Arquitectos de la Memoria [HarryxDraco/NC-17] Capítulo 18: Memento vivere

Autora: Lilith/Traductor: Haroldo Alfaro

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  1. Kari Tatsumi
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    Capítulo 5 – Nihil sub sole novum



    Harry no trabajaba los lunes. Eran los días que más le gustaban. Se despertaba mucho más tarde y se quedaba remoloneando en la cama, a veces hasta el mediodía. Finalmente se levantaba y tomaba una ducha caliente. Iba luego a la cocina y comía lo que fuera que Kreacher le hubiera preparado para desayunar. Durante la tarde salía a caminar sin rumbo ni propósito fijos. Cuando bajaba el sol se metía en algún pub y se pasaba un par de horas mirando deportes por televisión. Volvía tarde al departamento, comía algo no muy complicado y se acostaba a dormir.

    Así era la vida sin ambiciones de Harry Potter, otrora héroe del joven y extinto Colin Creevey y la espina que había tenido clavada en su costado el más oscuro mago de todas las épocas.

    Ese lunes, sin embargo, empezó distinto y no muy bien. Su sueño profundo fue interrumpido intempestivamente por una luz muy brillante que lo encandiló. Protegiéndose los ojos con los dedos pudo entrever a Kreacher que acababa de descorrer las cortinas. –¿Qué estás haciendo? –gruñó– ¿Qué hora es?

    –Las siete en punto. –replicó Kreacher animoso– El amo dijo anoche que hoy iba a recibir visitas, Kreacher se ha tomado la libertad de preparar todas las comidas preferidas del amo.

    Harry volvió a gruñir, más fuerte esta vez, y se tapó la cara con una almohada. –Dije Malfoy, no visitas. Y no es una reunión de tipo social sino de negocios.

    –Pero el amo no ha recibido a nadie desde hace tanto tiempo, no desde esa última vez cuando vino ese horrible muggle que quiso matar a Kreacher… aunque Kreacher se lo merecía, claro que se lo merecía, Kreacher debería haberse quedado escondido como el amo se lo había pedido…

    Aun con los ojos cerrados y una almohada cubriéndole la cabeza, Harry sabía que el elfo estaba buscando algo para golpearse como castigo. No era algo que Harry pudiera soportar a tales tempranas horas. –Kreacher, por favor, no te castigues, fue algo sin importancia. –realmente lo había sido. Harry había levantado al muggle de marras en un bar una de esas noches que parecían que iban a ser muy largas. Ya ni recordaba cómo se llamaba, pero si se acordaba de evitar ese bar. Obliviate hubiera sido una alternativa más sencilla, pero Harry se negaba a usar ese hechizo, y ahora cada vez que pasaba por la puerta de ese bar, apretaba el paso. –En serio, eso ya está olvidado por completo, –agregó bostezando en la almohada– ahora necesito seguir durmiendo.

    –¿Seguir durmiendo? –repitió el elfo con un tono que dejaba en claro que no le parecía una idea demasiado sensata– Bueno, si esos son los deseos del amo, que el amo siga durmiendo. ¿Vuelvo a cerrar las cortinas? –como Harry no contestó, el elfo continuó– Sí, el amo podrá dormir mejor así. Kreacher seguirá ocupándose de preparar todo para la visita del amo Malfoy.

    Harry no se sacó la almohada de la cara hasta que el elfo se hubo ido. Pocas cosas debía haber peores que un elfo ansioso de expectativa, pensó.

    Bueno, quizá la razón por la que el elfo estaba tan ansioso podía ser una cosa peor.

    Ya había empezado a arrepentirse de haberlo citado apenas Tobias había emprendido vuelo. Durante el domingo en casa de los padres de Hermione había logrado olvidarse del asunto. Ahora le volvía la inquietud.

    Esos últimos años no habían sido fáciles. Al principio había tenido la certeza de que Voldemort se iba a alzar de nuevo de golpe y se iba a apoderar del desprevenido mundo. Luego se le ocurrió que el encantamiento de memoria perdería efecto con el tiempo, pasaba con todos los hechizos de ese tipo. Con los muggles servían igual, para cuando se acordaban solían atribuir el recuerdo recuperado a un sueño. Pero a medida que pasaban los años y nadie recordaba, Harry se empezó a cuestionar. ¿Sería posible que tuvieran razón?

