Arquitectos de la Memoria [HarryxDraco/NC-17] Capítulo 18: Memento vivere

Autora: Lilith/Traductor: Haroldo Alfaro

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    Capítulo 9
    In partibus fidelium



    –¡Millicent!

    La bruja que estaba mirando el maniquí de la vidriera dio vuelta toda su alta estatura al oír su nombre, pero no pudo identificar el origen del llamado.

    –¡Milli! ¡Acá enfrente!

    Una mujer menuda le hacía señas frenéticas desde la vereda opuesta. Millicent ahogó una exclamación cuando su amiga cruzó corriendo salvándose por centímetros de que la llevara un auto por delante.

    –Es una suerte que estemos a la puerta del hospital.

    –¡Oh Milli, dulce, no me regañes! Hacía siglos que no te veía, es el destino el que me ha traído aquí.

    –¿El destino, Pansy? ¿O las novedades en las vidrieras del centro?

    –Está bien, puede que tengas razón. ¡Pero mirá lo que encontré! –abrió la capa color lavanda y le enseñó el pañuelo de vibrante fucsia que adornaba su cuello– En lo de madame Malkin no se consiguen cosas así, los accesorios que vende son tan poco originales, ¿no te parece?

    –¿La verdad? No te sabría decir. –dijo encogiéndose de hombros, señaló el abrigo blanco que llevaba encima de la chaquetilla del hospital– Hace años que no me pongo más que esto.

    Pansy frunció la nariz. –No dudo que ser una sanadora es muy importante y que debe dar muchas satisfacciones. ¿Pero te parece que es para tanto?

    –No todas podemos ser tan superficiales como vos, Pansy, dulce, –acotó Millicent burlona– y sacar las manchas de sangre del algodón es más fácil que de la seda. –Pansy hizo una mueca de disgusto– Contame, –prosiguió Milli– ¿te fuiste de vacaciones?, ¡me perdí todo! Estuve en un curso en Estados Unidos.

    –¡Qué pena! Halloween es la fiesta que me gusta más. –suspiró Pansy– Pero esta última resultó más bien tranquila, por no decir aburrida. Mis padres viajaron a Carpathia y Draco… –revoleó los ojos.

    –¡Oh no! ¿Qué es lo que hizo ahora?

    –Está penando de amor, el pobrecito… desde que lo dejaron plantado. No pude ni siquiera convencerlo de que saliéramos juntos en Halloween.

    –¿Lo dejaron plantado? ¡Eso sí que es novedad! El que plantaba siempre era él.

    –¡Podés decirlo! Creo que ésta es la primera vez que le tocó llevar la peor parte. Y por más que le digo que tiene que superarlo… no hay caso… sigue penando por Ha…

    –Sanadora Bulstrode, la necesitan con urgencia en Admisión. Sanadora Bulstrode a Admisión.

    Los labios del maniquí de la vidriera no se habían movido pero tenía los ojos clavados en ella. Millicent le dio un rápido abrazo a su amiga. –Perdón, Pansy, me tengo que ir. Espero que nos volvamos a ver pronto.

    Sin esperar respuesta, dio un paso y cruzó el cristal hacia la amplia área de Admisión, fue derecho hasta el escritorio.

    –¿Qué es lo que tenemos aquí, Martin? – le preguntó al sanador que sostenía levitando una camilla con un paciente de más o menos su edad. A pesar de que parecía dormido estaba atado con múltiples correas– ¿Son realmente necesarias todas estas ataduras?

    –Así nos lo entregaron, llegó a través de la Mesa de Enlace Muggle. Estuvo dos semanas internado en St. Anne, sólo Merlín sabe todas las cosas que le habrán hecho. Es posible que le hayan dañado el cerebro, tu especialidad, Millicent.

    Ignoró la ironía, sacudió la mano delante de la cara del paciente, no hubo ninguna respuesta ni siquiera cuando le levantó los párpados y espió los ojos verdes, parecían sin vida. En realidad, estaba tan quieto que consideró preciso asentarle la palma sobre el pecho para comprobar que el corazón seguía latiendo.

    –Gracias, Martin. Yo me encargo a partir de acá.

    –Por supuesto. –Martin le pasó un anotador con los datos del paciente, Millicent recorrió rápidamente las hojas.

    –Ah, me olvidaba. –dijo Martin antes de irse– Tiene que ver con todo tu pabellón de “sobrevivientes de guerra”. –Millicent asintió. El sexto piso se mantenía secreto para el público general, pero todo el personal del hospital estaba al tanto de su existencia. –Viste que todos ellos mencionan a ese sujeto… Harry Potter. Bueno… mirá acá, –dijo señalando una línea del informe– este tipo dice que él es Harry Potter.

    oOo



    Harry reconoció enseguida el olor característico del hospital de magos: grosellas rojas ácidas y chocolate amargo. A los que se sumaba una frescura artificial propia del uso frecuente de Scourgify. Debería haber sentido alivio después de dos semanas rodeado de enfermeras cargosas en un hospital muggle que apestaba a desinfectante. Pero las ataduras mágicas que le amarraban las manos borraron cualquier sensación de confort que pudiera haber sentido.

