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  1. •Shena
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    Según abrí la puerta pasos acelerados y estruendos como un par de elefantes en una cacharrería trajeron hasta mí en medio de una carrera al parecer para ver quien ganaba mi atención al cachorrito y a mi vecino. ¿Ganador? Claramente el perro al cual me agaché para acariciar suavemente antes de que Ramsay lo hiciera a un lado al igual que a John para poder apretujarme entre sus brazos en un abrazo tan asfixiante como deseado por mi parte, esos pequeños gestos me hacían sentir querido. –No pasa nada, estoy bien, verás…– Y sin necesidad de hacerme acabar la frase, sentí al mocoso abrazado a mi cintura sin pedirme permiso y restregándole a Ramsay su nueva postura social. Este me soltó, mirándome asustado y nervioso, de hecho tuvo que ir a tomarse unas pastillas para tranquilizarse e incluso se sentó un rato. Yo fui con él, temeroso de que allí hubiese más que palabras. Para tener un poco de privacidad me llevo hasta la cocina, donde comenzó a recriminarme lo que había hecho. Y he de reconocer que me sentí culpable, pues debía haberle consultado primero, pero era mi deber el ayudar a aquel niño. –Claro que si, por eso te estás reinsertando en la sociedad. Este mocoso puede ser muy positivo para ti, ya has hecho un gran progreso ayudándole al alejarle de ese viejo baboso… ¿Por qué no seguir mejorando? No tengas miedo, no te asustes, estoy aquí contigo y puedes apoyarte en mí cada vez que lo necesites. Yo tampoco he tenido una familia ni he querido a nadie, pero ahora gracias a ti estoy aprendiendo y este chico puede ayudarnos a los dos, podemos ser felices– Le abracé con fuerza, fundiéndome en aquel apasionado beso hasta que cierta molestia con patas interrumpió, anunciando que teníamos visita. Yo reí, divertido, aunque toda risa se me pasó al ver al psiquiatra en el recibidor, aquello no podía ser bueno. –Igualmente, doctor–

    Mi cara debió quedarse blanca como un lienzo cuando acabó de explicarme la gravedad de la situación en la que nos encontrábamos –¿Están seguros de que esta actividad cerebral está provocada por las pastillas? ¿Lo han comprobado o es una hipótesis?– Pregunté, recordando la aparición de un punto similar en una de mis visitas mientras le hacían una prueba, aunque el punto había permanecido puede que por error después de que su cerebro se pusiese rojo casi por completo. Sin embargo antes de acabar de hablar el doctor guardó silencio, quieto como una estatua, incluso se le cayeron los informes de entre las manos. Me iba a agachar yo a recogerlos, pero Ramsay fue más rápido y opté por no decir nada al respecto, rogando porque no los ojeara. Al fin respiré tranquilo cuando corroboré que no había visto nada al ver lo normal y lo bien que le hablaba al psiquiatra, aunque noté cierto rin tintín. El médico acabó teniendo que aceptar seguramente para evitar levantar sospechas o causar un conflicto. Yo me tensé de pies a cabeza al ver que iba a explicarle lo que le estaba ocurriendo, y más me tensé cuando dijo que iba a por sus pastillas, mas el doctor se las ingenió para evitarlo. Yo me mantuve impasible según iba hablando, aunque muerto de nervios por dentro, no sabía por dónde podía salir tras aquella noticia, aunque le llegó un tanto... ‘disfrazada’. Yo le lancé una mirada acusatoria al médico, no se podía mentir ante Ramsay, y él comprobó por qué momentos después tras el pequeño análisis psicológico. –¿Qué coño hace?– Le rugí en susurros mientras el pelirrojo iba a por el café a la cocina y volvía poco después con uno para cada uno. Yo por mi parte me mantuve serio y atento en todo momento, por si tenía que intervenir. Lo más penoso fue cuando el propio doctor perdió el control sobre su propia lengua, exponiéndose en una situación en la que se podía cortar la tensión con un cuchillo y en la que mi vecino podía desequilibrarse en cualquier momento. –Ya es suficiente– Me levanté, interponiéndome, mas sin decir ni una sola palabra el otro se largó a paso rápido, dando un portazo tras de sí que hizo vibrar las paredes. Yo me llevé una mano al rostro, suspirando al verme en un marrón al tener que ser yo quien diese las explicaciones, ese maldito matasanos me había dejado toda la mierda a mí cuando se supone que él era el profesional, ¿Quién coño había contratado a tal incompetente? Alcé la mirada tras la pregunta del contrario, que me miraba serio y expectante… Esto auguraba problemas, y yo no necesitaba más preocupaciones de las que ya tenía. En un primer momento guardé silencio, no estaba seguro de qué pensar sobre aquel asunto. Por una parte a los médicos les faltaba una parte de la información para redactar el diagnostico, y es que no tenían conocimiento de la extraña relación que nos unía, pero por otra la reacción que estaba teniendo me tensaba bastante. –Claro que si, no tengo ninguna duda sobre ti, pero esas pastillas si que pueden estar haciéndote daño– Hablé finalmente, observando el cuidado antinatural que tenía para acercarse a mí, como si fuese un gato que iba a escapar de un momento a otro. Yo me dejé abrazar, cruzando mis brazos alrededor de su cintura a medida que él se apoderaba de mi boca, devorándola con ansia mientras sus traviesas manos se deslizaban bajo mi camisa –Y yo a ti– Hablé en un jadeo sobre sus labios cuando de golpe y porrazo se separó, gritando como loco y aguantándose la cabeza entre las manos, exigiéndome que le diera las pastillas tras comprobar que no se encontraban en su poder y entonces fue cuando me di cuenta de que la situación no había progresado nada y que el doctor tenía razón. Pero mi corazón seguía luchando por la falsa idea de que si él cambiaba sería por mí y que esta crisis se debía a un momento de nervios –Ramsay, tienes que tranquilizarte, ¿No ves que le estás dando la razón?– Retrocedí unos pasos asustado con el estruendo de los cristales rompiéndose y teniendo que controlar mis propios pánicos para que aquello no se convirtiese en un psiquiátrico cuando el perro comenzó a ladrar y el niño entró. –John, sal a pasear al perro– Él me miró, entre asustado, dudoso y preocupado, pero finalmente obedeció y se fue, dejándonos solos.

    Me arrodillé a su lado, abrazándole contra mí y acariciándole el pelo –Tranquilo, estoy contigo… Siempre estaré contigo– Le abracé un poco más fuerte, como si fuera un niño –Vamos, te daré algo mejor que esas pastillas– Le hice levantarse poco a poco para alejarlo de los cristales y me lo llevé hasta el dormitorio, tumbándolo lentamente en la cama –Tú sabes perfectamente que esas pastillas no te hacen falta, puedes controlarte a ti mismo… Y no me digas que no, porque si tú no pudieras controlarte a ti mismo yo no estaría aquí, Ramsay… Estoy contigo gracias a que esas pastillas no te hacen falta, mírame– Subido sobre él, tomé su rostro entre mis manos, forzándole a mirarme a la cara antes de darle un apasionado beso en el que le robé hasta el último aliento –Yo soy mejor que esas pastillas– Susurré sobre sus labios, sus suaves y rojizos labios que de un momento a otro cambiaron totalmente a mis ojos, de hecho toda su cara cambió para pasar a ser la de un viejo pedófilo que nada tenía que ver con él. Y con ese pánico opté por cerrar los ojos, pasando a quitarme camisa y pantalones para tomar sus manos y deslizarlas por mi piel “Despacio, tenue” Volví a besarle, esta vez con más hambre y más lujuria, mientras llevaba mis propias manos a su cuello pasa comenzar a deshacerme de su camisa y así dejar su pecho al descubierto. Besé sus hombros, su cuello y su pecho, marcando la blanca y tersa piel que a mis ojos se volvía morena y arrugada. Los siguientes en caer al suelo fueron sus pantalones y sus calzoncillos, los cuales le quité sin demasiada prisa, y es que era aquella parte la que más miedo me daba, a la que más pánico le tenía… Sabía lo que iba a pasar pero no podía evitarse, no podía pararlo. Tragando saliva me encorvé, tomando el miembro semierecto entre mis manos y comenzando con aquel vaivén que era la masturbación. De vez en cuando le miraba, unas veces le veía a él, otras a Ramsay, mi cabeza parecía querer estallar hasta que dejé de ver, si, dejé de ver, porque opté por cerrar los ojos tal y como lo hacía en aquel entonces, no me hacía falta ver para saber lo que tenía que hacer. Sustituí mis manos por mi boca, teniendo extremo cuidado con mis dientes, no quería golpes por hacerlo mal, y comencé a mover la cabeza de arriba abajo. Primero despacio, no llegando a abarcarlo por completo en la boca, pero jugando con la lengua en la punta, después comencé a acelerar el ritmo, forzándome a mí mismo a llegar hasta la base a pesar del asco que siempre me había dado. Dejando de lado por un momento su pene lamí mis propios dedos, levándolos hasta mi trasero y así comenzando a prepararlo para la invasión que se le avecinaba mientras que con la otra mano me dedicaba a acariciar su abdomen antes de seguir con la felación. Cuando consideré que ya estaba lo suficientemente erecto me incorporé, poniéndome de espaldas a él y posicionando su miembro entre mis nalgas antes de metérmelo de golpe, siempre había pensado que prefería el dolor de golpe en lugar de un dolor constante al introducirlo poco a poco. Con un gemido reprimido de dolor comencé a mover las caderas de arriba abajo, separando levemente mis nalgas con una mano para ayudarme mientras que la otra la apoyaba en la cama –¡Ngh! ¡Dios!– Exclamaba, adolorido, aunque sin intenciones de detenerme, tantas veces había sido violado que el propio dolor acababa por resultarme excitante y, aunque asustado de con lo que podía encontrarme, abrí los ojos y giré un poco la cabeza para encontrarme con los ojos de Ramsay. En ese momento me quité tal peso de encima y me resultó tan extasiante que tras un pequeño espasmo en la baja espalda me corrí. Aun así continué moviéndome, gimiendo casi a gritos, cada vez más rápido y más excitado hasta que se corrió dentro de mí, momento en el que no pude más y me tiré a su lado en la cama, agitado y con una mezcla de emociones y sentimientos en el pecho que me impedían el pensamiento. Solo por asegurarme volví a mirarle de reojo, tranquilizándome al comprobar que era él así que me acerqué a su rostro, dándole un suave beso antes de escuchar el jodido timbre. –¡Mierda!– Me levanté a toda prisa, poniéndome los pantalones a toda prisa a pesar de estar sudado y sucio, colocándome la camisa del revés y, tras echarme el pelo hacia atrás, salí corriendo hacia la puerta una vez cerrada la puerta de la habitación tras de mi. Abrí a toda prisa, encontrándome a un preocupado John con Mr. Wilson en brazos. –Joder, que susto me has dado– Se abrazó a mí, dejando de laco al perro que, celoso, empezó a saltar a mis pies, olisqueándome y ladrando al parecer al oler tanto el sudor como… algo que no procedía precisamente de mí. –¿Estabais…?– Le lancé una mirada penetrante al niño que calló al momento, a pesar de que mi cara estaba roja como un tomate y mi ropa revuelta y puesta de mala manera –Recoge con la escoba de la cocina los cristales del comedor, pero mucho cuidado de que no te cortes, solo júntalos, ya los tiraré yo… No dejes entrar al cachorro, y ni una palabra más sobre esto– Suspiré, tranquilizándome, un día iba a volverme loco. ¿Y ahora con qué cara iba a volver a entrar yo a la habitación? ¿Y si volvía a ponerse nervioso? Miré las pastillas que en todo momento habían estado en el bolsillo de mi pantalón, dudando de si debía dárselas o no.
     
