Arquitectos de la Memoria [HarryxDraco/NC-17] Capítulo 18: Memento vivere

Autora: Lilith/Traductor: Haroldo Alfaro

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  1. Kari Tatsumi
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    Capítulo 4
    Casus belli



    La anciana bruja soltó un suspiro exhausto y cerró la puerta de un empujón. –¡Una lluvia de no creer! –dijo sin dirigirse a nadie en particular. Colgó el impermeable en el perchero en el que había una amplia variedad de sombreros pasados de moda. –¡Literalmente a cántaros!

    Le dio un buen sacudón al paraguas pero algunas gotas se mostraban renuentes a unirse al pequeño charco que se había formado alrededor de sus botas de goma. Se sentó en un banquito y se las sacó; se calzó unas pantuflas rosadas. –Así está mejor. –dijo con un resuello y fue a sentarse a un sofá. Con un rápido movimiento de varita avivó el fuego de la chimenea, con otro trajo levitando un jarro de té humeante desde la cocina y un último sirvió para llenar el ambiente de música, Nelson Eddy y Jeannette MacDonald gorjeándose amor eterno. Dejó caer la varita a la alfombra y acunó el jarro en sus manos temblorosas.

    Su paz fue quebrada por un estruendo en el piso de arriba. La bruja se puso de pie con cuidado de no derramar el té caliente. –Aengus, ¿sos vos?

    Una maullante bola de piel negra entró corriendo por la puerta y fue a esconderse bajo uno de los sillones.

    –Oh Aengus ¿qué fue lo que hiciste ahora? –lo amonestó con suavidad, pero el gato no se calmó, siguió siseando frenético desde su escondite– Seguro que un buen lío.

    Lo llamó insistente y cariñosamente para que saliera, pero el gato se negaba. Dejó el jarro sobre la mesita y se inclinó para levantar el vuelo de brocato que lo ocultaba, no era una acción sencilla debido a su generoso torso. Cuando comprendió que inclinándose no iba a conseguir nada, se dio por vencida y lentamente se puso en cuatro patas sobre el suelo. –Ahí estás. La abuela no está enojada, –dijo con voz apaciguadora espiando debajo del asiento– ¿No te gustaría un poco de pescado? Sé que te gusta el pesc….

    Una mano enguantada le ahogó las palabras. Con violencia la tiró para atrás hasta que la cabeza golpeó contra el muslo del hombre. –A mí me gusta el pescado, –dijo el hombre arrastrando las palabras– pescado con papas fritas, nada mejor después de tanto whisky de fuego. –aterrada, giró el cuello para mirarlo, pero había ocultado sus rasgos con algún encantamiento, todo lo que pudo adivinar fue una mata de cabello castaño, una mandíbula afilada y encías en las que faltaban muchos dientes. –Y también me gustan otras cosas menos inocentes… –le puso la otra mano sobre un hombro y la fue deslizando lentamente hacia abajo, hacia los pechos; la anciana cerró los ojos muy apretados– Te doy tres posibilidades… a ver si adivinás…

    –Y yo te doy tres posibilidades para que adivines lo que te va a hacer el Jefe si no la cortás ya mismo con eso que estás haciendo. –la bruja abrió los ojos y vio entrar a otro hombre. Tenía el mismo acento que el otro, un acento que le recordaba los callejones oscuros de Spitafields donde vivía cuando era chica; no los callejones del lado del cementerio junto a la iglesia sino los del otro lado, donde según su madre habitaban espectros y donde desaparecían brujas jovencitas de las que no se volvía a saber nada. –Los negocios primero, –le recorrió el cuerpo con los ojos– el placer después…

    El corazón de la bruja se aceleró aun más. Giró apenas la cabeza, ubicó la varita en el lugar donde la había dejado caer descuidadamente, estaba a apenas a un metro…

    –No, no… –la regañó el mago junto a la chimenea, apuntándola con la varita directo al corazón– Tratá de hacer eso y te frío antes de que puedas decir ¡Accio! Y creeme, –agregó inclinándosele muy cerca, tan cerca que el acre aliento a cebolla y tabaco la hizo ahogarse– lo que yo te podría llegar a hacer no es nada comparado con las cosas de las que es capaz mi socio. –se enderezó y la miró desde arriba– Entonces, ¿vas a ser una abuelita buena y te vas a portar bien?

    Vaciló, parecía como si se hubiera olvidado de cómo moverse, como si estuviera paralizada. Se había mordido el labio y el gusto metálico de la sangre le inundaba la boca, se sentía al borde del desmayo.

    –Quizá necesite algún tipo de incentivo. –dijo el que estaba detrás de ella. El otro pronunció entonces: –¡Accio gato!

    El animal fue arrancado de su escondite y terminó con el cuello apretado por la mano del hombre. La bruja se sacudió con furia impotente, el hombre estaba examinando al gato con marcado asco. –¿Viste alguna vez a un gato sometido a Cruciatus? –le preguntó– Es realmente comiquísimo. Se siguen revolcando de dolor durante horas después. Si hasta dan ganas de matarlos para ahorrarles el suplicio. –apuntó deliberadamente la varita a la bola de pelo negro y bajó los ojos para mirarla– ¿Estás preparada para cooperar?

    Asintió vigorosamente, tanto como se lo permitía el férreo agarre de la mano del otro sobre su mandíbula. El hombre la soltó e inmediatamente alzó la varita del suelo y la quebró, al mismo tiempo unas ataduras mágicas le inmovilizaron las muñecas. Hubiera gritado si no hubiera estado tan aterrada, por ella y por el gato.

