Arquitectos de la Memoria [HarryxDraco/NC-17] Capítulo 18: Memento vivere

Autora: Lilith/Traductor: Haroldo Alfaro

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  1. Kari Tatsumi
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    Hola con todos ^^

    Les traigo otro fic traducido por Haroldo Alfaro, la autora original es Lilith. La trama es interesante y sinceramente no tiene pierde asi que espero que todos uds. les guste este fic y lo disfruten tanto como yo lo hice ^^

    No les molesto mas y les dejo el primer capitulo ^^


    QUOTE
    Descargo de responsabilidad: Harry Potter y casi todos los personajes son propiedad intelectual de J.K. Rowling.

    Traducción al castellano, autorizada por la autora, del original en inglés Architects of Memory

    Autora: Lilith
    Nota de la autora: Éste es un universo paralelo que comienza hacia el final del libro 7. Todos lo que murieron en el canon bien muertos están aquí también (Q.E.P.D.) y las Reliquias propiamente dichas son desconocidas como tales en este mundo.

    Nota del traductor: También en esta novela, los títulos de los capítulos están en latín. Irán acompañados de una breve traducción al final.

    Arquitectos de la memoria

    Præfatio



    El Blood Sport, en Diagon Alley era el bar de moda de los aficionados en los días de partido, pero ese miércoles a las dos y media de la tarde sólo había dos clientes entre las fotografías de imágenes vertiginosas y las bufandas de quidditch que adornaban las paredes. Uno era un habitué, Daffid Llewellyn-Jones, el guardaaros del Caerphilly Catapults, que habría estado acosado por fans si hubiera habido alguno a esa hora, en cuanto a la otra…

    –Eso es absolutamente impresionante. –dijo Rita Skeeter deslizando una uña escarlata por el borde de su copa de jerez– ¡Cuán fascinante es la estrategia del quidditch! ¿no? –y antes de que su acompañante pudiera contestar agregó: –Y no dudo que la gran campaña que está haciendo el Catapults este año tiene mucho que ver con su labor.

    El apuesto guardaaros se sonroja cuando le pregunto sobre su gran papel en la campaña del Catapults, una de las mejores de los últimos cincuenta años. –garrapateó la taquipluma a su lado– Sus ojos verde mar se tornan distantes como si se retrotrajeran a los gloriosos días de 1956 cuando el Catapults venciera al Karasjok Kites en un vibrante encuentro…

    –¿Rita Skeeter?

    La taquipluma se detuvo con un ruido seco, Rita se volvió para ver quién era que interrumpía sus pensamientos. –¿Sí?

    –Rita Skeeter, ¿no me reconoce?

    Con una larga uña primorosamente esculpida se bajó un poco los anteojos de marco recamado con pedrería para observar atentamente al joven recién llegado de arriba abajo. O de abajo arriba, más exactamente, ya que fueron los mocasines muy gastados lo primero que captó su mirada. Por encima llevaba unos pantalones, estilo muggle, de corderoy, muy arrugados y más arriba un pulóver de factura casera, algo raído, con una H en la pechera. La cara, como el resto del cuerpo, era muy delgada aunque tenía hombros anchos. Calculó que tendría unos dieciocho años, si bien los lentes de marco redondo lo hacían parecer más chico. Cabellos negros desordenados, como si se hubiera levantado en medio de un huracán, completaban el look. No era del tipo que la mayoría de la gente se detendría a mirar una segunda vez, pero Rita –que nunca olvidaba una cara– lo estudió con atención.

    –Lo siento… no. ¿Debería?

    –¡Soy Harry Potter! –hablaba con un tono muy agitado y abría y cerraba los puños– ¿No me conoce! ¡Yo vencí a Voldemort!

    –¿A quién? –preguntó desconcertada ante el extraño nombre, luego entrecerró los ojos y sacudió la rizada cabeza. –Lo lamento señor… ¿Potter había dicho?, estoy en medio de una entrevista así que si me hace el favor… –no terminó la frase pero hizo un gesto con la mano invitándolo a retirarse. Sabía que el chico no se había movido de su lugar luego de que hubo vuelto el rostro hacia su acompañante pidiéndole disculpas con una sonrisa. –Perdón, Daffid, ¿me decías entonces…?

    Un rugido vibrante fue creciendo de a poco, como el del subte cuando entra en una estación, varias botellas explotaron en los estantes, Rita lanzó un chillido cuando el espejo de la pared se hizo añicos, se acurrucó contra Daffid que inmediatamente la cubrió con su toga. En cualquier otra oportunidad se hubiera regocijado por el contacto con los bien tonificados músculos del cuerpo del deportista, pero en ese momento en lo único que podía pensar era en las esquirlas de cristal que llovían en todo el local. El empleado de la barra vino corriendo, varita en alto, y forzó al adolescente a abandonar el establecimiento, sus protestas resonaron durante toda la marcha obligada hacia la puerta:

    –¡Pero yo soy Harry Potter!

    oOo

    Capítulo 1 – Memento mori



    –Harry Potter… El Niño Que Sobrevivió. –las palabras de Voldemort sonaron dulces como un susurro, tenues como un hálito. Con el tono de un amante al reconocerse amado, maravillado de que algo tan especial pueda ofrecérsele tan generosamente sin pedir nada a cambio. Atraían a Harry con la suavidad de una caricia, que no se condecía en absoluto con el fragor de la batalla que arreciaba en el castillo, ni con los mortífagos que lo iban cercando como lobos a una presa herida. Parecía como si no existiera otra cosa sino esos ojos rojos que no pestañaban y esas palabras que Harry había oído durante tantos años. Reconocía los sonidos pero no parecían tener sentido. ¿Cómo podía conciliarlas con las palabras que habían pronunciado cuando aún vivía, los labios de un hombre que ya había muerto?

    –Entonces el chico… el chico debe morir…

    La verdad sea dicha, la sorpresa de Snape había sido mucho mayor que la suya. Harry siempre había sabido que llegaría esa instancia final en la que enfrentaría a Voldemort cara a cara. Durante años había tratado de negarlo, durante años se había afanado para sobrevivir. Pero así tenía mucho más sentido. Su destino estaba indisolublemente ligado a esa criatura, había sido así desde que era un bebé. Y durante todos esos años, sin saberlo, había llevado dentro de sí un fragmento del alma de ese demonio.

    En esos que serían sus últimos momentos sobre la Tierra, no pudo sino preguntarse si los demás lo habrían notado. ¿Habría sido por eso que lo consideraban “un mago poderoso”? ¿Porque se daban cuenta de su inclinación a los Poderes Oscuros? ¿Había sido por eso que Sirius había muerto, porque en esa inclusión parasítica, Voldemort podía plantar cualquier cosa que quisiera que Harry viera o creyera? ¿Había sido por eso que Malfoy lo había mirado en el espejo del baño con ojos atormentados y cautivados, porque se sentía atraído por lo que Harry ocultaba dentro de sí?

    Los ojos rojos reemplazaron a los grises de su memoria y arrancaron a Harry de sus cavilaciones. No iba a desperdiciar esos últimos momentos pensando en Malfoy… en Malfoy justamente. Volvió los pensamientos a sus amigos, los que aún peleaban por su vida en el castillo y los que ya la habían entregado esa noche. Y a todos los que la habían entregado a lo largo de los años, obteniéndole de esa forma el tiempo que necesitaba para llegar a esa instancia. Para ese momento había sido todo.

    –Acercate Harry. –salmodió Voldemort con voz seductora– Acercate para que pueda contemplar a El Niño Que Sobrevivió por última vez.

    Como hipnotizado, Harry se aproximó a su enemigo. El cerco de mortífagos se alzaba como una barrera negra a su alrededor, pero él casi que no lo notaba. Por primera vez no estaba considerando sus posibilidades de escapar. Estaba ahí con un propósito. El chico debe morir. Pero al dar el siguiente paso su pie se deslizó y cayó al suelo. Se le ocurrió que podría haber sido un hechizo de piernas flojas, pero ningún conjuro había sido pronunciado y además ése no era el estilo de Voldemort. Levantó una mano que chorreaba sangre y otras sustancias pegajosas. Se había resbalado al pisar las entrañas de Nagini desparramadas en el suelo del bosque.

    Le atacaron arcadas, seguían manando fluidos repugnantes de la herida abierta. El cuerpo de la serpiente se prolongaba y se perdía de vista por detrás de la hilera de mortífagos. Y aunque no podía verlo, Harry sabía que en algún lugar allí atrás yacía, aplastado por la serpiente, el cuerpo muerto de Fred Weasley. La espectacular ofensiva de los mellizos había tomado a Voldemort por sorpresa, la serpiente había quedado vulnerable ante el ataque aéreo. Fred voló en picada y le clavó la espada de Gryffindor entre los ojos, fue lo último que hizo, un segundo después cayó víctima de la Maldición Mortal que le lanzó uno de los mortífagos. Al desplomarse ya sin vida, el peso del cuerpo de Fred había clavado aun más honda la espada en el de la serpiente; así lo había relatado su hermano George con voz ahogada por los sollozos; George había logrado escapar; el último de los horcruxes había sido destruido.

    El último, excepto uno.

    No intentó ponerse de pie ni levantó la varita. Hubiera podido pronunciar la Maldición Mortal y matar a Voldemort, si bien Harry Potter podía tener reparos en usar una Imperdonable, eso no era ningún problema para la parte de Tom Riddle anidada en él.

    Pero no levantó la varita, el chico debe morir, y así sería. Dejaría que algún otro se ocupara de completar la tarea, Ron o Hermione quizá, o Neville que con tanta valentía había organizado la resistencia y liderado el Ejército de Dumbledore durante todo ese año. O algún otro miembro de la diezmada Orden. Volvió a decirse en su mente que su sacrificio valía la pena. Trató de no acordarse de que sólo era un chico de diecisiete años que no alcanzaría a ver el final de la guerra.

    El claro había quedado en completo silencio. Los que iban a ser testigos de su asesinato esperaban ansiosos, no le quitaban los ojos de encima al inhumano rostro su Señor. Finalmente la boca sin labios se abrió satisfecha y pronunció la maldición.

    –¡Avada Kedavra!

    Y cuando la llama verde lo alcanzaba certera, Harry cerró los ojos y murió.

    oOo



    Le llegaban sonidos como el de un atronar lejano. Fue aguzando los oídos. Se dio cuenta de que eran voces y de que se iban haciendo más claras. Empezó a identificar palabras, pero no sabía quién las pronunciaba. Con gran esfuerzo logró abrir un ojo. El movimiento le resultó muy doloroso, parecía como si los párpados se hubieran pegado cuando…

    Cuando morí. –recordó.

    Abrió también el otro ojo, pudo distinguir a la luz tenue, dos figuras sentadas junto la cama. Las siluetas eran borrosas, los colores difuminados como en un cuadro de Monet. Pero una de ellas remataba en rojo zanahoria y la otra en castaño. –¿Ron? ¿Hermione? –logró articular.

    –¡Harry! –chilló Hermione con alegría y los dos se acercaron inmediatamente a él.

    Ron le apretó un hombro. –¿Cómo te sentís, cumpa?

    Harry sonrió para sus adentros, estaba de nuevo con sus amigos. –Estoy vivo. –reflexionó tratando de sentarse– Creí que definitivamente estaba muerto.

    –¡Oh Harry! –dijo Hermione ahogando un sollozo, Harry necesitaba ver a sus amigos con más claridad.

    –Los anteojos…

    Ron se los pasó junto con la varita. –No que la vayas a usar ya mismo, pero por si llegaras a necesitarla…

    Harry se calzó los lentes y los observó con atención, se los veía muy cansados con ojeras, seguramente por las largas horas de vigilia junto a la cama. Y estaban muy flacos, lo cual no era de extrañar después de tantos meses de vivir de un lado a otro en carpa. Pero estaban allí y estaban vivos. Se acordó de otros que ya no estaban. –¿Quién…? –empezó a decir, pero se detuvo, no estaba todavía preparado para los nombres– ¿Cúantos… perdimos? –preguntó en cambio.

    Hermione pareció turbarse mucho con la pregunta, contestó Ron después de unos segundos. –Cincuenta y cuatro… –la voz pareció estrangulársele, Harry recordó que Fred estaba entre esos.

    –Fue un héroe, Ron. Sin él no lo podría haber hecho. –Harry estiró la mano y lo tomó de la muñeca, pero Ron sólo le devolvió una mirada confundida.

    –¿No podrías haber hecho qué?

    En ese momento se descorrieron las cortinas y madame Pomfrey se acercó afanosa –Me parecía que escuchaba voces, –dijo con una amable sonrisa– ¿Y cómo está nuestro paciente esta mañana? Finalmente despierto según veo.

    Pero en la mente de Harry habían quedado rondando las palabras de Ron. Quizá no había tenido éxito después de todo. Quizá Voldemort siguiera vivo… pero no se suponía que siguiera vivo. –¿Querés decir que nosotros no lo…?

    Pero madame Pomfrey eligió ese instante para agarrarle la barbilla y hacerle girar la cara. Se la miró estudiándola, haciéndola hacia un lado y el otro– Sí, parece que ya ha curado bien. –dijo satisfecha dándole una palmadita en el hombro– Es Ud. un chico con mucha suerte, señor Potter, el terremoto destruyó la mitad del bosque. Es un milagro que lo hayamos podido rescatar.

    Parecía encantada enfatizando las dificultades del rescate, pero no era eso lo que a Harry lo había hecho estremecer. –¿Terremoto? ¿Qué terremoto? –se volvió hacia sus amigos alarmado– Está muerto, ¿no? Por favor, díganme que está muerto… díganme que alguien lo mató…

    –¿Matar a quién, Harry?

    –¡A Voldemort! – Harry había prácticamente embestido como para salir de la cama. No era ése momento para bromas, él había sacrificado su vida… o casi. –¡Yo era el último horcrux! Debería haber muerto… pero estoy acá. ¡Por favor, díganme que está muerto, asegúrenmelo!

    Hermione parecía estar a punto de llorar, a Ron se lo veía muy incómodo. Pero Madame Pomfrey dijo con tono tranquilizador: –Confusión… amnesia temporal quizá, es algo muy común en estos casos. Pero para el fin de semana se va a poner bien. –acompañó las palabras con una sonrisa que tenía la intención de restarle importancia al asunto, pero a Harry no le sirvió de consuelo alguno.

    –¡No tengo amnesia! –insistió Harry– ¡Me acuerdo de todo! Voldemort… la batalla… se suponía que él iba a matarme…

    –¿Valdemar quién? –preguntó Ron.

    –¡Voldemort! –Harry estaba prácticamente gritando– ¡El Que No Debe Nombrarse! ¡El Señor Oscuro! Que con su alma me estuvo atormentando todos estos años…

    Ahora Ron estaba completamente desconcertado y a Hermione ya se le escapaban algunas lágrimas. Madame Pomfrey frunció los labios y sacudió la cabeza. –Creo que mejor le traigo una poción para que pueda dormir.

    –¡No quiero dormir! –protestó Harry– ¡Quiero ver al director! –recordó entonces que Snape estaba muerto, pero antes de morir le había revelado sus secretos y lo había enviado a la muerte. Pero Harry seguía vivo, sus amigos no reconocían el nombre de Voldemort y cincuenta y cuatro personas habían muerto en lo que todos creían había sido un terremoto. Empezó a pensar que en realidad no estaba despierto. Sólo podía tratarse de una pesadilla. Seguramente todavía no se había despertado.

    Pero si no estaba despierto, ¿cómo era que podía percibir el olor almizclado de la poción que madame Pomfrey agitaba haciendo girar una cucharita. ¿cómo podía sentir el pulgar de Hermione frotándole el dorso de la mano con fuerza tal como para provocarle una abrasión? ¿cómo era que el pelo de Ron podía verse tan brillante como el fuego demoníaco de Crabbe?

    Harry no podía hallar respuesta para esas preguntas. Necesitaba ayuda. –¿Dónde está McGonagall? –demandó– Necesito hablar con la profesora McGonagall.

    –Verá, señor Potter, la directora está muy ocupada, no puede dejar todo lo que tiene que hacer para venir a hablar con un alumno. A veces suele darse una vuelta a la hora de la cena, quizá la pueda ver entonces. Ahora, por favor, compórtese bien y bébase la poción.

    Y Harry tuvo entonces la certeza de que algo estaba terriblemente mal. Porque durante todos sus años en Hogwarts, el director nunca había estado demasiado ocupado como para no poder hacerle una visita a un alumno enfermo. Al menos no cuando ese alumno era él. Pero la poción púrpura que olía a grosellas y acebo lo empujó de nuevo al olvido. Lo último que recordaba era que alguien le había sacado los anteojos y que Hermione le aferraba fuertemente la mano.

    oOo



    No se despertó para la hora de la cena. Si la directora había pasado por la enfermería lo había encontrado durmiendo. Durmió hasta la mañana siguiente sin interrupción y dormido hubiera seguido de no haber sido por el escándalo que produjeron unos frascos de vidrio que se hicieron añicos azotándose contra el suelo. Harry se despertó con un sobresalto e instintivamente estiró la mano para empuñar la varita. Alguien que estaba sentado junto a la cama también saltó sobresaltado, era Ron, el penacho colorado era inconfundible.

    –¡Niña torpe! ¡Mirá lo que hiciste!

    La recriminación de madame Pomfrey, que se filtró a través de las cortinas, fue una confirmación de que no los estaban atacando. Y por un instante se le ocurrió que Tonks podía haber venido a visitarlo, pero enseguida se acordó de que Tonks estaba muerta… y Remus… y tantos otros. –Cincuenta y cuatro. – había dicho Ron.

    También había dicho terremoto y ¿quién? cuando Harry había mencionado a Voldemort, así que a esas alturas ya no sabía qué pensar.

    Pero al verlo aproximarse radiante de alegría porque ya estaba despierto, Harry olvidó sus inquietudes. –Hola, Ron.

    –Ya era hora de que te despertaras. –dijo Ron con tono jocoso y le rozó suavemente la mano en la que Harry tenía todavía asida la varita– Va a ser mejor que te pongas los anteojos antes de intentar usarla, ¿no te parece?

    –Tenés razón. –dijo Harry tanteando con torpeza en la mesita de luz, se colocó los lentes y le sonrió– ¿Y dónde está tu media naranja?

    –¿Mi media naranja? –preguntó Ron confundido por un segundo– Ah, querés decir Hermione, –dejó escapar un suspiro de resignación– está en la biblioteca, por supuesto. ¿Dónde más? Se pasa cada segundo que está despierta estudiando para los TEDiOs o… regañándome a mí porque no estoy estudiando.

    –¿Los TEDiOs? –exclamó Harry– Pero seguramente no estará planeando presentarse a rendirlos este año…

    Ron lo miró perplejo. –Bueno… no es que haya otra alternativa… y además quiere presentarse… está ansiosa de presentarse.

    Harry sacudió la cabeza sin poder creerlo. –¡Pero es imposible que se ponga al día! No después de haber perdido… –se detuvo un segundo–… no me digas que se consiguió otro atrasatiempo

    Ron frunció el ceño y pensó un momento. –Si fue así no me lo dijo. –se encogió de hombros– Y lo último que yo querría es asistir de nuevo a todas esas clases…

    –Si fuera por vos no hubieras asistido a ninguna… –apuntó Harry con una sonrisa irónica.

    –¡Y que lo digas, cumpa! Pero no es algo que me preocupe ahora. Dentro de quince días habrá terminado todo. Y voy a ir a ayudarle a George con el negocio.

    El rostro de Harry se ensombreció… Fred no había sido mencionado. –Pero vos no te vas a presentar… ¿o sí?

    –¿A los TEDiOs? ¿Y qué otra opción me queda? Mi mamá me mataría si no me presento. ¿Otro Weasley más que abandona la escuela sin aprobar los exámenes? ¡Se pondría como loca!

    –Pero… ¡no estás preparado! –insistió Harry– Seguramente reprobarías… –ante la expresión herida de Ron se apresuró a agregar– Y yo también… debe de haber alguien con quien podamos hablar para que los pospongan… alguien del Ministerio… o de la Orden.

    Ron lo miró aun más perplejo que antes, si cabe. –¿Que los pospongan? –repitió con total desconcierto– Pero eso no ha ocurrido nunca… ni va a ocurrir.

    –Pero podría… si les explicamos de los horcruxes… y de que no pudimos asistir porque estábamos buscándolos… estoy seguro de que nos darían más tiempo, todo el que necesitemos.

    –No sé de qué estás hablando Harry. Sólo perdimos dos clases de Herbología porque el terremoto hizo desaparecer los invernaderos. No siento pena por las mandrágoras, siempre me resultaron muy desagradables… pero pobre profesora Sprout. Pero Hagrid reconstruyó uno de los invernaderos y la semana pasada… Harry, ¿te sentís bien? De golpe te cambió la expresión… muy rara…

    Harry sentía una constricción en la garganta que no lo dejaba hablar. Ahora estaba seguro de que no estaba soñando. Estaba más despierto que nunca… sentía la brisa que entraba por la ventana y la textura nudosa de la varita de espino en su mano. –¿No te acordás de los horcruxes? –logró articular, Ron se lo quedó mirando como si le hubiera hablado en chino– ¡Ron! ¡Vos volviste… vos fuiste el que destruyó el relicario de Slytherin!

    Ron se frotó la nuca, incómodo. –Harry, me parece que no estás bien… quizá convendría que llamara a madame Pomfrey…

    Se había puesto de pie y había comenzado a recular. Harry lo llamó: –Ron, volvé… acercate… –alzó la varita, era una prueba indiscutible, nadie podría confundir una varita de espino con una de acebo, empezando por el color… –Mirá, ¿cómo explicás esto?

    Ron se acercó vacilante y miró fijamente la varita de espino y luego con ojos confundidos a Harry. –¿Qué?

    –¡Mirala! –lo urgió Harry sacudiéndosela frente a la cara.

    –Es sólo una varita, Harry. –dijo Ron con el mismo tono que uno usaría para tratar de calmar a un animal nervioso y agresivo.

    –Pero no… –insistió Harry– ¡Es la de Malfoy! Hermione rompió por accidente la mía cuando estábamos en Godric Hollow.

    –¿Malfoy? –preguntó Ron inseguro– ¿Te referís a Draco Malfoy? ¿El prefecto de Slytherin?

    Irritado, Harry replicó –Sí, ese Malfoy.

    –¿Pero por qué ibas vos a tener la varita de Draco?

    Y entonces Harry comprendió que el mundo estaba definitivamente al revés, Ron jamás lo hubiera llamado a Malfoy por su nombre de pila con tal naturalidad. –¿Me estás diciendo que no te acordás de lo que pasó en la Mansión Malfoy? ¿Cuando Bellatrix Lestrange nos estaba por entregar a Voldemort? –el desconcierto del rostro de Ron era máximo– ¿No te acordás de que usó Crucio sobre Hermione!

    Ron se puso lívido y no pudo evitar un gesto de repugnancia. –¡Merlín, Harry!, ¡cómo podés decir una cosa tan terrible? ¡No puedo creer que…! –retrocedió unos pasos– Voy a llamar a madame Pomfrey… es preciso que te vea…

    Desapareció antes de que Harry pudiera protestar. Las neuronas de Harry se pusieron a trabajar a mayor velocidad que el aleteo de una snitch… ¡Ron no se acordaba de nada de lo que había pasado esos doce meses antes! Tenía que tratarse de un hechizo que afectara la memoria… y no sólo era un año… ¡no se acordaba de Voldemort!, el mago oscuro al que había aprendido a temer desde que era un crío. Y había llamado a Malfoy, Draco, como si fuera lo más natural del mundo. Pero, ¿de qué hechizo se trataba?, era como si le hubieran extirpado de la memoria todo lo referido a Voldemort pero dejando todos los demás recuerdos intactos. ¿Era algo así posible?

    Sus pensamientos fueron interrumpidos por la llegada de madame Pomfrey. Le examinó los ojos, la lengua, las orejas, todo sin parar de hablar en ningún momento. –Siempre les digo que no tienen que intranquilizar a los pacientes, pero nadie me hace caso. Ud. necesita descansar si quiere recuperarse. Descanse, duerma. Quizá le vendría bien un poco de chocolate. –sacó del bolsillo del delantal una tableta y se la pasó– Cómasela, señor Potter, ya verá cómo empieza a sentirse mejor enseguida.

    Se volvió hacia Ron. –¿No tendría que estar en clase, señor Weasley? Sería mucho más conveniente que estuviera estudiando y no, molestando a mis pacientes.

    Ron se sonrojó, todavía incómodo por el altercado. – Sí, señora. Harry… nos vemos más tarde…

    –Hasta luego. –saludó Harry, no quería que Ron se fuera, quería aclarar lo que había pasado unos instantes antes, pero no sabía qué decir para arreglar las cosas. Sus pensamientos se iban intrincando más y más, como las hebras de lana en el canasto de tejido de la señora Weasley, y no tenía la menor idea de cómo hacer para desenredarlos.

    Madame Pomfrey le estaba mullendo las almohadas. –Ahora trate de tranquilizarse, señor Potter, trate de dormir, no tiene que preocuparse por nada.

    Pero no era cierto. Harry sabía que había mucho de qué preocuparse.

    oOo



    La visita que le hizo la profesora Mcgonagall esa tarde no sirvió para levantarle el ánimo. Estuvo sentada a su lado mientras él comía y fue contestando a sus preguntas con incredulidad e impaciencia crecientes. Una vez que se hubo ido seguida por el frufrú de sus vestiduras almidonadas, Harry repasó lo que le había informado.

    1) Nunca nadie había oído nada sobre Voldemort, ni sobre los mortífagos, ni sobre El Niño Que Sobrevivió.

    2) El sábado anterior Hogwarts había sido sacudida por el peor de los terremotos de los que se tuvieran memoria en las Highlands. Había sido justo un fin de semana de visita de los padres, muchos de los adultos habían muerto debido al sismo.

    3) La profesora McGonagall había asumido el cargo de directora en reemplazo del profesor Snape que había muerto en un incendio que se había desatado en el séptimo piso. El profesor Dumbledore había fallecido un año antes por causas naturales. La profesora le recordó que el ex director tenía ciento cincuenta años, lo que era una edad de muerte más que respetable para cualquier mago.

    4) Hermione, Ron y él habían asistido a clases ese año con la misma regularidad de años anteriores. Naturalmente se esperaba que los tres se presentaran a rendir los exámenes correspondientes a fines de ese mes.

    5) La profesora, al igual que Ron y Hermione, pensaba que Harry había quedado completamente desequilibrado después del terremoto. (Esto último no se lo había dicho, pero Harry lo había deducido)

    Harry jugueteó con el tenedor, movía la salchicha y el puré que tenía servidos de un lado al otro del plato, había perdido el apetito. Incluso la sabrosa tarta de crema pastelera quedó intacta. Tenía la cabeza hecha un lío, que se iba empeorando cada vez más cuando trataba de encontrarle algún sentido a todo ese disparate. Para empezar, Harry dudaba de que un terremoto pudiera causarle algún daño a la escuela, con todas las defensas que la protegían. La negación de la existencia de Voldemort era peor. Era peor que lo que había pasado en cuarto año cuando había culminado el Campeonato de los Tres Magos con la muerte de Cedric y el Ministerio se había negado a reconocer el regreso de Voldemort. Por lo menos entonces sus amigos estaban de su lado, y le creían.

    Pero quizá ahora también le creían, se le ocurrió. Pero fingían para protegerlo. Parecía una forma muy chapucera… pero intentos similares anteriores también habían sido muy torpes. Quizá no fuera más que un plan que habían urdido para ayudarlo, a olvidar todo lo que había sucedido y a continuar con su vida.

    La explicación tenía cierto sentido. Los últimos años El Que No Debe Nombrarse había ensombrecido su vida, no había tenido oportunidad de hacer las cosas normales que hace un adolescente. No estaba muy seguro de en qué consistían esas cosas normales, pero sospechaba que implicaban mucho quidditch, chicas y planes para lo que pudiera hacer con su futuro, planes para cuando creciera. Y quizá habían elucubrado algo tan retorcido con el fin de ayudarlo, ahora que Voldemort estaba muerto.

    Porque debía de estar muerto, ¿no? Harry recordaba los ojos rojos y el hedor de la sangre y de la carne desgarrada, y el haz verde de la maldición viniendo hacia él. Si él estaba todavía vivo, debía suponer que la maldición había rebotado como cuando era bebé. Y como los horcruxes ya habían sido destruidos, Voldemort debería de estar muerto.

    Pero no todos los horcruxes habían sido destruidos; uno, que Hermione y Ron desconocían, subsistía dentro de él.

    ¡Oh, Merlín! ¿Podía ser cierto que un fragmento de Voldemort siguiera vivo en él?

    Le dieron arcadas. En ese momento regresó madame Pomfrey con un canasto de ropa.

    –¡Oh cielos! –exclamó dejando caer el canasto y corriendo a su lado– ¡Tiene Ud. pesimo aspecto! –sacó la varita y le hizo una nueva y completa revisión de la cabeza a los pies– Le estaba por dar permiso para que fuera a acostarse a su dormitorio, pero quizá sea demasiado prematuro.

    –No, no… estoy bien… se lo aseguro –la instó Harry deseoso de escapar cuanto antes de ahí– Es una pequeña molestia en el estómago… la comida no me cayó bien… pero no es nada importante.

    Madame Pomfrey le alcanzó un poco de chocolate. –Cómaselo, –le ordenó– le aplacará el estómago. Le hizo una nueva revisión. Finalmente accedió. –Bueno… supongo que puede irse… pero le voy a avisar a sus amigos para que vengan a buscarlo. Allí están sus ropas, –dijo señalándole el canasto– y su toga está colgada en aquel perchero. Vístase. Pero no quiero que se vaya solo. Espere hasta que vengan.

    –Sí, señora. –murmuró obediente.

    Se sacó el piyama y se calzó los mismos jeans y la misma remera que había usado la semana anterior. Los elfos los había lavado minuciosamente, no quedaba ningún rastro de sangre. La toga estaba también limpia, la olió, seguramente algo del hedor debía de haberle quedado impregnado, no era así, sólo percibió el suave perfume cítrico del jabón.

    Se sentó a esperar en una de las sillas, era muy incómoda, se removió en el asiento. Sintió al moverse que algo se le clavaba en las costillas. Rebuscó en el bolsillo y sacó los dos fragmentos de la varita rota, todavía unidos por un hilo translúcido, recorrió con un dedo la madera astillada, le volvió la misma sensación de vacío que había sentido aquella noche en Godric Hollow.

    De la mesita de luz levantó la otra varita –la de Malfoy– Como si el pensamiento lo hubiera conjurado, se dejo oír en ese momento la voz altiva del Slytherin del otro lado de la cortina. –Aquí tiene sus pociones, madame Pomfrey.

    –¿Y pudiste preparar más de los filtros sedantes? Lo últimos que habías traído resultaron excelentes.

    –Sí, –dijo Malfoy con tono enfático, Harry podía imaginarse la mueca ligeramente desdeñosa que se habría seguramente dibujado en su delgado rostro. –Y también más de las pociones tonificantes. Ah… y finalmente pude ubicar el feldespato en polvo entre los ingrediente de Snape, así que también pude terminar el filtro de paz que Ud. quería.

    –Maravilloso Draco, no sé qué haría sin vos.

    Harry volvió a sentir arcadas, que no tenían relación alguna con la comida. Malfoy tramaba algo y había conseguido colarse de manera habitual en el hospital y se había ganado la buena voluntad y admiración de la sanadora. Seguramente se trataba de algún plan para envenenar a los de la casa de Gryffindor o de algún otro malicioso complot por el estilo. Se negaba a creer que Malfoy hubiera perdido las mañas. Le podía haber salvado la vida en una o dos oportunidades, pero no le cabían dudas de que seguía siendo el mismo maligno Malfoy de siempre.

    Lo que oyó a continuación le resultó muy sorprendente.

    –Millicent me pidió que le transmitiera nuevamente sus disculpas por haber dejado caer todas esas pociones ayer –Harry nunca antes había oído a Malfoy hablar con ese tono… sonaba casi como quien siente… remordimientos– Se siente muy mal porque no advirtió el estante flotante de medicinas.

    Parecía imposible que su enemigo estuviera hablando en favor de alguien que no fuera él mismo; espió a través de la cortina, pudo observar a Malfoy de espaldas, en el delicado género de la toga se le formaban pequeños pliegues, por alguna razón le vino a la memoria la sangre negra de Nagini.

    –Bueno, supongo que ése es uno de los riesgos cuando se tiene un portamedicinas móvil. –señaló madame Pomfrey– decile que no hay problema, que puede volver, con tal que ponga un poco más de cuidado. Son muy pocos los que se ofrecen como voluntarios, no los puedo rechazar.

    Harry levantó una ceja. Malfoy preparando pociones y Slytherins ofreciéndose como voluntarios para trabajar en el hospital. Algo le olía muy mal y estaba decidido a averiguar de qué se trataba.

    Cuando Malfoy se volvió para retirarse, Harry abrió la cortina y lo llamó. – Malfoy.

    El Slytherin se detuvo, lo miró como sorprendido de encontrárselo ahí y luego para gran asombro de Harry, le sonrió. –Vos eras… Potter, ¿no? Ya te has recuperado según veo.

    Harry entrecerró los ojos, definitivamente algo se traía entre manos, haciéndose el que no lo conocía. –No gracias a vos, por cierto.

    La reacción no fue la que Harry hubiera esperado. Malfoy no amagó a atacarlo… en realidad parecía que el exabrupto lo había descolocado e incluso… ¿herido? –No sé qué habrás querido decir con eso, Potter.

    Harry no quiso que se diera cuenta de que estaba al tanto de sus planes para envenenar a sus compañeros de casa. Pero Malfoy no era de los tratarían de protegerlo, a él sí podía sacarle la verdad sobre la batalla.

    –Sólo que yo no estaría acá si no fuera por vos y tus estúpidos mortífagos. Ah… y a propósito… ¿cómo está tu familia?

    Para gran exasperación de Harry, Malfoy se limitó a mirarlo con ojos aburridos y replicó simplemente: –Bien, gracias. ¿Por qué preguntás?

    Irritado por el tono indiferente, Harry le espetó: –¿Así que Lucius no está en Azkaban que es donde pertenece?

    Draco abrió grandes los ojos, por un segundo mostraron horror, sus rasgos dejaron de mostrar impasibilidad. –¿Azkaban? ¿Por qué…? ¿Qué es lo que estás…? –pero se detuvo de golpe y recobró de inmediato la inmutabilidad. Ocurrió todo tan rápido que Harry no supo decir si había sido debido a que Malfoy había recuperado el autocontrol o si tal vez era la acción de algún encantamiento, del tipo del Imperius. –Potter, en todos estos años apenas si habremos intercambiado un par de palabras, no entiendo a qué se debe este impulso repentino de difamar a mi padre, pero me rehúso a seguir escuchando más disparates.

    Malfoy giró y marchó hacia la puerta. –Esperá, –gritó Harry con el afán de retenerlo– ¡tengo algo que es tuyo! –el Slytherin se detuvo y hasta desanduvo un paso, Harry fue a buscar la varita. La levantó en alto y se la mostró desafiante. –Te la saqué en la Mansión… fue durante el receso de Pascua… estaba Fenrir… y tu tía Bellatrix… ella… mató a Dobby… ¿No me podés decir que no te acordás? – la pregunta había sonado casi como una súplica.

    Malfoy metió la mano en el bolsillo y sacó una larga varita de color castaño rojizo brillante, la hizo girar entre los dedos. –Ésta es mi varita. Ésta siempre ha sido mi varita. Me la regaló mi padre para mi octavo cumpleaños, no quería que esperara hasta ir a la escuela para empezar a practicar magia. Cuando era chico tenía miedo de que la pluma de grifo de su interior significara que me iban a poner en Gryffindor. Pero no fue así. –Malfoy había dicho todo con tono cortés, nada del veneno de otras veces que Harry hubiera esperado –Y como dije antes, prácticamente nunca nos hablamos, ¿por qué iba un Gryffindor a tener mi varita? Y ahora si me disculpás, Potter… ya he perdido demasiado tiempo acá. –hizo una pausa y agregó reflexivo– Ojalá vuelvas pronto a la normalidad.

    Se dio vuelta de nuevo para una salida grandiosa. Que lamentablemente fue malograda por Ron que entraba en ese instante, chocaron cuerpos y cabezas, Malfoy cayó sentado en una de las duras sillas, Ron siguió en pie, pues Hermione lo sostuvo desde atrás, pero quedó mareado.

    –¿Draco? ¿Estás bien? –preguntó ella preocupada– ¿Querés que llame a madame Pomfrey?

    Harry preparó la varita, en cualquier momento Malfoy se iba a desatar con una retahíla de insultos contra todas las generaciones de Weasleys pasadas, presentes y futuras. Pero no fue así, el Slytherin se puso de pie con toda la dignidad que pudo juntar, se acomodó un poco la ropa y con las mandíbulas muy apretadas se limitó a decir. –No, gracias, estoy bien… ahora si me disculpan… que tengan buenas noches.

    Harry quedó boquiabierto cuando sus amigos le devolvieron el saludo, no hubo palabras agresivas pronunciadas por ninguno de ellos. –Fue un accidente, estoy bien. –dijo Ron tratando de tranquilizar a Hermione que seguía muy consternada. Toda la escena había sido tan surrealista. Harry marchó en silencio todo el camino de regreso a la torre de Gryffindor.

    Tenía mucho en qué pensar y su cabeza era un embrollo. Pero se consoló diciéndose que tarde o temprano Malfoy mostraría la hilacha, había que tener paciencia, era sólo cuestión de tiempo.

    oOo



    Memento mori: Recordatorio de la mortalidad.

    Podríamos mencionar la ceremonia del Miércoles de Ceniza, la fórmula: “polvo eres y en polvo te convertirás” y las cenizas mismas son ejemplos de “recordatorios”.

    Edited by Kari Tatsumi - 21/11/2013, 23:44
     
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    Capítulo 2 – Suo iure




    La sala común de Gryffindor estaba como siempre. La gran chimenea encendida templaba el ambiente. Grupos de alumnos todo alrededor. Algunos leían, algunos charlaban y otros, como Ginny y Dean, se dedicaban a lo que parecía amigdalectomía mutua. Se oían risas de Lavander y Parvati que leían juntas el último número de Bruja Adolescente. Joshua Nickels y Jimmy Peakes, los golpeadores de Gryffindor, estaban acondicionando sus escobas. El ambiente olía a canela y zapatos viejos, un aroma que Harry encontraba siempre muy reconfortante y que había extrañado. Los tres fueron a sentarse a su lugar habitual a la izquierda de la chimenea. Seamus Finnegan que estaba jugando una partida de cartas explosivas con Orion Henricks lo saludó cuando pasó a su lado.

    –Hola Seamus. –saludó a su vez Harry con una sonrisa.

    La sonrisa se le borró cuando vio a Dennis Creevey que apretaba distraído los botones de un reproductor de CDs. Los dispositivos electrónicos no funcionaban en Hogwarts pero el papá de Dennis no parecía recordarlo, siempre les había mandado a sus hijos distintos aparatos que terminaban como objets d’art en la sala común. Colin debería estar aquí, pensó Harry. Mirándolo con esa sonrisa boba que lo exasperaba y que al mismo tiempo lo hacía sentir el rey del mundo. Recordó las muchas veces que lo había echado para que dejara de fastidiarlo, se sintió despreciable. Colin, si pudiera volver a hacer todo de nuevo…

    Dennis levantó la vista como si hubiera podido oír esos pensamientos. Harry se le aproximó. –Lo lamento… –dijo– …por lo de Colin, quiero decir.

    La cara inocente del chico de cuarto año era tan parecida a la de su hermano. A Harry le dieron ganas de llorar. –Mi papá se niega mencionarlo –dijo– ¿Es eso algo normal?

    Harry sintió pánico, quería huir de allí, del dolor de Dennis y de su familia. Enfrentar a un bosque lleno de mortífagos no había sido tan duro como eso. Pero sabía que tenía que soportarlo. Quizá Colin no estaría muerto si no lo hubiera considerado siempre su héroe.

    Harry no se sentía un héroe en ese momento, se arrodilló junto a la silla de Dennis. –No creo que haya nada normal en todo esto. –confesó jugueteando con unos hilos sueltos del raído tapizado, de modo de no tener que mirarlo directamente– No es justo que haya muerto porque quería estar allí… aquí en Hogwarts. Y cuando las cosas son injustas… a veces lleva tiempo acostumbrarse a ellas. Pero no me parece que esté mal. Tu papá va a necesitar un poco más de tiempo… –Harry tragó saliva, no era él el más indicado para dar este tipo de consejos… sobre cómo llorar a los seres queridos… Le parecía que Sirius había muerto hacía tan poco, todos los días ansiaba poder hablar de nuevo con él. El tiempo no curaba las heridas, las hacía sangrar más lentamente, pero no más que eso.

    Finalmente lo miró a los ojos y sonrió. –Colin era un buen mago y un buen amigo mío. Lo voy a extrañar. –dijo Harry.

    –Yo también. –murmuró Dennis.

    La voz había sonado tan leve y asustada. Harry lo abrazó y le dijo junto al oído. –Él estaba muy orgulloso de vos, y desde donde sea que esté ahora te va a seguir cuidando. –pudo sentir sobre su hombro que Dennis asentía y ahogaba un sollozo. Harry nunca había sido bueno para consolar, los abrazos eran más el estilo de Hermione, pero no se separó, esperó hasta que Dennis, ya más compuesto, aflojara la presión sobre su espalda.

    –Gracias, Harry. –susurró Dennis.

    Harry asintió, le dio un suave apretón en el hombro y se puso de pie. Fue a sentarse con sus otros amigos, las palabras de Dennis lo había hecho sentir como un gran héroe.

    oOo



    Se fue a acostar pasada la medianoche, Hermione y Ron se habían quedado un rato más haciéndose mimos. Creía que no iba a poder dormir después de haberse pasado una semana entera en cama, pero se durmió apenas la cabeza tocó la almohada. Un segundo después, así fue como le pareció, Ron lo estaba sacudiendo para que se despertara y bajara a desayunar. No se sentía descansado en absoluto. Le echó la culpa a las pociones para dormir que había preparado Malfoy.