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    -¿¡TRANQUILIZARME!? ¿¡CÓMO!? ¡DÍMELO! – grité fuera de mí, antes de que Iago me abrazase contra su pecho y acariciara mi pelo con cariño, mientras yo tan sólo podía pensar en hacerle daño o en cosas tan atroces, sádicas y crueles que ni si quiera me atrevo a reconocerlas en voz alta a día de hoy. De pronto, sentí como su abrazo se intensificaba y entre tanto que mi vecino hacía por tranquilizarme como mejor podía o sabía, tuve que apretar la mandíbula con fuerza y clavarme las uñas en las palmas de las manos hasta hacerlas sangrar para que, en un arrebato de locura, no acabara hacia alguna atrocidad de la cual luego estoy seguro que me arrepentiría – No, no, no… ahora no es un buen momento para eso, Iago – le advertí, adivinando sus pensamientos, no sé porque pero, de pronto, sentí unas ganas incontenibles de coger uno de los cristales y clavárselo en el mismo pecho. Por suerte, mi vecino me condujo hasta el dormitorio y me tumbó sobre la cama antes de colocarse a horcajadas sobre mí, obligándole a mirarle fijamente a los ojos y arrancándome un gruñido en cuanto me besó apasionadamente – Tú serás mejor que mis pastillas, pero yo soy un monstruo sin ellas, por favor, te lo suplico, dámelas – pero me ignoró besándome con más pasión que antes y desvistiéndome poco a poco hasta dejarme completamente desnudo, mientras yo luchaba por controlar mis instintos y no hacerle pasar por ninguna de mis fantasías atroces que tantas veces había recreado en mis múltiples crímenes. Y sólo cuando empezó a masturbarme, primero con sus manos y luego con su boca, conseguí alejar de mi mente aquellos pensamientos oscuros y disfrutar del momento en la medida de lo posible – De-detente – murmuré en un susurro casi inaudible y, de golpe y porrazo estaba dentro de él, Iago empezó a gritar y a mover las caderas a un ritmo tan vertiginoso que no tardó en venirse y yo no tardé mucho más en acompañarle. Me dio un beso y justo en aquel preciso momento sonó el timbre, lo vi salir de la habitación y lo último que recuerdo, de manera consciente, es en por qué diantres no me había dado mis pastillas – “No, el doctor tiene razón, no necesito las pastillas, exacto, yo necesito a Iago, mi droga” – me empecé a reír de forma macabra, un risa desgarradora, ronca y profunda se abrió paso a través de mi garganta como un volcán. Me levanté de la cama y me puse únicamente la ropa interior antes de salir al comedor para encontrarme con el maldito perro y el incordio de crío abrazando a MI vecino – Tranquilo, no te asustes, “mi querido agente de policía” siempre es así de “cortante” en todo, te acostumbrarás con el tiempo – solté bordemente ignorando los gruñidos y ladridos de Mr.Willson, a quien me quedé mirando fijamente a los ojos y quien acabó con el rabo entre las piernas yéndose a esconder entre las piernas de Iago. Iago, hacia tanto tiempo que lo veía sin verlo, que lo besaba sin sentirlo, que le tocaba y hablaba sin ser yo… que no pude evitar darle un abrazo de esos que te quitan el aliento, literalmente hablando.

    -Oh, Iago, te he echado tanto de menos, ¿por qué no me acompañas al dormitorio y hablamos un rato? – pasé un brazo alrededor de su cuello, obligándole voluntariamente a seguirme hasta la habitación donde le invité a entrar de un empujón sin mucho miramiento y hecho por el que el crío vino a encararse conmigo – Oye, tú, ¿quién te crees que eres para tratar así a mi padre? – yo me olvidé de mi vecino por un momento e hice retroceder al maldito niño hasta el centro del comedor, empezaba a cansarme de sus impertinencias y, francamente, yo no era un hombre con mucha paciencia – ¿Yo? Soy Ramsay Black y tú, mocoso entrometido, serás pasto para los peces como te entrometas en mis asuntos, ¿te ha quedado claro? bien, veo que empezamos a entendernos – y sin más dilaciones me di la vuelta y entré en la habitación cerrando la puerta tras de mí, antes de acercarme cautelosamente a Iago, guardando una distancia prudencial entre ambos – Iago, Iago, Iago… vamos a hablar claro; tú quieres que ese mocoso de ahí fuera viva, ¿verdad? bien, pues sígueme el royo y no sufrirá ningún daño, revélate y te juro que ni tú, ni yo, ni la policía encontrarán su cadáver cuando acabe con él, ¿me he explicado con claridad? verás, el motivo por el cual sigues respirando aún es porque una parte de mí se resiste a matarte y, para no entrar en conflictos morales que me anulen la personalidad a base psiquiatras y pastillas, he entendido que puedo torturar, violar o matar a cualquier persona… menos a ti. De hecho…– cogí mi camiseta del suelo, era de color blanca, nunca me había gustado el blanco, así que me deshice de ella y cogí una negra de la cómoda antes de ponerme los pantalones vaqueros y las zapatillas deportivas –…tengo entendido que hay un viejo pederasta, ese al que te has imaginado mientras te follaba, que no deja de atormentarte noche y día. Y, ¿sabes? en una situación normal me importaría una mierda tu estado, pero no sé que es esta sensación dentro de mí que me hace sentir molesto cuando otros hombres te miran, te desean o simplemente piensan en ti como lo hago yo – entré en el cuarto de baño y vi mi reflejo impresionado, era yo, pero parecía que hacía años que no me encontraba en el espejo, de hecho, empecé a palparme la cara con curiosidad y peiné mi pelo hacia atrás sólo para comprobar que era yo realmente antes de volver la mirada hacia mi vecino – espera, no me lo digas, ¿has confiscado todas mis armas, verdad? da igual, “ya se me ocurrirá algo por el camino”, voy a eliminar a ese cerdo por ti, Iago, ¿cómo quieres que muera? ¿lenta y dolorosamente o de forma rápida e intensa? pide por esa boca tuya, haré lo que me pidas. Porque quiero mantenerte sano y salvo, claro que eso no garantiza la seguridad del resto.

    -Además, es una lástima que las puertas no estén insonorizadas, ¿verdad? – me acerqué con pasos pausados hacia él hasta que lo tuve de frente, cara a cara, escasos centímetros de distancia me separaban de sus labios, pero mis ojos estaban fijos en los suyos. Deslicé mi mano hasta el bolsillo de su pantalón para sacar las pastillas y enseñárselas mientras sonreía con ironía y las agitaba frente a su cara – creo que tú y yo vamos a pasar una larga temporada juntos porque, a pesar de que sabes que sin las pastillas soy un peligro para todos, también sabes que si me obligas a tomar la medicación puedes causarme un derrame cerebral, y tú no quieres hacerme daño, de la misma forma que yo soy incapaz de acabar contigo, ¿curioso, no? – tiré las pastillas sobre la cama y acorralé a mi vecino entre la pared y mi cuerpo besando su cuello con pasión y dejando pequeños mordiscos por su piel que pronto se convertirían en moratones. Cuando, de pronto, la puerta del dormitorio se abrió de par en par y aquel mocoso insolente me taladró con su mirada acusadora y me obligó a hacerme un lado, resignado, mientras lo miraba con absoluto desprecio – ¿Y ahora qué es lo que quieres? – el mocoso cruzó la habitación de dos zancadas y se interpuso entre mi vecino y yo agarrándome por la solapa de la camiseta y acercándome peligrosamente a su rostro con cara de pocos amigos. Yo lo miré impasible, mi frialdad hablaba por sí sola, en cualquier podría romperle el cuello, pero eso me traería problemas con Iago – No sé qué problema tienes, pero no voy a permitir que te acerques a mi padre – de un manotazo aparté su mano de mí y con un empujón lo tumbé en el suelo mientras lo miraba por encima del hombro, altivo y amenazador. Y justo en el momento en el que estaba dispuesto a patearle el estómago, algo en mi cerebro me hizo detenerme a tiempo y me di un masaje en la sien para intentar recuperar el control, mientras sentía unas ganas incontenibles de matar a aquel descerebrado y al mismo tiempo de ponerlo a salvo de mi mismo – Lo siento, lo siento, lo siento… no quería hacerte daño…– me acerqué hasta él con la intención de ayudarle a levantarse del suelo, pero el niño se alejó de mí a toda prisa, asustado, y se colocó detrás de mi vecino, agarrándose a él cual cría de koala rodeando su cintura con los brazos – Iago, sabes que no voy a hacerte daño, ni a ti, ni al crío – y para demostrárselo cogí el bote de pastillas y no me lo pensé dos veces al llevármelas a la boca, prefería mil veces que me diese ese derrame cerebral, antes que hacerle daño a la persona más importante de mi vida.
     
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  3. •Shena
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    Un escalofrío surcó hasta el más recóndito lugar de mi cuerpo, haciéndome estremecer al oír aquella carcajada oscura, profunda y malvada que penetró mis tímpanos con violencia y me forzó a tensarme, poniéndome alerta… Aquella risotada no era la de mi querido pelirrojo, era la de Ramsay Black. Cuando le vi salir de la habitación en ropa interior solo me faltó echarme a temblar, temiendo por la vida del niño y del pequeño cachorro, mientras escuchaba atentamente sus palabras y en especial esa forma de referirse a mí. –Exageras– Haciéndome el tonto reí suavemente, acariciando al perro y apretando inconscientemente al niño contra mí, queriendo protegerlo, aunque lo solté rápidamente en cuanto Ramsay me aferró contra él en un asfixiante abrazo, no quería que por celos se crease un problema. Preparado para cualquier reacción peligrosa no opuse resistencia alguna cuando me tomó por el cuello, forzándome a acompañarle hasta la habitación donde me hizo entrar de un empujón, excluyendo al niño afuera sin dar más explicaciones, aunque creo que era lo mejor, si algo ocurría podría salir corriendo. –Claro– Sin embargo y a pesar de ser ajeno a lo que estaba pasando el chico se encaró con él, defendiéndome. –John, no pasa nada, tranquilo, haz lo que te he mandado… ahora voy– Aterrado y con el corazón en un puño, traté de interponerme cuando Ramsay lo hizo retroceder, sin éxito, aunque por suerte no fue a más y volvió a la habitación sin hacerle nada más que ‘avisarle’, cerrando la puerta tras de sí y guardando cierta distancia entre nosotros a pesar de haberse acercado cual león silencioso esperando para atacar. Tenso, escuché sus palabras, dudando sobre cómo actuar, no me costaría nada inmovilizarle, ponerle las esposas y hacerle tragar las pastillas… ¿Pero y si le daba el ictus? Nunca me lo perdonaría. Por otro lado no pensaba permitir que le tocase ni un solo pelo al niño, por encima de mi cadáver. –Sabes de sobra que no voy a hacer nada y mucho menos revelarme en tu contra, pero no le toques ni un pelo; no quiero hacerte daño, pero no puedo dejar que le hagas nada a ese crío–