    –¡Hola! –les gritó a las sombras que se movían del otro lado del biombo– ¡Sáquenme de acá!

    Casi de inmediato se asomó una enfermera. –Ah que bien, ya estás despierto, querido. Vas a necesitar los anteojos, ¿no? –los tomó de la mesa de luz y se los calzó– Así está mejor, voy a avisarle a la sanadora Bulstrode que ya te despertaste.

    Harry miró alrededor, no había mucho para ver. La cama estaba cercada por biombos, la pared de atrás y el techo tenían un aspecto deslucido y deprimente. Obviamente estaba en St. Mungo, ¿pero por qué?

    Antes de que pudiera considerar la pregunta entró una bruja alta con un anotador, sonreía ampliamente. –Harry, es un gusto tenerte de vuelta con nosotros.

    Harry entrecerró los ojos estudiándola. Estaba acostumbrado a los sanadores fingiendo familiaridad con los pacientes pero esta bruja en particular le resultaba conocida. –¿Te conozco?

    –De la escuela, –se acercó a la cama sonriendo– estuvimos juntos en las clases de Pociones durante varios años. Soy Millicent Bulstrode. Soy sanadora. Estás en St. Mungo, Harry, ¿te acordás cómo fue que llegaste acá?

    –En realidad, no. –Harry sacudió la cabeza– Sé que estuve en un hospital muggle, me daban un montón de cosas para hacerme dormir…

    Millicent asintió y bajó la vista al anotador. –Así es, parece que creían que podías ser peligroso. –frunció el ceño mientras leía– ¿Te acordás de haber atacado a una nena?

    –¡No! –exclamó sorprendido– ¡Nunca haría una cosa así!

    –Bueno… los informes de los muggles raramente son exactos. –Millicent dejó el anotador a un lado y sacó la varita– Y creo que ésas ya no hacen falta –hizo desaparecer las ligaduras mágicas– Lamento que hayamos tenido que dejarlas tanto tiempo, es una cuestión de procedimiento. No queremos que nadie salga lastimado.

    –Entiendo. –murmuró Harry frotándose las muñecas– ¿Cómo llegué acá?

    –La Mesa de Enlace con los Muggles fue la que te ubicó. Tenemos un acuerdo para el intercambio de pacientes. A veces les mandamos squibs que no podemos tratar y ellos nos mandan a las personas mágicas que ocasionalmente les llegan. Generalmente no toma tanto tiempo, pero todo indica que vos fuiste muy poco comunicativo. ¿Te acordás de lo que pasó?

    Inclinó ligeramente la cabeza a un costado, un gesto que a Harry le recordó en cierta forma del tiempo cuando la había conocido en la escuela. Había sido una forma de invitarlo a que hablara pero Harry recordó a la chica de rostro ancho mirando con mala cara a los Gryffindor por encima de su caldero y recordó a… Draco. Se estremeció. Había alguna razón por la que se suponía que no debía pensar en Draco… algo que se suponía que no pensara de Draco…

    –Te acordás de algo, Harry, ¿no?

    Sí que se acordaba. Se acordaba de un dolor atroz en la cicatriz de la frente, que se le extendía a todo cuerpo; de los ojos rojos malignos; de la voz empalagosa. Se acordaba de Sally que le había confiado sus memorias, recuerdos coincidentes con los suyos. Se acordaba de unas palabras susurradas, en voz tan baja que quizá no habían sido pronunciadas, que le aseguraban que no estaba loco. Pero no podía decirle todo eso. Había soportado años de marginación por sus recuerdos, no podía volver a pasar por todo eso.

    Y peor aun. ¿Qué podía decirle a esa Slytherin si, como temía, Voldemort había vuelto? ¿Acaso ella no lo entregaría directamente al Señor Oscuro?

    –Sólo recuerdo que me desmayé. –mintió– Me mareé en el ómnibus, a veces pasa, me debo haber parado de golpe. Pero ya me siento mucho mejor. Quisiera volver a casa.

    Madame Bulstrode negó con la cabeza. –Lo siento, pero eso no es posible. Sólo podríamos cederte en custodia a una persona autorizada.

    –¿A una persona autorizada? ¿Quiénes están autorizados?

    –Es algo que no puedo decirte, lo lamento. Las personas autorizadas saben quiénes son, vendrían a buscarte si correspondiera.

    Harry se incorporó sobre la cama. –¡No pueden retenerme en contra de mi voluntad!

    –Me temo que sí podemos. De acuerdo al decreto ministerial 893: En St. Mungo se alojarán todos aquellos que por acción o convicción pudieran constituirse en una amenaza para el orden general o la seguridad de la comunidad.

    –¡Eso es ridículo! –vociferó Harry– ¡Yo no soy un peligro! ¡Trabajo en una tienda de mascotas!