    –Po… por… fa…favor… – tartamudeó– …mis rodillas…

    El mago delante ella entrecerró los ojos –ella sabía que no iba a recordar otros rasgos pero de esos ojos negros no se olvidaría jamás– y luego le hizo un corto asentimiento al otro. Se odiaba a sí misma por necesitar ayuda, y odiaba tener que dejar que ese intruso la tocara, pero era una mujer vieja y en ese momento se sentía más vieja aun. El hombre la levantó y la sentó en el sofá y luego se sentó él mismo sobre el brazo a su lado, mirándola y riendo con la boca desdentada.

    Miró al otro hombre que seguía apuntándola con la varita. –¿Co… cómo entraron? –el tono autoritario que siempre había provocado pavor en su nieto estaba ausente, su voz sonaba como la de una mujer desamparada, que no otra cosa era en ese momento.

    El hombre a su lado soltó una risita. –¿Las porquerías esas que tiene como defensas? Nos tomó diez segundos quebrarlas.

    –Me tomó a mí diez segundos, querrás decir. –interpuso bruscamente el otro– Y además eso no tiene importancia. Lo que queremos que nos digas, abuelita, es dónde guardás las cosas de valor: galeones, joyas y demás.

    Suspiró. Su nieto le había advertido que no era sensato cerrar la cuenta en Gringotts. Pero había habido tantos robos en el banco… bóvedas vaciadas sin que pudiera hallarse explicación de cómo lo habían hecho. Obviamente no habían sido las grandes bóvedas de los niveles inferiores, las fortunas de las familias más ricas seguían bien seguras, pero para las otras de recursos más modestos, el banco había dejado de ser confiable.

    –¿Y abuelita? ¿dónde están? – la instó el hombre a su lado, se le ocurrió que podía ser un squib, no había empuñado varita alguna en ningún momento, igualmente le hacía helar la sangre, le estaba recorriendo con una uña la barbilla y la bajaba hacia la garganta.

    –N… no tengo nada, acá. –mintió– Todo está en Gringotts.

    –Ay… abuelita, no deberías haber dicho eso. –pero había cierta complacencia en el tono. –¡Crucio! –se limitó a pronunciar el otro.

    –¡No! –gritó la bruja e intentó ponerse de pie pero la mano enguantada la retuvo en el asiento, Aengus se retorcía espasmódico en el suelo y soltaba agudísimos aullidos desgarrados– Pare… –gimió– …por favor.

    El pobre animal siguió quejándose lastimosamente durante un minuto más. –¿Nos vas dar lo que queremos entonces?

    –Sí. –se rindió. Pensaba en tanto que quizá no fuera necesario que les revelara todos los escondites, podía no mencionar el del sótano, quizá tampoco el que estaba detrás de la cama.

    Como si le hubiera leído la mente el hombre sonrió. –Nada de secretitos, abuelita. –no le faltaban dientes como al squib pero la sonrisa no era menos aterradora, sobretodo cuando hacía girar la varita sobre el gato que ahora había quedado inerte boca arriba junto al hogar– Al gatito no le gustó nada el jueguito.

    –Sin secretos. –apretó los ojos, podía hacerlo, determinación no le faltaba, había soportado la muerte de su marido y la insania permanente de su único hijo, les daría lo que le pedían, o parte al menos, y se irían dejándola tranquila. –Allí, en el sobrearco.

    Ninguno de los dos hombres entendió a qué se refería. –La arcada sobre la chimenea.

    El mago apuntó la varita a los ladrillos del voladizo y recitó el encantamiento revelador. La mampostería pareció quebrarse y expuso a la vista una buena cantidad de oro y joyas.

    –Todo lo que queda del tesoro de la familia Longbottom. –dijo gimiendo.

    –Buen intento, abuelita. –dijo el squib que había abandonado el brazo del sofá y estaba metiéndose el tesoro en los bolsillos, las piezas estaban encantadas para que no abultaran en absoluto– ¿Dónde está lo demás?

    Apretó los puños. –No quedan más que unos pocos galeones… –empezó a decir pero fue interrumpida por la maldición que renovó el suplicio y los aullidos del gato– Es la verdad, –insistió– hay unos galeones en el armario de la cocina, en un recipiente de cerámica, no están protegidos por ningún encantamiento.

    –Andá a fijarte. –dijo el mago– yo me quedo a vigilarla.

    –Muy bien, –dijo el squib inclinándose muy cerca de la bruja– Pero no vayas a hacer nada que yo no haría. –ella se sobresaltó y el hombre rompió a reír– Ay abuelita, cómo nos vamos a divertir, no veo la hora de que terminemos con la parte de negocios. –cuando salió de la habitación seguía riéndose.

    El mago la seguía mirando fijamente. Se estremeció cuando vino a sentarse a su lado. –¿Por qué no vamos adelantando un poco? Decime adónde tengo que ir a buscar a continuación, no querrás que sigamos lastimando al gato.

    Sentía la garganta seca. Se había creído tan lista cuando dividía el tesoro que había pasado de generación en generación durante doscientos años. ¿Quién precisa de los goblins ávidos de riqueza? Había pensado. Y ahora la estaban asaltando, las defensas no habían servido de nada. Abrió la boca para hablar pero las palabras no le salían… y se renovaron los aullidos.

    –¡Pare! –pero el mago no levantó la maldición, se limitó a sonreír con crueldad. Ahora comprendía que no iba a escapar con vida, ni aunque les diera todo lo que pedían.