    Me quedé helado, perdiendo toda la fuerza y toda la seguridad en mi voz una vez le escuché decir aquello, ¿Cómo era posible que se hubiese dado cuenta incluso de eso? Era imposible. –¿Cómo…?– Vistiéndose, dejó de lado la camiseta blanca y tomó una negra del armario, luego se puso los pantalones y las deportivas antes de entrar al cuarto de baño, observándose en el espejo como si viese a otra persona en sí mismo, como si le costase reconocerse. –Ni hablar, no puedes ir a ningún lado y mucho menos a perseguir por tu cuenta a ese tipo, ni siquiera la policía sabe exactamente dónde está… No puedes volver a matar, si lo haces te llevarán directo a la silla eléctrica y no pienso permitirlo– Aunque he de reconocer que en el fondo de mi alma había un oscuro deseo reprimido… En el fondo, muy muy en el fondo, deseaba que aquel viejo hijo de puta sufriese al menos una tercera parte de lo mucho que había sufrido yo; en el fondo era humano, no podía ser perfecto y aun guardaba algo de aquel rencor hacia la persona que me había jodido la existencia… Aunque mi vida estaba destinada a ser una mierda desde el momento de mi nacimiento. –¿Qué quieres…? Si acabamos de…– Me fue imposible el no retroceder un par de pasos al verle acercarse, si había tenido sexo con él había sido para intentar tranquilizar la situación… Pero dado el resultado y el asco que me producía hacerlo, de lo último que tenía ganas ahora mismo era de follar de nuevo. Pausadamente se acercó hasta que quedamos cara a cara, manteniéndonos la mirada firmemente el uno al otro antes de que su mano se dirigiese hacia el bolsillo de mi pantalón, sacando las pastillas y agitando el bote delante de mis narices, recochineándose. Finalmente pude relajarme al ver como las arrojaba sobre la cama, sin intención de tomarlas, antes de abalanzarse sobre mí y ponerme contra la pared, acorralado como el ratón frente al gato sin agujeros donde esconderse. –¡No!...– Jadeé, agitado, mientras sentía sus labios devorar mi cuello a base de besos y sus dientes repartir mordiscos por mi blanca piel que no tardarían en amoratarse, y aunque apoyé mis manos en su pecho con la intención de apartarle ya hacía rato que las fuerzas me habían abandonado. De golpe y porrazo la puerta del dormitorio se abrió de par en par, dejando ver al chico que, con cara de malos amigos y una mirada acusadora, se acercó a paso rápido y forzó a Ramsay a apartarse –John, ¿Qué estás haciendo? Te he dicho que…– Ignorándome se dirigió de malas maneras a mi vecino sin saber el peligro en el que se estaba metiendo, hablándole con altanería y valentía. –¡Ramsay!–Grité, viendo al pequeño caer al suelo de un empujón e interponiéndome rápidamente, agarrando al pelirrojo por la camiseta –Te digo que no le toques– En un nuevo cambio de actitud trató de ayudarle a levantarse, pero el pobre, asustado, corrió a ocultarse tras de mí, aferrándose a mi cintura mientras yo me volteaba y le acariciaba el cabello, preguntándole al oído que si estaba bien mientras él asentía con la cabeza. Dándome la vuelta tuve el tiempo justo para ver cómo el susodicho recogía el bote de las pastillas y se lo llevaba a la boca, dispuesto a suicidarse. –¡YA BASTA!– Grité, corriendo hasta él y dándole un manotazo para que lo soltase antes de tragar ninguna; aun así lo llevé a rastras hasta el baño y lo hice arrodillarse ante la bañera, metiéndole un par de dedos en la boca para forzarle a vomitar y así que expulsase unas cuantas pastillas junto a restos de comida. –Maldita sea… Nunca más vuelvas a hacerme esto, ¿Me has oído? ¡Nunca más!– Luego le hice meter la cabeza debajo del agua fría y con la alcachofa hice que el vómito se fuese por el desagüe. Me arrodillé a su lado, apoyando la cabeza en su hombro durante unos segundos antes de tomar una toalla y echársela por la cabeza para volver con el niño y abrazarlo suavemente contra mi pecho, arrodillándome para quedar a su altura y mirar si se había hecho algún moratón o algún chichón. Entonces él tomó mi rostro, haciendo que le mirase mientras acariciaba mi mejilla –No debes dejar que te trate así, no soy fuerte ni alto, pero te defenderé todas las veces que sea necesario… De hecho, le meteré una paliza como vuelva a tocarte–Riendo le revolví el pelo antes de besarle la mejilla y apretarle un poco la nariz –Muchas gracias caballero, pero no será necesario, él no me hace ningún daño– Algo más tranquilo se fue a su habitación con la advertencia de que si algo más pasaba le llamase, llevándose a Mr. Wilson con él para cuidarlo mientras yo recogía el desastre del comedor y luego recogí las pastillas que había esparcidas por el suelo de la habitación. Luego volví al baño donde me desvestí sin decirle ni una sola palabra y me metí en la ducha bajo el agua fría, apoyando la cabeza en la pared mientras me sacaba el semen de adentro. “Matar al viejo… No, no debo permitirlo… Tengo que encontrarlo y llevárselo a la policía, si no me mata antes” Pensaba, abrazando mi cintura con un brazo… Tenía miedo, mucho miedo… de que todo volviese a repetirse.
     
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    Con un manotazo Iago tiró las pastillas al suelo y me arrastró por la fuerza hasta el baño donde me hizo vomitar las pastillas que había tragado para, poco después, meter mi cabeza en agua fría dentro de la bañera sin si quiera darme tiempo a recuperar el aliento, de modo que cuando volví a sacarla fuera empecé a toser violentamente entre convulsiones. Entonces, sentí la cabeza de mi vecino apoyada en mi hombro y una mezcla de emociones contradictorias se desató en mi interior, una parte de mí quería hacerle daño sin ningún motivo, pero otra muy distinta tan sólo quería brindarle consuelo por mi mal comportamiento de hacía apenas unos segundos. Indeciso, permanecí ahí sentado en el suelo hasta que pasados unos minutos Iago entró de nuevo en el cuarto de baño para desvestirse delante de mí sin ninguna clase de pudor mientras no podía apartar los ojos de su cuerpo, ese mismo cuerpo con el que tantas veces había fantaseado descuartizándolo trozo a trozo y con el que me moría de ganas de besar hasta el último centímetro al mismo tiempo. Así que me levanté del suelo sin saber muy bien quien era en realidad en aquel momento, si Ramsay Black, Erich o quizás una mezcla de ambos en uno, y es que si hay algo que tenían en común era que ninguno de ellos podía hacerle daño y ninguno quería ver sufrir a mi vecino de aquel modo. De manera que me metí dentro de la ducha aún vestido y rodeé la cintura de Iago con un brazo mientras que con el otro echaba su cabeza hacia atrás contra mi pecho, atrayéndolo contra mi cuerpo poco a poco y apoyando mi mejilla sobre su pelo. No sé cuánto tiempo permanecimos en aquella posición, pero no quería soltarle, y no sé si esto se lo podría calificar como empatía, sin embargo sentía que si lo soltaba en aquel preciso momento se desplomaría en el suelo muerto de miedo. Asustado. Roto. Perdido. Mortificado. Cerré el grifo de la ducha y rodeé su cuerpo con una toalla antes de tomarlo en brazos y llevarlo hasta nuestro dormitorio donde lo deposité cuidadosamente en la cama cubriendo su desnudez con mantas. Tan sólo lo dejé un momento a solas para cambiar mi ropa mojada por unos pantalones de chándal y una camiseta de tirantes, luego me tumbé a su lado rodeando su cintura con mi brazo y me acerqué hasta su oído para tararear el canon en D mayor de Pachelbel, uno de mis clásicos favoritos – No tengas miedo, no voy a permitir que ese viejo te vuelva a hacer daño, estoy aquí contigo y no pienso separarme de ti bajo ningún concepto – luego le di un beso en el hombro y me quedé en vela durante toda la noche, abrazándolo contra mi pecho y consolándolo de algún modo mientras mi mente planificaba e imaginaba lo mal que se lo iba a hacer pasar a ese hijo de puta que había convertido la infancia de Iago en un infierno.

    A la mañana siguiente me desperté temprano y cuando salí un momento a la cocina a prepararle el desayuno a mi vecino encontré al crío mirándome fijamente con cara de pocos amigos malhumorado, receloso y por encima de todo enfadado conmigo – Buenos días, ¿quieres algo para desayunar? – el mocoso me miró con odio y se sentó en un taburete de la isla, por supuesto que no me contestó, pero su estómago rugió como lo haría un león hambriento – De acuerdo – preparé café con leche para Iago en un gran tazón de desayuno y cuando vio que iba a volver a la habitación se levantó de su asiento y me dijo – Bacon, mi desayuno favorito es un plato de bacon con huevos revueltos, patatas fritas y zumo de naranja – volteé sobre mí mismo y lo miré en silencio sin ningún tipo de expresión en mi rostro antes de sacar de la nevera un trozo de panceta y coger una piedra de amolar para afilar los cuchillos de cocinero – ¿Sabes cocinar? – me preguntó con curiosidad mientras yo afilaba y calibraba la hoja con meticulosidad antes de empezar a cortar la pieza con rapidez y la misma gracia con la que años antes había descuartizado a mis víctimas – No – luego elegí otro cuchillo distinto y cogí un par de patatas de la despensa para cocinarlas junto con el bacon en una sartén llena de aceite caliente, y mientras esperaba me dediqué a ordenar los cuchillos por formas y tamaños mientras jugueteaba hábilmente con uno de ellos – ¿Cómo haces eso? – yo paré de hacer lo que quiera que por inercia estaba haciendo y aparté los cuchillos a un lado antes de darle la espalda y poner su desayuno en un plato – Enséñame, ¿eras lanzador de cuchillos en algún circo? – francamente aquel comentario me sacó una sonrisa de lado y cuando lo vi coger su propio cuchillo e intentar hacer lo mismo que yo me senté a su lado y cogí otro – Algo así, mira, cógelo con estos dos dedos de abajo y pásalo a los otros dos siguientes muy despacio, ten cuidado con el filo, no vayas a cortarte – el chico era avispado y después de unos cuantos intentos lo consiguió por sí solo mientras me lo mostraba orgulloso hasta que se le resbaló de las manos y se cortó el dedo pulgar – ¡Ouch! – dijo llevándose su propio dedo a los labios para lamerse el hilillo de sangre, yo cogí una tirita del botiquín de primeros auxilios que había en el cuarto de baño y se la puse alrededor del dedo mientras él observaba atentamente los míos – Tú no tienes ningún corte, debiste ser un buen lanzador de cuchillos, ¿me enseñas más trucos? – yo lo miré muy serio y le arrebaté el cuchillo de las manos antes de levantarme de mi asiento y acabar con la conversación – Nunca trabajé en ningún circo y se acabaron los trucos por hoy, lávate los dientes, recoge tus cosas y vete al colegio o llegarás tarde – lo vi arrastrar los pies hasta su dormitorio refunfuñando por lo bajo y antes de irse se detuvo a mi lado, pensativo, estaba claro que no éramos amigos y mucho menos padre e hijo, pero aquella mañana había nacido algo entre aquel mocoso insolente y yo – Ya lo tengo, eras carnicero – yo me eché a reír sin querer – No vas mal encaminado.

    “Si quieres recuperar a tu hijo ven sólo al polígono industrial abandonado y haremos un intercambio; tú por el chico, sino vienes me lo quedaré como juguete y no volverás a verlo”



    Nada más cogí el correo fui corriendo al dormitorio a enseñarle la nota que habían dejado para Iago en el buzón y lejos de dejarle ir sólo le acompañé hasta el lugar donde aquel pervertido le había citado. Todo ocurrió muy rápido, el pederasta tiró al mocoso desde un segundo piso al ver que mi vecino había venido acompañado conmigo y si la caída no le mataba estaba seguro que al menos lo dejaría parapléjico, así que sin pensármelo dos veces corrí para coger al chico y los dos caímos al suelo por culpa del impacto – Oye, mírame, ¿estás bien? – el crio rodeó mis cintura con sus brazos, llorando, y escondió la cara contra mi pecho, estaba asustado y no podía culparlo por ello. Y mientras todo esto pasaba, el viejo aprovechó el momento para llevarse a Iago a punta de pistola, empujándolo escaleras arriba con mucha prisa y de muy malas maneras – Ves al coche y pase lo que pase no salgas hasta que yo te lo diga – a correo seguido perseguí a toda prisa al pederasta escaleras arriba y lo descubrí en una pasarela de metal huyendo y arrastrando a mi vecino mientras le apuntaba con una pistola en las sienes y se posicionaba detrás de él para usarlo como escudo. Para colmo, tuve que ver como aquel viejo lo apretaba contra su cuerpo y le lamía el cuello, gesto que me provocó una ira incontenible en mi interior, mientras su mano descendía hasta su miembro y lo manoseaba descaradamente delante de mí, y fue en aquel momento cuando supe que iba a matarlo – ¡YA BASTA! – grité, enfurecido, y me adelanté para encararme contra él cegado por un sentimiento que nunca antes había sentido, sin embargo el viejo le quitó el seguro a la pistola que llevaba en la mano y me obligó a quedarme muy quieto si no quería ver cómo le volaba la tapa de los sesos. En aquel momento me sentí impotente por no poder ayudar a Iago y culpable de que tuviera que revivir aquellos sucios recuerdos, le prometí que nunca más tendría que volver a pasar por aquel infierno y ahora lo estaba reviviendo delante mío – Así que tú debes ser la nueva pareja de mi chico, ¿no? permíteme que me presente como es debido, soy el padre de Iago, por cierto, ¿le has contado ya lo nuestro a tu novio? a Iago le gustaba mucho chuparme la polla cuando era pequeño y follar conmigo todas los días por miedo a quedarse sólo en la calle, ¿no será eso un inconveniente en vuestra relación? o quizás sí, porque después de mí creo que no le gusta mucho el sexo, ninguno podéis satisfacerlo como yo ¿pero tú le quieres, no? no te importará estar al lado de un chico que tiene miedo cada vez que sientes el deseo de metérsela bien adentro – el pederasta se echó a reír a carcajadas y yo apreté los puños hasta el punto que se me notaron las venas de la garganta, los dientes me chirriaban y tenía el ceño tan fruncido que es probable que pronto me saliesen arrugas. Y sin previo aviso, el desgraciado empujó a Iago hacia mí y yo me adelanté para cogerlo mientras aprovechaba el momento de incertidumbre para escapar escaleras abajo, yo hubiera ido detrás de él, pero pensé que ahora más que nunca mi vecino me necesitaba a su lado – Ven aquí, ven aquí, ya pasó todo, estoy contigo.