    Por mucho que odiara esa idea, aprendió a vivir como si fuera cierta. Aprendió a controlarse en todo lo que decía, ningún comentario en absoluto que pudiera ganarle miradas raras o de lástima. Dejó de leer los diarios, los tejemanejes políticos lo aburrían y si pasaba algo realmente importante se enteraba por sus amigos. Y cada vez más tendía a mezclarse con los muggles que nunca se habían preocupado, ni de un modo ni de otro, de quién era Harry Potter. Se volvió el más anónimo y ordinario de los hombres.

    Pero en lo hondo de su ser estaba seguro de que esa paz terminaría por hacerse pedazos. Y toda una industria de seguridad en manos de mortífagos era un claro signo de que eso iba a ocurrir. Tenía que averiguar qué era lo que estaba pasando.

    Le dio un puñetazo a la almohada. Maldito Kreacher y su entusiasta ansiedad. Malditos los mortífagos y sus maquinaciones. Maldito Malfoy porque… bueno porque era Malfoy. Ahora estaba demasiado despierto y ya no iba a poder dormir.–¡Kreacher!

    No hubo respuesta. Se sentó en la cama y volvió a llamar. –¿Kreacher?

    Hubo un crac y el elfo apareció junto a la cama con una extraña expresión culpable. –¿Sí, amo? ¿Qué requiere Harry Potter de Kreacher?

    Harry entrecerró los ojos. –¿Adónde te habías ido?

    El elfo pareció temblar por la sospecha. –Kreacher sólo quería complacer al amo. Kreacher sólo quería demostrarle al joven amo Malfoy que el amo es un buen anfitrión, el mejor de los anfitriones. Kreacher no quería hacer quedar mal al amo.

    La forma de hablar del elfo era siempre confusa, pero a esa hora de la mañana era también muy exasperante. –¿Qué fue lo que hiciste, Kreacher?

    Kreacher dejó caer la cabeza y levantó un poco los ojos, reticente. –Kreacher fue a visitar a Lubby a la Mansión Malfoy para averiguar lo que al joven amo Malfoy le gusta comer. Lubby le dio a Kreacher una lista de las cosas que le gustan.

    –Oh Kreacher, –dijo Harry suspirando– Ya te dije que Malfoy viene por negocios. No es necesario que le sirvas nada.

    –¡Pero el amo tiene que servirle algo! –replicó Kreacher horrorizado como si Harry le hubiera ordenado que matara a Malfoy apenas entrara. –Es responsabilidad de Kreacher demostrar que su amo es el perfecto anfitrión. Kreacher no puede defraudar al amo.

    El elfo se mostraba tan insistente que Harry comprendió que nunca iba a ganar esa discusión, excepto que le ordenara que se fuera del departamento durante la visita de Malfoy. –Está bien, podés hacer como te guste… un momento… ¿qué es exactamente lo que le gusta a Malfoy?

    –Oh, el joven amo Malfoy tiene un gusto muy refinado. –dijo Kreacher sin disimular su orgullo– Caviar, sushi, foie gras, ciruelas al oporto, faisán…

    –¡No, no, no! –lo interrumpió Harry imaginando el colapso de la pequeña mesa del comedor bajo el peso del sofisticado paladar de Malfoy– No vas a preparar nada de eso para él… lo prohíbo terminantemente.

    Kreacher pareció hondamente desilusionado, hizo una profunda reverencia y dijo con voz ahogada: –Sí, amo. –a Harry le dio lástima.

    –¿A Malfoy no le gusta nada normal? ¿Algún tipo de sándwich… o un postre quizá?

    Kreacher pensó un momento y el rostro se le iluminó: –Lubby dijo que al amo Malfoy le gusta la tarta de limón.

    –Bien, podés prepararle tarta de limón.

    –¡Oh gracias! Kreacher va a preparar la mejor tarta de limón que el amo Malfoy haya degustado nunca. Y el amo Harry Potter quedará como el mejor de los anfitriones. Kreacher se asegurará de que así sea.

    –No me cabe la menor duda. –dijo Harry con una sonrisa resignada– Ahora voy a tomar una ducha. –fue entonces que se acordó de la razón por la que había llamado al elfo en primer lugar– Otra cosa, Kreacher, ¿podrás conseguirme muchos diarios? De los tres o cuatro últimos meses, quiero ponerme al día con las noticias.