    –¿Abuela? ¿Abuela estás ahí?

    Aengus dejó de aullar. El mago empezó a maldecir. –¡Aurores! –gritó. Se oyó un ruido proveniente de la cocina, el recipiente de cerámica de la tatarabuela se habría hecho trizas contra el suelo.

    –Abuela, voy para allá…

    La voz sonaba como un saludo de otro mundo, un mundo donde vivía en paz, tomando su té con Aengus a su lado y escuchando a Jeannette Mac Donald cantando los misterios de la vida y las gotas de lluvia marcando el contrapunto sobre el cristal de las ventanas. No pertenecía en ése otro mundo, donde Aengus chillaba en agonía, el mago a su lado maldecía y luego escapaba desaparicionando y ella se estremecía indefensa. –Neville. – murmuró cuando vio llegar a su nieto por la chimenea.

    oOo



    La campanilla del negocio de Criaturas de Critswold no era del vivo tintineo de la del de Madame Malkin, ni del doblar del de Ollivander que inspiraba cierto respeto. Lo más cercano con lo que Harry podía asociarlo era con un cencerro de vaca, un desagradable y disonante entrechocar metálico. En cierto modo era lo que correspondía, la clientela de Critswold no era generalmente muy vivaz, ni de las que inspiran respeto. El negocio estaba en una esquina de Knockturn Alley, convenientemente apartado, a sólo una cuadra de Diagon. Los parroquianos no eran precisamente de los más honestos pero tampoco los decididamente delincuentes que frecuentaban los negocios semiclandestinos o francamente ilegales ubicados cuadras más adentro de Knockturn.

    Era el lugar ideal para quien quisiera pasar inadvertido.

    Harry nunca hubiera imaginado que iría terminar en un lugar así, pero necesitaba un trabajo. El dinero se le había venido escapando como agua entre los dedos. Y luego que todos los negocios de Diagon lo rechazaron tuvo que apelar a la inexistente buena voluntad de Critswold. Cuando eso tampoco dio resultado, había recurrido a Hagrid para que lo recomendara, lo que Hagrid había puesto en la carta le era desconocido, pero lo cierto fue que al día siguiente recibió una escueta nota: Necesito a alguien que limpie las jaulas de los murciélagos. Puede empezar mañana a las diez. Desde hacía dos años, Harry había trabajado allí, de martes a sábado. Los domingos y los lunes el negocio permanecía cerrado.

    Ese sábado a la tarde, su fin de semana empezó como era habitual con cena en casa de Ron y Hermione. Después de Hogwarts, Harry se había dedicado a explorar los enclaves mágicos de Europa desde la Rive Gauche del Sena hasta las antiguas plazas de Óbuda, desde las serpeantes callejas de Toledo hasta los canales de San Petersburgo. Había deambulado por todas partes solo, siempre rodeado de extraños. Había sido mejor así. Era toda gente que jamás lo había conocido y que por lo tanto tampoco lo había olvidado. Así le gustaba. Pero el día de su vigésimo primer cumpleaños mientras vagaba por un laberinto de callejones en Fes el Bali, fue alcanzado por Errol que le traía atado a la pata un mensaje de Ron.

    Volvé a casa. No me puedo casar sin padrino.

    Y Harry había vuelto. Más que nada por Ron y Hermione, pero también porque no podía mandar a la pobre y decrépita lechuza todo el camino de vuelta. Aparicionó a La Madriguera y le devolvió a Molly el desordenado montón de plumas. Ella lo recibió con un fortísimo abrazo que casi lo dejó sin aliento.

    Habían festejado la boda en El Equinoccio de Otoño. Y a partir de entonces vivían en una vieja granja de Essex, cercana al hogar de los padres de Hermione. Harry iba a cenar con ellos todos los sábados. A veces a Harry se le ocurría que ésa era la forma que tenían para controlarlo. Pero no le importaba. Las atenciones de Hermione podían ponerse incluso pesadas en ocasiones, pero él siempre las encontraba reconfortantes, nunca había tenido a una madre que se preocupara por él. A veces los provocaba, que qué esperaban para tener un montón de Weasleycitos propios alrededor. Hermione siempre levantaba la nariz y le recordaba que ella era una mujer de carrera y que consideraría la cuestión una vez que hubiera alcanzado la jefatura del Departamento de Catástrofes Mágicas. Ron se limitaba a encogerse de hombros y le decía a Harry con la mirada: que ella podía hacer lo que quisiera, como siempre había sido y que todavía no alcanzaba a explicarse cómo era que había accedido a casarse con él.

    Durante la semana, raramente veía a sus amigos. Aunque todos trabajaban en el centro, Harry evitaba ir al Ministerio. Al terminar la jornada le gustaba ir a vagar por el Londres muggle entre la marejada de los millones de londinenses. Claro que hubiese sido más fácil aparicionar directamente a su departamento, pero cuando se mezclaba con tantos otros pasajeros en el colectivo 73 que lo llevaba a Stoke Newington se podía olvidar de que tenía habilidades mágicas y de que alguna vez había estado destinado a cumplir una gran proeza.

    En el trabajo, era el señor Critswold el que se encargaba de hacérselo olvidar. Generalmente su mayor preocupación era predecir si tenía que llenar el recipiente de comida de los Knarls hasta el tope como le había ladrado el señor Critswold el día anterior o sólo hasta la mitad como se lo había ordenado dos días antes.