    Cogí a Iago en brazos y lo llevé de vuelta al coche junto con el niño, quien se pasó todo el viaje de vuelta abrazado a él mientras yo conducía de vuelta a casa y los miraba de vez en cuando a través del espejo retrovisor. Aquel mocoso aseguró que el viejo no le había hecho nada, algo que ya sabía, pues todo había sido una pantomima para llevarse a mi vecino y continuar follándoselo como cuando era niño – Vete a la cama – le dije al niño. Y sólo cuando nos dejó solos me dirigí a la cocina y le preparé a Iago una tila para que se calmara, lo que no le dije era que le había añadido un componente extra para que pudiese dormir del tirón sin pesadillas, porque estaba seguro que las tendría. Tomé una manta y se la pasé por encima de los hombros a modo de abrigo para luego conducirlo hasta el sofá, donde me senté a su lado para darle la taza y abrazarlo para reconfortarlo de algún modo después de aquel fatídico día – Oye, ya pasó todo, ¿de acuerdo? ya no eres un niño y no estás sólo. Todo lo que ha dicho es para hacerte daño, pero no tienes que permitírselo, está jugando con tu mente, vamos, demuéstrale que eres más fuerte – yo lo abrazaba, pero procuraba tocarle lo justo y necesario, pues lo último que quería era que pensara que quería aprovecharme de él en una situación semejante. Además, por muchas palabras de aliento que le dedicara, sabía perfectamente que una violación tras otra había hecho mella en su cabeza, y créeme cuando te digo que sólo esperaba tener la fuerza necesaria para demostrarle que el sexo era algo bueno y natural (siempre y cuando no fuera con aquel pederasta o con Ramsay Black) – ¿Por qué no nos vamos a la cama? mañana hay que ir al colegio para la celebración del día del padre ¿o prefieres ver un poco la tele antes de irte a acostar? te ayudará a distraerte – le di un beso en la frente y le arrebaté la taza de las manos para dejarla junto a la mesita de cristal antes de que se le cayera al suelo, estaba esperando a que la droga hiciera efecto y sólo cuando vi que sus ojos estaba medio cerrados me levanté para cambiarme de ropa por una camiseta, pantalón y chaqueta de color negro y, por supuesto, con mi inseparable cinturón donde empecé a guardar uno a uno los cuchillos que había estado afilando. Y antes de irme me acerqué hasta el sofá, no sé si Iago estaba dormido o no, pero me quité el guante para acariciarle la mejilla, antes de arrebatarle la pistola – Lo siento, Iago, yo no soy Erich con el que has estado todo este tiempo – murmuré junto a su oído, acuclillado en el suelo – duerme tranquilo, que ya me encargaré yo de que ese hijo de puta pague por todo lo que te ha hecho.
     
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  5. •Shena
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    Mi cuerpo se tensó de arriba abajo al sentir sus brazos rodear mi cintura, reticente al contacto físico y sin ninguna gana de tener más ‘actividad’ en aquel día, de hecho y en parte preferiría estar a solas un momento, para aclarar mi cabeza y dejar de lado aquel pánico irracional que me atacaba con tan solo pensar en la cara de aquel hombre; aun así le agradecía el estar ahí conmigo, apoyándome y brindándome una pequeña luz en esas cuatro paredes oscuras en las que mi corazón se encerraba, pequeño y temeroso de los monstruos que pudiesen atacarle… Como un niño que se pasa la noche vigilando su armario por si llega el hombre del saco y lo lleva consigo. Al ver que se limitaba a abrazarme acabé por relajarme, dejando mi cabeza caer hacia atrás para apoyarse en su pecho y cerrando los ojos para dejar paso a las interminables pesadillas que me acosaban noche y día en cuanto me excluía de la realidad. Pero teniendo al creador de mis pesadillas tan cerca, ¿qué diferencia había ya entre los sueños y la realidad? Pobre de mí, que aún no sabía lo que estaba por venir. Y con un silencioso gracias, me dejé hacer, dejando por una vez que alguien cuidase de mí en lugar de tener que seguir tirando por mi cuenta en un momento en que mi yo del pasado alcanzaba al yo del presente, trayendo con él todas mis desgracias y hundiendo la persona que había tratado de construir con tanto esfuerzo. Habiéndome envuelto en una toalla me tomó en brazos y me llevó hasta el dormitorio, dejándome sobre la cama y viniendo a reunirse conmigo poco después mientras me tarareaba al oído un clásico barroco de Pachelbel, el mismo que había puesto la noche que nos habíamos descubierto el uno al otro y cuando había estado a punto de matarme. –Gracias por todo…– Y me aferré a él, ocultando el rostro en su pecho y sabiendo bien el martirio de noche que me esperaba en cuanto volviese a cerrar los ojos.

    A la mañana siguiente me desperté más tarde de lo usual, sudando y temblando como una hoja; mas un parloteo llamó mi atención y acabé por levantarme, yendo a lavarme a la cara, y después parándome poco antes de llegar a la cocina, escuchando la charla que mantenían aquellos dos, preocupado por una relación que, aunque no fuese para lanzar cohetes, creo que aquella mañana dio un paso adelante y eso, eso me hizo sonreír. Luego tuve que salir corriendo de vuelta a mi habitación, metiéndome en la cama en cuanto vi que Ramsay iba a salir, fingiendo que seguía dormido y que no me había enterado de nada. Cual fue mi cara cuando después de que el niño se fuese al colegio el pelirrojo viniese con aquella carta entre manos. Me cagué de miedo, aquel viejo asqueroso sabía perfectamente donde estaba, con quien vivía y que estaba acompañado, ¿Cómo era posible? ¿¡Cómo coño era posible que después de tantos años huyendo de él me encontrase tan fácilmente?! ¿¡Por qué había venido hasta Inglaterra?! Él sabía perfectamente dónde estaba yo en cada momento y no me había perseguido hasta Japón para darme la falsa ilusión de que me había librado de él solo para venir a destruirme ahora, no había otra opción… Él lo sabía, lo sabía todo, y sabía que le tenía miedo. A pesar de mis esfuerzos por explicarle a Ramsay la manera de proceder del viejo y que en cuanto le viese conmigo se cargaría al niño insistió en acompañarme hasta el polígono y así lo hicimos. Tal y como lo había predicho, en cuanto nos vio a ambos el viejo tiró al niño desde el segundo piso del edificio donde estaba subido. Desesperado corrí como un poseso para tratar de salvarlo, gracias a dios el pelirrojo tenía las piernas más largas y llegó a tiempo, interceptando al niño justo antes de caer ambos al suelo por el impacto y, mientras yo me relajaba al pensar que todo había pasado y que aquel cobarde habría huido, sentí el cañón de una pistola presionarse contra mi nuca. Tenso como una vela, accedí obedientemente y caminé con las manos en alto, revisando de reojo que el niño estuviese bien mientras Ramsay lo metía en el coche. Mi respiración retumbaba en mis propios oídos, estaba acelerado, me escocían los ojos y mis piernas temblaban ligeramente, todo conocimiento sobre defensa personal y el entrenamiento como policía se fueron a la mierda frente a ese hombre… Le tenía más miedo que al cólera. A paso rápido me hizo subir hasta una pasarela de metal donde Ramsay nos alcanzó y, no contento con todo aquello, el muy hijo de puta se escondió detrás de mí, utilizándome como escudo y de paso apretándome contra su asqueroso cuerpo. –No… no, por favor– Gimoteé, estremeciéndome y sintiendo las lágrimas de impotencia descender por mis mejillas, llegando al borde del vómito al sentir su mano bajo mis pantalones, manoseando mi miembro frente a Black, lamiéndome el cuello a pesar de que intentaba mirar para otro lado, como si eso fuese a cambiar algo de lo que estaba pasando… Probablemente si hubiese querido violarme ahí mismo yo no habría sido capaz de hacer nada al respecto. Mi cuerpo tembló de arriba abajo tras su grito, ahora mismo hasta el piar de un polluelo era suficiente para echarme a llorar. Nunca habría podido pensar que mi trauma llegase hasta a tal punto, estaba tan destrozado por dentro que toda personalidad quedaba suprimida bajo el miedo. Jadeando, acelerado y al borde del colapso escuché las palabras del viejo, abriendo los ojos de par en par –No… no es cierto… Eso no es verdad, ¡No es verdad!– Me cubrí los oídos, no quería escucharle, no quería seguir oyendo ni una sola palabra más de esa sucia boca… Yo no podía ser su hijo, no podía ser hijo de tal monstruo, no podía haber sido violado tantas veces por alguien con mi propia sangre. La sola idea me ejerció tal presión que me quedé en blanco y ni siquiera me enteré cuando me dio el empujón, arrojándome a los brazos de mi vecino. –Eso no es verdad, ¿Verdad, Ramsay? E-eso no puede ser verdad…– Murmuraba, aterrorizado, sintiendo las lágrimas bajar por mis mejillas como si no fuesen mías.

    Tomándome en brazos me llevó hasta el coche con el niño, que se abrazó a mí a pesar de que yo no siquiera le respondía ni le tocaba, sin ninguna expresión aparente en el rostro a pesar de la congestión; lo único que se me pasaba por la cabeza eran sus palabras… una y otra vez, sin darme descanso. Una vez en casa mandó al niño a la cama y yo me quedé sentado en el sofá mientras él me preparaba una tila para luego venir con esta a abrazarme. –Pero, ¿Y si es verdad? Qué sentido tendría mentir a estas alturas cuando el daño ya está hecho– Apreté la taza con manos temblorosas, mirando a la nada y dejándome abrazar aunque ni siquiera lo estaba sintiendo del todo, mi mente no podía salirse de aquel tema y yo no lo podía evitar... Me estaba volviendo loco, estaba completamente roto, destrozado. Con los nervios de punta suspiré y comencé a beberme la maldita tila, que asco, el sabor nunca dejaba de hacerse desagradable, aunque aparte de eso había algo extraño. Sin embargo no quise pensar mal de él y seguí bebiendo hasta que acabé –No, no puedo dormirme, si me duermo será peor… Tengo que… Tengo que investigar dónde se esconde y atraparlo para que vayan tras él antes de que vuelva a matarme, él sabe perfectamente dónde estamos…–Hablaba, rozando la obsesión y no pudiendo evitar el mirarle con cierto miedo al sentir sus labios presionarse contra mi frente hasta que recordé que era él, y que no iba a hacerme más daño. Sin embargo una tremenda sensación de sueño comenzó a apoderarse de mí y empezaba a obligarme a cerrar los ojos cuando le vi volver con una ropa diferente y un cinturón lleno de cuchillos, acercándose únicamente para quitarme la pistola, hablándome suavemente al oído. –Eres un mentiroso– Le agarré por la solapa de la chaqueta. –No puedes irte… Dijiste que no te ibas a separar de mí, y si cruzas esa puerta y lo llevas a cabo te van a separar definitivamente de mí…– Traté de ponerme en pie, subiéndome sobre el e intentando arrebatarle las armas antes de caer profundamente dormido.