    –Claro, Kreacher los tendrá a disposición del amo para cuando termine con su baño.

    –Gracias, Kreacher.

    El elfo salió y Harry sacudió la cabeza. Despierto a hora tan temprana en su día de descanso y para discutir las preferencias culinarias… ¡de Malfoy tan luego!

    oOo



    Harry había pensado que Malfoy se presentaría a una hora razonable pero ya eran las cuatro y todavía no había llegado. Se empezó a exasperar. Era irrazonable, incluso esa mañana se sentía arrepentido de haberlo citado. Pero ya empezaba a considerar que Malfoy no se molestaría en atender su solicitud y que tampoco había tenido la deferencia de comunicárselo con una lechuza. Era ofensivo.

    Y Kreacher se mostraba particularmente fastidioso también, de un lado al otro acomodando cosas que no necesitaban ser acomodadas porque todo ya estaba perfectamente ordenado. Aunque a esa hora las orejas se le empezaban a caer, probablemente él también se estaba decepcionando.

    No se lo preguntó, sin embargo, el elfo era propenso a los desvaríos, la mitad de las veces Harry no entendía lo que le quería decir. Cosas de la edad avanzada, seguramente, el elfo solía confundir con frecuencia pasado y presente. A veces hablaba de su idolatrada señora Black como si todavía estuviera viva. Harry sabía que iba a menudo a visitar el retrato en Grimmauld Place. Pero había sido siempre un sirviente leal, lo había seguido sin protestar a ese departamento muggle y había disimulado su desdén por esa chimenea que no funcionaba y por el tamaño de la vivienda, según su opinión muy pequeña para un mago de la grandeza de su amo. Aunque, para ser sincero, Harry no sabía si hubiera podido arreglárselas sin el elfo. Sabía que Hermione objetaba que lo tuviera, ella nunca había abandonado la cruzada pro elfos que había iniciado en la escuela. Pero Kreacher no quería que lo liberaran, más bien todo lo contrario. Y se mostraba muy complacido cada vez que su amo le demostraba su gratitud. Para levantarle el ánimo en ese instante dijo: –Hiciste un excelente trabajo al conseguirme los diarios, gracias.

    El rostro se le iluminó. –El amo había dicho que quería muchos y Kreacher se aseguró de que hubiera suficientes para las necesidades del amo. Kreacher puede traer más si hicieran falta.

    –No, son más que suficientes. –había traído muchísimos, Harry se había olvidado que El Profeta tenía dos ediciones, matutina y vespertina, Kreacher había traído las dos ediciones de los últimos seis meses, también números de otros periódicos de menor circulación, entre ellos El Puntilloso, del papá de Luna. Pensar en Luna lo hizo pensar en Neville y su abuela y en la razón por la que había pedido los diarios.

    No encontró un artículo de fondo que le explicara la proliferación reciente de tantas firmas de seguridad. Pero había mucho para mantenerlo ocupado mientras esperaba la llegada de Malfoy. No había algo preciso que pudiera identificar pero sí muchos indicios desparramados que lo iban poniendo crecientemente inquieto. El Profeta había publicado notas de todos y cada uno de los incidentes de ataques a magos. Habían sido todos brutales, los ladrones parecían deleitarse en aterrorizar a las víctimas. O al menos así lo presentaba Deborrah Manson la cronista de hechos policiales de El Profeta. Las torturas y humillaciones estaban descritas con escabrosa minuciosidad, o la periodista había presenciado más de un episodio directamente o tenía una muy vívida y tortuosa imaginación.

    Otra cosa que llamaba la atención era que prácticamente no había habido arrestos, ni siquiera de sospechosos. Era realmente sobrecogedor, la ola delictiva parecía imparable y los aurores no tenían ninguna pista.

    El Ministerio por su parte hacía constantes declaraciones. El ministro Thicknesse resaltaba en cuanta oportunidad tenía, la necesidad de vigilancia permanente en tiempos de tribulación como esos. Lo hacía con un tipo retórica que hubiera complacido mucho a tío Vernon, discursos llenos de términos como orden, disciplina y sacrificio. El número de aurores se había duplicado en los últimos años. En “respuesta a la demanda pública” el Departamento responsable de hacer cumplir las leyes mágicas había creado un cuerpo de aurores de élite. Ron le había comentado algo al respecto, actuaban como si estuvieran por encima del resto. Y en realidad estaban por encima del resto. A esta división independiente se le habían otorgado grandes poderes en muchos de los decretos que Pius Thicknesse había promulgado. Tenían atribuciones de hacer allanamientos en cualquier morada. Las garantías individuales no estaban aseguradas, cualquiera podía ser detenido durante días “para ser interrogado”. Aunque el Ministerio se preocupaba en asegurar que tales medidas se aplicarían sólo en casos extremos. Los Fidelius habían sido declarados ilegales como asimismo cualquier tipo de defensa que pudiera dificultar el ingreso del cuerpo especial de aurores a cualquier residencia.