    Entró al Gran Salón caminando despacio, quería tomarse un tiempo para observar. Había mucha gente, pero menos de la que debería. La mesa de los Ravenclaws era la que más claros presentaba. Divisó los rizos rubios algo despeinados de Luna Lovegood, se preguntó si ella también lo consideraría demente si le hablara sobre la batalla. Los Slytherins estaban prácticamente todos, por supuesto, con Malfoy en el centro imperando sobre todos ellos. Harry frunció el ceño al recordar lo que había pasado el día anterior. Había tratado de contarles sobre el complot para envenenar a los alumnos, pero Ron y Hermione se limitaron a dirigirle esas miradas extrañadas y tristes que se habían vuelto tan frecuentes y le aseguraron condescendientes que un prefecto nunca haría nada así, nunca haría algo que dañara a los alumnos.

    Bueno, –reflexionó Harry– no es la primera vez que te va a tocar hacer las cosas solo. Ellos terminarán dándose cuenta en algún momento… espero.

    No quiso levantar la vista para mirar a la mesa de profesores. Snape no iba a estar allí. Todavía le costaba asumir todo lo que le había revelado antes de morir. Y pensar que había desconfiado de él todos esos años… ¡y pensar que había estado enamorado de su madre!

    –Harry, cumpa, te vas quedar parado todo el día. –dijo Ron dándole un codazo en las caderas y a continuación procedió a servirse panceta en generosas cantidades.

    Neville se corrió un poco al costado para hacerle lugar. Harry se sentó y volvió a mirar a la mesa de los Slytherin, no fijó los ojos en Malfoy sino en el chico que estaba a su lado, Goyle se veía muy pálido, la vista baja sobre el plato. Tenía marcadas ojeras, por muchas noches sin dormir, pensó Harry, lo cual tenía mucho sentido puesto que se habría cuidado de tomar las pociones de Malfoy. Aunque por otro lado quizá la explicación era otra, quizá Goyle estaba así porque había comido algo que le había caído mal. Pero también podía ser que Malfoy lo estuviera usando como conejito de indias para sus experimentos con las pociones.

    –¿Qué estás mirando? –preguntó Ron pasándole el brazo por delante para agarrar la mermelada.

    –¿No te parece que Goyle luce enfermo? – dijo Harry. Ésa podría ser una prueba del complot de Malfoy. –¿No te parece que podrían haberlo envenenado?

    Hermione lo miró directamente y frunció la frente. –Acaba de perder a su mejor amigo, Harry.

    Se había olvidado de Crabbe. Pero no podía sentir por Goyle la misma compasión que por Dennis. Había sido culpa de Crabbe que había conjurado ese fuego demoníaco que finalmente se había descontrolado. Crabbe nunca había sido de los más sagaces. Uno menos para hacer maldades. Pero quedaban todos los otros. Entrecerró los ojos mirándolos. –Todos los Slytherins escaparon.

    –Todos trataron de escapar. –dijo Hermione con acritud. Harry iba a protestar pero ante la mirada de advertencia de Ron, prefirió no decir nada. Sus mejores amigos no recordaban nada de todos los meses anteriores que habían pasado juntos. En realidad, todos los Gryffindors (¿y todo el mundo también?) estaban convencidos de lo del terremoto, que había sido una terrible desgracia, pero no creían que fuera el resultado de las acciones de malvados magos oscuros.

    –Seamus está organizando apuestas para el partido del viernes –comentó Ron para aflojar la tensión– Voy a apostar doce sickles a Ravenclaw.

    –¿Ah sí? –intervino Dean– Yo lo voy a pensar, el otro día vi la práctica de los Slytherins, quedé impresionado, parecen imparables.

    –¡No me estarás diciendo que vas a apostar en contra de Ravenclaw! – se escandalizó Harry.

    Dean encogió un hombro, el otro brazo lo tenía ocupado abrazando la cintura de Ginny. –Si Gryffindor ya no tiene posibilidades, no me importa quién gane, para serte sincero.

    –Vos deberías haber jugado este año, Harry. –acotó Ginny.

    Pero Harry no había prestado atención al comentario. Tenía la vista y la atención fijas en la mesa de su enemigo. Malfoy y Millicent Bullstrode susurraban con las cabezas juntas, la chica soltó unas risitas y se echó con intencionada elegancia los cabellos hacia atrás. ¡Estaba flirteando con Malfoy!

    Malfoy no le dirigió ninguna de sus habituales muecas altaneras y desdeñosas, siguió departiendo naturalmente con sus amigos, sonriéndole a Zabini e inclinándose hacia el otro costado para decirle algo a Goyle. La cara de Goyle pareció iluminarse y dijo algo que hizo reír a Malfoy con ganas. Harry nunca había visto a Malfoy reírse de esa forma… sintió una sensación extraña en el pecho, que no pudo decidir si era buena o mala… ¿sería que estaba a punto de darle un ataque al corazón, esos a los que tío Vernon les tenía tanto miedo? ¿o era otra cosa?

    –Harry, –lo reconvino Hermione sacándolo de sus cavilaciones– tenés que comer, si no comés nunca vas a recuperar las fuerzas.

    –Quizá deberías pedirle a madame Pomfrey una poción tonificante, –dijo Dean con tono distraído al tiempo que le guiñaba un ojo a Ginny– te va levantar el ánimo y las ganas…

    –No queremos oír nada de tus ganas, Thomas. –interrumpió Ron cubriéndose las orejas para no escuchar las risitas de Ginny– Mejor guardate esa información si no es mucha molestia.

    Harry no dijo nada, prefirió callar sus razones, pero ni a punta de varita le iban a hacer tomar una de las pociones tonificantes de Malfoy.

    oOo



    Hermione le había preparado un programa de estudio para ayudarlo a ponerse al día y recuperar la semana que había perdido internado.

    Días más tarde Harry observaba la grilla que ella le había elaborado muy meticulosamente, llena con la esmerada letra de Hermione y con tinta de diversos colores.

    –No hay forma de que pueda cumplir con todo esto.

    Ron sonrió al oírlo pero borró la sonrisa de inmediato al ver el ceño fruncido de Hermione –Por supuesto que podés –dijo Hermione con tono entusiasta– hoy a la tarde tenés dos horas de Herbología y dos de Encantamientos, después de cenar podés hacer algunos ejercicios de Transfiguración… Ron también necesita practicar eso mismo…

    La voz de Hermione pareció diluirse, Harry fijó de nuevo la vista en el horario. Probablemente no hubiera podido aprobar los TEDiOs ni aunque hubiera asistido a clases y estudiado todo el año. Y ahora apenas si le quedaban diez días… era imposible. Y con lo intensivamente que había estudiado los últimos días, sentía que tenía la cabeza a punto de explotarle.

    Y lo peor era que nadie creía la razón por la que estaba tan atrasado.

    Todas las noches trataba de hacer que sus amigos recordaran. Les contaba del basilisco y la Cámara de los Secretos, de Kreacher y el relicario que había escondido, de los mortífagos como Quirrel o Barty Crouch Jr. que se había hecho pasar por Moody usando polijugos. Les mostró las marcas en el dorso de la mano, consecuencia de la terrible pluma de Umbridge. Ellos le restaron importancia, claro que todo el mundo sabía de lo malvada que había sido Umbridge, por eso mismo la habían echado. A veces parecía que les volvían algunas cosas. Ron dijo haber tenido un sueño donde jugaba en un tablero de ajedrez gigante y Hermione había admitido que últimamente le habían entrado unas ganas irrazonables de irse de campamento. Pero cada vez que mencionaba a Voldemort era como si sus mentes hubieran sido borradas por completo. La noche de la final de la Copa Mundial de Quidditch en cuarto año, por ejemplo… para ellos todo había transcurrido normal… el escándalo que habían hecho los irlandeses festejando había provocado destrozos pero era entendible según ellos.

    Que Ron y Hermione no le creyeran era terrible, pero quizá lo peor era que Harry no tenía ninguno de los recuerdos de ellos. Ellos no se acordaban de batallas ni de angustiosos días bajo la constante amenaza de Voldemort. Sus mayores preocupaciones habían sido las notas y los exámenes, los resultados de la Copa de las Casas o conseguir pareja para el baile de navidad.

    –¿No te acordás? – había dicho Ron la noche anterior– Ginny estaba furiosa porque vos no la invitaste. –Harry había tratado de imaginárselo, debía de haber sido bastante espantoso, conocía muy bien los episodios de ira de Ginny– Y fue por eso que al final ella aceptó ir con Dean, y miralos ahora –agregó revoleando los ojos, Ginny jugueteaba divertida sentada sobre las rodillas de Dean.

    Pero Harry no se acordaba de nada de eso. Era como si hubiera estado viviendo en un universo paralelo. Y la rutina de Hogwarts, después de todo lo que había pasado, se le había vuelto intolerable. Se pasaba horas en la biblioteca leyendo libros que bien podían haber estado escritos en griego, puesto que poco o nada entendía de lo que leía. Había momentos en que ni siquiera sabía qué materia estaba estudiando.

    Se fijó en el titulo del libro que tenía abierto en ese momento frente a sí. Hortus magicus, debia de ser Herbología… ¡Ah sí! Por eso tantos esquemas de plantas.

    Como Papaver somniferum (amapola opiácea), Papaver moriferum induce ensoñaciones y sensaciones paranoides. Pero los trances que provoca P. moriferum son mucho más peligrosos, mortales en gran cantidad de casos, excepto que se use el antídoto correspondiente (véase Trillium grandiflorum o lirio americano). Los pacientes tratados con el antídoto se recuperan pero durante cierto tiempo tienen temblores y marcada desorientación debido a la acción sostenida de los opiáceos sobre el sistema nervioso…

    Harry se estremeció y cerró el libro de golpe. –¿Vos sabés cómo funcionan los encantamientos que afectan la memoria? –preguntó de improviso.

    –Mmm… –dijo Hermione sin levantar la vista de su texto– y más vale que vos también, o Flitwick se va a poner frenético.

    –No, pero yo no me refiero a cómo hacerlos, –aclaró Harry– sino a cómo funcionan… el mecanismo de acción.

    Hermione hizo una pausa y estuvo a punto de instarlo a que volviera a dedicarse al libro de Herbología, pero le ganó la curiosidad. –¿Te referís a uno como Obliviate, por ejemplo?

    –Sí, ¿quita la memoria por completo? ¿Como si sacara una parte del cerebro?

    Hermione negó sacudiendo vigorosamente la cabeza. –Obviamente no tiene que ver con cirugía. Es que… – se detuvo y, para sorpresa de Harry, sonrió como avergonzada– Es curioso, en realidad estuve últimamente pensando mucho en eso. Creo que lo que hace es ocultar la memoria, la persona se olvida de que la tiene. –Harry frunció el ceño, ella prosiguió– Es como cuando uno en otoño guarda la ropa de verano. Las ropas siguen estando ahí, guardadas en el armario, pero uno no piensa en ellas, al menos no hasta el año siguiente. Con Obliviate pasa algo similar, las memorias siguen en la cabeza, pero ocultas, hasta que el encantamiento se anule.

    Harry asintió, no mencionó que él tenía muy poca ropa y que nunca guardaba nada, pero había entendido la analogía. Y le quedó claro que si todo se trataba de un encantamiento, las memorias seguían ahí. Y que sólo tendría que buscar la manera de quebrar el hechizo.

    –¡Oh Harry! –exclamó Hermione– Debe de tratarse de un encantamiento de memoria, madame Pomfrey había mencionado algo así, de otra forma no puede explicarse. Pero ella trató con todos los encantamientos que conocía para revertirlos. Yo estuve releyendo Viejos y olvidados hechizos y encantamientos y encontré más, pero son muchísimos… y eso que sólo se trata de los más viejos. Ojalá pudiera echarle mano al Apuntes de Mnemone Radford, pero hay muy pocos ejemplares, y se considera información secreta y el Ministerio…

    ¡Está hablando de mí! comprendió Harry con un sobresalto. Nadie se paraba a considerar que podían ser todos ellos los que eran víctimas de magia oscura. Todos creían que era él el que tenía un desquicio de memoria y lo habían sometido a un montón de encantamientos para revertir un hechizo inexistente, sólo Merlín podía saber todas las cosas que habrían usado sobre él durante esa semana de internación en la supuesta seguridad del ala del hospital.

    Pero no había lugar seguro, incluso ahora que la sombra de Voldemort parecía haber dejado de atormentar al mundo mágico. En la enfermería pululaban los Slytherins e incluso sus amigos conspiraban para entreverarle el cerebro. Se puso de pie apretando los puños, frustrado y rabioso –¡Quizá no sea yo el que sufre de confusión mental! –vociferó– ¿Por qué nadie se cuestiona lo que puede haber pasado realmente? ¿O acaso es más fácil pensar que estoy loco y ya?

    –Harry, –protestó Ron– no te enojes así. Nadie cree que estés loco. Pensamos que te pueden haber pegado accidentalmente con un hechizo… quizá uno que estaba destinado a algún muggle que se hubiera colado en el predio…

    –¿Así que eso es lo que pensamos? –siseó Harry indignado– Que algún muggle se coló de casualidad en el predio de un castillo que ha estado oculto durante siglos… y que yo me interpuse sin darme cuenta y accidentalmente fui víctima de un hechizo destinado a un muggle. ¡Quizá el Harry que ustedes conocían haya sido así de BOLUDO… pero yo no!

    Ron lo miró ofendido y Hermione estaba a punto de llorar, una constante en los últimos días. Pero a Harry no le importaba. Y hubiera seguido despotricando si no lo hubiera parado una furibunda madame Pince. –¡Señor Potter! No le voy a permitir estos escándalos. Esto es una biblioteca.

    –Ya me iba. –masculló Harry colgándose la mochila al hombro, les dirigió una última mirada enfadada a sus amigos y salió echando chispas.

    Se detuvo en lo alto de la escalera, no sabía adónde quería ir. Quería irse, quería alejarse de sus amigos que no le creían, quería alejarse de ese mundo que le resultaba completamente desconocido. Se decidió cuando vio, un piso más abajo, a un pálido chico rubio que llevaba un pequeño baúl de madera, caminando en dirección al ala del hospital. Malfoy. Que seguramente estaba por hacer una de las suyas, nada bueno por supuesto; lo iba a agarrar con las manos en la masa.

    Por una vez las escaleras cooperaron y pudo bajar sin perder demasiado tiempo. Pero Malfoy le llevaba ventaja. Cuando entró al hospital lo encontró casi desierto, había unas pocas camas ocupadas, eran fácilmente identificables porque estaban rodeadas por biombos para darles algo de privacidad a los pacientes. Miró hacia el fondo del pabellón, la oficina de madame Pomfrey estaba a oscuras pero la puerta estaba abierta.

    Madame Pomfrey nunca dejaba la puerta de la oficina abierta, allí estaba el armario donde se guardaban las pociones y otras medicinas. Harry se acercó en puntas de pie y con la varita en alto. En la penumbra de la oficina alcanzó a divisar el brillo de los cabellos rubios. ¡Malfoy había forzado la puerta y ahora estaba frente al armario de las pociones, que también había abierto!

    Deseó tener en ese momento el manto de invisibilidad. No podía ver bien lo que estaba haciendo. Al parecer Malfoy tampoco veía demasiado porque en ese momento encendió la punta de la varita. La piel parecía translúcida en la suave luz mientras iba examinando los estantes. Daba la impresión de que estaba buscando algo, tomaba un frasco, lo destapaba y olía el contenido, luego lo devolvía a su lugar. Finalmente encontró la botella que buscaba, transfirió parte del contenido a un frasco más chico que sacó del bolsillo y volvió a guardar la botella en el armario.

    A continuación hizo algo todavía más extraño. Abrió el baúl que había llevado y empezó a sacar varios frascos y los fue acomodando en una vitrina. ¡Los venenos que había preparado! ¡Madame Pomfrey se los iba a administrar al próximo paciente que necesitara una poción sin darse cuenta de que lo estaba matando! ¡Y el próximo paciente podía ser Hermione o Ron, o Ginny, o Dennis! Harry tenía que hacer algo.

    En ese instante se oyeron abrirse las puertas, alguien entraba al pabellón. Harry pudo ver el pánico dibujarse en la cara de Malfoy. Un segundo después apagó la varita, luego se oyó un suave tintineo –seguramente habría cerrado la vitrina– y unos segundos después Malfoy salió de la oficina muy inquieto y con la varita en alto.

    ¡Madame Pomfrey!, –comprendió Harry– la va a atacar con algo para que no lo descubra. En su desesperación hizo lo único que se le ocurrió en ese momento.

    –¡Petrificus totalus!

    Malfoy quedó duro y se desplomó al suelo con un ruido seco. La varita le quedó apuntando hacia arriba.

    –¡Señor Potter!

    Harry se dio vuelta. Madame Pomfrey venía acometiendo hacia él, la cara roja, volaba de furia.

    –¡En nombre de Merlín! ¡Qué cree Ud. que está haciendo! ¡Atacar así a un alumno en el hospital!

    –Puedo explicar… –empezó a decir Harry, pero ella lo hizo callar con un rápido movimiento de varita.

    –Andá a buscar a la directora, decile que venga de inmediato. –le ordenó a una de las pinturas. El nene del cuadro saltó de la cama y salió del marco corriendo– Ya habrá tiempo para explicaciones– madame Pomfrey se arrodilló junto a Malfoy y lo examinó rápidamente con la varita por encima del cuerpo– Tiene Ud. suerte de que no tenga nada roto. –lo amonestó colérica– Los alumnos no deberían siquiera saber estos hechizos paralizantes. ¿En qué estaba Ud. pensando? ¡Usar algo así en un compañero! –le levantó la cabeza al caído y pronunció: –¡Ennervate!

    Malfoy apretó primero los ojos y luego los abrió. Miró sorprendido a madame Pomfrey y luego sus ojos derivaron hacia Harry. –¡Vos…! –empezó a decir pero se interrumpió con un gruñido cuando madame Pomfrey lo hizo sentarse– Me duele todo, –se quejó– ¿controló Ud. que no esté herido?, el brazo me…

    –Estás bien. –le aseguró la sanadora– Y dentro de un momento vendrá la directora y averiguaremos por qué te atacó el señor Potter. ¿Querés que te traiga una silla?

    Harry se irritó al escuchar el tono tan solícito. –Yo sólo trataba de salvarla a Ud. –gritó.

    –¿Salvarla de qué? –dijo Malfoy enojado– Es evidente que el único que representa un peligro para la integridad de las personas sos vos. –tomó asiento en la silla que madame Pomfrey había hecho levitar hasta su lado, lo hizo muy lenta y cautelosamente como si el más mínimo de los movimientos le produjera un dolor atroz.

    Fue en ese momento que llegó la profesora McGonagall. –¿Cuál es el problema, madame Pomfrey? –a pesar de su expresión seria y la severidad del tono, Harry estaba contento de que hubiera venido, ahora las pérfidas acciones de Malfoy habrían de quedar expuestas.

    –Yo regresaba a mi oficina cuando vi al señor Potter paralizar con un hechizo al señor Malfoy. Las razones de tal proceder me son tan desconocidas como a Ud.

    –O a mí. –intervino Malfoy.

    –Y bien, señor Potter, ¿nos haría Ud. el favor de explicarse?

    –Vi a Malfoy forzar la puerta de la oficina. –relató Harry– Estaba poniendo venenos en los estantes. Cuando oyó que volvía madame Pomfrey se asustó y quiso escapar pero ella ya estaba muy cerca; tenía la varita en alto y estaba por atacarla con algún hechizo terrible –Harry había hablado precipitadamente, Malfoy le clavaba ojos asesinos, las dos mujeres lo miraban espantadas– Antes de que pudiera hacerle daño lo detuve con un hechizo paralizante.

    Su relato dejó por un momento sin habla a la directora. Finalmente pareció recomponerse, se volvió hacia el implicado –Señor Malfoy, ¿qué es lo que nos puede decir al respecto?

    Malfoy tenía los ojos entrecerrados de furia, eran apenas dos ranuras. Como los de una serpiente, pensó Harry. Luego habló con un tono altanero que en nada se condecía con haber sido sorprendido in flagrante delicto. –Es cierto, yo estaba en la oficina de madame Pomfrey, –se volvió hacia la sanadora– traje un nuevo lote de pociones de restitución sanguínea, sabía que le quedaban pocas. Como no la encontré cuando llegué, se me ocurrió darle una agradable sorpresa, reaprovisionando los estantes vacíos.

    –¡Cuán considerado de tu parte! –exclamó la sanadora conmovida– Sin embargo no deberías haber forzado la entrada…

    –Perdón, –ronroneó Malfoy contrito– no se volverá a repetir.

    –¡Pero es veneno! –protestó Harry– Debería controlarlas al menos.

    Malfoy revoleó los ojos pero la directora le hizo un corto gesto de asentimiento a la sanadora. Madame Pomfrey fue a la vitrina y agarró uno de los frascos, lo analizó con un movimiento de varita, lo destapó y lo olió. –No es veneno, señor Potter. Es sólo poción, de preparación muy reciente. –y agregó dirigiéndole una sonrisa al Slytherin– y de lo mejor como siempre, Draco.

    –¡Pero no puede ser! –insistió Harry.

    –Serían veneno si las hubieses preparado vos, Potter. –dijo Malfoy desdeñoso– Pero mis pociones son de excelente e inigualable calidad.

    McGonagall apretó los labios. –¿Así que Ud. decidió paralizar a un alumno que estaba colocando pociones en un armario?

    Harry pensó un instante… ¿por qué entonces el comportamiento furtivo? ¡Había habido algo más! Las pociones no eran sino una excusa en caso de que lo descubrieran. ¡Había robado un poco de poción de un recipiente grande! –¡Revísenle los bolsillos! –demandó.

    Un relámpago de miedo cruzó los ojos de Malfoy, apenas durante una fracción de segundo, luego recuperó la máscara imperturbable. –¡De ninguna manera! Sería un abuso que no puedo permitir.

    –¡Se robó algo!

    Los ojos grises se clavaron en Harry como dagas.

    –¡Revísenle los bolsillos! –repitió Harry imperioso.

    –¡No tienen derecho a revisarme! –tronó Malfoy– La acusación de un Gryffindor no es razón para vulnerar mis derechos. Él me paralizó… yo soy la víctima.

    –Señor Malfoy, no es mi intención violar sus derechos. Pero si sacó Ud. algo del armario de medicinas, debe decirnos ya mismo de qué se trata. Le ahorraría a madame Pomfrey el trabajo de revisar todo el inventario para determinar el faltante.

    –Lo sacó de una botella grande, –informó Harry– trasvasó un poco a un frasco más pequeño.

    –Señor Potter, le agradecería que guardara silencio, ya ha causado demasiados problemas esta noche. –le reprochó McGonagall. Harry iba a insistir pero notó que madame Pomfrey parecía haberse ya dado cuenta de lo que había ocurrido.

    –Draco… ¿no se tratará de…?

    Malfoy la miró avergonzado y asintió. –Sé que Ud. me había dicho que era peligroso usarlo sin supervisión, pero Greg no ha mejorado… yo me iba a encargar de controlarlo…

    Madame Pomfrey lo miró indecisa, como si no supiera si regañarlo o darle un abrazo. Finalmente se volvió hacia la directora. –Se trata del Elíxir del Olvido del Dr. Ubbly. Draco me había pedido unas dosis la semana pasada, se las denegué. Ahora me las devolverá… –dijo volviéndose, Malfoy rebuscó en el bolsillo y le entregó el frasco.

    –Nos queda entonces su caso, señor Potter. Cumplirá penitencia en mi despacho durante la cena. –comandó McGonagall e hizo un movimiento distraído con la varita– Las líneas que deberá escribir lo están esperando, encontrará las instrucciones sobre el pizarrón. Ordenaré que le suban unos sándwiches. Creo que sobretodo necesita tiempo para reflexionar sobre su objetable comportamiento de esta noche.

    –Pero… –la severa expresión de la directora no admitía réplicas– … sí, señora.

    Harry volvió por un segundo los ojos a Malfoy, quien le obsequió una mirada triunfante. Había logrado zafar de la situación como una rastrera serpiente, justamente eso era. Pero Harry iba a estar vigilándolo. Malfoy había ganado esa escaramuza; la batalla, sin embargo, estaba muy lejos de haber terminado.

    oOo



    Ya era muy tarde cuando bajó del despacho de McGonagall. Había tenido que cubrir diez carillas de pergamino con la oración: Petrificus es para usar sólo contra enemigos, jamás sobre un compañero.

    Entró en la torre de Gryffindor masajeándose la mano. Ya se había olvidado de la agria discusión que había tenido más temprano con Ron y Hermione.

    Aparentemente, ellos no se habían olvidado.

    Hermione alzó la vista al oírlo entrar pero se acordó de que estaba ofendida y la bajó rápidamente de nuevo al libro que tenía sobre la falda. Ron se quedó mirándolo con expresión seria. Ninguno de los dos habló cuando fue a sentarse junto a ellos.

    Harry ya estaba cansado de peleas. Eran sus amigos… aunque no le creyeran. No podía guardarles rencor.

    –Perdónenme… sé que estuve actuando muy raro últimamente. Las cosas no han estado bien desde… desde el terremoto. –hizo una mueca por tener que verse obligado a decir eso, pero había reflexionado mientras escribía las líneas de penitencia y se había dado cuenta de qué era lo realmente importante. Malfoy seguía siendo su enemigo, como antes y más que nunca. Pensó en los pálidos ojos grises cargados de odio, recordó el tono de voz pretencioso y las muchas falsedades que había pronunciado y la sonrisa… totalmente distinta de la franca y afable que le había regalado a su amigo en el comedor… la que le había dirigido a él había sido maligna y triunfal. El Slytherin estaba tramando algo, iba a necesitar de sus amigos para que lo ayudaran a impedírselo.

    Hermione le sonrió aceptándole muy contenta la disculpa. –¡Oh Harry!... nosotros sólo estamos muy preocupados por vos.

    Ron le dio un apretón en la mano. Harry les sonrió sincero. –Ya sé… y sé que tratan de ayudarme… pero últimamente tengo tantas cosas que me dan vuelta en la cabeza…

    Ron asintió. –Está todo bien, Harry. A todos nos pasa lo mismo, nuestros cerebros no están hechos para tanto estudio… –Hermione levantó una ceja, Ron se corrigió de inmediato– …bueno, el de Hermione, sí… pero el mío, no.

    –¡Siento que estoy tan atrasada! –gimió Hermione– Siento como si durante este año me hubiera olvidado de más cosas de las que aprendí.

    Harry se cuidó muy bien de decir que eso era natural, que si uno se pasó todo el año aparicionado de un lado a otro por toda Gran Bretaña seguramente había aprendido menos que si hubiera asistido a clases y estudiado en la biblioteca. –Estoy seguro de que eso no es cierto –dijo en cambio– ¿acaso vos no sos la bruja más brillante de nuestra época?

    Hermione se sonrojó. Ron expresó su acuerdo: –¡Claro que lo es! Y… –agregó sacando un envoltorio de la mochila– …mostró una vez más su brillo… te guardó esto de la cena…

    Harry abrió el paquete y reveló el contenido: galletitas de chocolate. Mientras las comía con deleite, reflexionó: sus amigos seguían siendo sus amigos y Malfoy seguía siendo su enemigo, por lo menos algo en el mundo seguía siendo como antes, seguía siendo como debía ser.

    oOo



    Suo iure: Como debe ser.
     
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  3. Kari Tatsumi
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    Capítulo 3 – Ægri somnia




    Reinaba un silencio de muerte en el Bosque Prohibido. No se observaba el movimiento de criatura alguna. Incluso los pasos de Harry quedaban amortiguados por el humus que cubría el suelo. Quería detenerse… no quería saber lo que lo aguardaba en el claro más adelante… y sin embargo, no detuvo la marcha. La quietud era total, una quietud preternatural, como si el mismo bosque estuviera conteniendo la respiración; y con cada paso el miedo dentro de él crecía. Llegó a la altura de la hilera de árboles que rodeaban el claro iluminado por la pálida luz de la luna creciente. Estaba desierto. No estaba bien, no se suponía que estuviera allí… solo.

    –No estás solo.

    La voz parecía haber surgido de ninguna parte, Harry sintió un escalofrío que le recorrió la columna. Se dio vuelta y distinguió al chico de cabellos rubio platinado que parecía flotar, su toga negra de la escuela flameaba, y parecía perderse en la boca oscura de la noche, el pálido rostro se veía aun más fantasmal bajo el tenue fulgor de la luna.

    –¡Rajá, Malfoy, dejame de joder!

    Un atisbo de sonrisa jugueteó un segundo en los labios del chico. –Como quieras, Potter. Pero él va a volver. –dio media vuelta para irse pero antes de que lo englobara la oscuridad se detuvo y dijo: –Y te estás olvidando de algo.

    –Yo no me olvidé de nada. –replicó Harry– Todos los demás se olvidaron, yo no. Me acuerdo de esto, me acuerdo de haber muerto, me acuerdo de él…

    Cual si lo hubieran convocado, se desató el viento, bajó desde los altos follajes como una ráfaga que le alborotó aun más los negros cabellos. Las sombras se fueron arremolinando en sustancia, las tinieblas se tornaron más densas, corpóreas, y un aullido como un torrente surgió de la masa oscura desgarrando la quietud de la noche. Ya no estaba solo. Lo cercaban figuras enmascaradas sólidas como los troncos de los árboles y lo empujaban a ese núcleo de negrura. Preso del pánico Harry sacó la varita pero se le partió en la mano, la punta apenas retenida por un delgado y translucido filamento. Estalló una risa maligna, la de Bellatrix Lestrange que acababa de matar a Sirius y luego la tiniebla cobró voz.

    –Harry Potter. –la tiniebla ahora también tenía ojos, ojos rojos como brasas– el Niño Que Sobrevivió…

    Y un chorro de llama verde lo envolvió y Harry soltó un alarido.


    –¡Harry, despertate!

    Abrió los ojos, con la mano reteniéndose la frente. La cara aterrada pero familiar de Ron apenas a centímetros de distancia.

    –¡Oh, gracias a Merlín! Gritabas como para levantar a los muertos.

    –Perdón. –masculló Harry incorporándose sobre los codos– Otras de esas putas pesadillas. ¿Qué hora es?

    –Las tres y media pasadas. ¿Estás bien, cumpa? ¿No querés… no querés contarme? –había hecho una pausa y lo último lo había agregado con cierta reticencia.

    –Estás pasando demasiado tiempo con Hermione. –dijo Harry, Ron soltó una corta carcajada, pero no lo negó– Nada nuevo, la misma pesadilla de siempre, Voldemort y los mortífagos… –Harry se detuvo, Ron se había puesto tenso al oír el nombre. Al parecer Harry no había despertado de su pesadilla real, la que atormentaba todos sus momentos de vigilia desde el día en que había salido del hospital –Dejémoslo así… lamento que haya pasado otra vez, ya no deberían… siempre estoy despertándote con mis pesadillas…

    –No sé de qué estás hablando, Harry. Nunca antes habías tenido pesadillas.

    Harry no dijo nada, si trataba de pronunciar palabra seguramente se habría ahogado. Deseaba poder recordar esa otra vida de la que hablaba Ron. Una vida sin la obsesión de magos oscuros y de pesadillas. Y deseaba no sentirse tan solo.

    –No estás solo.

    Le había vuelto de golpe un retazo del sueño, quiso capturarlo, aferrarlo. Pero, como pasa con frecuencia con los sueños, volvió a escapársele. Ron bostezó y lo retrotrajo a la realidad. Harry se sacó las mantas de encima con una patada. –No pasa nada. Oí, creo que no voy a poder volverme a dormir. Voy a dar un paseo… a ver si me puedo aclarar un poco la cabeza.

    –¿Querés que te acompañe? –preguntó Ron con otro bostezo.

    –No, no hace falta. Me voy a llevar el manto. Vos volvé a dormir.

    –Bueno. –dijo Ron y ya se escuchaban sus ronquidos para cuando Harry terminó de ponerse una toga sobre el piyama.

    Salió de puntillas. Hacía frío en la sala común, el fuego de la chimenea casi se había extinguido. Se envolvió con el manto, no lo abrigaba mucho más pero le daba cierta sensación de seguridad. Le recordó la época en que se escapaban durante la noche los tres juntos, trabajando unidos para malograr los planes de Voldemort.

    El dolor de sentirse solo lo mordió de nuevo. Había tratado de dejar de mencionarles el nombre de Voldemort, dándole toda una nueva connotación a El Que No Debe Nombrarse. No era que se hubiera dado por vencido de llegar a convencerlos, pero cuando oían el nombre se ponían muy incómodos, y hasta que no obtuviera pruebas que pudieran hacerlos cambiar de parecer, se le antojaba un ejercicio inútil tratar. Y tampoco sabía cuál podría llegar a ser una prueba incontestable. A medida que pasaba el tiempo sus esperanzas de lograr convencer al mundo de lo que él sabía eran cada vez menores.

    Necesitaba hablar con alguien que lo entendiera. Sirius hubiera servido, y quizá también Dumbledore. Quizá debería ir al despacho de la directora. Pero en las últimas semanas no había habido ninguna indicación de que lo fuera a escuchar con más paciencia que en el hospital cuando le había planteado claramente cómo eran las cosas según ella las conocía. Se decidió por subir a la Torre de Astronomía.

    Para cuando llegó arriba, jadeaba y había entrado en calor, se quitó el manto. Abrió la puerta ansiando respirar el aire fresco que le prometía la terraza de la torre. Se detuvo de golpe… había alguien más allí.

    –¡Malfoy! ¿Qué carajo estás haciendo acá?

    En el sueño el chico había aparecido como de la nada, flotando con ropaje negro en la oscuridad de la noche. Ahora era una forma sólida enmarcada entre dos bloques de la almena. A pesar del frío sólo llevaba puestos una camisa negra de mangas cortas, pantalones oscuros y zapatillas; podrían haber pasado por ropas muggles, algo que no dejó de sorprender a Harry. La ropa informal y Malfoy no parecían ir bien juntos.

    Malfoy y el tono desdeñoso, en cambio, sí. –Yo podría preguntarte lo mismo, sabés.

    –Pero yo pregunté primero. –replicó Harry con tono desafiante.

    Malfoy hizo una pausa como considerando si iba a contestarle de igual modo. Luego dijo con tono casi neutro. –Este es mi lugar. –se apoyó sobre la piedra como reivindicando posesión con el peso del hombro. –Vengo acá a pensar… solo. –pronunció con énfasis la última palabra.

    –¿A pensar? ¿En qué? –por un segundo Harry sintió un atisbo de esperanza, ¿recordaría Malfoy esa noche frente a Dumbledore en la Torre?

    Sorprendentemente Malfoy contestó: –En mi futuro.

    –Bueno, eso debería ser fácil. –dijo Harry con una risa ronca. Y pensó para sus adentros: Unirte a los mortífagos, matar muggles, lo normal para el heredero de los Malfoys.

    Malfoy también soltó una risa ronca. –No me extraña que a vos te parezca fácil.

    Lo había dicho con un tono tan incisivo que a Harry le picó la curiosidad. –Pero vamos… vos sos un Malfoy, ¿de qué te podrías preocupar?

    –No entendés nada. –dijo Malfoy con desprecio– Hogwarts es la mejor cosa que me pasó. Ha sido como una vacación continua. Ahora me va a tocar cumplir con los deberes de hijo. Aceptar un trabajo aburrido en el Ministerio como quiere mi padre y empezar a procrear nietos para contentar a mi madre.

    Harry no pudo evitar una mueca de disgusto al pensar en toda una camada de niñitos rubios con una comisura en alto o labios torcidos de desdén; pero lo del trabajo en el Ministerio no lo había sorprendido. Podía imaginárselo bregando con gran celo y contento para promulgar leyes contra los magos de media sangre, para enajenarles los poderes e incluso para matarlos. Pero Malfoy parecía verdaderamente desolado ante la perspectiva. –¿Qué te gustaría hacer en cambio?

    –Pociones. –replicó sin vacilar, levantando una comisura intencionada– Lo creas o no, soy muy bueno en eso. Snape me había dicho que podía llegar a ser un experto si ponía el empeño suficiente.

    –Te creo. Creo que podés hacer cualquier cosa que te propongas. –también veneno había estado a punto de agregar. Pero notó que una sombra de dolor se había filtrado en la cara de Malfoy al mencionar al fallecido profesor de pociones. Los sentimientos de Harry respecto de Snape seguían siendo conflictivos. Cierto era que lo había juzgado mal, pero el hombre le había hecho la vida un infierno durante años, lo cual era algo difícil de olvidar. Pero para Malfoy, Snape había sido un mentor. Y a pesar de que había aborrecido a Snape y seguía aborreciendo a Malfoy, podía entender la dolorosa pérdida que significaba para el Slytherin. Con tono suave, no premeditado, le preguntó: –¿Por qué no simplemente le decís a tu papá lo que querés hacer?

    –Es que no es tan fácil. –dijo Malfoy con una risa sin humor y sin malicia. –Snape me había prometido que iba a hablar con él después de la graduación. Le iba a proponer tomarme como aprendiz en Hogwarts… ahora sin embargo… –no terminó la frase, Harry se empezó a preguntar si correspondía que le ofreciera unas palabras de consuelo a su enemigo jurado, pero Malfoy le ahorró la resolución del dilema. –¿Por qué es que vos viniste acá, Potter?

    Malfoy le había hablado con sinceridad, Harry confesó igualmente: –No podía dormir. Pesadillas. –se arrepintió inmediatamente de haberlo dicho, ahora había quedado expuesto a toda una andanada de comentarios burlones.

    Que no vinieron. –¿Son muy malas?

    –Si, bastante… espantosas.

    Harry creyó ver cruzar ¿compasión? por los ojos de Malfoy, y luego para su horror lo vio sacar la varita y acercársele. –Estuve practicando un encantamiento tranquilizante, si vos querés puedo tratar…

    Harry ya tenía la varita preparada, Malfoy se detuvo en seco –Está bien, como quieras, –masculló– sólo intentaba ayudar.

    Malfoy bajó la varita. Harry, no. Había visto algo que hasta ese momento se le había pasado inadvertido, le apuntó la varita de espino al antebrazo izquierdo. –¡Mierda! ¡Lo hiciste, Malfoy!

    –¡Qué? –exclamó Malfoy con un tono de genuina perplejidad, pero Harry no se iba a dejar engañar.

    –Esa… esa cosa en tu brazo. ¡Sos un mortífago!

    –¿Qué? ¿Esto? –dijo Malfoy extendiéndole el brazo. Harry se estremeció. La espiral de la Marca Oscura era siempre horrible pero sobre el delgado brazo de Malfoy parecía incluso más repugnante. –Esto es sólo una marca de una antigua sociedad de magos, la Orden de Walpurgis, mi padre quiso que me uniera.

    –¿La orden de qué? –preguntó Harry y antes de que Malfoy pudiera explicar, sacudió la cabeza y continuó– ¿Te creés que me podés engañar, Malfoy? Ésa es la Marca Oscura, ¡sos uno de los seguidores de Voldemort!

    Malfoy frunció la frente, confundido. –¡Por los dientes de Merlín, Potter! ¿De qué puta estás hablando? ¡Y bajá esa varita, por favor!

    –No, –dijo Harry y le apuntó directo al corazón– tenés la intención de matarme. Admitilo. Todo esto es un complot de los mortífagos, ¿no?

    Malfoy se echó a reír a carcajadas. Con esa misma risa franca que le había visto en el Gran Salón cuando departía con sus amigos en la mesa de Slytherin. –Potter, no te entiendo para nada, durante siete años ni hablamos y ahora de golpe se te ocurre que quiero matar a todos. –Malfoy sacudió la cabeza vigorosamente, se le desordenaron las mechas, pero no pareció importarle, no paraba de reír. –Estás como una cabra, Potter, ¿lo sabías?

    Harry le hubiera querido recordar que burlarse así del que lo estaba apuntando con una varita no era precisamente lo más sensato, pero estaba tan descolocado por lo que Malfoy le había dicho que las palabras se le resistían. Toda su existencia en Hogwarts había estado signada por su rivalidad con Draco Malfoy futuro heredero de Slytherin y pelotudo por antonomasia. Y si eso dejaba de ser cierto, como todo el resto de su vida parecía haber dejado de serlo, entonces ya no sabía en qué creer. Finalmente, con un tono de mucha menos confianza de la que hubiera querido, pudo articular: –Malfoy, hemos sido siempre enemigos. Me has estado persiguiendo durante años.

    Una nueva risa. –No te hagas ilusiones, Potter. Ni siquiera me acordaba de tu nombre hasta la semana pasada, cuando calumniaste a mi padre. –fijó los ojos acerados en los de Harry– Ahora, por última vez, bajá la varita, no quiero que me vuelvas a paralizar. Tengo que jugar un partido esta tarde y seguramente voy a resultar con muchas magulladuras por las bludgers, no necesito tener más, gracias.

    Harry lo miró hostil. Sentía como si una bludger le hubiera pegado y lo hubiera derribado de la escoba en vuelo. Lentamente bajó la varita. –Va a se mejor que te vayas. Pero voy a estar vigilándote, Malfoy.

    –Estás absolutamente chiflado [potty] –Malfoy revoleó los ojos y soltó otra carcajada– Potty Potter… me gusta… buena inscripción para una insignia de solapa.

    Otro déjà vu. –Andate, Malfoy. –el Slytherin le dirigió una última mirada, no reflejaba animosidad alguna, una mirada divertida. Luego se fue, los ecos de su risa se perdieron por la escalera.

    oOo



    –Harry, ¿vas a bajar de una vez? Estamos atrasados.

    Harry desistió de buscar una toga limpia y salió con lo que llevaba puesto, vaqueros y una remera de manga larga. Hermione había asignado en el horario quince minutos para asistir al partido Ravenclaw-Slytherin con quince minutos antes para ir a la cancha y otros quince para volver. Ron había protestado enérgicamente, el tiempo asignado era insuficiente. Pero después del encontronazo con Malfoy esa madrugada a Harry le parecía que podía llegar a ser demasiado incluso.

    Las palabras con que se había despedido habían dejado a Harry muy exasperado. Su enemigo había reparado en invertir tiempo y dinero para crear las insignias “Potter da asco” en cuarto año. Ahora que disponía de mucha más habilidad mágica ¿hasta qué extremos iba a llegar? Por eso fue que se dirigió a la cancha sintiendo gran inquietud, ¿con qué se encontraría? Todos sus temores resultaron infundados.