    Cuando abrí los ojos estaba de nuevo sobre el sofá, miré la hora, aún no había amanecido. Rápidamente me levanté y me senté frente al ordenador, no sé cuántas horas estuve buscando en las listas de pasajeros de rodos los aeropuertos cercanos pero, prediciendo que posiblemente trataría de inmiscuirme el paso, me habían restringido el paso a cierta información. Por ello mismo llamé a Jack mintiéndole al decirle que Ramsay estaba desarrollando unas actividades en la ciudad y que si quería podía trabajar en mi ordenador. Aprovechando un descuido suyo mientras entraba en el baño retomé la búsqueda desde su registro hasta que encontré su pasaporte y sus datos, sin embargo no pude encontrar exactamente donde estaba viviendo y, aunque lo encontrase, él podría haber cambiado de sitio sospechando que podrían encontrarle por ahí. Irritado, no me quedó otra opción que decirle que me acompañase al colegio por el tema del día del padre, teniendo que arriesgarme a salir de casa desarmado tras que Ramsay me hubiese robado la pistola. Estuvimos un buen rato allí y, a pesar de haber dicho que Jack era mi hermano y que por ello me había acompañado, las malditas marujas entrometidas que se habían presentado acompañando a sus maridos no paraban de preguntarme cosas incómodas que en su mayor parte no me digné a responder. En cuanto vi que el crio estaba entretenido y que Jack se había puesto a jugar al fútbol con ellos aproveché a largarme, dispuesto q coger un taxi para irme a comisaría, aprovechando que era el día del padre porque a aquellas horas no habría casi ni gente; mas justo entonces noté un fuerte golpe en la nuca y perdí el sentido.

    Lo siguiente que recuerdo fue el despertar, aturdido, amordazado y con las manos y los pies fuertemente atados, desnudo completamente y con un fuerte dolor tanto en la nuca como en el trasero. Miré a mi alrededor, era una estancia polvorienta, llena de ropa, latas y restos de comida tirada por ahí. También había un escritorio, con una gran cantidad de fotos sobre él, papeles, un par de bolígrafos y un ordenador. La estancia era realmente pequeña y solo había un ventanuco redondo y pequeño, era como… como un camarote de un barco. –Vaya, vaya, así que mi bello durmiente finalmente se ha decidido a despertar– Abrí los ojos de par en par al ver al viejo salir semidesnudo por una puerta que supuse que sería el baño. Traté de gritarle, de preguntar qué estaba haciendo conmigo y de amenazarle diciéndole que era un agente de la ley, pero seguía amordazado. Con una sonrisa socarrona se subió a la cama, sobre mí, paseando sus asquerosas manos por mi cuerpo –¿Sabes, Iago? Desde ti he tratado de satisfacerme con decenas de chicos, pero ninguno ha conseguido llegarte a la suela de los zapatos, así que he tenido que matarlos por desobedientes… Ninguno era tan tonto, tan ingenuo, ni tan guapo como tú, tú siempre has sido mi mejor puta y me ha costado mucho conseguir venir hasta aquí por ti… Y encima vas y te presentas con un gilipollas, aunque bueno, todos los hijos les presentan sus parejas a sus padres, ¿No?– Las lágrimas comenzaron a arremolinarse en mis ojos; el dolor, la culpa, la desesperación… Ese cabronazo me lo estaba echando encima. –Dime, ¿Te gusta cómo te folla? No, ¿verdad? Tú solo disfrutas conmigo, eres una puta masoquista y buscona a la que le encanta meneársela a su propio padre… Me das tanto asco, Iago, ¿Qué pensarían de ti si les mando un vídeo a tu novio y a tu hijito mostrando como te gusta que te dé por atrás? ¿O quizás uno de cuando la mafia te captó para trabajar en aquel burdel?– Abrí los ojos de par en par, negando efusivamente con la cabeza –Lástima, porque ya lo he hecho, y para cuando tu querido novio o tus compañeros policías quieran encontrarnos estaremos en un avión de vuelta a Italia donde volverás a ser MI puta y, quien sabe, quizás te lleve a conocer a la puta de tu madre– Entonces vino hacia mí con un trapo previamente bañado en cloroformo y me quitó la mordaza únicamente para presionarlo tanto contra mi boca como contra mi nariz, haciéndome perder el sentido de las cosas de nuevo. La siguiente vez que abrí los ojos no estaba ni maniatado ni amordazado, pero me sentía muy mareado y posiblemente iba bajo el efecto de alguna droga. Traté de hablar pero las palabras se amotinaban en mi garganta y se me trababa la lengua, estaba confuso y desorientado, pero por el ruido que se escuchaba debía estar en un tren. Miré a ambos lados, junto a mí estaba el viejo y en frente había una pareja que estaban a lo suyo, ignorando la situación por la que estaba pasando. Aterrado, traté de levantarme y salir de ahí, pero antes de siquiera conseguir ponerme en pie una mano agarrando fuertemente mi brazo me lo impidió. –Al fin despiertas, querido, no sabes los problemas que me ha traído el conseguir traerte hasta aquí estando inconsciente, así que estate tranquilito en tu sitio hasta que lleguemos a casa y no hagas ninguna tontería si no quieres que alguien más salga herido– Y solo pude asentir obedientemente con la cabeza y quedarme quietecito en mi sitio mientras él iba susurrándome al oído todo el camino lo que pensaba hacer conmigo según llegásemos a Italia. Tras varias paradas y cambios de tren cruzamos Europa hasta llegar a mi país natal, aquel que no había vuelto a pisar desde que era un mocoso prácticamente. La ciudad no había cambiado demasiado, siempre con una imagen alegre mientras que en los recovecos más oscuros gente moría de hambre o a manos de la mafia, siempre constante en su trabajo de destruir vidas fuesen inocentes o no. Mareado y agotado por el arduo viaje y con el colocón que llevaba encima me dejé llevar por el viejo hasta la que fuese la casa donde habíamos convivido hace tantos años. Sin ninguna delicadeza me llevó a rastras hasta el sótano y mi cara debió quedarse hecha un cuadro al ver las paredes de este mismo llenas de fotos de niños desnudos, siendo violados y asesinados, mientas que en el centro de la primera pared que te encontrabas según bajabas había una foto mía enmarcada, en la que me encontraba chupándosela. Destrozado caí al suelo de rodillas, sin poder dar crédito a lo que veían mis ojos, mientras él se dedicaba a colocar las fotos que había visto sobre el escritorio del camarote del barco. –¿Qué… has hecho?– Murmuraba, cubriéndome la boca con una mano, mientras él se acercaba, tomándome con fuerza por el mentón –Todo esto es culpa tuya, Iago, por irte de mi lado y dejarme solo–

    Toda esa semana me tuvo encerrado ahí abajo, a oscuras, y dándome de comer una sola vez al día a cambio de dejar que me tocase. ¿Qué por qué no me violaba directamente? Porque así me hacía más daño haciéndome ver que lo accedía por ‘voluntad propia’ para luego insultarme y humillarme y volver a dejarme encerrado. Entonces un día entraron un par de hombres fuertes y vestidos completamente de negro que me sacaron en brazos de aquel agujero, pensé que serían de los servicios secretos y que vendrían a sacarme de ahí porque alguien hubiese denunciado mi desaparición, pero al ver cómo le entregaban una gran cantidad de dinero al viejo comprendí que no. –No… ¡No! ¡HIJO DE…!–Pero con un golpe seco en el estómago me impidieron seguir gritando y me metieron en el asiento de atrás de un elegante coche negro con los cristales tintados. Poco a poco nos alejábamos de la ciudad y yo no podía hacer más que guardar silencio, maniatado y con uno de ellos apuntándome en la frente mientras me quitaban todo lo que llevaba encima, ropa incluida, y lo metían en una bolsa de plástico la cual pude ver cómo tiraban a un rio según el coche se detuvo. Desnudo me llevaron hacia el interior de una gran casa, tirándome de rodillas a los pies de un hombre grande de mediana edad que estaba sentado en un lujoso sillón, con otro chico semidesnudo sentado en el apoyabrazos de este y acariciando un gran Rottweiler que estaba sentado obedientemente en el suelo a su lado. Me costó, pero al final lo reconocí como uno de los amigotes del viejo que venía a ‘visitarme’ todos los días mientras trabajaba en el burdel –Esto es tráfico de personas, la policía…– Una fuerte carcajada interrumpió mi intento de amenaza; aquel hombre se había echado a reír. Con parsimonia se levantó, acercándose a acariciar mi mejilla, agachado frente a mí. –Cuanto has crecido, mi bello Iago, aunque has perdido aun más peso y tu piel está tan blanca que parece enfermiza, pero no te preocupes; yo me encargaré de arreglar eso… ¡Bentornato in Italia!– Y con un agresivo beso en los labios que rechacé todo lo que pude, me dejó en manos de aquel chico que estuvo violándome frente a él durante horas hasta que no pude más y me desmayé de agotamiento. Los días siguientes no fueron para nada mejores, me hacían ir esposado y vistiendo únicamente una yukata que me habían puesto por recochineo al saber por mano del viejo a donde había huido y que acabó hecha mierda y completamente abierta tras pasar por las manos de sus guardaespaldas. Otro día dio una gran fiesta en la mansión y se sirvieron de mí y del otro chico como atracción para los invitados entre los cuales, como no, vino el viejo. Mi cuerpo aun tiembla con solo pensar en todo lo que me habían hecho. Tras aquella fatídica noche y acabar hecho una mierda por un día me dejaron descansar, tomando el sol en la piscina entre los brazos de aquel chico al que al final había tomado como apoyo moral y con el que me desahogaba a cambio de darnos algo de cariño mutuamente para no acabar hundidos. No llevaba más de dos semanas en mi país y todo había vuelto a convertirse en una pesadilla, mi piel había retomado el color moreno tostado típico de un italiano y había ganado algo de peso, pero miss ojos estaban más apagados que nunca… Y aun hundido en la miseria, no podía dejar de pensar en qué habría ocurrido con Ramsay y con el niño, si estarían bien y qué pensarían de mí. “Lo siento tanto, Ramsay, lo siento… Siento ser un inútil y no haber podido evitar esto” E irremediablemente me eché a llorar en los brazos de un desconocido que se había convertido en mi único ‘apoyo’ en aquel infierno. –¿Aun sigues pensando en ese inglés, verdad?– Me preguntaba el chico, limpiándome la cara y besándome suavemente a pesar de que ahora me diese más asco que nunca –Algún día saldremos de aquí Iago, y te ayudaré a olvidarlo todo, juntos, incluido él–

    Aquella noche me tocó acompañar al que fuese mi ‘dueño’ hasta la ciudad junto a otros jefazos de la mafia que iban con sus respectivos guardaespaldas y sus respectivas putas, ya fuesen hombres o mujeres. Me miré a mí mismo, vestido con un caro traje que me habían hecho a medida únicamente para pasearme a su lado como si fuese un maldito trofeo, que vergüenza. Tras presentarme entre varios hombretones y fardar de mí, no dudando en permitirles el meterme mano para que lo comprobasen por ellos mismos, fuimos a sentarnos en los mejores asientos para disfrutar de una obra de teatro al aire libre a una buena distancia de la plebe, que tendrían que arreglárselas para verlo desde la lejanía. Aburrido de la función, aproveché inmediatamente el que el tío estuviese hablando con sus amigotes y me escabullí entre la gente para salir de allí y correr en busca de una cabina de teléfono para denunciar mi situación a la policía, pero nuevamente me detuve al ver a uno de los guardaespaldas del mafioso frente a mí, apuntándome y agarrándome con fuerza del brazo –¡No!– Grité, desesperado, mientras me llevaba a rastras hasta mi asiento de nuevo, llamando la atención de todo titirimundi presente y de los viandantes.