    El Ministro insistía en que tales medidas era necesarias para “desatarles las manos”, para que pudieran “hacer todo lo necesario para detener la ola de malignos ataques a la sociedad mágica y al estilo de vida de la comunidad”. Por el modo en que lo formulaba parecía sugerir que podría tratarse de acciones de muggles. Lo cual era un despropósito, era claro que los delincuentes eran magos.

    –El amo parece alterado, –dijo Kreacher– quizá el amo haya estado leyendo demasiado.

    –Quizá, es mucha información para absorber de golpe en corto tiempo. –Harry se sacó los anteojos y se frotó el puente de la nariz; repitió una pregunta que ya le había hecho en múltiples oportunidades. –¿Y supongo que vos seguís sin acordarte de Voldemort?

    –Amo, yo sólo me acuerdo…

    –Sólo te acordás de lo que yo me acuerdo, sí Kreacher, ya lo sé. –era la respuesta que le daba siempre, y con el objeto de dejarlo conforme, el elfo nunca lo contradecía.

    –¿El amo gustaría una taza de té y algún bocadillo quizá?

    El elfo parecía tan contento, Harry maldijo a Malfoy de nuevo, ya eran las cinco y media. Tomó uno de los ejemplares de El Puntilloso. La cuestión de la seguridad también era el tema primordial de la publicación del señor Lovegood. Estaba poblado de artículos que destacaban las ventajas de las defensas naturales con pociones de preparación casera con ingredientes como claveles secos y mejorana. También daban tablas numerológicas minuciosas para determinar el día más propicio para encarar ciertas actividades precisas que podían encerrar riesgos. A diferencia de El Profeta se ubicaba además como vocero de disensión y órgano activista. Informaba sobre las manifestaciones de protesta, sobre las demandas legales entabladas por las víctimas de los robos en Gringotts y algo más que le llamó mucho la atención a Harry, un petitorio para cubrir la posición de profesor de Defensa contra las Artes Oscuras en Hogwarts, desde que Carrow había renunciado para dedicarse a actividades más lucrativas, el puesto estaba vacante.

    En ese momento golpearon a la puerta. ¿Malfoy? ¿Tan tarde?

    Kreacher lo había pensado así, apareció con un pop y se llevó todos los diarios. Lo único que dejó fue el ejemplar que Harry estaba leyendo, Harry lo depositó sobre la mesita y tomó la varita.

    Pasó rápidamente la varita por la puerta para revelar la imagen del visitante. Era ciertamente Malfoy, y no había cambiado mucho. Pero la nariz que había parecido demasiado puntiaguda y la mandíbula que había parecido demasiado afilada en el chico, le sentaban muy bien al hombre en el que se había convertido. El cabello era igual, rubio casi blanco pero lo llevaba más largo ahora. Los labios dibujaban una línea neutra en ese momento pero Harry sabía que apenas abriera la puerta se torcerían en una mueca desdeñosa. Pero lo había invitado para obtener algunas respuestas, no para reavivar viejos rencores y después de todo lo que había leído, las preguntas se habían multiplicado. Abrió la puerta.

    –Hola, Malfoy, es un gusto que hayas podido venir.

    Malfoy dibujó una casi media sonrisa en lugar de la mueca de desdén esperada. –Hola, Potter. –replicó poniéndole un acento algo cómico al nombre. No mostraba la falta de expresión de otras épocas, parecía divertido mientras le estudiaba el aspecto con una rápida mirada. Finalmente sonrió con picardía. –¿Me vas a invitar a entrar?

    –Eh… oh… sí – tartamudeó Harry algo avergonzado– Adelante… si querés sacarte el abrigo…

    Malfoy se lo quitó, era de cuero y quizá demasiado grueso para un día fresco de otoño pero el Slytherin siempre se había cuidado más de la elegancia que de la practicidad. Llevaba puesta una camisa holgada de seda negra y pantalones de impecable caída también negros. Cuando le pasó el abrigo, Harry notó los gemelos de plata, de exquisito diseño, grabados con una gran M.