    –Por favor, calmate, –Millicent había sacado de nuevo la varita– no quiero tener que poner las ataduras otra vez, pero lo voy a hacer si me viera obligada.

    Harry se palpó el piyama y luego dirigió los ojos a la mesita lateral.

    –¿Estás buscando tu varita?

    Asintió con expresión de desamparo.

    –Ésa fue otra de las razones de la demora, no llevabas una varita encima. Es una de las primeras cosas que los muggles notan. Pero aun en el caso de que hubieras tenido una, no podrías disponer de ella, la magia está estrictamente prohibida en el sexto piso. –le palmeó el hombro con suavidad– No te preocupes, ya te vas a acostumbrar, todos terminan acostumbrándose… y aquí te vamos a tratar bien… ahora si te parece bien, me gustaría que te unieras a los demás en el salón comedor. Están por servir el almuerzo. En el baño hay un armario donde encontrarás mudas limpias para cambiarte.

    –Esperá, ¿dijiste sexto piso? Pero acá no hay sexto piso…

    –Oh sí, Harry, sí que lo hay.

    Con un movimiento de varita, Madame Bulstrode hizo desvanecer los biombos de alrededor de la cama. Estaba en el pabellón más grande que recordara haber visto jamás, por lo menos cuatro veces más extenso que el pabellón donde había estado internado el señor Weasley; debía de haber unas cincuenta camas, algunas estaban ocupadas, algunas pocas estaban bien arregladas pero la mayoría estaba sin tender.

    –Sé que al principio puede resultar un poco abrumador, –dijo comprensiva– es posible que te tome un cierto tiempo acostumbrarte, pero todos aquí son muy amables y amistosos… y te puedo asegurar que van a estar encantados de verte. –sonrió misteriosa por un segundo, pero enseguida recuperó la compostura profesional. –Te dejo entonces. Los baños están en el pasillo de la izquierda y al lado está el comedor, al final del pasillo está el pabellón de mujeres, el acceso allí está prohibido para los pacientes masculinos. Y si llegaras a necesitar algo, Harry, cualquier cosa, no dudes en pedírnoslo. –sonrió una vez más y se retiró.

    Harry consideró por un instante volverse a acostar y taparse hasta arriba con las mantas pero el estómago se le quejaba de hambre. Se levantó, se calzó unas pantuflas que había junto a la cama y enfiló a la puerta que decía “Magos”. Había una larga hilera de lavabos, en el fondo un espejo de cuerpo entero. Del otro lado estaban las duchas y los retretes y un armario grande con gran cantidad de piyamas de franela gris iguales al que tenía puesto. Al igual que en el pabellón, ahí en el baño tampoco había ventanas. La luz parecía emanar del techo pintado de color beige, le confería al recinto el aire de un día de invierno de cielo cubierto.

    Se cambió, el nuevo piyama estaba limpio pero muy arrugado, se contempló en el espejo, tenía una traza deplorable. Es una suerte que Draco no pueda verme con esta pinta, pensó sonriendo distraído al contemplar su reflejo. ¡Draco! –las rodillas se le aflojaron al acordarse, tuvo que sostenerse de uno de los lavabos de porcelana– ¡Qué estará pensando que me pasó!

    Había estado desaparecido una semana o más, Draco debía de estar buscándolo. El Slytherin tenía determinación y era muy inteligente. No demoraría en localizarlo y lo sacaría de ahí.

    Excepto que pensara que se había ido por propia determinación. Pero seguramente no podía pensar algo así, que había decidido escaparse de él otra vez.

    No, pensó para darse ánimos, esa etapa ya la habíamos superado, Draco va a venir. Y Hermione y Ron, ellos también debían de estar muy preocupados. Vendrían a buscarlo.

    Y sin embargo se sentía invadido por un sentimiento de pánico. Se sentó en el suelo y envolvió las piernas con los brazos, apretadas contra el pecho. –Pensá con sensatez, –se dijo en voz alta– debe de haber alguna forma de hacerle llegar un mensaje a alguien.

    –Oh… te puedo asegurar que no.

    La voz de tono muy animado lo hizo sobresaltar. Un hombre lo estaba observando, tenía el rostro arrugado pero lo ojos le brillaban, llenos de vida.

    –¿Quién es Ud?

    El hombre hizo una elaborada reverencia. –Silas Feathersome, servidor. Y Ud. joven debe de ser nuevo. ¡El primero que llega desde hace casi seis meses!

    Harry asintió con expresión de desamparo. –¿Qué es este lugar?

    –Éste es el lugar de los olvidados, el lugar para aquellos que nunca se olvidaron. – dijo sentándose a su lado con una agilidad sorprendente para su edad– También conocido como Pabellón de víctimas mentales de catástrofes naturales de St. Mungo, aunque nunca vas escuchar que lo llamen así porque nadie sabe que estamos acá. Victimas mentales, no es precisamente una denominación acertada. Sin embargo…

    No continuó con lo que estaba diciendo, parecía haberse quedado fascinado por los dedos de los pies, los movía hacía adelante y atrás, los llevaba enfundados en medias que tenían en la punta listas de diez colores distintos.