    Edited by •Shena - 30/8/2015, 18:21
     
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    Miro la hora con impaciencia, son las dos de la madrugada y ahí, en mitad de ninguna parte, espero a Iago bajo una farola y con una lluvia semejante al diluvio universal. De pronto, el sonido de un motor capta mi atención y salgo a la carretera a su encuentro, todo ocurre muy rápido, el conductor pisa el freno y el coche patina sobre el asfalto dejando un olor a rueda quemada a su paso antes de estamparse contra el tronco de un árbol y aboyar el capó – ¡Maldito gilipollas! ¿¡Estás loco o qué!? ¡Por poco nos matas! – me grita el hombre malherido saliendo del coche, y en un abrir y cerrar de ojos le rebano la garganta de un tajo, abro la puerta del copiloto y al primer guardaespaldas le pego un tiro entre ceja y ceja para luego repetir el mismo procedimiento con el segundo. Todos muertos, arrojo los cadáveres a la cuneta y saco un pañuelo para limpiarme las manos de sangre, peino mi pelo hacia atrás con la mano intentando recuperar el control de mi mismo y cierro la cremallera de la chaqueta para ocultar tanto la pistola como el cuchillo, no quiero que Iago vea lo que realmente soy – ¿Por poco, eh? – pregunto con un deje de sarcasmo en mi voz. Después miro el maletero y cuando lo abro veo a mi vecino atado de pies y manos con un esparadrapo en la boca, un moratón en el ojo y más de un cardenal a través de todo su cuerpo. Algo en mi interior se revuelve, no sé qué es lo que siento, culpa, miedo, angustia, alivio, estas nuevas emociones son como una bomba de relojería a punto de estallar en mi interior – Iago – le quito el esparadrapo de la boca para que pueda hablar y corto las cuerdas con el cuchillo mientras le ayudo a incorporarse y le paso mi chaqueta por encima de sus hombros a modo de abrigo. Silencio, la lluvia repiquetea contra la carretera, quiero decirle tantas cosas y a la vez soy incapaz de articular ninguna palabra, de manera que junto mi frente con la suya y le doy un abrazo sintiendo como mi cuerpo se tensa – Lo siento, todo esto es culpa mía – si pudiese tomar las pastillas, no sentiría estas ansias asesinas de matarle ahora, estoy fuera de control, mientras le abrazo pienso en besarle y matarle al mismo tiempo. Así que deshago el abrazo y doy un paso hacia atrás guardando una distancia prudencial entre ambos cuando, de pronto, el teléfono móvil de uno de los cadáveres de la cuneta empieza a sonar y me acerco para cogerlo antes de llevarlo a mi oído – Tú debes de ser Ramsay…

    ¿Has venido por mi puta? ¿Quién te envía? ¿La policía? ¿O acaso vienes por cuenta propia? Ah, Ramsay, ¿Sabes cuánto tiempo ha estado esperando Iago a que vinieras por él? ¿Cuántas veces ha repetido tu nombre? ¿Las veces que ha llorado buscándote? ¿O lo que ha sufrido porque tú no estabas para protegerle? – miro a mi vecino fijamente a los ojos sin ninguna expresión en mi rostro y, unos segundos después, desvío la mirada hacia otro lado, no quiero que se entere de esta conversación, no quiero su sufrimiento – Oh, siento tanto decirte esto, pero ha pasado por tantas manos que no sé cómo vas a poder volver a reconocerlo, ¿sabes lo bien que huele su pelo? como a melocotón, ¿y su piel? es tan suave. Pero, lo que más me gusta de él es que he podido besarle y follármelo tantas veces como he querido, de hecho, hay veces que me cansaba de mi propio hijo y se lo dejaba a mis amigos para que se entretuvieran un rato – me dice mientras se echa a reír. Aprieto la mandíbula con fuerza hasta que mis dientes chirrían, tengo las aletas de la nariz dilatadas, siento como me cuesta respirar y cómo poco a poco la ira reemplaza esta maldita indiferencia… ¿o quizás es la culpa? – ¿Estás ahí? Quiero que me escuches con atención; tengo intención de recuperar a Iago y si intentas evitarlo puedo eliminarte con un chasquido de dedos, ¿me has entendido? piensa que nunca más va a dejar que le toques después de todo lo que le hemos hecho, es un juguete roto. ¿Así que, por qué no me lo devuelves? sólo es un estorbo, además, tengo entendido que tú también tienes tus propios problemas para estar cerca de él sin hacerle daño, ¿no…? – no soy dueño de mis acciones, cojo el teléfono móvil y lo estampo con todas mis fuerzas contra el suelo rompiéndolo en mil pedazos, doy un grito desde lo más profundo de mi ser – Voy a matar todas tus pesadillas, Iago, te lo juro…

    Una semana después me convertí en el hombre más buscado tanto en Inglaterra como en Italia por; desacato a la autoridad, al huir de un agente de la ley como mi vecino para matar a su padre el abusador, asesinato, por los hombres que había matado en la cuneta cuando rescaté a Iago del maletero y, por si se me había olvidado, homicidio en tercer grado, por todas las muertes que llevaba a mi espalda durante todos estos años… mientras que su padre y amigos parecían pasar inadvertidos tanto para la ley como para el resto del mundo después de haberlo secuestrado, abusado y golpeado. De Iago sólo sé que estuvo en el hospital una semana después de haber llamado a la policía para que vinieran a buscarlo y que unos días más tarde se reincorporó en el trabajo aunque aún estaba bajo tratamiento médico, también sé que teníamos una conversación pendiente, pero yo estaba muy ocupado arreglando otros asuntos – Señor Zanetti, ha llegado este paquete a su nombre – pero antes de que el agente se lo diese a Iago, Jack, quien se había vuelto especialmente protector, se lo arrebató de las manos y fue él mismo quien lo abrió delante de todo el mundo. El hedor hablaba por sí solo y no sabes la suma de dinero que hubiese pagado al ver su cara de asco cuando descubrió un par de genitales seccionados dentro antes de vomitar en la papelera que tenía a mano, lástima que no supiese que primero me había esperado a matar a esos pobres desgraciados para después cortarle los huevos – ¡Apartad eso de mi vista y encontrar al asesino de Ramsay de una puta vez! – gritó malhumorado entre arcadas. Como todas las noches esperé en una esquina a que Iago saliese del trabajo y lo seguí desde una distancia prudencial camuflado entre una multitud de gente para salvaguardar su seguridad a mi modo, sin embargo aquella vez fue diferente al resto, y es que un par de hombres con pintas sospechosas lo estaban siguiendo, no me lo pensé dos veces y tiré de su brazo para escondernos en un callejón oscuro. Lo arrinconé contra la pared y me quité la capucha para que pudiese reconocerle mientras le rogaba silencio con un dedo en los labios, y sólo cuando supe que se habían ido, miré a Iago fijamente a los ojos por última vez antes de irme – Esta noche iré a tu casa…

    No fue nada fácil colarme en casa de mi vecino por la ventana de su habitación ya que dos policías vigilaban la entrada de la portería de abajo y en cuanto vi la puerta del baño entornada supuse que se estaría dando un baño y que todo iba bien, por lo que fui a sentarme en la cama a esperarlo. De pronto, el sonido de unos pasos en el comedor captó mi atención y cuál fue mi sorpresa al ver a un hombre entrando a hurtadillas en el dormitorio, él no debió verme porque estaba oscuro y justo en aquel momento el sonido del agua cesó. Sin pensármelo dos veces, tapé su boca con una mano y tiré de él hacia atrás mientras lo asfixiaba con ambas manos, sin embargo Iago ya salía del baño y como no quería preocuparle o hacerle revivir malos momentos escondí el cadáver bajo la cama y me levanté como si me hubiese tropezado con algo. Me quedé mirando descaradamente a mi vecino tapado tan solo con una toalla atada alrededor de la cintura, era difícil despegar los ojos de su cuerpo después de haber estado tanto tiempo separados, pero las palabras de su padre resonaban en mi cabeza como un taladro y no pude sino desviar la mirada hacia un lado, reprimiendo mis instintos – No sé por dónde empezar, Iago, yo…– callé, de repente, al ver un segundo hombre tras él, quien también me vio a mí y se quedó estático en el sitio al comprender que su compañero estaba muerto a mis pies. Antes de darle tiempo a reaccionar a Iago me acerqué hasta él y le di un abrazo para que no pudiese voltearse a mirar al comedor, al otro lo miré con cara de pocos amigos y retrocedió lentamente hacia atrás sin hacer ruido muerto de miedo antes de salir huyendo. Y es que mientras esperaba a que se fuera no pude evitar en fijarme en los moratones que aún lucía su piel, en las quemaduras y en esos arañazos de su espalda, era como si hubiese salido de una pelea de gladiadores romanos en la arena. Y sin embargo, su piel seguía siendo suave, tenía ese olor fresco y su pelo olía a melocotón. Conseguía revolverme por dentro, me asustaba el poder que ejercía sobre mí, y para ser sincero tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para soltarlo, no podía estar a su lado, pero tampoco quería alejarlo demasiado – ¿Por qué no te sientas en el sofá y te traigo una taza de té? – ¿sugerencia? ¿orden? no lo sé, pero no le di opción cuando cerré la puerta de la habitación tras de mí.

    No encendí las luces del apartamento ya que la policía lo controlaba noche y día, por lo que recibir visitas a las tantas de la madrugaba no era muy normal y podría levantar sospechas innecesarias. De modo que en cuanto me reuní con Iago estábamos casi a oscuras, iluminados únicamente por la tenue luz de una farola de fuera, luz justa y necesaria para vernos apenas la cara – Iago, voy a ser sincero; si me fui es porque no puedo estar contigo, pero tampoco puedo estar sin ti por mucho tiempo desde que me quitaste la medicación, cuando estoy a tu lado siento unas ganas irrefrenables de darte un beso y acabar contigo. Además, vi como cada día te desmoronabas más y más, eras como un ratón asustado en una jaula que tenía miedo de todo lo que te rodeaba, así que pensé que la mejor opción era arrancar de raíz el problema y matar a tu padre para que te dejara de atormentar… Ahora sé que estaba en un error, nunca debí haberme marchado, no puedo ni imaginarme por el infierno que has pasado y mucho menos pedirte perdón. Pero si puedo prometerte algo, he tomado una decisión – dije sacando el botecito de pastillas y poniéndolo entre nosotros dos – voy a tomarme las pastillas otra vez aún si me crea un derrame en el cerebro, es la única forma en la que puedo estar contigo y protegerte de tu padre… y de mí – de pronto, el sonido sordo de un silenciador y un cuerpo en el suelo me hicieron desviar la mirada hacia la ventana de donde procedía el disparo, un policía había muerto y vi caer al segundo antes de que un grupo de hombres entraran en el edificio. De modo que tomé rápidamente la mano de mi vecino y lo escondí en el vestidor, entre el hueco de la puerta y la pared – No hagas ruido – pero no me fiaba de él. Nuestros cuerpos estaban tan juntos el uno del otro que podía sentir su miedo, sólo era cuestión de tiempo que se echara a llorar y temblar por culpa de la situación y esos tormentosos recuerdos. Así que le tapé la boca con una mano y con el otro brazo lo atraje hacía mí para reconfortarlo en un abrazo mientras los sicarios rebuscaban en el apartamento y amenazaban con violarlo si llegaban encontrarlo – ¡Maldita puta! ¿¡Dónde te has metido!? – gritó uno de ellos abriendo de un portazo el vestidor, suerte que dio con el tope y camisas y pantalones nos ocultaron a sus ojos. Unos segundos después cuando supusieron que ahí no había nadie decidieron marcharse y salimos fuera al dormitorio, donde senté a mi vecino en la cama y me arrodillé frente a él realmente preocupado – Escúchame, aquí no puedes quedarte, no es un sitio seguro, voy a llevarte conmigo…

