•{αtrαpαme, si puedes}•

Private with: † Miss Skull †

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  1. Volkov.
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    No te preocupes, ya te dejo arsenal para un rato :P

    -¿¡Qué has querido decir con señor Schneider, Inga!? – pregunté, enojado, para luego apartarme de ella, levantarme de la cama y encender la lámpara de la mesita. Tenía el ceño fruncido y las aletas de la nariz dilatadas, mientras apretaba los dientes con fuerza y los puños hasta el punto de clavarme las uñas. Estaba muy enfadado y lo peor de todo es que me sentía traicionado por mi propia hermana, mi sangre, mi todo – Hermann, eras tú… – susurró ella, sorprendida, apartando las mantas a un lado y cubriéndose con un albornoz blanco, ahora la cama era lo único que se interponía entre nosotros dos. Y, por supuesto, su engaño – ¡Pues claro que soy yo! ¿¡Quién iba a ser sino!? ¿¡El señor Schneider, por ejemplo!? – respondí, fuera de mí, desde la rabia y la impotencia, ahora mi voz había adoptado un matiz irónico – Hermann, no es lo que parece, te lo puedo explicar… – mi melliza bordeó la cama en dirección mía, pero yo retrocedí un paso atrás; no quería tenerla cerca y mucho menos que me tocara. No, porque si no sabía que el cabreo no me duraría ni un segundo más y acabaría por perdonarla, como siempre hacía. Al ver mi reacción mi hermana se detuvo y se quedó mirándome fijamente a los ojos, herida, en cualquier momento rompería en llanto y empezarían los lamentos – ¿Qué vas a explicarme? Eres mi melliza, mi otra mitad; sé lo que sientes, sé lo que piensas… además, te recuerdo que mi trabajo, como miembro activo del servicio de contraespionaje, consiste en buscar mentiras y descubrir la verdad entre otras cosas – fue entonces Inga se cubrió la cara con las manos y se puso a llorar desconsoladamente. Siempre jugaba sucio conmigo porque sabía muy bien que yo no podía verla así, se me partía el corazón en dos, por no hablar del sentido de culpabilidad; de manera que fui yo quien cedió como siempre y me acerqué hasta ella para darle un abrazo reconfortante. Mi melliza me correspondió de buen agrado y rodeó mi cintura con sus brazos, mientras escondía la cara en mi pecho – Lo siento – murmuré a regañadientes, rodeándole sus hombros con los brazos y apoyando mi mejilla contra su pelo – Hermann, el señor Schneider me gusta mucho – segunda puñalada – ¿Podrías… podrías intentar llevarte bien con él? Al fin y al cabo va a ser tu ayudante, ¿no? sólo dale una oportunidad – tercera puñalada – Y, de ser así, ¿podrías conseguirme una… cita? ¡Por favor, por favor, por favor! ¡Hermann! ¡Di que sí! – Yo me quedé muy quieto y en silencio, durante el par de minutos más largos de toda mi vida – Claro, hermanita… ya sabes que por ti hago lo que sea.

    -“¡Y UNA PUTA MIERDA!” – pensé después de abandonar la habitación de Inga, hecho todo una furia. El primero en pagar mi malhumor fue el sillón de cuero negro que había en el pasillo; lo cogí con ambas manos y lo estampé violentamente contra la pared, antes de patearlo repetidas veces y volver a arrojarlo contra el suelo de nuevo. Después le tocó el turno a una estantería, seguido de un cuadro y hasta finalmente un espejo; todos acabaron rotos y hechos pedazos. Di un grito, enojado, suerte que tanto puertas, paredes y ventanales eran herméticos y estaban insonorizados para evitar que los disparos penetraran dentro o que las bombas nos dejaran completamente sordos, porque sino creo que hubiera despertado a todo el mundo. Unos veinte minutos después, cuando me hube calmado; inspiré profundamente para mis adentros y solté el aire poco a poco, y los mechones rebeldes empapados en el sudor de mi frente volví a ponerlos en su sitio, mientras los peinaba hacia atrás con las manos. Me quedé mirando mi dormitorio; ni quería casarme con aquella mujer, ni tenía ganas de dormir, mucho menos quería ser amable con mi ayudante, y pedirle una cita para con mi querida hermana a la mañana siguiente. De modo que, ante las situaciones adversas y los problemas que no dejaban de acumularse, decidí dirigirme escaleras abajo y emborracharme durante toda la noche – “A la mierda” – pensé cuando, de pronto, mi melliza volví a interrumpirme otra vez, asomando la nariz por la puerta – Hermann, ¿podrías buscar al señor Schneider y mostrarle su habitación, por favor? – juraría que tenía un tic nervioso en el ojo, pero aún conseguí sonreír… sólo esperaba que no se percatara del desorden que tenía detrás de mí – Si, claro, no te preocupes por nada – Inga me devolvió la sonrisa y volvió a cerrar la puerta, mientras mi sonrisa se deshacía en mi boca.