    Había un mundo de gente. Los Slytherins y los Ravenclaws desplegaban orgullosos las bufandas con los colores de sus casas. Los Hufflepuffs y los Gryffindors seguían haciendo apuestas de última hora sobre el resultado. Incluso los profesores se habían unido sin reservas al clima festivo, muy entusiastas, quizá porque la finalización del período estaba muy cercana. Pero nadie pareció notar particularmente la presencia de “Potty Potter”. Era demasiado bueno para ser cierto.

    Algo le debe de haber pasado a Malfoy, pensó Harry no sin cierta satisfacción, y seguramente se lo tenía bien merecido.

    El pensamiento le levantó tanto el ánimo que cuando subió a las gradas sonreía ampliamente. Hermione ya estaba allí, una mochila a su lado repleta de libros servía para guardarles los lugares. Cerró el texto de transfiguración que estaba leyendo cuando los vio aproximarse.

    –No puede disfrutar de un partido sin un libro. – gruñó Ron pero con tono divertido.

    –Lo voy a guardar apenas empiece. –dijo ella con voz alegre mientras colocaba la mochila debajo del tablón que les servía de asiento. En ese momento se oyó la magnificada voz del relator.

    Bienvenidos, aficionados al quidditch, al encuentro final del año y el que decidirá el resultado de la Copa. Ravenclaw vs. Slytherin. ¿El cuervo o la serpiente? ¿Cuál será coronado campeón este año?

    Zacharias Smith pasó a resumir las campañas de los dos equipos durante ese período, Harry dejó de escuchar –no tenía ningún sentido, no recordaba ninguno de los partidos– pero ésa no era la razón principal. Le había acaparado la atención el ingreso del equipo de Slytherin al estadio, liderado por un pálido chico rubio que entró volando a toda velocidad como si perseguido por toda una hueste de dementors. Malfoy remontó hacia el cielo hasta ponerse en medio de la cancha a la altura de Harry, recorrió con la vista las hileras de espectadores que lo vivaban, Harry se preparó para recibir una de sus miradas glaciales.

    Pero nunca llegó. Ningún signo de que lo hubiera reconocido. Malfoy ni siquiera había notado su presencia. Le resultaba irritante. Por mucho que aborreciera las interacciones con el Slytherin, se habían transformado en un elemento básico de su vida, en una constante como el rencor de tío Vernon, el pastel de papas todos los lunes en el comedor y el correspondiente enfrentamiento con Voldemort al final del año escolar.

    No te hagas ilusiones, Potter. Ni siquiera me acordaba de tu nombre hasta la semana pasada, cuando calumniaste a mi padre.

    Las palabras de Malfoy aletearon en su mente, eran una prueba brutal de que era un completo extraño en ese universo. Un extraño mal preparado para presentarse a los exámenes, que tenía que cuidarse de lo que decía para no preocupar a sus amigos y que no sabía cuáles eran las posiciones de los equipos en la Copa. Definitivamente, él no pertenecía allí.

    –Harry, ¿adónde vas?

    Ron lo miraba como si hubiera perdido la razón, irse a esa altura cuando el partido apenas empezaba. Y quizá era cierto nomás, Harry ni siquiera se acordaba de haberse levantado del asiento.

    –Yo… no me siento del todo bien – tartamudeó– Voy a caminar un poco.

    –¿Querés que te acompañemos? –preguntó Hermione, a su lado Ron parecía también dispuesto aunque no muy feliz con la idea de tener que ir con ellos.

    –No hace falta. Quiero bajar a tierra sólida.

    En ese momento Slytherin convirtió un tanto, hubo ¡hurras! y la tribuna vibró. Harry se apresuró a bajar a suelo firme. Se sentó en el último escalón. Hundió la cara en las manos. El breve momento de alegría se había esfumado, al igual que su cordura al parecer. ¿Realmente quería… necesitaba que Malfoy le prestara atención? Sos un demente perdido, habría dicho tío Vernon. Como una cabra, había dicho Malfoy.

    –¿Querés ponerte estos? –dijo la voz de la chica, había sonado tan cerca que lo había sobresaltado. Abrió los ojos y vio a Luna Lovegood que le ofrecía sus Spectrespecs– A veces me ayudan cuando me duele la cabeza.

    Harry sacudió la cabeza, pero le sonrió. –No gracias. Sólo necesito un poco de aire.

    Se dio cuenta que lo que había dicho sonaba rarísimo, estando al aire libre. Pero Luna se limitó a asentir. –Se hace difícil respirar con todos los Bumberglees que hay sueltos hoy.

    –¿Bumblebees? [abejorros] –preguntó Harry. Luna negó con la cabeza.

    –Bumberglees. Viven en el viento, pero si hay mucha gente se quedan atascados. Y el aire se vuelve espeso. Pero acá abajo no hay problemas, no hay viento, y no les gusta si no se mueve.

    Como con frecuencia le pasaba con Luna, no sabía si reírse o si asustarse porque conocía un montón de peligros que él no. Miedo que en ese momento se profundizaba de pensar que ella podía estar más cuerda que él. Para no seguir pensando en eso, preguntó: –¿Por qué no estás relatando, Luna, siendo que hoy juega Ravenclaw?

    –Zacharias no me dejó. Dijo que la última vez había confundido al público. Pero no creo que haya sido mi culpa, deben de haber sido los Bumberglees.

    –Seguramente tenés razón. –la consoló Harry. Para muchos, Luna no era normal, pero había estado junto a él en el Ministerio y no había faltado a ninguna de las reuniones del Ejército de Dumbledore. Y sin siquiera ese pasado –que ya no existía– debían de ser aun menos los que le dieran una oportunidad. Por eso mismo reconsideró cuando ella le sonrió y volvió a ofrecerle los Spectrespecs.

    –¿Seguro que no te los querés poner?

    –¿Y por qué no? ¿qué puedo perder? –todo lo que realmente importaba se lo habían quitado, desde sus recuerdos del pasado hasta su futuro como auror. ¿Y para qué quería ser un auror en un mundo que le era desconocido? Los Spectrespecs probablemente no lo iban a hacer ver mejor, pero tampoco podían empeorar aun más las cosas.

    O así lo creía.

    Tan pronto como se puso los anteojos psicodélicos encima de los suyos, la Tierra pareció girar noventa grados. Se multiplicaron las sombras frente a él, giraban y chocaban unas contra otras. Las visiones le vapulearon el cuerpo y la mente haciéndolo sentir magullado y desamparado. Por suerte estaba sentado, de lo contrario se hubiera caído, así y todo tuvo que agarrarse del pasamanos para compensar los movimientos ondulantes que lo sacudían. Los sonidos crecieron hasta hacerse ensordecedores, el rugir del público se asemejaba al estruendo de un tren que se le viniera encima.

    –Cerrar un ojo puede ayudar.

    En medio de toda la bulla, había alcanzado a oír el consejo de Luna. Bajó un párpado y el entorno se desaceleró y empezó a girar a una velocidad más tolerable.

    –No te inquietes. –de nuevo le llegó la voz de Luna– No va a ser siempre así.

    Cerrar un ojo en verdad ayudaba. Pero aun a media potencia los Spectrespecs hacían que el mundo pareciera muy diferente. La visión caleidoscópica que lo había turbado tanto al comienzo había desaparecido. Sólo se veían los ángulos de los objetos y todos los colores eran brillantes y chillones. La bufanda de Luna se veía de un azul intenso y de forma bien recta. La oreja rosada se veía muy cerca de la pequeña y respingada nariz. Harry sentía como si viera el mundo como Picasso, como si muchos planos se superpusieran y fueran visibles al mismo tiempo. No se parecía en nada al mundo real, suavizado y atemperado por el tiempo y las emociones, pero de alguna forma era también más real, sin elementos y factores que lo obscurecieran.

    –¿Cómo funcionan? –preguntó Harry.

    Entre sombras psicodélicas ella se puso de pie como un muro, más sólida de lo que le había parecido nunca. Los hombros parecieron adquirir un ángulo imposible cuando los encogió. –Es magia, Harry.

    En ese momento se oyó un grito terrible y un ruido como de algo más blando chocando contra algo duro. Harry se puso de pie de inmediato, pero todo le empezó a dar vueltas. Demoró un segundo en darse cuenta de la razón, se sacó los Spectrespecs haciéndolos volar a un lado. Encontró una brecha en la lona que lo separaba del campo de juego. Una pequeña multitud se había congregado en un punto de la cancha, Luna estaba ya entre ellos, y madame Hooch y varios jugadores de Ravenclaw. Sobre el pasto yacía el cuerpo inerte de Kylie Kriz y, para horror de Harry, junto a ella se alzaba Millicent Bullstrode con la varita apuntando directamente al corazón de la buscadora de Ravenclaw al tiempo que musitaba un conjuro de magia oscura.

    –¡No! –gritó Harry y acometió contra Millicent, le hizo volar la varita de la mano, pero la chica de constitución muy robusta no perdió pie. Ella trató de recuperar la varita pero Harry volvió a empujarla, todo alrededor se alzaron gritos escandalizados. Iba a intentar otro tackle pero alguien lo agarró por detrás y le retuvo los brazos.

    –¿Qué demonios estás haciendo, Potter?

    Harry intentó liberarse pero Malfoy lo retenía con firmeza. –¡La va a matar! –aulló a voz en cuello– ¡Deténganla! –pero nadie parecía hacerle caso. Terry Boot alzó la varita caída y se la devolvió a Millicent. Harry forcejeó contra su captor pero Malfoy no aflojó, tenía a Harry bien apretado contra su cuerpo ágil; el uniforme de quidditch, de grueso cuero, raspaba la piel de Harry. Recordó por un segundo esos mismos brazos apretándolo férreamente cuando habían escapado volando de las lenguas de fuego demoníaco que amenazaban con incinerarlos. Desechó el pensamiento de inmediato e intentó otra violenta sacudida para liberarse. –¡Soltame!

    Malfoy accedió a la demanda y lo empujó violentamente hacia uno de los lados, lo más lejos posible de la chica herida. Harry tropezó y cayó azotándose duramente contra el suelo. Levantó la vista y vio a su enemigo apuntándolo con la varita, y a pesar del sol brillante Harry volvió a sentir el mismo terror de esa noche, cuando había yacido desvalido ante los malignos ojos rojos.

    Pero no se puso de pie ni levantó la varita, el chico debe morir, y así sería.

    Quizá había muerto y esto que vivía era el infierno que le había tocado. O quizá éste era el final, se suponía que debía haber muerto y si Voldemort no lo había llevado a cabo, entonces correspondía que su seguidor y el enemigo de Harry pronunciara la Maldición mortal definitiva.

    Pero Malfoy no pronunció la maldición, bajó en cambio la varita y dijo apretando los dientes: –¡Llevatelo de acá, Luna! ¡Ya! Antes de que haga algo de lo que después me arrepienta.

    Harry sintió un insistente tironeo de la manga. –Vamos, Harry. Vamos a la cocina a ver si hay budín. –lo hizo poner de pie con dificultad. Volvió a tambalear cuando vio a Millicent inclinada sobre Kylie. Luna lo mantuvo firme y luego lo hizo caminar alejándose de los demás.

    –Va a matar a Kylie… o algo peor. –se acordó de la agonía en segundo año cuando Gilderoy Lockhart le había licuado los huesos.

    –No. –replicó ella simplemente– Ya no es más así. Mirá.

    Harry se dio vuelta. Kylie ya estaba sentada y Terry Boot la estaba ayudando para que se pusiera de pie. Era imposible, una caída desde tal altura habría seguramente roto algo.

    Mareado, Harry se dejó conducir debajo de las tribunas; sobre la arena divisó los Spectrespecs que había desechado minutos antes. Seguían enteros pero los cristales estaban rajados. –Perdón, Luna. Creo que los rompí.

    –Quedátelos, Harry. –dijo restándole importancia– Tengo otro par.

    –Gracias, –respondió Harry– pero creo que prefiero ver el mundo de la forma que lo estoy viendo ahora.

    –Está bien, –dijo ella encogiéndose de hombros– pero guardátelos igual, nunca se sabe, puede que llegues a necesitarlos.

    Una multitud de Gryffindors bajaban las escaleras, como un espectacular ocaso de oro y escarlata. –Luna, creo que no estoy de humor para budín, me voy quedar acá esperando a Ron y Hermione.

    –De acuerdo. –dijo ella y empezó a caminar hacia la salida, luego se volvió– Lo dije en serio, Harry. No siempre va a ser así. –y se fue dejándolo solo bajo las gradas.

    oOo

    Los TEDiOs resultaron tan mal como Harry había temido. Como Hermione ya había anticipado, Hagrid le puso un Aceptable en Cuidado de las Criaturas Mágicas, a pesar de que había metido la pata y había dejado escapar a dos knarls del corral. El Pobre que obtuvo en Herbología no se debió al caos que produjeron en el invernadero el día del examen. El lío había tenido otra causa, había confundido bubotuber con dungeongrass y había terminado con las manos llenas de ampollas que no desaparecieron hasta dos horas después cuando madame Pomfrey le había aplicado el antídoto. Igual de mal le había ido en Encantamientos, no había empezado tan mal, el Incarcerous del principio le había salido bastante bien, pero luego fracasó rotundamente en lanzar un Imperturbable, un Orchideus y un sortilegio de optimismo en rápida sucesión. (Artera elección de los examinadores, sortilegio de optimismo con lo deprimidos que estaban todos con los exámenes)

    Pero aun peores fueron los Deplorables que obtuvo en Astronomía y en Pociones. El de Astronomía era esperable, apenas si había abierto los libros y no había cumplido con ninguna de las prácticas que Hermione le había incluido en el programa. El de Pociones lo decepcionó mucho, sin embargo. Le hubiera gustado aprobar, sentía como si estuviera defraudando a Snape si no lo lograba. Pero de nada le valieron los deseos. Su poción de euforia no resultó del debido color amarillo vibrante, sino de un naranja opaco, como quemado; y cuando le pidieron que mencionara cuatro usos de los cerebros de rana, de lo único que se había acordado era de que habían salido proyectados y habían quedado adheridos al techo del aula de pociones durante una malograda clase de segundo año.

    Y lo peor fue ver que la poción de Malfoy había resultado del mismo amarillo brillante y espectacular de los dientes de león que tachonaban los prados de Hogwarts.

    Sólo en Defensa contra las Artes Oscuras obtuvo un Excedió Expectativas. Fue un examen poco convencional. En lugar del tradicional duelo de magos, le tocó enfrentarse con una patota de atacantes. –Es por los asaltos. –le había explicado Hermione– ¿No has estado leyendo El Profeta últimamente? –la verdad sea dicha Harry había estado evitando leer el diario, ¿para qué confirmar que el mundo se había vuelto loco como Hogwarts? Pero recordaba titulares sobre rachas de asaltos a magos en Londres. Las crónicas no le habían llamado la atención lo suficiente como para ponerse a leerlas. Pero si ése iba a ser el examen, Harry estaba preparado para aprobarlo, si bien tuvo que tragarse el intenso disgusto que le provocaba Amycus Carrow. Con certeros Expelliarmus desarmó rápidamente a sus tres oponentes y luego los inmovilizó con sendos Petrificus. El (¿ex?) mortífago quedó muy impresionado y ni siquiera la queja de Malfoy de que Harry era tan bueno porque había estado practicando el hechizo sobre sus compañeros disminuyó el entusiasmo del profesor. –¡Excedió Expectativas! –proclamó ante la clase en pleno– Con reflejos como esos podrías resultar un auror excepcional.

    Pero Harry necesitaba más que buenos reflejos para llegar a ser auror y con el pésimo desempeño en los TEDiOs no le restaba ni la más mínima posibilidad. No obstante, trató de mostrarse contento por Hermione y por Ron. Ella, sin embargo, parecía muy decepcionada, sólo había obtenido tres Sobresalientes, en los demás apenas Excedió Expectativas. Pero con la ayuda de ella, Ron había podido lograr Aceptables en todas las materias. Le alcanzaba para ingresar en los rangos inferiores de entrenamiento de aurores. Y más adelante le sería posible volver a presentarse a los exámenes y obtener mejores notas, para de esa forma alcanzar ascensos con más facilidad.

    Pero la situación de Harry era un punto muy sensible, sus amigos cambiaban de tema muy seguido cuando lo veían aproximarse. Era muy exasperante que le recordaran de esa forma su fracaso. Quizá por eso estaba casi contento cuando llegó el último día. El baúl ya estaba empacado y cerrado, atiborrado de siete años de recuerdos que en realidad no había tenido.

    Faltaba todavía una hora para que saliera el tren. Decidió dar un último paseo. Sus pasos lo condujeron a la cabaña de Hagrid, lo encontró trabajando en el jardín. –Hola, Hagrid. –saludó.

    –¡Harry! –replicó al saludo el hombretón– ¿Qué estás haciendo por acá? Iba a ir a despedirte a la estación.

    –Me sobró un poco de tiempo y pensé venir a despedirme de Fang.

    El perro estaba echado cruzado delante de la puerta, levantó ligeramente la cabeza pero no mostró ninguna intención de levantarse de su cómodo lugar al sol. Y ni se movió siquiera cuando Hagrid le pasó por encima para entrar. –Voy a poner la pava al fuego para preparar un poco de té.

    Harry asintió y se sentó en los escalones junto al perro, le rascó una de las orejas. Levantó los ojos a los prados que se extendían frente a él. En ese momento la vista no le aportó la paz habitual sino un intenso y profundo sentimiento de melancolía. Era Hogwarts, el único lugar en el que había sentido que pertenecía de verdad. Donde había aprendido a usar los poderes que lo habían asustado durante mucho tiempo. Donde había descubierto quiénes habían sido sus padres. Donde había conocido a Sirius. Donde había hecho sus primeros amigos… y sus primeros enemigos. Y donde había sido en ocasiones un descastado y en otras un héroe. Pronto partiría y sentía como si supiera aun menos cosas que siete años atrás.

    –Acá tenés, Harry. –dijo Hagrid y le alcanzó un jarro humeante algo desportillado– Como te gusta a vos, con una cucharadita de azúcar y una gota de leche.

    Como a él le gustaba ciertamente. Y casi dolía que Hagrid recordara ese detalle mínimo y que se hubiese olvidado de tantas otras cosas tan importantes.

    –¿Te acordás de la primera vez cuando nos conocimos, Hagrid? – preguntó temiendo la respuesta.

    –¡Claro que sí, Harry! Me acuerdo también de cuando eras una cosita chiquita… cuando tu papá y tu mamá murieron… un accidente terrible fue ése… –Hagrid se sentó en un “banquito descomunal” frente a él y mezcló el té con la cuchara muy reconcentrado– Pero seguramente vos te referís a cuando te llevé a Diagon Alley; no veía la hora de alejarte de esos espantosos parientes tuyos. –Harry soltó una risita, a pesar de todas las penas, al parecer en cualquier universo paralelo los Dursleys seguían siendo unos hijos de puta. –Pero ya te los sacaste de encima… ¿qué es lo que tenés planeado hacer de ahora en más?

    –Yo… no sé. –replicó Harry, era una pregunta muy importante para la que no tenía respuesta, pero apenas pusiera el pie en el andén 9 ¾, horas más tarde, iba a necesitar una– Creo que ya no sé ni quién soy…

    –¿Qué quién sos? –repitió Hagrid perplejo– Sos el hijo de James y Lily… y un mago excelente… lo que digan las notas de los TEDiOs importa poco y nada. Hay un montón de trabajos para los que no se necesitan notas… y además vos podrías hacer cualquier trabajo… sólo hace falta que te lo propongas.

    Harry trató de sonreír. La confianza de Hagrid debería haberle reavivado la suya, pero mucho temía que ya era muy tarde para eso. Cierto, seguramente podrían tomarlo como empleado en muchos negocios, era posible que pudiera incluso aprender algún oficio, pero nada de lo que había pensado hacer con anterioridad era posible en ese momento. – Creo que nunca pensé seriamente en lo que haría después de la guerra,– admitió– llegar a ser un auror parecía una buena opción… pero ahora…

    –¿La guerra? –preguntó Hagrid desconcertado.

    Harry disimuló un suspiro en el jarro de té. No se iba a poner a explicar… y mucho menos a discutir. –Es una cosa de muggles, –mintió– sólo una expresión.

    –Nunca entendí a los muggles. –concedió Hagrid sacudiendo la cabeza.

    Como para cambiar el tema, Harry preguntó: –¿De qué se ocupaba mi papá? Cosa rara, ¿no? No sé lo que hacía.

    Hagrid reflexionó un momento. –Bueno… –dijo finalmente– James Potter tenía dinero. No tenía que hacer nada en particular… creo.

    Harry se sorprendió sobremanera. –¿Querés decir que no tenía un trabajo? ¿que se la pasaba ocioso todo el día como los Malfoys?

    –Cuidado, Harry. –reconvino Hagrid– puedo aceptar que ser un político en el Ministerio quizá no sea el más extenuante de los trabajos, pero no debe ser tan fácil tratar a todos con igualdad.

    Harry soltó una risa incrédula. –¿Justicia? ¿Equidad? ¿Lucius Malfoy? –se acordó del mortífago reclamando el ajusticiamiento de Buckbeak. Justicia era la última palabra que asociaría con Lucius Malfoy– Si hubiera algo de justicia en el mundo le correspondería estar en Azkaban o algo peor.

    Hagrid lo miró serio. –Harry, me llama la atención que hables tan mal de la gente, hasta donde yo sé, debe de haber hecho un buen trabajo, de lo contrario ya lo habrían echado. De Thickness se podrán decir muchas cosas, pero no es del tipo de los que toleran parásitos.

    –¡Pero es un Malfoy! –insistió Harry– Es rico y… malvado… y Slytherin hasta la médula…

    –Que justamente seas vos… –empezó a decir Hagrid y sacudió la cabeza– Nunca creí que fueras tan estrecho de mente, Harry. ¿Juzgar a las personas por la casa en donde los ubicaron? No había visto ese tipo de discriminación desde mis épocas de estudiante. Dumbledore le hubiera puesto freno de inmediato a ese tipo de ideas… si todavía estuviera con nosotros. Es una lástima que ya no esté. –Hagrid fijó por un instante la vista en su jardín– No quisiera imaginar las cosas terribles que habrás pensado de mí en todos estos años.

    –¡Oh no! No pienses nada de eso. – se apresuró a aclarar Harry sintiéndose muy mal, la conversación se estaba descarrilando y no sabía bien por qué o cuándo– ¡Jamás pensé nada malo de vos! Has sido siempre uno de mis mejores amigos… y uno de mis mejores profesores, –agregó– sin vos no sé si hubiera podido llegar a completar la escuela.

    –Bueno… gracias. –dijo Hagrid ahora más tranquilo por las palabras de Harry– no me gusta que se condene a nadie porque es diferente. –levantó una ceja– Además… es posible que cuando llegues a Londres te des cuenta que tenés en común con los Malfoy más de lo que habías imaginado.

    Harry frunció el ceño. No creía que tuviera nada en común con esa familia y los de su calaña. Pero antes de que pudiera pedirle a Hagrid explicaciones sobre lo que había querido decir, se escuchó a lo lejos un agudo pitido… el Expreso de Hogwarts había entrado a la estación.

    –Te convendría darte prisa, Harry, –dijo Hagrid poniéndose de pie– no sea que pierdas el tren.

    Pero Harry quería perderlo. Quería quedarse en Hogwarts hasta que pudiera comprender mejor todo, hasta que todos recordaran lo que había pasado, hasta que Hagrid se diera cuenta de que él no era para nada como los Malfoy, hasta que él mismo entendiera quién era. Sentía que lo habían estado engañando durante siete años, años que se había pasado aprendiendo cosas de un mundo que ya no existía. Abrazó lo que le daban los brazos del inmenso contorno de la cintura de Hagrid, sintió sus palmadas cariñosas sobre la espalda. Los ojos le ardían… todo era tan injusto.

    –Vos podés hacer cualquier cosa que sueñes, Harry. –dijo Hagrid con voz entrecortada de emoción– Y sé que me vas a hacer sentir orgulloso.

    Con reticencia, Harry finalmente lo soltó y salió corriendo hacia Hogsmeade. Las palabras de Hagrid resonándole en los oídos. Ojalá yo supiera cuáles son mis sueños.

    oOo



    Ægri somnia: Los sueños de un hombre perturbado
     
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  4. Dan2102
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    Esta genial, me ha gustado mucho... Es algo enrredado, no entiendo por que no ha llorado? creo que han sido suficientes lagrimas como para que llorase jejeje

    pobre Harry.... Ojala pronto haya un rayito de luz para el jeje contii!
     
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  5. Kari Tatsumi
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    Capítulo 4
    Casus belli



    La anciana bruja soltó un suspiro exhausto y cerró la puerta de un empujón. –¡Una lluvia de no creer! –dijo sin dirigirse a nadie en particular. Colgó el impermeable en el perchero en el que había una amplia variedad de sombreros pasados de moda. –¡Literalmente a cántaros!

    Le dio un buen sacudón al paraguas pero algunas gotas se mostraban renuentes a unirse al pequeño charco que se había formado alrededor de sus botas de goma. Se sentó en un banquito y se las sacó; se calzó unas pantuflas rosadas. –Así está mejor. –dijo con un resuello y fue a sentarse a un sofá. Con un rápido movimiento de varita avivó el fuego de la chimenea, con otro trajo levitando un jarro de té humeante desde la cocina y un último sirvió para llenar el ambiente de música, Nelson Eddy y Jeannette MacDonald gorjeándose amor eterno. Dejó caer la varita a la alfombra y acunó el jarro en sus manos temblorosas.

    Su paz fue quebrada por un estruendo en el piso de arriba. La bruja se puso de pie con cuidado de no derramar el té caliente. –Aengus, ¿sos vos?

    Una maullante bola de piel negra entró corriendo por la puerta y fue a esconderse bajo uno de los sillones.

    –Oh Aengus ¿qué fue lo que hiciste ahora? –lo amonestó con suavidad, pero el gato no se calmó, siguió siseando frenético desde su escondite– Seguro que un buen lío.

    Lo llamó insistente y cariñosamente para que saliera, pero el gato se negaba. Dejó el jarro sobre la mesita y se inclinó para levantar el vuelo de brocato que lo ocultaba, no era una acción sencilla debido a su generoso torso. Cuando comprendió que inclinándose no iba a conseguir nada, se dio por vencida y lentamente se puso en cuatro patas sobre el suelo. –Ahí estás. La abuela no está enojada, –dijo con voz apaciguadora espiando debajo del asiento– ¿No te gustaría un poco de pescado? Sé que te gusta el pesc….

    Una mano enguantada le ahogó las palabras. Con violencia la tiró para atrás hasta que la cabeza golpeó contra el muslo del hombre. –A mí me gusta el pescado, –dijo el hombre arrastrando las palabras– pescado con papas fritas, nada mejor después de tanto whisky de fuego. –aterrada, giró el cuello para mirarlo, pero había ocultado sus rasgos con algún encantamiento, todo lo que pudo adivinar fue una mata de cabello castaño, una mandíbula afilada y encías en las que faltaban muchos dientes. –Y también me gustan otras cosas menos inocentes… –le puso la otra mano sobre un hombro y la fue deslizando lentamente hacia abajo, hacia los pechos; la anciana cerró los ojos muy apretados– Te doy tres posibilidades… a ver si adivinás…

    –Y yo te doy tres posibilidades para que adivines lo que te va a hacer el Jefe si no la cortás ya mismo con eso que estás haciendo. –la bruja abrió los ojos y vio entrar a otro hombre. Tenía el mismo acento que el otro, un acento que le recordaba los callejones oscuros de Spitafields donde vivía cuando era chica; no los callejones del lado del cementerio junto a la iglesia sino los del otro lado, donde según su madre habitaban espectros y donde desaparecían brujas jovencitas de las que no se volvía a saber nada. –Los negocios primero, –le recorrió el cuerpo con los ojos– el placer después…

    El corazón de la bruja se aceleró aun más. Giró apenas la cabeza, ubicó la varita en el lugar donde la había dejado caer descuidadamente, estaba a apenas a un metro…

    –No, no… –la regañó el mago junto a la chimenea, apuntándola con la varita directo al corazón– Tratá de hacer eso y te frío antes de que puedas decir ¡Accio! Y creeme, –agregó inclinándosele muy cerca, tan cerca que el acre aliento a cebolla y tabaco la hizo ahogarse– lo que yo te podría llegar a hacer no es nada comparado con las cosas de las que es capaz mi socio. –se enderezó y la miró desde arriba– Entonces, ¿vas a ser una abuelita buena y te vas a portar bien?

    Vaciló, parecía como si se hubiera olvidado de cómo moverse, como si estuviera paralizada. Se había mordido el labio y el gusto metálico de la sangre le inundaba la boca, se sentía al borde del desmayo.

    –Quizá necesite algún tipo de incentivo. –dijo el que estaba detrás de ella. El otro pronunció entonces: –¡Accio gato!

    El animal fue arrancado de su escondite y terminó con el cuello apretado por la mano del hombre. La bruja se sacudió con furia impotente, el hombre estaba examinando al gato con marcado asco. –¿Viste alguna vez a un gato sometido a Cruciatus? –le preguntó– Es realmente comiquísimo. Se siguen revolcando de dolor durante horas después. Si hasta dan ganas de matarlos para ahorrarles el suplicio. –apuntó deliberadamente la varita a la bola de pelo negro y bajó los ojos para mirarla– ¿Estás preparada para cooperar?

    Asintió vigorosamente, tanto como se lo permitía el férreo agarre de la mano del otro sobre su mandíbula. El hombre la soltó e inmediatamente alzó la varita del suelo y la quebró, al mismo tiempo unas ataduras mágicas le inmovilizaron las muñecas. Hubiera gritado si no hubiera estado tan aterrada, por ella y por el gato.

    –Po… por… fa…favor… – tartamudeó– …mis rodillas…

    El mago delante ella entrecerró los ojos –ella sabía que no iba a recordar otros rasgos pero de esos ojos negros no se olvidaría jamás– y luego le hizo un corto asentimiento al otro. Se odiaba a sí misma por necesitar ayuda, y odiaba tener que dejar que ese intruso la tocara, pero era una mujer vieja y en ese momento se sentía más vieja aun. El hombre la levantó y la sentó en el sofá y luego se sentó él mismo sobre el brazo a su lado, mirándola y riendo con la boca desdentada.

    Miró al otro hombre que seguía apuntándola con la varita. –¿Co… cómo entraron? –el tono autoritario que siempre había provocado pavor en su nieto estaba ausente, su voz sonaba como la de una mujer desamparada, que no otra cosa era en ese momento.

    El hombre a su lado soltó una risita. –¿Las porquerías esas que tiene como defensas? Nos tomó diez segundos quebrarlas.

    –Me tomó a mí diez segundos, querrás decir. –interpuso bruscamente el otro– Y además eso no tiene importancia. Lo que queremos que nos digas, abuelita, es dónde guardás las cosas de valor: galeones, joyas y demás.

    Suspiró. Su nieto le había advertido que no era sensato cerrar la cuenta en Gringotts. Pero había habido tantos robos en el banco… bóvedas vaciadas sin que pudiera hallarse explicación de cómo lo habían hecho. Obviamente no habían sido las grandes bóvedas de los niveles inferiores, las fortunas de las familias más ricas seguían bien seguras, pero para las otras de recursos más modestos, el banco había dejado de ser confiable.

    –¿Y abuelita? ¿dónde están? – la instó el hombre a su lado, se le ocurrió que podía ser un squib, no había empuñado varita alguna en ningún momento, igualmente le hacía helar la sangre, le estaba recorriendo con una uña la barbilla y la bajaba hacia la garganta.

    –N… no tengo nada, acá. –mintió– Todo está en Gringotts.

    –Ay… abuelita, no deberías haber dicho eso. –pero había cierta complacencia en el tono. –¡Crucio! –se limitó a pronunciar el otro.

    –¡No! –gritó la bruja e intentó ponerse de pie pero la mano enguantada la retuvo en el asiento, Aengus se retorcía espasmódico en el suelo y soltaba agudísimos aullidos desgarrados– Pare… –gimió– …por favor.

    El pobre animal siguió quejándose lastimosamente durante un minuto más. –¿Nos vas dar lo que queremos entonces?

    –Sí. –se rindió. Pensaba en tanto que quizá no fuera necesario que les revelara todos los escondites, podía no mencionar el del sótano, quizá tampoco el que estaba detrás de la cama.

    Como si le hubiera leído la mente el hombre sonrió. –Nada de secretitos, abuelita. –no le faltaban dientes como al squib pero la sonrisa no era menos aterradora, sobretodo cuando hacía girar la varita sobre el gato que ahora había quedado inerte boca arriba junto al hogar– Al gatito no le gustó nada el jueguito.

    –Sin secretos. –apretó los ojos, podía hacerlo, determinación no le faltaba, había soportado la muerte de su marido y la insania permanente de su único hijo, les daría lo que le pedían, o parte al menos, y se irían dejándola tranquila. –Allí, en el sobrearco.

    Ninguno de los dos hombres entendió a qué se refería. –La arcada sobre la chimenea.

    El mago apuntó la varita a los ladrillos del voladizo y recitó el encantamiento revelador. La mampostería pareció quebrarse y expuso a la vista una buena cantidad de oro y joyas.

    –Todo lo que queda del tesoro de la familia Longbottom. –dijo gimiendo.

    –Buen intento, abuelita. –dijo el squib que había abandonado el brazo del sofá y estaba metiéndose el tesoro en los bolsillos, las piezas estaban encantadas para que no abultaran en absoluto– ¿Dónde está lo demás?

    Apretó los puños. –No quedan más que unos pocos galeones… –empezó a decir pero fue interrumpida por la maldición que renovó el suplicio y los aullidos del gato– Es la verdad, –insistió– hay unos galeones en el armario de la cocina, en un recipiente de cerámica, no están protegidos por ningún encantamiento.

    –Andá a fijarte. –dijo el mago– yo me quedo a vigilarla.

    –Muy bien, –dijo el squib inclinándose muy cerca de la bruja– Pero no vayas a hacer nada que yo no haría. –ella se sobresaltó y el hombre rompió a reír– Ay abuelita, cómo nos vamos a divertir, no veo la hora de que terminemos con la parte de negocios. –cuando salió de la habitación seguía riéndose.

    El mago la seguía mirando fijamente. Se estremeció cuando vino a sentarse a su lado. –¿Por qué no vamos adelantando un poco? Decime adónde tengo que ir a buscar a continuación, no querrás que sigamos lastimando al gato.

    Sentía la garganta seca. Se había creído tan lista cuando dividía el tesoro que había pasado de generación en generación durante doscientos años. ¿Quién precisa de los goblins ávidos de riqueza? Había pensado. Y ahora la estaban asaltando, las defensas no habían servido de nada. Abrió la boca para hablar pero las palabras no le salían… y se renovaron los aullidos.

    –¡Pare! –pero el mago no levantó la maldición, se limitó a sonreír con crueldad. Ahora comprendía que no iba a escapar con vida, ni aunque les diera todo lo que pedían.

    –¿Abuela? ¿Abuela estás ahí?

    Aengus dejó de aullar. El mago empezó a maldecir. –¡Aurores! –gritó. Se oyó un ruido proveniente de la cocina, el recipiente de cerámica de la tatarabuela se habría hecho trizas contra el suelo.

    –Abuela, voy para allá…

    La voz sonaba como un saludo de otro mundo, un mundo donde vivía en paz, tomando su té con Aengus a su lado y escuchando a Jeannette Mac Donald cantando los misterios de la vida y las gotas de lluvia marcando el contrapunto sobre el cristal de las ventanas. No pertenecía en ése otro mundo, donde Aengus chillaba en agonía, el mago a su lado maldecía y luego escapaba desaparicionando y ella se estremecía indefensa. –Neville. – murmuró cuando vio llegar a su nieto por la chimenea.

    oOo



    La campanilla del negocio de Criaturas de Critswold no era del vivo tintineo de la del de Madame Malkin, ni del doblar del de Ollivander que inspiraba cierto respeto. Lo más cercano con lo que Harry podía asociarlo era con un cencerro de vaca, un desagradable y disonante entrechocar metálico. En cierto modo era lo que correspondía, la clientela de Critswold no era generalmente muy vivaz, ni de las que inspiran respeto. El negocio estaba en una esquina de Knockturn Alley, convenientemente apartado, a sólo una cuadra de Diagon. Los parroquianos no eran precisamente de los más honestos pero tampoco los decididamente delincuentes que frecuentaban los negocios semiclandestinos o francamente ilegales ubicados cuadras más adentro de Knockturn.

    Era el lugar ideal para quien quisiera pasar inadvertido.

    Harry nunca hubiera imaginado que iría terminar en un lugar así, pero necesitaba un trabajo. El dinero se le había venido escapando como agua entre los dedos. Y luego que todos los negocios de Diagon lo rechazaron tuvo que apelar a la inexistente buena voluntad de Critswold. Cuando eso tampoco dio resultado, había recurrido a Hagrid para que lo recomendara, lo que Hagrid había puesto en la carta le era desconocido, pero lo cierto fue que al día siguiente recibió una escueta nota: Necesito a alguien que limpie las jaulas de los murciélagos. Puede empezar mañana a las diez. Desde hacía dos años, Harry había trabajado allí, de martes a sábado. Los domingos y los lunes el negocio permanecía cerrado.

    Ese sábado a la tarde, su fin de semana empezó como era habitual con cena en casa de Ron y Hermione. Después de Hogwarts, Harry se había dedicado a explorar los enclaves mágicos de Europa desde la Rive Gauche del Sena hasta las antiguas plazas de Óbuda, desde las serpeantes callejas de Toledo hasta los canales de San Petersburgo. Había deambulado por todas partes solo, siempre rodeado de extraños. Había sido mejor así. Era toda gente que jamás lo había conocido y que por lo tanto tampoco lo había olvidado. Así le gustaba. Pero el día de su vigésimo primer cumpleaños mientras vagaba por un laberinto de callejones en Fes el Bali, fue alcanzado por Errol que le traía atado a la pata un mensaje de Ron.

    Volvé a casa. No me puedo casar sin padrino.

    Y Harry había vuelto. Más que nada por Ron y Hermione, pero también porque no podía mandar a la pobre y decrépita lechuza todo el camino de vuelta. Aparicionó a La Madriguera y le devolvió a Molly el desordenado montón de plumas. Ella lo recibió con un fortísimo abrazo que casi lo dejó sin aliento.

    Habían festejado la boda en El Equinoccio de Otoño. Y a partir de entonces vivían en una vieja granja de Essex, cercana al hogar de los padres de Hermione. Harry iba a cenar con ellos todos los sábados. A veces a Harry se le ocurría que ésa era la forma que tenían para controlarlo. Pero no le importaba. Las atenciones de Hermione podían ponerse incluso pesadas en ocasiones, pero él siempre las encontraba reconfortantes, nunca había tenido a una madre que se preocupara por él. A veces los provocaba, que qué esperaban para tener un montón de Weasleycitos propios alrededor. Hermione siempre levantaba la nariz y le recordaba que ella era una mujer de carrera y que consideraría la cuestión una vez que hubiera alcanzado la jefatura del Departamento de Catástrofes Mágicas. Ron se limitaba a encogerse de hombros y le decía a Harry con la mirada: que ella podía hacer lo que quisiera, como siempre había sido y que todavía no alcanzaba a explicarse cómo era que había accedido a casarse con él.

    Durante la semana, raramente veía a sus amigos. Aunque todos trabajaban en el centro, Harry evitaba ir al Ministerio. Al terminar la jornada le gustaba ir a vagar por el Londres muggle entre la marejada de los millones de londinenses. Claro que hubiese sido más fácil aparicionar directamente a su departamento, pero cuando se mezclaba con tantos otros pasajeros en el colectivo 73 que lo llevaba a Stoke Newington se podía olvidar de que tenía habilidades mágicas y de que alguna vez había estado destinado a cumplir una gran proeza.

    En el trabajo, era el señor Critswold el que se encargaba de hacérselo olvidar. Generalmente su mayor preocupación era predecir si tenía que llenar el recipiente de comida de los Knarls hasta el tope como le había ladrado el señor Critswold el día anterior o sólo hasta la mitad como se lo había ordenado dos días antes.

    –¡Harry! –estaba vociferando Critswold en ese momento desde el salón del negocio, y antes de que pudiera contestar, oyó –¿Dónde se ha metido el jodido muchacho!

    –¡Voy enseguida! – gritó y terminó de sacar el cartón cubierto de deyecciones que servía de base a la jaula del buitre, cerró la jaula, dejaría para después reemplazar el cartón. El buitre graznó y demostró su desaprobación defecando en ese preciso momento. –Qué simpático, –murmuró Harry– te voy a ofrecer a precio de liquidación al próximo cazador de patos que entre.

    –¡HARRY!

    Mascullando se agachó para pasar por el marco bajo de la puerta de la trastienda. Del otro lado del mostrador había una mujer rubia con una minifalda muggle muy corta y unos zapatos de taco muy alto; a su lado, un señor calvo y petiso, por la cara se le notaba que hubiese querido estar en cualquier otra parte menos ahí. Harry volvió la vista hacia el patrón. –¿Sí, señor Critswold?

    Los ojos del señor Critswold se entrecerraron hasta casi desaparecer. –Los huevos de cobra de la señora Archer, ¿están listos?

    Mierda. Todo el día había tenido la sensación de que se estaba olvidando de algo. Y no era precisamente un pedido para olvidarse. Una docena de huevos de cobra puestos en sólo dos días. La poción de fertilidad que le había administrado a Simbi para una puesta tan prolífica la había dejado lánguida e irritada, Harry se había olvidado de ella desde la cena del día anterior. Ahora la serpiente se iba a sentir mucho peor.

    –Ya se los traigo. –dijo Harry y volvió al depósito de la trastienda. Había colocado el tanque de Simbi en el rincón más tranquilo del recinto con una estufa al lado. Esperaba que hubiera dado resultado y que hubiera huevos suficientes para cubrir la orden. –Sssimbi, –siseó al aproximarse– me temo que necesito los huevos ya.

    La serpiente se enrolló rápidamente alrededor de los huevos y alzó la cabeza amenazadora. –¿Y si no te dejo que me robes mis hijos?