    Puede ser que el sitio no era el más indicado, ya que aunque él no lo sabía o quizás si lo intuyese, la caseta de caza en la montaña donde nos encontrábamos era donde antaño pensaba durante horas y llevaba a cabo buena parte de mis crímenes. El lugar en cuestión tenía dos plantas, era un lugar frío y oscuro sin decoración – Iago, sólo te voy a pedir una cosa, hagas lo que hagas, no subas arriba – abajo, no había nada más que una pequeña cocina, una mesa con un par de sillas y una cama, además de cornamentas de alces colgadas, pellejos de animales secándose y un sentimiento de inquietud que conseguiría ponerte los pelos de punta. Lo primero que hice nada más entrar fue cerrar la puerta con llave que subía al piso de arriba por si acaso, después recogí a toda prisa cuchillos y utensilios varios para guardarlos en un cajón, descolgué los pellejos de animales muertos y aparté de la vista bocetos macabros con los que fantaseaba poniéndolos en práctica con otros – Es difícil hacer de este sitio un lugar acogedor…
     
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  7. •Shena
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    Los sonidos del exterior llegaban perfectamente a mis oídos, mi mente y mi cuerpo se hallaban destruidos, pero no había nada que reconociese mejor que el sonido de un disparo. ¿Un ajuste de cuentas de parte de otra familia? No, no había nadie tan fuera de juicio que tuviese el valor de entrometerse en el territorio del viejo y atacar a los suyos. El sonido de los pasos acercándose no hizo variar mi estado de ánimo, a estas alturas estaba tan machacado y tan cansado que poco me importaba lo que me ocurriese; o eso pensaba hasta ver aquellos gélidos ojos clavarse en mí. El dolor físico desapareció de un plumazo, los ojos abiertos todo lo que el moratón en uno me permitía y la mente hecha un vacío, puro, lienzo blanco. Fue cuestión de segundos, como una bomba nuclear desatada en mi interior los sentimientos comenzaron a encontrarse y a chocar entre ellos; la confrontación era tan grande que la reacción natural de mi organismo fue comenzar a temblar como una hoja. No, no podía ser, esto debía ser una treta más de aquel maldito cerdo; un engaño para hacerme sufrir… Sin embargo el escuchar su voz acalló todo recelo, era él, por fin Ramsay había venido a por mí, mis plegarias habían sido escuchadas. A pesar de haber sido liberado de toda atadura no hubo palabra que mi boca pudiese articular, la alegría me colmaba, hasta que sentí sus manos en contacto con mi cuerpo. Cual muñeca de cuerda, moví mis brazos con movimientos erráticos hasta rodear su espalda en un tenso abrazo. No sentía frío a pesar de la incesante lluvia de la que, a pesar de la buena intención, su abrigo no me protegía; tampoco sentía calor, estaba estático. Su olor inundaba mis fosas nasales, era un olor conocido y mi cuerpo lo aceptaba, sin embargo mi mente gritaba que me alejase y corriese lejos. Mis pupilas se clavan en las suyas, impasible a sus palabras, aun temo que se trate de un engaño. Cuando por fin se aleja de mí soy capaz de recuperar la razón y el sonido de una llamada a unos pasos de nosotros me hace espabilar. No soy idiota, sabía muy bien lo que allí acababa de acontecer, y también sabía quién llamaba, el viejo lo sabía todo, era como un Dios. Mi corazón se acelera y miro a ambos lados, temiendo que aparezca pero sin moverme ni un solo paso, si lo hago quizás le haga algo a Ramsay, y yo no quería eso. Miré fijamente a este último en su conversación, no me hacía falta escuchar, el viejo estaba jugando y quería su juguete de vuelta, la mirada de Ramsay hacia mí y sus gestos de ira me lo confirmaron. Solo pude observar y callar, impasible, como el teléfono era destruido en pedazos al chocar contra la húmeda carretera y la pequeña sonrisa falsa que se me escapó me susurró en silencio que algo dentro de mí estaba igual de aquel móvil. –Ramsay…–

    Desde que la policía vino a recogerme aquel nombre fue lo único que pude mantener en mi cabeza. Me sentí como una mercancía, pasando de mano en mano hasta ser metido en un avión de regreso a Londres. Allí pasó exactamente lo mismo, era obligado a ir de un lado a otro donde desconocidos me hacían tantas preguntas que me saturaba y no podía hacer más que encogerme y acallar el llanto. El lugar que menos me gustó fue aquella sala completamente blanca donde me dejaron solo con un hombre que insistía en que me quitase la ropa. ¿Tanto para acabar igual que allí? El miedo a ser castigado una vez más me llevó a asentir con sumisión y desnudarme antes de acercarme al hombre para llevar a cabo lo que suponía que me exigía tal y como otros tantos habían hecho. Al parecer hice algo mal, porque el hombre se puso rojo y echó a correr fuera de la blanca sala, siendo sustituido por otro que me explicó que no estaba allí para ‘eso’. Pasé más de una hora allí, unas veces de pie y otras tumbado mientras aquel hombre examinaba cada rincón de mi cuerpo, murmurando cosas incomprensibles para mí para acabar saliendo cabizbajo y diciéndole a una mujer rubia: “No es necesario revisarle más, llevad a este pobre chico a que le den un tratamiento de inmediato”. Tras aquello sé que estuve durmiendo un par de días seguidos y cuando desperté no sentía dolor alguno, al parecer me habían aplicado relajantes musculares. Al haberme despertado al fin trajeron a una mujer a hablar conmigo, una psicóloga al parecer, cada vez que trataba de preguntarme acerca de lo que me había ocurrido simplemente le daba la espalda y fingía dormir. Jack también vino en muchas ocasiones a verme hasta que se me permitió salir del maldito hospital, nunca tocó el tema y yo se lo agradecí en silencio permitiéndole la confianza de tocarme de vez en cuando, tan solo leves caricias a mi rostro o mis manos, pero más que suficiente para él al parecer. Pasada semana y media se me permitió regresar al trabajo para mantenerme contento y distraído a pesar de que solo se me dejaban casos menores como pequeños atracos o peleas callejeras, pero teniendo que ir al hospital a cada poco para seguir mi tratamiento. A pesar de los esfuerzos de todos por ser amables conmigo yo apenas les dirigía la palabra, solo lo necesario, y me preguntaba constantemente dónde estaría Ramsay, o lo que tardaría el viejo en venir a por mí. Entonces un día como cualquier otro un paquete llegó a comisaría, el asqueroso olor que desprendía me hacía sospechar de su contenido, pero antes de poder abrirlo por mí mismo Jack se interpuso y lo hizo él mismo antes de comenzar a toser entre arcadas. Impasible mantuve mi vista fija sobre aquella abominación, a nadie le hizo falta preguntar quién lo había enviado, cuál fue mi sorpresa al encontrarme con una pequeña sonrisa en mi rostro al verme en el reflejo de una de las vidrieras de comisaría. Al llegar la hora como siempre recogí, me despedí de los chicos y, tras insistirle a Jack de que no era necesario que me acompañase, salí de camino al nuevo apartamento de protección en el que me habían enjaulado. Caminé ausente, mirando las imperfecciones del viejo asfalto hasta que un tirón me desvió de mi camino. Completamente aterrado observé al culpable, encontrándome de nuevo con la locura oculta de aquellos inconfundibles ojos y mi cuerpo tembló. Ramsay rápidamente llevó su índice hasta sus labios, aquellos finos labios que tan bien conocía, pidiéndome silencio, sin embargo por mucho que hubiese querido ni un solo sonido habría salido de mí. Asentí con la cabeza obedientemente tras sus palabras, dejando que mi cuerpo cayese lentamente al suelo deslizándose por la pared, ¿Qué era aquello que sentía? Era tan extraño, tan cercano al miedo pero tan diferente a la vez.

    Retomé el camino hacia mi casa rápidamente y en cuanto llegué me deshice del uniforme, tirándolo sobre la cama, y casi que corrí a la ducha por tercera vez diaria. Como ya acostumbraba lavé mi cuerpo con insistencia varias veces, todas sin mirarme, me resultaba simplemente repulsivo. Aún podía sentir las manos y miembros de todos aquellos hombres que habían ensuciado mi piel, pero era imposible de borrar aquello por mucho que frotase. Rendido salí de la ducha atándome una toalla a la cintura para poder vestirme de nuevo, tomar las pastillas y dormirme rápidamente, sin embargo al parecer la advertencia de Ramsay no había sido ninguna broma y cuando salí del baño lo primero que me encontré fueron aquellos ojos pasearse por mi cuerpo, como si estuviesen escrutando mi ser y me atravesasen. Sin embargo en el momento en que se levantó tan rápidamente me pareció que algo andaba mal, rápidamente miré alrededor, tratando de diferenciar cualquier cambio en la habitación, sin embargo la oscuridad no me facilitó la tarea. Devolví mis ojos a él al escucharle hablar, manteniéndome lo más tranquilo que buenamente podía, pero su repentino abrazo derrumbó todas mis defensas una vez más y aquel ligero temblor se apoderó de mí otra vez. Mantuve la cabeza gacha, hundiendo el rostro en su hombro y apretando los dientes con fuerza, no, este no era momento de echarme a llorar. Finalmente me liberó de aquella excesiva cercanía y, sin darme opción a actuar ni preguntar, me sacó del cuarto y me hizo sentarme en el sofá en medio de la oscuridad, pues la única iluminación en aquel momento era la tenue luz de una farola de la calle, lo justo para diferenciar su cara de las sombras. –¿Qué está pasando?– Si bien no estaba bien no era tonto, sin embargo mi pregunta fue ignorada e interrumpida por una larga explicación del porqué de sus actos y de lo que pensaba hacer. Mi ceño se frunció en desagrado según iba avanzando y desvié la mirada cuando nombró a mi padre. Una vez terminó abrí la boca rápidamente para rebatirle y traté de arrebatarle el bote. –No voy a permitirte…– Hube de silenciarme a mí mismo, mi oído reconoció el sonido del silenciador y de los cuerpos cayendo, y sabía que fuese quien fuese el asesino no era amigo mío. Mis ojos se llenaron de pánico y miré a Ramsay con desesperación, era incapaz de reaccionar. Por suerte él si y rápidamente me llevó al vestidor donde nos metimos ambos, con una cercanía excesiva en mi opinión. La situación comenzaba a sobrepasarme, sabía que venían a llevarme de vuelta y lo que pasaría allí si lo conseguían y por otro lado estaba encerrado en un espacio pequeño con un hombre apegado a mí. Inevitablemente las malas experiencias y mis pesadillas se apoderaron de mí, haciéndome revivirlas todas y cada una de ellas allí de pie con el hombre que había creído amar. Me sentía culpable, inútil y muy, muy sucio; al borde del colapso solo pude convulsionar, sintiendo mis mejillas humedecerse y ahogando las ganas de gritar contra la mano de mi vecino, que inconscientemente lo empeoraba al abrazarme contra él. Todo mi cuerpo tembló al escuchar las amenazas, reconocía sus voces, estaba seguro de que aquello con lo que amenazaban ya lo habían repetido una y otra vez en mi país de origen; lo recordaba bien, recordaba todos y cada uno de los que me habían tomado, y mejor recordaba las diferentes maneras en las que lo habían hecho. Quise desaparecer de la faz de la Tierra cuando uno de ellos abrió de golpe el vestidor, sin embargo la vida pareció querer concederme algo de suerte y no nos vio. Una vez reinó el silencio salimos cautelosamente y, mientras lloraba cubriéndome el avergonzado rostro, asentí cual perro obediente a sus palabras sin ser consciente de lo que aquello realmente conllevaría.