    Algo vacilante por sacarlo de sus divagaciones, Harry preguntó: –¿Ha estado acá por mucho tiempo, señor Feathersome?

    –Podés llamarme Silas, muchacho, aquí somos todos amigos. Tenemos que serlo, somos todo lo que tenemos. Y sí, llegué muy poco después del así llamado desastre natural, pero al que nosotros le decimos, la Noche en que Ya Sabés Quién fue vencido.

    –¡Ya Sabés Quién! –exclamó Harry– ¿Querés decir Voldemort?

    Silas se esquivó a un lado como si las palabras lo hubiesen quemado. –Puede que Ya Sabés Quién se haya ido, pero a casi nadie le gusta llamarlo así.

    Harry se llevó la mano a la cicatriz y recordó el momento en que se había reencendido después de tantos años. –Entonces, ¿todos ustedes están encerrados porque se acuerdan de lo que pasó?

    –Precisamente. Para mantener el orden general y la seguridad de la comunidad mágica. –no parecía perturbarlo el pronunciamiento, más bien había sonado orgulloso. Quizá tantos años encerrado en ese pabellón habían dejado su huella de daño en el cerebro.

    –¿Y todos están encerrados acá desde hace cinco años?

    –¿Todos? No… claro que no. Al principio éramos un puñado, podían contarnos con los dedos de las manos. –y le agitó los dedos delante de la cara como para graficar. –Nos habían puesto en el ala de pacientes dañados por hechizos. Incluso hicieron todo lo posible para curarnos, –sacudió la cabeza y soltó un a carcajada corta– pero estábamos más allá de cualquier posibilidad de curación.

    –¿Y nunca nadie trató de escaparse?

    –Por supuesto, en unas pocas ocasiones. Yo mismo me fugué una vez y volví a Dingwall. Había pensado que mi querida esposa se alegraría de verme, pero lo primero que hizo fue llamar al hospital, para cuando quise acordar ya me habían traído de vuelta. ¡Oh Celia! Cómo extraño a esa vieja bruja… –suspiró con añoranza– Tenía el pelo negro como el carbón y se lo ataba hacia atrás con una cinta roja y dorada.

    –¿Era Gryffindor?

    –Sí que lo era, y la bruja más encantadora de toda la escuela. No cabía en mí de felicidad cuando se decidió a darle la hora a este viejo Hufflepuff.

    Harry sonrió y lo miró con lástima. –¿Y por qué te mandó de vuelta?

    –Dijo que era por mi propio bien… eso dijo. Pero claro, eso fue en la época en que los sanadores todavía seguían convencidos de que podían curarnos. Prometían que nos aclararían la mente y que luego nos mandarían a casa. Pero no le aclararon la mente a ninguno y cada vez iban llegando más. Y llegó el momento en que ya éramos demasiados para el pabellón de abajo y nos trasladaron acá arriba. Eso fue hace unos tres años.

    Tenía sentido, reflexionó Harry. El Obliviate que habían usado era mucho más potente e insidioso que cualquiera de los que había investigado en los libros. Pero no había sido lo suficientemente potente, y algunas personas no habían sido afectadas. Y con el tiempo los efectos del hechizo se fueron debilitando y las memorias le fueron volviendo a más gente. Pero así y todo, seguía preguntándose por qué no habían vuelto a renovar el hechizo.

    Silas se había vuelto hacia él y lo estaba escrutando escrupulosamente. –Y ahora vos has venido a reunírtenos, y nos traés noticias del exterior. Será mejor que vayamos para que conozcas a los demás. –se puso de pie de un salto sorprendiendo una vez más a Harry con su agilidad. Con la gruesa melena gris, esas medias delirantes y todas las boludeces que decía lo hacía acordar de Dumbledore. –Creo que vas a ser muy popular… perdón muchacho, ¿cómo dijiste que te llamabas?

    –Creo que no lo había mencionado. –en realidad no estaba seguro de tener ánimo para conocer gente nueva– Soy Harry Potter.

    Durante años su nombre no había suscitado ninguna reacción particular. Se había acostumbrado al anonimato. Ya había olvidado lo que se sentía al ser reconocido por extraños. Todo eso le volvió de golpe.

    –¡Harry Potter! –exclamó Silas. Lo tomó de un hombro y lo llevó a la rastra hasta el gran recinto. –¡Atención todos! ¡Miren! ¡El Niño Que Sobrevivió!

    oOo



    Harry nunca se había sentido cómodo con la fama. Y la fama lo acompañó de manera constante todos esos primeros días en el Pabellón de víctimas mentales de catástrofes naturales de St. Mungo. Todos querían conocerlo, examinarle la cicatriz, mirar a los ojos al Niño Héroe. Y todos conocían la historia de su vida, o al menos creían que la conocían. Una bruja marchita de cabellos azules quiso saber sobre los solícitos parientes muggles que lo habían acogido tras la muerte de sus padres. Un mago, cuya aspereza le recordó a Snape, lo conminó a que se sacara la careta y que confesara que su intención siempre había sido vencer a Ya Sabés Quién para convertirse él mismo en el líder de los mortífagos. Y Olive y Hester, dos brujas jóvenes que creía recordar vagamente de la escuela, lo acorralaron y le rogaron que les contara todo sobre su romance con Hermione. Y todo indicaba que cada uno de los ochenta y ocho internados tenía una versión diferente de la batalla de Hogwarts.

