Entro a mi casa, agarro una botella de agua del refrigerador y luego subo las escaleras directo a mi habitación. No tengo necesidad de ir a otra parte ya que sé que Aki sigue en el trabajo. Aki siempre está en el trabajo, lo que significa que tengo esta enorme casa para mí solo prácticamente todo el tiempo, aunque usualmente me la paso en mi habitación. Me siento mal por Aki. Me apena que la vida por la cual trabajó tanto cambiara para siempre desde el día que se vio obligada a hacerse cargo de mí. Pero como mi mamá era hija única y todos mis abuelos ya estaban muertos cuando tenía dos años, no tenía muchas opciones. Es decir, era o vivir con ella (la única hermana de mi papá y era su gemela) o vivir en un hogar adoptivo hasta que cumpliera dieciocho años y aún cuando ella no sabe mucho sobre criar niños, ni siquiera había salido del hospital y ya había vendido su mini-departamento, comprado esta enorme casa y contratado uno de los decoradores de interiores más destacado en el Condado de Orange para que decorara mi habitación. Es decir, tengo todas las cosas ordinarias como la cama, un gavetero y un escritorio. Pero también tengo un televisor de pantalla plana, un closet enorme, un baño con ducha y jacuzzi, un balcón con vista al océano y mi propio cuarto de juegos privado con otro televisor de pantalla plana, una barra, un micro- ondas, un mini-refrigerador, un lavaplatos, estéreo, cojines, mesas, sillas, etc. Es curioso como antes hubiera dado lo que sea por tener una habitación así. Pero ahora daría lo que sea por volver a estar como antes.
Supongo que como Aki pasa la mayor parte de su tiempo rodeada de otros abogados y de todas esas personas importantes que su firma representa, ella en realidad pensó que todas estas cosas eran necesarias o algo así. Nunca he estado segura si el no haber tenido hijos propios se debe a que siempre está ocupada con su trabajo, o es que simplemente aún no ha conocido al chico indicado, o si alguna vez ha querido estar con alguien, o si es una combinación de las tres. Probablemente yo debería saber todo eso, puesto que soy psíquico, pero yo no puedo ver las motivaciones de una persona, lo que mayormente veo son eventos. Como una cadena de imágenes reflejando la vida de alguien, como barajas, solo que al estilo de trailer de película. Pero hay veces que solo veo símbolos que debo descifrar para poder entender, como en las cartas de tarot, o como cuando tuvimos que leer La Granja de los Animales en la clase de inglés del año pasado. Además está muy lejos de ser a prueba de tontos y a veces lo entiendo todo mal, pero siempre que eso pasa puedo volver a recordarlo todo. Además está el hecho de que hay imágenes que tienen más de un significado, como la vez que confundí un corazón enorme con la grieta de un corazón roto… hasta que la mujer cayó al suelo, víctima de un ataque cardiaco. A veces se puede poner un poco confuso el tratar de entenderlo todo. Pero las imágenes nunca mienten. De todas maneras, no creo que tengas que ser clarividente para saber que cuando las personas sueñan con tener hijos, usualmente piensan en una cosita llena de alegría envuelta en sábanas de colores pasteles y no en un adolescente de cinco pies-cinco pulgadas de estatura, ojos azules, pelo castaño y una tonelada de problemas emocionales. Así que por eso trato de mantenerme callado y respetuoso para no estorbar a Aki.
Pero sobre todo, jamás le dejaría saber que hablo casi todos los días con mi hermanita muerta.