    Sin necesidad de dudarlo demasiado rápidamente tomamos rumbo hasta llegar a una sombría caseta de montaña en medio de la maldita nada que no me trajo muy buenas vibraciones. Sin salir del todo del shock emocional le vi ir y venir, trancando con llave la puerta del segundo piso a la que no me permitía entrar; eso fue suficiente para confirmarme que allí habría llevado a cabo más de una de sus atrocidades. A continuación se puso a recoger cuchillos y demás utensilios que guardó en un cajón, y también quitó otras cuantas cosas más mientras yo iba lentamente a sentarme en una silla de madera. –¿Aquí has matado personas inocentes, verdad? No me es muy difícil imaginar qué tipo de cosas estarás ocultando ahí arriba, no es necesario tratar de disfrazar nada como si fuese idiota– Murmuré, aunque no era que me sintiese decepcionado o incómodo, sabía perfectamente qué era él y qué había hecho. –¿Sabes que vendrán a por nosotros, verdad? Recorrerán cada centímetro del país si hace falta, y no estoy hablando de la policía… De hecho seguramente ya saben dónde estamos– Me removí incómodo en mi asiento. –Estás desperdiciándote, Ramsay– Le miré fijamente y me levanté, desvistiéndome frente a él hasta quedar completamente desnudo; me aborrecía es ser visto o tocado pero había repetido aquel procedimiento tantas veces que era casi como una rutina. –Mi cuerpo ha pasado por tantas manos que incluso me es difícil mantener la cuenta en mi cabeza, como posiblemente te diría el viejo, no soy más que un juguete usado, sucio– Arañé mi piel sobre los demás moratones y marcas que lucía, levemente enrojecida de tanto frotarla con la esponja. –Cada vez que alguien me toca quiero vomitar, ¿Es esto lo que quieres defender? ¿Qué valor tengo? Solo te sirvo para follar, y me da puro asco– Mantuve la mirada fija en él momentos antes de darme la vuelta, mostrando en la claridad los arañazos esparcidos por mi espalda y mi trasero entre demás marcas y cicatrices. –El mayor favor que puedes hacerte a ti y a mí es matarme rápidamente, antes de que alguien más lo haga– Me abracé a mí mismo, temblando con el rostro desencajado de solo pensar en aquel horrible viejo y la satisfacción que sentiría si acababa conmigo. Me giré de nuevo hacia él e hice acopio de todas mis fuerzas para llevar mi mano hasta su mejilla. –Si alguien ha de matarme solo puedes ser tú, Ramsay, tú eres lo único que tengo y al único al que he llegado a querer… No dejaré que te maten unas pastillas por un motivo estúpido e inútil– Sabía que la situación no me favorecería, que era fácil desequilibrarle y que de matarme lo haría de la peor de las maneras pero, ¿Qué importaba eso ya? Me acerqué más y más a él, besando sutilmente sus labios y acercando mis labios a su oído, sintiendo esa mezcla entre rechazo y profunda atracción, a pesar de todo mi cuerpo le recordaba muy bien. –Dime, ¿te doy asco… Ramsay Black?–
     
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    -He matado a muchas personas, pero si eran inocentes o no eso escapa a mi juicio, todo depende con los ojos que lo mires, me explicaré; los hombres que he asesinado en tu apartamento posiblemente fueran buenos padres y maridos honrados, pero querían verte muerto y por eso he tenido que matarlos primero. Yo, por el contrario, no mato por venganza o intereses económicos, lo hago porque puedo y, de paso, me aseguro de que sigas vivo. Para mí no existe un concepto del bien o el mal como tal, existen intereses, tú eres de mi interés y por ese mismo motivo te estoy ayudando. Tú sabes quién soy en realidad, de igual manera que intuyes cuantas personas han muerto en esta caseta y, sin embargo, no te veo sacar las esposas y meterme entre rejas… No existen ángeles ni demonios, Iago, tan sólo personas – lo veo sentarse en una silla de madera y mientras habla no soy capaz de apartar la mirada de él, por un lado siento unas ganas incesantes de abalanzarme encima suyo y ahogarlo con mis propias manos, y por otro, sólo quiero acariciarle el pelo hasta que se quede dormido – No creo que seas idiota ni es mi intención disfrazar nada a estas alturas, te lo enseñaré todo a su debido tiempo, pero por el momento deja que guarde para mí unos cuantos secretos. Confía en mí, lo que hay ahí arriba es una disculpa y un regalo de bienvenida especial para ti. Sé que vendrán a por nosotros, de hecho ya…– callo, al ver su cuerpo al desnudo lleno de moratones, cicatrices y arañazos, me excita el dolor, para mí es algo placentero. No puedo quitarle la vista de encima, mis ojos están clavados en su cuerpo maltrecho, ni te imaginas el trabajo que me cuesta auto controlarme a mí mismo, quiero tocarlo, abrazarlo, pero temo que, a diferencia de mí, a él si le provoque asco – ¿As…co? – repito, incrédulo, casi hasta me hace gracia, él aún no lo sabe, pero me provoca el efecto contrario. Lo oigo hablar por el calvario que ha pasado y sujeto su mirada con firmeza, veo el miedo reflejado en sus ojos y como, poco a poco, se hace más pequeño mientras se abraza a sí mismo. Me rompe en dos, de pronto, siento una leve caricia en la mejilla, sus labios sobre los míos, su boca en mi oído… algo parecido a una descarga eléctrica sacude todo mi cuerpo y me pone los pelos de punta – ¿Aún crees… que me das asco? – tomo su mano y la llevo a mi creciente erección por encima del pantalón…

    Aparto su mano con brusquedad y de un empujón lo tumbo sobre la mesa mientras me coloco entre sus piernas, aferro su garganta con mis manos y pego su frente a la mía – Veo que no entiendes nada; si has pasado por muchas manos, cortaré tantas que perderás hasta la cuenta, si eres un juguete usado, sucio, haré que te bañes con la sangre de tus enemigos para lavarte y si crees que sólo me sirves para follar o me das asco, entonces, sí que eres “estúpido e inútil” ¿Matarte? ¿Crees que después de haber renunciado a mi naturaleza y a mi verdadera identidad, después de haber pasado por la cárcel y su programa de reinserción social, por no hablar de las pastillas que me está fundiendo el cerebro para cambiar y al joven que adoptaste como hijo sin consultarme nada, que después de cruzar Europa e ir a Italia para deshacerme de los matones de tu padre y mantenerte con vida… crees, aún, que me quedan ganas de matarte? quizá, cuando me veas caer, muerto, entiendas hasta que punto soy incapaz de hacerte daño… o al menos no intencionado, no negaré que una parte de mi lo ha deseado desde el momento en que te vi por primera vez – hago acopio de todas mis fuerzas y me aparto de encima de él, tomo su ropa del suelo para ayudarle a vestirse cuando, de repente, un grito fuera de la cabaña hiende en el aire y no puedo evitar reprimir una sonrisa de medio lado – Es por eso que tengo nuevos “pasatiempos”, como la “caza” por ejemplo – cualquier persona normal pensaría que se trata del aullido de un animal agonizando en sus últimas horas, es un chirrido agudo que perfora los oídos como las bisagras oxidadas de una puerta, sin embargo, cuando nos acercamos al lugar en cuestión hay un hombre moribundo y con el estómago atravesado por un arpón contra el tronco de un árbol – ¡Ayudadme! ¡Por favor! – pide el hombre, agonizando. Yo me acerco hasta él, es uno de los hombres de su padre, tomo el arpón y lo retuerzo en su vientre sin ningún tipo de expresión mientras empieza a desangrarse rápidamente y grita, vaya que si grita, sobre todo cuando le corto una de sus manos y la arrojo a los pies de Iago como trofeo. De repente, la policía – Tengo que irme – me inclino hacia delante para darle un beso en la frente, entonces una fuerte jaqueca me hace llevar las manos a mis sienes, siento como si mi cerebro fuera a explotar en cualquier momento y sé que algo va mal cuando imagino a mi vecino ensartado en ese arpón… abro el bote de pastillas, me tomo dos a la velocidad del rayo y le doy el beso prometido antes de irme corriendo.

    Jack es el primero en llegar y también es el primero en abrazar a Iago mientras sujeta su cara entre sus manos y le pregunta por su estado, examinándolo cual frágil porcelana. Yo los veo escondido tras la maleza y algo en mi interior se agita, envidio la manera en que le acaricia, estoy muerto de celos de cómo le habla – Iago, ¿qué haces aquí? ya sabes que el FBI no quiere que investigues el caso tú sólo, joder, tengo a una patrulla entera buscándote por toda la maldita ciudad, no sabes el susto que me has dado, estaba muy preocupado por ti – y vuelve a darle otro abrazo, apegándolo a su cuerpo más de lo necesario, un momento, ¿qué le está susurrando al oído? ¿eso que acabo de ver ha sido un… beso? Estoy a punto de salir y ahogarlo con mis propias manos, por suerte para Jack, un segundo agente interrumpe con la cara desencajada y pálida, se nota que ha vomitado – Siento interrumpir, pero creo que deberían ver esto…– Jack no tiene más remedio que apartarse rápidamente de Iago, azorado, y veo a los tres policías adentrarse en la caseta de caza, de pronto, una gota de sangre cae sobre la nariz de Jack, se ha colado por una de las juntas entre los tablones de madera. En la puerta está escrito con sangre; ENTRAD, ABADONAD TODA ESPERANZA. Pronto, escucharé con claridad improperios saliendo de su boca, luego vomitará en una esquina y saldrá a toda prisa de allí, ¿lo que vio? vio ángeles, águilas de sangre. Hay cinco malhechores en la habitación postrados de rodillas en el suelo con las manos juntas, como si estuvieran rezando, y las costillas rotas con los pulmones por encima de sus hombros, la carne mutilada y cosida a techos y paredes con la ayuda de carretes de pesca hace que parezcan dos alas abiertas, y en los carteles colgados a sus cuellos está escrito la palabra; CULPABLE. Lo mejor lo he dejado para el final. Otro de los malhechores está suspendido en el aire y, a diferencia de los ángeles desnudos, este viste con túnica de juez, y con los ojos vendados y el cerebro seccionado sostiene “la justicia” su corazón a un lado de la balanza y al otro sus propios sesos. Siempre me ha parecido que la justicia era bastante ciega, así que en su cartel escribo; TRAS VUESTROS ACTOS VENDRÁ EL LLANTO ORIGINADO POR UN JUSTO CASTIGOagente, ¿se encuentra bien? disculpe, pero hemos encontrado a un hombre destripado en un árbol, ¿tiene idea de quien ha podido ser el culpable…?

    Horas más tarde Jack decide quedarse en el apartamento de Iago, va a pasar la noche con él, lo sé porque estoy apostado en la azotea de un edificio con un francotirador mirando a través de la mirilla como se sientan en el sofá del comedor los dos juntos mientras Jack se toma la libertad y confianza suficiente como para pasar un brazo por encima del respaldo de Iago – Aquí Halcón 07 a Víbora roja, ¿me recibe? … cambio – cojo el walkie talkie del hombre al que he partido el cuello previamente, me he puesto su ropa, llevo su identificación colgada a un lado del chaleco anti balas, al parecer soy víbora roja – Aquí Víbora roja, todo despejado … cambio – Jack abre la ventana y vuelve a sentarse en al lado de Iago, abrazándolo contra su cuerpo, no puedo evitar apretar el gatillo y rompo un vaso de cristal a lo que el agente atribuirá a una fuerte corriente de viento antes de volver a cerrar la ventana, confundido. Primer y último aviso – Tengo que hablar contigo, el FBI y yo tenemos que pedirte algo sumamente importante; queremos atrapar a tu padre y a sus secuades y tú eres el único que puede hacerlo, queremos que le tiendas un trampa y nos des la oportunidad de atraparlo para meterlo entre rejas de una vez por todas. Al igual que a Ramsay Black… ya has visto de lo que es capaz de hacer en la caseta, no puede tomarse la justicia por su cuenta, ayúdanos a salvar vidas, sólo tú puedes detenerlo – no sé lo que están diciendo pero, de repente, veo a Jack como se levanta y corre la cortina para tener algo de intimidad, casi no veo nada, pero distingo perfectamente cómo se acerca hasta Iago y le planta un beso… mientras yo decido si apretar el gatillo o no – Quédate conmigo Iago yo…– de repente, llaman a la puerta y ahí estoy yo, vestido de guardia de seguridad; casco, gafas, chaleco y uniforme, es imposible que me reconozca – Agente, vengo a relevarle – Jack frunce el ceño, mi voz le es familiar, además no esperaba instrucciones de que nadie le relevara… por suerte para mí toma su chaqueta, le da un último vistazo a Iago y se marcha sin decir nada. Una vez solos me quito el casco y las gafas mientras mi nariz empieza a sangrar y siento como todo me da vueltas, me siento algo mareado, estoy sudando y siento escalofríos – ¿Puedo... confiar en ti, Iago?
     
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