    –Tomá asiento, por favor. ¿Puedo ofrecerte una taza de té?

    El huésped estaba muy ocupado examinando la habitación y no parecía haber advertido la pregunta. Harry se sintió raro, estaría catalogando sus posesiones y seguramente quedarían muy por debajo de su estándar. Harry sabía que carecía de estilo para vestirse y para la decoración. Se había rodeado de mucha cosas que había comprado durante sus viajes, algunas eran de valor pero en general eran objetos que le habían despertado intriga. Y como con la ropa, elegía el mobiliario apuntando a la comodidad y no a la estética. Eran muebles normales pero que no tendrían ni punto de comparación con los lujos de la Mansión Malfoy.

    Algo irritado, Harry llamó a Kreacher. Malfoy se sorprendió al ver aparecer al elfo. Harry repitió: –¿Té, Malfoy?

    –Sí, claro. Con gusto.

    Harry lo invitó a sentarse e hizo lo propio. –Podés traer el té, Kreacher.

    Kreacher hizo una reverencia y desapareció. –¿Tenés un elfo doméstico? –dijo Malfoy con tono asombrado. El ¿acá? no fue pronunciado pero estaba implícito. –Lo heredé de mi padrino. –explicó escuetamente Harry; en ese momento se materializó la bandeja a su lado, con el té y un plato con tarta de limón y tarta de gelatina. –¿Azúcar?

    –No, sólo un poco de leche.

    Le pasó la taza y un plato con una porción de tarta. Tenía la impresión de que el Slytherin se estaba riendo de él, aunque sólo había dibujado una sonrisa. Harry decidió no darle importancia, lo había invitado con un objetivo y a eso debía aplicarse.

    –Me alegra que vinieras. – dijo y agregó para sus adentros aunque ya son las seis y me tuviste esperando todo el día.

    –Bueno, ¿cómo hubiera podido resistir una invitación tan encantadora? –dijo Malfoy sarcástico. Sí definitivamente se estaba riendo de él, decidió Harry.

    –He estado leyendo sobre los ataques recientes… –se detuvo un instante, los ojos de Malfoy habían derivado hacia el ejemplar de El Puntilloso que reposaba en la mesita– …y me gustaría averiguar sobre los servicios de seguridad.

    Malfoy alzó las cejas. –¿Realmente querés instalar defensas en este lugar? ¿Para qué?

    Harry se erizó por la arrogancia del tono. Malfoy seguía siendo el mismo hijo de puta engreído, que despreciaba todo lo que Harry tenía o hacía. –¿Para qué? ¿Es que acaso no tengo nada que me puedan robar?

    –Un momento, Potter, no quiero que me malinterpretes –parecía sinceramente apenado, Harry dejó que se explicara– Tenés muchos objetos de valor aquí. Ese cofre encantado de Eslovenia vale una fortuna. Y ese grabado del grifo –siendo vos tenía que ser un grifo– parece del siglo XII. –Harry abrió desmesuradamente los ojos– Bueno, tampoco es para tanto, no es que te esté diciendo que me querría mudar acá.

    –No… no… claro. –dijo Harry, pero había sentido cierto orgullo de que Malfoy comentara sobre lo valioso de sus cosas– Estoy sorprendido de que sepas tanto.

    Malfoy encogió los hombros restándole importancia. –En el verano de quinto año mi madre me llevó a visitar todos los castillos de Francia. Tuve oportunidad de ver grifos como el tuyo en varios de ellos.

    Harry podía imaginarse por qué Narcissa Malfoy había decidido ese verano escapar de Gran Bretaña, con un marido preso en Azkaban y Voldemort respirándole en el cuello. –Entonces, ¿por qué razón no valdría la pena proteger todo esto?

    –Sí que vale la pena. –insistió Malfoy– Pero… en primer lugar, vos tenés un elfo…

    Harry frunció el ceño. –Tiene cientos de años, ¿te parece que les podría hacer frente a los asaltantes?

    Nuevo encogimiento de hombros. –Difícil de decirlo con certeza, Harry. No obstante, los elfos son poderosísimos, tienen capacidades sorprendentes.

