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Private with: † Miss Skull †

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  1. Volkov.
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    -Oh, esta clase de fiestas son muy aburridas para una dama; los hombres sólo saben hablar de política y guerra con una copa de Whiskey en la mano y un puro de la Habana en los labios – mi hermana le dirigió una mirada provocativa a mi recién nombrado ayudante, mientras le sonreía de forma coqueta; su risa era una melodía dulce y embriagadora para los oídos. En cambio, yo le miré fijamente a los ojos con el más absoluto desprecio, entretanto que apretaba los dientes con fuerza; mis labios parecían una cicatriz fea y delgada en mi cara. Estaba dispuesto a romperle la cara allí mismo, pero mi melliza debió de sentir como me tensaba poco a poco a su lado porque retiró del tirón la mano y se apresuró a rodearme con ella cuello y hombros. Lástima que las armas de fuego no estuvieran permitidas en la fiesta, porque sino ya lo habría acribillado a balazos como a mis enemigo o fusilado como a cualquier judío – Aunque la compañía de mi querido hermano siempre las hace más amenas –. De pronto, sentí como mi melliza me acariciaba la cicatriz que me cruzaba la parte inferior del ojo hasta el pómulo con el reverso de la palma de su mano, y yo aparté la cara sin la intención de hacerle ningún desprecio porque; no me gustaba que nadie me tocara aquella herida, ni si quiera ella y, además, mi padre nos estaba observando con cara de desaprobación, desde la otra punta del salón-comedor. Ya habíamos tenido aquella conversación en más de una ocasión; a mi padre no le gustaba vernos a Inga y a mí tan juntos, hasta el punto de acaparar la atención el uno del otro. Casi podía oír cómo volvía a reprocharme la misma reprimenda, una y otra vez – “Hermann, te recuerdo que tu hermana necesita buscar un marido y tú estás prometido. No quiero que paséis tanto tiempo juntos y mucho menos que os mostréis en público tan afectuoso el uno con el otro. ¿Me he explicado con claridad?” – Si, alto y claro.

    Así que no tuve más remedio que apartarla a un lado; de forma que yo quedé entre medio de ese tal Schneider y ella. Mi hermana me miró de forma acusatoria y sorprendida, ella no estaba acostumbrada a que nadie la rechazara y mucho menos yo que la consentía en todo lo que pedía por esa boca. De modo que cuando me aseguré que mi padre no estaba mirando, le cogí de la mano y le acaricié los dedos con el pulgar en silencio, sin dirigirnos la palabra y sin mirarnos a los ojos. Mi melliza encontraría un marido tarde o temprano, pero por encima de mi cadáver iba a entregársela a ese tal Schneider. Pretendientes no le faltaban y eso me estresaba en más de una ocasión; debía buscar un hombre que estuviese seguro que la trataría como es debido, alguien como yo… – Hermann, ¿dónde has estado? ¿qué me has traído, esta vez? – preguntó, recuperando la sonrisa en los labios. Siempre que estaba de servicio, le traía un regalo de las diferentes ciudades y países a los que estaba destinado. Metí la mano en bolsillo de la chaqueta y saqué una caja pequeña de terciopelo rojo, adornada con un lazo negro de satén. Ella hizo intención de cogerla, pero yo se la quité hasta dos veces de las manos, antes de dársela. Deshizo el lado sin mucho miramiento, con lo que me había costado atarlo al milímetro, y abrió la caja; era un anillo de oro con la forma de un águila bicéfala sobre un campo de gules. En otras palabras; un anillo ruso, concretamente se lo tomé prestado a un Iván, antes de matarlo – Oh, Hermann, ¡es precioso! – Y volvió a abrazarme y a darme un beso – Mire, ¿le gusta? – Preguntó dirigiéndose a mi ayudante, mientras le mostraba su mano y movía sus finos dedos – ¿A qué es precioso? Es una lástima que no podamos decir lo mismo del país y sus cerdos comunistas Oh, pero que maleducada soy, déjeme presentarme; mi nombre es Inga Müller, señor…