    -“Me lo cargo, ya verás” – pensé, bajando las escaleras de madera cuando, de pronto, me encontré nada más ni nada menos que con el susodicho de mi nuevo ayudante; estaba sentado en un escalón con una botella de alcohol en la mano. En aquel momento no supe si quería estrangularlo con mis propias manos para asfixiarlo o invitarlo a beber conmigo hasta que ambos acabáramos borrachos perdidos. Gustosamente me hubiera decantado por la primera opción, lástima que no supiera negarle nada a mi querida hermana – Buenas noches, señor Schneider, le estaba buscando. Por favor, disculpe mi mal comportamiento de antes para con usted, creo que le he juzgado mal desde un principio; últimamente ando algo susceptible con todo el mundo y me enojo con mucha facilidad por estúpidas minucias sin importancia. Pero usted ya me entiende, nuestro trabajo nos hace desconfiados por naturaleza, ¿verdad? – mis palabras eran cordiales, a diferencia de las miradas asesinas que le dirigía. Era importante ver qué clase de reacciones tenía, porque eso me diría mucho de su personalidad – En fin, como sea, MI hermana me ha dicho que se queda a dormir esta noche en MI casa. Pero, como no hemos empezado con buen pie, me gustaría ofrecerle una buena cerveza para… celebrar nuestro comienzo. Sígame, si es tan amable – Lo dirigía al comedor del ala oeste; había un sofá de cuero marrón y dos sillones del mismo material entorno a una chimenea de leña. Los suelos estaban recubiertos con moquetas de piel de animal y las paredes con cuadros y espejos, pero si hay uno que llamaba la atención era el que estábamos la familia reunidos; mi madre estaba sentada sobre una silla y mi padre colocaba una mano en su hombro, mientras mi hermana se situaba entre mi progenitor y yo. A penas era perceptible el detalle, pero nosotros nos cogíamos también de la mano.

    -Siéntese, señor Schneider… por favor – casi se me olvidaba decirlo. Me dirigí a una armariada y saqué una caja de puros y dos jarras de cerveza que previamente rellené, antes de servirle una – Prost, por nuestra futura… amistad – dije chocando la una con la otra. Le di un buen trago y casi la había terminado, pero como buen alemán aguantaba el alcohol y hacían faltan más de cinco para que cayese rendido – Espero que sea de su agrado. Oh, vamos, no sea tímido, beba; cerveza tenemos de sobra – bromeé, sonriente. Si había aceptado a toda aquella pantomima no era únicamente porque mi hermana me lo hubiera pedido, sino por descubrir la verdadera identidad e intenciones de mi nuevo amigo, el señor Schneider; si no tenía nada que esconder mi padre ya estaría organizando planes de boda, si mentía y descubría algo sospechoso juro por Dios que acabaría por suplicarme que le pegara un tiro a la cabeza. Era difícil de explicar, pero creo que con mi sonrisa le había transmitido todo lo que pensaba. De modo que tomé todo esto como una misión; la más importante de todas, porque se trataba de mi melliza y no pensaba entregársela a cualquiera. De hecho no pensaba si quiera en entregársela a alguien – Conozcámonos un poco mejor, su ficha técnica ya me la sé de memoria; ¿está casado? ¿con hijos? ¿prometido? O… ¿es uno de esos mujeriegos? – nótese el desprecio que puse en mi última pregunta – Oh, espere, ahora voy a por más cerveza, todavía no estoy lo suficientemente borracho – yo ya la había terminado, y por cortesía le dejé una al lado por si se quedaba con más ganas - beba, beba, tenemos toda la noche por delante y muchos barriles de cerveza.
     
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