en vano cuando logró alejar a Manuel de algunos excesos que la exuberancia de la NBA trajo.

    Los 5 años en los que Finóbili jugó en la liga de básquet más importante del mundo, pasó sin pena ni gloria. Cumplió con lo mínimo y necesario para que el equipo norteamericano no le rescindiera el contrato y se molestara a buscar otro que completara la planilla de profesionales. En ningún momento fue titular indiscutible ni muy influyente en su equipo, pero eso no importaba para Paul y la empresa. En su país de origen, la figura de Manu, el compatriota que había logrado sus sueños, se acrecentó.

    Ni siquiera cuando el equipo de la NBA no quiso renovarle más el contrato fue algo negativo para su transcendental imagen. Volvió a su país como un héroe. La fuerza de la ola todavía seguía intacta. Los titulares de los diarios en vez de decir: "Finóbili ya no tiene lo que se necesita para jugar en la NBA" o "Fin de camino", decían: "Vuelve Manu por amor a su país" o "La liga nacional se llenará de magia otra vez".

    Manuel Finóbili firmó un nuevo contrato con el club donde debutó y continuó su carrera, ya establecido como una leyenda viviente del basquetbol.

    Pero Paul Larenz sabía que todo ciclo tiene un final. Si bien Manu todavía generaba mucho dinero para la empresa por toda la indumentaria con su nombre que se vendía, la cosa parecía haberse estancado. Y era lógico, pensó Paul. Manu ya había pasado los 30. Cada vez se distanciaba más y más de la nueva juventud. Los adolecentes y jóvenes podían tenerlo de referente, de ídolo, pero ya no se identificaban con él. Además, su equipo hacía mucho tiempo que no peleaba cosas importantes en lo deportivo. Todo el peso que el apellido Finóbili poseía, era producto de lo que había sido, no por su presente. Ni que hablar de su futuro. La fiebre que despertó Manu Finóbili había tocado techo, y solo tenía una dirección de ahí en más: hacía abajo.

    Si bien Paul sabía que no podía detener el debacle natural de su estrella, no podía ver aquello con pasividad y resignación. Necesitaba focalizarse, apuntar hacia el futuro.

    Con el dinero que había ganado podía retirarse y no volver a trabajar en su vida, pero eso a Paul no le interesaba. No estaba en sus planes dejar de trabajar, era una locura. Un pecado. Su personalidad, su esencia era la de un trabajador. Tenía que lograr que la rueda siguiera girando, por lo menos por otros 15 años más. Allí es donde Takeru entraría.

    Para Larenz no era casualidad el haberse encontrado con Takeru en ese momento de su vida. Encontrarse por accidente con alguien joven, con la misma chispa (aunque el chico todavía no lo supiese) que Manu, no podía ser coincidencia. Incluso el rubio era igual o más apuesto que Manu en su juventud. Demasiada coincidencia. Demasiado potencial para ser ignorado.

    La llama de Manuel Finóbili se apagaba, pero la de Takeru Takaishi podía encenderse y continuar con aquella luz, con esa euforia popular. Takeru tomaría el lugar que Manuel dejaría vacio al momento de retirarse. Paul ya se imaginaba los titulares de los diarios, con la foto de Manuel y Takeru juntos en el último partido del pelinegro. El encabezado diría "Pupilo y maestro" o "El heredero", o "Hay talento para rato". Seguramente alguna babosada se les ocurriría a los del diario, las posibilidades eran infinitas.

    A Paul le emocionaba la idea. En caso de que el ojiazul aceptara, haría todo lo que hizo con Manu de nuevo, pero incluso mejor. Ya tenía experiencia, había aprendido del pasado. No cometería los mismos errores, aunque pocos, que hizo con Manu.

    El futuro se veía demasiado prometedor. El boom de la informática, de los dispositivos móviles, de las redes sociales, de la híper conectividad, mostraban una nueva y fascinante oportunidad de implantar al "nuevo astro del deporte" en la sociedad. Lograría que la imagen de Takeru Takaishi estuviera aun más presente en la gente de lo que estuvo Manuel Finóbili.

    Si bien el rubio aun era muy chico para hacerlo debutar en la liga y exponerlo de esa manera, Paul sabía que tenía que "atraparlo" desde ahora. Lo tendría bajo su ala, enseñándole de modo disimulado como es el mundo al cual entraría cuando estuviese listo. Haría que entrenase duro mientras dure su anonimato, para mejorar aún más sus habilidades, mejorar su físico, y de esa forma facilitar su "Boom" al momento de saltar a la fama.

    Tanto potencial.