    Harry frunció el ceño. –Entonces va a venir el señor Critswold. Y vos sabés que a él no le importa si te hace daño. –la cabeza de la serpiente tembló, seguramente se estaba acordando de la última vez, el dueño le había inmovilizado la cabeza con una horquilla para sacarle los huevos. Una docena de huevos de cobra se cotizaban a unos mil galeones, una cantidad como para dejar sonriendo al señor Critswold durante una semana. Haría cualquier cosa para hacerse con ellos. –Perdón, Simbi, realmente lo siento.

    La serpiente pareció considerar sus opciones por un instante luego se retiró hasta un rincón de la caja. –Robate mis hijos entonces, lleváselos para que los aplasten.

    –De veras lo siento, Simbi. –repitió Harry y fue sacando los huevos– ¡Simbi, hay uno de más! ¡Pusiste uno de más! Te lo podés quedar.

    La cabeza de la serpiente se alzó ansiosa luego volvió a desplomarse. –También me lo va a sacar… para venderlo.

    Harry negó con la cabeza. –No, –le aseguró– te voy a ayudar a esconderlo. Soy el único que limpia las jaulas, vos sólo vas a tener que ocuparte de ocultarlo cuando él ande cerca. ¿Y cuando la cría rompa el cascarón, qué? Pero en eso podría pensar después, por el momento podía al menos salvar uno de los hijos de Simbi, introdujo el huevo sobrante en el hueco que dejaba el cuerpo enroscado en el centro. –Vuelvo enseguida para ver que esté todo bien.

    La lengua bífida se proyectó hacia fuera. –Gracias, Harry.

    Sintiéndose muy orgulloso, volvió al negocio portando la docena de huevos. La señora Archer suspiró: –Ya era hora. –y le quitó la caja de las manos con un movimiento tan brusco que Harry tembló temiendo por la integridad de los delicados cascarones.

    –Estoy seguro de que serán de su completa satisfacción – dijo con entusiasmo el señor Critswold– Supongo que recibiré el pago mañana a través de los goblins…

    Dividina Archer lo interrumpió con un chillido. –¡Hay un huevo roto! –gimoteó volviéndose hacia su marido.

    –¿Qué es esto, Critswold? –demandó el marido– ¿Está tratando de estafarme?

    Critswold se dio vuelta furioso hacia Harry. –¿Rompiste un huevo?

    –¡Claro que no! –protestó Harry, sabía que de nada valía que adujera que había sido la señora misma la culpable, pero nunca había tolerado que se lo acusara falsamente. –¡Estaban en perfectas condiciones cuando los traje!

    –¡Me está llamando mentirosa? –le espetó la mujer indignada.

    –No… yo…

    –Nada de eso, –intervino el señor Critswold– le estaba por decir que iba a tratar de conseguirle otro huevo para reemplazarlo, ¿verdad, Harry?

    Harry miró dentro de la caja de cartón, uno de los huevos dejaba escapar su sustancia vital. Pensó en el huevo extra… pero por nada del mundo iba a entregárselo. –Lo lamento… pero no creo que pueda… está muy débil… ni siquiera se resistió cuando se los saqué…

    –Bueno, supongo que no esperará que le paguemos lo que habíamos acordado. –intervino airado el señor Archer.

    –No, no… por supuesto. –concedió Critswold– ¿Le parece bien un diez por ciento menos?

    –¿Un diez por ciento? Eso es un insulto. Por lo menos un veinte… el hechizo va a resultar prácticamente inútil con un huevo menos.

    –Pero estos son los huevos más frescos que se pueden conseguir. Y dejan a la serpiente agotada e inútil durante varias semanas…

    Harry los dejó negociando y volvió rápidamente a la trastienda para colocar unas piedras en el tanque de Simbi, para que ayudaran a disimular el huevo supernumerario. Minutos después se le unió el señor Critswold.

    –¡Novecientos galeones por once huevos! Ese hombre es un ladrón. El muy hijo de puta seguro que se lo hizo romper a propósito para pagarlos menos.

    Harry parpadeó, al parecer el señor Critswold no lo hacía responsable, no del todo por lo menos. Pero algo iba a encontrar para endilgárselo. Fue entonces que vio el desquicio debajo de la jaula del buitre.

    –¿No has aprendido nada sobre los animales en todo este tiempo? Hay dos constantes: comen y cagan. No te podés olvidar de ninguna de las dos cosas.

    –Perdón, señor Critswold, yo…

    Pero la disculpa fue interrumpida con un gesto displicente. –No te vayas hasta que hayas dejado todo limpio. El tanque de la serpiente, volvé a ponerlo en la vidriera, no importa que se quede quieta todo el tiempo, a la gente le gusta mirarla. Y no te olvides de sacar la basura…

    Terminaba así otra típica jornada de labor con un montón de tareas asignadas a última hora que tenía que cumplimentar antes de poder irse. Pero al menos ese día sentía cierta satisfacción, el huevo seguía protegido envuelto por el cuerpo de la cobra.

    oOo



    Ya las sombras eran muy largas cuando Harry llegó a la residencia Weasley-Granger. Generalmente llegaba bastante tarde, pero como al día siguiente ninguno de ellos trabajaba, a nadie parecía importarle. Uno de ellos o los dos solían esperarlo en la sala, por eso se sorprendió cuando entró y la encontró vacía.

    –¿Ron? ¿Hermione?

    –¡Acá!

    Se dirigió hacia la cocina. Encontró a Ron vistiendo un delantal que le llegaba casi hasta el suelo. Empezó a levantar una comisura, pero Ron sacudió una cuchara de madera en advertencia.

    –¡Ni una palabra!

    Harry sonrió. –No iba a decir nada, –destapó dos de las cervezas que había traído y le pasó una– sólo que me sorprendí un poco al encontrarte así tan… doméstico.

    –Sí, Hermione va a llegar hoy más tarde. Le prometí que yo me ocuparía de la cena, ella sugirió que encargara comida para llevar, pero me pareció una buena oportunidad para preparar el guiso de carne de mi mamá –tomó un sorbo de cerveza y lo estudió un instante– Te veo muy contento, ¿una pitón se comió a tu patrón?

    Harry sonrió pícaro y negó con la cabeza. –No precisamente, pero hice algo que no le va a gustar… si se entera. –le contó lo que había pasado con la orden de los Archer y el huevo de la cobra. Ron se mostró por un momento incómodo cuando mencionó parseltongue –no es algo natural, decía siempre– pero estalló en carcajadas pensando en la poción de belleza de Dividina Archer malograda por el huevo que Harry le había birlado.

    –En el próximo número de El Semanario de las Brujas seguramente habrá una nota especulando sobre su aspecto mustio debido al estrés que le toca soportar.

    –Harry soltó una risita. –Con fotos de antes y después.

    Por supuesto, –dijo Ron– y después El Profeta va a levantar el dato y lo pondrá como un signo evidente de que el imperio de los Archers está en ruinas. –tomó otro sorbo de cerveza y luego golpeó violentamente la mesada– ¡Merlín, Harry! ¡Tu huevo puede llegar a ser responsable de un completo colapso de la Economía!

    Harry rió. –Hermione va a estar encantada. Y a propósito, ¿qué la demoró?

    Ron frunció la frente y no contestó de inmediato, se dio vuelta de manera muy deliberada para revolver el guiso, Harry se empezó a poner nervioso. –Está en St. Mungo haciéndole compañía a Neville.

    –¡Neville! –exclamó Harry– ¿Qué le pasó a Neville?

    –No a él, a la abuela. Entraron asaltantes a la casa y la atacaron.

    –¡Merlín! ¿Está bien?

    –Sí, por suerte, pero había quedado muy afectada, la dejaron internada en observación. No sé muy bien lo que pasó, Neville nos avisó esta tarde y Hermione fue enseguida para allá.

    –¡Dios! ¡Qué terrible! –Ron gruñó su acuerdo y bebió otro sorbo.

    Durante los años anteriores se había desatado el terrible azote, que no había hecho más que empeorar con el tiempo. Ya había habido atisbos en la época en que todavía estaban en Hogwarts, una ola de asaltos en las calles. Pero con el correr del tiempo se había vuelto muy grave, se multiplicaban los asaltos a las casas y a los comercios. El otrora impenetrable Gringotts había sido robado en varias oportunidades y se había originado una de las corridas más serias desde la Gran Depresión. La sociedad mágica estaba en una situación muy vulnerable. Incluso a alguien que evitara las noticias, el caso de Harry, le llegaban las historias, todos conocían a alguien que había sido víctima de la violencia. En los últimos meses había habido varias manifestaciones reclamando acción ministerial.

    Harry sabía que el Ministerio no estaba de brazos cruzados, todos los aurores disponibles estaban asignados a las investigaciones, pero cuando le preguntaba, Ron se limitaba a sacudir la cabeza con frustración. Los episodios no parecían guardar ningún tipo de conexión unos con otros; eso sí, todos parecían muy bien planeados y eran por lo general muy salvajes.

    Harry se estremeció al pensar lo que habrían hecho para convulsionar de tal modo a la formidable señora Longbottom. –¿Cómo entraron? ¿La casa no tiene defensas?

    –Sí. Unas de las más sólidas que conozco. –Ron se frotó la frente con la palma– Algunas habían sido puestas por el tatarabuelo de Neville. Vos sabés bien lo poderosas que son esas barreras antiguas.

    Harry bien que lo sabía. Las defensas poderosas que la familia Black había puesto en Grimmauld Place 12 había sido una de las razones por las que él había decidido mudarse a un departamento muggle.

    –Y lo más extraño e increíble, – prosiguió Ron– es que no sólo violaron las defensas sino que pusieron unas nuevas mientras estaban allí. Fortísimas. Roger Davies es el experto que tenemos en quebrar barreras, Neville me contó que le tomó muchísimo tiempo poder deshacerlas.

    –¿Qué las hace tan resistentes?

    –Según Neville, cuando lograban una brecha, la barrera cambiaba y se reacomodaba para sellarla. Finalmente se dieron cuenta de que tenían que empezar a trabajar por los extremos.

    Defensas se veía en séptimo año, era una de las cosas que Harry no había estudiado, sólo tenía nociones generales al respecto. Lo que le contaba Ron le sonaba inusitado. –¿No han podido descubrir al que puso las nuevas defensas?

    –En eso estamos trabajando. Pero para serte sincero, con tantas empresas que están ofreciendo a diario nuevas y mejoradas defensas… estamos superados. Sacan algo nuevo todos los días. –hizo una mueca– No podría siquiera explicarte cómo es que funcionan las que tenemos puestas acá.

    Harry había oído comentarios de los clientes alardeando sobre sus nuevos sistemas de seguridad, nunca les había prestado demasiada atención. –Todas esas compañías deben de estar recogiendo dinero en palas.

    –Podés decirlo. Y llegamos al punto en que si uno no pone la última versión que han sacado al mercado, termina transformándose prácticamente en un blanco. Quizá deberías preocuparte… sobretodo por la vieja casa… vos no estás nunca allí.

    Harry sonrió. Por lo que a él respectaba los ladrones podían llevarse cualquier cosa que quedara de los góticos tesoros venidos a menos de la familia Black. –No creo que les interese nada de lo que tengo.

    –Quizá no, –dijo Ron– aunque a mí me gustaría echarle mano a tu vieja escoba.

    –¿Ah sí? –rió Harry– Así que si hay un asalto ¿les digo a los aurores que vengan a buscar acá primero?

    –El verdadero crimen es que ya no la uses más. ¿Cuándo fue la última vez que volaste?

    Harry pensó un momento, hacía mucho. –Debe de haber sido en La Madriguera… para tu cumpleaños.

    Antes de que Ron pudiera contestar, les llegó un crac desde la sala. –Debe de ser ella. –le pasó la cuchara y apuntó a la olla– controlámelo un minuto.

    Momentos después regresó seguido por Hermione que traía un bulto gris en brazos. Saludó a Harry con un beso en la mejilla y se sentó. Parecía exhausta. El bulto… se movía. Harry miró con más atención, era un gato.

    –Es el gato de la abuela. –explicó Hermione– Usaron Cruciatus sobre el pobrecito para que les dijera lo que querían saber. –lo acarició con ternura– Tienen que encontrarlos, Ron.

    Ron le dio un suave apretón en el hombro. –Los vamos a agarrar.

    La miraba con tanta ternura que Harry se sintió un poco incómodo, se dio vuelta y se ocupó de servir té para todos. –¿Cómo está la abuela de Neville? – le preguntó a Hermione alcanzándole la taza humeante.

    –Mejor, pero sigue muy sacudida. Al menos le dieron el alta. Pero cuando Neville le preguntó si quería volver a la casa para buscar algunas cosas se puso a llorar desconsolada. Yo fui a buscarle lo necesario y a Aengus… también, de entrada ni lo reconoció, antes era negro.

    Harry sintió un escalofrío. La imagen de Hermione bajo el Cruciatus de Bellatrix se le había hecho presente. El terrible recuerdo fue interrumpido por la pregunta de Ron –¿Neville está trabajando sobre alguna pista?

    Hermione negó con la cabeza. –No que yo sepa. A él mismo lo vi muy consternado. Es de entender, es prácticamente la única persona que le queda… aunque quizá haya algo entre él y Luna Lovegood, estuvo con él toda la mañana en el hospital y la abuela se va a quedar con ella y su papá mientras Neville va a trabajar.

    –No me digas que te vas a poner de nuevo en casamentera. –apuntó Ron divertido con una furtiva mirada hacia Harry. Durante los dos últimos años le había conseguido pareja en múltiples ocasiones, eran todas compañeras de trabajo, brujas brillantes que ponían los ojos en blanco cuando se enteraban que trabajaba de asistente en un negocio de mascotas. Todavía no se había animado a decirle a Hermione que, incluso si a alguna no le llegara a importar su modesto estatus laboral, él no tenía ningún interés en ellas. –¿Neville te dio a entender algo?

    –Creo que harían buena pareja. –comentó Harry.

    Hermione pareció sorprenderse de que dijera algo así. Pero era lo que Harry creía. Hacía mucho que no pensaba en Luna, pero tenía mucho sentido imaginársela con Neville. –Neville le serviría de anclaje terrenal y ella lo ayudaría a olvidar.

    Hermione le sonrió con orgullo. Harry deseó que no estuviera planeando conseguirle otra pareja. Ron por su parte no pareció muy impresionado. –Quizá los dos deberían dedicarse a casamenteros. La cena ya está lista.

    Ron le sirvió un bol de guiso y ella se inclinó para dejar el gato en el suelo, el animal se le pegó a las piernas, no quería perder contacto. –Necesita sentirse seguro. –dijo Harry.

    –Sí, pobrecito. –dijo ella con un suspiro –¡Ah, casi me olvidaba! Neville mencionó que la abuela había cerrado la cuenta en Gringotts hace dos semanas. Ya no les tenía confianza. Tenía todas las cosas de valor en la casa.

    Ron se dio vuelta de repente, algo del guiso se le derramó al suelo, –¿Cómo se te pudo olvidar algo así? –cuando Harry lo miró algo confundido por el arranque, Ron explicó: –Algunos de los últimos asaltos se registraron en casas de personas que habían cerrado sus cuentas en el banco pocos días antes. Es cómo si supieran quiénes tienen los valores en la casa. Es muy probable que tengan informantes en el banco.

    Hermione asintió. –Lo mismo piensa Neville, pero los goblins no le dan ese tipo de información ni al Ministerio. ¿Vos creés que puedan estar ayudando a los ladrones?

    –Seguro, –dijo Ron encogiéndose de hombros– siempre que puedan obtener una buena tajada para ellos.

    Pero Harry lo dudaba. Algo así no era propio de los goblins, si las negociaciones que había tenido con Griphook en la casa de la playa de Bill servían de referencia.

    –El lunes lo investigaremos con detenimiento. ¿Querés otra cerveza, cumpa?

    –Sí… claro.

    –Y vos… ¿cómo te ha ido? ¿Algo interesante esta semana? –inquirió Hermione.

    –Sí… contale de la serpiente.

    La charla siguió por esos rumbos y por otros temas livianos durante el resto de la cena. Después pasaron a la sala, Hermione se sentó a leer con el gato acurrucado sobre la falda y Ron y Harry se pusieron a jugar ajedrez.

    Mucho más tarde volvieron al tema de los robos.

    –Ron, no quiero olvidarme. Neville quiere que le demos el nombre de la empresa que contratamos para las defensas… yo no me acordaba… ¿es Avery & Crowe?

    –Avery & Crabbe, –dijo Ron distraído– creo que son parientes del Slytherin que era de nuestro año… el que murió.

    La mano de Harry que estaba por mover un caballo se paralizó. –¿Avery & Crabbe? –hacía años que no oía los nombres de esos mortífagos pero seguían helándole la sangre– ¿Son dueños de una compañía de seguridad?

    –Sí, –dijo Ron– una de las muchas que brotaron como hongos el año pasado. Hay tantas que es difícil acordarse de todas.

    Con un muy mal presentimiento, Harry preguntó: –¿Cuáles son las otras?

    –Bueno… está Allied Carrow… Hermanos Lestrange… ¿Cuál otra, Hermione?

    –Salus es la más importante… –dejó el libro a un lado y pronunció: –¡Accio El Profeta! El diario voló a su mano, se lo pasó a Harry. –Mirá en los Clasificados, todas anuncian ahí.

    Harry abrió el diario en la página indicada, dos carillas de anuncios de empresas de seguridad, dibujos de candados y llaves, figuritas de presos en traje a rayas, y los nombres de las empresas anunciantes en grandes letras como las de las marquesinas.

    Que no le roben… asegúrese con Rockwood

    Allied Carrow S.R.L – Para que las joyas de la familia queden en la familia.

    Walden: Vigilancia y Defensas. Walden MacNair, propietario.

    Los Hermanos Lestrange – Ud. nos quiere de su lado.



    La lista seguía y seguía: Antonin Dolohov, Yardley Yaxley, Nott e hijo… parecía la nómina de los que deberían estar presos en Azkaban… y en cambio estaban haciendo negocios y prosperando a todo lo largo y ancho de Gran Bretaña.

    Al pie de la página estaba el aviso más grande y más destacado.

    Se trata de la seguridad de su familia. ¿Por qué elegir menos?

    Seguridad Salus

    Protegiendo a las familias mágicas desde 1998.



    En una esquina del aviso había una pequeña W rodeada por un círculo. Tenía aspecto de una marca para ganado. –¿Sabés que significa este símbolo? –preguntó Harry pasándole el diario a Hermione.

    –Es el símbolo de la Orden de Walpurgis. Una sociedad medio secreta del tipo de las de los francmasones. ¿A Arthur nunca lo invitaron a unirse, Ron?

    –Humm… –Ron avanzó un peón y pareció volver a la superficie– ¿Walpurgis? No, no creo. Nunca fuimos del tipo apropiado… si me entendés lo que quiero decir. Te toca mover a vos, cumpa.

    –¿Eh...? Ah… sí. –Harry había olvidado por completo su estrategia… si era que había tenido alguna. Su ajedrez no había mejorado desde la época de Hogwarts. Y el nombre Walpurgis le sonaba en algún rincón del cerebro, pero no podía precisar por qué… mal podía concentrarse en el juego… movió el caballo sin pensarlo mucho más y se volvió hacia Hermione.

    –Entonces esta empresa… Salus… –preguntó cauteloso– ¿dijiste que era la más grande?

    Ella levantó de nuevo la vista del libro, frunciendo el ceño. –Bueno… no estoy segura de que sea la más grande pero es a la que le va mejor. Y fue la primera… empezaron incluso antes de que nadie se diera cuenta de que iban a necesitar nuevas defensas.

    –Sí, –intervino Ron– y según lo que dijo Roger son los que más invierten en investigación e innovaciones. Las otras firmas sólo le copian las ideas y las cambian un poco. –deslizó un alfil por el tablero– Jaque.

    Harry no había anticipado la jugada, en realidad le estaba prestando muy poca atención a la partida, un flanco del rey estaba liberado, hizo el enroque. Seguidamente formuló la pregunta… aunque ya imaginaba cuál sería la respuesta… –¿Es de los Malfoys, no?

    –Sí, –respondió Ron– ¿cómo te diste cuenta?

    ¿Y de quién más si no? Tenía sentido… dentro del todo sinsentido general. Los mortífagos habían acaparado la industria de la seguridad y ¿quiénes otros sino los Malfoys podían ser el centro? ¿Quiénes sino ellos podían ser los primeros para capitalizar las desgracias de los demás?

    –¡Jaque mate!

    El grito alegre de Ron lo sacó de sus reflexiones. Hermione dejó el libro a un lado y se desperezó. –Bueno… yo me voy a acostar, estoy reventada… Harry, ¿vos te quedás a dormir, no? La pieza de huéspedes está preparada. –el cuarto de huéspedes estaba siempre preparado para él y Harry había dormido allí todos los sábados durante el último año, pero Hermione siempre lo invitaba como si fuera la primera vez. A Harry le hacía muy bien, sentía que ellos querían tenerlo cerca. Esa noche había además otra razón: –Mañana vamos a ir a visitar a mis papás al chalet que tienen sobre la playa, van a estar encantados de volver a verte.

    –¡Sí Harry, quedate! –lo urgió Ron con tono insistente y lo tentó con algo más– Mañana podemos aprovechar para ir a volar juntos sobre el océano.

    –¡Me parece genial! –dijo Harry y conteniendo un bostezo agregó: –Creo que ya es hora de que yo también me vaya a dormir.

    Todos subieron, Harry les deseó las buenas noches y entró en su habitación. Era una amalgama perfecta de gustos combinados. Un pequeño jarrón con flores sobre la cómoda y un póster de los Chudley Cannons en la puerta del armario. En los ganchos de la puerta colgaban una robe de chambre y un piyama de Ron. Harry se puso el piyama y se acostó. No podía dormirse había un montón de cosas dándole vueltas en la cabeza. Se levantó, se puso la robe y salió al corredor. Ron salía del baño justo en ese momento.

    –¿Todo bien, Harry?

    –Sí… me preguntaba… ¿podría mandar una lechuza?

    –Sí, claro… ¿algún problema?

    –No, es una cosa que me acordé ahora…

    –En uno de los cajones de la cocina hay plumas y pergamino. Cuando la tengas lista llamá a Tobias desde la ventana trasera.

    –Gracias, Ron. –bajó a lo cocina, buscó pluma y pergamino y se sentó para escribir. Pero no le resultaba fácil, empezando por el saludo de apertura…

    Querido Malfoy:

    No… así no quedaba bien; tachó el querido y le quedó solamente Malfoy… y no, así tampoco quedaba bien. Arrancó cuidadosamente la parte superior del folio y empezó de nuevo.

    Sr. Malfoy:

    Quisiera averiguar sobre servicios de seguridad para mi domicilio…


    No… tampoco… sonaba muy indiferente… poco interesado. Reinició otra vez.

    Sr. Malfoy:

    Necesito con urgencia instalaciones de seguridad en mi vivienda. Sé que seguramente estará muy ocupado, pero dada nuestra…


    ¿Nuestra qué? ¿nuestra rivalidad?¿nuestro odio mutuo? Pero no… el Malfoy de esos últimos días en Hogwarts ni siquiera sabía bien quién era él…

    …pasada asociación como alumnos del mismo año en Hogwarts, desearía que Ud. me pudiera atender personalmente. Estaré durante todo el día en mi casa el lunes.

    ¿Y como iba a terminarla? ¿Atentamente suyo? ¿Con la animosidad que siempre nos tuvimos? Finalmente se decidió por firmarla simplemente:

    Harry Potter

    Escribió la dirección de su departamento muggle un poco más abajo. La leyó un par de veces, la dobló y la colocó en un sobre.

    Escribió claramente en el sobre Draco Malfoy, se estremeció de sólo pensar que pudiera ser Lucius el que se le apareciera en el umbral. Fue hasta la ventana trasera y llamó:

    –¡Tobias!

    La lechuza voló hasta él, quizá algo sorprendida por el requerimiento tan tardío. Harry se dio cuenta entonces de lo tarde que era. Malfoy iba a quedar muy sorprendido al recibir una carta a tales horas. Pensó unos segundos, ¿sería conveniente mandarla en ese momento? Pero quizá al día siguiente no se animaría a mandarla…

    –Llevale esto a Draco Malfoy en la Mansión Malfoy. ¿Sabés dónde es? –Tobias despeinó las plumas ofendido– No te enojes… –le ató la carta a la pata y le dio una golosina para aves– Buen chico. – agregó acariciándolo.

    Lo observó alejarse volando hasta que desapareció de la vista. Luego se llevó las manos a la cara con un gesto desesperado.

    –¡Ay mierda! ¡Cómo se me ocurrió hacer algo así?

    oOo



    Casus belli: Hecho que justifica una guerra o que se usa como justificación de una guerra.
     
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  6. Dan2102
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    Poco a poco todo se aclara :D

    Contii"!
     
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  7. Kari Tatsumi
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    Capítulo 5 – Nihil sub sole novum



    Harry no trabajaba los lunes. Eran los días que más le gustaban. Se despertaba mucho más tarde y se quedaba remoloneando en la cama, a veces hasta el mediodía. Finalmente se levantaba y tomaba una ducha caliente. Iba luego a la cocina y comía lo que fuera que Kreacher le hubiera preparado para desayunar. Durante la tarde salía a caminar sin rumbo ni propósito fijos. Cuando bajaba el sol se metía en algún pub y se pasaba un par de horas mirando deportes por televisión. Volvía tarde al departamento, comía algo no muy complicado y se acostaba a dormir.

    Así era la vida sin ambiciones de Harry Potter, otrora héroe del joven y extinto Colin Creevey y la espina que había tenido clavada en su costado el más oscuro mago de todas las épocas.

    Ese lunes, sin embargo, empezó distinto y no muy bien. Su sueño profundo fue interrumpido intempestivamente por una luz muy brillante que lo encandiló. Protegiéndose los ojos con los dedos pudo entrever a Kreacher que acababa de descorrer las cortinas. –¿Qué estás haciendo? –gruñó– ¿Qué hora es?

    –Las siete en punto. –replicó Kreacher animoso– El amo dijo anoche que hoy iba a recibir visitas, Kreacher se ha tomado la libertad de preparar todas las comidas preferidas del amo.

    Harry volvió a gruñir, más fuerte esta vez, y se tapó la cara con una almohada. –Dije Malfoy, no visitas. Y no es una reunión de tipo social sino de negocios.

    –Pero el amo no ha recibido a nadie desde hace tanto tiempo, no desde esa última vez cuando vino ese horrible muggle que quiso matar a Kreacher… aunque Kreacher se lo merecía, claro que se lo merecía, Kreacher debería haberse quedado escondido como el amo se lo había pedido…

    Aun con los ojos cerrados y una almohada cubriéndole la cabeza, Harry sabía que el elfo estaba buscando algo para golpearse como castigo. No era algo que Harry pudiera soportar a tales tempranas horas. –Kreacher, por favor, no te castigues, fue algo sin importancia. –realmente lo había sido. Harry había levantado al muggle de marras en un bar una de esas noches que parecían que iban a ser muy largas. Ya ni recordaba cómo se llamaba, pero si se acordaba de evitar ese bar. Obliviate hubiera sido una alternativa más sencilla, pero Harry se negaba a usar ese hechizo, y ahora cada vez que pasaba por la puerta de ese bar, apretaba el paso. –En serio, eso ya está olvidado por completo, –agregó bostezando en la almohada– ahora necesito seguir durmiendo.

    –¿Seguir durmiendo? –repitió el elfo con un tono que dejaba en claro que no le parecía una idea demasiado sensata– Bueno, si esos son los deseos del amo, que el amo siga durmiendo. ¿Vuelvo a cerrar las cortinas? –como Harry no contestó, el elfo continuó– Sí, el amo podrá dormir mejor así. Kreacher seguirá ocupándose de preparar todo para la visita del amo Malfoy.

    Harry no se sacó la almohada de la cara hasta que el elfo se hubo ido. Pocas cosas debía haber peores que un elfo ansioso de expectativa, pensó.

    Bueno, quizá la razón por la que el elfo estaba tan ansioso podía ser una cosa peor.

    Ya había empezado a arrepentirse de haberlo citado apenas Tobias había emprendido vuelo. Durante el domingo en casa de los padres de Hermione había logrado olvidarse del asunto. Ahora le volvía la inquietud.

    Esos últimos años no habían sido fáciles. Al principio había tenido la certeza de que Voldemort se iba a alzar de nuevo de golpe y se iba a apoderar del desprevenido mundo. Luego se le ocurrió que el encantamiento de memoria perdería efecto con el tiempo, pasaba con todos los hechizos de ese tipo. Con los muggles servían igual, para cuando se acordaban solían atribuir el recuerdo recuperado a un sueño. Pero a medida que pasaban los años y nadie recordaba, Harry se empezó a cuestionar. ¿Sería posible que tuvieran razón?

    Por mucho que odiara esa idea, aprendió a vivir como si fuera cierta. Aprendió a controlarse en todo lo que decía, ningún comentario en absoluto que pudiera ganarle miradas raras o de lástima. Dejó de leer los diarios, los tejemanejes políticos lo aburrían y si pasaba algo realmente importante se enteraba por sus amigos. Y cada vez más tendía a mezclarse con los muggles que nunca se habían preocupado, ni de un modo ni de otro, de quién era Harry Potter. Se volvió el más anónimo y ordinario de los hombres.

    Pero en lo hondo de su ser estaba seguro de que esa paz terminaría por hacerse pedazos. Y toda una industria de seguridad en manos de mortífagos era un claro signo de que eso iba a ocurrir. Tenía que averiguar qué era lo que estaba pasando.

    Le dio un puñetazo a la almohada. Maldito Kreacher y su entusiasta ansiedad. Malditos los mortífagos y sus maquinaciones. Maldito Malfoy porque… bueno porque era Malfoy. Ahora estaba demasiado despierto y ya no iba a poder dormir.–¡Kreacher!

    No hubo respuesta. Se sentó en la cama y volvió a llamar. –¿Kreacher?

    Hubo un crac y el elfo apareció junto a la cama con una extraña expresión culpable. –¿Sí, amo? ¿Qué requiere Harry Potter de Kreacher?

    Harry entrecerró los ojos. –¿Adónde te habías ido?

    El elfo pareció temblar por la sospecha. –Kreacher sólo quería complacer al amo. Kreacher sólo quería demostrarle al joven amo Malfoy que el amo es un buen anfitrión, el mejor de los anfitriones. Kreacher no quería hacer quedar mal al amo.

    La forma de hablar del elfo era siempre confusa, pero a esa hora de la mañana era también muy exasperante. –¿Qué fue lo que hiciste, Kreacher?

    Kreacher dejó caer la cabeza y levantó un poco los ojos, reticente. –Kreacher fue a visitar a Lubby a la Mansión Malfoy para averiguar lo que al joven amo Malfoy le gusta comer. Lubby le dio a Kreacher una lista de las cosas que le gustan.

    –Oh Kreacher, –dijo Harry suspirando– Ya te dije que Malfoy viene por negocios. No es necesario que le sirvas nada.

    –¡Pero el amo tiene que servirle algo! –replicó Kreacher horrorizado como si Harry le hubiera ordenado que matara a Malfoy apenas entrara. –Es responsabilidad de Kreacher demostrar que su amo es el perfecto anfitrión. Kreacher no puede defraudar al amo.

    El elfo se mostraba tan insistente que Harry comprendió que nunca iba a ganar esa discusión, excepto que le ordenara que se fuera del departamento durante la visita de Malfoy. –Está bien, podés hacer como te guste… un momento… ¿qué es exactamente lo que le gusta a Malfoy?

    –Oh, el joven amo Malfoy tiene un gusto muy refinado. –dijo Kreacher sin disimular su orgullo– Caviar, sushi, foie gras, ciruelas al oporto, faisán…

    –¡No, no, no! –lo interrumpió Harry imaginando el colapso de la pequeña mesa del comedor bajo el peso del sofisticado paladar de Malfoy– No vas a preparar nada de eso para él… lo prohíbo terminantemente.

    Kreacher pareció hondamente desilusionado, hizo una profunda reverencia y dijo con voz ahogada: –Sí, amo. –a Harry le dio lástima.

    –¿A Malfoy no le gusta nada normal? ¿Algún tipo de sándwich… o un postre quizá?

    Kreacher pensó un momento y el rostro se le iluminó: –Lubby dijo que al amo Malfoy le gusta la tarta de limón.

    –Bien, podés prepararle tarta de limón.

    –¡Oh gracias! Kreacher va a preparar la mejor tarta de limón que el amo Malfoy haya degustado nunca. Y el amo Harry Potter quedará como el mejor de los anfitriones. Kreacher se asegurará de que así sea.

    –No me cabe la menor duda. –dijo Harry con una sonrisa resignada– Ahora voy a tomar una ducha. –fue entonces que se acordó de la razón por la que había llamado al elfo en primer lugar– Otra cosa, Kreacher, ¿podrás conseguirme muchos diarios? De los tres o cuatro últimos meses, quiero ponerme al día con las noticias.

    –Claro, Kreacher los tendrá a disposición del amo para cuando termine con su baño.

    –Gracias, Kreacher.

    El elfo salió y Harry sacudió la cabeza. Despierto a hora tan temprana en su día de descanso y para discutir las preferencias culinarias… ¡de Malfoy tan luego!

    oOo



    Harry había pensado que Malfoy se presentaría a una hora razonable pero ya eran las cuatro y todavía no había llegado. Se empezó a exasperar. Era irrazonable, incluso esa mañana se sentía arrepentido de haberlo citado. Pero ya empezaba a considerar que Malfoy no se molestaría en atender su solicitud y que tampoco había tenido la deferencia de comunicárselo con una lechuza. Era ofensivo.

    Y Kreacher se mostraba particularmente fastidioso también, de un lado al otro acomodando cosas que no necesitaban ser acomodadas porque todo ya estaba perfectamente ordenado. Aunque a esa hora las orejas se le empezaban a caer, probablemente él también se estaba decepcionando.

    No se lo preguntó, sin embargo, el elfo era propenso a los desvaríos, la mitad de las veces Harry no entendía lo que le quería decir. Cosas de la edad avanzada, seguramente, el elfo solía confundir con frecuencia pasado y presente. A veces hablaba de su idolatrada señora Black como si todavía estuviera viva. Harry sabía que iba a menudo a visitar el retrato en Grimmauld Place. Pero había sido siempre un sirviente leal, lo había seguido sin protestar a ese departamento muggle y había disimulado su desdén por esa chimenea que no funcionaba y por el tamaño de la vivienda, según su opinión muy pequeña para un mago de la grandeza de su amo. Aunque, para ser sincero, Harry no sabía si hubiera podido arreglárselas sin el elfo. Sabía que Hermione objetaba que lo tuviera, ella nunca había abandonado la cruzada pro elfos que había iniciado en la escuela. Pero Kreacher no quería que lo liberaran, más bien todo lo contrario. Y se mostraba muy complacido cada vez que su amo le demostraba su gratitud. Para levantarle el ánimo en ese instante dijo: –Hiciste un excelente trabajo al conseguirme los diarios, gracias.

    El rostro se le iluminó. –El amo había dicho que quería muchos y Kreacher se aseguró de que hubiera suficientes para las necesidades del amo. Kreacher puede traer más si hicieran falta.

    –No, son más que suficientes. –había traído muchísimos, Harry se había olvidado que El Profeta tenía dos ediciones, matutina y vespertina, Kreacher había traído las dos ediciones de los últimos seis meses, también números de otros periódicos de menor circulación, entre ellos El Puntilloso, del papá de Luna. Pensar en Luna lo hizo pensar en Neville y su abuela y en la razón por la que había pedido los diarios.

    No encontró un artículo de fondo que le explicara la proliferación reciente de tantas firmas de seguridad. Pero había mucho para mantenerlo ocupado mientras esperaba la llegada de Malfoy. No había algo preciso que pudiera identificar pero sí muchos indicios desparramados que lo iban poniendo crecientemente inquieto. El Profeta había publicado notas de todos y cada uno de los incidentes de ataques a magos. Habían sido todos brutales, los ladrones parecían deleitarse en aterrorizar a las víctimas. O al menos así lo presentaba Deborrah Manson la cronista de hechos policiales de El Profeta. Las torturas y humillaciones estaban descritas con escabrosa minuciosidad, o la periodista había presenciado más de un episodio directamente o tenía una muy vívida y tortuosa imaginación.

    Otra cosa que llamaba la atención era que prácticamente no había habido arrestos, ni siquiera de sospechosos. Era realmente sobrecogedor, la ola delictiva parecía imparable y los aurores no tenían ninguna pista.

    El Ministerio por su parte hacía constantes declaraciones. El ministro Thicknesse resaltaba en cuanta oportunidad tenía, la necesidad de vigilancia permanente en tiempos de tribulación como esos. Lo hacía con un tipo retórica que hubiera complacido mucho a tío Vernon, discursos llenos de términos como orden, disciplina y sacrificio. El número de aurores se había duplicado en los últimos años. En “respuesta a la demanda pública” el Departamento responsable de hacer cumplir las leyes mágicas había creado un cuerpo de aurores de élite. Ron le había comentado algo al respecto, actuaban como si estuvieran por encima del resto. Y en realidad estaban por encima del resto. A esta división independiente se le habían otorgado grandes poderes en muchos de los decretos que Pius Thicknesse había promulgado. Tenían atribuciones de hacer allanamientos en cualquier morada. Las garantías individuales no estaban aseguradas, cualquiera podía ser detenido durante días “para ser interrogado”. Aunque el Ministerio se preocupaba en asegurar que tales medidas se aplicarían sólo en casos extremos. Los Fidelius habían sido declarados ilegales como asimismo cualquier tipo de defensa que pudiera dificultar el ingreso del cuerpo especial de aurores a cualquier residencia.

    El Ministro insistía en que tales medidas era necesarias para “desatarles las manos”, para que pudieran “hacer todo lo necesario para detener la ola de malignos ataques a la sociedad mágica y al estilo de vida de la comunidad”. Por el modo en que lo formulaba parecía sugerir que podría tratarse de acciones de muggles. Lo cual era un despropósito, era claro que los delincuentes eran magos.

    –El amo parece alterado, –dijo Kreacher– quizá el amo haya estado leyendo demasiado.

    –Quizá, es mucha información para absorber de golpe en corto tiempo. –Harry se sacó los anteojos y se frotó el puente de la nariz; repitió una pregunta que ya le había hecho en múltiples oportunidades. –¿Y supongo que vos seguís sin acordarte de Voldemort?

    –Amo, yo sólo me acuerdo…

    –Sólo te acordás de lo que yo me acuerdo, sí Kreacher, ya lo sé. –era la respuesta que le daba siempre, y con el objeto de dejarlo conforme, el elfo nunca lo contradecía.

    –¿El amo gustaría una taza de té y algún bocadillo quizá?

    El elfo parecía tan contento, Harry maldijo a Malfoy de nuevo, ya eran las cinco y media. Tomó uno de los ejemplares de El Puntilloso. La cuestión de la seguridad también era el tema primordial de la publicación del señor Lovegood. Estaba poblado de artículos que destacaban las ventajas de las defensas naturales con pociones de preparación casera con ingredientes como claveles secos y mejorana. También daban tablas numerológicas minuciosas para determinar el día más propicio para encarar ciertas actividades precisas que podían encerrar riesgos. A diferencia de El Profeta se ubicaba además como vocero de disensión y órgano activista. Informaba sobre las manifestaciones de protesta, sobre las demandas legales entabladas por las víctimas de los robos en Gringotts y algo más que le llamó mucho la atención a Harry, un petitorio para cubrir la posición de profesor de Defensa contra las Artes Oscuras en Hogwarts, desde que Carrow había renunciado para dedicarse a actividades más lucrativas, el puesto estaba vacante.

    En ese momento golpearon a la puerta. ¿Malfoy? ¿Tan tarde?

    Kreacher lo había pensado así, apareció con un pop y se llevó todos los diarios. Lo único que dejó fue el ejemplar que Harry estaba leyendo, Harry lo depositó sobre la mesita y tomó la varita.

    Pasó rápidamente la varita por la puerta para revelar la imagen del visitante. Era ciertamente Malfoy, y no había cambiado mucho. Pero la nariz que había parecido demasiado puntiaguda y la mandíbula que había parecido demasiado afilada en el chico, le sentaban muy bien al hombre en el que se había convertido. El cabello era igual, rubio casi blanco pero lo llevaba más largo ahora. Los labios dibujaban una línea neutra en ese momento pero Harry sabía que apenas abriera la puerta se torcerían en una mueca desdeñosa. Pero lo había invitado para obtener algunas respuestas, no para reavivar viejos rencores y después de todo lo que había leído, las preguntas se habían multiplicado. Abrió la puerta.

    –Hola, Malfoy, es un gusto que hayas podido venir.

    Malfoy dibujó una casi media sonrisa en lugar de la mueca de desdén esperada. –Hola, Potter. –replicó poniéndole un acento algo cómico al nombre. No mostraba la falta de expresión de otras épocas, parecía divertido mientras le estudiaba el aspecto con una rápida mirada. Finalmente sonrió con picardía. –¿Me vas a invitar a entrar?

    –Eh… oh… sí – tartamudeó Harry algo avergonzado– Adelante… si querés sacarte el abrigo…

    Malfoy se lo quitó, era de cuero y quizá demasiado grueso para un día fresco de otoño pero el Slytherin siempre se había cuidado más de la elegancia que de la practicidad. Llevaba puesta una camisa holgada de seda negra y pantalones de impecable caída también negros. Cuando le pasó el abrigo, Harry notó los gemelos de plata, de exquisito diseño, grabados con una gran M.

    –Tomá asiento, por favor. ¿Puedo ofrecerte una taza de té?

    El huésped estaba muy ocupado examinando la habitación y no parecía haber advertido la pregunta. Harry se sintió raro, estaría catalogando sus posesiones y seguramente quedarían muy por debajo de su estándar. Harry sabía que carecía de estilo para vestirse y para la decoración. Se había rodeado de mucha cosas que había comprado durante sus viajes, algunas eran de valor pero en general eran objetos que le habían despertado intriga. Y como con la ropa, elegía el mobiliario apuntando a la comodidad y no a la estética. Eran muebles normales pero que no tendrían ni punto de comparación con los lujos de la Mansión Malfoy.