    –¡Harry! –estaba vociferando Critswold en ese momento desde el salón del negocio, y antes de que pudiera contestar, oyó –¿Dónde se ha metido el jodido muchacho!

    –¡Voy enseguida! – gritó y terminó de sacar el cartón cubierto de deyecciones que servía de base a la jaula del buitre, cerró la jaula, dejaría para después reemplazar el cartón. El buitre graznó y demostró su desaprobación defecando en ese preciso momento. –Qué simpático, –murmuró Harry– te voy a ofrecer a precio de liquidación al próximo cazador de patos que entre.

    –¡HARRY!

    Mascullando se agachó para pasar por el marco bajo de la puerta de la trastienda. Del otro lado del mostrador había una mujer rubia con una minifalda muggle muy corta y unos zapatos de taco muy alto; a su lado, un señor calvo y petiso, por la cara se le notaba que hubiese querido estar en cualquier otra parte menos ahí. Harry volvió la vista hacia el patrón. –¿Sí, señor Critswold?

    Los ojos del señor Critswold se entrecerraron hasta casi desaparecer. –Los huevos de cobra de la señora Archer, ¿están listos?

    Mierda. Todo el día había tenido la sensación de que se estaba olvidando de algo. Y no era precisamente un pedido para olvidarse. Una docena de huevos de cobra puestos en sólo dos días. La poción de fertilidad que le había administrado a Simbi para una puesta tan prolífica la había dejado lánguida e irritada, Harry se había olvidado de ella desde la cena del día anterior. Ahora la serpiente se iba a sentir mucho peor.

    –Ya se los traigo. –dijo Harry y volvió al depósito de la trastienda. Había colocado el tanque de Simbi en el rincón más tranquilo del recinto con una estufa al lado. Esperaba que hubiera dado resultado y que hubiera huevos suficientes para cubrir la orden. –Sssimbi, –siseó al aproximarse– me temo que necesito los huevos ya.

    La serpiente se enrolló rápidamente alrededor de los huevos y alzó la cabeza amenazadora. –¿Y si no te dejo que me robes mis hijos?

    Harry frunció el ceño. –Entonces va a venir el señor Critswold. Y vos sabés que a él no le importa si te hace daño. –la cabeza de la serpiente tembló, seguramente se estaba acordando de la última vez, el dueño le había inmovilizado la cabeza con una horquilla para sacarle los huevos. Una docena de huevos de cobra se cotizaban a unos mil galeones, una cantidad como para dejar sonriendo al señor Critswold durante una semana. Haría cualquier cosa para hacerse con ellos. –Perdón, Simbi, realmente lo siento.

    La serpiente pareció considerar sus opciones por un instante luego se retiró hasta un rincón de la caja. –Robate mis hijos entonces, lleváselos para que los aplasten.

    –De veras lo siento, Simbi. –repitió Harry y fue sacando los huevos– ¡Simbi, hay uno de más! ¡Pusiste uno de más! Te lo podés quedar.

    La cabeza de la serpiente se alzó ansiosa luego volvió a desplomarse. –También me lo va a sacar… para venderlo.

    Harry negó con la cabeza. –No, –le aseguró– te voy a ayudar a esconderlo. Soy el único que limpia las jaulas, vos sólo vas a tener que ocuparte de ocultarlo cuando él ande cerca. ¿Y cuando la cría rompa el cascarón, qué? Pero en eso podría pensar después, por el momento podía al menos salvar uno de los hijos de Simbi, introdujo el huevo sobrante en el hueco que dejaba el cuerpo enroscado en el centro. –Vuelvo enseguida para ver que esté todo bien.

    La lengua bífida se proyectó hacia fuera. –Gracias, Harry.

    Sintiéndose muy orgulloso, volvió al negocio portando la docena de huevos. La señora Archer suspiró: –Ya era hora. –y le quitó la caja de las manos con un movimiento tan brusco que Harry tembló temiendo por la integridad de los delicados cascarones.

    –Estoy seguro de que serán de su completa satisfacción – dijo con entusiasmo el señor Critswold– Supongo que recibiré el pago mañana a través de los goblins…

    Dividina Archer lo interrumpió con un chillido. –¡Hay un huevo roto! –gimoteó volviéndose hacia su marido.

    –¿Qué es esto, Critswold? –demandó el marido– ¿Está tratando de estafarme?

    Critswold se dio vuelta furioso hacia Harry. –¿Rompiste un huevo?

    –¡Claro que no! –protestó Harry, sabía que de nada valía que adujera que había sido la señora misma la culpable, pero nunca había tolerado que se lo acusara falsamente. –¡Estaban en perfectas condiciones cuando los traje!

    –¡Me está llamando mentirosa? –le espetó la mujer indignada.

    –No… yo…

    –Nada de eso, –intervino el señor Critswold– le estaba por decir que iba a tratar de conseguirle otro huevo para reemplazarlo, ¿verdad, Harry?

    Harry miró dentro de la caja de cartón, uno de los huevos dejaba escapar su sustancia vital. Pensó en el huevo extra… pero por nada del mundo iba a entregárselo. –Lo lamento… pero no creo que pueda… está muy débil… ni siquiera se resistió cuando se los saqué…

    –Bueno, supongo que no esperará que le paguemos lo que habíamos acordado. –intervino airado el señor Archer.

    –No, no… por supuesto. –concedió Critswold– ¿Le parece bien un diez por ciento menos?

    –¿Un diez por ciento? Eso es un insulto. Por lo menos un veinte… el hechizo va a resultar prácticamente inútil con un huevo menos.