    Incluyendo una versión que no se hubiera esperado.

    – Tendríamos que matarte entre todos, Potter.

    Gregory Goyle había cambiado muy poco desde Hogwarts. Ciertamente estaba más flaco –la comida en el hospital, si bien sana, no era tan suculenta como había sido la de Hogwarts– pero la maldad seguía brillando en sus ojos profundos y el resentimiento con que lo miraba era más acerbo que nunca.

    –Según recuerdo, trataste. –replicó y agregó con una sonrisa pícara: –Y lo hubieras hecho si Draco no te lo hubiera impedido.

    Goyle entrecerró los ojos hasta que no fueron más que ranuras, quizá por malicia, quizá por confusión, Harry no estaba seguro. –Vos arruinaste todo, Potter. Después que murieras estaba planeado que yo tomara la Marca. Mi padre ya lo había arreglado. Y vos fuiste y arruinaste todo.

    –Sí, Goyle. Perdón por no haber muerto para que vos pudieras convertirte en un sapo con cerebro de pajarito. –replicó Harry y se afirmó en su posición cuando el Slytherin empezó a acercársele. Ya no le llevaba tanta altura como en la escuela pero seguía teniendo un aspecto muy amenazador. –¿Sabés qué? Deberías estar agradeciéndomelo en lugar de recriminarme.

    –¿Agradeciéndotelo? –el grueso cuello estaba rojo de furia– Es por tu culpa que estamos encerrados acá, Potter. No sé bien qué fue lo que hiciste pero por tu culpa todo se fue al carajo. Y todos los que estamos prisioneros acá tenemos que agradecértelo.

    Harry pudo sentirle el aliento en la cara, hizo una mueca de disgusto, al parecer la higiene no era una de las principales prioridades del Slytherin. –¡Pero por qué no te vas a cagar, Goyle! Yo no tengo la culpa de nada.

    –Sos un mentiroso, Potter. Todo esto es tu culpa, tuya y de esa sangresucia. Y cuando descubra lo que hiciste… –no concluyó la amenaza pero se frotó los nudillos de manera más que elocuente. Se alejó a grandes pasos dejando atrás a un Harry confundido y consternado.

    No era que tuviera miedo de que pudiera atacarlo, Goyle seguía siendo el mismo pelotudo sin cerebro de la escuela e incluso ahora la diferencia de tamaño no era tan grande, Harry estaba seguro de que podría defenderse bien si lo agarraba a puños. Lo que lo molestaba era que estuviera tan seguro de que la culpa de todo era de él. Por muchos años había estado convencido que el único afectado por lo que había pasado había sido él. Ahora descubría que había ochenta siete personas cuyas vidas habían sido terriblemente afectadas. Y seguramente habría muchos más como Sally, libres, pero con miedo de que los pudieran signar como locos en cualquier momento.

    ¿Y si él había sido el responsable? Empezó a estrujarse el cerebro para recordar cada pequeño detalle, todo lo que había pasado esa noche hasta que había ido a entregarse a Voldemort. No era tarea fácil, porque ya habían pasado cinco años. Pero estaba casi seguro de que no había hecho nada para que se detonara un hechizo de tal magnitud como el que había afectado a tantas personas.

    Y sin embargo no podía liberarse del todo de ese sentimiento, de que de alguna forma podía haber estado relacionado con lo que había pasado.

    De los demás ninguno lo culpaba. Silas tenía razón en lo que le había dicho. Allí todos eran amigos, Harry sospechaba que con el canto del gallo los ponían a todos bajo un encantamiento para animarlos y mejorarles el humor. Como todos los demás internos, Harry se levantaba siempre con renovada sensación de optimismo. Y notaba que no se sentía tan molesto de estar prisionero, no tanto como hubiera sido lógico. Debía recordarse con frecuencia que tenía que buscar una forma de escapar. Pero cada vez se iba metiendo más en la vida rutinaria de todos los demás pacientes: reuniones con un sanador para conversar sobre cómo se iba socializando, juegos que organizaban los auxiliares, lectura de libros de la biblioteca disponible, la mayoría eran novelas muggles de bolsillo.

    Las noches eran diferentes, a pesar del encantamiento que les ponían para hacerlos dormir, no pasaba una noche durante la cual no lo despertaran sueños muy perturbadores, más perturbadores que cualquiera de los que recordara. Voldemort era el protagonista de casi todos. A veces con los rasgos de reptil que lo habían espantado en el duelo del cementerio. A veces con el aspecto del joven Tom Riddle, que conjugaba inocencia y malicia. Y a veces sin rasgo alguno, excepto los ojos rojos, ésas eran las veces que Harry se despertaba más aterrorizado.