    -Schneider, Gilbert – me apresuré a cortarle, antes de que pudieran volver a entablar otra molesta conversación –. El señor Schneider va a ser mi ayudante, de ahora en adelante – Le expliqué con calma. A lo que ella respondió con otra mirada y sonrisa provocativa, yo sabía muy bien lo que pensaba y por supuesto no tardó en manifestarlo en voz alta – Pues tienes un ayudante muy guapo – ¿¡Qué!? Durante un segundo me quedé mirando a mi hermana y luego a ese tal Schneider; era un hombre como el que más, aunque tenía que admitir que todas las mujeres de la fiesta había girado la cabeza en más de una ocasión para dirigirle una mirada acompañada de una sonrisa. Seguro que sus respectivos maridos, estaban tan celosos o más que yo – Hermann – De pronto una voz débil me llamó por mi nombre, era mi futura esposa; a diferencia de mi hermana, ella era bajita, tenía el pelo marrón y los ojos castaños. A decir verdad, todo en ella era lineal; no era guapa, pero tampoco fea… sino normal, como el resto de la mayoría si las comparaba con mi melliza – Sabía que te encontraría con Inga… – Su voz era apenas un susurro, aunque en realidad era un reproche. Miró en dirección al anillo de mi hermana y se cubrió con una mano el anillo de compromiso que le había regalado; más pequeño y por supuesto no tan llamativo. Con todo el follón de mi nuevo ayudante y mi hermana, se me había olvidado por completo ir a saludar a mi futura esposa – ¿Vas a bailar conmigo…? – A lo que mi melliza no tardó en contestar por mí – Me prometió a mí el primer baile. Oh, Minna, estás tan guapa como siempre. Mira, ¿Te gusta el anillo que tu hermano me ha regalado? – Mi melliza le enseñó el anillo en sus narices, por supuesto con toda la ironía y la mala intención del mundo, no le gustaba mi prometida, aunque no tuviera ningún motivo aparente – Ya veo… – Comentó secamente mi futura esposa. Yo hice ademán de levantarme e ir con ella, me sentía culpable por no prestarle la atención que se merecía, cuando sentí como mi hermana tiraba de mi mano para que volviera al sofá. Deshice el agarre y me acerqué hasta Minna, después le di un beso fugaz en la mejilla. Ella sabía que yo no la amaba, que sólo estábamos juntos por mí deber para con mi país y los intereses de mi padre, pero, aún así, intentaba ser el buen futuro marido que ella tanto deseaba que fuera –. Claro, bailemos – La música empezó a sonar, era un baile típico y regional; hombres a un lado, mujeres a otro y después baile en pareja con los movimientos lineales de un vals; con un brazo sujetaba su mano y con el otro le rodeaba su cintura. Pero, como era tan bajita y yo demasiado alto, había ocasiones que tenía que agacharme para que pudiera alcanzar mi hombro.

    En el sofá, mi melliza echaba fuego y chispas por los ojos, mientras nos veía bailar juntos – ¿Le apetece bailar, señor Schneider? – No esperó respuesta, lo tomó por el brazo con seña y lo sacó ella misma a bailar, aunque en vez de mirarlo a la cara y sonreír, giraba la cabeza a un lado y posaba su mirada sobre nosotros. ¿Celosa? No, posesiva. Pero yo sí que estaba celoso. Dejé de mirar a Minna y me quedé mirándolos descaradamente; cualquier día de estos acabaría con una úlcera de estómago o ese tal Schneider muerto. Cuando mi hermana comprobó que había conseguido su objetivo, sonrió victoriosa, acostumbrada a ganar. Y yo dejé de bailar, me disculpé con mi futura esposa y me dirigía la mesa de entremeses de donde cogí una botella de Schnappss y un vaso, antes de dirigirme al balcón – Señor Schneider, ¿Puedo pedirle un favor? – No sé si se sentiría culpable, pero puso su mejor cara de pena y arrepentimiento, mientras lo miraba directamente a los ojos –. ¿Puede ir a ver cómo está mi hermano? La noche es fría y no me gustaría que cogiera un constipado allá fuera. Al fin y al cabo su trabajo consiste en ayudar y cuidar de él, ¿No? – Preguntó antes de separarse de mi ayudante y subir las escaleras arriba en dirección hacia su habitación.
     
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43 replies since 26/6/2014, 14:27   4446 views
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