    –Pero estos son los huevos más frescos que se pueden conseguir. Y dejan a la serpiente agotada e inútil durante varias semanas…

    Harry los dejó negociando y volvió rápidamente a la trastienda para colocar unas piedras en el tanque de Simbi, para que ayudaran a disimular el huevo supernumerario. Minutos después se le unió el señor Critswold.

    –¡Novecientos galeones por once huevos! Ese hombre es un ladrón. El muy hijo de puta seguro que se lo hizo romper a propósito para pagarlos menos.

    Harry parpadeó, al parecer el señor Critswold no lo hacía responsable, no del todo por lo menos. Pero algo iba a encontrar para endilgárselo. Fue entonces que vio el desquicio debajo de la jaula del buitre.

    –¿No has aprendido nada sobre los animales en todo este tiempo? Hay dos constantes: comen y cagan. No te podés olvidar de ninguna de las dos cosas.

    –Perdón, señor Critswold, yo…

    Pero la disculpa fue interrumpida con un gesto displicente. –No te vayas hasta que hayas dejado todo limpio. El tanque de la serpiente, volvé a ponerlo en la vidriera, no importa que se quede quieta todo el tiempo, a la gente le gusta mirarla. Y no te olvides de sacar la basura…

    Terminaba así otra típica jornada de labor con un montón de tareas asignadas a última hora que tenía que cumplimentar antes de poder irse. Pero al menos ese día sentía cierta satisfacción, el huevo seguía protegido envuelto por el cuerpo de la cobra.

    oOo



    Ya las sombras eran muy largas cuando Harry llegó a la residencia Weasley-Granger. Generalmente llegaba bastante tarde, pero como al día siguiente ninguno de ellos trabajaba, a nadie parecía importarle. Uno de ellos o los dos solían esperarlo en la sala, por eso se sorprendió cuando entró y la encontró vacía.

    –¿Ron? ¿Hermione?

    –¡Acá!

    Se dirigió hacia la cocina. Encontró a Ron vistiendo un delantal que le llegaba casi hasta el suelo. Empezó a levantar una comisura, pero Ron sacudió una cuchara de madera en advertencia.

    –¡Ni una palabra!

    Harry sonrió. –No iba a decir nada, –destapó dos de las cervezas que había traído y le pasó una– sólo que me sorprendí un poco al encontrarte así tan… doméstico.

    –Sí, Hermione va a llegar hoy más tarde. Le prometí que yo me ocuparía de la cena, ella sugirió que encargara comida para llevar, pero me pareció una buena oportunidad para preparar el guiso de carne de mi mamá –tomó un sorbo de cerveza y lo estudió un instante– Te veo muy contento, ¿una pitón se comió a tu patrón?

    Harry sonrió pícaro y negó con la cabeza. –No precisamente, pero hice algo que no le va a gustar… si se entera. –le contó lo que había pasado con la orden de los Archer y el huevo de la cobra. Ron se mostró por un momento incómodo cuando mencionó parseltongue –no es algo natural, decía siempre– pero estalló en carcajadas pensando en la poción de belleza de Dividina Archer malograda por el huevo que Harry le había birlado.

    –En el próximo número de El Semanario de las Brujas seguramente habrá una nota especulando sobre su aspecto mustio debido al estrés que le toca soportar.

    –Harry soltó una risita. –Con fotos de antes y después.

    Por supuesto, –dijo Ron– y después El Profeta va a levantar el dato y lo pondrá como un signo evidente de que el imperio de los Archers está en ruinas. –tomó otro sorbo de cerveza y luego golpeó violentamente la mesada– ¡Merlín, Harry! ¡Tu huevo puede llegar a ser responsable de un completo colapso de la Economía!

    Harry rió. –Hermione va a estar encantada. Y a propósito, ¿qué la demoró?

    Ron frunció la frente y no contestó de inmediato, se dio vuelta de manera muy deliberada para revolver el guiso, Harry se empezó a poner nervioso. –Está en St. Mungo haciéndole compañía a Neville.

    –¡Neville! –exclamó Harry– ¿Qué le pasó a Neville?

    –No a él, a la abuela. Entraron asaltantes a la casa y la atacaron.

    –¡Merlín! ¿Está bien?

    –Sí, por suerte, pero había quedado muy afectada, la dejaron internada en observación. No sé muy bien lo que pasó, Neville nos avisó esta tarde y Hermione fue enseguida para allá.

    –¡Dios! ¡Qué terrible! –Ron gruñó su acuerdo y bebió otro sorbo.

    Durante los años anteriores se había desatado el terrible azote, que no había hecho más que empeorar con el tiempo. Ya había habido atisbos en la época en que todavía estaban en Hogwarts, una ola de asaltos en las calles. Pero con el correr del tiempo se había vuelto muy grave, se multiplicaban los asaltos a las casas y a los comercios. El otrora impenetrable Gringotts había sido robado en varias oportunidades y se había originado una de las corridas más serias desde la Gran Depresión. La sociedad mágica estaba en una situación muy vulnerable. Incluso a alguien que evitara las noticias, el caso de Harry, le llegaban las historias, todos conocían a alguien que había sido víctima de la violencia. En los últimos meses había habido varias manifestaciones reclamando acción ministerial.

    Harry sabía que el Ministerio no estaba de brazos cruzados, todos los aurores disponibles estaban asignados a las investigaciones, pero cuando le preguntaba, Ron se limitaba a sacudir la cabeza con frustración. Los episodios no parecían guardar ningún tipo de conexión unos con otros; eso sí, todos parecían muy bien planeados y eran por lo general muy salvajes.