    Algo irritado, Harry llamó a Kreacher. Malfoy se sorprendió al ver aparecer al elfo. Harry repitió: –¿Té, Malfoy?

    –Sí, claro. Con gusto.

    Harry lo invitó a sentarse e hizo lo propio. –Podés traer el té, Kreacher.

    Kreacher hizo una reverencia y desapareció. –¿Tenés un elfo doméstico? –dijo Malfoy con tono asombrado. El ¿acá? no fue pronunciado pero estaba implícito. –Lo heredé de mi padrino. –explicó escuetamente Harry; en ese momento se materializó la bandeja a su lado, con el té y un plato con tarta de limón y tarta de gelatina. –¿Azúcar?

    –No, sólo un poco de leche.

    Le pasó la taza y un plato con una porción de tarta. Tenía la impresión de que el Slytherin se estaba riendo de él, aunque sólo había dibujado una sonrisa. Harry decidió no darle importancia, lo había invitado con un objetivo y a eso debía aplicarse.

    –Me alegra que vinieras. – dijo y agregó para sus adentros aunque ya son las seis y me tuviste esperando todo el día.

    –Bueno, ¿cómo hubiera podido resistir una invitación tan encantadora? –dijo Malfoy sarcástico. Sí definitivamente se estaba riendo de él, decidió Harry.

    –He estado leyendo sobre los ataques recientes… –se detuvo un instante, los ojos de Malfoy habían derivado hacia el ejemplar de El Puntilloso que reposaba en la mesita– …y me gustaría averiguar sobre los servicios de seguridad.

    Malfoy alzó las cejas. –¿Realmente querés instalar defensas en este lugar? ¿Para qué?

    Harry se erizó por la arrogancia del tono. Malfoy seguía siendo el mismo hijo de puta engreído, que despreciaba todo lo que Harry tenía o hacía. –¿Para qué? ¿Es que acaso no tengo nada que me puedan robar?

    –Un momento, Potter, no quiero que me malinterpretes –parecía sinceramente apenado, Harry dejó que se explicara– Tenés muchos objetos de valor aquí. Ese cofre encantado de Eslovenia vale una fortuna. Y ese grabado del grifo –siendo vos tenía que ser un grifo– parece del siglo XII. –Harry abrió desmesuradamente los ojos– Bueno, tampoco es para tanto, no es que te esté diciendo que me querría mudar acá.

    –No… no… claro. –dijo Harry, pero había sentido cierto orgullo de que Malfoy comentara sobre lo valioso de sus cosas– Estoy sorprendido de que sepas tanto.

    Malfoy encogió los hombros restándole importancia. –En el verano de quinto año mi madre me llevó a visitar todos los castillos de Francia. Tuve oportunidad de ver grifos como el tuyo en varios de ellos.

    Harry podía imaginarse por qué Narcissa Malfoy había decidido ese verano escapar de Gran Bretaña, con un marido preso en Azkaban y Voldemort respirándole en el cuello. –Entonces, ¿por qué razón no valdría la pena proteger todo esto?

    –Sí que vale la pena. –insistió Malfoy– Pero… en primer lugar, vos tenés un elfo…

    Harry frunció el ceño. –Tiene cientos de años, ¿te parece que les podría hacer frente a los asaltantes?

    Nuevo encogimiento de hombros. –Difícil de decirlo con certeza, Harry. No obstante, los elfos son poderosísimos, tienen capacidades sorprendentes.

    Quizá tan sorprendente como oír a Malfoy llamarlo por su nombre de pila. –Dijiste “en primer lugar”… ¿qué más?

    Malfoy soltó una corta carcajada y sacudió la cabeza. –Merlín, no puedo creer que esté tratando de disuadirte de que contrates servicios de seguridad. Padre me cortaría la cabeza… –lo miró a los ojos– ¿Vos entendés el mecanismo… cómo funcionan las defensas?

    –Sí, claro. –era cierto… en parte, era uno de los infinitos temas con los que se había atiborrado en esas últimas dos semanas de séptimo año. Malfoy movió ligeramente la mandíbula a un lado, un gesto que a Harry le recordó a Snape cuando esperaba una respuesta más elaborada– Es como un gran entramado de hilos encantados, permite que cualquiera pueda atravesarlo para salir, pero sólo algunos pueden entrar.

    Malfoy asintió a medias, la respuesta no lo había satisfecho del todo. –Así solían ser… pero yo he investigado mucho, he experimentado con pociones reductoras… en lugar de una red… tendrías que pensar más bien en una bolsa de alpillera… –entrecruzó los dedos para demostrarlo gráficamente– Las pociones compactan el entramado, las brechas entre los hilos se reduce al mínimo hasta casi desaparecer, la solidez de la defensa se magnifica.

    Harry estaba muy impresionado. Combinar encantamientos y pociones era algo muy complejo… y peligroso también. Pero le constaba que se obtenían resultados mágicos potentísimos. Si Malfoy había logrado algo así, significaba que era un mago mucho más poderoso de lo que Harry había supuesto.

    –Ahora hemos avanzado más incluso, las defensas se pliegan sobre sí mismas y vuelven a entretejerse… el resultado es de una solidez que nunca se había alcanzado hasta ahora.

    Eso concordaba con lo que había dicho Neville, las defensas que se reanudaban cuando se las cortaba. –¿Y por qué crees que no servirían en mi departamento?

    –Éste es un edificio muggle. –dijo Draco como si eso explicara todo. Pero cuando vio la confusión de la cara de Harry, prosiguió no sin cierto dejo de irritación: –Las defensas primarias se colocan en la puerta del edificio, siempre se hace así. Cuando alguien pisa el umbral, la defensa concentra la magia libre en el lugar protegido. Con las defensas antiguas se podía dejar flojo el entramado para que pudiera entrar un muggle, con las nuevas eso ya no es posible.

    Harry recordaba que siempre se le otorgaba mucha importancia a la cuestión de ingresos y egresos cuando se estudiaban las defensas. Nunca había entendido bien por qué… ahora lo empezaba a ver más claro. –¿Y que pasa con los squibs? ¿Cómo pueden atravesar las nuevas defensas?

    –Las defensas siempre quedan sujetas a la voluntad del creador. –explicó Malfoy como a un alumno no muy despierto– El creador puede conceder acceso a squibs, animales o muggles incluso. Pero en un edificio como éste con infinidad de personas entrando y saliendo todo el día… tendrías que conocer a todos los que lo habitan o visitan personalmente…

    –Pero seguramente vos ya has instalado defensas en otros edificios…

    –Sí, claro. Las Torres Fortuna hace poco. Pero todos sus habitantes son magos. Las defensas son la principal razón por la que los magos no viven en edificios muggles. Quizá deberías considerar la posibilidad de mudarte. De hecho me sorprende que vivas en un lugar como éste.

    –A mí me gusta acá. – replicó Harry defensivo– Quizá voy a tener que seguir el consejo de El Puntilloso y voy a tener que recurrir a claveles y mejorana.

    –Yo no los descartaría. Son ingredientes habituales en las pociones antirrobo más poderosas. –Malfoy se detuvo un momento como reflexionando, se acomodó una mecha de pelo detrás de la oreja. Harry lo miraba fascinado, era como si pudiera ver el proceso mental del cerebro del rubio en fragorosa actividad. –Creo que gracias a lo que dijiste, Harry… me has dado una gran idea…

    De golpe la mirada de Malfoy había adquirido un brillo especial… radiante. Harry sintió que el rubor le subía a las mejillas. Era una sensación extraña… que Malfoy fuera el que lo causara. Harry trató de ocultarlo con la taza de té, se la llevó a la altura de los labios y preguntó: –Entonces, si no estás acá para venderme un sistema de defensas, ¿por qué viniste?

    –Sinceramente, –dijo Malfoy levantando apenas una comisura y mirándolo directo a los ojos– supuse que me estabas invitando a salir.

    Harry se ahogó con el té, se le desorbitaron los ojos. Finalmente logró articular: –¡Qué?

    –Bueno… ¿qué otra cosa se suponía que pensara? –dijo Malfoy con cierto tono de disculpa– Pedías específicamente hablar conmigo. Yo no soy uno de los promotores que se encargan de ventas, no mandaste una lechuza a las oficinas sino directo a la Mansión. A propósito, no te imaginás lo encantado que quedó mi padre de que lo despertara una lechuza en la mitad de la noche.

    Todo era cierto. Harry se estremeció al pensar en Lucius leyendo la carta. Pero igual… –¿Pero por qué imaginarte que te estaba invitando a salir?

    Malfoy sonrió y no mostró indicio alguno de incomodidad –Supongo que tenía deseos de que fuera ésa la intención de la carta.

    Harry quedó boquiabierto unos segundos, cuando se recuperó alcanzó a hilvanar: –¿Y recibís una carta pidiendo información y asumís que te están invitando así por que sí?

    –No sería la primera vez. –dijo Draco, comisura en alto.

    Harry no sabía qué decir, la conversación estaba totalmente fuera de control. Finalmente se recompuso un poco y expresó: –Creeme, Malfoy, la carta no era para invitarte a salir.

    –Te creo. –dijo Malfoy, no parecía para nada molesto– Pero no creo que me hayas invitado para averiguar sobre la instalación de un sistema de seguridad.

    Y tenía razón.

    –Sentía curiosidad. Quería saber cómo funcionaban los sistemas de seguridad. –admitió Harry– Y es cierto… no tenía intenciones de comprar uno.

    –Es un alivio. –dijo Malfoy con una sonrisa– Quiere decir que no perdí una venta.

    Harry no pudo evitar sonreírle a su vez. Parecía increíble que éste fuera el mismo que lo había atormentado en la escuela, que se había disfrazado de dementor para aterrorizarlo, que había estado a punto de matar a Dumbledore. Parecía tan falto de malicia, y resultaba difícil creer que se tratara de una actuación. Respondió con igual candor: –No, no perdiste una venta. Pero tenía la esperanza de que me contaras algo de las otras empresas. Parece que hay muchísimas.

    –Ah si… ya veo. Algo así como conspirar contra la competencia, –dijo golpeando los dedos de las manos unos con otros frente así. –Sí… eso es algo que podría hacer… eso es algo que podría disfrutar hacer… con una condición.

    Acá viene. –pensó Harry– Un voto para guardar el secreto, probablemente. Si es eso creo que le puedo encontrar algún resquicio… casi siempre se puede. ¿Pero si es algo más serio… algo que tenga que ver con Voldemort? ¿Qué haría entonces? ¿Acaso podría llegar a ser una forma de probar lo que todos habían olvidado? –¿Cuál es la condición?

    –Que continuemos la discusión en un bar, con bebidas de por medio. –Malfoy rió al verle la expresión– Y bueno… si vos no me querés invitar a salir… tengo que tomar yo la iniciativa.

    –¿Unos tragos? –graznó Harry.

    –Y algo de comer también. Sinceramente, Potter… ¿tarta de gelatina? ¿Cuántos años tenés?¿Doce? –lo había dicho sin malicia, con el mismo tono risueño que Ron había usado cuando se enteró que Harry todavía seguía coleccionando tarjetas de magos.

    Pero no era lo mismo, éste era Draco Malfoy su enemigo de tantos años. ¿Y si lo estaba llevando a una emboscada? Aunque por otro lado Harry nunca había vivido de incógnito, si alguien hubiera querido atacarlo podría haberlo hecho infinidad de veces antes.

    Pero no estaba de más ser precavido.

    –De acuerdo, pero yo elijo el lugar.

    –Paranoico como siempre, –rió Malfoy– es bueno ver que hay algunas cosas que nunca cambian.

    Pero las cosas sí cambiaban, si no, ¿cómo se podría explicar que saliera de su departamento, codo a codo con su proverbial rival, rumbo a un bar para conversar tragos de por medio?

    oOo



    Nihil sub sole novum: Nada nuevo bajo el sol.
     
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  8. Dan2102
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    Jejeje me encanta que Draco se interese en el ejejeje

    ya veremos que sigue ocurriendo :)

    contii xD
     
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  9. Kari Tatsumi
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    Capítulo 6
    Inter pocula



    Entraron al bar que Harry solía frecuentar. Estaba de bote en bote. Pronto estuvieron contra la barra, apretados como sardinas entre clientes que olían a sardinas. –Qué lindo lugar, Potter. –gritó Malfoy, un tipo grandote y rubicundo le había volcado cerveza sobre el abrigo de cuero. –Ahora me doy cuenta de por qué querés quedarte en este barrio. –murmuró un rápido Scourgify para limpiarse la cerveza y luego se inclinó y le dijo al oído: –La próxima vez yo elijo el lugar.

    –¿Y quién dice que va a haber una próxima vez? –le espetó Harry y le pasó una cerveza.

    Malfoy se limitó a sonreír apenas, luego se volvió al barman: –Dos Bensons, por favor. –estiró la mano abierta con los dedos hacia arriba en dirección a Harry. –Dame dinero, Potter.

    –¿Y a esto le llamás invitarme a salir? –dijo Harry revoleando los ojos y le pasó dos libras.

    –Eso te pasa por traerme a un lugar donde no aceptan galeones. Ah, aquí están. –tomó los dos cigarrillos y pagó con la moneda, se guardó el cambio en el bolsillo.

    Harry lo miró desconfiado. –Yo no fumo.

    –Yo tampoco. –dijo Malfoy con un guiño. Puso ambos cigarrillos bien bajo e hizo deslizar la varita de la manga con disimulo, susurró: Refresco aeris. Las puntas de los cigarrillos se encendieron y empezaron a humear, el olor que desprendían era como el aire fresco de un día de verano después de la lluvia. Harry sonrió, claramente impresionado.

    –Un encantamiento fabuloso.

    Malfoy aceptó el cumplido graciosamente y le pasó uno de los cigarrillos. –Le voy a contar a Pansy que te gustó. Lo inventó ella para las discotecas del Soho. El humo es tan denso en esos locales que no se puede ni ver, pero a esa chica le encanta ir a bailar.

    La imagen del Slytherin divirtiéndose en medio de una multitud de muggles era demasiado para Harry. Malfoy notó su expresión confundida y lo miró inquisitivo. Harry titubeó, todavía era muy pronto, no quería bajar las defensas. –Siempre pensé que vos y Parkinson… –no terminó la frase, no podía creer que hubiera hecho un comentario así. Nunca se hubiera imaginado que estaría haciéndole preguntas a Malfoy sobre su vida sexual… no tan pronto al menos.

    Pero a Malfoy no le pareció inapropiada la pregunta. –Probamos, pero no funcionó. –le dirigió a Harry una mirada de complicidad– Creo que vos sabés como son esas cosas…

    Y sí, Harry lo sabía, y muy bien. Sus propios romances en Hogwarts habían estado condenados al fracaso desde el principio. Pero no había llegado a comprender el por qué hasta después que terminó la escuela. El por qué de que luego de la fascinación inicial con Cho, había perdido interés tan pronto. El por qué no había experimentado ninguna sensación seria de pérdida cuando Ginny se había arreglado con Dean. El por qué no había sentido celos cuando sus dos mejores amigos se habían puesto de novios. Pero no sentía ningún tipo de compulsión de compartir eso con Malfoy. –¿Pero siguen siendo amigos, no? –preguntó.

    El Slytherin comenzó a asentir pero de golpe su rostro se congeló con la barbilla en alto y los ojos clavados en un punto por encima del hombro de Harry. –Vení, Potter. –dijo levantando su jarra de cerveza y susurró algo por lo bajo. Harry lo siguió, cruzaron todo el atiborrado local. En un rincón bien al fondo había una mesa vacía y siguió sorprendentemente vacía hasta que ellos llegaron.

    –No me digas nada… ¿otros de los trucos de Parkinson?

    Malfoy sonrió y se sentó. –Pero tené en cuenta que yo me limité a mantenerla desocupada unos momentos. Creeme, no querrías ver lo que ella hace para obligarlos a desocupar una mesa. Las historias que podría contarte. –limpió la mesa con un susurro y depositó su jarra– Una vez, había tanta gente que no podíamos ni acercarnos a la barra, ella le puso a Blaise… –se llevó las manos semicerradas como garras hacia la cara para graficar los horrores que había pergeñado Parkinson para espantar a los muggles– …pero vos no querés saber de esas cosas, vos estás interesado en conocer los secretos sucios de la industria de las defensas, ¿no?

    En realidad a Harry le hubiera gustado seguir escuchando al Slytherin contar muy animado sobre sus aventuras durante las salidas nocturnas pero agradeció que volviera al tema que tanto le interesaba y preocupaba. –Es cierto. –admitió– ¿Cómo se las arreglan para permanecer en el negocio siendo que hay tantas?

    Malfoy pareció decepcionado de que Harry se mostrara tan ansioso de hablar de cosas serias pero se recompuso rápidamente. –Bueno, –dijo encogiéndose de hombros– Se trata de una inversión del momento, dada la situación actual de tanta inseguridad. A ninguno de nosotros nos falta el dinero, no es que dependamos del negocio. –se aproximó a Harry y lo miró directamente a los ojos– Fijate con atención en la cara de la gente en Diagon. Tienen miedo. Y los aurores no sirven para nada, no han detenido siquiera a un maleante.

    Harry iba a hablar para defender a los aurores –más bien pensando en defender a Ron que otra cosa– pero se dio cuenta de que no tenía argumentos. Malfoy tenía razón, hasta el momento los aurores no habían podido hacer nada. –Entiendo lo del miedo de la gente, pero sigo sin entender cómo subsisten tantas compañías distintas. ¿La gente no va más a ustedes que fueron los primeros?

    –Estás hablando igual que mi padre. –lo había dicho como chiste pero Harry se puso lívido, Malfoy no pareció notarlo, prosiguió: –Tendrías que escucharlo quejándose de la gente que va con los Carrows porque ellos se “especializan” en viviendas antiguas, ¡cómo si las viviendas de los magos no fueran todas antiguas! Y mejor que no empiece a hablar de las de tío Rodolphus, para él no son más que torpes imitaciones de las nuestras.

    Harry se acomodó los anteojos sobre el puente de la nariz, trataba con todas sus fuerzas de que los nombres no lo afectaran, pero oírlos pronunciados así de manera tan casual le revolvía las tripas. –Entonces… estas empresas… ¿todas copian las de tu compañía?

    –Copian mis defensas, sí. –alardeó Malfoy bebiendo un buen sorbo de su jarra.

    A pesar de sus alardes y arrogancia a Harry no le resultaba desagradable como antes. Quizá fuera porque estaba impresionado de que la gente le franqueara, así sin más, la entrada a mortífagos a sus casas –¿Vos fuiste el que empezó la empresa?

    –No, ése fue mi padre. Se había cansado de la política y se le ocurrió que podría ser interesante crear una compañía. La ocasión era muy propicia, habían empezado a registrarse todos esos asaltos… te acordás, todavía estábamos en la escuela. –Harry asintió, no que se acordara realmente pero sí tenía presente el examen de Defensa contra las Artes Oscuras, en lugar del duelo habitual, había tenido que desarmar a unos asaltantes. –Mi madre estaba muy nerviosa en esa época, así que yo empecé a experimentar con las defensas de la Mansión, mi padre me dejó, era algo para mantenerme ocupado hasta que me consiguiera un puesto en el Ministerio. Por suerte mis experimentos dieron muy buenos resultados de lo contrario hoy estaría prisionero en una oficina entre pilas de expedientes.

    Cuando Malfoy completó la idea, Harry se dio cuenta de que había estado prestando más atención a la expresión de su interlocutor que a sus palabras. Harry lo había observado sonreír muchas veces antes, pero la sonrisa había estado casi siempre teñida de malicia o de desdén… ahora en cambio… era una sonrisa genuina, franca. Toda la cara sonreía. Y persistía y se pronunciaba aun más ahora que observaba a Harry con cierta curiosidad, como esperando sus comentarios.

    –¿Y qué es específicamente lo que vos hacés? –preguntó Harry finalmente.

    –Yo soy el que las pone, el que pronuncia los encantamientos. Y cuando tengo tiempo invento nuevas. Es la parte que realmente me gusta, la más interesante, los encantamientos y las pociones. No me ocupo de la comercialización.

    –Sí, me acuerdo de que en la escuela te encantaba Pociones y que eras excelente.

    –¿Así que te acordás?

    Por unos instantes los pálidos ojos grises se dedicaron a escrutarlo. Era desconcertante, no había ni malignidad ni desprecio en la mirada. Harry decidió hacer un comentario gracioso, la inspección de la que era objeto lo empezaba a poner incómodo. –Es una suerte que no te dediques a las ventas, porque no sos muy bueno en esa parte.

    Una aseveración como ésa hubiera puesto furioso al Malfoy de otros tiempos, pero el Malfoy que tenía frente a él se echó a reír. –Muy cierto. No sé cómo convencer a nadie de que necesita algo al punto de que me lo compre. De eso se ocupa mi padre.

    Malfoy echó ligeramente la cabeza hacia atrás y se terminó el resto de cerveza de la jarra. Harry se quedó observando, un segundo más de lo necesario, la delicada línea del cuello, la piel pálida brillando entre las sombras del local. Un relumbrar fascinante. Malfoy se dio cuenta de cómo lo miraba. Para disimular, bajó la vista a su jarra y preguntó –Y esas otras compañías… ¿usan tus defensas? –en realidad esa pregunta ya la había formulado instantes antes.

    Malfoy volvió a mirarlo con un brillo divertido en los ojos. Empujó su jarra vacía hacia Harry. –Si querés que siga hablando, voy a necesitar otra cerveza.

    Harry estaba empezando a pensar que quizá no fuera una buena idea pedir otra cerveza. Estaba consiguiendo respuestas, eso sí, pero… la conversación empezaba también a tomar cierto rumbo… ¡por Merlín, había estado mirándole el cuello! –Malfoy…

    Pero antes de que pudiera completar la objeción, Malfoy se agarró el cuelo con ambas manos. –No puedo hablar… tengo la garganta completamente seca. –dijo dramático. Y se puso de pie haciendo una parodia de un hombre que tiene que sostenerse de la mesa y la pared para no caerse y hasta lanzó un chillidito muy poco digno. ¡Qué payaso! Era tan cómico… ¿cómo congeniar esa imagen con la de su Némesis de la escuela? Harry no pudo evitar reírse, con ganas, con cada fibra de su cuerpo. Malfoy le clavó una mirada seria de fingido reproche.

    –Una cerveza, Potter, ya.

    Harry partió hacia la barra sin parar de reír. Era algo de no creer. Estaba tomando unas cervezas con Malfoy. En un bar muggle. Y lo más extraño de todo, ¡la estaba pasando bien! Seguía siendo bastante arrogante, pero tenía razones para sentirse orgulloso. Y sabía reírse de si mismo también. El Malfoy de antes no había sido nunca así, ¡Y estaba divirtiéndose, con Harry, en un bar muggle de ínfima categoría!

    Era inquietante en cierto modo, pero más inquietante aún era que Harry se había quedado mirándole el cuello.

    Mientras esperaba las cervezas se puso a pensar. –Ya hace tiempo… mucho tiempo desde la última vez que salí con alguien atractivo. No que esto sea una salida con Malfoy, sólo estamos hablando… para obtener información. Y no que él sea atractivo, tampoco. Sólo porque tiene mi tipo… eso no significa nada. Pero reunía todos los requisitos del tipo de Harry… al pie de la letra. Su gusto en hombres no podía ser más distinto de las chicas con las que había salido en la escuela. Cuando se dejaba llevar por sus verdaderos deseos tendía a elegir hombres un poco más altos que él, delgados pero de hombros anchos, de cabellos claros, largos y lacios, y de aspecto tan suave que dieran ganas de entretejer los dedos en ellos. Si a eso le agregaba una palidez celestial que le aflojaba las rodillas… Harry podía decir que había encontrado su hombre ideal. Pero… ¡Malfoy!... eso no podría ser posible ni en un millón de años.

    No el Malfoy que lo observaba, con una comisura levantada, aproximarse de vuelta a la mesa con dos jarras de cerveza y una bolsa de papas fritas sostenida con los dientes. No el Malfoy que le sacó la bolsa de la boca y la abrió ávido antes de que Harry alcanzara a sentarse.

    –No hay de qué– dijo Harry reconviniéndolo.

    –Oh sí, ¡gracias, Potter! Gracias por proveerme tan generosamente de este puñado de sucedáneos de papa, reconstituidos y salados en demasía. Si no estuviera muriéndome de hambre me postraría para besarte los pies.

    No, definitivamente no este Malfoy.

    –Entonces, –dijo Harry después de revolear los ojos– te estaba preguntando por qué estas compañías no…

    –No, no… –lo interrumpió Malfoy sacudiendo vigorosamente la cabeza– Hasta ahora he estado contestando tus preguntas. Ahora es mi turno.

    –Pero no me dijiste todo lo que quiero saber… –protestó Harry.

    –Y eso es justamente lo que yo quiero saber. ¿Por qué estás tan interesado en todo esto?

    Harry cruzó los brazos con un mohín, como un nene caprichoso. –No vine acá para invitarte cervezas y ser interrogado.

    –Una cada uno, entonces. Vos contestás una de mis preguntas y yo contesto una de las tuyas.

    –De acuerdo. –concedió Harry y se apoderó de la bolsa de papas sacándosela del alcance de la mano de Malfoy que se estiraba en ese momento– ¿Qué es lo que querés saber?

    –Lo que ya pregunté, ¿por qué estás tan interesado?

    Harry se mordió el labio considerando la respuesta que le podía dar. No le podía decir la verdad, que sospechaba que las compañías estaban de alguna forma relacionadas con Voldemort. –Hasta hace poco que Ron y Hermione compraron el servicio yo no sabía que se hubiera desarrollado toda una industria de seguridad. Siempre creí que la gente ponía defensas por su cuenta, por eso quiero saber qué fue lo que pasó últimamente, por qué cambió.

    Malfoy no pareció muy convencido con la respuesta pero Harry se apresuró a preguntar: –Mi turno. ¿Todas las empresas están conectadas, usan las mismas defensas?

    Malfoy bebió un largo sorbo antes de contestar. Luego se encogió de hombros. –Sí, en la mayor parte. Habrá alguna que tenga sus propios métodos, pero en general todas usan la misma compactación, originalmente era nuestra, pero ya no es más un secreto. Y todas están interconectadas en el Ojo, la nuestra sigue siendo la mejor sin embargo.

    –¿Por qué es la mejor?

    –Porque yo fui el que las desarrolló. – replicó Malfoy con una sonrisa e hizo girar la cerveza en su jarra– Mi turno. ¿Estás saliendo con alguien?

    Harry se atragantó con la cerveza. Ésa sí que no se la esperaba. –N…no…

    Malfoy asintió como si hubiera confirmado algo que ya suponía. –¿Y sos gay, no?

    Harry volvió a ahogarse y Malfoy sonrió divertido. –Eso… eso no… no es asunto tuyo. – farfulló.

    –Y eso contesta mi pregunta. –dijo Malfoy ampliando la sonrisa– Perdón, Potter, hice una de más, tenés dos seguidas.

    En ese momento lo odiaba más que nunca. Lo odiaba por esa sonrisa de quien lo sabe todo y por los ojos que lo miraban divertidos. Lo odiaba por ponerlo en ese aprieto, haciéndole esas preguntas impertinentes que sabía que lo iban a descolocar. Pero él también es gay. –se recordó– Lo admitió antes… más o menos… si es que puedo creerle. Y creerle a Malfoy no era algo que se le hubiera dado nunca fácilmente. ¿Y por qué tenía que importarle si era cierto o no? No era para nada relacionado con eso que había venido. Se le disipó el rencor de momentos antes, volvió al presente y a su objetivo. –Hay una organización en la que están todas las…

    –La Orden de Walpurgis. Creo que eso es más coincidencia que otra cosa.

    –¿Una coincidencia? –Harry nunca había creído en coincidencias.

    –Claro. Los miembros de la Orden se mueven en los mismos círculos, es lógico que se dediquen al mismo tipo de actividades. –dijo Malfoy encogiéndose de hombros– Es algo muy común.

    Pero Harry no estaba muy seguro de que fuera tan simple. –¿Qué es lo que hace esta Orden? Hermione dice que es parecida a la de los francmasones…

    –Sí, y como pasa con los masones, me expulsarían si entro a divulgar sus secretos. No te inquietes Potter, no se trata de nada nefasto… no es que estén conspirando para apoderarse del mundo.

    Harry no estaba tan seguro de eso. –¿Ustedes no saben nada de quiénes son los que están detrás de todos estos ataques y robos?

    Un ofendido resentimiento cruzó la expresión de Malfoy. –¿Estás insinuando, que porque obtenemos beneficios de la situación… que podríamos ser los responsables?

    –No. – se apresuró a decir Harry. Aunque lo que pensaba era: Sí, justamente. Pero la ira en el rostro del rubio le refrenó la lengua.

    Al parecer Malfoy también estaba tratando de contener la lengua, un instante después dijo: –Te voy a conceder el beneficio de la duda… porque no sabés lo ofensivo que es preguntarle algo así a alguien que ha jurado defender la vida y el estilo de vida de las personas mágicas. Y sí, Potter, ése es uno de los secretos de la Orden.

    Harry se mordió el labio pensando lo que diría a continuación. Deseaba no haber dicho nada tan explícito sobre la raíz de sus sospechas, pero no sabía si lo deseaba porque había querido obtener más información sin delatarse prematuramente o porque no quería que Malfoy se enojara con él. Consideró que debía dejarle en claro, por lo menos, la razón crítica de sus preguntas. –Perdón… no quise ser ofensivo. Pero hace pocos días entraron ladrones en una casa. Los asaltantes usaron encantamientos para poner nuevas defensas mientras estaban allí. Y a los aurores les tomó muchísimo tiempo poder romperlas. Fue en la casa de la abuela de Neville Longbottom. Ella… fue algo espantoso.

    Malfoy no dijo nada enseguida. Quizá seguía enojado. Pero cuando Harry lo miró, lo que vio no fue enojo sino comprensión.

    –Siento mucho oír lo que me contás. Sí, están ocurriendo cosas terribles… ¿Neville Longbottom? Creo recordar que era muy bueno en Herbología.

    –Así es. –confirmó Harry algo sorprendido de que el Slytherin se acordara– Ahora es auror.

    –Qué pena.

    arry no esperaba un comentario así. –¿Qué querés decir?

    –Hay disciplinas que implican dignidad… son campos de investigación… vale la pena estudiarlas para ampliar y profundizar el conocimiento. Pociones es una, Herbología también. En el cuerpo de aurores cumpliendo las órdenes de otros… una persona con su talento es un desperdicio.

    –Es un trabajo muy importante. –protestó Harry– Muy útil para la sociedad.

    Malfoy levantó las manos en gesto de rendición. –No estoy diciendo que no, Harry. Estoy diciendo que no tiene valor intrínseco. Mirá, un herbólogo por naturaleza hace su trabajo porque ama las plantas, no porque busque fortuna, fama o poder. Pero un policía, si bien necesario, es más parecido a un matón. –se le había acercado mucho para decirle esto último. Harry se sintió algo mareado por la proximidad.

    En cierto sentido Malfoy tenía razón. Muchos de los compañeros de Ron eran muy prepotentes. Pero dejando de lado la verdad que encerraba la opinión, lo que lo había perturbado era que hubiera usado su nombre de manera tan casual, igual que sus amigos de siempre cuando charlaban. –Malfoy, ¿y no pensás que los aurores hacen su trabajo para que la sociedad sea como debe ser? ¿Qué ése es el principio rector de sus vidas?

    –Seguramente hay algunos así. Otros no son más que matones. Pero no me hagas mucho caso. A veces soy muy duro con los otros porque yo mismo no seguí mi verdadera vocación. Millicent tiene un nombre de la jerga psicológica para ese tipo de actitud. –hizo una seña hacia su jarra vacía. –¿Voy yo esta vez?

    Harry miró su jarra que todavía estaba medio llena. – Sí, claro.

    Malfoy volvió a estirar la mano abierta hacia arriba. –Necesito dinero.

    Recibió los billetes que Harry le pasó y partió hacia la barra. Muy a su pesar Harry tuvo que reconocer que era un regocijo observarlo caminando. Incluso en un ambiente atestado como ése, tenía una gracia y elegancia naturales para desplazarse, el mismo donaire que le había admirado tantas veces cuando volaba sobre el campo de quidditch.

    Cuando desapareció entre el gentío, Harry volvió a repasar mentalmente lo que habían conversado, y no sólo lo que habían hablado sobre las empresas y sobre las defensas y sus mecanismos. No, mucho más intrigante era el desafío de los otros temas que había introducido Malfoy, su indignación ante la sugerencia de que sus conductas pudieran ser lesivas para otros, su discurso sobre la vocación y el valor intrínseco de la ciencia. Hacía rato que no tenía charlas así. A Ron y Hermione los quería, pero con ellos ya no había sorpresas. El señor Critswold y Kreacher tampoco era buenos interlocutores. En cambio Malfoy…

    Harry la estaba pasando tan bien. ¿Quién lo hubiera pensado?

    –¿Por qué estás sonriendo? –preguntó Malfoy depositando las jarras sobre la mesa y arrancándolo de sus reflexiones. –Es que me siento algo raro… en esta salida con vos…

    –¿Raro bien o raro mal?

    –Raro distinto… con una marcada inclinación a raro bien. –se apresuró a agregar.

    Malfoy pareció complacido con la respuesta. –Mejor así. Mi turno. ¿Por qué pensaste que yo quería asesinar a todos en Hogwarts? –le descerrajó sin preámbulos.

    Harry se puso colorado. –Vos sabés… cosas de chicos.

    Malfoy levantó una ceja implicando que él no sabía nada y que quizá Harry debería elaborar un poco más la respuesta. Pero Harry permaneció en silencio sorbiendo lentamente su cerveza y preguntándose por qué de golpe hacía tanto calor. El silencio se prolongó unos momentos, finalmente Malfoy habló: –Vos estabas convencido de que yo era tu enemigo, Harry, y yo siempre me pregunté por qué. Creo que me merezco una respuesta.

    Había tanto que Harry podría decir, y tanto que no podía decir, y mucho más que no quería decir. Se acababa de dar cuenta de que la estaba pasando muy bien con ese extraño que le era a la vez tan conocido. Cualquier cosa que dijera, seguramente iba a cambiar eso. ¿Sería acaso que Malfoy lo había invitado con el sólo objeto de reavivar la antigua animosidad? ¿Y por qué le dolía pensar que pudiera ser así?

    –Vos odiabas a los muggles.

    Malfoy quedó boquiabierto, claramente no era una respuesta que hubiera anticipado. –¿Odiar a los muggles? –negó con la cabeza– No sé de dónde podés haber sacado una cosa así, Potter. Admito que no confío en ellos… tampoco me casaría con alguien que no perteneciera a la comunidad mágica… pero de ahí a odiarlos.

    –¡Pero era así! –insistió Harry– A los nacidos de muggles era a los que más despreciabas, los llamabas “sangresucias”.

    Malfoy hizo una mueca disgustada al oír el término. –No recuerdo haber llamado nunca a nadie de esa forma, Potter. Y si lo hubiera usado, definitivamente vos no podrías haberme oído decirlo. Pero tenés razón en cierta medida. Nunca me gustaron los nacidos de muggles, siguen sin gustarme.

    –¿Y eso por qué?

    –Porque son un mal para la sociedad mágica.

    –¿Un mal para la comunidad? –repitió Harry perplejo y escandalizado– ¿Cómo podés decir algo así? Algunos de los mejores magos que conozco son nacidos de muggles.

    –Sí, claro. Hay algunos buenos, –concedió Malfoy– pero son la excepción. Por cada uno que se destaca hay por lo menos tres que se quedan muy atrás. Es algo que se puede ver en el resultado de los TORDOs, los nacidos de muggles, en promedio, tienen notas mucho más bajas que los magos sangrepura.

    –Me resulta muy difícil de creer algo así.

    –Podés comprobarlo vos mismo. –insistió Malfoy. Harry hizo una nota mental para preguntarle a Hermione más adelante– No que debiera esperarse algo distinto, es entendible, en primer año tienen que aprender un montón de cosas que los demás tuvimos diez años para aprender.

    –Yo creo que todos los que estaban en nuestro año se desempeñaron bien. No recuerdo a ninguno que se haya quedado muy atrasado. –Harry estaba por agregar que él mismo había sido criado por muggles pero Malfoy se le adelantó.

    –Bueno, ahí tenés una prueba de por qué perjudican a la comunidad. Toda la clase se atrasa para que unos pocos no se atrasen. Seguramente te acordarás de que en la primera clase de vuelo nos trataban como a niñitos.

    –Yo no creo que haber sido educado por muggles tenga nada que ver con la habilidad para volar. –protestó Harry– Miralo a Barry Ryan, es nacido de muggles y nadie vuela como él.

    –¿Es cierto eso? –Malfoy parecía muy asombrado de que el guardaaros de Irlanda no fuera sangrepura, o quizá lo asombraba más que Harry conociera ese dato, o las dos cosas– Está bien, quizá la capacidad de volar no sea el mejor ejemplo. Pero ni siquiera importa cuán diestros sean con la magia. Sus lealtades van a estar siempre divididas, sobretodo si fueron criados exclusivamente por muggles.

    –Yo fui criado por muggles– intervino Harry.

    –¿Eh! –la información le había provocado un sobresalto– ¿Yo lo sabía? –Harry no se iba a poner a especular sobre lo que Malfoy podría acordarse, se limitó a encogerse de hombros– Bueno… pero no actuás como tal. Y te lo estoy diciendo como un cumplido.

    Harry no sabía qué responder a eso, contraargumentó otro de los dichos. –Y no es que tenga ninguna lealtad en particular hacia mis tíos. Pero si la tuviera, ¿qué podría importar eso? ¿En qué circunstancia me vería obligado a elegir entre unos u otros?

    –¿No te acordás nada de Historia de la Magia, Potter? ¿La Inquisición? ¿Salem? Los padres muggles de Betty Parris la obligaron a testificar contra su maestra. O Helen Duncan…

    –Sí, sí… ya sé. –dijo Harry con un gesto displicente de la mano– La metieron presa por sesiones de espiritismo hace menos de cincuenta años.

    –Eso es… los muggles se sentían amenazados por una bruja que tenía menos habilidades que Trelawney. Las cosas están calmas actualmente, gracias a los dioses, pero eso no quita que haya que estar vigilantes. –sonrió y sacudió la cabeza– Por la forma en que hablo me parece que estuve dedicándome demasiado a crear defensas últimamente.

    –Aparentemente. –dijo Harry– ¿Pero qué harías con ellos? ¿Usarías Obliviate para que se olviden de que son magos?

    –No, no serviría. –claramente era algo sobre lo que había reflexionado en alguna oportunidad– Obliviate no les quitaría la magia, dejarían de controlarla solamente. Además esos hechizos de olvido nunca duran mucho. No se puede hacer nada con los que ya están. Pero se podrían tomar medidas de prevención para el futuro. Los nacidos de muggles no aparecen por generación espontánea, en sus líneas familiares hay sangre mágica.

    Harry entrecerró los ojos. –¿Volviste finalmente al asunto de la pureza de sangre?

    –No sé que querés decir con volver… Pero sí, creo que el problema es que se mezcle la sangre mágica con la de los muggles. No debería permitirse.

    –¿No debería permitirse? ¿Creés que el Ministerio debería regularlo?

    –¿Y por qué no? –dijo Malfoy con toda naturalidad– Si regulan todo lo demás…

    –Así que le vas a decir a la gente de quién pueden enamorarse y de quién no. ¡Ésas no son cosas que se puedan controlar!

    Malfoy sonrió. –Sorprendente, Potter. No sabía que fueras tan romántico.

    –Yo… yo no soy… Lo que digo es que no funcionaría…

    –Pero no estás diciendo tampoco que está mal mantener separados a los magos de los muggles.

    –¡No me entendés! –dijo Harry irritado– Estaría mal. Magos o muggles, básicamente somos iguales… somos todos seres humanos. Si querés separarlos, cualquiera sea tu justificación, sos igual que los racistas que sostienen que el color de la piel determina quién sos.

    –Pero eso no es más que una diferencia superficial. Magos y muggles son polos opuestos. ¿Por qué creés que tenemos nuestros propios hospitales? La Medicina muggle no sirve con nosotros y viceversa. Lo sensato es mantenernos separados.

    Harry se sentía frustrado. En parte los argumentos de Malfoy tenían sentido, o parecían tenerlo. En su interior sabía con certeza que estaban equivocados, pero la discusión lo estaba haciendo pensar para poder sostener lo que sentía con argumentaciones. Y si bien era en parte frustrante también era estimulante esforzarse ante el desafío.

    El mismo efecto parecía estar causándole a Malfoy, los ojos le brillaban más, sus gestos se tornaban más vivaces a medida que se profundizaba el debate. Harry se preguntaba si hubiera podido tener alguna vez un intercambio de ideas así con el Malfoy de la escuela. No, con el viejo Malfoy ya estaría insultándose o atacándose con hechizos o golpes. ¿Se trataba sólo de una cuestión de edad, de madurez? ¿O era que la historia había divergido en un punto creando a este individuo con el que podía disentir pero sin perderle el respeto?

    –Tenemos más similitudes que diferencias. Me juego a que si te pusieras a conversar con algunos de los muggles que están acá, descubrirías que tenés con ellos más cosas en común de las que creés –Malfoy le devolvió una mirada escéptica– Y si yo quisiera estar con alguien de acá, es un asunto mío, el Ministerio no tiene por qué interferir en mis decisiones.

    –Es asunto tuyo hasta cierto punto, –replicó Malfoy– Pero vos mismo dijiste que los aurores trabajan para que la sociedad sea como debe ser. No veo que esta cuestión tenga que caer en una categoría diferente. Yo quiero que nuestra sociedad sea fuerte. Tu posición parece muy formal y políticamente correcta –sí Potter, la terminología muggle no me es desconocida– pero sólo contribuye a diluir cada vez más la sangre; y cuanto más se diluya, más débiles nos volveremos.

    –Pero mi posición no mata muggles o nacidos de muggles.

    –¡Yo nunca dije que hubiera que matarlos! –exclamó el Slytherin escandalizado– No propugno que se mate a nadie. Lo único que quiero es que no perdamos la magia. –hizo una pausa y preguntó: –¿Era realmente por esto que éramos enemigos?

    –Sí, –admitió Harry– básicamente.