    Quizá tan sorprendente como oír a Malfoy llamarlo por su nombre de pila. –Dijiste “en primer lugar”… ¿qué más?

    Malfoy soltó una corta carcajada y sacudió la cabeza. –Merlín, no puedo creer que esté tratando de disuadirte de que contrates servicios de seguridad. Padre me cortaría la cabeza… –lo miró a los ojos– ¿Vos entendés el mecanismo… cómo funcionan las defensas?

    –Sí, claro. –era cierto… en parte, era uno de los infinitos temas con los que se había atiborrado en esas últimas dos semanas de séptimo año. Malfoy movió ligeramente la mandíbula a un lado, un gesto que a Harry le recordó a Snape cuando esperaba una respuesta más elaborada– Es como un gran entramado de hilos encantados, permite que cualquiera pueda atravesarlo para salir, pero sólo algunos pueden entrar.

    Malfoy asintió a medias, la respuesta no lo había satisfecho del todo. –Así solían ser… pero yo he investigado mucho, he experimentado con pociones reductoras… en lugar de una red… tendrías que pensar más bien en una bolsa de alpillera… –entrecruzó los dedos para demostrarlo gráficamente– Las pociones compactan el entramado, las brechas entre los hilos se reduce al mínimo hasta casi desaparecer, la solidez de la defensa se magnifica.

    Harry estaba muy impresionado. Combinar encantamientos y pociones era algo muy complejo… y peligroso también. Pero le constaba que se obtenían resultados mágicos potentísimos. Si Malfoy había logrado algo así, significaba que era un mago mucho más poderoso de lo que Harry había supuesto.

    –Ahora hemos avanzado más incluso, las defensas se pliegan sobre sí mismas y vuelven a entretejerse… el resultado es de una solidez que nunca se había alcanzado hasta ahora.

    Eso concordaba con lo que había dicho Neville, las defensas que se reanudaban cuando se las cortaba. –¿Y por qué crees que no servirían en mi departamento?

    –Éste es un edificio muggle. –dijo Draco como si eso explicara todo. Pero cuando vio la confusión de la cara de Harry, prosiguió no sin cierto dejo de irritación: –Las defensas primarias se colocan en la puerta del edificio, siempre se hace así. Cuando alguien pisa el umbral, la defensa concentra la magia libre en el lugar protegido. Con las defensas antiguas se podía dejar flojo el entramado para que pudiera entrar un muggle, con las nuevas eso ya no es posible.

    Harry recordaba que siempre se le otorgaba mucha importancia a la cuestión de ingresos y egresos cuando se estudiaban las defensas. Nunca había entendido bien por qué… ahora lo empezaba a ver más claro. –¿Y que pasa con los squibs? ¿Cómo pueden atravesar las nuevas defensas?

    –Las defensas siempre quedan sujetas a la voluntad del creador. –explicó Malfoy como a un alumno no muy despierto– El creador puede conceder acceso a squibs, animales o muggles incluso. Pero en un edificio como éste con infinidad de personas entrando y saliendo todo el día… tendrías que conocer a todos los que lo habitan o visitan personalmente…

    –Pero seguramente vos ya has instalado defensas en otros edificios…

    –Sí, claro. Las Torres Fortuna hace poco. Pero todos sus habitantes son magos. Las defensas son la principal razón por la que los magos no viven en edificios muggles. Quizá deberías considerar la posibilidad de mudarte. De hecho me sorprende que vivas en un lugar como éste.

    –A mí me gusta acá. – replicó Harry defensivo– Quizá voy a tener que seguir el consejo de El Puntilloso y voy a tener que recurrir a claveles y mejorana.

    –Yo no los descartaría. Son ingredientes habituales en las pociones antirrobo más poderosas. –Malfoy se detuvo un momento como reflexionando, se acomodó una mecha de pelo detrás de la oreja. Harry lo miraba fascinado, era como si pudiera ver el proceso mental del cerebro del rubio en fragorosa actividad. –Creo que gracias a lo que dijiste, Harry… me has dado una gran idea…

    De golpe la mirada de Malfoy había adquirido un brillo especial… radiante. Harry sintió que el rubor le subía a las mejillas. Era una sensación extraña… que Malfoy fuera el que lo causara. Harry trató de ocultarlo con la taza de té, se la llevó a la altura de los labios y preguntó: –Entonces, si no estás acá para venderme un sistema de defensas, ¿por qué viniste?