    Harry se estremeció al pensar lo que habrían hecho para convulsionar de tal modo a la formidable señora Longbottom. –¿Cómo entraron? ¿La casa no tiene defensas?

    –Sí. Unas de las más sólidas que conozco. –Ron se frotó la frente con la palma– Algunas habían sido puestas por el tatarabuelo de Neville. Vos sabés bien lo poderosas que son esas barreras antiguas.

    Harry bien que lo sabía. Las defensas poderosas que la familia Black había puesto en Grimmauld Place 12 había sido una de las razones por las que él había decidido mudarse a un departamento muggle.

    –Y lo más extraño e increíble, – prosiguió Ron– es que no sólo violaron las defensas sino que pusieron unas nuevas mientras estaban allí. Fortísimas. Roger Davies es el experto que tenemos en quebrar barreras, Neville me contó que le tomó muchísimo tiempo poder deshacerlas.

    –¿Qué las hace tan resistentes?

    –Según Neville, cuando lograban una brecha, la barrera cambiaba y se reacomodaba para sellarla. Finalmente se dieron cuenta de que tenían que empezar a trabajar por los extremos.

    Defensas se veía en séptimo año, era una de las cosas que Harry no había estudiado, sólo tenía nociones generales al respecto. Lo que le contaba Ron le sonaba inusitado. –¿No han podido descubrir al que puso las nuevas defensas?

    –En eso estamos trabajando. Pero para serte sincero, con tantas empresas que están ofreciendo a diario nuevas y mejoradas defensas… estamos superados. Sacan algo nuevo todos los días. –hizo una mueca– No podría siquiera explicarte cómo es que funcionan las que tenemos puestas acá.

    Harry había oído comentarios de los clientes alardeando sobre sus nuevos sistemas de seguridad, nunca les había prestado demasiada atención. –Todas esas compañías deben de estar recogiendo dinero en palas.

    –Podés decirlo. Y llegamos al punto en que si uno no pone la última versión que han sacado al mercado, termina transformándose prácticamente en un blanco. Quizá deberías preocuparte… sobretodo por la vieja casa… vos no estás nunca allí.

    Harry sonrió. Por lo que a él respectaba los ladrones podían llevarse cualquier cosa que quedara de los góticos tesoros venidos a menos de la familia Black. –No creo que les interese nada de lo que tengo.

    –Quizá no, –dijo Ron– aunque a mí me gustaría echarle mano a tu vieja escoba.

    –¿Ah sí? –rió Harry– Así que si hay un asalto ¿les digo a los aurores que vengan a buscar acá primero?

    –El verdadero crimen es que ya no la uses más. ¿Cuándo fue la última vez que volaste?

    Harry pensó un momento, hacía mucho. –Debe de haber sido en La Madriguera… para tu cumpleaños.

    Antes de que Ron pudiera contestar, les llegó un crac desde la sala. –Debe de ser ella. –le pasó la cuchara y apuntó a la olla– controlámelo un minuto.

    Momentos después regresó seguido por Hermione que traía un bulto gris en brazos. Saludó a Harry con un beso en la mejilla y se sentó. Parecía exhausta. El bulto… se movía. Harry miró con más atención, era un gato.

    –Es el gato de la abuela. –explicó Hermione– Usaron Cruciatus sobre el pobrecito para que les dijera lo que querían saber. –lo acarició con ternura– Tienen que encontrarlos, Ron.

    Ron le dio un suave apretón en el hombro. –Los vamos a agarrar.

    La miraba con tanta ternura que Harry se sintió un poco incómodo, se dio vuelta y se ocupó de servir té para todos. –¿Cómo está la abuela de Neville? – le preguntó a Hermione alcanzándole la taza humeante.

    –Mejor, pero sigue muy sacudida. Al menos le dieron el alta. Pero cuando Neville le preguntó si quería volver a la casa para buscar algunas cosas se puso a llorar desconsolada. Yo fui a buscarle lo necesario y a Aengus… también, de entrada ni lo reconoció, antes era negro.

    Harry sintió un escalofrío. La imagen de Hermione bajo el Cruciatus de Bellatrix se le había hecho presente. El terrible recuerdo fue interrumpido por la pregunta de Ron –¿Neville está trabajando sobre alguna pista?

    Hermione negó con la cabeza. –No que yo sepa. A él mismo lo vi muy consternado. Es de entender, es prácticamente la única persona que le queda… aunque quizá haya algo entre él y Luna Lovegood, estuvo con él toda la mañana en el hospital y la abuela se va a quedar con ella y su papá mientras Neville va a trabajar.

    –No me digas que te vas a poner de nuevo en casamentera. –apuntó Ron divertido con una furtiva mirada hacia Harry. Durante los dos últimos años le había conseguido pareja en múltiples ocasiones, eran todas compañeras de trabajo, brujas brillantes que ponían los ojos en blanco cuando se enteraban que trabajaba de asistente en un negocio de mascotas. Todavía no se había animado a decirle a Hermione que, incluso si a alguna no le llegara a importar su modesto estatus laboral, él no tenía ningún interés en ellas. –¿Neville te dio a entender algo?

    –Creo que harían buena pareja. –comentó Harry.

    Hermione pareció sorprenderse de que dijera algo así. Pero era lo que Harry creía. Hacía mucho que no pensaba en Luna, pero tenía mucho sentido imaginársela con Neville. –Neville le serviría de anclaje terrenal y ella lo ayudaría a olvidar.