    Pero en ocasiones, Harry no estaba solo, entretejida entre sus pesadillas encontraba a otra alma fulgurando a la luz de la luna. En sus sueños, Draco estaba de su lado, tendiéndole una mano para sacarlo del abismo, escondiéndolo bajo su capa cuando Voldemort lo perseguía, volando junto a él cuando escapaba ascendiendo y perdiéndose en el aire. Pero Draco nunca se escapaba con él, después de unos momentos de alivio Harry comprobaba que estaba solo, su amante se había ido.

    Cuando se despertaba por unos de esos sueños, ya no podía volver a dormirse. Daba vueltas en la cama hasta la mañana pensando, tratando de idear una forma de escapar.

    oOo



    –¿Nos vamos hoy, Harry? –bromeó Silas como todas las mañanas cuando pasó a su lado durante el desayuno.

    –Podría ser, Silas, podría ser… si no estás demasiado ocupado jugando a las damas.

    Pasaron los días y las semanas y para cuando quiso acordar se cumplió su primer mes en St. Mungo. Durante ese lapso no fue admitido ningún paciente nuevo. Harry estaba hambriento de noticias del mundo exterior. Por eso el día que una auxiliar descuidada se dejó olvidado parte de un ejemplar de El Profeta fue como una fiesta nacional. Una fiesta nacional que debía festejarse en secreto. Harry estuvo inquieto todo el día, nervioso de que el personal se diera cuenta de la razón por la que todo el pabellón parecía tan agitado. Pero nadie notó nada, todos fueron a acostarse como chicos en víspera de Navidad.

    Harry luchó contra el encantamiento de sueño que les ponían todas las noches. Cuando todos los enfermeros se hubieron retirado, todos se levantaron y fueron a los baños; las mujeres ya los estaban esperando allí, Callandra Osgoode la más vieja de las pacientes tenía las ansiadas páginas en la mano. Pero no habló hasta que todos los murmullos se acallaron.

    –Sé que están todos muy expectantes por este regalo inesperado, recuerden agradecérselo a Penélope Legott la próxima vez que la vean. Tenemos cuatro hojas, las dos de adelante y las dos de atrás. Las dividiremos, Silas tomará dos para los hombres y nosotras nos quedaremos con las otras dos. Cuando hayamos terminado, cambiaremos. ¿Entendido?

    Hizo una pausa dramática y el recinto murmuró su acuerdo.

    –Es el diario de ayer, 5 de diciembre; tenemos toda la noche, pero somos muchos, por favor sean todos muy amables y pacientes.

    –Gracias Callandra. –dijo Silas y tomó las dos hojas– Síganme todos, muchachos.

    Los hombres fueron al baño de magos.

    –Noticias, noticias, noticias… –canturreaba Silas, todos se fueron sentando en el suelo alrededor de él. –Ya conocen el procedimiento. Yo leo un artículo en voz alta y luego se lo paso a otro. Hay que hacer todo rápido para que las noticias sigan siendo nuevas. –sacudió el arco iris de los dedos de los pies– Bien… tenemos la página de la portada y quidditch en la última, ¿qué quieren primero?

    –¡Quidditch!

    El clamor susurrado había sido general y también fueron generales las risas que siguieron. Harry sabía que él no era el único que se sentía algo mareado. El campeonato británico había concluido semanas antes y en circunstancias normales poco le habría importado la victoria del equipo argentino sobre los brasileños. Pero él al igual que todos escuchaba fascinado y memorizaba hasta el mínimo detalle sobre jugadores que desconocía por completo y sobre los que nunca iba a saber de nuevo en el futuro.

    Silas le pasó las hojas a Robert Coopersmith, quien leyó una breve reseña de Rita Skeeter sobre Ludo Bagman, mostró con las hojas en alto la foto animada del jugador discutiendo con el director técnico del equipo. Benedict Falls fue el siguiente, hubo algunas risas cuando leyó el pronóstico del tiempo. Luego le tocó a Samir Verma, pasó a la portada y leyó una crónica policial de Deborrah Manson.

    Harry siempre había odiado el sensacionalismo de El Profeta, la periodista lograba trasmitir tensión y miedo a pesar de que la ola de delitos había disminuido. Ella lo atribuía a la diligente acción de la Guardia de Aurores. Hubo varias protestas –¡Pajeros! ¡Canas de mierda!– entre los hombres, muchos de ellos habían sido traídos por miembros de la Guardia.

    Ambrose Garibaldi recibió las hojas seguidamente, pero se disculpó porque no tenía los anteojos y se las pasó a Harry.