La primera vez que Sora apareció, estaba parada al pie de mi cama en el hospital, en medio de la noche, sosteniendo una flor con una mano y saludando con la otra. Aún no estoy seguro de qué fue lo que me despertó ya que ella no habló ni hizo ninguna clase de ruido. Supongo que simplemente sentí su presencia o algo, como un cambio en la habitación o en el aire. Al principio pensé que estaba alucinando, que era solo un efecto secundario de las medicinas que estaba tomando para el dolor. Pero ella seguía allí luego de haber pestañeado muchas veces y estrujado mis ojos, y supongo que nunca se me ocurrió gritar o pedir ayuda. Observé como ella se acercaba al lado de mi cama, señalaba los yesos que cubrían mis brazos y piernas y rió. O sea, fue una risa silenciosa, pero aun así no pensé que fuera gracioso. Pero tan pronto notó que yo estaba molesta, dejó de reír y me preguntó si me dolía. Me encogí de hombros, aún molesto por haberse burlado y un poco asustado por su presencia, y aún cuando seguía sin estar seguro de que era en realidad ella, eso no impidió que le preguntara, — ¿Dónde están mamá, papá y sasuke?— Ella señalo hacia el lado con su cabeza, como si ellos estuvieran parados justo al lado de ella, pero yo solo veía un espacio vacío. —No entiendo. — Pero ella solo sonrió, juntando las palmas de sus manos y poniéndolas al lado de su cabeza, indicándome que debía volver a dormir. Así que cerré mis ojos, aún cuando nunca antes había seguido órdenes de ella, y luego volví a abrirlos para decirle, — ¿Oye, quién te dijo que podías usar mi suéter? —, pero ya se había ido. Admito que pasé el resto de esa noche enojado conmigo misma por haber hecho una pregunta tan estúpida y egoísta. Allí pude haber tenido la oportunidad de haber obtenido las respuestas a uno de los grandes misterios de la vida, posiblemente haber obtenido la sabiduría que las personas han estado buscando por siglos. Pero en cambio, malgasté el momento regañando a mi hermanita muerta por haber rebuscado en mi closet. Supongo que los malos hábitos son difíciles de dejar. La segunda vez que se apareció estaba tan agradecida de verla que ni siquiera mencioné el hecho de que llevaba puesto no solo mi suéter favorito, también mis mejor gorro (que le quedaba largo que tuvo que doblarlo un poco más arriba) y el collar que me regalaron cuando cumplí trece años y que siempre supe que ella quería. En cambio simplemente sonreí y actué como si no lo hubiera notado mientras me inclinaba hacia ella y le preguntaba, — ¿y dónde están mamá y papá? —, pensando que si me concentraba y miraba bien, quizá podría verlos. Pero Riley solo sonrió y movió las manos a ambos lados. — ¿Quieres decir que son ángeles?— mis ojos se abrieron. Ella entornó los ojos y sacudió negativamente la cabeza, poniendo sus manos en la cintura mientras estallaba en risas.
—Está bien, como sea —. Dejé caer mi cuerpo sobre las almohadas, pensando que ella era en realidad molesta incluso estando muerta. —Y dime ¿cómo es allá?— le pregunté, determinado a no discutir. —Estás bien, ¿te gusta vivir en el cielo?— Ella cerró sus ojos y alzó las manos como si estuviera sosteniendo algo y luego, de la nada, apareció una pintura. Me acerqué observando la imagen de lo que seguramente era el paraíso, pintado de blanco opaco y enmarcado en un elaborado marco dorado. El océano era azul, con un acantilado escabroso, la arena dorada, los árboles estaban floreciendo y se podía ver a la distancia la silueta de una pequeña isla. — ¿Y por qué no estás allí ahora?— le pregunté. Y cuando se encogió de hombros, la pintura desapareció y también ella.
Estuve en el hospital por más de un mes, sufriendo por huesos rotos, concusiones, hemorragias internas, cortaduras y moretones, y una cortada bastante profunda en mi frente. Así que mientras estuve toda cubierta de vendajes y llena de medicamentos, Aki estuvo obligada a la tarea de limpiar y vaciar la casa, hacer los arreglos funerales y empacar mis cosas para mi traslado al sur. Ella me pidió que hiciera una lista de todas las cosas que me quería llevar. Todas las cosas de mi antigua y perfecta vida en Eugene, Oregon, que quisiera traer conmigo a la nueva y tenebrosa Laguna Beach, California. Pero aparte de mi ropa, no quise traer nada. Simplemente no podía lidiar con algo que me recordara todo lo que había perdido, además una estúpida caja llena de porquerías no me devolvería a mi familia. Durante todo el tiempo que estuve enclaustrado en ese cuarto blanco esterilizado, estuve recibiendo regularmente visitas de un psiquiatra. Un interno impaciente que siempre llevaba una carpeta en la mano y vestía un cardigán perlado y siempre comenzaba nuestras sesiones con la misma pregunta tonta sobre cómo estaba lidiando con mi —profunda perdida— (esas fueron sus palabras, no las mías) y luego intentaba convencerme de ir al cuarto 618, en donde se llevaba a cabo las reuniones de pacientes con problemas de ansiedad. Pero de ninguna manera iba a formar parte de eso. De ninguna manera me iba a sentar en un círculo lleno de gente angustiada, esperando que llegara mi turno para compartir la historia del peor día de mi vida. Es decir, ¿cómo se supone que eso me iba a ayudar? ¿Cómo es posible que me ayude el confirmar lo que ya sé: que no solamente era responsable por lo que le pasó a mi familia, pero también que era lo suficientemente estúpido, lo suficientemente egoísta y perezoso para holgazanear y perder el tiempo dándole vueltas al asunto y repitiéndolo en mi mente una y otra vez por toda la eternidad?