    Hermione le sonrió con orgullo. Harry deseó que no estuviera planeando conseguirle otra pareja. Ron por su parte no pareció muy impresionado. –Quizá los dos deberían dedicarse a casamenteros. La cena ya está lista.

    Ron le sirvió un bol de guiso y ella se inclinó para dejar el gato en el suelo, el animal se le pegó a las piernas, no quería perder contacto. –Necesita sentirse seguro. –dijo Harry.

    –Sí, pobrecito. –dijo ella con un suspiro –¡Ah, casi me olvidaba! Neville mencionó que la abuela había cerrado la cuenta en Gringotts hace dos semanas. Ya no les tenía confianza. Tenía todas las cosas de valor en la casa.

    Ron se dio vuelta de repente, algo del guiso se le derramó al suelo, –¿Cómo se te pudo olvidar algo así? –cuando Harry lo miró algo confundido por el arranque, Ron explicó: –Algunos de los últimos asaltos se registraron en casas de personas que habían cerrado sus cuentas en el banco pocos días antes. Es cómo si supieran quiénes tienen los valores en la casa. Es muy probable que tengan informantes en el banco.

    Hermione asintió. –Lo mismo piensa Neville, pero los goblins no le dan ese tipo de información ni al Ministerio. ¿Vos creés que puedan estar ayudando a los ladrones?

    –Seguro, –dijo Ron encogiéndose de hombros– siempre que puedan obtener una buena tajada para ellos.

    Pero Harry lo dudaba. Algo así no era propio de los goblins, si las negociaciones que había tenido con Griphook en la casa de la playa de Bill servían de referencia.

    –El lunes lo investigaremos con detenimiento. ¿Querés otra cerveza, cumpa?

    –Sí… claro.

    –Y vos… ¿cómo te ha ido? ¿Algo interesante esta semana? –inquirió Hermione.

    –Sí… contale de la serpiente.

    La charla siguió por esos rumbos y por otros temas livianos durante el resto de la cena. Después pasaron a la sala, Hermione se sentó a leer con el gato acurrucado sobre la falda y Ron y Harry se pusieron a jugar ajedrez.

    Mucho más tarde volvieron al tema de los robos.

    –Ron, no quiero olvidarme. Neville quiere que le demos el nombre de la empresa que contratamos para las defensas… yo no me acordaba… ¿es Avery & Crowe?

    –Avery & Crabbe, –dijo Ron distraído– creo que son parientes del Slytherin que era de nuestro año… el que murió.

    La mano de Harry que estaba por mover un caballo se paralizó. –¿Avery & Crabbe? –hacía años que no oía los nombres de esos mortífagos pero seguían helándole la sangre– ¿Son dueños de una compañía de seguridad?

    –Sí, –dijo Ron– una de las muchas que brotaron como hongos el año pasado. Hay tantas que es difícil acordarse de todas.

    Con un muy mal presentimiento, Harry preguntó: –¿Cuáles son las otras?

    –Bueno… está Allied Carrow… Hermanos Lestrange… ¿Cuál otra, Hermione?

    –Salus es la más importante… –dejó el libro a un lado y pronunció: –¡Accio El Profeta! El diario voló a su mano, se lo pasó a Harry. –Mirá en los Clasificados, todas anuncian ahí.

    Harry abrió el diario en la página indicada, dos carillas de anuncios de empresas de seguridad, dibujos de candados y llaves, figuritas de presos en traje a rayas, y los nombres de las empresas anunciantes en grandes letras como las de las marquesinas.

    Que no le roben… asegúrese con Rockwood

    Allied Carrow S.R.L – Para que las joyas de la familia queden en la familia.

    Walden: Vigilancia y Defensas. Walden MacNair, propietario.

    Los Hermanos Lestrange – Ud. nos quiere de su lado.



    La lista seguía y seguía: Antonin Dolohov, Yardley Yaxley, Nott e hijo… parecía la nómina de los que deberían estar presos en Azkaban… y en cambio estaban haciendo negocios y prosperando a todo lo largo y ancho de Gran Bretaña.

    Al pie de la página estaba el aviso más grande y más destacado.

    Se trata de la seguridad de su familia. ¿Por qué elegir menos?

    Seguridad Salus

    Protegiendo a las familias mágicas desde 1998.



    En una esquina del aviso había una pequeña W rodeada por un círculo. Tenía aspecto de una marca para ganado. –¿Sabés que significa este símbolo? –preguntó Harry pasándole el diario a Hermione.

    –Es el símbolo de la Orden de Walpurgis. Una sociedad medio secreta del tipo de las de los francmasones. ¿A Arthur nunca lo invitaron a unirse, Ron?

    –Humm… –Ron avanzó un peón y pareció volver a la superficie– ¿Walpurgis? No, no creo. Nunca fuimos del tipo apropiado… si me entendés lo que quiero decir. Te toca mover a vos, cumpa.

    –¿Eh...? Ah… sí. –Harry había olvidado por completo su estrategia… si era que había tenido alguna. Su ajedrez no había mejorado desde la época de Hogwarts. Y el nombre Walpurgis le sonaba en algún rincón del cerebro, pero no podía precisar por qué… mal podía concentrarse en el juego… movió el caballo sin pensarlo mucho más y se volvió hacia Hermione.

    –Entonces esta empresa… Salus… –preguntó cauteloso– ¿dijiste que era la más grande?