    –Sinceramente, –dijo Malfoy levantando apenas una comisura y mirándolo directo a los ojos– supuse que me estabas invitando a salir.

    Harry se ahogó con el té, se le desorbitaron los ojos. Finalmente logró articular: –¡Qué?

    –Bueno… ¿qué otra cosa se suponía que pensara? –dijo Malfoy con cierto tono de disculpa– Pedías específicamente hablar conmigo. Yo no soy uno de los promotores que se encargan de ventas, no mandaste una lechuza a las oficinas sino directo a la Mansión. A propósito, no te imaginás lo encantado que quedó mi padre de que lo despertara una lechuza en la mitad de la noche.

    Todo era cierto. Harry se estremeció al pensar en Lucius leyendo la carta. Pero igual… –¿Pero por qué imaginarte que te estaba invitando a salir?

    Malfoy sonrió y no mostró indicio alguno de incomodidad –Supongo que tenía deseos de que fuera ésa la intención de la carta.

    Harry quedó boquiabierto unos segundos, cuando se recuperó alcanzó a hilvanar: –¿Y recibís una carta pidiendo información y asumís que te están invitando así por que sí?

    –No sería la primera vez. –dijo Draco, comisura en alto.

    Harry no sabía qué decir, la conversación estaba totalmente fuera de control. Finalmente se recompuso un poco y expresó: –Creeme, Malfoy, la carta no era para invitarte a salir.

    –Te creo. –dijo Malfoy, no parecía para nada molesto– Pero no creo que me hayas invitado para averiguar sobre la instalación de un sistema de seguridad.

    Y tenía razón.

    –Sentía curiosidad. Quería saber cómo funcionaban los sistemas de seguridad. –admitió Harry– Y es cierto… no tenía intenciones de comprar uno.

    –Es un alivio. –dijo Malfoy con una sonrisa– Quiere decir que no perdí una venta.

    Harry no pudo evitar sonreírle a su vez. Parecía increíble que éste fuera el mismo que lo había atormentado en la escuela, que se había disfrazado de dementor para aterrorizarlo, que había estado a punto de matar a Dumbledore. Parecía tan falto de malicia, y resultaba difícil creer que se tratara de una actuación. Respondió con igual candor: –No, no perdiste una venta. Pero tenía la esperanza de que me contaras algo de las otras empresas. Parece que hay muchísimas.

    –Ah si… ya veo. Algo así como conspirar contra la competencia, –dijo golpeando los dedos de las manos unos con otros frente así. –Sí… eso es algo que podría hacer… eso es algo que podría disfrutar hacer… con una condición.

    Acá viene. –pensó Harry– Un voto para guardar el secreto, probablemente. Si es eso creo que le puedo encontrar algún resquicio… casi siempre se puede. ¿Pero si es algo más serio… algo que tenga que ver con Voldemort? ¿Qué haría entonces? ¿Acaso podría llegar a ser una forma de probar lo que todos habían olvidado? –¿Cuál es la condición?

    –Que continuemos la discusión en un bar, con bebidas de por medio. –Malfoy rió al verle la expresión– Y bueno… si vos no me querés invitar a salir… tengo que tomar yo la iniciativa.

    –¿Unos tragos? –graznó Harry.

    –Y algo de comer también. Sinceramente, Potter… ¿tarta de gelatina? ¿Cuántos años tenés?¿Doce? –lo había dicho sin malicia, con el mismo tono risueño que Ron había usado cuando se enteró que Harry todavía seguía coleccionando tarjetas de magos.

    Pero no era lo mismo, éste era Draco Malfoy su enemigo de tantos años. ¿Y si lo estaba llevando a una emboscada? Aunque por otro lado Harry nunca había vivido de incógnito, si alguien hubiera querido atacarlo podría haberlo hecho infinidad de veces antes.

    Pero no estaba de más ser precavido.

    –De acuerdo, pero yo elijo el lugar.

    –Paranoico como siempre, –rió Malfoy– es bueno ver que hay algunas cosas que nunca cambian.

    Pero las cosas sí cambiaban, si no, ¿cómo se podría explicar que saliera de su departamento, codo a codo con su proverbial rival, rumbo a un bar para conversar tragos de por medio?

    oOo



    Nihil sub sole novum: Nada nuevo bajo el sol.
     
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