    Un avión cruzando el ya oscuro cielo sacó a Paul Larenz de su sueño despierto. Todavía inmerso en el apetitoso futuro, dio un suspiro y dejó la carpeta de nuevo el escritorio.

    Aun apoyado en el cristal, se quedó observando la otra carpeta que le habían traído.

    Paul no podía creer su suerte. Durante varios meses se había paseado por las canteras y equipos juveniles de los principales equipos de la liga nacional de basquetbol, buscando sin éxito lo más parecido a un sucesor de Manu. Y cuando lo consiguió, no solo encontró al “indicado”, sino también a una posible segunda opción. Un plan B.

    Tomó la otra carpeta y la abrió, aprovechando la ya casi inexistente luz del sol para leer.

    -Andrew Ivanovic- susurró.

    Aquel chico pecoso, de la misma estatura y edad de Takeru, también le había llamado la atención. Aunque la primera opción era el rubio, aquel castaño también poseía “Eso”, además de también ser atractivo. Si bien Larenz al principio no creía que el destino le había mostrado dos posibles reemplazantes de Finóbili a la vez, a medida que fue pasando el tiempo y los partidos, fue aceptándolo. No estaba de más hacerle también un seguimiento al muchacho de ojos verdes. No todos los días se encontraba con alguien que reuniera los requisitos para ser parte del proyecto.

    Mientras leía los datos en el papel, Paul sintió pena por el castaño. Si no fuera por el ojiazul, de seguro él hubiese sido el elegido. Andrew hubiese sido el afortunado de recibir tan grandiosa oportunidad, tan inigualable regalo. Cambiar su ordinaria vida y obtener lo que todo el mundo quiere: fama, reconocimiento, dinero… todo. Pero eso ya estaba reservado para Takeru.

    Pero… ¿Había algo más sobre aquel joven de pelo castaño y pecas?

    El peliblanco observó la foto registro del ojiverde, que a diferencia de la de Takeru si estaba actualizada. A pesar de que una parte de su mente se obligaba a no mesclar los asuntos personales con el trabajo, a Paul se le cerró el pecho. Analizó la foto con un empeño que le dolía. No quería hurgar en los recuerdos, en su pena…pero no pudo evitarlo.

    Ese pelo marrón claro, esas pecas, esas facciones. Ya lo había notado antes, al ver a Andrew por primera vez. Si no fuera por los ojos claros, aquel muchacho era una copia exacta de… era idéntico a…

    “Alan…hijo”

    Cuando los ojos se le humedecieron demasiado y los recuerdos fueron un golpe muy duro, Paul cerró rápidamente la carpeta y la tiró junto a la otra sobre el escritorio. Peinándose con una mano, bordeó el escritorio y caminó de manera firme y apresurada hacía la puerta. Se obligó a enseriar su rostro.

    Estaba cansado, no tenía que hacerse caso. No había que mesclar lo personal con el trabajo. Nunca.

    El turista

    Tai tenía sus ojos fijos en aquel rubio, que caminaba entre la gente sin saber que era seguido. Guardaba una distancia prudente, pero se encargaba de tenerlo siempre a la vista. Sabía que esa era la oportunidad de saber el secreto de aquel idiota, no podía desaprovecharla.

    Su propia curiosidad fue ganando terreno con cada minuto que perseguía al blondo. Este se dirigía a la zona más pintoresca de la ciudad; el lugar donde vivían los políticos, los empresarios y toda la gente con suficiente dinero para poder costearse vivir en los presumidos edificios del centro.

    Cuando vio que el ojiazul se metió en una mercería, Tai esperó, disimulando ver la vidriera de un local de celulares al otro lado de la acera. Siempre pendiente. Cuando pasaron algunos minutos, dudó si acercarse al local donde había entrado Matt o seguir esperando ¿Y si lo perdía? ¿Y si Matt salía por otra salida de la mercería? No, no podía permitirlo.

    Sin embargo, cuando estuvo a punto de cruzar la calle, el rubio salió del local. El moreno giró sobre sí y se pegó desesperadamente de nuevo a la vidriera de los celulares, maldiciéndose por casi estropear todo. El susto le había hecho transpirar en frio.

    Contó unos segundos y se animó a ver sobre su hombro. El hermano de su novio seguía parado al frente de la mercería, abrochándose algo en su campera a la altura del corazón. Tai se apoyó sobre un poste de luz para poder estar más cerca y ver mejor. Cuando el rubio apartó sus manos del pecho, el oji-café pudo ver que era: una banderita, aparentemente de plástico. No supo ubicar de que país exacto era esa banderita, la geografía no era su fuerte, pero supo con seguridad que era de algunos de esos países al norte de Europa. De esos países donde la gran mayoría de la gente era rubia y de ojos claros. Tai no entendía nada.