    Ella levantó de nuevo la vista del libro, frunciendo el ceño. –Bueno… no estoy segura de que sea la más grande pero es a la que le va mejor. Y fue la primera… empezaron incluso antes de que nadie se diera cuenta de que iban a necesitar nuevas defensas.

    –Sí, –intervino Ron– y según lo que dijo Roger son los que más invierten en investigación e innovaciones. Las otras firmas sólo le copian las ideas y las cambian un poco. –deslizó un alfil por el tablero– Jaque.

    Harry no había anticipado la jugada, en realidad le estaba prestando muy poca atención a la partida, un flanco del rey estaba liberado, hizo el enroque. Seguidamente formuló la pregunta… aunque ya imaginaba cuál sería la respuesta… –¿Es de los Malfoys, no?

    –Sí, –respondió Ron– ¿cómo te diste cuenta?

    ¿Y de quién más si no? Tenía sentido… dentro del todo sinsentido general. Los mortífagos habían acaparado la industria de la seguridad y ¿quiénes otros sino los Malfoys podían ser el centro? ¿Quiénes sino ellos podían ser los primeros para capitalizar las desgracias de los demás?

    –¡Jaque mate!

    El grito alegre de Ron lo sacó de sus reflexiones. Hermione dejó el libro a un lado y se desperezó. –Bueno… yo me voy a acostar, estoy reventada… Harry, ¿vos te quedás a dormir, no? La pieza de huéspedes está preparada. –el cuarto de huéspedes estaba siempre preparado para él y Harry había dormido allí todos los sábados durante el último año, pero Hermione siempre lo invitaba como si fuera la primera vez. A Harry le hacía muy bien, sentía que ellos querían tenerlo cerca. Esa noche había además otra razón: –Mañana vamos a ir a visitar a mis papás al chalet que tienen sobre la playa, van a estar encantados de volver a verte.

    –¡Sí Harry, quedate! –lo urgió Ron con tono insistente y lo tentó con algo más– Mañana podemos aprovechar para ir a volar juntos sobre el océano.

    –¡Me parece genial! –dijo Harry y conteniendo un bostezo agregó: –Creo que ya es hora de que yo también me vaya a dormir.

    Todos subieron, Harry les deseó las buenas noches y entró en su habitación. Era una amalgama perfecta de gustos combinados. Un pequeño jarrón con flores sobre la cómoda y un póster de los Chudley Cannons en la puerta del armario. En los ganchos de la puerta colgaban una robe de chambre y un piyama de Ron. Harry se puso el piyama y se acostó. No podía dormirse había un montón de cosas dándole vueltas en la cabeza. Se levantó, se puso la robe y salió al corredor. Ron salía del baño justo en ese momento.

    –¿Todo bien, Harry?

    –Sí… me preguntaba… ¿podría mandar una lechuza?

    –Sí, claro… ¿algún problema?

    –No, es una cosa que me acordé ahora…

    –En uno de los cajones de la cocina hay plumas y pergamino. Cuando la tengas lista llamá a Tobias desde la ventana trasera.

    –Gracias, Ron. –bajó a lo cocina, buscó pluma y pergamino y se sentó para escribir. Pero no le resultaba fácil, empezando por el saludo de apertura…

    Querido Malfoy:

    No… así no quedaba bien; tachó el querido y le quedó solamente Malfoy… y no, así tampoco quedaba bien. Arrancó cuidadosamente la parte superior del folio y empezó de nuevo.

    Sr. Malfoy:

    Quisiera averiguar sobre servicios de seguridad para mi domicilio…


    No… tampoco… sonaba muy indiferente… poco interesado. Reinició otra vez.

    Sr. Malfoy:

    Necesito con urgencia instalaciones de seguridad en mi vivienda. Sé que seguramente estará muy ocupado, pero dada nuestra…


    ¿Nuestra qué? ¿nuestra rivalidad?¿nuestro odio mutuo? Pero no… el Malfoy de esos últimos días en Hogwarts ni siquiera sabía bien quién era él…

    …pasada asociación como alumnos del mismo año en Hogwarts, desearía que Ud. me pudiera atender personalmente. Estaré durante todo el día en mi casa el lunes.

    ¿Y como iba a terminarla? ¿Atentamente suyo? ¿Con la animosidad que siempre nos tuvimos? Finalmente se decidió por firmarla simplemente:

    Harry Potter

    Escribió la dirección de su departamento muggle un poco más abajo. La leyó un par de veces, la dobló y la colocó en un sobre.

    Escribió claramente en el sobre Draco Malfoy, se estremeció de sólo pensar que pudiera ser Lucius el que se le apareciera en el umbral. Fue hasta la ventana trasera y llamó:

    –¡Tobias!

    La lechuza voló hasta él, quizá algo sorprendida por el requerimiento tan tardío. Harry se dio cuenta entonces de lo tarde que era. Malfoy iba a quedar muy sorprendido al recibir una carta a tales horas. Pensó unos segundos, ¿sería conveniente mandarla en ese momento? Pero quizá al día siguiente no se animaría a mandarla…

    –Llevale esto a Draco Malfoy en la Mansión Malfoy. ¿Sabés dónde es? –Tobias despeinó las plumas ofendido– No te enojes… –le ató la carta a la pata y le dio una golosina para aves– Buen chico. – agregó acariciándolo.

    Lo observó alejarse volando hasta que desapareció de la vista. Luego se llevó las manos a la cara con un gesto desesperado.

    –¡Ay mierda! ¡Cómo se me ocurrió hacer algo así?

    oOo



    Casus belli: Hecho que justifica una guerra o que se usa como justificación de una guerra.
     
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