    Un titular le capturó la atención: “El Ojo ha sido completado: el Ministro nos guía hacia una nueva era de seguridad”. Había una foto de Thicknesse dándoles la mano a cinco aurores. “El Ministro felicita a la Guardia de Aurores por un trabajo bien cumplido”, decía la leyenda. Harry se aclaró la garganta y comenzó a leer en voz alta:

    “Brujas y magos podrán dormir tranquilos esta noche.”, prometió el ministro Thicknesse al anunciar que el proyecto para instaurar el sistema de seguridad más avanzado del mundo había sido coronado con el éxito, “Gracias al invaluable aporte de la comunidad y a la colaboración de empresas como Seguridad Salus…” –Harry titubeó un instante– … de empresas como Seguridad Salus, la comunidad mágica de Gran Bretaña dispone ahora de lo último y más logrado en protección a través de la Guardia de Aurores…

    –¡Los putos aurores de nuevo! –interrumpió una voz de entre los reunidos, pero ésa no fue la causa principal de que Harry dejara de leer. Fue el último segundo de la secuencia animada de la foto, el ministro se hacía a un lado y por un instante una imagen se hacía visible, mirando a la cámara con una tan conocida mueca de desprecio… Harry quedó sin aliento.

    Lo logró entonces, –reflexionó Harry mientras esperaba que la secuencia se repitiera– pudo resolver el misterio del hechizo. Y si por un lado sentía un gran temor por el poder que eso le confería a los aurores, por otro no podía sino sentirse tremendamente orgulloso por Draco.

    Cuando el gesto de desprecio volvió a aparecer en la imagen, Harry sonrió bobalicón. –¿Qué pasa, Potter? –demandó Goyle– ¿Te olvidaste de cómo se lee?

    –¿Qué pasa, hijo?, ¿los kneazels te comieron la lengua? –intervino Silas– Si preferís que alguien más continúe con la lectura…

    Pero Harry aferró las hojas con fuerza. –No, no… yo puedo seguir. –retomó donde había quedado y siguió leyendo sin prestar demasiada atención a las palabras, no eran más que el discurso de circunstancia del ministro, pero lo fue leyendo muy lentamente, así pudo ojear en varias oportunidades el rostro de Draco.

    Cuando terminó, le pasó las hojas a Tommy Tuttle. Pero no escuchó nada del siguiente artículo. Pensaba en Draco. ¿A quién iba dirigida esa mirada seria y hostil? ¿Al fotógrafo? ¿A los aurores? ¿Había descubierto al que había puesto el hechizo en la red originalmente? ¿Le habría resultado muy difícil resolver el problema? ¿Lucía exhausto o sólo le parecía así a Harry?

    Una vez que hubieron leído todo, Silas fue a cambiar por las otras hojas. Muchos empezaron a conversar entre ellos, en otra ocasión a Harry le hubiera gustado unirse a la charla, pero en ese momento prefirió ir a sentarse solo a un rincón. En su cabeza seguía reproduciéndose sin cesar la secuencia animada.

    La segunda parte de la lectura se pareció mucho a la primera, casi todos leyeron algo, incluso Goyle; le tocó una breve reseña sobre la manufactura de escobas.

    –Excelente trabajo todos, –los felicitó Silas– y ahora todos a la cama, que ya falta poco para que cante el gallo.

    De a poco se fueron levantando y fueron saliendo entre bostezos. Harry se acercó a Silas, quería preguntarle si podía guardarse la foto en la que aparecía Draco. Pero al llegar junto a él observó que extendía un dedo y hacía brotar chispas por la punta, las hojas de papel se prendieron fuego y segundos después quedaron carbonizadas. –Parece que todavía me quedan algunos trucos –dijo con un guiño a Harry.

    –¿Por qué las quemaste? – quiso saber Harry entre espantado y decepcionado.

    –No podemos arriesgarnos a que nos descubran, muchacho. –tiró los restos quemados en el inodoro– Así como están las cosas encontramos un diario de vez en cuando, pero si se dieran cuenta, tendrían más cuidado y ya podríamos ir despidiendo de encontrar otro.

    –Supongo que tenés razón. –dijo Harry y salió corriendo atropellando a su paso a los últimos rezagados, quería llegar hasta Callandra antes de que quemara las hojas. Entró en el baño de las mujeres, Olive estaba leyendo el artículo de quidditch.

    –¿Necesitás algo, Harry? – el tono no era particularmente solícito y varias de las presentes lo miraron con mala cara.

    –Necesito ver la primera página de nuevo. Cuando ustedes hayan terminado, quiero decir… Por favor, no la destruya.

    La desesperación debía de habérsele colado en el tono. –Te la llevaré cuando hayamos terminado.

    Harry se quedó esperando en el pasillo caminando de un lado al otro hasta que concluyó la lectura y las mujeres volvieron a su pabellón.

    –No debería tener que recordarte que no podés quedártelo.

    –Lo sé pero… – señaló la foto– es que tenía que verlo de nuevo.

    –¿Es alguien especial para vos? –preguntó Callandra, el tono se le había dulcificado.

    –Muy especial. ¿Me la podría quedar un rato? Prometo destruirla antes de la mañana.

    Callandra consideró el pedido. –Está bien, hasta el canto del gallo, pero… –advirtió– …no vayas a hacer que me arrepienta.