    Matt se acomodó la banderita en su pecho y continuó su caminata. Mientras le perseguía, el moreno intentó imaginar una posible explicación para lo que Matt hacía, pero no se le ocurría nada. Solo supo con seguridad que su curiosidad crecía y crecía.

    La próxima parada del blondo fue uno de los innecesarios puestos de información turística que los funcionarios del gobierno esparcieron por la ciudad para los turistas que nunca fueron y que nunca irían. El ojiazul tomó un mapa de la ciudad del mostrador ante la mirada aburrida de una promotora, que no hizo ni el mínimo intento de hablarle, y continuó caminando. Mientras abría el mapa con una mano, se acomodó el pelo con la otra, cambiándose el peinado a uno completamente diferente al que solía usar.

    "¿Que mierda estás haciendo, Matt?" preguntó Tai en su mente, mientras seguía al rubio de cerca, esquivando a las personas.

    Llegaron a la plaza en el corazón de la zona adinerada de la ciudad, en donde Tai usó un árbol como escondite. A unos metros, algunos niños jugaban en el césped. Observaba fijamente a Matt, quien, en la acera que bordeaba la plaza, sostenía el mapa de la ciudad desplegado y lo examinaba minuciosamente. El ojiazul observó a su alrededor, tranquila y lentamente.

    "Algo busca" pensó el castaño, asomando su cabeza por un costado del árbol, siempre listo a esconderse rápidamente para cuando Matt viese hacía él.

    Matt dio una segunda pasada con su vista a su alrededor, con el rostro más serio que una estatua. La fijó en una pareja que se había detenido en la esquina de la plaza.

    Tai observó con curiosidad a esas personas que parecían haberse robado la atención de aquel idiota.

    El hombre era un sujeto mayor, con el bigote igual de blanco que su pelo. Vestía su obeso cuerpo con un traje que a simple vista parecía ser lo suficientemente caro como para ser de diseñador. A pesar de la distancia, el moreno pudo ver detalles, como el reloj dorado que adornaba la muñeca de aquel sujeto, los adornos del mismo color en su corbata y muñecas. Estaba acompañado de una mujer que parecía tener 40 años menos que él, pero que aun así, tenía más cirugías en la cara y el cuerpo que neuronas en la cabeza. A pesar de que Tai no tenía idea sobre el tema, calculó que solo los zapatos de esa mujer costaban más que todo lo que él llevaba puesto en ese momento. Ni que hablar de la chaqueta de piel que la rubia presumía.

    El ojiazul caminó hacía esa pareja.

    Tai, ante la atenta mirada de un niño que jugaba con sus muñecos en el césped, se cambió de árbol por uno peligrosamente más cercano a la escena, pero donde podría ver y oír todo.

    -Unnskyld meg…disculpe- dijo Matt con un acento muy marcado, mientras le tocaba el hombro a aquel sujeto- poder…ehh… ¿poder ayudarme?… estoy… ¿Cómo decir? estoy…- mencionó mientras chasqueaba los dedos, como si no supiera cómo seguir hablando- tilgivelse, no soy de aquí.

    -¿Estás perdido?- le preguntó el hombre del bigote con una sonrisa, a lo que el rubio contestó con un “Ja”- ¿De dónde eres?
    -De Noruega, Mr.

    “Mierda, es bueno” pensó Tai “si no lo conociera y me dijese esas palabras raras y hablase así de mal, creería que es extranjero”

    -Bebé, no visitamos Noruega cuando hicimos el tour por Europa- dijo la rubia que acompañaba al viejo en un tono infantil, haciendo un puchero y dando saltitos que hacían rebotar sus enormes senos.

    -Podemos ir cuando tú quieras, bebé- le contestó el del bigote, dándole un beso en la mejilla. Volvió su vista hacía Matt- pero primero debemos ayudar a nuestro amigo ¿Adonde quieres ir?

    -Ja…si, no sé donde está la iglesia…este mapa es… difícil- respondió Matt con “dificultad”, extendiendo el mapa.

    -Mira, es fácil, solo tienes que hacer así y así…- le dijo el hombre mientras le señalaba las calles en el mapa.

    -Deretter… ¿Tener que ir para allá?- dijo el ojiazul señalando hacía la esquina de la plaza, como para confirmar haber entendido las instrucciones.

    -Claro, tienes que ir hacía esa esquina, doblar a la derecha…- le contestó enérgicamente el bigotón mientras le señalaba y le nombraba las calles por donde tendría que caminar. El rubio se apegó a él.