Aki y yo no hablamos mucho en el vuelo desde Eugene al Aeropuerto John Wayne y yo fingí que era debido al dolor y a mis heridas, pero la realidad era que necesitaba un poco de distanciamiento. Sabía todo sobre sus emociones conflictivas; como por un lado quería desesperadamente hacer lo correcto, mientras que por otro lado no podía dejar de pensar: ¿Por qué a mí?
Supongo que nunca me pregunté: ¿Por qué a mí? Mayormente pienso: ¿Por qué a ellos y no a mí? Pero tampoco quería arriesgarme a herirla. Después de todos los problemas que ha tenido que pasar trayéndome con ella y tratando de darme una casa bonita, no podía arriesgar a dejarle saber que estaba malgastando conmigo todo su esfuerzo y buenas intenciones. Como el que ella me hubiera dejado en la calle no habría hecho ninguna diferencia en mí. El camino a la nueva casa fue un revoltijo de sol, mar y arena y cuando Aki abrió la puerta y me guió escaleras arriba rumbo a mi habitación, yo solo di una mirada rápida a mí alrededor y murmuré algo que sonó vagamente como unas gracias. —Lo siento, debo dejarte solo,— dijo, obviamente ansiosa por regresar a su oficina donde todo era organizado, consistente y no guardaba ninguna remembranza con el mundo fragmentado y traumatizado de un adolescente; y justo en el momento que la puerta se cerró tras ella, me dejé caer en la cama, escondí mi cara entre mis manos y comencé a llorar. Hasta que alguien dijo —Ay por favor ¿Podrías mirarte? ¿Viste este lugar? ¿La pantalla plana, la chimenea, la bañera que sopla burbujas? O sea ¿Ho-la?
—Pensé que no podías hablar— Me di la vuelta y observé a mi hermana que, dicho sea de paso, llevaba puesto un conjunto rosado para trotar marca Juicy, unas tenis Nikes doradas y una peluca china color fucsia. —Claro que puedo hablar, no seas ridícula— dijo y entornó los ojos.
—Pero las últimas veces…— Comencé.
—Solo me estaba divirtiendo un poco. Así que venga, dispara. — Ella comenzó a rebuscar por toda mi habitación, pasando sus manos por mi escritorio, tocando la nueva laptop y el iPod que Aki debió haber puesto allí. —No puedo creer que tengas todo esto. ¡Es tan injusto!— Puso sus manos en sus caderas y adoptó un gesto enojado. — ¡Y ni siquiera lo estas valorando! Es decir, ¿todavía no has visto el balcón? ¿Ni siquiera te has molestado en observar la vista que tiene?—
—No me interesa la vista. — dije cruzando las manos sobre mi pecho y mirando. —y no puedo creer que me engañaras de esa manera, fingiendo que no podías hablar. — Pero ella simplemente rió.
—Vas a recuperarte —. Observé como ella cruzaba mi habitación, echo las cortinas a un lado y abrió las puertas francesas. — ¿Y de dónde estás sacando toda esa ropa?— pregunté mirándola de pies a cabeza, regresando a nuestra rutina habitual de represalias. —Porque la primera vez te apareciste con mi ropa puesta y ahora llevas puesto un conjunto Juicy y yo sé que mamá nunca te compró esas sudaderas. — Ella rió.
—Por favor, como si todavía necesitara permiso de mamá cuando puedo ir al gran closet celestial y tomar lo que quiera de gratis — ella dijo sonriendo.
— ¿En serio?— pregunté, mis ojos poniéndose enormes, pensando que eso sonaba muy bien. Pero ella solo movió la cabeza y me hizo señas para que me le acercara.
—ven aquí, ven y mira tú nueva y genial vista. —Así que lo hice. Me salí de la cama, sequé mis ojos con las mangas y me dirigí a mi balcón. Rozando a mi hermanita mientras me paraba en el piso de suelas de piedras, mis ojos asombrados mientras veía todo el escenario ante mí. — ¿Se supone que esto sea gracioso?— pregunté, mirando la vista que era una réplica exacta de la pintura enmarcada que ella me había mostrado en el hospital. Pero cuando me di la vuelta para mirarla, ya se había ido.