    –No, te lo aseguro.

    Harry volvió al baño de hombres y se sentó a mirar la fotografía. Contempló la secuencia más de cien veces. Pero había algo que la escena no podía decirle. ¿Dónde reposaban las lealtades de Draco?

    La fascinación que ejercía la imagen sobre él era parecida a la del espejo de Oesed, se le ocurrió. Se hubiera quedado mirándola eternamente, igual que esa noche frente al espejo contemplando a sus padres, la noche en que Dumbledore le había advertido que no había que perderse en sueños y olvidarse de vivir.

    Fue entonces que se le ocurrió una idea. Volvió al pabellón de hombres y fue hasta la cama de Goyle.

    –Goyle, despertate. –susurró sacudiéndolo con fuerza.

    –No, ma… dejame seguir durmiendo.

    –No soy tu mamá, soy Harry. Potter. –dijo tironeándole las mantas– Levantate.

    –¿Qué carajo querés, Potter! –gruñó.

    –Tengo algo que mostrarte, vení.

    Rezongando lo siguió. Cuando llegaron al baño, los párpados ya se le cerraban de sueño. Los abrió grandes cuando Harry le puso la foto enfrente.

    –Quería que vieras esto.

    –¿Qué…? ¿Por qué tenés una foto de Dick y Al?

    –¿Quiénes?

    –Dick Warrrington y Al Montague. Iban un año antes que nosotros. –dijo Goyle exasperado señalando a dos de los de la Guardia de Aurores– Claro que seguro que vos no te acordás, Potter. Estaban en Slytherin, no lo suficientemente buenos para vos y todos los otros Gryffindors.

    Harry miró la escena, le resultaban muy vagamente conocidos. En ese momento apareció la imagen de Draco. –Esto… esto es lo que quería que… ¡ay ya se fue…!

    –¿A que estás jugando, Potter?

    –A nada… –puso un dedo en un punto– …mirá unos segundos acá.

    –¿Draco?

    –Draco. –confirmó Harry con una sonrisa.

    Goyle asintió y siguió observando otro ciclo hasta poder verlo otra vez. –¿Por qué me estás mostrando esto?

    –Se me ocurrió que querrías verlo. Sé que es importante para vos.

    –Era… era mi único amigo… después de que… –le dirigió una mirada hostil– ¿Qué estás haciendo con esto?, Draco te desprecia, Potter.

    Harry negó con la cabeza. –Ya no. Nos hicimos amigos. Muy buenos amigos.

    Goyle se quedó mirando la foto. Luego de varios ciclos una expresión de horror se le dibujó en la cara, si bien no era de los más sagaces había comprendido. –¿Draco y… vos?’ –dijo sin ocultar el asco.

    –Me temo que sí. –admitió Harry– Draco es la principal razón por la que me quiero escapar.

    Harry imaginaba lo que podía estar pensando, pero quizá se equivocaba, Goyle había estado prisionero allí durante cinco años, era poco lo que sabía del hombre en que Draco se había transformado. Harry creyó conveniente contarle algo al menos. –Le va bien. Vive en Greenwich y junto con su padre maneja una compañía. Se ha transformado en un hombre de negocios, le gusta lo que hace y es muy bueno en su trabajo. Todavía sale a volar cuando tiene algo de tiempo… y sabe manejar la escoba como pocos. –A Harry le gustaba hablar de su novio de esa forma, sonrió– A veces sigue siendo el mismo pelotudo engreído de la escuela pero igual creo que es el mago más brillante de entre los vivos.

    –Es lo que siempre pensé, –dijo Goyle– de no haber sido por él me hubieran expulsado, nunca hubiera podido pasar los exámenes.

    Luego de una larga pausa continuó: –Después de la batalla todos se olvidaron. Yo no. Todos creyeron que estaba chiflado. Incluso mis padres, –ellos fueron los que me pusieron acá– pero Draco nunca lo creyó.

    Se quedaron unos momentos juntos mirando la foto en silencio. Finalmente Goyle dio un gran bostezo. –Prometí destruirla, los auxiliares no deben encontrarla. –dijo Harry, el Slytherin asintió, conocía la rutina. La rasgó en pequeños trozos y los hizo desaparecer por el inodoro.

    –Gracias, Potter. Fue muy considerado de tu parte habérmela mostrado. –dijo Goyle cuando volvían al pabellón.

    Sorprendido, Harry atinó a decir: –No tenés por qué… Buenas noches, Goyle.

    –Buenas noches.

    Harry se deslizó debajo de las mantas. Estaba exhausto pero no podía dormirse. Imágenes al azar le daban vuelta en la cabeza, en sucesión como en la foto: un círculo de mortífagos, la sonrisa hipócrita del ministro, Lucius agitando una bolsa con galeones, Crabbe gritando en agonía… Lo que finalmente hizo detener el torbellino fue el recuerdo de la mejilla de Draco apoyada sobre su cabeza y las palabras que había susurrado: No estás loco.

    oOo



    In partibus fidelium: En tierra de creyentes
     
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