    Entonces Tai observó, como si su atención se hubiera colocado automáticamente en las manos de Matt por alguna razón, algo que lo dejó tieso de la sorpresa.

    Mientras el hombre señalaba hacía la esquina y le indicaba cómo hacer para ubicarse, "el turista" deslizó suavemente una mano por dentro del costoso saco y extrajo el celular del sujeto, para luego guardárselo en el bolsillo. El mapa había ayudado a esconder sus movimientos. Lo había hecho con una discreción y una rapidez, que cuando Tai quiso volver a mirar para confirmar lo que vio, el rubio ya había acabado y fingía prestar atención a lo que el adulto le decía.

    -Muchas gracias señor, ya sé donde ir- dijo el rubio cerrando el mapa- muchas gracias, takk, tusen takk- agregó para luego alejarse hacía la dirección que el sujeto le había señalado, mientras el bigotón y la rubia de plástico le saludaban para luego subirse a un auto que parecía salido de una exageradamente lujosa exhibición.

    Tai salió de su escondite y le siguió, todavía sin poder creer como el blondo había engañado y robado a esa pareja, en menos de 3 minutos y sin despertar ni la más mínima sospecha.

    Mientras caminaba a paso ligero, Matt se desabrochó la banderita del pecho y la envolvió con el mapa. Lo arrugó sin cuidado y lo tiró en un bote de basura a la pasada. Cuando pasó por una vidriera, usó el reflejo para acomodarse el cabello sin detenerse.

    Tai pensó que el rubio caminaría hacía su casa, así que se sorprendió al ver que este giró en una esquina en la dirección opuesta.

    "¿Adónde va? ¿Acaso seguirá robando?" Se preguntó Tai, apresurándose para aprovechar la luz roja de un semáforo.

    Persiguió presuroso a Matt por 4 calles; el rubio parecía tener en claro muy bien adónde ir y no quería perder tiempo. Pero de repente, el ojiazul detuvo su ligero andar.

    Sorprendido, y temiendo que el blondo se hubiera dado cuenta de su presencia, Tai se escondió de un salto detrás de una vieja camioneta estacionada. Lo que notó al ver por un costado se le hizo muy extraño.

    El blondo parecía muy nervioso de repente, con movimientos que rozaban la desesperación. Parecía haber visto al mismo demonio a la distancia entre la gente que caminaba en aquella acera. Trastabillando, volvió sobre sus pasos y se paró al frente de un puesto callejero de diarios y revistas, el cual ignoró por completo cuando pasó pero que ahora parecía ser lo más interesante del mundo. Tomó una revista sin siquiera fijarse de que se trataba y la abrió al frente de su rostro, para después casi hundir la cara en el papel, dándole la espalda al grueso de la gente que caminaba por la acera.

    A Tai le tomó algunos segundos descifrar que veían sus ojos, y lo que dedujo le hizo poner nervioso.

    "¿De quién te ocultas, idiota?"

    Permitiéndose estar más expuesto, se separó de la camioneta y trató de adivinar quién era la persona de quien el rubio se escondía. No vio a nadie en particular entre la muchedumbre, nadie que le diera una pista. ¿Un policía? No, no había ningún policía cerca, por lo menos no de uniforme. ¿Alguna clase de enemigo?

    Por la forma en cómo Matt se tapaba la cara, fuese quien fuese el que rondaba cerca entre la gente que iba y venía, no debía ser alguien muy ameno para el ojiazul. Incluso la forma en cómo fruncía los hombros daba la impresión que el blondo quería desaparecer dentro de la revista.

    Pasado unos segundos, Matt separó sus ojos del papel y miró tímidamente hacía su alrededor mientras Tai se escondía de nuevo tras la camioneta. El rubio dejó la revista de nuevo en el puesto y continuó.

    Frustrado por no saber de quién se ocultó su "cuñado", Tai lo siguió. Tenía el presentimiento que tarde o temprano lo descubriría...

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    Bueno hasta aquí nomas. Gracias por leerme, espero que haya estado pasable. Una ayudita por si se perdieron: recuerden que el diminutivo del nombre Andrew es Andy.
    En el proximo cap ya volvemos de lleno a los personajes principales. Hasta la proxima!

    Edited by exerodri - 23/7/2017, 12:31
  15. .
    *Killer_Cookie: jajaja Hola!, muchas gracias por tus palabras! me da gracia que hayas descubierto el fic por accidente. Sé lo que es encontrar un fic que te guste por accidente, así que me alegro por vos!.
    No lo dejaré, muchas gracias por comentar. Espero que te guste la continuación, hazme saber que opinas. Hasta la luego!
122 replies since 6/6/2014
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