    Malfoy dejó escapar un resoplido desdeñoso. –Me parece la razón más nimia y sin sentido para basar una enemistad, nada que valga la pena una pelea a punta de varita, pero sirve sí para una agitada pero muy interesante charla de bar. –sus labios se curvaron en una sonrisa invitante que se fue cargando de deseo cuando sacó la lengua y se humedeció el labio inferior– tendríamos que hacer esto más seguido.

    Harry lo miró a los ojos, de golpe parecía que lo tenía mucho más cerca. No podía estar más de acuerdo, Malfoy parecía tan bien, sorprendentemente bien. Se limitó a asentir, no confiaba en lo que pudiera escapar de sus labios en ese momento. Malfoy alzó la mano y le acarició apenas la mejilla.

    –En realidad, –el tono de Malfoy se había tornado marcadamente sensual y seductor– creo que tendríamos que hacer mucho más que esto.

    Y antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando, Harry se encontró con los labios apretados contra los de Malfoy. Soltó una exclamación contenida y de esa forma le franqueó la entrada a la lengua que se le deslizó en la boca. Estiró la mano para apartarlo pero todas sus intenciones de separarse se vinieron abajo cuando tocó la suave seda de la camisa. Malfoy sí que sabía besar, Harry se entregó rendido a la arrolladora tentación de disfrutarlo, su mano fue subiendo por el delicado género hasta que sus dedos alcanzaron los sedosos cabellos y se entretejieron en ellos.

    No fue un beso largo –ha de tenerse en cuenta que tenía lugar en un local lleno de gente– pero era uno que prometía mucho más. Harry vio dibujarse una sonrisa en los labios del rubio antes de separarse. Su mano seguía en el hombro de él. La bajó lentamente, las mejillas le ardían. Draco seguía tan pálido como siempre, excepto los labios que habían adquirido un tono encarnado intenso. También bajó la mano y apretó suavemente la de Harry.

    –Y ahora por amor de Merlín, ¿me podrías llamar Draco?

    –Draco. –el nombre le sonó extraño en la boca. ¿Cómo podía ser… si el beso de unos segundos antes le había resultado tan agradable?

    –No fue tan difícil, ¿verdad? Puedo suponer entonces que ya no somos más enemigos, aunque no estemos de acuerdo en todo. Si todavía creés que somos enemigos voy a tener que besarte de nuevo y no quisiera hacerlo hasta que salgamos porque ese tipo que está parado junto a la puerta del baño nos está mirando raro y no quisiera montarle un show.

    Si Harry hubiera estado prestando atención, habría notado que todo ese palabrerío de Malfoy trataba de ocultar cierto nerviosismo. Y hasta hubiera podido sentirse orgulloso de ser él la causa principal de ese nerviosismo. Pero sus ojos estaban clavados horrorizados en la mano que asía la suya y en el atisbo de la Marca Oscura que se destacaba sobre la pálida piel de la muñeca de Malfoy. La Marca Oscura latente pero que podía despertarse en cualquier momento. Es sólo esa Orden, esa estúpida organización. Trató de decirse para convencerse, pero sabía que no era así. Esa Orden era una alianza de mortífagos, que quizá no recordaran quiénes habían sido… pero Harry sí. Nunca podría olvidarlo, sin que importara cuánto Malfoy parecía haber cambiado, sin que importara cuántos besos le diera.

    –Claro que si a vos te gustan ese tipo de cosas… dar un show quiero decir… yo estoy dispuesto. –Malfoy seguía con sus divagaciones pero su tono se había vuelto urgente, como tratando de obtener una reacción de Harry.

    –No puedo hacer esto. –dijo Harry apartándolo– Creí que podría pero no puedo.

    Los ojos grises se nublaron heridos y confundidos. Harry quería hacerles recuperar la vida y el brillo de antes pero sabía que nada que pudiera decirle lograría que Malfoy entendiera. Era mejor cortar todo en ese momento, antes de que pasara a ser más serio. Se puso de pie y tomó su campera para irse, no quería volver a mirarlo pero era preciso, al menos una vez más.

    –Perdón, Malfoy.

    La respuesta fue fría y amarga. –El nombre es Draco.

    oOo



    Inter pocula: Tragos de por medio.
     
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  10. Dan2102
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    Algo esta pasando y Harry se acerca a la verdad.... Pobre Draco, se ve que siente algo por el...

    Ojala luche por Harry jeje sería genial :D jaja

    Conti!
     
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  11. Kari Tatsumi
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    Capítulo 7
    Ad idem



    Malfoy era como un elefante.

    Así lo decidió Harry a lo largo de los días siguientes. Trataba de no pensar en esa noche en el bar. Pero cuanto más trataba, más se enseñoreaba Malfoy de su memoria.

    Pero no lo incordiaban solamente las imágenes de esa noche… su confusión por el beso –no debería haber sido tan bueno– o el papelón de haber escapado corriendo como una irreflexiva y turbada damisela en una novelita rosa. No, había otros muchos pequeños detalles.

    Por ejemplo en el trabajo cuando le tocó limpiar la jaula de los murciélagos, recordó el disimulado Scourgify que Malfoy había usado. Lo había lanzado de la misma forma que Malfoy, haciendo deslizar suavemente la varita de la manga. Fue entonces que había entrado el señor Critswold. –¿Ya terminaste? –le había preguntado inspeccionando el cubículo y bufando a continuación al no encontrar ningún rincón sucio. –Bueno, acordate de que todavía te falta ocuparte de la basura.

    O el jueves a la noche en el Blood Sport, mientras miraba el informe sobre las clasificatorias para la Copa Mundial de Quidditch, otro espectador había comentado: –El estilo de Barry Ryan es inigualable, ¿quién diría que es nacido de muggles? –y recordó el asombro en el rostro de Malfoy cuando le había comentado eso mismo.

    Ni siquiera su departamento era seguro. Kreacher había estado como mareado de felicidad todos los días posteriores a la visita de Malfoy, complacido de que su amo hubiera atraído a un huésped de tan alto estatus. En varias oportunidades le había preguntado si el joven amo Malfoy retornaría, hasta que Harry perdió los estribos y le gritó que el amo Malfoy no iba a volver a pisar el departamento nunca; a partir de ese momento el elfo no había vuelto a tocar el tema. Pero incluso rodeado de silencio los ojos de Harry derivaban hacia el cofre encantado que le había comprado a una gitana en Liubliana o hacia el grabado del grifo y recordaba a Malfoy en esa misma habitación admirándolos.

    Un maldito elefante rosado y descomunal con destellante tutú rígido y zapatillas de punta de brilloso raso.

    Pero con el paso de los días las imágenes fueron desdibujándose. Pasó una semana, y luego otra y a la tercera ya pudo volver al bar por una cerveza sin sentirse demasiado incómodo.

    A la semana siguiente Ron vino a verlo a Criaturas Critswold. Era algo inusual –Ron y su patrón se tenían una infundada antipatía mutua– y Harry sabía que sólo venía cuando tenía alguna razón importante. Pero si ese día la tenía, no habló de ello de entrada.

    –¿Ésa es la serpiente? – preguntó Ron haciendo una seña hacia la vidriera. El señor Critswold estaba en la trastienda, controlando una remesa de garras de dientofidio peruano que había llegado poco antes.

    –Sí, ella es Simbi. –a la serpiente, Harry le siseó: –No te pongas nerviosa. Éste es mi amigo Ron.

    Ron hizo una mueca nerviosa, como hacía siempre que lo oía hablar en parseltongue, algunas cosas nunca cambiaban. –¿Cuándo va a romper el cascarón la cría?

    Harry se volvió hacia la cobra. –¿Va a ser hoy? –preguntó, era mejor formularla así, las serpientes no tenían un concepto muy claro del tiempo.

    –Hoy no. –respondió meciendo la cabeza hacia delante y atrás– Quizá mañana. –lo que significaba que podía ser cualquier día de los venideros.

    –No está segura, pero pronto. En realidad nunca llegó a ver a ninguna de sus crías, siempre le sacan los huevos antes.

    –¡Qué pena! ¿Y tu patrón no se dio cuenta todavía?

    –No, por suerte. Aunque estuvo cerca en varias oportunidades. –Harry miró a Ron que estaba observando a la serpiente con una mezcla de fascinación y miedo– Pero vos no viniste para hablar de Simbi, ¿qué pasa?

    Ron se sonrojó y no se animaba a levantar los ojos. –Hermione quiere saber… si estaría bien… si a vos te parecería bien, quiero decir… si…

    –¡Decilo de una vez, Ron!

    –Hermione te quiere enganchar. Tiene una amiga que quiere presentarte. Y quiere que vayamos a cenar los cuatro juntos mañana a la noche. Perdón.

    –Está bien. –Harry se sintió mal de verlo a Ron con un aspecto tan avergonzado y miserable como si le hubiera pedido a Harry que se cortara una mano. Ésa no era la primera vez que Harry se arrepentía de no haberles contado todavía la verdad. Las cosas habrían sido mucho más simples si supieran. Aunque quizá no. Que Hermione tratara de engancharlo con sus amigas de la oficina era bastante molesto pero soportable, Harry sabía que ellas no iban a demostrar ningún interés por él. Pero temblaba al pensar que si Hermione supiera, empezaría a arreglarle encuentros con colegas masculinos que pudieran estar interesados.

    Pero por otro lado, una salida como la propuesta podría ayudarlo a olvidarse de la última “cita”.

    –El jueves me viene bien. ¿Adónde vamos a ir?

    Asombrado de que Harry hubiera aceptado sin poner peros, Ron tardó un par de segundos en responder: –Pandora’s, es un lugar nuevo, muy elegante, de onda, en la calle Wyvern. Hermione me viene rompiendo los huevos para que la lleve desde que leyó un comentario en El Profeta. ¿Seguro que para vos no es un problema, Harry?

    –Para nada, no te sientas mal. ¿A qué hora piensan ir?

    Cuando Ron partió diez minutos más tarde, seguía luciendo en la cara una expresión como si Harry le hubiera indultado la pena de muerte.

    oOo



    Ron le había advertido que Pandora’s era muy elegante, y así era, por suerte Harry se había puesto sus mejores galas. Así y todo se sintió mal entrazado ante la recepcionista vestida de terciopelo que lo condujo a lo largo del corredor de ingreso exquisitamente decorado en negro y acero. A pesar de que sabía que era un encantamiento, no pudo evitar estremecerse al pasar debajo de la cascada que daba acceso al vestíbulo.

    Hermione vino enseguida a su encuentro y lo abrazó. –Harry, viste que lugar genial. Hacía rato que quería conocerlo. Tuve que hacer las reservas con dos semanas de anticipación.

    Así que lo habían estado planeando todo ese tiempo. Harry levantó una ceja interrogativa y acusadora hacia Ron. Quien eludió el aprieto con experta rapidez: –Eh… allá veo a un compañero de trabajo, Smasher… – y partió raudo hacia la barra. Lo siguieron caminando más despacio, Hermione siguió hablando sin parar.

    –Estoy segura de que vos y Aurora van a congeniar, Harry. Iba un año después que el nuestro, estaba en Hufflepuff. Trabaja en la Oficina de Criaturas Mágicas. Se ha hecho amiga de Hagrid. ¡No veo la hora de que la conozcas!

    Harry asintió entregado. Tenía que reconocérselo, a pesar de los innumerables fracasos anteriores, Hermione no se daba nunca por vencida. Y siempre estaba segura de que le había conseguido por fin la chica perfecta.

    Por fortuna, llegaron en ese momento donde Ron y no se vio obligado a responder. Ron le presentó entonces a un hombretón de los más grandes que jamás hubiera conocido. –Smasher, éste es mi amigo Harry Potter, Smasher es un veterano del escuadrón de aurores.

    –¿Me estás llamando viejo, Weasley? –dijo apretándole a Ron el brazo con tal fuerza al punto de arrancarle una mueca dolorida– Sabés bien que podría vencerte en cualquier momento y en cualquier lugar. Un placer conocerte, Potter. –y le dio un apretón de mano como para quebrarle los huesos– Ah… y la encantadora señora Weasley, ¿cómo está Ud.?

    –Muy bien, gracias, Smasher.

    Harry miró a Hermione. Ella nunca le permitía a nadie que la llamara por el apellido de Ron. Pero ahora se estaba mordiendo la lengua en aras de la cortesía.

    Cuando Smasher empezó a empujar a algunos clientes para hacerles lugar junto a la barra, Harry se le acercó y le preguntó: –¿Todo bien?

    –Sí… –dijo ella con un suave suspiro– Smasher no es mal tipo, en realidad; y cuida de Ron, pero a veces puede ser un poco…

    Harry observó al auror que en ese momento estaba espantando a una pareja que se resistía a cederle sus asientos. Recordó lo que había dicho Malfoy. –¿Un poco matón? –sugirió.

    –Mmm… –masculló ella expresando su acuerdo– ¡Ah mirá… allí está Aurora!

    Harry se volvió para ver entrar a la bruja rubia a través de la cascada, no fue el único que volvió la cabeza. Tuvo que reconocer que era despampanante. Era casi tan alta como él, llevaba puesta una toga corta muy elegante, ceñida al frente y amplia en la espalda, que destacaba sus largas y bien torneadas piernas. Aurora se sonrojó cuando Hermione se la presentó a todos, sus ojos de intenso azul se demoraron largamente en Harry. Y aunque él sabía que no se sentía particularmente atraído, los pelos de la nuca se le erizaron cuando Smasher puso tono seductor y dijo: –Ricurita, si las cosas no van bien con Potter, ya sabés donde encontrarme. –por suerte los llamaron justo en ese momento a la mesa ahorrándole a Harry un altercado que no tenía ganas de iniciar.

    A pesar de ese comienzo no muy feliz, la cena transcurrió de lo más placentera. Hermione relató efusiva la última catástrofe de la que le había tocado ocuparse, un animago recientemente registrado había sido capturado en su forma de perro labrador y había recuperado su forma humana en una jaula de la perrera. Aurora rió a más no poder escuchando todas las tramoyas que Hermione había tenido que poner en juego para poder liberarlo. Aurora resultó ser una amante de todo tipo de animales, mágicos o no, le rogó a Hermione que la pusiera en contacto con el animago en cuestión, quería conversar con él sobre su experiencia entre los otros perros. También se mostró muy inquisitiva para saber todo lo relacionado con el trabajo de Harry, en el que parecía mucho más interesada que el propio Harry. Estuvo encantada cuando Harry mencionó a Hagrid y a partir de allí estuvieron un largo rato intercambiando anécdotas sobre las criaturas que habían estudiado en la escuela. Cuando Harry le contó el episodio del unicornio muerto en el Bosque Prohibido en primer año, se sintió tan conmovida hasta el punto de marearse.

    Aurora era encantadora, de eso no cabían dudas. Si sus inclinaciones hubieran sido otras, seguramente la habría encontrado irresistible. Pero siendo como eran las cosas en realidad, Harry había puesto el cerebro en piloto automático. Tenía las reacciones que correspondían en los momentos adecuados, pero por lo demás sus pensamientos vagaban por otro rumbo.

    Pero volvió a interesarse cuando hacia el final del plato principal, Ron comentó que Defensa contra las Artes Oscuras había sido definitivamente eliminada como materia en Hogwarts. Aurora opinó que le parecía una medida sensata. Según ella era una disciplina que incitaba a la violencia y que quizá tenía que ver con el clima de inseguridad que agobiaba a la sociedad.

    En un momento, mientras hablaba, Aurora se acomodó una mecha de pelo detrás de la oreja. El gesto lo hizo acordar de Malfoy. ¿Qué hubiera replicado el Slytherin ante un argumento como ése? Debés estar bromeando, Potter, ¿y después qué? ¿van a eliminar las clases de vuelo porque el quidditch es muy violento y las caídas frecuentes y peligrosas? Y Harry se encontró ansiando el intenso estímulo mental del debate con Malfoy esa noche en el bar. En un arranque que no pudo evitar, preguntó de pronto: –¿Vos sos sangrepura, Aurora?

    Ella sonrió con orgullo. –Efectivamente, el linaje de los Kingsfords se remonta a más de una decena de siglos y por parte de mi madre soy descendiente directa de Alberic Grunnion.

    Hermione se mostró impresionada, Ron se dedicaba a engullir el último trozo de carne bien bañado en salsa y Harry se dio cuenta de que su cita era la pareja perfecta para Malfoy. Formuló la siguiente pregunta a sabiendas que iba a ser causa de controversia y de fastidio para sus amigos. –¿Y cuáles son tus sentimientos respecto a que los nacidos de muggles sean admitidos en Hogwarts?

    Aurora pestañeó varias veces, confundida. –¿Qué querés decir? ¿qué me parece?

    –Quiero decir, ¿te parece que está bien que los admitan?

    –¡Harry! –protestó Hermione al tiempo que Aurora contestaba: –Por supuesto, ¿adónde irían si no?

    Pero Harry insistió a pesar de la mirada muy seria que le dirigía Hermione.

    –¿No creés que puedan atrasar a los demás alumnos?

    –Nunca me lo planteé… no creo que sean en nada diferentes a los otros.

    Ésa no era la respuesta que quería. Quería… necesitaba una reacción enérgica. Debía haber alguna llama en ella, quería avivarla. –Pero cuando eras chica… seguramente aprendiste encantamientos antes de Hogwarts…

    –Harry, ¿adónde querés ir a parar? –demandó Hermione.

    –Sólo preguntaba por curiosidad –dijo, consciente de lo débil que sonaba la razón.

    Hermione se cruzó de brazos y dijo indignada: –Ciertamente no recuerdo que yo los haya atrasado a vos o a Ron.

    Ron se removió inquieto en el asiento, Aurora tenía la vista baja y Harry se dio cuenta de que había avivado una llama pero no en la persona que había sido su objetivo. Se disculpó torpemente; algo renuente Hermione le aceptó la disculpa.

    Ron se apresuró a despejar el clima, pidió la carta de postres y empezó a recitar las diferentes alternativas disponibles. La conversación se reinició luego y siguió por senderos menos escabrosos. Harry pensó que el mal momento había sido olvidado hasta que cuando ya iban saliendo, Hermione lo hizo aparte. –¿Qué fue todo eso de antes, Harry?

    –Nada en realidad. Sólo quería saber lo que pensaba.

    Hermione lo miró desconfiada y seria. –Bueno, tenés suerte de que sea una persona tan afable y que no se haya enojado. Sé amable con ella.

    –Perdé cuidado.

    Una vez afuera Ron y Hermione aparicionaron de vuelta. Harry acompañó a Aurora hasta su casa, vivía cerca en uno de los barrios más acomodados, fueron caminando. La conversación giró más que nada alrededor del tiempo, Harry ya estaba pensando en qué película podía ponerse a ver cuando llegara a su departamento, Hombres de negro quizá… o a lo mejor alcanzaba a agarrar Dr. Who en la BBC.

    –Llegamos…

    Estaban ante un impresionante pórtico de mármol blanco. En uno de los paneles de vidrio de la sólida puerta de roble había una calcomanía adherida: “Protegida por Seguridad Salus”. Era de esperar.

    Harry señaló la inscripción: –Está bien protegida… presumo…

    –Supongo, –dijo ella encogiendo los hombros– no pienso en eso… es una buena prueba de que es segura… ¿Querés pasar? ¿Otro trago quizás…?

    –Te agradezco pero no. Es algo tarde y mañana me tengo que levantar temprano.

    –Qué lastima… pero bueno… la pasé muy bien.

    –Yo también.

    Ella sonrió expectante. Harry odiaba esos momentos, nunca sabía lo que tenía que hacer. Era muy linda. Si pudiera de alguna forma lograr que le gustara, las cosas serían mucho más fáciles. Podría ser un buen novio. Y podrían casarse y vivir en un departamento respetable; y a su debido tiempo tendrían hijos que educarían para que fueran magos y brujas de bien. Y saldrían a veces juntos con Hermione y Ron y la pasarían muy bien y Hermione se sentiría contenta de que él finalmente hubiera encontrado a alguien.

    Y gracias a Merlín él se conocía lo suficiente para saber que algo así nunca funcionaría.

    –Buenas noches, Aurora. –y se despidió dándole un rápido beso en la mejilla. –Buenas noches, Harry. –replicó ella con decepción en el rostro y en el tono. Y entró cerrando la puerta detrás de sí.

    Harry suspiró. Otra cita malograda. Pero la calcomanía de la empresa de Malfoy le recordó cuál era la cita que ansiaba repetir.

    El elefante estaba de regreso, más grande y rosado que nunca.

    oOo



    –Pero… ¿Ud es Harry Potter, no?

    Harry había estado contemplando los veleros de un cuadro colgado en la pared, volvió la vista hacia la mujer mayor de cabellos blancos que lo miraba como si hubiese visto un fantasma. Le estudió atentamente la cara pero no pudo recordar de dónde la conocía. ¿Una vecina de Privet Drive, quizá? ¿Una de las mujeres del club de jardinería de tía Petunia? Pero…¿una amiga de su tía atendiendo mesas en un pub de Greenwich? No, no podía ser…

    –Sí, soy yo. ¿La conozco?

    –No, no me conoce, pero… –parecía que iba a agregar algo más pero sacudió la cabeza– No, no tiene importancia. ¿Qué le puedo servir?

    –Una jarra de medio litro de bitter, por ahora. Estoy esperando a alguien.

    La mujer se alejó y Harry volvió a sus reflexiones. Había estado pensando mucho en los últimos días. Le había tenido que explicar a Hermione sobre la malograda cita con Aurora. Hermione no lo había tomado bien, exasperada le había espetado finalmente –––Harry, a ver si alguna vez decidís qué es lo que realmente querés.

    Y eso lo llevaba de nuevo al elefante. A recordar a Malfoy haciéndolo reír y haciéndolo pensar. Era alguien así lo que siempre había ansiado y nunca había encontrado. Y luego sus pensamientos volvían a Hogwarts, algo que siempre trataba de evitar, porque eran recuerdos ennegrecidos por la confusión y la angustia. Pero deambulando esos recuerdos que habían sido tan significativos en su vida, había llegado a una asombrosa revelación, Malfoy era una constante en todos ellos. No una buena constante… no podía recordar nada que hubiera hecho Malfoy por entonces que no fuera… aborrecible. Sin embargo había sido una constante de mucho más peso que las chicas protagonistas de su deslumbramiento romántico –Cho– o de su idilio trunco –Ginny.

    Era realmente perturbador sentirse tan atraído por alguien que debería haber sido su enemigo. Durante años Malfoy había representado todo aquello contra lo que Harry luchaba… todo lo opuesto de lo que quería llegar a ser. Pero esa batalla hacía mucho que había concluido. Alguna vez había estado convencido de que siempre viviría a la sombra de Voldemort, sin ninguna posibilidad de llevar una vida normal. Y era eso mismo lo que lo había hecho escapar del bar. Porque si no hubiese sido por la marca asomando en la muñeca de Malfoy, se lo hubiera llevado esa noche a su departamento y nada ni nadie se lo podría haber impedido. Malfoy era todo lo que él quería. Era ingenioso y divertido y en la charla del bar se había mostrado mucho más adaptable de lo que Harry nunca hubiera imaginado. Y como si eso fuera poco… estaba rebueno y besaba como el mejor. Era exactamente el tipo de Harry.

    Y cuando pensaba siendo totalmente honesto consigo mismo, algo no muy frecuente, se daba cuenta que lo último no era exactamente cierto. Malfoy –Draco– era el que había determinado su tipo.

    Le había llevado muchos días decidirse, esa vieja y ya olvidada batalla no iba a interponerse entre él y lo que él quería. Varios días más demoró la respuesta de Malfoy a la lechuza que le había mandado pidiéndole que se reunieran de nuevo. Había tenido que inventarse una excusa para no ir ése sábado a casa de Ron y Hermione, pero el mensaje del Slytherin no dejaba lugar para alternativa:

    Greenwich Arms – El sábado a las ocho. DM

    Que era donde Harry estaba, sentado en la barra esperando, cuando Malfoy entró por la puerta trasera a las ocho y cuarto. Vestía ropas de mago, para sorpresa de Harry, eran obviamente de corte impecable y hubieran causado sensación en cualquiera de los bistros de onda de Diagon, pero en el Greenwich muggle estaban fuera de lugar. Aunque quizá no, había un par de profesores con sus togas sentados en otra mesa del mismo local.

    –Pudiste venir. – dijo Harry cuando Malfoy se sentó en el banco de la barra junto a él.

    –Te escribí que iba a venir, ¿no?

    –Sí, –dijo Harry, no sabía si debía revelarle su alivio– pero pensé que quizá no querrías darme otra oportunidad.

    –Sobre eso todavía no estoy muy seguro. Pero dado que me rogaste…

    –¡Yo no te rogué!

    –Potter, cuando se usa tres veces “por favor” en un solo párrafo, eso es rogar. Además, no tenía nada más interesante para hacer. –le hizo una seña al hombre detrás de la barra quien sin mediar ninguna palabra le empezó a servir una cerveza. Harry levantó una ceja inquisitiva, Malfoy explicó: –Éste es mi lugar habitual, Potter. Vivo a la vuelta.

    –¿No vivís en la Mansión?

    –¿Con mis padres! ¡Nada más eso faltaría! –revoleó los ojos– Ahora en serio, ¿para qué fue que me citaste?

    –Quería volverte a ver.

    –¿Por qué? ¿Tenés más preguntas que querés que te conteste?

    Es lógico que lo plantee así, pensó Harry. Eso era todo lo que necesitaba de Malfoy la última vez. Pero esta vez… esta vez es distinto. –No, nada de preguntas. Sólo… bueno, para empezar… pedirte disculpas.

    –¿Y por qué exactamente querés pedirme disculpas, Potter? –la expresión era seria; los labios apretados, apenas una línea. No prometían clemencia.

    –Por haberme ido de esa forma. No debería haber hecho algo así.

    La mirada seguía siendo dura, expectante. –¿Y…?

    –¿Y qué?

    –¿Me vas a pedir disculpas o no?

    –Eso iba a… –pero por el tono de Malfoy sonaba como si lo estuviera emplazando… y no le parecía que fuera para tanto.

    Malfoy le estudió el rostro durante un largo minuto sin decir nada. Luego se encogió de hombros y bajó los ojos a su cerveza. –Bueno… no importa, Potter. De todos modos no hay nada por lo que haga falta que te disculpes. Yo no debería haberte puesto en esa posición. Así que te pido perdón. ¿Sin resentimientos?

    –Sin resentimientos. –repitió automáticamente Harry. Pero sentía cierta incomodidad, no era ésa la forma como quería que fueran las cosas, la cara de Malfoy había adquirido cierta frialdad… no, así no le parecía bien. Trató de recurrir a un tema neutro. En el otro extremo de la barra el hombre y la mujer que atendían, reían conversando con un cliente. –¿Así que venís siempre acá?

    –Fue lo que te dije, ¿no?

    –Nunca hubiera imaginado que elegirías un bar muggle.

    –¿Me lo estás diciendo en joda o qué? –Malfoy lo miró perplejo– ¿No me digas que creías que éste era un bar muggle? Mirá a tu alrededor, ¿te creés que esas escobas al lado de la puerta son para barrer o de utilería? ¿Y aquel reloj? –hizo un gesto hacia la pared, hacia un cucú que tenía por lo menos seis manillas– Obviamente también vienen muggles… y son bienvenidos… pero sigue siendo un lugar de magos, como todo Greenwich.

    Muy asombrado, Harry murmuró: –No tenía la menor idea. –pero ahora que se fijaba empezó a detectar otros signos: la chimenea descomunal con una caja en la repisa que seguramente contendría polvo Floo, bellotas en los marcos de la ventana como protección contra tormentas eléctricas, muchas botellas en los estantes que no parecían de licor sino de pociones. Y los clientes con ropajes excéntricos, que él había supuesto que eran académicos.

    Malfoy hizo un gesto en dirección a los que atendían. –Ged y Sally son los dueños desde hace décadas… y antes los padres de Ged. Sally podría contarte un montón de anécdotas asombrosas.

    Como si hubiera escuchado que pronunciaban su nombre, la bruja levantó la vista hacia ellos y les sonrió.

    ¡Me conoció! –pensó Harry con un sobresalto. Si era una bruja podía conocerlo de varios lugares, quizá de Critswold, quizá de alguno de los otros comercios de Diagon, quizá era una persona que Ron o Hermione le habían presentado. Pero había tenido una extraña sensación cuando habían intercambiado algunas palabras minutos antes…

    Todavía con el ceño fruncido se volvió hacia Malfoy que lo había estado estudiando en silencio con una rara expresión en la cara. Harry volvió a enfocar su atención en él. –¿Dijiste que vivías cerca?

    Malfoy parpadeó varias veces e ignoró por completo la pregunta. –Potter, de verdad, ¿para qué viniste?

    –Ya te lo dije, quería pedirte disculpas. Y realmente lo siento.

    Pero Malfoy no parecía conforme. –¿Y eso es todo? Me lo podrías haber dicho con un mensaje.

    –Es cierto… podría… –Harry no podía explicarle por qué no lo había hecho así. Lo cierto era que su vida toda estaba inextricablemente unida a Malfoy y lo había estado desde que tenía once años. Pero no podía decirle por qué era así, porque ni él mismo lo sabía. –Pero realmente quería volverte a ver… Draco. –escucharlo pronunciar su nombre pareció ablandarlo y sonrió cuando Harry agregó: –Además vos habías prometido que la próxima vez me ibas a invitar a un lugar donde aceptaran tus galeones… ¿acá los aceptan?

    –Así es…Harry. Y me parece que necesitás otra cerveza.

    De ahí en más fue todo fácil y como Harry había esperado que fuera. Draco recuperó la vivacidad y minutos después Harry se estaba desternillando de risa con las cosas, algunas muy disparatadas, que le contaba. Harry, ya distendido, le contó a su vez de su trabajo, sus amigos y su vida, con una confianza y libertad que raramente se permitía. La conversación volvió a ser agradable como la vez anterior, y más, porque Harry sabía que terminaría de modo diferente.

    Y se fue sintiendo más seguro de que sería así a medida que transcurrían los minutos. Draco se le acercaba más y más, pero nunca llegaba a tocarlo. La mano se deslizaba sobre la barra hasta casi tocar la suya, el hombro se inclinaba hacia delante, por momentos la cara estaba a centímetros de la suya. Por un lado era maravilloso, por otro era una provocación que lo estaba volviendo loco.

    Harry entró en el juego, en un momento medio se incorporó en el banco para estirar la mano y alcanzar un posavasos, aprovechó entonces para apretar su muslo contra el de Draco. En un momento Draco estaba explicando con detalle la estructura del tejido de las defensas, Harry sabía que le convenía prestar atención a eso pero no… estaba en cambio concentrado en el calor… el calor que irradiaba Draco. Cuando Harry le contó el incidente de Smasher echando a los clientes de la barra en el restaurante, graficó agarrándole el hombro a Draco y lo mantuvo fuertemente asido mucho más de lo necesario. Y dos cervezas más tarde, la mano de Harry se posó suavemente sobre el brazo Draco y no se movió de allí. Ni siquiera cuando el Slytherin clavó los ojos en la mano atrevida. Draco carraspeó ruidosamente.

    –¿A qué estás jugando, Potter?

    Pero ahora Harry conocía el poder de los nombres. No iba a permitirle que volviera a distanciarse. –No estoy jugando, Draco. –y apretó los dedos en la rica tela de la manga– La última vez me asusté… me espanté. No sé explicar por qué. Pero te aseguro que eso no va a ocurrir hoy.

    Draco lo escrutó como a un espécimen bajo el microscopio. –Siendo así, –replicó finalmente– creo que llegó la hora de que te lleve a mi casa.

    Harry sonrió y su sonrisa se amplió cuando la vio reflejada en el rostro de Draco. Bajaron de los bancos y Harry empezó a enfilar hacia la puerta pero Draco lo hizo detener.

    –Vamos a aparicionar desde el jardín de atrás, es más rápido.

    Harry sonrió intencionado. Tenía razón, ya habían esperado demasiado, para qué prolongarlo más. –Dame un segundo, tengo que ir a buscar la campera.

    Draco dio media vuelta con un amplio flamear de su toga como si se envolviera en la medianoche. Era tan seductor que Harry empezó a considerar que quizá bien podía olvidarse de la campera y seguirlo sin demorar más. Pero se contuvo y se dirigió al perchero que estaba junto a la puerta.

    La dueña estaba limpiando una mesa cercana que se acababa de desocupar. –Que tengas buenas noches, Harry Potter. –saludó.

    –Buenas noches, Sally. –y entonces supo que no podía irse sin preguntarle– Sally, ¿cómo es que me conoce?

    –Oh… no me acuerdo. –pero la expresión de la cara la traicionaba.

    –No, Ud. me conoce. –insistió Harry– Ud. se acuerda, ¿no es cierto?

    La bruja dirigió miradas nerviosas alrededor. –Soy una mujer vieja. Me acuerdo de muchas cosas.

    –¿Se acuerda de Voldemort? –se había jugado con la pregunta, lo sabía.

    La mujer hizo una mueca ostensible. –Ése es un nombre que no debe pronunciarse. Ni siquiera en el caso de que uno recordase.

    –Su nombre nunca me aterrorizó. Pero las cosas que hizo… –la bruja se puso lívida– Entonces es cierto… se acuerda de lo que hicieron… él y los mortífagos.

    –Cosas terribles. –susurró– Y la gente vuelve a tener miedo ahora… y con razón.

    –¿Ud. no se olvidó?

    –¿Cómo habría podido? –se dejó caer en una silla, Harry notó por primera vez cuán vieja era– pero todos me tomaban por loca cada vez que mencionaba la guerra. Y llegué a pensar que tenían razón. Fue entonces que mi hija se casó con Ignatius MacNair… yo tuve un ataque. Llegaron a amenazarme con mandarme a St. Mungo, sabía que una vez que me metieran allí nunca me dejarían salir… así que “me mejoré”.

    –Fingió que nada era cierto.

    –Sí. Les dije que era confusión.

    Harry asintió. Era lo mismo que el había hecho con sus amigos. –Bueno, esto prueba que no estamos locos. ¿De qué otro modo podríamos acordarnos de las mismas cosas?

    –Harry, incluso si todo eso ocurrió… nadie se acuerda y el mundo siguió adelante. Mirá nomás vos y Draco. Nunca hubiera imaginado que te vería departiendo tan cordialmente con el hijo de Lucius Malfoy.

    ¡Draco! Estaba esperando afuera… y de nuevo Harry estaba espantado. No podía ir con él, no con lo que se acababa de enterar.

    Sally notó su consternación. –¿Estás preocupado por Draco?

    Harry asintió. –Es un mortífago.

    La mujer sacudió la cabeza. –Harry, las cosas ahora son distintas. Sean reales o no, ya no son lo mismo. Ya no existen los mortífagos. Mi hija adora a su suegro y yo tengo que recordarme a cada instante que ya no es más el monstruo que alguna vez fue. Y Draco… conozco a Draco desde hace años y nunca tuve ninguna razón para tenerle miedo. –ella le sonrió– Espero que no me juzgues atrevida, pero… ¿hace mucho tiempo que están juntos?

    –¿Juntos? No… no… sólo esta noche…

    –¿Ah sí? –replicó sorprendida– se los veía tan bien juntos, tal para cual, yo creí…

    –Pero era un mortífago… y aunque hoy ya no existan… ¿puede haber cambiado de modo de pensar? ¿es razonable pensarlo?

    Sally estrujó el paño que tenía en las manos y reflexionó unos instantes considerando la pregunta. Finalmente dijo: –No sé cómo fue que pasó todo esto, ni tampoco por qué… y me has dejado con mucho en qué pensar. Pero puedo decirte esto: una persona puede quedar atada a lo que hizo en el pasado, el pasado no se puede borrar, pero siempre se puede cambiar el futuro. Y eso vale también para vos, Harry. Y no veo razón para que el futuro de Draco seas vos y no El Que No Debe Nombrarse.

    Tenía mucho sentido. Con sólo dos charlas había llegado a la conclusión que el Draco de la escuela no tenía nada que ver con el hombre que lo estaba esperando. Ya había cambiado su futuro se había transformado en alguien que le gustaba y al que podía respetar. Y desear, tuvo que admitir además. Y dejó de tener miedo… y él también podía cambiar su futuro.

    –Sally, ¿puedo volver a visitarla algún otro día?

    –Claro que sí, me haría muy feliz –miró hacia la puerta trasera con una sonrisa pícara– Pero será mejor que te vayas ahora, Draco te está esperando.

    Harry se dio vuelta y corrió hacia Draco que había vuelto a entrar al local. Le tomó la mano y lo arrastró con prisa al jardín.

    –¿Hay algún problema?

    –No. –dijo Harry apretándose contra él para que pudieran aparicionar juntos– Todo está bien. Estoy seguro de que está todo bien.

    oOo



    Aparicionar siempre lo desorientaba. Pero mucho más desorientado quedó al materializarse en un departamento desconocido con el brazo de Draco aferrándole la cintura y los labios de Draco partiéndole la boca con un beso. Toda la habitación parecía darle vueltas, se hubiera caído si el brazo no lo hubiera estado sosteniendo. Soltó una exclamación contenida: –Draco…

    –Perdón, –murmuró Draco, se separó para permitir que recuperara el equilibrio por su cuenta pero no lo soltó del todo– es que no quiero que te me vuelvas escapar.

    –Pero si no me voy a ir. –dijo para tranquilizarlo y haciendo una mueca dolorida agregó: –Pasa que tengo el picaporte de la puerta clavado en la espalda.

    Draco abrió grandes los ojos y los hizo girar hasta que quedar con su propia espalda contra la pared. Deslizó las manos dentro de la campera y por debajo de la remera y le acarició la piel cálida atrayéndolo hacia sí. –¿Así está mejor?

    –Mucho mejor. –dijo Harry y se entregó al beso. Él también exploró con las manos bajo la toga y fue abriéndose camino hasta encontrar la piel ardiente, quería quemarse acariciando el grácil cuerpo.

    El beso fue intensificándose y progresando a gemidos, ambos ávidos de contacto con piel desnuda. Finalmente Draco se separó. –Se me ocurre una idea mejor. –dijo y lo condujo de la mano hasta el dormitorio. Draco murmuró unas palabras y se encendieron cientos de velas alrededor de la amplia cama con dosel, que estaba cubierta por un acolchado plateado que destellaba como las estrellas. Harry seguía todavía embriagándose con el despliegue cuando Draco le sacó la campera y le empezó a desabotonar la camisa. Harry no demoró en seguir el ejemplo y desvistiéndose fueron desplazándose hacia la cama.

    –¿Te gustó la idea?

    –Sos un genio. –y le buscó la boca para otro beso.

    Ya estirados sobre las sábanas sedosas y sin apartar los labios de los de Draco, Harry acometió la tarea de terminar de desvestirlo, no era tan fácil, las ropas de los magos eran mucho más complicadas y además Draco le estaba martirizando deliciosamente las tetillas con las uñas y eso no era precisamente algo que lo ayudara a concentrarse. Los cordones de la camisa eran imposibles… nunca iba a poder.

    –No sé lo que estoy haciendo.

    –Espero que estés hablando de la camisa, Potter. –dijo Draco burlón. Y murmuró el encantamiento para desvestir. Los cordones fueron deslizándose como serpientes por los ojales y los faldones se desprendieron de debajo del pantalón, la camisa se abrió finalmente revelando la piel desnuda. –¿Necesitás más ayuda? –agregó con tono sarcástico y juguetón.

    Harry se regaló los ojos observando el amplio pecho cubierto de suave y fino vello claro. –No, gracias, a partir de acá puedo solo.

    Malfoy levantó una comisura en respuesta pero el visaje se le borró de inmediato cuando una mano intrusa se le coló debajo de los pantalones que el encantamiento ya había desabotonado. Harry fue besando y mordisqueando levemente la pálida piel, bajando por el torso hasta alcanzar su meta. Draco empezó a lanzar una serie de gemidos, que fueron creciendo en intensidad y entusiasmo. Los labios de Harry le rodearon la punta del miembro y fueron deslizándose hasta alcanzar la corona de pelo rubio oscuro de la base englobándolo completamente. La diestra boca fue llevándolo sin prisa pero sin pausa hasta el límite.

    –¡Por todos los cielos, Potter, sí que sabés hacer las cosas bien! –exclamó tras el clímax y lo hizo subir tironeándole los cabellos y lo besó intensamente saboreando su propio semen en la lengua de Harry. Harry tuvo un espasmo, su erección lo torturaba apretada dentro de los jeans. Draco se los sacó y se tendió encima de él, el contacto directo de tanta piel con piel provocó un vendaval de estímulos que abrumaron los sentidos de Harry. La mano de Draco friccionando deliciosamente su miembro fue potenciándole la excitación y no demoró mucho en acabar él también en un delirio de gozo. Cuando levantó los ojos vio a Draco por encima sw él lamiéndose la pegajosa simiente de la mano, las llamas de las velas creaban una aureola de luz difuminada alrededor de su cabeza… una imagen celestial o quizá la de un ángel caído.

    Se demoró largamente observándolo. Finalmente Draco sonrió y dijo: –¿Estás contento de no haber huido esta vez, Harry?

    Harry revoleó los ojos. –Nunca vas a dejar de echármelo en cara.

    –Por supuesto que no. Ahora quedate quieto un instante.

    Uso un encantamiento para limpiarlos a ambos. Y luego abrió la boca en un bostezo salvaje como para dislocarle la mandíbula. Ésa era la señal, le había llegado la hora de irse. La había visto más veces de las que podía acordarse y él mismo la había usado en alguna ocasión. Sabía que no tenía que tomarse como algo personal. Significaba que cada cual ya había obtenido lo que había venido a buscar, y que una vez saciados los deseos cada uno debía retomar su propio rumbo y no tenía que volver a pensar nunca más en el otro. Para que el mensaje quedara bien claro, Draco se deslizó debajo del acolchado y se tapó hasta arriba.

    –Bueno, pensó Harry, por lo menos hay luz, no voy a tener que tantear por todo el cuarto para recuperar la ropa. Los jeans estaban al pie de la cama, una pernera enrollada alrededor de uno de los postes. Se estiró para agarrarlos y ya tenía una de las piernas calzada cuando sintió un fuerte apretón en el codo.

    –En nombre de Morfeo, ¿qué creés que estás haciendo?

    Draco lo atrajo hasta acostarlo a su lado mirándolo con ojos serios furiosos y heridos de traición. Suavizó un poco la mirada cuando Harry se estiró a su lado y se le aproximó, pero no le soltó el brazo.

    –Siempre odio esta parte. –confesó Harry– Nunca sé qué es lo que tengo que hacer. –levantó una mano y le acarició los cabellos, las hebras platinadas se deslizaban como agua entre sus dedos. –¿No se supone que llegó el momento de que me vaya?

    –No. –replicó Draco frotándole la mano con la nariz como un gato exigiendo caricias. Luego lo rodeó con un brazo y lo aprisionó contra el colchón. –Quiero que te quedes por mucho tiempo.

    Harry se desprendió a las patadas del jean y se metió bajo las mantas. Lo más cerca posible de la fuente de exquisito calor, el cuerpo de Draco. Lo último que alcanzó a pensar antes de que lo reclamara el sueño fue que a partir de ese momento su futuro iba a ser muy diferente.

    oOo



    Ad idem: De mutuo acuerdo. / De mismo parecer.
     
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  12. Dan2102
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    Me ha encantado... Ya Harry tiene un ángel rubio que hará lo que sea para salvarle jejej eso me encanta...

    Gracias, ha estado genial.

    Espero la conti ;)
     
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  13. Kari Tatsumi
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    Capítulo 8
    Certum est quia impossibile



    –¿Y…?

    –¿Y qué?

    Ron puso a un repasador a secar los platos e hizo que las ollas ya limpias se fueran guardando en el armario. –No sé, parecería que hay algo que te está preocupando.

    –¿Querés decir por Harry? No.

    Ron hizo que se acomodara el último plato sobre la pila y con un rápido movimiento de varita cerró la puerta del armario. –Siendo así, creo que me voy a ir a acostar…

    –Es sólo que…

    Ron sonrió, el dique estaba a punto de ceder. –Sí, ¿qué?

    –No entiendo por qué no nos lo había dicho.

    Así que eso era lo que la preocupaba y por eso no había pronunciado palabra desde que Harry y Draco se habían despedido. –Yo no creo que nos haya ocultado nada, es algo muy reciente, empezaron a salir hace un par de semanas.

    –No, no es eso lo que me preocupa. No nos había dicho que era gay. –apoyó los codos sobre la mesa y la barbilla sobre los puños –¿Creés que habrá pensado que lo tomaríamos a mal?

    Ron se encogió de hombros. –Debe de haber pensado que no era algo tan importante, no es nada del otro mundo, hay muchos magos gay.

    –Pero sigue siendo una cuestión de importancia para los muggles y Harry pasa buena parte de su tiempo en el mundo muggle.

    –Bueno, entonces quizá haya sido por eso que no había dicho nada.

    –¿Tampoco a nosotros? ¿Habrá creído que no podía confiar en nosotros? –se tapó la cara con las manos –Y yo que trataba de engancharlo… un montón de veces, todo el tiempo…

    Ron se mordió el labio y asintió. No le iba a contar lo mucho que había odiado Harry esas ocasiones. Le acarició el hombro suavemente. –Al menos ahora sabés por qué ninguna dio resultado.

    Ella dejó escapar un sonido lastimoso.

    –No te pongas mal, che. Ahora se lo ve muy feliz.

    Sí, es cierto. –dijo ella y posó la mano sobre la de él– Aunque yo sigo preocupada por él.

    –¿Preocupada? –Ron se sentó en la silla a su lado– ¿Por qué estás preocupada?

    –No estoy segura sobre Draco. Harry está… está distinto. Vos sabés como había sido todo este tiempo… después del colapso. Me puse tan contenta cuando volvió de sus viajes, podíamos tenerlo cerca para vigilarlo… y ahora…

    –Y ahora todo indica que Draco puede ayudar para vigilarlo.

    –¿Te parece que va a ser así? –el tono no podía haber sido más escéptico– No estoy segura de que me guste Draco. Lo veo como muy aferrado a sus ideas… muy dogmático.

    Ron medio que sonrió. –Dogmático… ¿a quién me hace acordar? A alguien que conozco.

    Ella entrecerró los ojos y replicó –A vos te gusta sólo porque hizo que Harry desempolvara la escoba y volviera a volar.

    –Puede que sea cierto. –admitió él, había sido muy bueno verle a Harry la cara encendida cuando él y Draco llegaron para cenar volando desde Londres. – Pero creo que se pueden hacer mucho bien el uno al otro.

    –¿Vos no habías advertido ningún indicio?

    –¿De que era gay? –Ron negó con la cabeza– Quizá debería haberme dado cuenta. Yo asumía que él hacía algún levante ocasional de vez en cuando.

    Hermione se estremeció al pensar en la zona roja de Knockturn.

    –Además, –continuó Ron– no creo que nos haya ocultado nada. Cuando tuvo algo para contar, nos lo dijo enseguida. Estaba ansioso de traer a Draco.

    Hermione reflexionó unos instantes en silencio. Su expresión fue pasando de frustración a comprensión y luego a resolución. Ron ya conocía el modelo, no era la primera vez que lo veía, por eso no se sorprendió cuando ella dijo finalmente. –Tenemos que apoyarlo lo más que podamos. ¿Creés que pueda haber un libro sobre el tema?

    Ron rió. –Algo así como ¿Así que tu mejor amigo resultó ser gay? Bueno, si no hay uno así, estoy seguro de que vos vas a terminar escribiéndolo.

    Ella le tomó la mano sonriendo. –¿Y a vos no te importa ni un poquito?

    Ron negó con la cabeza. –Para nada. Con tal de que no tenga que verlos juntos desnudos. –tembló exageradamente– No podría imaginar un cuadro más espantoso que ése.

    oOo

    Harry había decidido que no había nada en el mundo que le gustara más que ver a Draco desnudo. Algunas cosas se le acercaban bastante: Malfoy volando, su cuerpo esbelto fundiéndose en armoniosa silueta con la escoba; Malfoy en medio de un encendido debate, la lengua aguda fustigando como un látigo, los ojos acerados brillándole; Malfoy durmiendo, cubierto con las mantas, el movimiento acompasado de su respiración equilibrándose con la paz de su rostro.

    Pero nada se comparaba con Draco en ese momento, porque en ese momento era Draco, no podía ser Malfoy el se ponía a horcajadas sobre su falda y con sublime y martirizante lentitud iba empalándose en su verga. Nada podía compararse con este Draco, el pecho brillante de sudor y con una expresión en la cara que conjugaba placer y dolor. Parecía tan frágil como una delicada y refinada pieza de porcelana que podría hacerse añicos en las manos equivocadas.

    Pero las de Harry nunca podrían lastimarlo. Reverenciaban el cuerpo de Draco, que en ese instante arqueaba la espalda sostenido entre ellas en una curva perfecta al concluir el descenso. Ahora era Harry el que se sentía vulnerable, envainado por completo dentro de Draco, a merced de las sensaciones que empezaron a recorrerlo mientras se movían juntos. Atrajo el cuerpo de su amante y le depositó besos en la cicatriz que le cruzaba el pecho y mordisqueó las deliciosas tetillas rosadas arrancándole a su dueño gemidos de placer.

    Gemidos que se intensificaron cuando Harry lo rodeó con sus brazos y fue acelerando los ciclos acercándolos a ambos al paroxismo. Draco hizo girar levemente la cabeza de Harry para un beso, los cabellos níveos cayeron en cascada envolviéndolos en su relumbrar. Los sentidos se le amalgamaban. Veía los sonidos amortiguados que lanzaba su amante, saboreaba el halo luminoso que los rodeaba, olía la sombra en la curva de su cuello. Y cuando Draco se hundió aun más profundo casi se rindió al gozo que le aguijoneó la entrepierna pugnando para hacerla explotar.

    –No creo que pueda aguantar mucho más. –advirtió.

    –Te tiro con todos los hechizos que conozco si llegás a acabar antes que yo.

    La amenaza sonó vana sólo en parte, Harry contuvo sus impulsos y se concentró en el vaivén del miembro resbaladizo que se deslizaba en el hueco de sus dedos, imprimió un movimiento de giro y apretó la punta, Draco lo recompensó con un estremecimiento que se le trasmitió como una onda expansiva hasta los dedos de los pies. –¡No parés! – rogó Draco innecesariamente puesto que Harry no tenía ninguna intención de detenerse, las caderas se alzaban para invadirlo más hondo, la mano se sacudía veloz y las mandíbulas se apretaban; los dos estaban al límite. La corona muscular se ciñó alrededor de él y Draco erupcionó chorros cálidos sobre su pecho. Cubierto de sudor y de simiente acometió frenético, una… dos veces… el canal de Draco se había vuelto tan estrecho al punto de quitarle el aliento, la tercera arremetida lo partió en mil pedazos extáticos… Segundos después el cuerpo de Draco se desplomó sobre él.

    Permanecieron así largo tiempo sin pronunciar palabra hasta que lentamente fueron descendiendo de las cimas sublimes alcanzadas. Una suprema paz parecía dominar todo el cuarto. Hubo encantamientos susurrados para limpiar y Draco se tendió a su lado asiéndolo con un brazo que le cruzaba el pecho.

    Harry giró la cabeza para observarle el perfil. Como podía ser que alguna vez hubiera juzgado odiosa esa apariencia. En ese instante no podía imaginar rasgos más deleitables.

    Pensó en sus amigos, ojalá ellos también llegaran a apreciarlo, sería tan bueno que pudieran compartir los cuatro juntos otros sábados cenando. Hubiera sido algo inconcebible en otra época. Pero ni Ron ni Draco eran los de otras épocas. Había habido algunos momentos incómodos cuando el tema había derivado a los elfos domésticos, pero dentro de todo, la velada había transcurrido bien.

    –Esta noche no estuvo tan mal.

    Draco soltó un sonido ronco que pudo haber sido de risa. –Personalmente yo la calificaría de excepcional, pero vos podés llamarla como quieras, Potter.

    –No me refería a eso, –dijo Harry sonrojándose un poco– me refería a la cena con Hermione y Ron.

    –Si todavía estás pensando en la cena, entonces creo que no debe haber sido tan excepcional.

    Harry negó con la cabeza. –Podés creerme, al respecto no tengo nada de qué quejarme.

    –Mejor así. Aunque creo que necesitamos mucha más práctica…

    Draco susurró algo y se apagaron las velas, Harry se tapó hasta la barbilla, dispuesto a entregarse al sueño reparador. Pero momentos después preguntó: –Quisiera saber lo que te pareció…

    Sorprendentemente, Draco no estaba todavía dormido.

    –No creo que les guste mucho a tus amigos.

    –Claro que sí. A Ron le encantó que lo ayudaras a acondicionar su escoba.

    –Sí. Ron puede ser… pero Hermione… me estuvo mirando todo el tiempo como si fuera un perro con tres cabezas o algo así.

    Harry se incorporó un poco sobre el costado. –¿Por qué todavía no estás dormido?

    Draco ignoró la pregunta y continuó –Pero me resultó más llamativo cómo te miraba a vos… cómo los dos te miraban a vos.

    –Son mis amigos. Quieren protegerme.

    –¿Pensarán que estoy tramando algo diabólico? –la cama se movió, Draco también debía de haberse incorporado un poco– Harry, ¿por qué ella no paraba de decir que vos me odiabas en la escuela?

    Harry suspiró. –Parece que no me vas a dejar dormir.

    –Pero era cierto. Vos me odiabas por entonces.

    –Ya te dije que éramos chicos. Veíamos las cosas diferente. Ya hablamos sobre eso.

    –Pero ella lo repitió varias veces, como si quisiera hacérmelo entender. Y… no sé Harry… tengo la sensación de que hay muchas cosas que no me contás.

    Pero Harry no podía contarle. Y hubiera sido un alivio poder hacerlo, ahora sabía que sus memorias eran reales. ¿Qué mejor que contárselo a su amante? Pero ese amante era Draco Malfoy, su Némesis, que había tenido un papel muy destacado pero nada benigno en esas memorias.

    Draco tomó su silencio como una negación. –Como quieras. Así que está bien que vos me preguntes cualquier cosa, incluso algunas que no son asunto tuyo… y yo te contesto… pero yo te pregunto algo… algo muy simple… y vos no me decís nada.

    Harry sabía que tenía que decir algo, pero no se le ocurría nada que no fuera a sonar como una excusa. Lamentablemente, Draco tenía toda la razón.

    Cuando Draco se dio cuenta que no iba a decirle nada, continuó: –Creo que sabés que me gustás, Harry. Y me gustás mucho, por cierto. Vos no sos como toda la gente que veo a diario que no tienen vida en la mirada. Tienen tanto miedo y quieren que les asegure que van a estar a salvo y yo no puedo garantizarles eso. Vos en cambio no venís a buscar seguridad, venís lleno de preguntas, querés saber todo… y eso es estupendo. Pero esto… se está volviendo muy unilateral… no creo que vos y yo… no creo que funcione.

    Harry sabía que su felicidad dependía de que pudiera hacerle entender: –No es unilateral, Draco. Te juro que no. Quiero que lo nuestro funcione. Pero hay cosas que no te puedo contar.

    –¿Por qué? ¿Tenés miedo de que las pueda usar en contra de vos? –el tono de Draco iba ganando enfado– Por todos los cielos, Harry, yo te conté un montón de información crítica, rompí innumerables veces el protocolo, me arriesgué…

    Harry negó con la cabeza, aunque a oscuras Draco no podía verlo. –Pensarías que estoy loco.

    –¿Y por qué iba a pensar algo así?

    –Porque hasta yo mismo lo pensé durante mucho tiempo.

    Draco estiró la mano hasta encontrarle los cabellos. Se los acarició. –Te prometo que voy a escuchar todo lo que me digas, Harry, y que no voy a pensar que estás loco.

    Harry sabía que era un gran riesgo, todo podía terminar muy mal, pero Draco tenía derecho a saber.

    –Yo recuerdo Hogwarts de una forma muy diferente de como la recordás vos. –empezó algo dubitativo, la verdad le tironeaba de la lengua, ansiosa por liberarse. Le contó a Draco de la primera vez, cuando se habían conocido, de la primera clase de vuelo. De Buckbeak. Le contó cómo lo había odiado cuando él y sus amigos habían aterrorizado la escuela como parte de la Escuadra Inquisitorial de Umbridge y lo espantosamente mal que se había sentido después de haberle abierto la perfecta piel del pecho con la maldición cortante. Draco no hizo ninguna mueca, igual Harry no la hubiera visto, siguió acariciándole los cabellos y lo instó a seguir.

    Harry siguió hablando y hablando hasta sentir irritada la garganta, pero siempre parecía haber algo más que decir: el papel de Draco en la muerte de Dumbledore; el profesor Snape, lo mucho que lo había detestado siempre, todo lo que había hecho por ellos… para salvarlos. Cuanto más hablaba más se daba cuenta de lo irracional que sonaba todo. Los momentos más duros, como cuando habían estado cautivos en la Mansión, parecían tan lejanos esa noche en la acogedora calidez de la cama de Draco. Cuando le contó de la batalla se sentía como si estuviera leyendo una página de Hogwarts, una historia. –Debería haber muerto… pero terminé despertándome en el hospital, Voldemort había desaparecido y nadie se acordaba de nada.

    Hubo un nuevo y prolongado silencio, no calmo como el anterior, sino cargado de tensión y miedo. Seguramente ahora Draco le diría que juntara sus cosas y se fuera. En los últimos días había estado trayendo muchas cosas, le iba a tomar bastante tiempo reunirlas a todas y con lo cansado que estaba no creía que pudiera hacerlo esa misma noche.

    –Ahora veo por qué te negaste a que te presentara a mis padres.

    Era cierto, pero no era lo que había esperado que Malfoy dijera. Debía de estar pensando cómo sacarse a un loco como él de encima sin perturbarlo más aún. Decidió que era mejor ahorrarle el mal momento. –Está todo bien. Ya sabía que no ibas a querer tener nada más conmigo después de oír todo esto. Creo que será mejor que me vaya.

    Cuando Harry hizo un amague de levantarse, los dedos de Draco se aferraron de sus cabellos. –Potter, vos no tenés ni la más mínima idea de cuáles son mis deseos. Admito que fue muy duro escuchar todo esto. Si las cosas fueron así, no es de extrañar que me odiaras. Hice cosas terribles.

    –También me salvaste, no te olvides de eso. Y podría no ser cierto… aunque Sally, la del bar, se acuerda de las mismas cosas… se acuerda de Voldemort. No es posible que los dos hayamos inventado lo mismo. –Malfoy no dijo nada, Harry insistió– Draco, creo que es mejor que me vaya.

    –No. –Draco lo aferró fuertemente, Harry entró a considerar si debía empezar a tener miedo, quizá el relato había despertado al antiguo Malfoy y ahora lo iba a entregar a su padre. Pero el corazón del antiguo Malfoy no hubiera latido de la forma en que latía el de Draco, el antiguo Malfoy no le habría estado apretando la cabeza contra el pecho como hacía Draco. Y el antiguo Malfoy no se habría aferrado a él como si en ello le fuera la vida, no habría inclinado y dejado reposar la mejilla sobre sus cabellos, no habría susurrado: –No estás loco.

    Harry separó un poco la cabeza, deseando que hubiera luz para poder verle la expresión. –¿Qué dijiste?

    –Ahora no sé bien qué pensar. Pero no quiero que te vayas. –volvió a acostarse y acomodó a Harry muy junto a su cuerpo– Por favor, Harry, no te vayas.

    Se quedaron así, abrazados. Finalmente Harry pudo ir hundiéndose en el sueño. En los brazos de Draco se sentía seguro.

    oOo

    La campaña de Hermione –y por tanto también de Ron– para demostrarle a Harry que apoyaban su elección de estilo de vida empezó de inmediato. Les mandó una lechuza al día siguiente pidiéndoles que los ayudaran a elegir el color para pintar la cocina. Draco tuvo un ataque de risa primero y luego ofreció sus elfos domésticos para que fueran a supervisarles los detalles de remodelación. Harry le contestó disculpándose amablemente, explicándole que entre Draco y él, juntos, sabían menos de pintura y colores que Hermione de quidditch, pero le sugería al mismo tiempo que Draco y él se reunieran con ella el martes siguiente después del trabajo en El caldero que pierde.

    Resultó ser un martes ajetreado, para cuando llegó al pub Hermione ya lo estaba esperando sentada en una mesa junto a la ventana bebiendo una cerveza de manteca.

    Harry se tomó casi de golpe dos cervezas.

    –¿Hay algún problema? –preguntó Hermione.

    –¿Te acordás del huevo de serpiente que te había contado? ¿Del que el señor Critswold no sabía nada? Hoy se enteró, hoy nació la cría.

    Hermione entrecerró los ojos. –¿No le habrá hecho daño?

    –Al revés. –dijo Harry sarcástico– Al parecer las crías recién nacidas son muy quisquillosas y agresivas.

    –¡Lo picó! –dijo Hermione conteniendo una exclamación.

    Harry asintió. –Y me puteó de arriba abajo antes de ir a St. Mungo. Está bien– se apresuró a aclararle antes de que se lo preguntara– según parece las crías casi no tienen veneno, pero cuando volvió me siguió gritando de todo.

    –Pero igual debe de haber sido doloroso.

    –Por la forma en que gritaba, diría que sí.

    –¿Y qué pasó después?

    –Antes de irse me dijo que lo matara –es una serpiente macho– pero yo no pude hacerlo.

    –¡Y que ni se te vaya a ocurrir matarlo!

    –¡No lo maté! –reiteró Harry. Luego frunció el ceño. –Pero no sé… quizá hubiera sido mejor… hay algo muy mal con él. –Harry recordó con un estremecimiento a la madre acobardada enrollada en un rincón y al recién nacido de piel listada deslizándose amenazador por la caja.

    –Es algo no natural. –le había siseado Simbi cuando la trasladó a otra caja. Después de que picara al señor Critswold Harry no se había animado a tocarlo. Pero había tratado de hablarle.

    –¿Cómo te llamás?

    El ofidio recién nacido lo había mirado con mucha desconfianza antes de contestar: –Podés llamarme Kalfu.

    –¿Kalfu? Es un nombre poco usual.

    Kalfu ignoró por completo el comentario. –Mi madre dice que no tengo padre, ¿es eso cierto?

    –Así es. –confirmó Harry– Pero tenés madre, deberías estar agradecido.

    Kalfu se lanzó de golpe hacia delante como para atacar, por fortuna el vidrio de la pecera se interponía, pero igual el movimiento imprevisto le causó un tremendo sobresalto a Harry. –¿Agradecido por esa criatura deplorable? Está prisionera y es débil. ¿Por qué tendría que estar agradecido por algo así?

    –Simbi es más fuerte de lo que parece. –pero no era cierto, la madre no se había recuperado en las últimas semanas.

    Kalfu siseó desdeñoso y se negó a agregar nada más. Clavó en Harry ojos furiosos cuando trasladó la caja para colocarla en la vidriera.

    –El señor Critswold reconsideró la orden que me había dado, ahora cree que puede venderlo y sacar alguna ganancia. Pero me dejó bien en claro que yo me voy a tener que encargar de cuidarlo.

    –Es apenas un bebé. –insistió Hermione– Seguramente está muy asustado. Estoy segura de que si lo tratás bien ya cambiará para mejor.

    Harry asintió con la cabeza aunque estaba convencido de que Kalfu no le tenía miedo a nada y de que difícilmente iba a mejorar. En ese momento un búho voló hasta la ventana, apenas sus ojos amarillos reconocieron a Harry había despeinado las plumas muy excitado.

    –¿Horus? Es el búho de Draco. Quizá pasó algo que lo demoró. –salió para ver lo que le traía.

    Desprendió el mensaje de la pata y le ofreció al pájaro una golosina para aves.

    No me odies. Estoy tapado de trabajo en el Ojo y no voy a poder terminar a tiempo. Te aseguro que preferiría estar allí con ustedes. ¿Nos encontramos más tarde en tu casa? DM.

    Harry volvió a enrollar la nota, le dio otra golosina y le indicó que podía volver. El búho levantó vuelo y partió pero no en dirección a las oficinas de Salus sino hacia el Ministerio. ¿Qué estará haciendo en el Ministerio? –se preguntó Harry.

    Volvió a la mesa con una expresión preocupada en la cara.

    –¿Malas noticias? ¿No le habrá pasado nada a Draco, espero?

    –Humm… no. En el mensaje decía que no iba a poder terminar de trabajar a tiempo, pero el búho partió para el Ministerio.

    –¿Ah sí? No sabía que estuviera trabajando allí. Quizá esté en la sección de Ron.

    –No, no creo. Me lo hubiera mencionado. Dice que está trabajando en algo que llamó el Ojo.

    –¿En el Ojo? ¿Draco está metido en eso?

    A Harry le llamó la atención que Hermione se mostrara tan impresionada. Draco lo había mencionado en alguna oportunidad anterior pero sin darle mayor importancia. –¿De qué se trata exactamente?

    –¿No has leído El Profeta últimamente? –Harry negó con la cabeza, en las últimas semanas había perdido de nuevo todo interés en los diarios, se había concentrado en otras cosas… en otra cosa para ser precisos. Hermione revoleó los ojos y se puso a explicarle. –Es la gran innovación, una red de defensas. Todas van a estar interconectadas y sonarán alarmas en la Guardia de Aurores cuando se produzca una brecha en cualquier punto de la red.

    –¿Ése es el grupo de Ron, no?

    –Justamente. –confirmó Hermione– Pero si es por mayor seguridad no me parece mal.

    –Pero, ¿sirve de algo? Tenía entendido que no habían podido capturar a nadie…

    –Es cierto. Pero todo indica que va a mejorar la seguridad. Yo me siento más segura desde que nuestra casa está conectada. Y el ministro Thicknesse afirmó que para fin de año el 90% de los hogares y comercios estarán dentro del sistema.

    –¡Para fin de año! ¿Apenas dos meses?

    –Sí. Mucho me temo que Draco va a estar muy ocupado todo este tiempo. Lo vas a ver poco.

    –Creo que tenés razón.

    Había sonado demasiado descorazonado. Hermione trató de animarlo. –Pero seguramente no le va a tocar trabajar para Halloween, podrán aprovechar para estar todo ese tiempo juntos. Ah, otra cosa. Ayer me encontré con Parvati Patil, ella y Padma van a dar una fiesta para Halloween en Wych Hill, me pidió que te invitara, y con Draco, me dijo que va a haber muchos otros Slytherins… –Hermione se llevó la mano a la boca– Me parece que estoy acelerando demasiado las cosas… quizá ustedes no lo quieran hacer oficial todavía…

    A Harry lo último era lo que menos le importaba. –Ya somos pareja oficial, por lo menos eso creo. No es que lo estemos escondiendo.

    –Me parece bien. –dijo ella– Que no lo estén escondiendo, quiero decir. Aunque si quisieran tampoco sería un problema. Ustedes tienen derecho a su privacidad como cualquiera. –se había agitado un poco al decir todo eso– Creo que estoy complicando todo más de lo debido.

    Harry sonrió. Ella estaba haciendo todo para apoyarlo. Como siempre, Ron y ella siempre lo habían apoyado. –Está todo bien, Hermione, no estás complicando nada. Y quizá yo debería habérselo dicho antes. Pero era que todavía no estaba seguro de qué pensarían… de esto… de mí.

    –No hay nada que tengamos que pensar, Harry, aparte de que estamos contentos de que hayas encontrado a alguien, –le apretó la mano fuertemente– y vos parecés muy feliz de haber encontrado a Draco.

    –Es cierto, Hermione. Estoy muy feliz. Ni yo mismo puedo creerlo. Y debo reconocer que me parece raro tener a alguien con quien celebrar las fiestas, que no sean vos o Ron, quiero decir. –le sonrió sincero a su amiga– ¿Cuál fue la primera ocasión que ustedes celebraron juntos?… Como pareja oficial quiero decir… yo no me acuerdo.

    Hermione detuvo el vaso del que estaba por beber un sorbo. –Querés que te diga… no me acuerdo. – posó el vaso sobre la mesa, una expresión intrigada en el rostro– ¿No es extraño? Hubiera pensado que nunca me olvidaría de algo así… Debe de haber sido después del baile de navidad… ¿Podés creer que no puedo acordarme? ¿Estaré perdiendo la memoria?

    Harry sintió un escalofrío… algo estaba muy mal. Hermione nunca se olvidaba de nada, a ella recurrían siempre para todas las respuestas… algo estaba pasando.

    Pero no quería seguir pensando en eso. –A veces pasa, cuando uno está estresado, un desliz, nada más. Uno tiene demasiadas cosas en la cabeza, algunas por ahí… se escapan. Pero acordate siempre que vos sos la bruja más brillante de nuestra época.

    La preocupación pareció desaparecer, Hermione rió. –¡Nadie me había llamado así en años!

    –Entonces vamos a tener que recordártelo más seguido.

    Ella le sonrió agradecida. –Es tan lindo volver a oírlo. A veces trabajando en el Ministerio termino sintiéndome como una rata en un silo lleno de grano. Hay tanto para hacer pero cuando una quiere ponerse en marcha es como si las patas le patinaran y una no se mueve del lugar. –se encogió de hombros y rió– Soy deplorable, una empleada pública típica, ¿no?

    –Es cierto. Pero te queremos igual. Ahora contame más de la fiesta de Parvati…

    oOo

    Malfoy no llegó al departamento hasta después de la medianoche. El pop cuando aparicionó lo despertó. Se había quedado dormido en el sofá con El Puntilloso abierto sobre la falda. Lo miró con ojos llenos de sueño.

    –¡Por los huevos de Zeus, pensé que nunca me iba a poder escapar!

    Harry palmeó el asiento a su lado. Lo recibió abrazándolo y le hundió la cara en el cuello. –Estaba empezando a pensar que te iban a retener toda la noche. Le masajeó el cuello que tenía muy tenso. –¿Estabas en la Guardia de Aurores?

    –Imbéciles, hijos de puta, todos ellos. –murmuró Draco en su oído– Creen que si gritan fuerte la magia va a terminar haciendo lo que ellos quieren. –levantó un poco la cabeza– Perdón por no haber podido ir, ¿la pasaste bien con Hermione?

    –Sí, no te preocupes. Había pensado que te la iba a hacer pagar, pero he decidido ser clemente.

    –¡Qué lástima! Y yo que estaba ansiando que me la hicieras pagar. –dijo con un guiño–Pero quizá tengas razón, creo que esta noche no estoy para mucho más.

    –¿Querés comer algo? Te puedo preparar un sándwich… o si querés algo más elaborado puedo llamarlo a Kreacher…

    Pero Draco sólo se le apretó más. –No, no te muevas. Creo que no tengo fuerzas ni para ir a la cama.

    –Te llevo levitando entonces. Transfiguré la cama más ancha, para que no te quejes de lo apretados que estamos.

    –¿Así que ahora tampoco me voy a poder quejar? Me arruinás toda la diversión, Potter.

    Sentados ahí, juntos, abrazados, toda la tensión del cuerpo de Draco lo fue abandonando. El brazo desnudo descansando sobre los muslos de Harry. La Marca Oscura era apenas aparente. Harry empezó a deslizar una yema por encima. Delineando el contorno de la calavera, trazando los giros de la serpiente… como hipnotizado por ese símbolo que había temido durante tanto tiempo…

    –¿Todo bien, Harry?

    Harry no pudo evitar un ligero sobresalto. –Sí, ¿por qué preguntás?

    –Nada… de golpe te habías quedado tan callado. –se incorporó un poco, la manga volvió a cubrirle el antebrazo– ¿Algo interesante hoy?

    –Bueno, la serpiente rompió el cascarón… y picó al señor Critswold.

    –¿Ah sí? –dijo Draco con una risa– Creo que me va a gustar el pequeñín. ¿Podemos quedárnoslo?

    –El señor Critswold quiere venderlo para poder sacarle algo de dinero. –dijo Harry sin comprometerse, con el día que había tenido Draco no quería preocuparlo con sus reservas– Me dijo que se llama Kalfu, ¿habías oído ese nombre antes?

    –Me suena… – Draco se frotó la mandíbula un instante y luego hizo castañetear los dedos– Ya sé, lo vi en unos de los libros de vudú de mi padre. Si mal no me acuerdo, Kalfu y Legba son los dos espíritus principales. Kalfu rige las fuerzas del mal, Legba las del bien.

    –Tiene sentido. Simbi también es un nombre vudú. Pero ojalá Simbi le hubiese puesto Legba. –pero ahora que lo pensaba Harry comprendió que la madre no le había dado el nombre, no había querido ni tenerlo cerca, y con lo malo que es, Kalfu le viene que ni pintado. –Bueno, no importa, ¿terminaste con el trabajo en el Ministerio?

    –¡Qué más quisiera, pero no! –Draco no ocultó su exasperación– Lo que me están pidiendo es imposible… debería ser imposible.

    –¿Conectar todas las defensas a El Ojo?

    –Eso ya se hizo hace rato.

    –Pero… –dijo Harry señalando el diario– dicen que todavía faltan meses…

    –Cosas del Ministerio, cuando se filtró a la prensa la información de que estaban modificando las defensas tuvieron que inventarse algo para justificarse.

    –¿Están haciendo algo ilegal?

    –Técnicamente no. Pero porque a nadie se le hubiera ocurrido que algo así pudiera hacerse. Y yo todavía no estoy convencido de que se pueda. Pero si pudiera hacerse, yo soy el único que puede.

    –¿De qué estás hablando?

    –Los aurores quieren modificar las defensas para que revelen toda actividad mágica. Quieren saber quién, dónde y cuándo alguien hace algo de magia… y de ser posible también por qué.

    Todas las alarmas internas de Harry empezaron a sonar. No es el mismo Ministerio, –se recordó– no están bajo el control de Voldemort. Pero igual… el poder que eso les otorgaría a la Guardia de Aurores le hacía helar la sangre. –¿Pueden lograr algo así? –preguntó Harry, esperando que Draco pudiera aplacarle el miedo.

    –Bueno, no. Por eso decía que debería ser imposible. Las defensas no fueron creadas para eso. Una cosa es mejorarlas suplementándolas con pociones, eso las hace más versátiles, adaptables. Pero lo que ellos quieren es como Prior Incantato en todo un edificio. Las defensas no están hechas para eso.

    El rostro de Draco se había encendido de frustración. Harry tenía miedo de que se viera enfrentado con una tarea sin sentido como ésa durante meses… pero más temía que finalmente lo lograra. –¿Vos seguís pensando que es algo imposible de conseguir?

    –Sí… pero podría existir una mínima posibilidad… Mirá, El Ojo está preparado para alertar a los aurores cuando se produce una brecha en alguna defensa determinada. Se supone que es un mecanismo unidireccional de alerta. Pero hoy yo encontré un hechizo que han puesto que tiene el sentido opuesto… no sé qué es, ni quién lo puso… no tiene que ver con las cualidades de protección de las defensas… es otra cosa.

    –¿Y va dirigido a las casas de la gente?

    –Si funciona como yo creo, podría afectar a cualquier edificio conectado a la red. Y basándome sobre eso que ya está instalado, yo podría quizá conseguir lo que ellos quieren.

    –¡Pero no pueden hacer algo así! –exclamó Harry espantado– ¡Alguien tiene que hacer algo! ¡Tenés que ir a la prensa… decirles lo que está pasando!

    –¡Ah que joda! –Draco soltó una risa corta y ronca– eso mataría el negocio y me padre me mataría a mí. ¿O acaso querés librarte de mí tan pronto?

    Pero Harry estaba demasiado indignado y no le prestó atención al humor de la última pregunta. –¡Pero están avasallando los derechos de las personas, es algo que no se puede permitir, es un abuso de poder!

    Draco se rió aun más fuerte. – Son aurores, Harry… las peores basuras del Ministerio.

    Harry quería defender a Ron, pero no tenía argumentos. Si Ron estaba al tanto y no había dicho nada, tampoco Hermione se lo perdonaría. Ni quería imaginar el ataque de furia que le iba a dar si se enteraba de lo que estaban haciendo. Esa misma noche le había confesado que se sentía más segura, pero si se enteraba… nunca iba apoyar una flagrante violación de la privacidad como ésa.

    Acordarse de Hermione lo hizo acordar de ese momento extraño… ese momento en que no había podido recordar cuándo habían oficializado la relación con Ron. ¡Recuerdos perdidos! Su mente empezó a especular… –Draco, este hechizo… ¿podrían hacerles olvidar cosas a las personas?

    –¿Cómo si fuera un Obliviate? No… ése es un hechizo que requiere varita, no se puede hacer a través de las defensas.

    –Pero Obliviate tiende a perder fuerza a medida que pasa el tiempo– insistió Harry, que sobre esos hechizos había investigado muchísimo– y hay formas de reactivarlos sin varita, como pasa con la sugestión hipnótica… a veces sólo basta un chasquear de dedos.

    Draco tomó una mecha de pelo entre el pulgar y el índice e hizo deslizar los dedos a lo largo, parecía muy reconcentrado pensando. Luego de unos instantes asintió: –¿Sabés? Podría haber alguna forma de introducir un factor mental en el núcleo de la defensa. Podría hacer algunas pruebas con alguna defensa en particular a partir de mañana… sin embargo… poder llegar a algún tipo de conclusión me va a llevar mucho tiempo.

    –Probá con las que tienen en la casa Ron y Hermione.

    –Podría ser… ¿por alguna razón en particular? – preguntó Draco sin ocultar su sorpresa.

    –Son mi familia. –fue lo primero que atinó a decir y a Draco le pareció razonable, pero luego Harry le contó sobre el olvido de Hermione esa tarde. Le costó contárselo, más que si se hubiera tratado de un secreto suyo… pero Draco podía ayudar.

    Y Harry le contó el episodio de esa tarde en El caldero que pierde. Concluyó diciendo: –Sé muy bien cómo es… no poder recordar algo que alguna vez se sabía. Y si este hechizo está interfiriendo con la memoria de Hermione…

    Draco mostró su acuerdo asintiendo solemne. –Tenés razón, es muy raro que se pudiera olvidar de un detalle como ése. Veré qué puedo hacer. –a continuación miró a Harry con admiración– creo que tu especulación puede tener mucho sentido, Potter.

    El reloj de la repisa dio una campanada. Draco bostezó ampliamente.

    –¿Querés que te levite hasta la cama?

    Draco sonrió malicioso. –Creo que tengo energía para ir solo… y para mucho más… – se puso de pie, lo tomó del brazo y lo arrastró a la fuerza al dormitorio.

    oOo



    Llegó el viernes, Draco seguía trabajando hasta tarde todos los días en el Ministerio. Había avanzado algo con respecto al hechizo incrustado en la red, y estaba de acuerdo con Harry en que se podía tratar de un hechizo de memoria, pero no había podido desactivarlo, ni tampoco cambiarlo para que pudiera utilizarse con otra función como querían los aurores.

    –Y nadie me ha sabido decir quién fue el que lo puso originalmente. Siento como si estuviera tratando de amar un rompecabezas con la luz apagada.

    Harry mostró su compasión por la frustración que a Draco le tocaba soportar. Pero sentía algo más. ¿Podría ser ésa la explicación de que todos hubieran olvidado y de que no recordaran a pesar de que habían pasado tantos años? Por primera vez empezó a ver una luz de esperanza, de que las cosas podrían cambiar y de que la gente empezara a recordar. Por supuesto que eso iba a traer aparejada una horda de problemas, y el futuro de su relación con Draco no era el menor de ellos.

    Pero un Draco frustrado no era divertido, así que Harry se había empeñado en hacer todo lo posible para levantarle el ánimo. Y Kreacher había colaborado. Durante esa semana los alimentos que servía a la mesa había alcanzado el máximo de la sofisticación.

    Hacia el final de su jornada de trabajo, oyó que sonaba el cencerro, un cliente había entrado. Aguzó el oído, escuchó el saludo de su patrón.

    –Señor Malfoy, qué gusto de verlo. ¿Qué lo trae a mi humilde establecimiento?

    Harry se sacudió las manos dispuesto a ir a averiguar a qué se debía la inesperada visita de su novio. Y fue cuando oyó una voz que ya casi había olvidado, se le heló el alma.

    –Ah, señor Critswold, tengo entendido que tiene una criatura muy peculiar.

    –Tengo muchas criaturas peculiares. ¿En cuál de ellas estaría Ud. interesado?

    Harry se acercó hasta la puerta de la trastienda para espiar. Frente al señor Critswold se alzaba la figura imponente de Lucius Malfoy. Vestía una toga de terciopelo, el armiño que le servía de ribete debía de costar más de lo que Harry ganaba en dos meses. Su patrón ya debía de estar salivando pensando en cuánto podría ganar. A Harry, eso poco le importaba. Lo que lo sorprendió fue cuán conocidos le resultaban los rasgos de Malfoy padre. La forma de los ojos, el trazo de los pómulos, incluso los largos dedos que asían el pulido bastón, eran características que había podido estudiar con detalle en otra cara, en otro cuerpo. Era muy inquietante verlos en ese otro sujeto.

    Por suerte la voz melosa no se parecía en nada a la de Draco. –Una serpiente. Una recién salida del cascarón, para ser más preciso.

    –Ah sí, tenemos una serpiente… dos, si Ud quisiera. Le puedo hacer un muy buen precio.

    –Sólo necesito la cría. ¿Podría verlo?

    –Por supuesto, señor Malfoy. –fueron hasta la vidriera donde estaba la pecera de Kalfu– Un espécimen de primera, rey entre las cobras. Nació hace unos días. De temperamento excepcional, ideal como mascota o para proteger…

    –Lo llevo. –interrumpió Lucius.

    –Como Ud. diga, señor Malfoy. Por un ejemplar tan magnífico como éste creo que quinientos galeones es un precio justo.

    Harry quedó boquiabierto, era cinco veces más de lo que realmente valía. Y más sorprendente aun, Lucius no protestó. Sacó una bolsa de terciopelo y la hizo tintinear. –Aquí tiene trescientos galeones, tres veces más de lo que vale un huevo, creo que es una buena compensación por haberlo cuidado hasta que naciera la cría. –¿Tenemos un acuerdo?

    Critswold titubeó unos segundos y luego tomó la bolsa. –Haré que mi empleado lo ponga en un contenedor adecuado para que pueda transportarlo sin inconveniente. ¡Potter!

    –No hay necesidad de molestar a Potter, –dijo Lucius– creo que yo me puedo arreglar para transportarla. –Harry oyó un Stupefy y luego: –Muchas gracias, señor Critswold, ha sido un placer hacer negocios con Ud.

    –El placer es todo mío, sírvase venir cuando quiera si llegara a ofrecérsele alguna otra cosa.

    Oyó el sonido de la campana que indicaba que Lucius había salido del negocio. Harry corrió hasta el fondo, necesitaba aire fresco, había estado conteniendo la respiración durante mucho tiempo. Pero quizá era el sentimiento de traición lo que le oprimía el pecho. Porque era indudable que había sido Draco el que le había dicho a su padre dónde podía encontrar la serpiente. Y no había nadie más apropiado para poseer una serpiente maligna como ésa, Lucius Malfoy, la mano derecha de Voldemort, el mayor de entre los mortífagos.

    Pero Draco no sabe que se trata de una serpiente maligna, susurró una voz en un rincón de racionalidad de su mente. Lo único que sabía es que había picado al señor Critswold y no lo había tomado como signo de malevolencia, si hasta había sugerido que se la quedaran. ¿Se trataba de un plan de Draco? ¿Hacer que su padre comprara la serpiente para quedársela él o regalársela a Harry?

    La respiración había ido normalizándosele cuando oyó la voz de su patrón. –¿Qué diablos estás haciendo acá afuera, Potter? Hace horas que te estoy llamando.

    Harry se secó el sudor de la frente con la manga. –Estaba moviendo las bolsas de alimento y me agité un poco. Salí a tomar un poco de aire. ¿Qué necesitaba?

    –Una lechuza te trajo esto, –le entregó un rollo de pergamino– no se quedó para esperar respuesta. Leelo después, todavía hay varias cosas que te falta terminar, yo ya me voy. Vos encargate de cerrar.

    Harry entró y rápidamente hizo levitar y guardó el resto de las bolsas en el cuarto de depósito, le tiró unos ratones muertos en la jaula al buitre y desenrolló la nota de Draco.

    Cambio de planes. Convocaron a una reunión de emergencia de Walpurgis para esta noche. Quizá sea la oportunidad para enterarme quién fue el que puso el hechizo que tanto nos intriga. Seguramente mi madre va a querer que me quede a pasar la noche en la Mansión. Prometo que mañana te lo voy a compensar. DM.

    Harry la leyó dos veces para estar seguro. No hacía mención de Lucius ni de la serpiente. Sólo una asamblea de mortífagos en la Mansión y Draco en medio de todos ellos. No podía dejarlo en ese nido de víboras. Tenía que llegar hasta él de alguna forma. ¿Pero cómo? Aparicionar estaba fuera de cuestión, no iba a poder atravesar las barreras externas. Se estremeció al pensar en la última vez que había estado en la Mansión. Pero tenía que ir, por Draco…

    ¿Pero y si ése había sido el plan? ¿Y si Draco había orquestado todo para acercarse a él, para hacerle bajar las defensas? ¿Y si lo estaban esperando para que se presentara a salvar a su amante. Podía llegar para encontrarse a la Orden de Walpurgis en pleno, con las varitas en alto… y Draco presidiéndolos…

    ¡No! –lo conminó la voz de la razón– Se trata de Draco, Tu Draco. Le confiaste tus secretos. Le confiaste tus amigos. Y no te ha dado ninguna razón para que dudes de él. Se trata sólo de una reunión de Walpurgis, negocios, no hay nada maligno en eso. Y si Draco hubiera querido matarte, tuvo innumerables ocasiones para hacerlo.

    Aunque sus miedos no desaparecieron por completo, Harry se sentía más calmo cuando cerró el negocio. Sabía que cuando llegara a su casa se iba a sentir muy nervioso, pero desechó la idea, trataría de tomarse todo con calma y seguiría su rutina. Se mezcló entre los muggles como todos los días y esperó en la cola del 73 como siempre.

    En el ómnibus sólo había lugar para estar de pie. Algunos leían, nadie parecía prestarle atención… excepto una nena, sentada frente a él, que vestía una parka rosa intenso. Harry le sonrió distraído.

    Draco va a estar bien. –se repetía de manera constante– Se va a aburrir mortalmente durante la reunión… hasta es posible que se duerma. Después socializará un poco, quizá averigüe algo sobre el hechizo, quizá hable con su padre sobre la serpiente. Mañana va a volver a casa con un montón de chocolates.

    Para cuando pasaron por la calle Albion ya se sentía un poco mejor. Bajaron muchas personas y quedó un asiento libre, se sentó al lado de la nena. Ella abrió la boca y le regaló una sonrisa en la que faltaban muchos dientes. Luego estiró una mano pegajosa y le tocó la frente.

    –¡Aarrgghh!

    Harry gritó. Un dolor como una daga ardiente le atravesó el cuerpo. No era un dolor de cabeza, era como si cada una de las células dentro de su cráneo hubiera explotado. Gritando se llevó la palma a la frente, se quemó, fue como si la mano hubiera tocado metal candente. Gritó más aún y azotó la cabeza contra el cristal de la ventanilla. Cayó al suelo del ómnibus. Otros gritos se sumaron a los suyos, pidiéndole al conductor que detuviera el coche. Todos se alejaron lo más posible de él.

    Tenía la visión muy nublada por el dolor pero alcanzó a distinguir a la nena que lo miraba fijamente a unos pocos pasos de él, desde la seguridad de los brazos de su madre. Apenas antes de perder la consciencia, tuvo la certeza de que los grandes ojos azules de la nena habían virado al rojo sangre.

    Certum est quia impossibile: Es cierto porque es imposible.
     
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  14. Dan2102
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    Wuao! Ya comienzo a entender y me parece suuuuuuuuuper interesante!

    gracias! de verdad esta excelente. Dracooooo cuidado! y Harry que bonito trata a Draco jeje

    Ojala poco a poco recuperen la memoria Mione y Ron... :)

    Conti!
     
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  15. Kari Tatsumi
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    Capítulo 9
    In partibus fidelium



    –¡Millicent!

    La bruja que estaba mirando el maniquí de la vidriera dio vuelta toda su alta estatura al oír su nombre, pero no pudo identificar el origen del llamado.

    –¡Milli! ¡Acá enfrente!

    Una mujer menuda le hacía señas frenéticas desde la vereda opuesta. Millicent ahogó una exclamación cuando su amiga cruzó corriendo salvándose por centímetros de que la llevara un auto por delante.

    –Es una suerte que estemos a la puerta del hospital.

    –¡Oh Milli, dulce, no me regañes! Hacía siglos que no te veía, es el destino el que me ha traído aquí.

    –¿El destino, Pansy? ¿O las novedades en las vidrieras del centro?

    –Está bien, puede que tengas razón. ¡Pero mirá lo que encontré! –abrió la capa color lavanda y le enseñó el pañuelo de vibrante fucsia que adornaba su cuello– En lo de madame Malkin no se consiguen cosas así, los accesorios que vende son tan poco originales, ¿no te parece?

    –¿La verdad? No te sabría decir. –dijo encogiéndose de hombros, señaló el abrigo blanco que llevaba encima de la chaquetilla del hospital– Hace años que no me pongo más que esto.

    Pansy frunció la nariz. –No dudo que ser una sanadora es muy importante y que debe dar muchas satisfacciones. ¿Pero te parece que es para tanto?

    –No todas podemos ser tan superficiales como vos, Pansy, dulce, –acotó Millicent burlona– y sacar las manchas de sangre del algodón es más fácil que de la seda. –Pansy hizo una mueca de disgusto– Contame, –prosiguió Milli– ¿te fuiste de vacaciones?, ¡me perdí todo! Estuve en un curso en Estados Unidos.

    –¡Qué pena! Halloween es la fiesta que me gusta más. –suspiró Pansy– Pero esta última resultó más bien tranquila, por no decir aburrida. Mis padres viajaron a Carpathia y Draco… –revoleó los ojos.

    –¡Oh no! ¿Qué es lo que hizo ahora?

    –Está penando de amor, el pobrecito… desde que lo dejaron plantado. No pude ni siquiera convencerlo de que saliéramos juntos en Halloween.

    –¿Lo dejaron plantado? ¡Eso sí que es novedad! El que plantaba siempre era él.

    –¡Podés decirlo! Creo que ésta es la primera vez que le tocó llevar la peor parte. Y por más que le digo que tiene que superarlo… no hay caso… sigue penando por Ha…

    –Sanadora Bulstrode, la necesitan con urgencia en Admisión. Sanadora Bulstrode a Admisión.

    Los labios del maniquí de la vidriera no se habían movido pero tenía los ojos clavados en ella. Millicent le dio un rápido abrazo a su amiga. –Perdón, Pansy, me tengo que ir. Espero que nos volvamos a ver pronto.

    Sin esperar respuesta, dio un paso y cruzó el cristal hacia la amplia área de Admisión, fue derecho hasta el escritorio.

    –¿Qué es lo que tenemos aquí, Martin? – le preguntó al sanador que sostenía levitando una camilla con un paciente de más o menos su edad. A pesar de que parecía dormido estaba atado con múltiples correas– ¿Son realmente necesarias todas estas ataduras?

    –Así nos lo entregaron, llegó a través de la Mesa de Enlace Muggle. Estuvo dos semanas internado en St. Anne, sólo Merlín sabe todas las cosas que le habrán hecho. Es posible que le hayan dañado el cerebro, tu especialidad, Millicent.

    Ignoró la ironía, sacudió la mano delante de la cara del paciente, no hubo ninguna respuesta ni siquiera cuando le levantó los párpados y espió los ojos verdes, parecían sin vida. En realidad, estaba tan quieto que consideró preciso asentarle la palma sobre el pecho para comprobar que el corazón seguía latiendo.

    –Gracias, Martin. Yo me encargo a partir de acá.

    –Por supuesto. –Martin le pasó un anotador con los datos del paciente, Millicent recorrió rápidamente las hojas.

    –Ah, me olvidaba. –dijo Martin antes de irse– Tiene que ver con todo tu pabellón de “sobrevivientes de guerra”. –Millicent asintió. El sexto piso se mantenía secreto para el público general, pero todo el personal del hospital estaba al tanto de su existencia. –Viste que todos ellos mencionan a ese sujeto… Harry Potter. Bueno… mirá acá, –dijo señalando una línea del informe– este tipo dice que él es Harry Potter.

    oOo



    Harry reconoció enseguida el olor característico del hospital de magos: grosellas rojas ácidas y chocolate amargo. A los que se sumaba una frescura artificial propia del uso frecuente de Scourgify. Debería haber sentido alivio después de dos semanas rodeado de enfermeras cargosas en un hospital muggle que apestaba a desinfectante. Pero las ataduras mágicas que le amarraban las manos borraron cualquier sensación de confort que pudiera haber sentido.

    –¡Hola! –les gritó a las sombras que se movían del otro lado del biombo– ¡Sáquenme de acá!

    Casi de inmediato se asomó una enfermera. –Ah que bien, ya estás despierto, querido. Vas a necesitar los anteojos, ¿no? –los tomó de la mesa de luz y se los calzó– Así está mejor, voy a avisarle a la sanadora Bulstrode que ya te despertaste.

    Harry miró alrededor, no había mucho para ver. La cama estaba cercada por biombos, la pared de atrás y el techo tenían un aspecto deslucido y deprimente. Obviamente estaba en St. Mungo, ¿pero por qué?

    Antes de que pudiera considerar la pregunta entró una bruja alta con un anotador, sonreía ampliamente. –Harry, es un gusto tenerte de vuelta con nosotros.

    Harry entrecerró los ojos estudiándola. Estaba acostumbrado a los sanadores fingiendo familiaridad con los pacientes pero esta bruja en particular le resultaba conocida. –¿Te conozco?

    –De la escuela, –se acercó a la cama sonriendo– estuvimos juntos en las clases de Pociones durante varios años. Soy Millicent Bulstrode. Soy sanadora. Estás en St. Mungo, Harry, ¿te acordás cómo fue que llegaste acá?

    –En realidad, no. –Harry sacudió la cabeza– Sé que estuve en un hospital muggle, me daban un montón de cosas para hacerme dormir…

    Millicent asintió y bajó la vista al anotador. –Así es, parece que creían que podías ser peligroso. –frunció el ceño mientras leía– ¿Te acordás de haber atacado a una nena?

    –¡No! –exclamó sorprendido– ¡Nunca haría una cosa así!

    –Bueno… los informes de los muggles raramente son exactos. –Millicent dejó el anotador a un lado y sacó la varita– Y creo que ésas ya no hacen falta –hizo desaparecer las ligaduras mágicas– Lamento que hayamos tenido que dejarlas tanto tiempo, es una cuestión de procedimiento. No queremos que nadie salga lastimado.

    –Entiendo. –murmuró Harry frotándose las muñecas– ¿Cómo llegué acá?

    –La Mesa de Enlace con los Muggles fue la que te ubicó. Tenemos un acuerdo para el intercambio de pacientes. A veces les mandamos squibs que no podemos tratar y ellos nos mandan a las personas mágicas que ocasionalmente les llegan. Generalmente no toma tanto tiempo, pero todo indica que vos fuiste muy poco comunicativo. ¿Te acordás de lo que pasó?

    Inclinó ligeramente la cabeza a un costado, un gesto que a Harry le recordó en cierta forma del tiempo cuando la había conocido en la escuela. Había sido una forma de invitarlo a que hablara pero Harry recordó a la chica de rostro ancho mirando con mala cara a los Gryffindor por encima de su caldero y recordó a… Draco. Se estremeció. Había alguna razón por la que se suponía que no debía pensar en Draco… algo que se suponía que no pensara de Draco…

    –Te acordás de algo, Harry, ¿no?

    Sí que se acordaba. Se acordaba de un dolor atroz en la cicatriz de la frente, que se le extendía a todo cuerpo; de los ojos rojos malignos; de la voz empalagosa. Se acordaba de Sally que le había confiado sus memorias, recuerdos coincidentes con los suyos. Se acordaba de unas palabras susurradas, en voz tan baja que quizá no habían sido pronunciadas, que le aseguraban que no estaba loco. Pero no podía decirle todo eso. Había soportado años de marginación por sus recuerdos, no podía volver a pasar por todo eso.

    Y peor aun. ¿Qué podía decirle a esa Slytherin si, como temía, Voldemort había vuelto? ¿Acaso ella no lo entregaría directamente al Señor Oscuro?

    –Sólo recuerdo que me desmayé. –mintió– Me mareé en el ómnibus, a veces pasa, me debo haber parado de golpe. Pero ya me siento mucho mejor. Quisiera volver a casa.

    Madame Bulstrode negó con la cabeza. –Lo siento, pero eso no es posible. Sólo podríamos cederte en custodia a una persona autorizada.

    –¿A una persona autorizada? ¿Quiénes están autorizados?

    –Es algo que no puedo decirte, lo lamento. Las personas autorizadas saben quiénes son, vendrían a buscarte si correspondiera.

    Harry se incorporó sobre la cama. –¡No pueden retenerme en contra de mi voluntad!

    –Me temo que sí podemos. De acuerdo al decreto ministerial 893: En St. Mungo se alojarán todos aquellos que por acción o convicción pudieran constituirse en una amenaza para el orden general o la seguridad de la comunidad.

    –¡Eso es ridículo! –vociferó Harry– ¡Yo no soy un peligro! ¡Trabajo en una tienda de mascotas!

    –Por favor, calmate, –Millicent había sacado de nuevo la varita– no quiero tener que poner las ataduras otra vez, pero lo voy a hacer si me viera obligada.

    Harry se palpó el piyama y luego dirigió los ojos a la mesita lateral.

    –¿Estás buscando tu varita?

    Asintió con expresión de desamparo.

    –Ésa fue otra de las razones de la demora, no llevabas una varita encima. Es una de las primeras cosas que los muggles notan. Pero aun en el caso de que hubieras tenido una, no podrías disponer de ella, la magia está estrictamente prohibida en el sexto piso. –le palmeó el hombro con suavidad– No te preocupes, ya te vas a acostumbrar, todos terminan acostumbrándose… y aquí te vamos a tratar bien… ahora si te parece bien, me gustaría que te unieras a los demás en el salón comedor. Están por servir el almuerzo. En el baño hay un armario donde encontrarás mudas limpias para cambiarte.

    –Esperá, ¿dijiste sexto piso? Pero acá no hay sexto piso…

    –Oh sí, Harry, sí que lo hay.

    Con un movimiento de varita, Madame Bulstrode hizo desvanecer los biombos de alrededor de la cama. Estaba en el pabellón más grande que recordara haber visto jamás, por lo menos cuatro veces más extenso que el pabellón donde había estado internado el señor Weasley; debía de haber unas cincuenta camas, algunas estaban ocupadas, algunas pocas estaban bien arregladas pero la mayoría estaba sin tender.

    –Sé que al principio puede resultar un poco abrumador, –dijo comprensiva– es posible que te tome un cierto tiempo acostumbrarte, pero todos aquí son muy amables y amistosos… y te puedo asegurar que van a estar encantados de verte. –sonrió misteriosa por un segundo, pero enseguida recuperó la compostura profesional. –Te dejo entonces. Los baños están en el pasillo de la izquierda y al lado está el comedor, al final del pasillo está el pabellón de mujeres, el acceso allí está prohibido para los pacientes masculinos. Y si llegaras a necesitar algo, Harry, cualquier cosa, no dudes en pedírnoslo. –sonrió una vez más y se retiró.

    Harry consideró por un instante volverse a acostar y taparse hasta arriba con las mantas pero el estómago se le quejaba de hambre. Se levantó, se calzó unas pantuflas que había junto a la cama y enfiló a la puerta que decía “Magos”. Había una larga hilera de lavabos, en el fondo un espejo de cuerpo entero. Del otro lado estaban las duchas y los retretes y un armario grande con gran cantidad de piyamas de franela gris iguales al que tenía puesto. Al igual que en el pabellón, ahí en el baño tampoco había ventanas. La luz parecía emanar del techo pintado de color beige, le confería al recinto el aire de un día de invierno de cielo cubierto.

    Se cambió, el nuevo piyama estaba limpio pero muy arrugado, se contempló en el espejo, tenía una traza deplorable. Es una suerte que Draco no pueda verme con esta pinta, pensó sonriendo distraído al contemplar su reflejo. ¡Draco! –las rodillas se le aflojaron al acordarse, tuvo que sostenerse de uno de los lavabos de porcelana– ¡Qué estará pensando que me pasó!

    Había estado desaparecido una semana o más, Draco debía de estar buscándolo. El Slytherin tenía determinación y era muy inteligente. No demoraría en localizarlo y lo sacaría de ahí.

    Excepto que pensara que se había ido por propia determinación. Pero seguramente no podía pensar algo así, que había decidido escaparse de él otra vez.

    No, pensó para darse ánimos, esa etapa ya la habíamos superado, Draco va a venir. Y Hermione y Ron, ellos también debían de estar muy preocupados. Vendrían a buscarlo.

    Y sin embargo se sentía invadido por un sentimiento de pánico. Se sentó en el suelo y envolvió las piernas con los brazos, apretadas contra el pecho. –Pensá con sensatez, –se dijo en voz alta– debe de haber alguna forma de hacerle llegar un mensaje a alguien.

    –Oh… te puedo asegurar que no.

    La voz de tono muy animado lo hizo sobresaltar. Un hombre lo estaba observando, tenía el rostro arrugado pero lo ojos le brillaban, llenos de vida.

    –¿Quién es Ud?

    El hombre hizo una elaborada reverencia. –Silas Feathersome, servidor. Y Ud. joven debe de ser nuevo. ¡El primero que llega desde hace casi seis meses!

    Harry asintió con expresión de desamparo. –¿Qué es este lugar?

    –Éste es el lugar de los olvidados, el lugar para aquellos que nunca se olvidaron. – dijo sentándose a su lado con una agilidad sorprendente para su edad– También conocido como Pabellón de víctimas mentales de catástrofes naturales de St. Mungo, aunque nunca vas escuchar que lo llamen así porque nadie sabe que estamos acá. Victimas mentales, no es precisamente una denominación acertada. Sin embargo…

    No continuó con lo que estaba diciendo, parecía haberse quedado fascinado por los dedos de los pies, los movía hacía adelante y atrás, los llevaba enfundados en medias que tenían en la punta listas de diez colores distintos.

    Algo vacilante por sacarlo de sus divagaciones, Harry preguntó: –¿Ha estado acá por mucho tiempo, señor Feathersome?

    –Podés llamarme Silas, muchacho, aquí somos todos amigos. Tenemos que serlo, somos todo lo que tenemos. Y sí, llegué muy poco después del así llamado desastre natural, pero al que nosotros le decimos, la Noche en que Ya Sabés Quién fue vencido.

    –¡Ya Sabés Quién! –exclamó Harry– ¿Querés decir Voldemort?

    Silas se esquivó a un lado como si las palabras lo hubiesen quemado. –Puede que Ya Sabés Quién se haya ido, pero a casi nadie le gusta llamarlo así.

    Harry se llevó la mano a la cicatriz y recordó el momento en que se había reencendido después de tantos años. –Entonces, ¿todos ustedes están encerrados porque se acuerdan de lo que pasó?

    –Precisamente. Para mantener el orden general y la seguridad de la comunidad mágica. –no parecía perturbarlo el pronunciamiento, más bien había sonado orgulloso. Quizá tantos años encerrado en ese pabellón habían dejado su huella de daño en el cerebro.

    –¿Y todos están encerrados acá desde hace cinco años?

    –¿Todos? No… claro que no. Al principio éramos un puñado, podían contarnos con los dedos de las manos. –y le agitó los dedos delante de la cara como para graficar. –Nos habían puesto en el ala de pacientes dañados por hechizos. Incluso hicieron todo lo posible para curarnos, –sacudió la cabeza y soltó un a carcajada corta– pero estábamos más allá de cualquier posibilidad de curación.

    –¿Y nunca nadie trató de escaparse?

    –Por supuesto, en unas pocas ocasiones. Yo mismo me fugué una vez y volví a Dingwall. Había pensado que mi querida esposa se alegraría de verme, pero lo primero que hizo fue llamar al hospital, para cuando quise acordar ya me habían traído de vuelta. ¡Oh Celia! Cómo extraño a esa vieja bruja… –suspiró con añoranza– Tenía el pelo negro como el carbón y se lo ataba hacia atrás con una cinta roja y dorada.

    –¿Era Gryffindor?

    –Sí que lo era, y la bruja más encantadora de toda la escuela. No cabía en mí de felicidad cuando se decidió a darle la hora a este viejo Hufflepuff.

    Harry sonrió y lo miró con lástima. –¿Y por qué te mandó de vuelta?

    –Dijo que era por mi propio bien… eso dijo. Pero claro, eso fue en la época en que los sanadores todavía seguían convencidos de que podían curarnos. Prometían que nos aclararían la mente y que luego nos mandarían a casa. Pero no le aclararon la mente a ninguno y cada vez iban llegando más. Y llegó el momento en que ya éramos demasiados para el pabellón de abajo y nos trasladaron acá arriba. Eso fue hace unos tres años.

    Tenía sentido, reflexionó Harry. El Obliviate que habían usado era mucho más potente e insidioso que cualquiera de los que había investigado en los libros. Pero no había sido lo suficientemente potente, y algunas personas no habían sido afectadas. Y con el tiempo los efectos del hechizo se fueron debilitando y las memorias le fueron volviendo a más gente. Pero así y todo, seguía preguntándose por qué no habían vuelto a renovar el hechizo.

    Silas se había vuelto hacia él y lo estaba escrutando escrupulosamente. –Y ahora vos has venido a reunírtenos, y nos traés noticias del exterior. Será mejor que vayamos para que conozcas a los demás. –se puso de pie de un salto sorprendiendo una vez más a Harry con su agilidad. Con la gruesa melena gris, esas medias delirantes y todas las boludeces que decía lo hacía acordar de Dumbledore. –Creo que vas a ser muy popular… perdón muchacho, ¿cómo dijiste que te llamabas?

    –Creo que no lo había mencionado. –en realidad no estaba seguro de tener ánimo para conocer gente nueva– Soy Harry Potter.

    Durante años su nombre no había suscitado ninguna reacción particular. Se había acostumbrado al anonimato. Ya había olvidado lo que se sentía al ser reconocido por extraños. Todo eso le volvió de golpe.

    –¡Harry Potter! –exclamó Silas. Lo tomó de un hombro y lo llevó a la rastra hasta el gran recinto. –¡Atención todos! ¡Miren! ¡El Niño Que Sobrevivió!

    oOo



    Harry nunca se había sentido cómodo con la fama. Y la fama lo acompañó de manera constante todos esos primeros días en el Pabellón de víctimas mentales de catástrofes naturales de St. Mungo. Todos querían conocerlo, examinarle la cicatriz, mirar a los ojos al Niño Héroe. Y todos conocían la historia de su vida, o al menos creían que la conocían. Una bruja marchita de cabellos azules quiso saber sobre los solícitos parientes muggles que lo habían acogido tras la muerte de sus padres. Un mago, cuya aspereza le recordó a Snape, lo conminó a que se sacara la careta y que confesara que su intención siempre había sido vencer a Ya Sabés Quién para convertirse él mismo en el líder de los mortífagos. Y Olive y Hester, dos brujas jóvenes que creía recordar vagamente de la escuela, lo acorralaron y le rogaron que les contara todo sobre su romance con Hermione. Y todo indicaba que cada uno de los ochenta y ocho internados tenía una versión diferente de la batalla de Hogwarts.

    Incluyendo una versión que no se hubiera esperado.

    – Tendríamos que matarte entre todos, Potter.

    Gregory Goyle había cambiado muy poco desde Hogwarts. Ciertamente estaba más flaco –la comida en el hospital, si bien sana, no era tan suculenta como había sido la de Hogwarts– pero la maldad seguía brillando en sus ojos profundos y el resentimiento con que lo miraba era más acerbo que nunca.

    –Según recuerdo, trataste. –replicó y agregó con una sonrisa pícara: –Y lo hubieras hecho si Draco no te lo hubiera impedido.

    Goyle entrecerró los ojos hasta que no fueron más que ranuras, quizá por malicia, quizá por confusión, Harry no estaba seguro. –Vos arruinaste todo, Potter. Después que murieras estaba planeado que yo tomara la Marca. Mi padre ya lo había arreglado. Y vos fuiste y arruinaste todo.

    –Sí, Goyle. Perdón por no haber muerto para que vos pudieras convertirte en un sapo con cerebro de pajarito. –replicó Harry y se afirmó en su posición cuando el Slytherin empezó a acercársele. Ya no le llevaba tanta altura como en la escuela pero seguía teniendo un aspecto muy amenazador. –¿Sabés qué? Deberías estar agradeciéndomelo en lugar de recriminarme.

    –¿Agradeciéndotelo? –el grueso cuello estaba rojo de furia– Es por tu culpa que estamos encerrados acá, Potter. No sé bien qué fue lo que hiciste pero por tu culpa todo se fue al carajo. Y todos los que estamos prisioneros acá tenemos que agradecértelo.

    Harry pudo sentirle el aliento en la cara, hizo una mueca de disgusto, al parecer la higiene no era una de las principales prioridades del Slytherin. –¡Pero por qué no te vas a cagar, Goyle! Yo no tengo la culpa de nada.

    –Sos un mentiroso, Potter. Todo esto es tu culpa, tuya y de esa sangresucia. Y cuando descubra lo que hiciste… –no concluyó la amenaza pero se frotó los nudillos de manera más que elocuente. Se alejó a grandes pasos dejando atrás a un Harry confundido y consternado.

    No era que tuviera miedo de que pudiera atacarlo, Goyle seguía siendo el mismo pelotudo sin cerebro de la escuela e incluso ahora la diferencia de tamaño no era tan grande, Harry estaba seguro de que podría defenderse bien si lo agarraba a puños. Lo que lo molestaba era que estuviera tan seguro de que la culpa de todo era de él. Por muchos años había estado convencido que el único afectado por lo que había pasado había sido él. Ahora descubría que había ochenta siete personas cuyas vidas habían sido terriblemente afectadas. Y seguramente habría muchos más como Sally, libres, pero con miedo de que los pudieran signar como locos en cualquier momento.

    ¿Y si él había sido el responsable? Empezó a estrujarse el cerebro para recordar cada pequeño detalle, todo lo que había pasado esa noche hasta que había ido a entregarse a Voldemort. No era tarea fácil, porque ya habían pasado cinco años. Pero estaba casi seguro de que no había hecho nada para que se detonara un hechizo de tal magnitud como el que había afectado a tantas personas.

    Y sin embargo no podía liberarse del todo de ese sentimiento, de que de alguna forma podía haber estado relacionado con lo que había pasado.

    De los demás ninguno lo culpaba. Silas tenía razón en lo que le había dicho. Allí todos eran amigos, Harry sospechaba que con el canto del gallo los ponían a todos bajo un encantamiento para animarlos y mejorarles el humor. Como todos los demás internos, Harry se levantaba siempre con renovada sensación de optimismo. Y notaba que no se sentía tan molesto de estar prisionero, no tanto como hubiera sido lógico. Debía recordarse con frecuencia que tenía que buscar una forma de escapar. Pero cada vez se iba metiendo más en la vida rutinaria de todos los demás pacientes: reuniones con un sanador para conversar sobre cómo se iba socializando, juegos que organizaban los auxiliares, lectura de libros de la biblioteca disponible, la mayoría eran novelas muggles de bolsillo.

    Las noches eran diferentes, a pesar del encantamiento que les ponían para hacerlos dormir, no pasaba una noche durante la cual no lo despertaran sueños muy perturbadores, más perturbadores que cualquiera de los que recordara. Voldemort era el protagonista de casi todos. A veces con los rasgos de reptil que lo habían espantado en el duelo del cementerio. A veces con el aspecto del joven Tom Riddle, que conjugaba inocencia y malicia. Y a veces sin rasgo alguno, excepto los ojos rojos, ésas eran las veces que Harry se despertaba más aterrorizado.

    Pero en ocasiones, Harry no estaba solo, entretejida entre sus pesadillas encontraba a otra alma fulgurando a la luz de la luna. En sus sueños, Draco estaba de su lado, tendiéndole una mano para sacarlo del abismo, escondiéndolo bajo su capa cuando Voldemort lo perseguía, volando junto a él cuando escapaba ascendiendo y perdiéndose en el aire. Pero Draco nunca se escapaba con él, después de unos momentos de alivio Harry comprobaba que estaba solo, su amante se había ido.

    Cuando se despertaba por unos de esos sueños, ya no podía volver a dormirse. Daba vueltas en la cama hasta la mañana pensando, tratando de idear una forma de escapar.

    oOo



    –¿Nos vamos hoy, Harry? –bromeó Silas como todas las mañanas cuando pasó a su lado durante el desayuno.

    –Podría ser, Silas, podría ser… si no estás demasiado ocupado jugando a las damas.

    Pasaron los días y las semanas y para cuando quiso acordar se cumplió su primer mes en St. Mungo. Durante ese lapso no fue admitido ningún paciente nuevo. Harry estaba hambriento de noticias del mundo exterior. Por eso el día que una auxiliar descuidada se dejó olvidado parte de un ejemplar de El Profeta fue como una fiesta nacional. Una fiesta nacional que debía festejarse en secreto. Harry estuvo inquieto todo el día, nervioso de que el personal se diera cuenta de la razón por la que todo el pabellón parecía tan agitado. Pero nadie notó nada, todos fueron a acostarse como chicos en víspera de Navidad.

    Harry luchó contra el encantamiento de sueño que les ponían todas las noches. Cuando todos los enfermeros se hubieron retirado, todos se levantaron y fueron a los baños; las mujeres ya los estaban esperando allí, Callandra Osgoode la más vieja de las pacientes tenía las ansiadas páginas en la mano. Pero no habló hasta que todos los murmullos se acallaron.

    –Sé que están todos muy expectantes por este regalo inesperado, recuerden agradecérselo a Penélope Legott la próxima vez que la vean. Tenemos cuatro hojas, las dos de adelante y las dos de atrás. Las dividiremos, Silas tomará dos para los hombres y nosotras nos quedaremos con las otras dos. Cuando hayamos terminado, cambiaremos. ¿Entendido?

    Hizo una pausa dramática y el recinto murmuró su acuerdo.

    –Es el diario de ayer, 5 de diciembre; tenemos toda la noche, pero somos muchos, por favor sean todos muy amables y pacientes.

    –Gracias Callandra. –dijo Silas y tomó las dos hojas– Síganme todos, muchachos.

    Los hombres fueron al baño de magos.

    –Noticias, noticias, noticias… –canturreaba Silas, todos se fueron sentando en el suelo alrededor de él. –Ya conocen el procedimiento. Yo leo un artículo en voz alta y luego se lo paso a otro. Hay que hacer todo rápido para que las noticias sigan siendo nuevas. –sacudió el arco iris de los dedos de los pies– Bien… tenemos la página de la portada y quidditch en la última, ¿qué quieren primero?

    –¡Quidditch!

    El clamor susurrado había sido general y también fueron generales las risas que siguieron. Harry sabía que él no era el único que se sentía algo mareado. El campeonato británico había concluido semanas antes y en circunstancias normales poco le habría importado la victoria del equipo argentino sobre los brasileños. Pero él al igual que todos escuchaba fascinado y memorizaba hasta el mínimo detalle sobre jugadores que desconocía por completo y sobre los que nunca iba a saber de nuevo en el futuro.

    Silas le pasó las hojas a Robert Coopersmith, quien leyó una breve reseña de Rita Skeeter sobre Ludo Bagman, mostró con las hojas en alto la foto animada del jugador discutiendo con el director técnico del equipo. Benedict Falls fue el siguiente, hubo algunas risas cuando leyó el pronóstico del tiempo. Luego le tocó a Samir Verma, pasó a la portada y leyó una crónica policial de Deborrah Manson.

    Harry siempre había odiado el sensacionalismo de El Profeta, la periodista lograba trasmitir tensión y miedo a pesar de que la ola de delitos había disminuido. Ella lo atribuía a la diligente acción de la Guardia de Aurores. Hubo varias protestas –¡Pajeros! ¡Canas de mierda!– entre los hombres, muchos de ellos habían sido traídos por miembros de la Guardia.

    Ambrose Garibaldi recibió las hojas seguidamente, pero se disculpó porque no tenía los anteojos y se las pasó a Harry.

    Un titular le capturó la atención: “El Ojo ha sido completado: el Ministro nos guía hacia una nueva era de seguridad”. Había una foto de Thicknesse dándoles la mano a cinco aurores. “El Ministro felicita a la Guardia de Aurores por un trabajo bien cumplido”, decía la leyenda. Harry se aclaró la garganta y comenzó a leer en voz alta:

    “Brujas y magos podrán dormir tranquilos esta noche.”, prometió el ministro Thicknesse al anunciar que el proyecto para instaurar el sistema de seguridad más avanzado del mundo había sido coronado con el éxito, “Gracias al invaluable aporte de la comunidad y a la colaboración de empresas como Seguridad Salus…” –Harry titubeó un instante– … de empresas como Seguridad Salus, la comunidad mágica de Gran Bretaña dispone ahora de lo último y más logrado en protección a través de la Guardia de Aurores…

    –¡Los putos aurores de nuevo! –interrumpió una voz de entre los reunidos, pero ésa no fue la causa principal de que Harry dejara de leer. Fue el último segundo de la secuencia animada de la foto, el ministro se hacía a un lado y por un instante una imagen se hacía visible, mirando a la cámara con una tan conocida mueca de desprecio… Harry quedó sin aliento.

    Lo logró entonces, –reflexionó Harry mientras esperaba que la secuencia se repitiera– pudo resolver el misterio del hechizo. Y si por un lado sentía un gran temor por el poder que eso le confería a los aurores, por otro no podía sino sentirse tremendamente orgulloso por Draco.

    Cuando el gesto de desprecio volvió a aparecer en la imagen, Harry sonrió bobalicón. –¿Qué pasa, Potter? –demandó Goyle– ¿Te olvidaste de cómo se lee?

    –¿Qué pasa, hijo?, ¿los kneazels te comieron la lengua? –intervino Silas– Si preferís que alguien más continúe con la lectura…

    Pero Harry aferró las hojas con fuerza. –No, no… yo puedo seguir. –retomó donde había quedado y siguió leyendo sin prestar demasiada atención a las palabras, no eran más que el discurso de circunstancia del ministro, pero lo fue leyendo muy lentamente, así pudo ojear en varias oportunidades el rostro de Draco.

    Cuando terminó, le pasó las hojas a Tommy Tuttle. Pero no escuchó nada del siguiente artículo. Pensaba en Draco. ¿A quién iba dirigida esa mirada seria y hostil? ¿Al fotógrafo? ¿A los aurores? ¿Había descubierto al que había puesto el hechizo en la red originalmente? ¿Le habría resultado muy difícil resolver el problema? ¿Lucía exhausto o sólo le parecía así a Harry?

    Una vez que hubieron leído todo, Silas fue a cambiar por las otras hojas. Muchos empezaron a conversar entre ellos, en otra ocasión a Harry le hubiera gustado unirse a la charla, pero en ese momento prefirió ir a sentarse solo a un rincón. En su cabeza seguía reproduciéndose sin cesar la secuencia animada.

    La segunda parte de la lectura se pareció mucho a la primera, casi todos leyeron algo, incluso Goyle; le tocó una breve reseña sobre la manufactura de escobas.

    –Excelente trabajo todos, –los felicitó Silas– y ahora todos a la cama, que ya falta poco para que cante el gallo.

    De a poco se fueron levantando y fueron saliendo entre bostezos. Harry se acercó a Silas, quería preguntarle si podía guardarse la foto en la que aparecía Draco. Pero al llegar junto a él observó que extendía un dedo y hacía brotar chispas por la punta, las hojas de papel se prendieron fuego y segundos después quedaron carbonizadas. –Parece que todavía me quedan algunos trucos –dijo con un guiño a Harry.

    –¿Por qué las quemaste? – quiso saber Harry entre espantado y decepcionado.

    –No podemos arriesgarnos a que nos descubran, muchacho. –tiró los restos quemados en el inodoro– Así como están las cosas encontramos un diario de vez en cuando, pero si se dieran cuenta, tendrían más cuidado y ya podríamos ir despidiendo de encontrar otro.

    –Supongo que tenés razón. –dijo Harry y salió corriendo atropellando a su paso a los últimos rezagados, quería llegar hasta Callandra antes de que quemara las hojas. Entró en el baño de las mujeres, Olive estaba leyendo el artículo de quidditch.

    –¿Necesitás algo, Harry? – el tono no era particularmente solícito y varias de las presentes lo miraron con mala cara.

    –Necesito ver la primera página de nuevo. Cuando ustedes hayan terminado, quiero decir… Por favor, no la destruya.

    La desesperación debía de habérsele colado en el tono. –Te la llevaré cuando hayamos terminado.

    Harry se quedó esperando en el pasillo caminando de un lado al otro hasta que concluyó la lectura y las mujeres volvieron a su pabellón.

    –No debería tener que recordarte que no podés quedártelo.

    –Lo sé pero… – señaló la foto– es que tenía que verlo de nuevo.

    –¿Es alguien especial para vos? –preguntó Callandra, el tono se le había dulcificado.

    –Muy especial. ¿Me la podría quedar un rato? Prometo destruirla antes de la mañana.

    Callandra consideró el pedido. –Está bien, hasta el canto del gallo, pero… –advirtió– …no vayas a hacer que me arrepienta.

    –No, te lo aseguro.

    Harry volvió al baño de hombres y se sentó a mirar la fotografía. Contempló la secuencia más de cien veces. Pero había algo que la escena no podía decirle. ¿Dónde reposaban las lealtades de Draco?

    La fascinación que ejercía la imagen sobre él era parecida a la del espejo de Oesed, se le ocurrió. Se hubiera quedado mirándola eternamente, igual que esa noche frente al espejo contemplando a sus padres, la noche en que Dumbledore le había advertido que no había que perderse en sueños y olvidarse de vivir.

    Fue entonces que se le ocurrió una idea. Volvió al pabellón de hombres y fue hasta la cama de Goyle.

    –Goyle, despertate. –susurró sacudiéndolo con fuerza.

    –No, ma… dejame seguir durmiendo.

    –No soy tu mamá, soy Harry. Potter. –dijo tironeándole las mantas– Levantate.

    –¿Qué carajo querés, Potter! –gruñó.

    –Tengo algo que mostrarte, vení.

    Rezongando lo siguió. Cuando llegaron al baño, los párpados ya se le cerraban de sueño. Los abrió grandes cuando Harry le puso la foto enfrente.

    –Quería que vieras esto.

    –¿Qué…? ¿Por qué tenés una foto de Dick y Al?

    –¿Quiénes?

    –Dick Warrrington y Al Montague. Iban un año antes que nosotros. –dijo Goyle exasperado señalando a dos de los de la Guardia de Aurores– Claro que seguro que vos no te acordás, Potter. Estaban en Slytherin, no lo suficientemente buenos para vos y todos los otros Gryffindors.

    Harry miró la escena, le resultaban muy vagamente conocidos. En ese momento apareció la imagen de Draco. –Esto… esto es lo que quería que… ¡ay ya se fue…!

    –¿A que estás jugando, Potter?

    –A nada… –puso un dedo en un punto– …mirá unos segundos acá.

    –¿Draco?

    –Draco. –confirmó Harry con una sonrisa.

    Goyle asintió y siguió observando otro ciclo hasta poder verlo otra vez. –¿Por qué me estás mostrando esto?

    –Se me ocurrió que querrías verlo. Sé que es importante para vos.

    –Era… era mi único amigo… después de que… –le dirigió una mirada hostil– ¿Qué estás haciendo con esto?, Draco te desprecia, Potter.

    Harry negó con la cabeza. –Ya no. Nos hicimos amigos. Muy buenos amigos.

    Goyle se quedó mirando la foto. Luego de varios ciclos una expresión de horror se le dibujó en la cara, si bien no era de los más sagaces había comprendido. –¿Draco y… vos?’ –dijo sin ocultar el asco.

    –Me temo que sí. –admitió Harry– Draco es la principal razón por la que me quiero escapar.

    Harry imaginaba lo que podía estar pensando, pero quizá se equivocaba, Goyle había estado prisionero allí durante cinco años, era poco lo que sabía del hombre en que Draco se había transformado. Harry creyó conveniente contarle algo al menos. –Le va bien. Vive en Greenwich y junto con su padre maneja una compañía. Se ha transformado en un hombre de negocios, le gusta lo que hace y es muy bueno en su trabajo. Todavía sale a volar cuando tiene algo de tiempo… y sabe manejar la escoba como pocos. –A Harry le gustaba hablar de su novio de esa forma, sonrió– A veces sigue siendo el mismo pelotudo engreído de la escuela pero igual creo que es el mago más brillante de entre los vivos.

    –Es lo que siempre pensé, –dijo Goyle– de no haber sido por él me hubieran expulsado, nunca hubiera podido pasar los exámenes.

    Luego de una larga pausa continuó: –Después de la batalla todos se olvidaron. Yo no. Todos creyeron que estaba chiflado. Incluso mis padres, –ellos fueron los que me pusieron acá– pero Draco nunca lo creyó.

    Se quedaron unos momentos juntos mirando la foto en silencio. Finalmente Goyle dio un gran bostezo. –Prometí destruirla, los auxiliares no deben encontrarla. –dijo Harry, el Slytherin asintió, conocía la rutina. La rasgó en pequeños trozos y los hizo desaparecer por el inodoro.

    –Gracias, Potter. Fue muy considerado de tu parte habérmela mostrado. –dijo Goyle cuando volvían al pabellón.

    Sorprendido, Harry atinó a decir: –No tenés por qué… Buenas noches, Goyle.

    –Buenas noches.

    Harry se deslizó debajo de las mantas. Estaba exhausto pero no podía dormirse. Imágenes al azar le daban vuelta en la cabeza, en sucesión como en la foto: un círculo de mortífagos, la sonrisa hipócrita del ministro, Lucius agitando una bolsa con galeones, Crabbe gritando en agonía… Lo que finalmente hizo detener el torbellino fue el recuerdo de la mejilla de Draco apoyada sobre su cabeza y las palabras que había susurrado: No estás loco.

    oOo



    In partibus fidelium: En tierra de creyentes
     
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